critica y práctica social. la experiencia peruana

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  • 7/26/2019 Critica y prctica social. La experiencia peruana

    1/15

    ulio Ort a

    rtica

    y

    prctica soc

    ial

    la expe

    ri

    encia peruana

    1

    n

    el Per no hemos conocido todava el ejercic

    io

    pleno de las facultades

    de la crtica. Nuestra misma tradicin libertaria,

    aun

    cuando hoy poda

    mos entenderla como un proceso crtico articulado, ha petmanecido al

    margen

    de

    una

    efectiva accin en

    la

    concepcin global del pas. El re

    clamo

    por

    el cambio que supone

    la

    continuidad crtica que

    va

    de Gonz-

    lez Prada a Maritegui y Augusto

    Salazar

    Bondy, slo ahora se nos

    aparece como una

    lectura

    de la realdad nacional

    para un

    proceso de

    transformacin especfica.

    Es claro que los modelos de un pensamiento tradicional sobre el pais

    son los que han prevalecido en la concepcin y el propio diseo de la

    realidad peruana.

    La

    historia contempornea nuestra desde sus orgenes,

    propone

    un

    modelo de realidad

    na

    cional una repblica,

    una

    democra

    ci a que ampliamente se demostrara como frgil, por artificial; y como

    inautntica, por parcial. No solamente porque

    tal

    modelo implicaba desde

    el

    Estado

    la marginacin de

    las

    cult

    uras

    nacionales mayoritarias, sino

    porque tampoco traduca la prctica social ni suponia una concwrencia

    participatoria.

    Esa

    situacin dependiente y subsidiaria del entendimiento de la rea

    lidad nacional seria formalizada

    por

    los

    trabajos

    de la generacin del

    900. La visin del Per que esa generacin propuso confirma una situa-

    cin ideolgicamente

    retardataria

    porque el

    primer

    balance que efe

    ct

    a

    de la

    cultura

    nacional

    se

    encuadra en el esquema afirmativo, no crtico,

    del modelo dependiente. Cuando Ventura Garca Caldern define a su

    generacin como la divulgadora de los prestigios del

    Per ,

    se refiere

    a

    las

    imgenes y valores (la limea, la Lima arcdica,

    lo

    pintoresco) del

    tipico repertorio de las colonias de ultramar.

    J clio

    Ortega (Per)

    estudi

    en la

    Universidad Catlica de

    Lima

    y ha sido profesor

    en l

    as

    Universidades de

    Piltsburgh,

    Yate, Austin y Maryland. En 1972 residi en

    Bar-

    celona. Ha publicado una novela - Mediodfa. 197 y varios libros de critica, ade

    ms

    de diversas antologias sobre

    literatura

    peruana. Libros de ensayo:

    La o n t n ~

    pla.cin y la fiesta (1969), Figuracin de la persona _1971), ~ l a t o s Utopfa..

    Notas

    sobre na1-ratioo. cubana de la revoltcc16n (1973), a mw.guu1etn crftlca (1974). Este

    ensayo forma

    parte

    de un libro en preparacin.

  • 7/26/2019 Critica y prctica social. La experiencia peruana

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    130

    tllio rtega

    \

    Retomando la prdica de Gonzlez

    Prada la critica emerge con brillo

    en la

    ge

    neracin del

    Z7:

    en los primeros movimientos populistas en la

    recusacin del pas tradicional que emprende Maritegui en la rica acti-

    vidad anarquista. No obstante en cuanto

    parte

    de esta generacin tuvo

    que enfrentar la realidad nacional desde la administracin su proceso

    de deterioro disolvi la critica inicia

    l.

    Su radicalismo temprano se do

    bleg porque no ha

    b

    a logrado una concepcin tambin radical del cam

    bio y deriv fatalmente al reformismo. La misma actividad politica

    aunque mod

    er

    nizada result incapaz

    de

    crear una

    alter

    nativa respuesta

    global. Como antes Gonzlez Prada Maritegui asuma el reclamo de un

    pensamiento peruano del cambio en creadora convergencia de las fuerzas

    sociales y las formaciones culturales que la expresaban.

    as

    posibilidades de la

    cr

    ti

    ca en

    el Per han estado condicionadas

    l

    por el sistema tradicional tanto en la aceptacin pasiva del modelo re

    publicano demo-liberal como en la respuesta reformista y en la accin

    politica incautada burocrticamente.

    Y

    sin embargo la critica diversi

    fic su capacidad de cuestionamiento en

    contra

    de las restricciones y

    m

    ed

    iaciones tradicionales; buscando ejercer su naturaleza generadora en

    la impugnacin que

    abre

    un replanteamiento intransigente del pas.

    n

    Maritegui la critica por ello es un amplio repertorio pero tambin la

    prctica de una subversin del orden del discurso estatuido.

    No

    hemos ejercitado comunitariamente las posibilidades de la critica.

    Porque

    no

    hemos posedo el derecho a una palabra pblica libre de

    mediaciones. En

    su

    lugar hemos cedido a su forma sustitutiva: el des

    cre

    imiento el pesimismo. n esa sub-actividad

    en

    ese nihilismo ante la

    historia se

    expr

    esa el tr

    auma

    nacional de la

    auto

    negacin.

    l

    ensayo

    sistemtico de la criti

    ca

    debe suponer una de las primeras

    rupturas

    acti

    vas de la deprimida visin del pais que ha subyacido entre nosotros.

    Pero la

    cr

    itica politica o socio-cultural no

    es

    solamente una tradi

    cin intelectual; como tal

    su

    capacidad de cuestionamien

    to

    nos dice que

    la realidad nacional est condicionada y que la conciencia de la misma

    propone con su anlisis su objetivacin.

    La

    critica es asimismo una

    compleja respuesta de la

    cu

    l

    tura

    popular: no slo como elaboracin na

    cional tambin como proposicin simblica pardica y burlesca. n un

    caso la

    crit

    i

    ca es

    analitica y as recusatoria; en el otro es celebrator ia

    y de ese modo una forma descodificadora que testimonia la histori

    cidad del pueblo.

    l

    ritual que sustenta esta critica de la cu

    ltura

    popular

    declara que frente a las depredaciones de la historia el pueblo se concibe

    co

    mo una entidad

    co

    munitaria perpetua que forja su propia respuesta

    a la invasin

    perma

    nen

    te

    de las culturas colonizadoras.

    Cuando estudiemos l

    as

    expresiones de

    esta

    cul

    tura

    popular encon

    traremos que detrs de las fuerzas sociales y bajo nu

    es

    t

    ra

    historia inte

    lectual nos acompaaba

    otra

    tradicin critica amer icana:

    la

    de un pue

    bloqu

    e no haba cesado de responder.

  • 7/26/2019 Critica y prctica social. La experiencia peruana

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    rtica

    prctica soci l

    131

    2

    Cualquier profesor sabe que uno de los problemas constantes en el aula

    es la poca capacidad ~ p r s i v de sus alumnos. Pero la diccin dudosa

    o la

    fr

    ase insegura no son caractersticas slo del aula. Y este es otro del

    los sntomas de la situacin del uso de la palabra en el Per. \

    El trnsito que hay del fluido len

    guaje

    familiar al lenguaje pblico

    revela que de uno a otro el hablante peruano cree ingresar a un mbito

    donde las palabras de algn modo v

    an

    a traicionarlo. Preferible es en-

    tonces el silencio la

    au

    toexclusin del habla comn. Esta actitud no hace

    sino confi

    rmar

    una limitacin histrica: la de nuestra palabra

    per

    i

    fr

    ica.

    El fenmeno no es slo local pero en este pas adems de re

    it

    erar la

    marginalidad de todo tipo

    ilustra

    la condicin ms terrible

    de

    una socie-

    dad de castas. Porque tambin el uso de la palabra supone aqu una je-

    rarqua distributiva de funciones posibilidades y derechos.

    Esa

    jerarqula

    ejerce sobre

    las

    grandes mayoras

    tamb

    in desplazadas del lenguaje una

    suerte

    de

    genocidio verbal: la progresiva condena a muerte del s

    il

    encio.

    En las novelas de Jos Mara Arguedas asistimos precisamente al si-

    niestro espectculo de una jerarqua de la dominacin expresiva:

    un

    hom-

    bte

    no

    puede ha

    blar

    libreme

    nte

    a

    otro

    hom

    br

    e; este esque

    ma

    bsico

    defne verbalmente al Per

    Si enseguida analizamos la situacin del lenguaje escrito nadie podr

    negar que la jerarqua de

    esta

    dominacin verbal es todava ms aguda.

    n un pas con una alta poblacin analfabeta saber escribir no

    es

    sola-

    men

    te

    un privilegio:

    es

    una obligacin a ejercer. Escribimos tan poco

    en el Pet que por momentos uno podrla

    temer

    por nuestra mi

    sma

    suerte

    en la esc

    ritura

    :

    ape

    nas hemos dado testimonio de nosotros mis-

    mos a lo

    lar

    go de nu

    es

    tra historia.

    La

    situacin es simtrica : la escritu-

    ra

    otro

    lenguaje pblico no

    es

    ejercida porque su mbito

    es

    jerrquico

    y cerrado y la persona

    se

    sabe excluida.

    Quiz no hablamos y escribimos pblicamente porque la experiencia

    peruana ha estado tradicionalmente marcada por el descreimient

    o.

    En

    ci

    erta

    forma ambos actos nos resultan desmesurados porque nada en

    nuestra vida cotidiana parece convocar la posibilidad del uso de la pa-

    labra pblica.

    Porque

    hemos dudado acerca de la eficacia final de esos

    actos que car ecan de resonancia. Este silencio nihilista no es casual :

    en un pas donde

    resulta

    trabajoso un dilogo cole

    ct

    ivo es tambin pre-

    visible

    que

    la

    voluntad de escuch

    ar

    est condicionada. Un hombre no

    puede escuchar libremen

    te

    a otro hombre ; este esquema de las interfe-

    rencias del descreimiento defne

    en

    buena parte a la comunicacin en

    el

    Per

    .

    El descreimiento delata una

    lar

    ga depresin histrica. Es

    otra

    res-

    puesta defectiva a la indeterminacin de un Estado tradicionalmente

    ilegtimo

    por

    irrepresentativo de las mayoras. Sin una articulacin

    genuina con la vida pblica al hablante peruano slo le quedaban los

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    132

    J

    ul o

    1tega

    recursos traumticos del no creer:

    la

    maledicencia,

    la

    irona de los gru-

    pos autodefensivos; la verdad a medias, la

    amargura vejat

    oria.

    Hacer la critica del uso de la palabra en el Per es reclamar tambin

    por un habla colectiva que genere primero el discurso de

    su

    necesidad.

    Y es promover

    la

    ocupacin del lenguaje escrito, como un discurso comn

    en el que pasemos de nu

    estra

    condicin indita de pas marginado a la

    de una nacin que test imonia su existencia , para reconocerla y elaborarla

    palabra por palabra.

    Que todos hablemos libreme

    nte

    y que todos escribamos permanente-

    mente: esta utopa del lenguaje colectivo s que es improbable, como

    deseo radical Pero s igualmente que es plausible como crtica asimismo

    radical; como

    trabajo

    y certidumbre.

    3

    El

    descreimiento es un rasgo traumtico de la vida peruana.

    La

    realidad

    objetiva no es asumida como una evidencia para el conocimiento sino

    como la breve parte visible de

    una

    realidad sospechosa. Se trata, por

    tanto, de

    una

    deprimida

    me

    cni

    ca

    cognoscitiva:

    pr

    eferimos no creer por-

    que la objetividad est fracturada por la duda. Pero, sobre todo, prefe-

    rimos no conocer, o lo que es igual: optamos por la desconfianza porque

    creemos a travs de

    la

    sospecha.

    Extrao mecanismo peruano que instaura la sospecha como punto

    de vista sobre el mundo.

    Pero

    tambin revelador de una profunda de-

    pr

    esin, que miserablemente ha extraviado el deseo de

    un

    conocer nacio-

    nal. En nuestro pas, ese deseo no ha logrado plasmar su propio espacio

    de correspondencia; donde hubiese sido posible reconocer una concien-

    cia

    de

    la vida peruana como consenso

    hist

    r

    ico.

    Esa

    ignorancia de nos-

    otros mismos, en cambio, hace de

    la

    historicidad

    una

    resta perpetua:

    nuestra inconsistencia histrica se explica tambin porque los tiempos

    no han sido sumados por un deseo del conocer que fuese una conciencia

    del creer nacional

    Ms

    extrao

    todava, porque este mecanismo hace del conocer

    una

    forma de la negacin. Y de sta una viciosa

    manera

    del creer conocer.

    Porque nos rehusamos a

    la

    validez de

    un

    testimonio (ya que el

    int

    erlo-

    cutor forma parte de

    la

    duda enemiga que nos rodea) como nos rehusa-

    mos a cualquier

    racion

    alizacin de lo verosmil y lo sistemtico (porque

    cualquier sistema que nos reclame ms bien exacerba nuestra irraciona-

    lidad). No hay, as, nociones objetivas en un mundo que slo podemos

    aceptar fracturado

    por

    la negacin.

    e

    alli que para denigrar a alguien

    se suela decir: pero si yo lo conozco . . . Como si el conocimiento no

    fuera un mejor entendimiento de

    la

    realidad sino

    su

    infamia. Nuestro

    conocer es injurioso: una forma de

    la mal

    edicencia. O lo que es lo mismo:

    un suicidio de la conciencia.

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    ritica

    prctic soci l

    133

    Y

    sin embargo, esta no es sino otra de las formas en que nos hiere

    el subdesarrollo, sumindonos en una irracionalidad salvaje; y limitando

    nuestras posibilidades ms humanas: la capacidad de conocer como una

    va del creer; es decir, la posibilidad civilizadora de una conciencia his-

    trica comn, que sea la objetivacin de nuestras limitaciones para el

    co

    mienzo de nuestra subversin.

    Porque en el descreimiento est ausente la actividad de la crtica:

    la sospecha no cuestiona,

    ya

    que no funda un compromiso. Todo lo con-

    trario: el descredo se autoexcluye; niega pero no se siente negado.

    Y

    no obstante, en el fondo este mecanismo no es sino una dramtica auto-

    negacin: el descreimiento niega todo

    para

    justificar su propia negativi-

    dad. Nada es posible

    en

    este pas, dice el descredo, porque

    l

    ya

    no

    es

    posible. De all que el descreimiento siendo

    una mala

    fe,

    sea

    tambin una

    moral de fracaso: la

    amargura

    de la vida peruana,

    su

    encono, su humilla-

    cin. Una inmoralidad, por lo tanto, ya que propone desvirtuar la reali-

    dad con su irracionalismo primitivo. Esa atroz desconfianza busca des-

    truir

    cualquier posibilidad de consenso: es, por ello,

    un

    nihilismo moral

    una manera bastarda de vivir); y al mismo t iempo, una condena cul-

    tural la

    marca

    del subdesarrollo nos convierte en pobres negadores,

    desheredados del espritu).

    a

    tensin social,

    por un

    lado, y la tensin racial, por otro, alimenta-

    ron largamente esta negacin mutua: porque

    en

    la existencia colonial.

    imitativa y compensatoria, el sistema del creer estaba basado en la vio-

    lencia moral del rechazo; y slo resultaba veraz aquello que cumplia los

    valores suplementarios de una jerarqua vertical de exclusiones. A ello

    se suma, definitoriamente, la discriminacin econmica: la credibilidad

    de un pobre, como la de un indio, careca de significado en el monopo-

    lio de

    la

    verdad.

    No obstante, yo dira que las fuentes de una certidumbre se sus-

    tentaban en amplias zonas humanas, fuera del mismo debate ideoafectivo

    de una sociedad de castas; en la periferia cultural del

    pas, esto es, en su

    centro espiritual:

    en

    la vida campesina comunitaria y suficiente, asi como

    en las clases medias provincianas no contaminadas por la ideologa reac-

    cionaria de las capas dirigentes del Per tradicional. No en vano en las

    migraciones que rehacen el mapa del pas a fines de la dcada del

    5

    y comienzos de la del 60, era posible advertir la nueva fundacin de

    un consenso: las necesidades elementales volvan a decir sus nombres,

    y un discurso genuino emerga poniendo en cuestin los lenguajes susti-

    tutivos del pas.

    Porque cuando la experiencia peruana logra la conciencia de su es-

    pecificidad, gana tambin el reclamo por una certidumbre que la trans-

    forme.

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    134

    ulio Ort

    4

    Las

    formas del individua

    li

    smo en

    tre

    nosotros son tambin

    el

    sistema

    piadoso con que el subdesarrollo

    no

    s hace responder a

    su

    cerco. n la

    batalla de las apariencias, que es nuestra ms caracterstica corte de los

    milagros, una sociedad semiurbana colonial se disputa los smbolos del

    prestigio. Pero debido a la misma naturaleza despiadada de esta com-

    petencia, la persona exacerbada por la necesidad de reparaciones cons-

    tantes vivir la zozobra de su propia precariedad st todavia por es-

    cribirse el anlisis de esta b

    ata

    lla peruana. La batalla por los apellidos

    predominantes, por los smbolos e

    xt

    er

    nos de la riqueza, por los

    mati

    ces

    raciales necesarios, por el reco

    nocimiento constante de un stattt robusto

    y durable. No es solamente una tensin por el poder oligrquico, sino la

    naturaleza misma de ciertas relaciones humanas desde la jerarqua de un

    pensamiento reaccionar

    io

    Podemos expropiar, nacionalizar, transferir la

    propiedad econmica que sustenta

    el

    poder efectivo de esa oligarqua;

    pero m

    s

    complejo es desalienar en la superestructura un pensamiento

    social largamente devaluado. Porque aquello que constitua un sis

    tema

    de

    valoracin al nivel de la oligarqua, se convierte

    en

    una mecnica sus-

    titutiva al nivel de l

    as

    clases medias.

    Ahora bien, en el centro de este laborioso sistema que relativiza cual-

    quier pauta de relacin que no sea individual, se enc

    uentra la tragico-

    media del amor propio peruano.

    l

    peruano suele ser una p

    er

    manente

    vctima del amor propio porque es el sobreviviente de las opiniones.

    Y asl cualquier peruano de la urbe colonial, cualquier limeo de los

    grupos de poder alternativamente privilegiados, es un hombre visible-

    mente herido en la masc

    arada

    ms sini

    estra entre

    todas. Nadie ha querido

    creer en l; y a

    su

    vez l no ha credo, apasionadamente, en nadie. Sus

    heridas, sin embargo, no anun

    ci

    an el conoc.imiento del mundo, sino la ig-

    norancia del mundo.

    El exacerbado amor propio de los pueblos subdesarrollados entre nos-

    otros es una batalla, al final, piadosa. Porque la ficcin con que elabora-

    mos una persona compensatoria es tambin otra manera de responder a

    una realidad del todo deprimida; finalmente,

    otra

    bsqueda de la sobre-

    vivencia. No hay que olvidar que esta mascarada reemplaza llanamente

    a la personalizacin.

    n

    una realidad deshumanizada por el subdesaiTollo, tambin la salud

    del esp

    ritu

    es

    un

    privilegio: no estamos hechos

    para

    la realizacin plena

    sino

    para

    la frustracin. l descreimiento, hemos visto, es una moral del

    fracaso.

    La

    mascarada individualista es la imaginacin de ese fracaso.

    Pero el hecho de que sea un sistema al final piadoso precario en s

    mismo,

    trag

    icmico a los ojos de la inteligencia) no hace menos total

    nuestro voto en contra. Porque en el entendimiento de una sociedad re-

    presora, la crtica no puede sino reve

    lar

    hasta qu punto todas las pestes

    de la conciencia se apoderaron del espritu

    na

    cional.

  • 7/26/2019 Critica y prctica social. La experiencia peruana

    7/15

    rtica

    prctic soci l

    133

    Y sin embargo, esta comedia poco humana, esta comedia brbara

    posea en si misma su contradiccin. Haba polarizado al pas, minando la

    formacin de una distinta conciencia

    de

    interrelaciones pero en el otro

    extremo, la emergencia de pals no depravado por el egosmo, irla pau-

    latinamente a recu

    sar

    el SiStema subj

    etivo

    que alienaba a la persona.

    Porque en la concurrencia de una cultu

    ra

    popular, cuya naturaleza es

    comunitaria, encarna una persona ms real, constituida por la perpetui-

    dad que define a su presencia colectiva. Si el dominio sobre la historicidad

    ha de suponer, dentro del camb

    io

    radical de las estructuras, la prctica

    de una conciencia nacional diferente, esa diferencia viene de lejos: de las

    formaciones imaginarias de los pueblos abolidos por la historia oficial.

    Es cierto, la batalla de las sustituciones sigue dominando buena

    parte

    de

    las relaciones de clase en la

    urb

    e, porque la movilizacin social

    tam

    -

    bin se alimenta de las jerarquas irracionales y tradicionales. Pero es

    cie1to tambin que en las bases sociales del cambio acta la recuperacin

    espiritual de una conciencia

    entre

    nosotros inslita: la conciencia so

    li-

    daria, el reconocimiento de clase, el consenso popular. Esa es la nica

    posibilidad de

    reh

    acer la moral social responsable, el habla de las rela-

    ciones, su inteligencia interpersonal. Para que a una moral del fracaso

    sucda una mo

    ra

    l del trabajo.

    Son previos los trabajos de conciencia: el de la critica es uno de

    ellos.

    Para

    terminar con la comedia de las pobres costumbres y

    para

    asum ir

    la condicin trgica de

    un

    pais

    que

    vanamente, ha querido en-

    mascararse cuando todo delataba su mala conciencia.

    En

    esa condicin

    trgica, en cambio, en esa lucidez de sus hechos vivos, la certidumbre

    de la conciencia es un trabajo a compartir.

    La experiencia peruana no se reconocerla en ninguna formulacin del

    optimismo.

    En

    cambio, es posible que su naturaleza se precise ms fiel-

    mente a partir de una conciencia trgica de la realidad que compartimos.

    Esta

    conciencia es todo lo que se opone al descreimiento derrotista:

    parte

    del reconocimiento crtico y se encarna como la asuncin de lo que

    somos.

    No es casual que sistemticamente hayamos rehuido la posibilidad

    de un conocimiento ms fiel de nuestra experiencia nacional. No sola-

    mente hemos preferido medirla desde frmulas elaboradas por otras ex-

    periencias del mundo. Adems, hemos suplido cualquier posibilidad de

    que aquella conciencia t

    r

    gica que quiere decir entendimiento exacto

    de una realidad laboriosamente enmascarada) se in

    sta

    ure en nuestros

    hbitos de conocimiento.

    Hemos heredado, ms bien, una compleja serie de instrumentos de

    aprehensin hechos para disuadir cualquier objetividad plena de un acto

  • 7/26/2019 Critica y prctica social. La experiencia peruana

    8/15

    136

    tt o rtega

    pe

    ru

    ano. La vida nacional parece haberse rehusado a su propia concien-

    cia, y, de hecho, elabor

    un

    siste

    ma

    de inversin que redujo permanente-

    mente la realidad a los

    tr

    minos de una comedia

    fam

    ili

    ar

    Me refiero al Ricardo Palma que

    ll

    evamos den

    tro

    : la realidad no

    solamente nos ha parecido indigna de fe (y por eso preferimos sospechar

    de ella); la realidad tambin nos ha parecido indigna de cualquier ple-

    nitud humana (y por ello hemos optado por despojarla de toda reso-

    nancia que trascienda el

    mar

    co reductor de una medida familiar, a la

    mano, rebajada). Ya

    Jo

    vio Guamn Poma en el nacimiento de la expe-

    riencia peruan

    a:

    todos quieren ser seores, observ alarmado al centro

    de una movilizacin social que no provea una nueva experiencia de

    certidumbre sino, contrariamente, una inversin total, un mundo al

    revs y sin desenlace. Guamn lo dijo con indignacin con sarcasmo.

    Garcilaso que percibi lo mismo opt por una respuesta ms laboriosa:

    el habla de la nobleza, la cual, bajo sus frmulas, revela la primera di-

    mensin trgica de nosotros mismos: cmo hablarnos para creernos?

    Si la palabra de un espaol ante una corte equivale a la de tres

    indios, qui

    ere

    decir que la certidumbre suponia otro orden del discurso.

    La

    arqueologa del lenguaje peruano, precisamente, descubre el desga-

    rrado espectculo de s

    uc

    esivos es

    tratos

    verbales, que buscan laboriosa-

    mente su acceso a una certidumbre que la condicin colonial les niega.

    Cmo hablarnos, entonces?

    Gar

    cilaso lo har a travs de una compleja

    estrategia probatoria, desde la dignificacin sobria de una verdad comn:

    trocando a la pasin en melancolia; haciendo del discurso el testimonio

    de una

    patria

    naciente. Guamn Poma, con la fe mti

    ca

    de que la verdad

    que le dicta su entendimiento del mundo ha de imponerse a travs de su

    demostracin verbal, el Informe al Rey acerca del

    error

    espaol. P

    er

    o ya

    Caviedes demuestra que toda medida de certidumb

    re

    est sujeta a un

    sistema de castas: el pobre si

    trabaja

    poco es llamado ocioso, nos re-

    cuerda, y si

    trabaja

    demasiado es llamado ambi

    cio

    so; o sea, no h

    ay

    ver-

    dad compartible

    par

    a los desclasados.

    Luis Loayza ha observado que en una pgina de Stendhal y en

    otra

    de

    Proust

    aparecen, brevemente, dos peruanos. El primero es un hombre

    de la gene

    ra

    cin de la independencia, el

    otro

    un petrimetre de los salones

    parisinos. Entre la certidumbre de uno y la incertidumbre del

    otro

    ha

    fracasado toda una instancia de la vida nacional. Y, en efecto, unas

    nuevas clases dirige

    nt

    es

    han

    extraviado consigo el nacimiento republi-

    cano del pas, revelando tambin los limites del proye

    cto

    emancipador.

    Quien testimonia los mecanismos perversos de ese cambio es precisa-

    men

    te

    Ri

    ca

    rdo Palma. Porque en sus tradiciones peruanas la historia

    ha

    perdido no nicamente

    su

    posible grandeza sino, lo que es peor, su

    razn de ser. Ha perdido

    su

    final condicin trgica: esto es, la conciencia

    de los hechos que no constituyeron una nacin. Revelando el sentido

    hi

    strico de

    su

    tiempo, el cual

    ir

    a

    ser

    constitutivo de una

    man

    era -

    ruana

    de ver la historia, no propone una conciencia ni mucho menos un

  • 7/26/2019 Critica y prctica social. La experiencia peruana

    9/15

    Crt ica p ctica social

    137

    consenso; deduce, ms bien, su

    co

    nstante relativizacin. Slo es inteligible

    en su reduccin casera, en su dispersin anecdtica. Toda su certidumbre

    se da en la necesidad de penetrar la vida intima de los protagonistas sus

    secr-etas pasiones, sus venganzas, miserias y caprichos.

    No

    hay otra ver

    dad en la historia que no sea este interior familiar de su escenario del

    poder. Las razones de los hombres no estn en sus actos objetivos y en

    la orientacin de los mismos; estn en la irracionalidad gratuita en que

    los elige este discwso de la rendicin.

    Por lo tanto,

    es

    imposible una conciencia trgica: la reemplaza una

    conciencia suspicaz, que relativiza los trminos. lgualmente, y desde este

    esquema, es improbable un consenso objetivo que fuese una certidumbre

    a compartir.

    La

    mejor literatura peruana testimonia esta agona de una

    verdad comn, y busca fundar los trminos de una crtica a la desperso

    nalizacin que supone el relativismo de las dobles verdades.

    n

    Garcilaso

    y en Vallejo, en Maritegui y en Arguedas son visibles la reconstruccin

    de Jos signos de esa certidumbre. Que ella aparezca

    como

    una conciencia

    trgica slo quiere decir que el primer movimiento de nuestra identidad

    es la critica.

    s

    decir, el reconocimiento de nuestras dobles verdades

    que son varias mentiras.

    Este mismo espritu que dict la versin socarrona de Palma, est

    presente en el espritu de comedia con que solemos relativizar los po-

    sibles hechos trgicos. No me refiero a la simple burla urbana a las

    emociones, donde acta un mecanismo pobremente defensivo; sino al des

    creimiento de las capas medias y burguesas frente a un acto que escape

    a su jerarqua de valores familiar y restrictiva. Correspondera esta ac

    titud al

    choteo de Centroamrica y el Caribe, y al ninguneo de los

    mexicanos: el critico humor popular puede estar, o haber estado, detrs

    de estas reducciones a lo grotesco. Y en ese sentido estas reducciones for

    maran

    parte

    de una legitima cultura de la plaza pblica;

    aJll

    donde

    acontece la inversin pardica de los sistemas establecidos. Pero no es

    menos cierto que estas versiones actan ms bien de un modo traumtico,

    cuando se convierten en el punto de vista sobre las dimensiones del acon

    tecimiento.

    La condicin colonial es una profunda 1 educcin de las posibilidades

    humanas: la crcel que muchas veces no llegamos a ver por entero.

    Hemos empezado a

    traspasar

    esos limites?

    Lo

    hemos intentado, buscando

    rehacer el origen: desde Garcilaso y Tpac Amaru; desde Eguren y -

    sar

    Moro; desde Arguedas y

    las

    guerrillas del

    65.

    Y

    lo

    estamos intentando

    otra vez en medio de una gran conmocin en la superestructura: los sis

    temas y valores tradicionales entran en crisis, y por eso mismo se exa

    cerban.

  • 7/26/2019 Critica y prctica social. La experiencia peruana

    10/15

    13

    8

    6

    J

    ttlio 1t ga

    Dc

    spro

    \'i

    stos

    c t'

    una concienci2 de nuestra condicin peruana, esto es,

    carentes de un conocimiento etlico de nuestras relaciones objetivas con

    una realidad en todos los rdenes depredada, no es extrao que el pen-

    sam iento reaccionario haya s

    ido

    connatural al subdesarrollo. Porque

    el

    subdesarrollo supone tambin la ignorancia de nosotros mismos.

    Cuando Jos de la Riva Agero sostuvo que la litera tu ra peruana es

    un capitulo ms de la lit

    eratura

    espaola en verdad ilustraba el origen

    mismo del pensamiento reaccionario: su condicin colonial. Y cuando

    La Prensa , de Pedro Be

    ltrn

    , afirm que

    lo

    s Estados Unidos tenan

    dcrccho a bombardear Vietnam por

    ser

    ellos la nueva cuna, la nueva

    Grecia, de

    la civilizaci

    n

    occide

    nt

    al, implicaba que

    esa

    condicin colo-

    nial del

    pe

    nsamiento reaccionario se haba constituido

    en

    una visin de-

    pendiente del Per. Es probable que la declaracin de Riva Agero habr

    escandalizado a ms de una conciencia liberal de la propia Espaa, como

    es seguro que la cosmovisin de Beltrn habr resultado inconcebible

    a no pocos norteamericanos. Sin embargo, ambos planteamientos fueron

    tradicionalmente aceptados en nuestro pas como situaciones fatales. To-

    dava

    V

    ct

    or

    Andrs Belande

    pe

    n

    s

    que la integracin del indgena

    peruano a la civilizacin occidental sera lograda

    por

    la religin cat-

    lica, en una nueva suerte de campaa catequizadora de la dominacin.

    no hace mucho, fue posible leer que el proceso de cambios iniciado por

    las Fuerzas Armadas era occidental y cl'istiano .

    Toda esa igno rancia de las condiciones objetivas de la realidad na-

    cional no es una simple ausencia de informacin sino una

    ms

    profunda,

    y activa, versin reaccionaria del pas. n esa misma versin finalista se

    inscriben las ideologas modernizadoras del Per, que nos conciben des-

    tinados a compe

    tir

    internacionalmente por un desarrollo , que no es

    s

    in

    o la rat ificacin del capitalismo. As como los partidos politicos

    tr

    a-

    di

    cionales, que en nombre de una democracia parlamentaria reducen

    el pais a una oligarqua poltica que acta como una junta de negociantes

    del poder.

    Pero tampoco el pensamiento reaccionario es slo

    una

    ideolo

    ga

    co-

    lonial sino que, entre nosotros, es tambin un sistema de valores que se

    configuran en la alienacin. Sistema de valores compensatorios que de-

    vala cualquier consenso de relacin genuina en nombre de un cdigo

    de las aparien

    ci

    as; el que es caractersticamente un producto de la sub-

    cultura reaccionaria.

    La

    reptesin de una conciencia social acerca de los

    condicionamientos, limitaciones y carencias que implica el subdesarrollo,

    permiten y promueven esos sistemas compensatorios

    en

    la alienacin.

    El cerco cultural del subdesarrollo impide

    en el

    individuo

    una

    visin

    int

    egra

    l y critica de su condicin limitadora.

    Esa

    condicin nos condena

    a la inconsistencia, a la exacerbacin subjetiva, al individualismo defen-

    sivo.

    n

    sus zonas ms miserables es

    una

    suerte

    de

    vaclo

    de

    realidad:

  • 7/26/2019 Critica y prctica social. La experiencia peruana

    11/15

    rticay vtctica social

    139

    sus vctimas no estn ligadas a ningn compromiso de la conciencia

    son los parias de la nacionalidad. Hasta ese punto nos hiere

    el s u d c s ~

    arroll

    o

    actuando como un corte de la conciencia, como una castracin

    de la responsabilidad.

    No podemos sino recusar permanentemente toda manifestacin del

    pensamiento reaccionario, que acta como el instrumento de la domina-

    cin para reprimir una conciencia social. Debemos denunciar cada una

    de sus instancias: desde la m r ~ colonial que devala todo lo propio

    para sobrevaluar todo

    lo

    extranJero, hasta la irrisoria mecnica

    de la

    compensacin de la apariencia; desde las ideologas occide

    nt

    alistas has-

    ta el irracionalismo anticomunista; desde el descreimiento traumtico

    hasta la resistencia a l cambio. Pmque es en este mbito donde trabaja

    la crtica: contra la condicin colonial.

    7

    Del uso

    y

    abuso de Maritegui

    no

    es culpable sino

    la

    ignorancia de sus

    textos: esto es, la irresponsabilidad. O sea, todo aquello que esos textos

    contradicen.

    Pero

    olvido ahora las miserias del contexto, esa historia

    nacional de las sumas que

    rest

    an; porque la certidumbre no est en el

    cotejo de las ignorancias mutuas, sino en el dia siguiente de la mala fe.

    Anoto, ms bien, algunos datos

    para

    una arqueologa

    de

    la lectura

    de Maritegui.

    n

    primer lugar, ste: cada lectura es

    un

    ejercicio con la

    cettidumbre. Su idioma es el del balance instaurado al centro de la his-

    toricidad; porque su anlisis, que comienza como una apelacin del objeto,

    termina como una proyeccin del sentido.

    s

    a ese trabajo que uno le

    rinde cuentas; cotejando sus evidencias con la prueba histrica, donde

    la apelacin del obje

    to

    (la razn del acontecimiento) puede ser

    co

    ntra-

    dicha o modificada, pero donde la proyeccin del sentido (la unidad cen-

    tral de

    su

    reclamo) preserva siempre el poder de la critica como el lugar

    comn del entendimiento que nos promete.

    De all se deduce esta

    otra observacin: la

    co

    nciencia del cambio es

    aqui central. Pero no solamente porque es el primer escritor peruano

    que instaura la racionalidad en la errancia de lo histrico sino tambin

    porque

    trabaja

    la virtualidad. Todo en Maritegui acta por una recupe-

    racin permanente del sentido: no hay enancia en su obra, porque en-

    carna un sistema complejo de convergencia, vertebrando un entend

    i-

    miento

    unitalio

    de una realidad que, sin embargo, no est sino hacin-

    dose. Maritegui es un clsico del futuro: esto es, lleva la lucidez a la

    virt

    ualidad. Analiza

    un

    mundo no slo

    para

    introducirnos en sus acon-

    tecimientos sino para llevarnos desde ellos,

    para

    pensar otro mundo.

    De

    ninguna manera quiero decir que Maritegui escribi para un maana o

    propuso su diseo. Quiero decir que toda

    su

    obra nos hace desear otro

    tiempo: la plenitud de la racionalidad en nuestra recuperacin de la

    s-

    toria.

  • 7/26/2019 Critica y prctica social. La experiencia peruana

    12/15

    140

    tio Ortega

    Su versin de la experiencia peruana no requiere as de la historio-

    grafa: requiere de la crtica.

    a

    prim

    era,

    acumula. Y, por eso, refrenda

    una memoria que nos olvida.

    a

    segunda, procede a fundar la memoria

    del porvenir: el

    ahora

    de la recusacin. Por ello, Maritegui vota

    en

    contra de la superestructura colonial que maneja toda idea del pasado

    y

    de ese modo l propone

    la

    racionalidad como va de reconocimiento ;

    y

    asimismo, vota en contra del reformismo del Apra y propone, al co-

    mienzo de nuestra poltica moderna, la alternativa socialista: la virtua-

    lidad como hi

    stor

    ia . Estos dos movimientos abren el espacio ms propio

    de su idea del P

    er

    : la polmica de

    una

    cultura co

    mo

    ganancia de la

    prctica social.

    De alli la calidad dramtica del pensamiento de Maritegui. La

    ex-

    traordinaria percepcin del cambio, que

    transforma

    el entendimiento de

    la cultura de su tiempo, no le hace sumarse a la corriente

    ni

    mucho

    menos sumarlas para si. Todo lo contrario: desde su visin central de un

    pensamiento que es el inicio de la racionalizacin de

    la

    experiencia de

    su

    pais, polemiza libremente con la gran

    fractura

    de la tradicin gramatical;

    y respira sin r

    estr

    iccin y con lucidez, y hasta con no oculto deleite y

    buen gusto, dentro de esa ruptura de las normas y apertura de las ideas.

    A veces sus balances pueden

    estar

    errados, pero su percepcin central

    habitualmente es cierta: porque es incorporadora y generosa, la perma-

    nente ganancia de un espritu mayor. El drama intelectual est,

    por

    eso,

    en la necesidad de debatir para

    recuperar y sumar. Un

    drama

    entera-

    mente nuestro, que Maritegui desarroll con nitidez.

    Otra

    vez, el papel

    fundador de la critica: no es casual que

    en

    su obra poseamos el primer

    espacio genuino de nuestro propio reconocimiento critico moderno. All

    donde la crtica asegura que reconocernos supone tambin transfor-

    marnos.

    Maritegui nos habla desde la inteligencia

    para

    mostrarnos como

    una

    opcin ms plena, en un tiempo ms humano y responsable:

    esa

    es la

    accin civilizadora de su escritura.

    No ha hecho sino adelantrsenos

    en

    hacer suya la nica realidad dig-

    na de

    ser

    vivida : la realidad sublevada.

    8

    Cuando Jos Maria .Arguedas empez a escribir, su literatura poda

    ser

    entendida como la pattica versin de un mundo marginal. No es

    arbitra-

    rio suponer que las pginas finales de 7 nsayos de Maritegui anuncia-

    ban precisame

    nt

    e un trabajo literario como el de .Arguedas: ese reclamo

    por un nuevo indigenismo, hecho al centro del primer indigenismo y

    en los albores del que alli comenzara, se cumple con plenitud dramtica

    en

    aquel trabajo. Pero, asimismo, ya

    en

    Maritegui este indigenismo

    cultural era

    en

    tendido no como

    una

    derivacin

    perrica

    sino como

    una

  • 7/26/2019 Critica y prctica social. La experiencia peruana

    13/15

    riticay

    prctica soci{ll

    141

    actividad central que comprometa una definicin nacional. Sin embargo,

    slo en los ltimos aos hemos podido leer a Arguedas ms all de

    su

    primera y evidente funcin reveladora de

    un

    mundo, el indigena, que

    ignorbamos. Porque leer a Arguedas como al informante de un universo

    perrico y fatalmente distinto, es limitar erradamente el proyecto de

    su obra.

    Desde la perspectiva plural de la ex Periencia peruana cabe una lectu-

    ra comprensiva de otro orden. En efecto, leyendo estos libros uno percibe

    que trabajosamente colindan con la ficcin y la crnica, con la novela

    y el informe.

    En

    buena

    parte

    son novelas o cuentos, pero en una

    parte

    problemtica son apelaciones, desgarramientos, confesiones. Libros ex-

    uaos, hbridos, donde las altas tensiones del relato se dispersan abrup-

    tamente. No es casual que Arguedas escribiera en una especial disyun-

    cin: buscando suscitar la plenitud de las comunicaciones y precipitn-

    dose en el fracaso de

    no

    poder resolver un material controvertido. De

    all que

    haya

    en

    l

    una moral del fracaso literario: dejarlo visible para

    testimoniar la naturaleza insumisa de la obra.

    Pero esta discordia de la fi ccin la crnica esta tensin entre el

    relato

    y

    el testimonio) probablemente tiene que

    ver

    con la perspectiva

    misma que informa

    su

    enfrentamiento de la experiencia peruana.

    Para

    Arguedas el relato est en la virtualidad del conflicto. O sea, en la exa-

    cerbacin del testimonio. Como en ciertas novelas del siglo XIX, en las

    de rguedas

    uno

    de antemano sabe que el desarrollo de

    la

    ficcin

    est

    entregado a la condicin terrible de la experiencia.

    Una de esas tensiones polares radica en el hecho de que la experien-

    cia peruana pueda ser determinada por el medio, por la discordia de

    natwaleza y cultwa. Como en el mundo previo a la tecnologa, en el

    andino Arguedas nos muestia una existencia destinada por la dependen-

    cia ambiental; una existencia insular, por lo mismo.

    a otra

    experiencia

    polar no es menos dramtica: el destino social del individuo que supone

    la culpa infernal

    de

    un pas de castas. La dependencia ante el medio

    y

    la

    dependencia ante las castas que sangrientamente colindan, son dos formas

    de una misma experiencia desligada y extraada. a alternativa comu-

    nal es

    un

    a existencia equidistante, problemtica pero igualmente virtual.

    En

    Toda ;;

    las sang es

    podemos percibir el poder de esa virtualidad, que

    proyecta a esta novela, con desolada esperanza, ms

    all

    de su misma

    versin del acontecimiento.

    El

    acontecimiento

    en

    las novelas de Arguedas suele estar poseido

    por la inminencia trgica. Una secreta entonacin apocalptica reco-

    rre por dentro su versin de los hechos. Pero el poder de esa versin

    comnmente abre tambin

    otra

    inminencia: la del cambio, en el reclamo

    de la conciencia .

    a tra

    gedia se trama en la utopa: un mundo que ha

    sido o

    ser

    una morada humana es, insiste en ser el teatro infernal del

    desamparo.

    Si en la primera parte de los

    omentarios reales

    del inca Garcilaso

  • 7/26/2019 Critica y prctica social. La experiencia peruana

    14/15

    142

    ulio

    Or tega

    y en la CTnica

    de

    Guamn Poma la posibilidad de que la experiencia

    peruana se fundamente en la concepcin del Per

    como morada era ya

    una agona interior de la historia ; en las novelas de Jos Maria Arguedas

    el reclamo

    de

    esa posibilidad es directamente una impugnacin trgica.

    Ya en la ms importante novela de Ciro Alegria el t itu lo que declaraba

    explcitamente la ajenidad y la amplitud del mundo implicaba como

    en

    Arguedas que por el extravo de la historia el pas es una casa de nadie.

    Casa de nadie crcel feroz infierno de castas. Estas imgenes sobre

    la irri

    sin his

    tr

    i

    ca

    como d

    estru

    ccin

    de

    un mbito humano se prosiguen

    en

    La asa Ve de de

    Mario Vargas Llosa : la selva inha

    bi ta

    ble del ori-

    gen y

    el

    burdel

    gr

    otesco del destino socia

    l.

    P

    er

    o en Arguedas la expe-

    riencia de

    lo

    peruano no sucumbe a su solo testimonio crtico sino que

    bu

    sca proyectarse en la ficcin porque la escritura deber proceder to-

    dava a su propia reconstruccin. Todo

    en

    Arguedas tiende a

    ser

    una

    escritura zozobrante no as esta actividad de la ficcin: el poder analtico

    de la

    ficcin provee a e

    sa

    escri

    tura

    de

    una

    energa que sustenta su m-

    bito de convocaciones.

    Dentro de la misma negacin trgica de una

    alt

    ernativa armnica

    en las novelas de Arguedas no deja de emerger el sueo del pas como

    una casa de los hombres.

    Fo

    rmacin imaginaria que el lirismo inicia.

    Porque en la naturaleza est el comienzo de esa posible morada que sus-

    tentaria a la experiencia del pas en una materia integradora. Pero tam-

    bin en el reclamo por la existencia de una ley colectiva. Asimismo en la

    posibilidad

    de

    que las relaciones humanas sustenten la integridad del in-

    dividuo.

    n el laberinto peruano que disean sus obras nuestra experiencia

    se escucha como critica

    de

    la irrisin hi

    str

    ica y como

    drama

    del deseo.

    Como hombre Arguedas vivi segn l mismo dijo toda la dicha y la

    desventura del pas. Posea las claves de una felicidad du

    rab

    le en sus

    fuentes aborgenes; en la

    capacidad de comunicacin que manifest como

    inh

    ere

    nte a la condicin ind

    ge

    na. Pero haba sufrido el desgarramiento

    de

    esa condicin; la violenc

    ia

    y la negacin con que un mundo de castas

    someta a su raz humana a la parte desposeda del pas. Como escritor

    logr comunicar la extraordinaria aberracin

    peruana

    de

    esa contra

    -

    diccin.

    Arguedas conoca las claves de una visin del mundo cuya sabidura

    fundaba las relaciones humanas a partir de la identidad comn y la co-

    municacin.

    s

    a comunicacin

    entre

    los hombres y su mbito posea

    adems su pr

    op

    io idioma el quechua como el lenguaje de la norma

    ar-

    mnica. No es que Arguedas haya simplemente idealizado como mec-

    nicamen

    te

    podra pensarse al indio y su medio; sino que en las pautas

    de existencia aborigen haba encontrado la nocin de un espacio social

    genuino. Las pautas de la vida comunitaria se unen a las de plenitud de

    la conciencia en una naturaleza integrada

    al

    cdigo humano. Por ello

    en

    tre

    los hombres prevalece el co

    ns

    enso de la autenticidad; y la jerarqua

  • 7/26/2019 Critica y prctica social. La experiencia peruana

    15/15

    rt i a

    y

    vrctica social

    143

    de valores se rige por una tica de los sentimientos. Un universo afec-

    tivo nos rodea: es la libertad de los sentimientos

    lo qu

    e nos permite la

    plena presencia del mundo en nosotros de nosouos

    en

    la s

    oci

    edad. El

    refinamiento de ese mundo sensible es tambin una inteligencia armnica.

    Pero todo conspira en el pas contra esa conciencia realizada. El tes-

    timonio de Arguedas es el diseo de esta tragedia nacional: un pas

    en

    guerra interior desarticulado por la injusticia. De all que la unidad final

    de su obra sea un debate irresuelto: la errancia de la justicia. En sus

    libros asistimos al espectculo ms atroz de todos : el de

    los

    hombres

    ejerciendo la injusticia involuntaria voluntariamente. El mundo abori-

    gen es el de la comunicacin. Los hombres del Ande ejercen una amplia

    correspondencia con la naturaleza el escritor rec

    up

    e

    ra

    de

    esa fuente el

    lirismo maduro de una aoranza

    de

    vida fracturada por la condicin mar-

    ginal. Esa comunicacin es pues insular.

    a

    rodea por todas partes su

    imposibilidad porque el mundo del poder establecido es el de la incomu-

    nicacin. El indio est prohibido de hablar. En el orden de la injusticia

    su palabra est condenada. Como en una pgina memorable de Todas

    Zas

    s ng es

    frente al paun le est prohibido incluso pensar. Esta novela

    como otros trabajos de Arguedas tambin puede ser leida como la aven-

    tura

    del lenguaje criminal y proscrito en el Per.

    Arguedas fue un escri

    tor

    del todo excepcional

    y

    no slo por

    el

    poder

    de su imaginacin sino tambin porque en

    su

    obra confluyen las fuen-

    tes

    de

    la

    vida peruana con

    la

    energa primordial de su

    capacidad

    de ser

    y las fuerzas dispersas del pas las castas y clases los sistemas del poder

    legtimos unos ilegtimos los ms con la zozobra de su inadecuacin hu-

    mana con su inconsistencia bsica ante el destino global del pas.

    a

    obra de Arguedas es tambin la denuncia de las vinculaciones dramticas

    de ambos mundos y a este nivel un documento vi

    vo para ent

    endernos

    en un proyecto mayor de interaccin cultura

    l

    Esa confluencia de imge-

    nes y debates convierte a

    esta

    obra precisamente en un documento ins-

    lito que trasciende a la literatura.

    Con ello Arguedas es otro indicio de la afirmacin de una cultura

    nacional caracterizada por su origen y su destino en el mbito

    del

    Tercer

    Mundo.

    a

    reflexin y tambin la documentacin sobre esa cultura tienen

    en su obra un alegato fundamental; un documento sobre el pais asumido

    como ser vivo.

    Por

    eso nos encontramos a nosotros mismos

    en

    esos

    textos: interrogados y cuestionados pero tambin convocados

    para

    la

    conciencia y el deseo de

    un

    espacio de los hombres.

    Arguedas es nuestra conciencia de desdicha. Pero en esa conciencia

    de nuestra privacin habita tambin el reclamo por humanizar los tr-

    minos encontrados de nuestra zozobra cultural. Su ob

    ra

    nos dice

    como

    querra Benjamin que no es en vano que hemos sido esperados aqu