del centenario al peronismo. dimensiones de la vida política...
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Artículo publicado en María Inés Tato y Martín O. Castro (compiladores), Del
Centenario al peronismo. Dimensiones de la vida política argentina. Imago Mundi,
Buenos Aires, 2010
‘Para combatir ese extraviado prurito del extranjerismo’: políticos católicos, la
cuestión nacional y el Consejo Nacional de Educación en torno al Centenario.
Martín O. Castro
En julio de 1908 el diario católico El Pueblo (en adelante EP) llamaba a
combatir los excesos de la fascinación frente a lo extranjero (“ese extraviado prurito de
extranjerismo”) y a reaccionar frente a la amenaza del cosmopolitismo que privaban al
“organismo nacional” de aquellos rasgos y fisonomía considerados propios.1 Esta
preocupación manifestada por un número de actores católicos -y que involucraba, como
intentará mostrar este trabajo, a políticos, prensa y jerarquía eclesiástica- se encontraba
en sintonía con aquellos temores y propuestas provenientes de las elites conservadoras
que colocaban a la urgencia por provocar una cierta regeneración patriótico-nacionalista
en el centro del debate. También reflejaba la continuidad de una tradición esbozada en
sectores de la dirigencia católica desde, al menos, finales del siglo XIX y que se había
expresado en la participación de notables católicos en asociaciones de carácter cívico
patriótico como la Liga Patriótica Argentina de 1898, en los debates de la Asociación
Literaria del Plata y en el apoyo de la prensa católica a la “defensa nacional”, ejemplos
que revelaban la adscripción a un cierto modelo de nacionalismo cultural.2 Si para una
parte de los intelectuales y políticos argentinos la crisis de 1890 parecía haber dejado
expuestos los males de la modernidad -los riesgos de una sociedad heterogénea en
constante transformación que, cruzada por la “hibridación y la mezcla” vacilaba en
identificar una tradición nacional común-3 los años previos a la celebración del
CONICET- Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E. Ravignani”- UNTREF. O. Andrade 92
2do. “5” (1641) Acassuso- Buenos Aires/ Argentina E-mail: [email protected] 1 EP, 12/7/1908 “En defensa del espíritu nacional”
2 Por caso, dos de los principales notables católicos -Emilio Lamarca e Indalecio Gómez- participarían en
1898 de la formación de la Liga Patriótica Argentina constituida durante el conflicto diplomático con
Chile. Véase Lilia Ana Bertoni, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas: la construcción de la
nacionalidad argentina a fines del siglo XIX. Buenos Aires, FCE, 2001, p 239. 3 La frase pertenece a Miguel Cané. Los círculos intelectuales parecían expresar una mirada más
pesimista sobre este proceso que la de los miembros de la elite política. Véase Oscar Terán, Vida
intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo (1880-1910): derivas de la cultura científica. Buenos Aires,
FCE, 2000 pp. 222 y 243; Fernando J. Devoto, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina
moderna. Una historia. Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, p. 29
2
centenario de la Revolución de Mayo instalarían conjuntamente las urgencias por
construir a los argentinos y los temores frente al conflicto social. Ciertamente, los
miedos de las elites conservadoras frente a las consecuencias no deseadas del
cosmopolitismo y la cuestión inmigratoria no eran óbice para que aquellos se
entremezclaran con manifestaciones de claro optimismo.4 En este sentido, una
bibliografía profusa ha advertido sobre el carácter dual del Centenario, un escenario que
daría lugar a una mentalidad de balance entre las elites políticas y sociales que
combinaba un clima de euforia por los logros del proceso de modernización con los
temores frente a los efectos no deseados de la inmigración masiva, el denominado
„cosmopolitismo‟ y una percepción de amenaza de desintegración social.5 Reflejos de
esta particular coyuntura eran la Ley de Defensa Social de 1910, represiva respuesta
dirigida a atender al conflicto social, pero también la sanción de una ley electoral en
1912 que se encontraba en la línea del optimismo reformista de Roque Sáenz Peña. Por
otra parte, en el contexto de una sociedad que había experimentado profundas
transformaciones, miembros de la burocracia estatal y de la elite política recurrían a una
amplia difusión de mitos nacionales y símbolos patrióticos para promover la
construcción de una identidad nacional común. Para sectores de la clase política, incluso
la reforma de la legislación electoral podía jugar un papel clave en el proceso de
“nacionalización de las masas”. 6
Hacia finales del siglo XIX este creciente debate en torno a la formación de la
nacionalidad se manifestaría, por ejemplo, en las discusiones parlamentarias sobre el
uso del idioma “nacional” en las escuelas en la década de 1890 o en las iniciativas
dirigidas a atender a la instrucción militar de los ciudadanos. Los intercambios
parlamentarios en torno a las características de la educación estatal son demostrativos de
los deslizamientos operados en la concepción de la educación pública, de un proyecto
de sistema educativo cuyo objetivo principal era la formación de ciudadanos a partir de
la enseñanza de la cultura universal a otro que pretendía forjar una nacionalidad desde la
inculcación del patriotismo y el dictado de cursos en español con contenidos
4 Véase por ejemplo la carta que Juan Agustín García dirige a Luis M. Drago, 4 de mayo 1910, en J. A.
García, Obras completas. Volumen II. Buenos Aires, Editorial Claridad, 1955, p. 1391. 5 Véase, entre otros, José Luis Romero, Las ideas políticas en la Argentina. Buenos Aires, FCE, 1990;
Natalio Botana, El orden conservador. La política argentina entre 1880 y 1916. Buenos Aires,
Hyspamérica, 1985; Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo, “La Argentina del Centenario: campo intelectual,
vida literaria y temas ideológicos” en Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo, Ensayos argentinos. De
Sarmiento a la vanguardia. Buenos Aires, Ariel, 1997. 6 Devoto, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo p. 41
3
“argentinos”.7 Por otra parte, cierto clima nacionalista que permeaba a sectores de la
elite política encontraba su concreción en las políticas de Rómulo Naón, José María
Ramos Mejía y Joaquín V. González desde los Consejos de Educación de las provincias
de Buenos Aires y Córdoba y las universidades de Buenos Aires y La Plata. En este
contexto, se define con perfiles propios la gestión de Ramos Mejía al frente del Consejo
Nacional de Educación (en adelante CNE) caracterizada por un particular cuidado
puesto en el culto a los héroes de la nacionalidad y la liturgia patriótica promovidos en
las escuelas, si bien no sería aquel el creador de la pedagogía cívica que contaba ya
entonces con un lugar en la liturgia pedagógica.8 Intelectual positivista y pionero en la
medicina, Ramos Mejía como buena parte de los intelectuales y políticos argentinos del
período (muchos de ellos influenciados por Psychologie des Foules, escrita en 1895 por
Gustave Le Bon) compartía la preocupación por develar los mecanismos de gobierno de
una sociedad en la cual las “masas” no se sometían a los mecanismos de subordinación
social previos. Pese a que en su libro Las multitudes argentinas (1899) se reconoce la
inspiración que proviene de las interpretaciones de Gustave Le Bon sobre cómo
garantizar el gobierno de una sociedad de masas, Ramos Mejía no coincidiría
completamente con los intelectuales europeos en su análisis pesimista de las supuestas
características peligrosas de la multitud y, aunque estaba lejos de definir a la
inmigración como sinónimo de progreso, propondría procedimientos a partir de los
cuales la educación pública podía influir directamente en el proceso de integración de
los inmigrantes.9 Es, en este sentido, significativo que en su rol como presidente del
CNE Ramos Mejía lanzara campañas nacionales a favor de una educación patriótica que
buscaba convertir a una amplia selección de clases, canciones y rituales en un programa
pedagógico coherente que contribuyera a forjar una firme identidad nacional. Se ha
señalado que la ausencia de un rechazo o resistencia al proyecto de educación patriótica
(la gestión de Ramos Mejía al frente del CNE era su concretización más evidente),
marcaba hasta donde existía un cierto consenso en las elites argentinas acerca de la
7 Sandra McGee Deutsch, Counterrevolution in Argentina, 1900-1932. The Argentine Patriotic League.
Londres, University of Nebraska Press, 1986, p. 43 8 Véase Bertoni, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. Sobre la “instrumentalización de la historia y la
“nacionalización” de la conciencia histórica, véase Diana Quattrocchi-Woisson, Los males de la memoria.
Historia y política en la Argentina. Buenos Aires, Emecé, 1995, pp. 42-43 9 Sobre Ramos Mejía véase Terán, Vida intelectual; Carlos Altamirano, “Entre el naturalismo y la
psicología: el comienzo de la „ciencia social‟ en la Argentina”, en Federico Neiburg y Mariano Plotkin
(comps.), Intelectuales y expertos. La constitución del conocimiento social en la Argentina. Buenos
Aires, Paidós, 2004.
4
necesidad de la misma.10
Si bien la literatura reciente ha llamado la atención sobre cómo
la problemática de la cuestión nacional y la agitación social (y los subsiguientes temores
de las elites conservadoras) favorecerían un reposicionamiento de la Iglesia Católica11
,
la actitud de los católicos (jerarquía eclesiástica, prensa y notables católicos) frente a
aquellos programas sistemáticos de pedagogía patriótica (en particular aquellos
coordinados por Ramos Mejía) permanece como un área a la que los historiadores no
han entrado con similar interés, predispuestos quizás a encontrarse con las habituales
críticas católicas al laicismo escolar. En las páginas siguientes se pretende avanzar en el
análisis de las reacciones de la prensa y actores católicos frente a la gestión de Ramos
Mejía al frente del Consejo Nacional de Educación e indagar en torno a la participación
de políticos católicos en instituciones estatales responsables de la gestión del sistema
educativo durante el breve gobierno de Roque Sáenz Peña. Este trabajo también explora
algunos aspectos de la relación Iglesia/Estado en una coyuntura particular (la del
Centenario) en el que el debate en torno a la introducción de reformas sociales y
políticas convergía con el interés, manifiesto o no, de explicitar una mentalidad de
balance sobre los logros alcanzados durante la república posible. El esfuerzo
secularizador parecía perder impulso en el cambio de siglo (a juzgar por la falta de
sanción de proyectos favorables al divorcio y a la separación de la Iglesia del Estado) y
entre los actores católicos se adivinaban estrategias y discursos que reflejaban inquietud
frente al impacto del “cosmopolitismo” y al lugar de las masas en la sociedad argentina,
temas centrales en el debate político e intelectual de el momento del Centenario. En este
sentido, este trabajo se propone explorar las formas de acción adoptadas por los notables
e instituciones católicas y las perspectivas generadas entre los publicistas católicos ante
las políticas nacionalizantes desarrolladas desde el CNE (y en sentido más amplio ante
las celebraciones del Centenario) en el contexto de la tradicional voluntad de los
católicos por combatir el “laicismo” escolar y de la participación de notables católicos
en los agrupamientos facciosos conservadores de finales de la república oligárquica. Las
vinculaciones de la dirigencia católica con el saenzpeñismo y los eventuales beneficios
que la inserción de los notables católicos en el gobierno nacional podrían significar para
la consecución de una agenda católica son estudiados a la luz de un conjunto de
prácticas individuales e institucionales de la jerarquía católica que evitaban impugnar
10
Devoto, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo, p.65. 11
José María Ghio, “La cuestión nacional y la cuestión judía en el pensamiento católico argentino de
principios de siglo”, Working Paper Nro. 4, 1993, p. 8; José María Ghio, La Iglesia Católica en la
política argentina. Buenos Aires, Prometeo, 2007
5
las líneas fundamentales del orden vigente y que priorizaba las preocupaciones comunes
(aunque con fundamentos divergentes en los que se adivinaban modelos de nación
también divergentes) sobre las dimensiones de la “cuestión nacional”.
Educación patriótica, orden social y escuelas particulares.
Se ha sugerido recientemente que en América Latina el proceso de constitución
de un orden laico y la búsqueda de consolidación de los estados nacionales se habrían
dado en consonancia con un proceso paralelo de “…construcción material y simbólica
de la nación”.12
En la Argentina, la expansión de la jurisdicción del gobierno federal en
la década de 1880 se expresaría en el diseño de una serie de instrumentos legales que
perseguían el traspaso de funciones de la esfera eclesiástica a manos del Estado
nacional, la sanción del matrimonio civil y el establecimiento de la supremacía del
estado en el área educativa.13
Desde distintas perspectivas, se ha argumentado que el
debate decimonónico en torno a las delimitaciones del campo educativo, la escuela
como transmisora de valores y las implicancias del impulso secularizador estatal
(preocupaciones reflejadas en la discusión parlamentaria de 1884 previa a la sanción de
la ley de enseñanza común), escondió también coincidencias en torno a los contenidos
de la enseñanza y los dispositivos normativos a ser transmitidos en la escuela pública,
desde el momento que quienes apoyaban o se oponían a la Ley 1420 (que establecía la
enseñanza primaria obligatoria, gratuita y laica) parecían compartir aspectos de la
moralidad cristiana.14
Para los católicos, con todo, el debate en torno al campo
educativo debía reconocer la cuestión más amplia de las relaciones entre la Iglesia y el
Estado, y de los límites de la acción estatal en relación con la sociedad. El conflicto
abierto entre Iglesia y Estado en la Argentina en la década de 1880 ha sido largamente
analizado en una historiografía del período que ha tendido a interpretar a aquel como a
un conflicto fundamentalmente saldado lo que explicaría, primero la reacción política de
12
Elisa Cárdenas Ayala, “La construcción de un orden laico en América Latina. Ensayo de interpretación
sobre el siglo XIX”, en Roberto Blancarte (ed.), Los retos de la laicidad y la secularización en el mundo
contemporáneo. México, El Colegio de México, 2006, p. 90 13
Ezequiel Gallo, “La consolidación del Estado y la reforma política (1880-1914), en Academia Nacional
de la Historia. Nueva Historia de la Nación Argentina. Tomo IV. Buenos Aires, Planeta, 2000. 14
Austen Ivereigh, “The Shape of the State: Liberals and Catholics in the Dispute over Law 1420 of 1884
in Argentina”, en Austen Ivereigh (ed.), The Politics of Religion in an Age of Revival. Londres, University
of London, 2000, p. 167; Lucía Lionetti, “La educación pública: escenario de conflictos y acuerdos entre
católicos y liberales en la Argentina de fines del siglo XIX y comienzos del XX”, Anuario de Estudios
Americanos, 63, 1, enero-junio 2006, pp. 104-105.
6
los católicos (con la formación de la Unión Católica en 1884) y, posteriormente, la
escasa significación política católica en las décadas finales del orden conservador.15
Sin
embargo, es posible entrever la continuidad de tensiones entre la Iglesia Católica y
actores estatales durante la primera década del siglo XX en el contexto de un más
amplio debate político e intelectual sobre los alcances de la “cuestión nacional”.16
En
general, para una Iglesia que consideraba que la nación argentina se definía a partir de
sus características intrínsecamente católicas, la indiferencia que percibía en los
mensajes presidenciales hacia los elementos que entendía debían cimentar las bases de
una relación más estrecha entre Iglesia y Estado así como la intención de parte del
estado de fiscalizar la calidad y condiciones de la enseñanza en las escuelas particulares
–propósito manifestado con claridad durante el período de Ramos Mejía al frente del
CNE- constituían motivos permanentes de preocupación. Por otra parte, los intentos de
algunos notables católicos por constituir partidos políticos identificados con una cierta
visión católica de la política, la participación de algunos de ellos en la Unión Nacional y
el gobierno de Roque Sáenz Peña y las polémicas con respecto a las políticas
„secularizadoras‟ adoptadas desde el CNE, reeditarían los agitados intercambios sobre
los efectos de la secularización de la sociedad (civil y política) y sobre los límites entre
el estado y la sociedad (lo privado y lo público).17
Con todo, es importante señalar que,
pese a las reacciones adversas de diversos actores católicos como la Liga de Enseñanza
o la prensa católica (aunque aquí con matizaciones) hacia lo que se interpretaba como
avances del estado “sectario” sobre la gestión privada de la enseñanza, las resoluciones
de la tercera reunión trienal del Episcopado Argentino en 1909, se dirigirían más bien a
evitar una confrontación directa con el Estado en esta área exhortando a los maestros
católicos a obtener aquellos diplomas requeridos por el CNE y a las escuelas
particulares a incorporar los establecimientos educativos a los Colegios Nacionales o
Escuelas Normales a fin de obtener los títulos correspondientes.18
Este tipo de
resoluciones parecen confirmar el perfil de una institución eclesiástica preocupada por
15
Nestor T. Auza, Católicos y liberales en la generación del ochenta. Ediciones Culturales, Buenos
Aires, 1981; Ivereigh, “The Shape of the State. 16
Véase Martín O. Castro, “Nacionalismo, cuestión religiosa y secularización política en la Argentina a
comienzos del siglo XX: 1900-1914”, Revista Bicentenario. Revista de Historia de Chile y América,
Volumen 8, 1, Santiago, 2009, (en prensa) 17
Martín O. Castro “Los católicos en el juego político conservador de comienzos del siglo XX:
reformismo electoral, alineamientos partidarios y fragilidad organizativa, 1907-1912”, Desarrollo
Económico, Vol. 49, Número 193, 2009 18
Véase las resoluciones 11 y 12 de la Tercera reunión trienal del Episcopado Argentino. Pastoral
Colectiva acerca de la fundación de la Universidad Católica, 12 de mayo de 1909, en
http://www.cea.org.ar/06-voz/documencea/primeros.htm
7
reforzar su crecimiento institucional y en mejorar sus canales de comunicación con una
clase política que comenzaba a interpretarla como a una fuerza potencial de control
social y como una aliada frente a potenciales peligros de convulsión social.19
En este
sentido, un conjunto variado de actores católicos encontrarían un territorio compartido
con intelectuales y políticos conservadores en la identificación de preocupaciones
similares: el impacto del “cosmopolitismo”, el “materialismo” y su conexión con la
llamada cuestión nacional.
Un breve examen de las editoriales y artículos dedicados por la prensa católica a
la gestión de Ramos Mejía resulta importante para entender los límites y alcances de
aquel potencial territorio compartido. Son significativas en este contexto las reacciones
favorables frente a las estrategias pedagógicas patrióticas promovidas por Ramos Mejía.
El CNE había adquirido en el pasado las características de un actor clave en la
transmisión de ideas “nacionalistas” a partir de los diseños de los planes de estudio.20
En este sentido, no es sorprendente que discursos nacionalizantes hubieran sido parte de
la gestión del predecesor de Ramos Mejía en el cargo de presidente del CNE, Ponciano
Vivanco, quien no escaparía a las fuertes críticas de la prensa católica porteña acusado
de favorecer la difusión de tendencias “nocivas” perseguidas por burócratas
normalistas y de permitir el nombramiento de “profesionales de comité” en las
instituciones educativas.21
Sin embargo, con Ramos Mejía al frente del Consejo, se
experimentaría no sólo una profundización a nivel de ceremonias y rituales, sino
también en lo concerniente a los contenidos de los planes de educación primaria y en la
preocupación manifestada por la enseñanza de la historia y la geografía argentina.22
En
este contexto, y a pesar de que la trayectoria previa de Ramos Mejía parecía
encaminarlo hacia un enfrentamiento con los sectores católicos activos en el campo
educativo, sus primeros tiempos al frente del CNE y la importancia de la intensificación
de la educación patriótica reflejada en diversas disposiciones del organismo, serían
recibidos con beneplácito por diversos actores católicos que se expresaban a través de
19
Véase David Rock, “Antecedents of the Argentine Right”, en Sandra McGee Deutsch y Ronald H.
Dolkart (eds.), The Argentine Right. Its History and Intellectual Origins, 1910 to the Present.
Wilmington, SR Books, 1993, p. 22. 20
Gallo, “La consolidación…”, p. 515 21
LVI, 14/2/1908 y EP, 31/1/1908 22
Para un análisis de los planes y diferentes contribuciones de los presidentes del CNE a la educación
patriótica véase Carlos Escudé, El fracaso del proyecto argentino. Educación e ideología. Buenos Aires,
Editorial Tesis, 1990 y James R. Scobie, Buenos Aires. Del centro a los barrios. 1870-1910. Buenos
Aires, Solar, 1986, p. 310 El CNE comisionaría una serie de investigaciones dirigidas a estudiar la
manera en que los estados europeos disponían de la enseñanza de la historia como herramienta dirigida a
difundir el sentimiento nacional. Véase Quattrocchi-Woisson, Los males de la memoria, P. 40
8
los diarios La Voz de la Iglesia, El Pueblo y la misma Revista Eclesiástica del
Arzobispado de Buenos Aires. Estas publicaciones que, aunque en diversos grados,
podían exhibir apoyos en la Iglesia jerárquica no reflejarían con todo una visión
uniformada de la labor desempeñada por Ramos Mejía entre 1908 y 1913. Es, por otra
parte, importante señalar que (como se desarrollará en la segunda parte de este trabajo)
a pesar de que los años finales de la gestión de aquel en el CNE estarían enmarcados por
la polémica con un notable católico (Joaquín Cullen –presidente del partido de
inspiración católica Unión Patriótica-, lo que le aseguraría al presidente del Consejo la
enemistad del principal diario católico porteño, El Pueblo), sin embargo entre su
designación a comienzos de 1908 y el Centenario, los medios periodísticos católicos
presentarían una imagen de su gestión en la que se destacaban los rasgos positivos, si
bien con matices importantes que a su vez diferenciaba a aquellas publicaciones entre sí.
Un análisis de los dos principales exponentes de la prensa católica porteña
sugiere una cierta diferenciación en el interior del campo periodístico católico en lo que
concernía a las interpretaciones sobre la vida política de la república oligárquica: por
una parte La Voz de la Iglesia demostraba una mayor complacencia hacia el régimen
conservador y se manifestaba más ambigua frente a los proyectos de transformación
institucional del orden conservador; en cambio, El Pueblo se constituiría en vocero
activo de las iniciativas políticas católicas del período (la Unión Patriótica, las Uniones
Electorales y el Partido Constitucional) y en un constante crítico de las estructuras
clientelares manejadas por „políticos profesionales‟.23
Matices importantes también se
advierten en el tratamiento que ambos darían a las políticas adoptadas por Ramos Mejía.
LVI prefería ver en el autor de Rosas y su tiempo a un intelectual que, si bien presentaba
“antecedentes liberales”, estaba lejos de ser un “sectario” o un “fanático” y del que se
esperaba reconociera el valor de la religión en el mantenimiento del orden social e
introdujera modificaciones en los equipos técnicos del Consejo.24
Es significativo que,
aún cuando estos últimos aspectos se verían claramente desmentidos por el desempeño
de Ramos Mejía, LVI optara con todo por privilegiar el “carácter nacional” del proyecto
adoptado por el CNE, considerado esencial en un “país de inmigración”, apoyando con
determinación la nacionalización de la conciencia histórica (aún cuando esto no
impidiera a los escritores católicos subrayar la importancia del clero en la formación de
23
Véase, por ejemplo, LVI, 12/4/1910. LVI saldría a la calle hasta octubre de 1911 en que dejaría su lugar
al periódico La Tradición. Véase EP, 13/10/1911. Sobre la Unión Patriótica véase Castro, “Los católicos
en el juego político conservador” 24
LVI, 28/1/1908.
9
la nacionalidad argentina) y las medidas a ella asociadas: las instrucciones oficiales
sobre la enseñanza de la historia, la cuidadosa atención a la liturgia patriótica o la
uniformización de los textos escolares. Es revelador que en 1909 (cuando ya había
adquirido connotaciones de importancia el enfrentamiento entre la Liga Católica de
Enseñanza y el CNE) la hoja periódica se demostrara favorable a la continuidad de
Ramos Mejía al frente del Consejo y que en 1910 incluso apoyara una posible
candidatura de aquel a la senaduría por la Capital Federal.25
A diferencia de La Voz de la Iglesia, quienes escriben en EP expresarían
tempranamente sus diferencias con las resoluciones del CNE bajo la gestión de Ramos
Mejía (críticas centradas en la expansión del “normalismo clerófobo” y la aludida
erosión de la libertad de enseñanza), si bien descubrirían también una coincidencia
básica con el diagnóstico esbozado por el presidente del Consejo: “No es posible
disentir, ciertamente, con la idea generatriz de las medidas que nos ocupan. El
cosmopolitismo que por todas partes nos invade, unido a las tendencias mercantiles y
egoístas de la población exótica,…constituyen un verdadero peligro para el porvenir de
la nacionalidad....”26
Es revelador que, de manera similar a lo expresado por la Revista
Eclesiástica del Arzobispado de Buenos Aires (en adelante REABA) y por la Liga
Católica de Enseñanza, las divergencias más importantes se correspondieran no con el
concepto de educación patriótica sino con lo que se consideraba era un avance del
estado sobre la gestión privada de la enseñanza, en particular se rechazaba la necesidad
de los directores y maestros de escuelas privadas de contar con título habilitante, una
disposición que se interpretaría como atentatoria de la libertad de enseñanza.27
Con
todo, también se encuentra en EP una crítica secundaria dirigida a la concepción del
patriotismo reflejada en la política educativa del CNE, por cuanto ésta parecía tomar las
formas de un adoctrinamiento basado en la expresión de sentimientos exaltados antes
que en un proceso educativo que necesariamente reclamaba de tiempo. Pero a los ojos
de la prensa católica en su conjunto, estás críticas hacia algunos aspectos de la
educación patriótica no quitaban mérito a la tarea emprendida por el ex director del
25
LVI, 23/6/1909; LVI, 28/1/1910. Conocemos poco sobre posibles contactos entre Ramos Mejía y el
diario católico si bien parece singular que un Instituto Frenopático dirigido por José María Ramos Mejía
especializado en la “curación de enfermedades nerviosas y mentales” publicara regularmente sus avisos
en LVI. Véase por ejemplo, LVI, 2/3/1909 26
EP, 10/10/1908 27
REABA, 1909, p. 249. Valiéndose de una cláusula de la ley de 1884, el CNE consolidaría el control
sobre las escuelas privadas a través de las listas de maestros que aquellas debían elevar para su
autorización ante el Consejo y a partir de la implementación de exámenes para aquellos maestros sin
títulos habilitantes. Véase J. Scobie, Del centro a los barrios., p. 310.
10
Departamento de Higiene. En efecto, y en medio de la campaña de la Liga Católica de
Enseñanza por promover la inconstitucionalidad del decreto del CNE sobre la
preparación académica de los docentes privados y la libertad de enseñanza, EP se
permitiría insistir sobre la validez de las estrategias pedagógicas patrióticas promovidas
por Ramos Mejía.28
En todo caso, los esfuerzos de la prensa católica se dirigirían
alternativamente a elogiar el alcance positivo de los contenidos y profundidad de la
educación patriótica practicada en las escuelas católicas en comparación con aquel
practicado en escuelas promovidas por comunidades de inmigrantes, en particular las
escuelas “israelitas”.29
En 1908 Ramos Mejía presentaría ante el Ministerio de Justicia e
Instrucción Pública un extenso informe en el que se puntualizarían los resultados
considerados deficitarios de las escuelas privadas sostenidas por comunidades
extranjeras en términos de “argentinización” y se impulsaba el empleo de maestros
argentinos en la tarea de “…infiltrar en el corazón de los escolares…el sentimiento del
deber y del amor a la patria.”30
Miembros de la dirigencia y prensa católica coincidirían
con Ramos Mejía en señalar el carácter disruptivo de las escuelas “extranjeras” en la
formación del carácter nacional, pero avanzarían hacia una concepción unívoca del
patriotismo (aquella que lo asociaba de manera inseparable con la religión católica) en
línea con las conclusiones de las reuniones del Episcopado argentino que postulaban un
entramado entre nacionalidad, “civilización cristiana” y “estabilidad del orden social”.31
En ese sentido, las reuniones entre representantes de comités escolares católicos y
Ramos Mejía, las campañas de la prensa católica y los desfiles de colegios católicos
(“manifestaciones patrióticas”) procurarían instalar la idea de que los establecimientos
educativos católicos constituían “el mejor medio de combatir las ideas exóticas y
anarquistas que tratan de infiltrarse e inficionar nuestro puro y sano ambiente
social…”32
Si como se ha señalado la concepción del patriotismo como religión parecía
permear al movimiento de educación patriótica, podría presumirse que estas referencias
28
EP, 23/12/1908. 29
LVI, 22/3/1910. 30
Consejo Nacional de Educación, La educación común en la República Argentina. Primer Informe
presentado al Ministerio de Justicia e Instrucción Pública por el Presidente del Consejo, Buenos Aires,
1910, p. 145. 31
Véase Tercera Reunión Trienal del Episcopado Argentino, Pastoral Colectiva acerca de la fundación
de la Universidad Católica, 1909 y Con motivo del Centenario, mensaje del Arzobispo de Buenos Aires,
1910, en http://www.cea.org.ar/06-voz/documencea/primeros.htm 32
“Religión y patriotismo. Los colegios católicos y el Estado”, EP, 23/5/1909. En 1913, tres mil alumnos
de colegios salesianos desfilarían ante el Vicepresidente Victorino de la Plaza y ante el Presidente y
miembros del CNE. Véase REABA, 1913, p. 646.
11
al “culto de la Patria” –ya presentes por otra parte en La Restauración Nacionalista de
Ricardo Rojas-33
generarían reticencias entre la prensa católica. Sin embargo, las
exageraciones de la educación patriótica no harían mella en el apoyo brindado por LVI
a la gestión de Ramos Mejía y así el diario cercano a la curia porteña argumentaría que
las resoluciones del CNE sobre la educación patriótica no implicaban una amenaza para
los “intereses religiosos” por cuanto no se trataba de “derrocar afectos sagrados” sino de
incorporar “al corazón y al espíritu del niño…otro afecto igualmente noble y digno: el
amor a la patria…”34
En medio de las celebraciones del Centenario y en el año del
Primer Congreso Pedagógico Católico, es posible interpretar a estos difíciles ejercicios
de equilibrio a los cuales se dedicaba la prensa católica de Buenos Aires como
expresión de las limitaciones y ambigüedades de una más amplia estrategia de la Iglesia
Católica (pero también de parte del Estado) que buscaba una incorporación plena en el
conjunto de los baluartes del orden social, como guardiana eficaz de la nacionalidad
frente a las amenazas del cosmopolitismo y de la falta de cohesión social.35
Las expresiones de la prensa católica en relación a los proyectos de educación
patriótica pueden ser consideradas parte de un clima más amplio que involucraba a otros
actores del mundo católico que favorecían un programa de argentinización y que
procuraban subrayar lo que los ligaba al universo conservador sin renunciar por ello al
diseño de iniciativas dirigidas a expandir la influencia católica sobre la sociedad
argentina. Los políticos católicos que pretendían un lugar en el universo faccioso de
finales del régimen oligárquico afirmaban respetar los principios de cierta corriente de
„liberalismo constitucional‟ que asegurara, sin embargo, las prerrogativas de la Iglesia
Católica argentina.36
Esto no obstaba para que intelectuales y prensa católica asociaran
el proceso de secularización propiciado por el liberalismo con el surgimiento de
crecientes conflictos sociales.37
En este caso, el terreno común compartido con las elites
conservadoras se encontraría no en la denostación de la sociología positivista o en las
críticas a las “teorías darvinianas”38
(SIC), sino en el rechazo a “la necesidad objetiva de
33
El trabajo de Ricardo Rojas era fruto (como también lo sería el de Ernesto Quesada, La enseñanza de la
historia en las Universidades alemanas) de las misiones europeas encargadas por el CNE. Véase Escudé,
El fracaso pp. 48-49. 34
LVI, 20/10/1908 35
Véase Roberto Di Stefano y Loris Zanatta, Historia de la Iglesia Argentina. Desde la Conquista hasta
fines del siglo XX. Buenos Aires, Mondadori, 2000, p. 352. 36
E. Lamarca a R. Sáenz Peña, 9/7/1909, Academia Nacional de la Historia Fondo Roque Sáenz Peña
(en adelante ANH FRSP), legajo 21. 37
Eduardo Zimmermann, Los liberales reformistas: La cuestión social en la Argentina, 1890-1916.
Buenos Aires, Sudamericana, 1995, p. 52 38
“La bancarrota del darwinismo”, LVI, 16/2/1910
12
la lucha de clases” y a los “elementos anárquicos” que amenazaban “destruir los
cimientos de la nacionalidad”.39
En este sentido, la prensa católica no solo vería
favorablemente aquellas políticas educativas que combatieran al “extranjerismo” y
fortalecieran al “espíritu nacional” sino que también coincidiría con aquellos sectores de
la clase política que promovían leyes de represión del anarquismo y de las sociedades
obreras de resistencia. Pese a la cobertura que el periodismo católico efectuaba de los
progresos de los Círculos de Obreros y de la aparición de otras asociaciones católicas
tendientes a la organización de gremios y corporaciones profesionales (expresiones de
formas del catolicismo social como la Liga Democrática Cristiana y la Liga Social
Argentina), las hojas católicas en el momento del Centenario expresarían sus dudas ante
la presencia de razones estructurales que justificaran la existencia de una cuestión social
en la Argentina y profundizarían el acercamiento a los sectores más conservadores de
las elites dirigentes.40
Los festejos del Centenario coincidirían con una creciente
movilización obrera, aumento en el número de huelgas e intensificación en la
organización de los sindicatos. En 1909 socialistas y anarquistas habían convocado -por
primera vez de manera conjunta- a una huelga general en repudio a la muerte de
trabajadores anarquistas a manos de la policía en mayo de ese año.41
Los Círculos de
Obreros católicos se opondrían a la convocatoria y, de manera similar a la prensa
católica, aprobarían la represión policial posterior como “reacción lógica de legítima
defensa ante un desacato violento, sedicioso y subversivo”.42
En mayo de 1910, los
anarquistas (esta vez sin el apoyo del socialismo) decidirían llamar a una huelga general
contra la ley de Residencia, en coincidencia con el Centenario.43
El gobierno de Jóse
Figueroa Alcorta rechazaría las demandas anarquistas y, argumentando que la huelga
general conspiraba contra el éxito de las celebraciones, declararía el estado de sitio. Las
masivas demostraciones anarquistas y su coincidencia con las fiestas previstas
provocarían temor en sectores de las clases propietarias, una irrupción de
manifestaciones nacionalistas y violentos enfrentamientos entre estudiantes y
huelguistas. Policías y miembros de instituciones de clases altas lanzarían ataques
contra el periódico socialista La Vanguardia y el anarquista La Protesta. La vorágine
39
LVI, 9/1/1909; LVI, 13/4/1910. 40
“Contra el Centenario”, EP, 1/4/1910 41
Véase Jeremy Adelman, “The Political Economy of Labour in Argentina”, 1870-1930”, en Jeremy
Adelman (ed.), Essays in Argentine Labour History, 1870-1930. Londres, Macmillan, 1992, pp. 19 42
LVI, 8/5/1909 43
Ricardo Falcón, “Immigrants, Anarchists and General Strikes (1900-1910) en Ronaldo Munck (et al.),
Argentina: From Anarchism to Peronism.Workers, Union and Politics, 1855-1985.London, Zed Books,
1987, p. 51.
13
nacionalista también se expresaría en ataques antisemitas en el barrio del Once. 44
Significativamente, el diario católico LVI expresaría su coincidencia plena con la acción
de los grupos parapoliciales formados para colaborar con el Jefe de policía, Luis
Dellepiane, en la tarea de contrarrestar los efectos de la llamada “huelga del
centenario”: “Las batidas que se han llevado a los fondos sociales para limpiarlos un
poco de la escoria moral,…podría ser el principio del fin que se anhela, que el
patriotismo reclama…”45
Estos comentarios se encontraban en sintonía con los
lineamientos editoriales predominantes entre la prensa católica porteña de comienzos
del siglo XX que definía al “sentimiento argentino” como “fuerza conservadora de la
entidad nacional” e identificaba discursivamente a una serie de enemigos (anarquismo,
socialismo, el “peligro judío”) que, sin reconocer patria alguna, se manifestaban
ansiosos por “…trasplantar a nuestro medio procedimientos y sistemas exóticos…”46
Por otra parte, los diarios católicos del periodo enfrentados al “cosmopolitismo
sectario” interpretarían a la sociedad argentina como a una sociedad mayoritariamente
católica y afirmarían de manera inequívoca la validez de la asociación entre fe religiosa
y patriotismo, junto con la necesidad de avanzar en una reforma del sistema político que
limitara el control de los políticos “liberales” sobre la administración pública y los
recursos del Estado.47
Una de las expresiones mas claras de esta asociación entre
religión y patriotismo serian los relatos de la prensa y publicistas católicos que buscaban
establecer correlaciones entre la participación del clero en la revolución de mayo de
1810 y los aludidos orígenes de la nacionalidad argentina.
Se ha señalado que es a partir de 1910 cuando se comienza a reparar
sistemáticamente en el ámbito católico en la contribución de la Iglesia en el movimiento
revolucionario de mayo.48
Esbozos de estos cambios en el discurso católico pueden
advertirse con anterioridad en la prensa y publicística católica de los años previos al
Centenario. Los intentos por instalar una reconstrucción del pasado que ofreciera una
asociación privilegiada entre identidad nacional y religión católica, no eran ciertamente
44
McGee Deutsch, Counterrevolution in Argentina, pp. 35-37. Se pudieron constatar saqueos y ataques
en contra de rusos judíos y asociaciones socialistas judías. El Club israelita dirigió una carta a Figueroa
Alcorta instándolo a que impidiera que expresiones de aversión antisemita “notada últimamente en el
ánimo popular” se extendieran entre la sociedad, 20 de mayo de 1910, en Archivo General de la Nación,
Fondo José Figueroa Alcorta Legajo 29. 45
LVI, 15/5/1910 46
EP, 21/11/1908. Véase también “¿Por quien votan los judíos?, LVI, 3/10/1908. 47
Martín Castro, “Los católicos en el juego político conservador” 48
Roberto Di Stefano, “De la teología a la historia: un siglo de lecturas retrospectivas del catolicismo
argentino”, Prohistoria, 2002.
14
novedosos pero, como lo demuestra la reimpresión de un breve relato de Isaac Pearson
(aparecida en 1896 y reimpreso en 1908 por la imprenta del diario EP), la coyuntura
celebratoria precedente al Centenario presentaba un escenario ideal para una querella de
la nacionalidad, en la cual prensa y escritores católicos podían proponer los bases
fundamentales presentes en los orígenes de la nacionalidad: concretamente estos se
reducirían a los lazos estrechos entre la fe que había hecho “…del salvaje un hombre y
del hombre un ser digno…” y “la espada [de los ejércitos revolucionarios] que convirtió
el ensueño en hecho, levantando una nueva bandera sobre los horizontes amplios de la
libertad.”49
Por otra parte, la prensa católica de la ciudad de Buenos Aires (tanto LVI
como EP) subrayarían el rol del clero en los acontecimientos de mayo parafraseando a
Bartolomé Mitre (“la revolución de mayo fue obra de los abogados y de los frailes”) y
denostando las prácticas innobles de los “caballeros reformadores de relumbrón” que
perseguían el objetivo de introducir “ideas y planes extraños a la propia tradición…”50
En un periodo marcado por la renaciente actividad política de los notables católicos con
la formación de la Unión Patriótica en 1907 y la incorporación de aquellos en la
coalición saenzpeñista Unión Nacional, la participación de representantes del clero en el
periodo de la emancipación podía incluso constituir un argumento en favor de la
existencia de “partidos políticos…con bandera religiosa”51
Ciertamente, esta nueva
interpretación historiográfica de tono católico se comprendía en el contexto del rechazo
de los actores católicos hacia el lugar marginal que el liberalismo decimonónico había
establecido para la Iglesia Católica.52
Estas transformaciones en el discurso católico
recibirían confirmación a comienzos de 1909 en la formalización del proyecto (nunca
concretado) de levantar un monumento al “clero patricio” y en los discursos del
Episcopado hechos públicos con ocasión del Centenario y que buscaban instalar la idea
de una directa correspondencia entre “la acción benéfica de nuestro primitivo Clero
Nacional” y su “…su influencia decisiva en la marcha triunfal de los acontecimientos
que iban perfilando nuestra Nacionalidad”53
En este sentido, la obra del capellán militar
Agustin Piaggio (Influencia del clero en la Independencia Argentina (1810-1820), se
inserta dentro de una serie de iniciativas que buscaban reforzar aquella correspondencia
49
Isaac Pearson, Patria. Buenos Aires, Imprenta de El Pueblo, 1908 (1era. Edición 1896), p. 447. Este
texto formaba parte de la llamada Biblioteca selecta del Hogar ofrecida en las páginas del periódico EP. 50
LVI, 19/3/1908. 51
EP, 14/11/1908. 52
Di Stefano, “De la teología a la historia 53
LVI, 30/3/1909. LVI había sugerido el proyecto en una editorial de marzo de 1908. LVI, 19/3/1908.
Vease el discurso del Arzobispo de Buenos Aires, http://www.cea.org.ar/06-
voz/documencea/primeros.htm
15
entre fe religiosa y patriotismo: la misa de conscriptos y oración patriótica propuesta en
1909; las negociaciones para que la Comisión oficial del Centenario incluyera al
“monumento al Clero” entre la serie de monumentos a ser levantados previos a los
festejos; los esfuerzos para que la Virgen de Lujan fuera reconocida como “madre del
nacionalismo argentino”.54
Si el Centenario constituyó una coyuntura ideal para dirimir una “querella por la
nacionalidad”, la Iglesia Católica procuraría recurrir a un conjunto de instrumentos que
contribuyeran a situar en un lugar prominente al aporte de la idea religiosa a la
estabilidad del orden social y a la identidad nacional. Los acercamientos entre la Iglesia
Católica y las elites conservadoras (de las cuales sólo una reducida sección se identifica
plenamente con el catolicismo) mostrarán toda su evidencia en el apoyo de las
organizaciones católicas a los festejos del Centenario y en las convocatorias de las
asociaciones de trabajadores católicos a ocupar la calle frente a la amenaza de la huelga
general lanzada por la corriente anarquista. La oración patriótica de Monseñor Miguel
De Andrea de junio de 1910 esbozará los lineamientos básicos de este “…dialogo con
las elites de la Republica que ha sido secularizadora...”55
y contendrá los elementos de
un proyecto de alianza que, propuesto desde el ámbito católico, intentará hacerse
efectiva con la formación del Partido Constitucional en 1913.56
A los ojos de al menos
una parte de la prensa y dirigencia católica la presencia en la peregrinación al Santuario
de Lujan en mayo de 1910 de “representaciones de todas las fuerzas vivas, que integran
la nacionalidad argentina, desde el superior gobierno hasta el obrero cristiano”57
expresaba la creciente receptividad que su prédica encontraba entre las elites de la
república, era ejemplo de la asociación estrecha entre religión y patriotismo, y advertía
sobre las posibilidades crecientes de disputar la calle a anarquistas y socialistas.
Creciente receptividad no equivalía, sin embargo, a éxito definitivo y si, como el
sacerdote Gustavo J. Franceschi señalaba, la ubicación de la Iglesia Católica entre las
defensoras del orden social había significado la aprobación de parte de la sociedad
54
LVI, 11/3/1909; LVI, 11/5/1909; 14/5/1910. La obra de Piaggio había sido premiada por la Academia
Literaria del Plata en 1910 y seria publicada en 1912 en Barcelona. 55
Tulio Halperin Donghi, Vida y muerte de la República verdadera (1910-1930). Buenos Aires, Ariel,
2000, p. 125. Sobre la participación de la Iglesia Católica en los festejos del Centenario, véase María
Elida Blasco, “La tradición colonial hispano-católica en Luján. El ciclo festivo del Centenario de la
Revolución de Mayo”, Anuario del IEHS 17 (2002). 56
Sobre el Partido Constitucional véase Martín O. Castro, “Partidos „católicos‟, educación patriótica y
cuestión nacional en la Argentina, 1908-1914”, XV Congreso Internacional de AHILA, Leiden, agosto de
2008 57
EP, 16-17/5/1910
16
porteña, el periodismo liberal y los “políticos profesionales” podían rápidamente
desandar algunos de los pasos dados en dirección a aquella alianza tentativa.58
Si estas
prácticas y estrategias de acercamiento de los católicos sugieren la identificación de
áreas de convergencia con sectores de la elite política y social de finales del orden
conservador, las contradicciones y ambigüedades que se evidenciarían en el discurso
católico en referencia a la política educativa de Ramos Mejía (la aceptación de la
pedagogía patriótica y el sentimiento nacionalista; los temores frente a un avance
secularizador) hablan también de la complejidad y limitaciones de aquellas relaciones
que mostrarían todo su alcance en el fracaso del proyecto más ambicioso de la
dirigencia católica en el área educativa (la formación de una Universidad Católica),
imposibilitada ésta de expedir títulos reconocidos a partir de la resolución desfavorable
del Consejo Directivo de la Facultad de Derecho. 59
Ligas electorales, controversias escolares y laicismo.
Los proyectos de creación de partidos políticos “católicos” (concretados o no)
entre 1880 y 1912 habían tropezado con serias dificultades en erigirse en polos
unificadores de los católicos dispersos en el universo faccioso del orden conservador,
encontrando mayores posibilidades de éxito en aquellas coyunturas en las cuales -por
sus características intrínsecas de crisis o de mayor fluidez política- se percibían
condiciones favorables al establecimiento de alianzas a partir de la exacerbación de las
divisiones internas del Partido Autonomista Nacional (en adelante PAN). La oposición
al predominio político de Julio A. Roca ubicaría a los notables católicos entre aquellas
facciones opositoras al régimen y los acercaría, a veces circunstancialmente, a sectores
liberales de la elite política (por caso, el mitrismo) en el contexto de coaliciones laxas
como los Partidos Unidos en 1885 o incluso la Unión Cívica en 1890. Esta política de
alianzas generaría tensiones y fracturas entre los notables católicos y preanunciaría
problemáticas de más largo alcance (fundamentalmente el constante debate interno
58
Vease Gustavo J. Franceschi, “Impresiones sobre la Semana de Mayo”, REABA, 1910, p. 493 y ss. 59
Sobre el proyecto de fundar una universidad católica y la articulación entre el mundo católico y el más
amplio de las elites políticas de comienzos del siglo XX véase Fernando J. Devoto, “Atilio Dell‟Oro
Maini. Los avatares de una generación de intelectuales católicos del centenario a la década de 1930,
Prismas, N 9, 2005, p. 188
17
sobre la validez de los acercamientos con sectores antirroquistas del PAN) que
resurgirían con particularidades propias en la coyuntura del Centenario. 60
A finales de la primera década del siglo XX las estrategias y prácticas de los
católicos en relación al aparato burocrático del estado se verían en buena medida
favorecidas (y condicionadas) por la fluidez del escenario político (consecuencia del
debilitamiento progresivo del roquismo) y por la proximidad manifestada entre un
grupo de notables católicos y el saenzpeñismo entre 1909 y 1912. En efecto, los
principales dirigentes de la Unión Patriótica y otros notables católicos con trayectoria en
organizaciones e iniciativas laicales (Emilio Lamarca e Indalecio Gómez entre otros) se
involucrarían activamente en la constitución de la coalición saenzpeñista Unión
Nacional en 1909, beneficiados del proceso de desintegración del predominio político
del roquismo y del ascenso de aquellas facciones anteriormente marginadas por la
maquinaria política roquista. En un proceso que tendría correlatos a nivel provincial, los
notables católicos convergerían con otras facciones en su apoyo al programa de Sáenz
Peña que perseguía acabar con el control de los mecanismos de gobierno de parte de los
“profesionales de la política” y reinstalar a los “apellidos de tradición respetable” en
posiciones relevantes del proceso de toma de decisión política. En definitiva, un
proyecto que perseguía la conformación de una nueva elite política, o en un sentido más
limitado, la redefinición de los límites de la vieja elite política a través de la inclusión de
aquellos que habían sido desplazados durante la era roquista. En este sentido, la
participación de los notables católicos se da como parte del proyecto más amplio de
Sáenz Peña que busca incentivar la participación política de las clases altas
tradicionalmente reticentes a involucrarse en la política electoral.61
Notables y prensa
católica porteña coincidían con el diplomático argentino y candidato presidencial en sus
críticas a las máquinas políticas y a las estructuras clientelares, y señalaban el desigual
desarrollo de las instituciones políticas en comparación con el alcanzado por la sociedad
civil, actitud por otra parte común a diversas corrientes reformistas en el cambio de
siglo. Con todo, en el caso de la prensa católica tal discurso crítico se dirigiría a señalar
los pecados de origen de unas “minorías audaces” que se hacían del control del estado
60
Castro, “Los católicos en el juego político conservador” . Sobre la participación de los católicos en las
coaliciones de la década de 1880 y en la Unión Cívica véase Paula Alonso, Entre la revolución y las
urnas. Los orígenes de la Unión Cívica Radical y la política argentina en los años 90. Buenos Aires,
Sudamericana, 2000 61
Martín O. Castro, “Liberados de su „bastilla‟: saenzpeñismo, reformismo electoral y fragmentación de
la elite política en torno al Centenario”, Entrepasados, Nro. 31, junio de 2007; Martín O. Castro,
Factional Struggle, Political Elites and Electoral Reform in Argentina, 1898-1912, Tesis doctoral,
Universidad de Oxford, 2004.
18
con el objeto de imponer medidas legislativas secularizadoras y liberales sobre una
sociedad, se argumentaba, fundamentalmente católica.62
Si desde un comienzo el ingreso de los católicos en la Unión Nacional no dejaría
de suscitar reacciones en el seno de la laxa coalición de parte de aquellos preocupados
por salvaguardar la tradición secular y liberal de las elites políticas argentinas frente a
los avances del partido „clerical‟, la distribución de cargos políticos entre aquellos que
demostraban lazos estrechos con la Iglesia Católica provocaría controversias no sólo en
el interior del gobierno de Sáenz Peña, sino también entre representantes de la prensa
„liberal‟ y entre los asistentes a los debates parlamentarios. Dos incidentes dejarían ver
con claridad estas reacciones frente a lo que algunos consideraban como un avance de la
“influencia de la sotana”: por una parte movimientos locales en la provincia de Buenos
Aires que impugnaban a figuras eclesiásticas también locales; por la otra, las
interpelaciones a los ministros católicos del gabinete de Sáenz Peña, en particular al
Ministro de Instrucción Publica, Juan M. Garro. En efecto, en enero de 1911, la prensa
porteña (católica y “liberal”) informaba sobre la constitución de un movimiento local en
San Isidro que, con el apoyo de diversos clubes “librepensadores” de la capital federal,
se movilizaba para protestar contra la decisión de la justicia de absolver al cura párroco
acusado de aplicar castigos físicos a un niño que participaba de las actividades de la
parroquia. Entre movilizaciones callejeras anticlericales y el apoyo de las familias
tradicionales de la zona a la figura del párroco cuestionado,63
el movimiento se diluía de
manera similar a otros menos organizados que expresaban, a los ojos de El Pueblo,
expresiones de la “turba” , “…expansiones o desahogos del liberalismo…”64
El diario
La Mañana, por el contrario, si bien señalaba el resurgimiento de la propaganda
anticlerical (expresado en algunos incidentes de carácter local y en la aparición de
publicaciones anticlericales como el semanario La Sotana), sin dramatismos negaba la
existencia de una “cuestión religiosa” que se explicara a partir de una nueva campaña
“divorcista” o de proyectos por establecer una separación de la Iglesia del estado, e
interpretaba a las reacciones anticlericales como una respuesta a la presencia de dos
conocidos católicos en posiciones de responsabilidad política: “No hay en la república
una cuestión religiosa, ni podrían hacerla ni un vicario infiel o un liberalismo exótico y
62
EP, 15/2/1908. 63
Véase La Mañana (en adelante LM), 3/2/1911 y EP, 3-4/2/1911. 64
EP, 3-4/2/1911; EP, 10/2/1911.
19
violento...”65
De manera similar, y junto con los debates en torno al otorgamiento de
subsidios para instituciones católicas, las interpelaciones parlamentarias al Ministro de
Instrucción Pública de junio de 1911 se darían en un escenario que, si bien reflejaba los
enfrentamientos entre el gobierno central y el Congreso en torno al proyecto del
ejecutivo de reforma electoral, no dejaban de hacer público un debate sobre la identidad
católica de un ministro a cargo de un área sensible (para las relaciones entre Iglesia y
Estado) como la educación.66
En efecto, EP no dudaba en argumentar que una de las
cuestiones centrales del debate la constituía la “atmósfera de hostilidad al catolicismo”
que impugnaba “el derecho de los gobernantes argentinos a llamarse y a ser católicos”67
Significativamente, la posición de los notables católicos en el gobierno nacional sería
prontamente resguardada por el diario Sarmiento (hoja periódica que durante la
campaña presidencial de 1910 se había constituido en vocero del saenzpeñismo) que
argumentaría a favor de la inclusión de los católicos en el gobierno nacional (aun en
aquellas oficinas consideradas de riesgo por un eventual resurgimiento de una cuestión
religiosa), en clara discordancia con aquellos legisladores y prensa liberal que veían en
los católicos militantes a un elemento del cual era difícil demandar lealtad en la
ejecución de ciertas políticas públicas.68
Que el diario saenzpeñista pudiera presentar
esta defensa de la participación de políticos identificados con el „partido católico‟ en el
gobierno nacional procurando evitar un debate más amplio en torno a la influencia del
clericalismo y reafirmando la solidez de las reformas laicas de la década de 1880
sugiere, por una parte, las escasas dudas que existían entre la prensa porteña sobre la
reducida importancia de los debates en torno a las dimensiones de una “cuestión
religiosa” en comparación con las discusiones institucionales de los años ochenta; por la
otra, la predominancia de la intensidad del conflicto faccioso por sobre otro de
características más ideológicas.
Es significativo que las iniciativas de organización política de los católicos entre
1907 y 1912 evitaran cuidadosamente diseñar un escenario de confrontación con la elite
política conservadora, dejando a otros actores como la Liga Católica de Enseñanza, la
prensa católica o los católicos participantes de la estructura burocrática del estado la
65
LM, 4/2/1911. La publicación del semanario anticlerical “La Sotana” seria prohibida por orden policial.
El dirigente socialista Mario Bravo llevaría el asunto ante los tribunales. Véase LM, 25/1/1911. 66
La Gaceta de Buenos Aires, 3/6/1911 67
EP, 4/6/1911 68
Sarmiento, 30/10/1910. Similar debate (que reflejaba la conflictividad de la relación entre Iglesia y
Estado) tendría lugar en Francia durante la Tercera republica, aunque con un grado diverso de
efervescencia política. Véase Maurice Larkin, Religion, politics and preferment in France since 1890. La
Belle Epoque and its legacy. Cambridge, Cambridge University Press, 1995, pp. 88-89
20
consecución de una cierta agenda católica. Es posible que, siguiendo la distinción que
en 1908 Gustavo Franceschi estableciera entre el catolicismo organizado uruguayo y el
argentino, la inexistencia de un “anticlericalismo chillón y brutal” a la manera oriental y
la convivencia, en cambio, con un anticlericalismo “de zapa, silencioso, metódico”, se
expresara en una menor urgencia de los católicos argentinos por dar forma a partidos
políticos que se propusieran de manera explicita una defensa del “orden social
cristiano”.69
Sin embargo, se advierte cómo si bien los conflictos fundamentales entre
Iglesia y estado parecían relegados a una crónica del establecimiento de las bases
fundamentales del estado argentino en el siglo XIX, por otra parte los efectos de la
secularización de la sociedad (civil y política) así como los límites entre el estado y la
sociedad (lo privado y lo público) podían resurgir con cierta frecuencia sin considerarse
completamente saldados, como se ejemplifica en el tratamiento que El Pueblo depararía
al conflicto entre Joaquín M. Cullen y José María Ramos Mejía en el CNE.70
Esto no
obsta para que la participación de los políticos católicos en el juego conservador de
comienzos del siglo XX siguiera otras líneas. En efecto, las características de la liga
electoral católica de 1912, sus objetivos y prácticas durante el período pre-electoral
sugieren la existencia de una diferenciación entre las iniciativas de articulación en el
escenario político y aquellas campañas de actores católicos (individuales o colectivas)
que involucraban problemáticas centrales en la agenda católica y que potencialmente
implicaban el surgimiento de tensiones con el estado.
La “campaña” iniciada por Joaquín M. Cullen contra desarreglos administrativos
constatados en la gestión de José María Ramos Mejía al frente del CNE se da en el
medio de la campaña electoral que se desarrolla entre marzo y abril de 1912 y que
concluirá con las primeras elecciones de diputados nacionales y senadores realizadas
bajo la ley electoral recientemente sancionada. Las iniciativas de los políticos y
organizaciones católicas recuperan algunos de los objetivos y estrategias ya expresadas
por la Unión Patriótica en 1908, si bien la liga electoral de 1912 se manifestará como
abiertamente católica a diferencia del experimento apadrinado por la Asociación
Católica en 1906. Es, por otra parte, un experimento político „conservador‟. El
manifiesto de la liga subraya su calidad de partido del orden y los mismo Círculos de
69
Véase Gustavo Franceschi, “Notas sobre el catolicismo argentino en 1908”, REABA, V, 1909. 70
Sobre el concepto restringido y amplio de “cuestión religiosa” véase René Rémond, Religion and
Society in Modern Europe. Oxford, Blackwell, 1999, pp. 53-54. Véase también Hugh McLeod,
Secularization in Western Europe, 1848-1914. Londres, MacMillan Press, 2000; Peter Van Der Veer y
Hartmut Lehmann, Nation and Religion. Perspectives on Europe and Asia. Princeton, Princeton
University Press, 1999
21
obreros y demócrata cristianos, aún cuando participan de la campaña electoral, no
introducen elementos que puedan ser interpretados como favorables a la constitución de
una agrupación política que responda a las características de un partido social cristiano.
El modelo de constitución de ligas electorales brindaba por otra parte varias ventajas a
sus promotores: en principio evitaba el trabajoso proceso de superación de tensiones y
diferencias existentes entre las distintas fracciones del movimiento católico por cuanto
las ligas adquirían siempre formas pasajeras y no se proponían una pervivencia en el
tiempo; por otra parte, sortea (postergando la decisión indefinidamente) la necesidad de
exigir una lealtad política a notables católicos que ya contaban con relativamente
extensas carreras políticas en facciones políticas; finalmente, evita una confrontación
electoral con un gobierno nacional que contaba con varios católicos activos en política
entre sus miembros. Por otra parte, las formas que asumen la participación de los
católicos en el entramado político conservador (la fluidez de los alineamientos y las
ambigüedades programáticas) suscitaban entre algunas organizaciones como la
Asociación Católica cuestionamientos frecuentes sobre sus características intrínsecas
que tendían a exacerbarse durante los períodos previo y posterior a los comicios. La
Asociación Católica, surgida en 1884 a partir del Club Católico, había experimentado su
momento de mayor exposición cuando en 1884 reuniera más de cien mil firmas en
contra de la Ley 1420.71
Si bien en 1905, la asociación presidida por Alejandro Calvo
había estado al borde de la disolución72
, dos años más tarde (y a partir de la acción de su
presidente Joaquín M. Cullen) se encontraría entre los principales promotores de la
formación de un partido „católico‟. Los riesgos de disolución de la Asociación se harían
presentes nuevamente en 1915 cuando su entonces presidente Isaac R. Pearson señalara
las dificultades de la institución para incorporar nuevos socios, superar la
incomprensión de quienes participaban de otras organizaciones católicas y descubrir “un
papel que llenar” que parecía adivinarse en su redefinición como soporte financiero del
diario El Pueblo.73
En 1912, sin embargo, y de manera similar a 1907, la Asociación
Católica (su mesa directiva) respondiendo a un llamado de EP se encontraría entre
aquellas asociaciones habilitadas para seleccionar en una asamblea reunida al efecto una
lista de candidatos (elaborada a partir de los candidatos ya seleccionados por otras
71
Di Stefano y Zanatta, Historia de la Iglesia Argentina, p. 352 72
EP, 12/5/1905. Para La Nación, la debilidad de la Asociación Católica en 1905 se encontraba
estrechamente ligada a la dispersión del partido católico “en las diversas fracciones políticas”. Véase LN,
14/4/1905 73
Asociación Católica. Su pasado, presente y porvenir. Informe de su presidente Sr. Isaac R. Pearson en
la Asamblea General Ordinaria del 11 de mayo de 1915. Buenos Aires, Alfa y Omega, 1915.
22
facciones políticas) como forma de evitar que los católicos presentes en el padrón
electoral cumplieran con la obligatoriedad del voto “de un modo estéril para nuestros
ideales…”74
El diario El Pueblo, que había acompañado el proceso de reforma electoral
propuesto por el gobierno nacional y que simpatizaba con el establecimiento del voto
obligatorio entendido como forma de garantizar la presencia del voto conservador de las
clases propietarias ante la manipulación de las clientelas electorales, consideraba que el
camino de los atrios se encontraba despejado pero constataba al mismo tiempo la casi
inexistente actividad política de los católicos.75
Con solo vestigios de la Unión
Patriótica activos en las parroquias, EP promovería la formación de una liga electoral
que fuera capaz de movilizar los votos de los católicos en el distrito federal, poniendo
particular atención en la relación que pudiera establecerse con las “clases pudientes y
distinguidas” identificadas como aquellas que podrían contribuir al incremento del voto
de los católicos. Para el periódico La Tradición, sucesor de La Voz de la Iglesia en el
campo de la prensa católica, la iniciativa de EP de dar forma a una lista de candidatos
patrocinada por una liga católica debía conducir a la elección de “hombres que sean
capaces de mantener los principios saludables de la religión en las leyes fundamentales
de la república”.76
Con todo, es significativo que ante el temor de que los “votos
uniformados” de los partidos políticos pudieran poner en peligro el principio de la
“conservación social”, el principal exponente de la prensa católica porteña dejara de
lado un programa explícitamente católico y priorizara la articulación de respuestas
rápidas a temores profundos y más inmediatos: en definitiva se trataba de que los
católicos como elementos no uniformados aseguraran que el gobierno del país “…fuera
ejercido en forma mesurada, discreta, patriótica, e inspirada en un alto sentido
tradicionalista…con proscripción de toda tendencia jacobina y netamente
revolucionaria.”77
No sorprende, entonces, que los católicos reunidos en el local de la Asociación
Católica con el objeto de armar una lista de candidatos privilegiaran en el manifiesto de
la Unión Electoral la elección de representantes de “todos los partidos del orden” que
pudieran llevar a cabo una obra “buena y patriótica” por sobre las definiciones de un
74
Véase EP, 9/3/1912. 75
“Ante el comicio libre”, EP, 15/2/1912. 76
“Los católicos y la política”, artículo de La Tradición reproducido en EP, 16/3/1912. 77
“La unión en el voto” en EP, 27/3/1912
23
programa estrictamente católico.78
Con la constitución de una “lista de apoyo” los
católicos porteños demostraban la aceptación del patrón de comportamiento adoptado
por los partidos tradicionales que buscaban a partir del apoyo de aquellas listas
incrementar sus contingentes electorales y adaptarse a la nueva ley electoral.79
En la
ciudad de Buenos Aires las primeras elecciones llevadas a cabo bajo la nueva
legislación electoral proporcionarían un primer adelanto de la dimensión de las
transformaciones que la ley Sáenz Peña significaría para las máquinas políticas
„conservadoras‟ en el distrito. Solo dos candidatos provenientes de los partidos
tradicionales (Estanislao Zeballos de la Unión Nacional y Luis M. Drago de la Unión
Cívica) sobrevivirían a la catástrofe electoral. Sería el mismo Zeballos quien, conciente
de la excepcionalidad de su situación en un escenario electoral en el cual antiguos
roquistas como Quirno Costa y Mariano de Vedia habían encontrado dificultades
evidentes para movilizar votantes en apoyo a sus candidaturas frente al Partido Radical
y al socialismo, describiría con abrumadora claridad: “Estoy en la condición de un
náufrago que se salva cuando se hunde la nave con todos los otros tripulantes.”80
La
prensa católica, con todo, preferiría responsabilizar a los electores independientes de la
elección de los candidatos socialistas y señalar, en cambio, la participación de los
votantes católicos (que argumentaba decisiva) convocados por la Unión Electoral en
apoyo de cuatro de los diputados nacionales (3 por la UCR y 1 por la Unión Nacional)
que figuraban en la lista de la UEC y que resultarían finalmente electos.81
Ciertamente,
aún cuando el Arzobispo de Buenos Aires había exhortado al clero de la arquidiócesis a
cumplir con el deber del voto obligatorio82
, los experimentos de democratización
política y el éxito electoral del Partido Socialista serían seguidos con aprehensión por
algunos prelados que en ocasiones soportarían los ejercicios discursivos irónicos (no
siempre pesimistas) de intelectuales y políticos conservadores: “Ya ve que no hay
peligro que los socialistas quemen a nuestros buenos obispos. Sin embargo, hay obispos
que merecerían ser quemados, porque no todos son de la misma leña.”83
Si en la arena política los notables de la Asociación Católica y al menos parte de
la prensa católica preferían priorizar aquello que los acercaba al universo de las
78
EP, 3/4/1912. 79
Botana, El orden conservador. p. 302. 80
E. Zeballos a H. Von Dem Eussche (¿), 20/4/1912, en Archivo Estanislao Zeballos (en adelante AEZ)
Legajo 182. Véase LP, 30/4/1912. 81
EP, 20/4/1912 82
“La nueva ley electoral y el clero”, EP, 8/3/1912 83
Estanilao Zeballos a Fray Zenón Bustos (Obispo de Córdoba), 22/6/1912, en AEZ Legajo 180.
24
facciones políticas conservadoras, en otras áreas como la educación la interpretación del
concepto de “neutralidad” en la enseñanza generaba renovadas tensiones. En efecto,
como quedaría demostrado claramente en las editoriales de EP de junio de 1911 que
especulaban sobre las intencionalidades existentes detrás de las interpelaciones al
ministro Garro, la aplicación de la ley de enseñanza y su articulación con las leyes
fundamentales del estado constituían todavía un motivo de controversia. Si aquellas
estrategias diseñadas desde el CNE con el objetivo de responder a la cuestión nacional
habían podido recibir una respuesta favorable (si bien con matices) de parte de la prensa
católica, el carácter „neutral‟ de la educación provista en las escuelas estatales
permanecía como un motivo de posibles conflictos. Esto se advierte, por ejemplo, en las
reacciones frente a la encuesta de 1911 organizada por Rodolfo Rivarola desde la
Revista Argentina de Ciencias Políticas, la cual procuraba indagar sobre las
preferencias de la opinión pública en relación a las grandes temáticas institucionales y
su probable incidencia para el sistema de partidos políticos. Entre las temáticas
planteadas en las cédulas “para la clasificación de las ideas políticas” figuraba un
apartado (dedicado a explorar las preferencias del público sobre la manera en que
debían definirse las relaciones del estado con la iglesia) en el cual se definía como
“católico” a aquel “que presta apoyo a la fuerza material o moral del estado a favor de la
educación católica”. Esta definición de lo católico en relación al estado, recibiría una
inmediata respuesta de parte de EP para quien un enfoque más abarcativo de la “acción
del catolicismo dentro del estado” se hacia necesario.84
Cuando en agosto de 1911 la
prensa „liberal‟ de Buenos Aires (principalmente La Nación y La Prensa) señalara las
limitaciones que la gestión del ministro Garro entrañaba para el concepto de la
neutralidad de la enseñanza, la prensa católica reivindicaría una vez más la validez de la
intervención del personal docente en la promoción de la educación religiosa en las
escuelas estatales, “consecuencia natural de la catolicidad de la sociedad argentina”.85
Este diseño de las líneas fundamentales de la acción católica en relación con el estado
en materia educativa (sumado a sus posiciones anticlericales reconocidas) llevaría a los
diputados Guasch Leguisamón y Luis Agote a promover la interpelación del Ministro
de Instrucción Pública y a proponer el traspaso de las escuelas de la Ley Láinez a los
84
EP, 4/6/1911 y 29/10/1911 Véase Rodolfo Rivarola, “Clasificación de las ideas políticas. Resultados
del análisis de 1.512 cédulas”, en Revista Argentina de Ciencias Políticas, 1911, t. III. Véase Paula
Alonso, “Reflexiones y testimonios en torno a la reforma electoral, 1910-1916”, en Darío Roldán
(comp.), Crear la democracia. La Revista Argentina de Ciencias Políticas y el debate en torno de la
República Verdadera. Buenos Aires, FCE, 2006. 85
EP, 28-29/8/1911
25
consejos provinciales de educación, propuesta recibida con escepticismo por parte de la
prensa porteña temerosa del tradicionalismo de los elencos burocráticos provinciales.86
Sin embargo, el conflicto más importante que involucraría a políticos católicos e
instituciones estatales en torno a la gestión del sistema educativo a finales del gobierno
de Sáenz Peña tomaría la forma de un enfrentamiento interno en el seno del CNE entre
su presidente José María Ramos Mejía y uno de los miembros del Consejo, Joaquín M.
Cullen, y volvería a colocar en el centro del debate a las prácticas y confiabilidad de los
católicos en las áreas consideradas más delicadas de la administración pública.
Para finales de 1911, Sáenz Peña había decidido la incorporación de Joaquín M.
Cullen (presidente de la Asociación Católica y miembro del consejo superior de la
Universidad Católica) al CNE en calidad de consejero. La designación de católicos en el
área de educación no constituía una novedad para el gobierno de Sáenz Peña. En efecto,
ya desde el comienzo del mandato de Sáenz Peña, el gobierno nacional había designado
a un católico como ministro de Instrucción Pública (Juan M. Garro) y había promovido
la candidatura de Mario Gorostarzu como Inspector general de Enseñanza, candidatura
que encontraría una fuerte oposición de parte de la prensa liberal.87
Por otra parte, si se
analiza la lista de los nombramientos efectuados por el CNE en diciembre de 1910 se
descubre la presencia de varios prominentes católicos (entre ellos Apolinario C.
Casabal, Manuel M. de Iriondo y Pedro Olaechea y Alcorta) en los consejos escolares
de distrito.88
Es evidente, entonces, que la posición de los católicos en el gobierno de
Sáenz Peña se encontraba considerablemente fortalecida en 1911 a juzgar por la
presencia de un conjunto de funcionarios en la administración nacional y municipal en
posiciones de considerable importancia.89
Las denuncias en 1914 del diputado socialista
De Tomaso sobre la creciente influencia de los católicos en el Departamento Nacional
del Trabajo90
nos advierten sobre la extensión de la presencia de los políticos católicos
en áreas de gobierno a cargo de problemáticas centrales como la democratización del
sistema político (Indalecio Gómez), la cuestión social y la administración del sistema
86
LN, 25/8/1911 y EP, 28-29/8/1911 87
EP, 28/10/1910 y EP, 18/12/1910. Gorostarzu había tenido una importante participación en el 2do.
Congreso de los Católicos en 1908 y participaría del consejo de autoridades de la Universidad Católica.
Véase, EP, 19/3/1912. 88
EP, 23/12/1910. 89
Para una lista de los católicos que ejercían cargos véase EP, 28/2/1912 y EP, 18/1/1913. 90
Véase Eduardo Zimmermann, “Reforma política y reforma social: tres propuestas de comienzo de
siglo”, en Fernando J. Devoto y Marcela Ferrari, La construcción de las democracias rioplatenses:
proyectos institucionales y practicas políticas, 1900-1930. Buenos Aires, Biblos, 1994, p. 24 Véase
también María Inés Tato, Vientos de Fronda. Liberalismo, conservadurismo y democracia en la
Argentina, 1911-1932. Buenos Aires, S. XXI, 2004, p. 22.
26
educativo, ésta última estrechamente conectada a las propuestas de “argentinización” de
la sociedad profundizadas durante la gestión de Ramos Mejía al frente del CNE. No
resulta sorprendente, entonces, que representantes diplomáticos en Buenos Aires
calificaran a la muerte de Sáenz Peña y al nombramiento de un nuevo gabinete de
ministros como un golpe directo a la influencia del “partido católico”.91
En este contexto, resulta claro que la presencia en el CNE de Cullen (un radical
de tradición alemnista alejado del Partido Radical por su oposición a la estrategia
yrigoyenista de abstención electoral)92
podía potencialmente introducir elementos
disruptivos en la gestión del Consejo. Su trayectoria previa preanunciaba áreas posibles
de conflicto: el presidente de la Unión Patriótica se había desempeñado como abogado
de la Liga Católica de Enseñanza que en 1909 discutiera la validez de las políticas que
buscaban poner al proceso de selección de educadores de las escuelas particulares bajo
un control más estricto de las autoridades educativas. Sin embargo, otros elementos
acercaban a Cullen tanto a Ramos Mejía como a Sáenz Peña: por una parte, una relación
de amistad personal con ambos que se remontaba, en el caso del presidente, a los
tiempos del Colegio Nacional; por la otra, tanto Cullen como Ramos Mejía habían
acompañado la constitución de la saenzpeñista Unión Nacional, que en el caso del
político católico se había expresado en su nombramiento como delegado “católico” en
la Junta Nacional Saenzpeñista encabezada por Ricardo Lavalle.93
Es posible que la
incorporación de Cullen al CNE expresara un reconocimiento a los trabajos pre-
electorales de Cullen y otros notables católicos durante la campaña presidencial de
1909-1910. Con todo, era un nombramiento que implicaba riesgos no sólo por las
posiciones claras de Cullen con respecto a las políticas educativas adoptadas por el
CNE, sino también porque este notable católico había hecho de la crítica a las máquinas
electorales y a las prácticas de los políticos profesionales el eje de las campañas
políticas de la Unión Patriótica, de la cual todavía era su presidente. El CNE, por otra
parte, si bien contaba entre sus miembros a técnicos, miembros de la burocracia
educativa e intelectuales de trayectoria en el sistema educativo y en el campo
intelectual, incluía a otros más cercanos al perfil del político profesional como era el
caso de Pastor Lacasa, producto de la máquina urgartista en la provincia de Buenos
91
Reginald Tower a Edward Grey, 17/2/1914, en Public Record Office, F. O. 371/1897. 92
EP, 7/3/1908 93
Carlos Estrada era el otro delegado católico a la Junta. Véase Federico Cibils a Julio A. Roca,
15/9/1909 en Archivo General de la Nación Fondo Julio A. Roca Legajo 107; Ezequiel Ramos Mexía,
Mis memorias, 1853-1935. Buenos Aires, La Facultad, 1936, p. 12.
27
Aires. En este sentido, el CNE no parecía diferenciarse en demasía de otras áreas de la
estructura administrativa estatal en las cuales el gobierno central o los gobernadores
disfrutaban de una considerable libertad a la hora de nombrar amigos políticos como
forma de construir máquinas políticas o de premiar la participación valiosa de aliados en
los procesos electorales.94
A nadie escapaba que una “campaña” encabezada por un notable católico aún
cuando propusiera como eje articulador de la misma a la “virtud cívica” y no a la
“religión”95
, podía provocar consecuencias que iban más allá de la búsqueda de un
simple restablecimiento de la moral administrativa y del buen funcionamiento del
Consejo y producir, en cambio, un viraje del tema central de la campaña hacia la
discusión de problemáticas más amplias como las bases mismas del sistema educativo
en la Argentina y los límites de la educación laica. Un elemento de fricción constante
entre los católicos y la gestión del CNE lo constituía el control del proceso de selección
de aquellos capacitados para colocarse al frente de las aulas. Ejemplo de ello era la
crítica de EP hacia el “núcleo de normalistas clerófobos que, adueñados de la inspección
de instrucción primaria” ejercían su control sobre la educación elemental con fines
considerados sectarios. De acuerdo con EP, la clave de dicho control se podía
evidenciar en los exámenes anuales para la habilitación del personal no diplomado en
las escuelas normales en los cuales los tribunales examinadores daban rienda suelta a lo
que el diario católico definía como “espíritu librepensador y anticristiano”.96
Significativamente, uno de los primeros proyectos presentados por Cullen como vocal
del CNE se dirigiría a descentralizar la selección de los alumnos normalistas, reducir la
capacidad de nombramiento de nuevos maestros ejercida de manera férrea por la
presidencia del Consejo y disminuir la importancia del examen de ingreso como
instancia de selección. Para EP, la presentación de este proyecto se dirigía a reducir el
impacto del analfabetismo y se sumaba a otras iniciativas del presidente de la UP que
apuntaban a generar instrumentos que hicieran más transparente a la administración de
los fondos del CNE y que reflejaban una demostración del compromiso de los católicos
con “…las vitales necesidades de la educación nacional.”97
El principal diario católico de Buenos Aires seguiría de cerca el conflicto que en
el seno del CNE se generaría en torno al manejo de los fondos del Consejo, el
94
R. Rivarola, “Crónica”, en Revista Argentina de Ciencias Políticas, 1910, Año I, Nro. 3, p. 418 y ss. 95
EP,17/1/1913 96
EP, 27/1/1912 97
EP, 29/2/1912 y 15/3/1912
28
nombramiento de funcionarios y maestros, y la extensión de las atribuciones del
presidente por sobre la de los vocales. A finales de marzo de 1912, y en el medio de la
campaña electoral, las diferencias entre Cullen y José María Ramos Mejía se
profundizarían y llevarían al abogado católico a dirigir una carta a Sáenz Peña
(publicada en la prensa católica) en la que acusaba a Ramos Mejía de “graves
irregularidades”, a través de las cuales “…apartándose unas veces de la ley y otras de
las atribuciones del Consejo hace gastos inútiles, superfluos y hasta de favoritismo”98
Se
advierte rápidamente cómo el conflicto del CNE era particularmente comprometedor
para Sáenz Peña por cuanto, además de involucrar a amigos personales y políticos del
presidente, reactualizaba los temores de la prensa „liberal‟ sobre los peligros de una
avanzada clerical y potencialmente abría un frente interno en un gobierno que
encontraba dificultades para disciplinar al Congreso y que carecía de un partido oficial
que le diera cierta cohesión tras la disolución de la Unión Nacional.99
Por otra parte,
Sáenz Peña apoyaba la gestión de Ramos Mejía y coincidía con el presidente del CNE
sobre el valor de la educación en el proceso de nacionalización de las masas. En este
sentido, para ambos las campañas patrióticas en las escuelas se constituían en armas
decisivas contra el “cosmopolitismo”, instrumentos necesarios para dar forma a los
“argentinos”.100
Más allá de algunas discusiones sobre la ritualidad patriótica
implementada desde el CNE y el lugar del clero en la historia nacional, la prensa
católica, como hemos visto, se manifestaba de acuerdo sobre la necesidad de fortalecer
una cierta identidad nacional y de poner obstáculos a los efectos negativos de la
modernización. Con todo, si bien la “cuestión nacional” proveía a la Iglesia Católica de
puentes que la acercaban a la elite política conservadora, los temores permanentes frente
a los efectos secularizadores del control estatal sobre el sistema de educación
permanecían presentes entre la prensa y los actores católicos. Esto se advierte con
claridad cuando se analiza la actitud de EP con respecto al conflicto en el CNE: si bien
Cullen no pretende dar forma a una campaña de carácter “religioso”, el principal diario
católico de Buenos Aires claramente describe a la gestión de Ramos Mejía al frente del
Consejo como la expresión resultante de la consecución de políticas promovidas por
una “dictadura doctrinal ateísta” de la cual los desarreglos administrativos solamente
98
Carta de Joaquín M. Cullen a R. Sáenz Peña, 29/3/1912, reproducida en EP, 30/3/1912. 99
Véase Fernando J. Devoto, “De nuevo el acontecimiento: Roque Sáenz Peña, la reforma electoral y el
momento político de 1912”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio
Ravignani”, no. 14, 1996. 100
Sáenz Peña a José María Ramos Mejía, Roma, 18/2/1909, en Academia Nacional de la Historia Fondo
Roque Sáenz Peña Legajo 141.
29
ofrecen una de sus caras negativas. Y, en este sentido, EP utilizará este conflicto para
señalar la necesidad de encarar una “regeneración” institucional que vaya más allá de la
crítica a las máquinas partidarias y de la reforma de la legislación electoral, y avance,
negando la validez de la neutralidad en “materias religiosas”, sobre instituciones
existentes como “…la escuela atea, una ilegalidad manifiesta además de ser una obra de
disolución social.”101
En esta línea de argumentación también se basan quienes escriben
en EP para cuestionar el apoyo financiero del CNE a la publicación El Monitor de la
Educación Común, cuyos artículos eran comúnmente el blanco de las críticas de la
prensa católica y a la cual también alcanzarán las acusaciones de favoritismo ya
enunciadas con respecto a Ramos Mejía.102
Sería, sin dudas, esta retórica beligerante de la prensa católica y el tono de
“campaña” la que llevaría a la prensa liberal a observar con recelos las críticas de
Cullen sobre la gestión administrativa de Ramos Mejía. Intelectuales como José
Ingenieros interpretaría a la salida de Ramos Mejía del CNE en 1913 como resultado
evidente de la acción clerical103
, y está claro que El Pueblo había señalado la necesidad
de reestructurar al Consejo. Con todo, sería erróneo plantear la existencia de dos
campos enfrentados en el CNE -compuesto uno por “liberales” y otro por “católicos”-
que se transportara al campo periodístico. Por otra parte, como se ha señalado, existía
un “espectro de disidencias” dentro del Consejo que generaba alianzas y enemistades en
torno a visiones que respondían al normalismo frente a otras que, si bien compartían el
principio de la hegemonía estatal en la educación, expresaban posiciones diferentes
sobre la estructura administrativa del sistema.104
Sería, en última instancia, este último
aspecto, y la necesidad de atacar las “arbitrariedades administrativas” del CNE, las que
recibirían mayor atención de parte de la prensa „liberal‟, que evitaría presentar a la
controversia como parte de una difusa “cuestión religiosa”.105
Un gobierno decidido a
morigerar los daños de la controversia sobre sus ya débiles bases de sustentación
sumado a la renuncia de Cullen al cargo de vocal y al nombramiento de Paul Groussac
en su lugar en junio de 1912, conspirarían contra una profundización del debate sobre la
participación de los católicos en la administración nacional y sobre la existencia de una
“cuestión religiosa”. Para la prensa católica, por el contrario, el escándalo
101
EP, 31/3/1912 102
EP, 18/4/1912 103
Véase, Devoto, “Atilio Dell‟Oro Maini., p. 189. 104
Véase Adriana Puiggrós, Sujetos, disciplina y currículo en los orígenes del sistema educativo
argentino. Buenos Aires, Galerna, 1990, pp. 167 y ss. 105
Véase el artículo de La Patria degli Italiani reproducido en EP, 3/4/1912
30
administrativo y financiero del CNE –la contaduría general de la nación corroboraría la
existencia de irregularidades- le permitiría reactualizar las consabidas críticas contra el
carácter “anticristiano” de los “normalistas clerófobos” y las debilidades intrínsecas del
liberalismo106
y reivindicar la validez del nombramiento de ciudadanos católicos en
áreas consideradas sensibles de las políticas públicas. Las resoluciones del segundo
Congreso de los Católicos Argentinos de 1907 habían evidenciado una preocupación
por promover la “acción cívica” de los católicos a partir de su inscripción en el registro
cívico, la elección de políticos católicos en los ámbitos legislativos y (de particular
importancia para el tema aquí discutido) la adopción de “los medios oportunos para que
los consejos escolares y el nacional de educación contarancon el mayor número
posible de católicos”.107
Frente a lo que describían como el “sectarismo” de la prensa
„liberal‟ y de parte de la elite política, la prensa católica y asociaciones como la Liga de
Enseñanza Católica recuperarían los objetivos del Congreso de católicos de 1907 e
intentarían canalizar y actuar como articuladores de los intereses católicos cuando éstos
no encontraban una correspondencia en la política partidaria. Es, sin embargo,
significativo que fuera de la mano de la participación en la formación de la Unión
Nacional y de una influencia creciente en el seno del gobierno de Sáenz Peña que los
católicos alcanzarían limitadamente aquellos objetivos definidos en la asamblea de
1907.
Los católicos y la educación patriótica: algunas conclusiones
El proceso de formación de los estados-nación se vería acompañado tanto en
América Latina como en Europa por un agitado debate sobre el lugar a ocupar por la
religión (y las instituciones eclesiásticas) en el sistema político moderno, polémica que
incluía entre otros aspectos a una querella sobre la definición de los símbolos de la
nacionalidad. El establecimiento de regímenes representativos colocaría a la cuestión de
las relaciones entre Estado e institución eclesiástica en un escenario complejo
construido sobre la base de la neutralidad de las instituciones estatales y el progreso del
gobierno de la opinión. En este contexto, la secularización de la política se desarrollaría
en paralelo a las luchas contra el “clericalismo” y adquiriría su expresión más aparente
106
EP, 13-14/1/1913. 107
LVI, 17/10/1907.
31
en la cuestión de la relaciones entre la Iglesia y el Estado.108
La separación de las
esferas civil y religiosa y el proceso de laicización del estado adquirirían en la Argentina
características inacabadas lo que conduciría a la aparición de renovados conflictos a
comienzos del siglo XX, consecuencia de iniciativas parlamentarias o de
cuestionamientos sobre la participación política de los católicos a finales del orden
conservador. Sin embargo, y pese a los enfrentamientos entre la prensa católica y la
prensa „liberal‟, la pérdida de impulso del programa secularizador y la apreciación de la
existencia de una “cuestión nacional” generaría el escenario propicio para un
movimiento de convergencia de la dirigencia y la jerarquía católica hacia
preocupaciones compartidas con parte de las elites conservadoras en la coyuntura del
Centenario.
En el cambio de siglo, la cuestión de la inmigración masiva y los impactos del
„cosmopolitismo‟ conduciría a intelectuales y políticos a buscar en la educación
patriótica y en las exageraciones de la liturgia escolar a aquellas herramientas que
previnieran la erosión de las creencias tradicionales y la agitación social. La Iglesia
Católica, que buscaba presentarse como un baluarte de la nacionalidad frente a los
peligros de convulsión social, se vería beneficiada del lugar que la „cuestión nacional‟
adquiriría en las agendas de las elites social y política, si bien este movimiento de
convergencia encontraría sus límites en las definiciones divergentes sobre los
fundamentos de la nacionalidad y en los temores frente a eventuales avances clericales
que se adivinaban en los debates parlamentarios sobre la gestión del ministro Garro y en
la oposición al proyecto de fundación de una universidad católica. El acercamiento de
los notables católicos a los proyectos saenzpeñistas de articulación política debilitaría
las propuestas propias de organización partidaria, pero aseguraría un lugar para aquellos
en la administración nacional y una posición de influencia en áreas del gobierno
responsables del proceso de reforma política, la gestión del sistema educativo y de la
articulación de respuestas a la cuestión social.
Frente a las políticas educativas implementadas desde el CNE, la dirigencia y
prensa católica porteña rescatarían la concepción del patriotismo reflejado en las
diversas disposiciones del Consejo aunque reafirmarían al mismo tiempo la tradicional
actitud de los católicos de combatir al „laicismo‟ escolar. Las reacciones en el campo
católico, como se ha intentado mostrar en este trabajo, no serían con todo homogéneas,
108
Owen Chadwick, The Secularization of the European Mind in the Nineteenth Century. Cambridge,
Cambridge University Press, 1975, pp. 126-127.
32
cubriendo un arco que iba de la aprobación a los proyectos de Ramos Mejía de
educación patriótica a la impugnación de la „dictadura escolar‟, pasando por críticas de
carácter moralizador – a tono con el discurso político de la agonizante Unión Patriótica-
frente a los desarreglos administrativos revelados en la gestión del CNE. Si las
celebraciones del Centenario acercaría a sectores de la jerarquía eclesiástica y de la
clase política, los contenidos de una probable alianza que, en el campo político, reuniera
a notables católicos, sectores de las clases propietarias y políticos conservadores
dispersos reunidos por un común temor ante un posible avance electoral de las ideas
socialistas no se concretaría en 1912 (a pesar de los esfuerzos de la prensa católica) y
aún la constitución del Partido Constitucional (mezcla de “concentración conservadora
nacionalista” y catolicismo social) en 1913-14 se enfrentaría con la resistencia de
facciones que recuperaban la tradición liberal y secularizadora de la elite política
(rechazando experimentos de “clericalismo” político) y que expresaban sus dudas frente
a las dimensiones del desafío que el socialismo podía significar para el orden político y
social de finales del régimen conservador.