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TÉCNICAS DE GOLPE DE ESTADO Curzio Malaparte

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Curzio Malaparte

Curzio Malaparte (Prato, 1898 – Roma, 1957), pseudó-nimo de Kurt Erich Suckert, fue periodista, drama-turgo, escritor de relatos cortos, novelista, diplomático y uno de los arquitectos italianos más importantes del siglo xx. Combatió en la primera guerra mundial, y reci-bió varias condecoraciones al valor. En 1922 formó par-te de la «Marcha sobre Roma» de Benito Mussolini. En 1941 fue enviado a cubrir la guerra de Rusia para el Co-rriere della Sera. Los artículos que envió desde el fren-te ucraniano fueron recopilados en 1943 y publicados bajo el título El Volga nace en Europa. Esta experiencia le proporcionó la base para sus dos libros más famo-sos, Kaputt (1944) y La piel (1949). Después de la guerra, las tendencias políticas de Malaparte viraron hacia la izquierda, y se convirtió en miembro del Partido Comu-nista Italiano.

Diseño de la cubierta: Planeta Arte & Diseño

PVP 18,90 € 10180408

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Otros títulos

Contra las patriasFernando Savater

Combates por la historiaLucien Febvre

Maquiavelo para el siglo xxiFerran Caballero

PopulismosChantal Delsol

La revolución rusaChristopher Hill

Seis años que cambiaron el mundoHélène Carrère d’ Encausse

Y llegó la barbarieJosé Ángel Ruiz Jiménez

Violencia e IslamAdonis

La causalidad diabólicaLeón Poliakov

50 cosas que hay que saber sobre historia del mundoIan Crofton

¿Qué es la historia?E. H. Carr

Odio a los indiferentesAntonio Gramsci

S i, como afirma Malaparte, el golpe de Estado es más una cuestión técnica que política, ante una lectura actual de su libro cabe pen-sar que los neogolpistas se han adaptado a los tiempos y, es de

temer, la propaganda ha dado paso al marketing, la toma de los centros de poder al control de las redes sociales, la diatriba desde el púlpito a la perorata en Twitter, la aniquilación física al descrédito público. Lo que no ha cambiado es el miedo a las consecuencias. Curzio Malaparte atravesó como una exhalación la primera mitad del si-glo xx, dejando tras de sí un rastro fulgente e incendiario que, entrado el xxi, no se ha borrado del todo. Ideólogo fascista de primera hora, demó-crata luego, acabó sus días como comunista. Tantas veleidades y claroscu-ros influyeron en la valoración de su persona y de su obra. Así se entiende que la edición de un texto tan anómalo como Técnicas de golpe de Estado en 1931, en el apogeo del fascismo italiano y con el nazismo a las puertas, causara algo más que revuelo: Malaparte fue expulsado del Partido Fas-cista, enviado al exilio interno y el libro se prohibió en Italia. Esta obra analiza «el arte de conquistar y defender el Estado moder-no». El autor revisa algunos putschs, de derechas o izquierdas, fallidos o exitosos: Piłsudski, Primo de Rivera, Kapp y Hitler –al que denuesta–, Trotski… Pero esta peculiar historia de la toma del poder no debe leerse como «un manual para golpistas» sino, más bien, como un aviso a nave-gantes para demócratas adormecidos.

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PrefacioSiempre tenemos que defender la libertad

Odio este libro mío. Lo odio con toda el alma. Me hadado la gloria, esa pobre cosa que es la gloria, pero tam-bién muchos disgustos. A causa de este libro he conoci-do la cárcel y el destierro, la traición de los amigos, lamala fe de los adversarios, el egoísmo y la maldad de loshombres. Con este libro nació la estúpida leyenda queme convirtió en un ser cínico y cruel, una especie de Ma-quiavelo disfrazado de cardenal de Retz cuando no soymás que un escritor, un artista, un hombre libre que pa-dece más los males ajenos que los propios.

Mi Técnicas de golpe de Estado, publicado en París en1931 (editado por Bernard Grasset en la colección «Lesécrits» dirigida por Jean Guéhenno), se imprime ahorapor primera vez en Italia y se reedita en Francia con mo-tivo del centenario del Manifiesto comunista de 1848. Es ya un libro famoso, «un clásico», como afirmaban loscríticos franceses y, por otro lado, es tan vigente y válidohoy en día como lo era ayer. Y quien me reprochase nohaber añadido, ni en esta primera edición italiana ni enla nueva edición aparecida estos días en Francia, algúncapítulo nuevo sobre la revolución republicana españo-la, sobre la franquista, sobre las recientes «defenestra-

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Título original: Tecnica del colpo di Stato

1.ª edición: marzo de 20091.ª edición en editorial Ariel: abril de 2017

© Eredi Curzio Malaparte, Italy

© 2009, de la traducción, Vítora Guevara, 2009

Derechos exclusivos de edición en españolreservados para todo el mundoy propiedad de la traducción:© 2017: Editorial Planeta, S. A.

Avda. Diagonal, 662-664 - 08034 BarcelonaEditorial Ariel es un sello editorial de Planeta, S. A.

www.ariel.es

ISBN 978-84-344-2565-1Depósito legal: B. 2.880 - 2017

Impreso en España

El papel utilizado para la impresión de este libroes cien por cien libre de cloro y está calificado como papel ecológico.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico,

mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito

contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

o escanear algún fragmento de esta obra.Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com

o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47

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piese que estas páginas han contribuido, por poco quesea, a la defensa de la libertad en Europa, no menosamenazada hoy de lo que lo estuvo ayer o de cuanto loestará mañana.

No es cierto, como se lamentaba Jonathan Swift,que no se gana nada con defender la libertad. Siemprese gana algo, aunque sólo sea la conciencia de la propiaesclavitud, por la que el hombre libre reconoce a los de-más. Porque «lo que es propio del hombre —como es-cribía en 1936— no es vivir libre en libertad, sino libreen una prisión».

Curzio Malaparte

París, mayo de 1948

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Si bien me propongo mostrar cómo se conquista un Es-tado moderno y cómo se defiende, no puede decirseque este libro quiera ser una imitación de El Príncipe deMaquiavelo, ni siquiera una imitación moderna, es de-cir, poco maquiavélica. El momento al que se refierenlos temas, los ejemplos, los juicios y la moral de El Prín-cipe eran de una decadencia tal de la libertad pública yprivada, de la dignidad del ciudadano y del respeto hu-mano, que sería ofender al lector, un hombre libre, to-mar como modelo la famosa obra de Maquiavelo paratratar algunos de los problemas más importantes quenos plantea la Europa moderna.

La historia política de estos diez últimos años no esla de la aplicación del Tratado de Versalles, ni la de lasconsecuencias económicas de la guerra, ni la del esfuer-zo de los gobiernos para asegurar la paz europea, sinoque es la historia de la lucha entablada entre los defen-sores del principio de la libertad y de la democracia, esdecir, los defensores del Estado parlamentario, y sus ad-versarios. Las actitudes de los partidos no son otra cosa

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que los aspectos políticos de esa lucha y como tales de-ben ser considerados si se quiere comprender el signifi-cado de muchos acontecimientos de los últimos años yprever el desarrollo de la actual situación interna de al-gunos Estados europeos.

En casi todos los países, al lado de los partidos quese declaran defensores del Estado parlamentario y par-tidarios de una política de equilibrio interior, es decir,liberal y democrática (los conservadores de todo tipo,desde los liberales de derechas hasta los socialistas deizquierda), hay partidos que plantean el problema delEstado en el terreno revolucionario: son los partidos de extrema derecha y de extrema izquierda, los «cati-linarios», es decir, los fascistas y los comunistas. Los ca-tilinarios de derechas temen el peligro del desorden:acusan al gobierno de debilidad, de incapacidad y deirresponsabilidad; defienden la necesidad de una férreaorganización estatal y de un control severo de toda lavida política, social, económica. Son los idólatras delEstado, los partidarios del absolutismo estatal. En un Es-tado centralizador, autoritario, antiliberal y antidemocrá-tico es donde ven la única garantía de orden y de libertad,la única defensa contra el peligro comunista. «Todo en elEstado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado»,afirma Mussolini. Los catilinarios de izquierdas preten-den la conquista del Estado para instaurar la dictaduradel proletariado. «Allí donde hay libertad, no hay Esta-do», afirma Lenin.

El ejemplo de Mussolini y de Lenin influye conside-

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rablemente en el desarrollo de la lucha entre los catili-narios de derecha y de izquierda, y los defensores delEstado liberal y democrático. Existen, sin duda, una tác-tica fascista y una táctica comunista. Sin embargo, con-viene hacer notar que, hasta ahora, ni los catilinarios nilos defensores del Estado parecen saber en qué consis-ten la una y la otra, si existen analogías entre ellas o cuá-les son sus características propias. La táctica de BelaKun no tiene nada en común con la táctica bolchevique.El intento revolucionario de Kapp no es más que una se-dición militar. Los golpes de Primo de Rivera y de Pil-sudski parecen haber sido concebidos y ejecutados deacuerdo con las reglas de una táctica tradicional que no se parece en nada a la táctica fascista. Bela Kun pue-de parecer un táctico más moderno, más técnico y, poreso, más peligroso que los otros tres; pero incluso él, alplantearse el problema de la conquista del Estado, de-muestra desconocer la existencia, no sólo de una tácti-ca insurreccional moderna, sino también de una técni-ca moderna del golpe de Estado. Bela Kun cree imitar aTrotsky y no se da cuenta de que se ha limitado a seguirlas reglas establecidas por Marx según el ejemplo de laComuna de París de 1871. Kapp cree poder repetir elgolpe del 18 de Brumario contra la Asamblea de Wei-mar. Primo de Rivera y Pilsudski creen que para apode-rarse de un Estado moderno basta con derrocar con lasarmas un gobierno constitucional.

Es evidente que ni los gobiernos ni los catilinariosse han planteado aún la cuestión de saber si hay una

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que los aspectos políticos de esa lucha y como tales de-ben ser considerados si se quiere comprender el signifi-cado de muchos acontecimientos de los últimos años yprever el desarrollo de la actual situación interna de al-gunos Estados europeos.

En casi todos los países, al lado de los partidos quese declaran defensores del Estado parlamentario y par-tidarios de una política de equilibrio interior, es decir,liberal y democrática (los conservadores de todo tipo,desde los liberales de derechas hasta los socialistas deizquierda), hay partidos que plantean el problema delEstado en el terreno revolucionario: son los partidos de extrema derecha y de extrema izquierda, los «cati-linarios», es decir, los fascistas y los comunistas. Los ca-tilinarios de derechas temen el peligro del desorden:acusan al gobierno de debilidad, de incapacidad y deirresponsabilidad; defienden la necesidad de una férreaorganización estatal y de un control severo de toda lavida política, social, económica. Son los idólatras delEstado, los partidarios del absolutismo estatal. En un Es-tado centralizador, autoritario, antiliberal y antidemocrá-tico es donde ven la única garantía de orden y de libertad,la única defensa contra el peligro comunista. «Todo en elEstado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado»,afirma Mussolini. Los catilinarios de izquierdas preten-den la conquista del Estado para instaurar la dictaduradel proletariado. «Allí donde hay libertad, no hay Esta-do», afirma Lenin.

El ejemplo de Mussolini y de Lenin influye conside-

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rablemente en el desarrollo de la lucha entre los catili-narios de derecha y de izquierda, y los defensores delEstado liberal y democrático. Existen, sin duda, una tác-tica fascista y una táctica comunista. Sin embargo, con-viene hacer notar que, hasta ahora, ni los catilinarios nilos defensores del Estado parecen saber en qué consis-ten la una y la otra, si existen analogías entre ellas o cuá-les son sus características propias. La táctica de BelaKun no tiene nada en común con la táctica bolchevique.El intento revolucionario de Kapp no es más que una se-dición militar. Los golpes de Primo de Rivera y de Pil-sudski parecen haber sido concebidos y ejecutados deacuerdo con las reglas de una táctica tradicional que no se parece en nada a la táctica fascista. Bela Kun pue-de parecer un táctico más moderno, más técnico y, poreso, más peligroso que los otros tres; pero incluso él, alplantearse el problema de la conquista del Estado, de-muestra desconocer la existencia, no sólo de una tácti-ca insurreccional moderna, sino también de una técni-ca moderna del golpe de Estado. Bela Kun cree imitar aTrotsky y no se da cuenta de que se ha limitado a seguirlas reglas establecidas por Marx según el ejemplo de laComuna de París de 1871. Kapp cree poder repetir elgolpe del 18 de Brumario contra la Asamblea de Wei-mar. Primo de Rivera y Pilsudski creen que para apode-rarse de un Estado moderno basta con derrocar con lasarmas un gobierno constitucional.

Es evidente que ni los gobiernos ni los catilinariosse han planteado aún la cuestión de saber si hay una

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técnica moderna del golpe de Estado y cuáles puedenser sus reglas fundamentales. A la táctica revolucionariade los catilinarios, los gobiernos siguen oponiendo unatáctica defensiva que revela una ignorancia absoluta delos principios elementales del arte de conquistar y dedefender el Estado moderno. Sólo Bauer, canciller delReich en marzo de 1920, ha dado muestras de haber en-tendido que para poder defender el Estado hace faltaconocer el arte de apoderarse de él.

Contra el intento revolucionario de Kapp, el canci-ller Bauer, hombre de cualidades mediocres, educadoen la escuela marxista pero, en el fondo, conservadorcomo cualquier buen alemán de clase media, no dudóen emplear el arma de la huelga general. Fue el primeroen aplicar, en defensa del Estado, la regla fundamentalde la táctica comunista. El arte de defender el Estadomoderno está regulado por los mismos principios queregulan el arte de conquistarlo: es lo que podría deno-minarse la fórmula de Bauer. Obviamente, la concep-ción del honesto canciller del Reich no es la de Fouché.En su fórmula queda implícita la condena de los siste-mas clásicos de policía, a los que recurren los gobiernosante cualquier circunstancia y contra cualquier peligro,sin distinguir entre un tumulto en un suburbio o una re-vuelta en un cuartel, entre una huelga y una revolución,entre una conjura parlamentaria y una barricada. Esbien conocida la apología que hacía Fouché de sus sis-

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temas, con los que afirmaba poder provocar, prevenir oreprimir desórdenes de todo tipo. Pero ¿de qué servi-rían hoy en día los sistemas de Fouché frente a las tácti-cas de los comunistas y los fascistas?

Sobre esto es curioso constatar que la táctica emplea-da por el gobierno del Reich para contener y sofocar lasedición hitleriana no es más que la aplicación pura ydura del sistema clásico de policía. Para justificar la po-lítica del gobierno del Reich frente a Hitler en Alemaniase dice que Bauer contra Hitler no sería lo mismo queBauer contra Kapp. Es cierto que hay una enorme dife-rencia entre la táctica de Kapp y la de Hitler; pero el me-jor juez de la actual situación alemana es Bauer. Su fór-mula se revela, cada día más, como la única capaz demedir la inutilidad de la táctica seguida por el gobiernopara proteger al Reich de cualquier peligro.

«Pero ¿existe un peligro hitleriano?», se preguntanlos defensores del Reich, y concluyen con la afirmaciónde que sólo existe un peligro en Alemania y en Europa, yes el peligro comunista. Bauer podría objetar que el go-bierno del Reich, contra la amenaza comunista, sigue lamisma táctica que adoptó para enfrentarse a la sediciónhitleriana, que consiste en la aplicación de los clásicossistemas policiales. Y aquí volvemos a la fórmula deBauer. Para defender al Estado de un intento revolu-cionario fascista o comunista hay que emplear una tác-tica defensiva basada en los mismos principios que regulan la táctica fascista o la comunista. En otras pala-bras, a un Trotsky hay que oponerle un Trotsky, no

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técnica moderna del golpe de Estado y cuáles puedenser sus reglas fundamentales. A la táctica revolucionariade los catilinarios, los gobiernos siguen oponiendo unatáctica defensiva que revela una ignorancia absoluta delos principios elementales del arte de conquistar y dedefender el Estado moderno. Sólo Bauer, canciller delReich en marzo de 1920, ha dado muestras de haber en-tendido que para poder defender el Estado hace faltaconocer el arte de apoderarse de él.

Contra el intento revolucionario de Kapp, el canci-ller Bauer, hombre de cualidades mediocres, educadoen la escuela marxista pero, en el fondo, conservadorcomo cualquier buen alemán de clase media, no dudóen emplear el arma de la huelga general. Fue el primeroen aplicar, en defensa del Estado, la regla fundamentalde la táctica comunista. El arte de defender el Estadomoderno está regulado por los mismos principios queregulan el arte de conquistarlo: es lo que podría deno-minarse la fórmula de Bauer. Obviamente, la concep-ción del honesto canciller del Reich no es la de Fouché.En su fórmula queda implícita la condena de los siste-mas clásicos de policía, a los que recurren los gobiernosante cualquier circunstancia y contra cualquier peligro,sin distinguir entre un tumulto en un suburbio o una re-vuelta en un cuartel, entre una huelga y una revolución,entre una conjura parlamentaria y una barricada. Esbien conocida la apología que hacía Fouché de sus sis-

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temas, con los que afirmaba poder provocar, prevenir oreprimir desórdenes de todo tipo. Pero ¿de qué servi-rían hoy en día los sistemas de Fouché frente a las tácti-cas de los comunistas y los fascistas?

Sobre esto es curioso constatar que la táctica emplea-da por el gobierno del Reich para contener y sofocar lasedición hitleriana no es más que la aplicación pura ydura del sistema clásico de policía. Para justificar la po-lítica del gobierno del Reich frente a Hitler en Alemaniase dice que Bauer contra Hitler no sería lo mismo queBauer contra Kapp. Es cierto que hay una enorme dife-rencia entre la táctica de Kapp y la de Hitler; pero el me-jor juez de la actual situación alemana es Bauer. Su fór-mula se revela, cada día más, como la única capaz demedir la inutilidad de la táctica seguida por el gobiernopara proteger al Reich de cualquier peligro.

«Pero ¿existe un peligro hitleriano?», se preguntanlos defensores del Reich, y concluyen con la afirmaciónde que sólo existe un peligro en Alemania y en Europa, yes el peligro comunista. Bauer podría objetar que el go-bierno del Reich, contra la amenaza comunista, sigue lamisma táctica que adoptó para enfrentarse a la sediciónhitleriana, que consiste en la aplicación de los clásicossistemas policiales. Y aquí volvemos a la fórmula deBauer. Para defender al Estado de un intento revolu-cionario fascista o comunista hay que emplear una tác-tica defensiva basada en los mismos principios que regulan la táctica fascista o la comunista. En otras pala-bras, a un Trotsky hay que oponerle un Trotsky, no

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un Kerenski, es decir, los sistemas policiales. Kerenskino es más que un Fouché democrático y liberal con al-guna idea marxista, un Fouché al estilo del gabineteWaldeck-Rousseau, y al estilo Millerand, en la Franciade 1899. No hay que olvidar que un Kerenski tambiéntiene hoy el poder en Alemania: a Hitler hay que oponer-le un Hitler. Para defenderse de los comunistas y de losfascistas hay que combatirlos en su mismo terreno. Latáctica que hubiese empleado Bauer el 18 de Brumariocontra Bonaparte hubiese sido la de enfrentarse a él ensu propio terreno: hubiera usado todos los medios lega-les e ilegales para obligar a Bonaparte a mantenerse enel terreno del procedimiento parlamentario, el elegidopor Sieyès para ejecutar el golpe de Estado. A la tácticade Bonaparte, Bauer hubiese opuesto la táctica de Bo-naparte.

Las actuales condiciones europeas ofrecen grandesprobabilidades de éxito a las ambiciones de los catili-narios de derechas e izquierdas. La insuficiencia de lasmedidas previstas o adoptadas por los gobiernos paraabortar una eventual tentativa revolucionaria es tan gra-ve que el peligro de un golpe de Estado debe ser consi-derado seriamente en muchos países de Europa. La na-turaleza particular del Estado moderno, la complejidady la delicadeza de sus funciones, la gravedad de los pro-blemas políticos, económicos y sociales que está llama-do a resolver, lo convierten en el centro geométrico de

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las debilidades y de las inquietudes del pueblo, con loque aumentan las dificultades que debe superar paraasegurar su defensa. El Estado moderno está más ex-puesto de lo que se cree al peligro revolucionario. Losgobiernos no saben defenderlo. Es una observación sinvalor la de objetar que, si bien los gobiernos no sabendefenderlo, los catilinarios demuestran en muchos ca-sos que desconocen hasta los elementos esenciales dela técnica moderna del golpe de Estado. Porque, aun-que es verdad que los catilinarios, en muchos casos, nohan sabido hasta ahora sacar provecho de las circuns-tancias favorables para adueñarse del poder, no es me-nos cierto que este peligro existe.

La opinión pública de estos países, liberal y demo-crática, se equivoca al no preocuparse por la eventuali-dad de un golpe de Estado. Tal posibilidad, dadas lascondiciones actuales en Europa, no es inviable en nin-gún país. Un Primo de Rivera o un Pilsudski no tendríanninguna posibilidad de éxito en un país libre y organiza-do, ni por usar un término del siglo XVII y de significadomuy moderno, en un Estado policé. El argumento esacertadísimo, pero es demasiado fácil y demasiado in-glés. Porque nadie ha dicho que el peligro de un golpede Estado tenga que llamarse necesariamente Primo deRivera o Pilsudski. Entonces, ¿cuál es el problema alque se enfrentan todos los gobiernos de Europa?

Los políticos europeos pertenecen mayoritariamen-te a la familia de Cándido: su optimismo liberal y demo-crático los salva de cualquier sospecha y de cualquier

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un Kerenski, es decir, los sistemas policiales. Kerenskino es más que un Fouché democrático y liberal con al-guna idea marxista, un Fouché al estilo del gabineteWaldeck-Rousseau, y al estilo Millerand, en la Franciade 1899. No hay que olvidar que un Kerenski tambiéntiene hoy el poder en Alemania: a Hitler hay que oponer-le un Hitler. Para defenderse de los comunistas y de losfascistas hay que combatirlos en su mismo terreno. Latáctica que hubiese empleado Bauer el 18 de Brumariocontra Bonaparte hubiese sido la de enfrentarse a él ensu propio terreno: hubiera usado todos los medios lega-les e ilegales para obligar a Bonaparte a mantenerse enel terreno del procedimiento parlamentario, el elegidopor Sieyès para ejecutar el golpe de Estado. A la tácticade Bonaparte, Bauer hubiese opuesto la táctica de Bo-naparte.

Las actuales condiciones europeas ofrecen grandesprobabilidades de éxito a las ambiciones de los catili-narios de derechas e izquierdas. La insuficiencia de lasmedidas previstas o adoptadas por los gobiernos paraabortar una eventual tentativa revolucionaria es tan gra-ve que el peligro de un golpe de Estado debe ser consi-derado seriamente en muchos países de Europa. La na-turaleza particular del Estado moderno, la complejidady la delicadeza de sus funciones, la gravedad de los pro-blemas políticos, económicos y sociales que está llama-do a resolver, lo convierten en el centro geométrico de

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las debilidades y de las inquietudes del pueblo, con loque aumentan las dificultades que debe superar paraasegurar su defensa. El Estado moderno está más ex-puesto de lo que se cree al peligro revolucionario. Losgobiernos no saben defenderlo. Es una observación sinvalor la de objetar que, si bien los gobiernos no sabendefenderlo, los catilinarios demuestran en muchos ca-sos que desconocen hasta los elementos esenciales dela técnica moderna del golpe de Estado. Porque, aun-que es verdad que los catilinarios, en muchos casos, nohan sabido hasta ahora sacar provecho de las circuns-tancias favorables para adueñarse del poder, no es me-nos cierto que este peligro existe.

La opinión pública de estos países, liberal y demo-crática, se equivoca al no preocuparse por la eventuali-dad de un golpe de Estado. Tal posibilidad, dadas lascondiciones actuales en Europa, no es inviable en nin-gún país. Un Primo de Rivera o un Pilsudski no tendríanninguna posibilidad de éxito en un país libre y organiza-do, ni por usar un término del siglo XVII y de significadomuy moderno, en un Estado policé. El argumento esacertadísimo, pero es demasiado fácil y demasiado in-glés. Porque nadie ha dicho que el peligro de un golpede Estado tenga que llamarse necesariamente Primo deRivera o Pilsudski. Entonces, ¿cuál es el problema alque se enfrentan todos los gobiernos de Europa?

Los políticos europeos pertenecen mayoritariamen-te a la familia de Cándido: su optimismo liberal y demo-crático los salva de cualquier sospecha y de cualquier

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preocupación. Pero hay algunos, menos dados a los típi-cos prejuicios y dotados de una sensibilidad más mo-derna, que empiezan a darse cuenta de que los sistemaspoliciales clásicos no bastan para garantizar la segu-ridad del Estado. Durante un estudio que he llevado acabo recientemente sobre la situación en Alemania,donde la polémica sobre la defensa del Reich es hoymás actual que nunca, he tenido ocasión de escucharpor parte de muchos una opinión de Stresemann sobreHitler: «La táctica empleada por Cicerón contra Catilinano daría ningún resultado contra Hitler.» Está claro queStresemann se planteaba el problema de la defensa delReich en términos muy diferentes de los consagradospor la tradición estatal alemana. Se declaraba contrarioa la táctica que domina aún la concepción de la defensadel Estado en la mayor parte de los países de Europa, esdecir, la táctica fundamentada en el sistema policial, latáctica con la que Cicerón desmanteló la conjura de Ca-tilina.

A propósito de la actual situación alemana, ensegui-da volveré sobre la actitud de Stresemann ante el inten-to revolucionario de Kapp en Berlín en 1920 y ante el deKahr y Hitler en Múnich en 1923. La incertidumbre y ladebilidad que demostró Stresemann en aquellas oca-siones reflejan fielmente las contradicciones que aco-san al pueblo alemán frente al peligro de un golpe deEstado. En la Alemania de Weimar el problema del Es-tado no es sólo un problema de autoridad, es tambiénun problema de libertad. Si los sistemas policiales se

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demuestran insuficientes para garantizar la defensa delReich ante una eventual tentativa comunista o hitleria-na, ¿a qué medidas puede y debe recurrir el gobiernosin poner en peligro la libertad del pueblo alemán? Stre-semann, en un discurso pronunciado el 23 de agosto de1923 en una reunión entre industriales, declaró que nohabría dudado en recurrir a medidas dictatoriales si lascircunstancias lo hubiesen requerido. Pero, entre lossistemas policiales y las medidas dictatoriales, ¿no hayotros medios que garanticen la defensa del Reich? Éstosson los términos en los que se establece el problemaalemán y son los mismos en los que se establece, en casitodos los países europeos, el problema de la defensa delEstado.

Las actuales circunstancias de Europa, y de la políti-ca de los gobiernos frente a los catilinarios, no puedenexaminarse ni juzgarse según el espíritu y el método deMaquiavelo. El problema de la conquista y de la defensadel Estado moderno no es un problema político, sinotécnico. Las circunstancias favorables para un golpe deEstado no son de naturaleza necesariamente política osocial y no dependen de la situación general del país. Latécnica revolucionaria empleada por Trotsky para ha-cerse con el poder en Petrogrado en octubre de 1917 da-ría los mismos resultados si se emplease en Suiza o enHolanda. «O en Inglaterra», añadía Trotsky. Estas afir-maciones únicamente parecerán absurdas o arbitrarias

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preocupación. Pero hay algunos, menos dados a los típi-cos prejuicios y dotados de una sensibilidad más mo-derna, que empiezan a darse cuenta de que los sistemaspoliciales clásicos no bastan para garantizar la segu-ridad del Estado. Durante un estudio que he llevado acabo recientemente sobre la situación en Alemania,donde la polémica sobre la defensa del Reich es hoymás actual que nunca, he tenido ocasión de escucharpor parte de muchos una opinión de Stresemann sobreHitler: «La táctica empleada por Cicerón contra Catilinano daría ningún resultado contra Hitler.» Está claro queStresemann se planteaba el problema de la defensa delReich en términos muy diferentes de los consagradospor la tradición estatal alemana. Se declaraba contrarioa la táctica que domina aún la concepción de la defensadel Estado en la mayor parte de los países de Europa, esdecir, la táctica fundamentada en el sistema policial, latáctica con la que Cicerón desmanteló la conjura de Ca-tilina.

A propósito de la actual situación alemana, ensegui-da volveré sobre la actitud de Stresemann ante el inten-to revolucionario de Kapp en Berlín en 1920 y ante el deKahr y Hitler en Múnich en 1923. La incertidumbre y ladebilidad que demostró Stresemann en aquellas oca-siones reflejan fielmente las contradicciones que aco-san al pueblo alemán frente al peligro de un golpe deEstado. En la Alemania de Weimar el problema del Es-tado no es sólo un problema de autoridad, es tambiénun problema de libertad. Si los sistemas policiales se

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demuestran insuficientes para garantizar la defensa delReich ante una eventual tentativa comunista o hitleria-na, ¿a qué medidas puede y debe recurrir el gobiernosin poner en peligro la libertad del pueblo alemán? Stre-semann, en un discurso pronunciado el 23 de agosto de1923 en una reunión entre industriales, declaró que nohabría dudado en recurrir a medidas dictatoriales si lascircunstancias lo hubiesen requerido. Pero, entre lossistemas policiales y las medidas dictatoriales, ¿no hayotros medios que garanticen la defensa del Reich? Éstosson los términos en los que se establece el problemaalemán y son los mismos en los que se establece, en casitodos los países europeos, el problema de la defensa delEstado.

Las actuales circunstancias de Europa, y de la políti-ca de los gobiernos frente a los catilinarios, no puedenexaminarse ni juzgarse según el espíritu y el método deMaquiavelo. El problema de la conquista y de la defensadel Estado moderno no es un problema político, sinotécnico. Las circunstancias favorables para un golpe deEstado no son de naturaleza necesariamente política osocial y no dependen de la situación general del país. Latécnica revolucionaria empleada por Trotsky para ha-cerse con el poder en Petrogrado en octubre de 1917 da-ría los mismos resultados si se emplease en Suiza o enHolanda. «O en Inglaterra», añadía Trotsky. Estas afir-maciones únicamente parecerán absurdas o arbitrarias

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a los que consideran el problema revolucionario comoun problema exclusivamente político o social, y a losque, para juzgar las situaciones y los hechos actuales, seremiten a los ejemplos de la tradición revolucionaria yasuperada, a Cromwell, al 18 de Brumario o a la Comunade París.

En el verano de 1920, en Varsovia, durante una delas reuniones que celebraba casi a diario el cuerpo di-plomático en la Nunciatura Apostólica para examinar lasituación de Polonia, invadida por el Ejército Rojo deTrotsky y desgarrada por las luchas intestinas, tuve oca-sión de escuchar un diálogo bastante encendido, unaespecie de disertación muy poco académica sobre la na-turaleza y los peligros de las revoluciones que se entablóentre el embajador de Inglaterra, sir Horace Rumbold, ymonseñor Ratti, el actual papa Pío XI, nuncio apostóli-co en Varsovia por aquel entonces. Fue una rara ocasiónla de oír a un futuro papa defender las opiniones deTrotsky sobre el problema revolucionario moderno,contra un ministro inglés y en presencia de los repre-sentantes diplomáticos de las principales naciones delmundo. Sir Horace Rumbold declaraba que el desordenera extraordinario en toda Polonia, que de aquel desor-den surgiría fatalmente cualquier día una revolución yque, por eso, el cuerpo diplomático debía abandonarVarsovia y refugiarse en Posen. Monseñor Ratti replica-ba que, en efecto, el desorden era grande en todo elpaís, pero que la revolución no es nunca consecuencianecesaria del desorden y que por ello consideraba un

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error abandonar la capital, tanto más cuanto la reubica-ción del cuerpo diplomático en Posen se interpretaríacomo una falta de confianza en el ejército polaco, y con-cluía que él no abandonaría Varsovia. En un país civi-lizado donde la organización del Estado es poderosa,replicaba el ministro de Inglaterra, el peligro de una re-volución no existe. Por lo tanto, el desorden es el únicoorigen de las revoluciones. Monseñor Ratti, que defen-día sin darse cuenta la tesis de Trotsky, insistía en suafirmación de que la revolución es tan posible en unpaís civilizado, fuertemente organizado y policé comoInglaterra, como en un país presa de la anarquía, como loera Polonia en aquel momento, minado por la lucha entre las facciones políticas e invadido por un ejércitoenemigo. «Oh never!», exclamaba sir Horace Rumbold.Parecía tan entristecido y escandalizado por aquella ca-lumnia sobre la posibilidad de una revolución en Ingla-terra como lo había estado la reina Victoria cuando lordMelbourne le reveló que podían hacerse cambios en lascarteras de un gobierno.

No hará falta entretenerse mucho con la situaciónen que se encontraba Polonia el verano de 1920 para de-mostrar que las circunstancias favorables a un golpe deEstado no dependen de las condiciones generales delpaís y no son necesariamente de índole política o social.Quedará claro que en Polonia, en aquel momento, nofaltaban ni los hombres ni las oportunidades: todas lascircunstancias que sir Horace Rumbold juzgaba favora-bles, estaban aparentemente del lado de los catilina-

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a los que consideran el problema revolucionario comoun problema exclusivamente político o social, y a losque, para juzgar las situaciones y los hechos actuales, seremiten a los ejemplos de la tradición revolucionaria yasuperada, a Cromwell, al 18 de Brumario o a la Comunade París.

En el verano de 1920, en Varsovia, durante una delas reuniones que celebraba casi a diario el cuerpo di-plomático en la Nunciatura Apostólica para examinar lasituación de Polonia, invadida por el Ejército Rojo deTrotsky y desgarrada por las luchas intestinas, tuve oca-sión de escuchar un diálogo bastante encendido, unaespecie de disertación muy poco académica sobre la na-turaleza y los peligros de las revoluciones que se entablóentre el embajador de Inglaterra, sir Horace Rumbold, ymonseñor Ratti, el actual papa Pío XI, nuncio apostóli-co en Varsovia por aquel entonces. Fue una rara ocasiónla de oír a un futuro papa defender las opiniones deTrotsky sobre el problema revolucionario moderno,contra un ministro inglés y en presencia de los repre-sentantes diplomáticos de las principales naciones delmundo. Sir Horace Rumbold declaraba que el desordenera extraordinario en toda Polonia, que de aquel desor-den surgiría fatalmente cualquier día una revolución yque, por eso, el cuerpo diplomático debía abandonarVarsovia y refugiarse en Posen. Monseñor Ratti replica-ba que, en efecto, el desorden era grande en todo elpaís, pero que la revolución no es nunca consecuencianecesaria del desorden y que por ello consideraba un

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error abandonar la capital, tanto más cuanto la reubica-ción del cuerpo diplomático en Posen se interpretaríacomo una falta de confianza en el ejército polaco, y con-cluía que él no abandonaría Varsovia. En un país civi-lizado donde la organización del Estado es poderosa,replicaba el ministro de Inglaterra, el peligro de una re-volución no existe. Por lo tanto, el desorden es el únicoorigen de las revoluciones. Monseñor Ratti, que defen-día sin darse cuenta la tesis de Trotsky, insistía en suafirmación de que la revolución es tan posible en unpaís civilizado, fuertemente organizado y policé comoInglaterra, como en un país presa de la anarquía, como loera Polonia en aquel momento, minado por la lucha entre las facciones políticas e invadido por un ejércitoenemigo. «Oh never!», exclamaba sir Horace Rumbold.Parecía tan entristecido y escandalizado por aquella ca-lumnia sobre la posibilidad de una revolución en Ingla-terra como lo había estado la reina Victoria cuando lordMelbourne le reveló que podían hacerse cambios en lascarteras de un gobierno.

No hará falta entretenerse mucho con la situaciónen que se encontraba Polonia el verano de 1920 para de-mostrar que las circunstancias favorables a un golpe deEstado no dependen de las condiciones generales delpaís y no son necesariamente de índole política o social.Quedará claro que en Polonia, en aquel momento, nofaltaban ni los hombres ni las oportunidades: todas lascircunstancias que sir Horace Rumbold juzgaba favora-bles, estaban aparentemente del lado de los catilina-

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rios. ¿Por qué motivo, pues, no se produjo ningún inten-to revolucionario en Varsovia? Incluso Lenin estabaequivocado sobre la situación en Polonia. Es interesan-te constatar que el actual papa, Pío XI, tenía entonces, yseguramente tiene ahora, ideas más claras y modernassobre la naturaleza revolucionaria que Lenin. El com-portamiento de Pío XI en relación con los catilinariosde Europa puede entenderlo mejor Trotsky, es decir,uno de los principales creadores de las técnicas moder-nas de golpe de Estado, que Charles Maurras, Daudet otodos los que consideran el problema revolucionariocomo un problema de índole exclusivamente política ysocial.

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II

Las primeras consideraciones sobre el arte de conquis-tar y defender el Estado moderno, es decir, sobre las téc-nicas de golpe de Estado, me fueron sugeridas a travésde la observación de algunos acontecimientos de losque fui testigo, y en parte actor, el verano de 1920, en Polonia. Después de haber pasado unos meses en elConsejo Superior de Guerra de Versalles, fui nombrado,en octubre de 1919, agregado diplomático en la delega-ción de Italia en Varsovia. De este modo tuve ocasión detratar a Pilsudski con cierta frecuencia. Acabé por con-vencerme de que era un hombre más regido por la ima-ginación y las pasiones que por la lógica, que era máspresuntuoso que ambicioso y, en el fondo, más rico devoluntad que de inteligencia. Él mismo se complacía endefinirse como loco y testarudo, al igual que todos lospolacos de Lituania.

La historia de la vida de Pilsudski no le hubiera he-cho ganarse las simpatías de Plutarco o de Maquiavelo.Su personalidad de revolucionario me parecía muchomenos interesante que la de los grandes conservado-res, como Wilson, Clemenceau, Lloyd George o Foch, aquienes yo había podido tratar y observar en la Confe-

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