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Contieneestelibroalgunosdeloscuentosdelaautoraquemejorilustransuestilollanoypoético,puntodepartidaparalapercepcióndeunincomparablemundo interior que apenas se ve ensombrecido por su terrible sufrimientofísicoymoral.

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KatherineMansfield

ElGardenPartyyotroscuentosePubr1.0

mandius30.08.16

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Títulooriginal:TheGardenPartyandotherstoriesKatherineMansfield,1922Traducción:FrancescParcerisas

Editordigital:mandiusePubbaser1.2

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AJohnMiddletonMurry

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ENLABAHÍA

I

Por la mañana, muy temprano. Aún no había salido el sol y toda la bahía deCrescent estaba oculta bajo la neblina blancuzca delmar. Las colinas cubiertas demaleza, en la parte de atrás, quedaban difuminadas. No se podía ver dóndeterminaban y dónde empezaban los campos y los bungalows. La arenosa carreterahabíadesaparecidoyconellaloscamposybungalowsdelotrolado;asusespaldasnoseveíanlasblancasdunascubiertasdematojosrojizos;nohabíanadaquesirvieseparadistinguir loqueera laplayaydóndeempezabaelmar.Habíacaídounfuerterocío.Lahierbaeraazulada.Gruesasgotascolgabandelamaleza,sinacabardecaer:eltoi-toi,esponjosoyplateado,colgabafláccidodesuslargostallos,ylascaléndulasy claveles de los jardines de los bungalows se doblaban hacia el suelo rezumandohumedad.Lasfríasfusciasestabanempapadas,yredondasperlasderocíomoteabanlas llanashojasde losberros,Parecíacomosielmarhubierasubidopacíficamentedurante la noche, como si una inmensa ola hubiera roto avanzando, avanzando…¿hastadónde?Talvezsialguiensehubiesedespertadoenplenanochehubierapodidoatisbarungranpezcoleteandojuntoalaventanayvolviendoadesaparecer…

¡Ah, aaah!, susurraba el adormecido océano. Y desde los matojos llegaba elrumordepequeñosarroyuelosquediscurríanveloces,ligeros,culebreandoentrelospulidosguijarros,borboteandoenlascharcasdeloshelechosyvolviendoamanar;yseoíanlasgrandesgotassalpicandoentrelashojasanchas,yalgomás—¿quéera?—,undébil tembloryunasacudida,elgolpedeunaramitayluegounsilenciotanprofundoqueparecíaquealguienestuvieseescuchando.

Contorneando la bahía de Crescent, entre los enormes montones de rocasquebradas, apareció un rebaño de ovejas avanzando con su leve trotecillo. Veníanapretujadas, formando unamasa pequeña, ondulante, lanosa, y sus patas delgadas,como bastones, avanzaban con rapidez, como si el frío y el silencio las asustaran.Trasellascorríaunperropastorconlaspataschorreantesysuciasdearena,elhocicopegado al suelo, pero despreocupado, como si estuviese pensando en otra cosa.Yluego apareció en la abertura rocosa el propio pastor. Un hombre enjuto, viejo,erguido, con un abrigo de frisa cubierto por una telaraña de gotitas diminutas,pantalonesdepanaatadosbajolasrodillas,yunsombrerodefieltrodealaanchaconunpañueloazularrolladoamododecinta.Llevabaunamanometidaalcintoyconlaotraagarrabaunbastónamarillentobellamentepulimentado.Mientrascaminabasinla menor prisa, iba silbando una tonadilla ligera y dulce, una melodía distante ymisteriosadesontiernoylastimero.Elviejomastínefectuóunpardecabriolasysedetuvo en seco, como avergonzado de su travesura, y dio algunos pasos, con airesdignificados, al costado de su amo. Las ovejas emprendieron algunas carrerillasbatiendo el suelo; empezaron a balar, y rebaños y manadas fantasmales les

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respondierondesdeelfondodelmar.«¡Bee!¡Bee!»Durantealgúnratoparecieronnomoversedelmismopedazodetierra.Delanteteníanelcaminoarenosoconpequeñoscharcos;aambosladoshabíaidénticosmatorralesempapadosdeaguaylasmismasumbrías cercas. Pero entonces algo descomunal apareció a su vista; un enormegigantedepeloserizados,conlosbrazosabiertos.EraelenormeárboldegomaquecrecíajuntoalatiendadelaseñoraStubbs,ycuandopasaronjuntoallugarlesllegóunpenetrantearomaaeucaliptus.Ahoragrandesmanchasdeluzcentelleabanenlaneblina.Elpastordejódesilbar;sefrotólanarizenrojecidaylahúmedabarbaenlamanga mojada y, achicando los ojos, miró en dirección al mar. Salía el sol. Eramaravilloso contemplar con qué rapidez se disipaba la bruma, levantándose,disolviéndose en aquella hondonada, desperezándose sobre los matorrales ydesapareciendo,comosi tuvieseprisaporescapar;grandesespiralesyremolinosseelevabanyempujabanamedidaquelosrayosplateadosdelsolsehacíanmásanchos.Ellejanocelaje—deunazulreluciente,inmaculado—sereflejabaenloscharcos,ylasgotas,nadandoporloscablestelefónicos,centelleabancomopuntosluminosos.Elmarondulanteyreverberantebrillabatantoquehacíadañoalavista.Elpastorsacódelbolsilloanteriorunapipadecazoletapequeñacomounabellota,hurgóenbuscadeunpedazodetabacoamazacotado,deshizoalgunasbriznasyembutiólacazoleta.Era un viejo de rasgos hermosos, adusto. Encendió la pipa y el humo azulado leenvolviólacabezamientraselperro,quelecontemplaba,parecíamostrarseorgullosodeél.

«¡Bee!¡Bee!»Lasovejassealejaronabriéndosecomounabanico.Acababandedejar atrás la colonia veraniega cuando el primer durmiente se diomedia vuelta ylevantó la cabeza somnolienta; sus balidos resonaron en los sueños de los niños…quelevantaronsusbracitosparaabrazaryacariciaralospreciososcorderilloslanososdel sueño. Y apareció el primer habitante: Florrie, la gata de los Bumell, sentadasobreunpostedelacancela,demasiadomadrugadoracomodecostumbre,esperandoa la lechera.Perocuandodivisóalperropastorse incorporóvelozmente,arqueóeldorso, contrajo su rostro gatuno, y pareció estremecerse con un ligero fastidio.«¡Vaya!¡Quécriaturatanbastayrepugnante!»,dijoFlorrie.Peroelviejomastín,sinlevantarlacabeza,pasómeneándoseytambaleandolaspatasdeunladoaotroyselimitóaimprimirunligerotemblequeoaunaorejaparademostrarquelahabíavistoyquelaconsiderabaunagatajovenytontaina.

Elalientodelamañanadespertóseentre losmarojosyelolorahojasya tierranegrayhúmedasemezclóconelfuertearomadelmar.Millaresdepájarosrompierona cantar. Un petirrojo pasó volando sobre la cabeza del pastor y, posándose en lapuntadeunarama,volviósedecaraalsol,atusándoselasplumitasdelpecho.Ahorayahabíanpasado juntoa lacabañadelpescador,yhabíanpasado juntoalpequeñowharedeaspectocalcinadoenelquevivíaLeda,lalechera,consuancianaabuela.

LasovejasseesparcieronporunmarjalamarillentoyWag,elsabueso,chapoteótrasellas,lasrodeóyfueempujándolashaciaelpasomásempinadoyestrechoporel

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quesesalíade labahíadeCrescentencaminándosehacia laensenadadeDaylight.«¡Bee! ¡Bee!»Elbalidose fuedebilitandoamedidaquesealejaronporel caminoque la mañana sedaba rápidamente. El pastor guardó la pipa, metiéndosela en elbolsillodelapechera,demodoquelacazoletaasomaraporarriba.Einmediatamentereanudósusilbardulceymisterioso.Wagcorreteóporelborderocosotrasalgoquedesprendía un fuerte olor y volvió otra vez corriendo muy disgustado. Luego,empujándose,atropellándose,apresurándose,lasovejasdoblaronlacurvayelpastorlassiguióhastaperdersedevista.

II

Algunossegundosmástardeseabriólapuertatraseradeunodelosbungalows,yunafiguravestidaconunbañadordegruesaslistassaliócorriendoaljardín,salvóelportillo, bajó como una exhalación por el herbazal de la vaguada, tambaleóseescalandoladunaarenosaycorrió,comosienellolefueralavida,porlasgrandespiedrasporosas,porlosguijarrosfríos,mojados,hastallegaralaarenacompactaquerelucíacomoelaceite.¡Plis,plas!¡Plis,plas!ElagualesalpicólaspiernasmientrasStanley Burnell semetía gozosamente en elmar. ¡Siempre el primero en bañarse,comodecostumbre!Leshabíavueltoaganaratodos.Yseagachóparazambullirlacabezayelcuello.

—¡Salve,hermano!¡Salve,oh,tú,poderosísimo!—unaaterciopeladavozdebajoretronósobrelasaguas.

¡Maldito escocés! ¡Ojalá se lo llevase el diablo! Stanley levantó la cabeza atiempodeverunatestaoscuraoscilandomaradentroyunbrazoquelesaludaba.EraJonathanTrout,¡yhabíallegadoantesqueél!

—¡Unamañanaespléndida!—canturreólavoz.—¡Sí,unamañanadeliciosa!—respondióStanleysecamente.¿Porquédemonios

no se bañaba aquel tipo en la zona que le correspondía? ¿Por qué tenía que irprecisamente hasta aquel lugar? Stanley agitó los pies, se hundió y nadó hacia laorilla con buen estilo. Pero Jonathan le podía. Le alcanzó con el pelo negrochorreandosobrelafrenteylabarbitaempapada.

—¡Estanochehetenidounsueñoextraordinario!—gritó.¿Quédiantresleocurríaaaquelhombre?Aquellamaníaconversatoriairritabaa

Stanley hasta lo indecible. Y siempre contaba lo mismo, siempre cualquierpazguateríasobrealgoquehabíasoñado,osobrecualquiersandezquehabía leído.Stanley se dejó flotar de espaldas y agitó los pies hasta convertirse en un surtidorhumano.Peroaunasí…

—He soñado que estaba suspendido de un acantilado altísimo, espeluznante,gritandoaalguienqueseencontrabaabajo.

¡Ojalá fuese cierto!, pensó Stanley.No pensaba aguantarle ni un segundomás.

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Dejódebatirlospies.—Oye,Trout—dijo—,losientoperoestamañanatengobastanteprisa.—¿Bastantequé?—replicóJonathanabsolutamentesorprendido,opretendiendo

estarlo,tantoquesehundióbajoelaguayreaparecióresoplando.—Lo que quiero decir—prosiguió Stanley— es que no tengo tiempo para…,

para… entretenerme. Sólo puedo permitirme un baño rápido. Tengo prisa. Tengomuchotrabajoquehacerestamañana,¿comprendes?

JonathanhubodesaparecidoantesdequeStanleyconcluyese.—¡Ciao,amigo!—dijoamablementelavozdebajo,ysealejóhendiendoelagua

sinapenaslevantarunasalpicadura…¡Maldito individuo!Yahabía echado aperder el bañodeStanley. ¡Vaya con el

bichoraro!Stanleyvolvióanadarmaradentroy,conigualrapidez,regresóhacialaplaya,ysaliócorriendohacialaarena.Sesentíachasqueado.

Jonathan permaneció un poco más en el agua. Se dejó flotar, moviendosuavemente las manos, como si fuesen aletas, y dejando que el mar meciese sucuerpolargoyflaco.Eracurioso,pero,apesardetodo,sentíasimpatíaporStanleyBurnell. Era cierto, a veces sentía un endiablado deseo de burlarse de él, de hacerbromas a su costa, pero en el fondo le compadecía.Había algopatético en aquelladeterminacióndeBurnellporhacerque todos susactos fuesenun trabajoperfecto.Uno no podía pormenos de sentir que algún día sería descubierto cometiendo unerroryentonceselpobrehombresehundiría.EnaquelinstanteunainmensaolaizóaJonathan,continuóavanzando,yrompióenlaplayaconalegreson¡Québelleza!Yahora venía otra. Así era como había que vivir —despreocupadamente,temerariamente,entregándosedeltodo—.Sepusoenpieyempezóacaminarhacialaorilla,hincandolosdedosdelospiesenlaarenafirmeysinuosa.Habíaquetomarselascosascontranquilidad,dejarsellevarporlacorrienteylosmeandrosdelavidasinoponerresistencia—esoeraloquehabíaquehacer—.Aquellatensiónconstanteeraperjudicial. ¡Vivir, vivir!Y lamañana perfecta, lozana, hermosa, tostándose al sol,comosiriesedesupropiabelleza,pareciósusurrarle«¿yporquéno?»

PeroahoraJonathanyahabíasalidodelaguayestabamoradodefrío.Ledolíatodo;eracomosialguien leestuvieseestrujandoparasacarle lasangre.Ymientrascruzabaagrandespasoslaplaya,temblando,conlosmúsculosanquilosados,tambiéntuvo la sensación de que le habían estropeado el baño. Había estado en el aguademasiadorato.

III

CuandoStanley apareció, vestido con un traje de estameña azul, cuello duro ycorbataatopos,Berylsehallabasolaenlasaladeestar.Stanleyteníaunaspectocasisospechosamentelimpioyacicalado;aqueldíaletocabairalaciudad.Dejósecaeren

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susilla,sacóelrelojylocolocójuntoalplato.—Sólotengoveinticincominutos—dijo—.¿Quieresiraversielporridgeestá

listo,Beryl?—Mamáacabadeirabuscarlo—respondióBeryl.Sesentóalamesaylesirvió

elté.—¡Gracias!—dijoStanleysorbiendo—.¡Uy!—exclamóconvozsorprendida—,

hasolvidadoelazúcar.—¡Oh,perdona!—dijoella,peronolesirvióelazúcar,limitándoseapasarleel

azucarero. ¿Qué significabaaquello?MientrasStanley se servía, susojos azules seagrandaronenormementeyparecieronestremecerse.Dirigióunarápidamiradaasucuñadayrecostóseenlasilla.

—¿Sucede algomalo?—preguntó despreocupadamente, arreglándose el cuelloduro.

Berylteníalacabezainclinadayhacíagirarelplatoconlosdedos.—No,nada—contestósuvocecita.Yluegolevantótambiénlamiradaysonrióa

Stanley—.¿Porquélodices?—¡Oooh!No,pornada.Queyosepapornada.Meparecíaqueestabasunpoco…En aquel momento se abrió la puerta y aparecieron las tres niñas, cada una

llevandounplatodeporridge.Ibanvestidasigual,conunjerseyazulypantaloncitos,dejando desnudas sus piernecitas morenas, y las tres llevaban el pelo recogido entrenzas y sujeto arriba en lo que era conocido como cola de caballo. Tras ellasapareciólaseñoraFairfieldconlabandeja.

—Cuidadito, niñas—advirtió. Pero las niñas andaban conmuchísimo cuidado.Lesencantabaquelespermitiesenllevarcosas—.¿Lehabéisdadolosbuenosdíasavuestropadre?

—Sí,abuela.YtomaronasientoenelbancosituadofrenteaStanelyyBeryl.—¡Buenosdías,Stanley!—dijolaancianaseñoraFairfieldentregándolesuplato.—¡Buenosdías,mamá!¿Quétalestáelniño?—¡Espléndido! Esta noche sólo se ha despertado una vez. ¡Hace una mañana

radiante!—dijolaancianadeteniéndoseconlamanosobrelabarradepanparadarunvistazohaciaeljardínatravésdelapuertaabierta.Seoíaelsonidodelmar.Porlaventana abierta de par en par el sol entraba con fuerza inundando las paredes deamarillo barniz y el suelo desnudo. Todo cuanto había sobre la mesa relucía ybrillaba.Enelcentrohabíaunaviejaensaladerallenadecapuchinasrojasyamarillas.Laancianasonrió,yensusojosbrillóunamiradadeprofundasatisfacción.

—¿Porquénomecortaunarebanadadeesepan,mamá?—dijoStanley—.Sólofaltandoceminutosymedioparaquepaseelcoche.¿Lehadadoalguienmiszapatosalamuchacha?

—Sí,yalostieneslistos—respondiólaseñoraFairfieldsinperderlacompostura.—¡Oh, Kezia! ¿Por qué tendrás que estar siempre haciendo porquerías? —

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exclamóBeryldesolada.—¡Yo, tía Beryl!—replicó la niña, sorprendida. ¿Qué había hecho ahora? Se

habíalimitadoaexcavarel lechodeunríoenelporridge, luegolohabíallenadoyahora se estaba comiendo las orillas. Pero eso lo hacía todas lasmañanas y nuncanadielehabíadichonada.

—¿PorquénopuedescomercomoDiosmanda?FíjateenIsabelyLottie.¡Quéinjustassonlaspersonasmayores!—¡PerosiLottiesiemprehaceunaislaflotante!¿Verdad,Lottie?—Yono—intervinoIsabel,remilgada—.Yolorocíoconazúcar,lepongoleche

ymelocomo.Jugarconlacomidaesdeniñospequeños.Stanleyapartósusillayselevantó.—¿Puedetraermeloszapatos,mamá?Ytú,Beryl,sihasterminado,megustaría

quebajasescorriendohastalacancelaparapararelcoche.Isabel,correypregúntaleatu madre dónde está mi sombrero hongo. Espera un segundo…, supongo que lasniñasnohabréisestadojugandoconmibastón.

—¡No,papá!—¡Puesyolodejéaquí!—empezóamascullarStanley—.Recuerdoclaramente

haberlodejadoenesterincón.Vamosaver:¿quiénlohatocado?Nohaytiempoqueperder.¡Miradportodaspartes!Hayqueencontrarelbastón.

InclusoAlice,lasirvienta,tuvoqueparticiparenlabúsqueda.—Esperoquenoselehabráocurridoutilizarloparaatizarelfuegodelacocina,

¿verdad?StanleyentrocorriendoeneldormitorioendondeLindacontinuabaacostada.—Es increíble. No puedo dejar nada. ¡Ahora resulta que me han hecho

desaparecerelbastón!—¿Elbastón,querido?¿Québastón?StanleydecidióquelaincertidumbrequeLindademostrabaentalesocasionesno

podíaserreal.¿Nohabíanadiequesintiesesimpatíahaciaél?—¡El coche! ¡Stanley, el coche!—gritó desde el portillo del jardín la voz de

Beryl.StanleyhizounademánconelbrazohaciaLinda.—¡Notengotiempoparadespedirme!—exclamó.Ylodijoparaque lesirviera

decastigo.Tomórápidamenteelsombrerohongo,saliócorriendodelacasayvolóhaciala

cancela.Sí,elcocheleestabaesperandoyBeryl,inclinadasobreelabiertoportillo,sereíadealguienodealgocomosinadahubieseocurrido.¡Crueldaddelasmujeres!Esemodoqueteníandedarporsentadoqueeraunoquiendebíadeslomarseporellassinqueellassetomasennisiquieralamolestiadevigilarquenoseteextraviaseelbastón.Kellyhizoestallarellátigosobreloscaballos.

—Adiós,Stanley—sedespidióBeryl,divertida,alegremente.¡Sí, bien poco costaba decir adiós! Y allí se quedaba parada, sin hacer nada,

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protegiéndoselosojosdelsolconlamano.YlopeordetodoeraqueStanleytambiénteníaquegritaradiós,porguardarlasapariencias.Porfinlaviogirarse,darunsaltitoyregresarcorriendohacialacasa.¡Estabacontentadehabersedesembarazadodeél!

Sí,loestaba.Entrócorriendoenlasaladeestarygritó:—¡Yasehaido!Lindacontestódesdesuhabitación.—¡Beryl!¿SehaidoStanley?Y la anciana señora Fairfield apareció con el niño envuelto en la mantita de

franela.—¿Sehaido?—¡Sehaido!Oh,quéalivio,quédiferenciatangrandecuandoelhombreseibadecasa.Incluso

susvocescambiabanalllamarseunasaotras:parecíanmáscálidasyamables,comosicompartiesenunsecreto.Berylvolviójuntoalamesa.

—Mamá,tómateotratazadeté.Todavíaestácaliente.—Dealgúnmodoqueríacelebrar el hecho de que ahora pudiesen obrar a su antojo. Ningún hombre iba amolestarlas:podíangozarasusanchasdeaqueldíaperfecto.

—No,gracias,hija—respondió laancianaseñoraFairfield,peroelmodocomoenaquelinstantejugueteóconelniño,lanzándoloalaireydiciendo«a-guu-agguu-a-gaa» significaba que sentía lomismo. Las niñas salieron corriendo al jardín comogallinasescapadasdelgallinero.

InclusoAlice,lasirvienta,queestabalavandolosplatosenlacocina,secontagióde aquel estado de ánimo y empleó la preciada agua del depósito de modoabsolutamentedescuidado.

—¡Ah,loshombres!—suspiró,hundiendolateteraenelbarreñoymanteniéndolabajoelagua inclusodespuésdequedejasedeburbujear,comosi tambiénfueseunhombreymerecieseperecerahogada.

IV

—¡Isabel,espérame!¡Espera,Kezia!Allí estaba la pobrecilla Lottie, abandonada otra vez y todo porque le costaba

tantísimosaltarel setosola.Cuandoseencaramóalprimerpeldañodelportillo lasrodillaslecomenzaronatemblar:seagarróalposte.Ahorateníaqueecharunapiernaporencima.Pero¿cuál?Nuncalograbasaberlo.Ycuandofinalmenteechóunapiernahacia arriba con una especie de brinco desesperado, tuvo una sensación pavorosa.Ahoraunamitaddeellaestabaeneljardínylaotramitadenloshierbajosdeafuera.Seagarródesesperadamentealposteygritóconfuerza:

—¡Esperadme!—¡No,nolaesperes,Kezia!—dijoIsabel—.Estantontorrona.Siempreseestá

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enredando.¡Vamos!—apremió, tirandodel jerseyaKezia—.Sivienesconmigo, tedejarémicubo—añadióamablemente—.Esmásgrandequeeltuyo.

PeroKezianopodíadejarsolaaLottie.Corrióabuscarla.Cuandollegó,Lottieestabatotalmenteacaloradayjadeabaprofundamente.

—Vamos,pasalaotrapierna—dijoKezia.—¿Pordónde?LottiecontemplóaKeziacomosilamirasedesdelacimadeunamontaña.—Poraquí,pordondetengolamano—dijoKeziatocandoellugar.—Ah,¿quieresdecirahí?—dijoLottie suspirandoprofundamenteypasando la

otrapierna.—Vamos,ahoradatemediavuelta,siéntateydéjateresbalar—leindicóKezia.—Perosinohaydondesentarse,Kezia—farfullóLottie.Pero por fin lo logró y en cuanto todo hubo pasado se compuso de nuevo y

empezóaanimarse.—Estoymejorandoenestodesaltarcercas,¿verdadquesí,Kezia?Lottieeradetemperamentomuyoptimista.El sombrerito rosa y azul siguió al sombrerito rojo encendido de Isabel por la

cuesta empinada y resbaladiza. En la cima se detuvieron para decidir hacia dóndedebíaniryparacontemplarasusanchasaquienesyahubiesenllegado.Vistasdesdeatrás,consussiluetasrecortadascontraelcielo,gesticulandoampulosamenteconsuspalas,parecíanpequeñosexploradoresdesorientados.

TodalafamiliadelosSamuelJosephsestabayaallíconsuseñoritadecompañía,que se hallaba sentada en una banqueta portátil y mantenía el orden mediante unsilbato que llevaba atado al cuello, y un bastoncillo con el cual dirigía lasoperaciones.LosSamuel Josephsnunca jugaban solosnipor sucuenta.Cuando lohacían, los chicos siempre terminaban tirando agua por los escotes de las niñas ointentandometercangrejosenlosbolsillosdelosotrosmuchachos.Demodoquelaseñora S. J. y la pobrecilla señorita de compañía habían establecido lo que éstadenominabaun«brograma»matutinoafindemantenerles«entretevidosyevitarsustrevasuras».Elprogramaconsistíaencompeticionesocarrerasyjuegosengrupo.Ytodoempezabaconunensordecedorpitidodelsilbatodelaseñoritadecompañíayterminabaconotro.Inclusohabíapremios—grandespaquetes,envueltosenunpapeluntantosucioquelaseñoritadecompañíaextraíadeunaabultadabolsademallaconunaamargasonrisita—.LosSamuelJosephspeleabanespantosamenteporconseguirlos premios, hacían trampas y se pellizcaban los brazos —todos eran expertospellizcadores—.EnlaúnicaocasiónenquelasniñasBurnellhabíanjugadoconellos,Keziasellevóunpremio,ycuandohubodesenvueltotrespapelotesseencontróconuncorcheteoxidado.NologróentenderporquélosSamuelJosephssepeleabantantoporlospremios…

PeroahoranuncajugabanconlosSamuelJosephs,nisiquieraibanasusfiestas.LosSamuelJosephssiempreorganizabanfiestasparalosniñosdelabahíaysiempre

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daban la misma comida. Una gran jofaina con una ensalada de frutas de colorpardusco,bollospartidosencuatrotrozosyunajarrallenadealgoquelaseñoritadecompañía llamaba«limoneda».Y, cuandopor la noche regresabas a casa, tenías lamitaddelaspuntillasdelafaldarotasounamanchadealgoquetehabíanvolcadosobre el Peto del delantalito abierto, mientras los Samuel Josephs continuabanpegandobrincoscomosalvajesensujardín.¡No!Eranunosniñosinsoportables.

Del otro lado de la playa, junto a la orilla, dos niños, con los calzonesarremangados,trabajabancomoarañas.Unohacíaunhoyo,elotroentrabaysalíadelagua llenando un cubito.Aquellos eran losTrout, Pip yRags. Pero Pip estaba tanocupadocavandoyRagstanocupadoayudándolequenoadvirtieronlallegadadesusprimitashastaqueéstasestuvieronmuycerca.

—¡Mirad!—dijoPip—.Miradquéhedescubierto.Ylesmostróunabotavieja,mojada,mediodestripada.Lastresniñassequedaron

mirándole.—¿Ysepuedesaberquépiensashacerconella?—replicóKezia.—¡Guardarla, naturalmente!—replicó él, desdeñoso—. Es un hallazgo, ¿no lo

ves?Sí,esoKeziayaloveía.Peroasíytodo…—Haymontonesdecosasenterradasenlaarena—explicóPip—.Provienende

naufragios.Tesoros.Hastapodríaisencontrar…—¿PorquétieneRagsquellenarelhoyoconagua?—preguntóLottie.—Oh,lohaceparaablandarla—respondióPip—,parahacerel trabajounpoco

másfácil.Túsiguetrayendoagua,Rags.YelbuenodeRagscontinuócorriendoarribayabajo,tirandoaguaquesetornaba

decolorchocolate.—Fijaos. ¿Queréis que os enseñe lo que encontré ayer? —preguntó Pip

misteriosamente,clavandolapalaenlaarena—.Prometedmequenolodiréis.Seloprometieron.—Decid,lojuroporlomássagradodemicorazón.Lasniñaslorepitieron.Pipsesacóalgodelbolsillo,loestuvofrotandolargoratoenlapartedelanterade

sujersey,leechósualientoyvolvióafrotar.—¡Yaospodéisgirar!—ordenó.LasniñasBurnellsevolvieron.—¡Miradtodasalmismositio!¡Quietas!¡Ahora!Yabriólamano;sosteníaacontraluzalgoquecentelleaba,querelucía,algodeun

hermosísimocolorverde.—Esuna«mesmeralda»—dijoPipconsolemnidad.—¿Deveras,Pip?—inclusoIsabelestabaemocionada.AquellabellísimacositaverdeparecíabailarenlosdedosdePip.TíaBeryltenía

una «mesmeralda» en un anillo, pero eramuy chiquita. Esta era grande como una

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estrellaymuchomáshermosa.

V

Amedidaquelamañanafueavanzandofueronllegandodistintosgruposdegentequeaparecíanpor las colinas arenosasybajabanabañarsea laplaya.Sedabaporsobrentendidoqueapartirdelasoncelasmujeresyniñosdelacoloniaveraniegaseconvertían en los amos de la playa. En primer lugar lasmujeres se desvestían, seponían los trajes de baño y se cubrían la cabeza con horrorosos gorritos de baño;luego desabrochaban a los niños. La playa quedaba sembrada de pequeñosmontoncitos de vestidos y zapatos; los grandes sombreros veraniegos, sujetos conpiedras para impedir que el viento se los llevase, parecían enormes pechinas. Eracurioso,peroinclusoelmarparecíaadoptarunsonidodistintocuandotodasaquellasfiguras saltarinas y risueñas se adentraban en las olas.La anciana señoraFairfield,convestidodealgodóndecolorlilaysombreronegroatadobajolabarbilla,reunióasuspolluelosvistiéndolesparaelbaño.LosniñosTroutsequitaronlascamisasporlacabeza y los cinco salieron corriendo mientras la abuela tomaba asiento con unamanometidayaenlabolsadelamedia,dispuestaasacarlamadejadelanaencuantocomprobasequelosniñosllegabanalaguasanosysalvos.

Las niñas, a pesar de estar bastante robustas, no eran, ni demucho, tan osadascomo los niños, cuyo aspecto era delicado y enfermizo. Pip y Rags, temblando,agachándose, salpicándose, se metían sin la menor duda. Pero Isabel, que ya eracapazdenadardocebrazadas,yKezia,quecasipodíadarocho, sólo les siguieronbajo la promesa de que no las iban a salpicar. Lottie, por su parte, se limitó a noseguirles.Legustabaqueladejasenpara irsemojandoasuaire,porfavor.Locualconsistíaensentarsealaorilla,conlaspiernasestiradasylasrodillasbienapretadas,mientrasprocedíaaefectuarunaseriedevagosmovimientosconlosbrazos.Comosiesperasesalirnadandosobrelasolas.Perocuandounaolamayordeloacostumbrado,una ola ya vieja y barbuda, avanzó rompiendo en su dirección, se incorporórápidamenteconcaradespavoridaysaliócorriendohacialaplaya.

—Toma,mamá,¿mepuedesguardaresto?DosanillosyunacadenitadeorocayeronsobreelhaldadelaseñoraFairfield.—Sí,claro.¿Notevasabañaraquí?—Nooo —respondió Beryl exagerando. Parecía un tanto misteriosa—. Voy a

desvestirmemásallá.HequedadoenirabañarmeconlaseñoradeHarryKember.—Muy bien—respondió su madre, pero sus labios se contrajeron. La señora

Kembernoerasantodesudevoción,yBeryllosabía.Pobre mamá, sonrió, mientras avanzaba por las piedras. ¡Pobrecilla mamá!

¡Vieja!Ah,quéalegría,quéfelicidadserjoven…—Pareces muy contenta —dijo la señora Kember. Estaba sentada sobre las

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piedras,acurrucada,conlosbrazosabrazadosalasrodillas,fumando.—Haceundíaespléndido—respondióBeryl,sonriéndole.—¡Oh,querida!—espetó la voz de la señoraKember como si supiesemuchas

cosasmás.Aunque,enrealidad,suvozsiempreteníaaqueltonoqueparecíadenotarque sabía más sobre una que no la propia interesada. Era una mujer esbelta, deaspectoraro,conmanosypiesmuylargos.Surostrotambiéneralargoyestrechoyparecíacansada;inclusosuflequillorubioyrizadoparecíaquemadoycanoso.Eralaúnica mujer que fumaba en toda la bahía, y lo hacía sin parar, con el cigarrillocolgandodeloslabiosmientrashablaba,yquitándoselotansólocuandolacenizaerayatanlargaqueunanoentendíacómonohabíacaído.Cuandonojugabaalbridge—acostumbradaahacerloabsolutamentetodoslosdías—sepasabaeltiempotumbadaa pleno sol. Era capaz de estar tomando el sol el tiempo que fuese, nunca teníabastante.Y,apesardetodo,noparecíaqueelsolllegaseacomunicarlesucalor.Sequedaba tendida sobre las piedras como un viejo madero arrastrado por las olas,arrugada,ajada,fría.Lasmujeresdelabahíaopinabanqueibademasiado,demasiadolejos. Su falta de vanidad, sus expresiones vulgares, el modo como trataba a loshombrescomosifueseunodeellos,yelhechodequesucasanolepreocupaseuncominoydequellamaseasusirvientaGladys,«Glad-eyes»,eranalgovituperable.Desde lospeldañosde la terraza, laseñoraKembereracapazde llamarconsuvozindiferenteyfatigada:«Oye,Glad-eyes,aversimeencuentrasunpañuelo,siesquemequedaalguno…»,yGlad-eyes,conunlazorojoenelpelo,enlugardelacofia,yzapatosblancos, salíacorriendoconunasonrisa insolente. ¡Eraalgoabsolutamenteescandaloso!Eraciertoquenoteníahijos,yquesumarido…Alllegaraestepuntolasvocessiempreseacaloraban;sehacíanapasionadas.¿CómopodíaHarryKemberhaberse casado con ella? ¿Cómo, cómo? ¡Tenía que haber sido por dinero,naturalmente,peroaunasí!

ElmaridodelaseñoraKembereraalmenosdiezañosmásjovenqueella,ytanincreíblemente apuesto que parecía una escultura o una ilustración impecable dealgunanovelaamericana,ynounhombredecarneyhueso.Teníapelonegro,ojosazuloscuro,labiosencendidos,sonrisalentaysoñadora,yerabuenjugadordetenis,perfectobailarín,ytodoelloenvueltoenmisterio.HarryKembereraunaespeciedesonámbulo.Loshombresnolesoportaban,nohabíamododesonsacarleunapalabra;ignorabaasumujeryellaleignorabaaél.¿Dequévivía?Naturalmentecirculabanhistorias, ¡y vaya historias! Eran cosas que no podían repetirse. Las mujeres conquieneshabíasidovisto,loslugaresenlosquehabíasidodivisado…,peronuncaeranada seguro, nada definitivo. Algunas de las mujeres de la bahía creían para susadentros que un día acabaría cometiendo un crimen. Si, inclusomientras hablabanconlaseñoraKemberydigeríanelhorripilanteconjuntoquevestía,selaimaginabantendida, tal como ahora estaba en la playa, pero helada, ensangrentada, y con elcigarrilloeternamentepegadoalacomisuradeloslabios.

LaseñoraKemberseincorporó,bostezó,desabrochóelcierredelcinturónytiró

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de las cintas de la blusa.Beryl se quitó la falda y el jersey, quedando sólo con lacombinaciónblancaycortitaylacamisolaconlacitosenloshombros.

—¡Pobredemí!—exclamólaseñoraKember—.¡Perosieresmonísima!—¡Nodigatonterías!—dijosuavementeBeryl;pero,mientrassequitabaprimero

unamediayluegootra,leparecióqueloera.—¿Yporquéno,querida?—prosiguiólaseñoraKember,pisoteandosuspropias

enaguas—.Deveras,¡quéropainterior!Unasbraguitasazulesdealgodónyuncorpiñodelinoquerecordabavagamente

unafundadealmohada…—Ynollevascorsé,¿verdad?—prosiguió,tocandolacinturadeBeryl,quepegó

unsaltohaciaatrásdandoungrititoremilgado.—¡Jamás!—respondió,porfin,confirmeza.—Ay,criaturaafortunada—suspirólaseñoraKember,desabrochándoseelsuyo.Beryl se volvió de espaldas y empezó los complicados movimientos de quien

intentadesvestirseyponerseeltrajedebaño,todoalmismotiempo.—Ay, querida…, pormí no te preocupes—comentó la señoraKember—. ¡No

seastímida!Novoyacomerte.Nimevoyasorprendercomotodasesasremilgadas—y soltó aquella extraña risa que parecía un relincho haciendomofa de las otrasmujeres.

Pero Beryl era tímida. Nunca se desvestía delante de nadie. ¿Era eso unacursilería?LaseñoraKemberlehacíasentirqueeraunatontería,algoinclusodeloque debía avergonzarse. Dirigió una rápida ojeada a su amiga, que continuabadespreocupadamentevestidaconlacamisolamientrasencendíaotrocigarrillo;yunasensaciónfugaz,descaradaymaliciosabrotóensupecho.Sinpodercontenerlarisase puso el bañador lacio, que parecía arenoso y que no estaba del todo seco, y seabrochólosretorcidosbotones.

—Así estámejor—dijo la señoraKember. Y ambas empezaron a bajar juntashacia la playa—. La verdad es que es un pecado que tengas que andar vestida,querida.Algúndíaalguienteloteníaquedecir.

El agua estaba bastante caliente. Y era de un azul maravilloso, transparente,salpicadodeplata,aunquelaarenadelfondoparecíadorada;cuandosemovíanlospiesselevantabaunanubecilladepolvodorado.Ahoralasolaslellegabanalpecho.Berylsedetuvoconlosbrazosestirados,mirandohaciaelhorizonte,yconcadaolaquellegabadabaunsaltitominúsculodemodoquecasiparecíaqueeralaolalaquelalevantabasuavemente.

—Yo creo que las muchachas bonitas deben divertirse —explicó la señoraKember—.¿Yporquéno?Nocometasunerror,querida,yaprovéchalo,diviértete.—Einesperadamentesesumergió,desapareció,ysealejónadandomuyrápidamente,comounarata.Luegosediomediavueltayregresónadando.Ibaaañadiralgo.Berylsintióqueaquellafríamujerlaestabaenvenenando,peroanhelabaoírsuspalabras.Perosucedióalgomuyextrañoybastantehorrible.AlaproximarselaseñoraKember

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con el gorro de baño negro y su rostro adormilado sobresaliendo del agua, con labarbillarozandolasuperficiedelmar,leparecióqueeraunahorrendacaricaturadesuesposo.

VI

LindaBurnell, sentada en una hamaca de barco, bajo lamanuka que crecía enmediodelcéspeddelapartedelanteradeljardín,dejabapasarlamañanafantaseando.No hacía nada. Contemplaba las hojas oscuras, cerradas, secas, de lamanuka, losintersticiosazules,ydevezencuandounadiminutafloramarillentacaíasobreella.Hermosas—sí,sisecogíaunadeaquellasflorecillasenlapalmadelamanoyselaexaminaba atentamente, eran una cosita deliciosa—. Cada pétalo de un pálidoamarillobrillabacomosihubiese sido fabricadopormanosexpertas.Y lapequeñalengüeta del centro le daba la forma de una campanita.Dándolemedia vuelta, sinembargo, la parte exterior era de oscuro color de bronce.Aunque caían en cuantoflorecían,diseminándose.Teníasqueirquitándotelasdelvestidomientrashablabas;yeran horribles si te quedaban en el pelo. Entonces ¿por qué florecían? ¿Quién setomaba el trabajo —o el goce— de hacer florecer todas aquellas cositas que seechabanaperder,dilapidadas…?Eraalgomisterioso.

Sobre el césped, a su lado, acostado sobre dos almohadones, estaba el niño.Estaba profundamente dormido, con la cabeza vuelta de espaldas a su madre. Supelitooscuroparecíamásunasombraquepelodeverdad,peroteníalaorejitamuyroja,comouncoralencendido.Lindaenlazó lasmanossobre lacabezaycruzó lospies.Eramuyagradablepensaretodosaquellosbungalowsestabanvacíos,quetodoelmundohabíaidoalaplaya,yquenoibanaverles,nioírles.Teníatodoeljardínparaella:estabasola.

Losclavelesblancosresplandecían, luminosos:brillabanlosbotonesdoradosdelas caléndulas, las capuchinas trepaban por los barrotes de la baranda con llamitasverdes y gualdas. Ojalá uno tuviese tiempo para contemplar aquellas floresdespaciosamente,tiempoparasuperarlasensacióndenovedadyextrañeza,¡tiempoparaconocerlas!Peroencuantotedeteníasaabrirlospétalos,adescubrirelenvésdelashojas,venía laVida llevándoteaotro lugar.Tendidaensusilla,Lindasesintióabsolutamentevaporosa,comounahoja.LaVidallegabacomollegaelviento,y lalevantabayzarandeaba:yteníaqueirse.Diosmío,¿ibaasersiempreasí?¿Nohabíamododeescapar?

…Ahora estaba sentada en la terrazade su casa, enTasmania, recostada en larodilla de su padre. Y él le prometía: «En cuanto tú y yo seamos suficientementemayores, Linny, nos largaremos a alguna parte, nos escaparemos. Como dosmuchachos.Meparece quemegustaría remontar en barco algún río deChina».YLinda veía el río, un río anchísimo, cubierto de juncos y sampanes. Veía los

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sombrerosamarillosdelosremerosyoíasusgritosagudos,chillones…—Sí,papá.Pero precisamente en aquel instante un joven corpulento con reluciente pelo

rojizo pasó lentamente ante su casa y parsimonioso, solemne incluso, se quitó elsombrero.ElpadredeLindaletiródelaoreja,conaquelgestotansuyo.

ElgalándeLinny—lesusurró.¡Oh,papá!¿MeimaginascasadaconStanleyBurnell?Puessí,sehabíacasadoconél.Yaunmás: leamaba.NoalStanleyquetodos

veían, el Stanley cotidiano; sino a unStanley tímido, sensible e inocente que cadanochesearrodillabaarezarsusoraciones,yquenoteníaotroanheloqueserbueno.Stanleyeramuysencillo.Cuandocreíaenalguien—comocreíaenella,porejemplo—lohacíadetodocorazón.Eraincapazdeserinfiel,incapazdedecirunamentira.¡Ycómosufríacuandocreíaquealguien—ella—noledecíalapuraverdad,nosemostraba absolutamente sincera! «¡Demasiadas sutilezas para mí!», decía,subrayandolaspalabras,perosumiradafranca,desolada,temblorosa,eracomoladeunanimalacorralado.

Elproblemaera—yalllegaraestepuntoLindasintióseinclinadaareír,aunque,portodosloscielos,noeracosaquehiciesereír—quesuStanleynosemanifestabamuyamenudo.Aveceshabíaalgúnmomento,algúndestello,remansosdepaz,peroeltiemporestanteeracomosiviviesenenunacasaquecadadíasufríaunincendio,enunbarcoquenaufragabaadiario.YsiempreeraStanleyquienseencontrabaenpeligro. Linda tenía que dedicar todo su tiempo a rescatarle, a reconfortarle, atranquilizarle y escuchar sus historias.Y el poco tiempo que le quedaba lo pasababajoeltemordetenermáshijos.

Lindafruncióelceño;seincorporórápidamenteenlahamacadebarcoysecogiólostobillos.Sí,ésaerasuverdaderaquejacontralavida:esoeraloquenolograbaentender.Esaeralapreguntaqueformulabaunaymilvecessinencontrarjamásunarespuesta satisfactoria. Estaba muy bien repetir que a todas las mujeres les habíatocadotenerhijos.Peronoeracierto.Ella,porejemplo,podíademostrarqueaquellono era verdad. Los partos la habían destrozado, debilitado, le habían quitado susenergías. Y lo que hacía que todavía resultase más difícil de soportar era que noqueríaasushijos.Erainútilfingir.Aunquehubiesetenidofuerzasparaellohubiesesidoincapazdecuidardelasniñasyjugarconellas.No,eracomosiunairegélidolahubiesedejadoparalizadadepiesacabezaencadaunodeaquellosacontecimientospavorosos;yanolequedabaafectoqueentregarles.Yenloconcernientealniño—bueno,graciasaDios,sumadrelohabíacuidado;eradesumadre,odeBerylodequien lo quisiese—.Apenas lo había sostenido en brazos. Se sentía absolutamenteindiferenteaunqueestuvieseallítendido…Lindalemiró.

El niño se había dadomediavuelta.Estabade cara a ella y yanodormía.Susojitos infantiles, de un azul oscuro, estaban abiertos; miraba como si estuvieseespiandoasumadre.Ydeprontosurostroformóunoshoyuelosyesbozóunaamplia

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sonrisa,unasonrisadesdentada,unperfectolucero,nimásnimenos.«Aquí estoy», parecía querer decir aquella feliz sonrisa. «¿Por qué no me

quieres?»En aquella sonrisa había algo tan sorprendente, tan inesperado, que Linda no

pudopormenosdesonreír.Perosereprimióydijofríamentealniño:—Nomegustanlosniños.«¿Quenotegustanlosniños?»Elniñitonopodíacreerla.«¿Yyo,notegusto?»

Yagitónerviosamentelosbracitosendirecciónasumadre.Lindaabandonólahamacaysedejócaerenelcésped.—¿Porquécontinúassonriendo?—preguntóseveramente—.Sisupiesesenqué

estabapensandodejaríasdesonreír.Peroelniñoselimitóaachicarlosojos,tímidamente,girandolacabecitasobrela

almohada.Nocreíaniunapalabradeloqueelladecía.«¡Novengassiempreconlamismacanción!»,decíasusonrisa.Linda estaba tan sorprendida de la confianza de aquel pequeño… Ah, no, sé

sincera.Noeraaquello loquesentía;eraalgomuydistinto,algo totalmentenuevo,tan…Lesubíanlágrimasalosojos;ydirigióundiminutosusurroalbebé:

—¡Hola,bonito!Peroelniñoyasehabíaolvidadodesumadre.Volvíaaestarserio.Algorosado,

blando, seagitabadelantedeél.Fueacogerloe inmediatamentedesapareció.Perocuandoserecostó,otracosa,idénticaalaprimera,entróensucampodevisión.Estavezestabadecididoaagarrarla.Hizounesfuerzotremendoysediolavuelta.

VII

La marea había bajado; la playa estaba desierta; el mar aún tibio batíaperezosamente. El sol caía implacable, ardiente e impetuoso sobre la fina arena,caldeandolosguijarrosveteadosdegrisesyazulesynegrosyblancos.Evaporólasgotitasdeaguadepositadasenelcuencodelasconchas;yamarilleólassonrosadascuscutasqueserpenteabanporlosmontículosarenosos.

Nadaparecíamoverseexcepto laspequeñaspulgasdemar. ¡Pit,pit,pit!Nuncaestabanquietas.

Másallá,sobrelasrocascubiertasdealgasque,durantelamareabaja,semejabananimalesvelludosquehubiesenbajadoasaciarsusedalaorilla,elsolparecíarelucircomo un doblón de plata oculto en cada agujerito de la roca. Bailaban y seestremecían,yolasinsignificantesbañabanlasporosasorillas.Mirandohaciaabajo,inclinándosesobreellas,cadacharcaeracomounlagoconcasitasrosadasyazuladasapretujándoseenlosbordes;y¡ah,aquellavastaextensiónmontañosaqueseextendíatrasaquelloshabitáculos!—lasgargantas,losdesfiladeros,lospeligrososbarrancosylos temibles senderos que llevaban hasta el borde del agua—. Debajo mecíase el

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bosquemarino—árboles como delgados hilillos rosas, aterciopeladas anémonas, yalgas moteadas con granitos anaranjados—. Ahora una piedra del fondo cobrómovimiento,seladeó,yatisbóseunnegrotentáculo;luegounacriaturafiliformepasónadando y se perdió de vista. Algo sucedía en los árboles rosados, ondulantes;estabancambiandodecolorycobrabanunazulfríocomoelresplandordelaluna.Yahoraseoyóundébilísimo«plop».¿Quiénhabíahechoaquel ruido?¿Quésucedíaallí abajo?Conqué fuerza,yquéhumedad, llegabaelolorde lasalgas tendidasalsol…

Enlosbungalowsdelacoloniaveraniegahabíancerradolaspersianasverdes.Enlasterrazas,tendidossobreelcésped,colgadosdelascercas,veíansetrajesdebañodeaspectoexhaustoytoallasdegrandeslistas.Todaslasventanastraserasparecíantenerenelalféizarunpardezapatillasplayerasyalgunostrocitosderoca,ouncubo,ounacoleccióndeconchasdepawa.Lamalezaseestremecíabajoelcalordelsol;elcamino arenoso estaba desolado y solo Snooker, el perro de los Trout, estabatumbadoenmedio.Susojillosazulesmirabanhaciaarriba,teníalaspiernasestiradas,rígidas,ydevezencuandodejabaescaparunsoplidodesesperado,comosiquisiesedecirquehabíadecididoponerfinaaquellaperravidaysóloestabaesperandoquepasasealgúncarro.

—¿Quémiras,abuelita?¿Porquéteparasytequedascontemplandolapared?Keziaysuabuelahacíanlasiestajuntas.Lapequeña,sóloconsuspantaloncitosy

las enaguas, con los brazos y piernas desnudos, estaba tumbada en uno de losabultadosalmohadonesdelacamadelaabuela,ylamujer,vestidaconunaviejabatablanca,estabasentada juntoa laventana,enunamecedora,conungranpedazodemediadecolorrosasobreelhalda.

La habitación que compartían, como todas las estancias del bungalow, tenía lamaderabarnizadadecolorclaroyelsuelodesnudo.Losmuebleseransencillísimosydesvencijados. El tocador, por ejemplo, consistía en un cajón cubierto por unacombinación de muselina rameada, y el espejo que había sobre él era de lo másextraño; parecía que dentro de él se hallase prisionero un zigzagueante relámpagoenano. Sobre la mesa había un bote con florecillas rosadas de las dunas, tanapretujadas quemás parecían un acerico de terciopelo, y una concha especial queKeziahabíaregaladoasuabuelaparaquesirvieseparaguardarlashorquillas,yotraaúnmásespecialquehabíacreídoqueserviríaapedirdebocaparaqueel reloj seacurrucaseadormirdentro.

—Contéstame—dijoKezia.La anciana suspiró, dio a la lana un par de vueltas alrededor del pulgar, y las

ensartóconlaagujadehueso.Estabaañadiendopuntos.—EstabapensandoentutíoWilliam,guapa—dijoapaciblemente.—¿EntíoWilliam,eldeAustralia?—preguntóKezia,puesteníaotro.—Sí,claro.—¿Elquenuncalleguéaconocer?

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—Elmismo.—Bien, ¿y qué le ocurrió? —preguntó Kezia aunque lo sabía perfectamente.

Queríaqueselovolviesenacontar.—Fuea lasminas,cogióuna insolaciónysemurió—replicó laancianaseñora

Fairfield.Keziaparpadeóyvolvióareflexionarsobrelaescena…Unhombrecillocayendo

comounsoldaditodeplomoalladodeungranagujeronegro.—Abuela, ¿te sientes tristecuandopiensasenél?—No legustabanadaque su

abuelaestuviesetriste.Ahora le tocó reflexionar a la abuela. ¿La entristecía? ¿La entristecía recordar,

mirar hacia atrás? Contemplar los años vividos, como le había visto hacer Kezia.Continuarviéndolescomohacenlasmujeres,muchosañosdespuésdequehubiesendesaparecido.¿Laentristecía?No,lavidaeraasí.

—No,Kezia.—¿Porqué?—preguntólaniña.Levantósubracitodesnudoyempezóadibujar

cosasenelaire—.¿PorquétuvoquemorirsetíoWilliam?Noeraviejo.LaseñoraFairfieldempezóacontarlospuntosdetresentres.—Murió,esoestodo—dijoconvozabsorta.—¿Ytodoelmundotienequemorir?—interrogóKezia.—¡Todos!—¿Yotambién?—Keziaparecíaterriblementeincrédula.—Tambiénllegaráeldía,hijita.—Pero, abuela…—dijo la niña levantando la pierna izquierda ymoviendo los

deditosdelospies.Losteníallenosdearena—.¿Yquesucederíasinomemuriese?Laancianavolvióasuspirarprofundamenteyestiróunbuentrozodelamadeja.—Nadienospreguntasinosgustaono,Kezia—dijocontristeza—.Máspronto

omástardeatodosnostienequellegarlahora.Keziapermanecióquietaconsiderandosuspalabras.Noqueríamorir.Esohubiese

significadodejaraquelsitio,dejartodoslossitios,yparasiempre,dejar…,dejarasuabuela.Rápidamentesediomediavuelta.

—Abuela—dijoconvocecitasobresaltada.—¿Quéhay,cariño?—Túnotemorirás.—Acababadedecirlo.—Ay, Kezia —dijo la anciana levantando la mirada y sonriendo mientras

meneabalacabeza—,nohablemosmásdeeso.—Perosinotevasamorir.Nopodríasdejarme.Nopuedeserquenoestésaquí.

—Todoaquelloresultabamuydoloroso—.Prométemequenuncatemorirás,abuela—suplicóKezia.

Laancianaprosiguiósucalceta.—¡Prométemelo!¡Diquenuncatemorirás!Perosuabuelitacontinuócallada.

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Keziadiootravueltaysaltódelacama;nopodíasoportarlomás,demodoquesesubió dulcemente a las rodillas de la abuela, se agarró al cuello de la anciana yempezóabesarla,enlabarbilla,traslasorejas,soplándoleporelcuello.

—Diquenunca…,nunca…,jamás…—susurróentre losbesos.Yluegosuave,imperceptiblemente,empezóahacercosquillasasuabuela.

—¡Kezia! —exclamó la anciana soltando la media. Echóse hacia atrás en lamecedorayempezóahacercosquillasalaniña.

—Diquenunca,nunca,nunca…—borboteóKeziamientrasambasseechabanareír,unaenbrazosdelaotra.

—¡Vamos,bastaya,ardillita!¡Basta,basta,caballito!—repitiólaancianaseñoraFairfield,colocándosebienlacofia—.Venga,recogelamedia.

Ladoshabíanolvidadoel«nunca»desuconversación.

VIII

ElsoltodavíadabadellenoeneljardíncuandolapuertatraseradelosBurnellsecerródeunportazo,yunasiluetamuyalegrebajóporelsenderohacialacancela.EraAlice,ladoncella,vestidadepaseoparasutardelibre.Llevabaunvestidoblancodealgodón con topos rojos tan grandes y numerosos que daban escalofríos. Calzabazapatosblancosysetocabaconunsombrerodepajaconelalavueltahaciaarribayun ramillete de amapolas bajo el ribete. Naturalmente llevaba guantes, guantesblancos, manchados de herrumbre en los botones, y en una mano empuñaba unasombrillatremendamentellamativaalaquellamabasu«peresol».

Beryl, sentada a la ventana, abanicándose el cabello recién lavado, pensó quejamás había visto un espantajo igual. Si Alice se hubiese embadurnado la cara denegro con un corcho ahumado antes de salir de casa, la imagen hubiese sidocompleta.¿Yadóndedemoniosibaunamuchachacomoaquellaenaquelpueblecito?El abanico de las islas Fiji, en forma de corazón, sacudió despreciativamente suhermosa cabellera. Supuso que Alice se debía haber agenciado algún granujaterriblementebastoyquedebían ir juntosaalgúnbosquecillo.Erauna lástimaquedieseaquelespectáculo:lesibaacostarocultarseconelatuendoquellevabaAlice.

Pero no, Beryl era muy desconsiderada. Alice iba a tomar el té con la señoraStubbs,quelehabíamandadouna«visitación»conelmandadero.LaseñoraStubbslehabíacaídobiendesdeelprimerdía,desdelaprimeravezqueentróenlatiendaparapediralgoparalosmosquitos.

—¡VálgameDios!—habíaexclamadolaseñoraStubbspegándoseunapalmadaen el costado—. Jamás había visto a nadie con tantas picadas. Parece que la hayaatacadounabandadecaníbales.

AunqueaAlice lehubieragustadoencontrarunpocodeanimaciónen lacalle.Noteniendoanadieasusespaldassentíaunasensaciónextraña.Comosituvieseun

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escalofrío por toda la columna vertebral. No podía creer que no hubiese alguienespiándola. Y, sin embargo, era una tontería volverse; te delataba. Se puso losguantes,tarareóalgoenvozbajay,dirigiéndosealdistanteárboldegoma,añadió:

—Yanofaltamucho—peroaquellonoleservíadedemasiadacompañía.La tienda de la señora Stubbs estaba encaramada a un cerro, a un paso del

camino.Teníadosgrandesventanalesquelehacíandeojos,ungranporchequeeraelsombrero,yeneltejadoelsignodelatienda,enelqueseleíaMRSSTUBBS’S,queveníaasercomounatarjetadevisita,airosamenteplantadaenlacopadelsombrero.

Enelporchehabíaunacuerdadelaquecolgabaunaseriedetrajesdebaño,tanapretujadosquemásparecíanacabardeserrescatadosdeunnaufragioquenoestaresperandoparaentrarenelagua,yasuladocolgabaunmanojodesandaliasplayerastanincreíblementerevueltasqueparaconseguirunparhabíaquedescartaryarrancarpor lomenos cincuenta.E incluso así hubiese sido inaudito lograr el pie izquierdoque hiciese juego con el derecho. Y no eran pocos quienes, habiendo perdido lapaciencia, habían salido con una sandalia que les iba bien y otra un poquitodemasiadogrande…LaseñoraStubbsseenorgullecíadetenerunpocodetodo.Lasdosventanasexhibíantantosartículosapiladosenformadeprecariaspirámides,tanapretujadosymostrandounequilibriotaninestable,queerapuromilagroquenoseviniesenabajo.Enel ángulo izquierdodeunaventana,pegadoal cristalporcuatrorombos engomados, había —y allí había estado desde tiempo inmemorial— unanuncio:

¡PERDIDO!ESPRENDIDOBROCHEDEORO

ENOCERCALAPLAYASEOFRECERECOMPENSA

Alice empujó la puerta. Sonó la campanilla, se abrieron las cortinas rojas deestameña,yapareciólaseñoraStubbs.Consuanchurosasonrisayelenormecuchillodecortarel jamónenunamano,parecíaun inofensivosacamantecas.Alice recibióunabienvenida tan afectuosaque le costóbastante conservar la compostura de sus«modales».Estosconsistíanenunaseriedeininterrumpidastosecillasycarraspeos,tironcitosalosguantes,pellizcosalafalda,yunacuriosadificultadenverloqueleponíandelanteoprestaratenciónaloqueledecían.

Eltéestabaservidoenlamesitadelatrastienda:jamón,sardinas,unalibraenterademantequillayunatortadeharinatangrandequeparecíasalidadeunanunciodealgunamarcadelevadura.PerolaestufaPrimusmetíatalruidoqueerainútilintentarhablarmás fuerte.Alice se sentó al borde de una silla de aneamientras la señoraStubbscargabaaúnmáslaestufa.InesperadamentelaseñoraStubbsretiróelcojíndeunasillaponiendoaldescubiertoungranpaqueteenvueltoenpapeldecolorcastaño.

Meacabodehaceralgunasfotografías,querida—legritóalegrementeaAlice—.

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Averquéteparecen.Deunmodoabsolutamenterefinadoymelindroso,Alicesehumedecióundedoy

levantóelfinopapelquecubríalaprimera.¡Caramba!¡Cuántashabía!Porlomenoshabíatresdocenas.Ylevantólafotohacialaluz.

LaseñoraStubbsaparecíasentadaenunsillón,muyladeadahaciauncostado.Ensu rostro alargado divisábase una mirada de relativa sorpresa, lo cual no era deextrañar.Puesaunqueelsillónestabacolocadosobreunaalfombra,alaizquierdadeésta,bordeandomilagrosamentesuorilla,habíaunaimponentecascada.

Aladerechaveíaseunacolumnagriegaflanqueadaporgigantescoshelechosy,alfondo,erguíaseunaimpresionantemontañacoronadadenieve.

—Esunbonitoestilo,¿nocrees?—gritólaseñoraStubbs.Y Alice apenas tuvo tiempo de chillar: «¡Divina!», cuando el estruendo de la

estufa Primus cesó en seco, produjo algunos siseos, calló por completo, y lamuchachadijo:

—Muyhermoso—enmediodeunsilencioqueresultabaaterrador.—Acercalasilla,querida—dijolaseñoraStubbs,empezandoaservirelté—.Sí

—prosiguióentregándolelataza—,peroeltamañonomeacabadeconvencer,voyapedir que me hagan ampliaciones. Estas están muy bien como felicitacionesnavideñas,peroyonuncahesidoaficionadaalas«fotografías»pequeñas.Noacabodeverleslagracia.Laverdadesquelasencuentrodescorazonadoras.

Alicecomprendióbastantebienaquéserefería.—Amíquemelasdengrandes—dijolaseñoraStubbs—.Megustanlascosas

grandes.Mipobremarido,enpazdescanse, siempreme lodecía.Nosoportaba lascosaspequeñas.Ledabanescalofríos.Yporextrañoqueparezca,querida—yaquílaseñoraStubbs se recostóbienen su sillayparecióensancharseanteel recuerdo—,¿sabescuálfuelaenfermedadqueselollevóalatumba?Lahidropesía.Tuvoqueirmuchas veces al hospital y le sacaban más de cuartillo y medio… Era como uncastigo.

Alice hubiese dado cualquier cosa por saber qué era exactamente lo que lesacaban.

—Seríaagua—aventuró.PerolaseñoraStubbsleclavólamiradayreplicóenfáticamente:—Eralíquido,guapa.¡Líquido!Alice dio un brinco gatuno al oír aquella palabra y luego la sopesó,

olisqueándolaprecavidamente.—¡Ahí le tienes! —dijo la señora Stubbs señalando dramáticamente una

ampliacióndetamañonaturaldeunacabezayunoshombrosdeunhombrefornido,conunarosablancamarchitaenelojaldelasolapaquerecordabauncaracolillodemantecadecordero.Y,debajo,en letrasplateadas,sobreuncartónrojo, leíanse laspalabras:«Notengasmiedo,soyyo».

—Tieneunrostrotanapuesto—dijoAliceconunsuspiro.

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La cintita azul pálido que daba remate al cabello rubio y rizoso de la señoraStubbsseestremeció.Ydoblósureciocuello. ¡Menudocuello tenía!Empezabadeunrosabrillanteyluegoibacambiandohaciaunatonalidaddemaduroalbaricoque,queluegosetornabadelcolordeunhuevomorenoymásalládeuncremaespeso.

—Apesardetodo,querida—dijoinesperadamente—,¡lomejoreslalibertad!—Ysoltóunarisitadulce,gruesa,queparecíaunronroneo—.¡Lomejoreslalibertad!—replicó.

¡Libertad!Alicedejóescaparunacarcajadaaguda,corta,tonta.Sesentíarara.Supensamientovolóasuslaboresenlacocina.¡Quéextraño!,lehubieragustadoestaryadevuelta.

IX

Después del té el lavadero de los Burnell recibió a una extraña asamblea.Alrededordelamesatomabanasientountoro,ungallo,unasnoqueconstantementeolvidabaque loera,unaovejayunaabeja.El lavaderoerael lugar idóneopara laasamblea porque podían hacer todo el ruido que quisiesen sin que nadie lesinterrumpiese.Estabaformadoporunpequeñocobertizodeplanchasmetálicasalgoalejado del bungalow. Junto a la pared había una honda artesa y en un rincón unacalderaconunacanastilladepinzaspara laropaencima.Elventanuco,casi tapadoporlastelarañas, teníauncabodevelayunaratonerasobreelalféizarpolvoriento.Variascuerdasparatenderlaropaentrecruzábansearribay,colgadadeunaclavijaenuna de las paredes, había una enorme, grandísima, y oxidada herradura. La mesaestabaenmedioyteníaunabanquetaacadalado.

—Nopuedesserunaabeja,Kezia.Unaabejanoesunanimal,esun«ninsecto».—Oh,perosiloquemásmegustaesserabeja—selamentóKezia…Unaabejita

pequeña,consuterciopeloamarilloypatitaslistadas.Sesentósobrelostalonesyseinclinóhacialamesa.Leparecíaqueyaeraunaabeja.

—Un«ninsecto»debeserunanimal—dijoconterquedad—.Haceruido,noescomounpez.

—¡Yo soy un toro, un toro!—exclamó Pip. Y soltó un tremendomugido, tanespeluznante (¿cómo se lo hacía para producir aquel ruido?) que Lottie le miróalarmada.

Yofiguraquesoyunaoveja—dijoelpequeñoRags—.Estamañanahanpasadounmontóndeovejas.

—¿Cómolosabes?—Papá las ha oído pasar. ¡Beeee!—Parecía un corderito que corriese tras el

rebaño,comosiesperaseaquelollevasen.—¡Quiquiriquííí!—cantóIsabel.Suspómulossonrosadosysusojitosbrillantes

lahacíanigualitaqueungallo.

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—¿Yyoquépuedoser?—preguntóLottieatodoelmundo,mientraspermanecíaallísentada,sonriendo,esperandoquelosotrosdecidiesenporella.Teníaqueserunanimalfácil.

—Puedes ser un asno, Lottie—sugirió Kezia—. ¡Hii-haa, hii-haa! De esto teacordarás.

—¡Hii-haa, hii-haa! —repitió Lottie solemnemente—. ¿Cuándo tengo quedecirlo?

—Yoloexplico,yoloexplico—dijoeltoro,queeraquienteníalascartas.Lasmostró por encima de su cabeza—. ¡Todo el mundo a callar! ¡Escuchadme!—Yesperóaquelohiciesen—.Fíjatebien,Lottie.—Diovueltaaunacarta—.Estatienedospuntos,¿loves?Bueno,siponesestacartaenmedioyhayotroquetambiéntieneunacondospuntos,túdices«hii-haa»,ylacartaestuya.

—¿Mía?—Lottieabrióunosojosenormes—.¿Parasiempre?—Noseastonta.Mientrasdureeljuego,¿entiendes?Sólomientrasjuguemos.—

Eltoroestabamuyenfadadoconella.—Oh,Lottie,deverdadqueeresunpocotonta—dijoelorgullosogallo.Lottielesmiró.Luegobajólacabezayellabioletemblóunpoquito.—Noquierojugar—murmuró.Los otros se miraron como conspiradores. Todos sabían lo que aquello

representaba.Se iría y luego la descubrirían en cualquier parte tapándose la cabeza con el

delantalito,enunaesquina,ocontraunapared,oinclusodetrásdeunasilla.—Sí,síquieresjugar,Lottie.Esmuyfácil—tercióKezia.EIsabel,arrepentida,dijoconentonacióndepersonamayor:—Fíjateenmí,Lottie,yasíaprenderásenseguida.—Vamos, ánimos, Lot—dijo Pip—. Mira, ya sé lo que haré. Te daré a ti la

primera.Laverdadesquemetocaamí,peroteladoy.Toma—ygolpeófuerteconlacartacolocándolaanteLottie.

Anteaquello,Lottisereanimó.Peroahoraseencontróconotroproblema.—Notengopañuelo—dijo—.Ylonecesitocorriendo.—Toma,Lottie,tomaelmío—dijoRags,metiendolamanoenelbolsillodesu

blusa marinera y sacando un pañuelo muy mojado con algunos nudos—. Ve conmucho cuidado—le advirtió—. Utiliza sólo esa punta. Y no deshagas los nudos.Dentrotengounaestrellitademaryquieroprobardedomesticarla.

—Oh,empecemosdeunavez,niñas—exclamóeltoro—.Ynohagáistrampas,nosepuedenmirarlascartas.Ponedlasmanosdebajodelamesahastaqueyodiga«Vale».

Fue repartiendo las cartas alrededor de lamesa. Pusieron todas sus fuerzas enintentar ver algo, pero Pip era demasiado rápido para ellos. Era fantástico, allísentadosenellavadero;tuvieronquehacerunesfuerzopornoestallarenunpequeñocorodeanimalesantesdequePiphubieseterminadoderepartir.

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—Vamos,Lottie,ahoraempiezastú.Lottiealargó tímidamenteunamano, tomó lacartadeencimade sumontón, la

examinóunbuenrato—eraevidentequeestabacontandolospuntos—ylavolvióadejar.

—No.Lottie,nopuedeshaceresto.Nosevalemirarprimero.Tienesquegirarlaalrevés,bocaarriba.

—Peroentoncestodoelmundolaveráigualqueyo—dijoella.El juego prosiguió. ¡Muuuuuuu! El toro era atronador. Cargó contra lamesa y

pareciótragarselascartas.¡Bisssssss!,decíalaabeja.¡Quiquiriquííí!,cantóIsabelcontalexcitaciónquesesubiódepieenlabanqueta

ymovióloscodoscomosifuesenalas.¡Beeee!ElpequeñoRagstiróelreydebastosyLottietirólacartaquellamaban

elreydeEspaña.Yacasinolequedabancartas.—¿Ytúporquénocantas,Lottie?—Nomeacuerdoquésoy—dijoelasnoangustiado.—¡Bueno,puescambia!¡Eresunperro!¡Guau,guau!—Oh,sí.Esoesmuchomásfácil—volvióasonreírLottie.PerocuandoKeziay

ella sacaron un uno,Kezia esperó ex profeso.Los otros hicieron signos aLottie yseñalaron.Lottieseruborizó;parecíadesconcertada,peroporfindijo:

—¡Hii-haa!,Kezia.—¡Chist! ¡Callad! —estaban en pleno juego cuando el toro les interrumpió,

levantandolamano—.¿Quéeseso?¿Quéeseseruido?—¿Quéruido?¿Quéquieresdecir?—preguntóelgallo.—¡Chist!¡Quietos!¡Escuchad!—Quedaronmásquietosqueunratón—.Meha

parecidooírcomosillamaranalapuerta—dijoeltoro.—¿Alapuerta?—dijodébilmentelaoveja.Peronoobtuvorespuesta.Laabejasintióunescalofrío.—¿Porquéhemoscerrado lapuerta?—inquiriósuavemente.¿Oh,porqué,por

quéteníanquecerrarlapuerta?Eldíahabíaidoagonizandomientrasjugaban;eldeslumbranteocasohabíalucido

conesplendoryyasehabíaapagado.Yahoraunarápidaoscuridadavanzabaporelmar, ocupando las dunas, y el jardín. Daba miedo mirar hacia los rincones dellavaderoy,apesardeeso,unoteníaquemirarcontodassusfuerzas.

Lejos, en algún lugar, la abuela debía estar encendiendo una lámpara. Laspersianas se cerraban y el fuego de la cocina lamía con sus llamas los cazoscolocadossobrelaplancha.

—¿Noospareceríahorroroso—dijoeltoro—siahoracayesedeltechounaarañayfueseapararencimadelamesa?

—Lasarañasnocaendelostechos.

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—Sí,sícaen.Minnosdijoquehabíavistounaarañagrandecomounpatito,ypeludacomounacastaña.

Rápidamente todas las cabecitas se volvieron hacia lo alto; los niños seapretujaronjuntos,resguardándose.

—¿Porquénovendráalguienabuscarnos?—gritóelgallo.¡Ah, los mayores, riéndose confortablemente, sentados a la luz de la lámpara,

tomandoelté!Sehabíanolvidadodeellos.No,laverdadesquenolesdebíanhaberolvidado. Su sonrisa lo indicaba claramente. Simplemente habían decidido dejarlesallísolos.

DeprontoLottiediounchillidotanagudoquetodospegaronunbrincosaltandodelasbanquetasysepusieronagritar.

—¡Unacara,hevistounacaraquenosmiraba!—chillóLottie.Yeracierto,habíaunacara.Asomadaalaventanaseveíaunacaralívida,deojos

negrosynegrabarba.—¡Abuelita!¡Mamá!¡Alguien!Pero todavíanohabían tenido tiempodealcanzarapuerta, tropezando losunos

con los otros, que el tío Jonathan apareció en el umbral.Había ido a buscar a losniños.

X

Hubiese deseado llegar antes, pero en la parte delantera del jardín se habíaencontradoconLindaquepaseabaporelcésped,deteniéndoseaarrancarunclavelmarchito,aapoyarotromuycargadoenunpalito,oparaaspirarelaromadealgunaflor y proseguir luego su paseo, con aquel aire ausente. Sobre el vestido blancollevaba un chal amarillo, ribeteado de rosa, comprado en el almacén del hombrechino.

—¡Hola,Jonathan!—lesaludó.YJonathansequitósuajadopanamá,selollevóalpecho,hincóunarodillaenelsueloybesólamanodeLinda.

—¡Saludos,ohbeldad! ¡Saludos,celestial azahar!—recitóamablemente suvozprofunda—.¿Dóndesehallanlasotrasnoblesdamas?

—Berylhavenidoajugaralbridgeymamáestábañandoalniño…¿Hasvenidoapediralgoprestado?

Los Trout siempre se quedaban sin algo y acudían a los Burnell en el últimomomentoapedirloprestado.

PeroJonathanselimitóaresponder:—Sí,unpocodeamor,unpocodeamabilidad—ysepusoapasearalladodesu

cuñada.LindasetumbóenlahamacadeBeryl,bajolamanuka,yJonathansetendióasu

lado, en el césped, arrancó una hierbecita y empezó amordisquearla. Se conocían

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muy bien. Desde los otros jardines llegaban voces infantiles. La carretilla de unpescador pasó por el camino arenoso, y a lo lejos oyeron el ladrido de un perro;llegabaapagado,comosielperrotuvieselacabezametidaenunsaco.Escuchandoatentamentesepodíapercibirelrumorapagadodelmarlamiendolosguijarrosconlamareaalta.Elsolempezabaaocultarse.

—Demodoqueellunestienesquevolveralaoficina,¿eh,Jonathan?—comentóLinda.

El lunesvuelvenaabrirse laspuertasdemiprisión,quepermaneceráncerradasduranteoncemesesyunasemana—respondióJonathan.

Lindasebalanceósuavemente.—Debeserterrible—dijolentamente.—¿Quieres queme ponga a reír, oh dulce hermana? ¿O prefieres que derrame

amargaslágrimas?LindaestabatanacostumbradaalmododehablardeJonathanquenoleprestóla

menoratención.—Supongo—dijo un tanto vagamente— que debes acabar por acostumbrarte.

Somoscapacesdeacostumbrarnosacualquiercosa.—¿Túcrees? ¡No sé!—Su«no sé» fue tanprofundoqueparecióbrotar de las

entrañasdelatierra—.Mepreguntoquéesloquehayquehacerparaacostumbrarse—prosiguióJonathan—.Yonuncaloheconseguido.

Contemplándole tendido sobre el césped, Linda volvió a pensar que era unhombremuyatractivo.Costabapensarquenofuesemásqueunsimpleoficinista,yque Stanley ganase el doble que él. ¿Qué le ocurría a Jonathan? Carecía deambiciones;oesosuponíaella.Aunquedabalaimpresióndeserunhombredotado,excepcional.Legustabaconlocuralamúsica;ycadapeniquequeconseguíaahorrarselogastabaenlibros.Siempreestaballenodeideasnuevas,deproyectos,deplanes.Peronuncarealizabanada.Ardíaenélunfuegonuevo;casisepodíaoírsucrepitarsuave mientras explicaba, describía o exponía algo nuevo; pero al cabo de unmomento el fuego se había consumido y sólo quedaban cenizas, y Jonathan sepaseabaconunamiradaanhelanteensusojosnegros.Entalesocasionesexagerabaaquelmodoabsurdodehablar,yenlaiglesia—dedondeeraeldirectordelcoro—cantaba con intensidad Gramática, tan sobrecogedora que el himnomás deslucidocobrabaunesplendorprofano.

Amícontinúapareciéndomeigualmenteimbécileinfernaltenerquevolveralaoficinaellunes—explicó—.Siempremelohaparecidoynocreoquejamásllegueacambiardeopinión.¡Echaraperderlosmejoresañosdenuestravidasentadosenuntaburete desde las nueve hasta las cinco haciendo cuentas en los libros de caja decualquierempresa!Mepareceunmodosorprendentedepasarla…,lavida,laúnicaque tenemos, ¿no crees? ¿O te parece que estoy soñando?—Se diomedia vueltasobrelahierbaysequedómirandoaLinda—:Dime,¿quédiferenciashayentremividayladeunpreso?Laúnicadiferenciaquesoycapazdeveresqueyomemeto

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voluntariamente tras los barrotes y que nadieme va a soltar. Lo cual hace que lasituaciónseaaúnmásintolerablequeladelpreso.Porquesimehubiesenllevadoalafuerza, sime hubiesen obligado, en contra demi voluntad, pataleando incluso, encuantosehubiesecerradolapuerta,oalmenosalcabodecincooseisaños,talvezacabaraporaceptar lasituaciónyempezasea interesarmepor los revoloteosde lasmoscasoacontarlospasosdelcarceleroprestandoespecialatenciónasuscambiosderitmoycosasporelestilo.Peroenmisituaciónactual,soyunaespeciedeinsectoque se ha metido en una habitación por su propia iniciativa. Me pego contra lasparedes,contralasventanas,medoycontraeltecho,hagotodolohechoyporhaceren esta tierra bendita menos, naturalmente, volver a volar afuera. Y mientras voypensando,comopiensalafalena,olamariposa,oloquesea:«¡Quécortaeslavida!¡Quécorta!»Sólovivounanoche,oundía,yahíestáeseenormeypeligrosojardín,esperándome,todoélsinexplorar,pordescubrir.

—Pero,sitútesientesasí,¿porqué…?—empezóadecirLindarápidamente.—¡Ah!—exclamóJonathan.Yfueun«¡ah!»casiexultante—.Ahorametienes

atrapado. ¿Por qué? Evidentemente ¿por qué? Esta es la pregunta misteriosa yenloquecedora.¿Porquénovuelvoaescaparvolando?Debeexistirunaventana,ounapuerta,oalgúnboqueteporelqueentré.Noestoy irremisiblementeencerrado,¿no?¿Cómoesposiblequenolaencuentreyescape?Ah,hermanita,respóndemesipuedes —concluyó, aunque sin darle tiempo a contesta—. Vuelvo a sentirmeexactamente como el insecto del que hablaba. Por la razón que sea —Jonathanefectuóunapausaentresuspalabras—estáprohibido,noestápermitido,vacontralaley de los insectos el dejar de golpearse y revolotear y trepar un instante por losvidrios. ¿Por qué no abandono la oficina? ¿Por qué no me paro a reflexionarseriamente,ahoramismoporejemplo,enquéesloquemeimpideabandonarla?Noes queme sienta extraordinariamente atado.Tengodos niños a quienes atender, escierto,pero,afindecuentas,sonniños.Podríaembarcarme,obuscaruntrabajoenotrolugardelpaís,o…—deprontosonrióaLinday,cambiandoeltonodevoz,dijo,comosilecomunicaseunsecreto—:Debilidad…,debilidad.Nomeatrevo.Notengodóndeasirme.Digamosquenotengounprincipioquemeguíe.—Peroenseguidalaprofundavozaterciopeladasepusoarecitar:

¿Queréisoírlahistoriayloquesucedió…?

Yamboscallaron.El sol se había ocultado. A poniente se divisaban grandes masas de nubes

achatadasteñidasderosa.Ampliosrayosdeluzrefulgíanentrelasnubesyaúnmásallá,comosiquisiesentendersumantoportodoelcielo.Arribaelazulempezabaapalidecer; convirtióse en un pálido dorado, y lamaleza que se recortaba contra él

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centelleó oscura y reluciente como un metal. A veces esos mismos rayos de luzcruzandoelcielotienenunaspectohorrible.LerecuerdanaunoqueJehová,elDiosceloso,elTodopoderoso,estásentadoenloalto.Yquejamásnospierdedevista,quenos contempla, sin descanso. Nos recuerda que cuando vuelva, toda la tierra seestremecerá convirtiéndose en un enorme cementerio; y ángeles deslumbrantes yfrígidos nos llevarán hacia acá o hacia allá, y no habrá tiempo de explicar lo quehubiesesidotansencillodeexplicar…PeroahoraaLindaleparecíaquehabíaalgoinfinitamentealegreyenternecedorenaquellosdestellosplateados.Elsondelmarsehabía apagado. Su aliento era suave, delicado, como si quisiera recabar aquellabellezatierna,gozosa,parasupropioseno.

—Todoestáequivocado,todo,todo—repitiólavozumbrosadeJonathan—.Noes el escenario apropiado, el decorado para… tres taburetes, tres escritorios, trestinterosyunapersianametálica.

LindasabíaqueJonathannocambiaríajamás,perodijo:—¿Creesqueyaesdemasiadotarde?—Soyviejo…,decrépito—entonóél.Einclinándosehaciaellasepasólamano

porelpelo—.¡Fíjate!—añadióseñalandosucabellonegro,queempezabaamostrarhebrasplateadas,comolasplumaspectoralesdeunanegragallina.

Lindasesintiósorprendida.NohabíaadvertidoqueJonathantuviesecanas.Y,sinembargo,mientrasélseincorporaba,suspirabaysedesperezaba,levio,porprimeravez,nocomounhombredecidido,apuesto,descuidado,sinocomoalguienmarcadoyaporlosaños.Depiesobreeloscurocéspedparecíamuyalto,yunacomparacióncruzóporlamentedeLinda:«Escomounahierba».

Jonathanvolvióaejecutarunareverenciaylebesólosdedos.—Quepremienloscielostudulcepaciencia,miseñora—murmuró—.Deboiren

buscadelosherederosdemifamayfortuna…Ydesapareció.

XI

Seveíaluzenlasventanasdelbungalow.Dosrectángulosdoradosseproyectabansobre los clavelesy laspicudas caléndulas.Florrie, la gata, salió al porchey tomóasiento en el escalón más alto, con las blancas patas delanteras juntas y la colaenroscada. Parecía contenta, como si hubiese estado esperando aquel momentodurantetodoeldía.

«GraciasaDiosqueoscurece»,dijoFlorrie.«GraciasaDiosquehaconcluidoelinterminabledía».Ylasmirillasdesusverdesojosseabrieron.

EneseinstanteresonóeltraqueteodelcochedepuntoyeltrallazodellátigodeKelly. Estaba lo bastante cerca como para que se pudiesen oír las voces de loshombresdelaciudad,hablandoenvozalta.Elcochesedetuvofrentealacancelade

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losBurnell.StanleyrecorriómásdemediosenderoantesdeveraLinda.—¿Erestú,querida?—Sí,Stanley.El dio un salto evitando el arriate de flores y la tomó en sus brazos. Linda se

sintióenvueltaporaquelabrazofuerte,familiar,enérgico.—Perdóname,querida,perdóname—tartamudeóStanley,yletomólacaraporla

barbillalevantandosurostrohaciaeldeél.—¿Queteperdone?—sonrióLinda—.¿Quétetengoqueperdonar?—¡Diosmío!Nopuedeshaberloolvidado—exclamóStanleyBurnell—.Nohe

podido pensar en otra cosa durante todo el día. Lo he pasado malísimamente. Yahabía decidido salir y mandarte un telegrama, pero luego he pensado queseguramentellegaríayoantesqueeltelegrama.Hasidounverdaderocalvario,Linda.

—Pero,Stanley—intercedióLinda—,¿quéesloquedeboperdonarte?¡Linda!—Stanley se sentía herido—. ¿No te has dado cuenta? Seguro que te

debes haber dado cuenta… Estamañaname he ido sin decirte adiós No sé cómopuedo haberlo hecho. Me he dejado llevar por los nervios naturalmente. Pero…,bueno,—suspiróylavolvióaabrazar—,sisupiesescómohepadecidodurantetodoeldía.

—¿Qué tienes en la mano? —preguntó Linda—. ¿Guantes nuevos? Déjameverlos.

—Oh, no son más que unos guantes de gamucilla —explicó Stanleyhumildemente—.EstamañanaenelcochehevistoqueBellllevabaunosyalpasarporlatiendaheentradounmomentoymehecompradounpar.¿Porquésonríes?Nocreerásquehehechomal,¿verdad?

—Todolocontrario,querido—replicóLinda—.Creoquehashechomuybien.Tomó uno de los guantes, grandes y claros, y se lo probó en los dedos,

contemplándose lamanoyhaciéndolagiraraun ladoyaotro.Todavíacontinuabasonriendo.

AStanleylehubieragustadodecir:«Mientrasloscomprabaheestadopensandoentitodoelrato».Yeracierto,pero,poralgunarazón,nopudodecirlo.

—Entremos—murmuró.

XII

¿Porquénos sentimos tandistintospor lanoche?¿Porquées tanemocionantepermanecer despierto mientras todos duermen? ¡Tarde…, es ya muy tarde! Y sinembargo a cada segundo me siento más despierta, como si, lentamente, a cadapequeña inspiración, despertase a un mundo nuevo, magnífico, mucho másapasionante y excitante que el mundo diurno. ¿Y de dónde proviene esta curiosa

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sensacióndeperteneceraalgunaconspiración?Nosmovemosligeros,sigilososporla habitación.Cojo algo del tocador y lo vuelvo a depositar sin elmenor ruido.Ytodo, absolutamente todo, incluso los postes de la cama, me conoce, responde,comparteconmigoelsecreto…

Duranteeldíalahabitaciónnotegustademasiado.Nuncapiensaenella.Entrasysales,lapuertaseabre,secierradeunportazo,elarmariocruje.Tesientasaunladodelacama,tecambiasloszapatos,vuelvesasalir.Tecontemplasfugazmenteenelespejo,teponesdoshorquillasenelpelo,teempolvasunpoquitolanariz,yfueraotravez.Pero ahora…,depronto la habitación seha convertido en algo entrañable.Esunahabitacióndivertida,maravillosa.Y tuya. ¡Ah,quéalegría tenercosaspropias!¡Mías,sólomías!

«¿Míaparasiempre?»«Sí».Suslabiosseencontraron.No, naturalmente, aquello no tenía nada que ver. Aquello eran necedades,

tonterías. Pero, a pesar de todo, Beryl veía con total nitidez a dos personas en elcentrodeladistancia.Susbrazosrodeabanelcuellodeél;yéllaabrazaba.Yahorale susurraba:«¡Querida,encanto,vida!»Saltóde lacama,corrióa laventana,y searrodilló en la silla, apoyando los codos en el alféizar. La noche maravillosa, eljardín, cada mata, cada hoja, incluso los blancos postes de la cerca, incluso lasestrellas,erancomoconspiradoresquehubiesenvenidoareunirseconella.Eratallaclaridaddelalunaquelasfloreslucíanigualquededía;lasombradelascapuchinas,las exquisitashojas como liriosy las floresdeabiertospétalos, seprolongabandelotroladodelaterrazaplateada.Lamanuka,dobladaporlosvientosdelsur,eracomounavedescansandosobreunasolapiernayconunalaextendida.

Pero cuandoBerylmiró hacia lomás denso, le Pareció que su espesura estabatriste.

«Somosárbolesmudos,erguidosenlanoche,implorandonosabemosqué»,decíaaqueltristefollaje.

Es cierto, cuando una está sola y piensa en la vida, siempre siente tristeza. Laexcitaciónytodasesascosastienenunmododeabandonarlaaunasúbitamentequeescomosi,enmediodelsilencio,alguienpronunciasetunombre,yunalooyeseporprimeravez.

—¡Beryl!—Sí,aquíestoy.Soyyo,Beryl.¿Quiénmellama?—¡Beryl!—Dejaquemeacerque.Estandesoladorvivirsola.Estánlosamigos,losparientes,claroestá,montones

deellos;peronoesesoloquequieredecir.DeseaaalguiencapazdedarconlaBerylquenadieconoce,alguienqueesperequeellasiempreseaasí.Quiereunamante.

—Aléjamedetodaestaotragente,amormío.Vayámonoslejos.Vivamosnuestravida,empezandodesdeelprincipio,nosotrossolos,apartirdecero.Encendamosel

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hogar.Sentémonosacomerjuntos.Hablemoslargamenteporlasnoches.Yloquepensabaeracasi:«¡Sálvame,amor!¡Sálvame!»«… ¡Oh, vamos, guapa! ¡No seas remilgada, preciosa!Diviértetemientras eres

joven. Siguemi consejo».Y unas incontenibles risitas se unieron al consejo de laseñoraKember,pronunciadoconunaespeciederelinchoaltivoeindiferente.

¿Lo ves? Es tan tremendamente difícil cuando no se tiene a nadie. Estáscompletamenteamerceddelosacontecimientos.Unanopuedemostrarseáspera.Ysiempre te tienes que enfrentar a ese horror de parecer inexperta y empingorotadacomo las otras muchachas de la bahía. Y…, es fascinante saber que tienes podersobreotragente.Sí,fascinante…

¿Oh,porquétarda«él»tantoenllegar?Sicontinúoviviendoaquí,pensóBeryl,podríasucedermecualquiercosa.«Pero ¿por qué tienes la certeza de que va a venir?», murmuró, burlona, una

vocecitaensuinterior.PeroBeryl ladesechó.Nopodíaquedarseatrás.Quizásotras,peronoella.Era

imposiblepensarqueBerylFairfieldnofueseacasarsejamás,queaquellajovencitaencantadorayfascinantefueseaquedarseparavestirsantos.

«¿RecuerdasaBerylFairfield?»«¡Silarecuerdo!¿Cómoibaaolvidarla?Laconocíunveranoquepasamosenla

bahía. La primera vez que la vi apareció en la playa con un vestidito demuselinaazul…,no,rosa, llevandoenlamanoungransombrerodepajacolorcrema…,no,negro.Perodeesohacemuchísimosaños».

«Puesestáigualquesiempre.Mejorsicabe».Berylsonrió,mordiéndoseellabio,ymiróhaciaeljardín.Mientrasobservabavio

aalguien,aunhombre,quedejabaelcamino,seguíaporelcampojuntoasucancelayparecíadirigirsedirectamentehaciaella.Elcorazónlelatióconfuerza.¿Quiénera?¿Quién podía ser? No podía tratarse de un ladrón, desde luego no era un ladrón,porqueibafumandoycaminabatranquilamente.Berylteníaelcorazóndesbocado;leparecióqueledabaunbrinco,yluegoqueseleparabaenseco.Lehabíareconocido.

—Buenasnoches,señoritaBeryl—dijoquedamentelavoz.—Buenasnoches.—¿Noquiereveniradarseunpaseíto?—sugirió.¿Unpaseíto?¿Aaquellashorasdelanoche?—Nopuedo.Todosestánacostados.Todoelmundoestádurmiendo.—Oh—dijolavozsuavemente,dejandoescaparunabocanadadehumodulzón

—.¿Yquéimportanlosdemás?¡Venga!Haceunanochepreciosa.Noseveunalma.Beryl denegó con la cabeza. Pero ya había algo que se agitaba en ella, y algo

bullíaensucabeza.Lavozprosiguió:—¿Estáasustada?—Yañadióburlona—:¡Pobrecilla!Enabsoluto—respondióella.Y,alhablar,leparecióqueaquelladébilcositaque

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llevaba dentro se desarrollaba, cobrando, inesperadamente, una tremenda fuerza;¡estabaanhelandoirconél!

Yexactamentecomosielotrohubiesecaptadosudeseo,lavozañadió,amable,dulcemente,peroresuelta:

—¡Anda,vamos!Beryl saltó la ventana baja, cruzó el porche, y corrió por el césped hacia la

cancela.Elyalaestabaesperando.—Muy bien—susurró la voz, y añadió un poco burlona—.No tendrásmiedo,

¿verdad?¿Noestarásasustada?Loestaba;lociertoeraqueahoraqueestabaallíestabaaterrorizada,yleparecía

quetodoeradistinto.Lalunaparecíamirarlafijamente,reluciente;ylassombrasleparecíanbarrotesdehierro.Letomaronlamano.

—No,enabsoluto—respondióvivamente—.¿Porquéibaaestarlo?Notóquetirabansuavementedesumano,arrastrándola.Semantuvofirme.—No,nopiensoirmáslejos—dijoBeryl.—Vamos, no digas tonterías.—HarryKember no se la había creído—. ¡Anda,

vamos!¡Sólohastaesasmatasdefucsiassilvestres!¡Ven,sígueme!Las matas de fucsias eran enormes. Caían sobre la cerca como una cascada,

formandodebajounapequeñaglorietadesombras.—No,deveras,noquiero—seresistióBeryl.HarryKemberpermanecióuninstantesinresponder.Luegoseacercómásaella,

lediolacara,sonrióyledijorápidamente:—¡Nodigastonterías!¡Vamos,noseaschiquilla!Beryl nunca había visto una sonrisa como aquélla. ¿Estaría borracho? Aquella

sonrisa resplandeciente, ciega, terrible, la dejó helada de miedo. ¿Que estabahaciendo? ¿Cómo era posible que hubiese llegado hasta allí? Eso le preguntaba eladustojardínmientrasellaabría lacancelayHarryKember,conlaceleridaddeungato,entrabacorriendoylaabrazaba.

—¡Ah,diablillo,diablillo!—murmuróaquellavozodiosa.—PeroBerylerafuerte.Seagachó,forcejeó,liberósedeél.—Esusteddetestable,detestable.—Pero¿entoncesporquédemonioshasvenido?—tartamudeóHarryKember.Peronadielerespondió.Unanubecillaserenapasóocultandolaluna.Enaquellossegundosdeoscuridad

elmarresonóconecomásprofundoyagitado.Luegolanubepasóyelsonidodelmarvolvióaserunarrullodifuso,comosihubiesedespertadodeunoscurosueño.Todoestabaencalma.

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ELGARDENPARTY

Y después de todo hacía un tiempo ideal. Ni hecho a la medida no hubiesenpodidotenerundíamásadecuadoparaelgardenparty.Nohacíaviento,lucíaelsol,ynosedivisabaunasolanubeen todoelcielo.Elazulsóloestabaveladoporunacalinadeluzdorada,comoocurreavecesaprincipiosdeverano.Eljardineroandabaatareadodesdemuytemprano,segandoelcéspedyrastrillándolobien,hastadejarlahierbaylososcurosyllanosrosetonesenlosquecrecíanlasmargaritasqueparecíanrecién bruñidos. Y uno tenía también la sensación de que las rosas habíancomprendido que eran las únicas flores que realmente impresionan a la gente queacudeaungardenparty; lasúnicasfloresquetodoelmundoreconocesinmiedoaunaequivocación.Cientos,sí,literalmentecientosdeellas,sehabíanabiertodurantelanoche;losverdesrosalessedoblabanbajosupesocomosiaquellanochehubieransidovisitadosporlosarcángeles.

Todavía no habían terminado de desayunar cuando llegaron los hombres quedebíanplantarelentoldado.

—Mamá,¿dóndequieresquelevantenlamarquesina?—Hijita,nomelopreguntesamí.Esteañohedecididoponerlotodoenvuestras

manos. Olvidad que soy vuestra madre y tratadme como si fuese un invitado dehonor.

PeroMegnoibaairadarinstruccionesaloshombres.Sehabíalavadoelpeloantesdedesayunaryestabasentada tomándoseelcaféconun turbanteverdeen lacabezayunparderizososcurosyhúmedospegadosalasmejillas.José,lamariposa,bajabasiemprevestidaconunasenaguasdesedaylachaquetadeunkimono.

—Tendrásqueirtú,Laura;túereselartistadelafamilia.Y Laura salió corriendo, llevando todavía en la mano un trocito de pan con

mantequilla.Esfantásticoencontrarunaexcusaparapodercomerafueray,además,leencantabapoderarreglarcosas;siemprelehabíaparecidoqueeracapazdehacerlomuchomejorquelosotros.

Enunode loscaminitosdel jardínhabíacuatrohombresenmangasdecamisa,esperando. Llevaban gruesos palos arrollados en las lonas y grandes bolsas deherramientas colgadas a la espalda. Tenían un aspecto que imponía. Ahora Lauradeseó no llevar aquel pedacito de pan conmantequilla en lamano, pero no podíadejarloenningunaparteymuchomenos tirarloal suelo.Notóque se ruborizabaeintentó parecer severa e incluso un poco corta de vista mientras se aproximaba aellos.

—Buenosdías—dijo,imitandolavozdesumadre.Perosonótanterriblementeafectadaqueseavergonzóyempezóatartamudearcomounaniña—:Ah…,sí…,yahanllegado¿eh?…,esporelentoldado,¿verdad?

—Exactamente, señorita —dijo el más fornido de los cuatro hombres, unindividuo enjuto y pecoso, cambiándose de hombro la bolsa de las herramientas,

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echándose el sombrero de paja hacia atrás y dirigiéndole una sonrisa—. Hemosvenidoaponerelentoldado.

Susonrisaeratanfranca,tananimosa,queLaurarecobrólosánimos.¡Quéojostanbonitostenía,chiquitos,perodeunazultanintenso!Yahoramiróalosotros,yvioquetambiénsonreían.«Anímese,nonoslavamosacomer»,parecíandecirsussonrisas.¡Quésimpáticoseranlostrabajadores!¡Yquémañanatanespléndida!No,nodebíahablardeldía;debíamostrarseeficiente.Lamarquesina.

—Bien,¿quélesparecelaexplanadadeloslirios?¿Estaríabienahí?Yseñalóhaciadondeestabanlosliriosconlamanoquenososteníaelpedacitode

pan con mantequilla. Los hombres se giraron mirando en aquella dirección. Unobajitohizounamuecaconellabioinferioryelmásaltofruncióelceño.

—Nomegustamucho—dijo—.Noresaltarábastante.Mire,conunacosacomounentoldado—dijovolviéndosehaciaLauraconsusmodalesnaturales—loquevabienesponerloenunsitioendondesaltealavista,sientiendeloquequierodecir.

La educación de Laura la obligó a considerar por un instante si erasuficientementerespetuosoqueunobrerolehablasedeaquelmodoydel«saltaralavista».Peroentendíaloqueélqueríadecir.

—Una esquina de la pista de tenis —sugirió—. Aunque la orquesta estarátambiénenunaesquina.

—Hum…,vaahaberunaorquesta,¿eh?—dijootrodelostrabajadores.Esteerauntipopálido,yteníaunamiradamacilentamientrasescudriñabaelcampodetenis.¿Enquépensaba?

—No esmás que una orquestina—explicó Laura amablemente. Tal vez no leimportasetantosilaorquestaerapequeña.Peroelobreromásaltointervino.

—Mire, señorita, lomejor es que lomontemos ahí. Junto a esos árboles. ¿Ve?Ahí.Quedarámuybien.

Juntoa laskarakas.Peroentonces laskarakasquedaríanescondidas.Yeran tanbonitas, con sushojasanchasy relucientes,y los racimosamarillosdel fruto.Erancomo los árboles que una se imagina creciendo en una isla desierta, orgullosos,solitarios, irguiendo sus hojas y frutos hacia el sol en una especie de silenciosoesplendor.¿Teníanquequedarocultosporelentoldado?

Puessí.Loshombresyahabíancargadoconpalosy lonasyseencaminabanallugarindicado.Sóloelmásaltoquedóatrás.Yseinclinó,cortóuntallitodelavanda,sellevóelpulgaryelíndicealanarizyaspiróelaroma.CuandoLauraadvirtiósugesto olvidó por completo las karakas, maravillada de que el hombre gustase deaquellas cosas —gustase de poder oler el aroma de la lavanda—. De todos loshombres que conocía, ¿cuántos hubiesen tenido aquel gesto? Oh, quéextraordinariamente simpáticos son los trabajadores, pensó. ¿Por qué no tendríaamigostrabajadoresenlugardetodosaquellosmuchachosatontadosquelasacabanabailar y que eran invitados a cenar los domingos? Se hubiera llevado muchísimomejorconhombrescomoaquéllos.

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Todoesoesculpa,decidió,mientraselmásaltodelostrabajadoresdibujabaalgoenlaparteposteriordeunsobre,algoquedebíaseratadoenaltooquepodíaquedarcolgando,todoesoesculpadeestasabsurdasdistincionesdeclase.Aunqueella,porsuparte,noleshacíaelmenorcaso.Nipizcadecaso,niunátomo…Yseempezóaoírelcloc,clocdelosmazosdemadera.

Uno silbaba, otro cantaba. «¿Estás ahí, chaval?» «¡Chaval!» Qué amistoso eraaquel trato,qué…,qué…Simplementeparademostrar locontentaqueestaba,paraprobar al obreromás alto que se sentía totalmente a sus anchas y que despreciabatodosaquellosestúpidosconvencionalismos,Lauradiounmordiscoaltrocitodepanconmantequilla mientras contemplaba el dibujo. Se sentía exactamente como unatrabajadoramás.

—¡Laura, Laura! ¿Dónde estás? ¡Laura, al teléfono!—gritó una voz desde lacasa.

—¡Yavoy!—Ysaliócorriendo,porelcésped,elsenderitoyescalerasarriba,porlaterraza,haciaelporche.Enelrecibidor,supadreyLaurieestabancepillándoselossombreros,listosparasalirhaciaeldespacho.

—Oye,Laura—dijoLaurieapresuradamente—,mirasipuedesdarleunvistazoamismokingantesdeestatarde.Porsihayqueplancharlo.

—Deacuerdo—respondió.Pero,depronto,nopudocontenerseycorrióhaciasuhermanoylediounrápidoabrazo—.Oh,meencantanlasfiestas,¿atino?—dijo,jadeando.

—Amitambiénmegustanbas-tan-te—replicóLaurieconsucálidavozinfantil,abrazando a su hermana, y dándole una amable palmadita—.Anda, niña, corre alteléfono.

Elteléfono.—Sí,sí;claro, sí,no faltaríamás.¿Kitty?Buenosdías,guapa.¿Acomer?Pues

naturalmente. Encantada. Aunque será una comida de sobras, las migas de losemparedados, los merengues rotos y las sobras. Sí, ¿no te parece una mañanaespléndida?¿Elblanco?Desdeluego,yomelopondría.Unmomento,noteretires.Queme llamamamá—yLaura se echóhacia atrás en el asiento—. ¡Mamá! ¿Quédices?¡Noteoigo!

LavozdelaseñoraSheridanllegódesdeloaltodelasescaleras:—Dile que se ponga aquel sombrerito tan encantador que llevaba el domingo

pasado.—Mamá dice que te pongas aquel sombrerito encantador que llevabas el

domingo.Diosmío.Launa.Adiós,Kitty,adiós.Laura colgó el auricular, se llevó ambas manos a la cabeza, respiró

profundamente,sedesperezóyvolvióadejarcaerlosbrazos.—¡Uf!—suspiró,yencuantoacabósususpirovolvióaincorporarsevelozmente.

Permaneció un instante quieta, escuchando. Todas las puertas de la casa parecíanestar abiertas. Lamansión estaba despierta, llena de pasos rápidos y apagados, de

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apresuradasvoces.Lapuertadegamuzaverdequellevabaalasregionesdelacocinaseabríaycerrabaconungolpeamortiguado.Yahorallegóunsonidoabsurdo,largo,apagado.Elgranpianoalsermovidoensustorpesruedecillas.¡Yelaire!Habíaquepararsepara advertirlo. ¿Erael aire siempreasí?Una ligerabrisaparecía juguetearentrandoporlapartealtadelosventanalesyescapandodenuevoporlaspuertas.Yelsolcaíaformandodoslucerosdiminutos,unosobreeltinteroyotrosobreelmarcodeplata de una fotografía, igualmente juguetones.Dosmaravillosasmanchitas. Sobretodolaquecabriolabaenlatapadeltintero.Cálida.Unacálidaestrellitadeplata.Lehubieragustadobesarla.

Sonóeltimbredelapuertadelantera,yseoyóelfru-frúdelafaldaestampadadeSadiebajandolasescaleras.Murmullosdeunavozvaronil;ySadiequerespondía:

—Nosénadadenada.Espereunmomento.PreguntaréalaseñoraSheridan.—¿Quéocurre,Sadie?—dijoLaurayendohaciaelrecibidor.—Eselflorista,señoritaLaura.Yloera.Elflorista.Allí,enelumbraldelapuerta,conunabandejitabajapero

enorme,repletadetiestecillosdeliriosrosados.Ningunaotraflor.Unicamentelirios—lirios y más lirios, enormes flores rosadas, abiertas, radiantes, casisorprendentementevivasensusvividostallitosescarlatas.

—¡Oh,Sadie!—dijoLaura,yelsonidodesuexclamaciónfuecomounpequeñogemido.

Seagachó,comosiquisiesecalentarseconaquel resplandorde los lirios;sintiócomosilostuvieseenlosdedos,enloslabios,creciéndoleenelpecho.

—Debeserunerror—musitódébilmente—.Nohemosencargadotantos.Salie,veabuscaramamá.

PeroenaquelprecisoinstanteapareciólaseñoraSheridan.—Sí, sí, están bien—dijo tranquilamente—. Sí, los he encargado yo. ¿No te

parecen magníficos?—dijo apretando el brazo de Laura—. Ayer pasé frente a lafloristería y los vi en el escaparate.Yde pronto pensé que por una vez en la vidapodía darme el gusto de tener todos los lirios que quisiera. Y la fiesta es unaexcelenteexcusa.

—Perocreíaquehabíasdichoquenoibasameterteennada—dijoLaura.Sadieyasehabíaido.Elhombredelafloristeríacontinuabaafuera,juntoalacamionetadelreparto.Rodeóconunbrazoelcuellodesumadreymuy,muydulcemente,lediounmordisquitoenlaoreja.

—Hijita,estoyseguradequenotegustaríatenerunamadrequepecasedelógica,¿verdad?Nomehagaseso.Miraquevuelveeseseñor.

Elhombrevolvíaconmáslirios,otracanastallena.—Póngalos todos juntos, por favor.Aquí dentro, al lado de la puerta, a ambos

ladosdelporche—dijolaseñoraSheridan—.¿Nocreesqueahíestaránbien,Laura?—Oh,estupendamente,mamá.

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Enlasaladeestar,Meg,JoséyelbuenodeHansporfinhabíanlogradoretirarelpiano.

—Veamos.Siponemoseste sofáchestercontra laparedysacamos todo loquequedaenlasalaexceptolassillas…¿Quéosparece?

—Bien.—Hans,llevaestasmesitasalfumadorytraeunaescobaparabarrerlasseñales

de la alfombra y…, unmomentoHans…—a José le encantaba dar órdenes a loscriadosyaelloslesencantabaobedecerlas.Siempreleshacíasentirqueparticipabanen una especie de teatro—. Por favor, dile a mi madre y a la señorita Laura quevenganinmediatamente.

—Comousteddiga,señoritaJosé.EstasevolvióhaciaMeg.—Quiero ver cómo suena este piano, por si esta tarde me piden que cante.

Probémoslo.PodemoscantarOh,quécansadavida.¡Pim!¡Ta-ta-ta!¡Ti-ta!ElpianoresonótanapasionadamentequeelrostrodeJosé

cambió.Juntólasmanos.YmirótristeyenigmáticamenteasumadreyaLaura,queentrabanenlasaladeestar,empezandoacantar:

Oh,quécansadaeslavida,todoestristezaysuspiro.Elamoremigra,cansadaeslavida,unalágrimabrillaysevaelamor.Adiós,parasiempre…¡Adiós!

Peroalapalabra«¡Adiós!»,aunqueelpianosonabamásdesesperadoquenunca,surostroseiluminóconunasonrisaresplandeciente,quenoteníanadadedesolada.

—¿Verdadquenoandomaldevoz,mami?—dijoJosé,contenta.

Cansadaeslavida,laesperanzamarchita.Unsueño…,undespertar.

PeroeneseinstanteSadielesinterrumpió.—¿Quéocurre,Sadie?—Perdone,señora,lacocineradicequesitienelalistadelosemparedados.—¿Lalistadelosemparedados?—repitió,ausente,laseñoraSheridan.Yporsu

cara sus hijas adivinaron que no la tenía—. Déjame pensar. —Y añadió con

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resolución—: Sadie, por favor, dile a la cocinera que se la daré dentro de diezminutos.

Sadiesalió.—Veamos, Laura —dijo su madre rápidamente—, ven conmigo al fumador.

Apunté los nombres detrás de un sobre y en algún sitio debe andar. Tendrás queescribirlos tú. Meg, tú sube arriba ahora mismo y sácate esa cosa húmeda de lacabeza.Y tú, José,yapuedes ir corriendoy terminardevestirte. ¿Meoís,niñas,oqueréisqueselodigaavuestropadrecuandovuelvaestanoche?Y…,y,José,sivasa lacocina, tranquilizaa lacocinera,¿deacuerdo?Estamañana le tengoverdaderopánico.

Elsobreencuestiónaparecióporfintraselrelojdelcomedor,aunquelaseñoraSheridaneraincapazdeimaginarcómopodíahaberidoapararallí.

—Alguna de vosotras me lo debe haber cogido del bolso, porque recuerdoclaramentehaberapuntado…Cremadequesoynatilladelimón.¿Hashechoéstos?

—Sí.—Huevoy…—laseñoraSheridanalejóelsobrepara leermejor—.Pareceque

pongaratones,peronopuedeserratones,¿verdad?—Aceitunas,mamá—dijoLaura,leyendoporencimadelhombrodesumadre.—Ah,claroestá,aceitunas.Pareceunacombinaciónhorrible.Huevoyaceitunas.Por fin concluyeronyLaura llevó los rótulos a la cocina, en donde encontró a

Josétranquilizandoalacocinera,cuyoaspectoeraperfectamenteapacible.—Jamás he visto emparedados tan deliciosos —exclamó José embelesada—.

¿Cuántasclaseshadichoquehabía,cocinera?¿Quince?—Quince,señoritaJosé.—Bueno,pueslafelicito.La cocinera barrió las migas con un largo cuchillo de cortar el pan y sonrió

satisfecha.—HallegadoeldecasaGodber—anuncióSadie,saliendodeladespensa.Había

vistopasaralhombreporlaventana.Aquello significaba que habían llegado los bollos de nata. La casaGodber era

famosaporsusbollosdenata.Nohabíanadiequeseatrevieseahacerlosencasa.—Tráelosyponlossobrelamesa,niña—ordenólacocinera.Sadieentrócon losbollosyvolvióa lapuerta.NaturalmenteJoséyLauraeran

demasiadomayores para continuar preocupándose por los dulces, pero, a pesar detodo, estuvieron de acuerdo en que los bollos de Godber parecían muy, muyapetitosos.Lacocinerahabíaempezadoaarreglarlos,quitándoleselazúcarenpolvoquesobraba.

—¿Notehacenrecordartodaslasfiestasalasquehasido?—comentóLaura.—Supongoquesí—dijoJosé,muchomáspráctica,yaquiennunca legustaba

regresar al pasado—. La verdad es que tienen un aspecto delicioso, hinchaditos yesponjosos.

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—Anda,niñas,cogeduno—dijolacocineraconsuvozamable—.Laseñoranovaaenterarse.

Oh,imposible.¿Imaginascomerunbollotantemprano,acabadasdedesayunar?Unaseestremecíasolodepensarlo.PeroalcabodedosminutosJoséyLauraestabachupándoselosdedosconesamiradaabsortayreconcentradaqueponeunoaltomarnata.

—Salgamosaljardínporlapuertatrasera—sugirióLaura—.Quierovercómovaeltrabajodeloshombresdelentoldado.Sonunoshombressimpatiquísimos.

Perolapuertatraserasehallababloqueadaporlacocinera,Sadie,elmandaderodeGodberyHans.

Algodebíahaberocurrido.—Toc-toc-toc—asentía la cocinera como una gallina espantada. Sadie tenía la

mano apoyada en lamejilla, como si tuviese dolor demuelas.YHans contraía elrostro en un esfuerzo por comprender. El único que parecía divertirse era elmandaderodelacasaGodber.Eraélquienhabíatraídolanoticia.

—¿Quéocurre?¿Quéhasucedido?—Hahabidounterribleaccidente—dijolacocinera—.Unhombremuerto.—¡Unhombremuerto!¿Dónde?¿Cuándo?¿Cómo?PeroelmandaderodelacasaGodbernoibaapermitirqueotrosseaprovecharan

desuhistoria,ymuchísimomenosdelantedesusnarices.—¿Sabeesascasitasqueestánahí,unpocomásabajo,señorita?¿Silasconocía?Nofaltaríamás.—Puesunhombrejovenqueviveenellas,unollamadoScott,uncarretero.Esta

mañanasucaballosehadesbocadoalencontrarseconuntractor,enlaesquinadelacalleHawke.Elpobrehasalidodespedidodeespaldasyhacaídodecabeza.Muerto.

—¡Muerto!—exclamóLauramirandofijamentealhombre.—Cuando le han recogido ya estaba muerto —dijo el mandadero de la casa

Godberconfruición—.Cuandoyosubíahaciaaquíllevabanelcadáveralacasa.—Y,dirigiéndosealacocinera,añadió—:Dejaalamujerconcincopequeños.

—José,venunmomento—dijoLaura tomandoasuhermanaporunamangayllevándolaporlacocinahastallegaralotroladodelapuertadegamuzaverde.Unavez allí se detuvo, recostándose contra la puerta—. ¡José! —dijo horrorizada—,¿cómonoslovamosahacerparasuspenderlafiesta?

—¿Suspenderlafiesta?—exclamósorprendidaJosé—.¿Quéquieresdecir?—Suspenderelgardenparty,naturalmente.—¿EnquéestabapensandoJosé?PeroJoséaúnparecíamássorprendida.—¿Suspenderelgardenparty?Laura,guapita,nodigasridiculeces.Nadieespera

quelosuspendamos.Noseasextravagante.—Pero no vamos a dar una fiesta en nuestro jardín con un hombre de cuerpo

presenteenunadelascasitasdeenfrente.Aquello sí que era grotesco. En realidad las casitas formaban una especie de

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callejuela apartada y estaban en la falda de la cuesta que llevaba a la casa. Entreambasquedaba todoelanchurosocamino.Eraciertoqueestabandemasiadocerca.Seguramente eran lamáculamás importante al panorama que se divisaba desde lamansión,ynoteníanningúnderechoaestarenaquellavecindad.Eranunascasuchasinfamespintadasdecolorpardusco,chocolate.Ensusjardincillosdelanterosloúnicoquehabíaeranrabosdecoles,gallinaspelonasylatasdetomate.Inclusoelhumoquesalíadesuschimeneasolíaapobreza.Formabaharaposygironesbrumososynolosgrandes penachos plateados que brotaban de las chimeneas de los Sheridan. En lacallejuela vivían lavanderas, barrenderos y un zapatero, y un hombre que tenía lafachada de su casa completamente cubierta por pequeñas jaulas de pájaros. Losrapazuelosholgabana susanchas.Cuando losSheridaneranpequeñosse leshabíaprohibido acudir allí por culpa de las palabrotas que pudiesen oír y de posiblescontagios.Peroyademayores,LaurayLauriehabíanpasadoalgunasvecespor lacallejuelaensuspaseos.Eraunazonasórdidayrepugnante.Cuandopasabanporallísiempre sentían un escalofrío. Así y todo había que conocerlo todo; debían versetodaslascarasdelarealidad.Poresopasabanporallí.

—Imagínatequéefectoleproduciráaesapobremujerlamúsicadelaorquesta—dijoLaura.

—¡Oh,Laura,porDios!—Joséempezabaaestarenfadadadeverdad—.Sivasaprohibirquetoquelaorquestacadavezquealguientieneunaccidente,tegarantizounavidamuydura.Losientotantocomotú.Tambiénmedalástima.—Sumiradasehizomásdura.Miróasuhermanacomoacostumbrabaamirarladepequeñascuandosepeleaban—.Pormuysentimentalque seasnoconseguirásdevolver lavidaaunpobreobreroborracho—dijoquedamente.

—¡Un borracho! ¿Quién ha dicho que estuviese borracho? —dijo Lauravolviéndosefuriosahaciasuhermana.Yreaccionódiciendoexactamentelasmismaspalabras que acostumbrara a decir en tales ocasiones—:Ahoramismo se lo voy acontaramamá.

—Ve,Laura,ve—laanimóJosé.—Mamá, ¿puedo pasar?—preguntó Laura haciendo girar la granmanecilla de

vidrio.—Claro, hija. Pero ¿qué te ocurre? ¿Qué haces tan acalorada? —preguntó la

señora Sheridan dándose media vuelta frente al tocador. Se estaba probando unsombreronuevo.

—Mamá,acabadematarseunhombre—empezóacontarLaura.—¿Ennuestrojardín?—lainterrumpiósumadre.—¡No,no!—¡Oh,quésustomehasdado!—espetólaseñoraSheridansuspirandoaliviada,y

quitándoseelgransombreroquecolocósobresusrodillas.—Mamá¿quieres escucharme?—suplicóLaura. Jadeando, casi atragantándose,

le contó aquel tremendo suceso—. Naturalmente tenemos que suspender la fiesta,

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¿verdad?—suplicó—. Imagínate la orquesta y toda la gente invitada. Nos oirían,mamá:¡soncasivecinosnuestros!

—Pero, hijita, piensa un poco con la cabeza. Sólo nos hemos enterado de loocurridoporcasualidad.Sialguienhubiesemuertodemuertenatural,ylociertoesquenoentiendomuybiencómosiguenviviendohacinadosenesosagujerossucios,nohubiésemossuspendidolafiesta,¿deacuerdo?

LaúnicarespuestaqueLaurapodíadaralplanteamientodesumadreeraun«sí»,pero de algúnmodo presentía que todo el planteamiento estaba equivocado.Tomóasientoenelsofádesumadreypellizcólaorladeuncojín.

—Mamá,¿nocreesqueesmostrarnostremendamentecrueles?—preguntó.—¡Hijita!—exclamólaseñoraSheridanincorporándoseyacercándoseaellacon

elsombreroenlasmanos.YantesdequeLaurahubiesetenidotiempodedetenerla,yalehabíacolocadoelsombreroenlacabeza—.Toma,hija—anunció—,estuyo.Tevienealamedida.Amímehacedemasiadojoven.Nuncatehabíavistotanelegante.¡Míratealespejo!—añadió,entregándoleunespejitodemano.

—Pero,mamá…—volvióaempezarLaura.Eraincapazdemirarseenelespejoytuvoquegirarse.

YlaseñoraSheridanperdiólapaciencia,igualcomohabíaocurridoconJosé.—No seas absurda, Laura —dijo fríamente—. Esa gente no espera ningún

sacrificio de nosotros. Y no es muy agradable echar a perder la diversión de losdemás,comotúestáshaciendo.

—Nolocomprendo—musitóLaura,saliendorápidamentedelahabitacióndesumadre y precipitándose en su propio dormitorio.Al entrar lo primero que vio fue,casualmente, su agraciada figura juvenil reflejada en el espejo, el sombrero negroengalanadodedoradasmargaritasyunalargacintadeterciopelonegro.Nosehabíaimaginadoquelefueseasentartanbien.¿Tendrámamárazón?,pensó.Yempezóadesearquesí,quelatuviese.¿Deverdadmeestoymostrandoextravagante?Talvezfuese una extravagancia. Durante un segundo volvió a ver fugazmente a aquellapobremujerya sushijuelos,ya loshombresentrandoel cadáveren lacasa.Perotodo parecía confuso, irreal, como una de esas fotos de los periódicos. Volveré apensarenellocuandoterminelafiesta,decidió.Y,poralgunarazón,leparecióqueaquellaeralaactitudmássensata…

Alaunaymediahabíanterminadodealmorzar.Alasdosymediayaestabanapuntoparaempezarlabatalla.Laorquesta,consusuniformesverdes,habíallegadoyestabaaposentadaenunrincóndelapistadetenis.

—¡Querida!—exclamóKittyMaitland—. ¿No te parecen igualitos que ranas?Teníasquehaberlescolocadoalrededordelestanqueyponeraldirectorenelcentro,sobreunahojadenenúfar.

Llegó Laurie y las saludó mientras subía rápidamente a cambiarse. Al verle,Lauravolvióarecordarelaccidente.Queríacontárselo.SiLaurieestabadeacuerdoconJoséyconsumadreeraqueestababien.Lesiguióhastaelrecibidor.

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—¡Laurie!—¿Quéhay?—respondióél,yaamediosubirlasescaleras,perocuandosegiróy

descubrió a su hermana, pegó un resoplido y abrió los ojos de par en par—.¡Hermanita, estás imponente!—dijo—. ¡Llevas un sombrero que es una verdaderapreciosidad!

Lauracomentódébilmente.—¿Túcrees?—ylesonrió,sinatreverseadecirlenada.Pocodespués empezaron a llegar los invitados, cadavez enmayornúmero.La

orquestaempezóa tocar; loscamareroscontratadoscorríande lacasaalentoldado.Mirara uno a dondemirase se veían parejas paseando, inclinándose a observar lasflores,saludando,dirigiéndosealjardín.Erancomoavesdeslumbrantesquehubiesenidoaposarseenel jardínde losSheridanporuna tarde,antesdeproseguircaminohacia…, hacia ¿dónde? ¡Ah, qué felicidad hallarse con gente que rebosa felicidad,estrecharlamano,rozarlasmejillas,sonreíralosojos!

—¡Laura,querida,estáshechaunamonada!—¡Hijita,québientesientaesesombrero!—¿Sabes que tienes un aspecto un poco español? Nunca te había visto tan

atractiva.YLaura,ruborizada,respondíaamablemente:—¿Han tomado té? ¿No quiere un helado? Los helados de granadilla son

realmente deliciosos.—Corrió hacia su padre y le pidió—:Papaíto, ¿podemos daralgodebeberalosmúsicos?

Y aquella tarde perfecta fue avanzando lentamente, difuminándose lentamente,cerrandolentamentesuspétalos.

—Hasidounafiestaverdaderamenteencantadora…—Unéxito…—Elmejorgardenpartyalquehemosasistidoúltimamente…Lauraayudóasumadreadespediralosinvitados.Permanecieronjuntas,depie,

enelporche,hastaquetodossehubieronido.—Uf,yasehaterminado,menosmal—suspirólaseñoraSheridan—.Avisaalos

demás,Laura.Vamosa tomarunpocodecafé.Estoy rendida.Sí, ha sidounéxitosensacional. Pero, ¡uy!, estas fiestas. ¡No sé cómo podéis insistir siempre en darfiestasymásfiestas!

Ytodostomaronasientobajoelentoldadodesierto.—Anda,papá,tomaunemparedado.Losletreritoslosheescritoyo.—Gracias,hija—dijoelseñorSheridandespachandoelemparedadodeunsolo

bocado.Tomóotro—.Supongoquenooshabréisenteradodeunhorribleaccidentequehaocurridoestamañana—dijo.

—Diosmío—dijolaseñoraSheridan,levantandounamano—,síquenoshemosenterado.Porpoconosagualafiesta.Lauraqueríaquesuspendiésemoselparty.

—¡Oh, mamá! —protestó Laura, que no deseaba que bromeasen sobre aquel

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incidente.—Detodosmodoshasidoalgohorripilante—prosiguióelseñorSheridan—.El

pobrehombreestabacasado.Vivíaahíabajoenelcallejón,y,segúnheoídocontar,dejamujerymediadocenadeniños.

Porunosinstantesseprodujounextrañosilencio.LaseñoraSheridantamborileócon losdedos en su taza.Locierto eraque sumarido estabamostrandomuypocotacto…

De pronto levantó la cabeza. En la mesa quedaban muchísimos emparedados,pastelillos,bollos,nadieloshabíatocado,yseecharíanaperder.Habíatenidounadesusbrillantesideas.

—Yasé—dijo—.Llenemosunacanastillaymandémosleaesapobrecriaturaunpocodecomidaqueesabsolutamenteexcelente.Decualquiermodopara losniñosseráunmanjar suculento. ¿Noosparece?Además seguramente tendrávecinosqueirán a darle el pésame y todas esas cosas. Es perfecto que ya lo tengamos todopreparado. ¡Laura! —llamó, levantándose de un brinco—. Tráeme la canastillagrandequeestáenelarmariodelasescaleras.

—Pero,mamá,¿creesrealmentequeesunabuenaidea?—intervinolamuchacha.Yotravez,quécuriosoera,parecióquefuesedistintaatodoslosdemás.Llevarle

lassobrasdesufiesta.¿Ibarealmenteaapreciaraquellolapobremujer?—¡Puesclaroestáqueloes!¿Quédemoniosteocurrehoy?Haceunpardehoras

insistíasenquenosmostrásemoscompadecidos,yahora…¡Oh,estababien!Laura saliócorriendoenbuscade la canastilla,que sumadre

llenóconunmontónrebosantedecomida.—Llévasela túmisma, hija—dijo—.Puedes ir tal comovas.No, espera, lleva

tambiénunoslirios.Alagentedesucondiciónloslirioslesimpresionanmucho.—Los tallos le van a echar a perder la falda de encaje,mamá—dijo José, tan

prácticacomodecostumbre.Eracierto.Suertequelohabíadicho.—Entoncesllevasólolacanastilla.Y,¡Laura…!—añadiósumadresiguiéndola

fueradelentoldado—,bajoningúnconceptono…—¿Qué,mamá?No,eramejornoponeraquellasideasenlacabezadelapobreniña.—¡Nada,nada!Anda,corre.EmpezabaaoscureceryLauracerrólaspuertasdelaverjadeljardín.Unenorme

perrazopasócorriendocomounaexhalación.Elcaminoteníaunbrilloblanquecino,yenelfondodelahondonadalascasuchasquedabanenvueltasporlassombras.Quétranquiloparecíatododespuésdeaquellatarde.Bajabaelpequeñocerrodirigiéndoseaunhogarenelquehabíaunhombremuerto,peronoacababadehacersealaidea.¿Porquélecostabatanto?Sedetuvouninstante.Yleparecióquetodoslosbesos,lasvoces, el tintineo de las cucharillas, las risas, el aroma del césped pisoteado,reverberabanensuinterior.Nolecabíanadamás.¡Quéextraño!Miróelpálidocelaje

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yloúnicoquepudopensarfue:«Sí,lafiestahasidoungranéxito».Había llegado al cruce del camino. Allí empezaba el callejón oscuro, lleno de

humo. Mujeres envueltas en chales, tocadas con gorras de hombre, de tweed, seafanabandeun lado a otro.Los hombres estaban apoyados en las cercas.Algunosniñosjugabanenlosumbralesdelascasuchas.Unlevezumbidoseelevabadetodasaquellasmíserascasas.Enalgunasseveíaundestellodeluz,yunasombra,comouncangrejo,moviéndosedeunladoaotrodelaventana.Laurabajólacabezayapretóelpaso.Ahorahubiesedeseadollevarpuestoelabrigo.¡Quéllamativoresultabasuvestido!Yelgransombrerocon lacintade terciopelo. ¡Si tansólohubiese llevadootrosombrero!¿Laestabanmirando?Seguro.Habíacometidounerroryendo;desdeelprimermomentohabíatenidolaimpresióndeestarcometiendounerror.¿Ibaadarmediavueltaahora?

No, era demasiado tarde.Aquella era la casa.Tenía que serlo.Afuera se habíaformadounlóbregogrupitodegente.Juntoalportillónhabíaunaancianamuyviejaconunamuleta,sentadaenunasilla,mirando.Teníalospiesenvueltosenunpapeldeperiódico.LasvocessefueronacallandoamedidaqueLauraseaproximó.Elgrupodegenteseabriódejandounpasillo.Eracomosi laestuviesenesperando,comosihubiesensabidodeantemanoquesedirigíahaciaellos.

Sesintióterriblementenerviosa.Echándoselacintadeterciopelotraselhombro,preguntóaunamujerqueestabaallíparada:

—¿EsestalacasadelaseñoraScott?Ylamujer,conunasonrisaenigmática,respondió:—Sí,mocita.¡Ah,poderescapardetodoaquello!Inclusollegóamusitar:—Diosmío,ayúdame—mientrasavanzabaporelestrechocaminilloyllamabaa

lapuerta.Poderescaparaaquellasmiradasquelaseguían,o,almenos,podertaparsecon

algo,aunquefueseconunodeloschalesdeaquellasmujeres.Melimitaréadejarlacanastillaymevoy,decidió.Noesperaréniaquelavacíen.

Lapuertaseabrió.Unamujervestidadenegroaparecióenelumbral.Lauradijo:—¿EsustedlaseñoraScott?Pero,antesuhorror,lamujerrespondió:—Entre,porfavor—ycerrólapuerta,dejándolaencerradaenaquelcorredor.—No—replicóLaura—.Nopensabaentrar.Sóloqueríadejarlesestacanastilla.

Memandamimadre…Lamujercillaeneltenebrosocorredorpareciónohaberlaoído.—Porfavor,vengaporaquí,señorita—dijoconvozuntuosa,yLauralasiguió.De pronto se encontró en unamísera cocina, de techo bajo, iluminada por un

ahumantecandil.Juntoalfuegoestabasentadaunamujer.—Em —dijo la criatura que le había franqueado la entrada—. ¡Em! Es una

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señorita.—YsevolvióhaciaLaura,comunicándoleintencionadamente—:Yosoysuhermana,señorita.Tienequedisculparla,¿comprende?

—Oh, claro, naturalmente—dijo Laura—. Por favor, por favor, no lamoleste.Sólo…,sóloqueríadejar…

Pero en aquel instante lamujer sentada junto al fuego se diomedia vuelta. Surostro abotargado, enrojecido, con los ojos y labios hinchados, tenía un aspectoespantoso.Sehubiesedichoquenoentendíaquérazónhabía llevadoaLaurahastaallí.

¿Qué significaba aquello? ¿Qué hacía aquella extraña en la cocina con unacanastilla? ¿Qué era todo aquello? Y el mísero rostro vuelve a sumirse en suabstracción.

—Bueno,mujer—dijolahermana—,yaselasdaréyolasgraciasalaseñorita.Yvolvióaempezar:—Tiene que perdonarla, señorita, comprende, ¿verdad?—y su rostro, también

abotargado,intentóesbozarunauntuosasonrisa.Laurasóloqueríasalirdeallí,escapar.Denuevoestabanenelpasillo.Seabrió

unapuertayentródirectamenteenelaposentoendondeyacíaelmuerto.—Querráverlo,¿verdad?—dijolahermanadeEm,ypasórozandojuntoaLaura

yseacercóalacama—.Notengamiedo,mocita—suvozsehabíatornadoafectuosayastuta,y retirócariñosamente la sábana—,haquedadocomoun retrato.Nose lenotanada.Acérquese,guapa.

Lauraseaproximó.Allíyacíaunhombrejoven,profundamentedormido—durmiendotanapacibley

profundamentequesehallabalejos,muylejos,deambas.Ah,unsueñotanremotoyapacible. Estaba soñando. Y no iba a despertar nunca más. Su cabeza estabaligeramente hundida en la almohada y tenía los ojos cerrados: bajo sus párpadoscerradosyanoveríannuncamás.Susueñoselohabíallevado.

¿Qué le importaban ya los garden parties, las canastillas de emparedados o losvestidosbordados?Sehallabamuy lejosde todasaquellascosas.Yeraespléndido,hermosísimo. Mientras ellos reían y la orquesta desgranaba sus melodías, aquellamaravillahabía llegadoaaquelcallejón.Feliz…,feliz…Todovabien,decíaaquelrostrodormido.Todoestalycomodebeser.Estoycontento.

Pero, a pesar de todo, era imposible no echarse a llorar, y no podía dejar lahabitaciónsindecirlealgo.Lauradejóescaparunsollozoinfantil:

—Disculpemisombrero—dijo.Y ahora ya no esperó a la hermana de Em. Supo encontrar el camino por el

corredor hasta la puerta, y por el caminillo, pasando junto a todas aquellas gentesmacilentas.EnlaesquinadelcallejónencontróaLaurie.Saliódeentrelassombras.

—¿Erestú,Laura?—Sí.—Mamáempezabaainquietarse.¿Haidotodobien?

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—Sí,bastantebien.¡Oh,Laurie!—exclamócogiéndoledelbrazoyapretándosecontraél.

—Vaya,noestarásllorando,¿verdad?—Preguntósuhermano.Lauradenegóconlacabeza.Perolloraba.Laurieleechóunbrazoalhombro.—Nollores—dijosuvozcálida,cariñosa—.¿Hasidohorrible?—No—sollozóella—.Hasidomaravilloso.PeroLaurie…—Sedetuvoymiróa

suhermano—.¿Noesjavida…—balbuceó—,noeslavida…?—Peroeraincapazdeexplicarloquelavidaera.Noimportaba.Laurielahabíacomprendido.

—Loes,querida—dijoél.

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LASHIJASDELDIFUNTOCORONEL

ILasemanasiguientefueunadelasmásatareadasdesuvida.Inclusocuandose

acostaban, loúnicoquepermanecía tendidoydescansabaeran suscuerpos;porquesus mentes continuaban pensando, buscando soluciones, hablando de las cosas,interrogándose,decidiendo,intentandorecordardónde…

Constantiapermanecíayertacomounaestatua,con lasmanosestiradas juntoalcuerpo,lospiesapenascruzadosylasábanahastalabarbilla.Mirabaaltecho.

—¿Creesqueapapálemolestaríasidiésemossusombrerodecopaalportero?—¿Alportero?—saltóJosephine—.¿Yporquétenemosquedárseloalportero?

¡Avecestienescadaidea…!—Porque seguramente —replicó lentamente Constantia— debe tener que ir

bastanteamenudoaentierros.Yen…,enelcementerioviquellevabaunsombrerohongo.—Hizounapausa—.Entoncessemeocurrióqueestaríamuyagradecidosipudiese tener un sombrero de copa. Además tendríamos que hacerle algún regalo.Siempreseportómuybienconpapá.

—¡Por favor! —sollozó Josephine, incorporándose en la almohada y mirandohaciaConstantiaatravésdelaoscuridad—.¡Piensaenlacabezaqueteníapapá!

E, inesperadamente, durante unhorrendo segundo, estuvo a punto de echarse areír.Aunque,por supuesto,no tenía lasmenoresganasde reír.Debióhaber sido lacostumbre.Enotros tiempos,cuandosepasaban lanochedespiertascharlando,suscamas no cesaban de crujir bajo sus risas. Y ahora, al imaginarse la cabeza delporterotragada,comoporensalmo,porelsombrerodecopadesupadre,comounavelaapagadadeunsoplido…Lasganasdereíraumentaban,lesubíanporelpecho;apretóconfuerza lasmanos; luchóporvencerla; fruncióseveramenteelceñoen laoscuridadysedijoconvozterriblementeadusta:«Recuerda».

—Podemosdecidirlomañana—añadió,dirigiéndoseasuhermana.Constantianohabíaadvertidonadayselimitóasuspirar.—¿Creesquetambiéndeberíamosllevarateñirlasbatas?—¿Denegro?—exclamóJosephinecasiconunchillido.—¿Dequéibaaser?—prosiguióConstantia—.Estabapensandoque…,encierto

modo,noacabadesermuysincerollevarlutocuandosalimosalacalle,yluego,encasa…

—Pero si nadie nos ve—respondió Josephine. Y retorció con tanta fuerza loscobertoresque ledestaparon lospies.Tuvoque subirsemásen lasalmohadasparaquelevolviesenaquedartapados.

—Katenosve—señalóConstantia—.Yelcarterotambiénpuedevernos.Josephinepensóensuszapatillascolorrojooscuro,quehacíanjuegoconsubata,

yenelverdeindefinidodelasdeConstantia,tambiénajuegoconsubata.¡Teñidas

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de luto!Dos batas negras y dos pares demullidas zapatillas de luto, arrastrándosehaciaelbañocomocuatrogatosnegros.

—Nocreoqueseaabsolutamentenecesario—dijo.Seprodujounsilencio.LuegoConstantiacomentó:—Tendremosqueecharmañanaalcorreolosperiódicosconlaesquelaparaque

puedan salir en la primera recogida hacia Ceilán… ¿Cuántas cartas llevamosrecibidas?

—Veintitrés.Josephine las había contestado una por una, y veintitrés veces, al llegar a

«echamosmuchodemenosanuestroqueridopadre»,nohabíapodidocontenerseyhabía tenidoquerecurriralpañueloy,enalgunas, inclusohabía tenidoqueenjugaruna lágrimadeunazulmuypálidocon lapuntitadelpapel secante. ¡Quéextraño!Todavía no había logrado acostumbrarse…, pero veintitrés veces…Ahoramismo,por ejemplo, cuando se repetía tristemente «echamos mucho de menos a nuestroqueridopadre»,sihubiesequeridohubiesepodidoecharseallorar.

—¿Tienesbastantessellos?—preguntóConstantia.—Oh, ¿cómo quieres que lo sepa?—dijo Josephine, enojada—. ¿Para quéme

preguntasahoraeso?—Simplementesemehaocurrido,esoestodo—replicóConstantiaconciliadora.Seprodujootrosilencio.Luegoseoyóunalevecarrerilla,unroce,yunsalto.—Unratón—sentencióConstantia.—No puede ser un ratón porque no ha quedado ninguna miga —rectificó

Josephine.—No,peroesoelratónnolosabe—dijoConstantia.Sintió que el corazón se le contraía conun espasmode compasión. ¡Pobrecillo

animal!Ojaláhubieseuntrocitodegalletaenel tocador.Erahorriblepensarqueelanimalitonoibaaencontrarnadadenada.¿Quéibaaserdeél?

—Noentiendodequéviven—dijolentamente.—¿Quién?—preguntóJosephine.YConstantiareplicóenvozmásaltadeloqueseproponía:—Losratones.Josephineestabafuriosa.—¡Oh,dejadedecirtonterías,Con!¿Quédemoniostienenqueverlosratonesen

todoesto?Tedebesestardurmiendo.—No lo creo—replicó Constantia. Y cerró los ojos para asegurarse. Se había

dormido.Josephine arqueó la espalda, dobló las rodillas y también dobló los brazos de

modoquelospuñoslequedasenbajolasorejas,altiempoqueapretabaconfuerzalamejillasobrelaalmohada.

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II

OtrofactorquecomplicabalascosaseraqueaquellasemanalaseñoraAndrews,laenfermera,ibaaquedarseensucasa.Laculpaeraenteramentesuyaporhabérselopedido.HabíasidoideadeJosephine.Porlamañana,aquellaúltimamañana,despuésdequeeldoctorsefuese,JosephinelehabíadichoaConstantia:

—¿NocreesqueseríaunapruebadeamabilidadpornuestrapartesiinvitásemosalaseñoraAndrewsaquesequedaseotrasemana,comoinvitadanuestra?

—Estaríamuybien—aprobóConstantia.—Tenía pensado —prosiguió Josephine rápidamente— decírselo esta tarde,

cuando le hubiese pagado. Pensaba decirle: «Señora Andrews, mi hermana y yoestaríamos encantadas si, después de todo cuanto ha hecho por nosotras, quisiesequedarseotrasemanacomoinvitadanuestra».Tendríaquedecirleesodeinvitada,novayaapensarque…

—¡Oh,nocreoqueesperequelepaguemos!—exclamóConstantia.—Nuncasesabe—dijoJosephineprudentemente.La señoraAndrews, por supuesto, aceptó encantada. Pero había sido unamala

idea.Ahorateníanquesentarsealamesaalashorasindicadasytomarunacomidaformal,mientrasque,dehaberestadosolas,lehubieranpodidopediraKatequelesdejaseunabandejaencualquiersitio.Ylociertoeraquelascomidas,ahoraquelopeorhabíapasado,eranunaverdaderapesadilla.

La enfermera era algo terrible para la mantequilla. La verdad es que debíanreconocer que, por lo menos en lo de la mantequilla, se aprovechaba de suamabilidad.Y,además,teníaaquellacostumbreabsolutamenteextravagantedepedirunapizcamásdepanparaterminarderebañarelplato,yluego,cuandoyadabaelúltimo bocado, volverse a servir distraídamente—aunque evidentemente no teníanada de distraída—. Cuando esto ocurría Josephine se ruborizaba y clavaba susojillos pequeños, diminutos, en el mantel, como si hubiese descubierto que algúninsectoextrañoymicroscópicoavanzabaentreeltejido.

Peroel rostro largoy lívidodeConstantiasealargabaycontraía,ymirabaa lolejos—muy lejos—,muchomás allá de aquel desierto por el que la caravana decamellosserpenteabacomouncabodelana…

—CuandoestuveencasadeladyTukes—contabalaseñoraAndrews—,teníanunrecipientetanbonicoparalamantequiya.EraunCupidodeplataquesesosteníaen…, en el borde de una fuenteciya de cristal, con un tenedor chiquito.Y cuandoalguien queríamásmantequiya no teníamás que apretarle el pie y se inclinaba yclavabauntrocicoeneltenedor.Parecíaunjuego.

Josephineapenaspodíasoportarlo.—Amímeparecequeesascosassonunaextravagancia—fueloúnicoquedijo.

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—¿Porqué?—preguntólaenfermera,mirándolaa travésdesusgafas—.Nadietieneporquétomarmásmantequiyadelaquequiere,¿nocreen?

—Con, llama, por favor —exclamó Josephine. Estaba a punto de perder lapaciencia.

Y la joven y orgullosaKate, la princesita encantada, entró a ver qué demoniosqueríanahoraaquellosvejestorios.Lesretiródescaradamentelosplatosenlosqueleshabíaservidonosesabíaquéyplantóanteellasunmejunjepastosoyblanquecino.

—Lacompota,Kate,porfavor—dijoJosephineamablemente.Katesearrodilló,abriódeparenparelaparador, levantó la tapadelbotede la

compota,vioqueestabavacío,locolocósobrelamesayvolvióasalir.—Losiento—dijolaenfermeraalcabodeuninstante—,peroestávacía.—¡Oh, qué contrariedad!—exclamó Josephine. Y se mordió el labio—. ¿Qué

podemoshacer?Constantiaparecíadubitativa.—NopodemosvolveramolestaraKate—dijosuavemente.Mientras,laseñoraAndrewsesperó,sonriéndolesaambas.Susojillosnoparaban

de espiarlo todo desde detrás de sus gafas. Constantia, desesperada, volvió a suscamellos.Josephinefruncióexageradamenteelceño,concentrándose.Sinohubiesesido por aquella estúpida mujer, Con y ella hubieran comido aquellas natillas sincompota,naturalmente.Deprontotuvounaocurrencia.

—Ya sé —se dijo—. Mermelada. En el aparador queda algo de mermelada.Tráela,porfavor,Con.

—Espero —dijo la señora Andrews riendo con una risita que parecía unacucharillatintineandoenelvasodeunenfermo—,esperoquenoseaunamermeladamuyamarga.

III

Pero,despuésdetodo,yanofaltabatanto,ycuandosefueseseiríaparasiempre.Ynodebíanolvidarquerealmentesehabíamostradomuyamableconsupadre.Lehabíacuidadodíaynochehastaelfinal.ClaroquetantoConstantiacomoJosephineconsideraban,parasusadentros,quehabíaexageradountantoalnoabandonarleensusúltimosmomentos.CuandohabíanentradoadespedirsedeéllaseñoraAndrewshabía permanecido sentada junto a la cabecera, tomándole el pulso y haciendo verquemirabaelreloj.Seguroqueaquellonoeranecesario.Y,además,eraunafaltadetacto.Supongamosquesupadrehubiesedeseadodecirlesalgo—algoconfidencial.Aunqueesonoquieredecirquesupadresehubiese reprimido. ¡Todo locontrario!Habíapermanecidoyaciente,conel rostroencendido,congestionado,enojado,ynose había dignado dirigirles la mirada ni siquiera cuando habían entrado. Y luego,mientraspermanecíanallí,sinsaberquéhacer,inesperadamentehabíaabiertounojo.

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¡Ah,quédiferenciatangrande,quédiferenciaenelrecuerdoqueibanatenerdeél,sitansólohubieseabiertolosdos!Hubiesesidomuchomásfácilcontárseloalagente.Pero no, uno, sólo había abierto un ojo. Un ojo que las miró centelleando unossegundosyluego…seapagó.

IV

ParaellashabíaresultadomuyembarazosocuandoelreverendoFarolles,deSaintJohn,acudióaverlasaquellamismatarde.

—Esperoquesusúltimashorasfueranapacibles—fueronlasprimeraspalabrasquedijo,mientrasparecíadeslizarsehaciaellasporentrelapenumbradelasaladeestar.

—Lo han sido —respondió Josephine débilmente. Y ambas bajaron la vista.Estaban seguras que aquella última mirada de un solo ojo no había sido nadaapacible.

—¿Noquieresentarse?—inquirióJosephine.—Gracias,señoritaPinner—dijoelreverendoFarollesagradecido.Serecogiólos

faldonesde la levitay fue a sentarse en el sillónde supadre, pero cuandoya casitocabaasientovolvióalevantarseysesentóenunasillavecina.

El reverendo Farolles carraspeó. Josephine juntó lasmanos.Constantia parecíaabstraída.

—Quiero que sepa, señorita Pinner —dijo el eclesiástico—, y usted también,señoritaConstantia,queestoytratandodeayudarlas.Quieroserdeayudaparaambas,siustedesme lopermiten.Estosson losmomentos—añadióel reverendoFarolles,consencillezyfranqueza—enlosqueDiosdeseaquenosayudemoslosunosalosotros.

—Le estamos muy agradecidas, reverendo —respondieron Josephine yConstantia.

—No hay de qué—dijo el eclesiástico amablemente. Metió los dedos en susguantesdecabritillayseinclinóhaciaadelante—.Ysideseanrecibir lacomunión,unadelasdos,olasdos,ahora,aquímismo,notienenmásquedecírmelo.Amenudolacomuniónesunagranayuda…,ungranconsuelo—añadióconsimpatía.

Perolaideadecomulgarallímismolasaterrorizó.¿Cómoibanacomulgar?¿Allímismo, en la sala de estar, solas, sin altar ni nada? El piano hubiera resultadodemasiado alto, pensó Constantia, y el reverendo Farolles no se hubiera podidoinclinar sobre él con el cáliz… Y seguro que Kate entraría de mala manerainterrumpiéndoles, pensó Josephine. ¿Y si llamaban a la puerta en mitad de laceremonia?Podíatratarsedealguienimportante…,dealgorelativoalóbito.¿Ibanalevantarsereverentementeysalir,oseveríanobligadasaesperar…,padeciendo?

—Siquierenpuedenmandarme luegounanotapormediodeKate, siprefieren

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recibirlacomuniónmásadelante—dijoelreverendoFarolles.—¡Oh,sí,muchasgracias!—respondieronellasalunísono.ElreverendoFarollesse levantóy tomósusombreronegro,depaja,queestaba

sobrelamesitaredonda.—Encuantoalentierro—añadiódulcemente—,siquierenyamecuidaréyode

todo, como amigo que era de su padre y suyo, señorita Pinner…, y señoritaConstantia…

JosephineyConstantiatambiénsehabíanlevantado.—Megustaríaque fuesemuysencillo—dijoJosephinecon resolución—.Yno

demasiadocaro.Aunquealmismotiempo,megustaríaquefuese…«Bueno y durase mucho tiempo», pensó Constantia somnolienta, como si

Josephine estuviese comprando un camisón. Pero naturalmente Josephine no dijonadaporelestilo.

—…adecuadoalaposicióndemipadre—concluyó.Estabamuynerviosa.—Pasaré a ver a nuestro buen amigo el señorKnight—dijo, tranquilizador, el

reverendo Farolles—.Le diré que pase a verlas. Estoy seguro de que podrá serlesmuyútil.

V

Bueno,almenosaquellasformalidadeshabíanconcluido,aunqueningunadelasdos podía creer que su padre no fuese a regresar jamás. Josephine habíaexperimentadounosinstantesdepánicototal,enelcementerio,mientrasdescendíanelféretro,pensandoqueellayConstantiahabíanhechoaquellosinconsultarloconsupadre. ¿Qué iba a decir él cuando todo se descubriese? Porque a buen seguroterminaría por descubrir lo que habían hecho. Siempre las había descubierto.«Enterrado.¡Vosotrasdosmehabéisenterrado!»Leparecióoírlosgolpecitosdesubastón.Oh,¿quéleibanadecir?¿Quéexcusapodíanencontrar?Parecíaunactotanterriblementedespiadado.Aprovecharsearteramentedeunapersonaqueenaquellosmomentosseencontrabaimposibilitada.Aunquelaotragenteparecíaconsiderarlounactoperfectamentenatural.Peroeranextraños;nopodíaesperarquecomprendiesenquesupadreera laúltimapersonaaquienpodíaocurrirleunacosasemejante.No,estabaconvencidaquetodalaculpabilidadrecaeríasobreellaysobreConstantia.Yademás los gastos, pensó, subiendo en el coche de confortables asientos. ¡Cuandotuviesequeenseñarlelasfacturas!¿Quéibaadecirsupadre?

Leoyógritar,hechounbasilisco:«¿Yospensáisquevoyapagaresajuerguecitavuestra?»

—¡Oh! —gimió la pobre Josephine en voz alta—. ¡No teníamos que haberlohecho,Con!

YConstantia,pálidacomoun limónen todoaquel luto,preguntóconvocecilla

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asustada:—¿Hacerelqué,Jug?—Dejarlesqueen…,queenterrasenapapáasí—dijoJosephine,dejándosellevar

por ladesesperaciónyenjugándoselas lágrimasconelpañuelonuevo,deluto,queteníaunraroolor.

—¿Qué querías que hiciéramos? —preguntó Constantia sorprendida—. Nopodíamosguardarleencasa,Jug…,noíbamosadejarlosinenterrar.Desdeluegonoenunpisodeltamañodelnuestro.

Josephinesesonó:aquelcocheeraterriblementeasfixiante.—No sé —dijo mohína—. Todo es tan terrible. Tengo la impresión de que

hubiésemosdebido intentarlo,aunquesólohubiera sidodurantealgún tiempo.Paraestartotalmenteseguras.Sóloestoyseguradeunacosa—dijo,mientrasdenuevosele saltaban las lágrimas—, que papá jamás nos perdonará lo que hemos hecho,¡jamás!

VI

Supadrenolasibaaperdonarjamás.Aquelloesloquesintieronaúnconmayorfuerzaalcabodedosdíascuando,unamañana,entraronensudormitorioparahacerun inventariodesuscosas.Lohabíanestadodiscutiendoconbastante tranquilidad.InclusoestabaapuntandoenlalistadecosasporhacerdeJosephine.Examinartodaslascosasdepapáytomaralgunadecisiónsobreellas.Aunqueesoeramuydistintoadecir,traseldesayuno:

—¿Qué,Con,estáslista?—Sí,Jug.Cuandotúquieras.—Bien,entoncesmásvaldráqueterminemoscuantoantes.Elvestíbuloestabaoscuro.Duranteañoshabíaconstituidounanormainflexible

nomolestarasupadreporlasmañanas,sucedieraloquesucediese.Yahoraibanaabrir la puerta sin ni siquiera llamar… Los ojos de Constantia se habían abiertodesmesuradamenteanteaquellaidea,aJosephineletemblabanlasrodillas.

—Tú…,entratúprimero—susurró,empujandoaConstantia.PeroConstantiarespondió,comoacostumbrabaahacerentalesocasiones:—No,Jug;seríainjusto.Túereslamayor.Josephineestabaapuntodedecirloqueconstituíasuúltimorecurso—yqueen

otrascircunstanciasnohubieradichopornadadelmundo—:«perotúeresmásalta»,cuandoadvirtieronquelapuertadelacocinaestabaabierta,yKatelasmirabadesdeelvano…

—Vamuyfuerte—dijoJosephinetomandolamanecilladelapuertayhaciendotodoslosposiblesporabrirla.¡ComosiesopudieseengañaraKate!

No había nada a hacer. Aquellamuchacha era…Luego la puerta se cerró tras

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ellas,pero…,peroaquellonoteníanadaqueverconeldormitoriodesupadre.Eracomosiderepentehubiesenatravesadolasparedesyseencontraranporerrorenunpisoabsolutamentedistinto. ¿Continuaba lapuerta estandoa susespaldas?Estabandemasiado asustadas para mirar. Josephine sabía que, si continuaba allí, iba amantenerseindeleblementecerrada;Constantia,porsuparte,teníalaimpresiónque,comolaspuertasdelossueños,eraunapuertasinmanijadeningunaclase.Loquehacíatanterribleaquellasituacióneraelfrío.Olablancura…¿cuáldelasdoscosas?Todoestabacubierto.Laspersianasestabanbajadas;un trapo tapabaelespejo,unasábana ocultaba la cama; un gran abanico de papel blanco tapaba la chimenea.Constantia extendió una mano, tímidamente; casi esperaba que le fuese a caer uncopo de nieve. Josephine notó un extraño cosquilleo en la nariz, como si se leestuviesehelando.Yentoncespasóuncochetraqueteandoporlacalleadoquinadayparecióqueaquellatranquilidadsequebrabaenmilpedazos.

—Creoqueserámejorsisubounapersiana—dijoosadamenteJosephine.—Sí,talvezseabuenaidea—susurróConstantia.Selimitaronadaruntironcitoalapersiana,peroéstasaltódisparada,ylacuerda

se arrolló tras ella, enrollándose en el cilindro superior, y dando un golpecito elborlónfinalcomosipretendiesesoltarse.

AquellofuedemasiadoparaConstantia.—¿Nocrees…,nocreesquepodríamosdejarloparaotrodía?—musitó.—¿Por qué?—exclamó Josephine, que, como de costumbre, se sentía mucho

mejorahoraquesabíaquesuhermanaestabadespavorida—.Undíauotrotendremosquehacerlo.Megustaríaquenohablasestanbajo,Con.

—Nomehedadocuentadequehablababajo—musitóConstantia.—¿Yporquénodejasdemirarlacama?—preguntóJosephine,levantandolavoz

enuntonocasidesafiante—.Nohaynadaenlacama.—¡Oh,Jug,por favor,nodigaseso!—dijo lapobreConnie—.Almenosno lo

digastanalto.Josephine tambiéncreyóquesehabíapropasado.Sevolvióresueltamentehacia

unacómodaconcajones,alargólamano,perolaretirórápidamente.—¡Connie!—exclamójadeando,ydándosemediavueltarecostóseconlaespalda

contralacómoda.—¡Oh,Jug!¿Quéocurre?Pero Josephine tenía los ojos desorbitados y no decía palabra. Tenía la

extraordinaria impresión de acabar de escapar a algo terrible. Pero ¿cómo iba aexplicarleaConstantiaquesupadreestabaenlacómodaconloscajones?Estabaenelcajónsuperior,conlospañuelosyloscorbatines,oquizáestuvieseagazapadoenelsiguiente, entre sus camisas y pijamas, o en el cajón inferior, con los trajes. Lasespiabadesdeallí,escondido—exactamente trasel tiradordelcajón—,dispuestoasaltar.

Dirigió una mueca anticuada y divertida a su hermana, como acostumbraba a

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hacerenotrostiemposcuandoestabaapuntodellorar.—Nopuedoabrir—dijocasigimiendo.—No, no abras, Jug—susurró Constantia tranquilizándola—. Esmuchomejor

quenolaabras.Noabramosnada.Dejemosquepasealgúntiempo.—Pero…,peropareceunacobardíatangrande—dijoJosephinedesolada.—¿Por qué no permitirnos ser cobardes una vez en la vida, Jug? —argüyó

Constantia, murmurando con bastante vehemencia—. Suponiendo que sea unacobardía—añadiódirigiendosumiradaalescritoriocerradoconllave,tanseguro,alarmario enorme y deslumbrante, y empezando a respirar de un modo extraño,jadeante—. ¿Por qué no podemos ser cobardes por una vez en la vida, Jug? Meparecequetieneperdón.Seamoscobardes,débiles,Jug.Esmuchomásagradableserdébilqueserfuerte.

Yentoncesprocedióahacerunadeaquellascosassorprendentementeosadasquehabíaejecutadoquizádosvecesmásensuvida:sedirigiódirectamentealarmario,diovueltaalallaveylasacódelacerradura.

LasacódelacerradurayselaentregóaJosephine,mostrandoasuhermanaconsu extraordinaria sonrisa que sabía perfectamente lo que acababa de hacer:deliberadamentehabíacorridoelriesgodequesupadreseencontraseallí,entrelosabrigos.

Si el enorme armario se hubiese inclinado hacia adelante, aplastando aConstantia, Josephine no se hubiese sentido sorprendida lo más mínimo. Muy alcontrario, habría pensado que era el resultadomás apropiado a su acción. Pero noocurrió nada. Simplemente la habitación pareció aún más silenciosa que decostumbre,ycoposmayoresdeairefríofueronaposarseenloshombrosyrodillasdeJosephine,quesepusoatiritar.

—Vamos, Jug—dijoConstantia,manteniendo todavía aquella horrenda sonrisadedureza,yJosephine lasiguiócomohabíahechoenaquellaotraocasión:cuandoConstantiahabíaempujadoaBenny,tirándolealestanque.

VII

La tensión a la que se habían hallado sometidas se hizo patente al volver alcomedor.Aúntemblando,tomaronasientoysemiraron.

—Me parece que no voy a poder hacer nada—dijo Josephine— hasta que nobayatomadoalgo.¿TepareceríabienquelepidiésemosdostazasdeaguacalienteaKate?

—Nocreoquehayanadademaloenello—dijoConstantiasensatamente.Volvíaa mostrarse bastante normal—. No la llamaré. Voy hasta la puerta de la cocina apedírselas.

—Sí,esoes—laanimóJosephine,arrellanándoseenunsillón—.Pídelesólolas

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dostazasdeagua,Con,nadamás.Enunabandeja.—No hace falta que ponga la jarra, ¿verdad?—dijo Constantia, como si Kate

hubiesepodidoprotestarportenerqueponerlajarra.—¡No, no, no hace falta! La jarra no nos hace falta. Puede echar el agua

directamentedelcazo—dijoJosephine,creyendoqueasíibaaahorrarleuntremendoesfuerzo.

Sus labios fríos tiritaban en los bordes verdosos. Josephine ahuecó sus manospequeñas,rojizas,rodeandotodalataza;Constantiasesentóenhiestaysoplóhacialasuperficiedelatazahaciendoqueelvaporondulanteoscilasedeunladoaotro.

—HablandodeBenny—dijoJosephine.Y aunque su nombre no había sido mencionado, Constantia inmediatamente

levantólamiradacomosi,enefecto,hubiesenestadohablandodeél.—Supongoqueesperaráque lemandemosalgodepapá.Peroresulta tandifícil

saberquéselepuedemandaraCeilán.—¿Terefieresa lascosasquepuedendeteriorarseduranteelviaje?—murmuró

Constantia.—No,deteriorarseno.Merefieroaloquepuedeperderse—respondióJosephine

consequedad—.Yasabesqueelcorreonoexiste.Nohaymásquemensajeros.Ambascallaronimaginándoseaunnegrovestidoconcalzonesblancoscorriendo

porpálidascampiñascomosienellolefueralavida,conungranpaqueteenvueltoenpapelcastañoenlasmanos.ElnegrodeJosephineerapequeñito;ycorríaatodaprisa reluciendo como una hormiga. Pero el individuo alto y enjuto que habíaimaginadoConstantia tenía un algo obcecado e infatigable que le convertía, segúndecidió ella, en una persona extremadamente desagradable… En la terraza,completamentevestidodeblancoytocadoconunsalakof,sehallabaBenny.Sumanoderecha temblaba arriba y abajo como le sucedía a su padre cuando estabaimpaciente. Y tras él, sin demostrar el menor interés, se hallaba Hilda, la cuñadadesconocida. Se balanceaba en una mecedora de bambú mientras ojeabadistraídamentelaspáginasdelTatler.

—Creoquesurelojseríaelrecuerdomásadecuado—dijoJosephine.Constantialevantólamirada;parecíaasombrada.—¡Oh!¿Seríascapazdeencomendarunrelojdeoroaunnativo?—Procuraríadisimularlodealgúnmodo—dijoJosephine—.Nadiesabríaqueera

unreloj.—Leencantabalaideadetenerquehacerunpaqueteconunaformatanraraquenadiepudieseadivinarquécontenía.Poruninstanteinclusopensóenesconderlodentrodeunacajitadecartónpertenecienteauncorséyquehabíaguardadodurantemuchos años, esperando que sirviese para algo. Era una cajamaravillosa, y recia.Aunque,bienpensado,no,noeramuyapropiadaparaaquellaocasión.Ensuexteriorpodía leerse: «Talla mediana señora, 28. Ballenas extrafuertes». Hubiese sido unasorpresademasiadograndeparaBennyabriraquellacajayencontrarseconelrelojdesupadre.

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—Y además no creo que funcione, que tenga cuerda, quiero decir—comentóConstantia,que todavíaestabapensandoenelamorde losnativospor las joyas—.Me sorprendería mucho —añadió— que continuase andando después de tantotiempo.

VIII

Josephinenorespondió.Comoleocurríaavecessehabíaidoporlasramas.DeprontosehabíapuestoapensarenCyril.¿Nohubierasidomásnormalqueelrelojfueseapararasuúniconieto?Ademáselencantadormuchachosabíaapreciartantoaquellas cosas, y un reloj de oro significaba tanto para un joven. Benny, muyprobablemente,yahabíaperdidolacostumbredellevarreloj;enclimastancalurososlos hombres difícilmente llevan chaleco. Cyril, sin embargo, en Londres llevabachalecodurantetodoelaño.YparaellayparaConstantiaseríatanagradablesaberque teníael relojcadavezque fuesea tomarel téconellas.«Yaveoque llevaselrelojdelabuelo,Cyril».Sí,aquellapodíaserlasoluciónmássatisfactoria.

¡Espléndidomuchacho!¡Quégolpetandurohabíasidoparaellassuamablenotade condolencia! Naturalmente que lo comprendían; pero había sido una verdaderapena.

—Hubieseresultadoperfectosiélhubiesepodidovenir—dijoJosephine.—Ademáslohabríapasadobien—añadióConstantiasinpensarenloquedecía.Detodosmodos,encuantoregresara,ibaairatomareltéconsustías.Cuando

Cyrilibaatomareltésepermitíanunodesusrarosdespilfarros.—Vamos, Cyril, no hagas remilgos a nuestros pastelillos. Tu tía Con y yo los

hemos comprado estamañana enBuszard’s. Y sabemos cómo es el apetito de loshombres.Demodoquenotengasmiedoycomecuantoquieras.

Josephine cortó despreocupadamente del espléndido pastel de color oscuro quesignificabaqueellaibaaquedarsesinguantesdeinvierno,oquelosúnicoszapatospresentablesdeConstantiaibanaverseprivadosdemediassuelasytaconesnuevos.PeroCyrilparecíatenerunapetitomuypocovaronil.

—Por Dios, tía Josephine, ya no puedomás. Ya sabes, acabo de comer ahoramismo.

—¡Oh,Cyril,nopuedesercierto!Sisonmásdelascuatro—exclamóJosephine.Constantiapermanecíasentadaconelcuchilloenvilosobreelrollodechocolate.

—Pues lo es —replicó Cyril—. Tenía que encontrarme con un señor en laestaciónVictoriaymehatenidoesperandohastaquéséyoquehora…Sólomehadadotiempodecomeryvenirhaciaaquí.Yademás,¡uf!—añadióCyrilllevándoselasmanosalacabeza—,mehaobsequiadoconunverdaderobanquete.

Qué contrariedad, precisamente aquel día. De todos modos el pobre no teníaformadesaberlo.

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—¿Al menos te tomarás un merengue, no, Cyril?—dijo tía Josephine—. Loshemos comprado especialmente para ti. Tu querido padre se volvía loco por losmerengues.Yestamossegurasquetútambién.

—Yesciertoquemegustan, tíaJosephine—exclamóCyrilconvehemencia—.¿Osimportasiparaempezartomosólomedio?

—¿Cómoibaaimportamos,hijo?;peronodejaremosqueteescabullassincomermás.

—¿Todavía continúan gustándole tanto los merengues a tu querido padre?—preguntóamablementetíaCon.Yparpadeóligeramentemientrashincabalosdientesenlacortezadelsuyo.

—La verdad es que no estoy muy seguro, tía Con —dijo Cyril sin prestaratención.

Inmediatamenteambaslevantaronlamirada.—¿Noestás seguro?—gritó casi Josephine—. ¿Cómopuedes ignorar una cosa

tanimportanteparatupadre,Cyril?—¿Cómoesposible?—repitiótíaConafablemente.Cyrilintentóreírydijo:—Bueno,laverdadesquehaceyatantotiempo…—titubeóycalló.Lacaraque

poníansustíaserainsoportable.—Aunasí—dijoJosephine.YtíaConcontinuómirándole.Cyrilposósutaza.—Unmomento—exclamó—. Unmomento, tía Josephine. ¿En qué estaría yo

pensando?Levantólamirada.Elrostrodeambasempezabaabrillar.Cyrilsediounapalmadaenlarodilla.—Naturalmente—dijo—,eranmerengues.Nosécómolohabíapodidoolvidar.

Sí,tíaJosephine,tienestodalarazón.Papácontinúaadorandolosmerengues.Nosóloestabanradiantes.Tía Josephine se ruborizó de placer; y tía Con dio un suspiro hondo,

profundísimo.—Yahora,Cyril,tienesquepasaraveralabuelo—dijoJosephine—.Sabeque

ibasavenirhoy.—Vamos—dijoCyril,muyfirmeydecidido.Se levantóde lasillaydepronto

diounvistazoalreloj.—Diosmío, tía Con, ¿seguro que no tenéis el reloj algo atrasado? Tengo que

encontrarmeconunseñoren…,enPaddingtonalascincoyalgo.Metemoquenovoyapoderestarmuchoratoconelabuelo.

—Notepreocupes,élnoesperaqueestésmuchorato—dijotíaJosephine.Constantiatodavíaestabacontemplandoelreloj.Nopodíadecidirsiadelantabao

atrasaba.Era lounoo lootro,deesoestabasegura.Por lomenosasí lohabíasido

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durantemuchosaños.Cyrilseretrasóunmomento.—¿Novienesconnosotros,tíaCon?—Naturalmente—dijoJosephine—,vamosaverletodos.Vamos,Con.

IX

LlamaronalapuertayCyrilsiguióasustíasentrandoenlahabitacióncaldeadaysudorosadelabuelo.

—Acércate—dijoelabueloPinner—.Noosquedéisahíparados.¿Quéocurre?¿Quédemonioshabéisandadotramando?

Estabasentadofrentealhogarenelqueardíaunfuegocrepitante,agarradoasubastón. Una gruesa manta le tapaba las piernas. Sobre el halda tenía un hermosopañuelodesedadeunpálidoamarillo.

—Padre,esCyril—dijoJosephinetímidamente.Ytomóasusobrinodelamanollevándolehaciaelabuelo.

—Buenastardes,abuelo—dijoCyrilintentandodeshacerlamanodelapresadetíaJosephine.

El abuelo Pinner clavó lamirada enCyril con aquella concentración tan suya.¿DóndeestabatíaCon?EstabadelotroladodetíaJosephine;conlosbrazosestiradosalolargodesucuerpo,ylasmanosentrelazadas.Constantiajamásapartabalavistadelabuelo.

—Bien,bien—dijoelabueloPinner,empezandoadargolpecitosconelbastón—,¿quémecuentasdenuevo?

¿Qué podía contarle, qué podía decirle al anciano? Cyril notó que se sonreíacomounperfectoimbécil.Ademásenaquellahabitaciónhacíauncalorbochornoso.PerotíaJosephineacudióensuayuda,exclamandollenadecontento:

—Cyrildicequeasupadretodavíaleencantanlosmerengues,papá.—¿Cómo?—espetóelabueloPinner,curvandounamanosobresuorejacomosi

fueseunaamoratadaconchademerengue.Josephinerepitió:—Cyrildicequeasupadretodavíaleencantanlosmerengues.—Noteoigo—dijoelancianocoronelPinner.Yconelbastónhizounademán

alejando a Josephine y luego señaló a Cyril—. Cuéntame lo que Josephine quieredecir.

«¡Diosmío!»—¿Selocuento?—preguntóCyrilsonrojándoseyvolviéndosehaciasutía.—Claro,sobrino—sonrióella—.Yaveráscomoleencantará.—¡Anda, vamos, desembucha! —rugió el coronel impaciente, volviendo a

golpearconelbastón.

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YCyrilseinclinóhaciaadelanteychilló:—Apapátodavíaleencantanlosmerengues.ElabueloPinnerpegóunbrincocomosileacabasendedispararuntiro.—¡Nogrites!—exclamó—. ¿Qué diantre le sucede almuchacho? ¡Merengues!

¿Quédemoniosocurreconlosmerengues?—Oh,tíaJosephine,¿deverdaddebemosdecírselo?—gimióCyrildesesperado.—No tepreocupes,guapo—dijo tía Josephinecomosi ambosestuviesenenel

dentista—.Yaveráscomoenseguidalocomprenderá.—Ydirigiéndoseasusobrinoañadióenunsusurro—:Seestávolviendounpocodurodeoído.—Luegoseinclinóhacia adelante y realmente aulló el abuelo—: Cyril sólo quería decirte, papaítoquerido,queasupadretodavíaleencantanlosmerengues.

Estavezel coronelPinneroyóperfectamente,oyóyen su rostro sedibujóunaampliasonrisa,mientrasexaminabaaCyrilarribayabajo.

—¡Eso sí que es esstraordinario! —exclamó el coronel—. ¡Realmenteesstraordinario,haberhechounviajetanlargoparadecirmeesto!

YCyriltuvoquereconocerquerealmenteloera.—Sí,lemandaréelrelojaCyril—dijoJosephine.—Esoseríaestupendo—aprobóConstantia—.Meparecerecordarquelaúltima

vezqueestuvoaquíteníaalgúnproblemaconlahora.

X

SevieroninterrumpidasporlaestruendosaaparicióndeKateque,comosiempre,entróprecipitadamente,comosiacabasededescubrirunpanelsecretoenlapared.

—¿Fritoohervido?—preguntóconvozarrogante.¿Frito o hervido? Josephine y Constantia se mostraron momentáneamente

sorprendidas.Noacababandecomprender.—¿Fritoohervidoelqué,Kate?—preguntóJosephine,intentandoconcentrarse.Katerespondióconunrespingodedesagrado:—Elpescado.—Bueno, ¿y por qué no lo habías dicho antes? —la reprochó amablemente

Josephine—.¿Cómoqueríasquesupiésemosdequésetrataba,Kate?Enestemundoexistenmuchascosasquepuedenserfritasohervidas.—YtrasaquellademostracióndevalorsedirigióbastantealegrementeaConstantiaparapreguntarle—:¿Tú,cómoloprefieres,Con?

—Meparecequepodríasermuybuenofrito—dijoésta—.Aunque tambiénesverdad que el pescado hervido esmuy bueno.Meparece queme gusta de las dosmaneras…Amenosquetú…Entalcaso…

—Se lo freiré—dijoKate,dándosemediavueltaydejándoles lapuertaabiertaparapegardespuésunportazoconladelacocina.

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Josephine miró a Constantia; arqueó sus pálidas cejas hasta que parecieronfundirseconsupelocanoso.Selevantó.Yenuntonoaltivoeimpresionantedijoasuhermana:

—¿Teimportaríavenirconmigounmomentoa lasalita,Constantia?Tengoquehablarcontigodealgodemuchísimaimportancia.

SiemprequequeríanhablardeKateseretirabanalasalita.Josephinecerrólapuertaconcienzudamente:—Siéntate,Constantia—dijo, con gran pomposidad.Era como si recibiese por

primeravezensuvidaaConstantia.YConmiróvagamenteasualrededorenbuscadeunasilla,comosirealmentesesintieseextraña.

—Mira, el problema es —dijo Josephine inclinándose hacia adelante— sidebemoscontinuarconellaono.

—Sí,éseeselproblema—corroboróConstantia.—Y esta vez —prosiguió Josephine con firmeza—, debemos llegar a una

solucióndefinitiva.Por un instante pareció como si Constantia fuese a repasar todas las otras

ocasionesenlasquehabíantratadoeltema,perosecontuvoydijo:—Sí,Jug.—Compréndelo, Con —explicó Josephine—, ahora todo ha cambiado

radicalmente.—Constantialevantórápidamentelamirada—.Loquequierodecir—siguióJosephine—esqueyanodependemosdeKatecomodependíamosantes.—Yseruborizóligeramente—.Yanohayqueprepararlelacomidaapapá.

—Enesotienestodalarazón—aceptóConstantia—.Ahorapapáyanonecesitaquelepreparennadadecomer…

Josephinelainterrumpióbruscamente:—Noteestarásdurmiendo,¿verdad,Con?—¿Durmiendo,Jug?—exclamóConstantiaconlosojosabiertosdeparenpar.—Aversiteconcentrasunpocomás—dijoJosephineconsequedad,yvolvióal

temadelaconversación—.Resumiendo,lasituaciónesquesídespedimosaKate—y esto lo dijo apenas con un susurro,mirando de reojo hacia la puerta—, nosotraspodríamospreparamosnuestracomida—concluyó,volviendoalevantarlavoz.

—¿Y por qué no?—saltó Constantia. No pudo pormenos de sonreír. Aquellaidearesultabatanexcitante.Seretorciólasmanos—.¿Quécomeríamos,Jug?

—Oh, pues todo tipo de huevos—dijo Jug, volviendo amostrarse altiva—.Yademáshaytodotipodealimentospreparados.

—Perosiempreheoídodecir—comentóConstantia—quesonmuycaros.—No, si se compran con moderación —rectificó Josephine. Pero abandonó

aquellasfascinantesespeculacionesyobligóaConstantiaaquelehiciesecaso—.LoqueahoratenemosquedecidiressirealmenteconfiamosenKateono.

Constantiaserecostóenelrespaldo.Unarisitasosaescapódesuslabios.—¿Noteparececurioso,Jug—dijo—,queprecisamenteenesteasuntonuncasea

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capazdetomarunadecisión?

XI

Desdeluegonuncalahabíatomado.Ylodifícilerallegaraprobaralgo.¿Cómopodía probarse una cosa, cómo? Supongamos que Kate se hubiese plantificadodelantedeellahaciendodeliberadamenteungestodeburla.¿Nohubierapodidoserdebido al dolor? ¿Yno era, de cualquiermodo, imposible preguntarle aKate si seestababurlandodeellaono?¡Menudochascosiellarespondíaque«no»,yesoera,atodasluces,loqueibaaresponder!¡Menudameteduradepata!AdemásConstantiasospechaba, teníacasielconvencimiento,queKateabría loscajonesdesucómodacuandoJosephineyellasalían,nopararobarlesnada,sinosencillamenteparaespiar.Muchasvecesal regresarhabíaencontradosucruzdeamatistasen los lugaresmásinverosímiles,bajolaschalinasdeencajeosobresuBerthaparalanoche.EnmásdeunaocasiónlehabíatendidounatrampaaKate.Habíadejadolascosascolocadasdeunmodoespecial,yluegohabíallamadoaJosephineparaquefuesetestigo.

—¿Loves,Jug?—Perfectamente,Con.—Ahorapodremossaberloconcerteza.Pero,hijita, cuandovolvíaamirarcontinuabahallándose igualmentealejadade

cualquierprueba.Sihabíaalgounpocodesordenadopodíaserdebidoalmovimientodelcajónalcerrar;unpequeñoempujoncitopodíahaberlodesplazadofácilmente.

—Jug, ven tú y decide. La verdad es que nome atrevo a decir nada. Resultademasiadodifícil.

Perotrasunapausayunalargamirada,Josephinesuspiraba:—Ahoramehashechoentrardudasamítambién.Con,tampocoestoysegura.—Bueno, no podemos aplazarlo por más tiempo —dijo Josephine—. Si lo

aplazamosahorayano…

XII

Peroenaquelinstante,abajo,enlacalle,empezóasonarunorganillo.JosephineyConstantiasepusieronenpiedeunbrinco.

—Corre,Con—dijoJosephine—.Dateprisa.Hayunamonedadeseispeniquesen…

Peroeneseinstanterecordaron.Yanoimportaba.Nuncamásibaapedirlesqueparasenalorganillero.Nuncamáslespediríaquedijesenaaquelmicoquesefuesecon la música a otra parte. Nunca más volverían a oír aquel fortísimo y extrañoresoplidocuandosupadrepensabaquenosedabanbastanteprisa.Yelorganillero

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podía continuar tocando allí debajo todo el día sin que se oyesen los golpes de subastón.

Nuncamásgolpearáelbastón,Nuncamásgolpearáelbastón,

tocabaelorganillo.¿En qué pensaba Constantia? Su sonrisa era tan rara; parecía distinta. Tal vez

estuvieseapuntodeecharseallorar.—Jug,Jug—dijoConstantiaafablemente,apretandoambasmanos—.¿Sabesqué

díaeshoy?Sábado.Hoyhaceunasemana.Todaunasemana.

Unasemanaquemurió,Unasemanaquemurió,

sollozabaelorganillo.YtambiénJosephineseolvidódeserprácticay juiciosa;sonriódébilmente,deunmodoextraño.Sobrelaalfombraindiacaíaunrectángulodesol,deunrojolívido;lucía,seapagabayvolvíaalucir…ypermanecía,sehacíamásfuerte…,hastacobrarunbrillocasidorado.

—Hasalidoelsol—dijoJosephine,comosirealmentefuesealgoimportante.Unaperfectacascadadenotasburbujeantesbrotódelorganillo,notas redondas,

relucientes,esparciéndosedespreocupadamente.Constantia levantó susmanos grandes y frías como si fuese a recogerlas, pero

luegodenuevolasdejócaer.Seacercóalarepisadelachimeneaendondeestabasuestatuilla de Buda predilecta. Y aquella imagen de piedra y dorados, cuya sonrisasiempre lehabíaproducidouna impresión tanextraña,casidedolor,aunqueeraundoloragradable,hoypareciódirigirlealgomásqueunasonrisa.ElBudasabíaalgo,guardabaunsecreto.«Séalgoquetúignoras»,ledecía.¿Oh,quéera,quépodíaser?Aunquelociertoeraquesiemprehabíatenidolaimpresióndequeexistía…algo.

El sol entraba con fuerza por las ventanas, abríase camino hacia el aposento,lamíaconsuluzlosmueblesyfotografías.Cuandollegóalafotografíadesumadre,laampliaciónquehabíasobreelpiano,pareciódetenersecomosilesorprendieraquequedasetanpocodesumadre,sólolospendientesenformadediminutaspagodasyla boa de plumas negras. ¿Por qué quedarán siempre tan desvaídas las fotos de lagente muerta?, se preguntó Josephine. En cuanto una persona moría su fotografíatambiénparecíamorir.Aunque,naturalmente,aquellafotodesumadreteníamuchosaños.Treintaycinco.Josephineserecordósubidadepiesaunasilla,señalándolelaboadeplumasaConstantiaycontándolequeeralaserpientequehabíamatadoasumadreenCeilán…¿Hubiesesido todo tandistintosisumadrenohubiesemuerto?

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Nolocreía.TíaFlorencehabíavividoconelloshastaquelasniñashabíandejadolaescuela,ysehabíanmudadodecasatresvecesynuncaleshabíanfaltadovacacionesy…,ynaturalmentehabíancambiadodesirvientes.

Algunosgorrioncillos,gorrioncillos jóvenesa juzgarpor su trino, sepusieronapiarenelsalientedelaventana.Pío-pío-pío.PeroaJosephineleparecióquenosetratabadelosgorriones,yqueelsonidonollegabadesdeelalféizar.Aquelextrañosonido, aquella lamentación, salía de dentro de ella,Pío - pío - pío. ¿Ah, qué eraaquelloquesollozaba,aquellotandébilydesamparado?

¿Sehubiesencasadodehabervividosumadre?Nuncahabíaexistidonadieconquiencasarse.Losamigosanglo-indiosdesupadre,perosóloantesdequesepeleasecon ellos. Tras la riña,Constantia y ella nunca habían conocido a ningún hombre,como no fuese a religiosos. ¿Cómo se podía conocer a un hombre? Inclusosuponiendoquehubiesentratadoaalgunoshombres,¿cómopodíanhaberlesllegadoa conocer lo bastante para ser algomás que simples extraños? Existían relatos degente que tenía aventuras, de mujeres que eran seguidas, y cosas parecidas. Peronadiehabía jamásseguidoaConstantiaoaella. ¡Ah, sí,unañoenEastbourne,unmisterioso caballero de la pensión les había dejadouna nota bajo la jarra del aguacalientequesehallabaantelapuertadesudormitorio!PerocuandoConnielahabíadescubierto el vapor había borrado lo escrito y era imposible leerla; ni siquierapudieron adivinar a cuál de las dos iba dirigida. Y el misterioso caballero habíadesaparecido al día siguiente. Eso era todo. Todo lo demás había sido cuidar a supadre,yalmismotiemponoentrometerseensuscosas.Pero¿yahora?¿Yahora?ElsolqueavanzabacautelosocayósuavementesobreJosephine.Levantó lacara.Lostibiosrayosparecíanatraerlahacialaventana…

Hasta que el organillo dejó de tocar Constantia permaneció frente al Buda,reflexionando, pero no vagamente, como de costumbre. Ahora sus pensamientosconstituían una especie de anhelo. Recordó las veces que había acudido allí,abandonandosilenciosamente lacamacuandohabía luna llena,y tendiéndoseenelsuelo con los brazos abiertos, como si estuviese crucificada. ¿Por qué? La lunaenorme,pálida,lehabíaobligadoahacerlo.Aquellashorriblesfigurasdanzantesdelbiombo tallado se habían mofado de ella, pero no les había hecho caso. Tambiénrecordó cómo, cuando iban a la playa, procuraba alejarse sola y acercarse cuantopodía al mar para cantar algo, algo que se inventaba, mientras contemplaba lainmensidad de aquella superficie en perpetuo movimiento. Era cierto que habíaexistido aquella otra vida, el salir de casa a toda prisa, el volver con las cestasrepletas,elconseguirelvistobueno,odiscutirlasconJug,devolverlas,volverapedirlaaprobación,prepararlasbandejasdesupadreyprocurarnoenojarle.

Pero todo aquello parecía haber ocurrido en una especie de túnel.No era real.Sólosesentíarealmenteellacuandosalíadeltúnelalaluzdelaluna,ojuntoalmar,oenmediodeunatormenta.¿Quésignificabaaquello?¿Quéeraloquesiemprehabíadeseado?¿Aquéconducíatodoaquello?Y¿ahora?¿Ahora?

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Dejódemirar laestatuilladelBudaconunodesusademanesvagos.FuehaciadondesehallabaJosephine.Queríadecirlealgoasuhermana,algoimportantísimo,sobre…,sobreelfuturoyloque…

—¿Nocreesquetalvez…?—empezóadecir.PeroJosephinelainterrumpió:—Estabapensandoquequizásahora…—murmuró.Ambascallaron,esperandoquelaotraprosiguiese.—Di,di,Con—lainstóJosephine.—No,no,Jug;dilotúprimero—dijoConstantia.—No,mujer,diloqueibasadecir.Túhasempezado—argüyóJosephine.

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ELSEÑORYLASEÑORAPALOMO

Naturalmentesabía—nadiepodíasaberlomejorqueél—quenoteníanisombrade esperanza, ni lamásmínimaposibilidad.El simplehechodeque se atreviese apensarenelloyaeratandescabelladoquehubiesecomprendidoperfectamentequeelpadre de ella… —bueno, cualquier cosa que su padre hiciese iba a estarperfectamentejustificada—.Laverdadesque,anoserporsudesesperación,anoserporelhechoqueaquéleradecididamentesuúltimodíaenInglaterrahastasoloDiossabíacuándo,nosehubieraatrevidoadaraquelpaso.Einclusoasí…Abrióuncajóndelacómodayeligiólacorbata,unacorbataajedrezada,acuadrosazulesybeiges,yse sentó al borde de la cama. Suponiendo que ella respondiese: «¡Menudaimpertinencia!», ¿se sentiría sorprendido? Decidió que no, que no se sentiríasorprendidolomásmínimo,ydoblóelcuellodelacamisaocultandolacorbata.Enrealidad esperaba que ella dijera algo por el estilo. Si consideraba la situación conabsolutasobriedadnoveíacomoellapodíaresponderotracosa.

¡Ahora la suerteyaestabaechada!Nerviosamente seanudó lacorbata frentealespejo,sealisóelpeloconambasmanos,ysacóporfueralastapidasdelosbolsillosde la chaqueta.Ganaba entre 500 y 600 libras al año en una explotación frutícolanadamenos que ¡en Rodesia!No tenía ningún capital. No esperaba heredar ni unpenique.Nohabíaposibilidaddequesusueldoaumentasealmenoshastadentrodecuatro años. Y en cuanto a su atractivo físico y todas esas cosas, más le valíaconsiderarlosinexistentes.Puestosapresumirnisiquierapodíapresumirdetenerunasaludatodaprueba,aqueltrabajoenAfricaorientallehabíadejadotanderrengadoquehabía tenidoque tomarseseismesesdevacaciones.Todavíaestabamuypálido—aquella tarde más que de costumbre, pensó, inclinándose hacia adelante ycontemplándoseenelespejo—.¡Diosmío!¿Quélehabíaocurrido?Teníaelpelocaside color verde brillante. Aquello era demasiado, estaba seguro de que el pelo nopodía habérsele vuelto verde.Era increíble.Y entonces la luz verdosa osciló en elespejo;eralasombradelárbolquehabíaenlacalle.Reggiesediomediavuelta,sacólapitillera,perorecordóqueasumadrenolegustabaquefumaseeneldormitorio,yse la volvió a guardar dirigiéndose hacia la cómoda. No, ni loco no hubieseencontradouna solacosaqueestuviesede suparte,mientrasqueella…¡Ah…!Sedetuvoenseco,cruzólosbrazos,yserecostóenlacómoda.

Yapesarde laposicióndeAnne,apesarde lafortunadesupadre,deserhijaúnicay,conmucho,lamuchachamáspopulardetodosucírculoderelación;apesardesubellezaydesuinteligencia.—¡Inteligencia!—,enrealidaderamuchomásqueeso, laverdadesquenohabíanadaquenohiciesea laperfección; apesardequeReggie creía que, si hubiese sido necesario, Anne podía llegar a ser un genio encualquier cosa; a pesar de que sus padres la adoraban, y ella a sus padres, y noestaríandispuestosapermitirquesefuesetanlejos…Apesardeabsolutamentetodaslascosasenlasqueunofuesecapazdepensar,suamorporellaeratanintensoque

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nopodíapormenosdeabrigaralgodeesperanza.Bueno,¿eraaquelloesperanza?¿Otalvezaquelextrañoytímidoanheloportenerlaoportunidaddecuidardeella,portomarsobresushombroslaresponsabilidaddequenadalefaltase,dequejamásseacercaseaellaalgoquenofueseabsolutamenteperfecto…,era,simplemente,amor?¡Laamaba,amaba!Apretósecontralacómodamurmurando:«Laquiero,laquiero».Y durante aquellos segundos le pareció viajar con ella camino de Umtali. Era denoche. Anne estaba sentada en una esquina, y dormía. Su delicada barbilla seapoyaba en su dulce pecho, sus doradas pestañas descansaban sobre sus ojos. Sumenteresiguióconfruiciónsuesbeltanaricilla,suslabiosperfectos,suorejitainfantilcasitapadaporunrizobroncíneo.Estabanatravesandolajungla.Eradenocheysehallaba lejos, en un clima caluroso. Y ella se despertó y preguntó: «¿Me hedormido?»Yélrespondió:«Sí.¿Teencuentrasbien?Déjamequete…»Yseinclinópara…Seinclinóhaciaella.Lafelicidaddeaquelgestoeratantaquenopudoseguirsoñando. Pero le dio la valentía necesaria para descender rápidamente a la plantabaja, tomar el panamá del vestíbulo, ymurmurar mientras cerraba la puerta de lacasa:

—Bueno,nopuedohacerotracosaqueprobarsuerte,esoestodo.Pero su suerte le metió en un mal trance, por no decir otra cosa, casi

inmediatamente. Su madre estaba paseando por el sendero del jardín seguida deChinnyyBiddy,losdosviejospequineses.Naturalmente,Reginaldqueríaasumadrey todo eso. Ella…, bien, ella lo hacía con las mejores intenciones, era mujer deextraordinaria firmeza,y todo lodemás.Peronohabíavueltadehoja,comomadreera inflexible.En lavidadeReggiehabíanexistidomomentos,muchosmomentos,antesdequetíoAlickmurieseyledejaselaexplotacióndeRodesia,enlosquepensóqueserhijoúnicodeunaviudaeraelpeorcastigoqueunopodíarecibir.Yloquelohacíatodavíapeoreraque, legustaraono,ellaeraloúnicoquetenía.Nosehabíalimitadoahacerledepadreymadreauntiempo,porasídecirlo,sinoqueademássehabía peleado con toda su parentela y con la del gobernador antes de que Reggieempezaseallevarpantalónlargo.DemodoquecadavezqueReggieseañorabaensuexplotación africana, sentado en el porche en sombras, bajo la luz de las estrellas,mientras el gramófono desgranaba las notas de ¿Qué es la vida sin amor, cariñomío?,suúnicavisióneralafiguraaltaymacizadesumadrepaseandoarribayabajoporelsenderodeljardincitoseguidadeChinnyyBiddy…

Su madre, con las tijeras de podar abiertas dispuestas a cortarle la cabeza acualquierplantamuerta,sedetuvoalveraReggie.

—Supongoquenovasasalir,Reginald—espetó,viendoqueibaahacerlo.—Estarédevueltaparael té,mamá—dijoélacobardado,hundiendolasmanos

enlosbolsillosdelachaqueta.¡Zas!Flordecapitada.Reggiecasipegóunbrinco.—Habíapensadoquealmenospodríasdedicaratumadretuúltimatarde—dijo

ella.

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Silencio.Los pequineses lemiraron.Comprendían todo lo quedecía sumadre.Biddyestaba tendidaenel suelocon la lengua fuera; estaba tangorday relucienteque parecía un caramelo de café con leche medio deshecho. Pero los ojos deporcelana deChinny se ensombrecieron al ver aReginald, y olisqueó ligeramente,comositodoelmundofueseundesagradabilísimoolor.¡Zas!,volvieronasonarlastijeras.¡Pobrecillasflores,ahoraeranellasquienesrecibían!

—Y se puede saber a dónde vas, si es que le está permitido a tu madrepreguntártelo—añadióella.

Por finhabía terminadoaquelmal trago,peroReggienoaminoróelpasohastaperderdevistasucasa,yaamediocaminodeladelcoronelProctor.Soloentoncessediocuentadequehacíaunatardedeprimera.Porlamañanahabíallovido,unatípicalluvia de finales de verano, cálida, intensa y pasajera, y ahora el cielo ya estabadespejado y sólo quedaba una larga hilera de nubecillas, como patitos, que eranempujadas hacia el bosque. La brisa conseguía sacudir las últimas gotas de losárboles;unacálidaestrellalesalpicólamano.¡Plaf!,tamborileóotraensusombrero.La calle desierta relucía, los setos olían a escaramujos, y lasmalvalocas brillabanenormesyhermosasenlosjardinesdelascasasdecampo.YallíestabalacasadelcoronelProctor,yahabíallegado.Teníalamanosobrelacancela,elcodorozabalasmatasdelilas,ypolenypétaloshabíancaídosalpicándolelamangadelachaqueta.Peroesperemosunpoco.Seestabadandodemasiadaprisa.Todavíaqueríavolverapensárselo. Ahora, con tranquilidad. Pero ya estaba caminando por el senderoflanqueadoporlosgrandesrosales.Nopodíahacerlodeaquelmodo.Perosumanoyahabíaagarradolacampanilla,habíadadountirón,ylacampanillasehabíapuestoarepicaralocadamente,comosihubieseidoaavisarquesecalabafuegoenlacasa.Yladoncelladebíaestarenelvestíbuloporquelapuertaseabrióinmediatamente,yReggieseencontróencerradoenlasaladeestarantesdequeladesbocadacampanillahubiesecesadoderepicar.Yloquetodavíaeramásextraño,cuandodejódehacerlo,laenormesala,parcialmentesumidaenlapenumbra,conunasombrillaquealguienhabía olvidado posada sobre el piano, pareció animarle, o,mejor dicho, le excitó.Todopermanecíatansilenciosoy,sinembargo,lapuertaibaaabrirsedeunmomentoa otro, y quedaría zanjado su destino. La sensación no eramuy distinta de la queproducelaesperaenlaconsultadeldentista;casisesentíaimpaciente.Peroalmismotiempo,yantesupropia,einmensa,sorpresa,Reggieseoyómusitar:«Oh,Señor,Túquetodolosabes,yquetodavíanotehasdignadohacergrancosapormí…»Aquellole hizo cobrar ánimos; le hizo volver a comprender la seriedad de aquel instante.Demasiadotarde.Lamanecilladelapuertaacababadegirar.YAnneentró,cruzóelespacioensombraquelesseparaba,ydijo,conaquellavocecitadelicada:

—Lo siento mucho, papá no está. Y mamá ha ido a la ciudad dispuesta acomprarseunsombrero.Sóloestoyyoparahacerteloshonoresdelacasa,Reggie.

Reggie emitió un chasquido, se apretó el sombrero contra los botones de lachaquetaybalbuceó:

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—Laverdadesquesólohabíavenidoa…despedirme.—¡Oh!—exclamóAnnesuavemente,ydiounpasoatrás,apartándosedeél,ysus

ojosgrisesparecieroncabrilear—.¡Quévisitatancorta!Y luego, ladeando un poco la barbilla, lemiró y se echó a reír, con una risita

blanda,mientrassealejabadeél,haciaelpiano,yserecostabaenéljugandoconlaborladelasombrilla.

—Lo siento—dijo—, siento queme dé esta risa. No sé quéme coge, es unama…, mala costumbre —dijo, dando un ligero taconazo con el zapatito gris ysacándoseunpañuelodelablancachaquetadelana—.Deboaprenderadominarme,estotalmenteabsurdo—añadió.

—PorDios,Anne—exclamóReggie—,¡perosimeencantaoírtereír!Nopodríaimaginarnadamás…

Aunque laverdadera,yambos losabían,quenosiempreestaba riendo;noeraciertoquefueseunacostumbre.Sólodesdeeldíaenquesehabíanconocido,apartirdeaquelmismísimoinstante,yporalgunaextrañarazónqueReggiehubiesedeseadocomprenderacualquierprecio,Annenopodíacontenerlarisacuandoleveía.¿Porqué?No importaba dónde se encontrasen o de lo que estuviesen hablando. Podíanempezarestandoabsolutamenteserios,mortalmenteserios—almenosencuantoaélse refería—, pero luego, de pronto, a mitad de una frase, Anne le miraba, y unvelocísimo estremecimiento cruzaba por su rostro. Sus labios se abrían, lecabrilleabanlosojosyempezabaareír.

Otro hecho extraño a este respecto era queReggie creía queAnne no tenía lamenor ideadeporquése reía.Lahabíavistogirarse, fruncirel seño,morderse loscarrillos,apretarselasmanos.Peronoservíadenada.

Siempre acababa por brotar aquella risita larga y dulce, incluso mientrasexclamaba:«Noséporquémerío».Eraunmisterio…

Habíavueltoaguardarseelpañuelo.—Siéntate,porfavor—ledijo—.Puedesfumarsiquieres.Ahítienescigarrillos,

enesacajita,atulado.Yotambiénfumaréuno.Reggieencendióunacerillaparaalumbrárseloyalinclinarseellahaciaadelante

descubrióeldestellodelallamitaenlaperladelanillodeAnne.—Tevasmañana,¿no?—dijoella.—Sí,mañana.Yanohayvueltadehoja—dijoReggie,expulsandounabocanada

dehumo.¿Porquédemoniosestabatannervioso?Aunquenerviosonoeralapalabra.—Mecuesta…,mecuestamuchohacermealaidea—añadió.—Sí,resultadifícil,¿verdad?—dijoellaamablemente,yseinclinóhaciaadelante

para hacer rodar la punta de su cigarrillo en el borde del verde cenicero. ¡Quéhermosa estaba así! Sencillamente espléndida. ¡Y parecía tan chiquita en aquelenorme sillón! El corazón deReginald estaba henchido de ternura, pero lo que enverdad le hacía estremecerse era su voz, aquella voz suave—.Me parece como sihicieraañosqueestásaquí—dijoella.

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Reginaldaspiróprofundamentedelcigarrillo.—Amímeparecehorribletenerquevolver—dijo.—Co-ro-co-co-co—seoyóenmediodelsilencio.—Perotegustaestarallí,¿no?—dijoAnne.Ydoblóundedoalrededordelcollar

deperlas—.Precisamentelaotranochepapáestuvocomentandoquecreíaqueteníasmuchasuertepudiendotenertupropiavida.—Ylemiró.LasonrisadeReginaldfueuntantodesvaída.

—Yo no me considero terriblemente afortunado —dijo sin darle mayorimportancia.

—Ro-co-co-co—volvióaoírse.YAnnemurmuró:—Quieresdecirqueessolitario.—No, no es la soledad lo que me preocupa —dijo Reginald, apagando

bruscamente el cigarrillo en el cenicero verde—. La soledad puedo soportarlaperfectamente, inclusome gustaba. Es el pensar que…—y de pronto, para horrorsuyo,notóqueseruborizaba.

—Ro-co-co-co.Ro-co-co-co.Anneseincorporódeunsaltito.—Ven a decirle adiós a mis palomas—dijo—. Ahora las hemos puesto en la

terrazaaquíallado.Atitegustanlaspalomas,¿verdad,Reggie?—Muchísimo —dijo Reggie, con tal entusiasmo que, mientras él le abría el

balcónysehacíaaun ladoparadejarlapasar,Annie saliócorriendoyen lugardereírsedeélempezóareírsedelaspalomas.

Deaquíparaallá,deaquíparaalláporlaarenillarojaquetapizabaelsuelodelpalomar, se paseaban dos palomas.Una iba siempre delante de la otra.Una corríahaciaadelanteconunlevegrititoylaotralaseguíasolemnemente,saludandoconlacabeza.

—¿Ves?—explicóAnne—.LaquevadelanteeslaseñoraPaloma.Sevuelveamirar al señor Palomo, suelta una risita, y sale corriendo, y él la sigue, siempresaludando con la cabeza.Y eso hace que ella vuelva a reír.Y sale corriendo, y elpobre señor Palomo—exclamó Anne, sentándose sobre sus talones— la vuelve aseguir,siempreinclinandolacabeza…Yasísepasanlavida.Nohacenotracosaentodo el día, ¿sabes?—Se incorporó y cogió un puñado de granos dorados de unabolsa que se hallaba en el techo del palomar—. Cuando pienses en ellas desdeRodesia, Reggie, puedes tener la absoluta seguridad que eso será lo que estaránhaciendo…

Reggienodioelmenorsignodehabervistolaspalomasnidehaberoídounasolapalabra.DemomentosóloeraconscientedelinmensoesfuerzoquerequeríaarrancaraquelsecretoquellevabadentroybrindárseloaAnne.

—Anne,¿creesquealgúndíapodríassentiralgohaciamí?—Yaestaba.Lohabíadicho.Yenlapequeñapausaqueseprodujo,Reginaldvioeljardíninundadodeluz,eltemblorosocieloazul,lashojasqueseestremecíansobrelabarandilladelaterraza,

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yaAnnedandovueltasconundedoalosgranosdemaízqueteníaenlapalmadelamano. Luego le vio cerrar lentamente la mano, y aquel nuevo mundo fuedesvaneciéndoseamedidaqueellamurmuró:

—No,nodelmodoquetúquieresdecir.PeroReggie apenas tuvo tiempo de sentir nada porque ella salió corriendo, de

modoquelasiguióbajandolospeldaños,porelsenderodeljardín,bajolarosaledadeencendidas flores,yporel césped.Unavezallí, conaquel alegre setoherbáceotrasella,Anniesevolvióhaciaél.

—Reggie, yo te apreciomuchísimo.Deverdad—dijo—.Pero…—susojos seabrieronmás—,nodeesemodo.—Surostroparecióestremecerseconunescalofrío—.Nodelmodoquesenecesitaapreciaraotrapersonaparapoder…—ysuslabiosseabrieronyfueincapazdecontenerse.Empezóareír—.¡Loves,loves!—exclamó—,esporculpadetucorbataacuadros.¡Inclusoenunmomentocomoéste,cuandounopiensaquerealmentedeberíamostrarsesolemne,nopuedohacernadaporquemerecuerdalachalinaquelespintanalosgatosenlosdibujos!¡Oh,porfavor,Reggie,perdóname!¡Soyhorrenda,losé!

Reggieseapoderódeunadesustibiasmanecitas.—Notengonadaqueperdonarte—dijorápidamente—.¿Quéibaaperdonarte?Y

meparecequeséporquétedoyrisa.Esporquetúestásporencimamíoquesiempreresultoridículo.Locomprendo,Anne.Perosituvieseque…

—No,no,porfavor—dijoellaapretándolelamanoconfuerza—.Noeseso.Esono es verdad. No estoy por encima de ti. Tú eres mucho mejor que yo. Tú eresmaravillosamentealtruistay…amableysencillo.Yyonosoynadadeeso.Nomeconoces.Tengouncarácterendiablado—dijoAnne—.Porfavor,nomeinterrumpas.Además,nosetratadeeso.Laverdades—dijo,moviendolacabeza—quenopodríacasarmeconunhombrequemehacereír.Seguroqueestolocomprendes.Elhombrecon quien me case… —suspiró dulcemente Anne. Pero se interrumpió. Hizo unademány,mirandoaReggie,lesonriódeunmodoextraño,ensoñador—.Elhombreconquienmecase…

YReggiecreyóveraunextrañoalto,apuestoydeslumbrantequeaparecíafrenteaélyocupabasulugar;eltipodehombrequeAnneyélhabíanvistoamenudoenelteatro,apareciendoenelescenariodesdenosesabedónde,tomandolaheroínaensusbrazossinpronunciarpalabra,yllevándoselatrasunalargaeintensísimamirada…

Reggietuvoquecederanteesavisión.—Sí,comprendo…—dijohoscamente.—¿Lodicesdeverdad?—preguntóAnnie—.¡Oh,megustaríaquedeverdadme

comprendieras!Me sientohorrible, pero es tandifícil explicarlo…Comprendequeyo nunca había…—se detuvo. Reggie lamiró. Ya se estaba sonriendo—. ¿No escurioso?—prosiguióella—.A ti tepuedodecir cualquiercosa.Siemprehepodidocontártelotodo,desdeelprincipio.

Reggieintentósonreírydecirle:«Mealegro».Peroellaprosiguió:

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—Nunca he conocido a nadie que me agrade tanto como tú. Nunca me habíasentido felizconnadie.Peroestoyseguradequenoes loque lagentey los librosdescribencuandohablandeamor.¿Mecomprendes?¡Ah,sisupiesesquéviolentamesiento!Perojuntosseríamos…comolaseñorayelseñorPalomo.

Aquellobastó.AReginaldleparecióqueeralapuntillafinal,y,almismotiempo,queeratancruelmenteciertoqueapenaspodíasoportarlo.

—Porfavor,noprosigas—dijo,yseapartódeella,mirandohaciaeljardín.Allícerca estaba la casita del jardinero, con el oscuro acebo a su lado. Una nubecillahúmeda y azulenca, de humo transparente, estaba suspendida sobre la chimenea.Parecíaunaimagenirreal.¡Cómoledolíalagarganta!¿Podíahablar?Habíarecibidosu merecido—. Tengo que volver a casa —farfulló, y se puso a caminar por elcésped.PeroAnniecorriótrasél.

—No, espera.No tevayas todavía—le suplicó—.No tepuedes ir así conestasensación—ylemiróalosojosfrunciendoelceñoymordiéndoseellabio.

—Oh,noimporta—dijoReggie,obligándoseasobreponerse—.Yase…—ehizoungestoconlamanocomoparadecir«yamepasará».

—Peroesterrible—dijoAnne,apretándoselasmanosydeteniéndoseanteél—.Seguroqueerescapazdecomprenderqueseríafatídicosinoscasásemos,¿no?

—Oh,sí,perfectamente—dijoReggie,mirándolaconojosmacilentos.—Pero si es espantoso, tremendo, sintiéndome comome siento. Lo que quiero

deciresqueconelseñorylaseñoraPalomoesmuydivertido,¡peroimagínaloenlarealidad,imagínalo!

—Sí, ya veo —dijo Reggie y reemprendió su camino. Pero Anne volvió adetenerle.Letiródelamanga,yantesusorpresa,estavez,enlugardeecharseareír,leparecióqueeraunaniñaapuntoderomperallorar.

—¿Entonces, sime entiendes, por qué eres tan desgraciado?—sollozó—. ¿Porquéledastantísimaimportancia?¿Porquéponesesacaratan…,tandesolada?

Reggietragósalivaydenuevohizoademándeapartaralgo.—No le puedo hacer nada —dijo—. Ha sido un golpe muy fuerte. Si nos

separamosahoracreoquepodré…—¿Cómopuedeshablardeseparamos,ahora?—dijoAnniedespectivamente.Y

pegóunapatadaenel suelodelantedeReggie; estaba sonrojada—.¿Cómopuedesser tan cruel?Nopuedodejartemarcharhastaque sepaque eres tan feliz como loeras antes de preguntarme si quería casarme contigo. Tienes que comprenderlo, essencillísimo.

PeroaReginaldnoleparecíatansencillocomotodoeso.Leparecíadificilísimo,imposible.

—Incluso si nopuedo casarmecontigo, ¿cómovoy a saber que estás tan lejos,sóloescribiendoaeseogroquetienespormadre,yquetesientesdesgraciado,yquetodoesporculpamía?

—Noesculpatuya.Nolocreas.Eseldestino—dijoReggiequitándolelamano

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queleagarrabadelachaquetaybesándola—.Nomecompadezcas,Annie,cariño—añadióamablemente.Yestavezcasiechóacorrer,pordebajodelarosaledaenflor,yporelsenderodeljardín.

—Ro-co-co-co.Ro-co-co-co—seoyódesdeelpalomar.—¡Reggie,Reggie!—sonóeneljardínSedetuvoysediomediavuelta.Perocuandoellaviosumiradatímida,confusa,

nopudocontenerunarisita.—Vuelve,señorPalomo—dijo.YReginaldregresópocoapocoporelcésped.

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LAADOLESCENTE

Conelvestiditoazul,lospómulosligeramentesonrosados,susojosazules,ylosrizos dorados recogidos como si se los hubiesen sujetado por primera vez —recogidos como para que no lamolestasen cuando alzase el vuelo—, la hija de laseñoraRaddickparecíaqueacabasededescenderdelradiantefirmamento.Lamiradatímida, ligeramente sorprendida y profundamente admirada de la señora Raddickparecíaconfirmarlo;perosuhijanoestabademasiadoentusiasmada—¿porquéibaaestarlo?— de haber ido a parar a la escalinata del Casino. Era lógico, se aburría;estaba aburrida como si el cielo se hallase repleto de casinos con santos viejos ycatarrososcomocroupiersycoronasconlasquejugar.

—¿SeguroquenoleimportallevarseaHennie?—dijolaseñoraRaddick—.¿Deveras?Ahí está el coche, pueden ir a tomar el té y nos volvemos a encontrar aquímismo, en estemismísimoescalón, dentrodeunahora, ¿de acuerdo?Ve, amímegustaríaquepudieseentrar.Nohaestadonuncayvalelapenaverlo.Meparecedesimplejusticia.

—Oh,calladeunavez,mamá—dijolamuchacha,hastiada—.Anda,vamos.Nohablestantoyvámonos.Ademásllevaselbolsoabierto;vasavolveraperdertodoeldinero.

—Losiento,hijita—dijolaseñoraRaddick.—¡Oh,entremos,venga!Quieroganardinero—dijoaquellavozimpaciente—.A

titodoteestábien…¡peroyonotengonicinco!—Toma…,cogecincuentafrancos,hija,¡cogecien!Y vi como la señora Raddick apretujaba unos billetes en su mano mientras

pasabanporlaspuertasgiratorias.Hennie y yo permanecimos unos instantes en las escaleras, contemplando a la

gente.Teníaunasonrisaanchurosa,encantadora.—Mira—dijo—allívaunbulldoginglés.¿Permitenentrarconperros,aquí?—No,estáprohibido.—Esunperrazodepelotas,¿eh?Ojalátuvieseyouno.Sonlamardedivertidos.

Asustanatodoelmundo,peronuncasonmuyfierosconlos…,consusamos.—Deprontomediounpellizcoenelbrazo—.Fíjate,miraaesavieja.¿Quiénserá?¿Porquémiradeesemodo?¿Vaaapostar?

Aquella criatura anciana, vetusta, luciendo un vestido de satén verde, capa deterciopelo negro y un sombrero blanco con plumasmoradas, avanzó penosamente,subiendolentamente lasescalerascomosi lamoviesen tirandodedistintascuerdas.Tenía la mirada perdida al frente y reía, asentía y rezongaba sola; con sus garrasaprisionandoloqueparecíaserunamugrientabolsadecuero.

PeroprecisamenteenaquelinstanteapareciódenuevolaseñoraRaddickcon…ellayotraseñoraquerondabaunpocomásatrás.LaseñoraRaddickvinocorriendohaciamí.Teníael rostroencendido,alegre,eraunapersonadistinta.Eracomouna

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mujer que se despide de sus amigos en el andén de la estación sin unminuto queperderantesdequeeltrenarranque.

—¡Ah,todavíaestáaquí,quésuertequenosehayaido!¡Espléndido!Hepasadounos momentos horribles con… ella—dijo indicando en dirección a su hija, quepermanecíaabsolutamenteimperturbable,desdeñosa,mirandoalsuelo, jugandoconlapuntadelpiesobreelescalón,akilómetrosdedistancia—.¡Noladejanentrar!Hejurado y perjurado que tenía veintiún años. Pero no quieren creerme. Y le hemostrado al portero el billetero; nome he atrevido a hacermás.No ha servido denada.Sehaechadoareír…YahoraacabodeencontrarmeconlaseñoraMacEwendeNuevaYork,acabadeganartrecemilenlaSallePrivée,yquierequevuelvaconellamientrasleduralaracha.Naturalmentenopuedodejara…,aella.Perosiustedfuesetanamable…

Eneseinstante«ella»levantólamirada;simplementedespreciabaasumadre.—¿Y se puede saber por qué no puedes dejarme sola? —dijo enfurecida—.

¡Mentirapodrida!¿Cómoteatrevesadarunaescenaasí?Eslaúltimavezquesalgocontigo.Realmentenohaypalabrasparadescribirlo.—Ymiróasumadredearribaabajo—.Tranquilízateunpoco—añadióconsuperioridad.

LaseñoraRaddickestabadesesperada,loquesedicerealmentedesesperada.Seestaba «muriendo» por volver a entrar con la señora MacEwen, pero al mismotiempo…

Mearmédevalor.—¿Teimportaría…,teimportaríaveniratomareltéconnosotros?—Sí,sí,perfecto.Estaráencantada.Esoesexactamenteloqueyoquería,¿verdad

que sí, guapita? Señora MacEwen… Estaré aquí mismo dentro de una hora…, omenos,yoya…

La señoraR. corrió escaleras arriba.Aúnpudever quevolvía a llevar el bolsoabierto.

Demodoquequedamoslostressolos.Peroenrealidadnofueculpamía.Hennietambiénparecíaderrengado.Cuandollegóelcocheellasearrebujóensu

abrigooscuro…,paraescaparatodacontaminación.Inclusosuspiececitosparecíansentir desprecio por tener que llevarla escaleras abajo, hasta donde estábamosnosotros.

—Losientomuchísimo—murmurécuandoelcochesepusoenmarcha.—Oh, no se preocupe —dijo ella—. No tengo el menor deseo de aparentar

veintiúnaños.Quién ibaaquererlo, teniendodiecisiete.Loqueme repugna—dijoestremeciéndose ligeramente— es la estupidez, y que un viejo gordo me mire dearribaabajo.¡Animales!

Hennieledirigióunarápidamiradayluegosepusoamirarporlaventanilla.Elcochesedetuvofrenteaunenormepalaciodemármolesblancosyrosadoscon

naranjosmetidosentiestosdoradosynegrosflanqueandolaspuertas.—¿Quieresentrarconnosotros?—sugerí.

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Dudó,diounaojeada,semordióellabio,yporfinseresignó.—Bueno,noparecehabernadamejor—dijo—.Anda,Hennie,bájate.Yoentréprimero—parabuscarmesa,naturalmente—yellamesiguió.Pero lo

peorfuetenerasuhermanito,quesólocontabadoceaños,connosotros.Aquelloeraloúltimo,lagotaquecolmabaelvaso:teneraaquelniñopisándolelostalones.

Encontréunamesa.Teníaclavelesyplatitosrosasconservilletitasazulesparaeltédobladasenformadevela.

—¿Nossentamosaquí?Ellaapoyóresignadamentelamanosobreelrespaldodeunasillablanca,deanea.—Lomismoda.¿Porquéno?—dijo.Hennieseencogióparapasar trasellayseacomodócomopudoenun taburete

quehabíaalotroextremo.Sesentíatotalmentedesplazado.Ellanisiquierasequitólosguantes.Se limitóabajar lamiraday tamborilearcon losdedossobre lamesa.Cuandosedejaronoírlasdébilesnotasdeunviolínparpadeóunsegundoyvolvióamorderseloslabios.Silencio.

Llególacamarera.Yocasinomeatrevíaapreguntarle:—¿Téocafé?¿Téchino…otéheladoconlimón?Laverdadesquelomismoledaba.Todoeraigual.Enrealidadnoqueríanada.

Hennimusitó:—¡Chocolate!Pero en cuanto la camarera se hubo dado media vuelta, le gritó

despreocupadamente:—Oiga,tráigameunchocolateamítambién.Mientras esperábamos sacó una pequeña polvera dorada con un espejito en la

tapa,sacudiólapobrecitaborlacomosi ladetestaseyseespolvoreósumaravillosanaricita.

—Hennie—dijo—,llévateesasflores—yseñalócon laborlade lapolvera losclaveles,mientrasyoleoíamurmurar—:Noaguantoquehayafloresenunamesa.—Evidentementeledebíanhaberestadoproduciendoungrandolor,puestoquellegóacerrarlosojosmientrasyoretirabalasflores.

La camarera regresó con los chocolates y el té. Puso las grandes y espumosastazasanteellosymesirvióunacopadecolorclaro.Henniemetiólanarizensutaza,volvióareaparecerduranteuninstante temibleconunatemblorosaburbujadenataen la punta, y en seguida se la limpió con la servilleta, convertido en todo uncaballero.Me pregunté si sería capaz de atreverme a llamarle la atención hacia suchocolate.Nilohabíavisto—nosehabíadadocuentadequeestabaallí—hastaqueinesperadamente,casiporcasualidad,diounsorbo.Lacontempléansiosamenteyviqueunligerotemblorrecorríasucuerpo.

—¡Estáinsoportablementedulce!—dijo.Unmuchachitoconunacabezacomounapasaycuerpodechocolateseacercó

conunabandejadepasteles—hilerasymáshilerasdepequeñasrarezas,dedelicadas

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inspiraciones,dediminutosysabrosossueños—.Yempezóofreciéndoselosaella.—Oh,no,notengonadadeapetito.Retírelos.LuegoselosofrecióaHennie,quemedirigióunarápidamirada;debióencontrar

una respuesta satisfactoria, pues tomóun rollo de chocolate connata, unéclair decafé, un merengue relleno de crema de castañas y un pequeño comete relleno defresasnaturales.

Ellacasinopudosoportaraquelespectáculo.Perocuandoelmuchachitosediomediavuelta,lellamólevantandoelplato.

—Bueno,demeuno—dijo.Las tenacillas de plata depositaron uno, dos, tres pastelitos, y una tartina de

cerezas.—Noséporquémeponetantos—dijoella,casisonriendo—.Nomelosvoya

comer,¡seríaincapazdeacabármelos!Empecéasentirmemuchomástranquilo.Diunsorboalté,merecostéenlasilla,

e incluso le pregunté si podía fumar. Ella se detuvo al escuchar mi pregunta,sosteniendoenviloeltenedor,pusounosojosenormesysonriódeverdad.

—Nofaltaríamás—dijo—.Siempreesperoquelagentefume.Pero en aquel instante, Hennie protagonizó una verdadera tragedia. Ensartó el

cornete de pastel con demasiada fuerza y el dulce saltó partido por lamitad. Unamitad cayó sobre lamesa. ¡Qué vergüenza! Se puso tan rojo que incluso tenía lasorejasencarnadas,yunamanotemblorosareptóporlamesapararetirarlosrestosdelcuerpodelictivo.

—¡Noeresmásqueunanimal!—dijoella.¡Cielosanto!Tuvequeapresurarmearescatarlo,ypreguntérápidamente:—¿Vasaestarmuchotiempoenelextranjero?Pero ella ya se había olvidado deHennie.Y también demí. Estaba intentando

recordaralgo…Parecíaquesehallaseenotroplaneta.—No…,nolosé…—dijolentamente,respondiendodesdeaquelmundolejano.—SupongoquedebespreferirloaLondres—dije—,esmás…,más…Alverquenocontinuabavolvióalarealidadymecontempló,confusa.—Más¿qué?—Enfin…,másalegre—exclaméhaciendoungestoconelcigarrillo.Peromiafirmaciónfueponderadaalolargodetodounpastelillo.Y,aunasí,lo

únicoquepudoresponderconseguridadfue:—¡Bueno,esodepende!Henniehabíaterminado.Todavíaestabasonrojado.Tomélacartadeencimadelamesa.—Henni,¿que tepareceríaunhelado?¿Mandarinay jengibre?No, talvezalgo

másrefrescante.¿Quémedicesdeunacremadepinaalnatural?Hennieaprobóentusiásticamentemisugerencia.Lacamareraacudióconpresteza

ytomónotadelencargo.Yentoncesellalevantólavista.

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—¿Hadichomandarinayjengibre?Meencantaeljengibre.Quemetraiganuno.—Y se apresuró a añadir—:Es una lástima que la orquesta continúe tocando esascosasdelañodelacatapún.Lasnavidadespasadasnostocóbailar todoelratoconmúsicadeésta.¡Merevuelvelastripas!

Peroen realidaderaunamelodíamuyagradable.Ahoraque lepresté atención,meparecióunamusiquillareconfortante.

—Estelugarmegustabastante,¿atino,Hennie?—pregunté.Hennieespeció:—¡Es despampanante! —Había pretendido decirlo en voz baja, pero le salió

comoenunaespeciedeferozchillido.¿Bonito? ¿Aquel lugar? ¿Despampanante? Por primera vez ella miró a su

alrededor, intentando ver a qué nos referíamos… Parpadeó; sus hermosos ojosdemostraban sorpresa.Uncaballeromuyapuesto,deavanzadaedad, ledevolvió lamiradaobservándolaatravésdesumonóculoprendidodeunacintanegra.Peroellanisiquieralehabíavisto.Comosienelsitioenelquesehallabaexistieseunagujeroenelespacio.Ellamirabahaciaadelante,peronoleveía.

Por fin las cucharillas planas descansaron sobre los platitos de cristal. Hennieparecíarealmenteagotado,peroellasepusolosguantecitosblancoscomositalcosa.Tuvoalgunadificultadconelrelojdepulseradediamantes;noledejabasubirseelguante. Tiró de él —intentando romper aquel objeto ridículo—, pero el reloj noquería romperse. Finalmente tuvo que resignarse a pasar el guante por encima.Despuésdeaquellocomprendíquenopodíasoportaraquellugarniunsegundomásy, efectivamente, mientras yo procedía al vulgar acto de pagar el té, se levantórápidamenteyempezóasalir.

Ya volvíamos a estar afuera. Había empezado a anochecer. El cielo estabasalpicado de diminutos luceros; los reverberos estaban encendidos. Mientrasesperábamosaqueelcochevinieseabuscarnospermaneciósobreunescalón,igualcomohabíahechoanteriormente,jugueteandoconunpie,ymirandohaciaelsuelo.

Henniesaltóhaciaadelanteparaabrirlapuertayellasubióysedejócaerenelasientoconunsuspiro,¡quésuspiro!

—Dígale—murmuró—quevayatodoloaprisaquepueda.Henniedirigióunamuecadecontentoasuamigoelconductor,ydijo:—Allie vit! —luego recuperó su compostura y tomó asiento en la banqueta

situadadelantedenosotros.La polvera dorada volvió a hacer su aparición. De nuevo la pobre borla fue

zarandeada;yunavezmáshuboaquelvelozymortalmentesecreto intercambiodemiradasentreelespejitoyella.

Hendimoslaciudadnegraydoradacomounatijerarasgandounbrocado.Hennieteníagrandesdificultadesaparentandoquenoseagarrabaanada.

Y, naturalmente, cuando llegamos al Casino la señora Raddick no estaba. Nisombradeellaenlasescalinatas,nielmenorrastro.

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—¿Quieresquedarteenelcochemientrasvoyaver?¡Deningúnmodo!¡Quedarse,ella!Pornadadelmundo.QuesequedaseHennie.

Nosoportabaesperarsentadaenelcoche.Esperaríaenlasescaleras.—Esquenomegustanadalaideadedejarte—murmuré—.Preferiríanodejarte

enlasescaleras.Anteesaspalabrasseechóelabrigohaciaatrás:sediolavueltaymemiró;sus

labiosseabrieron:—VayaporDios,¿yporqué?Amí…,amínomeimportalomásmínimo.Me…,

megustaesperar.—Yderepentesusmejillasse ruborizaronysusojossehicieronmásoscuros.Porun instantepenséque ibaaecharsea llorar—.Dé…,déjeme,porfavor—balbuceó,convozcálidaeimpaciente—.Megusta.¡Meencantaesperar!Deverdad…¡megusta!Siempreestoyesperando…,entodaclasedesitios…

Suoscuroabrigoseabrió,ysublancocuello—ytodosucuerposuaveyjuvenilrevestidoporeltrajecitoazul—apareciócomounaflorqueempezaraabrotardeunoscurocapullo.

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VIDADEMAPARKER

Cuando el caballero literato, cuyo piso limpiaba la anciana señora Ma Parkertodoslosmartes,leabriólapuertaaquellamañana,aprovechóparapreguntarleporsunieto.MaParkersedetuvosobreelfelpudodelpequeñoyoscurorecibidor,yalargóelbrazoparaayudaralseñoracerrarlapuerta,ysólodespuésreplicóapaciblemente:

—Ayerleenterramos,señor.—¡Dios santo! No sabe cuánto lo siento —dijo el caballero literato en tono

desolado.Estabaamediodesayunar.Llevabaunabatadeshilachadayenunamanososteníaunperiódicoarrugado.Perosesintióincómodo.Nopodíavolveralconfortde la sala sin decir algo, sin decirle algo más. Y como aquella gente daba tantaimportanciaalosentierros,añadióamablemente—:Esperoqueelentierrofuesebien.

—¿Cómodice,señor?—dijoconvozroncalaancianaMaParker.¡Pobremujer!Estabaacabada.—Queesperoqueelentierrofuesebien…—repitió.Ma Parker no respondió. Agachó la cabeza y se encaminó hacia la cocina,

llevandoaquellausadabolsadepescadoenlaqueguardabalascosasdelalimpieza,unmandilyunaszapatillasdefieltro.Elliteratoenarcólascejasyvolvióasumirseensudesayuno.

—Supongoqueestáabatida—dijo,envozalta,tomandounpocodemermelada.MaParkersequitólosdosalfileresdecabezaquelesujetabanlatocaylacolgó

detrásdelapuerta.Sedesabrochólaraídachaquetaytambiénlacolgó.Luegoseatóelmandily sentóseparaquitarse lasbotas.Ponerseoquitarse las

botaseraunverdaderomartirio,perolohabíasidoduranteaños.Dehechoestabayatanacostumbradaaaqueldolorquesurostrosecontraíaenunamueca,dispuestoasentir el pinchazo mucho antes de que hubiese empezado a desatarse los lazos.Terminadaestaoperación,serecostómomentáneamenteenlasillaconunsuspiroyempezóafrotarsesuavementelasrodillas…

—¡Abuela,abuela!—gritabasunietecillosubidoconsusbotinessobresufalda.Acababadevolverdejugarenlacalle.

—¡Miracómolehasdejadolafaldaalaabuela…!¡Malo,másquemalo!Peroélleechabalosbrazosalcuelloyfrotabasumejillitacontraladeella.—Abuelita,¡dánosunpenique!—ledecía,zalamero.—Fueradeaquí;yasabesquelaabuelanotienedinero.—Sí,sí,tienes.—No,no,tengo.—Sí,sí,tienes.¡Danosunpenique!Yellayaestababuscandoelbolsoviejoydesvencijadodecueronegro.—Muybien,ytú,acambio,¿quéledarásatuabuela?

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Elniño soltóuna tímida risitay se apretujómás contra ella.Notó suspestañashaciéndolecosquillasenlamejilla.

—Perosiyonotengonada…—murmuróelniño.

Laancianaselevantócomomovidaporunresorte,tomólapaverademetalqueestabasobrelacocinadegasylallevóhastaelfregadero.Elruidodelaguallenandolapaveraamortiguósudolor,oesoparecía.Aprovechóparallenartambiénelbaldeyelbarreño.

Senecesitaríaunlibroenteroparadescribirelestadodeaquellacocina.Durantelasemanaelcaballeroliterato«selasapañabasolo».Locualsignificabaquevaciabaunayotravezlosrestosdeltéenuntarrodemermeladacolocadoexprofesoparatalfin, y cuando se quedaba sin tenedores limpios limpiabaunoo dos enun trapodecocina. Por lo demás, como solía explicar a sus amigos, su «sistema» era bastantesencillo,ynoacababadeentendercómolagenteteníatantosproblemasconlavidadoméstica.

—Nohaymásqueensuciartodoloquetienes,contrataraunaviejaunavezporsemanaparaquelolimpietodo,yyaestá.

El resultado era una especie de descomunal basurero. Incluso el suelo estabaplagadodetrozosdetostadas,sobresycolillas.PeroMaParkernoleteníainquina.Ledabalástimaqueaquelpobrecaballero,todavíajoven,notuviesequienlecuidara.Porlaventanillatiznadasedivisabaunainmensaextensióndecielotristón,ysiemprequehabíanubesparecíaquefuesennubesraídas,usadas,desgastadasporlosbordes,agujereadas,comooscurasmanchasdeté.

Mientraselaguasecalentaba,MaParkerempezóabarrerelsuelo.«Sí»,pensó,mientras la escoba iba dando bandazos, «entre una cosa y otra ya he soportado lomío.Hasidounavidadura».

Incluso susvecinos se lodecían.Muchasveces, cuandovolvía exhausta a casallevandoaquellabolsadepescado, lesoíadecir, entre ellos,mientras esperaban enunaesquina,oseinclinabansobrelaverjadealgunacasa:«Vayaunavidaduraqueleha tocado vivir a la pobre Ma Parker». Y era tan cierto, que no sentía el menororgullo por ello. Era como si alguien hubiese comentado que vivía en el sótanoposteriordelnúmero27.¡Quévidamásdura…!

AlosdieciséisañoshabíaabandonadoStratfordparairaLondrescomoayudantede cocina. Sí, había nacido en Stratford-on-Avon. ¿Shakespeare, decía?No, señor,todo elmundo siempre le preguntaba por él. Pero nunca había oído aquel nombrehastaverloenlascartelerasdelosteatros.

Ya no recordaba nada de Stratford excepto aquel «sentados junto al hogar sepodíanverlasestrellasporlachimenea»,y«mamásiemprehabíatenidosuslonjasdetocinocolgandodeltecho».Yaúnhabíaalgomás—unamata—,juntoalapuertadela casa, una mata que siempre olía maravillosamente. Pero la mata era algo muy

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difuso.Sólo la recordóunaodosVecesenelhospital, lavezquehabíaestado tanenferma.

Aquella casa había sido horrible: la primera casa. No la dejaban salir nunca.Nuncasubíaalaplantacomonofuesepararezarporlamañanayporlanoche.Elsótanonoestabamal,perolacocineraeraunamujercruel.Lequitabalascartasqueleescribía su familiaantesdequehubiese tenido tiempode leerlasy lasechabaalfuegoporquelahacíansoñar…¡Ylascucarachas!Quienlohubieradicho,¿eh?Pueslo cierto era que hasta que había ido a Londres jamás había visto una cucarachanegra.AlllegaraestepuntoMasiempresoltabaunarisita,comosi…¡miraquenohaber visto nunca una cucaracha! ¡Vaya! Era como si alguien dijera que nunca sehabíavistolospies.

Cuando aquella familia fue desahuciada fue como «ayudanta» a la casa de undoctor,ydespuésdedosañosallí,corriendoarribayabajotodoeldía,secasóconsumarido.Unpanadero.

—¡Unpanadero,señoraParker!—exclamabaelcaballeroliterato.Porquealgunasveces dejaba de lado sus volúmenes y la escuchaba o, al menos, escuchaba eseproductollamadoVida—.¡Debeserbastantebonitoestarcasadaconunpanadero!

LaseñoraParkernoparecíatansegura.—Esunoficiotanlimpio—argüíaelliterato.LaseñoraParkernoestabamuyconvencida.—¿Nolegustabaentregarelpancalentitoalosclientes?—Mire, señor—decíaMa Parker—, yo no subía a la tahona muy a menudo.

Tuvimostreceniñosyenterramosasiete.¡Cuandoaquellonoeraunhospital,eraunaenfermería,comoquiendice!

—Ni que lo diga, señora Parker, ni que lo diga —exclamaba el literato,estremeciéndose,yvolviendoaempuñarlapluma.

Sí,sietehabíanmuerto,ycuandolosotrosseistodavíaeranpequeñossumaridosevolviótísico.Harinaenlospulmones,lehabíadichoaellaelmédico…Sumaridoestabasentadoenlacamaconlacamisasubidahastalacabeza,yeldedodeldoctortrazóuncírculosobresuespalda.

—Fíjese, si ahora seabrieseunagujeroaquí, señoraParker,veríaque tiene lospulmonesembozadosdepastablanca.Respire,buenhombre,¡respirehondo!—YlaseñoraParkerjamássuposihabíavistoosihabíaimaginadoqueveíaunagrannubedepolvoblancosalirdeloslabiosdesupobrecilloesposo…

Yloquehabíatenidoquelucharparasacaradelanteaaquellosseisrenacuajosyparamantenerseenpie.¡Habíasidoterrible!Yentonces,cuandoyaempezabanasersuficientementemayoresparairalcolegio,lahermanadesumaridohabíaidoavivirconellosparaayudarlesunpoco,ycuandotodavíanollevabadosmesesconellossehabía caído por una escalera lastimándose el espinazo. Y durante cinco años MaParkercargóconotroniño—¡yvayaunacuandoledabaporllorar!—aquiencuidar.LuegolapequeñaMaudietomóporelmalcaminoyarrastróconellaasuhermana

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Alice;losdoschicosemigraron,yelpequeñoJimsefuealaIndiaconelejército,yEthel,lamáspequeña,secasóconuncamarerillopelafustánquemuriódeúlceraselaño que nació el pequeñoLennie.Y ahora le había tocado al pequeñoLennie:minietecico…

Laspilasdetazassuciasyplatossuciosfueronlavadosysecados.Loscuchillosnegros como la tinta fueron limpiados con un trozo de patata y repasados con untapón.Frególamesa,elaparadoryelfregaderoenelqueflotabancolasdesardina…

Nuncahabíasidounniñodemasiadofuerte—nunca,desdequenació—.Eraunodeesosbebésrubiosaquientodoelmundotomaporunaniña.Teníarizosblancos,plateados,ojosazules,yunlunar,comoundiamante,aunladodelanariz.¡LoqueleshabíacostadoaEthelyaellacriarlo! ¡Habíanprobado tantascosasquehabíanleídoenlosperiódicos!CadadomingoporlamañanaEthelleíaenvozaltamientrasMaParkerhacíalacolada.

—«Señor Director: Solo un par de líneas para comunicarle que mi pequeñoMyrtilquesehallabagravedemuerte…Ytrascuatrofrascosde…aumentó8librasen9semanas,ytodavíacontinúaengordando».

Yentoncessacabandelaparadorlahueveraqueservíadetinteroyseescribíalacarta,yaldíasiguienteporlamañana,caminodeltrabajo.Macomprabaelimpresoparaelgiropostal.Peronoservíadenada.NohabíamododequeelpequeñoLennieengordase.

Nisiquierallevándoloalcementeriocogíaunpocodecolor;yunbuenajetreoenelautobústampocolograbaquemejorasesuapetito.

Aunquedesdeelprincipiohabíasidounniñomimadodesuabuela…—¿Quiéntequiereati?—dijolaancianaMaParkerabandonandolosfogonesy

dirigiéndosehacialamugrientaventana.Y una vocecita tan cálida y próxima que casi la sobresaltó—pues parecía que

brotasede supecho,dedebajode sucorazón—seechóa reír, respondiendo:«¡Laabuelita!»

Enaquelmomentoseoyeronunospasosyelliteratoapareció,vestidoparasaliralacalle.

—SeñoraParker,voyasalir.—Perfectamente,señor.—Encontrarálamediacoronaenlabandejitadeltintero.—Gracias,señor.—Porcierto,señoraParker—dijoelcaballerorápidamente—,notiraríaustedpor

casualidadunpocodecacaolaúltimavezquevinoalimpiar,¿verdad?—No,señor.—Quéextraño.Hubierajuradoquequedabaunacucharaditadecacaoenlalata

—explicó.Yañadióamablementeperoconfirmeza—:Siemprequetirealgunacosa

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dígamelo,¿eh,señoraParker?—ysaliómuycontentodesímismo,convencido,enrealidad,dehaberledemostradoalaseñoraParkerque,bajosuaparentedespiste,eratanobservadorcomounamujer.

Seoyóelportazo.MaParkertomólaescobayeltrapodelpolvoyseencaminóaldormitorio.Perocuandoempezóahacerlacama,tirandodelassábanas,metiéndolasbien y alisándolas, el recuerdo del pequeño Lennie se hizo insoportable. ¿Por quéhabía tenido que sufrir tanto? Eso era lo que ella no podía comprender. ¿Por quéaquelangelitohabíatenidoquehaceresfuerzossobrehumanosporrespirar,luchandoporcadagotadeaire?Noteníaningúnsentidoqueunniñosufriesedeaquelmodo.

…Delpechodelniño,deaquellacajita, salíaunsonidocomosi algohirviese.Teníaungranbulto,algobulléndoleenelpechoynopodíaexpulsarlo.Cuandotosíatodalacabecitaselecubríadesudor;losojosselesaltaban,letemblabanlasmanos,yelgranbultooscilabacomounapatatadentrodeuncazo.Perolopeordetodoeraquecuandonotosíapermanecíasentado,recostadoenlaalmohadaynuncahablabanicontestaba,inclusohacíacomosinooyese.Selimitabaaquedarconlamiradafija,comosiestuvieseofendido.

—La abuelita no puede hacer nada, cariñín —decía Ma Parker, apartándolesuavementeelpelohúmedodelascoloradasorejas.PeroLenniemovíalacabezayseapartaba.Parecíatremendamenteofendidoconella…ysolemne.Agachabalacabezaylamirabadereojo,comosinuncahubiesepodidopensarquesuabuelafuesecapazdeaquello.

Cuandomenos…MaParkerechólacolchasobre lacama.No,simplementenopodíapensarenello.Erademasiado…,lehabíatocadosufrirdemasiadoenestavida.Yhastaahorahabíaaguantado,nohabíadejadoqueelsufrimientohiciesemellaenella, y nadie la habíavisto llorar ni una solavez.Nunca, nadie.Ni sushijosno lahabían visto dejarse dominar por la desesperación. Siempre había mantenido lacabeza alta. ¡Pero ahora!…Lennie habíamuerto…¿qué le quedaba?Nada.Era loúnicoque lequedabaenestavida,y ahora también se lohabían llevado. ¿Porquéhabrátenidoqueocurrirmeprecisamenteamí?,sepreguntó.

—¿Quéhehecho?—dijolaancianaMaParker—.¿Quéhehecho?Ymientraspronunciabaestaspalabrasdejócaer inesperadamenteelplumero.Y

seencontróenlacocina.Sesentíatandesgraciadaquevolvióaponerseelsombreroylasagujasquesujetabanlatocaylachaquetaysaliódelpisocomounasonámbula.No sabía lo que estaba haciendo. Era como una persona tan traumatizada por elhorror de lo que le acaba de ocurrir que echa a andar…, sin dirección ninguna,simplementecomosiandandopudiesealejarse…

En la calle hacía frío. Soplaba un viento helado. La gente pasaba con andarrápido,muy aprisa; los hombres caminaban como tijeras; lasmujeres deslizándosecomo gatos. Pero nadie sabía nada —a nadie le preocupaba. Aunque se hubiese

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dejadollevarporladesesperación,aunquedespuésdetodosaquellosañossehubieseechado a llorar, tanto si le gustaba como si no, hubiese terminado por encontrarsemetidaenalgúnaprieto.

Y pensando en la posibilidad de llorar fue como si el pequeñoLennie hubieravueltoasaltarasusbrazos.Ah,sí,esoesloquequierohacer,pichoncito.Laabuelaquierellorar.Siahorapudieseromperallorar,sipudiesellorarcuantoquisiera,portodocuantolehabíaocurrido,empezandoporlaprimeracasaenlaquehabíaservidoy aquella cruel cocinera, siguiendo por la familia del doctor, por los siete hijosmuertos,porlamuertedesumarido,porlapartidadeloshijos,sipudiesellorarportodos aquellos años de miseria que llevaban hasta el pequeño Lennie. Pero llorarcabalmente por todas aquellas cosas requeríamuchísimo tiempo.De todosmodos,había llegado el momento de hacerlo. Tenía que hacerlo. No podía continuaraplazándoloniunminutomás;yanopodíaesperar…¿Adondepodíair?

«Una vida muy dura la deMa Parker, muy dura». ¡Sí, más de lo que creían,durísima! La barbilla le empezó a temblequear; no tenía tiempo que perder. Pero¿dónde?,¿dónde?

Nopodíairasucasa,Ethelestabaallí.Lapobresehubierallevadounsustodemuerte. No podía sentarse en un banco en cualquier parte; la gente se pararía ahacerlepreguntas.Ynopodíaregresaralpisodelcaballeroliterato;noteníaningúnderechoallorarencasadeotros.Ysisesentabaenlasescalerasdecualquieredificioalgúnpolicíalediríaqueestabaprohibidohacerlo.

¡Ay!,¿noexistíaningúnsitioendondepudieseesconderse,estarsolatantocomoquisiera,sinquenadielamolestaseysinmolestaraotros?¿Noexistíaningúnlugarenelmundoendondepudiese,porfin,solazarsellorando?

MaParker permaneció inmóvil,mirando a uno y otro lado.El gélido viento lehinchó el delantal como si fuese un globo. Y empezó a llover. No, aquel sitio noexistía.

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MARIAGEÀLAMODE

Caminodelaestación,Williamrecordóconunanuevapunzadadedesilusiónquenolesllevabanadaalosniños.¡Pobrecillos!Siempreeranlosquesalíanrecibiendo.Cuando corrían a abrazarle lo primero que siempre decían era: «¿Qué me hascomprado, papá?», y ahora no les llevaba nada. Les tendría que comprar unoscaramelosen laestación.Aunqueera lomismoquehabíahecho losúltimoscuatrosábados; laúltimavez,alverquesacaba lasmismascajitasdesiempre,susrostroshabíanmostradosudesilusión.

—Elotrodíalamíatambiénteníaunacintaroja—habíadichoPaddy.—Lamíaesrosa.Siempremelatraesconunacintarosa.Elrosanomegusta—

habíaañadidoJohnny.Pero ¿qué iba a hacer el pobreWilliam?No era cosa que pudiese ser resuelta

fácilmente. En otros tiempos, naturalmente, hubiese tomado un taxi hasta algunatiendadejuguetesdecenteyencincominutosleshabríacompradoalgo.Peroahorateníanjuguetesrusos,franceses,serbios—juguetesdeDiossabíadónde—.YahacíamásdeunañoqueIsabelhabíatiradolosviejosborriquillos,lasmáquinasdetrenytodas aquellas cosas, porque eran «tremendamente sentimentales» y«abochornantementemalasparaelsentidodelaformadelosniños».

—Esimportantísimo—habíaexplicadolanuevaIsabel—quelesgustendesdeunprincipiolascosasadecuadas.Luegolesahorramuchísimotiempo.Laverdadesquesilospobrecitossetienenquepasartodalainfanciacontemplandoestoshorrores,nome extraña que cuando crezcan empiecen a pedir que les mandemos a la RoyalAcademy.

YhablabacomosiunavisitaalaRoyalAcademyfuesepecadomortal…—Bueno, no estoy seguro—había respondidoWilliam quedamente—.Cuando

yoerapequeñosiempremeacostabaabrazadoaunatoallaconunnudo.LanuevaIsabellemiróachicandosusojillosyseparandoligeramenteloslabios.—¡William!Querido…¡Nomesorprendequelohicieses!—yseechóareírdel

modocomoahorareía.Puestendránquesercaramelosotravez,pensóWilliamsombríamente,mientras

hurgaba en el bolsillo en busca de cambio para pagar el taxi. Y vio a los niñosofreciendocaramelosatodos—eranunosmuchachosextraordinariamentegenerosos—mientraslosintocablesamigosdeIsabelnodudabanlomásmínimoentomarunbuenpuñado…

¿Ysicomprabaalgodefruta?,pensóWilliamdeteniéndosejuntoaunpuestositoenelvestíbulodelaestación.¿Quizásunmelónparacadauno?¿Tendríantambiénquerepartírseloconlosotros?¿OtalvezunapiñaparaPadyunmelónparaJohnny?EraimprobablequelosamigosdeIsabelsecolasensigilosamenteenelcuartodelosniñosmientraséstoscomían.Detodosmodosmientrascomprabaelmelón,WilliamtuvolahorriblevisióndeunodelosjóvenespoetasamigosdeIsabel lamiendouna

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tajadademelónocultotraslapuertadelahabitacióndelosniños.Conaquellosdosextrañísimospaquetessedirigióhaciasutren.Elandénestaba

repletodegenteyeltrenyaestabaesperando.Lasportezuelasseabríanycerraban.Lamáquinaproducíaunsilbidotanfuertequelagentecorríadeunladoaotrocomosiestuvieseatolondrada.Williamseencaminódirectamentealvagóndeprimeraclaseparafumadores,depositóenelportaequipajeslamaletaylospaquetes,ysacandounmontóndepapelesdelbolsillointeriordelachaqueta,sedejócaerenelasientodelrincónyempezóaleer.

«Hallándose el cliente de ésta convencido… Nos inclinaríamos a considerarnuevamente…,encasoque…»Ah,aquelloestabamejor.Williamseechóhaciaatrássupelolisoyestirólaspiernassobreelpisodelvagón.Aquelgusanillofamiliarquele roía cansinamente el pecho se apaciguó. «Por lo que respecta a la presentedecisión…»Sacóunlápizazulysubrayólentamenteunpárrafo.

Entraronotrosdoshombres,pasaronporencimadesuspiernas,ysedirigieronalrincón opuesto. Un hombre joven colocó sus palos de golf en la redecilla y tomóasiento del otro lado. El tren pegó un ligero tirón, ya salían. William levantó lamiradayviolaestaciónrelucienteycalurosaqueibaquedandoatrás.Unamuchachade encendidasmejillas pasó corriendo por el vagón, en elmodo como saludaba ygritaba se veía algo forzado, casi desesperado. «¡Histérica!», pensó Williamtristemente.

Luegounferroviariomugrientoyconlacaratiznadadenegro,paradoalextremodelandén,sonrióaltrenquesalía.YWilliampensó:«Unavidadeperros»,yvolvióasumirseensuspapeles.

Cuandovolvióalevantarlamiradaseencontrabanenmediodelacampiñayelganadoserecogíaenbuscadeabrigobajolososcurosárboles.Unanchurosorío,conniñosdesnudoschapoteandoenlosbajíos,aparecióasusojosysevolvióaesfumar.Elcielorelucíaensupalidez,yunpájaroascendióenelairehastasercomolamotitaoscuradeunapiedrapreciosa.

«Hemosexaminadolosarchivosdelacorrespondenciadenuestrocliente…»Laúltimafrasequehabíaleídoresonóensumente:«Hemosexaminado…»Williamlediovueltasalafrase,peronosirviódenada;separtíaporlamitad,ylacampiña,elfirmamento, aquelpájaroque seelevaba, el agua, todo repetía:«Isabel».Todos lossábadosporlatardeleocurríalomismo.CuandoempezabaelviajeparareunirseconIsabel surgían aquellos infinitos encuentros imaginarios.La veía en la estación, unpoco apartada de toda la demás gente; sentada afuera, en un taxi descubierto;esperando junto a la cerca del jardín; caminando por la hierba pisoteada; en elumbral,oenelmismovestíbulo.

Ysuvozligeraycristalinadecía:«EsWilliam»,o«¡Hola,William!»,o«¡Porfinhallegado,William!»Elletocabasumanofría,lamejillafresca.

¡Exquisita lozanía la de Isabel! De niño siempre le había encantado salircorriendoal jardín trasunchaparrónyzarandear losrosalesparaque lesalpicasen.

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Isabel era aquel rosal, blanda como un pétalo, resplandeciente y refrescante. Y élcontinuabasiendoaquelniño.Aunqueahoranosalíacorriendoaljardín,noreía,nizarandeaba el rosal. Aquel gusanomolesto y persistente volvió a roerle el pecho.Doblólaspiernas,pusolospapelesaunladoycerrólosojos.

—¿Qué sucede, Isabel? ¿Qué sucede? —dijo cariñosamente. Estaban en eldormitorio de la casa nueva. Isabel estaba sentada en un taburete pintado frente altocadorquesehallabarepletodecajitasnegrasyverdes.

—¿Quélesucedeaquién,William?—preguntóella,inclinándosehaciaadelantemientrassudelicadocabellorubiolecubríalasmejillas.

—¡Losabesmuybien!—dijoél.Estabadepieenmediodeaquellahabitaciónextraña y él también se sentía como un extraño. Ante su respuesta Isabel se diorápidamentemediavueltaylemiró.

—¡Oh, William!—suplicó, implorante, blandiendo el cepillo del pelo—. ¡Porfavor! ¡Te lo suplico, no seas tan tremendamente quisquilloso y trágico! Siempredices, haces ver o das a entender que he cambiado. Y sólo porque he encontradoamigosconlosquecongeniodeverdad,conquienessalgomásyaquienesapreciosinceramente…Y tú teportas como si yo…—Isabel se echóel pelohacia atrásyempezó a reír—, como si hubiese matado nuestro amor o algo por el estilo. Estotalmenteabsurdo—dijomordiéndoseel labio—,ymehaceenloquecer,William.Comoestacasanuevayelservicio…,parecequetambiénmelosechesencara.

—¡Isabel!—Sí,puesenciertomodoesverdad—seapresuróaañadirella—.Atiteparece

quesonotrossíntomasmalos.Oh,yasécómopiensas.Lonoto—dijosuavemente—cada vez que subes las escaleras. No podíamos continuar viviendo en aquellacovacha,William.¡Almenosséunpocopráctico!Nisiquierahabíasuficientesitioparalosniños.

No,teníarazón.Cadamañana,cuandovolvíadelostribunales,encontrabaalosniñosconIsabelenlasalitadeatrás.Cabalgabanenlapieldeleopardoquecubríaelsofá,ojugabanatiendecitasempleandoelescritoriodeIsabelcomomostrador,oPadestaba sentado en la esterilla de la chimenea remando para salvar la vida con lapequeñabadilademetal,mientrasJohnnydisparabaalospiratasconlastenacillas.Ycada noche tenían que subir a caballito por aquellas estrechas escaleras a lahabitaciónenlaquelesesperabaelamaviejaygorda.

Sí, seguramente era una covacha. Una casita blanca con cortinas azules y unmaceterodepetuniasenlaventana.Williamsiemprerecibíaasusamigosenlapuertaconlamismafrase:

—¿Habéisvistolaspetunias?NoestánnadamalparaLondres,¿no?Perolomásimbécil,loqueerarealmenteextraordinario,eraquenohabíatenido

nilamásligerasospechadequeIsabelnofuesetanfelizcomoloeraél.¡Diosmío,quéceguera!EnaquellaépocanoteníanilamásremotaideadequeIsabelrealmenteodiase aquella casita un tanto incómoda, de que pensase que la gorda ama estaba

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echandoaperderalosniños,dequesesintiesedesesperadamentesola,muriéndosedeganasdeconoceragentenueva,iraconciertos,alcine,etc.SinohubiesenidoaaquellafiestaenelestudiodeMoiraMorrison…,siMoiraMorrisonnohubiesedichocuandoyasedespedían:«Egoístamásqueegoísta,voyarescataratuesposa.EsunaexquisitaypequeñaTitania»…,siIsabelnohubieseidoconMoiraaParís,si…,si…

Eltrensedetuvoenotraestación.Bettingford.¡Cielosanto!Yasólofaltabandiezminutos. William volvió a guardarse todos los papeles en los bolsillos; el jovensentadofrenteaélhacíaratoquehabíadesaparecido.Ahoraseapearonlosotrosdos.Losúltimosrayosdelsoldelatarderesplandecíanenlosvestidosdealgodóndelasmujeresydelosniñostostadosporelsol,descalzos.Ahoraincidíasobreunasedosafloramarillaconburdashojasque seextendíansobreunbancodepiedra.Labrisaque penetraba por la ventanilla olía a mar. William se preguntó si aquel final desemanaencontraríaaIsabelconelmismogrupitodecostumbre.

Yrecordó lasvacacionesquehabíanpasadootrasveces,elloscuatrosolos,conunamuchachitacampesina,Rose,quecuidabadelosniños.Isabelseponíaunjerseyy se hacía una trenza; parecía que tuviese catorce años. ¡Demonios, y cómo se lepelaba la nariz! Y lo que llegaban a comer, y lo mucho que dormían en aquellainmensa cama con colchón de plumas, entrelazando los pies… William no pudocontener una amarga sonrisa pensando en el horror que experimentaría Isabel sillegaseaconocerhastadóndellegabasusentimentalismo.

—¡Hola,William!—Bueno, después de todo había acudido a la estación, y leesperabatalcomohabíaimaginado,unpocoalejadadelademásgente,y,elcorazóndeWilliamdiounvuelco,estabasola.

—¡Hola, Isabel! —exclamó él. Le pareció que estaba tan hermosa que debíadecirlealgo—.Estásrebosantedefrescor.

—¿Deveras?Puesnomesientonadafresquita.Dateprisa.Eseendemoniadotrentuyo ha llegado con retraso. El taxi está afuera—dijo, tomándole ligeramente delbrazo al pasar frente a la entrega de billetes—.Hemosvenido todos a buscarte—comentó—. Pero hemos dejado a Bobby Kane en la pastelería y le pasaremos arecoger.

—¡Oh!—exclamóWilliam.Eraloúnicoqueeracapazdedecirdemomento.Afuera,enlaclaridad,esperabaeltaxi,conBillHuntyDennisGreentumbadosa

unlado,conlossombreroscaídossobrelacara,mientrasenelladoopuesto,MoiraMorrison,conungorritoqueparecíaunafresagigantesca,pegababrincos.

—¡Nohayhielo!¡Nohayhielo!¡Nohayhielo!—chillabaalegremente.YDennistrinabadesdedebajodelsombrero:—Siquieresalgoheladovealapescadería.YBillHunt,asomandolacabeza,añadió:—Tedaránheladodepescado.

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—¡Oh, qué pesadez!—espetó Isabel.Y le explicó aWilliam que había estadorecorriendo toda la ciudad en busca de hielo mientras ella le esperaba. Se estáderritiendoabsolutamentetodo,yyaempiezaaescurrirseporlosacantiladoshaciaelmar,conlamantequillaencabeza.

—Tendremosquedarnoslocionesdemantequilla—dijoDennis—.Quetuáureatesta,William,noestéfaltadelociones.

—Escuchad—dijoWilliam—,pero¿cómovamosasentarnos?Másvalequemesientejuntoalconductor.

—No,ahíesdondeestabasentadoBobbyKane—dijoIsabel—.Tú,siéntateentreMoirayYo.

Eltaxisepusoenmarcha.—¿Quéllevasenesosmisteriosospaquetes?—¡Cabezas de-ca-pi-tadas! —comunicó Bill Hunt, estremeciéndose bajo su

sombrero.—¡Oh,fruta!—exclamóIsabel,alparecermaravilladaantetaldescubrimiento—.

¡Eresunsanto,William!Unmelónyunapiña.¡Espléndido!—Oye,espera—dijoWilliam,sonriendo.Aunqueenrealidadestabaansioso—:

Lashecompradoparalosniños.—Pero querido… —rió Isabel, cogiéndole el brazo—. Si se las comiesen se

moriríanderetortijones.No—dijo,acariciándolelamano—,yalescomprarásalgolapróximavez.Meniegoadesprendermedeestaexóticapiñaamericana.

—¡CruelIsabel!¡Permítemeaspirarelaroma!—dijoMoira.YtendiólosbrazosfrenteaWilliamenungestosuplicante—.¡Oh!—Elgorritoqueparecíaunfresónselehabíacaídohaciaadelante;parecíaapuntodelanguidecer.

—Damaenamoradadeunananá—dijoDennis,mientraseltaxisedeteníafrentea una tiendecita de persianas listadas.Y de ella salióBobbyKane, con los brazosrepletosdepaquetitos.

—Espero que sean buenos —dijo—. Los he elegido por colores. Hay unosredonditos que son una monada. Y fijaos en este nougat —exclamó arrobado—,¡fíjaosbien!¡Pareceunpequeñopasodeballet!

Peroenaquelinstanteaparecióelpastelero.—Oh, lo había olvidado. Todavía no los he pagado—dijo Bobby, fingiéndose

asustado.Isabelentregóunbilletealtendero,yBobbyvolvióamostrarseradiante—.¡Hola,William!Voyasentarmealladodelconductor.—Yconlacabezadescubierta,vestidodeblancodelacabezaalospies,conlasmangasdobladashastamásarribadeloscodos,saltóaocuparsulugar—.¡Avanti!—ordenóentusiasmado…

Despuésdeltétodossefueronatomarunbaño,mientrasWilliamsequedabaahacer laspacesconlosniños.PeroJohnnyyPaddyestabandormidos, losdestellosrosáceos y rojizos se habían eclipsado, losmurciélagos habían iniciado su rasantevueloylosbañistasnoacababandellegar.MientrasWilliambajabalasescaleraslasirvientacruzóelvestíbuloportandounalámpara.Lasiguióhastalasaladeestar.Era

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una espaciosa estancia, pintadade amarillo.En la paredque tenía enfrente alguienhabíapintadounjovenmancebo,detamañomayorqueelnatural,depiernasuntantoregordetas,ofreciendounamargaritadeabiertospétalosaunadoncellaqueteníaunbrazomuycortoyelotromuylargoydelgado.Sobrelassillasyelsofáhabíatrozosdetelanegracubiertosdegrandesmanchasqueparecíanhuevosrotos,ysemiraraadonde se mirase siempre se veían ceniceros rebosantes de colillas. William tomóasientoenunodelossillones.Ahora,cuandoalguienmetíalamanoporloscostadosdel tapizado,yanoencontrabaunaovejitacontrespatasounavacaconuncuernoroto, ni alguna paloma del Arca de Noé, lo único que se encontraba en aquellosentresijoseraalgunodelosmuchoslibrosdepoesíaquerondabanporallí,libritosdetapasblandasypáginasmanchadas…Pensóenelmontóndepapelesquellevabaenelbolsillo,peroestabademasiadocansadoyhambrientoparaleer.Seabriólapuertayllegaronruidosdesdelacocina.Elserviciohablabacomosiestuviesensolosenlacasa. De pronto sonaron grandes carcajadas y un «chist» igualmente contundente.Acababanderecordarqueestabaencasa.Selevantóysalióaljardínporunadelaspuertasdelaterraza,ymientrasestabaallí,envueltoensombras,oyóalosbañistasqueregresabanporelsenderodearena;susvocesresonabanenelsilencio.

—CreoqueletocaaMoirautilizarsusartesyensalmos.Moirarespondióconuntrágicogemido.—Losfinalesdesemanadeberíamostenerungramófono,asípodríamosponerLa

doncelladelasmontañas.—Ah, ¡no, no!—protestó la voz de Isabel—. No está bien que digas eso de

William.¡Portaosbienconél,muchachos!Sólosequedahastamañanaporlanoche.—Dejádmeloamí—dijoBobbyKane—.Sécuidardelagentemuybien.La cancela se abrió y se volvió a cerrar.William avanzó por la terraza; ya le

habíanvisto.—¡Hola,William!—YBobbyKane,lanzandolatoalla,empezóapegarsaltosy

hacer cabriolas sobre el césped requemado—. Es una lástima que no vinieses connosotros,William.Elaguaestabadivina.Yluegohemosidoaunapequeñatabernaatomarunaginebradeendrino.

Losotrosyahabíanllegadoalacasa.—Oye,Isabel—llamóBobby—,¿quieresquemepongaelvestidodeNijinsky?—No—respondióIsabel—.Nodatiempodevestirse.Nosestamosmuriendode

hambre.YWilliam también debe estar hambriento.Vamos,mes amis, empecemosconunassardinas.

—Ya he encontrado las sardinas—dijoMoira, apareciendo a toda prisa en elvestíbuloysosteniendoenaltounalata.

—Damaconlatadesardinas—exclamóseriamenteDennis.—¿Qué,William,quétalporLondres?—preguntóBillHunt,descorchandouna

botelladewhisky.—Oh,Londressiempreestáigual—respondióél.

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—Ah, el viejo Londres —dijo Bobby, muy animado, mientras ensartaba unasardina.

Peroalcabodepocoseolvidarondeél.MoiraMorrisonempezóapreguntarsedequécolorteníaunorealmentelaspiernasdebajodelagua.

—Lasmíassonlasmásblancas,sondeunblanquísimocolorchampiñón.BillyDenniscomierondesaforadamente.EIsabelllenóvasos,cambiólosplatos,

lesdiocerillas,siempresonriendoencantadoramente.Yenciertomomentodijo:—Deverdad,Bill,meencantaríaquenolopintases.—¿Quepintase el qué?—inquirió él con suvozarrón embutiéndose labocade

pan.—Quenospintasesanosotrosalrededordelamesa—explicóIsabel—.Dentrode

veinteañosseríaunaobraabsolutamentefascinante.Billcerróunpocosusojitosycontinuómascando.—No hay buena luz —replicó huraño—, y demasiado amarillo. —Y siguió

comiendo.Y,alparecer,aquellotambiénencantabaaIsabel.Pero después de cenar estaban todos tan cansados que no tenían ánimos para

hacernadayestuvieronbostezandohastaquefuesuficientementetardeparairsealacama…

WilliamnoestuvoasolasconIsabelhastaeldíasiguientepor la tarde,cuandoesperabaeltaxiquedebíallevarlealaestación.Cuandobajóconlamaletahastaelvestíbulo,Isabeldejóalosotrosyseleacercó.

—¡Cómopesa!—dijo,soltandounarisitaextraña—.¡Déjamequelalleve!Sólohastalaverja.

—No.¿Paraquéquieresllevarla?—contestóél—.Claroqueno.Dámela.—Oh,porfavor,déjamellevarla—pidióIsabel—.Quierollevarla,deverdad.—

Y ambos caminaron en silencio.William comprendió que ya era demasiado tardeparahablar.

—Ya está —exclamó Isabel triunfalmente, depositando la maleta y mirandoansiosamentehaciaelcaminoarenoso—.Meparecequeestavezcasinoheestadocontigo—dijojadeante—.Sehacetancorto,¿verdad?Meparececomosiacabasesdellegar.Lapróximavez…—Eltaxiaparecióalolejos—.EsperoqueenLondrestecuidencomoDiosmanda.Sientotantoquelosniñoshayanestadofueratodoeldía,perolaseñoraNeilyaloteníatodoarreglado.Lessabrámuymalnohabertevisto.PobrecitoWilliam,tenerquevolveraLondres.—Eltaxiyahabíadadomediavuelta—.¡Adiós!—dijodándoleunbesorápidamente;ydesapareció.

Campos, árboles, setos, se sucedieron velozmente. Cruzaron traqueteando elpueblecitopequeño,queparecíaciego,vacío,ysubieronporlaempinadacuestadelaestación.Eltrenyaesperaba.Williamsedirigiódirectamentealvagóndefumadoresde primera clase, y se dejó caer en un rincón, pero esta vez no sacó sus papeles.Cruzó losbrazossobreaquelgusanoominosoe insistenteque le roíapordentro,ymentalmenteempezóaescribirunacartaaIsabel.

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Como de costumbre el correo llegaba retrasado. Estaban sentados afuera de lacasa,tendidosenlastumbonas,bajoparasolesdecolores.BobbyKaneeraelúnicoque estaba echado en el césped, a los pies de Isabel. Hacía un calor asfixiante,insoportable;eldíacaíacomounabandera.

—¿Crees que en el cielo existirán los lunes? —preguntó Bobby de un modoinfantil.

YDennismurmuró:—Elcieloserácomounluneseterno.PeroIsabelnopodíaapartarsupensamientodelsalmónquehabíantomadopara

cenar la noche anterior. Su intención había sido poder hacermayonesa de pescadoparaelalmuerzoyahora…

Moiraestabadormida.Suúltimodescubrimientoeradormir.—Es maravilloso. No hay más que cerrar los ojos y…, ya está. Es lo más

deliciosodelmundo.Cuandoelancianocartero,detezcoloradota,apareciópedaleandoporelcamino

arenoso, volvió a darles la sensación de que, en lugar demanillar, hubiera debidollevarunosremos.

BillHuntdejóellibroqueestabaleyendo.—Cartas—dijocontento,ytodosesperaron.Pero,ohdespiadadomensajero,oh

mundoengañoso,sólohabíaunacarta,unacartamuygruesaparaIsabel.Ynadamás,nisiquieraunperiódico.

—PueslacartaesdeWilliam—dijoIsabellóbregamente.—¿DeWilliam…,ya?—Aquetemandaelcontratomatrimonialamododeamabletoquedeatención.—¿Todoelmundotienecontratomatrimonial?Pensabaqueesoerasólocosade

loscriados.—¡Uy,páginasymáspáginas!¡FijaosenIsabel!Damaleyendounacarta—dijo

Dennis.QueridaIsabel,cariñomío.Efectivamenteeranpáginasymáspáginas.Mientras

Isabelleíasusensacióndesorpresasefuetrocandoenunasensacióndesofoco.¿Quédemonios le había hecho suponer a William que ella…? Era realmenteextraordinario…¿Cómohabíapodido…?Sesentíaconfusa,ycadavezmásymásexcitada, asustada incluso. Era típico de él. ¿Lo era? Aquello resultaba absurdo,naturalmente,absurdoyridículo.

—¡Ja,ja, ja!¡Diosmío!—Isabelseechóhaciaatrásenlatumbonayempezóareíramásnopoder.

—Cuéntanos,cuéntanos—pidieronlosotros—.Tienesquecontárnoslo.—Ahoramismo—anuncióIsabel,sentándosedenuevo,tomandolashojasdela

cartayagitándolasenelaire—.Acercaos—dijo—.Escuchad,esformidable.¡Esunacartadeamor!

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—¡Unacartadeamor!¡Quéricura!QueridaIsabel,cariñomio.—Perocasino ledio tiempoaempezarporquesus

risasyalaestabaninterrumpiendo.—Ah,continúa,Isabel,continúa.Esperfecto.—Esunverdaderodescubrimiento.—Sigue,sigue,Isabel.Diosnoquiera,mivida,queyopuedaserunlastreparatufelicidad…—¡Oh!¡Ah!¡Uh!—¡Ssshhh!¡Callad!EIsabelsiguióleyendo.Cuandollegóalfinalestabanmuertosderisa.Bobbyse

retorcíaporelcéspedycasillorabadetantoreír.—Tienesquedejármelacopiartalcual,entera,paraincluirlaenminuevolibro—

dijoDennisdecidido—.Lededicarétodouncapítulo.—¡Oh,Isabel—gimióMoira—yesetrozoquedicequecuandotetieneentresus

brazos…!—¡Déjamela, déjamela! Déjame leerla con mis propios ojos —espetó Bobby

Kane.Pero,antelasorpresadetodos,Isabelaprisionólacartaensumano.Habíadejado

dereír.Lesmirórápidamente;parecíaqueestuvieseagotada.—No,no,ahora,no.Luego—balbuceó.Y antes de que se repusieran de la sorpresa ya había salido corriendo hacia la

casa,yporelvestíbulo,escalerasarriba,hastasuhabitación.Sesentóalbordedelacama.

—Quéinfame,odioso,abominable,vulgar…—masculló.Seapretólosojosconlosnudillosysebalanceóadelanteyatrás.Ylesvolvióaver,peronoyacuatro,sinocuarenta,riendo,burlándose,carcajeándose,revolcándosemientraslesleíalacartadeWilliam.¡Ay,habíacometidounactodespreciable!Diosnoquiera,mivida,queyopueda ser un lastre para tu felicidad. ¡William! Isabel ocultó sú rostro en laalmohada.Pero leparecióque inclusoaquelgraveaposento laconocía talcualera:superficial,trivial,vana…

Ahora,desdeeljardín,llegaronalgunasvoces.—¡Isabel!¡Venconnosotros,vamosabañamos!—¡Oh,tú,esposadeldulceWilliam,acompáñanos!—¡Llamadlaunavezantesdesalir,unavezmás!Isabelseincorporó,sentándoseenlacama.Ahoraeraelmomento.Eraahoraque

debíadecidir.Iríaalaplayaconellos,osequedaríayescribiríaaWilliam.¿Cuáldelos dos caminos debía tomar? «Tengo que decidirme». Oh, ¿cómo podía dudartodavía?NaturalmentesequedaríayescribiríaaWilliam.

—¡Titania!—cantóMoira.—¿Isa-bel?No,erademasiadodifícil.«Iré…, iréconellos,y luegoescribiréaWilliam.Le

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puedeescribirencualquiermomento.Mástarde.Ahora,no.Perodesdeluegodeboescribirle»,pensóIsabelapresuradamente.

Y,riendodeaquellamaneranueva,bajócorriendolasescaleras.

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ELVIAJE

El barco de Picton salía a las once y media. Hacía una noche muy hermosa,templada, estrellada, y sólo cuando se apearondel taxi y empezaron a bajar por elmuelle viejo que se adentraba en el puerto, una débil brisa que soplaba del marjugueteóconelsombrerodeFenella,ytuvoquesostenerloconlamanoparaquenole volase. En elmuelle viejo todo estaba oscuro,muy oscuro; los cobertizos de lalana,loscarromatosparaeltransportedelganado,lasgrúasqueseerguíanmuyalto,lalocomotorabajitayrechoncha,todoparecíatalladoenlasolidezdelaoscuridad.Acáyaculláunhatoredondodemaderaparecíael tallodeunaenormesetanegra;más lejos una linterna, amedrentada de lanzar su luz tímida y zozobrante por todaaquellaoscuridad,quemabaapaciblemente,comosisólosedieseluzasímisma.

ElpadredeFenellalesllevabaconpasosrápidosynerviosos.Trasél,suabuelaseafanababajoelcrujientecapotenegro;ibantanaprisaquedevezencuandoteníaque dar unos saltitos absolutamente ridículos para seguirles el paso. Además delequipaje atado como una salchicha, Fenella también llevaba, cogido con fuerza, elparaguasdelaabuela,cuyaempuñadura,queeraunacabezadecisne, le ibadandounosagudosgolpecitosenelhombro,comositambiénquisieraqueseapresurase…Hombres con gorras caladas hasta las cejas y el cuello de los chaquetones vueltohacia arriba pasaban con paso vacilante; unas pocas mujeres muy tapadas seescabullíanpresurosas;yunniñitomuypequeño,quesólomostrabalaspiernecitasylos bracitos negros saliendo de una manta blanca de lana, mientras iba pasandoviolentamente de los brazos de su padre a los de su madre; parecía una moscadiminutacaídaenlanata.

Luego,depronto,taninesperadamentequeFenellaysuabueladieronunbrinco,desdedetrásdelmayordeloscobertizosparalalana,delquesalíaunacolumnitadehumo,seoyóun«¡Buuuuuuu!»

—Eselprimerpitido—dijosecamentesupadre,yenaquelinstantequedóanteellos el barco de Picton. Amarrado al oscuro muelle y cubierto, engalanado, delucecitasredondasydoradas,elbarcodePictondabamáslaimpresióndetenerquesalirnavegandohacialasestrellas,queporelfríomar.Lagenteseapretujabaenlapasarela.Primerosubiólaabuela,luegosupadre,yenúltimolugarFenella.Alfinalhabíaunescalónmuyaltoquedabaalacubierta,yunmarinoentradoenañosconunjerseyesperabaallíylediosumanoresecaycallosa.Yahabíanllegado;seapartaronunpocoparaquelagentepudiesepasary,depiebajounaescalerilladehierroqueconducíaalpuentesuperior,empezaronadespedirse.

—¡Tome,madre,ahítienesuequipaje!—dijoelpadredeFenella,entregandoalaabuelaotropaquetequeparecíaunasalchicha.

—Gracias,Frank.—¿Tienebienguardadoslosbilletesdelcamarote?—Sí,hijo.

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—¿Ylosotrosbilletes?Laabuelalosbuscódentrodelguanteyluegoleenseñóasuhijounaesquinita.—Asímegusta.Parecíaadusto,peroFenella,queleobservabaconansiedad,advirtióqueestaba

cansadoytriste.«¡Buuuuuuu!»,retumbóelsegundoavisojustoencimadesucabeza,yunavozqueparecíaunsollozogritó:

—¿Quedaalguienporbajar?Fenellavioqueloslabiosdesupadresemovían:—Déleunabrazomuyfuerteapadre.Ysuabuela,muyagitadarespondió:—Detuparte,hijo.Andave.Quenopodrásbajar.Veya,Frank.Baja.—Nosepreocupe,madre.Todavíafaltantresminutos.Y,antesugransorpresa,Fenellavioquesupadresequitabaelsombrero,ydaba

unfuerteabrazoalaabuela,apretándolaconfuerza.—¡QueDioslabendiga,madre!—leoyódecir.Ylaabuelapusolamano,conelguantedetelanegraqueestabaalgoraídoenel

lugardelanillo,sobresumejilla,ysollozó:—¡VeconDiosysévaliente,hijo!Aquello era tan tremendo que Fenella se apresuró a darles la espalda y tragó

salivaunavez,dosveces,ytuvoquemirarfrunciendoelceñounaestrellitaverdequelucíaenloaltodelmástil.Perotuvoquevolveragirarse:supadreseibaya.

—Adiós,Fenella.Pórtatebien.—Subigotefríoyhúmedolerozólamejilla.PeroFenellaletomóporlassolapasdelabrigo.

—¿Cuántotiempovoyaquedarmeconlaabuelita?—lesusurróinquieta.Perosupadrenoqueríamirarla.Laapartósuavemente,ydijocariñoso:

—Yaveremos.¡Toma!Abrelamano.—Ylepusoalgoenlapalma—.Tomaunchelín,porsilonecesitas.

¡Unchelín!¡Debíairseparasiempre!—¡Papá!—gritóFenella.Peroyasehabíaido.Fueelúltimoenbajardelbarco.

Losmarinosarrimaronelhombroalapasarelaylasacaron.Unrollodesoganegrasalióvolandoporlosairesycayóconun«plaf»enelmuelle.Sonóunacampana;pitóun silbato. Silenciosamente elmuelle en sombras empezó a deslizarse, alejándose,apartándosedeellos.Ahoraelagua formóun torbellinoentreelbarcoyelmuelle.Fenella hizo un esfuerzo por calar en la oscuridad. «¿Era su padre aquel que sevolvía,oelqueagitabalamano,oelqueestabaaunlado,solo,otalvezaquelquesealejabacaminando?»Lafranjadeaguasefueensanchando,dadavezmásoscura.ElbarcodePictonempezóagirarenredondo,poniendoproahaciaelmarabierto.Yanoservíadenadamirar.Loúnicoquesedivisabaeranalgunasluces,unacaradelrelojdel ayuntamiento suspendida en la noche, y más luces, como si fuesen manchasluminosas,arriba,enlasoscurascolinas.

La refrescante brisa jugueteó con las faldas de Fenella, que regresó junto a la

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abuela.Viocongranalivioquesuabuelayanoestabatriste.Habíacolocadolosdosbultos asalchichados del equipaje uno sobre otro, y estaba sentada encima, con lasmanosjuntasylacabezaunpocodecantadahaciaunlado.Surostroteníaunaspectoconcentradoybrillante,yFenellaadvirtióquemovía los labios,por loqueadivinóque estaba rezando. Pero la anciana le dirigió un gesto de asentimiento como siquisieradecirlequeyacasihabíaconcluidosusrezos.Desuniólasmanos,suspiró,lasvolvióajuntar,seinclinóhaciaadelante,yporfin,conunaligerasacudida,volvióalarealidad.

—Y ahora, hija —dijo, tocándose el lazo de las cintas del gorro—, creo quedeberíamosocuparnosdeencontrarelcamarote.Noteseparesdemíytencuidadodenoresbalar.

—Sí,abuela.—Yvigilaquelosparaguasnoseteenganchenenlabarandilla.Cuandoveníavi

cómoserompíaunparaguasestupendoaquímismo.—Sí,abuela.Las siluetas oscuras de los hombres se recortaban contra las barandillas. En el

destellodelaspipassepodíadivisarunanariz,olaviseradeunagorra,ounpardecejas llenas de sorpresa. Fenella levantó la mirada. Arriba, en lo alto, una figuradiminuta,conlamanometidaenelbolsillodesuchaquetillacorta,oteabaelmar.Elbarco se balanceaba imperceptiblemente, y le pareció que las estrellas también semecíanalmismoritmo.Deprontounpálidocamarero,conchaquetadehilo,saliódeunapuertaprofusamenteiluminadasosteniendounabandejaenlapalmadelamano,ypasójuntoaellas.Semetieronporaquellapuerta.Franqueandocuidadosamenteelalto umbral revestido por una chapa de latón, pisaron una alfombrilla de goma yempezaronabajarunasescalerastanempinadasquelaabuelatuvoqueirponiendoambos pies en cada escalón, y Fenella se agarró a la pegajosa barandilla demetalolvidándose por completo del paraguas con la empuñadura en forma de cabeza decisne.

Unavezabajosuabuelasedetuvo;Fenellatuvomiedodequevolvieseaponersearezar.Perono,sóloqueríasacarlosbilletesdelcamarote.Sehallabanenelsalón.Estabatremendamenteiluminadoyhacíauncalorasfixiante;seolíaaunamezcladepintura, chuletas quemadas y caucho. Fenella hubiera deseado que su abuelaprosiguiese el camino, pero la anciana no tenía la menor intención de apurarse.Acababa de divisar una inmesa canasta con bocadillos de jamón.Se acercó y tocósuavementeunoconlapuntitadeldedo.

—¿Cuántovalenestosbocadillos?—preguntó.—¡Dospeniques!—vociferóunrudocamarero,colocandosobreelmostradorun

cuchilloyuntenedorconunfuertegolpe.Suabuelaapenaspodíacreérselo.—¿Dospeniquescadauno?—preguntó.—Exactamente—replicóelcamarero,guiñándoleelojoasucompadre.

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Laabuelahizounamuecadeincredulidadysorpresa.YluegosusurróaloídodeFenella:

—¡Quédisparate!—yambas continuaronhacia la otra puerta, y por unpasilloconpuertasdecamarotesaamboslados.Unacamareradelomásamablesalióasuencuentro. Iba todavestidadeazul,y llevabaelcuelloy lospuñosabrochadoscongrandesbotonesmetálicos.Parecíaconocerbienalaabuela.

—Bienvenida,señoraCrane—dijo,abriéndolesellavaboempotrado—.Yaveoque la volvemos a tener con nosotros. Y no siempre se permite el lujo de tomarcamarote.

—No—respondiólaabuela—.Peroestavezmihijosehaocupadodetodoy…—Espero… —empezó a decir la camarera. Pero al volverse descubrió con

pesadumbreelvestidonegrodelaabuelaylafaldayelabrigonegrodeFenella,lablusanegrayelsombreritoconunarosadecrespón.

Laabuelaasintió.—Dioslohaqueridoasí—dijo.La camarera cerró los labios y, suspirando profundamente, pareció que fuese a

hincharse.—Yosiempredigo—añadió, comosihubiesehechoungrandescubrimiento—

que antes o después todos tenemos que seguir el mismo camino, ésta es la puraverdad.—Sedetuvo—.¿Quierequeletraigaalgo,señoraCrane?¿Unatazadeté?Yaséquenohaymododequeaceptealgoparaquitarseelfrío.

Laabueladenegóconlacabeza.—No,nada,muchasgracias.TenemosunosbizcochosborrachosyFenellatiene

unplátanoenorme.—Ya vendré luego a ver si están bien instaladas —dijo la camarera, y salió

cerrandolapuerta.¡Elcamaroteeratanpequeño!Eracomosilahubiesenencerradoenunacajacon

laabuela.Eloscuroojodebueysituadosobreel lavabo lasmirabaperezosamente.Fenellasesentíacohibida.Permanecióapoyadacontralapuertasinsoltarelequipajenielparaguas.¿Cómoibanadesvestirseallídentro?Suabuelayasehabíaquitadoelgorroy,arrollandolascintas, lasclavóala telaconunalfilerantesdecolgarlo.Supelocanosorelucíacomosi fuesedeseda;elmoñitoque llevabaen lanucaestabacubierto por una redecilla negra. Fenella casi nunca había visto a su abuela con lacabezadescubierta;teníaunaspectoraro.

—Mevoyaponer lagorritade lanaque tuqueridamamáme tricotó—dijo laabuela y, desatando la salchicha sacó la gorrita y se la puso; la orla de grisesondulacionesbailabasobresuscejasylaabuelasonrióaFenellaconcariñoytristeza.Luegosedesabrochólachaqueta,yotracosaquellevabadebajo,yotramásdebajode aquélla. Luego vino un corto y enconado forcejeo, y la abuela se ruborizólevemente,¡zas,zas!,seacababadedesabrocharelcorsé.Diounsuspirodealivioy,sentándoseenelmullidosofá,sequitó,lentaycuidadosamente,lasbotasconbandas

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elásticasalosladosylascolocóunaalladodelaotra.MientraFenella sequitabael abrigoy la falday seponía labatade franela, la

abuelaterminósuspreparativos.—¿Tengoquequitarmelasbotas,abuelita?Esquevanabrochadasconcordones

hastaarriba.Laabuelalasexaminóunmomentoconsumaatención.—Creo,hijita—dijo—,quetesentirásmuchomáscómodasitelasquitas.—Y

besóaFenella—.No teolvidesderezar.NuestroSeñorestáen todaspartes,yaúnmáscuandovamosenbarcoquecuandoestamosentierrafirme.Comosoyviajerademuchaexperiencia—añadióanimadamente—tomarélaliteradearriba.

—Pero,abuela,¿cómotelovasahacerparasubir?LoúnicoqueFenellapodíavererantrespeldañosverticales.Laancianasoltóuna

risitasordayseencaramóágilmente.UnavezenlaliterasuperiormiróhaciaabajoalasorprendidaFenella.

—¿Aquenocreíasquelaabuelitafuesecapazdehaceresto?—dijo.YmientrasseestirabaenlaliteraFenellaoyóquevolvíaareír.

Aquella pastilla de jabónpardusconohabíamodode quehiciese espuma, y elagua de la botella era una especie de gelatina azul. Y qué difícil resultaba doblaraquellassábanasacartonadas;teníaquelimitarseaintroducirseentreambas.Sitodohubiese sido distinto tal vez Fenella se habría puesto a reír… Por fin consiguiómetersedentro,ymientrasyacíajadeandoligeramente,oyóunsusurroprolongadoysuavequellegabadesdearriba,comosialguienanduvierabuscandoalgoconmuchocuidadoentrepapelesdeseda.Laabuelaestabarezando…

Pasóunlargorato.Luegoentrólacamarera;anduvosigilosamenteyapoyóunamanoenlaliteradelaabuela.

—Enestemomentoentramosenelestrecho—dijo.—¡Ah!—Haceunanocheespléndida,perovamosalgovacíos.Quizábailemosunpoco.Y,efectivamente,enaquelmismoinstanteelbarcodePictonpareció levantarse

másymásenelaireyquedarsuspendidoel tiemposuficientecomoparasentirunescalofrío, antes de volver a descender, y se oyó el sonido de las gruesas olasrompiendo ababory estribor.Fenella recordóquehabíadejado el paraguas con laempuñaduraenformadecabezadecisnedepiesobreelsofá.¿Seromperíasicaía?Perolaabuelatambiénlorecordóenelmismoinstante.

—Camarera, ¿meharía el favordeponerelparaguas tendido sobreel sofá?—murmuró.

—Naturalmente, señora Crane —respondió ella y, volviéndose a acercar a laabuela,susurró—:Sunietecitaestádurmiendocomounaangelito.

—GraciasaDios—dijolaabuela.—Pobrehuerfanita—murmurólacamarera.YFenellacayódormidamientrasla

abuelatodavíaestabacontandoalacamareratodoloquehabíasucedido.

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Peronotuvotiempodedormirlobastanteparapodersoñarporquedespertóantealgoquesebalanceabaenelairesobresucabeza.¿Quépodíaser?Eraunpiececitogris.Yfueseguidodeotro.Parecíanestarbuscandoalgo;seoyóunsuspiro.

—Estoydespierta,abuela—dijoFenella.—Ah, hijita, ¿dónde anda la escalera? —preguntó la abuela—. Pensaba que

estabadeestelado.—No, abuela, está en el otro.Ahora te pongo el pie en el escalón. ¿Ya hemos

llegado?—preguntóFenella.—Estamos entrando en el puerto —respondió su abuela—. Tenemos que

levantarnos, hija. Más valdrá que te comas un bizcocho antes de levantarte, asítendrásalgosólidoenelestómago.

PeroFenellayahabíasaltadode la litera.La lámpara todavíaestabaencendida,perolanocheyahabíaconcluidoyhacíafrío.Mirandoporelojodebueydistinguióalo lejos unas rocas.Ahora quedaron cubiertas por una capa de espuma; luego unagaviotacruzórevoloteando;yporfinvislumbróuntrozodetierrafirme.

—Ya se ve tierra, abuela—dijo Fenella,maravillada, como si hiciese semanasquenavegaban.

Se abrazó con fuerza, y frotóse una pierna con los dedos del otro pie; estabatiritando.Ultimamentetodohabíasidotantriste.¿Cambiaríanahoralascosas?Peroloúnicoquedijosuabuelafue:

—Anda,hijita,dateprisa.Ledaréelplátanoa lacamarera,yaqueno te lohascomido.

YFenellasevolvióaponerlasnegrasropas,yunbotóndelosguanteslesaltóyfueacaerendondenopodíaalcanzarlo.Luegosubieronjuntasacubierta.

Si en la cabina hacía frío, afuera el tiempo era verdaderamente helado. El soltodavíanohabíasalido,perolasestrellaspalidecíanya,yelcielofríoypálidoteníaelmismocolordelmarheladoylívido.Sobrelacostalevantábaseyvolvíaacaerunaneblinalechosa.Empezabanadistinguirseconbastantenitidezlososcurosmatojos.Incluso se apreciaban las formas de los colgantes helechos, y de estos extrañosárbolesplateadosyajadosqueparecenesqueletos…Luegoapareciólaplataformadeldesembarcaderoy algunas casitas, tambiénpálidas, arracimadasunas junto a otras,comolasconchasenlatapadeunacaja.Losotrospasajerospaseabanporcubierta,peromáslentamentequelanocheanterior,ysuaspectoeramacilento.

Ahora laplataformadeldesembarcaderose les fueacercando.Nadó lentamentehaciaelbarcodePicton,yaparecióunhombresujetandoelcabodeunasoga,yuncarroconuncaballitocabizbajoytambiénotrohombresentadoenunescalón.

—Mira, Fenella, es el señor Penreddy, que ha venido a buscarnos —dijo laabuela.Parecíacontenta.Susmejillascerúleassehabíanvueltoazuladasacausadelfrío,labarbillaletiritaba,ynoparabadeenjugarselosojosylanaricitarosada.

—¿Tienesmi…?—Sí,abuela—respondióFenellamostrándoleelparaguas.

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La soga cruzó silbandopor el airey, plaf, cayó sobre cubierta.Lapasarela fuearriada.YFenellasiguióotravezasuabuelaporelmuellehaciaelcarrito,yalcabodeuninstanteyaestabantraqueteando.Lasherradurasdelcaballitoresonaronsobrelostablonesdelmuelleyluegosehundieronsuavementeenelcaminodearena.Noseveíaniunalma;nohabíaniunaplumilladehumoenlaschimeneas.Laneblinaselevantaba y volvía a caer, y el mar todavía parecía adormecido mientras lamía laplayacansinamente.

—AyervialseñorCrane—dijoelseñorPenreddy—.Ybienqueseencontraba.Mimujerlecocióunagordadetortaslasemanapasada.

El caballito sehabíadetenido frenteaunade lascasasqueerancomoconchasarracimadas.Bajarondelcarro.Fenellaapoyólamanosobreelportillóndelaverjaylasgruesasytemblequeantesgotasderocíoleempaparonlaspuntasdelosguantes.Subieronporunsenderitohechodeblancosguijarros,confloreshúmedasydobladasaamboslados.Losdelicadosclavelesblancosdelaabuelaestabantanempapadosderocíoquesehabíanencorvado,perosuperfumeformabapartedelafríamañana.Lacasitateníalaspersianasechadas;subieronlosescalonesquedabanalaterraza.Aunladodelapuertahabíaunpardeviejasbotasdegoma,alotrounagranregaderaroja.

—¡Chist,chist!Elabuelo—dijo laabuela.Yabrió lapuerta.Noseoíaningúnruido—.¡Walter!—llamó.Einmediatamenteunavozprofundaquelesllegabaalgoamortiguadarespondió:

—¿Erestú,Mary?—Espera,hija—dijo laabuela—.Espérateahí—dijoempujandosuavementea

Fenellahacialasalitadeestarenvueltaenlapenumbra.Sobre lamesa, un gato blanco, que había estado durmiendo doblado como un

camello,selevantó,sedesperezóysaltósobrelapuntadesuspatitas.Fenellahundióunadesusheladasmanitasenelpeloblancoycálidoysonriótímidamentemientrasacariciaba al animal y escuchaba elmurmullo de la voz cariñosa de la abuela y elvozarrónprofundodelabuelo.

Seoyóchirriarunapuerta.—Anda,entra—dijolaabuela.YFenellalasiguió.Acostadoaunladodellecho

inmensoestabaelabuelo.Sóloseleveíalacabezaconunmechóndepeloblanco,lacarasonrosadaylalargabarbaplateadaasomandoporencimadelcobertor.Parecíaunpájaromuyviejoyvivaracho.

—¡Vaya,Fenella!—dijoelabuelo—.¡Dameunbeso!—Fenellalebesó—.¡Uy!—exclamóelabuelo—,tienelanarizfríacomounbotón.¿Yquéesesoquellevaenlamano?Ah,elparaguasdelaabuela.

Fenellavolvióasonreírycolgóelcuellodelcisnedelabarandillaalospiesdelacama. Sobre la cabecera había un verso escrito en gruesos trazos y con unmarconegro:

¡Perdida!¡Unahoradeoro

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consesentaminutosdediamante.PeronoseofrecerecompensapuessehaidoparaSIEMPRE!

—Fuetuabuelaquienloescribió—dijoelabuelo,yagitóaquelmechónblancomirandoaFenelladeunmodotandivertidoquelaniñacasicreyóquelehabíahechounguiño.

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LASEÑORITABRILL

Aunque hacía un tiempo maravilloso —el azur del firmamento se hallabasalpicado de oro y grandes focos de luz como uvas blancas bañaban los JardinsPubliques—laseñoritaBrillsealegródehabercogidolaspieles.Elairepermanecíainmóvil,perocuandounaabríalabocasenotabaunaligerabrisahelada,comoelfríoquenos llegade unvasode aguahelada antes de sorber, y de vez en cuando caíarevoloteandounahoja—nosesabíadedónde,talvezdelcielo—.LaseñoritaBrilllevantólamanoyacariciólapiel.¡Quésuavemaravilla!Eraagradablevolverasentirsutacto.Lahabíasacadodelacajaaquellamismatarde,lehabíaquitadolasbolasdenaftalina, la había cepillado bien y había devuelto la vida a los pálidos ojitos,frotándolos. ¡Ah, qué agradable era volverlos a ver espiándola desde el edredónrojo…! Pero el hociquito, hecho de una especie de pasta negra, no se conservabademasiadobien.Noacababadevercómo,perodebíahaberrecibidoalgúngolpe.Noimportaba,conunpoquitodelacrenegrocuandollegaseelmomento,cuandofueseabsolutamente necesario… ¡Ah, picarón! Sí, eso era lo que en verdad sentía. Unzorritopicarónquesemordíalacolajuntoasuorejaizquierda.Hubierasidocapazdequitárselo,colocarlosobresufaldayacariciarlo.Sentíaunhormigueoenlosbrazosylasmanos,aunquesupusoquedebíaserdecaminar.Ycuandorespirabaunacosaleveytriste—no,noeraexactamentetriste—algodelicadoparecíamoverseensupecho.

Aquella tarde había bastante gente paseando, bastante más que el domingoanterior. Y la orquesta sonaba más alegre y estruendosa. Había empezado latemporada.Y aunque la banda tocaba absolutamente todos los domingos, fuera detemporadanuncaeralomismo.Eracomositocasensóloparaunauditoriofamiliar;cuando no había extraños no les importaba mucho cómo tocaban. ¿Y no iba eldirectorconunalevitanueva?Hubierajuradoqueeranueva.Frotólospiesylevantóambosbrazoscomoungalloapuntodecantar,ylosmúsicossentadosenelquioscoverdehincharonloscarrillosyatacaronlapartitura.

Ahora hubo un trocito de flauta —¡hermosísimo!—, como una cadenita derefulgentes notas. Estaba segura de que se repetiría. Y se repitió; la señorita Brilllevantólacabezaysonrió.

Sólootras dospersonas compartían su asiento«especial»: un anciano caballeroconunabrigodeterciopelo,queapoyabalasmanosenunenormebastóntallado,yuna robusta anciana, que se sentabamuy enhiesta, con un rollo demedia sobre elbordado delantal. Pero no hablaban. Lo cual en cierto modo fue una desilusión,puestoquelaseñoritaBrillsiempreanhelabaunpocodeconversación.Pensóque,enverdad, empezaba a tener bastante experiencia en escuchar haciendo ver que noescuchaba,ensentarsedentrodelavidadeotragenteduranteuninstante,mientraslosotroscharlabanasualrededor.

Miródereojoalaparejadeancianos.Quizáprontosefuesen.Elúltimodomingotampocohabíaresultadotaninteresantecomodecostumbre.Uninglésconsuesposa,

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élconunhorripilantepanamáyellaconbotines.Ylamujersehabíapasadotodoelratoinsistiendoenquedeberíallevargafas;diciendoquenotabaquelasnecesitaba;pero que de nada servía hacerse hacer unas porque estaba segura que se le iban aromperyquenoselesujetaríanbien.Ysumaridosehabíamostradotanpaciente.Lehabía sugerido de todo: montura de oro, del tipo que se sujeta a las orejas, unaspequeñasalmohadillasdentrodelpuente…Perono,nadalasatisfacía.«Seguroquesiempremeresbalaríandelanariz».LaseñoritaBrilllehubierapropinadounabuenaazotainaconmuchísimogusto.

Los ancianos continuaban sentados en el banco, quietos como estatuas. Noimportaba, siempre habíamontones de gente a quienmirar. De un lado para otro,pasando frente a los arriates cuajados de flores, junto al templete de la orquesta,paseabangrupitosyparejas,sedeteníanacharlar,sesaludaban,comprabanunramitode flores a un viejo pordiosero que tenía la canastilla colgada de la barandilla.Algunosniñoscorríanentrelosgruposempujándoseyriendo;chiquilloscongrandeslazos de seda blanca atados al cuello, y niñitas,muñequitas francesas, vestidas deterciopelo y puntillas. Y a veces algún pequeño que apenas caminaba aparecíatambaleándose entre los árboles, se detenía, miraba, y de pronto se dejaba caersentado,¡flop!,hastaquesumamaíta,calzadaconaltostacones,corríaasocorrerle,como una clueca joven, regañándole. Otra gente prefería sentarse en los bancos ysillaspintadasdeverde,peroestoserancasisiemprelosmismosundomingotrasotroy—tal como la señorita Brill había advertido amenudo— casi todos ellos teníanalgúndetallecuriosoydivertido.Erangenterara,silenciosa,ensumayoríaancianosy,porelmodocomomiraban,parecíaqueacabasendesalirdealgunahabitacioncitaoscuraoinclusode…,¡deunarmario!

Detrás del quiosco levantábanse esbeltos árboles de hojas amarillentas quependíanhaciael suelo,yal fondosedivisabaelhorizontedelmar,ymásarribaelcieloazulconnubesveteadasdeoro.

¡Tum-tum-tum, ta-ta-tararí, pachín, pachum, ta-ti-tirirí, pim, pum!, tocaba labanda.

Dos jovencitasvestidasde rojopasaron junto a ellay fuerona encontrarse condossoldadosdeuniformeazul,y juntos rieron,seaparejaron,ysiguieroncogiditosdelbrazo.Dosmujeresrollizas,conridículossombrerosdepaja,cruzaroncontodaseriedadtirandodesendosborriquillosdehermosopelajegrisahumado.Unamonjalívida y fría pasó apresuradamente.Una hermosísimamujer perdió su ramillete devioletasmientrasseacercabapaseando,yunniñitocorrióadevolvérselas,peroellalas tomó y las arrojó lejos, como si estuviesen envenenadas. ¡Vaya por Dios! ¡LaseñoritaBrillnosabíasiadmiraronoaquelgesto!Yahorasereunieronexactamentedelantedeellaunatocadearmiñoyuncaballerovestidodegris.Elhombreeraalto,envarado,muydigno,yella llevaba la tocadearmiñoquehabíacompradocuandoteníaelpelorubio.Peroahoratodo,elpelo,elrostro,losojos,eradelcolordeaquelajadoarmiño,y sumano, enfundadaenunguantevariasveces lavado, subióhasta

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tocarseloslabios,yeraunapatitaamarillenta.¡Oh,estabatancontentadevolveraverle…, estaba encantada!Había tenido el presentimiento de que iba a encontrarleaquellatarde.Describiódóndehabíaestado:unpocoportodaspartes,aquíyallí,yen el mar. Hacía un día maravilloso, ¿no le parecía? ¿Y no le parecía que quizápodían…? Pero él denegó con la cabeza, encendió un cigarrillo, y soltódespaciosamenteunagranbocanadadehumoal rostrodeella,ymientras lamujercontinuabahablandoyriendo,apagólacerillaysiguiócaminando.Latocadearmiñosequedósola;ysonrióaúnconmayoralegría.Peroinclusolabandaparecióadivinarsus sentimientos y se puso a tocar con mayor dulzura, suavemente, mientras eltambor redoblaba repitiendo «¡Qué bruto! ¡Qué bruto!». ¿Qué iba a hacer? ¿Quésucederíaahora?PeromientraslaseñoritaBrillseplanteabaestaspreguntas,latocade armiño se giró, levantó una mano, como si hubiese visto a algún conocido, aalguien mucho más agradable, por aquel lado, y se dirigió hacia allí. Y la bandavolvióacambiardemúsicaysepusoatocaraunritmomásvivo,muchomásalegre,yelancianomatrimoniosentadoalladodelaseñoritaBrillselevantóydesapareció,y un viejo divertidísimo con largas patillas que avanzaba al compás de la músicaestuvo a punto de caer al tropezar con cuatro muchachas que venían cogidas delbrazo.

¡Oh, qué fascinante era aquello! ¡Cómo le divertía sentarse allí! ¡Le agradabatantocontemplarlotodo!Eracomosiestuvieseenelteatro.Igualitoqueenelteatro.¿Quiénhubieseadivinadoqueelcielodelfondonoestabapintado?Perohastaqueunperritodecolorcastañopasóconuntrotecillosolemneyluegosealejólentamente,comounperro«teatral»,comounperroamaestradoparaelteatro,laseñoritaBrillnoterminódedescubrirconexactitudquéeraloquehacíaquetodofuesetanexcitante.Todos sehallabansobreunescenario.Noera simplementeelpúblico, lagentequemiraba; no, también estaban actuando. Incluso ella tenía un papel, por eso acudíatodos los domingos. No le cabía la menor duda que si hubiese faltado algún díaalguien habría advertido su ausencia; después de todo ella también era parte deaquellarepresentación.¡Quéraroquenoselehubieseocurridohastaentonces!Ysinembargoaquelloexplicabaporqué tenía tanto interésen salirdecasa siemprea lamisma hora, todos los domingos, para no llegar tarde a la función, y tambiénexplicaba por qué tenía aquella sensación de rara timidez frente a sus alumnos deinglés,ynolegustabacontarlesquéhacíadurantelastardesdelosdomingos.¡Ahoralocomprendía!LaseñoritaBrillestuvoapuntodeecharseareírenvozalta.Ibaalteatro. Pensó en aquel anciano caballero inválido a quien le leía en voz alta elperiódicocuatrotardesporsemanamientraséldormíaapaciblementeeneljardín.Yasehabíaacostumbradoaversufrágilcabezadescansandoenelcojíndealgodón,losojoshundidos, labocaentreabiertay lanariz respingona.Sihubiesemuertohabríatardado semanas en descubrirlo; y no le hubiera importado. ¡De pronto el ancianohabía comprendidoquequien le leía el periódicoerauna actriz!«¡Unaactriz!»Suvieja cabeza se incorporó; dos luceritos refulgieron en el fondo de sus pupilas.

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«Actriz…, usted es actriz, ¿verdad?» y la señoritaBrill alisó el periódico como sifueseelmanuscritoconsuparteyrespondióamablemente:«Sí,hesidoactrizdurantemuchotiempo».

Laorquestahabíahechoun intermedio,y ahora recomenzabaelprograma.Laspiezasque tocabanerancálidas, soleadas,y sinembargoconteníanunalgo frío—¿quépodíaser?—,no,noeratristeza,—algoquehacíaqueaunaleentrasenganasdecantar—.Lamelodíaseelevabamásymás,brillabalaluz;yalaseñoritaBrillleparecióquedentrodeunosinstantestodos,todalagentequesehabíacongregadoenel parque, se pondrían a cantar. Los jóvenes, los que reían mientras paseaban,empezaríanprimero,yluegoseríanseguidosporlasvocesdeloshombres,resueltasyvalientes.Yluegoella,ylosotrosqueocupabanlosbancos,tambiénsesumaríanconunaespeciedeacompañamiento,conunalevemelodía,algoqueapenasselevantaríayvolveríaadulcificarse,algotanhermoso…,tanemotivo…LosojosdelaseñoritaBrill se inundaron de lágrimas y contempló sonriente a los otros miembros de lacompañía.Sí,comprendemos,locomprendemos,pensó,aunquenoestabaseguradequéeraloquecomprendían.

Precisamenteenaquel instanteunmuchachoyunachica tomaronasientoenellugar que había ocupado el anciano matrimonio. Iban espléndidamente vestidos;estabanenamorados.Elhéroeylaheroína,naturalmente,queacababandebajardelyate del padre de él. Y mientras continuaba cantando aquella inaudible melodía,mientrascontinuabaconsuarrobadasonrisa,laseñoritaBrillsedispusoaescuchar.

—No,ahora,no—dijolamuchacha—.No,aquínopuedo.—Pero ¿por qué? ¿No será por esa vieja estúpida que está sentada ahí? —

preguntóelchico—.Noséparaquédemoniosvieneaquí,sinoladebequerernadie.¿Porquénosequedaráensucasaconesacaradezoqueta?

—Lomásdi…,divertidoesesapiel—riólamuchacha—.Pareceunapescadillafrita.

—Va,¡déjala!—susurróelchicoenojado—.Dime,mapetitechère…—No,aquíno—dijoella—.Todavíano.Camino de casa acostumbraba a comprar un trocito de pastel de miel en la

pastelería.Erasuextradelosdomingos.Avecesletocabauntrocitoconalmendra,otrasno.Aunqueentreunoyotroexistíaunagrandiferencia.Siteníaalmendraeracomo volver a casa con un pequeño regalo —con una sorpresa—, con algo quehubiese podido dejar de estar allí perfectamente. Los domingos que le tocaba unaalmendracorríaasucasayponíaelaguaahervirprecipitadamente.

Perohoypasóporlapasteleríasinentrarysubiólasescalerasdecasa,entróenelcuartuchooscuro—suaposentoqueparecíaunarmario—ysesentóeneledredónrojo.Permanecióallísentadadurantelargorato.Lacajadelaquehabíasacadolapieltodavíaestabasobre lacama.Desatórápidamentela tapa;yrápidamente,sinmirar,volvió a guardarla. Pero cuando volvió a colocar la tapa le pareció oír un ligerosollozo.

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SUPRIMERBAILE

Leilahubierasido incapazdedecirexactamentecuándoempezóelbaile.Quizáenrigorsuprimeraparejayahubiesesidoelcochedealquiler.Ynoimportabaquelohubiese compartido con las chicas de Sheridan y su hermano. Se sentó en unrinconcito, un poco apartada, y el brazo en el que apoyó la mano se le antojó lamanga del smoking de algún joven desconocido; y así fueron avanzando,mientrascasas,farolas,verjasyárbolespasabanbailandoporlaventanilla.

—¿Es cierto que no has ido nunca a un baile, Leila?—exclamaron las chicasSheridan—.Pero,hijita,quécosatansorprendente.

—Nuestrovecinomáscercanovivíaaquincemillas—replicógentilmenteLeila,abriendoycerrandoelabanico.

¡Diosmío,quédifícileraserdistintaalasdemásmuchachas!Intentónosonreírdemasiado;nopreocuparse.Perotodaslascosasresultabantannuevasyexcitantes…LosnardosdeMeg,el largocollardeámbardeJosé, lacabecitamorenadeMaurasobresaliendoporencimadelaspielesblancascomounaflorquebrotaseenlanieve.EinclusolaimpresionóverasuprimoLauriesacandoelpapeldesedaquecubríaelpuño de sus guantes nuevos. Le hubiera gustado guardar aquellas tirillas comorecuerdo.LaurieseinclinóhaciaadelanteyapoyólamanoenlarodilladeLaura.

—Presta atención, hermanita—dijo—. El tercero y el noveno, como siempre.¿Deacuerdo?

¡Oh,quédelicia tenerunhermano!Ensuexcitación,Leila sintióque,dehabertenido tiempo, si nohubiese sidocompletamente imposible, nohubierapodidopormenosdellorarporserhijaúnicaynotenerunhermanoquepudiesedecirle:«Prestaatención,hermanita»;niunahermanaque ledijese, comoenaquelmomentodecíaMegaJosé:

—Nuncatehabíavistoconelpelotanbienpeinadocomoestanoche.Pero,naturalmente,nohabíatiempo.Yahabíanllegadoanteelsalón;teníanuna

hileradecochesdelanteyotrosmuchosdetrás.Todalacarreterasehallabailuminadaporlucesquegirabancomoabanicos,yporlacalzadacruzabanalegresparejasqueparecíanflotarporelaire;loszapatitosderasoparecíanperseguirsecomopájaros.

—Síguemeamí,Leila:notevayasaperder—dijoLaura.—Vamos,chicas,tenéisqueserlasensacióndelbaile—dijoLaurie.Leila se agarró con dos dedos de la capa de terciopelo rosado de Laura y, sin

sabercómo,fuerontragadasporelgentío,yentraronbajoelgranfaroldorado,fueronarrastradaspor el pasillo, y finalmente se encontraron en el cuartito rotulado como«Señoras».Allíhabíatantísimagentequecasinohabíasitioparaquitarselascosas;el bullicio era ensordecedor. Dos largos bancos situados a ambos lados teníanmontonesdeprendas.

Dos mujeres mayores vistiendo blancos delantales corrían de un lado a otrocargandoconnuevasropas.Ytodaslasmujeresempujabanhaciaadelanteintentando

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llegaralpequeñotocadorconunespejosituadoaunextremo.Unagrandeytrémulalámparadegasiluminabaelguardarropíadelasseñoras.Ya

nopodíaesperarmás;yaestababailando.Ycuandolapuertavolvióaabrirseydesdeelgransalóndebailellegóunaráfagadecompasesmusicales,hizounapiruetaquecasillegóhastaeltecho.

Muchachasrubiasymorenassedabanlosúltimostoquesalpeinado,volviendoaatar lacitos,metiéndosepañuelospor el escote, alisándoseguantes impolutoscomomarfil.YcomotodosreíanaLeilaleparecióquetodaseranmuybonitas.

—¿Porquénoexistiránhorquillas invisibles?—gritóunavoz—.¡Quécosa tancuriosa!Nuncahevistounasolahorquillainvisible.

—Ponmeunpocodepolvosenlaespalda.Gracias,eresunencanto—exclamabaotravozmásallá.

—Sea como fuere necesito aguja e hilo. Se me han descosido kilómetros ykilómetrosdevolante—selamentabaunatercera.

Yenseguida:—Páselo,páselo,porfavor.—Ylacanastillaconlosprogramasfuepasandode

manoenmano.Unamonadadeprogramas,rosadosyplateados,conlapicerosrosasyunaopulentaborla.LosdedosdeLeilaseestremecieronaltomarunodelacanastilla.Lehubieragustadopreguntaraalguien:«¿Yotambiéntengoquetomaruno?»,perosólotuvotiempodeleer:«Vals3.Dos,dosenunbote.Polka4.Echandolasplumasavolar»,cuandoMegexclamó:

—¿Estáslista,Leila?—ysefueronabriendopasoporelpasilloatestadodegentehacialasgrandespuertasdoblesdelsalóndebaile.

Elbailetodavíanohabíaempezado,perolaorquestayahabíaterminadodeafinaryelbullicioeratangrandequeparecíaquecuandoempezaseatocarseríaimposibleoírla. Leila siguió junto a Meg, mirando por encima de sus hombros, y tuvo laimpresión que los banderines de colores que ondeaban colgados por todo el techoestaban hablando. Casi se olvidó totalmente de su timidez; olvidó que, a mediovestirse,sehabíasentadoenlacamaconunzapatopuestoyunpiedescalzoyhabíasuplicadoasumadrequetelefoneaseasusprimasylesdijesequeporfinleresultabaimposible ir. Y aquel anhelo que la había embargado sentada en la terraza de suremotacasadecampo,escuchandoalaslechuzasreciénnacidaspiar«buu-buu-buu»alaluzdelaluna,seconvirtióenunaoleadadealegríatandulcequesehacíadifícilsoportarla sola. Agarró con fuerza el abanico y, contemplando la pista dorada yreluciente, las azaleas, los farolillos, la plataforma situada a un extremo, con laalfombrarojaylassillasdoradas,ylaorquestasituadaenunaesquina,pensócasisinaliento:«Divino,essencillamentedivino».

Todas las muchachas permanecían agrupadas a un lado de las puertas, y losjóvenesalotro,ylasdamasvestidasdeoscurosonreíanalocadamenteysedirigíanconpasocuidadosohacialaplataforma,cruzandolapistaencerada.

—EstaesmiprimitaLeila.Portaosbienconella.Yencontradleparejas,estábajo

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miamparo—repitióMegyendodeunamuchachaaotra.Yrostrosdesconocidoslesonrieron,amistosa,vagamente.Ydesconocidasvoces

respondieron:—Notepreocupes,querida.—AunqueaLeila leparecióquelasmuchachasen

realidadnolaveían.Todasmirabanhacialoschicos.¿Porquénoempezabanellos?¿Aquéesperaban?Porqueyaestabanallí, listos,alisándose losguantes, llevándosediscretamente la mano al pelo engomado, y sonriendo entre ellos. Y entonces,inesperadamente,comosiacabasendedecidirenaquelmismoinstantequeaquelloera precisamente lo que debían hacer, todos avanzaron deslizándose por el parqué.Entre lasmuchachasseprodujounrevoloteodealegría.UnhombrealtoyrubioseacercócorriendoaMeg,letomóelprograma,yescribióalgo;MegselopasóaLeila:

—¿Puedopresentársela?Yelmuchachosaludóysonrió.Luegovinounhombremorenoconunmonóculo,

y luegoprimoLaurieconunamigo,yLauraconun individuobajitoypecosoquellevabalapajaritatorcida.Ymástardeunhombrebastantemayor—gordo,conunabuenacalva—queletomóelprogramaymurmuró:

—¡Déjemever,déjemever!—ypasólargoratocomparandosuprograma,repletodenombresescritosennegro,coneldeella.AlparecerteníatantasdificultadesparaencontrarquébailepodíandanzarjuntosqueLeilasesintióavergonzada.

—¡Oh, déjelo estar!—dijo, decidida. Pero en lugar de replicar, el hombrecilloescribióalgoylavolvióamirar:

—¿Habíavistoanteriormenteesta carita sonriente?—preguntóamablemente—.¿Meeraconocidadealgúnotrobaile?

Peroenaquelinstantelaorquestaempezóatocaryelhombrecillodesapareció.Yfuellevadoporaquellagranolamusicalquellegóvolandoporlapistadeslumbrante,disolviéndolosgruposenparejas,separándolos,haciéndolesgirar…

Leilahabíaaprendidoabailarenelinternado.Todoslossábadosporlatardelasinternaseranllevadasapresuradamenteallocaldelamisión,uncobertizocubiertodechapas acanaladas, en donde la señorita Eccles (de Londres) daba sus «selectas»clases.Peroladiferenciaentreaquellasalaqueolíaapolvo—conlemasbordadosentrozosdetelacolgadosdelasparedes,lapobrecillamujeratemorizadaconunagorrade terciopelo pardo y orejeras de conejo que aporreaba el frío piano, y la señoritaEcclesretocandolospiesdelaschicasconunlargopunteroblanco—yéstaeratanimpresionante que Leila estaba segura que si no aparecía su pareja y tenía quequedarse escuchando aquella música maravillosa y contemplando cómo los otrosevolucionaban,girabanporlapistadorada,porlomenosmoriría,osedesvanecería,olevantaríalosbrazosysaldríavolandoporunodeaquellososcurosbalconesatravésdeloscualesseveíanlasestrellas.

—Creoqueésteeselnuestro…—dijoalguieninclinándoseanteella,sonrienteyofreciéndoleelbrazo.

¡Ah,despuésdetodonotendríaquemorir!Unamanolacogíaporeltalle,yse

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dejóflotarcomounaflorcaídaaunestanque.—Unparquéestupendo,¿noleparece?—susurróunavocecitajuntoasuoído.—Seresbalaqueesunamaravilla—dijoLeila.—¡Cómo!—lavocecitapareciósorprendida.Leilarepitiólodicho.Yseprodujo

unapequeñapausahastaquelavozrespondió—:¡Oh,sí,tienerazón!—ydenuevosepusieronagirar.

El la llevaba maravillosamente. Esa era la gran diferencia entre bailar entremuchachasobailarconhombres,decidióLeila.Laschicassedabanencontronazosyse pisaban los pies; y la que hacía de hombre siempre te apretaba de un modoinsoportable.

Lasazaleasyanoeranfloresaisladas,sinobanderasrojasyblancasquerefulgíanalgirar.

—¿Estuvo la semanapasada en elbailede losBells?—preguntó ahora lavoz.Parecíacansada.Leilasepreguntósinodebíadecirlesiqueríaparar.

—No,ésteesmiprimerbaile—respondió.Suparejasoltóunarisitaentrecortada.—¡Vaya!¿Quiénloibaadecir?—exclamóél.—Sí,enrealidadeselprimerbailealqueasistoenmivida—añadióLeilacon

fervor. La aliviaba tanto podérselo contar a alguien—. Sabe, hasta ahora siemprehabíavividoenelcampoy…

En aquel momento cesó la música y fueron a sentarse en dos sillas colocadasjuntoalapared.Leilaescondiódebajosuspiescalzadosconloszapatitosderosáceoraso y se abanicó,mientras contemplaba extasiada las otras parejas que pasaban ydesaparecíanporlaspuertasgiratorias.

—¿Qué tal, Leila? ¿Te diviertes?—preguntó José, asintiendo con su cabecitarubia.

Laura también pasó y le dirigió un sutilísimo guiño; Leila se preguntó por uninstantesierarealmentebastantemayorparatodoaquello.Laverdadesquesuparejano era muy habladora. Tosió ligeramente, volvió a guardarse el pañuelo, tiró delchaleco, se quitó un hilo casi invisible de la manga. Pero no importaba. Casiinmediatamente la orquesta volvió a tocar otra pieza y su segunda pareja apareciócomoporensalmo.

—Noestámallapista—dijolanuevavoz.¿Esquesiempreempezabanhablandode lomismo?Yluegoañadió—:¿Estuvoenelbailede losNeaveselmartes?—YLeila tuvo que volver a explicar… Tal vez resultase un tanto extraño que suscompañeros de baile no se mostraran más interesados. Y es que, en verdad, eraemocionantísimo. ¡Su primer baile! No estaba más que al comienzo de todo. Leparecía que hasta entonces nunca había conocido lo que era la noche.Hasta aquelmomento todo había sido oscuro, silencioso, muchas veces bello— ah, sí —perosiempreuntantotriste.Solemne.Yahorasabíaquenuncamásvolveríaaserdeaquelmodo,todosehabíaabiertoconbrillanteesplendor.

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—¿Desea tomar un helado? —preguntó su pareja. Y cruzaron las puertasgiratorias,ysiguieronporelpasillo,hastaelbuffet.Teníalasmejillasencendidasysemoríadesed.Loshelados,ensusplatitosdecristal,teníanunaspectodelicioso,¡oh,y qué fría estaba la cucharilla escarchada, helada también!Y cuando regresaron algransalónaquelhombrecillogordoyaestabaesperándolajuntoalapuerta.Levolvióaproducirciertaimpresiónverlomayorqueera;másbienlehubieracorrespondidohallarse en la plataforma con los padres.Y cuandoLeila le comparó con los otrosjóvenesadvirtióquenoibademasiadoaseado.Teníaunchalecomanchado,lefaltabaunbotóndeunguante,ylachaquetaparecíasuciadetiza.

—Venga conmigo, jovencita —dijo el hombrecillo. Casi ni se molestó enagarrarla, pero se movieron con tanta suavidad que más que bailar, parecía quepaseasen.Yademásnodijonadarespectoalsuelo—.Essuprimerbaile,¿verdad?—murmuró.

—¿Cómolohasabido?—Ah —dijo el hombrecillo rechoncho—, gajes de ser viejo. —Y resopló

levementemientraslaempujabaalejándolaypasandojuntoaunaextrañapareja.—Figúrese,heestadoasistiendoaestetipodebailesdurantemásdetreintaaños.—¡Treintaaños!—exclamóLeila.¡Doceañosantesdequeellanaciese!—Cuestacreerlo,¿eh?—dijoelhombrecilloconundejedetristeza.Leiladirigió

unaojeadaasucabezacalvaysintiólástima.—Meparecemaravillosoquecontinúebailando—comentóamablemente.—Es usted una jovencita muy simpática—dijo el hombrecilo, apretándola un

pocomásy tarareandounos compases del vals—.Naturalmente—dijo—ustednobailará tantos años como yo. Ni pensarlo —añadió el hombrecito rechoncho—,muchoantesestaráustedyasentadaahíenlatarima,conlasmamás,mirandoalosotros,vestidaconunelegantetrajedeterciopelonegro.Yestosespléndidosbrazossehabrán convertido en bracitos regordetes, y matará el tiempo con un abanicocompletamente diferente, un abanico negro, de hueso. —El hombre parecióestremecerse—. Y sonreirá como esas amables señoronas sonríen ahí arriba,señalandoa suhija,y lecontaráa laancianaseñoraque tendráa su ladocómounhombre descarado intentó besar a su hija en el baile del club. Y sentirá un dolorprofundo, ahí en el corazón—el hombre la apretó aún conmayor fuerza, como sirealmentesintieselástimaporsupobrecitocorazón—,porqueyanadiedeseabesarla.Y comentará lo incómodas que son estas pistas para pasear por ellas, además depeligrosas. ¿Verdad, Mademoiselle Pies Inquietos? —concluyó el hombrecillosuavemente.

Leiladejóescaparunaatolondradarisita,aunquenoteníaningunasganasdereír.¿Era…,podía serque todoaquello fuese cierto?Sonaba comouna terribleverdad.¿No era, después de todo, aquel primer baile el inicio de su último baile? Anteaquello le pareció que lamúsica cambiaba; ahora sonaba triste, tristísima; y luegovolvióaanimarseconungransuspiro.¡Oh,cuánrápidamentemudabatodo!¿Porqué

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no había de durar siempre la felicidad? Aunque siempre quizá fuese un pocodemasiadolargo.

—Megustaríapararunpoco—dijosinaliento.Yelhombrecillolallevóhacialapuerta.

—No—dijoLeila—.Noquierosalir,nisentarme.Sóloquieroestarunmomentoparada,gracias.—Yserecostócontralapared,dandogolpecitosconelpie,tirandodelosguanteseintentandosonreír.Peroenelfondodelfondounachiquillasecubríalacabezaconeldelantalyempezabaasollozar.¿Porquélehabíaechadoaperderlanoche?

—Oiga—dijoelhombrecillorechoncho—,supongoquenomehabrátomadoenserio,¿verdad?

—¿Por qué iba a tomármelo? —respondió Leila, denegando con su cabecitamorenaymordiéndoseellabioinferior…

Denuevo las parejas empezaron a desfilar.Las puertas giratorias se abrieron ycerraron a su paso. El director de la orquesta estaba repartiendo nuevas partituras.PeroLeila noquería bailarmás.Hubiera deseadohallarse en casa, o sentada en laterrazaescuchandoel«buu-buu-buu»delaslechuzasreciénnacidas.Cuandomirólasestrellasatravésdelososcurosventanales,violargosrayoscomoalas…

Peroahoracomenzóasonarunatonadilladulce,melodiosa,alegre,yunjovendepelorizadoseinclinósaludándola.Teníaquebailar,aunquesólofueseporeducación,hasta que encontrase a Meg. Caminó muy erguida hasta el centro de la pista;altivamente colocó lamano sobre lamangade él. Pero al cabodeunminuto, a laprimeravuelta,selefueronlospies,comosibailasensolos.Lasluces,lasazaleas,losvestidos,lascarassonrosadas,lassillastapizadasdepeluche,todoseconvirtióenunahermosísimaruedagiratoria.Ycuandosunuevoacompañantehizoquetropezaseconelhombrecillorechoncho,éstedijo:

—¡Oh,perdón!—YLeilalesonriómásradiantequenunca.Nisiquieralehabíareconocido.

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LALECCIÓNDECANTO

Desesperada, con una desesperación gélida e hiriente que se le clavaba en elcorazóncomounanavajatraidora,laseñoritaMeadows,contogaybirreteyportandounapequeñabatuta,avanzórápidamenteporlosfríospasillosqueconducíanalasalade música. Niñas de todas las edades, sonrosadas a causa del aire fresco, yalborotadas con la alegre excitación que produce llegar corriendo a la escuela unaespléndidamañanadeotoño,pasabancorriendo,precipitadas,empujándose;desdeelfondodelasaulasllegabaelávidoresonardelasvoces;sonóunacampaña,unavozqueparecíaladeunpajarillollamó:«Muriel».Yluegoseoyóuntremendogolpeenlasescaleras,seguidodeunclong,clong,clong.Alguienhabíadejadocaerlaspesasdegimnasia.

LaprofesoradecienciasinterceptóalaseñoritaMeadows.—Buenosdías—exclamóconsupronunciaciónafectadaydulzona—.¡Quéfrío!,

¿verdad?Parecequeestemoseninvierno.Pero la señorita Meadows, herida como estaba por aquel puñal traicionero,

contemplóconodioalaprofesoradeciencias.Todoenaquellamujereraalmibarado,pálido,meloso.Nolehubierasorprendidolomásmínimoveraunaabejaprendidaenlamarañadeaquelpelorubio.

—Haceunfríoquecorta—respondiólaseñoritaMeadows,taciturna.Laotraledirigióunadesusdulzonassonrisas.—Pues tú parece que estés helada —dijo. Sus ojos azules se abrieron

enormemente; y en ellos apareció un destello burlón. (¿Se habría dado cuenta dealgo?)

—No, no tanto—respondió la señoritaMeadows, dirigiendo a la profesora deciencias,enréplicaasusonrisa,unarápidamueca,yprosiguiendosucamino…

Las clases de cuarto, quinto y sexto estaban reunidas en la sala demúsica. Laalgarabíaquearmabaneraensordecedora.Enlatarima,juntoalpiano,estabaMaryBeazley, la preferida de la señorita Meadows, que tocaba los acompañamientos.Estaba girando el atril cuando descubrió a la señorita Meadows y gritó un fuerte«¡Sssshhhh!,¡chicas!»,mientraslaseñoritaMeadows,conlasmanosmetidasenlasmangasde la toga,y labatutabajoelbrazo,bajabaporelpasillocentral,subía lospeldañosdelatarima,segirababruscamente,tomabaelatrildelatón,loplantificabafrenteaella,ydabalosgolpessecosconlabatutapidiendosilencio.

—¡Silencio,porfavor!¡Callenahoramismo!—y,sinmiraranadieenparticular,paseó su mirada por aquel mar de variopintas blusas de franela, de relucientes ysonrosadasmanosycaras,delacitosenelpeloqueseestremecíancualmariposas,ylibrosdemúsicaabiertos.Sabíaperfectamenteloqueestabanpensando.«LaMeadyestá de malas pulgas». ¡Muy bien, que pensasen lo que les viniese en gana! Suspestañasparpadearon;echólacabezaatrás,desafiándolas.¿Quépodíanimportarlospensamientosdeaquellascriaturasaalguienqueestabamortalmenteherida,conuna

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navajaclavadaenelcorazón,enelcorazón,acausadeaquellacarta……«Cadavezpresientoconmayornitidezquenuestromatrimonioseríaunerror.

Ynoesqueno tequiera.Tequierocon todas las fuerzascon lasquesoycapazdeamar a una mujer, pero, a decir verdad, he llegado a la conclusión que no tengovocacióndehombrecasado,ylaideadeformarunhogarnohacemásque…»ylapalabra«repugnarme»estabatachadayensulugarhabíaescrito«apesadumbrarme».

¡Basil! La señorita Meadows se acercó al piano. Y Mary Beazley, que habíaestadoesperandoaquelinstante,hizounainclinación;susrizoslecayeronsobrelasmejillasmientrassusurraba:

—Buenos días, señorita Meadows —y, más que darle, le ofrendaba unmaravillosocrisantemoamarillo.Aquelpequeñoritodelaflorserepetíadesdehacíamuchotiempo,almenosuntrimestreymedio.

Yyaformabapartedelalecciónconlamismaentidad,porejemplo,queabrirelpiano.Peroaquellamañana,en lugarde tomarlo,en lugardeponérseloenel cintomientrasseinclinabajuntoaMaryydecía:«Gracias,Mary.¡Quémaravilla!Buscalapáginatreintaydos»,elhorrordeMarynotuvolímitescuandolaseñoritaMeadowsignoróelcrisantemo,norespondióasusaludo,ydijoconvozgélida:

—Páginacatorce,porfavor,ymarcabienlosacentos.¡Qué momento de confusión! Mary se ruborizó hasta que las lágrimas le

asomarona losojos,pero laseñoritaMeadowshabíavuelto juntoalatril,ysuvozresonóportodalasala:

—Páginacatorce.Vamosaempezarporlapáginacatorce.«Unlamento».Aver,niñas,yadeberíaissaberlodememoria.Vamosacantarlotodasjuntas,noporpartes,sinotodoseguido.Ysinexpresión.Quieroquelocantéissencillamente,marcandoelcompásconlamanoizquierda.

Levantólabatutaydiodosgolpecitosenelatril.YMary atacó los acordes iniciales; y todas lasmanos izquierdas se pusieron a

oscilar en el aire, y aquellas vocecillas chillonas, juveniles, empezaron a cantarlóbregamente:

¡Presto!Ohcuánprestomarchitanlasrosasdelplacer;quéprontocedeelotoñoanteellóbregoinvierno.¡Fugaz!Quéfugazlamusicalalegríasequierevolveralejándosedeloídoquelasigueconarrebatotierno.

¡Dios mío, no había nada más trágico que aquel lamento! Cada nota era unsuspiro,unsollozo,ungemidodeincomparabledolor.LaseñoritaMeadowslevantólosbrazosdentrodelaampliatogayempezóadirigirconambasmanos.«…Cadavezpresientoconmayornitidezquenuestromatrimonioseríaunerror…»marcó.Ylas voces cantaron lastimeramente ¡Fugaz! Qué fugaz… ¡Cómo se le podía haberocurridoescribiraquellacarta!¿Quélepodíahaberinducidoaello?Noteníaninguna

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razónde ser.Suúltimacartahabíaestadoexclusivamentededicadaa lacompradeunos anaqueles en roble curado al humo para «nuestros» libros, y una «preciosamesitaderecibidor»quehabíavisto,«unmueblecitopreciosoconunbúhotallado,queestabasobreunaramaysosteníaenlasgarrastrescepillosparalossombreros».¡Cómo la había hecho sonreír aquella descripción! ¡Era tan típico de un hombrepensar que se necesitaban tres cepillos para los sombreros!La sigue con arrebatotierno…,cantabanlasvoces.

—Otra vez —dijo la señorita Meadows—. Pero ahora vamos a cantarla porpartes.Todavíasinexpresión.

—¡Presto!Ohcuánpresto…—conlaañadiduradelavoztristedelascontraltos,era imposibleevitarunestremecimiento—…marchitan las rosasdelplacer.—LaúltimavezqueBasilhabíaidoaverlallevabaunarosaenelojal.¡Quéapuestoestabaconaquel traje azuly la rosa roja!Yelmuypícaro lo sabía.Nopodíano saberlo.Primero se había alisado el pelo, luego se atusó el bigote; y cuando sonreía susdienteseranperlas.

—Laesposadeldirectordelcolegiosiempremeestáinvitandoacenar.Esdelomásengorroso.Nuncaconsigotenerunatardeparamiscosasenesaescuela.

—¿Ynopuedesrechazarlainvitación?—Verás,unapersonaenmiposicióndebeprocurarserpopular.—…lamusicalalegríasequierevolver—atronaban lasvoces.Tras losaltosy

estrechos ventanales los sauces eran mecidos por el viento. Ya habían perdido lamitaddelashojas.Lasquequedabanseagarrabanretorcidascomopecesatrapadosenelanzuelo.«…notengovocacióndehombrecasado…»Lasvoceshabíancesado;elpianoesperaba.

—Noestámal—dijolaseñoritaMeadows,perotodavíaenuntonotanextrañoylapidarioquelasniñasmásjóvenesempezaronasentirseasustadas—.Peroahoraquelo sabéis, tenemos que cantarlo con expresión.Con toda la expresividad de la queseáiscapaces.Pensaden la letra,niñas.Emplead la imaginación.¡Presto!Ohcuánpresto…—entonólaseñoritaMeadows—.Estoesloquedebeserunlamento,algofuerte,recio,unforte.Yluegoenlasegundalínea,cuandodiceellógregoinvierno,queeselóbregoseacomosiunvientoheladosoplaseporél.¡Ló-bre-go!—cantóenuntonotanlastimeroqueMaryBeazley,frentealpiano,sintióunescalofrío—.Ylaterceralíneadebeseruncrescendo.¡Fugaz!Quéfugazlamusicalalegríasequierevolver. Que se rompe con la primera palabra de la última línea, alejándose. Y alllegar adeloído ya tenéis que empezar a apagaros, amorir…, hasta quearrebatotiernonoseamásqueundébilsusurro…Enlaúltimalíneapodéisdemoraroscuantoqueráis.Vamosaver.

Ydenuevolosdosgolpecitos;ylosbrazoslevantados.—¡Presto!Ohcuánpresto…—«…ylaideadeformarunhogarnohacemásque

repugnarme»…Repugnarme,esoeraloquehabíaescrito.Aquelloequivalíaadecirquesucompromisoquedabarotoparasiempre.¡Roto!¡Sucompromiso!Lagenteya

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sehabíamostradobastantesorprendidadequeestuvieseprometida.Laprofesoradecienciasalprincipionoquisocreérsela.Peroquizálamássorprendidahabíasidoellamisma.Teníatreintaaños.Basilveinticinco.Habíasidounmilagro,unpuromilagro,oírle decir, mientras paseaban hacia su casa volviendo de la iglesia aquella nocheoscura: «¿Sabes?, no sé exactamente cómo, pero te he tomado cariño».Y le habíacogidounextremodelaboadeplumasdeavestruz—.…quelasigueconarrebatotierno.

—¡Arepetirlo,arepetirlo!—exclamólaseñoritaMeadows—.¡Unpocomásdeexpresión,muchachas!¡Unavezmás!

—¡Presto! Oh cuán presto… —las chicas mayores ya tenían el rostrocongestionado;algunasdelaspequeñasempezaronasollozar.Grandessalpicadurasdelluviacayeroncontraloscristales,yseoíaelmurmullodelossauces,«…ynoesqueno tequiera…».«Pero,querido,simeamas»,pensó laseñoritaMeadows,«nomeimportaqueseamuchoopoco,contalqueseaalgo».Perosabíaqueenrealidadélnolaquería.¡Quenosehubiesepreocupadoporborrarbienaquel«repugnarme»para que ella no lo pudiese leer!—. Que pronto cede el otoño ante el lóbregoinvierno.—Ytambiéntendríaqueabandonarlaescuela.Nuncamáspodríasoportarlacaradelaprofesoradecienciasodelasalumnasunavezsesupiese.Tendríaquedesaparecer, ir a otro lugar—. Alejándose del oído… —las voces empezaron aagonizar,amorir,adesvanecerse…enunsusurro…

Deprontoseabriólapuerta.Unaniñapequeña,vestidadeazul,avanzóconaireremilgado por el pasillo, moviendo la cabeza, mordiéndose los labios, y dandovueltasalapulseritadeplataquellevabaalamuñeca.SubiólospeldañosysedetuvoantelaseñoritaMeadows.

—¿Quésucede,Mónica?—SeñoritaMeadows—dijolaniñatartamudeando—,laseñoritaWyattdiceque

deseaverlaenlasaladeprofesoras.—Deacuerdo—respondiólaprofesora.Yllamólaatencióndelasmuchachas—:

Confíoporvuestropropiobienquesabréiscomportarosynohablarfuertemientrassalgo un momento.—Pero estaban demasiado espantadas para alborotar. La granmayoríaseestabansonando.

Lospasillosestabansilenciososyfríos;yresonabanconlospasosdelaseñoritaMeadows.Ladirectora estaba sentada a sumesa.Tardóunos segundos enmirarla.Comodecostumbreestabadesenredándoselasgafasqueselehabíanenganchadoenlacorbatadepuntillas.

—Siéntese,señoritaMeadows—dijomuyamablemente.Ytomóunsobrerosadoque sehallaba sobreel secantedel escritorio—.Lahehechoavisar enmitadde laclaseporqueacabadellegarestetelegramaparausted.

—¿Untelegramaparamí,señoritaWyatt?¡Basil!¡Basilsehabíasuicidado!,decidiólaseñoritaMeadows.Alargólamano,

perolaseñoritaWyattretuvoeltelegramauninstante.

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—Espero que no sean malas noticias —dijo, con forzada amabilidad. Y laseñoritaMeadowsloabrióprecipitadamente.

«Nohagas caso cartadebí estar loco compradohoymesita sombrerero.Basil»,leyó.Nopodíaapartarlosojosdeltelegrama.

—Espero que no sea nada grave —dijo la señorita Wyatt inclinándose haciaadelante.

—Oh, no, no. Muchas gracias, señorita Wyatt —replicó la señorita Meadowsruborizándose—.Noesnadagrave.Es…—dijoconunarisitadedisculpa—,esdemiprometidoanunciándomeque…,que…—Seprodujounsilencio.

—Yaentiendo—dijolaseñoritaWyatt.Hubootrosilencio.Yañadió—:Todavíalequedanquinceminutosdeclase,señoritaMeadows,sinomeequivoco.

—Sí,señoritaWyatt—dijo,levantándose.Ycasisaliócorriendohacialapuerta.—Ah,uninstante,señoritaMeadows—dijoladirectora—.Deborecordarleque

nomegustaquelasprofesorasrecibantelegramasenhorasdeclase,amenosqueseapormotivosmuygraves,lamuertedeunfamiliar—explicólaseñoritaWyatt—,ounaccidente muy grave, o algo así. Las buenas noticias, señorita Meadows, siemprepuedenesperar.

Enalasde la esperanza, el amor, la alegría, la señoritaMeadows se apresuró aregresar a la sala de música, bajando por el pasillo, subiendo a la tarima yacercándosealpiano.

—Página treintaydos,Mary—dijo—,página treintaydos—ytomandoaquelamarillísimo crisantemo se lo llevó a los labios para ocultar su sonrisa. Luego sevolvióalaschicasydiounosgolpecitosconlabatuta—:Páginatreintaydos,niñas,páginatreintaydos.

Venimosaquíhoydeflorescoronadas,concanastillasdefrutasydecintasadornadas,paraasífelicitar…

—¡Basta,basta!—exclamólaseñoritaMeadows—.Estoestremendo,horroroso.—Ysonrióalasmuchachas—.¿Quédemoniosospasahoy?Pensad,pensadunpocoenloquecantáis.Empleadlaimaginación.Deflorescoronadas.Canastillasdefrutasydecintasadornadas.Yparafelicitar—exhalólaseñoritaMeadows—.Nopongáisesacara tan triste,niñas.Tienequeserunacancióncálida,alegre,placentera.Parafelicitar.Unavezmás.Va,aprisa.Todasjuntas.¡Ahora!

Y esta vez la voz de la señoritaMeadows se levantó por encima de todas lasdemás,matizada,brillante,llenadeexpresividad.

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ELDESCONOCIDO

A la pequeña muchedumbre congregada en el muelle le pareció que no iba avolveramoverse.Estabaallí,inmenso,inmóvil,sobrelasondulacionesdelasgrisesaguas,conunanillodehumosobrelachimenea,yunainmensabandadadegaviotaschillonasprecipitándosealaguaenposdelosdesperdiciosquearrojabandesdepopa.Apenas se divisaban las parejas paseando arriba y abajo —pequeñas moscaspaseando arriba y abajo por el plato colocado sobre el mantel gris y arrugado—.Otrasmoscassearracimabanyapretujabanababor.Deprontoundestelloblancoenelpuente inferior:elmandildelcocineroo lachaquetadeuncamarero.Luegounadiminutaarañaencaramándoseporunaescalerillahaciaelpuentesuperior.

Enfrente de la muchedumbre un hombre robusto, de mediana edad, muyelegantementevestido,muyatildadoconsuabrigogris,bufandadesedagris,guantesgruesosyoscurosombrerodefieltro,caminabaarribayabajo.Parecíasereldirectordeaquelgrupodegentequeesperabaenelmuelleyalmismotiempoelencargadodemantenerlosjuntos.Eraalgoentreunperropastoryunpastor.

¡Qué insensato, qué insensato había sido dejándose los anteojos! Entre todaaquellagentenohabíaniunosoloquetuvieseanteojos.

—Escurioso,señorScott—dijo—,quenadiepensaseentraerunosanteojos.Almenos leshubiésemospodidoanimarunpoco.Quizáhubiéramos logradohacernosalgunas señales.No tenganmiedo en desembarcar. Los nativos son inofensivos. Oquizá:Osesperaungranrecibimiento.Todoestáperdonado.Quéleparece,¿eh?

LamiradarápidaydecididadelseñorHammond,tannerviosa,ysinembargotansimpáticaytranquilizadora,agradabaatodoslosquesehabíanreunidoenelmuelle,divirtiendoinclusoalosviejosmarinosqueestabanrecostadoscontralaspasarelas.Todos sabían que la señora Hammond volvía en aquel barco y que su marido sehallaban tan excitado que jamás le hubiera pasado por la mente pensar que aquelhechomaravillosonoteníatambiénunsignificadoespecialísimoparatodosellos.Yhacíaquesucorazónsesintierahermanodetodaaquellagente.Habíadecididoquetodoserangentede lomásdecente,sí, incluso losviejosmarinosrecostadosen laspasarelas,genterealmentesólidayagradable.¡Yquécorpulencialadelosmarinos!Yechóloshombroshaciaatrás,semetiólasmanosenguantadasenlosbolsillosysebalanceósobrelostalonesylapuntadelpie.

—Sí,mimujerllevabadiezmesesenEuropa.Fueavisitaranuestrahijamayor,la que se casó el año pasado. Sí, yo la acompañé hasta aquí, hasta Crawford, yomismo. De modo que me ha parecido que lo más apropiado era que volviese abuscarla. Sí, claro, sí. —Sus astutos ojillos volvieron a achicarse y a escudriñar,rápida, ansiosamente, el paquebote inmóvil. De nuevo se desabrochó el abrigo. Ysacó por enésima vez el reloj plano, del amarillento color de la mantequilla,efectuando por décima, centésima o millonésima vez el cálculo de lo que podíatardar.

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—Vamosaver.Lalanchadeldoctorhasalidoalasdosycuarto.Dosycuarto.Ahorasonlascuatroyveintiochominutosparaserexactos.Esoquieredecirqueeldoctorsalióhacedoshorasytreceminutos.¡Doshorasytreceminutos!¡Vaaaya!—ysoltóunaextrañaespeciedesilbiditovolviendoacerrarelreloj—.Aunqueimaginoque si sucediese algo malo ya nos lo habrían comunicado, ¿no le parece, señorGaven?

—¡Naturalmente, señor Hammond! No creo que exista ninguna razón para…,parapreocuparnos—respondióelseñorGaven,vaciandolapipaconunosgolpecitoscontraeltacóndelzapato—.Aunquetambiénesciertoque…

—¡Precisamente, precisamente! —exclamó el señor Hammond—. ¡Estremendamente fastidioso!—y dio algunos rápidos pasos de un lado a otro hastaregresaraocuparsuposiciónentreelseñorGavenyelmatrimonioScott—.Ademásestáempezandoaoscurecer—ehizounademánconelparaguascerradocomosiporlo menos el ocaso hubiese podido tener la decencia de esperar un poco. Pero lassombras avanzaban lentamente, extendiéndose sobre el mar como una manchaperezosa.LapequeñaJeanScotttiródelamanodesumadre.

—Mamá,yoquieroiratomarelté—suplicó.—Nomeextrañalomásmínimo—comentóelseñorHammond—.Supongoque

todas estas damas deben estar anhelando ira tomar el té. —Y su mirada amable,encendida,casicompadecida,volvióaacunarlosatodosjuntos.SepreguntósiJaneyestaríatomandounaúltimatazadetéenelsalóndeabordo.Ojaláfueseasí;aunquenocreíaquelohiciese.Lotípicodeellaeraquenoabandonaselacubiertaparanada.Entalcasoquizáselcamarerodecubiertapodíaservirleunatacitaallímismo.Siélsehubieseencontradoabordoselashabríaingeniadoparairleabuscarunatazadeté. Y por un instante se vio en cubierta, inclinado junto a ella, contemplando sumanitaagarrandolataza,deaquelmodoqueellatenía,mientrasbebíalaúnicatazadetéquesepodíaconseguirentodoelbarco…Perovolvióalarealidad,ysóloDiossabíacuándoaquelcapitándepacotillaibaadejardedarvueltasallíenmediodelacorriente.Diootravueltecita,arriba,abajo,arriba,abajo.Sellegóhastalaparadadelos taxis para asegurarse de que el conductor del suyo no se había esfumado; yregresóhaciaelgrupitocongregadoalabrigodelasbanastasdeplátanos.LapequeñaJean Scott todavía pedía que la llevasen a tomar el té. ¡Pobre criatura! Le hubieragustadoteneruntrocítodechocolate.

—Ven,Jean—dijo—.¿Quieresqueteaúpe?—y,condescendienteyamable,izóalaniñasobreuntonelmásalto.Aquelmovimientodesostenerlaycolocarlaarribaleproporcionóunmaravillosoalivio,aligerandosucorazón.

—Aguántateahí—ledijo,manteniendounbrazoasualrededor.—Oh,nosepreocupeporJean,señorHammond—dijosumadre.—Noesnada,señoraScott.Nodaningúntrabajo.Alcontrario.Jeanyyosomos

buenosamigos,¿verdadJean?—Sí,señorHammond—respondiólaniñaresiguiendoconeldedolahendidura

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desusombrerodefieltro.Perodeprontoleagarrodeunaorejaydiounfuertechillido:—¡Mire,señorHammond!¡Seestámoviendo!¡Mire,yaseacerca!¡Por Júpiter!Era cierto. ¡Por fin!El barco empezaba a girar, lenta, lentamente.

Unacampanasonabaalolejos,sobreelagua,yunagranhumaredaseelevóhaciaelcielo.Lasgaviotaslevantaronelvuelo;yseperdieronenelfirmamentocomotrochosdepapel.ElseñorHammondhubiesesidoincapazdedecirsiaquellaspalpitacionesproveníandelosmotoresdelbarcoodesucorazón.Pero,vinierandedondeviniesen,lociertoesquetuvoquehacerunesfuerzopordominarse.Enaquelinstanteelviejocapitán Johnson, contramaestredelpuerto, se acercócaminandopor elmuelle, conunacarpetadecuerobajoelbrazo.

—Vaya,capitán—volvióadeciraquellavoznerviosaysolícita—,veoqueporfinsehaapiadadodenosotros.

—Ah, nome eche amí las culpas, señorHammond—resopló el viejo capitáncontemplandoelbarco—.LaseñoraHammondseencuentraabordo,¿noescierto?

—¡Sí,sí,claro!—dijoHammond,manteniéndosealladodelcontramaestre—.LaseñoraHammondllegaenestebarco.¡Vayapor.Dios!¡Esperoqueyanosedemorenpormástiempo!

Conlostimbresdelosteléfonosyelestruendodelashélicesllenandoelaire,elgranpaqueboteviródirectamentehaciaellos,cortandolasoscurasaguasyhaciendosaltarblancasvirutasaamboslados.Hammondyelcontramaestreestabanenprimerafila.

Hammond se quitó el sombrero; escudriñó los puentes de cubierta, repletos depasajeros;saludóconelsombreroygritóunfuerteyextraño:«¡Hola!»porencimadelasenaguas,yluegogiróseysepusoareírycomentóalgo—onada—conelcapitánJohnson.

—¿Lahavisto?—inquirióelcontramaestre.—No, todavía, no. Tranquilo… ¡Hay que tener un poco de paciencia!—Y de

pronto, entredos imbécilespatosos: «salgande ahí deunavez», pareció indicarlesconlosparaguas;distinguióunguanteblancoagitandounpañuelo.Uninstantemásy, ¡gracias a Dios, gracias a Dios!, allí la tenía. Allí estaba Janey. Era la señoraHammond,sí, sí,nocabíaduda.Allí, juntoa labarandilla, sonriendo,moviendo lacabezaysaludandoconelpañuelo.

—Vaya, va en primera, ¡primera clase! ¡Vaya, vaya!—No cabía en sí de tantogozo.SacóvelozmenteunacajadecigarrosyofrecióunoalviejocapitánJohnson—:¡Tome uno, capitán! No están nada mal. ¡Tome otro! ¡Tenga! —y obligó alcontramaestreatomartodosloscigarrosdelacaja—.Nosepreocupe,tengounpardecajasmásenelhotel.

—Seagradece—bisbiseóelcapitánJohnson.Hammondsevolvióaguardarlacajavacía.Lasmanosletemblaban,perovolvió

arecuperarelcontroldesímismo.YapodíamiraraJaney.Allíestaba,apoyadaenla

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barandilla,hablandoconunaseñorayalmismotiempomirándole,rendidayaanteél.Mientraslafranjadeaguaquelesseparabadisminuíasorprendiólopequeñaqueselaveíaenaquelenormebuque.Sintióqueelcorazónselecontraíaconunespasmotanfuertequedebuenaganahubiese sollozado. ¡Quépequeñaparecíaparahaber sidocapaz de ir hasta tan lejos y regresar, absolutamente sola! Típico de ella, pensó.Típico de Janey. Tenía más valor que una… La tripulación apareció a babor,apartandoalospasajeros;estabanbajandolascabriasconlasescalerillas.

Lasvocesdelmuelleylasdeabordoseunieronensussaludos.—¿Quétal?—¿Vabien?—¿Cómoestámamá?—Muchomejor.—¡Hola,Jean!—¡Hola,tíaEmily!—¿Habéistenidobuenviaje?—¡Fantástico!—Yanotardaránmucho.—No,nopuedentardar.Lashélicessepararon.Lentamenteelpaquebotefueatracandojuntoalmuelle.—¡Abranpaso,porfavor!¡Abranpaso!¡Abranpaso!—ylosmozosdelpuerto

entornaronlaspesadaspasarelas,haciéndolascorrer.HammondhizoseñasaJaneyparaquenosemoviesededondeestaba.Elanciano

contramaestre del puerto dio un paso hacia el buque, y él le siguió. Aquello de«primerolasseñoras»ocualquierotratonteríaparecidanuncalehabíaentradoenlasesera.

—¡Usted primero, capitán! —exclamó genialmente. Y, siguiéndole los pasos,subióporlapasarela,saltóacubiertaycorriódirectamentehaciaJaney,abrazándolaconfuerza.

—¡Vaya,vaya,vaya!¡Sí,sí!¡Porfinjuntos!—balbuceó.Eraloúnicoquepodíadecir.Y Janey lemiró, y su vocecita refrescante, que para él era la única voz delmundo,dijo:

—¡Québien,cariño!¿Hastenidoqueesperarmucho?No, no mucho. Y, de todos modos, no importaba. Ahora la espera ya había

concluido. Aunque la verdad era que tenía un taxi esperando al final del muelle.¿Estabalistaparabajar?¿Teníaelequipajepreparado?Entalcasopodíanirseahora,inmediatamente,conloquetuvieseenlacabinaydejarelequipajefacturadohastaeldíasiguiente.SeinclinóhaciaellayJaneylemiróconaquellafamiliarsonrisaapenasesbozada. Estaba exactamente igual que siempre. No había cambiado pizca. Tal ycomoéllahabíaconocidosiempre.Janeypusosumanitaenlamangadesuabrigo.

—¿Quétalestánloniños,John?—preguntó.(¡Aldemonioconlosniños!)

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—Perfectamente.Nuncahanestadomejor.—¿Mehanescrito?—Claro,naturalmente.Hedejadolascartasenelhotelparaquelaspuedas leer

luego.—Nopodemos irnos tanaprisa, tengoquedespedirmedealgunagente…ydel

capitán.—Yalverqueélponíarostrocompungidolediounpellizquitoenelbrazo—.Sielcapitánsalealpuentemegustaríaqueledieseslasgraciasportodoloquehahechopormí,mehancuidadomaravillosamente.—Deacuerdo,ahorayalateníaconél, de modo que si necesitaba otros diez minutos…Y en cuanto se apartó, Janeyquedó rodeada. Parecía que todos los pasajeros de primera quisieran despedirse deella.

—Oh,adiós,señoraHammond.LapróximavezquevengaaSidneyyasabequelaesperamos.

—¡Ah, aquí está nuestra encantadora señora Hammond! No se olvidará deescribirnos,¿verdad?

—¡Ay,señoraHammond,noséquéhubiesesidodeestebarcosinusted!Saltaba a los ojos que era, con mucho, la persona más popular de todos los

pasajeros. Y ella se lo tomaba…, como siempre. Con absoluta compostura. Conaquella personalidad tan suya, sin aspavientos…, vaya, era Janey de los pies a lacabeza; allí conelveloechadohaciaatrás.Hammondnunca sedabacuentade losvestidosquellevabasumujer.Lomismoledaba.Peroenestaocasiónadvirtióquellevabaun«trajesastre»,¿noeraasícomolollamaban?,negro,conpuntillasblancas,supusoquedebíanservolantes,enelcuelloylasmangas.Ytodoestomientrasellalellevabadeungrupoaotro:

—¡Querido,John…!—Yenseguida—:Quieropresentartea…Porfinlograronescaparyellalecondujoasucamarote.Leresultabatanextraño

seguirla por aquellos pasillos que ella conocía tan bien; pasar tras ella las cortinasverdes y entrar en el camarote que había sido suyo le proporcionó una exquisitafelicidad.Pero.—¡Oh,fortunaadversa!—lacamareraestabaarrodilladaenelsuelo,arrollandolasalfombras.

—Ya he acabado, señora Hammond —dijo la camarera, levantándose yestirándoselospuños.

Y volvió a ser presentado, y luego Janey y la camarera desaparecieron por elcorredor.Lasoyócuchichear.Debíaestardándoleunapropina,supuso.Tomóasientoenelsofálistadoysequitóelsombrero.Allíestabanlasmantasquesehabíallevadoal partir; todavía parecían nuevas. Todo su equipaje parecía fresco, perfecto. Lasetiquetas estaban escritas con sus trazos hermosos y claros: «Señora de JohnHammond».

«¡SeñoradeJohnHammond!»Diounprofundosuspirodealegríayse recostó,cruzando los brazos. El momento de mayor tensión ya había pasado. Se hubierapodidoquedarallí sentadoparasiempre,suspirandode tranquilidad, la tranquilidad

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deverselibredetodosaquellostirones,empellonesypunzadasquehabíasufridosucorazón. Había pasado el peligro. Eso era lo que sentía. De nuevo pisaban tierrafirme.PeroenaquelmomentolacabezadeJaneyasomóentrelascortinas.

—¿Querido,teimportaríaunmomento?Soloqueríairadespedirmedeldoctor.Hammondseincorporó.—Teacompaño.—¡No,no!—dijoella—.Nohacefalta.Másvalequeno.Sóloesunsegundo.Y antes de que tuviese tiempo de responderle ya había desaparecido. Estuvo a

puntodesalirprecipitadamentetrasella;peroterminóporsentarsedenuevo.¿Eraciertoqueno ibaa tardar?¿Quéhoraera?Sacóel reloj; locontemplósin

verlo.Aquello era un poco extraño por parte de Janey, ¿no? ¿Por qué no le habíadichoalacamareraqueladespidiesedesuparte?¿Porquéteníaquesalircorriendotras elmédicodelbarco?Aunquehubiese sidourgentebienpodíahaberle enviadouna nota desde el hotel. ¿Urgente? ¿Quería decir…, significaba aquello que habíaestadoenfermaduranteelviaje,queleocultabaalgo?¡Esoera!Recogióelsombrero.Ibaadar inmediatamenteconaquelmedicuchoy le ibaahacerconfesar laverdadcostaraloquecostase.Ahoraquelopensabaleparecióhabernotadoalgo.Janeysehabíamostradounpocodemasiadotranquila…,unpocodemasiadofirme.Yadesdeelprimermomento…

Lascortinassecorrieron.Janeyestabadevuelta.Sepusoenpiedeunsalto.—Janey¿hasestadoenfermaduranteelviaje?¡Loheadivinado!—¿Enferma?—repitiósuvocecitaetéreaensondeburla.Saltóporencimadelas

alfombras,seleacercó,letocóelpechoylemiró.—Querido—dijo—,nomeasustes.¡Claroquenoheestadoenferma!¿Quéteha

hechosuponerqueloheestado?¿Hagomalacara?PeroHammondnolaveía.SólosentíaqueJaneyleestabamirandoyqueyano

necesitabapreocuparsedenada.Ellayaestabaasuladoparacuidardetodo.Todoibabien.Todoestababien.

Lasuavepresióndelamanodesuesposaeratanreconfortantequelasujetóconlasuyaparaquenolaquitara.Yelladijo:

—Notemuevas.Déjamemirarte.Todavíanohe tenido tiempodemirarte.Québientehanrecortadolabarba,yestás…másjoven,meparece,vaya,¡y,desdeluego,másdelgado!Porlovistotepruebalavidadesoltero.

—¿Quemeprueba?—gruñó,necesitadodeamoryapretándoladenuevohaciaél.Ydenuevo,comosiemprelehabíaocurrido,tuvolaimpresióndeestarabrazandoa alguien que nunca había sido enteramente suya. Era algo demasiado delicado,demasiadoprecioso,quepodíaescaparvolandosilosoltaba.

—¡Diossanto,vayámonosdeunavezalhotel,parapoderestarlosdossolos!—dijo, tocando con fuerza la campanilla para que acudiese alguien a encargarse delequipaje.

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Mientrasrecorríanjuntoselmuelleellaletomódelbrazo.Denuevolallevabadelbrazo.YquédiferenciatangrandesubiraltaxidespuésdeJaney,cubrirlaspiernasdeambosconlamantalistadaderojoyamarillo,ydecirlealconductorquesedieseprisaporquetodavíanohabíantomadoelté.Sehabíaacabadoaquellodepasarsintéodetenerqueservírseloélsolo.Janeyestabadevuelta.Sevolvióhaciaella,leapretólamano,ydijoamablemente,bromeando,conaquellavoz«especial»quereservabaparaella:

—¿Estáscontentadevolveracasa,cariño?Y ella sonrió, ni siquiera se tomó la molestia de responder, pero apartó

suavementesumanocuandoempezaronaentrarenlascallesmásalumbradas.—He reservado lamejorhabitacióndelhotel—dijo él—.Nohubiese aceptado

ningunaotra.Ylehepedidoalacamareraqueencendieseelfuegoporsiteníasfrío.Esunamuchachamuyagradableyatenta.Yhepensadoque,ahoraqueestábamosaquí, no hacía falta que regresáramos a casamañana, y que podíamos pasar el díadando alguna vuelta e irnos pasado por la mañana. ¿Qué te parece? No tenemosningunaprisa,¿verdad?Losniñosyateacapararánbastantepronto…Habíapensadoque un día de curiosear por ahí sería un buen descanso para tu viaje, ¿no crees,Janey?

—¿Yahassacadolosbilletesparapasadomañana?—preguntóella.—Por supuesto —respondió el señor Hammond desabrochándose el abrigo y

sacando su abultado billetero—. ¡Mira! He reservado dos plazas en primera clasepara Salisbury.Aquí están: «Señor y señoraHammond». Pensé que nos podíamospermitiruncómodoviajecito,ynonecesitamosqueotragentevengaameterlanariz,¿verdad?Perosiquieresquenosquedemosaquíunpocomás…

—¡Oh,no!—seapresuróaresponderella—.¡Deningúnmodo!Entoncespasadomañana.Losniños…

Pero ya habían llegado al hotel. El director estaba en el amplio porche,brillantementeiluminado,yseadelantóarecibirles.Unporterosalióvelozmentedelvestíbuloenbuscadesuspaquetes.

—¡Yave,señorArnold,porfinhallegadomiesposa!El director les acompañó personalmente por el vestíbulo y tocó el timbre del

ascensor.Hammondsabíaquehabíaalgunoshombresdenegociosconocidossuyossentadosen lasmesitasdel salón tomandounacopaantesdecenar.Peronoqueríaarriesgarseaquelesinterrumpiesen;nomiróaderechaniaizquierda.Quepensaranloquequisiesen.Ysinolecomprendían,peorparaellos,ybajódelascensor,abriólapuerta de la habitación y escoltó a Janey adentro. Cerró la puerta.Ahora, por fin,estabanasolas.

Encendió la luz. Las cortinas estaban echadas; y en la chimenea crepitaba elfuego.ArrojóelsombreroalgranlechodematrimonioyfuehaciaJaney.

Pero, aunque parezca increíble, volvieron a ser interrumpidos. Esta vez era elbotonesconelequipaje.Tuvoquehacerdosviajesy,entreunoyotro,dejólapuerta

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abierta,ynofueprecisamenterápido,silbandoentredientesencuantosalíaalpasillo.Hammond recorría inquieto el dormitorio, quitándose los guantes, quitándose labufanda.Finalmentearrojóelabrigosobrelacama.

Ypor findesaparecióel intruso.Lapuertasecerróconunchasquido.Ahorasíestabansolos.Hammonddijo:

—Meparecequenunca tepuedotenerparamí. ¡Demoniosdegente!,Janey—añadió,inclinandosurostroacaloradoyanhelantehaciaella—,cenemosaquíarriba.Sibajamosalrestaurantenosinterrumpirán,yademáshayunamúsicaestruendosa—¡la misma que había elogiado calurosamente la noche anterior, aplaudiendo conentusiasmo!—.Nonosoiríamosel unoal otro.Pidamosalgode cenar aquí arriba,frentealfuego.Yaesdemasiadotardeparaelté.Pidoalgodecenar,¿quéteparece?¿Creesqueesunabuenaidea?

—¡Sí, por favor, pídelo!—respondió Janey—.Ymientras lo encargas, ¿dóndeestánlascartasdelosniños…?

—¡Oh…,yalasleerásdespués!—dijoHammond.—Peroluegonotendrétiempo—explicóJaney—.Yahorapodría,mientrastú…—¡No,perosinonecesitobajar!—dijoHammond—.Notengomásquellamaral

timbreyencargarlo…,supongoquenoquerrásquetedeje,¿no?Janeydenegóconlacabezasonriéndole.—Meparecequeestáspensandoenotracosa.Queestáspreocupadaporalgo—

dijoHammond—. ¿Qué ocurre?Ven, siéntate aquí.Ven y siéntate enmis rodillas,juntoalfuego.

—Voyaquitarmeelsombreroprimero—respondióella,acercándoseal tocador—.¡Aaahhh!—exclamóconungritito.

—¿Quétesucede?—Nada, querido. Que acabo de encontrar las cartas de los niños. ¡No te

preocupes!Lasleerémástarde.¡Notengoningunaprisa!—dijovolviéndosehaciaélconlascartasenlamano.Luegoselasmetióenlablusadeencajes.Yrápidamenteexclamó,divertida—:¡Oh,esuntocadorabsolutamentetípicodeti!

—¿Porqué?¿Tienealgodeparticular?—inquirióHammond.—Aunqueme lo encontrase en el otromundo sabría que es tuyo—rió Janey,

contemplandolagranbotelladetonificanteparaelcabello,ladeaguadecoloniaconun estuche de mimbre, los dos cepillos del pelo, y una docena de cuellos durosnuevosatadosconunacintitarosa—.¿Eséstetodotuequipaje?

—¡Quesevayaalcuernomiequipaje!—replicóHammond,aunqueenrealidadle gustaba que Janey bromease a su costa—. Hablemos un poco. Vayamos a lonuestro.Dime—ycomoJaneysehabíasentadoensusrodillasseechóhaciaatrásylaatrajohaciael fondodeaquelenormeyfeísimosillón—,dime,¿estás realmentecontentadehabervuelto,Janey?

—Sí,querido,muycontenta.Peroenelmismoinstanteenquelabesabasintióqueseleibaaescapar,demodo

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quenuncapodríasaber,nuncapodríasaberconabsolutacertezasienverdadestabatancontentacomoél.¿Cómohubierapodidosaberlo?¿Llegaríajamásaobtenerunaseguridad? ¿Sentiría siempre aquel anhelo, aquella insatisfacción comode hambre,por llegaraposeera Janey tan totalmentequenoexistieseningunaporcióndeellaque le pudiese escapar?Hubieradeseadoqueno existiesenadiemás, ni nadamás.Ahora le hubiera gustado que las luces estuviesen apagadas. Tal vez así ella sehubieseacercadomásaél.Yaquellascartasdelosniñosquecrujíanbajosublusa.Hubierasidocapazdearrojarlasalfuego.

—Janey—susurró.—Di,querido.—Estaba recostada sobre supecho,peroera tan leve, sehallaba

tanlejos.Surespiraciónseacompasó.—Janey.—¿Sí?—Mírame —murmuró. Un lento y profundo rubor le embargó las sienes—.

¡Bésame,Janey!¡Quieroquemebeses!Le pareció que se producía una diminuta pausa, pero lo suficientemente larga

comoparaqueélsesintiesetorturado,antesdequeloslabiosdeellaseuniesenalossuyos,firmesysuaves,besándolecomosiemprelehabíabesado,comosielbeso…¿Cómopodíadescribiraquello?Comosielbesoconfirmaseloqueestabadiciendo,comosifirmaseuncontrato.Peronoeraesoloqueélquería;noteníanadaquevercon lo que él necesitaba para apagar su sed. Y de pronto se sintió horriblementecansado.

—Si supieses—dijo, abriendo los ojos— qué día he tenido, esperando…Meparecíaqueelbarconuncaacababadellegar.Nosotrosallí,inquietos,dandovueltas.¿Porquéhatardadotantoenatracar?

Peroellanorespondió.Estabamuylejosdeél,conlamiradaperdidaenelfuegoque ardía en el hogar. Las llamas se levantaban apresuradamente, lamían loscarbones,parpadeaban,sedesplomabanotravez.

—Notehabrásdormido,¿verdad?—dijoHammond,haciéndolasaltarsobresusrodillas.

—No—respondiósuesposa.Yañadió—:Nomezarandees,querido.No,estabapensando. La verdad—prosiguió— es que anochemurió uno de los pasajeros, unhombre.Esohasidoloquenosharetrasado.Lehantraídoenelbarco,bueno,quierodecirquenolehanenterradoenelmar.Demodoque,naturalmente,elmédicodeabordoyelforensedelpuerto…

—¿Quétenía?—preguntóHammondincómodo.Nolegustabanadaoírhablardelamuerte.Yledesagradabaquehubieseocurridoaquello.Enciertomodoeracomosisehubiesencruzadoconunentierrocaminodelhotel.

—¡Oh, no era nada infeccioso!—respondió Janey, que hablaba apenas con unhilitodevoz—.Fuedelcorazón.—Hizounapausa—.¡Pobrehombre!—añadió—.Yerabastantejoven.—Contemplólasllamasqueselevantabanyvolvíanacaer—.

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Murióenmisbrazos.El golpe fue tan inesperado queHammond creyó que iba a desmayarse.No se

podía mover; le costaba respirar. Notó que sus fuerzas le abandonaban, que sedesparramabanportodoelsillón,yqueésteleatenazaba,leaprisionaba,obligándoleasoportaraquellatortura.

—¿Cómo?—dijoanonadado—.¿Quédices?—Tuvounfinalmuyapacible—continuóaquellavocecita—.Simplemente—y

Hammond vio que levantaba un poco su delicada manecita— exhaló un postrersuspiroymurió.—Yvolvióadejarcaerlamano.

—¿Quién más estaba allí? —logró preguntar Hammond haciendo un granesfuerzo.

—Nadie.Estabasolaconél.¡Oh,Dios santo,quéera loqueoía! ¿Porqué lehacía aquello? ¡Ibaamatarle!

Pero,mientras,ellanohabíadejadodehablar:—Vi que se estabamuriendo y envié a la camarera en busca delmédico, pero

cuandollegóyaerademasiadotarde.Detodosmodostampocohubiesepodidohacernada.

—Pero…,¿porquétú,porquéprecisamentetú?—gimióHammond.AntesuspalabrasJaneysevolviórápidamenteylemiróalosojos.—Esperoquenoteimporte,John,¿verdadqueno?Atino…Notienenadaque

verconnosotrosdos.Sin saber exactamente cómo logró esbozar algo semejante a una sonrisa. E

inclusobalbuceó:—¡No,no,sigue,sigue!Quieroquemelocuentestodo.—Pero,John…—¡Cuéntamelo,Janey!—¿Qué quieres que te cuente?—dijo, perpleja—.Era uno de los pasajeros de

primera.Cuandoembarcamosyoyaviqueestabamuyenfermo…Peroparecióhabermejoradomuchoduranteelviaje.Hastaqueayer tuvounataquemuygravepor latarde…,laexcitación,losnervios,supongo,delallegada.Yyanoserecuperó.

—¿Yporquélacamarerano…?—¡Ah,querido…,lacamarera!¿Cómosehubiesesentidoelpobre?Yademástal

vezdeseabadejaralgúnrecado,algo…—¿Lohizo?—tartamudeóHammond—.¿Dijoalgo?—No,querido,¡niunapalabra!—respondióJaneydenegandosuavementeconla

cabeza—. Todo el rato que permanecí con él estaba tan débil que…, no creo quehubiesesidocapaznidemoverundedo…

Janey calló. Pero sus palabras, tan suaves, ligeras, escalofriantes, parecieronquedarsuspendidasenelaire,irlloviendosobresupechocomonieve.

Elfuegosehabíaconvertidoenunaascua.Seibaapagandoconunagudochirridoylahabitaciónempezabaaestarmásfría.Sintióquesusbrazosseibanenfriando.La

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habitacióneraenorme,inmensa,deslumbrante.Abarcabatodosumundo.Yellechoenorme, con su abrigo tirado encima, como un hombre decapitado que estuvieserezando.Yelequipaje, listoparaponerseotravezencamino,haciacualquiersitio,paraserfacturadoenunvagóndetren,oenelcamarotedealgúnbuque.

…«Estaba tandébil…,estaba tandébil quehubiese sido incapazdemoverundedo…»YsinembargohabíamuertoenbrazosdeJaney.Ella,quejamás,entodosaquellosaños,nisiquieraenunasolaocasión…

No,nodebíapensarenello.Siledabamásvueltasseibaavolverloco.No,nopodía enfrentarse a aquella situación. No podía soportarla. ¡Era superior a susfuerzas!

Ahora Janey le tocaba la corbata con los dedos. Apretaba ambos bordes,uniéndolos.

—John,querido,notesabemalquetelohayacontado,¿verdad?¿Notehabráspuesto triste? Espero que no haya echado a perder la noche…, ahora que estamosjuntos,porfinlosdossolos…

Pero al oír sus palabras tuvo que esconder el rostro, tuvo que ocultarlo en supechoyestrecharlaentresusbrazos.

¡Echaraperderlanoche!¡Estarlosdossolos!Yanunca,nunca,volveríanaestarsoloslosdos.

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DÍAFESTIVO

Unhombrecorpulento,derostrocolorado,vavestidoconunossuciospantalonesblancosdehilo,unachaquetaazuldelaquesobresaleunpañuelorosa,yunsombrerocanotier demasiado pequeño, caído hacia atrás. Toca la guitarra. Un individuopequeñitoconzapatosblancosdegimnasia,conelrostroocultoporunsombrerodefieltro que parece un ala rota, sopla en la flauta; y un sujeto alto y delgado conbotinesdespanzurrados,hacefiligranas—filigranasdecomplicadalacería—conunviolín.Permanecenaplenosol,sinsonreír,perotampocoserios,frentealafrutería;larosadaarañadeunamanorasguealaguitarra,lamanorechoncha,conunanillodecobreincrustadoconunaturquesa,fuerzalaperezosaflauta,yelbrazodelviolinistaintentaserrarelviolínendos.

Seformaungrupito,gentequecomenaranjasyplátanos,arrancandolaspieles,cortándolos,repartiéndoselos.Unamuchachallevainclusouncestitodefresas,peronolascome.

—¡Quéhermosasson!Contempla los diminutos y puntiagudos frutos como si les tuviese miedo. El

soldadoaustralianoseechaareír.—Anda,vamos,sideunbocadotelasacabas.Peroéltampocolasquierecomer.Legustacontemplarsucaritaasustada,susojos

confusosbuscandolossuyos.—¡Conlocarasqueson!Elsoldadosacaelpechoyesbozaunasonrisa.Mujeresmayores,concorpiñosde

terciopelo—viejosypolvorientos acericos—;pelanduscasviejasy flacuchascomoviejos paraguas con un gorrito bamboleante en la cabeza; jovencitas vestidas demuselina, con sombreros que parecen haber crecido en un seto y zapatos de altotacón;hombresvestidosdecaqui,marinos,oficinistasmugrientos,jovencitosjudíoscon trajes de fina tela, hombreras y anchos pantalones; «hospicianos» vestidos deazul—el sol los va descubriendo a todos—, y lamúsica chillona y estridente lesmantiene a todos unidos un instante, formando un gran nudo. Los más jóvenesretozándose, empujándose arriba y abajo de la acera, trampeando, propinándosecodazos;losmayoresaprovechanparaconversar:

—Demodoqueledihe,sitúquiereyamaraldocto,leyamas,digo.—Ypacuandoloterminédecocerquedabaunpoquitoasinadechico.Los únicos que permanecen silenciosos son los chiquillos harapientos.

Permanecen lomáscercaposiblede losmúsicos, con lasmanosa la espalday losojos muy abiertos. De vez en cuando mueven una pierna, agitan un brazo. Unmenudoespectador, queyanopuede aguantarmás, daunpardevueltas, se sientasolemnementeyvuelvealevantarse.

—Esfantástico,¿eh?—susurraunaniñaocultándosetraslapalmadelamano.Y la música se rompe formando trozos relucientes, y vuelve a unirse, y a

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romperse,ysedisuelve,ylamuchedumbresedispersa,caminandolentamentecuestaarriba.

Aldoblarlacarreteraempiezanlospuestos.—¡Plumeros! ¡Plumeritos! ¡A dos peniques! ¿Quién quiere uno? Venga,

muchachos,parahacercosquillasalasseñoritas.Sonblandas escobillas conunmanguitode alambre.Los soldados las compran

conregocijo.—¡Allindomonigote!¡Dospeniquesuno!—¡Elburritoquesalta!¡Upa-oh!—Chicleextra,¡su-perior!¡Compren,muchachos,compren!—¡Rosas! ¿Quién quiere rosas? Compre una rosa para la señorita, muchacho.

¿Rosas,señora?—¡Plumas,plumas!Sondifíciles de resistir. Plumashermosísimas, deslumbrantes, verde esmeralda,

escarlata,azulbrillante,amarillocanario.Hastalosniñosllevanplumasclavadasenlosgorritos.

Unaancianaconuntricorniodepapelgritacomosifuesesuúltimavoluntad,elúnicocaminodesalvaciónodevolverleaunoalossentidos:

—¡Compre un tricornio, ricura! ¡Compre un tricornio y póngaseloinmediatamente!

Haceundíacaprichoso,mediosoleado,medioventoso.Cuandoelsolseocultaseextiendeunasombra;cuandoreaparecevuelvealucirconfuerza.Hombresymujereslo notan calentándose la espalda, el pecho, los brazos; y sienten que el cuerpo seexpande, cobra vida… y por eso se dan grandes abrazos, levantan los brazos pornada,salencorriendotrasunamuchacha,oríenacarcajadas.

¡Limonada! Una enorme cuba de limonada se halla instalada sobre una mesacubierta por un paño; y en el agua amarillenta flotan limones que parecen peceshinchados.Enlosvasosdegruesocristalpareceespesa,casicomomermelada.¿Porquénosabránbebersinderramarla?Todoelmundoladerrama,yantesqueelvasopasealsiguientelasúltimasgotassetiranformandouncírculo.

Alrededordelcarritodeloshelados,conel toldoarayasylas tapasdebruñidometal,searracimanlosniños.Laspequeñaslenguaslamen,lamenloscucuruchosdenata,losheladosdecorte.Selevantaunatapa,lacucharillademaderasehundeenelhelado;yunocierralosojos,parahincarlosdientessilenciosamente.

—¡Dejenquelospajaritoslesechenlabuenasuerte!—diceunamujeritalianadeedadindefiniblequeestájuntoaunajaula,abriendoycerrandosusnegrasuñas.Surostroesunaobramaestra,dedelicadatalla,yllevaatadounpañueloverdeyoro.Y,dentrodesuprisión,lospájarosdelamorrevoloteantomandolospapelesdepositadosenlacomedora.

—Tienegranfuerzadecarácter.Secasaráconunhombrepelirrojoytendrátreshijos. Cuidado con una mujer rubia. ¡Cuidado! ¡Mucho cuidado! Un coche,

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conducidovelozmenteporunchófergordo,bajaatodaprisadelacolina.Ydentrovaunamujerrubia,unarubiaquefrunceloslabiosyseinclinahaciaadelante,dejandounacicatrizensuvida.¡Vayaconcuidado!¡Muchocuidadito!

—¡Damasycaballeros!Soyunsubastadorprofesional,ypuedenestarsegurosdeello, porque si no fuese verdadme expondría a queme retirasen la licencia ymemetiesenentrerejas.—Llevaelpermisocolgadodelpecho;elsudorquelecaeporelrostro empapa el cuello de papel; tiene la mirada vidriosa. Cuando se quita elsombrerodescubreunaprofundaseñal rojizaen la frente.Peronadie lecompraunreloj.

¡Cuidado otra vez! Un gran milord baja de la colina haciendo eses con doscriaturasviejas,reviejas,ensuinterior.Ellallevaunasombrilladeencaje;élchupalaempuñadura de su bastón, y los dos cuerpos, viejos y gordos, ruedan al unísonomientras lacunasemece,yel jadeantecaballodejaun rastrodeestiércolmientrastrotacolinaabajo.

Bajo un árbol, el profesor Leonard, con birrete y toga, permanece junto a sucartelón.Ha venido «sólo por un día», desde las exposiciones deLondres, París yBruselas, para leer el porvenir en los rostros. Y permanece quieto, sonriendo paraatraer parroquianos, como un torpe dentista.Cuando los hombres fortachones que,aúnhaceunmomento,estabanmascullandoy jurando, leentregansusmonedasdeseis peniques, y se detienen frente a él, cobran una inusitada seriedad, se vuelvenlelos, tímidos, y casi se ruborizan cuando la rápida mano del profesor marca lastarjetas impresas. Son como niños a quienes el amo, escondido tras un árbol, hadescubiertojugandoenunjardínprohibido.

Y por fin, se llega a la cima de la colina. ¡Uf, qué calor! ¡Pero que día tanhermoso!La taberna está abierta y el gentío se apretuja a la entrada. Lamadre sesientaalbordedelacarreteraconelniñoyelpadreletraeunvasodealgooscuro,pardusco,yluegosevuelveaabrirviolentamentepasohaciaadentro,acodazos.Delatabernasaleunvahoacervezayelbullicioylaalgarabíadelasvoces.

Elvientohaamainado,yelsolcaeconmásfuerzaquenunca.Fuera,juntoalasdospuertasbatientes,hayunmontóndechiquillosqueacudencomomoscasaltarrodeloscaramelos.

Y, colina arriba, la gente sigue subiendo, con plumeros ymonigotes, y rosas yplumas.Arriba,siemprearriba,bajolaluzyelsol,gritando,riendo,chillando,comosialgolesempujasedesdeabajo,ydesdearriba,desdeelsol,algolesllevasehaciaelesplendorpleno,refulgente,deslumbrantede…¿dequé?

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UNAFAMILIAIDEAL

Aquellatarde,porprimeravezensuvida,alapretarlosbatientesdelapuertaydescenderlostrespeldañosquellevabanalaacera,elancianoseñorNeavesintióqueerademasiadoviejoparalaprimavera.Laprimavera—cálida,vivaracha,inquieta—habíallegadoyleesperabaenaquellaluzdorada,dispuestaacorrerdelantedetodoelmundo,aacariciarle lablancabarba,a tirarleamablementedelbrazo.Peroélnopodía seguirla, no; ya no podía alcanzarla y salir corriendo con ella, ágil comounjovenzuelo.Estabacansadoy,aunquetodavíalucíanlosúltimosrayosdelsol,sentíafríoyteníaunacuriosasensacióndeatontamiento.Deprontohabíadescubiertoqueyano tenía energía, ánimos suficientespara continuar soportando aquella alegríayaquel brillante movimiento; todo aquello le confundía. Quería permanecer quieto,apartarlotodoconsubastón,exclamar:«¡Anda,lárgate!»Inesperadamentelecostabaun esfuerzo enorme tener que saludar como cada día —levantando levemente elsombrerodefieltroconelbastón—atodalagentequeconocía,amigos,conocidos,tenderos, carteros, cocheros. Pero la mirada alegre que acompañaba aquel gesto,aquellaamablechispitaqueparecíadecir:«Valgotantocomocualquieradevosotros,si no más», aquella mirada, el viejo señor Neave, va no podía lograrla. Continuóavanzandotorpemente,levantandolasrodillascomosiestuviesecaminandoporunaatmósfera quede algúnmodomisterioso se hubiese ido espesandoy solidificando,como convirtiéndose en agua. La gente que regresaba a sus casas cruzóapresuradamente junto a él, los tranvías tintinearon, traquetearon las carretas, y losgrandescochesdealquilersedeslizabanporlascallesconlaindiferenciadesafianteytemerariaqueencontramosenlossueños…

En la oficina había sido un día como cualquier otro. No había ocurrido nadaespecial.Haroldnohabíaregresadodelalmuerzohastacercadelascuatro.¿Dóndesehabíametido?¿Quéhabíaestadohaciendo?Aunqueesascosasasupadrenuncaselas contaba. El anciano señor Neave estaba por casualidad en el vestíbulo,despidiéndose de un cliente, cuando aparecióHarold, tan impasible como siempre,tranquilo, amable, sonriendo con aquella sonrisita que lasmujeres encontraban tanfascinante.

¡Ah!,Harolderademasiadohermoso,lesobrababelleza;yesahabíasidolacausade todos sus problemas. Ningún hombre tenía derecho a aquellos ojos, aquellaspestañas y aquellos labios; resultaba peligroso. Y no exageraba diciendo que sumadre, sus hermanas y la servidumbre le adoraban como si fuese un dios; lereverenciabanyseloperdonabantodo;ynohabíansidopocaslascosasquehabíantenidoqueperdonarledesdeque a los trece años robara elmonederode sumadre,birlaseeldinero,yocultaseelmonederoeneldormitoriodelacocinera.Elancianoseñor Neave dio un fuerte punterazo con el bastón contra el borde de la acera.Aunque la familia no eran los únicos en mimarlo, pensó, todo el mundo se loconsentía todo; lebastabamirarysonreír,yyacaían todosrendidosasuspies.De

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modoquetalveznodebieraextrañarsedequeHaroldesperasequeaquellatradiciónfamiliarfueseseguidaenlaoficina.¡Hum,hum!Peronopodíaser.Nosepodíajugarcon un negocio—ni siquiera con un negocio próspero, de firme tradición, y queproporcionabajugososdividendos—.Unhombreteníaquededicarseaélcontodosucorazónycontodasucapacidad,oelnegocioquedabahechoañicosantesuspropiosojos…

Pero, además,Charlotte y las chicas siempre le estaban insistiendopara que lodejasetodoenmanosdeHaroldyseretirase,asítendríaalgunosañosparadivertirse.¡Divertirse! El anciano señor Neave se detuvo en seco bajo un grupo de viejaspalmeras frente a los edificios gubernamentales. ¡Divertirse!La brisa del atardecerestremeció las oscuras hojas con un ligero tintineo. Sentado en casa, cruzado debrazos,sinpoderolvidarqueelesfuerzodetodasuvidaseleescapaba,sedisolvía,desaparecía como el agua entre los delicados dedos de Harold, mientras éstesonreía…

—¿Porquéeres tanpocorazonable,papá?Noexisteningunanecesidaddequevayasalaoficina.Deloúnicoquesirveesparaquenossintamosviolentoscadavezque alguien comenta queparecesmuy cansado.Aquí tienes una casa enormeyunjardín.Seguroquepodríassentirtefelizaunquesólofuese…porcambiarunpoco.Opodríasdedicarteaalgúnpasatiempo.

YLola,lapequeña,habíadeclaradomuydecidida:—Todosloshombresdeberíanteneralgúnpasatiempo.Sinolotienentehacenla

vidaimposible.¡Bueno, bueno! No pudo por menos de esbozar una amarga sonrisa mientras

empezaba a subir, no sin dificultades, la empinada cuesta que llevaba a HarcourtAvenue.¿QuédemoniosestaríanhaciendoahoraLolaysushermanasyCharlottesihubiesededicadolavidaasuspasatiempos?¡Queselodijesen!Lospasatiemposnolehubiesendadodinerosuficienteparapagaraquellacasaenlaciudadyelbungalowjuntoalmar,niparapagar sus caballos, sugolf, el gramófonoquecostaba sesentaguineasyalsondelcual,naturalmente,ellaseranlasúnicasenbailar.

Aunquenoseloechabanencara,no.No,eranmuchachasinteligentesyguapas,yCharlotteeraunamujernotable;eramuynaturalquesiguiesenlasmodas.Lapuraverdaderaquesucasaera lamáspopularde todalaciudad;nohabíaningunaotrafamiliaquediesetantasfiestas.Yanopodíarecordarcuántasveces,ofreciendolacajade habanos por encima de la mesa del fumador, había escuchado elogios de suesposa,sushijaseinclusodeélmismo.

—Permítame decirle, señor Neave, que son ustedes una familia ideal. I-de-al.Pareceunadeesasfamiliasquesalenenloslibrosoenelteatro.

—Muchas gracias, muchacho, muchas gracias —replicaba el anciano señorNeave—.Pruebaunodeéstos;tegustarán.Ysiquieressalirafumaraljardín,seguroquemishijasyadebenestarallí.Ve,ve.

Aquellaeralarazónporlaquelasmuchachasnosehabíancasado,oesodecíala

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gente. Se hubieran podido casar con quien hubiesen querido. Pero lo pasabandemasiado bien en casa. Eran demasiado felices viviendo juntas, las chicas yCharlotte.¡Hum,hum!¡Vaya,vaya!Quizási…

YahabíarecorridocasilatotalidaddelaeleganteHarcourtAvenue;yllegabaalacasadelaesquina,sucasa.Lacancelaquedabaaccesoaloscarruajesestabaabiertayenelcaminoseveíanhuellasfrescasderuedas.Yaestabafrentealafachadadelagranmansiónpintadadeblanco,conlasventanasabiertasdeparenparylascortinasde tul flotando hacia fuera, con los jarrones azules de los jacintos en los anchospretiles.Flanqueando lamarquesinapara loscarruajes, lashortensias—famosasentodalaciudad—empezabanaflorecer;losracimosdeflorecillasazuladasyrosáceasparecían luciérnagas en medio de las hojas que se extendían. Y el anciano señorNeaveleparecióque,dealgúnmodo,aquellacasaylasflores,einclusolashuellasfrescasenelcamino,repetían:«Aquíhayvidajuvenil.Aquívivenmuchachas…»

El recibidor, como siempre, estaba lleno de capas, sombrillas, guantes, que seamontonabansobrelosarconesderoble.Enlasalitademúsicasonabaelpianoconnotasrápidas,imperiosaseimpacientes.Atravésdelapuertadelasaladeestar,queestabaentreabierta,llegabaunmurmullodevoces.

—¿Había helados? —oyó preguntar a Charlotte. Y luego el cric, crac de sumecedora.

—¡Quesihabíahelados!—gritóEthel—.Uy,mamaíta,nuncahasvistoheladosiguales.Sólodedosclases.Yunaeraunaespeciedeheladillodefresadeesosquevenden en cualquier tenderete, metido en un moldecito de papel que estabaempapado.

—Laverdadesquelacomidaeraundesastre—comentóMarión.—Detodosmodos—insinuóCharlotte—,todavíaesprontoparaloshelados.—Ah,peroyaquequierendarhelados,almenos…—empezóEthel.—Sí,tienesrazón,enesoestoydeacuerdo—entonóCharlotte.De pronto la puerta de la salita demúsica se abrió y Lola salió corriendo. Se

quedóparada,ycasichillóalveralancianoseñorNeave.—¡Demonios,papá!¡Menudosustomehasdado!¿Acabasdellegar?¿Cómoes

queCharlesnohavenidoaayudarteaquitarteelabrigo?Tenía lasmejillasencendidasdehaberestado tocando, lebrillaban losojosyel

pelo le caía sobre la frente. Y jadeaba como si hubiese estado corriendo en laoscuridadyestuvieseasustada.ElancianoseñorNeavecontemplóasuhijamenor;era como si la vieseporprimeravez.Demodoque aquella eraLola, ¿eh?Pero lamuchachaparecíahaberseolvidadodesupadre;noeraaélaquienesperaba.Ahorasellevólapuntitadelpañueloarrugadoaloslabiosylamordisqueóenojadamente.Sonóelteléfono.¡Ahhh!Lolasoltóungrititocomounsollozoypasócorriendojuntoaél.LapuertadelacabinadelteléfonodiounportazoyalmismotiempoCharlottellamó:

—¿Erestú,papá?

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—Ya te has vuelto a cansar—le dijo Charlotte en son de reproche, y dejó demecerseparaofrecerlesumejillacálidayencendidacomounaciruela.LarubiaEthellediountironcitodelabarba;loslabiosdeMariónlerozaronlaoreja.

—¿Hasvueltoandando,papá?—preguntóCharlotte.—Sí,hevenidoandando—respondióelancianoseñorNeaveysedejócaeren

unodelosenormesbutaconesdelasaladeestar.—¿Porquénohastomadouncochedealquiler?—preguntóEthel—.Aestahora

loshayacientos.—Hermanita —exclamó Marión—, si nuestro querido padre prefiere llegar

rendidoacasa,laverdadesquenoveoconquéderechoselovamosaprohibir.—Hijas,hijas—lasapaciguóCharlotte.PeroMariónnopensabacallar.—No,mamá,lemimasdemasiadoynopuedeser.Tendríasquesermásinflexible

conél.Esmuymalo.—Yrióconaquellarisadurayluminosa,arreglándoseelpelofrente al espejo. ¡Qué extraño! De pequeña había tenido una voz tanmelodiosa yvacilante; incluso había tartamudeado un poco y, ahora, cualquier cosa que dijese,aunquesimplementefuera:«Papá,damelamermelada,porfavor»,sonabacomosisehallasesobreunescenario.

—¿Ha salidoHarold de la oficina antes que tú, querido?—preguntóCharlottereemprendiendosurítmicobalanceo.

—Noestoyseguro—respondióelseñorNeave—.Noestoyseguro,lehevistoalascuatro,peroluegoyanolehevueltoaver.

—Habíadichoque…—empezóCharlotte.Pero en aquel instante, Ethel, que estaba pasando las páginas de una revista,

corriójuntoasumadreysearrodillóalladodelamecedora.—Mira, mira, ya lo he encontrado—exclamó—. Este era el que quería decir,

mamá.Amarilloconreflejosplateados.¿Notegusta?—Déjamever,guapa—dijoCharlottebuscandosusgafasdeconchadecareyy

poniéndoselas.Dioungolpecitoalapáginaconsusdeditosregordetesyfruncióloslabios—.¡Esdivino!—decidióuntantovagamente,mirandoaEthelporencimadelasgafas—.Peromegustaríamássincola.

—¿Sincola?—exhalóEtheltrágicamente—.¡Perosilacolaloestodo!—Avermamá,dejadmedecidir—intervinoMariónquitándoleburlonamente la

revistaasumadre—.Mamátienerazón—decidiótriunfalmente—.Concolaresultademasiadoexagerado.

El anciano señor Neave, olvidado por las mujeres, se hundió en el anchurosoasientodelbutacóny,adormilado,lasoyócomosisetratasedeunsueño.Nocabíalamenorduda,estabamuyagotado;habíaperdido facultades. InclusoCharlottey sushijasresultabandemasiadoparaélestanoche.Erandemasiado…,demasiado…Peroloúnicoquesucerebrosomnolientopodíapensarera:sondemasiadoricasparamí.Ydesdealgún lugarenel fondode todocontemplóaunancianitoajadoquesubía

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unasescalerasinterminables.¿Quiénpodíaser?—Estanochenovoyavestirmeparalacena—murmuró.—¿Quédicespapá?—¡Eh! ¿Qué? ¿Cómo? —preguntó el anciano señor Neave despertándose

sobresaltadoycontemplandolasaladeestar—.Estanochenovoyavestirmeparalacena—repitió.

—Pero,papá,estanochevienenLucileyHenryDavenport,ylaseñoradeTeddieWalker.

—Quedaríatotalmentefueradelugar.—¿Notesientesbien,querido?—Nonecesitashacerningúnesfuerzo.ParaesotienesaCharles.—Aunque si de verdad no te sientes con ánimos… —concluyó Charlotte

vagamente.—¡Deacuerdo!¡Deacuerdo!—dijoelseñorNeavelevantándoseyuniéndosea

aquel ancianito que subía unas escaleras interminables de momento sólo hasta supropiogabinete…

EljovenCharlesyaleestabaesperandoenél.Cuidadosamente,comosifueseelactomásimportantedelmundo,tomabaconunatoallalajarradelaguacaliente.Eljoven Charles había sido su favorito desde que había entrado a servir en la casasiendounmocosodemejillascoloradotasquecuidabadelaschimeneas.ElancianoseñorNeavesetendióenelcanapédemimbresituadojuntoalaventana,estirólaspiernas,ehizosuacostumbradochistedetodaslastardes:

—¡Yapuedesvestirle,Charles!YCharles,respirandointensamenteyfrunciendoelceño,seinclinóparaquitarle

elalfilerdelacorbata.¡Hum, hum! ¡Vaya, vaya! Allí, al lado de la ventana, era agradable, muy

agradable…, hacía una tarde muy templada. Abajo, en la pista de tenis, estabancortandoelcésped;podíaoírelsuaveronroneodelasegadora.Prontolasmuchachasreanudarían sus partidas de tenis. Y al pensarlo le pareció oír la voz de Marióngritando: «Buena para ti, compañero… Así se juega, parejita… Oh, muy bien,estupendo…»YluegoaCharlottellamandodesdelaterraza:«¿DóndeestáHarold?»YaEthel:«Loqueesporaquínolehemosvisto,mamá».YdenuevoaCharlotte:«Habíadichoque…»

ElancianoseñorNeavesuspiró,seincorporó,yllevándoseunamanoalabarba,tomóelpeinequeleentregabaCharlesysepeinócuidadosamentelabarba.Charlesledioelpañuelodoblado,elreloj,losanillos,lafundadelasgafas.

—Estábien,muchacho,gracias.—Lapuertasecerróyvolvióarecostarse,estabasolo…

Y ahora aquel ancianito se ponía a bajar unas interminables escaleras queconducían a un deslumbrante y alegre comedor. ¡Menudas piernas tenía! Parecíanpatasdearaña:delgadas,marchitas.

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«Permítamedecirle,señorNeave,quesonustedesunafamiliaideal.I-de-al».Pero,siaquelloeracierto,¿porquéCharlotteoalgunadesushijasnoleparaba?

¿Porquéseencontrabasolo,subiendoybajandoescaleras?¿DóndeestabaHarold?Ah,denadaservíaconfiarenHarold.Laviejaarañitacontinuababajandomásymásescaleras y luego, horrorizado, el señor Neave le vio deslizarse y abandonar elcomedor,salirhaciaelporche,porelsendero,hacialaverjadeloscarruajes,caminodelaoficina.¡Deténganle,deténganle,quealguienledetenga!

El anciano señorNeave sedespertó.Elgabinete estaba sumidoen laoscuridaddelocaso;laventanabrillabaconunlevefulgor.¿Cuántotiempohabíapermanecidodormido?Aguzóeloído,yatravésdelagranmansión,envueltaporlassombras,lellegaron voces lejanas y sonidos amortiguados. Tal vez, pensó vagamente, hubieradormidolargotiempo.Talvezlehubieranolvidado.¿Quéteníatodoaquelloqueverconél…,aquellacasa,Charlotte,laschicas,Harold…,quésabíadetodosellos?Eranextraños,forasteros.Lavidahabíapasadoporsuladosinquesehubiesedadocuenta.Charlottenoerasuesposa.¡Suesposa!

…Unporcheensombras,casiescondidoporunapasionariaquecolgabatriste,lastimera, como si pudiese comprender. Unos brazos pequeños, cálidos, le teníanabrazadoporelcuello.Unrostro,diminutoypálido,lemiraba,yunavozsusurraba:«Adiós,tesoro».

¡Tesoro!«¡Adiós, tesoro!»¿Cuálde losdoshabíahablado?¿Porqué sehabíandespedido? Había sido un tremendo error.Ella era su esposa, aquella muchachitapálida;elrestodesuvidahabíasidounsueño.

YentoncesseabriólapuertayCharles,deteniéndoseenelumbraliluminado,conlosbrazospegadosaloscostados,comounsoldadobisoño,anunció:

—¡Lacenaestáservida,señor!—Yavoy,yavoy—respondióelancianoseñorNeave.

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LADONCELLAYLASEÑORA

Lasonce.Llamanalapuerta.… Espero no haberlamolestado, señora. No estaría dormida, ¿verdad? Es que

acabodellevarleeltéalaseñora,yhabíasobradounatacitatanricaquehepensadoquequizá…

…No,enabsoluto,señora.Latazadetésiempreesloúltimodetodo.Selatomaencama,despuésdelasoraciones,paraentrarencalor.Pongolapaveraalfuegoencuantosearrodillaysiempreleadvierto:«Túnohacefaltaquetedesmuchaprisaendecirtusoraciones».Peroelaguasiemprerompeahervirantesdequelaseñorahayallegado a la mitad de sus rezos. Verá usted, señora, como que conocemos a tantagenteyhayquerezarpor todos,por todos, laseñora tieneun libritorojoenelqueanota la listade losnombrespor losque tieneque rezar. ¡Diosmío!,cuandovienealguiendevisitayluegolaseñoramedice:«Ellen,dameellibritorojo»,mepongofuriosa, lo juro. «Otro más», pienso, «que va a tenerla al pie de la cama haga eltiempoquehaga».Ynoquiere un cojín ni nada, señora; se arrodilla sobre la duraalfombra.Medaunosescalofríostremendosverlaasí,sobretodoconociéndolacomolaconozco.Algunasveceshe intentadohacerle trampa, tendiendoel edredónenelsuelo.Perolaprimeravezquelohice,¡uy!,memiródeunmodo…,unamiradadesanta,señora,desanta.«¿AcasoNuestroSeñorsearrodillóenunedredón,Ellen»,medijo. Pero yo, que entonces era más joven, me sentí inclinada a responder: «No,señora,peroNuestroSeñornoteníalaedaddeusted,ynosabíaloqueeratenerunlumbago como el suyo, señora».Respondona, ¿eh? Pero ella esdemasiado buena,señora.Ahoramismocuandolahearregladoylahevisto…,acostada,conlasmanosfuera y la cabeza sobre la almohada, tan hermosa, no he podido evitar pensar:«¡Ahoraestáigualitaquesuqueridamadrecuandolaamortajé!»

…Sí, señora, yo tuve que hacerlo todo. Sí, tenía una expresión dulcísima. Lapeinécongrandesprecauciones,yenlafrenteunosricitosprimorosos,yaunladitodelcuellolepuseunramilletedepensamientosdeunbellísimocolorpúrpura.¡Lospensamientosacabaronderedondearelcuadro,señora!Nolosolvidarénunca.Estanochecuandocontemplabaalaseñora,hepensado:«Siahoratuvieseunramilletedepensamientosnohabríaquiennotaseladiferencia».

…Sóloduranteelúltimoaño,señora.Sólodespuésdequequedaseunpoco…,bueno,digamosunpocodébil.Naturalmentenuncafuepeligrosa…,eraunaviejecitarealmenteencantadora.Loquelediofueque…,pensabaquehabíaperdidoalgo.Nopodía estarse quieta, no podía parar unmomento. Se pasaba el día arriba y abajo,arriba y abajo; te la encontrabas por todas partes: en las escaleras, en el porche,caminode lacocina.Yella levantaba lamirada,y tedecía,comosi fueseunniño:«Loheperdido, loheperdido».«Venga», ledecíayo.«Vengaque leprepararé lascartasparaelsolitario».Peromeagarrabade lamano—yoerasufavorita—ymesusurraba:«Búscamelo,Ellen,búscamelo».Triste,¿verdad?

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Las últimas palabras que pronunció, las dijomuy lentamente, y fueron: «Miraen…el…Miraen…»Ysemurió.

…No,no,señora,yonopuedodecirquemediesecuenta.Quizásalgunaschicas,sí.Pero,yave, sí, yono tengoanadie comono seaami señora.Mimadremuriótísicacuandoyoteníacuatroaños,yyovivíconmiabueloqueteníaunapeluquería.Mepasabaeldíadebajodeunamesapeinandoamimuñeca,supongoquecopiabaloquehacíanlospeluqueros.Siemprefueronmuysimpáticosconmigo.Mepreparabanpequeñaspelucas,detodoscolores,yalaúltimamoda.Yallímesentabatodoeldía,másquietaqueunmuerto,lasdientasnuncaseenteraban.Sólodevezencuandomeatrevíaamirarpordebajodelmantel.

…Perounbuendíamehice conuna tijera y, créalo o no, señora,me corté elpelo;melocortéatrocitos,quedépeladacomounmono.¡Miabuelosepusofurioso!Agarró las tenacillas, parece que le esté viendo ahora, me cogió una mano y mepellizcólosdedosconellas.«¡Asíaprenderás!»,dijo.Mehizounabuenaquemada.Todavíasemenota.

…Bueno, comprende, señora, él estaba tan orgulloso demi pelo. Siempremesentaba sobre el mostrador, antes de que llegasen las dientas, y me hacía algúnpeinadodefantasía—congrandesysuavesrizosyonduladoporarriba—.Recuerdoquelosayudantessereuníanparamirarle,yyomeestabamuyquietecitayseriaconelpeniquequeelabuelomedabaparaquenomemoviesemientrasmepeinaba…Aunque luego siempre se volvía a guardar el penique. ¡Pobre abuelo! Furioso, sepusofurioso,alvercómomehabíadejadoelpelo.Peroaquellavezlogróasustarme.¿Sabeusted lo quehice, señora?Me escapé.Sí,me escapé, doblé varias esquinas,entréysalí,peronosésifuimuylejos.Diosmío,debíasertodounespectáculo,conla mano envuelta en el delantalito y los pelos de punta. Supongo que la gente seecharíaareíralverme…

…No,señora,elabuelonuncameloperdonó.Nopodíavermenienpintura.Eraincapaz de cenar si yo estaba delante.Demodoqueme recogiómi tía.Mi tía erainválidayhacíadetapicera.¡Diminuta!Cuandoqueríacortarelrespaldodelossofásseteníaqueponerdepiesobreelasiento.Yolaayudabayasífuecomoconocíamiseñora…

…No,notanto,señora.Yoyateníatreceaños,cumplidos,ynorecuerdoquemesintiese,bueno,quemesintieseunaniña,digamos.Yateníaununiforme,yalgunascosasmás.Miseñoramehizollevarcuellosdurosypuñosdesdeelprimermomento.¡Ah,sí…unavezlohice!¡Fue…muydivertido!Sucedióasí.Miseñorateníasusdossobrinitasconella—poraquelentoncesestábamosenSheldon—yhabíaunaferiaenelparque.

…«Oye,Ellen»,medijo,«quieroquellevesaestasdosseñoritasaquedenunavuelta en losborriquillos».Ypara allí fuimos; eranun encantodeniñas; llevaba acada una cogida de una mano. Pero cuando llegamos a los borriquillos erandemasiadotímidasparamontarenellos.Demodoquenosquedamosmirando.¡Eran

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unosanimalitospreciosos!Eralaprimeravezqueyoveíaborricosquenotirasendeun carro —borricos de diversión, digamos—. Eran de un color gris plateadomaravilloso,consillitasrojasyriendasazulesycascabelestintineantesenlasorejas.Yhabíamuchachasbastantemayores—inclusomayoresqueyo—quesemontabanenellos,siempretanalegres.No,noeranadavulgar,noesesoloquequierodecir,señora,sencillamentesedivertían.Ynoséquésería,quizáselmodocomomovíanlas patitas, y los ojos —tan simpáticos— y aquellas blandas orejitas, ¡nada mehubiesegustadotantocomodarunpaseoenunodeaquellosborriquillos!

… No, claro, no podía. Tenía a las dos señoritas conmigo. ¿Y qué hubieraparecidoyosubidaallávestidaconmiuniforme?Peroel restodeldíanohicemásquepensarenlosborriquillos,losteníametidosenlamollera.Ymeparecióquesinoselocontabaaalguienexplotaría;peronoteníaaquiéncontárselo.Perocuandomefuiaacostar,comodormíaenlahabitacióndelaseñoraJames,queentonceseralacocinera de la casa, en cuanto apagó la luz, allí estaban todos, mis borriquillos,cascabeleando, con aquellas preciosas patitas y sus ojillos tristes…Bueno, señora,aunqueparezcamentiraestuveesperandomuchísimoratohaciendoverquedormíayluego,depronto,mesentéenlacamaygritécontodasmisfuerzas:«¡Quierosubirenlosborriquillos!¡Quieroiradarunpaseoenlosborriquillos!»¿Entiende?Teníaquedecirlo,ypenséquesicreíanqueestabasoñandonose reiríandemí.Astuta,¿eh?Soncosasqueselesocurrenalascriaturas…

…No,señora,ahoranunca.Naturalmentehubounaépocaenquesílopensaba.PeroDiosnolohaqueridoasí.Eraunmuchachoqueteníaunatiendecilladefloresunpocomásabajo,enlamismacalleendondeyovivía.Divertido,¿noleparece?Ycon lo que amíme gustan las flores. En aquella época pasábamosmucho tiempojuntos,yyomepasabaeldíaentrandoysaliendodelafloristería.YHarryyyo(sellamabaHarry)empezamosapelearnossobrecómosedebíanarreglarlascosas,yasífuecomoempezótodo.¡Flores!Pareceincreíble,señora,lasfloresquemetraía.Másde una vez me trajo lirios silvestres, y no lo digo por exagerar. Claro, íbamos acasarnosypensábamosvivirencimadelafloristeria,ytodoibaaseguirmuybien,yyomeibaacuidardearreglarelescaparate…¡Oh,cuántasveceshearregladoaquelescaparatelossábados!Nodeverdad,naturalmente,señora,sóloensueños,digamos.LohearregladoparaNavidad,conunletreritohechodeaceboytodo,yenPascuahepuesto los lirios con una preciosa estrella de narcisos en medio. Y he colgado…,bueno,bastayadeeste tema.Llegóeldíaenque ibaavenir abuscarmepara ir aelegirlosmuebles.Nuncapodréolvidarlo.Eraunmartes.Aquellatardemiseñoranoseencontrabamuybien.Aunquenaturalmentenohabíadichonada;nuncahace,nihará, ningún comentario. Pero yo lo adiviné por el modo como se abrigaba ymepreguntaba si hacía frío…, y su naricilla parecía…, un poco respingona. No megustabatenerquedejarla;sabíaquetodoelratoandaríapreocupadaporella.Porfinlepregunté sipreferíaque lodejaseparaotrodía.«Oh,no,Ellen», respondió,«nodebesdesilusionara tupretendiente,no tepreocupespormí».Y lodijo tanalegre,

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sabeusted,señora,sinpensarnuncaenellamisma,quemehizosentirtodavíapeor.Yempecéapreguntarme…,yentoncesselecayóelpañueloyempezóaagacharsepararecogerlo,cosaquenohabíahechonunca.«Pero¿quéestáhaciendo,señora?»,exclamé yo corriendo a detenerla. «Bueno», añadió ella, sonriendo, fíjese bien,sonriendo,señora,«tengoqueempezaraacostumbrarme».Ynopudehacernadaporcontenerlaslágrimas.Fuihaciaeltocadorehiceverquelimpiabalaplata,peroyanomepudecontener,y lepregunté sipreferíaque…,quenomecasase.«No,Ellen»,respondióella,conestamismavoz,talcomoselaimitoahoraausted,señora,«No,Ellen,¡pornadadelmundo!»Peromientraslodecía,señora,yolaveíaensuespejo;y claro, ella no sabía que yo la estaba viendo, se llevó la manecita al corazónexactamentecomohacíasudifuntamadre,ylevantólosojosalcielo…¡Oh,señora!

Cuando Harry llegó ya había empaquetado todas sus cartas, y el anillo y unbrochecitoqueeraunaricuraquemehabíaregalado…,unpajaritodeplataera,conunacadenita en el pico,y al extremode la cadenita el corazónatravesadoporunaflecha. ¡Lindísimo! Yo misma le abrí la puerta. No le di tiempo a decir una solapalabra.«Toma»,dije,«aquí lo tienes todo;seha terminado.Nomecasocontigo»,dije.«Nopuedodejaramiseñora».¡Lívido!Sequedómásblancoqueunamujer.Ytuvequecerrarlapuertadeunportazo,ymequedéallí,temblando,hastaqueconocíquesehabíaido.Ycuandoabrílapuerta,seloprometoyselojuro,señora,¡yanoestabaallí!Salícorriendoa lacalle talcomoiba,coneldelantaly laszapatillasdeandarporcasa,ymequedéparadaenmediode lacalle…buscándole.Lagentesedebióecharareíralverme…

…¡Diossanto!¿Quéeseso?¡Lascampanadasdelreloj!Uy,yyoaquísindejarleausteddormir.Oh,señora,medeberíahaberhechocallar…¿Quierequeletapebienlos pies? Siempre se los arropo ami señora así, todas las noches.Y ellame dice:«Buenasnoches,Ellen.Queduermasbieny ¡tedespiertes temprano!»Ynoséquéseríademísialgúndíanomelodijese.

… Cielo santísimo, a veces pienso…, no sé qué sería de mí si algún día leocurriese…Perovaya,tampocosirvedenadadarlevueltas,¿nocreeusted,señora?Pensandonosesolucionanada.Ynoesquepiensemuyamenudo.Ycuandolohagosiempreprocurórefrenarme:«Vamos,Ellen.Otravezdándolevueltasalomismo…¡Noseastonta!¡Cómosinopudiesesencontrarnadamejorquehacerqueponerteadarvueltasalascosas…!»

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Narradoraneozelandesaquecultivólanovelacortayelcuentobreve,convirtiéndoseen una de las autoras más representativas del género. A pesar de pertenecercronológicamentealgrupoconstituidoporJ.Joyce,D.H.Lawrence,E.M.FosteryV.Woolf,quienesliquidaronelconformismovictorianosobrelaspautastrazadasporel Lord Jim de J. Conrad, Mansfield representa un caso aparte en la literaturaanglosajona de la época, pues como el rusoA. Chéjov supo captar la sutileza delcomportamientohumano.

Pasó la mayor parte de su infancia en Yarori, pequeña ciudad situada no lejos deWellington,yaloscatorceañosfueenviadaaInglaterra,dondefrecuentóelQueen’sCollege de Londres. Luego volvió, en 1906, a Nueva Zelanda. Ya cuando niñaempezóamanifestaruntalentovivoylaconcienciadeunalibertadmoralquehabíandeimprimirensuobranarrativaelsellodeunaprofundaoriginalidad.

Despuésdehaberpermanecidoenelhogardurantedosaños,obtuvodesupadreunamodesta asignación que le permitió residir de nuevo en Londres, siquierapobremente.En1909contrajomatrimonioconGeorgeBowden,dequienmuyprontose divorciaría, y dos años más tarde publicó su primer libro de narraciones, In aGerman Pension (1911), revelador de una personalidad compleja y de difícildefinición,asícomodeunestilooriginalenelqueseadviertenacusadasinfluenciasdeChejov.

Lassucesivascoleccionesdecuentos,Felicidad(1921),Garden-Party(1922),Lacasade muñecas (1922) y El nido de palomas y otros cuentos (1923), la impusieron

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rápidamente a la atención de la crítica y del público como uno de los mayorestalentos narrativos de la época. En 1918 se unió al célebre crítico inglés JohnMiddleton Murry, que escribiría una de sus más cariñosas biografías (1949); sinembargo, este vínculo resultó asimismo tempestuoso, y conoció frecuentes yprolongadasseparaciones.

JuntoaJohnpermanecióMansfieldhastaelfinalenFrancia,dondesunombrellegóprontoaserfamosoenloscírculosliterarios,sobretodoporsuamistadconF.Careo;y bajo el sol meridional buscó remedio a la tuberculosis, que, no obstante, a lostreintaycincoaños,enelapogeodelamadurezartística,truncaríasuexistencia.

Sehadichoque,comoocurrióconKeats,lasutildolenciapuedeconsiderarseunadelasrazonesdesuparticularvisióndelmundo,dominadaporunasensibilidadfinísimaquelainclinaaentregarsecontodassusfuerzasalinstantepresente,quelaescritoraanalizaconunavigilanciayunaseguridadextremadas.EllodioasuDiario(1933)yasuscartas(TheLettersofK.M.,1934),textospublicadospóstumos,ytambiénasupoesía y a su obra narrativa, el carácter singular fruto de una compleja einteresantísimapersonalidaddemujeryescritora.

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