complilación mujeres campesinas

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Las mujeres, sin tierra, alimentan al mundo Ma. Ángeles Fernández http://www.leisa-al.org/web/noticias/1000-las-mujeres-sin-tierra- alimentan-al-mundo.html 27 de enero de 2014 | La soberanía alimentaria, el derecho de los pueblos a decidir el propio sistema de alimentación y producción, emerge desde el cuidado ancestral de las mujeres por las semillas. Sin acceso al crédito o a la titularidad de los terrenos, alimentan al 70 por ciento de la población del Sur, mientras las transnacionales luchan por controlar el negocio. ‘Tembi’u rape’ es el programa de la televisión guaraní que muestra los ‘caminos de la cocina’ paraguaya. Conduce a la audiencia hacia unas formas de alimentación tradicionales cada vez más olvidadas. Enclavado en el corazón de América del Sur, entre potencias como Argentina y Brasil que han controlado su economía y por ende su producción y su alimentación, a través de la soja y la ganadería,Paraguay es un claro ejemplo de cómo el modelo productivo puede transformar el paradigma económico, ideológico y social de un Estado. “Las estadísticas muestran que apenas el 2 por ciento de la tierraestá en manos de campesinos, campesinas y comunidades indígenas. El resto está controlado por empresas del agronegocio o por grandes terratenientes que se dedican a la producción ganadera y de soja, o a algún tipo de grano que se rige bajo el mismo modelo: producción a gran escala, con semilla transgénica, con introducción de tecnología mecánica y uso intensivo de agrotóxicos. Todo ello trae aparejado la deforestación masiva de grandes extensiones de terreno, deterioro del medio ambiente, del suelo, desplazamiento forzoso de las comunidades. Y las que llevan la peor parte son las mujeres”, resume, como si fuera sencillo, la presentadora de ‘Tembiù Rape’ e integrante de la Coordinadora Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (Conamuri), Perla Álvarez.

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Las mujeres, sin tierra, alimentan al mundoMa. Ángeles Fernández

http://www.leisa-al.org/web/noticias/1000-las-mujeres-sin-tierra-alimentan-al-mundo.html

27 de enero de 2014 | La soberanía alimentaria, el derecho de los pueblos a decidir el propio

sistema de alimentación y producción, emerge desde el cuidado ancestral de las mujeres por las

semillas. Sin acceso al crédito o a la titularidad de los terrenos, alimentan al 70 por ciento de la

población del Sur, mientras las transnacionales luchan por controlar el negocio.

‘Tembi’u rape’ es el programa de la televisión

guaraní que muestra los ‘caminos de la

cocina’ paraguaya. Conduce a la audiencia

hacia unas formas de alimentación

tradicionales cada vez más olvidadas.

Enclavado en el corazón de América del Sur,

entre potencias como Argentina y Brasil que

han controlado su economía y por ende su

producción y su alimentación, a través de la

soja y la ganadería,Paraguay es un claro

ejemplo de cómo el modelo productivo puede transformar el paradigma económico, ideológico y

social de un Estado.

“Las estadísticas muestran que apenas el 2 por ciento de la tierraestá en manos de campesinos,

campesinas y comunidades indígenas. El resto está controlado por empresas del agronegocio o

por grandes terratenientes que se dedican a la producción ganadera y de soja, o a algún tipo de

grano que se rige bajo el mismo modelo: producción a gran escala, con semilla transgénica, con

introducción de tecnología mecánica y uso intensivo de agrotóxicos. Todo ello trae aparejado la

deforestación masiva de grandes extensiones de terreno, deterioro del medio ambiente, del suelo,

desplazamiento forzoso de las comunidades. Y las que llevan la peor parte son las mujeres”,

resume, como si fuera sencillo, la presentadora de ‘Tembiù Rape’ e integrante de la Coordinadora

Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (Conamuri), Perla Álvarez.

Entre el 3 y el 20 por ciento de las personas propietarias de tierras son mujeres

‘Teko karu sâ’ÿ’. Así se dice en guaraní, lengua oficial de Paraguay hablada mayoritariamente en

las zonas rurales, ‘soberanía alimentaria’, un concepto transversal en ‘Tembi’u rape’, que reivindica

el papel de las campesinas y campesinos locales en la alimentación. “El tema está politizado y las

decisiones se toman en el ámbito del Estado, a pesar de que que es una cuestión cotidiana para

las mujeres, que siempre han sido las encargadas de la alimentación”, añade Álvarez.

La noción de soberanía alimentaria fue introducida por La Vía Campesina, un movimiento social

que enhebra las luchas sociales del campesinado de gran cantidad de países. “Nos une el rechazo

a las condiciones económicas y políticas que destruyen nuestras formas de sustento, nuestras

comunidades, nuestras culturas y nuestro ambiente natural. Estamos llamados a crear una

economía rural basada en el respeto a nosotros mismos y a la tierra, sobre la base de la soberanía

alimentaria, y de un comercio justo”, expusieron en 1996 en México, durante su segunda

conferencia internacional, cuando se habló por primera vez de este concepto.

No poseen la propiedad de la tierra, pero sí son las mujeres quienes la trabajan mayoritariamente.

En el Sur, la FAO reconoce que el 70 por ciento de la producción alimenticia es aportada por las

mujeres. Un dato que se convierte en escalofriante si se tiene en cuenta que son más del 60 por

ciento de ellas las que sufren hambre en el mundo. Sin olvidar que en algunos países la tradición

dicta que coman las últimas o que durante una crisis son generalmente las primeras en sacrificar

su consumo de alimentos con el fin de proteger la alimentación de sus familias. Las mujeres

tampoco tienen acceso al crédito agrícola, donde el porcentaje que las arropa no llega al 10 por

ciento. Ellas cultivan y producen, mientras que las transacciones económicas están en manos

masculinas. También la toma de decisiones.

La situación por países presenta matices, pero siempre con tonos de desigualdad y discriminación.

“En Honduras hay dos millones de mujeres campesinas: 1,3 viven en pobreza y un 86 por ciento no

tiene acceso a tierra. Están violentando el derecho de las mujeres a tener una vida digna, a seguir

aportando al desarrollo y a garantizar la alimentación del pueblo”, subraya Wendy Cruz. “Cuidamos

gallinas, plantas, personas… todo ese trabajo está invisibilizado y no remunerado”, añade.

El consumo también es un acto político íntimamente ligado a la soberanía alimentaria

‘Jaguerujey ñane retã rembi’u reko’ o lo que es lo mismo: “Recupera la cultura alimentaria de

nuestro país”. La activista Perla Álvarez retrata a Paraguay, un país en el que el agronegocio y los

transgénicos son el motor de la economía y donde sólo el 1,6 por ciento de los propietarios se

reparten el 80 por ciento de la tierra agrícola y ganadera, según datos de Intermón Oxfam. “Las

mujeres indígenas son las que llevan adelante la resistencia para mantener el territorio porque

muchos de los líderes son comprados por los ganaderos o por los sojeros. Ellos alquilan la tierra

pero las que llevan la peor parte son las mujeres, quienes saben qué valor y qué importancia tienen

los territorios para la alimentación, pero también para la cultura, para la comunidad y para

mantenerse como pueblo”.

En un contexto en que la producción de alimentos está cada vez en menos manos, es objeto de

especulación económica y no entiende de mandiles ni de aliños, la voz de las mujeres es

imprescindible porque la soberanía alimentaria “es anticapitalista y antipatriarcal”, sostiene Leticia

Urretabizkaia, coautora del libro Las mujeres baserritarras: análisis y perspectivas de futuro desde

la Soberanía Alimentaria, junto con Isabel de Gonzalo. “El asunto de la alimentación muchas veces

ha pretendido ser un tema de decisiones masculinas, tanto en las familias como en las

organizaciones, porque quienes van a negociar con el Gobierno suelen ser los hombres”, añade

por su parte Perla Álvarez.

Desde hace años, la tierra, y sus productos, son objeto de deseo de las grandes transnacionales y

de los mercados financieros. “El capitalista neoliberal, siguiendo su lógica de acumulación,

explotación y depredación, ha colocado la producción de alimentos en manos del mercado

internacional, alejándola cada vez más de las necesidades e intereses de las personas y de

prácticas sustentables de producción”, explica la técnica de Cooperación del eje de Género y

Feminismo de Mundubat, Isabel de Gonzalo.

Los grupos de consumo como reto

‘Recuperamos tembi´u apoukapy kuera’. ‘Recuperamos recetas’. Perla Álvarez trata de mostrar las

maneras tradicionales de la alimentación, explicar la importancia del consumo como un elemento

emancipador. Somos lo que comemos. También cómo lo comemos. Lo hace en Paraguay, dónde

el 25,5 por ciento de la población está malnutrida, mientras que los sectores de la agricultura y

ganadería suponen el 28 por ciento del PIB.

El consumo también es un acto político íntimamente ligado a la soberanía alimentaria. En una

sociedad en la que la identidad está cada vez más unida a los conceptos de ‘compra’ y de ‘gasto’ la

transformación social no debe obviar esta parcela de la vida. Avanzar hacia la soberanía

alimentaria es también hacerlo hacia los circuitos cortos de alimentación o grupos de consumo,

“otra forma de llevar a la práctica la máxima de la economía feminista de poner la vida en el

centro”, en palabras de la activista del grupo de decrecimiento Desazkundea Kristina Sáez.

El camino de los circuitos cortos de comercialización aún es largo. “Actualmente nos encontramos

en la fase en que los grupos de consumo se están dando cuenta y empezando a reconocer la

ausencia de la perspectiva de género”, apunta Urretabizkaia, quien trabaja en el diagnóstico para

una cooperativa de producción y consumo de productos lácteos. Son muchos los colectivos que

trabajan al respecto.

Nekasare es un grupo de consumo que nació en 2005 del sindicato ENHE-Bizkaia. Por aquel

entonces la crisis económica era una pesadilla impensable y el porcentaje de mujeres rondaba el

70 por ciento de las personas productoras adscritas. La situación cambió totalmente con el

aumento del desempleo: “Cuando la pareja se queda sin trabajo en la industria y la agricultura es la

principal actividad económica se produce un absoluto desplazamiento de las mujeres”, explica Isa

Álvarez, técnica de ENHE-Bizkaia y coordinadora de la red Nekasare. Hubo un cambio de roles y

gran parte de las mujeres cedieron su espacio en lo público a sus parejas. Hoy, de 80 personas

productoras, sólo 35 son mujeres.

Cuando la agricultura se convierte en el principal sustento económico ante la falta de otros

ingresos, las mujeres son desplazadas, al menos del ámbito público. En el Norte y el Sur la

invisibilización del trabajo de las mujeres en el campo es notoria, aunque sobre ellas recaiga la

responsabilidad de alimentar al mundo, sin tierras, sin maquinaria y sin crédito. “Si hablamos de

alimentación hablamos de la vida”, finaliza Perla Álvarez. Y de las mujeres. ‘Ha mba’e hembireko

kuera’.

Fuente: Ecoportal.net, PIKARA Magazine

Publicado el 23/01/2014

http://aliadasporlasoberania.blogspot.mx/

(varios textos)

A-liadas por la Soberanía Alimentaria es un grupo constituido por organizaciones y personas comprometidas e implicadas en los movimientos en defensa del derecho de los pueblos a la Soberanía Alimentaria. Orientamos nuestros valores, propuestas, acciones y reivindicaciones desde los principios del feminismo anticapitalista, en pos de apoyar la construcción de alternativas a la actual globalización agroalimentaria, capitalista y patriarcal. Desde Andalucía, queremos participar en los procesos de cambio y transformación social que conduzcan hacia una sociedad más justa, democrática, igualitaria y sostenible, a escala global y local.

http://www.nyeleni.org/spip.php?article305

Nyéléni 2007

Declaración de las mujeres por la Soberanía Alimentaria

Nosotras, mujeres provenientes de más de 86 países, de múltiples pueblos autóctonos, de África, de América, de Europa, de Asia, de Oceanía y de distintos sectores y movimientos sociales, nos hemos reunido en Selingué (Malí) en el marco de Nyeleni 2007 para participar en la construcción de un nuevo derecho: el derecho a la soberanía alimentaria. Reafirmamos nuestra voluntad de intervenir para cambiar el mundo capitalista y patriarcal que prioriza los intereses del mercado antes que el derecho de las personas.

Las mujeres, creadoras históricas de conocimientos en agricultura y en alimentación, que continúan produciendo hasta el 80% de los alimentos en los países más pobres y que actualmente son las principales guardianas de la biodiversidad y de las semillas de cultivo, son las más afectadas por las políticas neoliberales y sexistas.

Sufrimos las consecuencias dramáticas de tales políticas: pobreza, acceso insuficiente a los recursos, patentes sobre organismos vivos, éxodo rural y migración forzada, guerras y todas las formas de violencia física y sexual. Los monocultivos, entre ellos, los empleados para los agro-combustibles, así como la utilización masiva de productos químicos y de

organismos genéticamente modificados tienen efectos negativos sobre el ambiente y sobre la salud humana, en especial, sobre la salud de la reproducción.

El modelo industrial y las transnacionales amenazan la existencia de la agricultura campesina, de la pesca artesanal, de la economía pastoril, y también de la elaboración artesanal y del comercio de alimentos en pequeña escala en zonas urbanas y rurales, sectores donde las mujeres juegan un rol importante.

Deseamos que la alimentación y la agricultura se excluyan de la OMC y de los acuerdos de libre comercio. Es más, rechazamos las instituciones capitalistas y patriarcales que conciben los alimentos, el agua, la tierra, el saber de los pueblos y el cuerpo de las mujeres como simples mercancías.

Al identificar nuestra lucha con la lucha por la igualdad entre los sexos, ya no queremos soportar la opresión de las sociedades tradicionales, ni de las sociedades modernas, ni del mercado. Nos aferramos a esta oportunidad de dejar detrás de nosotras todos los prejuicios sexistas y avanzar hacia una nueva visión del mundo, construida sobre los principios de respeto, de igualdad, de justicia, de solidaridad, de paz y de libertad.

Estamos movilizadas. Luchamos por el acceso a la tierra, a los territorios, al agua y a las semillas. Luchamos por el acceso al financiamiento y al equipamiento agrícola. Luchamos por buenas condiciones de trabajo. Luchamos por el acceso a la formación y a la información. Luchamos por nuestra autonomía y por el derecho a decidir por nosotras mismas, y también a participar plenamente en las instancias de toma de decisiones.

Bajo la mirada vigilante de Nyeleni, mujer de África que ha desafiado las reglas discriminatorias, que ha sobresalido por su creatividad y sus rendimientos en materia agrícola, encontraremos la energía para llevar adelante el derecho a la soberanía alimentaria, portador de la esperanza de construir otro mundo, obteniendo esta energía de nuestra solidaridad. Llevaremos este mensaje a las mujeres de todo el mundo.

Nyeleni, 27 de febrero de 2007

Traducción Francés-Español: Susana Cohen, Argentina

http://esthervivas.com/2012/03/06/mujer-y-soberania-alimentaria/

(video)

http://conlaa.org/numero.13/index.php?option=com_content&view=article&id=47&Itemid=70

LAS MUJERES CONSTRUIMOS LA SOBERANÍA ALIMENTARIA

BELÉN VERDUGO MARTIN. La Soberanía Alimentaria es el derecho de la población a decidir sobre la producción y el consumo de alimentos con unos criterios de dignidad

Soy una mujer rural, productora de alimentos ecológicos, titular de una pequeña granja familiar, junto a mi compañero y nuestro hijo, pionera en Agroecología.

De una forma diversificada obtenemos cereales, legumbres y uva, y los transformamos de forma artesanal para su consumo, pasta, mosto, lentejas o garbanzos, entre otros, los que son posibles con la tierra, el clima y los recursos de que disponemos.

“La Agricultura es Alimentación”. Con ese lema se desarrolló la última Asamblea de COAG, en marzo de 2012. Como mujer y profesional comparto este análisis: sufrimos un modelo productivo dominante, basado en la explotación de los recursos naturales y de la mano de obra. Este modelo neoliberal y patriarcal es el responsable de que más de mil millones de personas estén pasando hambre.

El mundo y la forma de vida campesina son aniquiladas por parte del modelo de globalización, que ha creado la crisis alimentaria. Como en las demás crisis, existe una complicidad de las políticas y las personas que gobiernan en una economía que controla los mercados. Lo que está en peligro es la pérdida de un derecho humano básico: la alimentación.

La alternativa por la que luchamos es la Soberanía Alimentaria. El derecho de la población a decidir sobre la producción y el consumo de alimentos con unos criterios de dignidad.

Dentro de este modelo de Democracia Alimentaria, existe una ética, que incluye la Igualdad de Género y los derechos de las mujeres. Se trata de visibilizar y dar valor a los aportes de las mujeres rurales y campesinas, reconocer la situación de discriminación en la que se encuentran y optar por unas estructuras de empoderamiento equitativas.

Las mujeres de la Vía Campesina, donde participa CERES, hemos lanzado una campaña por el fin de la Violencia hacia las mujeres en el medio rural. Estamos denunciando no sólo el machismo de la violencia física, sino también la exclusión de los espacios de decisión, y otros tipos de violencia, la psicológica, sexual y reproductiva, que nos impiden decidir libremente sobre nuestros cuerpos. En el plano laboral, la falta de derechos como campesinas y de autonomía económica, son otro tipo de violencia.

CERES ha estado a la cabeza de una reivindicación histórica en el estado español: la Titularidad Compartida, que finalmente conseguimos que tuviera rango de Ley Orgánica. A día de hoy, es un reto conseguir que se cumpla y traiga el reconocimiento social e ingresos en igualdad para las mujeres que trabajan junto a sus parejas. Y, en paralelo, acabar con la discriminación de género que se hace desde la Política Agraria Comunitaria (la PAC) y en las políticas de Desarrollo Rural.

Nosotras no nos rendimos. Vamos a seguir produciendo alimentos para la sociedad y creando estructuras de venta locales, cercanas a la población consumidora, pues  también lo somos las campesinas. Es una rebelión con “armas comestibles” que tienen aromas, color y sabor a campo.

El modelo de producción dominante se ha rodeado de mecanización y ha expulsado a las personas. Ha convertido lo que siempre ha sido un diálogo, entre la tierra y las personas que la cuidan y trabajan, en un ensordecedor ruido de motores, palancas y mandos de control.

La mecanización pensamos que tiene una función necesaria para ayudar en las labores del campo, pero también se puede convertir en la mayor enemiga de la Naturaleza, que sigue siendo “la líder en tecnología punta”. Hay un componente muy agresivo y “machista” en la maquinaria y en los productos agroquímicos que se utilizan dentro del modelo agroindustrial, en los monocultivos y en los tratamientos, que dañan la salud de la tierra y de las personas.

En la fase actual, nos resistimos a que el “agronegocio” imponga la llamada “revolución verde” para ganar dinero. La tecnología está de su parte, contaminando con los transgénicos (organismos modificados genéticamente) en contra de la necesaria Biodiversidad.

Las gafas “moradas” nos han permitido observar que hay un componente de género en todo el proceso. Es posible observar que las mujeres vibramos muy cercanas a los ritmos de la Naturaleza. Un aspecto biológico que no nos impide ver que hay un reparto sexual de los trabajos: los hombres están al mando de la maquinaria y “producción para el mercado”, y las mujeres en los cuidados, la parte reproductiva y las labores menos valoradas en la economía “oficial”.

Gracias a la investigación feminista, hemos cogido el tren de la deconstrucción del modelo. Estamos rompiendo los moldes de los estereotipos y llevando el discurso a todos los espacios, para hacer visibles y escuchadas las bases de la verdadera economía, la del “buen vivir”, donde están las personas y lo que nos convierte en parte del mundo civilizado y respetuoso con el medio natural.

En este microcosmos entran las pequeñas producciones diversificadas, en manos de mujeres la mayoría, con la transformación artesanal a pequeña escala de los alimentos y productos de primera necesidad, con los animales que comparten nuestros destinos y nos acompañan en esta andadura hacia el desarrollo de “nuestro ser” en el mundo.

Estamos aprendiendo de otras mujeres, científicas, activistas o maternales. Estamos acercando la experiencia de teorías como el Ecofeminismo Crítico, y conceptos como la Ecojusticia.

Desde la conciencia y el activismo feminista, las campesinas defendemos nuestro papel de responsables de la alimentación en todo el Planeta. Una alimentación sostenible, cercana a la autosuficiencia, que transmita con sensibilidad los conocimientos para vivir en el medio, aprovechando mejor la energía y los remedios para la salud y los cuidados naturales.

Otro mundo es posible, y nosotras lo estamos impulsando con pasión, como diminutas semillas en nuestros territorios, con la información necesaria para multiplicarse y crear una identidad propia, para intercambiar libremente los saberes y con mucha generosidad.

Las mujeres con derechos y soberanía alimentaria son el futuro.

  REFERENCIA CURRICULARBelén Verdugo Martín es campesina Ecológica en Piñel de Abajo, provincia de Valladolid, desde hace más de 22 años. Actualmente, es Responsable Estatal del Área de las Mujeres de

Este modelo neoliberal y patriarcal es el responsable de

que más de mil millones personas estén pasando hambre

COAG, Presidenta de CERES, Confederación de Mujeres Rurales, y miembra de COMPI (Coordinadora de Organizaciones de Mujeres por la Participación y la Igualdad).Desde 2010, forma parte del Comité Editorial de la Revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas. Ha participado en Encuentros de Mujeres Campesinas en Europa, en Foros Sociales, así como en varios Congresos Internacionales de Mujeres de Agricultura biodinámica. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICASPULEO, Alicia. Ecofeminismo para otro mundo posible. Ediciones Cátedra, 2011VERDUGO, Belén: Evaluación de las Políticas de Igualdad en el periodo 2007-2010. Elecciones 2011, Igualdad y Participación de las Asociaciones de mujeres, febrero de 2011. COMPI, coordinadora de Organizaciones de Mujeres por la Participación y la Igualdad. Museo Nacional Reina Sofía. MadridVERDUGO, Belén: “Semillas de esperanza. Hablando en femenino”. En, Revista Desarrollo Rural y Sostenible. Ministerio de Medio Ambiente Rural y Marino, marzo 2010. Disponible online:[http://www.magrama.gob.es/ministerio/pags/biblioteca/revistas/pdf_DRS/DRS_4_18_19.pdf]VERDUGO, Belén: De lo local a lo internacional. Las mujeres y la soberanía alimentaria. Mujeres y naturaleza, de la reificación a un nuevo imaginario ético-político. Máster en Igualdad de Género en Ciencias Humanas, Sociales y Jurídicas, UIMP, 2009.

Varios http://periodismohumano.com/temas/soberania-alimentaria http://www.soberaniaalimentaria.info/

http://www.iade.org.ar/modules/noticias/article.php?storyid=1371

Las mujeres y la Soberanía Alimentaría 

Publicado el 2/3/2007 15:00:00 (2107 Lecturas)

La soberanía alimentaria, se plantea no sólo como una alternativa para los graves problemas que afectan a la alimentación mundial y a la agricultura, sino como una propuesta de futuro sustentada en principios de humanidad, tales como los de autonomía y autodeterminación de los pueblos. Se trata más bien de un principio, de una ética de vida, de una manera de ver el mundo y construirlo sobre bases de justicia e igualdad. Para las mujeres campesinas la soberanía alimentaria es consubstancial a su propia existencia y definición social, pues su universo ha sido históricamente construido, en

gran parte, en torno al proceso creativo de la producción alimentaria. 

Autor: Irene León

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.12 Mitos sobre el hambre

600 delegados/as, provenientes de los cinco continentes y representantes de los sectores de la sociedad interesados por las cuestiones agrícolas y alimentarias concurrirán al Foro Mundial por la Soberanía Alimentaria "Nyéléni 2007", que se desarrollará en la aldea de Sélingué, Malí,

del 23 al 27 de febrero de 2007. El día anterior, las mujeres participantes efectuarán un evento propio para debatir sobre el desarrollo de los conocimientos en la producción alimenticia -especialmente en agricultura y semillas- y la interrelación entre los derechos de las mujeres y la soberanía alimentaria. Habrá también, demostraciones prácticas e intercambios de conocimientos.

"La soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos a definir sus propias políticas de agricultura y alimentación, a proteger y regular su producción y el comercio agrícola interior para lograr sus objetivos de desarrollo sostenible, a decidir en que medida quieren ser autónomos y a limitar el dumping de productos en sus mercados".

La soberanía alimentaria, acuñado por la Vía Campesina, se plantea no sólo como una alternativa para los graves problemas que afectan a la alimentación mundial y a la agricultura, sino como una propuesta de futuro sustentada en principios de humanidad, tales como los de autonomía y autodeterminación de los pueblos. Según la dirigenta campesina chilena, Francisca Rodríguez, se trata más bien de un principio, de una ética de vida, de una manera de ver el mundo y construirlo sobre bases de justicia e igualdad.

Para las mujeres campesinas la soberanía alimentaria es consubstancial a su propia existencia y definición social, pues su universo ha sido históricamente construido, en gran parte, en torno al proceso creativo de la producción alimentaria. Su reto actual, en palabras de Lidia Senra, Secretaria General del Sindicato Labrego Galego, (en la II Asamblea de Mujeres de la Vía Campesina, 2006) es hacer que al construir esta propuesta, queden atrás los prejuicios sexistas y que esta nueva visión del mundo incluya a las mujeres, las reivindique, y les permita la opción de ser campesinas en pie de igualdad.

No obstante, la ideología patriarcal es columna vertebral de las tendencias capitalistas que apuntan a la premisa de que hay que producir más, lo que equivale a depredar más, y desarrollar tecnologías, como las resultantes de la biogenética, para maximizar la rentabilidad. Las lógicas que subyacen en esta visión de la producción para el comercio y la exportación, son diametralmente opuestas a aquellas que nutren las propuestas y prácticas de autosustento, desarrolladas a través de los tiempos por las mujeres; son también la antítesis de soberanía alimentaria, pues cuando el mercado decide sobre las políticas agrícolas y las prácticas alimentarias que resultan de ellas, los pueblos apenas tienen el papel de consumidores y, en casos, de empleados, no de tomadores de decisiones.

Desde hace decenios, las organizaciones campesinas y ecologistas han sustentado y comprobado que la actual producción de alimentos es más que suficiente para alimentar a todas y todos. Han insistido en que lo que hay que cambiar son los patrones de producción y consumo de los países ricos y establecer una distribución igualitaria de los bienes alimenticios, y aún más, han insistido en la ligazón entre buena alimentación y salud. Sin embargo, ciertas políticas internacionales -basadas en las consecuencias y no en las causas- continúan enfocando problemas y soluciones aisladas, mismo si los costos y esfuerzos para encaminarlos se multiplicarán entre ellos.

Optar por la soberanía alimentaria implica, entonces, un giro radical de las políticas productivistas mercantiles actuales, bajo cuyo dominio la crisis alimentaria y el hambre no cesan de aumentar. Pues en la realidad es en la pequeña agricultura -área donde se ubican principalmente las prácticas productivas de las mujeres-, que no solo se registran los resultados más concluyentes, sino que se generan modos de vida congruentes con la sostenibilidad y la redistribución. Según Peter Rosset: "En cada país -donde los datos estén disponibles- se puede comprobar que las pequeñas fincas son, en cualquier parte, de 200 a 1.000 por ciento más productivas por unidad de área" (1).

Pero, justamente la pequeña producción es la más amenazada por las políticas liberalizadoras de la Organización Mundial de Comercio (OMC), pues además del dumping y la competencia desigual entre ésta y el agronegocio, sus preceptos radican en una visión contraria a la sostenibilidad alimentaria: el monocultivo intensivo y la comercialización regida por las reglas

del comercio internacional, área enteramente controlada por el mercado.

Precisamente por eso, la Vía Campesina brega porque la agricultura se mantenga al margen de la OMC, pues el desarrollo de ésta bajo principios previsibles implica no sólo el registro de las cantidades de los productos exportables y de su libre flujo, sino el florecimiento de un modo de vida acorde con el respeto del medio ambiente y la generación de culturas, como también de éticas acordes con el mantenimiento y la renovación de valores humanos fundados en la justicia social y de género.

Si las personas del campo se beneficiaran de condiciones que les permitan concentrar su energía en el trabajo agrícola, podrían asumir fácilmente la soberanía alimentaria para las futuras generaciones. Un ejemplo de ello es el caso de África Subsahariana, una de las regiones más afectadas por el hambre y la desnutrición en el mundo, donde, paradójicamente, los recursos naturales disponibles son ampliamente subutilizados, ya que el continente solo produce el 0.8% de lo que podría retirar de su potencial agrícola, afirma Devlin Kuyek (2).

Gestoras de soberanía alimentaria y de su propia autonomía

El reto emprendido por la Articulación de Mujeres de la Vía Campesina, es de gran envergadura, pues la formulación de una perspectiva de género para la soberanía alimentaria está ineludiblemente asociada a la vindicación de una de las áreas de producción y conocimientos más devaluadas socialmente, e incluso asociada al confinamiento de las mujeres: la producción de alimentos. Para cuyo desarrollo han sido, contradictoriamente, necesarios siglos de investigación, creación, y producción de conocimientos que ellas han desarrollado.

La división patriarcal del trabajo ha rescindido el valor de estas creaciones y más aún ha hecho de ellas un terreno de exclusión, de allí que para las mujeres el reivindicarla implica una amplia agenda de reparaciones que aluden directamente a la transformación de las relaciones de desigualdad entre los géneros en todas las esferas. Así, sus demandas no se restringen a las dinámicas productivas sino que abarcan el conjunto de relaciones sociales inherentes, precisamente, a la soberanía, la autodeterminación y la justicia de género.

Para alimentar a la humanidad, las mujeres han desarrollado complejos mecanismos de producción, procesamiento, distribución, pero además han enfrentado las relaciones desiguales que resultan del trabajo doméstico impago, que prodiga gratuitamente cuidados, resultantes de conocimientos multidisciplinarios que, aún en condiciones de extrema pobreza, generan calidad de vida y permiten el funcionamiento societal. Adicionalmente, las asalariadas invierten prioritariamente sus ingresos en este ámbito, mientras las otras, desde lo informal, redoblan de ingenio para, a través de pequeñas iniciativas vinculadas principalmente a la agricultura, la producción y venta de alimentos o la artesanía, obtener recursos económicos, por lo general invertidos en el bienestar familiar. No obstante, hasta el trabajo informal de las mujeres corre peligro de desaparecer ante la imposición de los capitales transnacionales.

Por eso, la agenda reivindicativa de las mujeres de la Vía Campesina asocia inextricablemente la justicia de género con el desarrollo de la propuesta de la soberanía alimentaria, no sólo en consideración del importante papel que ellas juegan en la materia, sino porque ellas la conciben como una ética para el desarrollo humano y no como un simple vehículo para la alimentación.

Al colocar al centro de sus reivindicaciones el derecho humano a la alimentación, las campesinas abogan por la reorientación de las políticas alimentarias en función de los intereses de los pueblos, lo que apela a la refundación de valores colectivos y la revalorización de cosmovisiones integrales. Para encaminar este propósito, ellas enfatizan en la reivindicación de la igualdad de género en el conjunto del planeamiento y toma de decisiones relacionadas con el agro y la alimentación, lo que incluye su participación en los diseños estratégicos para la preservación de las semillas y otros conocimientos.

La valoración de los conocimientos de las mujeres en la agricultura, la alimentación y la gestión de la vida, implica la transformación de los estereotipos generados por el capitalismo y el patriarcado, para que ellas puedan, al fin, alcanzar su calidad de sujetos, su ciudadanía a parte entera y continuar ampliando y aplicando sus conocimientos. Para lograrlo, como señala el manifiesto sobre soberanía alimentaria de la Marcha Mundial de las Mujeres (Soberanía alimentaria: tierra, semillas y alimento, 2006), el "camino es reconocer que la sustentabilidad de la vida humana, en la cual la alimentación es una parte fundamental, debe estar en el centro de la economía y de la organización de la sociedad".

Así, si la soberanía alimentaria es una propuesta para la humanidad, ésta no puede prescindir de las mujeres como sujetos sociales integrales, máxime si lo que está en cuestión es la gestión universal de sus creaciones.

Referencias(1) Peter Rosset, En Defensa de las Pequeñas Fincas, en El Dret a la Terra, Quatre textos sobre la reforma agraria, Agora Nord-Sud, Catalunya, 2004, pg 131(2) Devlin Kuyek, Les cultures génétiquement modifiées en Afrique et leurs conséquences pour les petits agriculteurs, août 2002,www.grain.org/fr/publications/afric...

*Nota: Este texto es un extracto editado de un capítulo para la publicación sobre mujeres y soberanía alimentaria, que será editada próximamente por Entre pueblos y la Vía Campesina.

Fuente: Nyeleni2007.org - 23.02.07

http://www.lagarbancitaecologica.org/garbancita/index.php/las-garbancitas/374-las-garbancitas

MESA REDONDA: “LAS MUJERES Y LA COMIDA. SOBERANÍA ALIMENTARIA Y GÉNERO”.

 

Organiza: Colectivo Feminista “Las Garbancitas”

Resumen

Nunca ha habido tanta preocupación por lo que comemos, porque nunca ha habido tanta

inseguridad alimentaria, por falta de comida en los países empobrecidos, pero también por exceso

y nocividad de la comida, en el llamado primer mundo. Desde los movimientos sociales apuntamos

a las causas de la catástrofe alimentaria: la mercantilización, industrialización y globalización de las

formas de producir y consumir alimentos. Tras la comida globalizada se oculta la subordinación del

trabajo asalariado y del trabajo de cuidados realizado por las mujeres a la lógica del mercado.

 

Desde dentro de los movimientos sociales por la soberanía alimentaria y el consumo responsable,

queremos que la lucha por la seguridad alimentaria de tod@s (niñ@s, enferm@s, adultos,

ancian@s, pobres y clases medias, emigrantes, autócton@s, indígenas, campesin@s,

trabajador@s urbanas, hombres y mujeres) cuente con la aportación de las mujeres en el hogar, el

campo y la ciudad. Pero no para incrementar la carga que ya soportamos sino, para repartirla con

los hombres.

 

Ponentes:

Isabel Vilalta, Sindicato Labrego Galego

Mari García, Sindicato de Obreros del Campo-Sindicato Andaluz de Trabajadores

Pilar Galindo, La Garbancita Ecológica

Para más información www.nodo50.org/lagarbancitaecologica

Contacto: [email protected] o 690198356

 

Eje 3: Crisis, Economía y Derechos

LAS MUJERES Y LA COMIDA. SOBERANÍA ALIMENTARIA Y GÉNERO

 

ECONOMÍA GLOBAL, SEGURIDAD ALIMENTARIA Y FEMINISMO

Por Pilar Galindo. La Garbancita Ecológica y

Mari García. Sindicato de Obreros del Campo-Sindicato Andaluz de Trabajadores

Todos los seres humanos precisamos alimentos nutritivos, saludables y en una cantidad adecuada

para nuestro desarrollo en tanto que seres vivos y nuestras condiciones de reproducción. Bien

alimentadas, las personas estamos menos expuestas a enfermedades y a la muerte prematura.

Seguridad alimentaria es la capacidad de una población para disponer de alimentos nutritivos en

cantidad y calidad suficiente. Es un derecho humano prioritario y condición necesaria para el

desarrollo integral de la persona. Por el contrario, la inseguridad alimentaria es causa de la peor de

las exclusiones: el hambre y la muerte por enfermedades evitables.

 

Una sociedad que se considera avanzada, civilizada y humanista, debe garantizar la seguridad

alimentaria. Sin embargo, en la economía de mercado, la enorme creación de riqueza tiene como

condición el aumento del hambre y las enfermedades alimentarias. Hoy no se producen alimentos

para la seguridad alimentaria de una sociedad, sino para obtener beneficios en el mercado

mundial. La escasez y baja calidad de los alimentos, pero también la nocividad de los mismos es la

causa de la inseguridad alimentaria. Hambre y comida basura, los dos polos de la inseguridad

alimentaria, son consecuencia de la industrialización y mercantilización de los alimentos. La

inseguridad alimentaria afecta, por primera vez en la historia, a casi la mitad de la población

mundial. Más de mil millones de personas con subnutrición crónica y cerca de dos mil millones de

personas enfermas de obesidad, diabetes, estreñimiento, cardiopatías, etc.[1]. Ya no se trata sólo

de millones de muertos anuales por desnutrición y carencia de agua potable, sino también por

una alimentación enfermante (exceso de grasas, proteína de origen animal, productos químicos,

sal y azúcar refinada) inducida por la publicidad de las multinacionales.

 

Inseguridad alimentaria y pobreza se dan la mano y afectan especialmente a las mujeres y a los

hogares encabezados por mujeres. La causa es la desigual condición de hombres y

mujeres, incrementada en los países empobrecidos, las clases trabajadoras y los colectivos

marginados.

 

La soberanía alimentaria, condición para la seguridad alimentaria, es la capacidad de los pueblos

para producir, distribuir y consumir sus propios alimentos. Este derecho necesita ciertas

condiciones. No hay soberanía alimentaria sin lucha por la liberación, sin movimiento de

autodeterminación de los pueblos, l@s trabajador@s y las mujeres para conseguir este derecho.

 

Esta lógica de producir y vender para hacer negocio y conformar un consumo adaptado a esta

lógica, necesita de una cadena de subordinaciones: de la naturaleza a la actividad económica, del

trabajo y los cuidados al trabajo asalariado, del valor de uso al valor monetario. La actividad

humana debe comportarse como una mercancía, aunque no lo sea.

 

La subordinación de las mujeres a los hombres, aunque previa al capitalismo, le es funcional. La

actividad de cuidados en el interior del espacio domestico contribuye al proceso de producción de

mercancías con un coste económico mínimo y oculto. La actividad de cuidados realizada por las

mujeres es exhaustiva: crianza, alimentación y cuidado de niñ@s, ancian@s y también de hombres

sin ningún tipo de minusvalía (que podrían cuidarse ellos solos). La actividad de las mujeres

agricultoras en el interior de la explotación familiar, aunque se considera productiva a los efectos

de la contabilidad nacional, tiene rasgos análogos al trabajo doméstico por su carácter no

remunerado, su subordinación a la autoridad del varón y su contribución a la desigualdad de las

mujeres que asumen parte importante del trabajo productivo sin recibir ninguna ayuda en el trabajo

reproductivo y de cuidados que realizan en exclusiva.

 

El mercado global es capitalista y masculino. El progreso económico es a costa de la salud y el

trabajo invisible de las mujeres en la esfera privada. Ninguna mujer puede reclamar a la sociedad

lo que ha dado porque se le exige como prueba de entrega a su familia. Ninguna mujer puede

abandonar esas tareas sin que caiga sobre ella la culpa. Pero la mayoría de los hombres lo hacen

todos los días de su vida. La alianza entre el capitalismo y el patriarcado debe su fuerza a la

explotación de los trabajadores, las mujeres, los pueblos y la naturaleza. Por eso la lucha de las

mujeres para liberarse de la subordinación masculina no puede obviar los efectos de las crisis

económicas, los desastres ecológicos, la desnutrición y las enfermedades alimentarias o

inmunológicas originadas por la economía global.

 

El consumo se produce en la esfera privada donde se reproduce la fuerza de trabajo. El espacio

familiar permite que los trabajadores sean devueltos al proceso de producción cada nuevo día

descansados, alimentados y satisfechos. Quién se ocupa de ello y cómo lo hace, es indiferente a la

economía y la sociología. La forma en la que se resuelve la producción y reproducción de la fuerza

de trabajo, no es un problema social sino privado.

 

El capitalismo no ha inventado la escisión de la esfera pública y privada, de la producción y

reproducción (cuidado) de la vida, pero se beneficia de ella y la lleva hasta sus últimas

consecuencias. Gran parte de sus beneficios proceden de recibir gratuitamente de la sociedad (es

decir de las mujeres) una actividad considerada improductiva a efectos de contabilidad nacional.

Esta separación implica una dualidad de tareas y funciones hombre/mujer y la subordinación de las

mujeres a los hombres, independientemente de su posición social. Pero la conquista de la igualdad

entre hombres y mujeres no puede confundirse con la salarización del trabajo doméstico, con hacer

emerger los costes materiales de dicho trabajo.

 

Las esferas de actividad social consideradas improductivas reproducen la base material de la vida

en la sociedad: embarazos, crianza, cuidado de los enfermos, atender a l@s niñ@s en su

formación escolar, en su educación ética y social, acompañarles en la construcción de su

personalidad hasta que sean autónomos, el equilibrio emocional-colectivo de la familia, y el

cuidado de hombres adultos y sanos que no requieren ser tratados como dependientes y, a su vez,

pueden ser cuidadores. Estas tareas tienen un coste económico y requieren de una actividad que,

si no es asumida socialmente (por el Estado, por la comunidad), recae estrictamente en las

mujeres. Pero si para liberar de estas tareas reproductivas a las mujeres se hace una estricta

valoración económica (salarizar el trabajo doméstico), quedan fuera los aspectos inmateriales y no

mercantilizables de esta actividad: los cuidados que implican una experiencia, un gasto energético-

emocional no regido por el salario. Por otro lado, la lucha de las mujeres para conquistar su

independencia económica e igualarse así a los hombres, ha tenido como consecuencia, en el

capitalismo, entrar en el terreno conquistado por el mercado sin abandonar la responsabilidad del

cuidado que sigue siendo parte de la esfera privada. Muchas mujeres han salido al mercado de

trabajo para ocuparse de cuidar a los hijos y mayores de otras mujeres, incluso dejando a los

suyos lejos (mujeres inmigrantes en el mercado global). Las mujeres que aunque trabajen por un

salario, no puede costear el trabajo de cuidados de su familia, encadenan a sus madres, tías para

que las sustituyan, sin coste en una cadena de explotaciones en las que son víctimas pero también

explotan trabajo ajeno. La solución por tanto, no es la salarización, ni el trabajo gratis, sino el

reparto del trabajo de cuidados entre hombres y mujeres.

 

La industrialización y modernización se ha convertido en la aparente solución del mercado para

facilitar y reducir la jornada de trabajo de cuidados de las mujeres con jornada laboral con la

complacencia del colectivo masculino. Nos ha vendido toda suerte de electrodomésticos que

incorporaban comodidades tecnológicas y reducción de tiempo de trabajo (variable, según las

tareas) en lavado, planchado, limpieza. Esto, que por su consumo energético y en materiales, no

es generalizable a toda la población mundial, ha supuesto un enorme negocio para la industria

electrodoméstica, energética y química, sin que nadie se preocupe de las consecuencias en salud,

de las ondas electromagnéticas, los productos químicos, las emisiones de CO2, el cambio

climático, etc. En el terreno alimentario también nos ha promocionado como forma de reducción de

tiempo de trabajo en los cuidados, el despliegue de alimentos procesados, precocinados que, no

sólo nos cuestan más, sino que nos alimenta mal y nos enferman. El ahorro de tiempo en la

alimentación, lo pagamos en cuidados a los enfermos. La ciencia y la tecnología al servicio de la

economía de mercado no son neutras ni con la naturaleza ni con las mujeres. La modernización,

mal llamada progreso, produce un deterioro acelerado de la naturaleza. Los desastres ecológicos

tienen repercusiones más severas sobre las mujeres porque ellas son las primeras en sufrir los

daños del medio ambiente sobre su propio cuerpo y el cuerpo de niñ@s y enfermos. El dominio

explotador y tecnológico del hombre sobre la naturaleza y el dominio de los hombres sobre las

mujeres constituyen una poderosa alianza a mayor gloria del capitalismo global. Olvidar esta

alianza implica una grave pérdida para la lucha de las mujeres, que puede devenir en feminismo de

estado o feminismo capitalista, al igual que, para el movimiento obrero, dicho olvido le condena a

perseguir un socialismo machista y depredador de la vida.

 

La “modernización” alimentaria ha expulsado del campo y de la huerta familiar a mujeres y

hombres. La producción agraria se ha convertido, fundamentalmente, en producción de materias

primas alimentarias a gran escala generando concentración de tierras, monocultivos, mecanización

e introducción de agroquímicos y transgénicos para aumentar la productividad y expulsión de

pequeñ@s agricultor@s y jornaler@s, siendo las mujeres las primeras en salir.

 

La participación de mujeres en movimientos feministas, campesinos, ecologistas, de consumo

responsable, presenta un potencial de convergencia para las luchas. Unas preservarán los

bosques o los manglares de los que sacan el alimento para sus comunidades y familias. Otras

protegerán las fuentes de agua potable, privatizadas y contaminadas por las multinacionales

alimentarias. Otras, denunciarán la contaminación de los alimentos a la vez que promoverán redes

autónomas de producción y consumo. Otras pelearán contra vertederos de residuos tóxicos,

plantas nucleares, antenas de telefonía móvil, plantaciones transgénicas, etc. Cada vez hay

más luchas contra las agresiones a la naturaleza perpetradas por nuestro modelo industrialista y

consumista. La amenaza para la vida en el planeta interpela a todas las mujeres. Nuestra lucha

para sobrevivir requiere de enfrentamientos contra las multinacionales y sus políticos a sueldo,

pero también, nuevos acontecimientos económicos, asociativos y culturales en defensa de la vida,

la seguridad y la soberanía alimentarias y la naturaleza.

 

La coincidencia entre la liberación de las mujeres y defensa de la naturaleza es más fácil percibir

por parte de las mujeres del sur, más vinculadas a la tierra que las del norte, urbanas, de clase

media y con una vida mucho más artificializada. En los países ricos hemos sido educadas como

beneficiarias de la “modernización”. Aunque subordinadas a los hombres, estamos del lado de los

beneficiados por el capitalismo patriarcal. Aún con dobles y triples jornadas, nuestras comodidades

ocultan la explotación de la naturaleza y de otras mujeres. El capitalismo patriarcal y la civilización

“moderna” desgarran la sociedad y manipulan la noción de bien común. Ya ni siquiera perseguimos

una vida pacífica y segura para tod@s, sino que la parte próspera de la humanidad sea, al menos

el 51% del total. No importa que grandes minorías vivan en simas sociales. Tampoco importa que

las personas beneficiadas lo sean a expensas de las perjudicadas. Ni tampoco que el equilibrio del

progreso dependa de la subordinación de la naturaleza a la economía, de la mujer al hombre, del

consumo básico al consumismo irracional, del trabajo al empleo, de la participación a la

delegación, etc.

 

Esta visión de la relación antagónica, en la que el otro no sólo es distinto, sino también

subordinado y por tanto, sujeto de apropiación por un lado, y enemigo por otra, se ha desplegado a

partir de la Ilustración como elemento constitutivo de la modernidad, del progreso, de la teoría

económica y, sobreviviendo las teorías acerca de la naturaleza que priorizan la lucha constante por

la supervivencia. En ambos casos, teorías de la naturaleza y del orden social ignoran o subordinan

a estas “leyes” la simbiosis, la cooperación, el apoyo mutuo y toda una suerte de relaciones

naturales y sociales que alimentan y mantienen la vida en lugar de destruir la vida de los otros para

salvar la propia. Desde esta concepción, no sólo no se percibe el potencial enriquecedor que

supone la diversidad de vida y culturas sino que constituye una amenaza para las formas

homogeneizantes y estandarizadas de la globalización.

 

El ecofeminismo plantea la necesidad de una nueva cosmología y una nueva antropología que nos

coloque, como seres humanos, en el lugar que nos corresponde, dentro y no sobre la naturaleza y

que potencie la cooperación, el cuidado mutuo, el amor, como formas de relación entre los

hombres y mujeres, y entre los seres humanos y la naturaleza[2]. Esto supone cuestionar la idea

de que la libertad y felicidad del “Hombre” requieren de la emancipación de la naturaleza, mediante

el dominio y control sobre ella para salir del reino de la necesidad en dirección al reino de la

libertad. Este concepto de emancipación implica, necesariamente el dominio sobre la naturaleza,

incluida la naturaleza femenina. Por otro lado, es la causa de la destrucción ecológica. El

ecologismo ha ayudado, con la denuncia de las catástrofes provocadas por la aplicación de esta

concepción de libertad humana a cuestionar las aplicaciones científicas y tecnológicas asociadas a

estas teorías. El ecofeminismo, para ser ecológico y feminista, debe enfrentarse con la perversa

emancipación que se deriva del progreso económico y tecnológico y su pulsión de dominar la vida

y la naturaleza, sin olvidar que cualquier paso en la buena dirección implica, aquí y ahora, el

reparto de trabajos y cuidados con los hombres. Esto significa remover las condiciones de vida de

los beneficiarios de la globalización: el capitalismo y el patriarcado. No es de extrañar, que las

clases medias de los países ricos, incluidos los sectores agrarios “modernos”, el sindicalismo y

algunas corrientes feministas celebren, sin matices, la presencia de la tecnología en nuestra vida

cotidiana y la presencia de mujeres a la cabeza de multinacionales, ejércitos y estados agresores.

 

No sólo no debemos intentar superar a la naturaleza sino, por el contrario, trabajar a su favor. Eso

exige poner en primer plano las necesidades fundamentales: alimento, cuidados, afecto,

cooperación, cultura y participación. Las mujeres urbanas debemos aprender de las

campesinas una concepción de la supervivencia más austera en el consumo y más rica en las

necesidades básicas de tipo social y afectivo.

 

Hay muchas cosas que nos diferencian como mujeres jornaleras, campesinas, consumidoras, del

norte, del sur, del campo y de la ciudad. Pero hay muchas cosas que compartimos. Somos iguales,

en la lucha por la igualdad respecto a los hombres en las organizaciones agrarias, sindicales, de

consumidor@s, etc. En el terreno de la alimentación, la defensa de los cuidados y la lucha contra el

mercado global, es más lo que nos une que lo que nos separa. Necesitamos atravesar la lucha

feminista con la lucha por la soberanía alimentaria y la lucha por un consumo responsable

agroecológico con la abolición de la subordinación de las mujeres respecto a los hombres.

Denunciar los abusos de las multinacionales y educarnos en una cultura alimentaria que nos

defienda de la publicidad engañosa y tomar la seguridad alimentaria en nuestras propias manos

como padres, madres, niños y niñas. Crearlas condiciones para que las mujeres participen en

nuestras organizaciones y sean protagonistas.

MUNDO RURAL, SOBERANÍA ALIMENTARIA Y FEMINISMO

Por Isabel Vilalba, Sindicato Labrego Galego

En el discurso cotidiano y casi de manera imperceptible, se nos dice que los países más

avanzados tienen una cantidad de agricultores y agricultoras realmente exigua, más bien un

pequeño número de industrias que, o bien importando la mayoría de los alimentos o bien utilizando

mano de obra en unas condiciones cada vez más precarias, abastezcan nuestras mesas, que el

hecho de que estos alimentos estén llenos de residuos de peligrosos agrotóxicos o de variedades

transgénicas, de inciertas consecuencias a medio y a largo plazo, no es un problema real dado

que, otra vez de la mano de unas pocas firmas económicas, existe en el mercado una cantidad de

complementos alimenticios, vacunas, medicamentos, etc., que garantizarán nuestra salud y, con

mayor certeza aún, asegurarán la dependencia y el negocio de un importante conglomerado de

multinacionales, que a día de hoy tienen mayor movimiento económico e incidencia en las políticas

internacionales que muchos países.

De este modo las mujeres urbanas y del medio rural actuales hallaremos en la gran superficie

comercial el máximo de la modernidad y la felicidad, con una aparentemente extensísima gama y

variedad de marcas y coloridos envases que no albergarán otra cosa mas que productos llenos de

residuos, conservantes, colorantes, espesantes y así un larga lista de poco claros E y

supuestamente tendremos más tiempo para soportar maratonianas jornadas laborales,

combinadas con maravillosos ejemplos de “conciliación familiar”, en los que, por supuesto,

intentaremos emular a esas perfectas supermujeres –inteligentes, supercapaces, abnegadas y,

como no, siempre bellas.

El caso es que en esta arcadia feliz, en una parte del mundo absolutamente privilegiada, de

manera constante salen a la luz incómodas evidencias, como el hecho de que quizás estemos ante

el primer momento de la historia en el que la esperanza de vida sea menor que en las

generaciones anteriores, que a todas nos rodean cada vez personas jóvenes con mayores

problemas de salud, que este intocable mercado con indecentes márgenes comerciales hace que

muchas ciudadanas y ciudadanos tengan acceso a una alimentación de pésima calidad, y que las

compañías farmacéuticas hayan encontrado en nosotras, las mujeres, un inagotable filón: vacunas

para el virus del papiloma humano, partos medicamentalizados, fármacos para garantizarnos

eternamente perfectas, antidepresivos...

El hecho de que la agro-industria no incluya las especificidades del organismo de las mujeres a la

hora de determinar los efectos de la acumulación, por ejemplo, de plaguicidas o pesticidas ha

hecho que en determinados ámbitos, en los que ya es mayoritaria la agricultura industrializada, sea

habitual que muchas mujeres con treinta años tengan la menopausia, que prolifere el número de

alergias y cánceres, que las niñas presenten un desarrollo hormonal prematuro o que aparezcan

efectos sobre bebes absolutamente monstruosos. Parece que esos son daños colaterales

asumibles por nuestra sociedad, que tampoco sabe o quiere saber que muchos de los alimentos

que ingiere se han producido en condiciones de lo que ya se ha dado en denominar como la

moderna esclavitud, por mujeres a las que en ocasiones hasta se les obliga a llevar compresas

para que non tengan que ir al baño durante la jornada laboral, que se ven obligadas a llevar a hijas

e hijos para realizar el trabajo que se les demanda, en tierras robadas a las campesinas y

campesinos con violencia...

A diario a nuestro alrededor se quedan sin empleo cientos de mujeres con pequeños proyectos de

producción y transformación de alimentos, proyectos diversificados y que son las que en mayor

medida reúnen las condiciones de la tan cacareada sostenibilidad. Irene León y Lidia Senra, en su

articulo Mujeres: gestoras de la soberanía alimentaria señalaban que las huertas domésticas que

las mujeres mantienen son auténticas reservas de la biodiversidad y hacían referencia a un estudio

realizado en Asia en el que en 60 huertas de una misma aldea albergaban 230 especies vegetales

diferentes, siendo la diversidad en cada huerta de 15 a 60 especies.

En Europa, más de mil explotaciones agrícolas desaparecen cada día, según datos de la

Coordinadora Europea de la Vía Campesina (2008), se eliminan los puntos de venta tradicionales a

los que de manera mayoritaria acuden mujeres, y a diario salen nuevas restricciones, en nombre

de una supuesta cuestión higiénico-sanitaria, hechas a medida de la gran industria, y que

solamente podrán asumir las empresas con una facturación importantísima. Paradójicamente los

grandes proyectos con grandes costes energéticos y que son los que generan gran cantidad de

residuos y problemas son los que no tienen dificultad para reunir esos requisitos y además son

apoyados con miles de millones de euros del erario público. En el año 2000, unos 2,3 millones de

agricultores y agricultoras europeos recibieron tan sólo el 4% de las ayudas, mientras que el 5% de

los mayores productores obtuvieron la mitad de las subvenciones.

Cuando hablamos de soberanía alimentaria como alternativa, nos referimos claramente a una

nueva organización social, en términos de igualdad para las mujeres: en el acceso a recursos

como la tierra, el agua o el crédito, en la toma de decisiones, en la disponibilidad de derechos

legales... Tan sólo la observación de unos pocos ejemplos nos indica que se trata de un objetivo

que hoy resulta lejano: las mujeres, por ejemplo, producimos el 70% de la alimentación en la

mayoría de los países y tan sólo disponemos del 1% de la tierra; en los procesos de reforma

agraria asistida por el mercado las mujeres tenemos mayor dificultad para que nuestras iniciativas

sean apoyadas y normalmente sólo podemos adquirir las peores tierras, las agricultoras en muchas

partes del mundo en las que el agua ha sido privatizada por grandes corporaciones como la Nestle

o la Coca Cola sólo pueden acceder a aguas contaminadas sobrantes de procesos industriales. En

Selingué, a pocos metros de un lago artificial construido por el Banco Mundial y en uno de los

países más empobrecidos del mundo, las mujeres presentes en el Foro Mundial por la Soberanía

Alimentaria de Mali (2007), en medio de los grandes discursos inaugurales de los políticos,

lanzaron un grito desesperado: “No tenemos nada, necesitamos agua”.

La tecnología y los derechos de propiedad intelectual, constituyen otro de los instrumentos para

expulsar a las mujeres de la producción de alimentos, pese a que históricamente hemos sido las

encargadas de guardar y transmitir las semillas de generación en generación y de este modo se ha

garantizado a lo largo de los tiempos la producción de alimentos para la sociedad. Y ello pese a

que, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación

(FAO) en el mundo hay más de 1.600 millones de mujeres que viven en la zona rural y representan

la cuarta parte de la población mundial, siendo la producción de alimentos la ocupación que

representa su medio de vida fundamental.

En los diferentes países es, por otra parte, una constante la falta de derechos y reconocimiento

legal de las mujeres campesinas, muchas veces sin ningún tipo de cobertura social o laboral. Sólo

en Galicia más de 34.000 mujeres campesinas están consideradasayuda familiar. El trabajo que

desarrollan estas agricultoras y ganaderas en las explotaciones agrarias familiares contribuye a

una bolsa común, aunque que sólo en la teoría, porque en los papeles va a un fondo que tiene un

único titular: el hombre. Es un trabajo que legalmente non les proporciona a las mujeres de forma

directa y personal ninguna remuneración, derechos sociales o identidad profesional, porque incluso

se les cuestiona que sean trabajadoras. Tras un arduo camino de lucha y reivindicaciones por parte

de las mujeres, finalmente, en la Ley de Igualdad y en la Ley de Desarrollo Rural Sostenible se ha

recogido la necesidad y el compromiso de desarrollar la figura de la Titularidad Compartida.

Después de esta larga espera, en el mes de marzo de este año, nos hemos encontrado con la

sorpresa de que el Gobierno ha elegido hacerlo a través de un Real Decreto, de efectos totalmente

limitados. Con el Real Decreto de Titularidad Compartida, se crea únicamente un registro

administrativo, que no modifica los otros campos del Derecho que afectan a las mujeres

agricultoras para estar en pie de igualdad con sus compañeros, tal y como se ha señalado desde el

Consejo de Estado, quedando mucho por avanzar e incluso, con el peligro, de estancarse en un

acto que no es en ningún caso la solución al problema.

En la soberanía alimentaria no es difícil construir una dimensión o discurso de género, puesto que

este principio político es indisociable de otra organización social en términos de igualdad. Si

realmente estamos escandalizadas por los mil millones de personas que pasan hambre en el

mundo, por la desigualdad y la violencia hacia las mujeres que el modelo neoliberal versus

patriarcal lleva asociadas, por la destrucción de nuestro medio ambiente, preocupadas por

conseguir una alimentación sana y de calidad para nuestras sociedades tendremos que luchar por

otro modelo de políticas de producción y distribución de alimentos que no coloque el beneficio y la

acumulación del capital por encima de las mujeres y de los hombres.

[1] Informe de la FAO sobre Inseguridad alimentaria mundial 2009.

[2] Shiva y Mies. Ecofeminismo. Teoría, crítica y perspectivas. Icaria, Barcelona. 1997.

http://viacampesina.org/es/index.php/temas-principales-mainmenu-27/mujeres-mainmenu-39/1919-guatemala-mujeres-por-una-verdadera-soberania-alimentaria

Guatemala: Mujeres por una verdadera soberanía alimentaria

Publicado el Viernes, 04 Octubre 2013 21:53

"Nuestros abuelos y abuelas vivieron

muchos años y no se enfermaban porque comían alimentos sanos", comparte una participante del

encuentro de "Soberanía Alimentaria" que realiza la Coordinadora Nacional de Viudas de

Guatemala -CONAVIGUA-, parte de la CLOC Vía Campesina.

Mujeres de diferentes regiones del país comparten y discuten con preocupación las políticas de

consumo de alimentos importados, de grandes marcas y que carecen de los nutrientes que

necesita todo ser humano para un desarrollo físico saludable.

 

También refieren que la falta de políticas desde el gobierno para que la población se alimente de

forma adecuada y saludable se refleja en el incremento de la desnutrición e inseguridad alimentaria

que se vive en Guatemala, según datos que registran autoridades de la cartera de salud en lo que

va del año 2013 han muerto 73 niños por desnutrición.

La lucha y aporte de las mujeres encaminadas a combatir en hambre y a consumir alimentos ricos

en nutrientes, ha sido desde siempre señala María Canil Grave de la Junta Nacional de -

CONAVIGUA-, quien agrega que la organización desde hace varios años ha promovido e

impulsado capacitación y acompañamiento a mujeres de diferentes regiones del país en el tema de

la agricultura sostenible en donde las mujeres tienen contacto con la madre tierra cultivando

verduras, frutas, legumbres de forma agroecológica.

Señala que dicho trabajo ha sido autosostenible porque en el proceso se ha capacitado a las

mujeres a conservar las semillas nativas, a elaborar su propio abono orgánico y con dicha práctica

no se contamina la tierra. Reiteró que uno de los problemas que enfrentan es que las mujeres no

tienen acceso a la tierra, la tierra no está a nombre de ellas y muchas veces no son ellas las que

deciden qué sembrar y qué cultivar, siendo ellas las que deben enfrentar la crisis alimentaria y la

pobreza.

Canil dijo que uno de los objetivos de CONAVIGUA es que las mujeres puedan ampliar su

experiencia y conocimientos y los pongan práctica con el cuidado de la madre tierra defendiendo y

consumiendo lo que en cada comunidad se produce, asimismo el impulsar mercados municipales y

locales para promover el desarrollo de las familias y que se visibilice y reconozca el trabajo

fundamental de las mujeres.

Por su parte María Elena Barrera Vicente de San Pedro Jocopilas del departamento de El Quiché,

dijo que es fundamental que las familias produzcan sus propios alimentos en base a la

agroecología porque de esa manera se cuida la madre tierra y se obtienen alimentos libres de

contaminación, eso beneficia a quienes los consumen porque se alimentan y se nutren.

Reiteró que quienes gobiernan el país no les interesa que la población se alimente de forma

adecuada por eso sus políticas están encaminadas a proyectos asistencialistas como las llamadas

"bolsas solidarias o mega bolsas" que cuyo contenido es alimento transgénico y en mucha

ocasiones alimentos que ya están vencidos. "Con esas políticas lo que hace el gobierno es

favorecer las propuestas de las grandes empresas, el gobierno no ha pensado en la salud de los

pueblos, en la salud de Guatemala pero si piensa en el bien de las empresas que contaminan el

medio ambiente y dañan la madre tierra con los químicos que utilizan para cultivar los alimentos

transgénicos", indicó Barrera Vicente.

"Nosotras en nuestra comunidad sembramos lo que comemos sembramos rábanos, lechuga,

zanahoria, cebolla, pepino entre otras cosas", dijo Gregoria Icu Samol de San José Poaquil

Chimaltenango, quien agregó que en su comunidad las mujeres han puesto en práctica lo

aprendido en los procesos de formación de la organización para obtener y consumir alimentos

saludables.

Agregó que en el proceso de la agricultura ya no utiliza abono químico ni insecticida que daña la

tierra sino todo es elaborado por las mismas mujeres, hizo un llamado a que las familias consuman

lo que cosechan y que sea el excedente el que vendan, llamó a ya no se dejarse engañar con

frutas y verduras que tienen una buena apariencia a los ojos pero que muchas veces no se analiza

que ha sido producido a puro químico.

 

Las entrevistadas coincidieron en el llamado a las familias a fortalecer sus conocimientos y

ponerlos en práctica, a ya no depender de los grandes mercados que ofrecen productos

contaminados sino poner en práctica el legado de los abuelos y abuelas y a exigir al gobierno se

respete y se haga cumplir el derecho a una alimentación de calidad para todas y todos.