cuentos de amor y odio

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Antología de cuentos sobre los amores

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CUENTOS DE AMOR Y ODIO

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CLAUDIA RAMÍREZ FUENTES

CUENTOS DE AMOR Y ODIO

EDITORIAL TIEMPO

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CUENTOS DE AMOR Y ODIO

©2013, Claudia Ramírez Fuentes1ª. Edición, Mayo 2013.ILUSTRACION: Francisco Mora.

Queda prohibida la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización escrita de los titulares del <Copyright>. D.R. ©2013, Ediciones Tiempo S.A. de C.V.Manuel J. Tello No. 125, Col. Adolfo López MateosDel. Venustiano Carranza, C. P.15670, México, D.F.

ISBN en trámiteImpreso en México / Printed in Mexic

Para ese amor que nunca

terminará en odio, el de mi madre.

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Prólogo

Este libro transmite al lector una prueba clara de los amores juveniles y de la pasión que se puede sentir.

Es recomendable para los adultos que dejaron de tener pasión, pues les puede ayudar a recordar sus mejores tiem-pos; para los jóvenes que gozan de la suerte de pensar que lo más importante es el amor, para conocer los desenla-ces inesperados; y para los desafortunados que nunca han experimentado ese sentimiento, para tener una probada.

Frustración, locura, empoderamiento y ansie-dad, son sólo algunos de los sentimientos que des-pierta este libro, todos ellos íntima-mente ligados al primer amor y que con la edad se van matizando.

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Sin embargo, los giros inesperados atrapan has-ta el final y las historias cortas permiten una lectura fluida que no le permitirán detenerse.

Nallely Ortigoza Escritora y periodista

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Lo más curioso es que aunque todas las historias re-sultan apasionantes, desembocan en un final alejado al cuento feliz que quisiéramos leer, probablemente porque así son los primeros amores; nos atrapan, nos hierven el corazón y nos roban el sentido común.

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Idea de amor

No sé cómo definir las relaciones amorosas, tal vez las podría describir como lo que se vive cuando uno está en una montaña rusa: mientras subes te sientes excitado y lleno de energía, cuando menos lo percibes así cuando estás en lo más alto; después viene un gran miedo a la caída, cierras los ojos para tratar de mantenerte un poco más en lo alto, pero todo se derrumba y es inminente el descenso; gritas, te ríes, llo-ras, vuelves a subir, bajas, sientes que los intestinos se te van a la cabeza y acabas con las piernas temblando y el estóma-go revuelto, aunque eso sí, con una experiencia irrepetible.

A veces, nos aventamos enseguida una segunda vuel-ta con el afán de volver a sentir esa emoción, que si bien nos deja un mal o un buen sabor de boca, con-stituye un hermoso ciclo que somos capaces de so-portar. En otras ocasiones, el efecto ha sido tan horro-roso que decidimos esperar un tiempo a que nuestro espíritu recobre la fuerza necesaria para volver a intentarlo.

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En cualquiera de los casos, el ser humano siempre va a estar en una constante búsqueda de esa persona que le haga sentir el amor, que le erice la piel cada vez que se vean a los ojos; un compañero o una compañera con quien pueda compartir su soledad y no sienta que ca-mina vacío por este cruel y desdichado mundo, un ser al que entregar su cuerpo, sus ideas y su vida entera.

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Galadriel

Aún recuerdo bien aquella noche en la taberna, yo solía ir sola cada viernes en busca de nuevos personajes que admirar para crear mis historias. Los rostros y el ambiente ya me eran familiares, me senté en la barra y pedí mi copa de vino tinto de siempre mientras encendía un cigarrillo.

Comencé a mirar a las personas que tenía a mi alrededor. En un extremo estaba un grupo de aficionados al futbol que ce-lebraba que su equipo había pasado a las finales; al otro, un grupo de jóvenes que al parecer llevaba varias jarras de cer-veza encima y, claro, no podían faltar los clientes de siempre.

Afuera, una lluvia torrencial estaba comenzando, situación que hacía que más gente entrara para resguardarse del agua; por tanto, esa noche había más personas de lo normal.

Entraste de pronto, cuando ya iba en la tercera copa; era la primera vez que te veía, tenías el cabello y la

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ropa extremadamente mojados, te sacudiste y te sen-taste al otro extremo de la barra y con un gesto pe-diste una cerveza. No podía quitarte la mirada de en-cima e instantáneamente un gran deseo por saber quién eras me invadió el alma, tú lo notaste, me mi-raste a los ojos y me regalaste una hermosa sonrisa.

Le pregunté al cantinero tuerto si alguna vez te había vis-to y su respuesta fue un “no”. Eras un hermoso extraño, el misterio de tu identidad comenzaba a excitarme. Seg-uías mirándome, como incitándome a que me acercara, a que descubriera tu esencia; no sabía si caer ante tus encantos o guardar mi distancia, tu mirada penetrante y desafiante me produjo una fascinación inexplicable.

Ante mi indecisión, después de varios minutos, te sen-taste junto a mí, besaste mi mejilla y me susurraste tu nombre al oído: “me llamo Galadriel y he ve-nido aquí esta noche para encontrarme contigo”.

Ignoré aquellas palabras, tu nombre llamó mi aten-ción, me pareció haberlo escuchado en algún cuen-to, de esos que mis padres me relataban de pequeña.

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Me estremecí y mientras hablabas me di cuenta de que tus facciones eran inusualmente encantadoras.

Me contaste tu vida y yo te dije la mía; tus histo-rias eran completamente alucinantes, hablabas con una sabiduría que sólo un anciano posee; sin embargo, tu mirada gozaba de una inocencia natural.

Conversamos como dos viejos amigos, las horas transcurrían entre copas de licor, humo de cigarro, risas y pláticas interminables que a cada minu-to hacían que me sintiera íntimamente ligada a ti.

Después de varias horas me dijiste que era momen-to de marcharnos; sin pensarlo, te seguí, me aferré a tu mano sin saber a qué lugar me dirigías. Ahora mi único placer se encontraba a tu lado, necesitaba sab-er más de ti, después de esa noche ya no tendría que buscar: había encontrado a mi personaje perfecto.

Caminamos sin rumbo fijo hasta llegar al mirador del pueblo, desde ahí se veía un hermoso paisaje. Las per-sonas comenzaban a salir rumbo a sus actividades

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diarias, los pajarillos cantaban al uníso-no y tu mirada se había vuelto más profunda.

Me dijiste que para estar por siempre juntos tenía-mos que saltar, que probablemente a esa altura podría-mos caer adecuadamente. Te contesté que no quería morir, ¿por qué era necesario perecer para estar juntos?

Sonreíste y me besaste. Fue el beso más hermoso que he sentido en la vida; dijiste que si quería más de ti, te siguiera, que no pasaría nada, no moriríamos, sólo pasaríamos a otro nivel de la existencia humana al que todos temen, pero al que es inevitable llegar.

Me dijiste que pertenecías a la cuarta dimensión, que sólo por esa noche tenías permitido entrar a la mía y que jus-tamente lo habías hecho por mí, pues me conocías y me amabas desde que era pequeña, cuando mis padres me contaban las historias que los humanos habían escrito so-bre ti en cuentos para niños, y que la única forma de estar juntos era que me aventara contigo antes del amanecer.

Me suplicaste que no tuviera miedo, que confiara

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en ti; dijiste que me mostrarías mundos, paisajes, vi-das, millones de cosas que jamás encontraría si me quedaba aquí, en la tierra de los mortales.

Mi asombro era tan grande que no podía creer lo que veía y escuchaba; el tiempo se agotaba, lo podía notar en tu rostro; aun así no hice nada, me quedé allí, con tus manos en las mías, sin decir ni una maldita palabra, ni un minúsculo rui-do, siempre mi estúpida indecisión, mi horrorosa indecisión. Me miraste con unos ojos tristes y decepcionados, llenos de lágrimas, y lo último que oí de ti fue “creí que estabas lista”.

El sol comenzó a iluminar un nuevo día con sus rayos matu-tinos, pero tú ya no estabas, te habías ido junto con la oscu-ridad de la noche. Mi miedo dejó que te fueras sin mí. Corrí a mi hogar, al llegar busqué con desesperación aquel libro que me leían mis padres cuando era niña, el que hablaba de un ángel que sólo bajaba cada 25 años a la Tierra para buscar a su amor, aquel ángel que se llamaba Galadriel.

Abrí el libro y ahí estabas, ¡cómo pude ser tan tonta! Los dibujos que ilustraban el cuento éramos tú y yo, la diferencia es que en esa historia yo sí me iba contigo.

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Ahora que han pasado 25 años desde que te vi por prim-era vez en aquella taberna, no sé si nuestro encuentro real-mente sucedió o fue una mala jugada de mi mente; sin em-bargo, esperaré con ansias en este manicomio que llamamos vida a que vuelvas a buscarme. Ahora sé que estoy lista.

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Siempre juntos

Renol y Violeta se consideraban una pareja ordinaria, con pro-blemas diferentes, pero al fin y al cabo normal. Vivían juntos desde hacía cinco años y se amaban como nadie más que cono-cieran; no habían tenido hijos porque no lo creían necesario.

Ambos pensaban de forma muy similar en cuanto a la vida, cosa que los hacía entenderse sobremanera. Desde que se conocieron se dieron cuenta de que eran el uno para el otro.

Desde pequeña, Violeta sufría un desorden mental que le producía alucinaciones; había empeorado al pasar los años, pero para Renol eso no significaba ningún problema. Él siempre calmaba los arrebatos de ira o las depresiones que ella padecía; en ocasiones Violeta olvida-ba lo que hacía cuando caía en sus delirios, pero a Renol no le importaba, él vivía solamente para ella y ella para él.

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Un buen día Renol se dirigía a su casa después de arduas horas de trabajo en el restaurante del que era el chef principal. En el camino se encontró a una mujer ven-diendo hermosos tulipanes y, como todo un hombre ena-morado, decidió llevarle un ramito a su fiel compañera. El sol estaba a punto de esconderse cuando él llego a su casa.

Violeta esperaba con ansias a su amado en casa, lamenta-blemente su estado mental no le permitía trabajar fuera, así que laboraba desde la comodidad de su hogar. Esa tarde había terminado de escribir el guión de una película; se trataba de una mujer que, por despecho, torturaba y ma-taba a su marido, quien planeaba dejarla para irse con otra.

Preparó una cena italiana para disfrutarla a la luz de las velas con Ren. De pronto comenzó a sentir los mareos que le daban cuando estaba a punto de llegar uno de sus episodios; la vista se le nubló y todo se volvió negro, su cuerpo ya no era suyo.

Renol abrió la puerta de la casa que compartía con Violeta, ya había oscurecido y las luces estaban apagadas. Al fon-do, en el comedor se alcanzaba a ver una pequeña luz, era una vela encendida; se acercó a tientas a esa parte de la

habitación y encontró a Violeta sentada dándole la espalda.—Violeta, amor —le habló Ren—.

Violeta seguía sin inmutarse, no se movía y no contes-taba a los llamados de Ren. Él la rodeo y vio que su mi-rada estaba completamente perdida; la tomó en sus brazos y la subió a su habitación, la recostó en la cama, le puso su ropa de dormir y bajó por un poco de agua.

Cuando Ren volvió, Violeta ya no estaba; desesperadamente, la buscó por toda la casa. Le faltaba un cuarto por revisar: el sótano. Bajó despacio y ahí se encontraba ella, con una pala en la mano. Con una fuerza incalculable, Violeta le dio un golpe seco a Ren en el rostro. Él se desmoronó al instante.

Cuando despertó, estaba atado a una silla, seguía en el sótano y a excepción de una pequeña vela, todo continuaba oscuro. Violeta se encontraba mirándo-lo, tenía un cuchillo en la mano; Ren trató de hablar con ella, pero no podía ocultar el miedo en su mirada.—Violeta, no te encuentras bien, suelta ese cuchillo, podríaslastimarte. Sé cómo te sientes, sólo debes descansar y todo esto habrá terminado.

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—¡¿Crees que no sé lo que planeas?! —gritó Violeta—. ¿Realmente crees que no me he dado cuenta de que estás a punto de dejarme por tu amante y que entre los dos están planeando matarme para deshacerse de mí? No soy nin-guna estúpida, pero voy a matarte antes de que eso pase.

—Violeta, mi amor, no sé de qué estás hablando. Todo está en tu cabeza, no estás bien, yo te amo como nunca he ama-do a nadie en la vida; por favor, suelta ese cuchillo y vamos a hablar —dijo Renol mientras la veía tiernamente a los ojos—.

Violeta tenía una mirada de odio que Renol nunca había visto, esta vez iba en serio y no parecía calmarse con las palabras de ese hombre que en su lucidez ama-ba tanto. Ella estaba segura de lo que decía, aunque todo fuera una mala jugada de su enfermedad mental.

Con un tubo, golpeó intensamente las piernas de Re-nol hasta que estuvieron llenas de sangre y con el muslo al rojo vivo; él se desmayó instantáneamente, Violeta continuaba golpeándolo y gritando al mismo tiempo.

—Bastardo, nunca dejaré que me dejes, siempre estaremos

juntos.

Mientras él seguía inconsciente, Violeta tomó la caja de herramientas y sacó un taladro; lo conectó a la luz y taladró los tobillos de Ren, sacaba y metía la broca en el cuerpo del hombre que tanto la amaba. Después de hacer los hoyos, introdujo en ellos sendas varillas; luego fue a buscar un soplete para quemarle a Ren su hermoso rostro, así quedaría irrecono-cible por las quemaduras y ninguna mujer le robaría a su amor.

Renol abrió los ojos, se encontraba tirado en el piso del sótano, aún atado a la silla; un dolor inaguan-table le subía por las piernas. Miró hacia sus pies y se dio cuenta de las varillas incrustadas en sus tobillos en-sangrentados; cayó en shock y volvió a desmayarse.

Violeta regresó al sótano con el soplete y demás artículos del hogar que usaría para torturar a Ren. Al verlo completamente inmóvil, lo desató y le enterró en la espalda el cuchillo que habían utilizado en navidades pasadas para cortar el pavo.

Ren despertó de nuevo. Miro fijamente a Violeta con la esperanza de que reaccionara, pero ella no se inmutó y

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siguió con lo suyo; cuando se dio cuenta de que él la mi-raba, tomó una cuchara, se acercó a su rostro y se la clavó en un ojo mientras hacía presión para sacárselo. El dolor era tan insoportable que Ren consiguió apartarla de un golpe seco; ella salió disparada contra la pared.

Ren no podía creer lo que estaba sucediendo, rápidamente sacó las varillas de sus tobillos y se arrastró hasta donde había quedado tirada su amada. Sin darse cuenta comenzó a besarla, realmente la amaba y sabía que ella era víctima de su mente.

Violeta abrió frenéticamente los ojos mientras Ren la besaba; sin pensarlo, tomó el cuchillo que estaba ti-rado a su lado y le cortó la yugular. Él se desangró so-bre el cuerpo de Violeta mientras veía fijamente a aquella mujer que había amado tanto y cuyos delirios nunca pudo controlar; ahora le había quitado la vida.

La sangre cubría el piso de aquel cuarto; como única testigo estaba Violeta. El color rojo que bañaba su cuerpo la había de-jado en transe, realmente no sabía qué pasaba, su locura había cesado y empezaba a percatarse de lo sucedido. Lo primero que vio fue a Renol muerto sobre ella, mirándola fijamente,

la sangre regada por todo el lugar y el cuchillo en su mano.

Supo que ocurría algo horroroso y que ella, inconsci-ente, lo había ocasionado. Había matado al amor de su vida, al hombre que la cuidó y la amó con todo su ser, a la única persona que realmente se había preo-cupado por ella, pero no sabía cómo ni por qué.

El dolor que sentía era inmenso, no quería vivir así, sola en un mundo que no entendía. Maldijo el día en que nació con esa enfermedad que ahora le había qui-tado lo que más quería. No podía vivir así, todo esta-ba mal, ella y Ren tenían que haber estado juntos por siempre, las cosas no debieron suceder de ese modo.

Tomó el mismo cuchillo con el que le había quitado la vida a su amante, abrazó fuertemente a Ren y asió su mano, ésa era la única manera en que ahora podrían estar juntos; pasó la hoja filosa por su cuello y su sangre comenzó a brotar mez-clándose con la de él, de la misma forma en que desprendió la vida del amor de su vida ahora se despedía de la suya.

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Desquiciado por una roca

Desde hacía tiempo un hombre de 40 años habitaba la luna; había llegado ahí desde la Tierra en un viaje espa-cial exploratorio. En su planeta solían decirle Silón, ahora ya nadie lo llamaba así; en la luna sólo se encontraban él y una extraña roca color magenta. Silón había olvida-do la última vez que vio a sus compañeros, no sabía por qué era un solitario, aunque tampoco le importaba…

Hacía un año, él y sus cuatro compañeros pisaron por primera vez la luna. Habían sido mandados ahí para in-vestigar la desaparición de una expedición enviada sie-te meses antes. Cuando la nave aterrizó, lo único que encontraron fue una enorme y refulgente roca color magenta; a su lado se encontraba un hombre del-gado sin traje protector, sentado dándoles la espalda.

No lo reconocieron, así que rodearon la roca para verlo de frente: había perdido todo el cabello y el

vello de la cara, su vejez era incalculable; a causa de su extrema delgadez, sus ojos lucían tristes y perdidos, pero el orificio de la boca era lo que más llamaba la aten-ción, pues se le habían caído todos los dientes y le falta-ban los labios; también había perdido una parte de la mejilla izquierda. Después de observarlo, concluyeron que se trataba de Nero, el capitán de la nave extraviada.

Silón subió al capitán a su nave, mientras los demás recorrían los alrededores para averiguar algo sobre el otro vehículo espacial y los tres tripulantes desaparecidos. Al encontrarse a solas con Nero, Silón quiso hablar con él, pero lo que le quedaba de ser humano estaba tan perdido como su vista.

Al regresar, sus compañeros le informaron a Silón que no había rastro alguno de los demás y que sólo habían ha-llado unos dientes, que suponían eran los que le faltaban a Nero. Decidieron descansar esa noche antes de ana-lizar lo sucedido y empezar por revisar la roca al otro día. Después de cenar, todos se fueron a dormir a sus cápsulas.

Silón no pudo dormir, algo en esa roca lo estaba lla-mando, así que después de ponerse su traje protector

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salió a investigar. Nunca había visto algo igual, observó la roca, la olió y después de mucho dudar se decidió a tocarla; la sensación que tuvo lo hizo echarse atrás de un brinco, era como si de repente el conocimiento del universo entero le hubiera penetrado la mente; todo lo que sabía y en lo que creía se había esfumado, se sintió extasiado y a la vez temero-so mientras su vista se nublaba y su cuerpo golpeaba el suelo.

Al volver en sí se dio cuenta de que ya no estaba solo, una sombra espectral se dibujaba gracias a la luz de color magenta. La figura tenía una mano posada en la roca y la otra en dirección al cielo, era una especie de antena hu-mana. Silón se percató de que el ser era Nero, pero aho-ra su rostro no parecía el de un viejo; su cara tenía todas las características de los demonios ancestrales que re-latan las leyendas del espacio, sus ojos eran del mismo tono magenta radiante de la roca y su boca sangraba.

Silón supo que Nero sentía lo mismo que él, esa ex-trema sensación de querer estar con la roca y sab-er sus secretos; no sintió miedo, sino una furia in-mensa al ver que alguien más disfrutaba de esos placeres, así que se abalanzó contra él para alejarlo.

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Aprovechándose de su extrema fuerza comparada con la del enemigo, sin pensarlo comenzó a golpearlo hasta que Nero dejó de respirar. En el enfrentamiento, Silón perdió su casco, pero ahora ya no lo necesitaba, gracias al contacto con la roca se había hecho tolerante a la atmósfera. Tomó el cuerpo inerte del capitán y lo llevó al norte, a una base militar abandonada construida por los terrestres hacía varios siglos.

Cuando regresó a la nave, sus compañeros lo estaban bus-cando. Era demasiado tarde para que Silón inventara una excusa, la sangre del capitán extraviado yacía en su ropa y en el área alrededor de la roca. Lo miraron con terror, ya no era el hombre feliz y positivo de 40 años que había llegado con ellos, se había transformado en un ser sin alma; sus ojos eran totalmente negros, su rostro parecía más el de una bestia e, igual que Nero, ya le faltaban el labio inferior y parte del superior, pues se los había mor-dido con mucha fuerza a causa de la ansiedad que le pro-vocaba estar lejos de la roca. Corrió tras ellos, no podía pensar en nada más que en matarlos para que lo deja-ran a solas con la enorme roca causante de su locura…

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Silón no recordaba nada de lo sucedido ni de su antiguo modo de vida, le extasiaban el color y la hermosura de la roca y el conocimiento del que lo dotaba lo mantenía con vida; sólo necesitaba estar ahí, contemplándola. Ya no tenía la pierna izquierda, ni el brazo dere-cho, se los había comido al no tener más cuerpos que devorar, cuando el hambre extrema le acechaba; nada de eso le importaba, mucho menos aquella nave abandonada; ahora se sentía el rey de la luna.

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Índice

Prólogo.............................................................................09

Idea de amor.....................................................................11

Galadriel...........................................................................13

Siempre juntos.................................................................19

Desquiciado por una roca................................................26

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