crónica de una aparición - virgendelacarrasca.org de la aparición de la virgen con la época en...

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- ¡Válgame Sancho, amigo! ¿Tú estás viendo lo mismo que yo?. - Si su merced se refiere a ese resplandor que hay tras aquella loma, sí que lo veo, pardiez. - Acerquémonos un poco más a ver de que se trata, y si como pienso, tal resplandor es origina- do por alguno de mis gigantes enemigos que me quiera retar a singular duelo, aprestaré mi espada para darle su merecido. Y una vez vencido le mandaré que vaya a postrarse a los pies de mi señora Dulcinea para que ella se enorgullezca de la valentía y reciedumbre de su enamorado caballero. - No corra tanto, mi señor don Quijote, que lo más seguro es que no sea nada que tenga que ver con gigantes ni cosa parecida. Será más bien un relámpago de alguna tormenta que se avecina, me temo. - ¿Una tormenta dices, Sancho? ¿Con este día tan soleado y tan hermoso, uno de los mejores que llevamos de este mes de mayo?. No parece que tenga el cielo pinta de tormenta, pero pronto lo sabremos. Espabila al rucio, que parece que vais dormidos los dos, y corramos prestos a averiguar el origen de tan insólita luminosidad. Los dos compañeros animaron a sus cabalga- duras, que iniciaron un regular trotecillo y pronto culminaron la colina que les impedía ver la causa de aquella refulgente luz. A la vista del caballero y su fiel escudero apareció un cerrete lleno de carrascas, romeros y tomillos, rodeado por altos montes poblados de abundante vegetación, que conferían a aquel paraje el aspecto de un gigantesco anfiteatro. A la derecha de ellos se abría un dilatado valle con extensas choperas, y en el fondo del valle se veían discurrir las claras aguas de un río. En sus márgenes, como perennes centinelas, se erguían en ordenadas filas altos chopos que semejaban ser los guardianes de las aguas, que corrían presurosas a su encuentro con la cercana villa de Carrizosa. - ¡Por vida de...! ¡Qué lugar tan ameno! ¡Y qué paz y sosiego se respira aquí, vive Dios!. - Cuánta razón llevas, buen Sancho. Parece que este sitio esté encantado, pero con una suerte de encantamiento benigno, de armonía y de placidez. ¡Pero calla, mira a tu izquierda! ¿No será esa la luz que tanto nos llamaba la atención hace un rato?. - Tan cierto como que me llamo Sancho, señor don Quijote. Y también verá vuestra merced que los rayos luminosos salen de encima de esa carrasca que ahí en medio está, rodeada por ese rebaño de ovejas. - Y dime, buen Sancho, tú que tienes mejor vista que yo, ¿no hay enfrente de la carrasca iluminada un zagal, que debe ser el pastor de este rebaño, arrodillado y como en oración?. - Gran verdad es esa, señor. Y que me aspen si encima de la mentada carrasca no hay una Señora de singular belleza que mueve los labios, como si le hablara al pastorcillo. Los dos viajeros permanecieron a poca distan- cia, incapaces de articular palabra alguna ante el cuadro que se le presentaba a sus ojos. La Señora, de la cual emanaba el fulgor que les había llevado hasta allí, le estaba hablando al pastorcillo, que postrado de hinojos ante sus plantas, asentía con la cabeza de vez en cuando. Mientras tanto, las ovejas permanecían inmóviles y con la cabeza levantada mirando con Crónica de una Aparición — 4 9 —

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- ¡Válgame Sancho, amigo! ¿Tú estás viendo lo mismo que yo?.

- Si su merced se refiere a ese resplandor que hay tras aquella loma, sí que lo veo, pardiez.

- Acerquémonos un poco más a ver de que se trata, y si como pienso, tal resplandor es origina-do por alguno de mis gigantes enemigos que me quiera retar a singular duelo, aprestaré mi espada para darle su merecido. Y una vez vencido le mandaré que vaya a postrarse a los pies de mi señora Dulcinea para que ella se enorgullezca de la valentía y reciedumbre de su enamorado caballero.

- No corra tanto, mi señor don Quijote, que lo más seguro es que no sea nada que tenga que ver con gigantes ni cosa parecida. Será más bien un relámpago de alguna tormenta que se avecina, me temo.

- ¿Una tormenta dices, Sancho? ¿Con este día tan soleado y tan hermoso, uno de los mejores que llevamos de este mes de mayo?. No parece que tenga el cielo pinta de tormenta, pero pronto lo sabremos. Espabila al rucio, que parece que vais dormidos los dos, y corramos prestos a averiguar el origen de tan insólita luminosidad.

Los dos compañeros animaron a sus cabalga-duras, que iniciaron un regular trotecillo y pronto culminaron la colina que les impedía ver la causa de aquella refulgente luz.

A la vista del caballero y su fiel escudero apareció un cerrete lleno de carrascas, romeros y tomillos, rodeado por altos montes poblados de abundante vegetación, que conferían a aquel paraje el aspecto de un gigantesco anfiteatro. A la derecha de ellos se abría un dilatado valle con extensas choperas, y en el fondo del valle se

veían discurrir las claras aguas de un río. En sus márgenes, como perennes centinelas, se erguían en ordenadas filas altos chopos que semejaban ser los guardianes de las aguas, que corrían presurosas a su encuentro con la cercana villa de Carrizosa.

- ¡Por vida de...! ¡Qué lugar tan ameno! ¡Y qué paz y sosiego se respira aquí, vive Dios!.

- Cuánta razón llevas, buen Sancho. Parece que este sitio esté encantado, pero con una suerte de encantamiento benigno, de armonía y de placidez. ¡Pero calla, mira a tu izquierda! ¿No será esa la luz que tanto nos llamaba la atención hace un rato?.

- Tan cierto como que me llamo Sancho, señor don Quijote. Y también verá vuestra merced que los rayos luminosos salen de encima de esa carrasca que ahí en medio está, rodeada por ese rebaño de ovejas.

- Y dime, buen Sancho, tú que tienes mejor vista que yo, ¿no hay enfrente de la carrasca iluminada un zagal, que debe ser el pastor de este rebaño, arrodillado y como en oración?.

- Gran verdad es esa, señor. Y que me aspen si encima de la mentada carrasca no hay una Señora de singular belleza que mueve los labios, como si le hablara al pastorcillo.

Los dos viajeros permanecieron a poca distan-cia, incapaces de articular palabra alguna ante el cuadro que se le presentaba a sus ojos. La Señora, de la cual emanaba el fulgor que les había llevado hasta allí, le estaba hablando al pastorcillo, que postrado de hinojos ante sus plantas, asentía con la cabeza de vez en cuando.

Mientras tanto, las ovejas permanecían inmóviles y con la cabeza levantada mirando con

gran atención a la Señora. Había por todo el contorno un silencio absoluto: el airecillo que momentos antes circulaba, rumoroso, por entre los copudos chopos y las frondosas ramas de las carrascas, había parado de repente. Los pintados jilgueros y los vivarachos gorriones, que habitual-mente alborotaban con sus trinos en las cercanas alamedas, también habían enmudeci-do. Todo el campo estaba en silencio, expectan-te.

Transcurridos unos minutos, la Dama que estaba sobre la carrasca fue desvaneciéndose lentamente hasta desaparecer por completo, y con ella el brillante resplandor que la envolvía. El pastorcillo, un chicuelo de no más de quince años, se levantó despacio, aturdido. Las ovejas comenzaron a removerse, volviendo a su habitual ocupación de triscar la jugosa hierba que abundaba por allí, y los pájaros de la alame-da reanudaron su bulliciosa actividad por entre las ramas de los chopos.

Don Quijote y Sancho, sin terminar de reponerse todavía de la sorprendente visión que acababan de contemplar, se acercaron hasta el chico, que al ver al caballero ataviado con la

armadura y portando la adarga, la espada y la lanza, retocedió unos pasos, asustado.

- No temas nada, mozuelo, que somos gente de orden -le dijo don Quijote para tranquilizarlo- ¿puedes decirnos cuál es tu nombre y explicar-nos el extraordinario suceso que acabamos de contemplar?.

- Pues verá, señor caballero, me llamo José Cortés y habitualmente pastoreo mis ovejas por estos andurriales. Estaba yo hoy como todos los días pensando en cierta mocita que me tiene sorbidas las entendederas, que se llama Beatriz y que es la muchacha más guapa que yo he visto en mi vida, y cuando la vuelva a ver pienso decirle que...

- Para el carro, hombre, -le interrumpió don Quijote- ya nos contarás después, si quieres, más detalles del objeto de tus amores, pero ahora nos gustaría que nos aclararas el asunto este de la carrasca iluminada y la Señora hablándote, es decir, ese fenómeno extraordinario que acaba-mos de presenciar.

- Perdonen vuestras mercedes es que cuando me pongo a hablar de Beatriz se me olvida todo lo demás. Pues les decía que estaba yo sentado en esa peña que vuestra merced verá a su diestra, cuando de esa carrasca de ahí salió una luz muy viva que me deslumbró por completo. Cuando mis ojos se acostumbraron al intenso resplandor, vi que encima de la carrasca había una mujer muy guapa, vestida con un manto azul como el cielo, y que llevaba un niño pequeño en su regazo.

- Y dime, Josico -ahora fue Sancho quien interpeló al muchacho, que seguía conmociona-do por la extraordinaria visión que acababa de tener- ¿qué fue lo que te dijo esa mujer?.

- Pues esa Señora, que tenía la voz más dulce y serena que yo haya escuchado jamás, me dijo que era la Virgen María y que había bajado del cielo, y también que me había elegido a mí para aparecerse porque a Ella le gustaba la gente humilde y sencilla, como yo. Me manifestó su deseo de que en este mismo lugar le fuera construida una ermita, para que todos los moradores de estos contornos le rindieran culto, y que era su voluntad que la construcción y posesión de tal ermita fuera de la gente de Villahermosa, que es un pueblo que dista de aquí más de dos leguas. ¿Se imaginan vuestras merce-des? ¡La Virgen María se me ha aparecido a mí, a un humilde pastor!.

- ¿Villahermosa? -dijo Sancho- ¿No se llamaba

así el pueblo por el que hemos pasado hace cosa de dos horas, chispa más o menos, y donde nos han dado de comer esos excelentes galianos y esa perdiz escabechada que resucitaban a un muerto?.

- Ese es sin duda, Sancho, y a lo que tú has dicho sobre la comida, añado yo que sus gentes son hospitalarias y acogedoras por demás -dijo don Quijote.

Y volviendo al asunto de la aparición, añadió:- En verdad que ha sido un prodigio verdadera-

mente notable, y debes sentirte muy honrado por tan gran honor. Y ahora, ¿qué piensas hacer, José?.

- Iré corriendo a contárselo a mis padres que están en aquel cortijo, encima de aquella loma, -el muchacho, al que todavía le temblaba todo el cuerpo, señaló una casa pequeña que distaba de allí cosa de media legua- seguramente pensarán que todo es invento mío.

- Vaya, vaya, ¿y eso por qué?, -le preguntó Sancho.

- Es que tengo mucha afición a imaginar historias, cuentos... Como me paso tantas horas solo, en mitad de estos montes, pues no paro de darle vueltas a la cabeza.

- Eso está muy bien, chico. Quizá algún día puedas escribir en un libro todas esas historias que has imaginado, y también relatar tus amores con la guapa Beatriz -dijo don Quijote. Y añadió:

- Si quieres nosotros te acompañamos hasta tu casa, para atestiguar ante tus padres que la aparición de la Señora sobre la carrasca ha sido real y cierta.

- Les estaría muy agradecido, señores viajeros.Y así lo hicieron. Los dos compañeros,

seguidos del pastorcillo, se acercaron hasta la casa donde vivía, y refrendaron ante sus padres que era cierto lo que el muchacho había visto. Sancho aprovechó la ocasión para preguntarle al padre del chico, si por ventura no tendría algún azumbre del exquisito vino que se criaba por esas tierras para llenar su bota, que a la pobre, de tan estrujada que la tenía, se le habían pegado los costillares tanto, que en vez de bota parecía un trozo de bacalao seco.

Por fortuna para el orondo escudero, el padre del chico era muy aficionado a los caldos de la tierra, y de una más que regular tinaja que en la bodega tenía, le llenó la triste bota, que volvió a tener ese aspecto gordo y sanote que tanto

placía al bueno de Sancho.Después se despidieron de aquella familia y

continuaron su interrumpido viaje cuyo destino era la famosa Cueva de Montesinos, muy cerca de las no menos famosas Lagunas de Ruidera. Una vez concluida su visita a la Cueva, tenían el firme propósito de volver por el mismo camino y pasar de nuevo por el lugar aquel de la Aparición, continuando después hasta el pueblo de Villaher-mosa, donde tan bien los habían tratado y donde esperaban sacar a sus maltratados estómagos de sus habituales penurias, con los sabrosos manjares que tan bien sabían preparar las buenas gentes de aquel pueblo.

- Y dígame vuestra merced, señor don Quijote, ¿este hecho insólito que acabamos de presenciar también se lo contará a ese tal Cervantes, que se llama a sí mismo escritor y que está interesado en componer un libro sobre nuestras andanzas?.

- De ninguna manera, Sancho, pues no nos creería. Ya viste la cara de incrédulo que se le puso cuando le contamos el mes pasado algunas de nuestras más arriesgadas aventuras, como la de los leones, la de los yangüeses, y otras más, como tú bien sabes.

- Lleva mucha razón, es mejor acallar este suceso extraordinario no vaya a ser que tomen a vuestra merced por más loco de lo que ya lo cree el vulgo inculto.

Y esta es la razón de que no figure en ninguna de las dos partes del Quijote, la aparición de la Virgen Morena de la carrasca, al humilde pastorcillo José Cortés.

El autor es consciente de la no coincidencia en el tiempo, de la aparición de la Virgen con la época en que “vinieron” nuestros dos paisanos más famosos. Permítaseme esta licencia cronológica. Lo que sí es seguro es que el Caballero Andante y su fiel Escudero debieron transitar por aquellos mismos hermosos parajes, donde se produjo tal aparición y hoy día se celebran sus tan renombradas Fiestas.

Juan Fernández Ortiz.

Crónicade una Aparición

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- ¡Válgame Sancho, amigo! ¿Tú estás viendo lo mismo que yo?.

- Si su merced se refiere a ese resplandor que hay tras aquella loma, sí que lo veo, pardiez.

- Acerquémonos un poco más a ver de que se trata, y si como pienso, tal resplandor es origina-do por alguno de mis gigantes enemigos que me quiera retar a singular duelo, aprestaré mi espada para darle su merecido. Y una vez vencido le mandaré que vaya a postrarse a los pies de mi señora Dulcinea para que ella se enorgullezca de la valentía y reciedumbre de su enamorado caballero.

- No corra tanto, mi señor don Quijote, que lo más seguro es que no sea nada que tenga que ver con gigantes ni cosa parecida. Será más bien un relámpago de alguna tormenta que se avecina, me temo.

- ¿Una tormenta dices, Sancho? ¿Con este día tan soleado y tan hermoso, uno de los mejores que llevamos de este mes de mayo?. No parece que tenga el cielo pinta de tormenta, pero pronto lo sabremos. Espabila al rucio, que parece que vais dormidos los dos, y corramos prestos a averiguar el origen de tan insólita luminosidad.

Los dos compañeros animaron a sus cabalga-duras, que iniciaron un regular trotecillo y pronto culminaron la colina que les impedía ver la causa de aquella refulgente luz.

A la vista del caballero y su fiel escudero apareció un cerrete lleno de carrascas, romeros y tomillos, rodeado por altos montes poblados de abundante vegetación, que conferían a aquel paraje el aspecto de un gigantesco anfiteatro. A la derecha de ellos se abría un dilatado valle con extensas choperas, y en el fondo del valle se

veían discurrir las claras aguas de un río. En sus márgenes, como perennes centinelas, se erguían en ordenadas filas altos chopos que semejaban ser los guardianes de las aguas, que corrían presurosas a su encuentro con la cercana villa de Carrizosa.

- ¡Por vida de...! ¡Qué lugar tan ameno! ¡Y qué paz y sosiego se respira aquí, vive Dios!.

- Cuánta razón llevas, buen Sancho. Parece que este sitio esté encantado, pero con una suerte de encantamiento benigno, de armonía y de placidez. ¡Pero calla, mira a tu izquierda! ¿No será esa la luz que tanto nos llamaba la atención hace un rato?.

- Tan cierto como que me llamo Sancho, señor don Quijote. Y también verá vuestra merced que los rayos luminosos salen de encima de esa carrasca que ahí en medio está, rodeada por ese rebaño de ovejas.

- Y dime, buen Sancho, tú que tienes mejor vista que yo, ¿no hay enfrente de la carrasca iluminada un zagal, que debe ser el pastor de este rebaño, arrodillado y como en oración?.

- Gran verdad es esa, señor. Y que me aspen si encima de la mentada carrasca no hay una Señora de singular belleza que mueve los labios, como si le hablara al pastorcillo.

Los dos viajeros permanecieron a poca distan-cia, incapaces de articular palabra alguna ante el cuadro que se le presentaba a sus ojos. La Señora, de la cual emanaba el fulgor que les había llevado hasta allí, le estaba hablando al pastorcillo, que postrado de hinojos ante sus plantas, asentía con la cabeza de vez en cuando.

Mientras tanto, las ovejas permanecían inmóviles y con la cabeza levantada mirando con

gran atención a la Señora. Había por todo el contorno un silencio absoluto: el airecillo que momentos antes circulaba, rumoroso, por entre los copudos chopos y las frondosas ramas de las carrascas, había parado de repente. Los pintados jilgueros y los vivarachos gorriones, que habitual-mente alborotaban con sus trinos en las cercanas alamedas, también habían enmudeci-do. Todo el campo estaba en silencio, expectan-te.

Transcurridos unos minutos, la Dama que estaba sobre la carrasca fue desvaneciéndose lentamente hasta desaparecer por completo, y con ella el brillante resplandor que la envolvía. El pastorcillo, un chicuelo de no más de quince años, se levantó despacio, aturdido. Las ovejas comenzaron a removerse, volviendo a su habitual ocupación de triscar la jugosa hierba que abundaba por allí, y los pájaros de la alame-da reanudaron su bulliciosa actividad por entre las ramas de los chopos.

Don Quijote y Sancho, sin terminar de reponerse todavía de la sorprendente visión que acababan de contemplar, se acercaron hasta el chico, que al ver al caballero ataviado con la

armadura y portando la adarga, la espada y la lanza, retocedió unos pasos, asustado.

- No temas nada, mozuelo, que somos gente de orden -le dijo don Quijote para tranquilizarlo- ¿puedes decirnos cuál es tu nombre y explicar-nos el extraordinario suceso que acabamos de contemplar?.

- Pues verá, señor caballero, me llamo José Cortés y habitualmente pastoreo mis ovejas por estos andurriales. Estaba yo hoy como todos los días pensando en cierta mocita que me tiene sorbidas las entendederas, que se llama Beatriz y que es la muchacha más guapa que yo he visto en mi vida, y cuando la vuelva a ver pienso decirle que...

- Para el carro, hombre, -le interrumpió don Quijote- ya nos contarás después, si quieres, más detalles del objeto de tus amores, pero ahora nos gustaría que nos aclararas el asunto este de la carrasca iluminada y la Señora hablándote, es decir, ese fenómeno extraordinario que acaba-mos de presenciar.

- Perdonen vuestras mercedes es que cuando me pongo a hablar de Beatriz se me olvida todo lo demás. Pues les decía que estaba yo sentado en esa peña que vuestra merced verá a su diestra, cuando de esa carrasca de ahí salió una luz muy viva que me deslumbró por completo. Cuando mis ojos se acostumbraron al intenso resplandor, vi que encima de la carrasca había una mujer muy guapa, vestida con un manto azul como el cielo, y que llevaba un niño pequeño en su regazo.

- Y dime, Josico -ahora fue Sancho quien interpeló al muchacho, que seguía conmociona-do por la extraordinaria visión que acababa de tener- ¿qué fue lo que te dijo esa mujer?.

- Pues esa Señora, que tenía la voz más dulce y serena que yo haya escuchado jamás, me dijo que era la Virgen María y que había bajado del cielo, y también que me había elegido a mí para aparecerse porque a Ella le gustaba la gente humilde y sencilla, como yo. Me manifestó su deseo de que en este mismo lugar le fuera construida una ermita, para que todos los moradores de estos contornos le rindieran culto, y que era su voluntad que la construcción y posesión de tal ermita fuera de la gente de Villahermosa, que es un pueblo que dista de aquí más de dos leguas. ¿Se imaginan vuestras merce-des? ¡La Virgen María se me ha aparecido a mí, a un humilde pastor!.

- ¿Villahermosa? -dijo Sancho- ¿No se llamaba

así el pueblo por el que hemos pasado hace cosa de dos horas, chispa más o menos, y donde nos han dado de comer esos excelentes galianos y esa perdiz escabechada que resucitaban a un muerto?.

- Ese es sin duda, Sancho, y a lo que tú has dicho sobre la comida, añado yo que sus gentes son hospitalarias y acogedoras por demás -dijo don Quijote.

Y volviendo al asunto de la aparición, añadió:- En verdad que ha sido un prodigio verdadera-

mente notable, y debes sentirte muy honrado por tan gran honor. Y ahora, ¿qué piensas hacer, José?.

- Iré corriendo a contárselo a mis padres que están en aquel cortijo, encima de aquella loma, -el muchacho, al que todavía le temblaba todo el cuerpo, señaló una casa pequeña que distaba de allí cosa de media legua- seguramente pensarán que todo es invento mío.

- Vaya, vaya, ¿y eso por qué?, -le preguntó Sancho.

- Es que tengo mucha afición a imaginar historias, cuentos... Como me paso tantas horas solo, en mitad de estos montes, pues no paro de darle vueltas a la cabeza.

- Eso está muy bien, chico. Quizá algún día puedas escribir en un libro todas esas historias que has imaginado, y también relatar tus amores con la guapa Beatriz -dijo don Quijote. Y añadió:

- Si quieres nosotros te acompañamos hasta tu casa, para atestiguar ante tus padres que la aparición de la Señora sobre la carrasca ha sido real y cierta.

- Les estaría muy agradecido, señores viajeros.Y así lo hicieron. Los dos compañeros,

seguidos del pastorcillo, se acercaron hasta la casa donde vivía, y refrendaron ante sus padres que era cierto lo que el muchacho había visto. Sancho aprovechó la ocasión para preguntarle al padre del chico, si por ventura no tendría algún azumbre del exquisito vino que se criaba por esas tierras para llenar su bota, que a la pobre, de tan estrujada que la tenía, se le habían pegado los costillares tanto, que en vez de bota parecía un trozo de bacalao seco.

Por fortuna para el orondo escudero, el padre del chico era muy aficionado a los caldos de la tierra, y de una más que regular tinaja que en la bodega tenía, le llenó la triste bota, que volvió a tener ese aspecto gordo y sanote que tanto

placía al bueno de Sancho.Después se despidieron de aquella familia y

continuaron su interrumpido viaje cuyo destino era la famosa Cueva de Montesinos, muy cerca de las no menos famosas Lagunas de Ruidera. Una vez concluida su visita a la Cueva, tenían el firme propósito de volver por el mismo camino y pasar de nuevo por el lugar aquel de la Aparición, continuando después hasta el pueblo de Villaher-mosa, donde tan bien los habían tratado y donde esperaban sacar a sus maltratados estómagos de sus habituales penurias, con los sabrosos manjares que tan bien sabían preparar las buenas gentes de aquel pueblo.

- Y dígame vuestra merced, señor don Quijote, ¿este hecho insólito que acabamos de presenciar también se lo contará a ese tal Cervantes, que se llama a sí mismo escritor y que está interesado en componer un libro sobre nuestras andanzas?.

- De ninguna manera, Sancho, pues no nos creería. Ya viste la cara de incrédulo que se le puso cuando le contamos el mes pasado algunas de nuestras más arriesgadas aventuras, como la de los leones, la de los yangüeses, y otras más, como tú bien sabes.

- Lleva mucha razón, es mejor acallar este suceso extraordinario no vaya a ser que tomen a vuestra merced por más loco de lo que ya lo cree el vulgo inculto.

Y esta es la razón de que no figure en ninguna de las dos partes del Quijote, la aparición de la Virgen Morena de la carrasca, al humilde pastorcillo José Cortés.

El autor es consciente de la no coincidencia en el tiempo, de la aparición de la Virgen con la época en que “vinieron” nuestros dos paisanos más famosos. Permítaseme esta licencia cronológica. Lo que sí es seguro es que el Caballero Andante y su fiel Escudero debieron transitar por aquellos mismos hermosos parajes, donde se produjo tal aparición y hoy día se celebran sus tan renombradas Fiestas.

Juan Fernández Ortiz.

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- ¡Válgame Sancho, amigo! ¿Tú estás viendo lo mismo que yo?.

- Si su merced se refiere a ese resplandor que hay tras aquella loma, sí que lo veo, pardiez.

- Acerquémonos un poco más a ver de que se trata, y si como pienso, tal resplandor es origina-do por alguno de mis gigantes enemigos que me quiera retar a singular duelo, aprestaré mi espada para darle su merecido. Y una vez vencido le mandaré que vaya a postrarse a los pies de mi señora Dulcinea para que ella se enorgullezca de la valentía y reciedumbre de su enamorado caballero.

- No corra tanto, mi señor don Quijote, que lo más seguro es que no sea nada que tenga que ver con gigantes ni cosa parecida. Será más bien un relámpago de alguna tormenta que se avecina, me temo.

- ¿Una tormenta dices, Sancho? ¿Con este día tan soleado y tan hermoso, uno de los mejores que llevamos de este mes de mayo?. No parece que tenga el cielo pinta de tormenta, pero pronto lo sabremos. Espabila al rucio, que parece que vais dormidos los dos, y corramos prestos a averiguar el origen de tan insólita luminosidad.

Los dos compañeros animaron a sus cabalga-duras, que iniciaron un regular trotecillo y pronto culminaron la colina que les impedía ver la causa de aquella refulgente luz.

A la vista del caballero y su fiel escudero apareció un cerrete lleno de carrascas, romeros y tomillos, rodeado por altos montes poblados de abundante vegetación, que conferían a aquel paraje el aspecto de un gigantesco anfiteatro. A la derecha de ellos se abría un dilatado valle con extensas choperas, y en el fondo del valle se

veían discurrir las claras aguas de un río. En sus márgenes, como perennes centinelas, se erguían en ordenadas filas altos chopos que semejaban ser los guardianes de las aguas, que corrían presurosas a su encuentro con la cercana villa de Carrizosa.

- ¡Por vida de...! ¡Qué lugar tan ameno! ¡Y qué paz y sosiego se respira aquí, vive Dios!.

- Cuánta razón llevas, buen Sancho. Parece que este sitio esté encantado, pero con una suerte de encantamiento benigno, de armonía y de placidez. ¡Pero calla, mira a tu izquierda! ¿No será esa la luz que tanto nos llamaba la atención hace un rato?.

- Tan cierto como que me llamo Sancho, señor don Quijote. Y también verá vuestra merced que los rayos luminosos salen de encima de esa carrasca que ahí en medio está, rodeada por ese rebaño de ovejas.

- Y dime, buen Sancho, tú que tienes mejor vista que yo, ¿no hay enfrente de la carrasca iluminada un zagal, que debe ser el pastor de este rebaño, arrodillado y como en oración?.

- Gran verdad es esa, señor. Y que me aspen si encima de la mentada carrasca no hay una Señora de singular belleza que mueve los labios, como si le hablara al pastorcillo.

Los dos viajeros permanecieron a poca distan-cia, incapaces de articular palabra alguna ante el cuadro que se le presentaba a sus ojos. La Señora, de la cual emanaba el fulgor que les había llevado hasta allí, le estaba hablando al pastorcillo, que postrado de hinojos ante sus plantas, asentía con la cabeza de vez en cuando.

Mientras tanto, las ovejas permanecían inmóviles y con la cabeza levantada mirando con

gran atención a la Señora. Había por todo el contorno un silencio absoluto: el airecillo que momentos antes circulaba, rumoroso, por entre los copudos chopos y las frondosas ramas de las carrascas, había parado de repente. Los pintados jilgueros y los vivarachos gorriones, que habitual-mente alborotaban con sus trinos en las cercanas alamedas, también habían enmudeci-do. Todo el campo estaba en silencio, expectan-te.

Transcurridos unos minutos, la Dama que estaba sobre la carrasca fue desvaneciéndose lentamente hasta desaparecer por completo, y con ella el brillante resplandor que la envolvía. El pastorcillo, un chicuelo de no más de quince años, se levantó despacio, aturdido. Las ovejas comenzaron a removerse, volviendo a su habitual ocupación de triscar la jugosa hierba que abundaba por allí, y los pájaros de la alame-da reanudaron su bulliciosa actividad por entre las ramas de los chopos.

Don Quijote y Sancho, sin terminar de reponerse todavía de la sorprendente visión que acababan de contemplar, se acercaron hasta el chico, que al ver al caballero ataviado con la

armadura y portando la adarga, la espada y la lanza, retocedió unos pasos, asustado.

- No temas nada, mozuelo, que somos gente de orden -le dijo don Quijote para tranquilizarlo- ¿puedes decirnos cuál es tu nombre y explicar-nos el extraordinario suceso que acabamos de contemplar?.

- Pues verá, señor caballero, me llamo José Cortés y habitualmente pastoreo mis ovejas por estos andurriales. Estaba yo hoy como todos los días pensando en cierta mocita que me tiene sorbidas las entendederas, que se llama Beatriz y que es la muchacha más guapa que yo he visto en mi vida, y cuando la vuelva a ver pienso decirle que...

- Para el carro, hombre, -le interrumpió don Quijote- ya nos contarás después, si quieres, más detalles del objeto de tus amores, pero ahora nos gustaría que nos aclararas el asunto este de la carrasca iluminada y la Señora hablándote, es decir, ese fenómeno extraordinario que acaba-mos de presenciar.

- Perdonen vuestras mercedes es que cuando me pongo a hablar de Beatriz se me olvida todo lo demás. Pues les decía que estaba yo sentado en esa peña que vuestra merced verá a su diestra, cuando de esa carrasca de ahí salió una luz muy viva que me deslumbró por completo. Cuando mis ojos se acostumbraron al intenso resplandor, vi que encima de la carrasca había una mujer muy guapa, vestida con un manto azul como el cielo, y que llevaba un niño pequeño en su regazo.

- Y dime, Josico -ahora fue Sancho quien interpeló al muchacho, que seguía conmociona-do por la extraordinaria visión que acababa de tener- ¿qué fue lo que te dijo esa mujer?.

- Pues esa Señora, que tenía la voz más dulce y serena que yo haya escuchado jamás, me dijo que era la Virgen María y que había bajado del cielo, y también que me había elegido a mí para aparecerse porque a Ella le gustaba la gente humilde y sencilla, como yo. Me manifestó su deseo de que en este mismo lugar le fuera construida una ermita, para que todos los moradores de estos contornos le rindieran culto, y que era su voluntad que la construcción y posesión de tal ermita fuera de la gente de Villahermosa, que es un pueblo que dista de aquí más de dos leguas. ¿Se imaginan vuestras merce-des? ¡La Virgen María se me ha aparecido a mí, a un humilde pastor!.

- ¿Villahermosa? -dijo Sancho- ¿No se llamaba

así el pueblo por el que hemos pasado hace cosa de dos horas, chispa más o menos, y donde nos han dado de comer esos excelentes galianos y esa perdiz escabechada que resucitaban a un muerto?.

- Ese es sin duda, Sancho, y a lo que tú has dicho sobre la comida, añado yo que sus gentes son hospitalarias y acogedoras por demás -dijo don Quijote.

Y volviendo al asunto de la aparición, añadió:- En verdad que ha sido un prodigio verdadera-

mente notable, y debes sentirte muy honrado por tan gran honor. Y ahora, ¿qué piensas hacer, José?.

- Iré corriendo a contárselo a mis padres que están en aquel cortijo, encima de aquella loma, -el muchacho, al que todavía le temblaba todo el cuerpo, señaló una casa pequeña que distaba de allí cosa de media legua- seguramente pensarán que todo es invento mío.

- Vaya, vaya, ¿y eso por qué?, -le preguntó Sancho.

- Es que tengo mucha afición a imaginar historias, cuentos... Como me paso tantas horas solo, en mitad de estos montes, pues no paro de darle vueltas a la cabeza.

- Eso está muy bien, chico. Quizá algún día puedas escribir en un libro todas esas historias que has imaginado, y también relatar tus amores con la guapa Beatriz -dijo don Quijote. Y añadió:

- Si quieres nosotros te acompañamos hasta tu casa, para atestiguar ante tus padres que la aparición de la Señora sobre la carrasca ha sido real y cierta.

- Les estaría muy agradecido, señores viajeros.Y así lo hicieron. Los dos compañeros,

seguidos del pastorcillo, se acercaron hasta la casa donde vivía, y refrendaron ante sus padres que era cierto lo que el muchacho había visto. Sancho aprovechó la ocasión para preguntarle al padre del chico, si por ventura no tendría algún azumbre del exquisito vino que se criaba por esas tierras para llenar su bota, que a la pobre, de tan estrujada que la tenía, se le habían pegado los costillares tanto, que en vez de bota parecía un trozo de bacalao seco.

Por fortuna para el orondo escudero, el padre del chico era muy aficionado a los caldos de la tierra, y de una más que regular tinaja que en la bodega tenía, le llenó la triste bota, que volvió a tener ese aspecto gordo y sanote que tanto

placía al bueno de Sancho.Después se despidieron de aquella familia y

continuaron su interrumpido viaje cuyo destino era la famosa Cueva de Montesinos, muy cerca de las no menos famosas Lagunas de Ruidera. Una vez concluida su visita a la Cueva, tenían el firme propósito de volver por el mismo camino y pasar de nuevo por el lugar aquel de la Aparición, continuando después hasta el pueblo de Villaher-mosa, donde tan bien los habían tratado y donde esperaban sacar a sus maltratados estómagos de sus habituales penurias, con los sabrosos manjares que tan bien sabían preparar las buenas gentes de aquel pueblo.

- Y dígame vuestra merced, señor don Quijote, ¿este hecho insólito que acabamos de presenciar también se lo contará a ese tal Cervantes, que se llama a sí mismo escritor y que está interesado en componer un libro sobre nuestras andanzas?.

- De ninguna manera, Sancho, pues no nos creería. Ya viste la cara de incrédulo que se le puso cuando le contamos el mes pasado algunas de nuestras más arriesgadas aventuras, como la de los leones, la de los yangüeses, y otras más, como tú bien sabes.

- Lleva mucha razón, es mejor acallar este suceso extraordinario no vaya a ser que tomen a vuestra merced por más loco de lo que ya lo cree el vulgo inculto.

Y esta es la razón de que no figure en ninguna de las dos partes del Quijote, la aparición de la Virgen Morena de la carrasca, al humilde pastorcillo José Cortés.

El autor es consciente de la no coincidencia en el tiempo, de la aparición de la Virgen con la época en que “vinieron” nuestros dos paisanos más famosos. Permítaseme esta licencia cronológica. Lo que sí es seguro es que el Caballero Andante y su fiel Escudero debieron transitar por aquellos mismos hermosos parajes, donde se produjo tal aparición y hoy día se celebran sus tan renombradas Fiestas.

Juan Fernández Ortiz.

El autor es Juan Fernández Ortiz, es hijo de Cristóbal Fernández Andújar y de Carmen Ortiz Serrano.

Cristóbal tenía una pequeña tienda de comes-tibles y le faltaba el brazo derecho. Carmen era hija de Juan Ortiz “Juanillones”.

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como los padres a sus hijos. Más claro: en nuestro cuerpo esa ley se cumple perfecta-mente. La cabeza es la cabeza, el corazón es el corazón, las manos son las manos, los pies son los pies, etc., etc. Y lo que ocurre es que todos los miembros de nuestro cuerpo, DISTINTOS Y UNIDOS, cada uno cumpliendo su misión, hacen la salud de nuestro cuerpo y de todo nuestro ser.

De modo parecido en la IGLESIA. Cada uno tiene que cumplir su misión. Sobre todo amar, a Dios y al Prójimo. A mayor amor mayor respeto. A mayor unión mayor promoción de la persona. A mayor actitud de servicio mayor personalidad. A mayor olvido de sí por amor, mayor felicidad etc., etc. Y así en la familia, con los amigos, en la comunidad, en la sociedad y en la IGLESIA.

¿Qué es lo que quiere la Virgen cuando mira amorosamente a la IGLESIA?.

Está claro; que sea una Iglesia sana y saludable, armónica y hermosa. Ella misma es el ejemplo vivo. En Ella la Iglesia llegó a su perfección, nos dice el mismo Concilio Vaticano II. Const. sobre la Iglesia, nº 65.«La Iglesia en la Santísima Virgen llegó ya a la perfección sin mancha ni arruga (cf. Ef.5, 27)».

Cuando la Virgen mira a Villahermosa, a la que la mira siempre, pero sobre todo en las fiestas, cuando el pueblo entero, incluso venido desde lejos, de muchos pueblos y ciudades diseminados por España e incluso por el extranjero, GRITA con todo el corazón ¡VIVA LA VIRGEN DE LA CARRAS-CA! no les quepa duda que nos mira sonriente y quiere eso, que la IGLESIA DE VILLAHERMOSA sea una IGLESIA rebosan-te de vida porque mira a quien la Virgen mira y ama a quien la Virgen ama.

No hay mayor gloria ni gozo para nuestro pueblo que mantener siempre vivo el amor a la VIRGEN DE LA CARRASCA; ella nos mira y vuelve su mirada a su propio HIJO para que derrame al ESPÍRITU SANTO en la IGLESIA y nos llene de la alegría del amor a DIOS, que es en definitiva lo que todos queremos y anhelamos en el fondo de nuestro corazón.

R.P.P.

La Virgen no puede mirar sino con amor. ¿A quién mira?.

Por supuesto a Dios. «He aquí la esclava del Señor» Lc. 1, 38. Y después a su hijo, Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios. Y por fin ¿a quién más? Al que procede de su Hijo, al Cuerpo de su Hijo, al que llamamos el Cuerpo Místico de Cristo, a la Iglesia.

Porque la Iglesia es nada más y nada menos que LA ESPOSA de Cristo, Ef.5, 25 ss. Ap. 19,7-11. etc

Si la Virgen mira a su hijo, el Hijo de Dios, mira por supuesto a su Cuerpo que es la Iglesia. Y en la Iglesia nos mira a cada uno de nosotros, bautizados, hijos de Dios.

La Virgen nos mira a cada uno, nos conoce a cada uno por nuestro nombre, nos ama a cada uno porque somos hijos en su HIJO. Somos EL CUERPO DE CRISTO.

Está claro que debemos devolver amor por amor.

Cuando la Virgen nos mira con amor, nos ama ¿qué quiere decir esa mirada amorosa de la Virgen a cada uno de nosotros?.

Aquí acabaría este escrito, para que cada uno de vosotros, hijos e hijas de Villahermo-sa, dierais vuestra respuesta personal.

Pero os ayudo. No me cuesta ningún trabajo y lo hago con gusto, aunque no lo creo muy necesario, puesto que lo que voy a decir cae por su peso.

Amar a la Virgen es amar a la Iglesia, Esposa de Cristo.

Quien no ama a la Iglesia, no ama a la Virgen.

A quién mira la VirgenY si la Virgen nos ama a cada uno de

nosotros y cada uno de nosotros debemos amar a la Virgen, -y creo que la amamos-, ahí va la Iglesia.

La Virgen y la Iglesia son inseparables, como Cristo y la Virgen son inseparables.

La Iglesia somos todos los bautizados. La Iglesia, como es obvio, no es el Papa, los Obispos y los Curas. El Papa, los Obispos y los Curas son hijos de Dios como cada uno de nosotros, desde el más rico al más pobre, desde el más bueno hasta el más pecador, desde el más joven al más viejo, sea hombre o mujer.

La Iglesia es un CUERPO cuya CABEZA INVISIBLE es CRISTO, el hijo de nuestra Virgen de la Carrasca.

Y este Cuerpo que es LA IGLESIA es un Cuerpo vivo, armónico y bien estructurado por ser un cuerpo vivo. Hay una Cabeza VISIBLE que es el PAPA, unos OBISPOS, Pastores de diversos grupos llamados Diócesis y unos SACERDOTES, Pastores de las Parroquias. Todos ellos al servicio de los cristianos. El mismo Cristo, Cabeza invisible de la IGLESIA, dijo que no había venido a ser servido sino a servir, Mt. 20, 28. Y todos, Pastores y Fieles somos iguales, hijos de Dios con la misma dignidad, Conc. Vat.II, Const, sobre la Iglesia, nº, 32.

Este Cuerpo tiene una ley que se enuncia con estas pocas palabras: LA UNIÓN DIFERENCIA. Muy sencilla. En un matrimo-nio hay amor y diferencia. De tal modo que cuanto más se amen entre sí, más se unen, más se respetan, tanto el marido y la mujer

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como los padres a sus hijos. Más claro: en nuestro cuerpo esa ley se cumple perfecta-mente. La cabeza es la cabeza, el corazón es el corazón, las manos son las manos, los pies son los pies, etc., etc. Y lo que ocurre es que todos los miembros de nuestro cuerpo, DISTINTOS Y UNIDOS, cada uno cumpliendo su misión, hacen la salud de nuestro cuerpo y de todo nuestro ser.

De modo parecido en la IGLESIA. Cada uno tiene que cumplir su misión. Sobre todo amar, a Dios y al Prójimo. A mayor amor mayor respeto. A mayor unión mayor promoción de la persona. A mayor actitud de servicio mayor personalidad. A mayor olvido de sí por amor, mayor felicidad etc., etc. Y así en la familia, con los amigos, en la comunidad, en la sociedad y en la IGLESIA.

¿Qué es lo que quiere la Virgen cuando mira amorosamente a la IGLESIA?.

Está claro; que sea una Iglesia sana y saludable, armónica y hermosa. Ella misma es el ejemplo vivo. En Ella la Iglesia llegó a su perfección, nos dice el mismo Concilio Vaticano II. Const. sobre la Iglesia, nº 65.«La Iglesia en la Santísima Virgen llegó ya a la perfección sin mancha ni arruga (cf. Ef.5, 27)».

Cuando la Virgen mira a Villahermosa, a la que la mira siempre, pero sobre todo en las fiestas, cuando el pueblo entero, incluso venido desde lejos, de muchos pueblos y ciudades diseminados por España e incluso por el extranjero, GRITA con todo el corazón ¡VIVA LA VIRGEN DE LA CARRAS-CA! no les quepa duda que nos mira sonriente y quiere eso, que la IGLESIA DE VILLAHERMOSA sea una IGLESIA rebosan-te de vida porque mira a quien la Virgen mira y ama a quien la Virgen ama.

No hay mayor gloria ni gozo para nuestro pueblo que mantener siempre vivo el amor a la VIRGEN DE LA CARRASCA; ella nos mira y vuelve su mirada a su propio HIJO para que derrame al ESPÍRITU SANTO en la IGLESIA y nos llene de la alegría del amor a DIOS, que es en definitiva lo que todos queremos y anhelamos en el fondo de nuestro corazón.

R.P.P.

La Virgen no puede mirar sino con amor. ¿A quién mira?.

Por supuesto a Dios. «He aquí la esclava del Señor» Lc. 1, 38. Y después a su hijo, Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios. Y por fin ¿a quién más? Al que procede de su Hijo, al Cuerpo de su Hijo, al que llamamos el Cuerpo Místico de Cristo, a la Iglesia.

Porque la Iglesia es nada más y nada menos que LA ESPOSA de Cristo, Ef.5, 25 ss. Ap. 19,7-11. etc

Si la Virgen mira a su hijo, el Hijo de Dios, mira por supuesto a su Cuerpo que es la Iglesia. Y en la Iglesia nos mira a cada uno de nosotros, bautizados, hijos de Dios.

La Virgen nos mira a cada uno, nos conoce a cada uno por nuestro nombre, nos ama a cada uno porque somos hijos en su HIJO. Somos EL CUERPO DE CRISTO.

Está claro que debemos devolver amor por amor.

Cuando la Virgen nos mira con amor, nos ama ¿qué quiere decir esa mirada amorosa de la Virgen a cada uno de nosotros?.

Aquí acabaría este escrito, para que cada uno de vosotros, hijos e hijas de Villahermo-sa, dierais vuestra respuesta personal.

Pero os ayudo. No me cuesta ningún trabajo y lo hago con gusto, aunque no lo creo muy necesario, puesto que lo que voy a decir cae por su peso.

Amar a la Virgen es amar a la Iglesia, Esposa de Cristo.

Quien no ama a la Iglesia, no ama a la Virgen.

Y si la Virgen nos ama a cada uno de nosotros y cada uno de nosotros debemos amar a la Virgen, -y creo que la amamos-, ahí va la Iglesia.

La Virgen y la Iglesia son inseparables, como Cristo y la Virgen son inseparables.

La Iglesia somos todos los bautizados. La Iglesia, como es obvio, no es el Papa, los Obispos y los Curas. El Papa, los Obispos y los Curas son hijos de Dios como cada uno de nosotros, desde el más rico al más pobre, desde el más bueno hasta el más pecador, desde el más joven al más viejo, sea hombre o mujer.

La Iglesia es un CUERPO cuya CABEZA INVISIBLE es CRISTO, el hijo de nuestra Virgen de la Carrasca.

Y este Cuerpo que es LA IGLESIA es un Cuerpo vivo, armónico y bien estructurado por ser un cuerpo vivo. Hay una Cabeza VISIBLE que es el PAPA, unos OBISPOS, Pastores de diversos grupos llamados Diócesis y unos SACERDOTES, Pastores de las Parroquias. Todos ellos al servicio de los cristianos. El mismo Cristo, Cabeza invisible de la IGLESIA, dijo que no había venido a ser servido sino a servir, Mt. 20, 28. Y todos, Pastores y Fieles somos iguales, hijos de Dios con la misma dignidad, Conc. Vat.II, Const, sobre la Iglesia, nº, 32.

Este Cuerpo tiene una ley que se enuncia con estas pocas palabras: LA UNIÓN DIFERENCIA. Muy sencilla. En un matrimo-nio hay amor y diferencia. De tal modo que cuanto más se amen entre sí, más se unen, más se respetan, tanto el marido y la mujer

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Sentados a mediodía,los amigos, con las cañas,comentábamos, que daña,hablando de melodías,lo que se canta hoy en díacuando suenan “Los Lagartos”.Que estábamos ya, muy hartosde esa letra chabacana,tan vulgar, bastante vanay áspera, tal que el esparto.

Que, tras la media fanegade trigo del candeal,mal suena que, un comensal,dieciséis litros trasiega;y a nuestros oídos llegaesta gran desfachatez.Se escucha una y otra vezcantando por el camino.¿Se promociona así el vino?más bien... rebaja la prez.

Está muy bien que cantemoslo que legó don Tomás Castell,maestro, al que jamás,los calduchos pagaremos;pero no nos empeñemos,en seguir más adelantecon esa letra aberrante:no merece Villahermosaque su himno lleve esa cosatan zafia y extravagante.

¡Vivan!, las mozas y mozosque poetean al Santuarioel virginal relicariocon tan contento alborozo,con canto, lloro y sollozo.Pero hecho real, no muestra,esa situación no es nuestra;de siempre, en la merendilla,las viandas fueron sencillas:... la tradición lo demuestra.

Hay variadas opiniones:desde: “Lágrimas me saltanal oír eso que cantan”a: “Esas son exaltaciones,(como en tantas ocasiones)que se hacen del alcoholsin que se aplique control”o: “De poesía no tiene nada”que: “La letra no me agrada”y: “No digo, ni sí... ni, no”.

Hay partituras famosasque suenan frecuentementesin que las vocee la gente:la Champions League suena airosa,la Marcha Real, preciosa;nadie les encuentra un peroni en noviembre, ni en febrero;los deseos de acompañarse cumplen con... tarareary... aplaudir con gran esmero.

Esa sería, para mí,una eficaz solución;lejos está mi intenciónde subsanar por ahí,pero expreso desde aquí:que no ha menester más letraesto que nos representa;basta con que Andrés dirija,que lleve él la manijay disfrutar... sin más cuenta.

Ésta es, mi humilde opinión:puedes, o no , estar de acuerdo,yo soy Patón: como “El Liebro”mis rimas del montón son.Si ofendí pido perdón;soy muy libre de expresarme,tú igual, de al cuerno, mandarmesi acaso fuera importuno;me conformo con que uno,me entienda en éste esforzarme.

J. A. Patón.

Lagartos... Lagarto, Lagarto Hasta que el pueblo las cantalas coplas, coplas no son

y cuando las canta el puebloya no se sabe el autor.

(Manuel Machado)

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Este añovuelvo a la Fiesta

Pues sí, este año (si Dios quiere), vuelvo a la Fiesta, a mi Fiesta de la Virgen. Lo cierto es que casi no me lo creo, me parece cuasi mentira. Y es que me invade la misma emoción e ilusión que a un niño pequeño cuando está a punto de descubrir un regalo, yo diría más, un ansiado regalo; en mi caso se trata de redescubrir olvidadas sensaciones y viejas vivencias. Seguro hallaré matices nuevos y una atmósfera que año tras año se va renovando sin apenas percibirlo, pero también me asalta-rán toda una serie de sentimientos e imáge-nes que más que en la retina de la memoria albergo en lo más profundo de mi alma, alma que nunca morirá.

Dará igual que sea una Fiesta calurosa o, por el contrario, fría y lluviosa. Todos sabemos que en el Santuario esos días de romería se viste de caniculares jornadas que aún nos recuerdan que el casi extingui-do período estival aún impone su poder, sin embargo, en otras ocasiones un misterioso halo otoñal lo envuelve todo, y nos anuncia que las noches grandes de frío y de lluvia, incluso de nieve están cerca. De cualquier modo, sea como sea, estoy convencido que será una Fiesta especial, será nueva para mí y a la vez conocida.

En todo este tiempo me ha resultado imposible olvidar a Nuestra Patrona, y tampoco he podido olvidar su emocionante celebración. Emocionante por cuanto se eriza la piel sí o sí al contemplar cómo se marcha la Virgen, camino del Santuario de manos del Patrón San Agustín hasta la ermita de la abuela Santa Ana, y cómo se despiden San Agustín y la Virgen en “la era el Notario”. Es este un momento en que un vértigo muy hondo me invade al saber que el pueblo quedará casi vacío en estos días de asueto y de diversión allá en el Santua-rio, sitio donde pudo haber un viejísimo

poblamiento, ya desaparecido, quizá origen y raíz del pueblo de Villahermosa, y con toda seguridad de la devoción a Nues-tra Señora de la Carrasca. Pero estos son temas que corresponde a otros aclarar, o en su caso desmentir. Al irse la Virgen a hombros de los quintos por el camino entre las primeras luces del nuevo día nuestro poblado cementerio de cipreses allá en lo alto nos saluda, y a la vez, despide a la Virgen y a todos los que marchan con Ella; los que quedan en él también hicieron sus romerías y seguro nos observan con amor cómo continuamos éste sentimiento, ésta ancestral devoción a Nuestra Madre.

La recibimos en su casa con los brazos y el corazón abiertos, con júbilo y con muchas ganas de fiesta, de una Fiesta que ya contempla varios siglos (el origen de ésta Fiesta se pierde en el tiempo, y creo que su trascendencia en épocas pasadas no está lo suficientemente valorada), y nos despedimos de Ella el lunes por la noche, en el acto que a mí más me llena, que más me emociona, el Santo Rosario. No sé donde he visto lo de la Nochevieja calducha, y es cierto, el lunes por la noche cuando se celebra el Rosario y la Fiesta de ese año toca, prácticamente, a su fin, todos senti-mos que un ciclo, una etapa, o ese año nuestro tan particular expira, y es entonces cuando un sentimiento de recogimiento y nostalgia entremezclada por tantísimos recuerdos invade y absorbe al jolgorio y la fiesta. Es entonces cuando miramos hacia adentro, hacia el alma, hacia nuestros recuerdos más emotivos, miramos hacia nuestros antepasados, y nos imaginamos y sentimos muy profundo el calado de esta Fiesta, y de un modo y otro nos sentimos orgullosos y parte de una tradición que trasciende generaciones y aúna todas sus almas.

Comenzaba yo a vivir la Fiesta (supongo que como casi todos los calduchos) una semana antes de iniciarse. Se podría decir que casi antes de acabar la Feria de San Agustín ya se pensaba en mi casa en dispo-ner todo lo necesario para esos, siempre, irrepetibles días. Mi madre (que ya me espera en las Romerías del cielo) se afana-ba en ir reuniéndolo todo para la ocasión, que si la bombona del butano, que si la paellera, que si las sillas y la mesa, o las cortinas que hacían las veces de puerta y de pared divisoria de las diversas estancias, incluso llevábamos unas escaleras de la vendimia que nos servían de acceso a la primera planta (remolque), y también para sentarnos en sus escalones cuando el aforo del local subía más de lo normal.

En nuestro caso, el remolque en el cual acarreaba mi padre las cosechas de todo el año (uva, aceituna, cereal, incluso garban-zos y guijas), nos servía de privilegiada habitación en primera planta como solíamos decir en plan de broma. Esa prime-ra planta era el dormitorio en el que todos dormíamos; nos separábamos con telas que pendían de los arquillos del remolque. Remolque que también usábamos, ni que decir tiene, para transportarlo todo. Recuerdo el olor a tierra mojada del suelo del chozo, siempre tan bien barrido y regado a cubos desde las fuentes cercanas que abastecían las diferentes explanadas.

Siempre nos pusimos en la explanada de los pinos, por donde la puerta de la capilla, era desde siempre nuestra zona. En ocasio-nes nos situábamos por alguna de las calles centrales de dicha explanada, y en otras nos poníamos en esa calle de la derecha y que a su vez se bifurca a la derecha, esa que mira hacia “cañahonda”, y que en aquellos años de mi infancia nos dejaba tan cerca de los cochecitos de choque que la música de sus altavoces literalmente casi vibraba nuestro “dormitorio”, el cual habíamos de “atrancar” bien con piedras para que no cayera terraplén abajo y acabara encima del tejao de lona de los mencionados coches de choque.

Las pesadas estructuras de los chozos, y aún antes las de palos atados entre sí y vestidos con lonas y zarzos de carrizo ya son historia. Ahora se han puesto de moda prácticas tiendas de campaña y un, cada

vez más numeroso, parque de caravanas y autocaravanas.

Recuerdo cómo nos íbamos mi padre y yo el jueves de madrugada para el Santua-rio. Salíamos a las cinco y pico de la mañana con el tractor y el remolque lleno de “cachi-vaches”, que si los colchones, que si los zarzos enrollados y colocados en el remol-que al hilo de los hierros que formarían el chozo, y un sinfín de enseres que nos haría más cómoda la estancia esos días en plena naturaleza. Yo tumbado en el remolque y aún con el toldo sin poner (lo poníamos allí en el Santuario siempre), contemplaba la limpieza del cielo estrellado y respiraba el frescor y el silencio, roto sólo por el ruido del tractor (aún no llevaban esos pirulos que ahora son obligatorios). Mi padre y yo llegábamos allí al rayar el día (como se dice en el pueblo) y el resto de la familia un poco entrada la mañana. Siempre encontrabas a alguien dispuesto a ayudarte a meter el remolque en su sitio o a empezar a montar todo el sistema de hierros y zarzos que iba a ser nuestro hogar durante la Fiesta, otra cosa era el martes, día en que la tristeza, los malos cuerpos y las malas caras abunda-ban, y en que cada cual desmontaba su “chiringuito” como buenamente podía.

Y aún antes de los años en que empeza-mos a montar el chozo y el remolque con su toldo, vagamente me viene a la memoria cómo mi padre me portaba a “la mona” (encima de sus hombros), y así volvíamos a Carrizosa a dormir a casa de mis abuelos maternos, eso sí, después de haber pasado y disfrutado de la fiesta, asistido a los toros, y comprarme algún caprichillo de los puestos que había por la vega, o en la explanada principal, así como también después de haber visitado los chozos de tíos y primos. También recuerdo que, cuando esperábamos en las gradas a que empezaran la corrida de novillos o de rejones y yo me hacía pis (tenía yo tres o cuatro años), y, o bien porque había que cruzar entre mucha gente hasta llegar a los servicios o bien por no poder yo aguantar esa incontinencia, me ponía mi padre de tal modo que caía el “chorrete” abajo, entre una tabla y otra, y caía al suelo; que pensa-ba yo: “como pase alguien ahora se va a poner bueno” (es una tontada pero también la quería reflejar, como tantas

otras sensaciones y anécdotas que no plasmo en este texto por cuanto el espacio es finito y las vivencias incontables).

Los recuerdos y las imágenes que se te van quedando impresas son lo que confor-man de un modo u otro la persona y su carácter. Para mí es muy importante volver al sitio físico donde poníamos el chozo de vez en cuando para repensar muchas cosas y para “curarme” de los problemas que la vida te va deparando. Vuelvo a ese sitio físico para rehacerme de todo, recordando aquellos años de la infancia y aún de la adolescencia, y revivir en mi mente momentos mágicos e inolvidables en aque-llas romerías, y con gentes que, desgracia-damente, ya no están. Hay veces que es preciso mirar atrás para impulsarte en los nuevos pasos que uno tiene que dar en esta vida.

Me da la sensación que esos parajes de La Carrasca tienen algo de mágico, algo especial, parece como si emanara una energía intangible pero que yo la percibo de un modo muy particular. Sea porque son tantas las gentes que han pasado por allí a lo largo de tantos siglos, o sea por lo que fuere, necesito, como antes he señalado, volver a sentir la fuerza de aquellos montes, de su Virgen, y de todas esas almas impregnadas de su fe y su devoción a Santa María de la Carrasca.

Este año vuelvo, como dije, a la “Fiesta La Virgen” tal y como aquí decimos, a la Fiesta de mi pueblo, una fiesta religiosa, profunda en lo sentimental, y una fiesta de

fe, de creencias, de espiritualidad. Pero también la fiesta de una comunidad de personas que adquieren una identidad en torno a una Imagen, y a esa fe antes referi-da. Es la Fiesta de la Virgen algo así como una puesta en común, una gran reunión de un importante número de personas que necesitan de manera vital que ésta celebra-ción se repita año tras año ¿te imaginas que algún año no se celebrara por el motivo que fuera?..., sería un auténtico desastre y una conmoción gigantesca.

Necesito volver y recargar las pilas del ánimo para el resto del año. Necesito volver a emocionarme con la entrada de la Virgen en la plaza entre un mar de personas que la esperan para honrarla y celebrar su fiesta, divertirme con su gente, con mi familia y mi peña, y para despedirme de Ella el lunes por la noche, diciéndole un hasta luego. Un hasta luego porque de vez en cuando y durante todo el año suelo volver a visitarla.

Allí nos veremos. Cada vez más me doy cuenta de lo rápido que pasa el tiempo, y de lo necesario que es vivir cada instante lo más intensamente que se pueda. Esta Fiesta es uno de esos instantes de la vida, y como tal necesito volver a sentirme parte de Ella, de su Virgen. Lo dicho, este año vuelvo a la Fiesta.

VIVA LA VIRGEN DE LA CARRASCA.

Gepetto.Septiembre de 2015.

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Pues sí, este año (si Dios quiere), vuelvo a la Fiesta, a mi Fiesta de la Virgen. Lo cierto es que casi no me lo creo, me parece cuasi mentira. Y es que me invade la misma emoción e ilusión que a un niño pequeño cuando está a punto de descubrir un regalo, yo diría más, un ansiado regalo; en mi caso se trata de redescubrir olvidadas sensaciones y viejas vivencias. Seguro hallaré matices nuevos y una atmósfera que año tras año se va renovando sin apenas percibirlo, pero también me asalta-rán toda una serie de sentimientos e imáge-nes que más que en la retina de la memoria albergo en lo más profundo de mi alma, alma que nunca morirá.

Dará igual que sea una Fiesta calurosa o, por el contrario, fría y lluviosa. Todos sabemos que en el Santuario esos días de romería se viste de caniculares jornadas que aún nos recuerdan que el casi extingui-do período estival aún impone su poder, sin embargo, en otras ocasiones un misterioso halo otoñal lo envuelve todo, y nos anuncia que las noches grandes de frío y de lluvia, incluso de nieve están cerca. De cualquier modo, sea como sea, estoy convencido que será una Fiesta especial, será nueva para mí y a la vez conocida.

En todo este tiempo me ha resultado imposible olvidar a Nuestra Patrona, y tampoco he podido olvidar su emocionante celebración. Emocionante por cuanto se eriza la piel sí o sí al contemplar cómo se marcha la Virgen, camino del Santuario de manos del Patrón San Agustín hasta la ermita de la abuela Santa Ana, y cómo se despiden San Agustín y la Virgen en “la era el Notario”. Es este un momento en que un vértigo muy hondo me invade al saber que el pueblo quedará casi vacío en estos días de asueto y de diversión allá en el Santua-rio, sitio donde pudo haber un viejísimo

poblamiento, ya desaparecido, quizá origen y raíz del pueblo de Villahermosa, y con toda seguridad de la devoción a Nues-tra Señora de la Carrasca. Pero estos son temas que corresponde a otros aclarar, o en su caso desmentir. Al irse la Virgen a hombros de los quintos por el camino entre las primeras luces del nuevo día nuestro poblado cementerio de cipreses allá en lo alto nos saluda, y a la vez, despide a la Virgen y a todos los que marchan con Ella; los que quedan en él también hicieron sus romerías y seguro nos observan con amor cómo continuamos éste sentimiento, ésta ancestral devoción a Nuestra Madre.

La recibimos en su casa con los brazos y el corazón abiertos, con júbilo y con muchas ganas de fiesta, de una Fiesta que ya contempla varios siglos (el origen de ésta Fiesta se pierde en el tiempo, y creo que su trascendencia en épocas pasadas no está lo suficientemente valorada), y nos despedimos de Ella el lunes por la noche, en el acto que a mí más me llena, que más me emociona, el Santo Rosario. No sé donde he visto lo de la Nochevieja calducha, y es cierto, el lunes por la noche cuando se celebra el Rosario y la Fiesta de ese año toca, prácticamente, a su fin, todos senti-mos que un ciclo, una etapa, o ese año nuestro tan particular expira, y es entonces cuando un sentimiento de recogimiento y nostalgia entremezclada por tantísimos recuerdos invade y absorbe al jolgorio y la fiesta. Es entonces cuando miramos hacia adentro, hacia el alma, hacia nuestros recuerdos más emotivos, miramos hacia nuestros antepasados, y nos imaginamos y sentimos muy profundo el calado de esta Fiesta, y de un modo y otro nos sentimos orgullosos y parte de una tradición que trasciende generaciones y aúna todas sus almas.

Comenzaba yo a vivir la Fiesta (supongo que como casi todos los calduchos) una semana antes de iniciarse. Se podría decir que casi antes de acabar la Feria de San Agustín ya se pensaba en mi casa en dispo-ner todo lo necesario para esos, siempre, irrepetibles días. Mi madre (que ya me espera en las Romerías del cielo) se afana-ba en ir reuniéndolo todo para la ocasión, que si la bombona del butano, que si la paellera, que si las sillas y la mesa, o las cortinas que hacían las veces de puerta y de pared divisoria de las diversas estancias, incluso llevábamos unas escaleras de la vendimia que nos servían de acceso a la primera planta (remolque), y también para sentarnos en sus escalones cuando el aforo del local subía más de lo normal.

En nuestro caso, el remolque en el cual acarreaba mi padre las cosechas de todo el año (uva, aceituna, cereal, incluso garban-zos y guijas), nos servía de privilegiada habitación en primera planta como solíamos decir en plan de broma. Esa prime-ra planta era el dormitorio en el que todos dormíamos; nos separábamos con telas que pendían de los arquillos del remolque. Remolque que también usábamos, ni que decir tiene, para transportarlo todo. Recuerdo el olor a tierra mojada del suelo del chozo, siempre tan bien barrido y regado a cubos desde las fuentes cercanas que abastecían las diferentes explanadas.

Siempre nos pusimos en la explanada de los pinos, por donde la puerta de la capilla, era desde siempre nuestra zona. En ocasio-nes nos situábamos por alguna de las calles centrales de dicha explanada, y en otras nos poníamos en esa calle de la derecha y que a su vez se bifurca a la derecha, esa que mira hacia “cañahonda”, y que en aquellos años de mi infancia nos dejaba tan cerca de los cochecitos de choque que la música de sus altavoces literalmente casi vibraba nuestro “dormitorio”, el cual habíamos de “atrancar” bien con piedras para que no cayera terraplén abajo y acabara encima del tejao de lona de los mencionados coches de choque.

Las pesadas estructuras de los chozos, y aún antes las de palos atados entre sí y vestidos con lonas y zarzos de carrizo ya son historia. Ahora se han puesto de moda prácticas tiendas de campaña y un, cada

vez más numeroso, parque de caravanas y autocaravanas.

Recuerdo cómo nos íbamos mi padre y yo el jueves de madrugada para el Santua-rio. Salíamos a las cinco y pico de la mañana con el tractor y el remolque lleno de “cachi-vaches”, que si los colchones, que si los zarzos enrollados y colocados en el remol-que al hilo de los hierros que formarían el chozo, y un sinfín de enseres que nos haría más cómoda la estancia esos días en plena naturaleza. Yo tumbado en el remolque y aún con el toldo sin poner (lo poníamos allí en el Santuario siempre), contemplaba la limpieza del cielo estrellado y respiraba el frescor y el silencio, roto sólo por el ruido del tractor (aún no llevaban esos pirulos que ahora son obligatorios). Mi padre y yo llegábamos allí al rayar el día (como se dice en el pueblo) y el resto de la familia un poco entrada la mañana. Siempre encontrabas a alguien dispuesto a ayudarte a meter el remolque en su sitio o a empezar a montar todo el sistema de hierros y zarzos que iba a ser nuestro hogar durante la Fiesta, otra cosa era el martes, día en que la tristeza, los malos cuerpos y las malas caras abunda-ban, y en que cada cual desmontaba su “chiringuito” como buenamente podía.

Y aún antes de los años en que empeza-mos a montar el chozo y el remolque con su toldo, vagamente me viene a la memoria cómo mi padre me portaba a “la mona” (encima de sus hombros), y así volvíamos a Carrizosa a dormir a casa de mis abuelos maternos, eso sí, después de haber pasado y disfrutado de la fiesta, asistido a los toros, y comprarme algún caprichillo de los puestos que había por la vega, o en la explanada principal, así como también después de haber visitado los chozos de tíos y primos. También recuerdo que, cuando esperábamos en las gradas a que empezaran la corrida de novillos o de rejones y yo me hacía pis (tenía yo tres o cuatro años), y, o bien porque había que cruzar entre mucha gente hasta llegar a los servicios o bien por no poder yo aguantar esa incontinencia, me ponía mi padre de tal modo que caía el “chorrete” abajo, entre una tabla y otra, y caía al suelo; que pensa-ba yo: “como pase alguien ahora se va a poner bueno” (es una tontada pero también la quería reflejar, como tantas

otras sensaciones y anécdotas que no plasmo en este texto por cuanto el espacio es finito y las vivencias incontables).

Los recuerdos y las imágenes que se te van quedando impresas son lo que confor-man de un modo u otro la persona y su carácter. Para mí es muy importante volver al sitio físico donde poníamos el chozo de vez en cuando para repensar muchas cosas y para “curarme” de los problemas que la vida te va deparando. Vuelvo a ese sitio físico para rehacerme de todo, recordando aquellos años de la infancia y aún de la adolescencia, y revivir en mi mente momentos mágicos e inolvidables en aque-llas romerías, y con gentes que, desgracia-damente, ya no están. Hay veces que es preciso mirar atrás para impulsarte en los nuevos pasos que uno tiene que dar en esta vida.

Me da la sensación que esos parajes de La Carrasca tienen algo de mágico, algo especial, parece como si emanara una energía intangible pero que yo la percibo de un modo muy particular. Sea porque son tantas las gentes que han pasado por allí a lo largo de tantos siglos, o sea por lo que fuere, necesito, como antes he señalado, volver a sentir la fuerza de aquellos montes, de su Virgen, y de todas esas almas impregnadas de su fe y su devoción a Santa María de la Carrasca.

Este año vuelvo, como dije, a la “Fiesta La Virgen” tal y como aquí decimos, a la Fiesta de mi pueblo, una fiesta religiosa, profunda en lo sentimental, y una fiesta de

fe, de creencias, de espiritualidad. Pero también la fiesta de una comunidad de personas que adquieren una identidad en torno a una Imagen, y a esa fe antes referi-da. Es la Fiesta de la Virgen algo así como una puesta en común, una gran reunión de un importante número de personas que necesitan de manera vital que ésta celebra-ción se repita año tras año ¿te imaginas que algún año no se celebrara por el motivo que fuera?..., sería un auténtico desastre y una conmoción gigantesca.

Necesito volver y recargar las pilas del ánimo para el resto del año. Necesito volver a emocionarme con la entrada de la Virgen en la plaza entre un mar de personas que la esperan para honrarla y celebrar su fiesta, divertirme con su gente, con mi familia y mi peña, y para despedirme de Ella el lunes por la noche, diciéndole un hasta luego. Un hasta luego porque de vez en cuando y durante todo el año suelo volver a visitarla.

Allí nos veremos. Cada vez más me doy cuenta de lo rápido que pasa el tiempo, y de lo necesario que es vivir cada instante lo más intensamente que se pueda. Esta Fiesta es uno de esos instantes de la vida, y como tal necesito volver a sentirme parte de Ella, de su Virgen. Lo dicho, este año vuelvo a la Fiesta.

VIVA LA VIRGEN DE LA CARRASCA.

Gepetto.Septiembre de 2015.

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Pues sí, este año (si Dios quiere), vuelvo a la Fiesta, a mi Fiesta de la Virgen. Lo cierto es que casi no me lo creo, me parece cuasi mentira. Y es que me invade la misma emoción e ilusión que a un niño pequeño cuando está a punto de descubrir un regalo, yo diría más, un ansiado regalo; en mi caso se trata de redescubrir olvidadas sensaciones y viejas vivencias. Seguro hallaré matices nuevos y una atmósfera que año tras año se va renovando sin apenas percibirlo, pero también me asalta-rán toda una serie de sentimientos e imáge-nes que más que en la retina de la memoria albergo en lo más profundo de mi alma, alma que nunca morirá.

Dará igual que sea una Fiesta calurosa o, por el contrario, fría y lluviosa. Todos sabemos que en el Santuario esos días de romería se viste de caniculares jornadas que aún nos recuerdan que el casi extingui-do período estival aún impone su poder, sin embargo, en otras ocasiones un misterioso halo otoñal lo envuelve todo, y nos anuncia que las noches grandes de frío y de lluvia, incluso de nieve están cerca. De cualquier modo, sea como sea, estoy convencido que será una Fiesta especial, será nueva para mí y a la vez conocida.

En todo este tiempo me ha resultado imposible olvidar a Nuestra Patrona, y tampoco he podido olvidar su emocionante celebración. Emocionante por cuanto se eriza la piel sí o sí al contemplar cómo se marcha la Virgen, camino del Santuario de manos del Patrón San Agustín hasta la ermita de la abuela Santa Ana, y cómo se despiden San Agustín y la Virgen en “la era el Notario”. Es este un momento en que un vértigo muy hondo me invade al saber que el pueblo quedará casi vacío en estos días de asueto y de diversión allá en el Santua-rio, sitio donde pudo haber un viejísimo

poblamiento, ya desaparecido, quizá origen y raíz del pueblo de Villahermosa, y con toda seguridad de la devoción a Nues-tra Señora de la Carrasca. Pero estos son temas que corresponde a otros aclarar, o en su caso desmentir. Al irse la Virgen a hombros de los quintos por el camino entre las primeras luces del nuevo día nuestro poblado cementerio de cipreses allá en lo alto nos saluda, y a la vez, despide a la Virgen y a todos los que marchan con Ella; los que quedan en él también hicieron sus romerías y seguro nos observan con amor cómo continuamos éste sentimiento, ésta ancestral devoción a Nuestra Madre.

La recibimos en su casa con los brazos y el corazón abiertos, con júbilo y con muchas ganas de fiesta, de una Fiesta que ya contempla varios siglos (el origen de ésta Fiesta se pierde en el tiempo, y creo que su trascendencia en épocas pasadas no está lo suficientemente valorada), y nos despedimos de Ella el lunes por la noche, en el acto que a mí más me llena, que más me emociona, el Santo Rosario. No sé donde he visto lo de la Nochevieja calducha, y es cierto, el lunes por la noche cuando se celebra el Rosario y la Fiesta de ese año toca, prácticamente, a su fin, todos senti-mos que un ciclo, una etapa, o ese año nuestro tan particular expira, y es entonces cuando un sentimiento de recogimiento y nostalgia entremezclada por tantísimos recuerdos invade y absorbe al jolgorio y la fiesta. Es entonces cuando miramos hacia adentro, hacia el alma, hacia nuestros recuerdos más emotivos, miramos hacia nuestros antepasados, y nos imaginamos y sentimos muy profundo el calado de esta Fiesta, y de un modo y otro nos sentimos orgullosos y parte de una tradición que trasciende generaciones y aúna todas sus almas.

Comenzaba yo a vivir la Fiesta (supongo que como casi todos los calduchos) una semana antes de iniciarse. Se podría decir que casi antes de acabar la Feria de San Agustín ya se pensaba en mi casa en dispo-ner todo lo necesario para esos, siempre, irrepetibles días. Mi madre (que ya me espera en las Romerías del cielo) se afana-ba en ir reuniéndolo todo para la ocasión, que si la bombona del butano, que si la paellera, que si las sillas y la mesa, o las cortinas que hacían las veces de puerta y de pared divisoria de las diversas estancias, incluso llevábamos unas escaleras de la vendimia que nos servían de acceso a la primera planta (remolque), y también para sentarnos en sus escalones cuando el aforo del local subía más de lo normal.

En nuestro caso, el remolque en el cual acarreaba mi padre las cosechas de todo el año (uva, aceituna, cereal, incluso garban-zos y guijas), nos servía de privilegiada habitación en primera planta como solíamos decir en plan de broma. Esa prime-ra planta era el dormitorio en el que todos dormíamos; nos separábamos con telas que pendían de los arquillos del remolque. Remolque que también usábamos, ni que decir tiene, para transportarlo todo. Recuerdo el olor a tierra mojada del suelo del chozo, siempre tan bien barrido y regado a cubos desde las fuentes cercanas que abastecían las diferentes explanadas.

Siempre nos pusimos en la explanada de los pinos, por donde la puerta de la capilla, era desde siempre nuestra zona. En ocasio-nes nos situábamos por alguna de las calles centrales de dicha explanada, y en otras nos poníamos en esa calle de la derecha y que a su vez se bifurca a la derecha, esa que mira hacia “cañahonda”, y que en aquellos años de mi infancia nos dejaba tan cerca de los cochecitos de choque que la música de sus altavoces literalmente casi vibraba nuestro “dormitorio”, el cual habíamos de “atrancar” bien con piedras para que no cayera terraplén abajo y acabara encima del tejao de lona de los mencionados coches de choque.

Las pesadas estructuras de los chozos, y aún antes las de palos atados entre sí y vestidos con lonas y zarzos de carrizo ya son historia. Ahora se han puesto de moda prácticas tiendas de campaña y un, cada

vez más numeroso, parque de caravanas y autocaravanas.

Recuerdo cómo nos íbamos mi padre y yo el jueves de madrugada para el Santua-rio. Salíamos a las cinco y pico de la mañana con el tractor y el remolque lleno de “cachi-vaches”, que si los colchones, que si los zarzos enrollados y colocados en el remol-que al hilo de los hierros que formarían el chozo, y un sinfín de enseres que nos haría más cómoda la estancia esos días en plena naturaleza. Yo tumbado en el remolque y aún con el toldo sin poner (lo poníamos allí en el Santuario siempre), contemplaba la limpieza del cielo estrellado y respiraba el frescor y el silencio, roto sólo por el ruido del tractor (aún no llevaban esos pirulos que ahora son obligatorios). Mi padre y yo llegábamos allí al rayar el día (como se dice en el pueblo) y el resto de la familia un poco entrada la mañana. Siempre encontrabas a alguien dispuesto a ayudarte a meter el remolque en su sitio o a empezar a montar todo el sistema de hierros y zarzos que iba a ser nuestro hogar durante la Fiesta, otra cosa era el martes, día en que la tristeza, los malos cuerpos y las malas caras abunda-ban, y en que cada cual desmontaba su “chiringuito” como buenamente podía.

Y aún antes de los años en que empeza-mos a montar el chozo y el remolque con su toldo, vagamente me viene a la memoria cómo mi padre me portaba a “la mona” (encima de sus hombros), y así volvíamos a Carrizosa a dormir a casa de mis abuelos maternos, eso sí, después de haber pasado y disfrutado de la fiesta, asistido a los toros, y comprarme algún caprichillo de los puestos que había por la vega, o en la explanada principal, así como también después de haber visitado los chozos de tíos y primos. También recuerdo que, cuando esperábamos en las gradas a que empezaran la corrida de novillos o de rejones y yo me hacía pis (tenía yo tres o cuatro años), y, o bien porque había que cruzar entre mucha gente hasta llegar a los servicios o bien por no poder yo aguantar esa incontinencia, me ponía mi padre de tal modo que caía el “chorrete” abajo, entre una tabla y otra, y caía al suelo; que pensa-ba yo: “como pase alguien ahora se va a poner bueno” (es una tontada pero también la quería reflejar, como tantas

otras sensaciones y anécdotas que no plasmo en este texto por cuanto el espacio es finito y las vivencias incontables).

Los recuerdos y las imágenes que se te van quedando impresas son lo que confor-man de un modo u otro la persona y su carácter. Para mí es muy importante volver al sitio físico donde poníamos el chozo de vez en cuando para repensar muchas cosas y para “curarme” de los problemas que la vida te va deparando. Vuelvo a ese sitio físico para rehacerme de todo, recordando aquellos años de la infancia y aún de la adolescencia, y revivir en mi mente momentos mágicos e inolvidables en aque-llas romerías, y con gentes que, desgracia-damente, ya no están. Hay veces que es preciso mirar atrás para impulsarte en los nuevos pasos que uno tiene que dar en esta vida.

Me da la sensación que esos parajes de La Carrasca tienen algo de mágico, algo especial, parece como si emanara una energía intangible pero que yo la percibo de un modo muy particular. Sea porque son tantas las gentes que han pasado por allí a lo largo de tantos siglos, o sea por lo que fuere, necesito, como antes he señalado, volver a sentir la fuerza de aquellos montes, de su Virgen, y de todas esas almas impregnadas de su fe y su devoción a Santa María de la Carrasca.

Este año vuelvo, como dije, a la “Fiesta La Virgen” tal y como aquí decimos, a la Fiesta de mi pueblo, una fiesta religiosa, profunda en lo sentimental, y una fiesta de

fe, de creencias, de espiritualidad. Pero también la fiesta de una comunidad de personas que adquieren una identidad en torno a una Imagen, y a esa fe antes referi-da. Es la Fiesta de la Virgen algo así como una puesta en común, una gran reunión de un importante número de personas que necesitan de manera vital que ésta celebra-ción se repita año tras año ¿te imaginas que algún año no se celebrara por el motivo que fuera?..., sería un auténtico desastre y una conmoción gigantesca.

Necesito volver y recargar las pilas del ánimo para el resto del año. Necesito volver a emocionarme con la entrada de la Virgen en la plaza entre un mar de personas que la esperan para honrarla y celebrar su fiesta, divertirme con su gente, con mi familia y mi peña, y para despedirme de Ella el lunes por la noche, diciéndole un hasta luego. Un hasta luego porque de vez en cuando y durante todo el año suelo volver a visitarla.

Allí nos veremos. Cada vez más me doy cuenta de lo rápido que pasa el tiempo, y de lo necesario que es vivir cada instante lo más intensamente que se pueda. Esta Fiesta es uno de esos instantes de la vida, y como tal necesito volver a sentirme parte de Ella, de su Virgen. Lo dicho, este año vuelvo a la Fiesta.

VIVA LA VIRGEN DE LA CARRASCA.

Gepetto.Septiembre de 2015.

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125 Aniversario (1889-2014)Tenéis a vuestra disposición el

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de venta autorizados

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NuestrosRecuerdos

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