cohen - revolución en la ciencia
TRANSCRIPT
I. Bernard Cohen
REVOLUCIÓN
EN LA CIENCIA
De la naturaleza de las revoluciones científicas, de sus etapas y
desarrollo temporal, de los factores creativos que generan las ideas revolucionarias y de los criterios específicos que permiten
determinarlas
5
La revolución científica:
Primera aceptación de una revolución
en la ciencia
Varios historiadores —Roger.B. Merriman (1938), H. R. Trevor-Roper (1959),
E. Hobsbawm (1954) y J. M. Goulemot (1975), entre otros— han señalado las
numerosas revueltas, insurrecciones o revoluciones que se produjeron en forma casi
simultánea en Europa a mediados del siglo XVII, en Inglaterra, Francia, los Países
Bajos, Cataluña, Portugal, Nápoles y otros lugares. Era evidentemente una época de
crisis e inestabilidad, casi se diría de revolución generalizada, de la cual los hechos
geográficamente aislados entre sí no eran sino sus manifestaciones individuales. Los
observadores de la época advertían que se trataba de una situación de "crisis
generalizada", como la denominada Trevor-Roper. En un sermón pronunciado en la
Cámara de los Comunes el 25 de enero de 1643, Jeremiah Whittaker declaró que "éstos
son días de conmoción'' y que la "conmoción es universal: el Palatinado, Bohemia,
Germania, Cataluña, Portugal, Irlanda, Inglaterra" (véase Trevor-Roper 1959, 31,62 n.
1).
El siglo XVII también fue la época de la Revolución Científica. La primera
guerra civil inglesa, iniciada en 1642, se produjo cuatro años después de la aparición de
Dos nuevas ciencias, de Galileo, la obra fundadora de la ciencia del movimiento, y
cinco años después de la publicación del Discurso del método y la Geometría de
Descartes. Los Principia de Newton —el libro más importante e influyente de la
Revolución Científica— apareció en 1687, un año antes de la Revolución Gloriosa; su
autor lo dedicó a Jacobo II y a la Royal Society. En muchos sentidos la Revolución
Científica fue más extrema e innovadora que las revoluciones políticas del siglo, y sus
consecuencias han resultado más profundas y prolongadas. Pero el autor de estas líneas
no conoce a ningún, estudioso que haya relacionado la Revolución Científica con las
revoluciones contemporáneas a ella ni que haya propuesto que el espíritu revolucionario
que animó a los políticos podría ser el mismo que causó semejantes conmociones en las
ciencias.
Para evaluar la profundidad y la envergadura de la Revolución Científica no hay
mejor manera que comparar la ciencia que fructificó en el siglo XVII con su equivalente
más cercano de la Edad Media tardía. Uno de los problemas centrales es el del
movimiento (puesto que "desconocer el movimiento es desconocer la naturaleza"). Los
estudiosos medievales lo concebían en su sentido aristotélico general del paso de
potencia a acto. Por consiguiente, sus leyes no eran tan sólo las del desplazamiento local
(cambio de lugar) sino que abarcaban cualquier cambio que pudiera cuantificarse como
función del tiempo, como la ganancia o pérdida de peso con la edad, o la gra-
83
cia. Los estudiosos del movimiento local del siglo XIV advirtieron que éste podía ser
uniformemente o no uniformemente acelerado y demostraron por la vía matemática que
el efecto del movimiento uniformemente acelerado en un tiempo dado equivale al
movimiento uniforme en el mismo lapso si la magnitud de éste es igual a la media de
aquél. Pero los filósofos matemáticos de la época y los que analizaron su trabajo en el
siglo siguiente jamás sometieron estos principios matemáticos a la prueba de los hechos
físicos, por ejemplo, a la caída de los cuerpos. En cambio, Galileo abordó estos
principios, no como abstracciones matemáticas puras sino como leyes que rigen los
procesos y sucesos físicos reales en el mundo de la experiencia. Incluso puso a prueba y
confirmó la ley de la caída libre de los cuerpos mediante su célebre experimento del
plano inclinado, descrito en Dos nuevas ciencias. La elaboración galileana de esas leyes
no era menos matemática que la de sus antecesores del siglo XIV, pero él concebía su
matemática en un contexto físico y la sometía a la prueba experimental. Stillman Drake
(1978) descubrió que ciertas notas manuscritas de Galileo resultaban incomprensibles a
menos que se las considerara un conjunto de experimentos que lo condujo al
descubrimiento de esas leyes.
Este ejemplo demuestra lo novedoso y revolucionario que fue descubrir los
principios mediante la experimentación combinada con el análisis matemático, situar las
leyes de la ciencia en el contexto de la experiencia y someter la validez del cono-
cimiento a la prueba experimental. Tradicionalmente el conocimiento se había basado
en la fe y la intuición, la razón y la revelación. La nueva ciencia descartó tales métodos
para conocer la naturaleza y sentó la experiencia—la experimentación y la observación
crítica— como la base y la prueba última del conocimiento. Las consecuencias fueron
tan revolucionarias como la propia doctrina, porque el método no sólo sentaba el
conocimiento sobre bases enteramente nuevas sino que implicaba que los hombres y las
mujeres ya no estaban obligados a creer en la palabra de las autoridades eminentes;
podían someter cualquier juicio y teoría a la prueba de la experiencia controlada. Lo
importante en la nueva ciencia del siglo XVII no eran el prestigio ni los conocimientos
del autor o el informante sino su honestidad al informar, su comprensión del método
científico y su habilidad como experimentador y observador. Un mero y humilde
estudiante estaba en condiciones de poner a prueba (y demostrar los errores) en la teoría
o las leyes expuestas por el científico más prestigioso. El conocimiento adquirió así un
carácter democrático, más que jerárquico; ya no dependía de la intuición de un puñado
de elegidos sino de la aplicación de un método correcto, accesible a cualquiera que
tuviese talento suficiente para aprehender los nuevos principios de experimentación y
observación y la manera de extraer conclusiones correctas de los datos. No es, pues,
sorprendente que durante la Revolución Científica se preste tanta atención a los
codificadores del método, hombres como Bacon, Descartes, Galileo, Harvey y Newton,
y sus escritos donde explicaban cómo desarrollar la Investigación científica. Los científicos del siglo XVII y de fines del XVI eran conscientes de que el
enfoque consistente en recurrir a la naturaleza era absolutamente novedoso. Este
enfoque salta a la vista en los libros sobre plantas y animales escritos a fines del siglo
XVI. No sólo muestran un nuevo realismo derivado del uso de la perspectiva, sino que
afirman explícitamente que las ilustraciones están tomadas de ejemplares vivos. El
herbario de Fuchs, 1542, muestra en una ilustración al artista y al grabador trabajando
frente a la planta que les sirve de modelo. La gran obra de Vesalius, La Construcción [o
la trama] del cuerpo humano (1543) contiene ilustraciones de todos los instrumentos de
84
disección. El mensaje es claro: "Hágalo usted mismo." El autor quería no sólo que sus
discípulos y lectores reprodujeran sus experimentos y confirmaran sus descubrimientos,
y luego siguieran adelante para agregar al tesoro común del conocimiento, sino también
demostrar que su libro revolucionario se basaba en hechos experimentales, susceptibles
de ser sometidos a prueba.
Esta fascinación del siglo XVI ante la naturaleza se revelaba también en las
actitudes de hombres y mujeres frente al descubrimiento de nuevos mundos, sobre todo
las Américas del Norte y el Sur. Les interesaban no sólo las configuraciones de la Tierra
y los yacimientos geológicos sino también las formas de vida animal y vegetal. ¿Eran
animales distintos de los europeos por no haber tenido que sufrir el diluvio bíblico? ¿O
eran el fruto de una creación especial, posdiluviana? Preguntas perturbadoras, porque
las respuestas parecían contrarias a las Escrituras. Y todavía más perturbador era el
problema de los nativos del Nuevo Mundo.
En la primera década del siglo XVII se produjo una conmoción mundial cuando
el telescopio de Galileo reveló por primera vez la verdadera configuración de los cielos.
Marjorie Nicholson ha descrito la avidez de los europeos para conocer cada nueva
revelación del telescopio de Galileo y cómo sus descubrimientos eran aprovechados
rápidamente por los poetas. Una obra de teatro escrita por Ben Johnson en 1620,
titulada Newes from the New World [Nuevas del Nuevo Mundo], no se refiere a América
sino al cielo, en especial a la Luna, y menciona el telescopio; su título conserva el
espíritu de Galileo, quien llamó la crónica de sus descubrimientos El mensaje [o El
mensajero] de las estrellas (las dos son traducciones correctas del latín Sidereus
Nuncius). La obra de Johnson, como anuncio de una novedad, es el equivalente
humorístico del trabajo .de Monardes sobre la flora medicinal de América, titulado
Joyfull Newes out of the Newe Founde Worlde [Jubilosas nuevas del mundo
recientemente descubierto]. Era un comienzo simbólico de la revolucionaria novedad de
las ciencias. Porque Galileo no sólo anunció nuevos hechos e información sino que
llegó rápidamente a la conclusión de que sus observaciones con el telescopio refutaban
el sistema de Ptolomeo (lo cual era cierto) y confirmaban el de Copérnico (lo cual era
falso). (1)
Muchos de los libros más influyentes de la Revolución Científica llevan en sus
títulos la palabra "nuevo". En 1609, Kepler publicó su Astronomía nueva, basada en
principios físicos. El último libro de Galileo (1638) lleva por título Dos nuevas
ciencias; tal vez éste no era el título elegido por el autor, pero en la introducción al libro
3, dedicado al movimiento, dice que ha descubierto muchas cosas nuevas y dignas de
mención. Tartaglia tituló su obra Nueva ciencia (1537). Von Guericke publicó una
crónica de los experimentos revolucionarios con la novedosa bomba de vacío bajo el
título de Nuevos experimentos realizados en Magdeburgo (1672). Boyle empleó la
palabra "nuevo" en los títulos de muchos de sus libros. En 1600, William Gilbert
publicó un trabaja con el sugestivo título de Oh the Magnet... a New Physiology,
Demostrated by Many Arguments and Experiments [Sobre él imán... una nueva
fisiología, demostrada con muchos argumentos y experimentos]. Dedicó su
"conocimiento de la naturaleza, que es casi "enteramente nuevo é inaudito" a "vosotros,
auténticos filosofadores, hombres honestos, que buscáis el conocimiento no sólo en los
libros sino también en las mismas' cosas". Sabía que por el momento eran muy pocos
los que se dedicaban a "esta nueva manera de filosofar".
Junto con el nuevo tipo de conocimiento y los nuevos métodos para obtenerlos,
la Revolución Científica también creó nuevas instituciones para el progreso, registro y
difusión de los descubrimientos. Eran sociedades y academias de científicos de la 85
misma mentalidad (y personas interesadas en la ciencia) que se reunían para realizar
experimentos en conjuntó, reproducir experiencias efectuadas en otras partes, escuchar
informes sobre los trabajos realizados por los miembros y enterarse de las novedades
provenientes de otros grupos y países. El surgimiento de una comunidad científica es
una de las características destacadas de esta revolución. Hacia la década de 1660
aparecieron academias nacionales permanentes en Francia e Inglaterra; ambas
publicaban periódicos oficiales para difundir los trabajos de sus miembros.
El ejemplo de Isaac Newton demuestra la importancia de ser elegido .miembro
de tales corporaciones. En 1671, Isaac Barrow (su antecesor como titular de la Cátedra
Lucasiana) presentó el novedoso telescopio reflector de Newton ante la Royal Society
en Londres. El invento fue recibido "con aplausos" y poco después Newton ingresó a la
institución. Encantado por el reconocimiento que le tributaban sus colegas londinenses,
Newton inquirió por carta cuándo se reunía la sociedad, porqué deseaba informar sobre
sus experimentos con la luz y el color, los mismos que constituían la base de su nuevo
telescopio. Con toda la soberbia de la juventud, Newton escribió al secretario de la
sociedad que lo había invitado a incorporarse que su descubrimiento era el
"descubrimiento más extraño" efectuado hasta él momento en las operaciones de la
naturaleza. Esta avidez por compartir su descubrimiento con sus nuevos colegas
científicos muestra un marcado contraste con su renuencia posterior a publicar (o per-
mitir que se publiquen) sus hallazgos e indica la importancia que tiene para un científico
la admisión formal en la comunidad reconocida.
El trabajo de Newton sobre la luz y el color es el primero en varios sentidos: la
primera obra científica que publicó el primer trabajo sobre la física del color, fundador
de esa disciplina; el primer gran descubrimiento científico que aparece como artículo en
una revista especializada. Y otro rasgo destacable es que describe los experimentos y las
conclusiones teóricas del autor, sin exponer un sistema cosmológico ni una doctrina
teológica; es ciencia lisa y llana, en el sentido que tiene el término desde entonces hasta
la actualidad. Un rasgo revolucionario de la incipiente comunidad científica fue la creación de
una red formal de comunicaciones. Estas se efectuaban en parte mediante los viajes y la
correspondencia, pero principalmente a través de las publicaciones especializadas y los
informes. La efímera Accademia del Cimento [Academia del Experimento] creada por
Galileo publicó los resultados de sus trabajos en un tomo de Sagi (1667) en italiano.
Estos aparecieron en versión inglesa en 1684, en un tomo cuya carátula mostraba
alegóricamente cómo la academia italiana cedía su tradición a la Royal Society
londinense. Las Philosophical Transactions de ésta última publicaba artículos en inglés
y latín. También sé publicaban ediciones especiales para los lectores de Europa
continental, con traducciones latinas de los artículos en inglés. Los resúmenes, o
versiones abreviadas, de Philosophical Transactions aparecían en inglés pero eran
traducidos rápidamente al francés, en tanto los trabajos de la Académie des Sciences
francesas aparecían en versión inglesa. Un importante número de grandes obras
científicas de la época apareció en los idiomas locales, no en latín como muchos creen.
Algunos ejemplos: Galileo: Diálogo sobre los dos principales sistemas del mundo
(italiano, 1632; trad. inglesa, 1661; trad. latina, 1635); Descartes: Geometría (francés;
1637; latín, 1649,1659); Newton: Óptica (inglés, 1704; latín, 1706). Otros ejemplos son
Dioptrique de Descartes (1637), Traité de la lumière de Huygens (1690) y
Micrographia, or some Physiological descriptions of Minute Bodies (1665).
86
El funcionamiento de la red de información se advierte en la frondosa correspondencia
de Henry Oldenburg, el primer secretario de la Royal Society. En 1668, Oldenburg
escribió una carta a Huygens, que residía en París, para expresar el deseo de la
corporación de que les comunicara "lo que había descubierto sobre el tema del
movimiento", aun si consideraba que "todavía no estaba en condiciones de publicarlo".
Le solicitó que "les comunicara su teoría, junto con los experimentos sobre los que la
fundamentaba". Huygens accedió al pedido y señaló que "no dudaba de que esa
sociedad le acordaría el honor del descubrimiento, asentándolo en su Registro con su
nombre". El texto arribó unos meses más tarde y fue entregado a Christopher Wren para
su estudio. Luego se "efectuaron varios experimentos" para someter a prueba la teoría
de Huygens y también la de Wren, pero el aparato era imperfecto, y se dieron
instrucciones de repetir las experiencias una semana después. No tardaría en surgir una
disputa entre Huygens y Wren en cuanto a la autoría del descubrimiento. Aquél envió
un informe a la Royal Society con sus últimos resultados escritos en "una cifra o
anagrama" a ser inscrita en el Registro a fin de "asegurar sus descubrimientos o
invenciones para el futuro" hasta tanto "considerara oportuno explicarlos en lenguaje
corriente". Veinte años después, Edmond Halley instó a Newton a registrar sus
descubrimientos mediante un informe a la Royal, Society, a fin de asegurar su autoría.
Todavía se puede hallar el trabajo De Motu, escrito en el otoño boreal de 1684, en el
Registro; posteriormente, Newton lo amplió en los célebres Principia.
El papel cumplido por las sociedades y academias científicas para establecer la
autoría de los descubrimientos y las invenciones revela otro aspecto de gran importancia
de la Revolución Científica. Esta fue la primera revolución de la historia consagrada a
un proceso continuo más que a un objetivo final. Se dijo anteriormente que las
revoluciones políticas y sociales aspiran a un fin claramente determinado, la
instauración de un Estado o sistema social, aun cuando ese fin resulte inalcanzable en el
futuro inmediato. La nueva ciencia, en cambio, fue concebida casi desde el comienzo
como un proceso de descubrimiento, una búsqueda inacabable. Se tomaron recaudos
para publicar y difundir los hallazgos, instalar laboratorios y observatorios, jardines
zoológicos y botánicos donde se pudieran efectuar nuevos descubrimientos. El proceso
de cambio continuo quedó institucionalizado bajo la forma de periódicos especializados
para difundir los nuevos hallazgos, registros para asentar la prioridad de los
descubridores y premios para los avances más revolucionarios. Ninguna otra revolución
o proceso revolucionario, que se sepa, ha institucionalizado a tal grado el proceso
continuo de las futuras revoluciones. Era, en verdad, algo nuevo bajo el sol.
Pero a pesar de la concepción de que la ciencia era una búsqueda incesante de la
verdad, también se esperaba que los avances científicos redundarían en inventos
prácticos y mejoras en la medicina, en beneficio de la humanidad. Estas ideas aparecen
ya a principios del siglo XVII, en los tratados metodológicos de Bacon y Descartes. En
su Discurso del método (1637) éste escribió que, si contara con el apoyo de un hombre
rico, podría lograr importantes mejoras en artes prácticas tales como la agricultura
mecanizada, la medicina y la sanidad. La misma idea aparece una y otra vez en Bacon,
quien sostiene que la ciencia —el conocimiento de la naturaleza— permitirá al hombre
controlar su ambiente y le otorgará nuevos poderes. Sabiamente Bacon agrega que tales
aplicaciones prácticas poseen mayor valor como "anticipos y garantías de la verdad"
que como medios para una vida más cómoda. Quiere decir que los principios de la
ciencia, con sus bases empíricas, pueden encarnarse en aparatos ver-
87
daderos. Las máquinas funcionales que incorporan los nuevos principios o se basan en
ellos son la prueba palpable de la verdad de esos principios.
Aparte de estos aspectos revolucionarios, ¿qué logró la Revolución Científica en
el terreno del progreso de la ciencia básica? Como ya se ha dicho, las leyes galileanas
de caída libre de los cuerpos reemplazaron las leyes abstractas del movimiento.
Además, la caída libre —un tipo de movimiento acelerado— combinada con el
movimiento horizontal uniforme, daba como resultado la trayectoria parabólica dé los
proyectiles, como también demostró Galileo. La ciencia del magnetismo tuvo sus
inicios en el mismo siglo XVII. Kepler formuló las tres leyes del movimiento planetario
que llevan su nombre y elaboró el moderno sistema heliocéntrico que muchos llaman
copernicano. Newton inició la ciencia del color y además creó un sistema matemático
que abarca la nueva física terrestre y celeste. Su principio de la gravitación universal dio
cuenta de las leyes de Kepler y de las de la caída de los cuerpos y pudo explicar las
mareas oceánicas y la forma de la Tierra. Puso incluso las bases para la exitosa pre-
dicción de un cometa con cuatro o cinco décadas de anticipación. La física newtoniana,
en la sencillez de sus explicaciones y la magnitud de sus aplicaciones, fue sin duda una
fuerza revolucionaria.
Pero la revolución en el conocimiento de la naturaleza no sólo abarcó las cien-
cias físicas. También las biológicas se mostraban activas, como lo demuestra el
descubrimiento de la circulación de la sangre, efectuado por Harvey, que revolucionó la
fisiología. En este terreno, como en el de la ciencia del movimiento, la revolución atacó
ciertas falsedades antes no cuestionadas. Así como la predicción de los aristotélicos (si
no del mismo Aristóteles), de que los cuerpos más pesados caen más rápidamente que
los livianos en proporción a su peso, es falsa —como lo demuestra el experimento
correspondiente— asimismo Galeno se equivocaba al afirmar que la sangre fluye y
refluye por las venas y pasa de un lado a otro del corazón a través de los poros del
septum o tabique cardíaco interno.
La revolución científica vista por sus contemporáneos
Aunque era difícil negar los enormes progresos de la ciencia en los siglos XVI y
XVII, algunos observadores preferían calificarlos de mejoras en lugar de revoluciones,
y otros incluso negaban que se hubiera producido algún avance. Los trabajos escritos a
fines del siglo XVII y principios del XVIII, por ejemplo, en la polémica denominada la
Batalla de los Libros o Querella entre los Antiguos y los Modernos —de la que
participaron Fontenelle, Glanvill, Perrault, Swifjt, Temple y Wotton— prefieren el
concepto de "mejora" en el conocimiento, incluso en la ciencia y la medicina, al de
"revolución". Esto es tanto más sorprendente, por cuanto Swift y Fontenelle hablaban de
revolución en otros contextos, y este último utilizaba el término y concepto para
referirse a la nueva matemática. Al vindicar la superioridad de los "modernos" sobre los
"antiguos" y los grandes logros de lo que ahora se llama la Revolución Científica, estos
autores (con una excepción) aparentemente descartaron la palabra "revolución". Lo
mismo hizo Thomas Sprat en su defensa de la Royal Society (1667), una obra dedicada
a resaltar los logros de la nueva ciencia y los cambios que ésta produciría en todos los
terrenos, incluso el del lenguaje. (2) Sus temas son la innovación y el progreso, no la
revolución.
88
A fines del siglo XVII, algunos autores empezaron a reconocer la existencia de
revoluciones en la ciencia. No aparecen definiciones nítidas e inequívocas de ello antes
del final de ese siglo, aunque Gilbert, Galileo, Kepler, Harvey y otros hablan subrayado
el carácter innovador de su obra. Pero una carta escrita en italiano en 1637 hace una
clara referencia al carácter revolucionario del descubrimiento de Harvey.
Se trata de un documento de inestimable valor para el estudio de la revolución
científica, porque revela claramente que los observadores contemporáneos advertían el
carácter revolucionario de los nuevos descubrimientos científicos, pero a la vez que les
resultaba sumamente difícil hallar un término que lo expresara. La carta está fechada el
mismo año de la aparición del Discurso del método y la Geometría de Descartes. Su
remitente era el sacerdote y científico romano Raffaello Magiotti y estaba dirigida a otro
sacerdote, el florentino Famiano Michelini, para informar a sus amigos, entre ellos el
anciano Galileo, sobre el descubrimiento de Harvey en fisiología, publicado en 1628,
"Está es la circulación que hace la sangre en nosotros", escribió. Es "suficiente para
trastornar toda la medicina, así como la invención del telescopio volvió la astronomía
patas para arriba y la brújula [hizo lo mismo con el] comercio y la artillería con el arte
militar" (Galileo 1890,17:65).
En 1637 aún no había llegado el momento de hallar una palabra o concepto
como "revolución" para expresar el carácter radical del descubrimiento de Harvey. Pa-
saría más de medio siglo antes de que pudiera decirse que el descubrimiento de la cir-
culación sanguínea iniciaría una "revolución en la medicina". Magiotti empleó el verbo
rivolgere ("bastante a rivolger tutta la medicina"), que significa "revolver" o
"trastornar" y en ocasiones "volcar". Pero debió explicar el sentido del término a fin de
que sus lectores lo comprendieran, .ya que no era usual en la época que los descu-
brimientos trastornaran (es decir, revolucionaran) una ciencia. Por eso Magiotti com-
paró las consecuencias con dos grandes avances de la tecnología: la pólvora y la brújula
magnética. Bacon sostenía que esas dos innovaciones tecnológicas, junto con la
imprenta de tipos móviles, habían provocado los cambios más drásticos en el mundo
moderno. (Obsérvese que Bacon tampoco disponía del término "revolución" ni del
concepto que el mismo implica en su sentido actual.) Magiotti afirmaba, en realidad,
que ese nuevo fenómeno de volver una disciplina científica patas para arriba, para el
cual no existía un término ni un concepto nítido que lo designara y que aún no era una
clase de suceso claramente comprobada, era como esos inventos extraordinarios que
cambiaban el carácter del comercio internacional, la exploración y la guerra. Más aun,
para despejar todas las dudas, comparó el descubrimiento de Harvey con lo que hasta
entonces —el año 1637— constituía el hallazgo más dramático, más subversivamente
revolucionario, jamás realizado en cualquier rama de la ciencia: la revelación galileana
de los nuevos fenómenos celestes, que de un solo y poderoso golpe demostraba que el
sistema de Ptolomeo era falso y que durante miles de años los astrónomos habían
escrito acerca del cielo sin conocer la verdadera naturaleza de los cuerpos celestes. Así,
Harvey había demostrado que el sistema de Galeno era falso y que, por consiguiente, el
sistema médico basado en la fisiología galénica debería ser reemplazado. Por eso
Magiotti comparaba el efecto del descubrimiento de la circulación sanguínea con "la
invención del telescopio", que "volvió la astronomía patas para ari-ba". Aquí no emplea,
como antes, el verbo "rivolgere" sino "rivoltare" que significa no sólo "revolver"' sino
también "volver patas para arriba", "volver lo de adentro afuera" y, por extensión, "dar
vuelta", "volcar".
89
El término "revolución" apareció como calificativo del descubrimiento de
Harvey en un ensayo escrito años después, en el siglo XVII, por sir William Temple. El
empleo de la palabra por este autor permite advertir las primeras etapas de la aparición
del concepto moderno de revolución. En el ensayo titulado "Of Health and Long Life",
escrito probablemente antes de 1686 (véase Woodbridge 1940, 212), Temple se refiere a
la elaboración de los antiguos sistemas médicos de Hipócrates y Galeno, los intentos de
Paracelso por "derrocar todo el esquema de Galeno" y su introducción del "uso de
medicinas químicas"; luego analiza a Harvey y la circulación de la sangre. Temple
(1821, I: 73) calificó esta sucesión de acontecimientos, los "grandes cambios o
revoluciones en el imperio físico", esto es, en el imperio de la "física" o medicina. La
palabra "imperio" sugiere que Temple no se refería al nuevo concepto de un solo hecho
drástico; sino al uso tradicional de "revolución" en la frase "revoluciones de los
imperios". Así lo confirma el hecho de que en otro escrito ("Heroic Virtue", 1821,
I:104) el autor concibe la revolución de los imperios como un desarrollo o sucesión de
acontecimientos. Por otra parte, el mismo Temple no creía en la revolución de Harvey y
sostenía que a pesar de "las expectativas de que introduciría grandes innovaciones
generales en la práctica de la física", la doctrina de la circulación "no ha tenido ese
efecto". En su Ancient and Modern Learning [1960 (1963), 71] Temple generalmente
toma partido por los antiguos: sostiene que los libros de los antiguos son los mejores y,
que, en las palabras de Alfonso el Sabio, lo único que vale la pena en la vida es "madera
vieja para quemar, vino viejo para beber, viejos amigos con quienes conversar y viejos
libros para leer". Se pregunta "cuáles son las ciencias en las que se supone que nos
destacamos". Desde hace 1500 años no aparece un filósofo digno de mención, "salvo
que Descartes y Hobbs pretendan serlo". En astronomía no halla "nada nuevo... a la
altura de los antiguos" salvo que sea el sistema copernicano, ni tampoco en la física que
no sea la circulación sanguínea de Harvey". Pero a Temple no le cabe duda de que
"aunque sean ciertos", "estos dos grandes descubrimientos no han introducido cambios
en las conclusiones de la astronomía ni en la práctica de la física". Por eso, aunque les
han proporcionado "gran honor a sus autores", esos descubrimientos han sido "de escasa
utilidad para el mundo" (págs. 56-57 y 71).
El tema de la revolución en la medicina también aparece en Nouveaux dialogues
des morts, de Fontenelle, publicado en 1683, que contiene un diálogo entre el médico y
fisiólogo alejandrino Erasístrato y William Harvey (llamado Hervé). Erasístrato inicia el
diálogo con un resumen de las "maravillas" (choses merveilleuses) relatadas por
Harvey: la sangre circula por el cuerpo, las venas transportan la sangre desde las
extremidades hasta el corazón, luego la sangre sale del corazón y penetra en las arterias,
que la transportan hacia las extremidades. Reconoce el error de los médicos de la
antigüedad, convencidos de que la sangre circulaba muy lentamente desde el corazón
hasta las extremidades, y asegura que el mundo está agradecido con Harvey por "haber
abolido el antiguo error". Pero en el diálogo siguiente, aunque reconoce que los
modernos son mejores científicos que los antiguos y poseen mayores conocimientos
sobre la naturaleza, Erasístrato afirma que "no son mejores médicos", "porque los
antiguos curaban a los enfermos tan bien como los médicos de la nueva época".
Harvey replica con la observación de que muchos pacientes habían muerto a
causa de que se desconocía la circulación sanguínea. "Entonces —pregunta
Erasístrato—, ¿realmente creéis que vuestros descubrimientos son útiles?" Cuando
Harvey asiente, Erasístrato pregunta por qué el número de muertos que llega a los
Campos 90
Elíseos es tan grande como antes. "¡Aja! —dice Harvey—, si mueren, la culpa es suya,
no de los médicos." La réplica de Harvey culmina con una observación optimista para el
futuro, cuando el mundo habrá tenido tiempo suficiente para hallar la aplicación útil de
descubrimientos efectuados muy recientemente", ya que con el paso del tiempo se verán
"muy grandes consecuencias". En la traducción inglesa de John Hughes (Fontenelle
1708), Erasístrato comenta acerbamente que habrá "no such Revolutions, take my Word
for it" [no habrá tales Revoluciones, creed en mi palabra]. En otras palabras, el hombre
adquirió tempranamente "cierta Medida de Conocimientos útiles" y podrá hacerle
algunos agregados pero jamás podrá superarla. El diálogo culmina con una observación
pesimista: todo cuanto descubran los hombres sobre el cuerpo humano será en vano,
porque "la Naturaleza no se dejará frustrar" y cada uno morirá en el momento indicado.
Este diálogo posee gran interés en el contexto actual. En primer lugar,
Fontenelle compara el descubrimiento de Harvey ("hallar un nuevo Conducto en el
Cuerpo del Hombre") con el de un astrónomo que encuentra una "nueva Estrella en los
Cielos": los dos son de escasa o nula utilidad práctica. En segundo lugar, aunque se
aferra estrictamente a la filosofía cartesiana, el autor refuta la afirmación del Discurso
del método, de que la investigación médica, si cuenta con el apoyo suficiente, producirá
una extensión indefinida de la duración de la vida. Por último, cabe observar que la
observación de Fontenelle (por boca de Erasístrato) de que [no habrá revoluciones] en la
medicina, es la antítesis directa de su propio reconocimiento de la revolución en la
matemática.
El hecho de negar una posible revolución se puede considerar una muestra del
rechazo general que sufrió el gran descubrimiento de Harvey entre los médicos
franceses (véase Roger 1971, 13,169). A pesar del ferviente apoyo brindado por
Descartes a ese descubrimiento, a Fontenelle le resultaba inconcebible que pudiera tener
grandes consecuencias para la medicina. Más aun, consideraba que no habría
revoluciones en la medicina. La frase "no such Revolutions"[no habrá tales
revoluciones] dicha por Erasístrato sin duda expresaba las convicciones de Fontenelle,
pero sus propias palabras eran un tanto diferentes. En la versión de John Hughes,
Erasístrato dice: "No habrá tales Revoluciones, creed en mi Palabra." En cambio, el
original francés dice: "Sur ma parole, rien ne changer" [creed en mi palabra, nada
cambiará].
La palabra "revolución" aparece en una carta del físico y químico Robert Boyle
fechada en noviembre de 1656, pero en el contexto de esfuerzo intelectual en relación
con la divinidad.
Os relato una Historia tan trivial a fin de que advirtáis a qué Grado de Locura lo lleva al
hombre insensato su frívolo atrevimiento: a qué extrañas Necedades es sometido el
Espíritu por la impúdica Insolencia de algunos. En cuanto al dominio Público, los
Hechos Recientes han sido tan Completos y totales que las Noticias se limitan a cuanto
sucede dentro de los Muros de Westminster, de modo que por ahora a lo sumo puedo
Transcribir o, en el mejor de los casos, Anticipar, los Periódicos. Cómo resultará
nuestro nuevo Representante, si es que lo tendremos, es algo que no me atrevo a
conjeturar: sobre todo por Escrito; sólo no dejaré de confesar que mis Esperanzas y
Temores obedecen a Motivos muy particulares; y que las Nubes de las cuales espero
vendrán lluvias fértiles o Furiosas Tormentas todavía no están en sus Vapores invisibles
y no condensados. En cuanto a nuestras Preocupaciones Intelectuales; espero con cierta
confianza una Revolución, de la cual la Teología saldrá muy Perdedora y la Verdadera
Filosofía florecerá, tal vez más allá de las esperanzas de los Hombres. (British Library
Harley MS 7003, folios 179/80)
91
Este autor no ha hallado ninguna afirmación similar de Boyle en un contexto
científico (ni James Jacob lo menciona en su libro sobre Boyle como revolucionario,
1979). Sin embargo, considerando la verbosidad de los escritos del científico, habría
que ser muy audaz para afirmar que tal referencia no existe.
Se ha dicho antes que muchos científicos del siglo XVII eran conscientes del
carácter novedoso de sus hallazgos y lo expresaban en los títulos de sus obras, y que los
más grandes entre ellos (Gilbert, Kepler, Galileo, Descartes, Harvey, Newton) se
expresaban públicamente sobre la cualidad no tradicional de su obra, a la vez que
adoptaban poses revolucionarias para señalar los errores de los autores antiguos y
medievales.
Hay un magnífico manifiesto de la nueva ciencia incipiente en la conclusión de
Experimental Philosophy, de Henry Power (1664). "Esta es la Era —dice— en que la
Filosofía llega con la fuerza de la primavera."'Tanto da que los peripatéticos traten de
detener el flujo de la marea" como que "impidan el desborde de la Filosofía libre". "Es
necesario deshacerse de la vieja Basura y derribar los Edificios podridos", porque éstos
"son los tiempos en que se pondrán nuevos Cimientos de una Filosofía magnífica, que
jamás será derribada". La nueva filosofía, dice, "estudiará empíricamente, a través de
los sentidos, los Phaenomena de la Naturaleza, deduciendo las Causas de las cosas de
los Originales de la Naturaleza, tal como observamos que son reproducibles por el Arte
y la infalible demostración de la Mecánica". Este "y ningún otro es el camino para erigir
una Filosofía nueva y permanente".
En los escritos de Fontenelle, de los primeros años del siglo XVIII, aparece una
afirmación moderna y explícita sobre la revolución en la matemática. El autor se refiere
al cálculo, inventado por Newton y Leibniz, que de todo punto de vista era la hazaña
intelectual más auténticamente revolucionaria del siglo XVII. Fontenelle recurre una y
otra vez al nuevo concepto de revolución para subrayar el carácter extraordinario de esa
matemática, que otorgaba a los científicos poderes muy superiores a los que "cabría
esperar". Ya en los comienzos de la revolución, los meros principiantes eran más
capaces de resolver problemas que los matemáticos más sabios y expertos del pasado
reciente.
En el terreno de la medicina, el médico W. Cockbum se refiere a Paracelso
empleando el término "revolución" explícitamente en el nuevo sentido, e incluso sugiere
que la revolución es un rasgo del desarrollo de los sistemas médicos. Esto sucedió en
1728, poco después de la muerte de Newton.
Tres décadas después, el matemático Clairaut exaltó a Newton como el iniciador
de una revolución en la ciencia de la mecánica racional, una disciplina fronteriza que
abarcaba la matemática y la física. Resulta significativo este reconocimiento tan claro
de la dimensión revolucionaria de los aportes de Newton a la matemática pura y la física
matemática, porque sus hallazgos representan el apogeo de la Revolución Científica.
Así, los testimonios de la época confirman el juicio expresado en estas páginas y
subrayan que las disciplinas en las que se produjeron la mayoría de los avances
revolucionarios en el siglo XVII fueron la matemática pura y la mecánica racional. (3)
92
NOTAS
(1) Correlacionando las fases de Venus con su tamaño aparente (con aumento constante)
Galileo demostró que el planeta gira alrededor del Sol y no de la Tierra. Con ello refutó a
Ptolomeo. Pero confirmaba no sólo el sistema de Copérnico sino también el de Tycho Brahe, se-
gún el cual el Sol gira alrededor de la Tierra estacionaría, mientras los demás planetas giran
alrededor del Sol.
(2) Una obra tardía de la Querella entre los Antiguos y los Modernos, Recherches sur l´
origine des découvertes attribueés aux modernes… de Louis Dutens (1766; ediciones
posteriores en 1776, 1796 y 1812) contiene una apostilla al segundo párrafo que dice
"réyolution dans les sciences", frase que también aparece en todos los índices analíticos de la
obra a partir de la segunda edición. Sin embargo, el contexto indica que Dutens se refería a un
retomo, un redescubrimiento de verdades científicas conocidas —al menos por principio— en la
antigüedad.
Sprat no se refiere a las revoluciones en las ciencias, pero sí emplea el término (1667
(1958), 383).
(3) La obra general más completa sobre la revolución científica es The Scientific
Revolution 1500-1800, de A. R. Hall (Londres, 1957; ed. corregida, 1983). Esta se puede
complementar con Man and Nature in the Renaissance, de Allan G. Debus (Cambridge, 1978) y
The construction of Modern Science: Mechanism and Mechanics, de R. S. Westfall (Nueva
York, 1971; reed. Cambridge, 1977). En The Death of Nature (San Francisco, 1980), Carolyn
Merchant subraya el paso de la visión del mundo orgánica a la mecanicista. The Mechanization
of the World Picture, de E. J. Dijksterhuis (Oxford, 1961) es una obra clásica. Para una reseña
más reciente, véase The Scientific Revolution, de P. M. Harmon (Londres, 1983).
El estudio precursor sobre el enfrentamiento entre los antiguos y los modernos es
Histoire de la querelle des anciens et des modernes, de Hippolyte Rigault (París, 1856), que se
complementa con el ensayo de Ferdinand Brunetiere, "La formation de l'idée de progres au
XVIII siécle" en sus Etudes critiques sur l'histoire de la littérature française, cinquième sèrie
(París, 1893) y con La querelle des anciens et des modernes de H. Guillot (París, 1914). The
idea of Progress, de John Bury (Nueva York, 1932; reed. Nueva York, 1955), sitúa el problema
en una perspectiva histórica más amplia. El estudio más importante de la relación entre la
batalla de los libros y el surgimiento de la nueva ciencia y la filosofía baconiana es Ancients and
Moderns: A Study of the Background of the Battle of the Books, de Richard Foster Jones (St.
Louis, 1936), publicado en versión corregida y aumentada bajo el título de Ancients and
Moderns: A Study of the Rise of the Scientific Movement in Seventeenth Century England (St.
Louis, 1961; reed. Nueva York, 1982). Hay dos estudios importantes en Journal of the History
of Ideas: "The Genesis of the Concept of Scientific Progress" de Edgard Zilsel (1945, 6: 325-
349) y "The Querelle of the Ancients and the Moderns as a Problem for Renaissance
Scholarship" (1959, 20:3 - 22).
93
Kepler, Gilbert y Galileo:
¿Una revolución en las ciencias físicas?
Los estudiosos que han escrito sobre la revolución copernicana concluyen por lo
general que tal revolución se concretó con las innovaciones introducidas por Kepler y
Galileo. La realidad es que las ideas novedosas y audaces de estos dos científicos van
mucho más allá de la mera concreción copernicana. Galileo era un copernicano
acérrimo, convencido de que sus descubrimientos con el telescopio confirmaban las
ideas de su predecesor. Pero su 'aporte a la ciencia del movimiento mediante el análisis
matemático y la experimentación fue mucho más revolucionario que la obra de
Copérnico. También Kepler lo reivindicaba, pero en última instancia sólo conservó los
dos axiomas copernicanos más generales; que el Sol permanece inmóvil y que la Tierra
gira y rota. En lugar de la compleja maquinaria del De Revolutionibus, Kepler elaboró
un sistema astronómico del universo nuevo y diferente, que en sus aspectos esenciales
aún sigue vigente. También postuló una nueva base dinámica para toda la astronomía.
La reformulación a dos puntas de la ciencia astronómica por Kepler fue
"revolucionaria" en el más alto grado. Pero es necesario preguntarse si la revolución fue
privada, contenida en sí misma, o bien pública. Y en este último caso, si produjo, de por
sí y en su época, una revolución en la ciencia, o bien si fue una revolución en los
papeles hasta que Newton u otro científico posterior comprendió su potencial
revolucionario. Es necesario formular las mismas preguntas con relación a Galileo,
También se examinará brevemente la obra de William Gilbert, un contemporáneo
mayor que ellos, que fue revolucionario no sólo por fomentar el arte de la
experimentación, sino también por su idea de que la Tierra es un colosal imán esférico,
Este concepto le sugirió a Kepler que las fuerzas magnéticas planetarias pudieran ser las
causas dinámicas de los movimientos planetarios.
Kepler, el revolucionario enigmático
Estudioso de la dinámica planetaria (el análisis de las fuerzas que provocan los
movimientos de los planetas) y de una astronomía basada en causas físicas más que en
dogmas cinemáticos, Johannes Kepler fue en parte un auténtico hombre moderno,
aunque, al mismo tiempo, se aferraba a las tradiciones del pasado. Creía realmente en la
astrología (fue el último de los grandes astrónomos que a la vez fue un astrólogo
practicante), y su pensamiento científico estaba imbuido de lo que se ha llamado
misticismo del número y disputaba desde los primeros principios de la necesidad
cosmológica. Nada lo enorgullecía más que su temprano "descubrimiento" de una
relación
125
directa entre el número, el tamaño y la disposición de las órbitas planetarias y la
existencia de cinco (y sólo cinco) cuerpos geométricos regulares. Uno de sus mayores
descubrimientos se debió a que tuvo la suene de eliminar un importante error
matemático al introducir un segundo error que anulaba el primero. Fue uno de los
astrónomos más grandes de la historia, pero sería fácil recopilar un tomo de sus escritos
para demostrar que su pensamiento y su ciencia eran anticientíficos en alto grado.
El título de su gran tratado de 1609 proclama con audacia el carácter
revolucionario de su astronomía; dice que ha creado una Astronomia Nova. Lo es por
muchas razones, pero en el título Kepler subraya qué la nueva astronomía se "basa en
causas", que es una "Astronomia Nova AITIOΛΟΓHTOΣ" (1) (Los caracteres griegos
aparecen en el original impreso.) El subtítulo dice que el libro es una Physica Coelestis,
una física celeste. Aparentemente, el autor quiso indicar que iba un paso más lejos que
Aristóteles. El griego había escrito su metafísica después de su física, y Kepler
reemplazaba esa metafísica por su nueva física celeste. Poco antes de publicar el libro,
Kepler escribió a Johann Georg Brengger (1937,16: 54) que allí expondría su nueva
"filosofía, o física celeste, en lugar de la teología celeste, o metafísica, de Aristóteles".
En la introducción de Astronomia Nova explica que ha explorado o investigado "las
causas naturales de los movimientos" (3:20). Basta señalar qué Kepler no tuvo
predecesores ni contemporáneos para demostrar hasta qué punto era revolucionario
buscar las causas de los movimientos planetarios en las fuerzas celestes..Ni siquiera el
gran Galileo pudo concebir una dinámica celeste, un sistema de fuerzas que produce
movimientos. Fue por ello que Alexandre Koyré (1961, 166) pudo escribir que el "título
mismo de la obra de Kepler no predice sino que directamente proclama una revolución".
La astronomía kepleriana fue nada menos que una reformulación total de ésa
disciplina en cuanto a sus objetivos, métodos y principios. Antes de Kepler los fines de
los astrónomos habían sido puramente cinemáticos, es decir, trataban de elaborar una
especie de geometría celeste (basada en círculos sobre círculos) mediante la cual se
pudieran obtener posiciones planetarias concordantes con las observaciones. Kepler
trataba de hallar las causas físicas de los movimientos, esto es, la razón del movimiento,
y no se limitaba a inventar o mejorar esquemas geométricos. El Sol, según él, era la
sede de las fuerzas en cuestión y, por consiguiente, el centro del universo. Por ello, el
Sol verdadero —no el "Sol medio" de Copérnico— debía ser él punto común de
intersección de todos los planos orbitales de los planetas.
En cuanto a los métodos, aplicaba la matemática para hallar la curva orbital real
(tamaño, forma, orientación) producida por la fuerza solar, haciendo caso omiso de
limitaciones arbitrarias como el movimiento uniforme, la trayectoria circular u otras por
el estilo. Descubrió, tras ardua labor, que cada planeta recorre una elipse, es decir, una
curva convexa simple. En la mayoría de los casos (la excepción es Mercurio) la forma
de la elipse es casi circular, pero el Sol no ocupa el centro, ni siquiera un punto cercano
a él; es como si se tratara de una órbita circular (o elíptica cuasi-circular) con un Sol
notablemente excéntrico. También descubrió que el movimiento del planeta a lo largo
de la elipse no es uniforme sino regido por una ley de las áreas. Esta ley explica por qué
el desplazamiento del planeta es más rápido en el perihelio (el punto de la órbita más
cercano al Sol) y más lento en el afelio (el punto más alejado).
La astronomía kepleriana se basa en un conjunto de principios nuevos del
movimiento: una física celeste de las fuerzas directamente relacionada con el concepto
de cuerpo, Para él, un planeta o un satélite planetario (fue él quien introdujo la palabra
126
"satélite" en la astronomía) es un objeto físico sin vida, como una piedra; carece de
fuerzas internas o activas propias. Debido a su cualidad de inerte (Kepler la llamó
inercia), semejante cuerpo no puede ponerse ni mantenerse en movimiento por sus
propios medios, sino que requiere la acción de una fuerza motriz. De esta propiedad de
pasividad o inercia se desprende, evidentemente, que el cuerpo volverá al estado de
reposo cuando quiera y donde quiera que la fuerza motriz deje de existir o de actuar.
Esta conclusión, que puede no parecer muy revolucionaría para un lector del siglo XX,
se oponía en forma directa a dos milenios dé pensamiento filosófico y científico
dominado por la concepción aristotélica de que un cuerpo sólo entraría en estado de
reposo al alcanzar su "lugar natural". La doctrina del lugar natural supone un espacio
jerárquico en él cual los cuerpos pesados descienden "naturalmente" hacia un centro
mientras los cuerpos livianos ascienden. Los espacios por los que se desplazan los
cuerpos celestes difieren del espacio en el que se encuentran o se mueven los cuerpos
"terrestres" debido a las diferencias jerárquicas de naturaleza y composición íntima de
estos tipos de cuerpos. Evidentemente, para un copernicano acérrimo como Kepler,
aferrado al concepto de la Tierra móvil, resultaba necesario abandonar el dogma de los
lugares naturales y la doctrina asociada, la del espacio jerárquico. Al exponer los nuevos
principios del espacio isotrópico; no jerárquico, la inexistencia de los lugares naturales"
y la inercia de la materia, Kepler actualizaba las implicaciones de la idea copernicana de
que las mismas leyes físicas rigen para la Tierra, su Luna y los planetas. Los principios
físicos keplerianos de inercia, fuerza y movimiento significaron el fin del cosmos
aristotélico y prepararon el terreno científico para el advenimiento de Newton. Si los movimientos de todos los planetas están regidos directamente por la
acción del Sol (puesto qué sus órbitas son elipses de las cuáles el astro ocupa uno de los
focos; y los movimientos orbitales obedecen a una ley de las áreas calculadas con
respecto a aquél), entonces debe existir una fuerza dirigida por éste que actúa sobre
aquéllos. Esto se deriva del concepto kepleriano del carácter esencialmente inerte de los
planetas y la consiguiente necesidad de una fuerza qué los mantenga en movimiento
orbital. Kepler llegó a la conclusión de que esa fuerza debía ser magnética. Conocía la
demostración de William Gilbert de que la Tierra es un gran imán esférica Puesto que la
Tierra es un planeta, ¿por qué los demás planetas y el Sol no habrían de ser imanes? Las
orientaciones de las polaridades magnéticas del Sol y un planeta determinarían la
configuración elíptica, no circular, de la órbita.
El concepto kepleriano de inercia no es el mismo que desarrollaron Galileo
(precisado luego por Descartes) y Newton. Pero su astronomía es más afín a la de
Newton que la de Galileo o Descartes porque establece la correlación de las órbitas y
los movimientos orbitales con las fuerzas que los producen. El hecho significativo no es
que Kepler haya equivocado la función fuerza (una fuerza inversamente proporcional a
la distancia en lugar de inversamente proporcional al cuadrado de la distancia), sino que
fuera capaz de concebir una fuerza celeste y que ésta fuera de alguna manera una
función inversa de la distancia.
En el prefacio de las Tablas rodolfinas, Kepler sostiene que un aspecto principal
(novedoso y revolucionario, sé diría hoy) de su obra es el haber "transferido la
astronomía en su conjunto de los círculos ficticios a las causas naturales". Dice que
Copérnico había elaborado su sistema a posteriori sobre la base de observaciones, pero
que la verdadera disposición del universo se podía demostrar a priori de la idea de la
creación y de la naturaleza y las propiedades de la materia/Incluso, añadió, semejan-
127
te demostración satisfaría al mismísimo Aristóteles, si estuviera vivo. Al apelar a las
causas últimas, creía haber superado a, Copérnico. Sin embargo, como le escribió a
Fabricio el 4 de julio de 1603 (1937,14:412), aún debía someter su hipótesis
astronómica a prueba y ratificarla mediante observaciones dé los cielos. En este sentido,
vale lo que Eric Aiton escribió al autor de estas líneas el 17 de marzo de 1979: "las
razones apriorísticas de Kepler no implican conclusiones necesarias sino probables".
No cabe duda de que Kepler tenía el proyecto de revolucionar la astronomía.
Personalidad introspectiva, anotaba el desarrollo de sus ideas y métodos en detalle.
Existen registros detallados del momento en que descubrió, por ejemplo, la tercera ley
de movimientos planetarios. En Astronomía Nova explicó minuciosamente y con todo
detalle las etapas de su revolución intelectual y su entrega a la misma; incluyó todos los
cálculos erróneos para que los lectores pudieran seguir paso a paso el desarrollo del
razonamiento que lo llevaría a descartar la astronomía circular tradicional y empezar a
estudiar otros tipos de curvas. Cuando el lector se cansa de leer folio tras folio de
cálculos que no conducen a nada, Kepler le recuerda cuánto más fatigoso fue para él
elaborar esos cálculos a mano. Kepler mandaba a imprenta sus resultados a medida que
los obtenía. La publicación de sus grandes obras —Mysterium Cosmographicum o El
enigma cosmográfico"(l596), Astronomía Nova (1609), Tablas rodolfinas (1627),
Harmonice Mundi o La armonía del mundo (1619) y Síntesis de la astronomía
copernicana (1618-1621)— significó el paso de la revolución intelectual a la revolución
en los papeles; los descubrimientos estaban impresos para que todos pudieran leerlos y
aprovecharlos.
¿Hubo una revolución en la ciencia? ¿Se puede afirmar que a partir de que
Kepler publicó sus descubrimientos, éstos alteraron la práctica de los astrónomos y se
convirtieron en parte integrante fundamental de su pensamiento? La respuesta parecer
ser negativa. En primer lugar, los astrónomos de la generación posterior a Kepler y
anterior a Newton no terminaron de aceptar la nueva astronomía. El pensamiento
astronómico dominante se centró en el sistema de vórtices de Descartes más que en la
dinámica de fuerzas celestes de Kepler. Por consiguiente, su descubrimiento no resiste
las dos primeras pruebas para determinar la existencia de una revolución en la ciencia.
Esto se debió en parte a que Kepler no supo elaborar una nueva mecánica que bastara a
los fines de la astronomía, como sí lo haría Newton más adelante, Kepler trató de
elaborar una dinámica celeste sobre bases aristotélicas modificadas, intento condenado
al fracaso.
Por otra parte, su idea de que pudieran existir fuerzas solares capaces de
extenderse en cientos de millones de kilómetros despertó una fuerte oposición. Galileo
no reconoció ni utilizó las tres leyes del movimiento planetario en su exposición de la
astronomía copernicana. En su Diálogo acerca de dos principales sistemas del mundo,
criticó el concepto kepleriano de que las fuerzas pueden transmitirse por el espacio de
manera tal que la Luna es la que produce las mareas. Si bien los astrónomos acabaron
por aceptar la ley de las órbitas elípticas (primera ley de Kepler), no comprendían la
función del segundo foco "vacío". Por otra parte, la ideado que las órbitas no fueran
combinaciones de círculos despertó una resistencia "natural", producto de prejuicios
seculares/Para muchos astrónomos, la ley de las áreas (segunda ley de Kepler) no era
útil sino conceptualmente confusa. En todo caso, como señaló su propio autor, la ley no
podía servir como base para efectuar cálculos precisos de las posiciones planetarias sino
que exigía el empleo de aproximaciones. En lugar de la ley de las áreas, los astrónomos
de la época entre Kepler y Newton tendían a apli-
128
car una aproximación directa basada en la rotación uniforme de un radio vector centrado
en el foco vacío (que así cumplía de alguna manera la función de ecuante). Pero las
leyes resultaban extrañas incluso para quienes estaban dispuestos a aceptarlas y
aplicarlas, puesto que no estaba demostrada su asociación causal o deductiva con los
principios fundamentales.
Muchos astrónomos comprendieron la ley armónica, o tercera ley (anunciada en
La armonía del mundo, de 1619, pero no en Astronomía Nova de 1609), que demostraba
la relación constante entre el cuadrado del período sideral del planeta y el cubo de su
distancia media del Sol. Pero la ley, aunque interesante, no poseía aplicaciones prácticas
ya que no permitía predecir ningún fenómeno, no obedecía a causas o razones o
justificaciones físicas manifiestas y no parecía ser más que otra de las muchas
curiosidades numéricas que poblaban la obra de Kepler. La ley no permitía calcular las
posiciones ni determinar las órbitas de los planetas. Una posible aplicación era la
predicción del período de un planeta a una distancia determinada del Sol, pero ése era
un problema de interés teórico más que práctico. Al igual que en la ley de las elipses y
la de las áreas, no se discernía un principio físico en la acción de la tercera ley.
Por otra parte; al abordar la astronomía kepleriana, se debe recordar que en su
resumen final (la Síntesis de astronomía copernicana) el autor no sólo formuló las tres
leyes del movimiento planetario que hoy llevan su nombre sino muchísimas más.
Algunas se referían a las relaciones entre el tamaño y el orden de los planetas, las reglas
para las excentricidades de sus órbitas: leyes que hoy se descartarían por ser meramente
numerológicas. La obra incluye el primer descubrimiento del autor: la ley que relaciona
el número y el tamaño de las órbitas con los cinco cuerpos regulares platónicos. Otra
dificultad planteada por la astronomía kepleriana era su combinación de principios
físicos mecánicos y animistas. No se trataba de una dinámica pura de las fuerzas físicas
y los movimientos causados por ellas. Por ejemplo, atribuía el movimiento orbital, o
revolución, de los planetas a la fuerza solar-planetaria (magnética), pero sostenía que la
rotación continua de la Tierra y el Sol se debía a un principio animista o espiritual. En
Kepler, "los principios animista y mecanicista se disputan la primacía como causantes
de los movimientos" (Gaspar 1959,296).
El hecho es que muy pocas obras de astronomía teórica o práctica anteriores a
los Principia de Newton (1687) mencionan las tres leyes del movimiento planetario, ni
mucho menos las fuerzas celestes que producen los movimientos orbitales. Parece
evidente, pues, que no hubo una revolución científica kepleriana antes de 1687.
Retrospectivamente se puede concluir que el proyecto de Kepler fue una revolución en
los papeles, no porque su autor fuera intelectualmente incapaz de elaborar un sistema
dinámico que explicara las leyes del movimiento planetario descubiertas por él, sino
porque no supo convencer a la mayoría de sus contemporáneos y sucesores inmediatos
de las bondades de su astronomía planetaria elíptica ni de su física celeste.
William Gilbert, experimentalista
William Gilbert, como Kepler, debe ubicarse entre los científicos
revolucionarios de principios del siglo XVII. En el subtítulo de De Magnete (1600),
donde expuso su novedosa ciencia, afirmó que su obra era una "Physiologia nova,
plurimis & argumentis & experimentis demonstrata", esto es, una "nueva fisiología" o
filosofía natural, una ciencia de la naturaleza "demostrada mediante muchos argumentos
y ex- 129
perimentos". La nueva filosofía natural era el magnetismo, y el título informaba al lector
que Gilbert indagaba en el imán o magneto (de magnete) o calamita, en los "cuerpos
magnéticos" (como el hierro imantado) y también en "ese gran imán, la Tierra". A lo
largo de la obra Gilbert destaca la importancia de la experimentación, un concepto que
implica el conocimiento basado en la experiencia práctica real, la demostración a través
de la práctica. En el latín posclásico los términos experimentum y experientia
significaban a la vez "experiencia" (en el sentido de "lo que todos saben") y
"experimento"; en la actualidad los dos significados son expresados por la palabra
francesa expérience y la italiana esperienza. Con ello Gilbert ponía el énfasis en la
experiencia práctica real (por ejemplo, la de los navegantes y los herreros), en el estudio
directo de la naturaleza mediante la experimentación y en el conocimiento basado en la
experiencia en lugar de la intuición o la especulación.
Reunió un cúmulo tan grande de información experimental nueva que, además
de destacar el hecho en el subtítulo de su obra, puso gran cantidad de asteriscos en los
márgenes para resaltar "nuestros propios descubrimientos y experimentos", algunos
mayores y otros menores, "según la importancia y la sutileza del asunto" (1900, ii). Un
buen ejemplo de su nuevo enfoque experimental es su investigación de la atracción que
ejerce el ámbar al ser frotado (libro 2, cap. 2). Fustiga a los filósofos de "nuestra propia
época" que "no hacen ninguna investigación, no se apoyan eh la experiencia práctica...
no progresan" (pág. 48):
Porque no son sólo el ámbar y el azabache (como ellos suponen) los que atraen
pequeños objetos; el Diamante, el Zafiro, el Rubí, la piedra Iris, el Ópalo, la Amatista,
la Vincentina y la Bristolla (una piedra o espato inglés), el Berilio y el Cristal hacen lo
mismo. También se han comprobado poderes de atracción similares en el vidrio (sobre
todo cuando es claro y traslúcido), las falsas gemas de vidrio o Cristal, el vidrio de
antimonio, y muchas clases de espatos de las minas, así como las Belemnitas. El Azufre
también atrae, lo mismo que el mástique y el lacre duro compuesto de laca teñida de
varios colores. La resina más bien dura atrae, lo mismo que el oropimente, pero con
menos fuerza; también lo hacen con dificultad, si el cielo está adecuadamente seco, la
sal gruesa, la mica blanca y el alumbre de roca.
El prefacio de De Magnete, dirigido "al lector ingenuo", es una de las
declaraciones de principios más estridentes de la Revolución Científica. Exalta la
superioridad de los "experimentos dignos de confianza" y los "argumentos
demostrados" sobre las "especulaciones probables y las opiniones de los profesores
vulgares de filosofía". El autor se refiere a "nuestra Filosofía... desarrollada... a partir de
las cosas cuidadosamente observadas", a "demostraciones reales y... experimentos que
se manifiestan claramente a los sentidos", y a "la gran gama de experimentos y
descubrimientos (mediante los cuales florecen todas las filosofías)". Describe el método
correcto para filosofar, que progresa "desde las cosas que son menos oscuras" a "otras
que son más notables" y por último a "las cosas ocultas y más secretas del globo de la
Tierra", de manera que "se hacen conocer las causas de aquellas cosas que sea por
ignorancia de los antiguos o negligencia de los modernos, permanecen desconocidas e
ignoradas" (folio ii).
La obra de Gilbert no es un mero registro de hallazgos empíricos; también
desarrolló teorías y formuló hipótesis. Su descubrimiento científico más profundo fue
que la Tierra misma es un gran imán con dos polos magnéticos, norte y sur. Afirmó
haber demostrado experimentalmente que una piedra imán bipolar perfectamente
esférica 130
gira sobre su eje, y de ahí concluyó que la Tierra rotaba, tal como había dicho
Copérnico. Pero Gilbert no era un copernicano, es decir, no le interesaba la traslación de
la Tierra, que para él no era una propiedad magnética.
La importancia de la afirmación de Gilbert sobre la gestación de una nueva cien-
cia no se ve disminuida por el hecho de que De Magnete no desarrolla su proyecto con
todo detalle. Vivió, cómo Kepler, en una época de transición, y por ello no es
sorprendente descubrir que "detrás de tanto regaño y fanfarronería hay un peripatético
moderado capaz de plagiar a quienes critica" (Heilbron 1979,169). Aunque Heilbron se
niega, con razón, a reconocer "en Gilbert a un héroe revolucionario" y a aceptar su
"fanfarronería renacentista", sí le reconoce el mérito de haber publicado "una de las
primeras monografías dedicadas a una rama particular de la física terrestre", uno de "los
primeros informes sobre una extensa serie de experimentos confirmados, vinculados
entre sí".
Pero a pesar de su fervor revolucionario, Gilbert no creó una nueva ciencia. Las
pruebas de la época y las obras sobre magnetismo escritas durante los cincuenta años
siguientes no muestran una transformación drástica de la disciplina. Su capítulo sobre la
atracción eléctrica, aunque novedoso y sorprendente, no llevó a los científicos a fundar
una nueva rama de la física; eso ocurrió en el siglo siguiente. Por consiguiente, su obra
no pasa las dos primeras pruebas, y ni los historiadores ni los científicos hablan de una
revolución gilbertiana. Por eso, el revolucionario produjo a lo sumo una revolución
incompleta en los papeles. De Magnete contiene, por cierto, las semillas de una
revolución, pero no la produjo.
A pesar de todo, la obra de Gilbert es señal y expresión de una revolución en
curso, en la que la ciencia pasaba de temas principalmente filosóficos y abstractos a
otros basados eh la experiencia, y en particular en esa ritma especial de la experiencia
que consiste en interrogar directamente a la naturaleza mediante el experimento.
La ciencia revolucionaria de Galileo
Galileo fue el primer y principal científico en desarrollar el nuevo arte de la
ciencia experimental. Su proyecto científico era tan revolucionario como el de Kepler y
de mayor envergadura que éste por cuanto incluía métodos y resultados que podían
afectar todas las ciencias; Sus obras, a diferencia de las de Kepler, gozaron de amplia
difusión, fueron traducidas a varios idiomas y ejercieron una gran influencia sobre el
pensamiento científico de su época. Influencia posiblemente amplificada por la fama
que 10 granjeó su juicio y condena. Galileo hizo una multitud de descubrimientos, pero
su actividad revolucionaria puede clasificarse en cuatro disciplinas distintas: la
astronomía telescópica, los principios y las leyes del movimiento, la manera de
relacionar la matemática con la experiencia y la ciencia experimental o de la
experimentación. (Existen buenos argumentos a favor de una quinta disciplina, la
filosofía de la ciencia, pero varios rasgos revolucionarios de este aspecto del
pensamiento galileano están subsumidos bajo los, rótulos de la ciencia experimental y la
relación de la matemática con la experiencia)
Hay muchos testigos de la obra revolucionaria de Galileo en la ciencia del mo-
vimiento. Además, varios físicos de mediados del siglo XVII—Christian Huygens, John
Wallis, Robert Hooke; Isaac Newton— reconocieron y aplicaron sus leyes y principios.
Historiadores y filósofos de la ciencia de los dos últimos siglos han
131
saludado su revolución. Además, los físicos y otros científicos; lo consideran un héroe
revolucionario, hasta el punto de exagerar su papel para atribuirle el origen de la ciencia
moderna y el método científico o experimental; así; como el descubrimiento de las dos
primeras leyes newtonianas del movimiento. En síntesis, Galileo parece pasar
fácilmente todas las pruebas de la revolución en la ciencia. La primera exposición pública de su ciencia revolucionaria data de 1610, cuando
dio a conocer la entrega inicial de sus exploraciones del cielo con el telescopio. En el
capítulo 1 de esta obra hemos visto cómo transformó Galileo sus experiencias visuales
individuales en conclusiones intelectuales sobre los cielos. Mediante los principios de la
analogía y de la óptica física demostró que la superficie de la (Luna, como la de la
Tierra, es escarpada y ondulada. Descubrió que el resplandor de la Tierra ilumina la
Luna, qué Júpiter tiene un sistema de cuatro lunas y que Venias tiene fases. Su
telescopio no sólo reveló nuevos datos sobre los cuerpos celestes conocidos —el Sol, la
Tierra, la Luna y los planetas— sino que puso al alcance de la vista una multitud de
estrellas (y lunas) jamás percibidas antes por ojos humanos. Gracias a sus descubrimientos y los de otros científicos, la humanidad tuvo su
primera visión real del cielo. Al relacionar las fases con el tamaño aparente de Venus,
demostró que el planeta gira alrededor del Sol, no de la tierra refutando así a Ptolomeo.
Todos estos descubrimientos corroboran, la tesis copernicana de que la Tierra es un
planeta más, que las similitudes entre la Tierra y los planetas superan las diferencias. A
partir de ellos, Galileo afirmó que había corroborado la exactitud del sistema
copernicano (a pesar de que sus descubrimientos, eran perfectamente compatibles con el
de Tycho Brahe, en el cual la Tierra inmóvil ocupa el centro mientras los demás
planetas giran alrededor del Sal, que ¿a su vez se traslada alrededor de la Tierra). (2) Estos descubrimientos revolucionaron la astronomía basada en la observación y
modificaron drásticamente el nivel de discusión de la astronomía copernicana. Antes de
1610, el sistema de Copérnico podía parecer un ejercicio intelectual, un esquema
computacional hipotético, un disparate filosófico ya que la Tierra no nos parece un
planeta (éstos aparecen a la vista como estrellas muy brillantes). Pero a partir de las
revelaciones de 1610 y sus secuelas, los científicos podían argumentar (y lo hacían) que
la Tierra en verdad era similar a los planetas y por lo tanto debía poseer el mismo tipo
de movimiento. Copérnico, tenía razón al afirmar que la Tierra es solo "un planeta
más". La única defensa contra el nuevo copernicanismo de orientación empírica era,
negarse a mirar por el telescopio o afirmar que lo que se veía era un artificio óptico o
una distorsión provocada por el lente y de ninguna manera una imagen verdadera de los
planetas. El hecho de que algunos filósofos muy inteligentes adoptaran esta postura
demuestra hasta qué punto era revolucionario y novedoso en esa época basar el
conocimiento de la naturaleza en las pruebas experimentales. La segunda disciplina en la que Galileo introdujo transformaciones
revolucionarias fue la ciencia del movimiento, tema considerado de fundamental
importancia para la filosofía natural; por ello en su diálogo sobre las Dos nuevas
ciencias (1638), tercera jornada, primer párrafo, se jactó de que presentaba "una ciencia
novísima sobre un tema muy antiguo" (Galileo 1974, 147). Se puede atribuir a Galileo
el descubrimiento de muchas leyes y principios del movimiento. Descubrió el
isocronismo del péndulo; es decir, el fenómeno por el cual un péndulo que oscila
libremente recorre arcos decrecientes en tiempos (casi) constantes. Mediante un
experimento espectacular demostró que cuerpos de distinto peso caen en el aire casi a
132
la misma velocidad y no a velocidades proporcionales a sus pesos (como pensaban los
aristotélicos y aún Hoy cree la mayoría de las personas que no han estudiado física).
Descubrió que la caída libre es una forma de movimiento uniformemente acelerado, es
decir; que la velocidad es proporcional al tiempo y la distancia al cuadrado del tiempo.
Introdujo el principio de la independencia de las velocidades vectoriales y el método
para combinarlas o componerlas, y lo aplicó al problema de la trayectoria de
proyectiles. Demostró que, por tratarse de una parábola, una pieza de artillería logra su
máximo alcance cuando existe un ángulo de inclinación de 45° entre el cañón y el
horizonte. Este análisis de la trayectoria parabólica del proyectil fue el primer esbozo de la
formulación del principio de movimiento de inercia. Expuso lo que constituye
aparentemente el primero de una serie de conceptos que, a través de transformaciones
sucesivas condujo a la ley newtoniana de inercia en 1687. Cabe señalar, empero, que el
análisis galileano del movimiento se mantiene principalmente en el nivel de la
cinemática. Dicho de otra manera, aunque la acción de las fuerzas estaba implícita en su
análisis, Galileo no trató de descubrir las fuerzas que producen (o causan) los
movimientos ni las relaciones matemáticas exactas entre unas y otros. En tercer lugar se puede mencionar el aporte de Galileo a la matemática. La
ciencia moderna, sobre todo la física, se caracteriza por la expresión matemática de sus
principios y leyes fundamentales. Este aspecto adquirió gran importancia en el siglo
XVII y alcanzó su máxima expresión en los Principios matemáticos de la filosofía
natural (o Principia) de Newton. El aspecto revolucionario de la metodología galileana
queda revelado en un ejemplo de la tercera jornada de Dos nuevas ciencias, referido al
''movimiento naturalmente acelerado". En la introducción al tema, el autor explica que
es perfectamente legítimo inventar cualquier tipo de movimiento y descubrir sus
propiedades en forma matemática, como se ha hecho con frecuencia en el pasado. Sin
embargo, él seguirá otro camino: "buscar y clarificar la definición más acorde con ese
[movimiento acelerado] que emplea la naturaleza". Al contemplar la caída de una piedra
"en reposo a cierta altura", concluye que la adquisición sucesiva de "nuevos
incrementos de velocidad obedece a "la regla más sencilla y evidente" (Galileo
1974,153-154), que es que el agregado se efectúa constantemente en la misma
proporción. De ahí que el aumento de velocidad será constante ya sea (a) en cada tramo
sucesivo y equivalente de la distancia recorrida, o bien (b) en cada lapso sucesivo y
equivalente de tiempo transcurrido. Tras descartar la regla de distancia equivalente con
argumentos lógicos, el autor desarrolla varias consecuencias matemáticas de la regla del
tiempo equivalente, entre ellas la de que en el movimiento uniformemente acelerado
"los espacios recorridos en tiempos cualesquiera son entre sí como los cuadrados de la
relación de sus tiempos" (es decir, las; proporciones con los cuadrados de los tiempos
son constantes). A continuación, Galileo se pregunta si "ésta es la aceleración empleada
por la naturaleza en el movimiento de caída de sus cuerpos". Para hallar la respuesta se debe realizar un experimento, procedimiento "habitual
y necesario en aquellas ciencias que aplican demostraciones matemáticas a las
conclusiones físicas" (Galileo 1974, 169). El experimento puede parecer bastante fácil,
pero para diseñarlo y luego para interpretar sus resultados se requería un profundo
conocimiento de los principios fundamentales de la ciencia moderna (véase más
adelante). La comparación del método de Galileo con los procedimientos aplicados por
los matemáticos-filósofos medievales, que habían explorado activamente el
133
tema del movimiento durante los siglos XII, XIII y XIV, (capítulo 5), permite apreciar
hasta qué punto aquél era novedoso y revolucionario. La matemática medieval se
desarrollaba en un plano de abstracción en el cual el movimiento era una categoría
general que abarcaba cualquier paso cuantificable de "potencia" a "acto" (la definición
de Aristóteles), que tanto podía ser el amor y la gracia como el movimiento local
(desplazamiento de un lugar a otro). De ahí la audacia de Galileo al desarrollar leyes
matemáticas que concordaran con los movimientos verificados en la naturaleza y fueran
ejemplos de ellos. Tampoco tenía precedentes el método de someter las leyes físicas
descubiertas a la prueba experimental, el cuarto gran aporte de Galileo a la ciencia.
Su elaboración matemática de las leyes del movimiento uniforme,
uniformemente acelerado y el de los proyectiles, entre otros, expresa un rasgo general
de la ciencia del siglo XVII cuya importancia es imposible exagerar: la idea de que las
leyes fundamentales de la naturaleza deben ser matemáticas. La primacía de la
matemática asumió distintas formas a lo largo del siglo. Por ejemplo, en el nivel más
elemental, podía significar la mera cuantificación, el empleo de medidas numéricas. O
bien se podía aplicar el dogma platónico de que las verdades del universo se deben
descubrir mediante la matemática con prescindencia de la observación y la
experimentación, que las propiedades matemáticas son más importantes que la
concordancia con el mundo de la experiencia. Como se señaló anteriormente, durante
buena parte de la historia de la humanidad se consideró que los círculos encamaban la
perfección, por lo que eran la figura más adecuada para las trayectorias de los cuerpos
celestes. Galileo se pronunció en contra de tales concepciones abstractas de las
propiedades geométricas; sostuvo que podían existir distintas figuras geométricas
apropiadas para los diferentes fenómenos. Desde luego que la idea de que la matemática
era la expresión más elevada de una ciencia era muy anterior al siglo XVII: la obra
maestra de Ptolomeo en astronomía llevaba por título La sintaxis (o composición)
matemática. Pero hay una diferencia entre esas visiones tradicionales de la matemática
y la nueva ciencia: para Galileo debía existir una armonía entre el mundo de la
experiencia y la forma matemática del conocimiento, y se alcanzaba mediante el
experimento y la observación crítica.
Sin embargo, Galileo no se refería a la matemática tal como se la entiende hoy,
es decir, al empleo de ecuaciones algebraicas, proporciones mixtas (del tipo "la
distancia es proporcional al cuadrado del tiempo"), derivadas o el cálculo diferencial e
integral, sino más bien a secuencias numéricas. Ejemplo de ello es la regla de que las
velocidades de un cuerpo en caída libre al cabo de sucesivos intervalos de tiempo
iguales entre sí son como los números naturales (o enteros) a partir de la unidad, o que
las distancias recorridas en sucesivos intervalos iguales de tiempo son entre sí como los
números impares o que las distancias recorridas en tiempos cualesquiera son como los
cuadrados. En El ensayador (1957, 237-238), aparece una célebre afirmación sobre la
matemática de la naturaleza en la que Galileo demuestra que las consideraciones
geométricas son tan importantes como las reglas numéricas. "La filosofía [la filosofía
natural, la ciencia] está escrita en el gran libro del universo que se encuentra siempre
abierto ante nuestros ojos"; pero ese libro"es incomprensible si uno no aprende antes a
comprender su lenguaje y a leer las letras en las que está compuesto. Está escrito en el
lenguaje de la matemática y sus caracteres son triángulos, círculos y otras figuras
geométricas sin las cuales es humanamente imposible comprender una sola de sus
palabras". Lo importante, entonces, en la matemática
134
galileana no es que haya introducido alguna innovación en la disciplina en sí sino su
afirmación clara y vigorosa sobre la necesidad de expresar los fenómenos naturales en
términos matemáticos, hallar leyes matemáticas de la naturaleza basadas en la
experimentación y la observación.
En cuanto a la metodología de la experimentación científica, cabe expresar una
advertencia. Muchos estudiosos (sobre todo John Herman Randall (h.)) han realizado
investigaciones en busca de los precursores de la metodología científica de Galileo. En
opinión del autor de estas líneas, muchos historiadores cometen el grave error de no
establecer una ciara distinción entre afirmaciones abstractas o preceptos sobre el método
y la actividad científica real. El tema de la experimentación y la manera de realizar la
investigación científica aparece en muchos autores italianos del siglo XVI, pero cabe
cuestionar si en verdad se trata de referencias a la experimentación, por cuanto ninguno
de esos individuos se dedicó a la investigación científica. Por otra parte, el latín y las
lenguas romances utilizan la misma palabra como sinónimo de experimento,
experiencia y en general para lo que todos saben.
El mejor ejemplo del método de abordar un problema determinado mediante la
realización de un experimento es la célebre anécdota de cómo Galileo dejó caer dos
objetos de distinto peso desde la altura de una torre. Las crónicas sensacionalistas del
ataque de Galileo a los aristotélicos mediante una exhibición pública en la Torre de Pisa
son indudablemente falsas. Sin embargo, un apunte en sus cuadernos dice que dejó caer
pesos "desde una torre". Con ello se preguntaba si el "sentido común" tradicional tenía
razón al afirmar que la velocidad de los cuerpos pesados en caída libre es proporcional a
sus respectivos pesos. Galileo utilizó otro experimento para verificar su hipótesis de que
la caída libre de los cuerpos sufre una aceleración uniforme. El problema, en lenguaje
actual, sería averiguar si el aumento de la velocidad de un cuerpo en caída libre es
directamente proporcional al tiempo transcurrido. Aquí se revelan muchas de las
dificultades que surgen al realizar un experimento para hallar la respuesta a esta clase de
pregunta. Ya que resulta imposible determinar esta relación en forma directa. Por
consiguiente, Galileo somete a prueba otra ley, consecuencia lógica de la anterior: que
la distancia es proporcional al cuadrado del tiempo. Tampoco esta prueba está al alcance
de sus posibilidades, porque la velocidad de un cuerpo en caída libre supera sus
posibilidades de medición. Por consiguiente, "diluye la gravedad", como dice él mismo,
efectuando sus experimentos sobre un plano inclinado. Entonces descubre que la ley del
cuadrado del tiempo supera la prueba experimental. Desde luego» como gran
experimentador, Galileo reconoció la importancia de efectuar pruebas con distintas
inclinaciones del plano: en todos los casos la ley superó la prueba. Aquí no se entrará en
detalle sobre la resolución matemática de los componentes de la gravedad según el
ángulo de inclinación del plano. Baste señalar que en este célebre ejemplo se revelan los
procesos intelectuales y las complejidades de la "ciencia" necesaria para diseñar un
experimento capaz de poner a prueba una ley aparentemente sencilla: que la distancia es
proporcional al cuadrado del tiempo.
Así además de reconocer que el razonamiento matemático abstracto sobre el
movimiento en general podía aplicarse a los movimientos reales observados en la
naturaleza, y de descubrir la técnica que permitiera someter las leyes matemáticas a la
prueba experimental; Galileo también supo tener en cuenta las diferencias entre las
situaciones ideales y experimentales. Por ejemplo, mediante un experimento descubrió
que si dos cuerpos de distinto peso caen desde una torre, el más pesado llega al
135
suelo un poco antes que el otro; atribuyó esa pequeña diferencia a la fricción del aire y
la capacidad relativa de los cuerpos pesados y livianos de superar esa resistencia.
Concluyó que en la situación ideal, es decir, en el vacío o en el espacio, la caída sería
idéntica para los dos cuerpos. Además de realizar experimentos para poner a prueba una hipótesis, Galileo
exploró experimentalmente distintas fenómenos. Tras un estudio cuidadoso de los
manuscritos galileanos, Stillman Drake ha podido reconstruir varios de esos
experimentos de tipo exploratorio, que bien podrían ser la clave de la idea del
movimiento inercial y que aparentemente le permitieron descubrir las leyes del
movimiento uniforme y acelerado por una vía un tanto distinta de la descrita en Dos
nuevas ciencias.
Por cierto que Galillo no fue el primer científico que aplicó el método
experimental, pero sí fue uno de los primeros grandes científicos que incluyó la
experimentación como parte integrante de su ciencia, junto con e1 análisis matemático.
Más aun, la combinación de uno y otro (como en el experimento del plano inclinado) le
ha ganado con justicia un lugar entre los fundadores del método científico de
investigación.
Sus numerosos experimentos y observaciones astronómicos encarnan dos
características revolucionarias de su filosofía científica (según explica Stillman Drake
en su correspondencia con el autor de este libro). Una es la afirmación de Galileo de que
las "experiencias sensatas y las demostraciones necesarias" tienen "prioridad sobre los
dogmas, sean filosóficos o teológicos". Hubo que esperar hasta el siglo XIX para que
"la mayoría de los científicos adoptaran una postura similar". El segundo aspecto del
enfoque galileano relacionado con el anterior (y que según Drake es "la principal
innovación de su ciencia, mencionada por Galileo en muchas obras") es "la falta de
mérito de la autoridad para resolver una cuestión científica". En Cuerpos en el agua,
sostiene que "la autoridad de Arquímedes no es más válida que la de Aristóteles;
Arquímedes tuvo razón porque sus conclusiones concordaban con los experimentos".
Según Drake, "para Galileo, lo único novedoso que había en su ciencia eran sus
descubrimientos, elocuentes de por sí". Se puede coincidir; con Drake en que Galileo
sólo "consideraba que aplicaba a la física el mismo método que Ptolomeo había
aplicado con tanto éxito a la astronomía; es decir, la medición esmerada, aplicada
geométrica y aritméticamente a una predicción susceptible de ser puesta a prueba, sin
entrar en consideraciones causales en el sentido antiguo [aristotélico], ni [recurrir a]
principios metafísicos".
Cuando sus descubrimientos alcanzaron amplia difusión, Galileo fue reconocido
como reformador o renovador de la ciencia del movimiento. Walter Charleton, en su
Physiologia de 1654 —obra consagrada principalmente a la filosofía natural atomista
antigua y nueva, pero que contiene una excelente exposición de los descubrimientos en
la ciencia del movimiento realizados por Galileo, Gassendi y Descartes— no deja lugar
a dudas en cuanto al carácter novedoso de los estudios de Galileo. Afirma que la hazaña
del "Gran Galileo" fue ''sentar las bases de… la Naturaleza del Movimiento" que
produjo una "subversión" de "la Doctrina de Aristóteles al respecto" (pág. 435). Dice
desconocer "Investigación alguna por parte de los Antiguos" sobre "la PROPORCIÓN o
Relación en la que "aumenta" la velocidad en el "movimiento Descendente de los
cuerpos", descubierta por Galileo. Además, "el Gran Galileo" había efectuado una
"incomparable Indagación en los misterios más recónditos de la Naturaleza" (págs. 435-
455).
136
En la literatura científica del siglo XVII se presenta a Galileo no sólo como el
descubridor de las leyes del movimiento y el refutador de Aristóteles, sino también
como el gran estudioso de los cielos mediante un telescopio. En su ensayo "Modern
Improvements of Useful Knowledge" (1676, 18-19), Joseph Glanvill dedica una página
entera a los descubrimientos de Galileo:
En la siguiente Época después [de Tycho Brahe], que es la nuestra, se ha hecho un uso
excelente de sus Descubrimientos y los de su Antecesor, el afamado Copérnico; y se ha
elevado la Astronomía a la más noble altura y Perfección de que jamás haya gozado
entre los Hombres. Se necesitaría un Volumen para describir todos y cada uno de los
Descubrimientos como corresponde: Pero mi Plan sólo permite una breve mención: Por
consiguiente, para ser breve, empiezo por Galileo, considerado Autor del famoso
Telescopio; aunque en verdad la gloria de la primera Invención de ese excelente Tubo
corresponde a Jacobus Metius de Amsterdam: si bien fue mejorado por el noble Galileo,
quien fue el primero, en aplicarlo a las Estrellas; con cuya incomparable Ventaja
descubrió la Naturaleza de la Galaxia, las 21 Nuevas Estrellas que componen la
Nebulosa en la Cabeza de Orión, las 36 que las unen en aquella otra en Cáncer, las
Ansulae Saturni, las Asseclae de Júpiter, de cuyos Movimientos compuso una
Efemérides. Se cree que mediante estas Lunulae se podrá determinar la distancia de
Júpiter de la Tierra así como la distancia de los Meridianos, lo que sería de mucha
utilidad, puesto que esto siempre se ha medido mediante Eclipses Lunares, que suceden
una o dos veces en el año; mientras que las oportunidades para Calcular mediante la
ocultación de estos nuevos Planetas serán frecuentes, puesto que ocurren unas 480
veces en el año. Además (para apresurarnos), Galileo descubrió las extrañas Fases de
Saturno de las cuales una es ob-longa y luego redonda, el incremento y decrecimiento
de Venus, como la Luna; las Manchas en el Sol, y su Revolución sobre su propio Eje; la
libración de la Luna, reunida de las varias posiciones de sus Maculae; y diversas otras
Rarezas maravillosas y útiles, desconocidas en toda la Antigüedad.
Después de este párrafo, que deja al lector sin aliento, es sorprendente que
Glanvill dedicara apenas una breve mención a Kepler:
A continuación ha de mencionarse a Kepler, el primero que propuso la Hipótesis
Elíptica, efectuó Observaciones muy precisas y luminosas sobre los Movimientos de
Marte y escribió una Síntesis de la Astronomía Copernicana, con el Método más claro y
perspicuo, que contiene los Descubrimientos de otros y muchos e importantes que son
suyos; por no hablar de su Efemérides y su Libro sobre los Cometas.
Glanvill ni siquiera menciona la ley de las áreas ni la ley de la armonía; evidentemente,
no reconocía mérito al proyecto kepleriano de elaborar una nueva astronomía sobre las
causas físicas de los movimientos planetarios.
En los Principia Newton dice que Galileo conocía no sólo las dos primeras de
las tres leyes del movimiento sino también los dos primeros corolarios, que tratan de la
composición y resolución de las velocidades vectoriales. Por consiguiente, Newton
consideraba a Galileo el fundador de la mecánica racional, a la vez que atribuía a Kepler
un papel menor: el descubrimiento de la tercera ley, o ley armónica de los movimientos
planetarios y la observación de cometas, (Para un estudio de Newton y Kepler véase
Cohen 1975).
La astronomía del siglo XVII era indudablemente galileana. Como precursor en
el uso del telescopio, Galileo revolucionó la astronomía basada en la observación y se
137
ganó un lugar entre los fundadores de la ciencia moderna. Sus estudios de la caída libre
y su análisis de la trayectoria de los proyectiles y del movimiento sobre un plano
inclinado son ejemplos clásicos de la combinación del análisis matemático con la
experimentación. Sus leyes del movimiento uniforme y uniformemente acelerado
constituyen los cimientos de esta disciplina. Y el método de experimentación, sobre
todo aquel que permite alterar un solo parámetro por vez, aún lleva su nombre. Superó a
Kepler (que carecía de su gran don de llegar al conocimiento mediante la
experimentación) y a William Gilbert (que no poseía su genio matemático) y fue el
representante de los nuevos rasgos característicos de la Revolución Científica. Fue una
figura heroica de esa revolución y uno de los grandes fundadores de la ciencia moderna.
Con todo, su revolución no fue completa. Centró sus estudios del movimiento en
lo que hoy se llamaría el aspecto cinemático. Aunque comenzó a indagar en el papel de
la fuerza en los movimientos terrestres, no avanzó demasiado en ese terreno. A
diferencia de Kepler, no se ocupó de las fuerzas cósmicas, las fuerzas celestes o solares
que podrían ser responsables de los fenómenos planetarios. Pasó por alto los
descubrimientos de Kepler sobre las leyes de los movimientos planetarios y rechazó con
desdén su idea de que las fuerzas lunares pudieran actuar a distancia para causar las
mareas oceánicas. La revolución científica galileana exigía una etapa adicional, una
comprensión de la inercia y de las leyes terrestres y celestes generadoras de la
aceleración, sobre las cuales el propio Galileo apenas comenzó a pensar. Pasaría medio
siglo antes de que la revolución de Newton concretara la potencialidad de los hallazgos
galileanos y mucho más. Desde luego, no va en desmedro del hombre que ocupa un
sitial tan elevado en la historia de la ciencia, sostener que su revolución científica
requirió una revolución adicional y más profunda, y que sus grandes avances en materia
de las leyes y los principios del movimiento —acabados en sí mismos— fueron sólo las
etapas preliminares hacia el descubrimiento de una dinámica universal que constituiría
el punto culminante de la Revolución Científica. (3)
NOTAS
(1) En la introducción (1937, 3: 18), Kepler se refirió a la dificultad de leer obras científicas o
matemáticas en Latín, "idioma que no tiene artículos y carece de la felicidad del griego".
(2) Galileo consideró con justa razón que se trataba de imponer la astronomía copernicana sobre
la ptolemaica, y que el sistema de Tycho era una solución de compromiso que no merecía
consideración. En los sistemas de Copérnico y de Tycho, Venus gira alrededor del Sol. Pero si
la Tierra es similar a los planetas, ¿no debería girar alrededor del Sol? En otras palabras, los
descubrimientos de Galileo tendían aparentemente hacia una suerte de copernicanismo.
(3) Ninguna de las grandes obras de Kepler existe en inglés en versión completa, pero su
Mysterium Cosmographicum apareció en 1981 en traducción de Duncan con comentarios de
Eric Aiton. Edward Rosen tradujo al inglés The Dream [El sueño] (Madison, 1967) y
Conversations with Galileo's Sidereal Messenger [Conversaciones con el mensajero sideral de
Galileo] (Nueva York, 1965). Astronomical Revolution [Revolución astronómica] (1973), de
Alexandre Koyré, y la nota de Owen Gingerich en el D.S.B. (1973) son buenas introducciones a
la obra de Kepler. Un grueso volumen editado por Arthur y Peter Beer (Vistas in Astronomy)
[Perspectivas en astronomía] 1975,18), basado en varios simposios dedicados a Kepler,
contiene artículos en versión completa o condensada sobre todos los aspectos de su vida y obra.
Existen dos traducciones inglesas de la gran obra de Gilbert, On the Magnet: la de P.
Fleury Mottelay (1893) y la de Silvanus Thomson (1900; 1958). The De Mundo of William
Gilbert, de Suzanne Kelly (Amsterdam, 1965), y The De Magnete of William Gilbert, de Duane
H. D. Roller (Amsterdam, 1959) son dos monografías exhaustivas sobre Gilbert. Hay una
apreciación crítica actualizada de su obra en Heilbron 1979.
Existe una enorme cantidad de libros sobre Galileo, escritos en todos los idiomas. Un
simposio internacional realizado en 1983 permitía efectuar una buena reseña de las distintas
corrientes de investigación, qué será publicada bajo la dirección de Paolo Galuzzi. Esta servirá
de complemento de una colección editada por Ernan McMullin (1967), que contiene una
bibliografía de estudios galileanos realizados entre 1040 y 1964. Stillman Drake tradujo Dos
nuevas ciencias y el Diálogo sobre los dos sistemas del mundo y publicó un tomo de sus obras
breves (1957). Publicó los frutos de su largo estudio de la vida y obra de Galileo en su Galileo
at Work (19.78). Los Galilenh Studies (1939 (1978)) de Alexandre Koyré aún poseen
extraordinario valor, aunque han quedado parcialmente desactualizados a la luz de
investigaciones más recientes. En cuanto a introducciones sencillas a la obra de Galileo en su
contexto, véanse Birth of a New Physics, de Cohen (Garden City, 1960 (1985)) y Galileo
Galilei, de Ludovico Geymonat (Nueva York, 1965).
139
9
Bacon y Descartes
Una de las grandes preocupaciones del período de la Revolución Científica fue
la cuestión del método. La literatura sobre el tema refleja la conciencia de la nueva
época, en la que se consideraba que los principios y procedimientos sólidos eran más
importantes para el avance del conocimiento que la intuición y el intelecto. Los tratados
del siglo XVII en su gran mayoría comienzan con una discusión sobre método o
concluyen con una declaración metodológica. Una de las obras más importantes sobre el
tema — el Discurso del método, de Descartes (1637) — fue escrito (y publicado) como
introducción a tres trabajos científicos: Geometría. Meteorología y Dióptrica. Una de
las obras más leídas y citadas de Newton era metodológica: el "Escolio general",
conclusión de la segunda edición de los Principia (1713), donde se analizaba la
naturaleza de la explicación en la filosofía natural y el papel de la hipótesis.
El método resultó de importancia fundamental durante la Revolución Científica
porque el aspecto más novedoso de la nueva ciencia o la nueva filosofía era la
combinación de la matemática con el experimento. En épocas anteriores el
conocimiento era sancionado por las escuelas, los consejos, los sabios, y la autoridad de
los santos, la revelación y las Santas Escrituras; en cambio, en el siglo XVII se sostenía
que la ciencia se basaba en cimientos empíricos y en el buen sentido. Cualquiera que
comprendiese el arte de realizar experimentos podía poner a prueba las verdades
científicas, y este factor introducía una diferencia fundamental entre la nueva ciencia y
el conocimiento tradicional, fuese la ciencia antigua, la filosofía o la teología. Además,
el método, fácil de aprender, permitía a cualquiera realizar descubrimientos o hallar
nuevas verdades. Fue, pues, una de las fuerzas democratizantes más poderosas de la
historia de la civilización. El descubrimiento de la verdad había dejado de ser una gracia
concedida a unos pocos hombres y mujeres de dotes espirituales o mentales singulares.
En la presentación de su método, Descartes dijo: "Jamás he presumido de poseer una
mente más perfecta en ningún sentido que la de un hombre común" (Descartes 1965,4).
Ningún aspecto de la ciencia del siglo XVII fue tan revolucionario como el método y
sus consecuencias.
La Revolución Científica produjo dos destacados codificadores del método:
Francis Bacon y René Descartes. El primero ocupa un lugar ambiguo en la historia de la
ciencia porque no fue un científico e incluso desdeñó los grandes descubrimientos
efectuados en su época por Copérnico, Gilbert y Galileo. Descartes, en cambio, ocupa
un lugar destacado en la historia de la física y la matemática y además se lo considera
uno de los principales filósofos de la era moderna. En este capítulo se abordará el
problema de si existió una revolución baconiana o cartesiana en el siglo XVII, o bien si
estos dos hombres —al igual que Copérnico, Gilbert y Kepler— sólo clarificaron,
140
enfatizaron o (en cierta medida) inauguraron alguno de los rasgos fundamentales de la
Revolución Científica.
Francis Bacon, pregonero de la nueva ciencia
Generalmente se resume el aporte de Bacon a la Revolución Científica en cuatro
sectores: como filósofo de la ciencia abogó por un método nuevo para investigar la
naturaleza; destacó la importancia de clasificar las ciencias (y el conocimiento humano
en general); fue el primero en advertir que las aplicaciones prácticas de la nueva ciencia
mejorarían la calidad de vida y acrecentarían el dominio del hombre sobre la naturaleza;
y concibió una comunidad científica organizada (destacando la importancia de las
academias y asociaciones científicas). Como vocero del método inductivo —que en
combinación con la experimentación y la observación posee una importancia
fundamental en muchas ramas de la ciencia—, fue el pregonero de la nueva ciencia.
Fustigó la lógica deductiva pura por estéril, ya que no sirve para aumentar el
conocimiento. También atacó la antigua inducción, basada en la enumeración simple,
aplicable; solamente cuando la categoría de las cosas a las que se refiere es finita y
accesible (véase Quinton 1980,56-57), como en la afirmación de que todos los
miembros fundadores de la Royal Society son varones mayores de treinta años. Sostenía
que su nuevo método inductivo superaba la inducción aristotélica completa o perfecta
(inductio... quae procedit per enumerationem simplicem; en Novum Organum, libro 1,
aforismo 105) porque conducía a generalizaciones sobre todas las cosas, no sólo a una
propiedad compartida por todos los miembros de una enumeración finita. Bacon era
consciente de que no se puede demostrar la verdad de una inducción en sentido general.
La palabra "todos" implica siempre la posibilidad de que se descubra una excepción a la
generalización inductiva, puesto que ésta se basa —no podría ser de otro modo— en un
número finito de casos. Suyo es el mérito de haber afirmado que basta un solo caso
negativo para refutar una inducción, en tanto cada confirmación positiva sólo sirve para
fortalecer la creencia. Por eso señala en Novum Organum (lib. l, af. 46=1905,266) que
la instancia negativa es la más poderosa (major est vis instantiae negativae). No es
pequeño mérito el haber comprendido en esa época los principios expuestos luego en
este siglo por G. H. von Wright y Karl Popper, de que las leyes de la naturaleza o las
teorías no son verificables sino refutables.
Bacon comprendió que su método de la inducción basada en la experimentación
proporcionaría a las ciencias una nueva herramienta o instrumento (novum organum) en
reemplazo de la antigua herramienta de la lógica deductiva aristotélica. Previo que la
ciencia se desarrollaría mediante la elaboración de grandes tablas de datos, obtenidos
mediante la experimentación y la observación, desdeñando las hipótesis. Comprendía,
desde luego, que la mera acumulación de información no conduciría siempre a
principios científicos inductivos útiles; se declaró partidario de la selectividad, pero no
respondió al problema de cómo elaborar una norma de selección. Científicos como
Boyle, Hooke y Newton expresaron en distintos grados su adhesión a la filosofía
baconiana. En los Principia (2da. ed. 1713; 3ra. ed. 1726) Newton exploró el método de
inducción desde las propiedades o cualidades de los cuerpos sobre los cuales se puede
experimentar a las "cualidades de todos los cuerpos universalmente" (regla 3, lib. 3). Y
declaró enfáticamente, en una frase que Bacon sin duda habría aprobado,
141
que "en la filosofía experimental, las proposiciones tomadas de los fenómenos mediante
la inducción deben considerarse totalmente verdaderas o casi verdaderas no obstante las
hipótesis en contrario, hasta tanto nuevos fenómenos vuelvan más exactas tales
proposiciones o bien demuestren que son susceptibles de sufrir excepciones" (3ra. ed.,
regla 4). "Es necesario seguir esta regla —afirmó—, a fin de que los argumentos
basados en la inducción no sean anulados por hipótesis."
La influencia positiva de Bacon sobre el pensamiento científico del siglo XVII
se advierte en la aparición del concepto de "experimento crucial", empleado con gran
efectividad por Isaac Newton en 1672, al presentar sus experimentos y teorías sobre el
análisis y la composición de la luz del sol y la naturaleza del color. La expresión
proviene de la Micrographia de Hooke (1665,56) y es una adaptación de "instancias
cruciales", la frase empleada por Bacon en Novum Organum (lib. 2, af. 36= 1905, 343).
Bacon fue probablemente quien originó la postura dé Newton contraria á las hipótesis,
expresada en la escolia general con que concluye la segunda edición de Principia y
sintetizada en la divisa hypotheses non fingo.
Muchos científicos han utilizado la inducción baconiana, pero no se puede decir
lo mismo de su clasificación de los procedimientos y sus reglas detalladas. Lo que dicen
los clásicos defensores del papel de Bacon como reformador y codificador del método
científico (Fowler 1881, cap. 4) se aplica más a la filosofía que a la ciencia. Novum
Organum no parece una obra sobre la ciencia moderna, y su estudio del calor (principal
ejemplo de aplicación del método en el libro 2) se parece más a uno de esos análisis
aristotélicos y escolásticos que Bacon fustigaba que a un ejemplo de la nueva ciencia.
Como señala Charles Sanders Peirce, ningún método "mecánico" como las tablas de
exclusión de Bacon puede generar nuevos conocimientos científicos significativos.
"Aunque la concepción (del método) de Lord Bacon es superior a las más antiguas —
dice Peirce (1934, 224)—, el lector que no se deja abrumar por su grandilocuencia
queda asombrado ante su visión inadecuada del procedimiento científico."
Una de las fallas más conspicuas en la concepción baconiana de la ciencia es su
desconocimiento del importante papel de la matemática en la teoría científica. Si por un
lado existen buenos argumentos a favor de la acumulación de hechos contra la
elaboración de hipótesis, el método de Bacon resta importancia a innovaciones
conceptuales que cumplieron un papel mayor en el progreso de la ciencia que los hechos
y las generalizaciones restringidas. Uno de los objetivos .expresos de la Royal Society
fue la acumulación de datos facticos sobre los minerales, las informaciones de los
artesanos y otros. Pero las verdaderas vías de desarrollo de la ciencia siempre han sido
(siguen siendo) conceptuales y teóricas, más que meramente fácticas. ¡Qué decir de un
presunto vocero del método científico que rechaza el descubrimiento galileano de los
satélites de Júpiter!
Existe en la historia de la ciencia una disciplina que se ha desarrollado en forma
verdaderamente baconiana: la meteorología. Durante mucho tiempo, en gran número de
estaciones distribuidas por todo el mundo, los meteorólogos han reunido datos sobre la
temperatura, la humedad, las precipitaciones y los vientos en una forma sistemática que
hubiera fascinado a Francis Bacon. Pero es un hecho que esta rama de la ciencia, a
diferencia de la física, la química, la biología y la geología, ha sido incapaz de crear
(por métodos inductivos o los que fuesen) una estructura teórica útil. Se puede hablar
del tiempo, pero no se lo puede pronosticar con precisión ni modificar.
Tal vez Bacon revolucionó la filosofía de la ciencia, pero de ninguna manera
provocó una revolución baconiana en la ciencia. Lo mismo sucede con su clasifica-
142
ción de las ciencias, que en realidad es una clasificación del conocimiento (véanse
Fowler 1881, cap. 3; Quinton 1980, cap. 6). En su prospecto e introducción de la gran
Encyclopédie, escrita a mediados del siglo XVIII, Diderot y d'Alembert modificaron el
sistema de Bacon y lo presentaron con gran alarde en forma tabular y gráfica. Pero por
grande que fuese su aporte en esta área de la filosofía, no constituyó una revolución en
la ciencia.
¿Qué se puede concluir sobre Bacon y la Revolución Científica? El autor de esta
obra piensa, con Quinton (1980,83), que Bacon ocupa un lugar de importancia doble:
"como profeta y crítico". Contribuyó a separar "la ciencia de la religión y de la
metafísica religiosa", y a "elevar la posición dé la investigación natural, antes
considerada brujería prohibida o bien despreciable trabajo manual" (Quinton 1980, 83-
84). Más importante que eso fue la previsión baconiana de que la ciencia aumentaría el
poder del hombre y le permitiría un mayor control sobre su medio. La "meta real y
legítima de las ciencias —escribió en Novum Organum (lib. 1, af. 81=1905,280)— no
es otra que ésta: dotar a la vida humana de nuevos descubrimientos y poderes", y
también: "Los caminos al poder humano y al conocimiento humano corren juntos y son
casi uno" (lib. 2, af. 4=1905,303); ''por consiguiente, la verdad y la utilidad son una y la
misma cosa" (lib. 1, af. 124=1905,298). El "imperio del hombre sobre las cosas depende
por completo de las artes y las ciencias (lib. 1, af. 129=1905, 300), pues no podemos
dominar la naturaleza sin obedecerla". No es casual que se haya calificado a Bacon de
"filósofo de la ciencia industrial" (Farrington 1949). Pero se debe recordar que el
mejoramiento de las condiciones de vida no era la principal preocupación de Bacon.
"Las obras —dice (lib. 1, af. 124=1905,298)— poseen mayor valor como garantías de
la verdad que como contribución á las comodidades de la vida."
Bacon fue también un gran profeta de la organización de los científicos en
asociaciones y academias caracterizadas por el trabajo de investigación en equipo. En el
fragmento utópico llamado Nueva Atlantis (1627) describió una institución central de
investigación científica con laboratorios, jardín botánico, zoológico, cocinas y hornos e
incluso talleres de mantenimiento reunidos. En esa obra sostuvo que la división del
trabajo científico vuelve más eficiente la producción del conocimiento. Muchos
estudiosos de la historia económica le atribuyen la primera exposición general de la
división del trabajo. No cabe duda de que Bacon ejerció una fuerte influencia sobre los
fundadores principales de la Royal Society, institución que en su concepción original
mostraba su impronta. Esa influencia está reflejada en History of the Royal Society de
Sprat (1667), obra qué, además de elogiarlo, lleva su retrato en la figura alegórica de la
portada.
Podemos coincidir con Farrington en que la Royal Society "se puede considerar
con justicia el mayor monumento a Francis Bacon" (1949,18).
La revolución científica de Descartes
Bacon no fue el único pensador de la época que comprendió que la verdadera
ciencia ayudaría al progreso de la medicina y las artes técnicas. Descartes sostuvo más o
menos lo mismo en su célebre Discurso del método (1637), en cuya conclusión se
refiere al objetivo de "empeñar toda nuestra capacidad en procura del bien general para
todos los hombres" (1965, 50). La ciencia justa, desarrollada según los principios
cartesianos, será un tipo de "conocimiento que será de gran utilidad en esta vi-
143
da". La aplicación correcta de la ciencia "nos convertirá en amos y dueños... de la
naturaleza". Entre las metas especificas menciona la invención de artefactos ''que nos
permitan gozar de los frutos de la agricultura y de toda la riqueza de la tierra sin
trabajar". Destaca en particular la utilidad de la ciencia para la medicina y visualiza la
eliminación, con el tiempo, de las "enfermedades, tanto del cuerpo como de la mente" y
la erradicación de "las debilidades de la vejez" (Descartes 1956,39-40). Parecería que
una de las consecuencias naturales del desarrollo de la ciencia basada en la
experimentación o la experiencia era la concepción de que los avances en el
conocimiento redundarían en nuevos inventos prácticos y mejoras en la salud.
A diferencia de Bacon, Descartes no concibió la creación de sociedades o
instituciones para proveer de equipos de laboratorio a grupos de científicos dedicados a
tareas investigativas comunes. Pero era consciente de que un sólo hombre difícilmente
podría realizar todos los experimentos; hacia el final del Discurso analiza las maneras
de ayudar a un investigador, facilitándole, por ejemplo, los "fondos para los
experimentos necesarios" y protegiéndolo para que "su serenidad no se vea alterada por
interrupciones inoportunas" (Descartes 1956, 47). Incluso abordó el problema del apoyo
público y privado a la ciencia. En carta a Mersenne, fechada el 10 de mayo de 1632,
señala su deseo de contar con un mecenas adinerado para financiar un catálogo dé
fenómenos celestes"(Descartes 1970,24; 1971, I: 249).
Bacon concebía su papel como el de pregonero de la nueva ciencia, con la
función de convocar a los hombres a estudiarla (Ego enim buccinator tantum: Bacon
1857, I: 579; De Augmentis 4.1). "Sólo he asumido la tarea de doblar las campanas para
convocar y reunirá otros ingenios", escribió al doctor Playfer. Descartes, en cambio, era
un auténtico revolucionario, creador de una nueva ciencia, y era consciente de ello. En
marzo de 1619, cuando tenía 23 años, anunció en una carta a Beckman (véase 1977,10:
156) una inminente "ciencia completamente nueva" que, aseguró con orgullo, podría
resolver problemas generales de matemática. En noviembre del mismo año dijo haber
descubierto "los fundamentos de una ciencia asombrosa" (1977,10:179).
Una década después, asistió a una conferencia convocada para refutar la filosofía
tradicional que se enseñaba en las escuelas. Hubo "aplausos generalizados", según la
biografía escrita por Baillet (trad. Smith 1952, págs, 40 y sigs.). Sólo Descartes "se
abstuvo deliberadamente de dar muestras de aprobación", hecho que fue advertido por
el cardenal de Bérulle, fundador de la Congregación del Oratorio en París, el nuncio
apostólico, el padre Mersenne y otros, quienes lo instaron a expresar su opinión. En el
diálogo subsiguiente reveló su propia "regla universal", a la que también llamó su
"método natural", derivado "del tesoro de las ciencias matemáticas". El cardenal de
Bérulle, profundamente impresionado, lo invitó a visitarlo para exponer su método con
mayor detalle. Descartes le reveló la naturaleza de su método "y las ventajas prácticas
que podrían obtenerse si su manera de filosofar se aplicara a la medicina y la mecánica"
a fin de "contribuir a la restauración y conservación de la salud y a disminuir y aliviar
en parte los trabajos de la humanidad". El cardenal lo exhortó a "ocuparse de las obras
de la naturaleza" y dedicar todos sus esfuerzos a formular la ciencia y la filosofía.
Este programa de investigación dio sus frutos en 1637, con la publicación de sus
tres libros científicos (Geometría, Dióptrica, Meteorología} y el Discurso del método
que lleva por subtítulo "para guiar rectamente la razón y buscar la verdad en las
ciencias". El método había sido expuesto en un trabajo anterior, Reglas para la direc-
144
ción del entendimiento, terminado en 1628 (cuando conoció al cardenal de Bérulle); fue
editado medio siglo después de la muerte de su autor (1701). El método de Descartes se
refería a la manera de pensar con claridad y con algún fin; no era en modo alguno un
manual de instrucciones prácticas para realizar experimentos y sacar conclusiones de
ellos. Sin embargo, al igual que el de Bacon, debía servir para efectuar descubrimientos,
mediante la descomposición de un problema general complejo en sus elementos más
simples o partes componentes. El modelo, decía, era su nueva geometría, donde se
aplicaba el método al análisis de curvas complejas mediante su descomposición en
elementos simples. La concepción era grandiosa: su intención era aplicarlo no sólo a la
ciencia y la filosofía sino a "cualquier investigación racional" (Williams 1967; 345). En
rigor, Descartes creía en la unidad de todo el conocimiento científico y filosófico: de ahí
su metáfora del árbol cuyas raíces son la metafísica, el tronco es la física y las ramas son
las disciplinas específicas como la medicina, la mecánica y la moral. El conjunto de las
ciencias "se identifica con la sabiduría humana, que es una sola aunque se aplique a
diversos temas" (regla 1; 1977,10: 360).
Aunque la ciencia cartesiana se basaba en gran medida en la experimentación y
la observación, sus conceptos científicos y metodológicos, en su expresión más
elaborada, son racionalistas y no empiristas. Creía que la base de sustentación última de
la ciencia debía ser la filosofía. De acuerdo con su concepción, los elementos de
experiencia común son "naturalezas compuestas" que deben ser reducidas a "naturalezas
simples" (naturae simplices) que él llamó "principios" (principia), en el sentido de
"entidades primarias" tales como "extensión, forma, movimiento" (regla 12:1971,10).
Descartes da un ejemplo referido al imán (1911,1:47):
(Si) se pregunta "¿cuál es la naturaleza del imán?", la gente... pronostica de inmediato
que la investigación será difícil y trabajosa y, descartando de su mente todos los datos
conocidos, se aferra a lo más difícil con la vaga esperanza de que, al recorrer el campo
estéril donde yacen las variadas causas, hallará algo nuevo. Pero quien reflexione que
no hay nada para conocer en el imán que no consista de ciertas naturalezas simples y
evidentes en sí mismas, sabrá indudablemente cómo proseguir. Primero reunirá todas
las observaciones que le pueda brindar la experiencia acerca de esta piedra y de éstas
tratará de deducir el carácter de esa mezcla de naturalezas simples necesaria para
producir todos esos efectos que él ha observado en relación con el imán. Hecho esto,
podrá afirmar con audacia que ha descubierto la verdadera naturaleza del imán en la
medida en que la inteligencia humana y las observaciones experimentales dadas puedan
proporcionarle ese conocimiento.
La filosofía de Descartes, llevada al extremo, reduciría todas las acciones o los
fenómenos de la naturaleza a principios de materia y movimiento.
Su gran reforma de la ciencia consistió en establecer esta filosofía mecánica que
trataba de explicar las propiedades y las acciones de los cuerpos en términos de las
partes que los componen. Se oponía a las causas finales y las explicaciones teleológicas
y fustigó el aristotelismo o escolasticismo en boga, que explicaba los fenómenos
mediante frases tales como "forma, sustancial" y "propiedad oculta". Pero a diferencia de otros que se oponían a esa manera de pensar, Descartes elaboró una verdadera
alternativa que consistía en la reducción a un pequeño conjunto de propiedades
universales, primarias y cuantitativas: "el tamaño, la forma, la disposición y el
movimiento de las partículas materiales" (1971,8-1:314; 11:26). No existe un solo
fenómeno en todo el universo (in natura universa), dijo, que no pueda explicarse
median- 145
te "causas puramente físicas, vale decir, totalmente independientes de la mente y el
pensamiento".
Cuando aparecieron los Principia de Newton (1687), la filosofía mecánica
cartesiana dominaba la ciencia europea (véase el capítulo 1). Fue en el espíritu de esa
filosofía que Boyle se refirió a esos "dos grandes y muy católicos principios de los
cuerpos, materia y movimiento" (Boyle 1772,3:16). Su libro Origins of Forms and
Qualities [Orígenes de las formas y las cualidades] (1666) es una exposición de la
filosofía mecánica, la acción de "agentes corpóreos… en virtud del movimiento, el
tamaño, la forma y la disposición de sus propias partes". Calificó esos atributos de
''afectaciones mecánicas de la materia, porque los hombres les atribuyen de buen grado
las distintas operaciones de los artefactos mecánicos" (Boyle 1772,3:13). Huygens y
Leibniz adhirieron a la filosofía mecánica, y sobre esta base ambos rechazaron el
concepto newtoniano de la gravitación universal, una fuerza que se extendía a través del
espacio y no se podía reducir a materia y movimiento.
La formación intelectual de Newton también fue mecanicista. Se apartaba de los
estrechos principios cartesianos al creer (como Boyle) en la existencia de los átomos y,
por consiguiente, en el vacío; Descartes no creía en el espacio vacío e incluso iba tan
lejos como para identificar la extensión con la materia. En una época en que la filosofía
aprendida exigía que todos los fenómenos fueran reducidos a los principios de materia y
movimiento, Newton tuvo la audacia de afirmar la existencia de una fuerza de
gravitación universal que se extendía a través del espacio. Este pasó significó que
Newton (como sugiere Westfall, 1971, 377-380) efectuó una revisión fundamental de la
filosofía mecánica aprendida y a la vez (Cohen 1980, 68-69) pudo desarrollar un
"estilo" propio que le permitió elaborar las consecuencias del concepto de la gravitación
universal mientras esperaba o buscaba la manera de conciliar este principio nuevo y
filosóficamente inaceptable con los conceptos cartesianos de materia y movimiento.
Tanto en los Principia como en la Óptica hay testimonios de sobra de su aceptación
general de la filosofía mecánica y de sus intentos por reducir los fenómenos a "las
cualidades universales de todos los cuerpos, cualesquiera que fuesen" (Principia, 2da.
ed. 1713, lib. 2, regla 3).
Descartes expuso sus ideas sobre el movimiento y expresó claramente sus
principios de inercia en El Mundo (o El universo), escrito entre 1629 y 1633, pero
publicado después de su muerte. Su audaz afirmación de que el movimiento rectilíneo
uniforme (o inercial) es en cierto grado dinámicamente equivalente al estado de reposo
no es aún el principio newtoniano de inercia, pero existe similitud formal entre los dos.
Sin embargo, Descartes basó su principio en la doctrina de la conservación: el
movimiento creado por Dios en el principio no podía ser destruido; el principio
newtoniano, en cambio, derivaba de la naturaleza de la masa.
Descartes incluyó su ley del movimiento inercial en sus Principios, con un
conjunto de leyes de choque. Pero su incomprensión de la naturaleza vectorial del
movimiento lo llevó a formular leyes en gran medida incorrectas, como él mismo habría
podido descubrir mediante una serie de experimentos sencillos. En la misma obra
expuso acabadamente su sistema de vórtices, enormes remolinos de materia etérea ó
sutil que producían efectos que hoy se denominarían gravitacionales, entre ellos, el
obligar a los planetas a recorrer órbitas elípticas. También desarrolló él concepto de
espacio relativo, refutado luego por Newton.
Descartes creía que la "física verdadera" era una rama de la matemática, que sólo
"a través de la matemática se puede adquirir el conocimiento de la verdadera físi-
146
ca" (1971,11: 315-316; Rée 1974,31). En su Principios de Filosofía sostuvo que su
teoría de la ciencia se basaba en su matemática: "La física no requiere otros principios
que los empleados en Geometría o Matemática Abstracta, ni tampoco serían de desear
por cuanto explican todos los fenómenos naturales." En carta a Mersenne de diciembre
de 1637 (Descartes 1974,1:478; Rée 1974, 32) explica que la Dióptrica y la
Meteorología presentados por él en 1637 como "ensayos en este Método"—
convencerían a la mayoría de la gente de que su método era "superior al común", pero
se enorgullecía de "haberlo ya demostrado en mi Geometría".
Descartes fue uno de los matemáticos más grandes de la historia. Según John
Stuart Mili (1889,617) la matemática cartesiana fue "el paso individual más grande que
jamás se haya dado en el progreso de las ciencias exactas". Descartes habría coincidido
con esta apreciación. En carta a Mersenne (Descartes 1971,1:479; Rée 1974,28) señala
que su nueva geometría (la analítica) era "superior a la geometría vulgar (vale decir,
euclideana) tanto como la retórica de Cicerón lo es a las primeras letras de un niño". Muchos comentaristas de su obra matemática se limitan a señalar sus aportes a la
geometría analítica y a la solución algebraica de problemas "geométricos". Pero
probablemente su mayor innovación no se produjo en el nivel elemental de la técnica
sino, más bien; en la manera de pensar en términos analíticos generales (Rée 1974,30).
Por ejemplo, en la matemática tradicional, elevar una cantidad al cuadrado significaba
construir un cuadrado de lado igual a lo representado por, esa cantidad: el "cuadrado"
sería el área resultante. Lo mismo si se la elevaba al cubo. Pero una vez que se introdujo
la notación exponencial (x2
en lugar de xx o x-quadratum; x3
en lugar de xxx o x-cubus)
—y él fue el pionero en esta manera novedosa de representar las potencias—se produjo
el gran salto: la concepción cartesiana de tales potencias o exponentes como entidades
abstractas. Los matemáticos podían entonces anotar x°, donde no podía representar
valores distintos de 2 o 3, e incluso fracciones. Al liberar al álgebra de las
constricciones geométricas, Descartes produjo una transformación revolucionaria de la
matemática y creó el "álgebra general" que le permitió afirmar (1628) que había logrado
"todo lo humanamente posible" en geometría y aritmética. Newton elaboró sus primeras
ideas sobre el cálculo mientras estudiaba las obras matemáticas de Descartes y las de
cienos comentaristas de su Geometría (véase Math., ed. a cargo de Witheside, 1967,1).
El carácter revolucionario de la matemática cartesiana se advierte no sólo al comparar el
estado de esa disciplina antes y después de él sino también en el hecho de que la misma
lleva su impronta a partir del siglo XVII y hasta la actualidad. Por consiguiente, las
pruebas históricas revelan que la matemática cartesiana fue una revolución.
Aquí no se analizarán otros aspectos de la ciencia cartesiana, como sus
explicaciones de la fisiología humana y animal y la psicología fisiológica humana sobre
bases mecánicas (véase Descartes 1975). Pero es de señalar que su objetivo de reducir
todas las funciones animales (y humanas) a acciones maquinistas fue tal vez una
innovación más audaz, considerada por fisiólogos de siglos posteriores como su paso
realmente revolucionario. Descartes aceptó el postulado general de Harvey sobre la
circulación sanguínea, aunque discrepó con él en aspectos esenciales como la función
del corazón. También hizo un gran aporte a la geología al desarrollar una teoría de la
formación de la Tierra a través de etapas causadas por la acción prolongada de
principios físicos-mecánicos.
147
Al igual que Galileo y Kepler, se consideró un agente revolucionario que producía una
nueva ciencia. Pero mientras Galileo se consideraba el creador de nuevas ciencias del
movimiento local y de la fuerza de los materiales, y Kepler se proclamaba autor de una
nueva astronomía, Descartes afirmaba haber revolucionado toda la ciencia y la
matemática e incluso sus fundamentos metodológicos o filosóficos. Desde luego que
esto no basta para creer que hubo una revolución cartesiana, pero machos autores del
siglo XVII así lo ratifican. Joseph Glanvill, por ejemplo, en su comparación del
conocimiento moderno con el antiguo, no sólo expresó su entusiasmo ante los magnos
descubrimientos de Descartes en la matemática y las ciencias físicas, sino que hizo
imprimir su nombre en letras gruesas de cuerpo grande para subrayar su grandeza
(Glanvill l676,Essay s, 13 y sigs.). Ya se ha visto que los científicos adoptaron su nueva
matemática y su filosofía mecánica revolucionaria. Su nuevo principio de la inercia y su
revolucionaria concepción del estado de movimiento se convirtieron en la piedra
angular de la mecánica racional y la dinámica celeste newtonianas. Sus principios
biológicos reduccionistas dominaron la fisiología moderna durante mucho tiempo. No
cabe duda, pues, de que las innovaciones cartesianas pasan las dos primeras pruebas que
determinan la revolución en la ciencia.
Los historiadores y filósofos han atestiguado la realidad de una revolución cartesiana
desde mediados del siglo XVIII, cuando se difundió el empleo del término en relación
con el desarrollo de la ciencia. Esta es la tercera prueba. La ciencia cartesiana también
pasa la cuarta y última prueba, la del testimonio de los científicos en actividad. Ya en el
siglo XVIII, d'Alembert habló de la revolución cartesiana (1751) y Turgot afirmó
directamente que Descartes "hizo una revolución" (1973,94). Condorcet opinó sobre
Descartes cuando habló del "primer principio de una revolución en los destinos de la
raza humana". Condillac coincidió en que se había producido una revolución cartesiana,
a la vez que negó expresamente quo Bacon fuera el instigador o el realizador de una
revolución. En el siglo XIX, William Whewell, quién se refirió a Descartes en relación
con una contrarrevolución, sostuvo que cuando Bacon "anunció un Nuevo Método", no
se "limitó a corregir ciertos errores vigentes" (1865,1: 339). El método de Bacon
"transformó la Insurrección en una Revolución y dio lugar a una nueva Dinastía
filosófica".
Si algunos autores atribuyeron a Bacon una revolución en la filosofía o en la
metodología de la ciencia, a la vez reconocieron que Descartes había ejercido una
influencia revolucionaría sobre las ciencias en sí. Así lo subrayan las historias de la
ciencia de Louis Figuier y Henri de Blainville. En un ensayo de 1874, "On the
Hypothesis that Animals are Automata", Thomas Henry Huxley afirmó que la obra de
Descartes fue "a la fisiología del movimiento y la sensación lo que fue la de Harvey a la
circulación de la sangre, y abrió el camino hacia la teoría mecánica de estos procesos,
que ha sido aplicada por todos sus sucesores" (Huxley 1881,200-201). En este siglo, sir
Charles Sherrington, premio Nobel de fisiología, se pronunció ¿un con mayor vigor. En
su análisis del concepto cartesiano del cuerpo animal como máquina, sostuvo
(1946,187) que las "máquinas se han desarrollado y multiplicado alrededor de nosotros
a un grado tal, que se nos puede pasar por alto la fuerza que tenía esa palabra en el siglo
XVII. Con ella Descartes dijo más que con cualquier otra que hubiera podido emplear,
como concepto revolucionario en la biología y expresión de cambios que resultaron
perdurables". L. Rott, en cambio, sostuvo que la "crítica moderna se inició con una
observación de Freudenthal de que el carácter novedoso del cartesianismo no radicó en
su psicología ni en su teoría del conocimiento ni en su ética ni en su meta- 148
física, sino en su física", y concluyó que "la 'revolución' cartesiana significó el intento
de sustituir la física basada en la metafísica por una metafísica basada en la física"
(1937,4).
Paul Schreker, uno de los principales estudiosos contemporáneos de la ciencia y
la filosofía del siglo XVII, escribió que "aunque los Principia de Newton... provocaron
un cambio drástico en la física, de todos modos (no es) una obra revolucionaria en el
mismo nivel que los Principios de Descartes" (1967,36). Schreker cita al gran
historiador Jules Michelet, quien "afirmó que la Revolución de 1789 se había iniciado
con el Discurso del método". John Herman Randall (h.) se refiere una y otra vez a la
revolución cartesiana en The Making of the Modern Mind (La formación del
pensamiento moderno) (1926,235 y sigs.). No dudaba de que era la revolución más
significativa del siglo XVII.
Descartes conforma los cuatro criterios principales de la revolución en la
ciencia. También fue revolucionario en la filosofía, pero tal vez ese aspecto no tiene
gran relación con su obra científica. (1) En cuanto a los testimonios de sus
contemporáneos sobre el carácter revolucionario de su pensamiento, cabe mencionar
que su Opera Philosophica permaneció en el Index Librorum Prohibitorum desde su
aparición hasta su última reimpresión en el siglo XX, más de un siglo después de que el
Diálogo de Galileo fuera borrado de esa lista.
La revolución cartesiana presenta varias diferencias con otras revoluciones
científicas. En primer lugar, no perduró. La filosofía natural newtoniana fue un ataque
frontal directo contra la física cartesiana (véase el capítulo 1); Newton demostró en la
conclusión del libro 2 de Principia que el sistema de vórtices viola la ley kepleriana de
las áreas. Pero la influencia de Descartes fue tan poderosa que a mediados del siglo
XVIII, el abate Nollet, el gran científico francés especialista en electricidad, aún
defendía el sistema de los vórtices, lo mismo que su contemporáneo Leonhard Euler, el
mayor matemático y físico matemático de la época. Su rechazo de la posibilidad de que
existiera el vacío pasó rápidamente a engrosar la lista de curiosidades históricas, pero su
concepto del estado de movimiento y la ley de la inercia fueron de fundamental
importancia para el desarrollo posterior de la física. En fisiología y psicología, su
influencia se extendió más allá del siglo XIX.
Otra diferencia entre su revolución y otras radica en que no existe un gran
principio o teoría científica que lleve su nombre, ni se enseña ninguna ley o teoría
atribuida a él. Hasta hace unos años se enseñaba una llamada ley de la refracción de
Descartes, pero ahora se la llama ley de Snel (o, erróneamente, de Snell), su verdadero
descubridor; hay quienes alegan que Descartes lo plagió. Distinto es el caso de la
matemática, donde la revolución cartesiana fue profunda y duradera. En álgebra se
honra su memoria con la ley de los signos que lleva su nombre. Asimismo, con el
término de coordenadas cartesianas, los matemáticos honran en Descartes al autor de
una gran revolución en los comienzos de la ciencia moderna. (2)
149
NOTAS
(1) Uno de los aportes significativos de Descartes a la filosofía es su fórmula sobre la dualidad
de "mente" y "cuerpo" (el llamado "dualismo cartesiano"). Según él, el cuerpo es una máquina y
la mente (el alma) es una sustancia pensante pura.
(2) Los escritos de Bacon están al alcance del lector en las sucesivas reimpresiones de los Works
(7 vols, 1857-1859; 1887-1892; 1963), edición preparada por J. Spedding, R. L. Ellis y D. D.
Heath. Las traducciones al inglés fueron recopiladas por John M. Robertson en el tomo The
Philosophical Works (1905). The New Organon apareció en 1960 en edición preparada por
Fulton M. Anderson, quien escribió un resumen exhaustivo de la filosofía baconiana (1948).
Thomas Fowler preparó una edición en el latín original con extensas notas en inglés (1878-
1889); Marta Fattori recopiló un utilísimo vocabulario (1980). Hugh Dick (1955) preparó una
edición de obras escogidas (Selected Writings), Anthony Quinton es autor de una excelente
introducción breve al pensamiento y la influencia de Bacon, que complementa el clásico estudio
de Fowler de 1881. Paolo Rossi presenta algunas ideas novedosas y perturbadoras en Francis
Bacon; From Magic to Science (1968); Benjamin Farrington subraya el aspecto práctico en su
introducción a la obra del filósofo (1949). . Los escritos de Descartes están recopilados en la edición estándar en 12 tomos (1897
1913; 1971-1976) de Charles Adam y Paul Tannery. Existen recopilaciones de sus escritos en
traducciones al inglés de Elizabeth Haldane y G. R. T. Ross (19114912; 1931; 195.8), de John
Veitch (1912), de Norman Kemp Smith (1952) y de Elizabeth Anscombe y Peter Thomas Geach
(1954). Esas cuatro ediciones contienen el Discurso del método, que también fue traducido por
Laurence Lafleur (1956) y F. E. Sutcliffe (1968), Paul J. Olscamp es autor de una traducción
del Discurso junto con Óptica, Geometría y Meteorología, La Geometría fue traducida al inglés
por David Eugene Smith y Marcia Latham (1925; 1954); Michael Mahoney tradujo y escribió
una versión de Le monde(1979). Las dos últimas ediciones incluyen facsímiles de las primeras
ediciones francesas, lo mismo que el Tratado sobre el hombre (1972), traducido al inglés y
comentado por Thomas S. Hall. El mejor estudio sobre la física cartesiana sigue siendo el de Mouy, 1934,
complementado por una importante tesis doctoral de Geoffrey Sutton (1982). Los estudios de
Gaston Milhaud publicado bajo el título de Descartes savant (1921) siguen conservando su
importancia seis décadas después de su aparición. No existe un buen estudio actualizado de la
física cartesiana con su historia e influencia. Rée 1974 y Williams 1978 son dos profundos
estudiosos de la ciencia de Descartes, Keeling 1968 (1934) es una buena introducción a la
filosofía cartesiana en su conjunto. Smith 1952 es una obra sumamente importante. Se
recomienda también el ensayo "Newton and Descartes" de Alejandre Koyré, con trece
suplementos, en Koyré 1965.
Cultura Científica y Humanística II
UACM- Centro Histórico (2010-II)
Carlota G. Domínguez E.
Francisco M. Cañón Taladriz
150