crónicas lau

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Crónica s: Varias. Rothberg, María Laura.

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Crónicas:

Varias.

Rothberg, María Laura.

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Villa Eleonora: Un pueblo olvidado.

Los doce kilómetros que separan la pequeña ciudad de Larroque, del pueblo de Villa Eleonora, hacía donde me dirigía, son doce kilómetros de barro y ripio que para los ansiosos citadinos se hacen lagos, pero para quienes disfrutamos de observar el paisaje, el ripio nos da la ventaja de que el auto no circula a tanta velocidad y podemos apreciar lo que hay a nuestro alrededor con más tranquilidad.

En el caso de la Ruta Provincial N° 51, el panorama no era muy diferente al de otros caminos rurales: grandes extensiones de campo sembrado a uno y otro lado del camino, o en su defecto algún monte de quebracho y espinillo. Cada tanto se asomaba alguna perdiz o algún cuiz. Pero no mucho más que eso.

Como había llovido esa madrugada, no mucho, pero había llovido, el ripio se había desparramado a los costados del camino, y solo se veía una única huella de barro por donde el auto avanzaba con algo de dificultad.

Eran cerca de las diez de la mañana cuando estacioné el auto frente a la comisaría del pueblo y pregunté dónde quedaba la biblioteca. El comisario, un chico, joven, me indicó que caminara tres cuadras derecho y doblara a la izquierda otras 2 cuadras más: “ahí se

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topa usted con la biblioteca, pero no creo que esté abierta. Es Sábado”, me dijo mirándome extrañado. Supuse que no, que efectivamente iba a estar cerrada, pero había quedado en encontrarme allí con Nélida, para organizar mi visita y arrancar con las entrevistas a la gente del lugar cuanto antes.

Dejé el auto estacionado frente a la comisaría y unos segundos más tarde llegue hasta la biblioteca para encontrarme no solo con que estaba cerrada, sino con que no había nadie esperándome. En un reflejo de ciudad agarre mi celular para llamar a Nélida, pero no tenía señal allí, así que decidí quedarme esperando allí, dando gracias que al menos ya no llovía.

Cerca de media hora después, como Nélida no aparecía, pensé en ir hasta la casa de su hija, donde la había encontrado la primera vez que fui a Villa Eleonora. Junté mis cosas y me dirigí hasta allí, quedaba sólo a tres cuadras. Cuando llegué a la puerta del lugar, golpee las manos, pero nadie salió a atenderme, estaba por dirigirme nuevamente a la comisaría para preguntar al comisario si no podía ayudarme, cuando un señor desde la otra cuadra me preguntó a los gritos, a quien buscaba. También a los gritos le contesté que buscaba a Nélida, “la negra Wagner”, dije ante su desconcierto. Nos fuimos acercando para no gritar, y me dijo que seguramente “la negra” estaba en la panadería donde trabajaba (además del campo, los pasteles que hace para vender y la biblioteca).

Así comenzaba mi día en Villa Eleonora, o “Estación Irazusta”, como conocen todos a ese pueblo en realidad. Cuando me vio parada en la puerta de la panadería, Nélida sorprendida, me dijo que creía que yo no iba a ir por la lluvia. Acto seguido me preguntó si no había tenido problemas para llegar por las condiciones del camino. Esperé que terminara de ordenar sus cosas, y nos dirigimos juntas a la casa del Sr Roberto Uranga, mi primer entrevistado, el historiador aficionado del pueblo. Nélida hizo las presentaciones correspondientes y para mi sorpresa, me dijo que me esperaba para almorzar en su casa.

Roberto Uranga, no es un historiador con título oficial, pero deberían dárselo. Conoce la historia de Entre Ríos muy profundamente, y al pueblo como a la palma de su mano. Cuando me pasaron el dato, me dijeron que sabía mucho, pero yo nunca imagine que una persona pueda conocer y transmitir con tanto cariño la historia de su lugar. Junto a su hijo menor y a su esposa, me proporcionaron los datos que yo había ido a buscar, me fui enterando del nacimiento del pueblo, de la llegada y la partida del ferrocarril, de algunos personajes del lugar, de algunas historias relacionadas incluso con mi ciudad natal: Gualeguaychú. Pero además, en una charla que duró poco más de dos horas, fui conociendo lo importante que es para sus habitantes el intento de querer permanecer en la memoria, de querer seguir formando parte de la historia, de formar y contar su propia historia, para que trascienda, para que la conozcan las generaciones futuras.

Cuando se acercó la hora del almuerzo, la familia Uranga me invitó a comer con ellos, pero recordé que había aceptado la invitación de Nélida, así que me despedí y fui hasta lo de Florencia, la hija de Nélida. Me estaban esperando para comer con un plato gigante de goulash, que devoré en dos minutos. Luego de una pequeña sobremesa, Nélida se ofreció a acompañarme para que yo sacará fotos de los edificios más típicos del pueblo.

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Recorrimos el pueblo caminando y mientras sacaba fotos de la estación, la biblioteca, la escuela, la plaza, etc, Nélida iba contándome de la fiesta que Villa Eleonora había realizado, solo unas semanas atrás, con motivo de los cien años de su fundación. Yo sacaba fotos y escuchaba con mucha atención el cariño y el amor que se desprendían de las palabras de Nélida cada vez que me hablaba de su pueblo. Seguimos así casi toda la tarde, hasta después de la hora de la siesta, cuando me dirigí hacía la casa del Sr Guillermo Wepp, un apicultor que estaba esperándome para contarme no solo acerca de su actividad con la abejas, sino también acerca de su pueblo, su historia y acerca de un cuaderno escolar con fotos que fue pegando a lo largo de toda su vida y en el que fue escribiendo su historia y la historia de su gente, con la intensión de dárselo a sus nietos, para que éstos recuerden sus raíces y su historia cuando él no esté para contarles.

Fui a Villa Eleonora, buscando datos e información certera de su fundación, del paso del tren, del éxodo de su población, etc. Pero me encontré con algo mucho más profundo que esos datos duros que buscaba: me encontré con la amabilidad de la gente y la solidaridad de un pueblo. Me encontré con gente que quería compartir conmigo sus historias de vida, y sus recuerdos por más lejanos que fuesen. Me encontré con un pueblo que lucha por no desaparecer, que no descansa para no caer en el olvido. Un pueblo que lucha por recuperar la memoria de sus jóvenes y mostrarles que por más lejos que se vayan, Irazusta siempre los espera con los brazos abiertos por su algún día deciden volver.

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TECNÓPOLIS.

Víctor Oesterheld: "Este... ¿quién eres tú?"Juan Salvo: "Hmm, no es fácil contestar a esa pregunta. Podría darte centenares de nombres, y no te mentiría: todos han sido míos. Pero quizás el que te resulte más comprensible sea el que me puso una especie de filósofo, de finales del siglo XXI... el "Eternauta" me llamó él, para explicar en una sola palabra mi condición de navegante del tiempo, de viajero de la eternidad. Mi triste y desolada condición de peregrino de los siglos..."

Allí se la ve: gigante, poderosa y llena de luz. La noche le sienta mejor que la mañana, y sin embargo su actividad diaria se centra en esas pocas horas solares.

Tiene el tamaño de casi 10 manzanas, y en su interior cuenta con casi doscientos años. Doscientos años de descubrimientos, hallazgos, investigaciones y creaciones que nos llenaron de orgullo como argentinos.

El recorrido de cada una de sus partes, nos invita a reflexionar acerca del país que fuimos y el país que queremos ser de ahora en más.

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Acercarse al Tronador II y darnos cuenta de que su creación, fue una creación nacional, nos muestra hasta qué punto en la argentina contamos con un número muy importante de gente que está capacitada para realizar este tipo de hazañas, y la necesidad de que se impulsen este tipo de actividades.

La mega muestra de Ciencia, Arte y Tecnología enclavada en Villa Martelli combina el parque de diversiones y el fervor popular con la difusión de conocimiento y creatividad. Dividida en cinco continentes (Aire, Agua, Fuego, Tierra e Imaginación), la ciudad de la tecnología invita a recorrer un mundo en donde se mezclan el folclore, y el tango, con skaters y marcha. Un lugar en donde la rudimentaria máquina de copos de nieve (o algodón dulce, como suele llamarse en otras latitudes a esta golosina) comparte el mismo metro cuadrado que el simulacro de la Estación Nuclear. Mezcla de estilos, danzas, destrezas y conocimientos, Tecnópolis es la combinación perfecta de la esencia argentina.

Larga y ancha, como nuestro país, la muestra que se inauguró el pasado 15 de Junio, todavía sigue siendo visitada por miles de argentinos (y extranjeros) que buscan encontrar restos de un pasado glorioso y pistas de un futuro lleno de oportunidades.

Luego de un intenso día de caminata por todo el predio, cuando ya van quedando pocas personas, y la muestra parece más grande aún, me pregunto qué pensaría El Eternauta si estuviese al lado mío mirando este gigantesco universo de técnica e idiosincrasia.

Tecnópolis está emplazada en el predio donde se hallaba el cuartel del Batallón 601 del Ejército, (Av Gral Paz y Balbín) el mismo donde, en la Semana Santa de 1988, se produjo el alzamiento de los militares “carapintada”; hoy es sede del Centro de Investigaciones Científicas y Tecnológicas del Ministerio de Defensa, la muestra funciona de martes a domingo durante todo el día y los fines de semana hasta la madrugada.

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FERIA DE MATEDEROS.

Domingo a la mañana, un desayuno breve acompañado por un sol que resplandece desde la ventana de mi cocina: un día ideal para visitar La Feria de Mataderos. Después de un viaje corto y apretado en el 80, llegué a la entrada principal de la feria y al famoso cartel que le da su propia identidad y la distingue de otras: “Feria de las Artesanías y Tradiciones Populares Argentinas”.

La Feria de Mataderos, es mucho más que un recuento de puestos decorados con sahumerios y pulseras de hilo encerado. Se organiza alrededor de un escenario, el escenario “Antonio Tormo”, nombre del famoso autor de la canción que más tarde se convertiría en un dicho popular “El Rancho e’ la Cambicha”, en dicho escenario suben cantantes durante todo el día, quienes con bombo y guitarra acompañan a los visitantes durante todo su paseo y son modelos únicos y exóticos para las fotografías de los turistas extranjeros.

La Feria se puede dividir en 4 partes: Una primera parte con las artesanías más comunes y conocidas: Sahumerios, esencias, aros, collares y pulseras de canutillos, hilos

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encerados, flores disecadas, y algún que otro “producto natural”, como esos arbolitos de alambre sobre bases de troncos de madera. Esta es la parte más aburrida y menos original de toda la feria.

En el segundo tramo, también encontramos artesanías, pero esta vez, son las artesanías en su sentido más literal, la palabra “artesanía”, según el diccionario, viene del Latín Artis- Manusque y significa: Arte con las manos. En este tramo encontramos adornos y muebles de hierro, y de madera, diferentes prendas tejidas a dos agujas, crochet o telar, velas un poco más trabajas y originales que las de Plaza Francia ,y por supuesto mucho más baratas, bombos, charangos, sicus y otros instrumentos musicales tradicionales. Los precios de estas artesanía en comparación con otras ferias y mercados conocidos de la cuidad, son proporcionalmente menores, aunque la calidad y la mano de obra sean mucho mejores.

La tercer y cuarta parte de la feria forman parte, de lo que yo llamo “el bloque culinario”. Y es, la parte más original y tradicional de la feria, y la que más me gusta. Una parte del bloque, está formado por puestos en donde te venden comida para que te lleves a tu casa: desde abundantes picadas con pan casero, hasta frascos con escabeche de cuanto bicho se cruce en el camino. También se pueden encontrar los licores más variados y los vinos pateros más ricos. Dulce de leche y dulces caseros son las dos cosas que más lleva la gente. Hay puestos en donde uno puede comprar bolsas de diferentes especias, así como algunas frutas disecadas, que en el supermercado o en las dietéticas salen casi el doble. Y otros puestos que venden gotas, para cualquier tipo de problema, ya sea digestivo, ocular, de amor, o de colesterol, e incluso de dinero.

La otra parte, está formada por los puestos de comida típica, en donde uno puede almorzar un sándwich de vacío con un vaso de vino patero, por el módico precio de $15. También hay humita en chala, tamales, empanadas (tucumanas y salteñas), locro, buseca, guiso de lentejas con chorizo colorado y panceta; todo acompañado de un buen vino tinto con soda. Para la merienda hay chocolate caliente, lamentablemente en vaso de plástico no en tasa, tortas fritas y pastelitos (no como los hacen en Entre Ríos, pero se dejan comer sin problemas), tortilla asada y pan casero.

El mejor momento de la feria, sin lugar a dudas, se da cerca de las 4 de la tarde, cuando uno ya se cansó de comprar comida y artesanías y se sienta a prestar atención a lo que sucede arriba y abajo del escenario. Artistas y público comparten zambas y chacareras, los de arriba cantando, los de abajo bailando. Sin importar la edad y el sexo, ni bien suena alguna melancólica zamba, las parejas se juntan y los pañuelos se agitan en el aire. Bailan grandes y chicos, padres e hijos, en su mundo, mientras los turistas sacan fotos y alguno que otro, más osado, se anima a seguir los pasos de los bailarines amateurs.

Nunca fui a la feria en días patrios, 25 de mayo, 9 de julio, donde además de todo lo descripto, hay carreras de sortijas, se juega al pato, y se baila todita la tarde zamba y chacarera. Me lo debo, tal vez el año que viene, cuando sepa bailar folclore y pueda

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lucirme debajo del escenario, mientras tanto voy los domingos, en calidad de turista, y siempre encuentro un plato nuevo que probar.

Ahora bien, si a usted no le gusta el folclore, no le gusta el vino, no le gusta el asado y el humo; entonces siga de largo y diríjase hacía alguna otra feria conocida y promocionada por el gobierno de la cuidad. Si quiere comidas típicas (hindúes, mejicanas, africanas, árabes) pruebe con dar un paseo por el conocido y agradable Palermo Soho. Si lo que quiere en cambio es comprar artesanías o prendas de “diseños únicos y originales”, entonces diríjase hacía la feria de Plaza Serrano. Pero tenga a bien, llevar muy abultada su billetera y en lo posible almuerce antes de ir. Incluso si piensa hacerlo una vez en la feria, llévese algún “sanguchito”, para matar el hambre ni bien termine de comer en los “restos” de la zona.