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  • 7/25/2019 CHEVALLIER, Jean Jacques, Burke (1729-1797) o el desquite de la historia Ensayo de sntesis, 1960

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    BURKE (1729-1797) O EL DESQUITE

    D E L A H I S T O R I A

    (ENSAYO DE SNTESIS)

    INTRODUCCIN: D E VICO Y MONTESQUIEU A BURKE

    El siglo XVn haba sido fundamentalmente antihistrico, mien-

    tras que el XIX quedar como el siglo de la historicidad. A este

    respecto puede decirse, anticipndose y despreciando a la estric'

    ta cronologa, que el siglo XIX comenz en 1790 con las Refle-

    xiones

    de Burke sobre la Revolucin francesa.

    Burke tena una deuda, en cierto modo negativa >un gran

    vaco pasional que llenar frente al escepticismo de Hume. Pero,

    hemos de insistir aqu sobre su deuda, positiva, frente a Montesquieu

    y de recordar las enseanzas de J. B. Vico, el gran italiano, casi tO'

    talmente desconocido, cuya Ciencia Nueva, aparecida en 1725,

    haba sido como un desafo intil lanzado prematuramente a un

    siglo incomprensivo. Burke, impulsado exclusivamente por su ins^

    tinto, acepta victoriosamente de nuevo, a favor de las circunstan-

    cias,

    este reto de Vico: de este modo el desquite de la historia

    a travs de Burke es para empezar el desquite inesperado de

    Vico que crea haber lanzado su obra en un desierto.

    M ontesqu ieu, con gran disgusto de sus amigos filsofos qu e

    despreciaban el pasado sin luces y estaban deseosos de simplifica'

    cin, haba testimoniado un vivo respeto a la abundante masa de

    hechos y leyes transmitidos por la historia. Haba buscado y haba

    credo encontrar en su infinita diversidad, en su caos aparente un

    orden racional y, si es que puede decirse, relacional. Haba puesto

    al da un majestuoso sistema de relaciones, de vnculos, de afini'

    dades sin nmero entre cosas sin nmero que daba cuenta de

    la complejidad poltica y social justificndola implcitamente. Im-

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    JEAN |ACQUES CHEVALLIER

    plcitamente tambin, haba presentado al hombre, objeto de las

    leyes o hacedor de ellas, no como un individuo aislado y desnudo

    sino como preso en una red de relaciones sociales recprocas,

    aprehendido en un ambiente definido, sometido a ciertos

    #

    antece-

    dentes histricos y a un cierto espritu general o carcter nacio-

    nal. Ha ba contribuido a dar una razonabilidad a la historia pre-

    sentada demasiado a menudo como un amasijo de hechos impo-

    niendo a la reflexin, poltica el mtodo histrico.

    Pero al aplicar este mtodo lo haba hecho de un modo ms

    esttico qu e dinmico ; dich o de o tro m odo, si haba expli-

    cado separadamente a la maravilla el pasado y el presente, compa-

    rando ambos, se haba interesado menos por el

    paso

    del pasado al

    presente, por las etapas sucesivas del crecimiento, por el desarro-

    llo progresivo de tal nacin o de tal grupo de naciones o de tal

    civilizacin. Esta idea de crecimiento, de

    desarrollo,

    de progreso,

    aunque fue una de las que guiaron implcitamente toda su teora,

    no se hab a manifestado apenas en e espritu de M ontesqiiieu sino

    accidentalmente, por acceso (i).

    Vico, el precursor obscuro y genial, haba sido djstinto. Su obra

    le fue recomendada en Venecia en 1728 al futuro autor de

    El Es-

    pritu de las Leyes

    el cual, la leyese o no, la hizo figurar en su bi-

    blioteca de La Brede. De los dos hombres puede decirse que Vico

    es a la vez ms profundo y ms arriesgado.

    Vico haba dado intrpidamente la seal de la rebelin contra

    la razn abstracta y deductiva no solamente de Descartes sino

    tambin de Spinoza y de Locke. Haba repudiado el mundo in-

    dividualista construido por ella, ese mundo antihistrico poblado

    por fantasmas yuxtapuestos, por esqueletos enjutos o, en el mejor

    de los casos, por mecanismos movidos por el inters y desprovistos

    de alma. Haba querido pintar, no las abstracciones de las cosas

    y de los seres, sino las cosas mismas en sus formas concretas y par-

    ticularizadas, los seres mismos, seres de carne y sangre inmersos en

    (1) Cfr. C. E. VAUGHAN:

    Studies

    in

    the history 0} political philosophy

    be/ore

    and after Rousseau.

    Manche ster, 1939, 2 vols. Hemo s seguido a me-

    nudo estos

    Studies,

    tan estudiados, que han renovado tantos puntos de vista

    sobre los grandes autores. Sobre Vico, cfr. tambin G . BOURGIN : Vico. Intro-

    duccin y notas. Pars, 1927; y sobre todo CHAIX-RUY :

    Vico, Oeuvres choi-

    sies.

    Pars, 1946.

    La ormation de la pense philosophique de

    J. B. Vico.

    Pars, 1943. En italiano:

    Le piu belle pagine de G.

    B. Vico, por SALVATO-

    RELLI.

    Miln,

    1927.

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    BURKE 17 29 -1 79 7) O EL DESQUITE DE LA HISTORIA

    comunidades humanas progresivamente amplias: Familia, despus

    Orden compuesto de cabezas de familia, finalmente Estado. Haba

    sido conducido desde ah a una visin esencialmente histrica, evo-

    lutiva y orgnica del hombre y de las sociedades humanas. Visin

    en la que se reconstruan y fundan en un todo indisoluble lo que

    haba separado una falsa claridad, una razn disociante que no era

    la verdadera razn, a saber : la poltica y la mora l, la lgica del

    intelecto y la imaginacin, el derecho y la poesa, la accin libre

    del hombre creando su propia historia y la direccin de la Provi-

    dencia divina. Visin vertiginosa, romntica y mstica y por

    tanto admirablemente cientfica que Vico resuma as con una

    simplicidad de ilu m ina do : La ciencia nueva traza el crculo eter-

    no de una historia ideal, sobre la que giran, en el tiempo, las his-

    torias de todas las naciones, con su nacimiento, su progreso, su

    decadencia y su fin.

    Se ha sealado la alusin al progreso y la decadencia de las

    naciones. Se encuentra aqu la ley de Vico de los cursos y re-

    cursos, ricoisi, que hace ver que la idea de desarrollo o de evo-

    lucin q.:s dcrmna la filosofa de la historia de Vico no es la que

    Turgot y Condorcet han de formular ms tarde: el autor de la

    Ciencia nueva

    rechaza la esperanza racionalista y naturalista de un

    progreso continuo e ininterrumpido, en lnea recta. De otra parte,

    y a pesar de las apariencias, no resucita d e ning n modo, la teora

    pesimista y pagana del eterno retorno, expresada por Polibio y

    recogida por Maquiavelo. .'Filsofo fundamentalmente cristiano,

    pensaba que la historia del hombre en sociedad deba terminar en

    Dios del mismo modo que empezaba en Dios. La historia ideal

    de que habla en a frase prec itada, era, en definitiva, la historia

    real, enmascarada por la historia humana con sus fines humanos y

    transitorios. La realidad nica, en ltimo anlisis, era la

    Provi-

    dencia dirigiendo a los hombres, en parte a pesar de ellos, hacia

    los fines divinos. Citando a G. Bourgin, Vico conceba, en suma,

    el movimiento de la historia como un vasto esfuerzo, ms o me-

    nos consciente, por resolver el problema del m al ; pero este es-

    fuerzo no era continuo, pues existan cursos y recursos o, dicho

    de otro modo evoluciones que se quiebran, pero que, sin embar-

    go, en su misma sucesin, comportan nuevos enriquecimientos

    nunca totalmente desvanecidos.

    Tod o esto era evidentem ente demasiado arriesgado y nuevo :

    pero su profundidad, que escapa al siglo de Vico, deba aparecer

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    JEAN )ACQUES CHEVALLIER

    igualmente evidente al siglo siguiente, y nuestro Michelet ha po-

    dido decir que l no tena ms maestro que el gran italiano des-

    conocido, que, en sus investigaciones sobre las lenguas, los mitos,

    los orgenes .del Derecho, la organizacin poltica de las socieda-

    des primitivas, el papel de las religiones y de la poesa haba unido

    la intuicin visionaria al mtodo y la paciencia apasionadas de un

    sabio.

    Burke, que ha manifestado en trminos esplndidos su admira-

    cin por Montesquieu, ha ignorado la grandeza de Vico. Por tanto,

    es l, el irlands lleno de los dones de la palabra y de la pluma

    tan cruelmente negados al italiano quien, impulsado por el

    trallazo de la Revolucin francesa, ha introducido por primera

    vez en el pensamiento poltico, con una explosin inolvidable, eso

    que se llama el historicistno.

    i . L A PE RSO N A L I D A D IN T F . LE CT U A L D E BU RK E . SU C O N CE PC I N

    DEL HOMBRE Y DE LA SOCIEDAD

    Edmundo Burke naci en 1729 en Dubln, de padre protes-

    tante y madre catlica. Tiene sesenta aos cuando estalla la Re-

    volucin. Se podra creer, tras su pasado de hombre poltico ivhig,

    nutrido de la tradicin de Locke y que tras sus intervenciones a

    favor de los colonos americarfbs, en nombre de las libertades in-

    glesas, se haba ganado una reputacin en toda Europa, que salu-

    dar a los acontecimientos de Francia con todo el entusiasmo de

    un enemigo nato del despotismo. Sin embargo, se calla; pero su

    silencio se rompe con la publicacin en noviembre de 1790, de las

    Reflexiones sobre la Revolucin francesa,que no tarda rn en con-

    vertirse en el continente, ms an que en la misma Inglaterra, en

    el manifiesto de la contrarrevolucin. Quiere esto decir que su

    autor, como tantos otros harn ms tarde, contradice, bajo la in-

    fluencia del miedo a los exceso revolucionarios, su liberalismo de

    los tiempos de la emancipacin americana? En absoluto. Simple-

    mente, se haba equivocado acerca de las races y la signnfcacin

    de este liberalismo. La Revolucin haba venido a fustigar de una

    manera decisiva los elementos esenciales que componan la perso-

    nalidad moral y poltica de Burke, liberal pero a la inglesa, total-

    mente cerrado al espritu continental del siglo y el hombre

    ms insular de los tres reinos (A. Sorel).

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    BURKE 1729-1797) O EL DESQUITE DE LA HISTORIA

    Estos elem entes esenciales e ra n : en prim er lugar,- el horror

    a la abstraccin, a la deduccin racional, a la generalizacin, a la

    simplificacin, a la metafsica en pol.'tica; a continuacin, la

    pasin por lo concreto, por lo particular, por lo circunstancial, por

    lo complejo, por la experiencia, en una palabra, por lo histrico;

    finalmente, el sentimiento profundo del valor en las relaciones hu-

    manas, individuales y sociales, de lo afectivo, del inconsciente, de

    lo implcito, de lo tcito, de lo sobreentendido, de lo que no es

    escrito en negro sobre blanco sino de lo que se logra y se con-

    siente en el fondo del corazn. He aqu lo que nutrira la medita-

    cin poltica de Burke de la que las Reflexiones eran la expre-

    sin, exasperada, exagerada, panfletaria ms que doctrinal, pero

    tan sorprendente, he aqu lo que le dara su excepcional pene-

    tracin a la vez que sus limitaciones. Se encuentra as en este gran

    escritor de magnfica cultura, convertido en filsofo poltico sn

    haberlo querido y como a pesar suyo, todo lo que es y sera eter^

    mente valioso del pensamiento conservador al lado de lo que

    es y ser eternamente insuficiente.

    Se encuentra all, especialmente y sobre todo, hecha de ele-

    mentos psicolgicos enumerados en desorden, una cierta concepcin

    de la naturaleza humana, del mundo humano y, por lo tanto, de

    la conducta humana que conduce directamente al respeto, al culto

    y quizs hasta a la supersticin de la tradicin. Esta concepcin su-

    pona la denuncia, el encausamiento del individuo, de la razn, de

    la naturaleza segn el espritu del siglo. Desafiaba directamente a

    siglo anti'histrico de la tabla rasa, del contrato original, de los

    derechos del hombre en s, absurdos peligrosos todos ellos, segn

    el autor, a los que los Constituyentes franceses, coronando digna-

    mente una poca extraviada, haban dado cuerpo y vida en las

    instituciones, para mximo peligro de las naciones vecinas (2).

    A los ojos de Burke la naturaleza humana es compleja y el

    mundo en que vive el hembre no lo es menos. Los sentimientos,

    los afectos, las pasiones dominan al hombre matizando incluso sus

    intereses, hasta el punto de que no obedece a la voluntad conscien-

    te orientada por la razn calculadora. As acta en las relaciones

    individuales, lo que hace difcil prever su curso por algunas mxi-

    (2) Cfr. el ttulo de l importante libro de

    COBBAN:

    E . Burke and the

    revolt against the etghteenth century.

    Londres, 1929. Cfr.

    SABINE

    : A H is-

    tory of political theory, 3 .

    a

    ed. Londres, 1951, pgs. 511 y sigs.

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    |EAN IACQUES CHEVALLIER

    mas abstractas y simples. As acta, en una escala ms amplia,

    en las relaciones de orden

    social

    y

    poltico,

    all donde el Estado

    entra en )uego; se trata, por lo tanto de tener en cuenta lo que

    en cierto modo es un segunda naturaleza, la del hombre-ciuda-

    dano, que se enfrenta con la del hombre privado, formando una

    nueva combinacin psicolgica. As, pues, el hombre de Estado,

    el legislador, se encuentra frente a una masa enorme y compli-

    cada de pasiones y de intereses humanos, contra toda suerte de

    anomalas, de principios rivales, de necesidades en conflicto, de

    causas morales puestas en juego, de las que algunas son oscuras,

    "casi latentes, y de efectos en gran parte inciertos: sus desastro-

    sos efectos inmediatos estn seguidos de otros lejanos admirables,

    y a la inversa. Es ste el dominio de lo diverso, de lo multiforme,

    de lo embrollado, y no en virtud de la debilidad e insuficiencia

    del espritu, sino de la naturaleza y de la fuerza de las cosas.

    Cmo soar en estas condiciones con la simplicidad del gobierne?

    Lo simple no sera sino lo superficial y lo efmero, el infantil

    desafo a la realidad: La naturaleza humana es compleja, embro-

    llada

    (intrincada),

    los fines de la sociedad son de la mayor com-

    plejidad posible; en consecuencia, ninguna ordenacin simple del

    poder, ninguna direccin gubernamental simple son convenientes

    ni a la naturaleza del hombre ni a la calidad de sus asuntos. Era

    la Constitucin inglesa algo simple, algo superficial, susceptible

    de ser juzgado tras una comprensin superficial? No; la Constitu-

    cin inglesa era el producto de los pensamientos de muchos esp-

    ritus en el curso de muchos siglos. Esta Constitucin modelo, a

    la cual el gran Montesquieu haba hecho justicia, estaba precisa-

    mente de acuerdo con la naturaleza y la razn. La verdadera natu-

    raleza cuyas vas, esencialmente concretas, eran las del desarrollo

    histrico, las del crecimiento orgnico. La

    verdadera

    razn, que

    no era tanto la razn, extraordinariamente falible, problemtica,

    de cada individuo, cuanto la razn general, producto igualmente

    de los siglos, capital acumulado de sabidura, riqueza segura

    here-

    dada

    de las generaciones.

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    2. LA NATURALEZA FREN TE A DIVERSAS NOCIONES

    As es como, en nombre de la naturaleza, Burke comienza por

    justificar, magnficamente, la

    libertad.

    No ciertamente la libertad en s, independientemente de toda

    relacin, de todas las circunstancias de tiempo y lugar, en toda

    la desnudez y el aislamiento de una abstraccin metafsica: toma-

    da as, abstractamente, est demasiado carente de sentido, como

    para exaltar el juicio de un hombre razonable; son las circunstan-

    cias,

    que algunos no estiman en nada, las que dan a un principio

    poltico su consistencia, su color distintivo y su efecto particular,

    ias que hacen de l un beneficio o una calamidad para la humani-

    dad. La libertad que Burke glorifica es la libertad inglesa, o me-

    jor, las libertades inglesas,

    heredadas

    de los antepasados a travs

    de la sucesin de los siglos, destinadas a ser transmitidas a los des-

    cendientes a ttulo de propiedad perteneciente especialrr.ente al

    pueblo ingls,

    sin ninguna referencia a otro derecho m s general

    o anterior.

    Es desde este ngulo como Burke haba defendido tan

    elocuentemente la causa de los colonos americanos, ingleses de ul-

    tramar, a la vez que desde el ngulo de la

    utilidad

    poltica; pero

    en absoluto como un

    derecho

    abstracto, como una libertad abs-

    tracta : haba rechazado incluso categricam ente ted a discusin

    '(metafsica de este gnero.

    La libertad considerada as como una

    herencia

    nacional tiene

    muchas ventajas. Al lado de una Corona hereditaria, he aqu a

    unos Pares hereditarios tambin, una Cmara de los Comunes y

    un pueblo en posesin, no menos hereditaria, de privilegios, fran-

    quicias y libertades legadas por sus antepasados; en esta idea de

    herencia la Constitucin encuentra su unidad en medio de esta

    diversidad. Principio de unidad, la misma idea es tambin un

    seguro principio de transmisin, sin excluir enteramente un prin-

    cipio de

    mejoramiento.

    Es igualmente una fuente suplementaria

    de

    dignidad

    y de

    nobleza.

    Mientras que el espritu de libertad con-

    duce por s mismo al desorden y al exceso, est aqu templado por

    esa especie de omnipresenci de antepasados venerados, lo que

    rodea su ejercicio de gravedad y de majestad. De esta manera

    nuestra libertad se convierte en una libertad noble, que tiene

    su genealoga, sus blasones, su galera de retratos.

    Adems, la naturaleza no precede de otra manera, pues nos en-

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    sea a reverenciar a los individuos en razn de su edad y de su

    ascendencia. Por otra parte, la transmisin hereditaria es la va

    por excelencia de la naturaleza, ya se trate de transmitir la vida

    o la propiedad. Nada, pues, ms conforme a la naturaleza, al orden

    natural del mundo que el sistema poltico ingls; nada menos ar-

    tificial ni que deba menos a frgiles especulaciones. Los ingleses

    han sabido apelar a los instintos poderosos e infalibles de la na-

    turaleza para fortificar las invenciones siempre frgiles y falibles

    de la razn.

    A continuacin, y en nombre de la misma naturaleza, Burke

    estigmatiza, co n no menos soberbia, la igualdad, tan querida a los

    constituyentes franceses.

    S,

    hay una verdadera igualdad que es la igualdad moral, la

    igualdad en la virtud: todos los hombres pueden cumplir igual-

    mente con su deber en el lugar que les ha asignado la Providencia.

    Esta es la nica igualdad. Ninguna sociedad sin una divisin de las

    tareas sociales, lo que implica desigualdades de situacin y de

    autoridad, esto es una jerarqua: la naturaleza lo ha querido as,

    ella ha decidido quin estara arriba y quin abajo, quin debera

    mandar y quin obedecer. Se pueden suprimir las distinciones arti-

    ficiales de la sociedad, pero no las desigualdades queridas por la

    naturaleza. Si, al ejemplo de los franceses, se pretende sobrecargar

    el edificio social colocando en el aire lo que la solidez de la cons-

    truccin exige que est en la base, se comete una usurpacin inca-

    lificable de las prerrogativas de la naturaleza, se trastoca y se per-

    vierte el orden natural de las cosas, que se vengar antes o despus.

    La desigualdad real, que jams puede suprimirse, se agravar y

    se har mis amarga por esta monstruosa ficcin: en el corazn

    d los hombres llamados a recorrer la oscura ruta de una vida de

    trabajos se instalarn, destrozndole, falsas ideas y vanas esperan-

    zas. Decididamente, los franceses, en su rabia revolucionaria, ca-

    recen haberse extraviado del gran camino de la naturaleza. Han

    despreciado el mtodo de la naturaleza y son tan presuntuosos

    que consideran a su pas como un papel blanco sobre el que ga-

    rrapatear a gusto, tan locos que ponen su gloria en hacer en pocos

    meses la obra de siglos.

    El mtodo de la naturaleza es lento y el tiempo es en l un

    medio necesario. Consiste en conservar lo que es adaptndolo a lo

    que

    deviene.

    Es el mtodo que se impone cuando ha de tratarse

    no con ladrillos ni con andamios, sino con seres de carne y san-

    3

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    gre, de los que no se puede cambiar el estado, la manera de ser

    y los hbitos sin grandes males para ellos y para muchos de sus

    semejantes. Es el mtodo Burke no lo repetir jams bastante

    de la Constitucin inglesa, producto augusto de la historia, de la

    experiencia de los siglos, esa gua superior de la

    utilidad

    en ma-

    teria poltica. Lbrense los Sieys y dems destructores de 1789,

    presuntuosos menospreciadores de la historia, risibles mantenedo-

    res de la tabla rasa, de menospreciar esta Constitucin y de prefe-

    rir sus derechos del hombre, residuo metafsico de un contrato so-

    cial no menos m etafsico Felizmente nosotros los ingleses, excla-

    ma fogosamente nuestro autor, no hemos sido vaciados y recom-

    puestos para ser llenados, como los pjaros de un museo, con cas-

    caras, trapos y manchados trozos de papel sobre los derechos del

    hombre.

    Contra estos

    derechos del hombre,

    gloria de los franceses des-

    pus de haberlo sido de los americanos. Burke rompe infatigable-

    mente lanzas en nombre siempre de esta naturaleza ultrajada, de la

    que se ha constituido paladn y caballero servidor.

    Derechos abstractos, desnudos, de un hombre en s, de un in-

    dividu sin realidad, abstracto y desnudo l tambin, divorciado

    de toda experiencia histrica y verdaderamente fuera de la natu-

    raleza. Burke precisa que no es enemigo, sino todo lo contrario,

    de los derechos reales de los hombres en sociedad; si sta tiene

    como objetivo el beneficio de sus miembros, todas las ventajas

    que consiga son derechos que adq uie ren : todos tienen derecho

    a la justicia, derecho a los productos de su industria y los medios

    de hacerles fructificar, derecho a educar y perfeccionar a sus hi-

    jos, etc. Pero, segn el autor de las Reflexiones, los sofistas, los

    metafsicos polticos que l denuncia, intentan algo bien distin-

    t o :

    el pretendido derecho natura l a constituir la autoridad polti-

    ca misma, el gobierno. Como si tal gobierno no tuviese por objeto

    fundamental la coaccin, que, estando encargada de dominar las

    pasiones de los gobernados, debe evidentemente ser exterior a

    ellos y no podra emanar de los gobernados mismos. Para estos

    sofistas y metafsicos se trata de definir abstractamente facultades

    absolutas y de discutir sobre ellas no menos abstractamente sin

    ninguna utilidad prctica. Para qu disertar sobre el derecho de

    un hombre en s a alimentarse o a recibir los cuidados de un

    mdico, si el problema es el de buscar la manera de procurarle ali-

    mentos o cuidados? En cuanto se intenta aplicar a la vida cot-

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    )EAN JACQUES CHEVALL1ER

    diana, para que sus rayos luminosos penetren la enorme y com-

    plicada masa de las pasiones, a tales derechos metafsicos que abs-

    tractamente son tan claros

    y

    perfectos, se les percibe sometidos

    a tal variedad de refracciones y reflexiones que es absurdo hablar

    de ellos como si participasen de su simplicidad primitiva. Poco

    nos importa su verdad metafsica si su falsedad moral y poltica

    llega hasta ese punto.

    Burke es todava ms severo con el hombre, ese hombre en

    s postulado por la teora, por los derechos abstractos, pues ese

    hombre, ese individuo anterior y superior a la sociedad poltica es

    el mayor dogma, la mayor hereja del siglo xvni, contra l que

    nuestro autor da la seal de rebelin, pues es un desafo fundamen-

    tal a sus ms profundas veneraciones. En su crtica, de acentos a

    veces magnficos, Burke se encuentra con Aristteles, como lo ha-

    ba hecho au nqu e de modo distinto R ousseau: Rousseau, su

    bte noire; Rousseau, en mala hora ledo.

    El estado de sociedad poltica es el estado natural del hom-

    bre de un modo ms autntico que lo sera ese modo de vida sal-

    vaje e incoherente bautizado como estado de naturaleza, pues

    el hombre, razonable por naturaleza, no puede esperar alcanzar

    la perfeccin que su estado natural exige ms que si est coloca-

    do en una situacin en que su razn pueda cultivarse y predomi-

    nar al mximo. E l arte es la naturaleza, del hombre. El arte y no

    la espontaneidad de los instintos primitivos y brutales, de los

    deseos y las pasiones. El arte, que en materia social es la forma-

    cin, la educacin y el perfeccionamiento moral del individuo, lo-

    grados gracias al clima y a las posibilidades creadas por la existen-

    cia y el funcionamiento continuos del Estado. Tal es, en sustancia,

    la argumentacin de Burke (3), que pone en claro la relacin in-

    disoluble que, en su opinin, existe entre el Estado, de una parte,

    y la moralidad, el sentido del deber y el cdigo detallado de los

    deberes concretos, por la otra. No es que la moralidad y los debe-

    res hallen su existencia en el Estado, pues son independientes de

    toda institucin humana, pero es el Estado el que les permite rea-

    lizarse en el siglo asegurando su incorporacin y su sancin.

    En estas condiciones, es puro delirio intelectual subordinar la

    obediencia al Estado a la voluntad, el consentimiento y la libre

    3) En

    An Appeal jrom the new to the od W higs

    1791, ms siste-

    mticamente que en las

    Reflexiones.

    4

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    BURKE 17 29 -1 79 7) O EL DESQUITE DE LA HISTORIA

    eleccinde cada in div idu o; fundar la legitimidad del Estado sobre

    la exclusiva base de un contrato utilitario entre individuos abstrac-

    tos y desnudos sustrados a la presin y tradicin- de toda socie-

    dad ; atribuir a los individuos miembros del Estado derechos abso-

    lutos e intangibles contra el Estado; limitar, en fin, estrechamen-

    te al Estado, en virtud del mismo lacnico contrato, a la protec-

    cin de a vida y de la prop iedad de sus miem bros. Cuntos

    desafos a la naturaleza, a la naturaleza de las cosas, a la natura-

    leza del hombre, a la naturaleza de la sociedad poltica

    Por otra parte, no obstante exclama Burke en una ficticia

    aceptacin de la tesis que combate, admitamos que la sociedad

    poltica sea en efecto un contrato, aquel contrato nico e inimi-

    table.

    La sociedad es verdaderamente un contrato. Los contraros

    subordinados cuyo objeto es de inters puramente ocasional pue-

    den disolverse voluntariamente. Pero el Estado no debe conside-

    rarse como un acuerdo de asociacin para el comercio de pimienta

    y caf, algodn y tabaco o cualquier otro negocio similar. No es

    una empresa para un pequeo inters temporal que pueda ser di-

    suelta segn la fantasa de las partes. Debe mirarse con todo res-

    peto, pues es una asociacin para toda ciencia y todo arte, para

    toda virtud y toda perfeccin. Como los fines de una asociacin

    de este tipo no pueden alcanzarse en muchos generaciones, se con-

    vierte en una asociacin no slo entre los que viven, sino entre los

    que ya murieron y los que han de nacer. (Reflexiones...)

    Segn ha sealado muy bien C. E. Vaughan, es imposible de-

    finir ms noble y completamente los fines del Estado, en contraste

    radical con la concepcin individualista y utilitaria. Est igual-

    mente claro como el da, que el contrato as glorificado no tiene

    nada de verdadero contrato, pues excluye todo consentimiento ex-

    preso y descarta toda cuestin de libre eleccin, ya que tal pre-

    tendido contrato

    se impone por las necesidades de la naturaleza

    humana. Burke, con la habilidad magistral de un abogado sin

    igual, vuelve contra sus adversarios, los filsofos de Pars, los

    mantenedores del espritu del siglo, su propio vocabulario; da la

    vuelta al trmino

    contrato,

    como se la ha dado al trmino

    natura-

    leza y como se la dar al trmino razn.

    4

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    |EAN JACQUES CHEVALLIER

    3. LA RAZN Y LO S PREJUICIOS

    Razn, seca y glacial Razn francesa de las luces, Razn de

    los sostas, de los economistas y de los calculadores, cuyo impe-

    rio ha sustituido al de la antigua caballera; Razn, reina brbara

    de una filosofa mecnica concebida en corazones resecos y en es-

    pritus envilecidos que pretende desterrar todos los afectos per-

    sonales, despersonalizar el Poder, desarraigar todas las placenteras

    ilusiones que hacen amable a la autoridad y liberal a la obedien-

    cia; Razn abstracta, usurpadora del trono de Francia, cuyos ul-,

    trajes a la verdadera reina de carne y sangre, Mara Antonieta,

    son harto simblicos. No contento con denunciar las fechoras

    de esta Razn desnuda tan desnuda como el individuo anti-

    histrico de los derechos del hombre, del que es atributo orgu-

    lioso,

    Burke lanza contra ella una altanera apologa del prejuicio,

    bte noire del espritu del siglo. Osa insinuar y hasta intenta de-

    mostrar que la gua ms segura de la conducta humana es esta sa-

    bidura misteriosa oculta en el seno de los prejuicios generales

    heredados de los antepasados, que es una especie de Razn ge-

    neral, colectiva' o poltica. Opone a este respecto sus com-

    patriotas a los frenticos franceses. Los ingleses, dice, bien alejados

    de la locura francesa, saben que el fondo de razn particular

    desarrollado en cada individuo es dbil e insuficiente para guiar

    eficazmente y sin dudas la conducta humana en los casos difciles.

    Por esto los ingleses estiman que los hombres han de procurar

    aprovechase todos juntos del banco general y del capital de las

    naciones y de los siglos, entendiendo por esto el conjunto de

    prejuicios o prejucios generales, sobre los cuales, conscientemen-

    te o no, reposa en un momento dado la vida colectiva. En cada

    uno de los prejuicios particulares que componen este conjunto

    reside un fondo de razn oculta: guardmonos de destruir el pre-

    juicio, ropaje precioso, para dejar la razn al desnudo; conserv-

    mosle, por el contrario, con piedad, por el impulso, la seguridad

    > la permanencia que da a nuestra accin, porque hace de la virtud

    un hbito y no una serie de actos dispersos, porque gracias a l

    el deber se convierte en una parte de la naturaleza humana < >.

    Si se comete, a la francesa, el error de rechazar, en nombre de una

    razn insuficiente o falsa, las antiguas creencias y reglas de vida,

    ninguna brjula gobernar la conducta, ni se sabr hacia qu

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    BURKE 1729-1797) O EL DESQUITE DE L HISTORIA

    puerto dirigir la proa; la prdida ser enorme, inestimable. Es

    una loca dilapidacin

    de la

    irreemplazable herencia histrica.

    Es

    el colmo

    de la sin

    razn.

    4. FELICIDAD Y PROGRESO

    Individuo, razn, mturaleza:

    He aqu tres de las cinco pala-

    bras claves del espritu del siglo, encausadas en el proceso abierto

    por

    el

    fogoso irlands,

    que las

    acusa

    en

    nombre

    de la

    Historia

    ultrajada. Pero

    a las

    otras

    dos

    felicidad, progreso

    las

    perdo-

    nar Burke?

    Hay que

    responder

    a

    esta cuestin antes

    de

    concluir,

    y para concluir,

    el

    anlisis

    de

    este poderoso esfuerzo

    de

    pensa-

    miento poltico.

    Felicidad: Implcitamente

    y por

    instinto, Burke rechaza este

    ideal puramente terrestre, este hedonismo fcil. Contra este nuevo

    aspecto

    del

    optimismo racionalista

    y

    naturalista

    del

    siglo

    se le-

    vanta su pesimismo cristiano, manantial subterrneo en el que se

    baan

    las

    profundas races

    de su

    pensamiento conservador

    y je-

    rrquico.Quecadauno de nosotros cuidedecumplir lomejorpo-

    bl

    su

    deber

    en el

    lugar

    que le

    haya asignado

    el

    Creador

    en la

    sociedad en virtud de unaespeciede tctica divina y conforme

    a

    su

    voluntad

    y no a la

    nue stra: esto

    es

    todo.

    La

    felicidad para

    todos en la tierra, en el futuro o en el ultra-futuro, no es ms

    que

    un

    sueo

    que a los

    ojos

    del

    autor

    de las

    Reflexiones

    no es

    siquiera un bello sueo.

    Progreso: Frente

    a esa fe

    cientificista

    y

    simplista

    que

    propone

    una caricaturesca sustitucinde la Providencia, hallamos en Burke

    idntica repugnancia implcita

    e

    instintiva, fundada sobre

    la mis-

    ma actitud religiosa. Pcdn'a concebirse quehubiese estado tentado

    de construir sobre

    la

    nocin

    de

    desarrollohistrico

    sin

    ruptura

    que

    domina su filosofa poltica (reformar sin suprimir, conservarme-

    jorando, adaptar

    lo queesa lo que

    deviene)

    una

    teora

    de la

    er

    r

    o-

    lucin progresiva.

    Ni lohizo ni intent hacerlo. No jug a filso-

    fo

    de la

    historia, dejando

    a

    otros

    que le

    siguieron Hegel, Saint

    Simn, Comte la tarea de actualizar al profundo Vico y de su-

    perar

    al

    simple Condorcet.

    A l le

    bast restaurar elocuentemente

    a la Historia en susderechos, al pasado en sus ttulos, rebajando

    inconscientemente

    e

    valor

    de los

    derechos

    y

    ttulos

    del

    presente.

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    JEAN |ACQUES CHEVALLIER

    CONCLUSIN

    Hay que sealar, para concluir, la falta principal en que incu-

    rre,

    comn

    a l y al

    pensamiento conservador

    que

    encarna

    en

    su ms elevada versin. La veneracin del pasado, del orden so-

    cial tradicional santificados por una Providencia inmanente, se con-

    vierte fcilmente en aceptacin de los abusos heredados de ese

    pasado. El deseode conservar anula con facilidad el gusto de me-

    jorar. Los ojos beatamente abiertos a lo que es y fue, se cierran

    con gustoa lo que

    deviene,

    y de ah la pereza y la ceguera pol-

    ticas.

    Si un Burke ha sido necesario para corregir las desviaciones

    intelectuales producidas

    por el

    desenfreno

    de un

    racionalismo irres-

    ponsable y para reafirmar ciertas reglas eternamente vlidas de sa-

    bidura poltica,no ha sido menos necesario un Bentham,que, de-

    testando la Historia y los prejuicios (con los que tropezaba la rea-

    lizacin de sus ideas), empu el hacha utilitaria, racionalista e in-

    dividualista para cortar los abusosque paralizaban eldesarrollona-

    cional de Inglaterra en su tiempo.

    Hecha esta grave reserva, hay que afirmar, aceptando el jui-

    cio de H. Laski, que Burke debe colocarse en el rango de las

    rns grandes figuras

    con que

    cuenta

    la

    historia

    del

    pensamiento

    poltico ingls, ya que pocos hombres han sabido como l captar,

    gracias a los destellos de su visin, las profundidades ocultasde

    la complejidad poltica, pues sin tener la implacable lgica de

    Hobbes,laagudezadeHume, la penetracin moralde T. H.G reen,

    posee una gran parte de las cualidades de cada vino de estos

    autores (4).

    JEAN JACQUES CHEVALLIER

    Proftsor de la Universidad de Pars

    Traduccin de A L E J AN D R O M U O Z A L O N S O .

    R SU

    Burke recuele l'hritage historiaste

    de

    Vico

    et

    Montesquieu,

    mente s ilignore le premier et avec ses Reflexions sur la Revol

    tion jranqaise introduit l'historicisme dans la pense politique.

    Son oeuvre

    se

    base

    sur

    l'horreur

    de

    l'abstraction,

    de la

    dduc-

    (4) Politicql Thoug ht

    i

    England from Loche

    to

    Bentham.

    New

    Y o rk ,

    1920.

    44

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    B U R K E 1 7 2 9 - 1 7 9 7 ) O E L D E S Q U I T E D E LA H I S T O R IA

    tion rationnelle, de la gnra lisation, de la mtaphysique en po-

    litique et sur l'affirmation de la valeur de ce qui est historique,

    sentimental, implicite, concret ou complexe. Sa conception conduit

    au

    rsped,

    au cuite et mhne a la superstition de la tradition.

    Pour Burke la nature hu maine est complexe et tout en elle

    n'est pas rationnel car les sentimen ts et les passions nuancent toute

    sa

    cottduite. La socit participe aussi a cette complexit et c'est

    pour cela qu'aucune ordonnance simple du pouvotr ne convient

    ni a la nature humaine ni au caractere de la socit.

    II fait l'apologie de la libert, mais sa libert n'est pas la libert

    abstraite des rvolutionnaires frangais mais les libertes anglatses h'

    rites des anctres done d e caractere historique et non rationnel.

    ll attaque l'galit n'acceptant que l'galit morale. Pour cela, et

    en vertu du p rincipe de la divisin des taches sociales, chaqu

    tn -

    divida doit se conformer avec la place qui lu a t assigne par la

    Providence dan s la hirarchie sociale. En somm e il attaque les

    droits abstras de l'homme en opposant a ceux'Ci les droits rels

    de l'homme en socit.

    Il n'accepte pas l'mdwtdu qui se suffit a lui-mme et dou du

    droit natnrel de constituer l'autont politique et d affirme que la

    socit pohtique est l'tat na turel de l'homme. L'art est la nature

    de l'homme. La socit ne provtent pas du contrat libre des mdt-

    vidus ma is elle est indpendan te de leur volont car ella s'tmpose a

    cause des ncssits de la nature humaine.

    En opposition a la Raison nue et antihistorique de l'esprit

    du siecle, il loue les prjudices qui contiennen t une sagesse myst'

    rieuse qui est le plus sur guide de la conduite humaine. Les re-

    pousser c'est dilapider follement l'irremplacable hritage historique.

    I attaque aussi le bonheur et le progres, autres mots cls du

    sicle car, tant donn leur attitude religieuse, ils sont inaccep-

    tables.

    L'auteur termine en signalant la faute principle qu' comm et

    et avec lu toute la pense co nservatnce dont il est le reprsen tant

    le plus caractris, et qui fait que la vnration du pass se con-

    vertit facilement en acceptation des abus hnts. Le dsir de con-

    server annule facilemen te la satisfaction d'am liorer.

    Une fois faite cette grave reserve, il faut affirmer que Burke

    doit tre place parmi les plus grands personnages de l'histoire de la

    pense politique anglaise.

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    |EAN IACQUES CHEVALL1ER

    SUMMARY

    Burke mherits the historicist aspect of both Vico and Mo ntes-

    quieu, although he knows nothing of the former, and inserts his*

    toricism in political thought ivith his Reflections o n the French

    Revolution .

    His ivorh is based on the horror of abstraction, rational deduC '

    tion, generalization, metaph ysics in politics, and on the afirma'

    tion of every historical, sentimental, implicit, exact and comp lex

    aspect. His approach leads to respect, cult and even to a supersti-

    tion of tradition.

    In Burke's opinin human nature in itself is complex and not

    everything has a rational sense as its b ehaviour is produced by both

    feelings and sentiments. Society also takes part in this complexity

    for ivhich reason no simple o rden o f porw er could ever suit human

    nature or society's character.

    He makes an apologa of freedom, but his freedom is not the

    abstract freedom of the French revolutionaries, but English liber'

    ties inherited from bygone ancestors of a historical not rational na'

    ture. He attacks equality and only accepts it in the mora l sense.

    Therefore, in virtue of the principie of socially dividing different

    types of work, every individual must adjust himself to the place

    alloted to him by Providen ce in the social hierarchy. In short, he

    severely censures the abstract rights of man and supp orts instead

    the material rigths of man in society.

    He rejects the self'Sufficient individual tuith the natural rigth

    of constitutmg political authority and affirmes that the political

    society is the natural state of man. Art is man's nature. Society does

    not orignate from the free contracting of individuis, but is enti-

    rely independent of their wls being imposed merely because of

    the needs of human nature.

    Contrary to bare and anti-historical Reaso n of the century's

    spirtt, he exalts the prejudices that contain a mysterious wisdom

    which pro vides the surest guide for human behaviour. To deny

    them ivould be to -unldly squander an v.nreplaceable historical in'

    heritance.

    He also attacks happieness and progress, other keywords of

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    BURKE 17 29 *1 79 7) O EL DESQUITE DE LA HISTORIA

    the century, wh ich, a ccording to his religious attitude, are inaccep-

    table.

    The author condudes shanving the main error into ivhich B ur-

    ke falls, and -uth him all conserva tive thinking, of

    {

    which he is the

    mo st cha racteristic representative, ivhich is that the -wor ship of the

    past is easily converted into the acceptation of inherit'ed abuses.

    The desire to conserve easily annuls the pleasure of improving.

    Having made this serious statement it should be afftrtned that

    Burke should be included in the ranks of the greatest figures in

    the history of English political thought.

    47

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