cuento
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GOR, EL DUENDECILLO
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or despertó, parecía que hubiera salido de un sueño casi eterno… se desperezó, se frotó sus ojillos con las manos y continuó mirando a su alrededor… no entendía nada… ¡Había cambiado todo tanto!... Oía ruidos
extraños, los grandes árboles que él recordaban ya no estaban, las casas eran enormes y había mucha gente… estaba rodeado de un grupo de niños que lo miraban con curiosidad.
Gor era un pequeño duende, era bajito, bajito, bajito…, tan diminuto que para verlo bien había que cogerlo con la mano y acercarlo a los ojos. Su vestimenta era muy original. Llevaba una casaca roja, de un rojo tan vivo que deslumbraba; un cinturón ancho con una gran hebilla y sus pantalones tenían todos los colores del mundo… ¡Qué
digo todos!... Todos y alguno más que él se había inventado, que para eso era un duende… Su pelo se escondía bajo un gorro verde, como todo buen duende que se preciara.
El grupo de niños estaba observando todas estas cosas mientras comían unas “chuches” que tenían unos colores muy chillones y dejaban un olor dulzón y empalagoso… De repente Gor se dio cuenta de lo que
estaban haciendo y gritándoles que no comieran eso se tapó la cara con las manos y se echó a llorar ruidosamente.
Los niños le acarician y le dicen:
‐No tengas miedo… No llores. Entre todos vamos a pensar cómo ayudarte.
‐No hace falta que penséis, les dice Gor, sólo os pido que no volváis a comer esas cosas de colores que huelen tan mal.
Gor ha dejado bruscamente de llorar. Tiene la cara llena de churretes y los pelos, despeinados, se le salen, en mechones, de su gorro de duende a causa de los restregones que se ha dado mientras lloraba. Se acomoda, y les dice:
‐Os voy a contar algo. Algo de lo que yo formo parte, y así me conoceréis:
Hubo una vez, hace muchísimos años… muchos más de los que la memoria pueda llegar a recordar, un mundo en el que no había casas, no había Bancos, ni hipotecas, no había coches, no había trenes, ni aviones, ni ordenadores, ni wiis, ni sofás, ni sillas,
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ni mesas… ni platos, ni vasos, ni “chuches”, ni pasteles… Difícil de imaginar ¿verdad?... Pues así era aquel mundo. Todo era verde y reluciente bajo el sol; y gris y cristalino bajo la lluvia; porque, eso si, hacía sol, llovía, nevaba… igual que ahora.
Sólo estaban inventadas las palabras que se utilizaban: Vida, muerte, amor, felicidad, hambre, comer etc. La palabra “gordo”, por ejemplo, aún no se había inventado ¿sabéis por qué?... pues porque no había gordos y no hacía falta usarla.
Los hombres de aquel mundo también comían, como vosotros, pero no iban al supermercado a comprar los alimentos, tenían que proporcionárselos ellos mismos utilizando su ingenio, su habilidad y su inteligencia. Cazaban, pescaban y recogían frutos de la tierra; pero tenían que fabricarse sus armas, pues no había rifles, ni arcos, ni cañas de pescar… Corrían detrás de los animales, les acorralaban, peleaban con ellos y les golpeaban con huesos de otros animales o con ramas de árboles hasta vencerles y luego hacían un fuego, los asaban y los comían. Cuando iban a pescar no se sentaban, como ahora, a esperar que el pez picara el anzuelo, ¡qué va!... Se sumergían en el agua y nadaban como los peces mismos hasta hacerse con alguno de ellos… En cuanto a los frutos… unos los recogían de la tierra y otros tenían que trepar a los árboles para alcanzarlos… ¿Veis? ¿Entendéis ahora por qué no se había inventado la palabra “gordo”?... El comer llevaba implícito hacer ejercicio y todos los hombres, mujeres y niños de aquel mundo eran esbeltos y ágiles; no tenían grasa, ni colesterol…
Pero… como no todo es perfecto, en este maravilloso mundo vivía yo, que por cierto no era tan maravilloso como el mundo. Me llamo Gor y tenía un gran defecto… era vago, muy vago… era vaguísimo… no cazaba porque había que correr, no pescaba porque había que nadar, no me agachaba a coger alimentos de la tierra porque después me dolería la espalda… y no trepaba a los árboles para coger frutos porque estaban muy altos y había que esforzarse mucho… Me pasaba todo el día tumbado a la sombra, y me alimentaba de lo que perdía alguna hormiga que iba demasiado cargada hacia su hormiguero, y de los regalos de mi vecina, de la que ya os hablaré. Sólo me
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dedicaba a aburrirme, porque, de verdad, me aburría mucho… y a pensar (y poco, no creáis) en la manera de cambiar ese mundo y hacerlo más cómodo y divertido… Poco a poco fui haciéndome más grande… No era más alto, no… Era más ancho… Reventé mi casaca roja, tuve que quitar el cinturón… y mis pantalones tuvieron un color más: el de mi piel que asomaba por las costuras…
No os he dicho que vivía bajo una especie de puente que hacía la raíz de un viejo árbol gigantesco que cansada de tantos años de oscuridad salió de la tierra para buscar el sol… Tenía dos vecinas que vivían encima, en la copa del gran árbol, una era Do una bruja mala y además fea, feísima… que a veces tomaba la forma de una gran mariposa negra que volaba torpemente; y otra se llamaba Salud y era una bruja buena, un hada, que se transformaba en una mariposa de infinitos y hermosos colores.
Do siempre revoloteaba a mi alrededor y me traía “chuches” de vivos colores que ella me hacía, yo estaba encantado, porque era el único que comía esas cosas… y ella, viendo mi transformación se alegraba muchísimo y me decía que me estaba ayudando a hacer ese mundo que yo quería, y que entonces uniríamos nuestros nombres y nacería una palabra nueva de la que seríamos inventores: Gordo…
Yo soñaba y soñaba con ese día sin saber que lo que la bruja estaba haciendo era probar en mí un elixir, para que los niños, atraídos por sus colores, por su olor y sabor, lo tomaran y se volvieran todos igual de vagos que yo. Quería que esto se convirtiera en una epidemia para que todo el mundo engordara… y es que le daba mucha rabia que todos fueran ágiles y guapos y ella tan horrorosa…
Salud, que observaba todo lo que estaba pasando, me prevenía y me aconsejaba. Me decía que dejara de comer esas “porquerías” que me daba Do y que me diera un paseo para coger una hierba sabrosísima, según ella, que había en un lugar cercano; pero yo no quería ni oírla y seguía allí tumbado esperando a Do y a sus “ chuches “ .
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Un día empecé a preocuparme…, me sentía mal, ese día yo si quería moverme, pero no podía… estaba demasiado pesado… ¡Menos mal que Salud estaba al acecho!... fue corriendo hasta donde yo estaba y me llevó las hierbas que ella tanto me recomendaba y de verdad que estaban riquísimas, luego me trajo un montón de frutas… y así unos cuantos días hasta que poco a poco fui encontrándome mejor y ya fui yo a por frutos, a pescar y a cazar…
A todo esto, Do desapareció de mi vida, se olvidó de mí. Ya no le hacía falta. Seguro, le decía yo a Salud, que se ha salido con la suya y se ha puesto manos a la obra con su elixir…
‐Como eso ya no podemos arreglarlo, dijo Salud, te voy a dormir por muchos años, para que cuando despiertes, si ha hecho efecto la epidemia que pretendía Do, cuentes a todo el mundo los graves inconvenientes que tiene para la salud el comer mal y el no hacer ejercicio; y las ventajas de la comida sana… ¡Ah!, también me dijo, que no olvidara decir a los niños que no coman “chuches” ni dulces en exceso, porque son muy perjudiciales para sus dientes y su salud en general.
¿Me entendéis ahora?... ¿Queréis, de verdad, ayudarme?... Pues empezad por cuidar vuestra propia comida y aconsejad a todos que lo hagan. Yo he aprendido la lección y no es fácil que la olvide, recordad que yo inventé la palabra “gordo”… y ahora os dejo, que es mi hora de hacer ejercicio… y dicho esto Gor salió corriendo como una bala. Entre lo pequeñito que era y su colorido que se mezclaba con el movimiento, parecía una hoja empujada por el viento… Sin duda se había convertido en un ser ágil y sano.