crÓnica de una vaqueada fabulosa

11
CRÓNICA DE UNA VAQUEADA FABULOSA LOS TAPES MISIONEROS ESTEBAN F. CAMPAL (Publicado en MARCHA, 29 de abril de 1966) Para esa Historia uruguaya que todavía no se ha escrito, este “Diario de viaje a las Vaquerías del Mar” del Hno. Jesuita Silvestre González, descubierto y publicado recientemente por Baltasar Luis Mezzera, constituye un documento básico, con lo cual este investigador tan modesto, ha realizado un aporte muy valioso a la Cultura nacional con mayúscula. Unos 800 vaqueros tapes de doce pueblos de las Misiones del Uruguay con no menos de 5.000 caballos y centenares de mulas estaban vaqueando en las cimarronadas cisplatinas de las costas del “mar de los Castillos” en la primavera de 1705 y el Hno. Silvestre viene “a darles priesa” en los arreos, administrando celosamente las “cargas” de yerba y tabaco. Se trata seguramente de una de las vaqueadas más gigantescas de la historia de la humanidad y merece por lo tanto estos comentarios especiales para MARCHA, que hacemos convencidos de la necesidad que nuestra juventud tiene de conocer mejor nuestro borroso pasado. Algunas líneas sobre la ganadería jesuítica-tape Las treinta Doctrinas Guaraníes de la Compañía de Jesús, aunque semejantes y vinculadas entre sí, merced a una dirección espiritual y temporal única localizada en Candelaria (margen izquierda del río Paraná), constituían dos núcleos de pueblos bien diferenciados por la geografía y el tráfico comercial. Mientras las “Misiones del Paraná” tributarias de este gran río traficaban con la ciudad de Santa Fe desde el puerto “preciso” de Itapuá, las “Misiones

Upload: alvaro-fernandez-texeira-nunes

Post on 06-Aug-2015

56 views

Category:

Documents


5 download

DESCRIPTION

Artículo de Esteban Campal publicado en MARCHA (29/04/1966) sobre el "DIARIO DE VIAJE A LAS VAQUERÍAS DEL MAR (1705)" escrito por el Hno. Silvestre González.

TRANSCRIPT

Page 1: CRÓNICA DE UNA VAQUEADA FABULOSA

CRÓNICA DE UNA VAQUEADA FABULOSA

LOS TAPES MISIONEROS

ESTEBAN F. CAMPAL

(Publicado en MARCHA, 29 de abril de 1966)

Para esa Historia uruguaya que todavía no se ha escrito, este “Diario de viaje a las Vaquerías del Mar” del Hno. Jesuita Silvestre González, descubierto y publicado recientemente por Baltasar Luis Mezzera, constituye un documento básico, con lo cual este investigador tan modesto, ha realizado un aporte muy valioso a la Cultura nacional con mayúscula.

Unos 800 vaqueros tapes de doce pueblos de las Misiones del Uruguay con no menos de 5.000 caballos y centenares de mulas estaban vaqueando en las cimarronadas cisplatinas de las costas del “mar de los Castillos” en la primavera de 1705 y el Hno. Silvestre viene “a darles priesa” en los arreos, administrando celosamente las “cargas” de yerba y tabaco. Se trata seguramente de una de las vaqueadas más gigantescas de la historia de la humanidad y merece por lo tanto estos comentarios especiales para MARCHA, que hacemos convencidos de la necesidad que nuestra juventud tiene de conocer mejor nuestro borroso pasado.

Algunas líneas sobre la ganadería jesuítica-tape

Las treinta Doctrinas Guaraníes de la Compañía de Jesús, aunque semejantes y vinculadas entre sí, merced a una dirección espiritual y temporal única localizada en Candelaria (margen izquierda del río Paraná), constituían dos núcleos de pueblos bien diferenciados por la geografía y el tráfico comercial. Mientras las “Misiones del Paraná” tributarias de este gran río traficaban con la ciudad de Santa Fe desde el puerto “preciso” de Itapuá, las “Misiones del Uruguay” lo hacían con Buenos Aires por el río epónimo, siendo Yapeyú el puerto preciso.

Eran también similares las producciones de todos estos pueblos (mandioca, maíz, porotos, zapallos, productos pecuarios, yerba, tabaco, etc.) como asimismo los productos de la artesanía (tejidos de algodón y lana principalmente); pero las condiciones edafológicas y fitogeográficas determinaron tendencias bien diferenciadas en el desarrollo económico y social de ambos núcleos. En el primero hubo cierto predominio de la yerba y en el segundo un notable desarrollo de la ganadería que alcanzó una eficiencia y un volumen muy avanzados.

Este importante desarrollo, de la ganadería de las Misiones del Uruguay respondía a necesidades imprescindibles y comunes a ambos núcleos de pueblos (alimentos, bueyes y cueros); pero lo pudieron lograr los del Uruguay por la proximidad de las ricas praderas naturales de la región sudoriental del Paraná que se extienden hasta el Litoral Atlántico, .donde abundaba el ganado cimarrón descendiente de las introducciones

Page 2: CRÓNICA DE UNA VAQUEADA FABULOSA

dispuestas por Hernandarias (en Entre Ríos hacia 1590 y en “la otra banda de los Charrúas” en 1611 y 1617).

Desprendida de este núcleo unos 300 kilómetros al Sur, en la margen derecha del río Uruguay y casi enfrente a la desembocadura de su gran tributario el Ibicuy, había establecido el P. Roque González en 1626 la Reducción de Yapeyú, con indios de la Sierra del Tape (población numerosa) como se llamaba entonces la actual Sierra Geral, cornisa meridional y oriental del planalto Riograndense poblada de densos bosques subtropicales que los cronistas y geógrafos coloniales denominaron “Monte Grande”. Subrayamos de paso que los indios que poblaban las Misiones del Uruguay provenían de la Sierra del Tape, mientras que los del Paraná eran de las selvas del Guairá. Todos hablaban el guaraní y eran selvícolas recolectores e incipientes agricultores.

Yapeyú, que llegó a tener cerca de 10.000 habitantes era la llave del tráfico fluvial y la portería de las Misiones del Uruguay, pero desde muy temprano, por estar ubicado el pueblo en el borde mismo de los “campos” o “campañas” graminosas donde ya procreaba espontáneamente el ganado bovino, se convirtió en la punta de lanza de la ganadería misionera jesuítico-tape.

La jesuítico-guaraní del Paraná, se desarrolló en menos escala al sur del río Tebicuary en el actual territorio paraguayo.

Desaparecido Hernandarias “El hijo de la Tierra”, les cupo a los tapes de Yapeyú, bajo la dirección jesuítica, reiniciar la tarea de aquel precursor de la ganadería organizada del Río de la Plata, trayendo el ganado cimarrón descendiente del ganado “estante” de Asunción y Santa Fe, de nuevo al rodeo; amansándolo, marcándolo y cuidando de su “sosegado multiplico”. Se convirtieron así los yapeyuanos en auténticos vaqueros y en maestros de vaqueros, expresión esta bien española y rioplatense de uso corriente en los siglos XVII y XVIII que se hace necesario actualizar como contrafigura de lo gauchesco.

Fueron en efecto los maestros vaqueros, de los hijos de los canarios de Montevideo, en la estancia de la Compañía de Jesús de la Virgen de los Desamparados o La Calera que abarcaba toda la parte sur del departamento de Florida, donde aquellos en las grandes “yerras” anuales, adquirieron el oficio, aprendiendo de los tapes el muy difícil arte de manejar el lazo y “lidiar” con la debida sagacidad y destreza los ganados chúcaros. Anotamos como anticipo de un estudio sistemático sobre vaqueros y gauchos, que estos últimos montaban generalmente en pelo y no sabían manejar el lazo. Los hijos de los canarios, fueron, pues, los primeros vaqueros criollos y los más criollos de todos los criollos del Uruguay, por haber sido los primeros hijos de padre y madre españoles nacidos en la tierra nuestra. El gaucho era un poli híbrido resultante del cruzamiento de “mancebos de la tierra” de diversos orígenes con indias guenoas y minuanes.

De la importancia de la ganadería jesuítico-tape hablan bien claro los inventarios realizados cuando la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767-1768. Sin contar el ganado alzado de las grandes estancias tupambaé de los dos pueblos más ganaderos (Yapeyú y San Miguel), las existencias comprobadas eran las siguientes: Vacas de corral 227.879; \Vacas alzadas (repetimos, sin contar las de Yapeyú y San Miguel) 85.115; Vacas y Toros 415.607; Cría de caballos y mulas 18.234; Mulas chúcaras y mansas 20.031; Yeguas y potros 33.944; Burros hechores (sementales) 1.753; Burros

Page 3: CRÓNICA DE UNA VAQUEADA FABULOSA

ordinarios 73.222; Bueyes mansos 41.248; Ovejas y cabras 38.141; Caballos redomones y mansos 42.174; y Yeguas para cría de potros 10.276.

Las estancias tupambaé (comunitarias) de los pueblos, abarcaban todo el territorio pastoril encerrado entre los rios Ibicuy. Yacuy, Bacacay, Negro, Salsipuedes y Queguay, por el oriente del río Uruguay y al occidente del mismo, una franja de unos 50 kilómetros término medio desde Santo Tomé hasta el Arroyo Yeruá (primitivamente Yerbá: de yerba) que desemboca en el Uruguay frente a la Meseta de Artigas. Las estancias de Yapeyú, las más grandes, abarcaban al occidente del Uruguay, gran parte de la franja antedicha y al oriente dos tercios del departamento de Paysandú, el oeste deTacuarembó v Rivera. los departamentos de Salto y Artigas íntegros, y además los municipios de Uruguayana y Alegrete.

La tradición ganadera de Yapeyú

Para el estudio de la ganadería jesuítico-tape, de la que proviene la mayor parte de los usos los usos y costumbres rurales del Uruguay, se dispone de ricas colecciones documentales cuya cita sistemática ahorramos al lector y también de varios estudios especializados de Coni, Caviglia, Azarola Gil, Salaberry, Porto y otros. No obstante las fuentes más prístinas -ahora resulta serlo en grado superior este Diario del Hno. Hernández- son la “Breve Relación de las Misiones del Paraguay” del Padre (S. J.) José P. Cardiel escrita en 1771 (vivió años en casi todos los pueblos de las Misiones) y la “Memoria para las generaciones venideras, de los indios misioneros del pueblo de Yapeyú”, que aunque édita en dos versiones, creemos haber sido los primeros en estudiarla con la atención que merece (Suplemento de “El Día”; 28/08/963).

La primera versión que conocimos fue la publicada por Domingo Ordoñana en sus clásicas “Conferencias Sociales y Económicas” en 1883 y es una copia realizada por el Sr. Jacinto Laguna de un manuscrito existente en el archivo de su abuelo el General Julián Laguna que se custodia en la Biblioteca Nacional. Aunque no sabemos cómo llegó esta copia a manos del General Laguna, parecería que ello ocurrió en Bella unión, el 29 de febrero de 1832, cuando éste, cumpliendo órdenes del Presidente Rivera, acudió en auxilio de los misioneros de aquel pueblo, fundado como es sabido al regreso de la reconquista y nueva entrega a los brasileños de las Misiones Orientales. Certifican la autenticidad de esta copia en el lugar y fecha indicados, los magistrados tapes de Bella Unión, Cayetano Cuzú (Corregidor Mayor), Pedro Pablo Gutiene (Alcalde). Gaspar Guiragüe (Interventor), Raymundo Cayestá (Cacique), Damiano Mbiyuí (Cacique). Aclaran en la certificación que “es traducción legal del guaraní al castellano.”

La otra copia de que disponemos forma parte con el Nº 21 del Apéndice Documental de la importante obra del P. Pablo Hernández (S. J.), “Organización Social de las Doctrinas Guaraníes de la Compañía de Jesús” (Barcelona, 1913), y aunque presenta notorias diferencias con la anterior, es en cierto modo complementaria y tiene como aquella origen en la “memoria” relatada o dictada en el año de 1708, quizá como ejercicio de redacción en guaraní por el cura de Yapeyú, P. Gerónimo Álvarez. Así se hace constar en el párrafo de la copia Laguna que transcribimos más abajo, con aclaraciones y subrayados nuestros. En la copia Hernandez hay una aclaración final que

Page 4: CRÓNICA DE UNA VAQUEADA FABULOSA

dice: “Esta memoria, que se halló en poder de un cacique indio guaraní escrita en su idioma, fue traducida por el Vicario general de las Misiones delegado en 1826”.

Aquellos “niños grandes” como llamaban los jesuitas a Los indios, supieron custodiar y trasmitir durante cinco generaciones (1708-1832) este precioso legado histórico de sus lejanos ascendientes, el que al igual que el Diario del Hno. González, nos está permitiendo develar el gran misterio que hizo de Artigas el último “Caraí-Guazú”, tal como calificamos al Caudillo en nuestro trabajo de divulgación “Hombres, Tierras y Ganados” y como muy bien lo ha subrayado Methol Ferré.

El aludido final de la “Memoria” dice que todo lo anterior “lo manifestó dicho reverendo cura (Gerónimo Alvarez) a los magistrados (indios) del pueblo, encargándoles que hiciesen saber a los hijos del pueblo de Yapeyú para que éstos hiciesen saber a sus nietos y descendientes, el derecho de propiedad que tenían sobre los ganados y sus procreos de todas las estancias que se refieren en esta memoria, los cuales fueron afanados (¿apañados?) y adquiridos (al principio compraron ganados a los accioneros de Corrientes) con el sudor de sus abuelos ya difuntos, desde el año de 1657 hasta el de 1708, bajo la protección y dirección de los Padres de la Compañía”.

Es evidente además que en 1708 los Padres de la Compañía estaban previniendo a sus hijos espirituales sobre los derechos a los ganados cimarrones de “las costas del Pará” (“Pará” significa mar en guaraní y así se aclara en la copia Hernández) o de las costas del “mar de los Castillos” (precisión de la copia Laguna) que defenderían unos pocos años después en el famoso “Pleito de las Vaquerías”, frente a las ciudades de Buenos Aires y Santa Fe que también se consideraban con derecho a los ganados cimarrones de la Banda Oriental.

La memoria que nos ocupa es una reseña muy sintética sobre el origen de los ganados con que fueron poblándose las primeras estancias tupambaé del pueblo de Yapeyú sobre la margen oriental del río Uruguay entre el Cuareim y el Ibicuy, comenzando por la del “Rincón del Cuareim”; y de cómo realizaban los arreos de ganados cimarrones desde las costas del mar (“de los Castillos”), así como de las luchas con los indios infieles a las que nos referiremos más adelante. Estos arreos comenzaron en 1694 y se repitieron casi todos los años, por lo menos hasta 1708, fecha en que termina la Memoria, pero nada se dice de los realmente extraordinarios de 1705 a los que refiere el Diario del Hno. Hernández, probablemente porque no fueron exclusivos del Pueblo de Yapeyú.

Todos estos arreos eran clandestinos y se hacían sigilosamente, ocultándolos al conocimiento de las autoridades españolas de Buenos Aires que en 1673 al tomar posesión formal de la Isla (Gorriti) y tierra firme de Maldonado, también lo habían hecho de los ganados cimarrones que allí se comprobaron.

Los fabulosos arreos de 1705 realizados con verdadero apremio, se hicieron unos meses después del segundo asedio por los españoles de la Colonia de Sacramento, quienes al haber quedado esta ciudad destruida, volvieron a sus hogares de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, etc., despreocupándose de la vigilancia de la campaña de la Banda Oriental. Los Jesuitas que nuevamente habían concurrido a este segundo asedio con 4.000 indios de las misiones, seguramente percibieron en esta ocasión que muy pronto comenzarían las depredaciones de “los naturales” (precursores de los gauchos) de todas

Page 5: CRÓNICA DE UNA VAQUEADA FABULOSA

aquellas provincias que gobernaba Buenos Aires, disputándoles los ganados de las ricas vaquerías de las costas del mar, que hasta entonces ellos disfrutaban.

Las “vaquerías-hábitat” y las “vaqueadas”

Nos parece necesario efectuar algunas precisiones Sobre “vaquerías”, “vaqueadas” y “correrías” de ganados cimarrones, que incluso algunos estudiosos de estos temas, suelen confundir.

Las “vaquerías” o también “cimarronadas” como se les solía llamar, constituían el hábitat natural de estirpes homogéneas de ganados cimarrones, formadas por selección natural (en el sentido- darwiniano) y concentración espontánea en los mejores campos naturales. Tanto en las “vaqueadas” para formar “vacadas” o rodeos de ganados mansos o “estantes” (de ahí la palabra “estancia” aplicada en la ganadería hispanoamericana), como también en las “correrías” para faenas de cueros, sebo y grasa, éstas vaquerías de vigorosos cornúpetos, fueron desde el principio las más disputadas, por lo menos en la Banda Oriental. Constituyeron en nuestro territorio los focos de atracción de las corrientes depredatorias que abrieron los cauces del comercio clandestino y del dominio territorial, tras los cuales, siguiendo idénticos caminos, se fueron asentando las poblaciones estables. De ahí pues, que antes y aún más allá, más profundamente que la “ciudad puerto” o la “banda frontera”, como lo reconocen ahora Reyes Abadie, Bruschera y Melogno, en su reciente ensayo, haya sido el bovino, por haber llegado a esta tierra varias décadas antes que los hombres y haber encontrado en ella un hábitat privilegiado, el origen, la causa primaria y el agente propulsor de la riqueza y pobreza de nuestro país, verdadero nudo gordiano de una complejísima problemática que estamos todavía muy lejos de abarcar en su totalidad.

De las vaquerías-hábitat de la Banda Oriental anticiparemos tan solo que hubo por lo menos tres: la primera en el tiempo que deberá denominarse “Vaquería de San Gabriel” (a fines del Siglo XVII al suroeste de nuestro país se la llamaba “la tierra firme de San Gabriel” o simplemente “campos de San Gabriel” por quedar frente a las islas de este nombre), ocupaba los actuales departamentos de Soriano, Colonia, San José y lores y también, probablemente, el territorio de Florida limitado por el río Yí, arroyo Timote y Santa Lucía Chico; la segunda, mucho más extensa, era la “Vaquería del Mar” (“de las cercanías de mar” escribe el Gobernador de Buenos Aires Martínez de Salazar el 13 de junio de 1673; “hacia las costas del mar” expresa el Diario del Hno. Hernández; “del Pará” o en forma más precisa del “mar de los Castillos”, dice la Memoria de Yapeyú) y comprendía los actuales departamentos de Canelones, Maldonado, Lavalleja, Rocha, Treinta y Tres, y Cerro Largo. Seguiría luego la Vaquería de los campos del Uruguay y Río Negro” que probablemente se extendía por los departamentos de Río Negro y Paysandú hasta el río Queguay, formada quizás por ganados hernandarianos que habrían vadeado el Yaguarí desde la Isla del Vizcaíno y también por animales de las tropas que arreaban los misioneros desde el Sur, como veremos, por las cuchillas de Navarro y Haedo. Se podría agregar una cuarta vaquería, muy posterior, que fue la de “entre ríos Yí y Negro”, cuyos ganados disputaron los vecinos de Montevideo y los yapeyuanos en el último cuarto del siglo XVIII.

Fuera de nuestro territorio, al comenzar la referida centuria (varios autores y entre ellos Cardiel hablaban del año 1710, pero encontramos ahora que ya se refiere a ella el Hno.

Page 6: CRÓNICA DE UNA VAQUEADA FABULOSA

Silvestre en 1705) los Jesuitas las Misiones del Uruguay iniciaron la gran Vaquería de los Pinares en el Planalto riograndense, zona todavía hoy esencialmente ganadera que tiene como centro la ciudad de Vacaría, donde en la actualidad, además de los famosos Rodeos Folklóricos, se puede apreciar un intenso tráfico de grandes camiones que transportan ganado hacia Curitiba y San Fablo, todos provenientes de los “Campos da Cima da Serra”, imborrables en el recuerdo por la amplitud de la belleza de los rodales de Araucaria brasiliensis y los típicos vaqueros que parecen escapados de un “western”. Abierto el camino a ella en 1737, esta vaquería fue también “barrida” por los vaqueros piratininganos de San Fablo.

Las “vaqueadas” que iniciaron en 1636 los yapeyuanos y que poco a poco fueron perfeccionando, constituyeron hazañas dignas de la epopeya. Casi dos siglos (1866-1880) habrían de transcurrir para que los vaqueros tejanos, según Adams (“The Log of a Cowboy”, Houghgon Mifflin, 1927), realizaran arreos parecidos.

Dada la mala aptitud de los suelos lateríticos de las Misiones del Uruguay para la cría de equinos, los tapes disponían de muy pocos caballos en relación a las grandes cantidades de vacunos que manejaban, y contaban indistintamente en mulas (`”más propias para su genio” dice Cardiel). Unos y otros, eran “andadores” o de “sobre paso”, aire de marcha rendidor y descansado para el jinete y la cabalgadura, que les enseñaban atándoles en los nudillos mates o porongos, según muy atinada indicación que nos ha transmitido verbalmente Eliseo Salvador Porta.

Para vaqueadas que duraban dos y tres meses, y los correspondientes arreos de centenares de leguas, cada vaquero tape disponía término medio de sólo cinco montados (subrayamos la expresión montados, porque es la que se sigue usando en toda la región de las antiguas misiones jesuíticas como sinónimo de cabalgadura) y cada tropa o contingente de 50 a 70 indios (siempre del mismo pueblo) era capaz de juntar, costear y arrear hasta treinta mil cabezas por temporada, tal como lo certifica el Hno. González.

Dejando de lado numerosos detalles concernientes a las recogidas progresivas y acumulativas de ganados cerriles que iban haciendo de rinconada en rinconada, nos vamos a referir brevemente a los “corrales” que menciona repetidamente el Diario. Estos corrales, análogos a los primitivos “currais” riograndenses, no eran corrales propiamente dichos sino verdaderos campamentos ubicados “en rinconadas” formadas por dos ríos o arroyos caudalosos, seguros y de buenos pastos, tanto para caballadas como para las haciendas. Ignoramos si en estas vaqueadas usaban carretas, pero sí sabemos que utilizaban bueyes mansos, quizá como señuelos. Aparte la carne asada que los tapes devoraban en grandes cantidades, las únicas provisiones de boca eran la yerba y el tabaco, ya que este último no era fumado por los indios, sino mascado. Los indios infieles eran muy adictos también a la yerba y el tabaco. No se consumía ni una gota de alcohol, porque los jesuitas lo prohibían radicalmente.

No hay referencias concretas en estas vaqueadas a la música y los músicos, pero no nos cabe duda de que en aquellos corrales de grandes fogones, estuvieron presentes, puesto “que no hay viaje (Cardiel) por río con embarcaciones, por tierra con carreterías, ni ocasión en que vaya alguna tropilla de gente o alguna parcialidad a alguna faena, en que no lleven uno o dos tamborileros con sus flauteros; y algunos son caciques, que no se

Page 7: CRÓNICA DE UNA VAQUEADA FABULOSA

desdeñan de eso con todo su Don”. Los folklorólogos lograrían buenos hallazgos estudiando atentamente al Cardiel.

Aquellas proezas vaqueras con tal economía de cabalgaduras, sólo podían realizarlas quienes hubieran logrado un dominio absoluto del relieve geográfico y de las rinconadas, de sus potreros (de potriles) de buenos pastos y aguadas, de los pasos de los rios más convenientes y de los caminos más ventajosos; pero además un conocimiento profundo de los instintos naturales de la especie que se manejaba (el bovino) según sexo y edad, época del año y estado físico de los millares de cabezas que integraban la tropa. Recordemos que las “disparadas” constituyeron siempre el terror de los troperos y que para prevenirles se requería algo más que saber andar a caballo; ese algo más que constituye el secreto de la “cencia campera” y que sólo los troperos muy avezados conocían.

De todos los pueblos de las Misiones del Uruguay, fue Yapeyú el que más se destacó en el manejo del ganado bovino, convirtiéndose en un pueblo típico de vaqueros, oficialmente reconocido como tal por la propia Compañía de Jesús, que le asignó la misión de intermediario y proveedor de ganados mansos a los restantes pueblos de las Misiones. Un real por cabeza cobraba por estos servicios.

Dice el P. Cardiel que una vez que Yapeyú dispuso de suficiente ganado manso en sus estancias, se prohibió a los restantes pueblos “ir a coger vacas, como cosa común y sin dueño, pues eran del pueblo de Yapeyú; sino que vendiéndolas este pueblo a quien las quisiese comprar: poniéndolas a su costa en las cercanías del pueblo comprador. Y por cuanto eran vacas ya mansas, y hechas a vivir en sosiego, valiese cada cabeza un real de plata más que las otras cimarronas recién sacadas, cuyo precio era entonces de solo tres reales cada una, fuese vaca o toro, gorda o flaca.”