colombia internacional no. 27

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Universidad de los Andes, Colombia Facultad de Ciencias Sociales Departamento de Ciencia Política Revista de libre acceso Consúltela y descárguela http://colombiainternacional.uniandes.edu.co/

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Sección:

Política Exterior de

Colombia

Algunos aspectos de la política exterior colombiana en la administración Samper

Rodrigo Pardo*

CEI. ¿Cuáles son los lineamientos principales de la política exterior del actual gobierno? ¿Cuáles serían los puntos básicos?

RE Hay tres fuentes de insumos principales de la política internacional. En primer lugar se mantiene el tradicional énfasis en una política de principios que enfatiza la solución pacífica de los conflictos, el respeto al derecho internacional, la no intervención y la libre autodeterminación de los pueblos.

Un segundo insumo sería la continuidad de las tendencias más recientes de la política ex-terior que son la búsqueda de la integración latinoamericana y del Caribe; la universalización de las relaciones interna-cionales; la vinculación de te-mas que no eran tradicionales a la política exterior como son el narcotráfico, los aspectos co-merciales y económicos, los asuntos ambientales y el tema del respeto a los derechos hu-manos. Es decir, las tendencias que se han visto desde mediados de los años ochenta.

Finalmente, un tercer insumo, estaría dado por la necesidad de buscar viabilidad para el modelo interno del presi-

dente Samper tanto político como económico con el manejo de las variables internacionales que tienen que ver ese modelo.

Buscaremos llevar a la política internacional los temas re-lacionados con la inversión so-cial, con una política social con énfasis en el empleo y en los asuntos sociales y con el aspecto micro de la economía, con la búsqueda de una mayor competitividad en la economía abierta, con la búsqueda de una mayor transferencia de tecno-logía en lo que el presidente Samper ha llamado la segunda fase de la apertura económica: el” salto social".

La política exterior también respaldará iniciativas como la política de Derechos Humanos, en donde hay una reorientación en el sentido de buscar que las ONGs y los organismos formales de derechos humanos a nivel internacional, respalden los esfuerzos que va a hacer el gobierno para lograr un mejor cumplimiento de los derechos humanos.

CEI. Se dice que en Colombia no hay Cancillería sino cancilleres. ¿Cómo se va aplicar esta máxima a su caso personal y en especial cuál será la actividad por desarrollar dentro del Ministerio en cuanto al fortalecimiento y la profesionalización de la carrera diplomática?

RE Yo creo que esa es una frase que puede haber reflejado en parte la realidad, pero que es altamente inconveniente. Creo que casi que lo ideal sería que hubiera Cancilleríaindependientemente de los cancilleres. El trabajo profe-

* Entrevista realizada por el CEI al Sr. Ministro de Relaciones Exteriores, Dr. Rodrigo Pardo, 30 de agosto de 1994.

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sional, el trabajo técnico, debe sustentar el manejo de las rela-ciones internacionales. Los nombramientos de carácter político tienen como función la orientación de los grandes lineamientos, pero no el funcio-namiento técnico.

Yo creo que la Cancillería ha hecho más esfuerzos de profesionalización de los que normalmente se le reconocen. Ha aumentado el nivel de las personas de la carrera diplomáti-ca, ha mejorado la tecnología de los sistemas de comunicaciones, ha mejorado la calidad de las personas que ocupan los puestos más importantes de la planta. Ha habido durante los últimos años una preparación mucho más estrecha de la Academia al servicio exterior. Aunque todavía hay muchas innovaciones por hacer. En esta etapa las innovaciones tienen más que ver con métodos que con estructuras. Por ejemplo, la estructura de la Cancillería se ha cambiado tres veces en un período de tres o cuatro años. Lo que hay que cambiar son los métodos de trabajo. Hay concepciones un poco equivocadas sobre la manera como se debe permitir el flujo de la información, sobre la manera como se coordina internamente el Ministerio.

En ese sentido, uno puede hacer una especie de "revolución de las cosas pequeñas", en lugar de pensar que hay que volver a cambiar las estructuras y volver a cambiar los organigramas, que son asuntos que demandan mucho tiempo, coordinación y energía.

También hemos llegado a una situación de ineficiencia en la parte administrativa. Faltan recursos, falta algo de mís-

tica, faltan criterios modernos. Mejorando el asunto adminis-trativo lograríamos grandes cambios en la manera como se implementan las políticas. CEI. ¿De acuerdo con esto y de acuerdo con el gobierno an-terior, hubo revolcón en la Can-cillería?

RE En el área de las comuni-caciones y los sistemas ha ha-bido un avance bastante grande. El correo electrónico existe casi en todas las embajadas.

También ha habido algo positivo que es el aumento en la conciencia que existe a nivel de lo que podemos llamar la so-ciedad colombiana. Una élite compuesta por los medios de comunicación, por el Congreso, por el gobierno son conscientes de que el manejo de las relaciones internacionales es importante, y que está mucho más vinculado a las cosas coti-dianas de la gente de lo que se pensaba en el pasado.

Cuando estamos trabajando en una política exterior en la que los temas son el narcotráfico, la competitividad, la transferencia de tecnología, la capacidad de negociación, obviamente estamos hablando de una Cancillería totalmente distinta a una que existía hace años en la cual lo único importante era negociar tratados de fronteras.

Es otra situación, es otro tipo de mentalidad, otro tipo de concepción y lógicamente es un cambio que no es fácil y que no es automático, pero que está en proceso.

CEI. Las relaciones con Estados Unidos sufrieron un deterioro evidente durante los dos últimos meses, sobre todo con el anterior gobierno. ¿Có-

mo viene enfrentando el actual gobierno esta situación? RP. Las relaciones con Estados Unidos durante este período de dos meses, o ahora, o antes, siempre son difíciles porque son países que tienen muchos temas que tratar, que son complejos en su naturaleza, asuntos sobre los cuales no hay coincidencia de intereses, o sobre los cuales hay incluso diferencias de opinión. Durante los dos últimos meses de la administración Gaviria lo que llegó a cuestionarse fue la capacidad de trabajar constructivamente, o de trabajar las relaciones independien-temente de que hubiera acuerdo o desacuerdo con los temas. Esoes negativo. El hecho de que dos países tengan desacuerdos o puntos de vista distintos o intereses en conflicto, no tiene nada que ver con el hecho de que esos dos países sean amigos o no. Se puede ser amigosaunque haya diferencias, en la medida en que los métodos para tratar esas diferencias sean acordados, amistosos y constructivos.

Eso fue lo que llegó a ponerse en tela de juicio con el deterioro de la confianza mutua en el tratamiento del tema más importante para los Estados Unidos y que también es muy importante para Colombia que es el asunto del narcotráfico. Sin embargo, esa confianza se ha restablecido y hoy estamos en posibilidad de manejar el tema del narcotráfico, y cualquier otro tema, de manera amistosa y constructiva, inde-pendientemente de que haya acuerdos o desacuerdos.

CEI. ¿Cómo volver a des-narcotizar la agenda bilateral? Se trabajó muchos años por tratar de incluir nuevos temas

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en la agenda de la relación bilateral, pero se podría afirmar que en estos últimos años se ha vuelto a narcotizar. Pasos específicos a seguir para poner otros temas específicos sobre la mesa.

RE Es cierto que desnarcotizar las relaciones es algo positivo, pero eso no quiere decir que Colombia no esté dispuesta a tratar el tema del narcotráfico, por la importancia que tiene. Es más, el tema del nar-cotráfico y la cooperación in-ternacional es más importante para Colombia que para los mismos Estados Unidos. Porque es mucho más grave un problema que tiene que ver con la violencia, con la financiación de grupos paramilitares, con la creación de grupos terroristas, que un problema de salud pública como el que hay en Estados Unidos. Y todavía más, me atrevería a decir que en Estados Unidos no se asume que el hecho que le demos un tratamiento prioritario al tema del narcotráfico significa que no vamos a tratar otros temas que nosotros consideramos más importantes como son: los temas económicos, de comercio, de inversión, los temas sociales, los temas políticos.

Yo creo que los colombianos tenemos una aspiración que es legítima, que es normalizar nuestras relaciones y desvincular de los temas con Estados Unidos y con otros países el asunto del narcotráfico. Lo que no queremos es que todo pase por el tema del narcotráfico o que ese asunto sea lo único y que además a nivel de lo que se sabe de Colombia lo único que se conozca sean asuntos sobre el narcotráfico.

CEI. Las relaciones bilaterales con Venezuela han sido punto central de la agenda internacional de Colombia desde hace mucho tiempo. Usted mismo fue embajador en ese país. ¿Cómo evalúa la situación actual de Venezuela, en qué forma esta situación afecta las relaciones económicas, comerciales y políticas con Colombia?

RP. La situación con Venezuela ha sido difícil en el aspecto económico por el problema fiscal, por la necesidad de hacer un ajuste para acomodar la economía nacional a una realidad donde ya el sector pe-tróleo no representa la misma fuente de ingresos que era hace un tiempo y eso implica un modelo distinto de desarrollo, casi que de vida, de actitud, de concepciones muy profundas que tiene la gente sobre su papel en la sociedad.

También desde el punto de vista político, Venezuela está buscando alternativas distintas al modelo bipartidista del año 58. De hecho el presidente Caldera fue elegido en una convergencia de fuerzas di-versas, entre los dos partidos tradicionales. Es entonces una sociedad inmersa en un cambio profundo.

Las relaciones económicas con Colombia son muy importantes para Venezuela y en ese sentido seguirá siendo una prioridad para Venezuela preservar la integración y preservar el mercado colombiano. Venezuela es un país que ha tenido dificultad para exportar productos distintos al petróleo y sus derivados y preci-samente es hacia Colombia que ha podido aumentar más la exportación de productos no tradicionales.

Hoy en día Colombia es el principal mercado para productos no tradicionales de Venezuela; en ese sentido, creo que le interesa a Venezuela preservar esta integración, exactamente como le interesa a Colombia. Entonces, las dificultades que tenemos a corto plazo, no son un obstáculo definitivo para la integración a mediano plazo.

CEI. Dentro de los procesos de globalización e integración hay dos escenarios muy importantes en el mundo que tendrían un significado determinante para Colombia: La Unión Europea y el caso de los países del Pacífico. ¿En qué forma Colombia se puede insertar en el Mercado Común Europeo, teniendo en cuenta que la disolución de la Unión Soviética y de los antiguos países de Europa del Este llevan a un proceso intraeuropeo y en segundo lugar cuál sería el interés real en el área del Pacífico?

RP. Colombia necesita continuar con el proceso de diversificación de las relaciones internacionales. Nuestro mercado principal era en un porcentaje muy grande los Esta-dos Unidos y eso se ha ido re-duciendo.

Inclusive descontando el petróleo, Europa es hoy en día un receptor de exportaciones colombianas más importante que los Estados Unidos.

Desde el punto de vista político también hemos abierto relaciones diplomáticas con países de África y de Asia en los últimos ocho años. Yo creo que hay que continuar este proceso de diversificación y la manera como se puede seguir es mediante tres mecanismos principales: Uno, fortaleciendo nuestra relación con la Unión

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Europea, consolidando un co-mercio que se ha vuelto muy importante, pero también es-tableciendo unas bases de en-tendimiento de tipo político. Hay países en Europa que tienen una actitud hacia el narcotráfico y hacia algunos de los problemas que tiene Colombia que difiere a la que puede tener Estados Unidos o algunos sectores dentro de este país respecto a Colombia. Otra ma-nera de diversificar nuestras relaciones es tomando las me-didas que se necesitan para aumentar el comercio y los vínculos económicos con la cuenca del Pacífico; eso signifi-ca en el corto plazo empezar un proceso de conocimiento mutuo. Para nadie es un secreto que frente a los países del Asia y de Oceanía hay muchas dificultades por la falta de conocimiento. Hay diferencias de lengua, de raza, de historia. Los colombianos no conocemos esta parte del mundo y en esta parte del mundo no conocen a Colombia y posiblemente para tener unas relaciones económicas más intensas con éste, que es un eje importante de las relaciones económicas mundiales, necesitamos conocer mejor y eso es lo que debemos hacer.

Finalmente, con los países del sur, los países en vía de de-sarrollo, los países del África, los países de Asia, necesitamos una política porque tenemos muy pocos puentes de comu-nicación con ellos. Y lo que he-mos previsto en este gobierno es que el Movimiento de los Países No-Alineados, que Colombia va a presidir a partir del año entrante, es un buen instrumento para esa política. Porque el Movimiento de los Países No-Alineados no sólo tiene una connotación en las

relaciones Sur-Norte sino tam-bién tiene una connotación a nivel de las relaciones dentro del sur.

Y uno de los objetivos que debe buscar el Movimiento de los Países No-Alineados es el fomento de la cooperación Sur-Sur. Así lo entiende Colombia y así lo va a buscar cuando ejerza el liderazgo de ese movimiento.

CEI. El tema de los derechos humanos va más allá de un simple problema de imagen; la situación real de Colombia es bastante alarmante: homicidios anuales, impunidad en casi un 97%. Primero ¿qué hay de cierto en la hipótesis según la cual la Cancillería ejerce esa viva función de tratar de limpiar la imagen del país? Y por otro lado, cómo explicarle a la comunidad internacional una serie de incongruencias durante los últimos tiempos, de un lado suscribiendo en la OEA la Convención Interamericana sobre la desaparición forzada de personas, y por otro, a nivel interno, rechazando un proyecto similar presentado al Congreso.

RE Es una función del Mi-nisterio de Relaciones Exteriores trabajar por una imagen positiva de Colombia o trabajar para combatir la imagen negativa de Colombia. Lo que no creo, es que eso se logre negando la existencia de problemas serios en Colombia como el narcotráfico o la situación de los derechos humanos.

A nivel internacional y frente a esos dos problemas, que son los principales que tiene el país y los que fundamentalmente afectan su imagen externa, lo que debe entenderse como gestión internacional son dos elementos principales:

Uno, buscar que a nivel inter-nacional, mediante iniciativas diplomáticas, la acción de otros países, a través de esquemas de cooperación, de acuerdos bilaterales y multilaterales, se pueda mejorar la situación in-terna de narcotráfico y de de-rechos humanos. De narcotrá-fico porque claramente este es un problema que cubre a varios Estados y que solamente puede disminuirse en sus propias dimensiones cuando otros Estados hagan esfuerzos frente a la parte que les corresponde en toda esa cadena de tráfico, consumo, lavado de dinero, producción de materias primas y elaboración de productos químicos. En derechos humanos también creo que nuestra aproximación a los organismos internacionales debe ser la de buscar que la acción de éstos sea un apoyo y vaya en la misma dirección de esfuerzos que se hagan internamente para mejorar la situación.

El segundo componente del manejo internacional de estos temas, debe ser una explicación a la comunidad internacional de cuál es la verdadera situación de este problema. En el aspecto del narcotráfico es necesario y es legítimo que el Ministerio de Relaciones Exteriores le muestre al mundo que Colombia no es un verdugo sino una víctima del narcotráfico, que nosotros no lo propiciamos sino lo combatimos, y no nos beneficia sino nos perjudica. En el campo de los derechos humanos también es legítimo que mostremos la complejidad que tiene la situación colombiana porque la verdad es que para muchos organismos internacionales, bien sean no-gubernamentales o Congresos o gobiernos, a veces les

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resulta difícil entender la realidad colombiana por el hecho que se sale de los moldes que tradicionalmente han tenido los países en donde hay situaciones graves de derechos hu-manos.

Hay muchos países donde hay guerrilla, hay muchos países donde hay narcotráfico, hay muchos países donde hay paramilitares. Pero hay pocos países donde todos esos fenó-menos se dan al mismo tiempo, en forma simultánea y en donde además se dan casos como la relación entre la guerrilla y el narcotráfico, que en algunas regiones están aliados y en otras están enfrentados a muerte. Entonces, creo que es legítimo y necesario explicar la verdadera naturaleza de la situación de violencia colombiana.

CEI. La OEA ha sido considerada por muchos, hasta por los propios miembros, como un ente burocratizado e inoperante, sin mayor importancia. Para otros existe la posibilidad de una reforma interna. ¿Qué interés real tiene el organismo hemisférico para Colombia en especial ahora que el presidente Gaviria asume la Secretaría General de la OEA?

RE Colombia siempre ha sido uno de los países más comprometidos con el espíritu de la OEA. Es el único país que ha tenido dos secretarios generales. Alberto Lleras no solamente fue su primer secretario general, sino el inspirador de la Carta, y además, quizás hoy más que nunca en esta importancia que han adquirido los bloques regionales, se necesita un organismo que permita tratar los asuntos hemisféricos de manera constructiva y pacífica.

Ahora, también es cierto que para poder lograr eso, la OEA tiene que cambiar sus métodos de funcionamiento, su estructura, su burocracia. La famosa frase que se alude a Alberto Lleras en el sentido de que la OEA es lo que los miem-bros quieran que sea, es bastante cierta. Sin pretender generar expectativas irreales y utópicas, pienso que una OEA que se haga cargo de los temas más importantes para el hemisferio sí podría revitalizarse y podría jugar un papel con más sentido que el ha jugado hasta el momento. El hecho que la regionalización, la constitución de bloques, se esté dando como una característica nueva de las relaciones internacionales obliga a que dentro de los bloques los instrumentos funcione de manera más efectiva. Creo que la coyuntura internacional es propicia para una nueva OEA.

CEI. Usted ha hablado de que existe un problema de imagen de Colombia en el exterior con respecto al tema de los derechos humanos y el narcotráfico. Parece que los dos gobiernos anteriores, el de Barco y el de Gaviria, trataron de afrontar la cuestión de imagen con respecto al narcotráfico mostrando precisamente lo que usted dice, que Colombia es una víctima del problema. ¿Qué medidas distintas a las que asumieron estas dos admi-nistraciones propondría en este momento, dado que la táctica utilizada hasta el momento no ha sido efectiva?

RE Creo que ha sido parcialmente efectiva. Ha habido momentos en que este punto de vista ha tenido una mayor aceptación, que en otros. Lo que pasa es que la magnitud del problema es bastante grave.

Primero, porque no vamos a tener una imagen positiva mientras tengamos una realidad negativa.

Segundo, porque la magnitud del problema es tan grande que los esfuerzos que se hagan permiten lograr alcances mínimos que nunca van a compensar la totalidad del problema.

Inclusive pequeños avances que se puedan lograr cuestan mucho trabajo y cuestan mucho tiempo, pero se producen grandes descalabros en cuestión de segundos con cualquier acontecimiento de violencia en nuestro país.

El hecho de que el mensaje que el gobierno de Barco principalmente y un poco el de Gaviria trataron de transmitir fuera correcto, no necesariamente implica que la estrategia para transmitirlo fuera co-rrecta. Hay cosas que se pueden hacer, por ejemplo las misiones diplomáticas tienen que asumir como una prioridad la transmisión de ese mensaje; hay esfuerzos adicionales que se pueden hacer, con métodos más modernos de comunicación.

Nada soluciona el problema mientras subsista el narcotráfico y subsistan problemas con los derechos humanos, pero sí se puede disminuir, sí se puede aliviar, sí se puede contribuir a la legítima aspiración que tenemos de una imagen un poco más diversa de Colombia a nivel internacional, y que se entienda la verdadera naturaleza de los problema del narcotráfico y de los Derechos Humanos, así como los esfuerzos que hacemos para solucionarlos.

CEI. Una última pregunta que surgió a raíz de una obser-

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vación del comienzo, sobre có-mo los temas internacionales en la última administración adquirieron otra dimensión en la medida es que han sido de mayor discusión, mayores ac-tores intervienen en estos temas. ¿Cómo ve usted el proceso de toma de decisiones en materia de política exterior, estamos todavía en un escenario en donde el ejecutivo, más o menos dicta unilateralmente los lineamientos en materia de derechos humanos, o hasta qué punto estamos en tránsito hacia una mayor democratización en la toma de decisiones en política exterior que tenga

la posibilidad de ser materia de discusión de debate público? Porque, de todas maneras, en el debate electoral anterior el tema de política exterior, a pesar de toda la importancia, pareció tener una atención no muy diferente a lo que tradicionalmente habíamos visto en épocas pasadas, es decir, muy baja. RP. Creo que ha aumentado el nivel de discusión sobre el tema. El hecho que en los últimos diez años hayan surgido cuatro o cinco centros académicos relacionados con política internacional y con asuntos internacionales es diciente.

Han surgido más secciones in-ternacionales en los periódicos. Quizás lo que ha faltado es un poco de discusión, hay una especie de consenso. No son muchos los temas que enfrentan opiniones distintas, esa es la verdad. Y a nivel de la clase política no ha llegado el tema internacional. El tema interna-cional no es importante en las campañas electorales, no es importante en las relaciones entre el Congreso y el gobierno. Yo pienso que se ha enriquecido el debate académico. Pero quizás está demasiado dominado por unas concepciones no cuestionadas.

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Las lecciones asiáticas

Sección:

Relaciones

Económicas

Internacionales

Asia en la mira

Pío García*

Si alguna región del planeta puede servir de laboratorio para probar la capacidad de los colombianos de acabar de internacionalizar su economía y ponerse al día con las exigencias de los tiempos actuales, es Asia. La dependencia colonial de Europa, la posterior subor-dinación a Norteamérica y la consanguinidad con Latino-américa fueron llevando al país a una relación natural y sosegada con toda la cuenca atlántica y del Pacífico Oriental. Por el contrario, los vínculos con las naciones allende el vasto mar de Balboa son inéditas y desafiantes.

En la inmensidad asiática, el borde sobre el Pacífico tomó un vuelo inusitado en las últimas décadas. Estos pueblos paupérrimos hace tan sólo 25 o 30 años ahora manipulan las tecnologías más sofisticadas; sociedades en luchas sangui-narias que ahora saborean los frutos de la convivencia; cultu-ras ignotas ahora admiradas por los extraños.

Para Colombia, hoy en día Asia Oriental reviste una doble importancia: es objeto de interés teórico y práctico. Primero por la necesidad de explicar y aprender de su rápido desarrollo económico y, segundo, por la urgencia de aprovechar un mercado tan activo como difícil de conquistar.

El este de Asia pasa por una fase de modernización económica, política y cultural, sustentada en una industrialización vigorosa. El proceso, que arrancó en Japón al concluir la Segunda Guerra Mundial y se extendió progresivamente a su periferia, tiene un patrón particular. Lo que podría denominarse "la vía este asiática de desarrollo" combina factores técnicos y culturales. Se trata de un proceso de planes estrictos, dirigido por el Estado, en concertación con las élites empresariales y sindicales, y soportado y controlado por una burocracia apta y honesta. La dirección desde las instancias máximas del Estado le imprime un carácter centrista y autoritario, con una dosis atenuada de represión política, pues el despotismo de otros tiempos y otros lugares se obvió esta vez, gracias a la con-vergencia en los planes oficiales de los intereses de los grupos económicos y de buena parte de los de la masa obrera. La gran atención a la dimensión distributiva mermó a cada paso la impugnación de los objetivos gubernamentales de crecimiento. Con el paso del tiempo, y en la medida que la capacidad privada de gestión ha ido en aumento, disminuye la coacción económica y política, motivo por el cual la madurez económica en Corea, Tai-wán o Singapur, por ejemplo, ha permitido el afianzamiento de las prácticas de la democracia política. Los asiáticos del Extremo Oriente, en su proceso modernizador, le han dado mayor importancia al aspecto distributivo o de la participa-

* Filósofo, especialista en relaciones internacionales.

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ción económica que al repre-sentativo de la democracia. Consideran la democracia eco-nómica como un mejor sustrato de la política democrática. La senda por la que han buscado transitar los países del oriente asiático es una carrilera de planes económicos, con ob-jetivos explícitos. Japón, Corea, China, Tailandia o Malasia, se encaminan sobre metas a mediano y largo plazo que tratan de cumplir en forma rigurosa. Si Corea o Singapur se propusieron ser naciones industrializadas antes del año 2000, China lo quiere ser antes del 2020. Por lo general, esos países están obteniendo sus objetivos antes del tiempo previsto.

Por supuesto, en estipular metas no está la gracia: fácil es soñar... Los ambiciosos planes serían un fracaso, de no ser por la acción de una burocracia oficial bien preparada, honesta y eficiente, capaz de prever lo imposible y de orientar y controlar las ejecuciones contempladas en los planes económicos. Así, Japón, Corea, Singapur y Taiwán, en la década de los cincuenta estudiaron y estipularon mecanismos de reorientación productiva, que después se tradujeron en una exitosa reforma agraria, financiera y fiscal. En la década de los setenta fueron Indonesia, Tailandia y Malasia los países que acogieron reformas para desencadenar su potencial, a través de la inyección de capital y tecnología extranjeros. Sus resultados se vieron en la década de los ochenta, cuando emergieron como economías de alto dinamismo y competitividad exportadora. Otro tanto puede decirse de China, país que presenta una expansión industrial acelerada, gra-

cias a la buena conducción de las reformas implantadas en 1978, bajo el liderazgo de Deng Xiaping.

El hecho de tener personal calificado en el lugar requerido, así como una población ca-pacitada, resultó ser la ventaja comparativa de estos países en el tránsito hacia la sociedad in-dustrial, bajo las condiciones del final del siglo XX. Primero, porque la dura competencia para acceder a los puestos del gobierno permite contratar a los mejor dotados. Segundo, porque la mayor parte de la masa laboral está en condiciones de ser adiestrada con rapidez en el manejo de instrumentos complejos, propios de la producción industrial avanzada. En estas sociedades funciona, entonces, la merítocracia, la cual sólo es posible en lugares donde la población está en igualdad de condiciones de ilustración, principio sagrado de la tradición confuciana.

En síntesis, si algo puede rescatarse de esta experiencia asiática es la existencia de un trasfondo de racionalidad que fortalece el ingenio natural hu-mano a través de la educación y que es capaz de aprovechar, gracias a una burocracia hábil y competente, todos los recursos disponibles, incluso aquellos "irracionales" de las creencias y los hábitos colectivos, como el sentido gregario de esos pueblos.

Los tanteos colombianos

Aun sin tener plena conciencia de "la vía este asiática de desa-rrollo", Colombia se va invo-lucrando en ella, a través de las tres opciones a la mano: el cu-brimiento diplomático, la par-ticipación en los entes de coo-

peración y las actividades de los agentes particulares. Del olvido ancestral del Asia, los últimos gobiernos han pa-sado a la febril apertura de mi-siones. En poco más de una dé-cada, la solitaria gestión del representante en Japón pasó a ser acompañada por un con-tingente diplomático que aunque modesto hace presencia en todo el Pacífico asiático, con la sola excepción de la península indochina. Los funcionarios colombianos en Seúl, Tokio, Beijing, Hong Kong, Bangkok, Kuala Lumpur y Yakarta, según las disposiciones de las últimas administraciones, tienen la función no sólo de representar el país, sino de promover los negocios.

Esta punta de lanza nacional en cabeza de la diplomacia colombiana está reforzada ahora por la intervención en los organismos de cooperación económica más fuertes del Pacífico: el PECC y el PBEC, ambos de profunda raigambre japonesa y con la participación activa de los países asiáticos aledaños. Colombia es miembro pleno del PECC y del PBEC a partir, respectivamente, de abril y mayo del presente año. Por medio de esos instrumentos, las entidades públicas y privadas colombianas tienen la oportunidad de interactuar con los 22 principales países de la cuenca, cientos de centros académicos y más de 2.500 em-presas.

En gran medida, estas gestiones oficiales y de ciertas entidades privadas son el eco de una profusa colección de inquietudes e ideas que pululan por todo el ámbito nacional. Por encima de todo, estas expectativas pretenden, con razón, hallar la clave para pene-

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trar el atractivo mercado de Asia Oriental. Y no sin razón, pues el sentido asiático, además de dar lecciones de desarrollo, es un mercado halagüeño de 2 mil millones de dólares, cuyo comercio crece un 10% cada año. Su aprovechamiento depende, sin duda, de la sincronización de los esfuerzos oficiales y privados.

Los socios asiáticos

Durante la década pasada, Asia Oriental elevó ligeramente su participación en el comercio exterior colombiano, al subir a 7% el monto inicial de 6%. Las relaciones económicas de Colombia con el este asiático tienen a Japón como columna vertebral. Con ese país ocurre el 90% del comercio, y otro tanto de las inversiones y la coo-peración económica y técnica.

Fuera del Japón, los principales socios del país al otro lado del Pacífico son Corea del Sur, Taiwán y Hong Kong. Esta tendencia al incremento en el intercambio de bienes, aun cuando lenta, persevera en los noventa. Poco a poco, en este circuito comercial colombiano intervienen China, Indonesia, Malasia y Tailandia y con menor intensidad Filipinas y los países de la península de Indochina.

Dos principales características presentan el comercio trans-pacífico del país. De un lado, soporta un desbalance crónico, que no pudo ser remediado ni siquiera durante los años en que se indujo la generación de superávits comerciales para atender el servicio de la deuda externa, como, por ejemplo, el período 1982-1986.

De otro lado, es un comercio de complementariedad absoluta, en el que a la colocación colombiana de insumos indus-triales y alimentos corresponden compras de bienes manu-facturados de diversa índole. La oferta nacional restringida a unos pocos productos contrasta con la amplia lista de productos industriales. Café, esmeraldas y carbón daban cuenta, en 1990, del 80% de las ventas, mientras el grupo de acero, la maquinaria en general, los vehículos, los aparatos telefónicos y otra veintena de artículos similares correspondía un porcentaje de igual tamaño en las importaciones.

El panorama económico, desde su eje en el comercio, es completado con los flujos téc-nicos y financieros, a través de las inversiones, los créditos y los programas de cooperación. En estos aspectos, al igual que en el intercambio de bienes, se destaca la posición del Japón, seguido de lejos por Corea y China. Con el repunte del influjo japonés en el sector automotor colombiano, en 1991 la inversión nipona directa se elevó a 100 millones de dólares. Fue en ese año la mayor inversión extranjera en el país. Con todo, su participación en el total de la inversión extranjera en Colombia escasamente alcanza el 3%, lo cual revela el amplio espacio por cubrir, dado que las empresas japonesas poseen el 13% de la inversión externa en América Latina y, junto con las estadounidenses, poseen los mayores activos en todo el mundo.

En el ramo financiero, el poder japonés se agigantó, como resultado de la apreciación del

yen. Su participación se cua-druplicó a lo largo de la década de los 80. El país asiático se colocó como el segundo acree-dor colombiano, después de los Estados Unidos, con un 13% de los créditos públicos cuando inicialmente era de sólo el 3%.

La cooperación técnica y fi-nanciera japonesa ha servido, asimismo, entre otros proyectos, para los estudios de rectificación de la carretera Bogotá-Buenaventura, el plan hi-droeléctrico del río Atrato, la remodelación del Parque Simón Bolívar en Bogotá, la tec-nificación del transporte urbano capitalino, y construcción de la represa de San Rafael en La Calera.

La inversión coreana inicial-mente buscó ubicarse en el sec-tor agroindustrial, pero le ha ido mejor en el automotor. La China se dirigió a la pesca. En la cooperación técnica, Corea le ha prestado valiosa ayuda a Telecom, y China a los depar-tamentos de Nariño y Arauca en su producción agropecuaria.

¿Qué, entonces, hacer para aprovechar mejor el potencial económico este asiático?

El ensayo de alternativas

La estrategia certera para capi-talizar, en favor del país, el auge económico de Asia Oriental exige un gran esfuerzo colectivo gubernamental y privado. Poco a poco aparecen variados diagnósticos y propuestas en acción. En la obra "Mirar al Asia" dedicada a este asunto1, se indagan algunos problemas y soluciones al respecto.

1 García Pío, Mirar al Asia, Universidad Javeriana, 1994.

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El primer gran problema por atacar es el bloqueo cognos-citivo. Falta un conocimiento mayor de los pueblos asiáticos, que además de geográficos son antípodas en el pensamiento. Hay una relación directa entre el desconocimiento de esas sociedades y la magnitud pequeña de los negocios. La familiaridad intelectiva, por medio de publicaciones, seminarios, cursos universita-rios, etc., facilitaría el comercio, las inversiones, la cooperación técnica. La extensión de estudio de los asiáticos debe cubrir no sólo sus sistemas económicos, sus estructuras políticas, sino su sociología y sus idiomas. El chino y el japonés deberían ser, desde hace rato, cursos regulares en las universidades con programas de comercio exterior y relaciones internacionales, pues así como en América Latina el extranjero puede abrirse paso con el inglés pero le va mejor al que maneja bien el español, en Asia tiene más herramientas en la mano quien conoce las lenguas locales.

En segundo lugar, es preciso domesticar y asimilar los aportes institucionales asiáticos. El ambiente óptimo para este propósito es el generado por el PECC y el PBEC, que como se dijo antes, ya forman parte del sistema multilateral en el que se mueve Colombia. Mientras en el segundo de ellos, los em-presarios tratan de interactuar unos con otros y de dar pautas a los gobiernos para garantizar la libertad de comercio, en el primero se estipula el encuentro y la acción combinada de los gobiernos, los hombres de negocios y los miembros de las instituciones educativas y de investigación dedicados al es-

tudio de los asuntos relativos al Pacífico.

El aporte gubernamental ha de servir de tutor, y para tal fin se debe aprovechar al máximo el despliegue diplomático en el Pacífico asiático. Sin embargo, las acciones afuera deben estar acompañadas del esfuerzo oficial por modernizar la in-fraestructura y los servicios del país. Colombia, por concentrar su estructura productiva en el interior, siente la ausencia de acceso rápido al mar como un verdadero cuello de botella en su proceso de inter-nacionalización y de inmersión en la dinámica económica de la cuenca pacífica. En este sentido, los asiáticos han operado en una forma distinta, y volcaron desde tiempo atrás o mueven su producción industrial hacia el litoral. Todos los centros industriales y financieros de esa región están pegados o próximos al mar, lo cual constituye una considerable ventaja comercial.

Para Colombia es imposible utilizar con fines de producción industrial su costa pacífica, por la fragilidad del ecosistema. Pero sí puede convertirla en un lugar adecuado para el tránsito de bienes. En este sentido, es responsabilidad oficial adecuar y ampliar la red vial y portuaria hacia la costa pacífica. A más lentitud en las posibilidades de acceso terrestre rápido al mar, mayor será el rezago frente a los competidores.

Adicionalmente, se tiene que continuar con la modernización de los servicios aéreos y las telecomunicaciones. Una buena parte de la oferta de productos frescos como flores, hortalizas y algunas frutas tie-

nen que arribar a Asia Oriental por avión. Para terminar de redondear el conjunto de acciones del go-bierno, es indispensable reiterar la necesidad de garantizar la seguridad, pues si algo inhibe el desplazamiento de los in-versionistas o de los compra-dores asiáticos a nuestro país son los altos índices de insegu-ridad que registra Colombia.

En tercer lugar, y más allá del marco de operaciones provisto por el gobierno, está el gran desafío para el sector privado de arribar y sostenerse en mercados amplios y dinámicos como el japonés, el coreano, el malasio, el tailandés, el indonesio y el chino mismo. Se suele insistir en lo complicado de sus sistemas, en las trabas para-arancelarias, en la distancia, etc. Pero lo cierto es que hay ejemplos de comercio exitoso con esos países y los lati-noamericanos. Sobresale el caso de Chile, país que ahora les vende más a los asiáticos que a los norteamericanos. También es notable el intercambio lo-grado por Brasil y México.

Algunos de los retos para los productores y organizaciones empresariales de Colombia frente al oriente de Asia pueden resumirse en los siguientes enunciados:

a) Acopiar la información más detallada y actualizada posible sobre las oportunidades comerciales y de negocios. Existen para tal fin diversos medios, como las oficinas permanentes de Colombia en esos países, las redes de información comercial y las oficinas asiáticas en Colombia.

b) Participar en las ferias, exposiciones y eventos comer-

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ciales que organizan los países asiáticos. Nada supera la promoción que se puede lograr a través de los contactos directos.

c) Realizar regularmente misiones comerciales y de negocios al Asia. Preparar para ello el material visual y audiovisual pertinente y suficiente.

d) Elevar la calidad de la ofertade bienes y diversificarla.

e) Establecer alianzas estratégicas con otros productores y con las comercializadoras asiáticas, que son las que mejor conocen esos mercados y pueden facilitar la inevitable labor de aprendizaje.

f) Crear o reforzar las cámarasbinacionales de comercio.

g) Proponer y exigir alEjecutivo las medidas de política económica y de mejoramiento de la infraestructura y los servicios, con el fin de tener los medios adecuados para fortalecer los nexos transpacíficos. El PECC y el PBEC son instrumentos idóneos para lograr este objetivo.

Conclusión

Desde la doble perspectiva teórica y práctica, la transfor-mación económica de Asia Oriental es de interés para Co-lombia. La forma como las di-rigencias políticas en esos países han logrado conjugar los

intereses de sectores vastos de la población y encauzarlos hacia metas claras de desarrollo económico y político es objeto de reconocimiento y de estudio.

Por otra parte, en el este de Asia hay un cúmulo de experiencias de industrialización, de capitales, de recursos tecno-lógicos, así como de nuevas necesidades por satisfacer con bienes importados. Con labo-riosidad y gran destreza nego-ciadora, ese grupo de países aprovecha de manera ejemplar sus relaciones externas. Bien conocido y manejado su legado puede llegar a propinar el empujón que el desarrollo económico y social colombiano requiere.

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Sección:

Política Mundial

El futuro de América Latina en la política exterior estadounidense

Andrés Franco y Frank O. Mora*

Introducción

En 1823 Estados Unidos advirtió a la Santa Alianza que un intento de recolonización de los países americanos se consideraría peligrosa para la paz y la seguridad norteamericana. Este pronunciamiento, que luego se convirtió en la doctrina Monroe, fijó la pauta de lo que serían en el futuro las relaciones con América Latina. Más tarde vendrían novedosas interpretaciones de dicha doctrina (como el corolario Roosevelt y la doctrina Reagan) que, junto con el deseo expansionista de los norteamericanos, sirvieron de base para una serie interminable de acciones e intervenciones unilaterales en América Latina. El uso unilateral de la fuerza para defender los intereses estadounidenses, tuvo su primera manifestación en 1846, cuando Estados Unidos logró tomar posesión de una porción significativa del territorio mexicano, y desde entonces, esta herramienta de política exterior se mantuvo como un mecanismo efectivo para proteger la seguridad nacional. Algunas de las características indiscutibles de la política

exterior norteamericana son su homogeneidad y la invariabilidad de sus objetivos. Aun cuando la realidad mundial ha cambiando rotundamente a lo largo del presente siglo, los mecanismos de política exterior utilizados por Washington y los ideales perseguidos han permanecido prácticamente inalterados a través del presente siglo. Este panorama ha logrado dar un significado especial a aquellos presidentes norteamericanos que han optado por imprimir a las relaciones con América Latina una dinámica distinta. Los ejemplos son escasos pero sobresale en primer lugar Franklin D. Roosevelt quien, durante su discurso inaugural en 1933, anunció la "Política del Buen Vecino" orientada a respetar los derechos de los otros países americanos y a terminar con el intervencionismo excesivo en la región. Casi treinta años más tarde, el presidente John F. Kennedy se convertiría en el se-gundo ejemplo con su "Alianza para el Progreso". Kennedy asumió la presidencia con la revolución cubana en pleno apogeo, por lo cual diseñó un plan de ayuda orientado a au-mentar y redistribuir los ingresos reales en América Latina mediante un agresivo plan fi-nanciero con el objetivo de de-tener la expansión comunista en el hemisferio. Más de una década después, vendría el pre-sidente Jimmy Cárter a con-vertirse en el tercer ejemplo con su lucha incansable en favor de la defensa de los derechos humanos y el respeto a los principios de derecho interna-cional. Finalmente, el cuarto ejemplo lo constituyó el presi-

* Andrés Franco, M.A., LL.M, es un abogado colombiano, especializado en derecho interamericano. Frank O. Mora, Ph.D., es

profesor de relaciones internacionales de Rhodes College en Memphis, Tennessee, especializado en asuntos interamericanos.

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dente George Bush cuya política exterior, diseñada bajo una coyuntura mundial más favo-rable para Estados Unidos, creó un estilo nuevo en las relaciones con América Latina que ha sido continuado por la actual administración del presidente Bill Clinton.

El objetivo principal de este ensayo es describir y analizar el momento actual de las rela-ciones entre Estados Unidos y América Latina bajo el liderazgo del presidente Bill Clinton. La discusión se divide en tres secciones. La primera, explica el debate que ha surgido entre los académicos sobre la dirección que tomarán las relaciones interamericanas en lo que queda del siglo; la segunda, contrasta las prioridades de los Estados Unidos durante y después de la guerra fría y finalmente, la tercera, analiza la forma como el presidente Clinton ha encarado las dificultades y oportunidades que se han presentado en el sistema interamericano desde que asumió el cargo en enero de 1993.

Negativistas vs positivistas

La extinción de la Unión So-viética creó un nuevo balance de poder internacional, multiplicó el número de conflictos subregionales y permitió un aumento sin precedentes en los niveles de interdependencia mundiales. La nueva realidad exige de Estados Unidos una política exterior cargada de creatividad, efectividad y liderazgo, cuyo manejo cayó en manos de un reconocido

inexperto en asuntos interna-cionales: el presidente Bill Clinton. Clinton explora tími-damente las vicisitudes de un mundo de posguerra que des-conoce; sólo sabe que las deci-siones de hoy no tienen nada que ver con las posiciones tra-dicionales de corte imperialista que dominaron las grandes decisiones del mundo, y parti-cularmente con las decisiones del sistema interamericano des-de mediados del siglo pasado. ¿Qué dirección tomarán las relaciones entre Estados Unidos y América Latina? Con tantos problemas en el mundo y con tantas complicaciones domésticas en Norteamérica, ¿qué importancia puede tener América Latina para Estados Unidos? ¿Cuál es la realidad del momento que viven las re-laciones interamericanas ahora que no existe la amenaza de una expansión comunista? La naturaleza especial del momento ha puesto a los académicos a debatir intensamente. Los negativistas, liderados por Howard Wiarda y Mark Falkoff \ relegan a América Latina a su propia suerte, sin los Estados Unidos. De acuerdo con esta tendencia, Estados Unidos ha entrado en una fase en la que América Latina será olvidada como ha sucedido históricamente luego de perío-dos extensos de atención2. Los positivistas en cambio, liderados por Abraham Lowenthal3, argumentan que América Latina es importante en los planes futuros de Estados Unidos. Según esta tendencia, la necesidad norteamericana de

expandir sus mercados hace que América Latina sea una pieza fundamental de este proceso, pues la región tiene el potencial de convertirse en una fuente de oportunidades para Estados Unidos.

Los acontecimientos del último lustro han dado la razón a ambas posiciones. Para los negativistas, la complejidad de los problemas domésticos estadounidenses (déficit presupuestario, crisis en el sistema de salud, criminalidad, etc.) y la multiplicidad de conflictos subregionales con relevancia para Estados Unidos (principalmente Bosnia, Corea del Norte y Haití), no permiten que Washington comprometa recursos y esfuerzos en América Latina donde no existen ni condiciones graves que vulneren los intereses estadounidenses, ni oportunidades que atraigan el interés norteamericano. Por otra parte, los positivistas argumentan que no sólo hay condiciones graves en América Latina que vulneran los intereses estadounidenses como el deterioro del medio ambiente, las migraciones y el tráfico de estupefacientes, sino que hay oportunidades que se derivan de la estabilidad económica y democrática de varios de estos países que le ayudarían a Estados Unidos a afrontar sus propias necesidades de crecimiento y empleo.

El encargado de darle razón a los positivistas o a los negativistas es el presidente Bill Clinton, quien además de ser inexperto en asuntos internacionales, fue elegido con una

1 Ver Howard Wiarda. "United States Policy toward Latin America: A New Era of Benign Neglect?” LASA Forum, Vol. 22, No. 3 (Otoño

1991) pp. 10-13; ver también Mark Falkoff, "A Look at Latin America" en Nicolás X. Rizopoulos. Se» Changes: American Foreign Policy

Transformed, (New York: Council of Foreign Relations Press, 1990), pp. 71-83. 2 Por ejemplo, como en la década de los veinte y durante el mandato Nixon-Kissinger a principios de los setenta. 3 Ver Abraham Lowenthal, "The US and Latin American in the 1990s: A New Era?” LASA Forum, Vol 22, No. 3, (Otoño 1991), pp.

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plataforma política diseñada únicamente para resolver pro-blemas domésticos. El énfasis de Clinton en la problemática social y económica de los Estados Unidos, generó incertidumbre y desconsuelo en América Latina, pues sus dirigentes vieron con la elección de este demócrata, el fin del espíritu de cooperación iniciado por el presidente Bush y el comienzo de una era proteccionista que pondría en entredicho las reformas neoliberales de varios países de América Latina. Los latinoamericanos tenían razones para preocuparse. Clinton elegido con tan sólo el 43% del total de votos y con un partido demócrata dividido en torno a la problemática mundial, debía evitar decisiones de política exterior que consumieran el escaso capital político con que inició su presidencia en enero de 1993.

El fin de la guerra fría: cambio de prioridades

Durante la guerra fría, los va-lores defendidos por Estados Unidos en América Latina co-rrespondieron a la confrontación entre este y oeste. En aquella época, las prioridades de Washington en Latinoamérica fueron, en su orden, las si-guientes: (I) Expulsión del co-munismo del hemisferio occi-dental por considerarse una amenaza a la seguridad nacional; (II) Expansión económica norteamericana y protección de los intereses económicos es-tadounidenses (inversiones di-rectas o transacciones comer-ciales) en América Latina que se vieran amenazados por go-

biernos populistas, antiyanquis o de tendencia comunista; (III) Tráfico de estupefacientes, un fenómeno más reciente, clasificado como un asunto de seguridad nacional por el go-bierno de Ronald Reagan; (IV) Con intensidad variable, pro-moción de la democracia y res-peto a los derechos humanos. Este orden de prioridades perdió su fundamento con la terminación de la guerra fría. Surge un gran interrogante: ¿Cuál será el imperante en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina en las postrimerías del siglo XX? Los acontecimientos hasta la fecha sugieren el siguiente orden: I. Asuntos económicos: En la actualidad, la política exterior estadounidense hacia América Latina es de contenido eco-nómico. Washington la consi-dera fundamental para afrontar los niveles de interdependencia mundiales y para contrarrestar el poderío económico de los bloques asiático y europeo y las propias angustias económicas del pueblo norteamericano. Los asuntos económicos se han posiciona-do como la prioridad número uno de las relaciones interamericanas, facilitado en parte por el desvanecimiento de la Unión Soviética, la transición democrática en América Latina y las reformas neoliberales implementadas en varios países latinoamericanos.

En 1989 el presidente Bush anunció la Iniciativa para las Américas (IA) con tres objetivos fundamentales: (i) Aumentar la inversión directa en

América Latina, (ii) refinan-ciar la deuda externa latinoamericana y (iii) lograr crecimiento económico mediante expansión del libre comercio entre Estados Unidos y América Latina. Las expectativas que generó la IA en América Latina fueron satisfechas luego de que el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (NAFTA) fuera firmado por Bush y ratificado por Clinton, tras una difícil aprobación en el Congreso es-tadounidense. NAFTA simboliza un cambio de actitud de Washington y representa una aplicación concreta del principio de cooperación (cooperation through partnership) que la administración Clinton ha pregonado a través de su sub-secretario para Asuntos ínter-americanos del Departamento de Estado, Alexander Watson4. Para el presidente Clinton, la integración económica del he-misferio occidental se ha con-vertido en una prioridad5. Clinton logró convencer al pú-blico estadounidense que el crecimiento de las economías latinoamericanas se traduce en mayores ingresos y empleos en los Estados Unidos. Este en-foque rompió con la diferen-ciación tradicional entre asuntos domésticos y asuntos de política exterior. Hoy su tratamiento es uniforme y único, de tal suerte que los objetivos de política exterior tienen sentido siempre y cuando estén vinculados de una u otra forma con asuntos domésticos.

II. Un nuevo concepto de segu-ridad nacional: narcotráfico e in-migración: Durante la guerra fría, lo que amenazaba la segu-

4 Alexander F. Watson, discurso de confirmación en el cargo, Dispatch, Vol. 4 No. 21, mayo 24,1993. 5 Es interesante ver que el presidente Clinton encargó a un equipo de economistas del día a día de las relaciones con América

Latina. Sobresalen, entre otros, Anthony Lake como asesor del Consejo de Seguridad Nacional, y Richard Feinberg como encargado de asuntos latinoamericanos en el mismo consejo.

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ridad nacional norteamericana no era América Latina per se, sino la interacción de un país cualquiera de América Latina con la Unión Soviética. Hoy en día, sin la presencia de los soviéticos apoyando revo-luciones, guerrillas y gobiernos izquierdistas, las condiciones latinoamericanas que tienen el potencial de amenazar o vulnerar la seguridad nacional norteamericana son completa-mente diferentes. Fundamen-talmente, América Latina cuenta con dos mecanismos los cuales ha adquirido esta capacidad propia: olas migratorias y narcotráfico6. La inmigración ha creado políticas xenofóbicas no sólo en algunos estados federales como Florida, California, Texas y Nueva York, sino a nivel federal con la política hacia Haití impulsada por el presidente Bush y mantenida por el presidente Clinton. El narcotráfico, por su parte, ha puesto en la encrucijada a los países andinos y fue una de las justificaciones invocadas por el presidente Bush para invadir a Panamá en 19897.

III. Democracia y derechos hu-manos: En materia de demo-cracia, Estados Unidos no ha tenido una posición uniforme. Históricamente sus políticas se han dirigido a apoyar gober-nantes que garanticen estabili-dad, un concepto que no nece-sariamente implica democracia. Actualmente, después de la guerra fría, Washington parece reorientar sus esfuerzos hacia el mantenimiento de la democracia con la tranquilidad

de que no hay potencias ex-tranjeras en la región que ame-nacen su propia seguridad. En cuanto a derechos humanos, la práctica de Washington tampoco ha sido uniforme. Aun cuando sus exigencias en esta materia parecen ser menos retóricas que en el pasado, Estados Unidos aún no ha ratificado la Convención Americana sobre Derechos Humanos ni ha aceptado la jurisdicción de la Corte Interamericana de De-rechos Humanos.

En la actualidad Washington otorga a los temas de democra-cia y derechos humanos la im-portancia que merecen con cuatro ingredientes principales:

(i) La "democracia de mercado" . Es un régimen político que combina la práctica democrática con la economía de mercado, que tiene la capacidad de resolver cualquier tipo de problema.

(ii) Estados Unidos apoya a cualquier presidente latinoa-mericano que sea elegido de acuerdo con los mecanismos democráticos y constitucionales previsto por las leyes do-mésticas, aun si los gobernantes elegidos tienen idea de iz-quierda. Por ejemplo, en enero de 1994 el embajador estadou-nidense acreditado en Managua, John Maisto, dijo que Nicaragua debía solucionar sus propios problemas y que Estados Unidos respetaría su voluntad política . Dos meses más tarde, el presidente Clinton declaró en una rueda de

prensa sobre política exterior, que respetaría y apoyaría los resultados de las próximas elecciones en el Brasil así am-bos candidatos pregonen ideas izquierdistas9.

(iii) Mientras más se consolide la democracia de un país, más se respetarán los derechos humanos en el territorio mismo.

(IV) El libre comercio es una herramienta de política exterior hacia América Latina que debe utilizarse para democratizar y para lograr que los derechos humanos sean respetados. Según declaraciones oficiales en los Estados Unidos, NAFTA no solamente impidió que el ejército mexicano cometiera un mayor número de abusos a los derechos humanos durante la crisis en Chiapas en enero de 1994, sino que también logró que el proceso de democratización mexicano se acelerara10.

La gestión Clinton

Desde cuando Bill Clinton asu-mió la presidencia de los Estados Unidos en enero de 1993, algunos incidentes en América Latina han logrado acaparar su atención y la de sus colabo-radores en la administración. Esta sección contiene un breve análisis de aquellas decisiones que han tenido mayor trascen-dencia en el contexto de las re-laciones entre Estados Unidos y América Latina durante lo que va corrido de esta administración demócrata.

6 Lars Shoultz, "United States Valúes and Approaches to Hemispheric Security Issues", estudio presentado en el North-South Center, 25 de febrero, 1993.

7 De acuerdo con el presidente Bush la invasión a Panamá se justificó, entre otras razones, por la vinculaciones del general Noriega con las redes del narcotráfico.

8 Tim Johnson, "New us Policy on Nicaragua: 'Fix Your Own Problems'", The Miami Herald, 29 de enero, 1994, p. 29A. 9 Rueda de prensa en la cadena de televisión CNN el día 5 de mayo, 1994. 10 Richard Feinberg, Conferencia Anual del Latin American Studies Association (Atlanta, GA: marzo 13,1994).

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El Tratado de Libre Comercio-NAFTA: NAFTA dominó el debate de la agenda interamericana durante el primer año de la administración del presidente Clinton. Su aprobación fue apoyada ampliamente por el Grupo de Rio y en general por los miembros de la OEA, pues con ese tratado se daba el primer paso hacia la integración eco-nómica del hemisferio, tan es-perada por los latinoamericanos desde que el presidente Bush anunció la IA en 1989. Aun cuando se ha dicho en medios oficiales que Chile, Argentina y Colombia serán los próximos países con quienes Estados Unidos negociará tratados de libre comercio, hay incertidumbre sobre cuál es el procedimiento de negociación más adecuado para evitar las complicaciones que surgieron durante la aprobación de NAF-TA. El primer camino consiste en procurar que los países candidatizados adhieran al actual acuerdo entre México, Estados Unidos y Canadá y en este caso los poderes legislativos de dichos países tendrían que aprobar la entrada de quien quiera adherir. Un segundo ca-mino consiste en negociar bilateralmente con cada país, lo cual beneficiaría a Chile y a Colombia, pero perjudicaría a Argentina por sus vínculos económicos con los otros países del cono sur. Finalmente, el tercer camino consiste en ne-gociar a través de bloques eco-nómicos subregionales (Pacto Andino, MERCOSUR, Grupo de los Tres, CARICOM), lo cual complicaría las negociaciones por incluir varios países que eco-

nómicamente tienen caracte-rísticas distintas.

Golpes de Estado y violación de derechos humanos: Cuba, Haití, Perú, Venezuela y Guatemala han marcado la pauta en asuntos de democracia y derechos humanos durante lo que va de la administración Clinton. La concepción y los objetivos de la política exterior estadounidense hacia Cuba, son diferentes a los diseñados para América Latina. La implementación de esta política particular, ha sido motivo de distancia-miento entre Washington y el resto de capitales mundiales. El embargo comercial que mantiene Estados Unidos contra Cuba ha sido rechazado por la Asamblea General de las Naciones Unidas, por 23 gobiernos latinoamericanos, por 13 gobiernos del Caribe, por periódicos estadounidenses como el New York Times, The Washington Post, The Wall Street Journal y Los Angeles Times, y por la comunidad de académicos que sostiene que efectivamente el que se ha aislado es Estados Unidos y no Cuba. Más aún, varios miembros del gabinete de Clinton han reconocido, públicamente en el pasado, que la política actual no es ni la más acertada ni la más consecuente con las tendencias actuales del mundo11. Sin embargo, Clinton no ha cedido, pues ceder le implicaría un agrio enfrentamiento con la comunidad cubano-americana y sus aliados en el Congreso, y ha preferido mantener la cómoda política de "ceder el turno" a Fidel Castro para que sea él quien dé el primer paso e introduzca reformas demo-

cráticas que le permitan a Cuba ser tenida en cuenta por Washington en sus planes fu-turos. Si bien es cierto que lo que ha diferenciado a la admi-nistración Clinton con las ad-ministraciones republicanas anteriores es que aquel ha evi-tado utilizar un tono beligerante para referirse a Cuba, ha mejorado los vínculos de co-municación con la isla y ha permitido la salida de ayuda humanitaria hacia La Habana12, no es menos cierto que la política actual no sólo es un mal recuerdo de la guerra fría sino que también es el resultado de presiones electorales internas ejercidas por la poderosa comunidad cubano-americana en los Estados Unidos.

La problemática en Haití, más que un asunto de democracia, se ha convertido en un problema de inmigración que ha colocado al presidente Clinton en aprietos políticos y lo ha enfrentado al gobernador del estado de la Florida, Lawton Chiles. Durante su campaña presidencial, Clinton rechazó la política adoptada por el entonces presidente Bush de devolver a los refugiados haitianos a su país de origen, por considerarla violatoria del derecho humanitario universal. Luego, iniciado su período presidencial, mantuvo la política iniciada por la administración anterior, evitó confrontaciones con aquellos sectores de la sociedad de tendencia xenofóbica y en mayo de 1994 lideró en el seno de la ONU el retorno a la democracia en Haití a través de la implantación de un embargo de armas y petróleo. Además, Clinton ha anunciado la

11 Por ejemplo, Richard Feinberg mantuvo esta posición siendo director del Diálogo Interamericano. 12 Ver Peter Hakim, "NAFTA and After: A New for the United States and Latin America?” Current History, Vol. 93, No. 581, marzo

1994, pp. 97-102.

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posibilidad de una intervención militar mediante un esfuerzo multilateral y ha autorizado la entrada de haitianos cuando se compruebe, tras su intercepción en altamar por la guardia costera norteamericana, que éstos están siendo objeto de persecución por parte del gobierno militar del general Raoul Cedras. El retorno a la democracia en Haití se ha convertido en un escollo difícil de superar para Clinton por el vaivén de sus posiciones sobre esta situación, el cuestiona-miento que algunos sectores de la sociedad estadounidense hacen sobre la utilización de fuerzas norteamericanas en tantas misiones internacionales y el agravamiento de las re-laciones entre Washington y el derrocado presidente de Haití, Jean Bertrand Aristide.

La ruptura del régimen cons-titucional en el Perú tras el autogolpe perpetuado por Al-berto Fujimori el 5 de abril de 1992, y las intentonas golpistas adelantadas por Jorge Serrano el 25 de mayo de 1993 en Gua-temala y por los militares ve-nezolanos en febrero y no-viembre de 1992 en contra del entonces presidente Carlos An-drés Pérez, son instancias que si bien produjeron reacciones contrarias en Washington, no lograron la importancia que ha tenido el caso haitiano para Es-tados Unidos. Mientras el in-tento autogolpista de Serrano en Guatemala fue frustrado ante la amenaza conjunta de Estados Unidos, la OEA y Alemania de imponer un bloqueo comercial en contra del gobierno de hecho, en Perú y Venezuela, Estados Unidos se limitó a ejercer una presión moderada. La naturaleza sui generis del autogolpe de Fujimori, el apoyo popular con que contó

tal acto, la importancia estraté-gica del Perú en la lucha contra el narcotráfico y la existencia del compromiso de Santiago por el restablecimiento de la democracia, evitaron que el enfrentamiento directo entre Washington y Fujimori tras-cendiera de la retórica y de las sanciones que Washington siempre acostumbra para con-denar este tipo de eventos. A pesar que la administración del presidente Clinton aceptó los resultados de las tímidas gestiones de la OEA para el res-tablecimiento del orden demo-crático en el Perú, no escatimó esfuerzos para presionar al go-bierno de Fujimori por violación de derechos humanos, luego que los militares implicados en el desaparecimiento de varios estudiantes de la Universidad de La Cantuta fueran llevados a cortes militares para su juzgamiento. Por su parte, Washington observó el caso venezolano con cautela y se li-mitó a hacer advertencias a los militares sobre los inconve-nientes que tendría una toma del poder por las vías de hecho.

Narcotráfico: La política anti-drogas del presidente Clinton está incluida en su propuesta al Congreso titulada 2994 National Drug Control Strategy. Allí se incluyen algunas políticas que difieren levemente de las impulsadas por las admi-nistraciones anteriores, pero que tendrán una incidencia fundamental por el énfasis que se dará a la reducción de la demanda de drogas mediante prevención, tratamiento y edu-cación, sin que esto implique que se abandone la estrategia de reducción de oferta. En otras palabras, la administración Clinton no acepta que las op-ciones de reducción de oferta y

demanda sean excluyentes, sino que por el contrario, sostiene que su complementariedad es lo que permite enfatizar el control de demanda sin que se sacrifique la oferta. Esto no cambia mucho las cosas desde el punto de vista de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, pero sí incorpora la importancia que tienen los consumidores en la lucha global contra el narcotráfico, tal como lo han sostenido los mandatarios de los países andinos desde la Declaración de Cartagena en 1992. Un alto porcentaje de los US $1.000 millones de aumento solicitados por Clinton en el presupuesto de 1995 para programas de reducción de demanda y de oferta, se destinarán a prevención, tratamiento y educación.

La segunda política antinar-cóticos del presidente Clinton tiene el potencial de afectar ne-gativamente las relaciones de los Estados Unidos con los países andinos y consiste en llevar a cabo la interdicción de drogas en los países productores y abandonar paulatinamente la interdicción en tránsito hacia los Estados Unidos. El presupuesto para 1995 solicitado por la administración Clinton para cubrir los gastos de este rubro plantea una reducción de US $94,3 millones con relación a 1994, lo cual implica que Estados Unidos busca trasladar aún más la responsabilidad de detener el tráfico en la fuente a los países productores. Es indudable que si las acciones de los países andinos no se ajustan a las expectativas de Washington, o si Clinton en-frenta presiones del Congreso o del público por el fracaso de su política antinarcóticos, este nuevo mecanismo de interdic-ción en la fuente es ideal para

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imputar la culpabilidad de los fracasos de la estrategia a los países productores y salvar rá-pidamente la responsabilidad de la administración.

Finalmente, la estrategia an-tinarcóticos de la administración Clinton otorga una importancia sin precedentes a la in-vestigación y condena de los narcotraficantes a través del aparato judicial de los países productores. Para garantizar la efectividad de esta política, Washington planea destinar ayuda para fortalecer las insti-tuciones judiciales de los países productores y establecer procedimientos que permitan la cooperación judicial en asuntos probatorios en aquellos procesos que se sigan en contra de narcotraficantes. Esta parte de la estrategia ha cobrado una importancia fundamental en las relaciones de Estados Unidos con Colombia luego de que la Asamblea Constitucional de ese país aboliera definitivamente la extradición de nacionales colombianos para que fuesen juzgados en cortes esta-dounidenses.

La Organización de Estados Americanos (OEA):Aprovechando el fortalecimiento de las organizaciones internacionales tales como las Naciones Unidas (ONU) y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y en consonancia con una política en favor del multilaterismo para la solución de los problemas mundiales, la administración del presidente Clinton ha decidido revitalizar la OEA como el eje institucional del sistema interamericano. El presidente de Colombia, César Gaviria, elegido como nuevo secretario general, gracias a la cooperación indispensable de varias naciones latinoamericanas y al ímpetu sin preceden-

tes que Estados Unidos impri-mió a esta elección, tendrá su mayor reto en la institucionalización de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina y de los países americanos entre sí, para procurar que paulatinamente se renuncie al manejo de relaciones por las vías de hecho y en su lugar imperen las vías de derecho.

La promoción del libre comercio en el hemisferio, la erradicación de los niveles de pobreza en América Latina, la promoción y el mantenimiento de la democracia y el respeto a los derechos humanos, son los temas que ha planteado Gaviria y que han sido apoyados por el presidente Clinton. La capacidad conciliadora del nuevo secretario general, las actuaciones de la OEA en Perú y Guatemala y la existencia del Compromiso de Santiago, abren una alternativa para que Washington delegue y apoye el manejo de estos temas en el seno de la OEA. Sin duda, el éxito de la gestión de Gaviria depende del apoyo incondi-cional que Estados Unidos le otorgue a la plena efectividad de los mecanismos previstos por la organización.

Ayuda exterior. Las apropia-ciones presupuestarias para ayuda exterior son un indicador efectivo de la importancia relativa que tienen las diversas regiones del mundo dentro de los planes de política exterior de los Estados Unidos. De acuerdo con este indicador, América Latina nunca ha tenido la importancia que ha tenido Egipto e Israel, pero tampoco se ha considerado tan distante como la mayoría de países africanos. La administración Clinton no da la importancia que dio a América Latina el presidente Reagan, pero es

que no existe en la actualidad un asunto que amerite la atención y los fondos federales.

A finales de la década de los ochenta, el Congreso fijó el total de ayuda exterior nortea-mericana al mundo en aproxi-madamente US $15 mil millones anuales; para 1994 este rubro disminuyó a menos de US $10 mil millones. Esta reducción la hizo el Congreso estadounidense para responder a las necesidades domésticas del pueblo norteamericano. América Latina se vio afectada por estos recortes. La ayuda exterior adjudicada por el Congreso en 1993 fue de US $1.271 millones (11% del total) y para 1994 esta cifra había disminuido a US $678 millones (7% del total).

Conclusión

En diciembre de 1994, la ciudad de Miami será la sede de la cumbre de presidentes del he-misferio. Esta importante reu-nión será la oportunidad para que estos países que protago-nizan el sistema interamericano discutan el amplio menú de posibilidades que ofrece la re-lación Estados Unidos-América Latina en esta década. El temario de la cumbre aún está por definir y aun cuando probablemente los temas que dominen la discusión sean la integración hemisférica, la democracia, el desarrollo sostenido y la pobreza, es alentador ver que existe un debate sobre cuáles deben ser los temas dominantes en las relaciones entre las dos Américas. Sin duda, si la cumbre se hubiera citado durante la guerra fría, el temario estaría dictado por la confrontación este-oeste y por las necesidades del hemisferio occidental; es estimulante que la coyuntura creada por el final

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de la guerra fría haya marcado el inicio de una era de oportu-nidades que nunca ha existido en la larga historia de relaciones entre Estados Unidos y América Latina.

Desde que NAFTA se aprobó, la administración Clinton no ha decidido con claridad qué tipo de relación es la que busca con los países latinoamericanos y se ha limitado a solucionar los conflictos que se van presentando. La cumbre a la

que asistirán, entre otros, los nuevos gobernantes de Brasil, México, Colombia, Venezuela, El Salvador, Costa Rica, Pana-má y Chile, se encargará de de-finir el tipo de relación. Desde que se anunció la doctrina Monroe en 1823, Washington no ha tenido la oportunidad que tiene hoy, de moldear, tonificar y liderar las relaciones interamericanas. Mas aún, nunca antes los países de América Latina tuvieron la oportuni-

dad de discutir con los Estados Unidos sobre el futuro del he-misferio en condiciones tan fa-vorables como las actuales, cuando existe una relación me-nos asimétrica en la que Was-hington está dispuesto a cola-borar y no a imponer, y en la cual hay intereses comunes co-mo el mantenimiento de la democracia, la expansión de mercados mediante libre co-mercio y la eliminación de la pobreza.

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Sección:

Temas Globales

El conflicto de las islas Kuriles

Armand Limnander de Nieuwenhove*

El conflicto de los Territorios del Norte, para los japoneses, o las islas Kuriles para los rusos, tiene sus orígenes en el mo-mento mismo en que se descu-brieron estas islas. A pesar de su importancia estratégica y pesquera, y de los intereses y sentimientos nacionalistas que despiertan, las islas no han sido objeto de conflictos armados, y la complejidad de la situación en estos territorios se ha mantenido siempre dentro de una bajo perfil en la comunidad internacional. El presente ensayo pretende hacer un recuento histórico del conflicto, evaluar los intereses sobre la zona y analizar las posibilidades de resolución de la disputa en el marco internacional actual.

Los "Territorios del Norte", como son llamados en Japón, que para los rusos son simple-mente una parte de la cadena de las Kuriles, comprenden las islas del grupo de Habomai, Shikotán, Kunashiri y Eorafu.

Las islas en cuestión compren-den un territorio de 4.996 kiló-metros cuadrados, y el grupo de las Habomais se encuentra a sólo 5 kilómetros de la punta noreste de Hokkaido, una de las islas principales que conforman a Japón1. Aunque normalmente son consideradas como parte de la cadena de las Kuriles, de jurisdicción rusa, la verdad es que la historia de estos territorios pone en duda que puedan ser tratados simplemente como unas islas más de las Kuriles. La flora, fauna, clima, raza de los habitantes y plataforma continental de los Territorios del Norte corres-ponden a Japón y no a Rusia2. La historia de estas islas, que nunca han pertenecido a ningún otro país ni han sido inde-pendientes, es larga y compleja. En 1855, por medio del "Tratado de Comercio, Navegación y Delimitación", suscrito entre Japón y Rusia, las dos naciones fijaron sus límites, estipulando que las islas al norte de Etorufu (inclusive) pertenecían a Rusia. Posteriormente, en 1875, el "Tratado para el Intercambio de Sakhalin por las islas Kuriles" adjudicaba las Kuriles a Japón, definidas como "las 18 islas entre Shimushir y Urap". A cambio, Japón cedía la isla de Sakhalin a Rusia3. El statu quo, sin embargo, se vio seriamente afectado en 1904, con el ataque sorpresa japonés sobre Port Arthur, que desencadenaría la guerra ruso-japonesa. La paz se firmó en 1905 en Portsmouth (EU), y Rusia debió ceder a Port Arthur, la parte sur de Sakhalin, y reconocer los "intereses japone-

* Investigador, profesional en Finanzas y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia.1 "Japan-Soviet Union-Border and Territorial Disputes", Asia and the Far East, p. 32. 2 Ibíd. 3 Kunio Nishimur, "Una Cuestión de Justicia", Look jayán, Vol. 1, No. 23, febrero 1992, p. 2.

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ses en Corea". Sin embargo, la agresión japonesa sirvió de ex-cusa para que Rusia negara en el futuro la validez de los tratados anteriores4.

Los años siguientes verían el auge del imperialismo y milita-rismo japonés, y el surgimiento de la Unión Soviética como un gigante en la zona. El 8 de agosto de 1945 la URSS declara la guerra al Japón en Manchuria, y después de la capitulación japonesa en septiembre del mismo año, la URSS invade no sólo las Kuriles, sino los Te-rritorios del Norte del Japón. En 1951, por medio del Tratado de San Francisco, Japón renunció a todo "derecho, título o reclamación sobre las islas Kuriles y el sur de la isla de Sakhalin"5. Sin embargo, en este tratado no se definieron los límites de las Kuriles, por lo que Japón arguye que no incluyen a los Territorios del Norte. Adicionalmente, la URSS nunca fue signataria de dicho tratado. Las relaciones se distensionaron relativamente a mediados de los 50, cuando incluso se reestablecieron relaciones di-plomáticas entre los dos países (1956) y se esbozó un acuerdo que contempla la devolución de dos de las islas, Habomai y Shikotán. Sin embargo, la si-tuación se revertió rápidamente, tras la firma del "Tratado de Seguridad" entre Japón y los Estados Unidos. Esto llevó a la URSS a declarar que el proble-ma territorial con Japón se en-contraba "resuelto por una serie de tratados internacionales"6. Este ambiente de guerra

fría entre los dos países se man-tuvo virtualmente inalterado hasta la década de los ochenta.

Existen varias razones que explican la gran importancia de los territorios para las partes en conflicto. Las islas representan para Rusia un excelente canal de paso desde el Mar de Okhosk, donde se encuentran estacionados gran parte de los submarinos nucleares rusos, y constituye la vía de acceso a la base naval de Petropavlosk en la península de Kamchatka7. Esta área, además, es conocida mundialmente por su inmensa riqueza pesquera, que ha sido aprovechada tradicionalmente por los japoneses. Aparte de estos dos factores claves, el conflicto tiende a revivir anta-gonismos emanados de la II Guerra Mundial en las viejas generaciones rusas, que no conciben una concesión terri-torial al Japón. La opinión pú-blica y los sentimientos nacio-nalistas, por lo tanto, han in-fluido notablemente en este conflicto y, seguramente, lo se-guirán haciendo. Prueba de esto es el llamado "Día de los Te-rritorios del Norte" (febrero 7), que el gobierno japonés esta-bleció el 6 de enero de 1981, co-mo una manera de recoger el inmenso sentimiento popular y presionar a los dirigentes so-viéticos. Cada año se recogen millones de firmas pidiendo el regreso de los territorios a Ja-pón.

Igualmente, en Hokkaido se realizan fiestas, foros y bazares; el tema se enseña en pro-

fundidad en las escuelas, y el 7 de febrero se llevan a cabo de-bates y conferencias entre los estudiantes. Estas celebraciones son prueba del enorme interés que suscitan las islas, y de la manera activa e interesada con que el pueblo asume los temas internacionales que afectan al Japón.

La coyuntura internacional actual, tras el fin de la guerra fría, pareciera ser el marco más propicio para solucionar el conflicto de los territorios. Sin embargo, aparece ahora, en opinión de este autor, como una opción absolutamente im-probable. El conflicto debe ser resuelto a través de canales di-plomáticos, encontrando una solución que permita a los rusos devolver los territorios sin gran desgaste de su imagen in-ternacional, a cambio de asis-tencia económica japonesa8.

"En la entrevista de (Ichiro) Ozawa con los soviéticos (en 1991), Japón enseñó su mano diplomática: ayuda económica a cambio de la devolución de las islas... Japón debe mantener sus miras a largo plazo en su relación con los soviéticos. Los intercambios económicos deben ser fomentados tanto como sea posible, y en ese ambiente las conversaciones podrán tomar impulso"9.

Aunque a mediados de la década de los 80, Gorbachov se acogió a la tesis tradicional soviética sobre las islas, según la cual no existía ningún conflicto por resolver, la creciente necesidad de ayuda económica e

4 "Japan Soviet Union-Border and Territorial Disputes", op. cit., p. 303. 5 Kunio Nishimur, op. cit., p. 2. 6 "El problema de los Territorios del Norte y las Relaciones entre el Japón y la Unión Soviética", Cuadernos del Japón, Vol. IV, No.

1,1991, p. 31. 7 Rajan Menon, "Soviet-Japanese Relations: More of the Same?” Currcnt History, A World Affairs Journal, abril 1991, p. 162. 8 Sophie Quinn-Judge y Nathony Rowley, "Cash for Kuriles", Far Eastern Economic Revue, Vol. 151, No. 15, abril 1991, p. 11. 9 Ken'Ichi Iida, "Decepcionado pero Decidido", Look Japan, Vol. 2, No. 16, julio 1991, pp. 3 y 4.

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integración al mundo comercial llevó a que paulatinamente se revisara dicha posición, hasta que en 1991 se reconoció públicamente la existencia del problema territorial10. Yeltsin, por su parte, mostró una posi-ción totalmente pragmática sobre el tema al llegar al poder, dejando en claro que podría negociar la devolución de las islas a cambio de ayuda econó-mica, en especial en lo concer-niente a la explotación de Siberia Oriental, una de las regiones más vastas, ricas e inexploradas de Rusia, conocida mundialmente por sus enormes yacimientos petroleros.

Japón, por su parte, mantuvo hasta principios de los noventa una política de indivisibilidad entre lo político y lo económico. Dicha posición se hizo evidente en las reuniones del Grupo de los Siete a finales de los ochenta, donde Japón normalmente se oponía a brindar ayuda económica sustancial a la ex URSS. Sin embargo, Japón no negó ayudas de tipo humanitario ni recursos de coo-peración que lo podrían bene-ficiar a largo plazo: 2.000 mi-llones de yenes a las víctimas de Chernobyl; 14.000 millones en cereales y medicinas y 5.000 millones para la cooperación tecnológica de la explotación del petróleo. Esta flexibilización en las relaciones se ha hecho cada vez más evidente, al punto que en la actualidad la política de Tokio parece ser la de fortalecer las relaciones con las URSS, para así facilitar un acuerdo. Una de las principales razones que impiden a Yeltsin devolver las islas es la fuerte oposición interna en Rusia, tanto de viejos comunistas y

militares, como del pueblo en general, que ha sentido en carne propia la desintegración de su "viejo imperio", y que no to-leraría fácilmente la concesión territorial al Japón. Es claro en-tonces, que a Japón le conviene, en la medida de lo posible, fortalecer la posición de Yeltsin en su país, y esperar el momento político adecuado para celebrar las negociaciones.

La solución de este conflicto se dará entonces, cuando se encuentre el equilibrio entre los distintos factores que impiden un acuerdo, como la alta volatilización de la opinión pública, la inestabilidad política interna rusa, y los intereses que exigen que el conflicto sea solucionado definitivamente, como la necesidad rusa de coo-peración económica y de inte-grarse al sistema comercial y financiero internacional.

La probabilidad de que el conflicto se resuelva militar-mente, como dijimos anterior-mente, resulta prácticamente impensable. El manejo del "Nuevo Orden Internacional" en Asia recae en gran medida sobre Japón, y cualquier iniciativa bélica en la zona sería de incalculables consecuencias desestabilizadoras. Todos los esfuerzos realizados por Japón en los últimos tiempos para mejorar sus relaciones con paí-ses que aún guardan gran recelo de la II Guerra Mundial se verían inmediatamente anula-dos. Rusia, por su parte, se ha embarcado en una empresa de reformas internas y de manejo de sus relaciones internaciona-les, lo que supone que cualquier aventura militarista sería impracticable en estos mo-

mentos. Por lo menos bajo el actual gobierno. A pesar de la inestabilidad política reciente de Japón, lo más probable es que Tokio no altere su posición ni su estrate-gia frente al conflicto. La devo-lución de los Territorios del Norte ha sido una preocupación constante de los japoneses desde que los perdieron ante la Unión Soviética. Para Japón retomar estas islas es objetivo de interés nacional, guiado por políticas de Estado y no por los vaivenes de los gobiernos cambiantes. Es probable, por lo tanto, que la política oficial japonesa no varíe sustancial-mente, independientemente de la inestabilidad política interna del país.

El conflicto seguramente será manejado en forma bilateral y no a través de organismos in-ternacionales como la Organi-zación de Naciones Unidas. La ONU no ha sido escenario de discusión de este conflicto, que tiende a suscitar poca atención por carecer de un componente bélico. De otra parte, el hecho de' que Rusia sea miembro del Consejo de Seguridad de la ONU generará también dificul-tades para lograr una negocia-ción equitativa dentro de dicho organismo.

Para los Estados Unidos una solución concertada y basada en la devolución de las islas a cambio de ayuda económica sería altamente deseable. Por una parte, fortalecería la posi-ción de su más fuerte aliado en Asia, Japón, que está desem-peñando un papel cada vez más activo en el campo inter-nacional. Simultáneamente, la ayuda económica japonesa a

10 Lin Xioguang, "Momento Decisivo de las Relaciones Nipo-Soviéticas", Beijing Informa, No. 17, p. 11.

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Rusia, que no implicaría ningún desembolso para los Estados Unidos, fortalecería el proceso de reforma en Rusia, de manera consecuente con los intereses norteamericanos.

Vemos entonces como, a pesar de ser un conflicto de menor escala en la comunidad internacional, un análisis cui-dadoso explica las grandes con-secuencias que tendrían su reso-lución para Asia y el mundo. Marcaría un nuevo comienzo en las relaciones ruso-japonesas, que podrían ser increíblemente beneficiosas para ambos países en términos económicos. Este proceso sería un factor decisivo en la consolidación del "Nuevo Orden Internacional" en Asia, con Japón a la cabeza. De igual manera, se consolidaría en gran parte el compromiso de reforma en Rusia, y se podría lograr una mayor integración económica con los países desarrollados, afianzando los vínculos con occidente, y evitando una po-sible toma del poder en Rusia por las corrientes más reaccio-narias, o la caída en la anarquía total.

Es evidente, entonces, que solucionar este conflicto, que a primera vista no parece tan importante, tiene implicaciones de peso no sólo para Rusia y Japón, sino para la comunidad internacional en general.

Conclusión

El problema de los Territorios del Norte tiene sus orígenes en la historia, la confluencia de razas e intereses de las islas, los sentimientos nacionalistas que despiertan, y en las guerras y tensiones ideológicas interna-

cionales de este siglo. El con-flicto reviste gran importancia no sólo por la riqueza pesquera de las islas, el paso al mar de Okhosk o el territorio en sí, sino por las implicaciones que tendría su resolución en el marco internacional actual, tras el fin de la guerra fría, el derrumbamiento de la URSS y la incertidumbre sobre el futuro del "Nuevo Orden Interna-cional". Asia es vista por mu-chos expertos como la zona neurálgica para el siglo XXI, por lo que la estabilidad de la región es fundamental para la comunidad internacional.

Es por esto que el conflicto debe resolverse en el futuro próximo a través de un arreglo de "territorio a cambio de coo-peración económica". Rara vez observamos en la historia una confluencia de intereses tan clara como la de Rusia y Japón en esta coyuntura. Una vez encontrado el momento político adecuado dentro de Rusia, que permita la devolución de las islas sin poner en peligro la permanencia del gobierno en el poder, se podrá negociar seriamente, buscando un acuerdo legítimo para las dos partes de acuerdo con sus intereses específicos. Japón obtendría la devolución de las islas, de gran importancia para un país con su escasez territorial; de igual manera, las islas tienen un enorme signifi-cado para el pueblo. Rusia, por su parte, sería beneficiaría de una enorme inversión y asis-tencia económica japonesa, en momentos en que el futuro de la nación entera depende en gran parte de su éxito o fracaso económico.

Bibliografía REVISTAS ESPECIALIZADAS "Border and Territorial Disputes: Japan-Soviet Union", Asia and the Far East, pp. 302-319.

"El Problema de los Territorios del Norte y las Relaciones entre el Japón y la Unión Soviética", Cuadernos del Japón, Vol. IV, No. 1,1991, pp. 30-32. IIDA, Ken'Ichi, "Decepcionado pero Decidido", Look Ja-pan, Vol. 2, No. 16, julio 1991, pp. 2-4. Menon, Rajan, "Soviet-Japanese Relations: More of the same?” Current History, A World Affairs Journal, abril 1991, pp. 160-163,182-183.

Mineshige, Miyuke, "En el ca-mino", Look Japan, Vol. 2, No. 16, julio 1991, p. 5. Nishimur, Kunio, "Una Cues-tión de Justicia", Look Japan, Vol. 1, No. 23, febrero 1992, pp.2-5. Quinn-Judge, Sophie, Rowley, Nathony, "Cash for Kuriles", Far Eastern Economic Revue, Vol. 151, No. 15, abril 1991, pp. 10-11. Quinn-Judge, Sophie, Rowley, Nathony, "Island Fever", Far Eastern Economic Revue, Vol. 151, No. 15, abril 1991, pp. 22-23.

Smith, Charles, "Time for Sweet Talk", Far Eastern Economic Revue, Vol. 149, No. 32, agosto 1990, pp. 18-19. Xioguang, Lin, "Momento De-cisivo de las Relaciones Ni-po-Soviéticas", Beijing Informa, No. 17, pp. 10-13. Yakolev, Alexander, "Entre la Guerra Fría y el Siglo XXI", Tiempos Nuevos, No. 6,1991, pp. 24-26.

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Sección:

Documentos

Palabras de César Gaviria Trujillo al asumir la Secretaría General de la Organización de Estados Americanos

(Washington D.C., 15 de septiembre de 1994)

Quiero agradecer las palabras del Presidente del Consejo Permanente, el Embajador César Álvarez Guadamuz. Su generosidad se suma a las cualidades que ha demostrado al frente del Consejo Permanente, en representación de Guatemala, su país. Deseo, apreciado amigo, relevar el contenido simbólico que representa el que el nuevo Secretario General de la OEA asuma sus responsabilidades el mismo día en que se conmemora la independencia centroamericana. Por su conducto, quiero extender mi cálido mensaje de felicitación a todos los centroamericanos.

Obliga también mi gratitud el discurso del Se-cretario General Adjunto, el Embajador Christopher Thomas, sin duda uno de los más importantes representantes del Caribe. A usted, apreciado Embajador Thomas, le expreso mi gratitud por haber dirigido la Organización de Estados Americanos durante esta transición con lealtad, inteligencia y visión.

Debo decir que me llena de satisfacción asumir la Secretaría General de la OEA en presencia de tantos amigos y personalidades, entre las que quiero mencionar la del Primer Ministro James Mitchell de San Vicente y las Granadinas, así como una que por razones obvias tiene en mí especial significado: la del Señor Presidente de Colombia, el Doctor Ernesto Samper Pizano.

Durante mis años como Presidente de mi país, fui testigo de la capacidad que tienen los pueblos para hacerle frente a las adversidades y de su espíritu de cambio y transformación dentro de las vías de la democracia. Ahora ustedes, mis compatriotas del hemisferio americano, me han honrado con una de las más altas responsabilidades de las Américas. No fui entonces elegido para ad-

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ministrar la rutina. Sé bien que no he sido llamado ahora, tampoco, para administrar rutina alguna.

Los países miembros y ustedes como sus re-presentantes, señores Embajadores, tendrán en el Secretario General el más firme aliado de las as-piraciones colectivas; el más devoto luchador por la libertad, la democracia, la paz, la prosperidad, la integración y el bienestar de todos los compatriotas de América.

La empresa de construir una renovada arquitectura interamericana, sueño al que dedicara muchos años Alberto Lleras Camargo, es un empeño colectivo de la Organización y de los países miembros. Por fortuna estamos haciendo posible lo que percibo como un verdadero encuentro entre los que han sido los principales tutelares de la OEA desde su propio origen —me refiero, entre otros, a la igualdad jurídica de los Estados, la solución pacífica de los conflictos y la no intervención en los asuntos internos—, con las realidades que emanan en ese nuevo orden mundial que, no sin tropiezos, comenzamos a bosquejar. Hablo, por ejemplo, de la interdependencia como una realidad incuestionable; de la construcción y consolidación de la democracia y sus libertades individuales y colectivas, incluida, desde luego, la defensa y promoción de los derechos humanos; de la necesidad de cooperación solidaria entre las naciones; y de la búsqueda del igualitarismo a través de instrumentos como el libre comercio.

Y ese encuentro al que me refiero es, por lo demás, oportuno. Las Américas, sustentadas en sus tradiciones, en las ventajas que se derivan de la unidad dentro de la diversidad proveniente de su riqueza pluriétnica y pluricultural, constituyen una región que es vista como la segunda más dinámica del mundo en materia de crecimiento, después de la del Asia-Pacífico.

Es por ello que hoy quiero iniciar este diálogo compartiendo con ustedes algunas ideas sobre aquellos temas que podrían conformar una nueva agenda para la OEA. Estas ideas no pretenden ser más que una contribución para animar la reflexión y para que ustedes conozcan de manera transparente y franca lo que piensa quien habrá de ser su aliado más firme en la realización de los propósitos colectivos.

Mucho se ha avanzado en las Américas para acercar el hemisferio a los ideales que recoge la Carta de la Organización. La democracia, que era la excepción, se ha convertido en la regla; el esta-

tismo y las murallas comerciales se han derrumbado para darle paso a la iniciativa privada, a la reforma económica y del Estado, a la integración y a la apertura; quienes antes atizaban los conflictos ahora quieren enmendar los errores y poner la dignidad humana por encima de cualquier consideración política o ideológica; se han clausurado décadas de beligerancia y rivalidades entre países hermanos; la paz interna se ha hecho posible en muchas naciones mediante el diálogo y la negociación, y renace la convicción de que ahora sí ha llegado la hora de las Américas.

La responsabilidad primordial de la OEA es sin duda su acción política en favor de la defensa, la promoción y el desarrollo de la democracia. Ella emana de la Carta y nos convierte en el único or-ganismo multilateral que tiene en la defensa de la democracia su imperativo categórico. Hasta tiempos muy recientes, el compromiso con la democracia era más asunto de doctrina y de simples palabras que de hechos. La defensa de los intereses nacionales y una vieja concepción de la seguridad hemisférica se interpusieron al eficaz cumplimiento de este mandato de la Organización. Con el fin de la guerra fría, el restablecimiento de regímenes elegidos popularmente en prácticamente todo el continente y la adopción de nuevos instrumentos como el Compromiso de Santiago, el Protocolo de Washington y la Declaración de Managua, han colocado a las Américas a la vanguardia en este frente.

Ya se tiene un legado valioso sobre el cual construir nuevas aproximaciones. El papel que desempeñara la Organización, bajo la acertada conducción del Secretario General Joao Baena Soa-res, en Guatemala, en Nicaragua, en Perú, en Surinam, sólo para citar algunos ejemplos, demuestra el inmenso potencial y las posibilidades de iniciativa que existen para actuar colectivamente en defensa de las libertades fundamentales y en la resolución de aquellas crisis que amenacen la prevalencia de la voluntad popular. Pero la acción de la OEA en este frente puede ser más vigorosa, de más largo aliento y más profunda.

No debe haber duda en el sentido de que el gran tema de la agenda interamericana de fin de siglo es el fortalecimiento del Estado democrático en el hemisferio. Por ello, la Organización debe jugar un papel cada vez más amplio y ambicioso, en tres dimensiones, relacionadas con su responsabilidad de defender la democracia:

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Primero, la OEA debe desempeñar el papel directo en el manejo de las crisis que atenten contra la democracia del hemisferio.

Aquellas crisis que arrasan con las instituciones y los principios democráticos son quizás el reto más complejo para la Organización. En un contexto de crisis encontrar un balance apropiado entre la defensa del principio de la no intervención y la obligación constitutiva y moral de proteger la democracia nunca ha sido fácil. Es paradójico que a veces el celo excesivo por garantizar el principio de la no intervención agote la agilidad y la firmeza que requieren las acciones políticas y diplomáticas para ser efectivas. Sin proponérnoslo, en ocasiones, permitimos que la inacción consolide las fuerzas no democráticas invitando así a que otros, y en otros escenarios, asuman la solución inconsulta de problemas que son esencialmente americanos.

Estos temores de muchos países tienen su origen en el afán de no legitimar intervenciones unilaterales, que atiendan a los intereses de una sola nación, o en no crear precedentes que den lugar a intervenciones que vayan más alia de la estricta defensa de la democracia en otras áreas de creciente preocupación internacional. La OEA se ha usado más en el pasado para contener el unilateralismo, que para generar acción colectiva; más para contrabalancear los grandes poderes, que para resolver los problemas del hemisferio. Pero ha llegado la hora de generar la confianza y la cooperación que nos permitan buscar verdaderos consensos para la acción.

Pero sin duda hay coyunturas que por su magnitud y sus consecuencias, por las limitaciones de la propia Carta de la Organización, o por la dificultad de encontrar consensos que conduzcan a la acción, desbordan las capacidades de solución regional y es necesario trasladarse al terreno de lo universal. Mi sentir es que incluso en esas situaciones excepcionales, la OEA tiene una indeclinable misión tutelar que cumplir. Por ello, cabría combinar la capacidad de mediación y de desplegar los esfuerzos políticos y diplomáticos que le concede la Carta, con la conveniencia de crear mecanismos de coordinación más efectivos con las Naciones Unidas.

Segundo, de la OEA se espera que cuente con los instrumentos permanentes necesarios para anticipar y desmantelar las tensiones que puedan desencadenar procesos que culminen en una ruptura democrática, mediante asesoría, la mediación, la conciliación o los buenos oficios.

Sabemos que las amenazas contra la democracia no se gestan en el anonimato o de la noche a la mañana. El análisis de las situaciones que han afectado la estabilidad de algunas de las democracias en el hemisferio sugiere que las tensiones y conflictos que afectaron a las instituciones se fueron larvando durante meses e incluso años. Mucho sufrimiento se pudo haber evitado anticipando esas fuerzas destructivas y actuando política y diplomáticamente.

Nuestra Organización podría, de manera más permanente, poner a disposición su capacidad política para ejercer o promover una función me-diadora, reconciliadora, verificadora y de segui-miento, de manera que, por solicitud de los países, los conflictos que no puedan ser superados en el marco de las estructuras nacionales, encuentren una salida legítima que evite la ruptura institucional.

Y, finalmente, a la OEA se le ha asignado la misión de fortalecer la democracia mediante el apoyo al desarrollo institucional y el buen gobierno, a la transparencia electoral y al afianzamiento de una cultura democrática.

Las democracias vigorosas son aquellas que no sólo cuentan con mecanismos electorales transparentes sino que además tienen, entre otros, sistemas judiciales fuertes, instrumentos de participación ciudadana eficientes, un grado razonable de descentralización, una rama legislativa moderna y dinámica, una gestión pública transparente, y una preocupación permanente por darle a la gente lo que la gente, sin distingos de raza, credo o posición, demanda.

Quisiera, para efectos de reflexión, sugerir algunas ideas sobre temas que podrían llegar a ser parte de nuestra agenda hemisférica para el desarrollo de la democracia en el mediano y largo plazo.

En primer lugar, creo que el BIC y la OEA como organismos centrales del sistema interamericano, deberíamos trabajar de la mano para combinar nuestras respectivas ventajas comparativas y ofrecer una acertada mezcla de conocimientos técnicos y recursos económicos y políticos, para apoyar el proceso de transformación, modernización y reforma del Estado en los países que así lo deseen.

Es fundamental que el sistema interamericano dedique importantes esfuerzos para apoyar la modernización del derecho y de la cultura jurídica, al igual que a la reforma estructural del siste-

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ma judicial, tal como lo ha venido haciendo, de un tiempo para acá, el BID. Es también importante avanzar en la educación del sistema jurídico a las necesidades del desarrollo económico, para que no sea fuente de ineficiencias y trabas, pero debemos ir más alla, de manera que los ciudadanos tengan confianza en la justicia, para que pueda de verdad dirimir los conflictos de la vida cotidiana, para que pueda neutralizar a la delincuencia y ofrecer mayor seguridad ciudadana. Pero además, la democracia requiere de la par-ticipación ciudadana activa. El desarrollo de formas alternativas de expresión ciudadana y la apertura de canales de democracia participativa sin duda contribuirían a hacer más amplios y más sensibles a los sistemas políticos del hemisferio. La clave de la estabilidad democrática en el largo plazo no sólo se encuentra en la vinculación de los millones de marginados a la economía formal, y a los beneficios del progreso, sino también en su incorporación a la cultura de la democracia y a los procesos de decisión política. Paralelamente, debemos impulsar una gestión pública transparente. La corrupción y las faltas a la ética en la administración pública constituyen un fenómeno que desvirtúa la democracia, alimenta el escepticismo y promueve el desencanto de la gente con el sistema político. Este es un serio problema que está detrás de muchos de los procesos de deterioro de las instituciones democráticas a nivel nacional y local.

Y en materia electoral, si bien es preciso reconocer que la observación de la OEA en algunos procesos ha constituido una buena experiencia que le ha dado prestigio a la institución, creo que ha llegado la hora de refinar y aun de profundizar el sistema con que operamos. Habría que ser más selectivos y, por sobre todo, más precisos en lo que hace a la definición de las circunstancias que rodea cada elección, así como en relación con la naturaleza del mandato y las responsabilidades de los observadores. Además, la OEA podría impulsar el fortalecimiento y la independencia de las organizaciones y sistemas electorales de las naciones del continente, y propiciar el intercambio de tecnología en este frente, que constituye un elemento vital en una democracia.

Cada uno de nuestros países tiene experiencias valiosas que aportar, así como cosas para aprender de los demás. La OEA podría no sólo poner a disposición de sus miembros como lo hace la ONU una nómina amplia e interdisciplinaria de consultores de primera línea en aspectos tales co-

mo la Reforma del Estado o el Cambio Constitu-cional e Institucional, sino incluso avanzar hacia la creación, en asocio con otras instituciones del sistema interamericano, así como con las univer-sidades y las organizaciones no gubernamentales, de un Centro de Estudios para la Democracia, que se dedicaría a hacer pedagogía, investigación y preparación técnica, multiplicando así el alcance de los recursos destinados a esta área.

La Unidad de la Promoción de la Democracia deberá entonces contar con todo nuestro apoyo, dada la gran complejidad de las tareas que deben desprenderse de la Nueva Agenda.

Otro tema fundamental y que está estrechamente relacionado con la defensa de la democracia es la de la protección y promoción de los derechos humanos. No hay instancias más prestigiosas y que le hayan dado más brillo a la labor de la OEA que sus instituciones de defensa de los derechos humanos. Tanto la Comisión como la Corte Interamericana deben tener, para el cabal desempeño de su delicada labor, nuestro apoyo irrestricto.

Para avanzar sobre lo alcanzado debemos trabajar para que la Comisión y la Corte tengan cada día mayor autonomía en el cumplimiento de sus funciones. La evaluación de la situación de derechos humanos en cada país, al igual que la consideración de los casos específicos, para que sea útil y constructiva, debe hacerse en un ambiente desprovisto de presiones o influencias políticas.

Sin duda, los recursos hoy disponibles para la Comisión y para la Corte son insuficientes. Debe-mos hacer un esfuerzo para proveer a estos orga-nismos de los elementos que les permitan adentrarse con criterios y personal propios, en la investigación de un mayor número de casos, recopilando todos los elementos probatorios existentes con vistas a una completa e independiente instrucción y solución de los mismos.

Pero la obligación de los organismos de derechos humanos del sistema va más alla de la crítica función de garantizar la justicia. El efecto demos-trativo y aleccionador de sancionar los casos de violaciones de los derechos humanos, tiene que complementarse con una vigorosa acción preventiva y de promoción, particularmente por parte de la Comisión Interamericana, orientada a crear una cultura social de respeto a los derechos fundamentales, a fortalecer las entidades nacionales encargadas de vigilar su protección, y a sugerir políticas o caminos de acción para los países

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que deseen mejorar el desempeño de sus institu-ciones en este campo.

Adicionalmente, constituiría una buena de-mostración de nuestra vocación colectiva por el respeto de los derechos humanos, el que todos los países miembros se hicieran parte de la Convención respectiva, y se aceptara de manera más ge-neralizada la jurisdicción de la Corte Interamericana.

Ello en lo que tiene que ver con el fortalecimiento de la democracia y la cultura del respeto a los derechos humanos. Permítanme referirme ahora a dos temas adicionales, que deberían ocupar lugar preponderante en nuestra Agenda: el de la preservación del medio ambiente y el de la integración hemisférica. En cuanto al medio ambiente, éste constituye, sin duda, un asunto que también exigirá la acción colectiva, pues las preocupaciones ambientales desbordan el interés específico de cualquier nación. La OEA debe continuar reflexionando sobre temas prioritarios tales como los relacionados con la expansión del comercio mundial y la protección del ambiente; la incorporación a los temas económicos de un espacio amplio para los temas asociados a la preservación ambiental; la cooperación técnica para el desarrollo sustentable; y la educación para elevar la conciencia y el interés de nuestros pueblos y gobiernos sobre estos asuntos.

Parece ser éste un buen momento para avanzar hacia la consolidación en nuestro hemisferio de estándares internacionales en materia ambiental. El aprovechamiento, y la protección y preservación, entre otras riquezas, del mar Caribe, la selva húmeda, o la Antártida, así como de nuestra biodiversidad, deben ser realizados con criterios que verdaderamente garanticen el desarrollo sostenible. Es por ello que en las Américas con la participación de las comunidades y de las ONG's, no sólo deberíamos perseguir la adopción de políticas comunes y de marcos regulatorios modernos en materia ambiental, sino quisiéramos ver a los países industrializados cumplir con los compromisos que adquirieron en la Cumbre de la Tierra celebrada en Rio de Janeiro.

De otro lado, durante los últimos años ha existido un avance sustancial en materia de comercio e inversión en la región, y especialmente en materia de integración, en un mundo que se comienza a organizar en bloques. Además de un conjunto sumamente amplio de acuerdos bilaterales, se

han suscrito el TLC de América del Norte y el con-venio del G3, y continuaron su consolidación el Mercosur, el Pacto Andino, el Caricom y el Mer-cado Común Centroamericano.

Los resultados han sido sorprendentes: las ventas externas de los países del Mercosur y del Grupo Andino se triplicaron durante los últimos cuatro años, y el comercio intrarregional en Centroamérica presenta hoy nuevamente la misma dinámica que tuvo durante la segunda parte de la década de los setenta. El Pacto Andino y el Mercosur se han convertido en los principales mercados externos para los países que conforman dichos bloques.

Es preciso reconocer, no obstante, que el objetivo último debe ser la creación de una zona de libre comercio para los países de la región, y para ello existen estrategias complementarias, las cuales, dicho sea de paso, aparecen esbozadas en un reciente estudio conjunto de la CEPAL, el BID y la OEA.

Se ha planteado, por una parte, la profundización de los acuerdos bilaterales existentes, tendiente a que éstos sean enteramente compatibles con las prácticas aceptadas a nivel internacional, a que incluyan una proporción sustancial del comercio recíproco, y a que contengan cláusulas de adhesión abiertas y sencillas.

No obstante, la estrategia bilateral tiene limitaciones importantes: promueve la discriminación hacia terceros y la desviación de comercio, y desincentiva la inversión en la medida en que crea incertidumbre. Por su parte, la proliferación de acuerdos bilaterales puede provocar conflictos en la región, y conducir a la exclusión de países pequeños.

La estrategia multilateral es más compleja y lenta que la bilateral en sus primeras etapas, pero constituye un requisito indispensable en el camino hacia la creación de la zona de libre comercio en el hemisferio. Es por ello necesario trabajar simultánea y prioritariamente en una estrategia multilateral que contemple tanto la convergencia de los 23 acuerdos de integración que hoy existen en el hemisferio, como la incorporación de otros países en los acuerdos existentes, y la creación de un conjunto de normas tendientes a una mayor homogeneidad en la liberalización colectiva requerida en el futuro. Esta sería la primera vez en que la OEA cobra reconocida relevancia en asuntos económicos, después de lo que tuvo durante la Alianza para el Progreso.

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La OEA, a través de su Comisión Especial de Comercio CEC y en unión con otros organismos del sistema interamericano, podría trabajar en los frentes estadísticos, de asistencia técnica y de ase-soría legal en materia de solución a los diferentes conflictos que se puedan presentar en las nego-ciaciones, o en temas varios de comercio y de in-versión.

La OEA también deberá complementar la acción de las entidades multilaterales en la promoción de esquemas regulatorios transparentes y de un marco común de inversión que estimule la vinculación del sector privado en el desarrollo de las comunicaciones, el transporte y la energía de la región. Sólo así lograremos la participación eficaz de capitales locales y extranjeros en el desarrollo de la infraestructura, liberando los recursos estatales necesarios para satisfacer las apremiantes necesidades de nuestras poblaciones en las áreas de justicia, salud y educación. De esta manera superaremos uno de los mayores escollos en el camino del establecimiento de sociedades verdaderamente democráticas.

Otro tema de importancia y del cual la Organización se ha ocupado en sucesivas ocasiones, tiene que ver con una nueva visión de la Seguridad en el hemisferio y con la No Proliferación. La Resolución de Santiago, la Declaración de Nassau contentiva de algunas contribuciones regionales a la seguridad global, y más recientemente, las conclusiones emanadas de la Asamblea de Managua, constituyen aproximaciones válidas sobre las cuales la OEA tendrá que seguir reflexionando en los tiempos por venir.

La importancia que han cobrado temas como el desarme, el control de armamentos y la trans-parencia en sus adquisiciones; la prevención de conflictos bélicos, la adopción de medidas que permitan ambientar la confianza entre los pueblos a través del intercambio de información técnica y militar, y la utilización de mecanismos para la solución pacífica de disputas; el permanente mejoramiento de las relaciones entre civiles y mi-litares en los países miembros, son algunas expre-siones del creciente interés de la OEA por desarro-llar una agenda orgánica en materia de seguridad, que se suman a los tradicionales debates sobre el futuro de la Junta Interamericana de Defensa y sobre su alcance del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, TIAR.

De otro lado, las Américas no pueden menospreciar la amenaza que supone el tráfico de narcóticos y las actividades narcoterroristas de las

organizaciones criminales que se lucran de dicha industria. No bastan los esfuerzos heroicos de al-gunas sociedades por controlar la oferta, ni los programas de otras por disminuir el consumo. La comunidad internacional debe organizar una red de cooperación que permita atacar el ilícito negocio desde la siembra ilegal de la coca, la marihuana o la amapola, hasta su destino final en las manos de los adictos. Pero el control del lavado de dinero, del tráfico de precursores químicos, incluso del de armas, son también frentes en los que todos podemos y debemos hacer mucho más. La OEA a través de la CICAD y en un logrado es-fuerzo por agenciar recursos provenientes no sólo de países miembros sino de terceros, ha enfocado su acción en áreas de particular importancia de esta lucha tales como aquellas no represivas, relacionadas con el fortalecimiento de la legislación antinarcóticos en los niveles local e internacional, la prevención del consumo y el desarrollo de una conciencia colectiva sobre los peligros que entraña esta actividad. Pero desde luego esto no basta. Las naciones pueden y deben hacer mucho más para alcanzar el ideal de una juventud libre de drogas.

En toda esta búsqueda del fortalecimiento de la democracia, de un mundo libre de violencia y de pobreza, de drogas, donde se respeten los derechos humanos y en el que sea posible el desarrollo y la conservación de nuestros recursos naturales; al hacer de la integración nuestro norte, el hemisferio cuenta con una clave que sin duda hermana a nuestros pueblos. La presencia del Nóbel García Márquez y del gran escritor mexicano Carlos Fuentes en el día de hoy simboliza la fuerza de la cultura en la que sin duda debemos apoyarnos para hacerle frente a los retos de nuestro tiempo.

No quiero dejar pasar esta ocasión para mencionar algunos temas internos de la Organización, específicamente relacionados a su estructura, así como la cooperación técnica, a los programas de ayuda educativa y a la selección del personal.

Si bien es cierto que la OEA ha cambiado y ha empezado a adecuarse a las necesidades de la época dejando atrás algunos de los vicios que la condenaban a la inmovilidad o a la inacción, no creo que deba pasar por alto la preocupación sobre la manera como lleva a cabo su cooperación técnica, y cómo, a veces, ésta no tiene la relevancia o el impacto que podría tener. O cómo su programa de becas adolece de dispersión, de insufi-

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ciencia de recursos, de falta de claridad en los cri-terios que se utilizan para su otorgamiento. O, también, y por qué no decirlo, sobre la manera co-mo selecciona el personal que debe llevar sobre sus hombros las responsabilidades de las distintas áreas.

En el momento histórico que vive la OEA, en la manera como ha asumido en los últimos diez años su destino, hay una oportunidad que no podemos desaprovechar. Para empezar, deberíamos llevar a cabo una evaluación externa sobre la cooperación técnica, el programa de becas y los sistemas de selección y evaluación de personal.

La cooperación técnica es de enorme importancia para algunos países miembros, y sin duda para los más pequeños resulta a veces indispensable. No obstante, es común escuchar la crítica, acertada a mi juicio, que subraya la imposibilidad de llegar con recursos tan escasos a todos los países en todas las materias. Lo cual nos debe llevar a diseñar programas de cooperación que se concentren en las áreas prioritarias de acción y a dirigirnos hacia aquellos países que más la necesitan. Los países más grandes, aquellos donde la cooperación técnica es prácticamente exigua, recibirían de la OEA los beneficios derivados de su acción política.

Y también es preciso que, al tiempo, la Organización estimule la cooperación horizontal entre sus miembros. Este tipo de cooperación constituye no sólo una expresión de solidaridad, sino quizás el mejor reconocimiento de la interdependencia entre nuestros pueblos.

El reto que todos nosotros tenemos por delante es enorme. Y habrá que empezar por crearle a la Organización conciencia de que hace parte de un sistema de entidades con las cuales puede estrechar sus vínculos y trabajar unida, evitando las duplicidades, la dispersión, y aprovechando así las complementariedades que emanan de la acción conjunta. También, la OEA deberá desarrollar una capacidad mayor para agenciar recursos adicionales provenientes no sólo de sus miembros sino de otras naciones u organizaciones. Desde luego, para ello es preciso despertar confianza y respeto en la comunidad internacional.

Y en el futuro cercano deberíamos evaluar el trabajo de las oficinas nacionales. Las nuevas preocupaciones del hemisferio, la concentración de nuestros recursos de cooperación con especial empeño hacia los países más pobres y la necesidad de arbitrar recursos internos para nuevos

programas, son aspectos que hay que tener en cuenta al analizar el sostenimiento de sedes, algunas de las cuales, acaso, podrían desaparecer.

Debemos avanzar hacia convertirnos en un modelo de profesionalismo y de gestión eficiente, modelo que cualquier Estado miembro debería querer adoptar. Debemos buscar a los más brillantes y a los mejores de la región para que aumenten la experiencia y capacidad del personal de esta organización. La OEA debe ser un escenario para que las nuevas generaciones de profesionales del hemisferio pongan a disposición su voluntad de servicio, su visión esperanzada del futuro. Son ellos los que lograrán la diferencia.

Señor Presidente del Consejo Permanente, señoras y señores:

La iniciativa del Presidente de los Estados Unidos de convocar a los mandatarios de América para diseñar conjuntamente el futuro del hemisferio y definir los propósitos comunes, es una oportunidad histórica que no podemos dejar pasar.

Aun cuando existen naturales diferencias sobre los asuntos hemisféricos y complejos temas de coyuntura que son inescapables, sería conveniente hacer un esfuerzo para centrar la agenda temática y las discusiones de la Cumbre de las Américas en el sustantivo abanico de temas que nos unen y no en aquellas circunstancias que nos separan.

A la herencia de desconfianza que dejaron los errores del pasado, donde las acciones unilaterales y de fuerza sembraron el recelo y la prevención, puede ponérsele fin si hacemos de la Cumbre de las Américas el escenario para desarrollar una verdadera agenda común, que personalmente anticipo muy parecida a la que les he esbozado hoy, pues percibo que estos son los temas esenciales del hemisferio.

La confianza y la esperanza de los pueblos de América no resistirán la afrenta de un episodio más de retórica vacía y de compromisos incumplidos. Por ello, la OEA está dispuesta a asumir las responsabilidades que se le asignen en dicha Cumbre, pues para hacer realidad las promesas no basta con definir mecanismos etéreos de se-guimiento o de evaluación. Las iniciativas deben tener instituciones responsables que asuman la tarea de hacerlas realidad.

No quiero terminar estas palabras sin referirme a dos temas que preocupan a todos los que

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queremos vivir en un hemisferio burocrático, libre de tensiones y en paz. Me refiero a la situación en Cuba y en Haití. Ambos países pertenecen a las Américas y a esta Organización, y por lo tanto no podemos ser ajenos a su suerte. Tampoco, podemos entregarle el monopolio exclusivo de la opinión sobre estos temas a quienes aducen consideraciones de política interna. Debemos preservar una voluntad interamericana para analizar esas relaciones y contribuir con soluciones.

Me atrevo a decir, con la autoridad de quien ha trajinado estos temas desde una perspectiva na-cional, que en el fondo existe un consenso bastante generalizado de hacia dónde es posible marchar para garantizar la plena reincorporación de Cuba a la comunidad interamericana de naciones.

A nadie le cabe duda de que Cuba debe introducir reformas profundas en lo económico y en lo político en consonancia con la voluntad popular, hacia la instauración de un régimen pluralista y de libertades públicas. Avanzar estimulando el cambio, así sea de manera gradual, aclimatando los consensos, reconociendo los aciertos, adoptando medidas de confianza, estimulando los intercambios, desarmando los espíritus, serían contribuciones que sin duda facilitarán que se llegue a dichas transformaciones y, en consecuencia, a la reinserción de Cuba más pronto que tarde.

Y para alentar esas tendencias constructivas no se puede aislar a Cuba. Hay que abrir las puertas para que se ventilen la ideas, para que fluya la in-formación, para que se debata el futuro en un am-biente desapasionado.

Alimenta un optimismo moderado observar que los Estados Unidos y Cuba hayan logrado resolver el espinoso asunto de las migraciones de manera racional, a través de la negociación bilateral. Es un precedente que demuestra el inmenso potencial que encierra el diálogo como instrumento para superar serias diferencias que aún persisten. Amigos todos: El presidente Aristide volverá a Haití.

Ese es el deseo del pueblo que lo eligió y esa es la voluntad inequívoca de la comunidad internacional, reflejada fielmente en las decisiones de la OEA y las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, de cuyo contenido algu-

nos países del continente tienen objeciones, pero que están en plena ejecución. Antes, durante y después de su regreso, la OEA asumirá su responsabilidad frente al pueblo haitiano. El trabajo de la Misión Civil conjunta ONU-OEA, así como los esfuerzos del Embajador Dante Caputo, merecen nuestro pleno respaldo. Pero en el proceso de reconstrucción de la democracia haitiana que se avecina, el papel de la OEA como el organismo político por excelencia del sistema interamericano, será crucial.

Debemos promover un proceso de plena re-conciliación en Haití, amparado bajo los principios del Acuerdo de Isla de Gobernadores. En éste, todos los sectores de la sociedad haitiana se sabrán dueños de la institucionalidad democrática que es necesario reconstruir y fortalecer día a día. La OEA permanecerá en todo momento disponible para liderar y contribuir a su puesta en marcha, pues si existe algún lugar donde es cierto que la democracia no es posible sin transformaciones sociales y económicas, es en Haití.

El rescate de la voluntad popular y la recuperación de las libertades públicas no tendría sentido si llega acompañada por la miseria de siempre. Tenemos la esperanza en que quienes hoy se rasgan las vestiduras clamando por la restauración de la democracia haitiana, no le den la espalda al pueblo más pobre de América cuando su tragedia desaparezca de las pantallas de la televisión y de los titulares de primera página.

La OEA debe proponerse hacer justicia, esta vez sí, para con quienes la historia ha castigado con tan inmensa indiferencia.

Señor Presidente, señores embajadores, amigos todos:

Pocos años después de que el primer europeo pisara estas tierras americanas, otros, los que escucharon que había oro suficiente en este continente para borrar sus pasados de ignominia, iniciaron una de las expediciones más terribles que ha realizado el hombre hacia el mundo de los sueños. Unos buscaron El Dorado. Jamás encontraron algo semejante. Sólo cordillera, ríos, calor y frío, comunidades dispersas que tenían ya su astronomía, su medicina, su agricultura, sus sistema de gobierno, su destino. Otros buscaron las Siete Ciudades de Oro. El último de ellos no contó con la suerte de Colón y encontró la muerte a manos de sus compañeros. Hubo también quienes, temiendo más a la muerte que a la miseria, se dejaron llevar por la ilusión de una fuente cuyas

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aguas transparentes garantizarían la inmortalidad a quien las bebiese.

Ni uno solo de ellos supo jamás que la inmortalidad y la fortuna estaban al alcance de la mano, que nacían en el encuentro del cual ellos fueron también protagonistas. No vieron que el oro y el tiempo, la riqueza y la inmortalidad eran un espejismo, un símbolo de algo que sólo es ajeno para quien no entiende suficiente. Me refiero a la vida en una tierra que permite la libertad, el trabajo digno, el crecimiento espiritual, el progreso, la crianza de los hijos, el descanso hacia el final del camino. Era allí donde estaba lo que señalaban los antiguos habitantes de estas tierras. Hablaban

por metáforas de un hemisferio unido al que se atraviesa de una lado a otro sin sentirse extraño en ninguna parte y donde las distintas culturas se enriquecen mutuamente para la prosperidad y el bienestar de todos.

Es ese sueño, el sueño de hombres como Bolívar, San Martín, Morazán, Juárez, Martí, Garvey y Washington, el que nos une hoy en esta fecha. Es ese sueño, por fin comprendido después de tanto tiempo de aislamiento, el que guiará siempre nuestros pasos.

Muchas gracias.

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