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Compendio Ejercicios Curso Creación literaria 2010 -11 Índice 1. La plaga..........................................2 2. El mar en la punta de la lengua...................5 3. Insomnio..........................................6 4. Cuestión de confianza.............................8 5. Regresos..........................................9 6. Rainforest mint..................................11 7. Un bolígrafo vertical frente a la ventana........12 8. Peces y estrellas................................13 9. Formulario.......................................14 10...........................................El pasaporte .................................................15 11.......................Oficina del tiempo y viceversa .................................................17 12.............................................La consola .................................................19 13......................................Un cliente menos .................................................21 14.............................Del amor, entre episodios .................................................24 1

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Page 1: Compendio relatos 04 13.doc

Compendio Ejercicios Curso Creación literaria

2010 -11

Índice

1. La plaga.................................................................................2

2. El mar en la punta de la lengua.............................................5

3. Insomnio................................................................................6

4. Cuestión de confianza............................................................8

5. Regresos................................................................................9

6. Rainforest mint....................................................................11

7. Un bolígrafo vertical frente a la ventana.............................12

8. Peces y estrellas..................................................................13

9. Formulario............................................................................14

10. El pasaporte.........................................................................15

11. Oficina del tiempo y viceversa.............................................17

12. La consola............................................................................19

13. Un cliente menos.................................................................21

14. Del amor, entre episodios....................................................24

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1. La plaga"Todos nosotros gruñimos como osos y zureamos sin cesar como

palomas."

Isaías 59, 11

Aquella mañana las calles amanecieron cubiertas de palomas caídas,

algunas pesarían un kilo. Mientras los camiones de limpieza iban

retirando los cuerpos emplumados, la gente los apartaba con los pies,

entre el llanto de los niños camino a la escuela. En la calzada grumos

de hueso, pluma y sangre cuajaban bajo el rodar sin pausa de los

coches.

Julio Fabián Cardenal, tras una noche de insomnio y sudores fríos, que

persistía entre las farolas encendidas, va camino del laboratorio a la

velocidad que dan sus piernas. Se levantó en cuanto entendió la

noticia. Llevaba días intranquilo: todo iba bien, demasiado bien. Al

menos a las afueras, donde está el complejo, apenas hay palomas,

aquí y allá, tiradas por el suelo. Mientras camina, repasa los hechos a

la espera de la llamada que entraría, seguro, en la mañana.

Ha llegado el primero a la oficina. Fabián sacude en el portal la

gabardina y el paraguas y, cabizbajo, atraviesa el pool de puestos

ahora desiertos en la planta de producción, hileras de pantallas y

respaldos vacíos, hacia su despacho. Enciende el ordenador y hace

sitio en la mesa para juntar las piezas y preparar el relato de los

hechos.

Todo empezó por dar respuesta a la plaga de las palomas

excedentarias, que se habían convertido en un verdadero riesgo para

la salud pública de la ciudad. Los métodos de control tradicional,

como la inclinación de cubiertas, los pinchos y alambradas sobre

espacios de reunión, el alimento envenenado, se habían visto

superados por el desordenado crecimiento de esta población. Las

posibilidades de la Biotecnología, la Tecnodomesticación y las

Ciencias Alimentarias abrían todo un campo para afrontar los desafíos

del momento.

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Fabián imprimió, en primer lugar, los pliegos del concurso del

Ayuntamiento para la mejora y sostenimiento ambiental. Entre los

proyectos, el más redondo por convertir un problema en un sinfín de

oportunidades fue Smart Pigeons. Palomas Inteligentes para la

Sostenibilidad Integral de la Salud Pública. El proyecto, liderado por el

profesor Fabián Cardenal, concertaba patrocinios de industrias

alimenticias, de seguridad privada y el apoyo de las Consejerías de

Interior y Bienestar de la Familia del mismo Ayuntamiento. Dando un

paso más en la larga historia de domesticación de las palomas,

prometía una innovación integral y un plan de negocio extensible a

otras ciudades que también presentaban este problema.

La primera generación de palomas modificadas partió del genoma de

la paloma bravía (Columba livia), la típica que venía ocupando el

entorno urbano hasta convertirse en una plaga. La modificación inicial

introdujo inhibidores de la reproducción de la paloma bravía, para que

fuera cediendo espacio a la paloma inteligente: Columba sagax o

smart pigeon, nombre por el que se patentó la nueva variedad. Los

resultados se notaron ya en el segundo ejercicio: la anidación y

puesta de la paloma bravía cayó en favor de su competidora

beneficiosa.

La segunda generación del proyecto piloto no incluyó mejoras

genéticas, sino tecnológicas. Se integraron microcámaras en el pecho

de una selección de palomas, ancladas al hueso de quilla y

alimentadas sin batería, por el mismo movimiento de las alas. Un

implante apenas visible en la apariencia del animal, pero que dejaba

sobresalir la lente entre su plumaje delantero, con la inclinación

apropiada para capturar en vuelo imágenes de la ciudad. Se creó un

centro de seguimiento semejante al que ya funcionaba para

emergencias: dotado de un panel de docenas de pantallas y un

potente programa que filtraba entre la avalancha de imágenes que

llegaban de las palomas aquellas significativas. De esta forma, el

tercer año ya se detectaron centenares de robos en las calles de la

ciudad e infracciones de tráfico. Se redujo la necesidad de policía

local ante este pequeño ejército volador, capaz de enviar fotos de

matrículas. El vuelo de las palomas-cámara permitió supervisar

también el comportamiento de las manifestaciones autorizadas y

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detectar con antelación el germen de otras aglomeraciones, al

monitorizar el movimiento de la gente en las calles. Se redujo así la

delincuencia de todo tipo y la misma presencia y vuelo de las

palomas se convirtió en un factor disuasorio para los infractores,

contribuyendo a una ciudad más segura, amigable e inteligente. El

proyecto fue galardonado y se dio por bien amortizada la inversión. El

sudor corría sobre el labio superior de Fabián, mientras iba sacando

de los archivadores las acreditaciones de los premios recibidos, las

docenas de mensajes y discursos reconociendo el éxito del proyecto.

Para entonces las patentes habían pasado a una etapa de explotación

comercial, las palomas modificadas se empezaron a introducir en

otras ciudades y el laboratorio, gracias a una mayor financiación,

siguió innovando funcionalidades de la smart pigeon. Se empezaba a

escuchar en la oficina el trasiego de empleados, la inquietud de las

conversaciones, el timbre de los teléfonos. Fabián ordenó, con voz

entrecortada, que se mantuviera la normalidad y se encerró en el

despacho. Pidió a su secretaria que no le pasara llamadas salvo una.

Sentado ante el ordenador y los papeles que iba acumulando sobre la

mesa, el profesor se rascaba los brazos y estiraba de cuando en

cuando el cuello para aliviar la tensión.

Una vez logrados los primeros objetivos de control de la plaga, el

siguiente paso de la experimentación quiso volver efectivo el símbolo

de paz que estos voladores jugaban en nuestra cultura. Los niveles de

estrés de la población, tanto en la productiva como en la

dependiente, desde niños hasta ancianos, no dejaban de crecer a

pesar de la recuperación económica. Un estrés con consecuencias de

depresiones individuales y agresividad pública como no se habían

conocido antes. La tercera generación de palomas (sagax 3.0) buscó

seleccionar genéticamente su arrullo de manera que sintonizara el

ritmo cardiaco humano hasta devolver su latido a umbrales de

relajación y bienestar. Tras sucesivas pruebas con usuarios

estresados, se produjo una serie de verdaderos diapasones repartidos

por parques y avenidas, que llegaban por la mañana al alféizar de las

ventanas, y arrullaban sosiego desde las cornisas calle abajo, a los

tenderetes y puestos, a los transeúntes agitados que acompasaban el

paso y aflojaban, ciertamente, los músculos de la cara.

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El sexto año se permitió de nuevo a los jubilados alimentar a las

palomas. Fabián recuperó los datos con la composición hormonal que

regularía el ciclo de crecimiento, voracidad y reproducción de la

paloma sagax. Se diseñó que el undécimo mes, alcanzada la madurez

reproductora del animal, registrara un engorde acelerado hasta

alcanzar un kilo, concentrado en los músculos pectorales, de manera

que permitiera por un lado (objetivo intermedio), volar al animal

engordado batiendo las alas con más vigor y, sobre todo (objetivo

final), generar una fuente neta y fácilmente aprovechable de

proteínas. Se introdujo en la paloma sensibilidad a un reclamo de

ultrasonido que se emitiría desde el aledaño del laboratorio, que

entretanto había crecido en equipos, personal e instalaciones. En el

techo del laboratorio-palomar-matadero (esta última palabra no

saldría nunca en los informes) se habilitó una rejilla electrificada

cubierta de césped artificial. Una vez acudían las palomas al reclamo,

quedaban debidamente achicharradas. La rejilla se abría dejando caer

los cuerpos a las bandas transportadoras camino a la cadena de

despiece, procesado y envasado. Su carne terminaría en los pasillos y

estanterías B de las grandes cadenas comerciales, para asistir a las

capas improductivas y salvaguardar, también así, la paz social. El

10% de las bandadas se emplearía para la reproducción y el

laboratorio.

Entró la llamada esperada, del mismísimo alcalde. Con torpeza, pues

el teléfono le resbalaba entre las manos, Fabián se acercó el auricular

al oído. Trató de articular palabras, pero sólo alcanzaba a zurear con

la vocal U, con el mismo tono del arrullo gutural que le obsesionaba

desde hacía semanas.

2. El mar en la punta de la lengua

Cuando abre la boca, pueden saltar estrellas y erizos, delfines en bandada y la estela del

barco, redes extraviadas, y salpicaduras de las olas al chocar con los dientes. Andrés

tiene el mar en la punta de la lengua. Desde niño. Sus padres, preocupados y comido el

sueldo entre fregonas y seguros de inundación, lo llevaron a un sinfín de médicos

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especialistas. En salas estancas, con el suelo y las paredes impermeabilizadas, se

operaba la exploración. Los doctores se ajustaban las gafas de submarinista y paleta en

mano, le indicaban: "abre la boca y di treinta y tres, pero con mucho cuidado". En

ocasiones vislumbraron en el istmo de sus fauces el terror blanco de Moby Dick o le

mantenían boquiabierto por ver si Bob Esponja recuperaba o no la receta del

Cangreburger. Impredecible. No acababan de dar con el diagnóstico, ni con el

tratamiento. "Su hijo tiene hipermarinismo congénito del órgano lingual. Raro, pero no

imposible", decía un doctor. O "Síndrome de incontinencia acuática de la personalidad

oral"; "Oceanitis progresiva". Un investigador quiso dar al mundo y a la posteridad su

propio nombre como descubridor del síndrome del niño. Otros decían que era puro

cuento, todo psicogénico. Probaron tratamientos como precipitar el exceso de sal con

transfusiones de cal soda, una mezcla de hidroxido y carbonato de calcio; aislar su

lengua en profilácticos de látex diez horas al día y durante el sueño. Sin remedio. No

faltó un doctor que le propuso ir con su caso al acuario marino de Valencia, que es el

más grande de Europa, para reponer el animalario a mayor riqueza y valor de los

ecosistemas ofrecidos al visitante. Al crecer, Andrés probó a curarse en besos, porque le

abrían a mares distintos y más grandes.

Un día -aquel día dejó de ser niño- supo en la boca la desesperación y la costumbre

armada de los piratas somalíes y la deriva de los trece náufragos arrojados a las costas

de Tarifa, entre las astilladas tablas de otra patera. Sintió antes el empujón sediento del

joven que echó tres menores por la borda y el brazo que rescató a una mujer, hasta

acercarla a la orilla, quedando luego inerme y frío, un cordón al vaivén entre las algas.

A veces de tanto sabor, no sabe ya quién es.

Andrés sabe la quietud del fondo marino bajo las agitadas olas que vapulea la tormenta.

La espuma fugaz de cada ola, y el aún más fugaz silencio del seno, el instante

interminable entre una ola y la siguiente. Se hinchan encrespadas, capaces de levantar

un navío, golpean con fuerza y revientan contra el acantilado o decaen en un resbalar

manso hacia la orilla. Se deja hacer, todo en la punta de la lengua.

Por saber, sabe de la leyenda antigua del Kraken, el calamar gigante devora barcos, y de

las sirenas que cantaron a Ulises en su retorno a Itaca. Y que la fiereza del tsunami no es

ningún mito, como tampoco lo es la apacible mezcla de las aguas en la ría del Eo, donde

recalan las aves en su viaje al sur. A Andrés le crece la lengua con la marea, y entonces

siente un deseo incontenible de nombrar y contar. Y le disminuye igualmente con la

bajamar: se contrae hasta quedar en un bulbo rugoso del tamaño de un dedal.

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No aprendió con el entendimiento en la escuela que él mismo es dos tercios agua. Lo

sabía: agua en movimiento. Y sabe lo que es inabarcable ni en miles de leguas ni en

miles de lenguas de viaje submarino. Que la lengua no es el mar. O se queda sin

palabras, porque lleva el mar en la punta de la lengua.

3. Insomnio

La noche de la ciudad comenzó a llorar por la garganta de un bebé. Bajo el suelo, una

mujer se incorpora de la cama sin encender la luz por no despertar al hombre que

duerme junto a ella. Se dirige al baño y ordena los botes de champú, las cremas

antiedad, acerca la mano al altillo donde guardaba años atrás las compresas y de pronto

la baja, como la mirada. Se dirige a la cocina y prepara un café. Entretanto, él se ha

levantado, camina con un tambaleo lateral, como si le creciera una pierna a cada paso y

encogiera la otra cuerpo adentro. Pregunta mirándola con voz apagada, mientras estira

el dedo índice al techo, de dónde viene el llanto. Toma un libro de plasma y se sienta en

el sofá. Prende la lámpara con una mueca agría.

A dos tabiques un policía sentado al borde de la cama desplaza una y otra vez las manos

por el cargador de una pistola invisible. A tientas rebusca metales en el cajón de la

mesilla. Sus hijos tampoco descansan. Un balón se mantiene en el aire entre las patadas

del primero, con una chupa rota sobre el pijama, que ya ha perdido la cuenta. El otro

joven, cuya cara es un reflejo chispeante, botonea la Play con los pulgares. Colisionan

en un crujir sordo los coches, ora los puños y empeines de Street fighter.

Chirridos de azulejo techo arriba: un mover de sillas, la mesa, la base del televisor… la

vecina del tercero limpia el cuartito de estar. Barre la pelusa que se acumula sin saber de

dónde viene, pero siempre vuelve. El cristal crepita en las figuras de la vitrina mientras

les pasa un paño seco. Tiemblan entre sus dedos los caballos, fuentes y peces de

transparencia verde y acabado en lágrimas de vidrio. Alza los retratos de su Pepe, retira

el polvo que también vuelve a su rostro, en el que se mira como si fuera un espejo. No

cesa de correr los muebles y vasijas, como extremidades articuladas que

desentumeciera.

La calle es blanca de nieve, de un blanco sucio y refulgente a la luz de las farolas. El

motor del camión que esparce sal ruge por las vías principales; el pequeño tractor con su

cepillo metálico raspa el hielo y la grasa del pavimento. El tendido telefónico vibra

punzante. Un profesor de baja cruza febril las calles del barrio. Oscuro, los pies helados,

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se sienta en un pub y abre su tableta. Encuentra tuiteando a colegas y conocidos, a

periodistas que sigue, a críticos de cine. Circula sus ocurrencias fugaces, la red bulle

desvelada.

Las ventanas de las viviendas se encienden, se apagan, como si un hilo nervioso

atravesara la fachada de las torres, un trigémino irritado entre los ojos y las bocas del

ladrillo. Tras la pared se escucha aullar a los perros domésticos. Sigue nevando. Grupos

de mirlos revolotean de árbol en árbol, cruzan a deshora con los murciélagos.

Escarabajos acorazados chocan con las persianas.

Un sueño reparador, los ojos enrojecidos bajo los párpados claros, envuelve al único

que duerme en la ciudad. Su lengua recupera fuerzas guarecida en paladar dorado. En la

mesa cercana, reposan las hojas con las demandas interminables del día, garabateadas

en tinta apenas legible, que va cobrando forma según amanece. Nombres y papeles en

blanco ruedan por el suelo, como escamas de piel marchita de camaleón que se

desprende entre ronquidos. Su mano casi de granito, las uñas bien recortadas, cae del

borde de la cama. El traje cuelga en la madera. Entra el primer rayo solar, abre los ojos.

4. Cuestión de confianza

Al sonar el reloj salgo del sueño, abro los ojos y la negrura intangible

me encoge el corazón. En las salas de recuperación hay dos puertas,

aunque sólo podemos abrir una de ellas. No hay ventanas. Ahora nos

tenemos que ganar su confianza, y aceptamos la prueba. He dormido

desnudo, sin cobertor. Nos vigilan, les rendimos transparencia. Sé que

andar a tientas, memorizar y repetir cada mañana los movimientos

con exactitud escrupulosa nos redime, nos devuelve al orden. Esto es

mejor que la alternativa de caer en picado por el túnel. Con esfuerzo

vamos a sobrevivir y un día saldremos a la superficie.

Extiendo los brazos a los lados, palpo la sábana cálida, los bato frente

a mí, y el aire vibra sutil. Está despejado delante, me incorporo.

Camino hacia la ducha. Aunque ando descalzo, a fuerza de costumbre

ya no temo tropezar, como al principio. Conozco las dimensiones de

la sala, sus recorridos y la disposición de cada objeto y pulsador.

Cuando entro en la cabina desciende el agua tibia y después el chorro

de aire me seca. Es como un útero protector. Escucho los indicadores

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electrónicos que miden la frecuencia cardiaca, la tensión, el nivel de

azúcar en sangre y el peso. Nada anormal se marca hoy, salvo que

sigo en falta con el peso. Hay que aprender a trabajar como los

órganos del cuerpo, con constancia y sin luz, en lo recóndito. Se abre

la cabina. Escucho girar los monitores en la pared. A mi espalda se ha

movido una silla. A veces creo que no estoy solo. Quizá ha sido una

imaginación. Se me eriza el vello.

Tres pasos adelante, siete a la derecha, me detengo. Ante el

dispensador de ropa alzo la mano y pulso el primer interruptor para

solicitar la muda interior. Desciende por la trompa metálica y cae, con

un golpe amortiguado, sobre la bandeja correspondiente. La extraigo

de la bolsa plástica, la inspecciono, siento su tacto limpio y me cubro

con ella. Otro paso lateral y esta vez, sin necesidad de teclear, caen

sobre la bandeja unos pantalones, los adecuados al programa del día.

Los extiendo, abro la botonadura y los alzo por las rodillas hasta la

cadera. Ajustan la entrepierna, pero acaban entrando. En el momento

en que abrocho el pase oigo caer otra prenda, que debe ser la

camisa-chaqueta. Por el tacto y su firmeza hoy tendremos reunión de

alto nivel.

Ya calzado, a tientas me aproximo a la puerta. Escucho un pitido, me

detengo y giro. Es la impresora del dictado, recojo el papel de hoy y

me lo visto en el bolsillo procedente. Lo leeré en el compartimento de

transferencia a la oficina. Por un momento escucho el pulso en el

interior del cuerpo, la respiración. No me deben distraer, el tiempo

corre. Desfilo el pasillo contando el taconeo y con el dorso de la mano

extendido ante mí. Todavía me falta confianza. Busco el picaporte.

Repercute la mano contra el frontal macizo de la puerta. Orientado en

su superficie, deslizo los dedos hasta que doy con el asidero. Lo

sujeto con la palma desnuda. Acerco los ojos abiertos a la altura del

lector de iris. Se abre la puerta.

5. Regresos

Las bicicletas y las gorras de béisbol que lucen los muchachos

destacan con sus vivos colores sobre el pavimento de la plaza y el

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entorno terrero del pueblo. Abundan los niños y adolescentes,

hombres hay pocos: están al otro lado, trabajando en el norte. Como

el joven Daniel Arango. Pasado el mediodía, bajo un cielo hosco,

apenas algunos perros agitan el polvo de las calles. A la entrada de

una casa de adobe, reclinado en el suelo, entre botellas de cerveza e

instrumentos de música, un grupo de cuatro hombres, con el gesto

dolido, mira al gringo que pasa frente a ellos. El gringo, un estudiante

que viene de lejos, lleva unos días en el municipio, duerme en las

escuelas, y va preguntando aquí y allá. Lleva una cámara fotográfica

colgada del hombro.

-Señor -le llama uno de los campesinos que se incorpora hacia él -

venga a hacer unas fotografías a un amigo, no le queremos olvidar.

Del brazo lo introducen en la vivienda. De pronto se ve en la

habitación, ante la caja con el cuerpo del migrante. La luz turbia que

entra por la ventana se mezcla con las velas y el humo del incienso.

El estudiante, que también es joven, enfoca como puede el objetivo y

mira a través de la lente, por un momento, el rostro apagado del otro.

No lleva flash y no hay cómo sacar fotos, que tampoco quiere por otra

parte. De la sala contigua viene un rumor de oraciones y llanto, en la

penumbra se notan los bultos de las mujeres congregadas. Tras un

rato sale de la casa, al aire, donde respira revuelto.

Los mayores conversan en un banco bajo el pórtico del ayuntamiento.

-Así está la cosa, unos triunfan y otros vuelven como éste, en el cajón

-afirma sombrío uno.

-Dicen que de un accidente de tráfico, que iba bebido y... ¿quién

sabe? -susurra al cabo otro, mirando al horizonte.

Un corro de mujeres trenza una cruz con la flor naranja de

cempasúchil a la entrada del templo.

-Una riña con su ex mujer y le quemaron la casa con él dentro -se oye

comentar.

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-No, ese fue el de Palmira, el que vino hace diez días, éste es el

segundo en diez días.

Daniel Arango levanta de cuando en cuando la vista del asfalto

caliente que va igualando con la pala tras el camión volquete, con la

cuadrilla, para reparar carreteras. Seca con la manga el tizne que le

resbala por la frente hacia los ojos. Ya queda poco para salir. Aunque

no tiene papeles, recibió un préstamo en efectivo para el auto que

maneja, sobre todo cuando llega la noche, por las calles luminosas de

ciudad. Luego perdió el empleo, perdido andaba entre las calles, sin

ver claro entre volver o seguir adelante, como en un laberinto sin

paredes, pero cada vez más espeso.

6. Rainforest mint

En el espejo del ascensor va mirando la ropa que llevan los demás. El

baile ocular por los reflejos de las prendas es indirecto: gira la cara

como para comprobar la planta, se vuelve para dejar sitio al carrito

infantil, levanta el reloj pulsera. Entretanto, se detiene un momento

en la camisa de barras azules y logotipo deportivo que luce un joven

a su lado; en las letras inclinadas de su cinturón; en el pañuelo de

seda rosa y negro decolorado que lleva quien parece su novia.

Aprovecha el espejo para arreglarse el pelo, que lleva corto,

pronunciando su caída a un lado, luego al contrario. Clarea a sus 38

años. El rubor de la sangre altera su rostro bronceado, que mastica.

Se desabrocha tres botones de la camisa. Sube el volumen del MP3 y

se queda mirando cómo cuelgan los cables rojos desde los oídos

hasta la mano. El timbre y la voz automática "Moda hombre.

Complementos" se superponen a un concierto para oboe de

Telemann. Deja caer el chicle en el cenicero del pasillo.

Lleva un polo y dos jerseys al probador. Los coloca en el banco, uno

sobre otro. Apaga el MP3, enrolla el cable y lo guarda en el bolsillo del

pantalón vaquero con cortes que dejan entrever su piel a distinta

altura. Sujeta por la percha el polo Ralph Lauren, entre su torso y el

espejo. La talla es grande, acorde a su corpulencia. Se apresura a

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quitarse la camisa, que tira al suelo. Se encaja el polo sobre la

camiseta. Guiado tanto por el tacto como por la vista que le devuelve

el cristal, acaricia los pliegues planchados del hombro, la mayor

firmeza del tejido en el cuello, el logo bordado en hilo. Pasa el botón

por el primer ojal, desliza la palma abierta de la mano por el pecho,

afirma el algodón contra el vientre... habla y esboza una sonrisa ante

el espejo. Se quita el polo y lo tiende sobre el taburete. Toma el

jersey Armani combinado de rombos. Se enfunda la lana por la

cabeza, los brazos, tira de ella hasta cubrir la cintura, mientras

contempla su forcejeo y el resultado. Exhala hondo. Escurre los dedos

y la vista por las distintas calidades del punto, que varía con el dibujo

y las costuras. Se mira de lado, habla. Repliega el tejido despacio,

aspira su olor mientras lo va sacando por la cabeza. No se prueba el

tercer suéter. Recoge cada prenda, la dobla tal como estaba. Sacude

y se viste la camisa, cadencioso. Mira alrededor. Levanta cuatro

perchas caídas por el suelo y las cuelga en el soporte de la pared.

Retira también a una esquina algunos alfileres tirados.

Toma otro chicle de sabor intenso "rainforest mint" camino al

ascensor. De bajada está sólo, son las tres de la tarde. Lleva el

Armani a la espalda, metido en la bolsa junto al portátil. Abre y cierra

la caja de chicles una y otra vez con el pulgar, mirando al espejo. Se

vuelve a colocar los cascos. Baja la vista y gira hacia la puerta

mientras suena "One", de U2. Suena "planta baja, salida". Al abrirse

las hojas, sigue los zapatos Burdeos del hombre que entra. Se vuelve

y pulsa cuarta planta, "Zapatería".

7. Un bolígrafo vertical frente a la

ventana

El hombre levanta un bolígrafo a la altura de los ojos, vertical, y

cuenta los vehículos que van quedando atrás en la autovía que

discurre paralela al AVE. Llega un momento en que los coches dejan

de ser unidades y se convierten prácticamente en líneas que alternan

colores. Enfoca entonces el bolígrafo hacia objetos más lejanos, que

se mueven más despacio por la ventana: campos de cultivo,

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anegados varios de ellos por las desacostumbradas lluvias, torretas

eléctricas, casas de labor, y a lo lejos, collados pedregosos que

bordean el valle. Germán Arrieta ultima la clase de un Máster para

consultores en mercado de la energía. Siempre revisa las notas y las

actualiza para dar ejemplos reales. Ha convertido la mesa abatible en

un pequeño despacho con el portátil, a un lado el móvil y al otro un

bloc de notas. La gabardina plegada, junto a la bolsa de viaje, van en

la celda superior.

A través de la conexión módem, revisa el precio de las opciones de

compra del gas a corto plazo en la lonja europea. Compara la

oscilación de la subasta con las tarifas del Ministerio para calcular las

decisiones y márgenes de riesgo asumibles. Va anotando los datos en

filas de ecuaciones para la presentación. Las gráficas combinan

curvas y columnas estilizadas, que contienen el mundo de las

operaciones en su ordenada geometría. Pasa la azafata repartiendo

prensa, que deja a un lado del asiento. Las luces del vagón se

disponen de forma que ni la azafata ni los pasajeros proyectan

sombra al caminar por el pasillo. Tampoco los cambios de luz en el

paisaje exterior llegan a alterar el ambiente: la tapicería blanca sobre

la pared combada absorbe los reflejos.

Al leer el periódico se detiene en artículos que hablan de Argelia y

Libia, esta vez fuera de las páginas sepia dedicadas a finanzas. El tren

se sumerge en un túnel, y un súbito vacío tapona levemente los

oídos. Se pierde la cobertura. Cierra el periódico, guarda las gafas y

abate la pantalla del portátil. Toma el bloc de notas. Fortuna, azar,

reto... escribe palabras y cuenta con los dedos. Le gusta componer

haikus, uno al día, poemas que admira por su brevedad. Contempla

por la ventana y anota: nubes altas, velocidad, casas hundidas. Tacha

esto último.

El tren va llegar adonde se dirige. No le da tiempo a completar el

haiku.

8. Peces y estrellas

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Richard llega mirando a un lado y a otro, sobre todo atrás, y se sienta

en un banco del parque, de los que se retiran del camino principal. Es

apenas un adolescente. Con la respiración agitada, se cobija en la

esquina, y monta un rincón furtivo entre su espalda y los arbustos.

Mueve las manos con rapidez, rebuscando en los bolsillos de su

cazadora gastada. En uno lleva el cúter, del otro saca una cartera de

mujer. La abre con dedos inquietos, cuenta treinta y siete euros,

entre billetes y monedas. Los guarda en el pantalón. Hurga en los

otros compartimentos. Vuelve la cabeza hacia fuera y tira el

monedero a la papelera.

La tarde es nublada y fría, aunque no llueve. Cerca se escuchan los

gritos y las carreras de un grupo de niños que juegan y se persiguen

en un claro del parque, en el campo que demarca un trío de árboles y

el pie de un columpio. Richard se gira y pone los ojos en ellos. Sus

manos, a los costados, se aferran a la tabla del banco mientras se

inclina un poco hacia delante. Sigue las persecuciones y los acechos,

el griterío que arman. Tendrán unos diez años, tres menos que él.

Junto a un árbol han apilado las mochilas escolares, en pirámide.

Chillan, corretean de una esquina a otra con sus botas de agua,

dibujadas de estrellas y peces de colores. Un niño lleva unas

deportivas que desprenden luces rojas al pisar. Corren, chocan y

explotan de risa, resbalan, caen de bruces y se levantan para seguir

con el alboroto y hacer casa en el árbol o en el columpio. Más allá se

sientan padres y madres, que vigilan y conversan.

Richard afloja las manos, las extiende sobre el asiento. Sus facciones

se relajan y hasta la boca le queda entreabierta. Al rato comienza un

palmoteo leve sobre la madera. Luego las manos saltan entre el

banco y sus piernas, al ritmo de una retahíla que va tarareando

mientras mira a los niños jugar.

9. Formulario

Todo empezó por ingerir los frutos del madroño, con su punto de

fermentación, hasta rodar entre las hojas, y acabar con el

aguardiente a palo seco, que conseguía a cambio de favores a la

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orilla del bosque. ¿Quién dijo que una diosa de la madera y el viento

no gustara el licor antes que el agua? Pero perdí el ritmo de las

estaciones, dejé de sentirme en el batir de las olas, en la torsión de la

corteza empujada por las yemas. El otoño que descuidé enervar el

gozo de los venados, y no nacieron cervatos. Entonces me expulsaron

de los prados, dijeron que a desintoxicarme, en una floristería de

ciudad, a conocer la suerte de mis hermanas.

Aunque me temblaban las manos y llevaba el pelo enmarañado,

cuando vieron los arreglos, no hubo preguntas en la entrevista y

empecé a trabajar en Oasis. Día a día volví a diferenciar el olor de

cada rosa al elegirlas para un ramo, los tonos del atardecer en las

gerberas, a admirar la firmeza en el tallo, el pétalo y el cáliz del

girasol. Con las flores en una mano, añadía con la otra ramas verdes

de limón o eucalipto. Entonces venía el papel celofán, con su crepitar

de plástico, a envolver y exhibir la flor desnuda. En el mostrador, he

visto al entregar el ramo las miradas de fuego de los jóvenes, relajar

el gesto de las viudas y los hijos, el brillo distinto, pero brillo al cabo,

de los nacimientos y de las partidas. También me corté más de una

vez las manos con las afiladas hojas listón o al clavar helechos en la

base de espuma.

Creció el negocio, aumentaron los pedidos, que venían cada vez de

más lejos. Se contrató a más chicas, llegamos a la docena. El local se

amplió y pasamos a la trastienda. Alrededor de tres mesas unidas por

una cinta armamos las flores bajo pedido, según las órdenes que

aparecían en el monitor que preside cada mesa. Para organizar mejor

la tarea vino un gestor que revisó el procedimiento para cada ramo y

centro, hasta dejar seis modelos con dos variantes de forma y

tamaño, según los precios y la adaptación al cliente. Como yo tenía

más experiencia y era, según decían, la del ingenio, me pusieron a

cargo del taller. En la primera mesa se colocan las unidades de flor en

pequeños montones por encargo, y los elementos verdes. En la

segunda mesa se mezclan los componentes, con el cúter se ajusta la

longitud de los tallos y se trenzan las hojas con la goma. En la tercera

mesa reviso la calidad y pulso el botón para que el brazo de la

máquina imprima el sello personalizado al cliente, según sus

preferencias registradas en "la nube" de Internet. Listas para venta.

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Sólo queda confirmar los datos de cada ramo o centro servido en la

pantalla táctil.

Por la crisis económica y la competitividad de las flores colombianas,

nos dijeron, había que montar las unidades en la mitad de tiempo:

avisparse o morir. De los procedimientos derivaron formularios, a

cumplimentar varios al día, para dar cuenta de los ramos compuestos

por hora, de la cantidad de hoja y flor, de las ausencias para

descansar. El gestor me dice "Hena, se distraen tus compañeras, que

están a tu cargo". O cuando dejaba pasar una variación inesperada

entre los seis modelos, "Hena, ¿dónde tienes la cabeza?, Que

perdemos con esto." O "Hena, mejóralo, y lo cambiamos por el

cuatro".

Acabé por no tocar apenas más hojas que las Excel de cálculo, y su

fondo verde en la pantalla era un espejo en el que cuanto más miraba

menos reconocía. La semana pasada, al confirmar el descanso de mis

compañeras, sentí que me había convertido en un formulario más.

Trato de recordar el bosque. Esta mañana, al rozar los juncos frescos

en la primera mesa, he vuelto a sentir una agitación de pájaros.

10. El pasaporte

No eran en realidad tan parecidos, los hermanos Lisardo y Daniel

Tovar, a pesar de su aire en aquella foto del pasaporte. Lisardo, el

mayor de los tres hermanos y dos hermanas Tovar, había heredado el

talante conciliador de su madre, que más de una vez evitó que saliera

ardiendo la casa, cuando no la aldea, por las disputas y travesuras de

sus hijos. Daniel, seis años menor que Lisardo, fue el único que pudo

convencer a su hermana Diana para que bajara del árbol magnolio

donde pasaba las tardes y escapaba algunas noches, entre los siete y

los quince años, como si le creciera una cola de ardilla. Al regresar a

Ecuador tras siete años en España, Lisardo, ya casado y con sus

propios dos niños, trataba de levantar un negocio con vacas a 20 km

de la ciudad de Ambato, en una pequeña finca cerca del río. Contaba

con doble nacionalidad, y su hermano Daniel, que no encontraba

satisfacción en las tareas del campo y menos en sus jornales, deseoso

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de descubrir la España de la que tanto se hablaba y probar fortuna,

empezó a pedir el pasaporte a su hermano, para pasar, insistía, sólo

una temporada.

No tuvo problemas en la aduana de Barajas: Daniel pasó por Lisardo

sin mostrarse nervioso ante aquella mujer policía que le pidió abrir las

maletas. Le esperaba en el aeropuerto su hermana Diana, con quien

empezó a vivir en Fuenlabrada, compartiendo piso con ella y dos

amigas. Al principio salió poco de casa. Abría el pasaporte frente al

espejo y trataba de imitar la expresión de su hermano al reír, su tono

al hablar, al mover las manos, arreglarse el pelo. Hasta adelgazó 13

kilos en esta búsqueda del parecido.

Empezó a trabajar en mudanzas, y a cotizar a nombre de su hermano

en las temporadas en que tenía contrato. Se dieron los primeros

malentendidos al cruzarse con algunos conocidos de su hermano:

"¡Tú no eres Lisardo! ¡Pues qué bien te ha tratado este año y medio!,

¿y la Jenny…?" Él respondía con naturalidad, sin evitar las

conversaciones. Pero sí evitaba los lugares y amigos que, según su

hermana, más frecuentaba Lisardo.

A los seis meses de llegar le tocó la lotería de Navidad, una cantidad

con la que podría comprar un buen terreno y construir una casa en

Ecuador, abrir un taller mecánico o, quién sabe, hasta un todoterreno

de llantas grandes. ¡La fiesta sonó en la vecindad! La familia, al otro

lado del océano, también lo celebró. Todos menos Lisardo, que

barruntaba la tormenta que el premio traería. Daniel pensó en

regresar. Pero para retirar el premio había que presentar un

documento de identidad. "¿Quién cobra entonces?"- Se repetía. Con

los días se le fue espesando un velo de desconfianza, de tanto dar

vueltas a la cabeza. Le envolvió como un humo taciturno. Fue

perdiendo los gestos de su hermano, y sintiendo que tenía derecho a

ser, a ser Daniel y dejar de ser Lisardo. Abrigaba como una amarga

semilla que el otro sobraba.

Se presentó en la administración de lotería con el décimo dentro del

pasaporte, y el mismo día abrió una cuenta en el banco para ingresar

el dinero. Empezó a beber, con los compañeros de las mudanzas, y a

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contar que alguien rondaba su casa en Ecuador, que ya le estaba

dando problemas, y se metía con su familia, que ya lo había

soportado demasiado, una suerte de pariente mal parido que

aguantaban por no dar que hablar. Empezó a hablar en voz alta

estando solo, desvelaba el disco rayado en que se había convertido.

En una noche de maquinaciones afiladas por librarse del otro y

castigarse por este pensamiento, se llegó a ver atropellando con el

todoterreno rojo de llantas grandes a Lisardo, pero el cadáver era él.

Vio cómo los rumanos de la mudanza le acuchillaban hasta manchar

con su sangre el pasaporte: de esta manera se acababa, al menos en

los papeles, el otro. Ya no lo soportaba más, se sentía a punto de

estallar. En un momento, dejó de pensar. Fluyó con el techo de la

habitación, con las paredes y con cada objeto de la alcoba, que sentía

moverse dentro de sí. Se sintió vibrar suspendido en los primeros

rayos del amanecer que entraban por la ventana, palpitar en cada

mota de luz. Con la mañana, soleada y fría, buscó un parque y quedó

sentado sin contar las horas, meciéndose con la mirada en las ramas.

Cayó en la cuenta que podía interpretar a Lisardo. Lo mismo que

interpretaba, al fin y al cabo, a Daniel. Caminó más despacio que la

gente al volver a casa. Ya era hora de devolverle el pasaporte, que

guardó en la bolsa de viaje.

11. Oficina del tiempo y viceversa

-Vengo a presentar una reclamación. He perdido mucho tiempo.

-Creo que acude usted al mostrador equivocado y además, vamos a

cerrar y viceversa.

-Pero aquí dice "gestión del tiempo perdido". He perdido mucho

tiempo. Me lo han robado, más bien.

-Le podría mostrar las estanterías, por si reconoce el suyo. Le

advierto que andan repletas como… y viceversa, son muchas las

reclamaciones, pero nadie retira nada y se van llenando, llenando.

¿Cómo dice que era el tiempo que perdió, o que le robaron?

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-Veranos interminables, paseos en bicicleta con el aire en la cara, los

besos que deje de dar, que no me dieron. Era dorado, fluir alegre,

también el dolor. Me lo perdí. Años enteros.

-Hábleme más despacio. Tome, tome si los necesita estos pañuelos

de papel, Pero dígame, ¿Cuándo se dio cuenta de la falta?

-La semana pasada mismo, cuando me quise dar cuenta, ya era

domingo, sin darme cuenta. Y otra vez lunes. No, mire, murió mi

madre. Hace hoy un año. Al principio… pero vuelta… adiós

-Acompáñeme. Como verá, aquí sólo tenemos instantes ordinarios,

que no dejan de ser extraordinarios, y viceversa: este trabajador

pegando sellos, cocinando el desayuno para sus hijos, esta llamada

telefónica, donde tiembla la voz de la madre al otro lado, estas flores

que no se han regalado, de las que vino este polvo que no se echó,

esta caricia, el tiempo que duran estas palabras de gracias. Tenemos

muchas gracias, nos llenan las estanterías. También reclamaciones a

tiempo, y el breve instante de un no. Aquí hay alguien disfrutando

del chocolate con… Pero de lo que dice…

-Dice que se lo han robado, ¿de quién sospecha? Y viceversa.

-La presión. La hipoteca. Tenía que trabajar. Para mantener a la

familia. Para pagar el coche y las vacaciones. Ese coche que nada

más pedía taller, la libertad, la libertad.

-¿No se desprendió de él?

-Todo el mundo tiene un coche, un buen coche.

-Veamos ¿Dónde estaba usted mientras dice que perdió el tiempo? O

le robaron y viceversa.

-¿A qué usted se refiere? ¿Se refiere a mí?

-Al que no se daba cuenta que lo perdía. ¿Dónde estaba usted…

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-No sé. En el lío. Me llenaron la cabeza, pensando en el futuro. Quizá

estaba aquí. Añorando los veranos interminables, los besos que vi,

los besos que deje de dar. Así durante días. Recuerdo una televisión

y en Internet que me hacían compañía. Mientras lo buscaba. Me

dolía. Me duele.

-Me temo que debo arrestarle.

-¿A quién?

-Al que no se daba cuenta que lo daba. Si no me equivoco, es usted

sospechoso. En otro caso, rellene este impreso simple o viceversa,

vamos a cerrar.

-Disculpe, creo que me he equivocado de ventanilla.

En un diálogo, los personajes deben contarse a sí mismos su manera

particular de estar en el mundo. Eso es lo que vemos en el texto

ilustrativo "la dura realidad". Se nos informa de que uno de los

personajes vende helados y asistimos a la realidad de las emociones

que esto provoca. Así, n las frases de un diálogo habrá una intención

concreta y cuando se descubre ese hilo es cuando el diálogo

adquiere sentido pleno. Esa es la tarea: escribimos un cuento

basado en el diálogo e intentamos poner en práctica lo que

hemos aprendido.

12. La consola

Levantó la mirada de la videoconsola y con ojos tristes me lanzó

la pregunta. La sobrina, de ocho años, llevaba jugando detrás

de la pantalla, el esperado regalo de Navidad, todo el fin de

semana. El viernes empezó por sacarnos fotos con la pequeña

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pantalla, sujeta entre sus manos pequeñas. Rodeaba nuestra

imagen con marcos de fantasía: ahora un arco iris alrededor de

nuestras cabezas, nubes de colores con estrellas, luces de neón

en forma de corazones que vibraban tornasolando en azul y

rosa.

Al día siguiente, siempre detrás y a través de la pantalla,

contemplaba la casa alrededor. La videoconsola, del tamaño de

un paquete de tabaco, es una ventana mágica: al correr el

gozne se abre un umbral inesperado. En la cocina, la lavadora

adquiría brillos misteriosos y sus mandos sobresalían como

cogollos de girasol. Su puerta redonda, ojo de buey, parecía

ocultar una entrada secreta. La nevera se movía animada, con

su juego de imanes. En la bandeja de mimbre, unas naranjas

parecían más relucientes, más naranjas, más vivas. La niña

Amalia me pidió que soplara al micrófono, a un lado de la

pantalla. La cocina se llenó de burbujas de jabón: volaban

cambiando el tamaño y los destellos, traslúcidas. Estas pompas

no ensuciaban con su viscosidad el suelo, como cuando, años

atrás, agitaba el frasco y levantaba el aro envuelto en su

membrana. Soplaba al micro y a través de la pantalla salían

más y más burbujas volando, y ella reía y reía.

De paseo por el barrio, sin la consola, Amalia miraba el suelo

sin mayor interés, los árboles de ramas desnudas, acelerando el

paso para volver a casa y a su juguete, -Que me aburro -repetía.

Sobre la mesa pone un cromo de papel, un simple cromo.

Apunta hacia él con la ventana de la consola y, pulsando con

sus pulgares los botones y las ruedas, se levanta del papel una

caja, y de la caja sale un bosque, y entre los árboles del bosque

un dragón levanta su cabeza amenazadora, abre desafiante las

fauces. Ella dispara, dispara y dispara, flechas y rayos, que

suenan hasta que el dragón explota y queda carbonizado. Y se

eleva otra caja de la que sale un nuevo bosque.

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Entonces es cuando miró la fotografía donde aparezco con mis

padres, siendo un niño de tres años sobre un caballo de cartón

en una playa de Alicante, y me soltó, con un titubeo, como si

apenas se atreviera: "¿El mundo entonces era en negro y

blanco?". Que pensara esa posibilidad me recorrió como un

escalofrío.

NOTA: a partir de una anécdota de estos días, en línea con los "me

acuerdo", he preparado el texto. Me llevaba a una pregunta acerca de

cómo influyen los artilugios tecnológicos prolongación de nuestros

sentidos al percibir "lo real". Acerca de la fusión entre lo virtual y "lo

real". Para esta niña, que ve el entorno metamorfoseado desde la

pantalla de la consola, y a través de ella actúa con él, es "el mundo",

lo dado. Las videoconsolas tienen un punto inquietante.

13. Un cliente menos

Luis Miguel Bascones

Llevamos meses detectando anomalías en el consumo electrogas de

la vivienda sita en la calle Ventura, 13, un código gazapo encallado

que se extendió hace dos semanas a la colonia vecinal, para

convertirse en otra cosa. Martínez Claxon, el potencial cliente, no

sólo persistió en su aislamiento de todo suministro oficial, a pesar de

la batería de soluciones que desde TuEnergía S.A. se ha dirigido en

favor de su bienestar. En clara muestra de retrohistorismo, el conejo

rechazó la carta 9, nuestra ofertamenaza más potente, como sólo

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había ocurrido en dos ocasiones anteriores. Pero después vinieron

los hechos más graves, por los que le remito esta circular con los

anexos.

He demostrado en estos años mi competencia y entrega a TuEnergía,

con la captura para la Casa de disclientes dados como perdidos por

otros vigilantes. He colaborado en el Departamento-para-Ablandar-

Voluntades desde su creación, no hay una rama, ni entre personas ni

entre organismos, que no haya cedido al peso de nuestros ingenios,

como refleja la cuenta de clientes y resultados.

Al detectar la primera anomalía por bajada de consumos en el

suministro, se envió a un comercial bregado, 1325, agente de zona

premiado con el electrón de oro el año pasado. La sesión con

Martínez Claxon transcurrió a buena temperatura (22°), que no

concordaba con las lecturas de contador, que apenas le hubieran

servido para subsistir a unos 10° con las paredes mejor aisladas, y no

era el caso. El informe anota posible cultivo de plantas: Tres niños

armaban mecanos móviles de papel, alambre y plantas verdes,

semejantes a girasoles, hasta cubrir una pared del salón. Pero sobre

todo llamó la atención del comercial la voz pausada e incluso la

escucha, del discliente, mujer, euroafricana, de mediana edad, que lo

recibió. Vestía ropa de tejidos vegetalmente activos, que fueron

alargándose por la manga y el bajo de la falda en el transcurso del

encuentro. Quedó anotado en el parte de incidencias, como que olía,

de manera cambiante, a fermentos de aceituna, a mar, a combustión

de leña (la descripción del comercial es confusa en este punto, no

determinante), aunque no se encontró indicio de estas sustancias. La

renegada ofreció una taza de café a 1325, que quedó casi

desarmado, pero aplicó de inmediato la escala de cargas y alivios,

con aumento de intensidad, según el protocolo de ablande.

A la pregunta por si conocía las ventajas de la nueva Ley de Libertad

Energética, el discliente encogió los hombros, respondiendo con

preguntas, en una actitud de increencia aviso de la evolución

posterior de los acontecimientos.

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Se le ofrecieron los ahorros correspondientes, llegando hasta el Plan

Insignia Triple, que pulsa los niveles máximos de estímulo. Sabemos

que las mejoras no pueden ser cuantiosas, por los acuerdos

alcanzados entre compañías, y porque tampoco sería confiable un

beneficio mayor. Pero, ¿Quién no desea ahorrar unos euros en el

año? Se le insistió en el valor de comparar y decidir, se le hizo sentir,

como siempre, decisor rey. El llamado a la codicia/ahorro y el

narcisismo del cliente no funcionaron con Martínez Claxon.

1325 le puso en situación de compararse con sus vecinos, quienes ya

disfrutaban las ventajas de TuEnergía. El quedarse atrás y ser menos

(o no ser) tampoco le movieron a suscribir la póliza. Días después se

le remitieron las cartas preceptivas de ofertamenaza por ausencia de

coberturas y, en contraparte, las del suministro, el casi crédito y casi

empleos asociados al Plan.

Desde entonces la lectura del contador de luz y gas ha caído a un

consumo tan bajo que es inexplicable e incompatible con la vida en la

actual ola de frío africano. Todo indica que ha conectado plantas

vivas y turbinas a nuestra base de quejas y reclamaciones. De ser así

habría logrado un circuito de calor a partir de nuestras quejas.

Nuestra base de quejas, que no había hecho sino subir en los últimos

tres años, se reducía al mismo ritmo que las bajadas de TuEnergía

consumo en la vivienda de Martínez Claxon, y luego de la finca de

343 domicilios que componen su comunidad.

Ante la gravedad del caso, acudí en persona a la madriguera

enquistada. Me recibió Martínez ofreciendo una taza de té caliente.

Un poderoso olor a pipas tostadas invadía la cocina, aunque sin

signos de combustión. Le conté que lo sabíamos todo, ofrecí

suministro electrogas, alimento y un empleo en nuestra compañía a

cambio de la fórmula.

Los ingenieros están tratando de bloquear la fuga de reclamaciones

y se preparan para asimilar la tecnología. Adjunto como primer

anexo la acusación de robo y biohacking por conversión de ira. Se ha

comunicado el delito y confirmado ya la cancelación del discliente y

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su colonia al Ministerio de Industria, que ejecutará Interior la

próxima madrugada, cuidando de mantener la instalación intacta.

Por mi parte, adjunto también informe médico para solicitar

vacaciones de una semana, derecho adquirido y no empleado en el

último quinquenio.

Fdo.: Fausto del Val

Todo por Tu Energía

EL LAGARTO Y LA BOTELLA

El lagarto mira la botella, que está vacía. El sol juega con los colores

sobre el cristal transparente y los reflejos se agitan. A cada vuelta ve

cambiar el cuerpo, y no hay forma que no adquiera el tono más

terrible o soberbio: la sombra en el espejo es azarosa. El cono de la

base afila y redondea la apariencia, qué sorpresa. Otra vuelta más

alrededor. Alcanza ahora la boca de la botella. Al otro lado del cuello,

descubre el reptil la imagen del dragón que lleva dentro, y que frente

a sí espera. Más y más grande devuelve el espejo la máscara, según

va hundiendo su cuerpo, deslumbrado, por el estrecho canal vidrioso.

La figura reluce conforme se acerca a ella. Luego, en un instante, los

gestos se desdibujan y desaparecen. No hay vuelta atrás. Queda la

botella, aunque ya no está vacía.

LOS TRANSPARENTES

Un cubo cruza la noche repleto de maíz en grano. De su asa

metálica lleva una mujer, apenas visible, camino del molino nixtamal.

Un embudo engulle por su boca los dientes solares del maíz, los

mastica y devuelve una olorosa masa blanca ensalivada de agua

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salada. Más al sur no hay molinos y las mujeres transparentes ocupan

y muelen su espalda moliendo maíz sobre el metate de piedra

volcánica, los granos desprendidos antes por sus manos del elote. Un

cubo con la masa tierna cruza de vuelta el amanecer portando una

mujer apenas visible. Sus manos gastadas toman porciones del cubo

y forman pequeños astros, esferas, círculos perfectos. El fuego de la

pobre leña recogida a orillas del pueblo por mujeres apenas visibles

arde temprano bajo la chapa del comal. Una tras otra van cayendo las

obleas sobre la forja. La lumbre cuece el silencio de la mañana y el

rumor que escucha de los seres que van despertando. Las tortillas se

ahuecan y voltean sobre este volcán menor y son envueltas por

manos transparentes en transparentes paños que aguantan su calor.

Alimento. Subsistir un día más. Quedan pocos hombres en el pueblo.

Marchan al norte, a una tierra de promisión que sólo alcanzarán si

cruzan su custodiada muralla sin ser vistos; ésta semana dos de ellos

han sido devueltos al pueblo... las reyertas, los accidentes, las

viviendas incendiadas al otro lado, donde trabajan, donde ganan,

donde pierden. Otros ya no regresan; o, como aves migratorias, de

curtidas alas, con la temporada; o envían otros su fatiga bajo la

especie del oro verde de papel, que tanto puede bajo el sol reseco del

campo, de la tierra que no da. Escuché apenas el llanto y la ira de una

madre en la vacía iglesia. Y la música y el pobre bálsamo de mezcal

en la casa transparente de los familiares. Hoy el maíz dará leve vida a

niñas y a niños, a viejos anticipados por la muerte pobre que roe los

cuerpos transparentes. Los cuerpos de maíz que saldrán en un cubo

inexorable hacia el molino del norte. Son tantos, son casi

transparentes. Sólo cuentan acaso en las cifras, deslumbrantes,

inciertas, de los molinos que los cultivan, cuentan, muelen y

administran. Y no hay molino para todos. A veces los transparentes

toman la palabra para dejar de serlo.

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14. Del amor, entre episodios

-Oye Tom, esta vez han cargado el suelo de ballestas, gasolina y

cerillas. Creo que quieren acabar la serie a lo grande. Hasta ahora te

he desollado veinte veces y no te mueres. Tus zarpas me han cortado

en gajos, me ha planchado un camión o un golpe seco de sartén y

aquí sigo, entero. Pero esta vez asusta, me huelo algo diferente.

-Ayer acabó en bronca la cena de los guionistas, se levantaron

gritando, sin terminar los platos. ¿Tú también notas el montaje más

tirante?

-Siento tirante la piel, como que escuece. Tom, ¿Te das cuenta que

nunca hemos hablado de las cosas importantes, como el amor?

-Tú siempre detrás del queso y yo siempre detrás de ti y huyendo del

perro, así episodio tras episodio, qué vamos hablar: huir y perseguir,

es la rueda. Hipotecas y ascensos, o pisos nuevos y más hipotecas, en

los episodios de la gente de carne y hueso: huir y perseguir. Amor...

El olor de un sexo abierto como una flor que no espera, eso es amor,

Jerry.

-Entre episodios voy a la biblioteca, leo el periódico y se me quitan las

ganas. La verdad, vuelvo con la libido por el suelo. La vida de los

hombres es jodida.

-Pues yo estoy que me subo por los bordes de la pantalla, Jerry, con la

de canciones románticas que pinchan en el estudio. Si no meten

pronto una gata en el guión.... Escucha: "mi vida eres tú", "desde que

te fuiste el mundo se acaba...". Los peores, los latinos, ¿has oído a

Gilberto Santa Rosa? Vaya enfermedad, cuando se ponen así es que

se les nubla el juicio. Les gusta sufrir.

-Pero también tienen sus gestos, Tom. Mira Rick en Casablanca. Todo

amargado y a lo suyo al principio, y luego que ya tiene a la chica, a

Ingrid Bergman, le cambia el pasaporte para que pueda escapar en

avión con otro. Ahí rompe la persecución. La renuncia a tu queso por

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un queso mayor, eso es amor. Bueno, es cine, pero lo han hecho

ellos.

-¿Amor por una causa mayor, dices? Si de las canciones pasas a las

religiones, todas hablan de amor, pero eso sí que son persecuciones y

no las nuestras. Será que nos han creado a su imagen y semejanza,

como algunos dicen al hablar de sus guionistas.

-También he visitado hospitales, Tom, y he visto cómo la gente se

acaba, o pierde partes. Ellos sí pierden partes en accidentes, se

rompen de verdad. O con enfermedades, dejan de caminar o de ver....

Los he visto llorar. Algunos se reponen con las piezas que les quedan.

Creo que el pegamento es también amor. No sólo amor propio o a

otras personas. Tienen palabras para eso, como "filosofía", que viene

de amor por la sabiduría. O los amigos, con la confianza. Eso les

salva, a veces. O será el hambre y el miedo a que se acabe también

su serie.

-Prepárate, Jerry, que suenan las máquinas de edición y salimos. No

tengas miedo, ya ves que aquí nos matamos de veinte maneras, pero

nunca pasa nada. Los de carne y hueso están jodidos, duran poco,

sufren, y mucho de gratis, pero de verdad les envidio.

-Bueno, Tom, por si esta vez pasa algo raro y no nos vuelven a pintar,

que sepas que también persigo el queso por estar cerca de ti, por

llamarte la atención.

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