co marca - edición n° 5

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Abel quería ser un duro Voces de Silvia derrumbada “Dios ya le tiene a cada uno su sentencia” Un clamor contra la impunidad Relatos de violencias y conflicto Un pueblo de desconocidos La vieja piel de la China “Aquí no se hacen rebajas” Cuento: Un sueño 8 6 10 14 16 Enfermedad Crónica Depto. de Comunicación Social Universidad del Cauca - Popayán, Colombia - FEBRERO 2016 - Periodismo Universitario

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Periódico Co.marca. Producido por el Departamento de Comunicación Social de la Universidad del Cauca.

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Page 1: Co marca - Edición N° 5

Abel quería

ser un

duro

Voces de

Silvia derrumbada

“Dios ya le tiene a cada uno su

sentencia”

Un clamor

contra la impunidad Relatos de violencias y conflicto

Un pueblo de desconocidos

La viejapielde laChina

“Aquí no se hacenrebajas”

Cuento:Un sueño

8

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10

14

16

Enfermedad Crónica

Depto. de Comunicación Social Universidad del Cauca - Popayán, Colombia - FEBRERO 2016 - Periodismo Universitario

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Abel tuvo en su poder hasta cinco mil millones de pesos para comprar la pasta base de cocaína que se producía en todo un pueblo y llegó a procesar ocho mil arrobas de hoja de coca en una sola cosecha, pero no se considera un narcotraficante.

—Un narcotraficante, un verdadero duro, es el que saca la droga del país. Al lado de ellos uno es un mandadero.

Así me responde el hombre que desde Huisitó, suroccidente del Cauca, ha abastecido durante más de diez años a carteles como el del Norte del Valle. Segundos antes le había preguntado si él pensaba en cómo habría sido su vida si no se hubiera convertido en un narco, y él, negando el calificativo, se declaró un simple intermediario entre los campesinos que producen la base y los patrones que la compran para convertirla en cocaína.

Mi anfitrión me recibió en el segundo piso de su casa y charlamos en el balcón que mandó a construir expresamente para jugar naipes. Viste un jean azul claro, chanclas sintéticas y no se ha puesto camisa. Al verle la panza ancha y velluda al descubierto me pregunto cuánto pesará; luego me dirá que ciento veinte kilos y se lamentará de no hacer ejercicio desde hace tanto.

Abel ha vivido en este pueblo desde que era un niño y supo que una de las cosas que menos le gustaba en la vida era “la pobreza tan hijueputa”. Nació en Santa Rita, una vereda a la que llegaron sus padres, oriundos de Santafé de Antioquia, después de que asesinaran al abuelo paterno de Abel, durante la llamada violencia de los cincuenta, y pocos años después se trasladaron a Huisitó.

≈≈

Abel, como muchos niños, también tenía un héroe que admirar. Se trataba de Leonardo Osorio, el papá de uno de sus amiguitos. Lo describe como “un tipo pinta”, que provocaba los suspiros de jovencitas y señoras, y la envidia de los hombres, pues estaba casado con una de las mujeres más bonitas del pueblo, y era el dueño de los mejores caballos y las mejores mulas. Al verlo desfilar vanidoso y altivo sobre su caballo Azabache, el muchachito pensaba: “cuando sea grande quiero ser como don Leonardo”. Ahora, al recordarlo, reconoce que era lo único por lo que sentía admiración ya que nadie nunca les dijo a los niños de Huisitó que podían ser otra cosa.

La partida de Leonardo Osorio del pueblo significó para Abel la desaparición de su modelo a seguir. Sin embargo, uno de sus hábitos delata que nunca perdió el gusto por las cosas de las que disfrutaba aquel hombre. Durante los días que compartí con él, lo vi varias veces observando desde el balcón hacia la pesebrera, donde se alimentaban una veintena de mulas. Me dijo que era uno de sus pasatiempos favoritos, contemplarlas mientras comen.

También conocí otra de sus aficiones: el ciclismo profesional. Pocos días después de nuestro primer encuentro, lo descubro concentrado en las imágenes de un televisor plasma de cuarenta y dos pulgadas. Un grupo de ciclistas pedalean cuesta arriba atravesando una neblina espesa.

Se queda en silencio, absorto de cara al aparato. En pocos minutos los competidores empiezan a descender. Abel habla de nuevo y me dice que el ciclismo le gusta gracias a su papá, quien se fascinaba escuchando en la radio la narración de las carreras.

Antonio, su padre, a pesar de haber sido un hombre estricto, tenía una manera particular de demostrarles ternura a sus hijos. Los llevaba a jugar a los potreros y todos los días, a las cinco de la mañana, los despertaba para ir a bañarse a una

cañada. De ahí la juiciosa rutina de Abel que consiste en levantarse a la misma hora que lo despertaba su papá y ducharse, aunque esté enguayabado o aunque vaya a continuar durmiendo.

El hábito de madrugar fue, además, una práctica necesaria en su adolescencia, cuando empezó a trabajar como arriero. Las jornadas iniciaban antes del amanecer y Abel prefería eso y las largas caminatas, antes que jornalear en la finca de su papá o algún vecino.

≈≈

Tenía diecisiete cuando decidió viajar a Tumaco, Nariño, invitado por un amigo, con la promesa de que en ese lugar se podría hacer a una buena suma de dinero sembrando coca y convirtiéndola en bazuco.

En Tumaco sembró coca Pajarita y las mil arrobas que cogía con su socio eran procesadas en un improvisado laboratorio y luego exportada, principalmente a Ecuador. Resultó ser un mal negocio porque los intermediarios pagaban poco y, además, pronto la coca empezó a secarse, lo que coincidió con el ingreso a la región de una empresa que estaba comprando las tierras para sembrar palma africana. Abel vendió su parte, completó dos millones cuatrocientos mil pesos en ahorros y regresó al Cauca. Hoy arma conjeturas sobre por qué no ganó más: “el que gana es el que cristaliza, se llenan de plata con dos viajes que saquen pa’ afuera. Pero el que la cultiva no gana nada; el campesino tiene que seguir tumbando montaña y sembrando coca. Si el gobierno cogiera a los que mandan pa’ allá y dejara quietos a los campesinos, la coca se acababa, y la gente al ver que no les sirve, la dejaba. Eso es matar la culebra por la cabeza”.

Decepcionado por los resultados de su primer intento de esquivar la pobreza, viajó a El Tambo, municipio al que pertenece Huisitó, y retomó su trabajo como arriero. Empezó a comprar mulas que luego vendió para adquirir una

Ya son tantos los años de barbarie que es probable que todos hayamos perdido la cuenta de ellos. ¿Qué importa si son seis décadas, dos siglos o una eternidad si la muerte se contonea a sus anchas por campos y ciudades? ¿Qué importa cuánto tiempo transcurra si en vez de detener la infamia la invocamos cada día como a un dios omnipresente, cegador e implacable? Por eso, pronunciar la palabra violencia es rememorar el escenario oscuro de todas las desolaciones. Las individuales y las colectivas. Desolaciones que no tendrán remedio jamás. Mientras los caídos comienzan a deshacerse en las tumbas, los sobrevivientes inician su deambular como ánimas en pena, los pasos lentos y la mirada perdida, los hombros cargados con la condena de una guerra que acaso ni siquiera sepan dónde empezó, ni cuándo, ni por qué. No, no. Este escenario atroz no tiene su origen a mediados del siglo XX con las rencillas partidistas, ni en el XIX con los conflictos intestinos que muchos justificaban bajo el argumento de conformar nuevos estados-nación. Tampoco tiene su origen en las represiones de la Colonia, ni en los excesos sanguinarios de la Conquista. Quizás, a la manera de los aztecas, todos los latinoamericanos hayamos construido infinidad de guerras floridas para mantener viva la luz de algún sol, a veces ilusorio, a veces perverso, aunque también es probable que la génesis de ese culto por la violencia esté mucho más atrás, en el despertar mismo de este territorio, en los primeros pasos que se posaron aquí. A partir de ese momento impreciso la violencia se ha constituido en una enfermedad congénita, crónica, que con el pasar de los días hace metástasis haciéndose más aguda y arrasando a su paso corazones y conciencias. Así, sin pudor y sin compasión.

De esa enfermedad crónica trata este nuevo número de Co.marca. De la dureza de nuestras realidades y de la infamia de nuestras violencias. Del entorno sangriento que se nos ha convertido en paisaje habitual.

En este quinto número se presenta una serie de textos narrativos cuyo tema central es la violencia y el conflicto armado en Colombia. Los estudiantes, conscientes de la necesidad de hacer memoria, han dedicado varios de sus trabajos de grado a retratar diversos escenarios donde la guerra ha dejado su huella indeleble. Aquí, compartimos algunos de los fragmentos de ese intenso trabajo de reportería y escritura que es un intento por visibilizar las circunstancias y los lugares donde anida la barbarie y que es una ventana para ver los rostros de quienes han sido violentados y deben abandonarlo todo o resistirlo todo pero que son capaces de no perder jamás la dignidad o la fe. Incluso, muchos son capaces también de no perder la esperanza y de rehacerse pese a tanto despojo y tanta humillación. También muchos sueñan con un país sin guerra para que las nuevas generaciones no tengan que vivir la amarga experiencia que ellos sufrieron en carne propia.

Algunos estudiantes escogieron el género de la crónica porque quisieron evidenciar su mirada y su voz como testigos de los hechos o reconstructores de los mismos. En ese rumbo, se puede detectar que son seguidores de maestros de este género que ha ganado un espacio importante en las narrativas contemporáneas. Leila Guerriero, Juan Villoro, Alberto Salcedo, Juan José Hoyos y Martín Caparrós, son algunos de sus referentes más importantes. Otros autores dejan que la voz que hable sea la de los

protagonistas de las historias, dando alas así al género del testimonio, tan caro en América Latina desde la publicación de dos libros emblemáticos: Biografía de un cimarrón y Me llamó Rigoberta Menchú y sí me nació la conciencia. Este género reivindica las voces de sujetos subalternos y las historias cotidianas y es de destacar que ha obtenido en 2015 un reconocimiento invaluable al ser otorgado el Premio Nobel de Literatura a Svetlana Alexievich, una bielorrusa cultora del género y a cuyos relatos suele denominar monólogos.

Pues bien, aquí quedan en papel estas historias, no para hurgar en las heridas sino para reconocer plena y conscientemente unas tragedias que, al final, no son solo de quienes las sufrieron sino de la humanidad entera. De igual modo, queremos destacar que podrán encontrar también estas historias y muchas otras (radiofónicas, audiovisuales y multimediales) en el portal www.comarcadigital.com, espacio que profesores y estudiantes del Programa de Comunicación Social de la Universidad del Cauca hemos construido en desarrollo del proyecto denominado Laboratorio de Medios Periodísticos Co.marca, que cuenta con el apoyo de la Vicerrectoría de Investigaciones del Alma Mater.

Como pueden darse cuenta, apreciados lectores, Co.marca sigue alzando vuelo. Con ello también crece, por supuesto, nuestra responsabilidad de hacer cada día un periodismo que aborde con calidad y sensibilidad las realidades que tanto nos afectan.

Abel quería ser un duro.

Un paisaje habitual

Dirección Universitaria:

Juan Diego Castrillón OrregoRector

Alfonso Rafael Buelvas GarayVicerrector de investigaciones

Edgar Velásquez RiveraVicerrector Académico

Yaneth Noguera RamosVicerrectora Administrativa

Milton Arango QuintanaVicerrectora de Cultura y Bienestar

Dirección Facultad de Derecho y Ciencias Políticas y Sociales

Roberto Rodríguez FernándezDecano

Por Silvana Bolaños Torres

Janny Katiana Santacruz AmadorSecretaria General

Olga Patricia Solís ValenciaJefe Departamento de Comunicación Social

Felipe García QuinteroCoordinador Programa de Comunicación Social

Coordinación Editorial:

Juan Carlos Pino [email protected]

Giezzi Lasso Á[email protected]

Comité Editorial:

Departamento de Comunicación Social – Universidad del Cauca

Fotografía de portada:Luis Robayo / AFP (000_MVD6655739)

Fotografías:María Fernanda Restrepo, Natalia Morales, José Navia, Julio Romero, Julián Gómez, Julián Pérez,Foto de erradicadores: Raúl Arboleda / AFP (000_MVD6633821)

Diseño de cabezote:Jennifer Serna

Ilustración: Eduard Mamián

Diseño y diagramación:[email protected]

Agradecimientos:Vicerrectoría de Investigaciones de la Universidad del Cauca.Decanatura Facultad de Derecho y Ciencias Políticas y Sociales.Grupo de Investigación Estudios Culturales y de la Comunicación, Ecco.

Grupo de Investigación y Estudios en Comunicación Social.

Impresión:Casa Editorial El Tiempo

Esta publicación contó con el apoyo de la Vicerrectoría de Investigaciones de la Universidad del Cauca, a través del proyecto Laboratorio de Medios Periodísticos Co.marca, Fase I, liderado por el Grupo Ecco y el Grupo de Investigación y Estudios en Comunicación Social (ID4225).

La historia de un hombre de pueblo que cultivando coca cumplió sus sueños de niño, muestra las complejidades y las contradicciones de la realidad en torno a la problemática de los cultivos ilícitos en el país.

Una crónica de Huisitó

Foto: Archivo

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retroexcavadora con la que se dedicó a sacar oro de algunos ríos que abastecen la cuenca del Micay, en el Pacífico. Para entonces ya vivía con Cecilia, la mujer que lo acompaña actualmente y con la que tiene dos hijos: Ariel, de diecinueve, y Anaí, de siete. Reconoce que el apoyo de Cecilia ha sido determinante. “Es una mujer berraca –resalta Abel–, por eso no la dejo a pesar de todas las maricadas. Yo no soy buena persona del todo y ella hasta tiene razón en joder”.

Después de tres años, durante un verano, Abel extrajo dos kilos de oro, los vendió, compró varias reses y luego las cambió por semilla de coca. “Fue ahí donde eché pa’ arriba”, asegura. Se aventuró a sembrar coca nuevamente por consejo de un amigo al que apodaban ‘Toño’ y se dedicaba a comprar pasta base de cocaína por encargo del cartel del Norte del Valle. Él lo instó a que comprara semilla de coca Peruana en El Plateado, Cauca. Entonces, a pesar de su mala experiencia con la Pajarita, tomó el riesgo, cambió las reses por semilla y sembró veinte hectáreas.

La recompensa llegó con la primera cosecha. Fueron ochenta arrobas, una cantidad exagerada comparada con las diez que cogían otros cultivadores de la zona. Abel las procesó y viajó hasta El Plateado para vender la ‘mercancía’. Estaba tan contento que compró “una marrana grandota”, la sacrificó y la repartió entre las personas de la vereda.

A Huisitó volvió más o menos al año y luego de venderle la finca en cincuenta millones a Toño, que se

había convertido en su patrón; Abel se encargaba de recoger la mercancía que él transportaba hacia la ciudad. Pronto logró construir la casa más grande y vistosa de este caserío. Cuando recogió los primeros cien millones de pesos en mercancía, invirtió la ganancia en cultivos de coca que le representaban ocho mil arrobas y que, para hacernos una idea sobre su cantidad, caben empacadas en mil seiscientos costales, con capacidad para cinco arrobas cada uno. Era el que tenía más billete en

el pueblo y seguramente muchos niños lo admiraban tanto como él llegó a admirar a don Leonardo Osorio.

Siendo el hombre más acaudalado de Huisitó provocó la envidia de su socio y amigo. Lo supo una vez que Toño, quien tenía una camioneta Mazda, le reclamó al verlo aparecer en una Toyota 4.5, mucho más cara y bonita. “Lo que pasa es que yo invertía en coca y él no, él sólo se quedaba con las ganancias de la mercancía. Con lo que yo ganaba compraba semilla y le daba a todo el mundo pa’ que sembrara y les daba la remesa pa’ que se mantuvieran, y en una cosecha llegué a sacar más de cien kilos, eso era un poco de plata”.

Y sí que era mucha plata, pues en el apogeo de los noventa, durante los primeros años el gramo de pasta costaba tres mil pesos.

La destreza de Abel y los conocimientos adquiridos sobre el negocio hicieron que lo contactaran otros patrones y así manejó gran parte del mercado de pasta base de cocaína en el pueblo. No la sacaba de aquí, ni la saca ahora, sino que la entrega a los intermediarios que llegan hasta Huisitó para comprarla.

La transacción es sencilla: los campesinos que procesan la coca llegan hasta su casa, escuchan el precio de compra y proceden a probar la calidad del producto: se hace tomando una cantidad pequeña y poniéndola a derretir al fuego, sobre una cuchara. Le agregan gasolina blanca y si se forma una capa similar a la nata, significa que está macheteada, es decir, que le han agregado productos como líquido de frenos o petróleo para hacer que pese más. Justamente eso es lo que sigue: pesar la mercancía en una gramera Tres Barras. Finalmente, Abel hace cuentas y paga el impuesto que hoy cobra el Eln y antes cobraban las Farc. Luego

la entrega a los compradores que la sacan del pueblo, aunque desde 2003, aproximadamente, fueron creadas varias cocinas donde se convierte la pasta en cocaína, por lo que la mayoría de mercancía se queda en el pueblo.

≈≈

La posición de Abel lo ha puesto en un lugar privilegiado, pero también lo ha llenado de perturbaciones. Me cuenta que Los Rastrojos, un grupo criminal conformado inicialmente por reinsertados de grupos paramilitares, le han cobrado cada año desde que hicieron presencia en Huisitó, más o menos en el 2006. La última vez fueron hasta su casa y le pidieron que les colaborara, que ellos sabían dónde estudiaba su hija.

Proteger a su familia es una de las razones por las que Abel ha evitado ganarse enemigos. Es por eso que no ha subido más escalones en el mundo del narcotráfico, porque sabe que para eso tendría que convertirse, como él mismo afirma, en un hombre malo “y eso le echa mucho muerto encima a uno”.

Y como está seguro de que eso no es lo suyo, ya tiene planes para salir del negocio. Desea convertirse en ganadero. Se imagina en menos de dos años como el dueño de mil quinientas novillas y terneros, teniendo una vida tranquila, con la certeza de que nadie lo persigue y, por supuesto, quiere bajar de peso para poder lucirse sobre sus mulas, así como lo haría don Leonardo.

Ojos

Cuando llegaron a la casa estaban blancos. Blancos del polvo, blancos de cada pared que se caía con cada explosión, blancos de pensar en su vida. Quince niños en una misma casa, al lado de Telecom. Al frente estaba la policía. Salieron un poco más tarde que todos. Y cuando llegaron a la casa lo único que los hacía reconocibles eran los ojos limpios que se abrían y cerraban al verlos a todos, al sentirlos a todos.

La guerra

Todo fue como una película. La guerra de esa noche no destruyó su casa, las bombas no cayeron sobre ella pero más de uno grababa lo que quedaba de la esquina de la policía y de la Caja Agraria. Desde la casa se ve la gente más chismosa del pueblo. A las seis de la mañana la carrera tercera estaba llena y la casa hecha un ocho. Parecía que le habían vaciado baldes y baldes de escombros. Las escobas empezaban a limpiar, pero el dolor y la angustia no se iban. No sobró una agüita de manzanilla en la noche para poder dormir ya que, al cerrar los ojos, las balas y las pipas revivían la guerra de la noche anterior.

Sentada

Ese ruido… Cuando se derrumbaron los techos de las casas de al lado de la policía y de la policía misma, creyeron que se había derrumbado toda la escuela. El refugio que escogieron fue perfecto. Desde allí escucharon todo lo que estaba pasando. Doce adultos y dos niños quedaron atrapados en las antiguas instalaciones de la escuela Adriano Muñoz. Al lado del escenario que quedaba

en la parte de atrás de la escuela había un corredor por donde subían las personas a hacer presentaciones y estaba tapado por unas cortinas rojas grandísimas. Ese lugar fue su escondite.

Toda la noche escucharon cosas. Lo primero fue que la guerrilla estaba en el patio que también

que se quebraron los vidrios, que alguien oraba, sintieron los orines deslizarse cálidamente entre sus piernas y las lágrimas por las mejillas al pensar que la escuela estaba destruida.

Como un bramido de vaca se posó sobre sus cabezas el avión fantasma, el reflejo de las luces de bengala alcanzó a iluminarlos pero detrás de la cortina roja todo se quedó. Se bajaron del techo a disparar y apenas vino el avión se metieron a la escuela. Se volvieron a subir y volvieron a disparar. Toda la noche fue lo mismo. Toda la noche pensaron a qué horas se iba a terminar, y las horas pasaban lentas.

Al amanecer, cuando abrieron la puerta, la calle estaba llena de gente. Muchos civiles, mucha guerrilla. Las mujeres gritaban y los hombres con la camisa en la mano la tiraban al aire, contentos, celebrando su triunfo.

El carro rojo

El miedo de esa noche y el sonido de las balas no permitieron que Nancy abriera la puerta esa vez. El cliente de siempre, el que venía de La Plata, había llegado al pueblo y se había parqueado justo al frente del hotel, cuando empezó la debacle. Esa noche hubo hostigamiento y él llegaba con su familia al pueblo, de paseo. Era la primera vez que los llevaba, pero la suerte no jugó a su favor. La mamá, los hermanos y unos tíos permanecieron esa noche debajo del carro rojo, con frío, con hambre y con tiros zumbando sobre sus cabezas. A las tres de la mañana paró el traqueteo y se metieron a la casa de don Humberto.

Con la luz de las seis de la mañana, Nancy se asomó por la ventana y el carro rojo del cliente de La Plata estaba parqueado en la puerta de su casa. Con agua de panela para calmar el frío, el hambre y el miedo, fue la última vez que Nancy pudo atenderlo, porque nunca más volvió.

*Los nombres de los personajes han sido cambiados por la seguridad de los mismos.Esta es una versión corta de la crónica original publicada en el libro Huisitó, siete crónicas sobre una transformación, de la Editorial Universidad del Cauca.

Memoria colectiva en tiempos de conflicto

Voces de Silvia derrumbada

El libro Entraron a la casa relata algunas experiencias de habitantes de Silvia durante los años de las incursiones guerrilleras. Las cuatro crónicas que aquí se publican son otra muestra de una barbarie donde la población civil es la más afectada, pero que siempre tiene la entereza suficiente para levantarse. Reconocer estos hechos es vital si llega a concretarse un escenario de posconflicto.

estaba atrás de la escuela, al frente del escenario. Lo que se oía era que se bajaban a orinar y luego se subían por las paredes del patio y le disparaban al helicóptero. El helicóptero estuvo toda la noche suspendido sobre sus cabezas pero como había civiles no pudieron hacer nada. Después escucharon que se cayeron los techos,

Por Natalia Morales y Julián Gómez

Foto: Natalia Morales y Julián Gómez

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El hombre que confesó a sus compañeros no querer continuar la fase de erradicación en la que trabajaba, ese mismo que se negó en un principio a subir al camión que lo llevaría a continuar su labor en otro lugar y, finalmente, quien manifestó su deseo de regresar a casa, hoy está muerto. “Dios ya le tiene a cada uno su sentencia. Si a uno lo matan, lo hieren, se

cae o se daña, yo creo que es porque a uno le conviene”, nos cuenta con la pena y desaliento que le confiere a Luis Ordoñez hablar de Ricardo Suárez, su hermano menor por descendencia materna, quien en medio de un fuerte ataque de la guerrilla al camión donde se movilizaban más de treinta erradicadores, fue sorprendido con dos impactos de bala.

Estamos en casa de un amigo de Luis, aquella de paredes de adobe revestidas de cal, en La Manga, vereda del municipio de Almaguer al sur del Cauca, lugar donde nacieron estos dos hombres. Inicialmente Luis relata los acontecimientos con timidez. Poco a poco sus palabras son más fluidas. Sentado sobre una larga y grisácea banca de madera dice: “hoy en día todo es por la plata, todo se ve así, hasta un voto vale por interés, no por otra cosa, ¡por plata! Hay necesidad y la plata es la que manda”.

Retrocede en el tiempo y recuerda que Ricardo salió de su casa un día de junio de 2010, ¿Para dónde? No dejó diciendo. La independencia y autonomía frente a sus decisiones, lo caracterizó durante sus 26 años. “De eso nadie va a decir, eso de la erradicación es delicado. Por ejemplo, por aquí en un tiempo la guerrilla tenía todo esto minado. La guerrilla es muy viva en ese punto y a los que salen no les van a creer que uno se pone a coger café, en construcción o ayudante, a uno lo cogen en la mentira. Mejor dicho es un seguimiento y es más berraco un seguimiento de la guerrilla que del Estado”, asegura.

Ricardo fue un joven andariego que desde muy pequeño supo que por sus tierras veraniegas no llueve plata y quien creyó que no era necesario estudiar para ser grande en la vida. “Yo me voy a ir tal día, voy a ver si me prestan plata, a ver si consigo trabajo o sino hasta donde alcance a llegar con lo que tengo”, es una de las frases que Luis más recuerda de su

hermano, adolescente en ese entonces y que no terminó la primaria por falta de recursos económicos.

Sin embargo, la decisión de aquel año no fue la más acertada. Una tarde del mes de julio en las tierras soleadas de La Manga, una llamada exacerbó los sentidos de Luis.

—Le hablamos desde la empresa de Empleamos de Medellín. ¿Usted es el hermano de Ricardo?

—Sí. ¿Qué pasó?

—Lamentamos decirle que su hermano fue víctima de un ataque de un grupo guerrillero mientras era trasladado en su fase de erradicación. Él murió.

“Yo no conozco casi la lástima, la pena, pero a mí se me fue una lágrima y yo quedé mal. Me quise como salir de la razón, o sea del pensar, me dio muy duro”, cuenta cabizbajo y se prolonga el silencio mientras prima el silbido de los vientos en el lugar en que estamos.

Es mediodía, hace sol y desde lejos una tormenta parece acercarse a estas tierras, aquellas que no han sido prometedoras para la familia de Ricardo. Luis, quien habitó por muchos años esta zona, asegura que les afecta el prolongado verano teniendo en cuenta que es una zona cálida. “No hay intercambio, no hay nada. Si hay, tiene que comer uno, sino, ni comer alcanza. Por acá se siembra la mata de maíz, el fríjol, la yuca, el plátano, pero esas cosas no tienen salida”.

Las decisiones inesperadas de Ricardo obedecían a las precarias oportunidades de trabajo digno. “Por aquí es malo, aquí no da nada. A esta altura el jornal está valiendo seis mil pesos”, cuenta Luis, un campesino de aproximadamente 45 años de edad. Su mirada caída, su cuerpo desgarbado y sus manos con las cicatrices que dejan el vivir en el campo, muestran un hombre al que también le ha tocado una vida difícil. Este contexto fue la razón de la partida y hoy muerte de Ricardo, según Luis.

El fallecimiento de este hombre convirtió en una odisea la vida de Luis y su familia. Se inició una lucha por lograr que el Estado se hiciera responsable de su muerte, caso que ha tomado bastante tiempo y del cual aún no se tiene respuesta alguna. Luis, que ha pausado sus palabras y prefiere evitar la mirada hacia nosotras mientras describe cada situación que recuerda,

Más de 250 muertos en tres años

“Dios ya le tiene a cada uno su sentencia”

Por: Maricel Victoria Mamián, Mónica Sirley Meza y Rossy Chabelly Muñoz

La falta de oportunidades laborales lleva a campesinos de distintas regiones del país a emplearse como erradicadores manuales de cultivos ilícitos. Sin embargo, los riesgos que ellos corren son muy altos y en no pocas ocasiones ese trabajo se paga con la vida misma. El caso de Ricardo es apenas uno de muchos.

ha estado al frente de los trámites jurídicos. Curiosamente la muerte de Rodrigo no ha sido registrada en las cifras que el Programa contra cultivos ilícitos de Acción Social ha facilitado a la Procuraduría General de la Nación. Él no hace parte de los 255 erradicadores que perdieron la vida realizando su trabajo entre 2008 y 2011.

Cuatro años después de que se interpusieron acciones judiciales la familia de Ricardo solo ha logrado respuestas evasivas de los abogados que se ofrecieron a llevar su caso por el 35 por ciento del total de la demanda. Estos abogados tienen a la familia de Ricardo en incertidumbre. “Yo no creo en los paisas, ellos tienen mucha mentira, mucha carreta”, dice Luis mal humorado frente a las constantes respuestas. “Los abogados dicen que el proceso va bien. Primero me dijeron que investigara en el juzgado once, esto fue hace más de un año. Después en el juzgado 43 y ahora días en el juzgado 13”. Otra de las respuestas la tuvieron en noviembre de 2014: “lo sentimos, no hemos avanzado porque el paro judicial se prolongó. Desafortunadamente el proceso está estancado”. Hace poco le dijeron que averiguara por internet, pero él nunca ha usado un computador y prefiere ser reservado antes de pedir la colaboración de alguien.

Luis nunca imaginó que su hermano terminaría arriesgando su vida de esa manera. La costumbre de su frecuente ausencia había generado poca preocupación. Un abrazo y un “hasta luego” se volvía usual a medida que Ricardo crecía. El quinto hijo de la “gallada”, vivía de coger café, de labrar los campos, de contratos en fincas e incluso de raspar coca. Osvaldo, su primo y quien lo invitó a erradicar, señala que en una de las temporadas en las que Ricardo vivió en el Huila tenía su propio cultivo de coca. “Era pequeño pero lo tenía bien cuidado”, dice. “Los muchachos de diez años se van por el lado que sea; si encontraron la suerte de raspar coca, se van a raspar, eso no es tapado para nadie, se ve en toda parte y hay gente de todo lado, no es de aquí no más”, agrega.

Entre esos años de andar vagando por horizontes desconocidos, dejó registro en El Plateado Argelia, partes de Nariño y duró mucho tiempo en Madrigales, una zona de Neiva. “Él venía y nos dejaba plata porque la situación económica acá estaba mala, nos dejaba mercado, él compraba ropa a la mamá, él siempre nos colaboró mucho”.

La estadía de Ricardo en Neiva había terminado. Una nueva oferta laboral lo destinaría a Antioquia, de donde no regresó con vida. Mientras

la familia sigue a la espera de que el Estado asuma su responsabilidad, los abogados dicen que el proceso puede demorar de 10 a 15 años. Sin embargo le advirtieron a Luis que los dejara trabajar tranquilos. “Hablé con el abogado en noviembre y me dijo: cuidadito con ponerme apoyo por otro lado, no me vaya a poner trancos, porque ahí nos jodemos”. De este modo, la familia del joven fallecido sigue esperando respuesta a esa demanda que prometía mitigar en algo la pérdida de su hijo.

La muerte lo encontró en tierras ajenas y cortó las alas de este viajero que por alguna premonición no quería terminar lo que había empezado, pues expresó varias veces el deseo de regresar a casa. Ahora su familia evoca al joven y continúa su vida con un ritmo más lento. Su mamá desde hace meses se recupera de una cirugía por una enfermedad que ha acabado con gran parte de su dinamismo. Luis, quien nos cuenta esta historia, se dedica

a labores del campo, siempre a la espera de un nuevo contrato. Él vive con su madre en una vereda de Timbío y cada que puede regresar a La Manga no deja de pasar por el lugar donde hoy está sepultado su hermano.

Foto: Raúl Arboleda / AFP

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A Yeison, Efrén, Diyer y Balbino los asesinó la Unidad Operativa del Grupo Gaula de Córdoba en el 2007. Los militares los habían hecho pasar como delincuentes abatidos en combate o como narcotraficantes. Pero no fue cierto: eran cuatro jóvenes de Popayán que habían viajado hasta el departamento de Córdoba en busca de trabajo.

Todos fueron ultimados a sangre fría.

Con operaciones o misiones tácticas falsas. Los dos primeros, Yeison David Idrobo y Efrén Darío Chantre, eran un par de jóvenes amigos que habían crecido juntos en el barrio Los Campos de la ciudad de Popayán. Los dos fueron asesinados el 7 de septiembre en una finca llamada El Brillante, ubicada en el municipio de Los Córdobas, en el departamento de Córdoba.

Por una coincidencia inevitable del destino murieron bajo la misma misión táctica: Saturno 27, enmarcada bajo la orden de operaciones Ébano, expedida por Julio César Parga Rivas, Comandante del Grupo Gaula. La misión, compuesta por 25 hombres y comandada por el capitán Alexander Parra González,

tenía como fin neutralizar bandas criminales al servicio del narcotráfico, pero acabaron con la vida de los dos jóvenes.

Efrén, recibió un impacto a la altura del hombro izquierdo. Otra bala se insertó por el lado derecho de su espalda y se fue en línea recta hasta salir por el lado izquierdo. El último disparo, atravesó la parte interior del bíceps derecho. Al segundo sujeto, Yeison, un proyectil le atravesó el cuello. Otra bala llegó hasta su pecho, unos centímetros más arriba de su corazón, y una más atravesó su cuerpo desde la parte superior de su glúteo derecho, hasta encontrar la salida en la pelvis. Las consecuencias para ambos fue una hemorragia incontrolable que les ocasionaría su muerte.

Diyer Varona Valencia no corrió con una suerte distinta. Amigo de Efrén y Yeison tuvo su trágico final en la misma finca donde ellos perdieron la vida, El Brillante. Diyer fue asesinado en desarrollo de la misión táctica Orión 31 el 7 de octubre de 2007 por algunos de los mismos hombres de la Unidad Operativa del Grupo Gaula, una semana después

de que viajara hacia Córdoba. Una bala lo habría impactado en el centro de su espalda, saliéndole por la parte derecha de su abdomen. Algunos expertos dedujeron que por la forma como había quedado el cuerpo, Diyer, antes de morir presionó su herida para tratar de impedir una hemorragia, pero estaba débil. Cayó de bruces con las manos sujetando su estómago, sintiendo cómo se desangraba. Fue reportado por los miembros del Gaula como “delincuente dado de baja en combate”.

El último en morir fue Balbino Arley Gómez. A pesar de que no tenía un lazo fuerte de amistad con los otros jóvenes, sí los conocía. Balbino murió en Puerto Escondido, Córdoba, en la misión táctica Orestes 36, trece días después del asesinato de Diyer. Según varios expertos forenses, Balbino trató de arrastrar su cuerpo para salvar su vida, pero no lo logró. Sus brazos estaban fracturados y su cuerpo, ya débil por la cantidad de sangre que había perdido, no le permitió huir del acecho de la muerte.

Recibió cuatro impactos: uno en

cada brazo, otro bajo el pectoral derecho y otro más bajo el pectoral izquierdo, que fracturaron varias de sus costillas y perforaron sus pulmones, ocasionando una muerte lenta y dolorosa, debido a la falta de oxígeno que necesitaba su cuerpo y a una grave hemorragia que aceleró su fallecimiento. Balbino murió el 20 de octubre de 2007, un día después de que saliera de Popayán.

Las madres de las víctimas

En la mañana del 10 de junio de 2008, ocho meses y medio después de que los jóvenes se hubieran marchado de Popayán, Ana del Socorro Valencia, madre de Diyer Andrés, se estremeció cuando sonó el teléfono de su casa. Una voz femenina le preguntó si se encontraba en ese momento su marido o su hijo mayor: “necesitamos decirle algo”.

Ana estaba sola. Hubo un silencio del otro lado de la línea y una leve respiración que adelantaron la noticia que ella había tratado de evadir durante varios meses: “lo sentimos, su hijo está muerto”. Un lamento desgarrador recorrió la casa

entera. Gritos de dolor la invadieron hasta el punto de llevarla a la pérdida de conciencia, provocando que su cuerpo inerme se desplomara sobre la tierra.

Cerca de las 9.30 de la noche, mientras Gladis Omaira Hoyos, madre de Yeison Idrobo, descansaba en su casa, alguien tocó a su puerta. No se atrevió a levantarse, así que desde la cama preguntó quién era. “Encontraron a Diyer… está muerto”, le respondió la voz que no logró identificar. Casi adivinando lo que sucedía, salió de inmediato de su casa hacia la de Ana. “Claro, donde estaba Diyer, estaban todos”, recordó en medio de lágrimas.

A Luz Nelcy Rivera, la madre de Efrén Darío, le llegó la noticia mientras trabajaba en uno de los centros comerciales de la ciudad: “dicen que Diyer apareció muerto”, le comentó una de las amigas. No hubo necesidad de preguntar por la suerte de su hijo, ya presagiaba el desenlace. Supo que ya estaba muerto. Olga Lucía, la mujer de Balbino, se enteró que junto a Diyer había tres cuerpos más reportados como N.N. Hasta el último momento guardó la esperanza de que ninguno de ellos fuera su marido, pero fue inútil: él también había sido asesinado.

El 24 de mayo de 2009, dos años después del asesinato de los jóvenes, los cuerpos llegaron a Popayán luego de una ardua labor de sus familiares y amigos por trasladarlos desde Montería, Córdoba, hasta Popayán.

Irregularidades en las operaciones

En las tres misiones tácticas nunca existió una confrontación armada. Fueron falsos combates. El mismo Comandante del Grupo Gaula, Julio César Parga Rivas puso en evidencia una serie de irregularidades sobre los supuestos enfrentamientos, al mencionar (en una indagatoria realizada en el mes de julio de 2011) que el trabajo de uno de sus capitanes al mando “era calentar la zona, lo cual, en coordinación con la Red de Cooperantes, se debía hacer una semana antes del día de los hechos para generar un imaginario colectivo de inseguridad”.

A esto se le suma otra serie de hechos que dejan en duda los combates. Por ejemplo, para el caso de Saturno 27 (operación donde murieron Yeison y Efrén), algunos expertos afirmaron que, desde la supuesta posición de combate en la que estaban (militares en la parte baja de una montaña, jóvenes en la parte alta), por la forma como entraron

las balas en los cuerpos de Efrén y Yeison, era algo casi imposible, pues al analizar las trayectorias de los proyectiles, se concluyó que los jóvenes jamás habrían podido ser impactados como lo relataban los militares.

Con el estudio de las trayectorias, según expertos en la materia, se podría suponer que los hechos sucedieron a una misma altura. Que los militares perseguían a los jóvenes y que éstos fueron impactados en

plena persecución. Nunca hubo combate, sino, como lo dijo uno de los Fiscales que investigó este proceso: “una cacería”, de la cual fueron víctimas Efrén y Yeison.

Sobre las circunstancias de la muerte de Balbino también existen dudas. Solo por mencionar una, se encontró que Parga Rivas autorizó que la Misión Táctica Orestes 36 iniciara el 18 de octubre de 2007.

Sin embargo, el Comandante de la Unidad Operativa para esta misión, Wilmar Criollo Lucumí y el soldado profesional Alfonso Pineda Doria, dijeron ante miembros del CTI y la Fiscalía, que la operación tuvo comienzo un día antes: el 17 de octubre, es decir, que esta operación podría ser un intento tardío por legalizar las muertes.

Entre tanto, lo que deja en evidencia la irregularidad en el asesinato de Diyer Andrés, parte de las descripciones hechas por el Fiscal de turno URI y el funcionario de Policía Judicial que levantaron

el cadáver. Con las descripciones, según forenses, se podría deducir que a Diyer le dispararon por la espalda, a la altura de la zona lumbar y “no sería probable que en una posición típica de combate se logre un tiro con esas características de trayectoria”, aseguraron. De los militares involucrados

A pesar de que está en manos de la justicia determinar cuántos militares en total estuvieron involucrados

en estos hechos, es posible hablar de dos personas relacionadas de manera directa.

El teniente Wilmar Criollo Lucumí, era una de las fichas claves de esta historia para esclarecer los hechos, pues participó en todos los asesinatos. Sin embargo, meses después de que se abriera el proceso contra los militares, sucedió algo que aún hasta la fecha no se ha podido

aclarar. Criollo Lucumí perdió la vida el 6 de marzo de 2009 en un campo minado, después de que fuera trasladado al departamento del Meta, a un sector conocido como Caña Brava, jurisdicción del municipio de Vistahermosa. Murió después de rendir indagatoria, abrírsele investigación y seguir con sus funciones militares.

Entre tanto, Julio César Parga Rivas, quien se desempeñaba como Comandante del Grupo Gaula de Córdoba, afirmó en una indagatoria, que la práctica de reclutamiento de personas para convertirlas en

Detalles de los “falsos positivos” en Popayán

Un clamor contra la impunidad

Por: Harold Ordóñez, Omar Eduardo Galvis

y Andrés Córdoba

Si de no perder la memoria se trata, debe contarse una y otra vez la historia de los jóvenes de la comuna siete de Popayán que fueron asesinados por miembros del Grupo Gaula de Córdoba. La investigación periodística reveló detalles de unos asesinatos a sangre fría que, junto a otros similares, indignaron al país. La reedición de esta crónica es una forma del recuerdo y un homenaje a los inocentes caídos.

víctimas asesinadas en combates ficticios, se había masificado. También mencionó que “no sabía de dónde sacaban a las víctimas, porque estas eran conseguidas por la Red de Cooperantes”.

Finalmente, Parga Rivas aseguró que los cooperantes llevaban a los tipos bajo engaño hasta el sitio de los hechos, a la vez que la patrulla estaba realizando maniobras de búsqueda y provocación dentro de la misión. “Lo anterior para mostrar que la patrulla fue hostigada de diferentes sitios para que hubiera una reacción y poder justificar la utilización de los fusiles y dar las bajas. Pero ese hostigamiento nunca existió, porque ya habíamos coordinado desde antes llevar las víctimas a ese sitio.”

En el 2015 se cumplieron 8 años de haberse iniciado esta historia, 8 años de impunidad, y todavía los familiares y los amigos de las víctimas esperan que el Gobierno Nacional responda por lo que sucedió con las víctimas. Los cuatro payaneses partieron en busca de empleo para

mejorar su vida, pero lo único que encontraron fue un destino que estaría marcado por la muerte.

Foto: Julio Romero

Foto: Archivo

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Un pueblo de desconocidos

Por lo general, en los pueblos todas las personas se conocen. Éste es un poco diferente. A primera vista es un pueblo cuyos habitantes no se conocen entre sí, no conocen algunos lugares, no dan razón de nada. Pueden estar parados en el barrio que se busca pero ellos no saben nada, no lo conocen. ¿Extraño, no? Luego de algún tiempo es posible entender. Ellos sí saben dónde está este barrio y aquel también, quizá no conozcan a toda la gente, pero sí tienen idea de quién se habla. Pero callan. Seguramente porque no quieren meterse en problemas y no quieren meter en problemas a los demás. La seguridad ante todo.

Llegar allí y buscar información siendo un total extraño es bastante difícil, teniendo en cuenta que es un lugar que ha sido golpeado innumerables veces por el conflicto armado. Y más si se busca a una persona. ¿Por qué la buscará? ¿Qué habrá hecho? ¿Éste quién será, de los buenos o de los malos? Supongo que eso pensaban las personas a quienes se les preguntaba.

Debe ser algo normal que la gente viva con cierta desconfianza, paranoia, dirían algunos. Pero no es para menos cuando casi a diario escuchas una explosión, tiros, ruido de guerra. Pero caminar con incertidumbre, con desconfianza, no solo es por parte de ellos, también es por parte de los visitantes. Y mucho más con lo que se escucha en la radio: “Se acaba de presentar un atentado contra una patrulla en un municipio del Cauca, hasta ahora no se sabe el número de heridos ni si existen víctimas fatales. Más tarde en nuestra emisión de noticias ampliaremos los detalles. Ésta es una noticia en desarrollo”.

Necesitaba ir a hablar con una persona que ha padecido en carne viva la violencia, esa que no ha cesado desde hace 60 años en el país. La búsqueda de su vivienda fue algo difícil. “Preguntando se llega a Roma”, eso dicen, pero a la casa de doña Aurora, no. Llamadas telefónicas, una tras otra, para llegar a una ubicación en un lugar desconocido.

Le iban a preguntar de su vida, así que necesitaba estar cómoda. Su cuarto fue el lugar escogido para iniciar una conversación, para hurgar dentro de la memoria lo que no se debería recordar y que es imposible olvidar. Primer personaje, primera historia, primer relato.

Era necesario volver. Un solo día no basta para despejar todas las inquietudes, mucho menos si después de eso se va a escribir. Una segunda entrevista llenaría los huecos que no se llenaron, los espacios libres. Pero volver no solo sirvió para eso, alguien más aguardaba para abrir su corazón a unas extrañas que tocarían a su puerta. ¡Mentira! No tocaron, puesto que como era de pensar, no hallaron la puerta. Así es, no encontraron la casa porque como preguntando no se llega a la casa de doña Luz, preguntando tampoco se llega a la casa de doña Norma.

“Y ¿dónde preguntaron? ¿En la tiendita?” Si, en la tienda, al señor de la esquina, a un joven que iba en una moto y que no era del pueblo, a un niño que no respondió, a un señor que no sabía y llamó a su hija de unos diez años aproximadamente y que dio razón, y a unas vecinas suyas que estaban en la puerta de sus casas y dijeron “es ahí, pero no está”.

Ha de ser una buena forma de cuidarse entre ellos, vivir entre conocidos que te desconocen frente a un extraño. Así toca. “Los de la tienda, ahí me conocen pero yo les he dicho que si me preguntan digan que no saben de mí.”

Ya era momento de iniciar la entrevista, pero ella no se animaba, estaba temerosa. Había que

generar un clima de confianza. Entendiendo que no era fácil recordar lo que duele tanto, lo que marca para toda la vida en el corazón, en el alma y en la piel. El inventario de la entrevista: conversación de lo ocurrido, lágrimas, reflexiones, añoranzas y deseos.

Son personas fuertes. Son héroes de la vida que no se han dejado vencer por las dificultades, por los ataques, por las pérdidas. Siguen de frente su rumbo luchando por esta vida que ruedan. Sobre sus cuerpos y mentes llevan un gran peso, el de la tristeza, la ausencia, el silencio, la indiferencia. Ríen y lloran, se levantan, sueñan. Tienen viva la esperanza, algunos, de volver a donde los sacaron, otros de rehacer su vida en un lugar distinto.

Cuando uno se va de este pueblo, tan parecido a otros afectados por la violencia, no puede dejar de pensar en las historias que le contaron. Son historias que se repiten, son ‘comunes’, todas parecen estar ligadas pero son muy diferentes unas de otras por la complejidad de sus acontecimientos. Son universos distintos, aunque se parezcan.

Buscar a alguien en un lugar azotado por la violencia es una odisea. Cómo llegar se convierte, entonces, más que en una pregunta, en una proeza donde el periodista debe derrotar los miedos, las paranoias y las desconfianzas de los otros porque él es un extranjero en una geografía de interminables estremecimientos. Se debe golpear y golpear puertas cerradas para poder reconstruir una historia.

Por: Isabel Jalvin, Jennifer Pisso, Johana Rojas y Diego Reyes

Historias de víctimas del conflicto en El Tambo

Pero callan. Seguramente porque no quieren meterse en problemas y no quieren meter en problemas a los demás.

Foto: María Fernanda Restrepo

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Testimonio de Marina Conde, campesina originaria de China Alta, Ibagué, quien fue testigo de la violencia bipartidista de los años cincuenta. Ella cuenta sus vivencias y recuerdos de cómo fue este lugar en aquellos tiempos.

Entonces cuando nos fuimos de allí, pa’ allá… El alto de Paramillo, por allá fue donde cogimos. Pa’ Belleza nos fuimos. Mire, nos metimos por ese filo, ahí en este altico, mire, vea. De allí nos metimos a la montaña y llegamos a Belleza. Allá fuimos a dar, porque nos dieron posada en un ranchito ahí en el camino. Y de ahí nos fuimos para El Salado y allá se revolcó más, y ahí fue donde el viejo ese se robó a mi hijo.

Yo soy hija de Adolfo Bonilla, nacido acá en la China. Mi mamá también era de aquí de la China y se llamaba Herminia Conde. Y por eso fue lo que pasó porque mire que yo ni sabía cómo era que me llamaba. Me decían ‘Pelusa’ de chiquita y cuando bautizaron a mi hijo dijeron que era Marina y no sabía que era Laura Marina. En la partida de bautizo dice Conde Bonilla y nadie sabía y el viejo dijo que mi apellido era Bonilla; por eso mi hijo

no tiene mi primer apellido. Voy a cumplir el 8 de junio próximo, setenta y ocho años.

La escuela era de tabla, donde estudié yo. La escuela San Rumaldo, y todas las casas eran de barro y palo. El puente sí ha existido toda la vida, desde que era niña lo conozco, porque ese lo hicieron esa gente, una gente de por allá, yo no me acuerdo cómo es que les decían… gringos. Y… después de que se lo llevó el río ya lo hizo la gente. Ah, antes esto era solo montañas, solo montañas. En ese tiempo casi no había café. Había sembrado era plátano, yuca, maíz, y fríjol, en la parte alta. En la parte más baja era puro cañaduzal, las ramadas, y ganado, ganado.

Y de matanzas habían era cuatro al mes. Unos mataban res, otros marrano. Y los sábados era puro pan de queso donde allá una señora Chepa, abajo en el puente ella hacía y vendía. En ese tiempo era mucha mazamorra. Había pilón pa’ pilarla y ese aguamasa era la mazamorra.

¡Ole! Deje quieto ahí, ¡vaya por el queso!

En ese tiempo, oiga, a las siete de la noche ya estaba uno por ahí echado. Cómo le parece que no había ni esponja pa’ lavar la loza, eso era con un poquito de arenita y ceniza lavando ese poco’e ollas pa’ blanquearlas. La ropa sí era caqui y blanca, unas botas ‘rotondas’ grandotas y alpargatas de fique. Y el metro era un cordón. Aminta González era sí una modista, oiga, muy buena. Ella vivía ahí en una casita por ahí por ese altico que se ve. Las camas eran una horqueta aquí, otra allá, y una esterilla y un costal, o unos juncos que se hacían por ahí de una mata. ¡Y eso se le metían las pulgas! La primer casa que hubo fue después del puente, de las de bloque. El fogón sí era de piedras, tres piedritas, una acá y la otra por acá y la otra aquí, y ollas de barro, grandes, pequeñas, como fueran. El fríjol, antes usted tiraba el fríjol en la montaña, ¡en el monte! Y

luego usted esperaba y mochaba ese rastrojo y ahí ya el fríjol amarraba.

Antes uno dejaba las puertas abiertas porque quién venía. Ya cuando llegó la pajaramenta de Lisboa, de Anzoátegui, entonces ahí debajo del rancho mío, por allá del cañón abajo es que fueron llegando. Eso acá en las votaciones la gente se mataba por ir por allá a Lisboa a votar, o a Ibagué. Y se gritaban a la madrugada para que se fueran en junta. Y eso acá era mucho liberal y pues conservador pero se llevaban bien. A las dos de la madrugada gritaban que ya nos vamos. Y luego se empezaron a matar. Eso empezó acá cuando mataron a don Demeterio Ladino y Daniel Mendieta, y a este señor Aníbal Lasso. Yo tenía unos, mi hijo ya iba pa’ los dos añitos. Los pájaros, les decían en ese tiempo. Eso le tocaba a uno dejar todo ahí botado. ¡Ah, llegaban en el día o en la noche! Por allá arriba quemaron un poco’e casas y y cerraban las

puertas y tenga. A los muertos los cogían y los tiraban por allá por el alto al río para que se los comieran los chulos. Los mataban a pura bala y machete. A unos familiares míos los amarraron y les dieron culatazos y machete en los brazos. Arriba los mataron, por donde los Rivera. Rosalía Rivera, me acuerdo. Con la Violencia sí todo mundo a correr pa’ Ibagué; esto quedó solo. Nosotros nos salvamos porque como vivíamos arriba, el viejo ese y Laureano, guapezas, salieron corriendo y a nosotros nos dejaron puallá botadas, con Aminta y todas nos alistamos y nos fuimos con el macho, con Pitirri, y ahí cogimo la montaña pa’ Belleza. Ahí de arrimados solo hacíamos comida.

De ahí, pues, ¡ah no! De ahí cuando el viejo se llevó a mi hijo ahí fue cuando mi hermano me llevó para donde está haciendo el sol de allí de pa’acacito, a la finca de los Cumbariza. Eso es la propia China Alta, y luego sigue Ancón, la

finca La Ibaguereña; eso es muy frío. Mi hermano Antonio era casado con Virginia Cumbariza, yo ahí iba para los diecinueve. Me fui a lavar y me enseñaron a leer.

De ahí me enamoré con el hermano. Y en la Violencia, cuando ya se rebotó todo esto ya sí hasta lo más adentro se fueron todos y nosotros nos fuimos para el Huila, a Algeciras. Y allá la guerrilla me quiso llevar a mí con otras de guisanderas, ahora le dicen de empleada. Me pagaban un peso diario. Ya luego nos regresamos porque estábamos muy mal.A uno le decían era que si uno quería ser la novia de él, que uno le gustaba mucho. No le echaban a uno flores ni nada, solo le preguntaban

a los otros que cómo hacían para conquistar a una muchacha y ya. Le tiraban a uno piedritas y listo. Hubo uno que le tiró una piedra a una vieja pa’ conquistarla y la tumbó, jaja, tonto bruto ese. Y volvimos porque el hambre era muy berraca y acá nos metimos, y ya luego empezó lo de la guerrilla y el ejército y eso. Uno les ayudaba a la guerrilla, la chusma, porque como éramos los mismos. Yo no les ayudé porque ¡no! Yo no tenía nada, qué les iba a dar. Eran un tal ‘Cartucho’, hijo de Heliodoro Barrero y otros ahí, como cinco. Yo vi esas bombas que hacían porque pues como eran los conocidos. A Helí Bonilla, el comandante de por acá yo lo conocí, si su hermana estudió conmigo y trabajó con el viejo ese. Se llevó a mi hijo y después de tanta cosa yo sigo viviendo en la China y él me encontró acá.

La vieja pielde La China

Historias de vida de la Violencia

Por: Julián Pérez Lizcano

Foto: Archivo Foto: Julián Pérez

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¿Que cuántas tomas guerrilleras ha sufrido La Cruz? Ya nadie recuerda. No hay un registro que lo diga. Unos dicen que han sido por lo menos tres y otros dicen que han sido seis. ¿Que cuántas veces fue la guerrilla de las Farcy cuántas veces la del Eln? Eso es aún más difícil de saber. Sin embargo, les contaré cómo fue la primera toma. Esta vez sí fueron las Farc.

El 23 de enero de 1992 fue un día como cualquier otro en La Cruz. Las calles poco transitadas, la enorme plaza vacía, el frío de un pueblo a 2.370 metros de altura. La misma rutina de un pueblo encerrado en montañas.

Llegaron las horas de la noche, trayendo la misma rutina pero a oscuras. De repente ¡bang!: desde el barrio Santander Alto un disparo marcó la historia. Y el bang se duplicó y cuadriplicó, por cien y por mil. Las balas que salían desbocadas de los fusiles iban a enterrarse en las paredes de la estación de policía y la alcaldía que funcionaban en una misma construcción. Serían las siete de la noche.

La policía desesperada trataba de establecer comunicación para pedir refuerzos, pero en vano lo intentaron, la guerrilla había cortado la comunicación telefónica.

Mientras unos guerrilleros seguían disparando a la estación, y los pocos policías trataban de defenderse, otros tantos entraron por la plaza y caminaron tranquilamente, como si estuvieran en su territorio, como si no tuvieran nada que temer. La gente asombrada miraba desde las ventanas y los más osados desde las puertas. Mucho se había hablado de la guerrilla en la zona, pero jamás se había visto a la guerrilla bajar al pueblo tan campante, tan segura.

No era miedo lo que invadía a la gente, era una sensación extraña, una mezcla de curiosidad y asombro.

Los guerrilleros se encaminaron al Idema, el

cual quedaba a una cuadra de la plaza, y entonces hicieron algo que nadie se esperaba, algo para lo que nadie se había preparado: abrieron las puertas. Y al hacerlo, empezaron a gritar a la gente a que fuera por lo que había adentro, que tomara lo que necesitara, que todo le pertenecía al pueblo.

Con recelo en principio, la gente salió de sus casas temiendo estar cayendo en una trampa, pero luego se dio cuenta de que no lo era, que se podía entrar al Idema y sacar de allí los alimentos que faltaban. El Idema se fue llenando de gente y se fue vaciando de alimentos.

Nadie hizo caso a los disparos, nadie vio en los guerrilleros a los forajidos que el noticiero pintaba.

Mientras el cabo Carlos Zambrano caía muerto, los guerrilleros seguidos ya por una gran cantidad de gente caminaron hasta el almacén Central de don Miguel Rebolledo, que estaba ubicado una cuadra hacia el norte de la plaza principal. Y pasó de nuevo: abrieron las puertas, incitando al pueblo a que tomara lo que necesitara, gritando su lema a boca llena, diciendo que ellos eran del pueblo y buscaban la justicia social, la igualdad y la equidad.

La gente se abalanzó sobre la mercancía, ollas, zapatos, relojes, joyas, tubos, cemento, neveras, estufas, ropa, bicicletas, perfumes, balones, televisores, asientos, mesas, grabadoras, libros, colores, maletas, cobijas, sábanas, chapas. Todo se lo llevaron. Cada vez era más y más gente buscando llevarse algo y lo que no se podían llevar lo dañaban: quebraron vajillas, vaciaron botes de pintura, quebraron vidrios. Al final, reunieron todo el papel en la calle, y prendieron fuego. Allí arrojaron todas las facturas del almacén, todas las letras de cambio que certificaban las deudas que tenían con don Miguel, y el fuego todo lo consumió. El almacén quedó prácticamente vacío y lo que quedó, estaba destruido.

Pero esto no fue suficiente, subieron media cuadra a la derecha hasta la casa de don Miguel y también abrieron la puerta. Para qué repetir lo que hicieron si fue lo mismo que con el almacén. Lo único que no se llevaron fue lo que no pudieron pero esto lo destruyeron.

Exactamente igual pasó con el almacén de doña Lola, que quedaba unas pocas casas más abajo.

De todo, los guerrilleros solo se llevaron a siete policías, porque de los almacenes no tomaron nada.

La guerrilla se retiró entre gran alboroto y algarabía.

Fin del primer acto.

Apéndice:

Don Miguel Rebolledo era el hombre más rico de La Cruz Nariño. Horas antes de la toma, los guerrilleros lo llamaron para pedirle una cantidad de dinero. Cinco millones en ese tiempo. Don Miguel se negó a darlos, diciendo que no se iba

a dejar amedrentar. Se calcula, que las pérdidas que sufrió ese día ascendieron a los cien millones (en ese tiempo).

Don Miguel después de esto se fue para siempre de La Cruz, ahora vive en Pasto. El almacén Central sigue aquí pero no es ni la quinta parte de lo que fue. Ahora lo maneja un hermano

suyo. Él se llama Fabio Rebolledo. Si vienen a La Cruz, y quieren conocer el almacén, es mejor que no pregunten por el almacén Central, sino por el almacén de don Fabio Rebolledo, famoso porque todo el pueblo sabe que “aquí no se hacen rebajas”.

“Aquí no se hacen rebajas”

Por Yolanda Ordóñez Bravo

Relato de una primera vez

Más que miedo, fueron curiosidad y asombro lo que sintieron los habitantes de la Cruz Nariño cuando en enero de 1992 las Farc se tomaron el pueblo. Las escenas de aquella noche pusieron en el plano de la realidad cotidiana la figura de los subversivos. Detrás de ellos, una turba se dejó llevar por el delirio.

Foto: José Navia

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Tengo un sueño recurrente. Sueño que estoy en un lugar lejano, que camino entre árboles, que subo una montaña y que alcanzo a ver un hermoso paisaje desde arriba. Veo la cordillera, veo las nubes que se desplazan lentamente, veo un río que atraviesa las montañas. Escucho un gallo, parece que es muy temprano. Escucho los pájaros que agitan sus alas y vuelan muy alto. Escucho los murmullos de la naturaleza. Así debe ser el paraíso del que tanto habla mi abuela. ¿Será que estoy muerta?, me pregunto a mí misma un poco nerviosa. En medio de mi soliloquio escucho truenos, parece que la naturaleza quiere alzar su voz. Un día me dijo un indígena que el páramo se manifiesta, que si no te quiere te manda mucho viento y lluvia, te expulsa. No sé por qué recuerdo esas palabras en este momento. Quizás los truenos me están pidiendo que me vaya, quizás el páramo no me quiere cerca. Ya no tengo nervios de estar muerta, ahora tengo la angustia de morir.

De repente despierto. Ya no escucho los truenos, tampoco los pájaros ni el gallo. Abro los ojos y no estoy en un lugar lejano, estoy en mi habitación y escucho el ruido de los carros que entra por mi ventana. Otra vez soñé con el paraíso, otra vez me desperté angustiada. Me levanto, enciendo el televisor para escuchar algo distinto a los carros, para no escuchar los murmullos de la ciudad, y también para sentir compañía. Están dando las noticias: “Civiles muertos por enfrentamiento entre Ejército y guerrilla”, “El miedo a las balas aleja a los niños de las escuelas”, “Temor por artefactos explosivos en carretera”… Muertos y más muertos. Temor y angustia, como en mi sueño. Pero esto no es un sueño, vivo en un país en guerra.

Para los indígenas la madre naturaleza es un ser que se manifiesta, que envía lluvia para las siembras, que recompensa a los pueblos que son buenos con ella. Pero también se enfurece si la agreden, y acaba con todo si no se respetan los lugares sagrados, si se irrumpe para hacer daño. Por eso lo del páramo, por eso el páramo expulsa a los intrusos que se asientan en las montañas para perpetrar desde allá combates.

Nuevamente estoy soñando. Escucho disparos. Ya no creo que me vaya a matar la naturaleza, ahora estoy segura de que si muero será por la violencia del hombre. La naturaleza los quiere expulsar de sus montañas, por eso envía truenos y relámpagos. Se empieza a desprender un torrencial aguacero. Llueve tan fuerte que el río se está desbordando. Mientras, yo busco algún refugio. Pero no hay nadie cerca, estoy completamente sola, como en mi habitación, sola en medio de las montañas, bajo la inclemente lluvia y en medio de un combate. Al parecer ahora sí estoy muriendo.

De repente, alcanzo a ver un gorrión volando. No puedo creerlo ¿cómo es posible que haya

un gorrión volando en medio de esta lluvia? El gorrión se acerca y se posa en una rama, una de esas que el viento está a punto de partir.

Y así, como si nada, empieza a mermar la tormenta, ya no se escuchan disparos, y veo el sol salir. Me despierto. Enciendo el televisor, y nuevamente están dando las noticias, pero esta vez hay un titular distinto: “Se ha firmado el acuerdo de paz con la guerrilla”. Y yo que pensaba que únicamente las palomas blancas podían traer la paz. Quizás la paz no sea la paloma que imaginamos, quizás llegue en forma de gorrión, tan pequeña y frágil que tendremos que aprender a cuidarla, para que borre las tormentas, para que salga el sol.

Un SueñoNathalie Colorado Franco

Ilustración: Eduard Mamián