combate de la concepción
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Combate de La Concepción
Campañas Terrestres de la Guerra del
Pacífico
El Combate de la Concepción, es uno de los hechos de armas más valorados y recordados
en Chile. Se produjo en la llamada Guerra del Pacífico, en la Campaña de la Sierra, el
periodo más salvaje de la contienda. Un puñado de chilenos, 77 en total, combatieron
durante diecinueve horas apoyados en un pequeño cuartel a más de mil quinientos
enemigos entre soldados de línea e indios serranos. También es recordado en el Perú por
la historia del pequeño poblado, que hasta hoy se mantiene invicto ante el enemigo.
Han transcurrido más de tres años de una guerra que poco a poco ha mermado la
capacidad de asombro en la historia de Chile y Perú. Todas las tentativas de paz entre
ambos países han fracasado y no se vislumbra un fin cercano. La mayoría de los
regimientos chilenos volvieron a su patria luego de llegar a Lima creyendo que la Guerra
estaba pronta a finalizar. Solo quedaron pequeños batallones, que como única misión,
tenían que acabar con la resistencia peruana en guarnición en la sierra. Trabajo que se
creyó fácil en un comienzo, pero que con el tiempo demostró lo equivocado que estaban
los altos mandos chilenos. Andrés Cáceres, el último caudillo peruano, no se rendiría
fácilmente y se encargaría por mucho tiempo más en hostilizar a las guarniciones
chilenas, que pasaron a llamarse los Batallones Olvidados, por el abandono en que los
dejó su país.
Ya no era Chile contra el Perú. Se comenzaban a unir a las tropas de este último país los
indígenas que habitaban los sitios precordilleranos y cordilleranos del Perú, llamado
Sierra, que aunque no se consideraban como nacionales de este país, unos convencidos
por el General Cáceres, oriundo de esas tierras, otros en forma obligada por su ejercito y
por último por los abusos que fueron víctimas por la División chilena al mando del
Teniente Coronel don Ambrosio Letelier que había azotado sus pueblos y abusado de sus
tierras y familias. Todos esos hechos comenzaron a fortalecer la resistencia peruana, la
cual crecía día a día con millares de indígenas, que no defendían al Perú propiamente tal,
sino a sus familias y tierras.
En los primeros meses de l año de 1882 hubo varios intentos por
acabar con la resistencia peruana, pero cada uno de ellos fracasó
rotundamente. La falta de recursos para sus soldados, que no
contaban con lo mínimo para sobrevivir, obligándolos a recurrir a lo
que pudieran encontrar en cada poblado que habitaban para su
alimentación y obligando a dichos lugareños a pagar un cupo d
guerra para la mantención de las tropas, comenzó poco a poco a
levantar el ánimo indígena contra Chile, y aunque tenían órdenes
desde Lima de tratar amigablemente a los indígenas para evitar se
unieran a Cáceres, la necesidad, el hambre y en algunos casos la
ambición, fueron más fuertes, creando así ellos mismo uno de los enemigos más
sanguinarios que enfrentarían.
Cada día que transcurría menguaba más al Ejército chileno, victima de las distintas
enfermedades que contraían los soldaos. El Tifus era el más mortal enemigo para las
guarniciones que ocupaban los distintos poblados, y aunque existieron pequeños
enfrentamientos contra las fuerzas peruanas, las pérdidas por enfermedad eran
inmensamente superiores. El alto mando chileno estaba alarmado, y pedía diariamente a
las autoridades chilenas la orden para abandonar la sierra, pero el Gobierno chileno
restaba importancia a las noticias. Era muy fácil para ellos, sentados en sus escritorios a
miles de kilómetros de la Guerra, decidir que aún no era tiempo, que eran noticias
infundadas y que los soldados chilenos serían capaces de soportar esas penurias y
muchas más.
No se daban cuenta del real estado de las tropas, muchos de los cuales, con sus
uniformes andrajosos y con hojotas, hechas con los restos de sus botas, debían soportar
las fiebres, el frío y el hambre. Muchos soldados vieron como última alternativa el
desertar.
La situación llegó a ser insostenible para los chilenos, lo que obligó al Coronel Del Canto,
jefe de la División chilena, partir a Lima para solicitar personalmente la orden de retirada.
Los hechos relatados por este al General Lynch causaron alarma. Las tropas necesitaban
nuevos uniformes y carecían de mantas que les proporcionaran el abrigo necesario, para
las continuas lluvias y nevadas que debían soportar. Muchos estaban muriendo
congelados.
Los hospitales sanitariamente eran poco aptos, pues las medicinas escaseaban y los
practicantes no daban abasto para la cantidad de enfermos, que caían victima de Tifus y
Viruela.
Solo luego del envío de un medico de confianza del ministro chileno Novoa, el cual le
corroboró y aumentó todo lo que había narrado Del Canto, fue autorizada la orden de
evacuar la Sierra por las tropas chilenas.
En un principio, solamente debía acortarse la línea de ocupación, partiendo por la
evacuación de Huancayo, que era el cuartel General chileno.
Dicha noticia, que trato de mantenerse en completo secreto, no tardo en llegar a oídos de
General peruano Andrés A. Cáceres, quien vio en esto una oportunidad de exterminar las
guarniciones chilenas, empezando a crear un plan de ataque contra sus enemigos.
A fines de junio el cuartel peruano estaba apostado en el pueblo de Izcuchaca, ubicado al
sur de Huancayo. Cáceres planeaba encerrar a los chilenos en su retirada, evitando así que
se juntaran las distintas guarniciones y cortando toda posibilidad de comunicación con
Lima, para lo cual, envía al Coronel Máximo Tafur hacia el norte al poblado de Oroya,
destruir la guarnición existente en el lugar y cortar el puente, para así evitar cualquier vía
de escape del enemigo.
Da
órdenes al
Coronel
Juan
Gastó se
dirigiera
con la
División
Vanguardia, que estaba compuesta por los Batallones Pucará N º 4, América y las
columnas Libres de Ayacucho hasta el pueblo de Comas donde se le unirían las
Montoneras del lugar que estaban comandadas por Ambrosio Salazar. Una vez reunidos,
debería exterminar la guarnición chilena apostada en el lugar, que solo constaba de un
puñado de hombres.
Mientras el General Cáceres con el resto de sus tropas caería sobre la 4º Compañía del
Batallón Santiago apostada en Marcavalle.
Todo estaba preparado, el ataque debía comenzar en la madrugada del día domingo 9 de
julio de 1882, en las tres destinaciones al mismo tiempo, para así evitar que las tropas
chilenas se refuercen, ya que estas, comenzaban su marcha el mismo día.
El primero en atacar fue la División comandada por el General Cáceres, cayendo sobre los
chilenos en Marcavalle a las 5 A. M. del día estipulado.
Mientras tanto en el poblado de Concepción, ubicado a 24 kilómetros al norte de
Huancayo, la guarnición chilena compuesta por 73 soldados y cuatro oficiales al mando
del Teniente Ignacio Carrera Pinto, acompañados por tres cantineras, mujeres que seguían
a los soldados, una de las cuales estaba en un avanzado estado de embarazo y un
pequeño niño de cinco años, arreglaban sus pertenencias para partir, ya que en cualquier
momento debería pasar el grueso del Ejército a recogerlos, como se lo había comunicado
el Coronel Estanislao del Canto el día anterior.
El Teniente Ignacio Carrera Pinto era un jefe que había demostrado serenidad y valor en la
batalla de Tacna, en la cual participó como subteniente del Regimiento Esmeralda y en las
Batallas de Chorrillos y Miraflores, donde actuó como secretario de Comandante del
Regimiento Chacabuco 6º de Línea, al cual había sido asignado. Siempre llevó con orgullo
el legado que le dejara su abuelo José Miguel Carrera Verdugo, uno de los principales
Héroes de la Independencia de Chile.
Al amanecer el subteniente Arturo Pérez Canto, segundo al mando, ordena formar la tropa
para pasar lista, siendo esta una acción rutinaria. Se cuentan en la fila a 65 hombres,
incluidos los oficiales. Los once restantes se encontraban en la improvisada enfermería
victimas de tercianas y altas fiebres.
Le llama la atención al Teniente Carrera Pinto el silencio que cubre el pueblo esa mañana.
Muchos de los residentes no se encontraban en el lugar como de costumbre, pero
atribuyó todo esto a que esa gente era muy creyente y como era día domingo habían
dirigido sus pasos hacia el templo de Santa Rosa de Ocopa para escuchar misa.
Nada le hacía presagiar que los enemigos ya los observaban.
La mañana transcurrió en completa normalidad para los chilenos, mientras las fuerzas del
Coronel Gastó se incrementaban con las montoneras de Comas y se aprestaba a atacar a
la compañía del Chacabuco en Concepción.
De pronto se comienza a escuchar los gritos de los vigías chilenos que anunciaban la
presencia de las tropas enemigas. Cientos de hombres se descolgaban desde los cerros
con destino al poblado. El grito de alarma hizo al Teniente Carrera Pinto reunir a sus
hombres, acudiendo también los soldados enfermos, entre los cuales se encontraba el
subteniente Julio Montt. Estos al ser reprendidos por el jefe de la guarnición por haberse
levantado, se justifican diciendo que no podían quedarse acostados mientras sus
compañeros se enfrentaban al enemigo, y que preferían morir en combate que
ser muertos en su lecho de enfermos. Carrera Pinto, comprendiendo que sus argumentos
eran válidos, les ordena mantenerse atrás de la tropa como reserva. Eran las 14.30 horas.
Gastó envía un parlamentario para hablar con el jefe de la guarnición chilena, exigiéndole
rendición, para evitar así una masacre segura, ofreciéndole a cambio todas las garantías
de salvar sus vidas. El Teniente chileno no se demoró en responder negativamente a la
propuesta. Pelearían hasta morir o en el mejor de los casos hasta la llegada de las tropas
que debían pasar a recogerlos ese mismo día. Esas mismas tropas que habían acudido en
defensa de la guarnición apostada en Marcavalle esa mañana, las mismas que atrasarían
un día su partida, las mismas que no llegarían a tiempo.
La primera orden fue para un sargento y dos soldados. Debían apurar el paso y tratar de
llegar a Huancayo en busca de refuerzos, pues sabía que sería una lucha imposible frente
a un enemigo inmensamente superior en número. Poco duró esa esperanza, pues dichos
hombres cayeron acribillados antes de salir del poblado, siendo luego de muertos
rodeados por los indígenas y descuartizados, para luego pasar a adornar las puntas de
sus lanzas con los restos de sus cuerpos. La guerra tomaba ribetes salvajes.
No había muchas alternativas para proceder, por lo cual Carrera Pinto divide a sus
hombres enviándolos a los cuatro costados de la plaza para tratar de evitar así la entrada
en masa del enemigo. Al comienzo dio resultado, las descargas de los fusiles daban en el
fácil blanco que dejaban las montoneras que atacaban desordenadamente. Los chilenos
alternaban la carga de bayoneta y los disparos para ahorrar munición. Una hora pudieron
sostener el salvaje avance enemigo, siendo obligados por el constante empuje a volver al
cuartel.
Se repitieran una tras otras las cargas de las montoneras enemigas, la misma cantidad de
veces fuero obligadas a retroceder.
El Coronel Gastó, preocupado por la posibilidad de la llegada del resto del Ejército
enemigo desde Huancayo, ordena a algunos de sus hombres ocupen los puestos de vigía
en el Cerro León y que no dejarán sin vigilancia ni por un segundo el camino de Huancayo.
Mucho se ha alargado el combate, el Coronel peruano jamás se imaginó tamaña
resistencia. Eran alrededor de las 19:00 horas cuando ordena un alto al fuego. Debía idear
una forma de hacerlos salir del cuartel.
Ese repentino silencio hizo albergar esperanzas en los chilenos en la posibilidad de que
los refuerzos llegaban y que por eso los peruanos comenzaban a desaparecer.
Que equivocados estaban. Solo eran momentos de calma para atacarlos con más fuerza.
Los soldados peruanos acompañados por los lugareños comenzaban a ubicarse en los
altos de las casas vecinas al cuartel chileno para proceder a dispararles, siendo atacados
también por el frente, dejándolos sin posibilidades de escape.
Carrera Pinto ordena una carga con el fin de liberar una salida, lanzándose con sus
hombres a la bayoneta entre un tumulto de indígenas. En eso estaba cuando un disparo
que le atraviesa el brazo izquierdo lo hace caer, siendo recogido por sus hombres y se
retiran al cuartel.
Los disparos desde las alturas no
dieron el resultado esperado, lo que
obligó al jefe peruano a pensar como
podrían hacer salir a los chilenos del
cuartel para batirlos. La solución que
se encontró era la de rociar el cuartel
con líquidos inflamables y prenderle
fuego, así el humo los obligaría a salir
o en el mejor de los casos morirían
carbonizados.
No tardaron en ejecutar el plan. El cuartel en llamas no era seguro para sus ocupantes,
por lo cual Se lanzan cargando sobre la indiada que los esperaba a la salida. En dicha
carga, el teniente Ignacio Carrera Pinto es herido de muerte junto a varios de sus
hombres, obligando al resto a volver sobre sus pasos al cuartel en llamas.
El diario peruano el Eco de Junín, se refiere a este hecho:
"Este jefe murió heroicamente defendiendo el puesto que le había sido confiado, dando
ejemplo de valor a sus subalternos, que se batieron hasta el último momento, haciendo
frente a nuestros soldados que competían en arrojo y decisión con enemigos dispuestos a
vender caras sus vidas; peruanos y chilenos lucharon con denuedo y encarnizamiento."
Poco o nada se podía hacer, mientras tanto en el medio del combate, la cantinera chilena
daba a luz a un varón dentro de un cuartel que se incendia y que sofoca a todos sus
moradores.
Muerto el teniente Ignacio Carrera Pinto, al mando de la 4º compañía queda ahora el
subteniente Julio Montt Salamanca. Rodeados por el fuego, la indiada y los disparos
enemigos desde los techos colindantes muere este joven oficial de solo 18 años en la
puerta del cuartel cargando a la bayoneta.
La noche ya había caído sobre el poblado y continuaba el combate.
Los indígenas trataban de hacer forados en el cuartel para atacarlos
desde allí o tratar de ingresar al recinto. Los pocos defensores que
quedaban cubrían los agujeros con los mismos cuerpos de sus
enemigos que caían al tratar de entrar.
El Coronel Gastó se ve preocupado por la situación. Por un lado le
desconcertaba lo que el consideraba una inútil resistencia de sus
enemigos, pero también veía con preocupación que los indígenas
estaban prácticamente incontrolables, muchos de los cuales en el
calor de la batalla se habían dedicado al saqueo de algunas casas
del lugar, entregándose a la ingesta de alcohol.
Ahora le toca el turno de mando al subteniente Arturo Pérez Canto quien con sus hombres
se da maña para sostener el ataque hasta el amanecer. Aunque sin esperanzas y cansado
de tanto batallar, se lanza contra los enemigos siendo acribillado en
el lugar.
Quedan solo cinco sobrevivientes. El subteniente Luis Cruz Martínez,
joven que no llegaba a los 18 años de edad y cuatro soldados, todos
ellos alentados por las mujeres que los acompañaban. Se llegó a la
conclusión de que ya no había más que hacer, solo restaba seguir
los pasos de sus superiores y elevar una plegaria para que las
mujeres sean respetadas luego de la muerte de todos los soldados.
Sin municiones, sin alimentos, el joven oficial junto a sus soldados se lanza en pos de la
muerte. Era el fin de la guarnición chilena apostada en Concepción. Fueron brutalmente
asesinados por la indiada, procediendo luego de darles muerte a desvestirlos,
descuartizarlos y repartirse los restos como trofeo. El coronel Gastó nada pudo hacer para
controlar el furor de los montoneros.
Las mujeres y los niños no corrieron mejor suerte, siendo sacadas
del cuartel aun humeante por la indiada descontrolada,
arrastrándolos a la plaza, para proceder a desvestirlas, matarlas y
mutilarlas y usarlas de adorno en las puntas de sus lanzas. Aunque
los oficiales peruanos trataron de detener esta carnicería, nada
pudieron hacer contra el ímpetu indígena.
Destruida la guarnición chilena tras más de diecinueve horas de
combate las fuerzas peruanas abandonaban el poblado dejando tras
ellos un pueblo sembrado de cadáveres, sabían que el grueso del
Ejército chileno estaba cerca. Su misión ya la habían cumplido. La
guarnición chilena apostada en Concepción había sido completamente aniquilada. Eran las
9:30 A. M. del día 10 de Julio de 1882.
El siguiente es el relato del soldado Marcos Ibarra D., del Batallón 2º de Línea a su llegada
a Concepción:
"Llegamos a las seis de la tarde a la entrada del pueblo La Concepción. Mi Coronel Canto
se sorprendió de que todas las habitaciones estuvieran cerradas y no se veía un ser
viviente. Hizo hacer alto la marcha y que cargáramos el rifle Comblain. Hizo avanzar a los
Carabineros de Yungay a hacer un reconocimiento a la plaza, antes de un minuto llegó un
ayudante de campo diciendo que en la plaza se encuentra un cuadro horroroso de
muertos, entonces avanzamos y nos impusimos. Había perecido toda la 4º Compañía
del Batallón Chacabuco 6º de Línea. Esos valientes hombres, se batieron hasta quemar el
último cartucho contra 2000 cholos serranos bien armados. Los chilenos pelearon del 9
hasta el 10 de julio. Un corneta, una mujer chilena con una guagua estaban traspasados
por balas, flechas y lanzas. Estas víctimas se encontraron en medio de los cadáveres."
Al llegar pocas horas después los hombres del Coronel Estanislao del Canto al poblado de
Concepción, se dan cuenta de lo macabro del espectáculo ante sus ojos. El cuartel aún
humeante seguía consumiéndose por las llamas, encontrando en la plaza los restos
mutilados de sus compañeros.
La caballería es enviada en persecución del enemigo con la orden indiscutible de no tomar
prisioneros. No se salvó nadie que se haya atravesado en su camino.
Las casas de los ciudadanos que colaboraron con las tropas peruanas fueron incendiadas
y sus dueños fusilados.
Mientras tanto en Concepción el comandante del regimiento Chacabuco don Marcial Pinto
Agüero, al verse imposibilitado de llevar los cuerpos a Chile, ordena extraer los corazones
de los cuatro oficiales, los cuales reposan hoy en la Catedral de Santiago. Luego se
prendió fuego a la iglesia, cuyos restos sirvieron de sepultura para la 4º compañía, las
mujeres y los niños que habían estado apostados en Concepción.
Visto los resultados de la defensa del poblado por la 4º Compañía del Chacabuco, el
comandante de dicho Batallón, Coronel Marcial Pinto Agüero, tomando como ejemplo a
sus hombres, decreta la siguiente Orden del Día:
"Soldados del Ejército del Centro; Al pasar por el pueblo de Concepción, habéis
presenciado el lúgubre cuadro de escombros humeantes, cuyos combustibles eran los
restos queridos de cuatro oficiales y setenta y tres individuos de tropa del batallón
Chacabuco 6º de Línea. Militares de manos salvajes fueron los autores de tamaño crimen;
pero es necesario que tengáis entendido que los que defendían el puesto que se les había
confiado, eran chilenos que, fieles al cariño por su patria y animados por el entusiasmo de
defender su bandera, prefirieron sucumbir antes que rendirse.
Amigos chilenos; si os encontráis en igual situación a la de los setenta y siete héroes de
Concepción, sed sus imitadores; entonces agregareis una brillante página a la historia
nacional y haréis que la efigie de la patria se muestre una vez más con semblante risueño
simbolizando en su actitud los hechos de sus hijos.
Soldados: seguid siempre en el noble sendero del deber, con entusiasmo y abnegación;
conservad la sangre fría y el arrojo de los Caupolicanes y Lautaros; sed siempre dignos de
vosotros mismos y habréis conseguido la felicidad de la Patria.
Chilenos todos: ¡Un hurra a la eterna memoria de los héroes de Concepción! "
El combate arrojó como un triunfo para las tropas peruanas comandadas por el valiente
General Cáceres, y una muestra más de la decisión y patriotismo del soldado chileno.