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27 Capítulo 1. El rol de la sociedad como ideal regulativo En el contexto de los desarrollos teóricos de la sociología de la segunda posguerra, el concepto de sociedad moderna ocupa, sin duda, un lugar prioritario. En tanto la definición de sociedad moderna depende de cómo se entiendan las ideas de “modernidad” y “moderno”, la sociología no es distinta a las otras ciencias sociales que crean una forma específica de con- ceptualizar las transformaciones de las relaciones sociales que se gatillan con el advenimiento del capitalismo y los Estados-nación, a partir de los siglos XVII y XVIII (Wirock, Heilbron y Magnusson 1998). En su sentido técnico, sin embargo, el concepto propiamente sociológico de “sociedad moderna”, formulado en la sociología norteamericana durante la década de los cincuenta, incluye no solo una forma específica de definir la modernidad sino también la formación de un tipo específico de relaciones sociales: la sociedad moderna. Una explicación de la diferenciación semántica del concepto de modernidad debe considerar, a lo menos, dos aspectos. Por un lado, tanto la sociología como otras disciplinas sociales han venido desarrollando preocupaciones intelectuales que les son específicas y en esa medida la idea de modernidad comienza a adoptar un sentido técnico en cada una de ellas (Yack 1997). En este argumento, el advenimiento del concepto de sociedad moderna en la sociología sería simplemente el resultado de la diferenciación entre formas de investigación distintas enfocadas en objetos de estudio diferentes. Por otro lado, y por cierto ligado al argumento anterior, se constata la particu- laridad del uso específicamente sociológico de la idea de modernidad, que vendría dado por el hecho de que es la sociología la disciplina que ha hecho suya la pregunta por el origen y las características principales de la moder- nidad. Con matices y enfatizando aspectos tanto positivos como negativos, varios autores han constatado ya una fusión entre las narrativas sobre el surgimiento de sociología y el de la modernidad (Bauman 1991, Habermas 1987, Heilbron 1995, Wagner 1994). Un resultado especialmente claro de tal desarrollo sería el doble uso que la sociología puede hacer de tal categoría: LA PRETENSIÓN UNIVERSALISTA.indd 27 LA PRETENSIÓN UNIVERSALISTA.indd 27 11-05-2011 16:33:31 11-05-2011 16:33:31

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Capítulo 1. El rol de la sociedad como ideal regulativo

En el contexto de los desarrollos teóricos de la sociología de la segunda posguerra, el concepto de sociedad moderna ocupa, sin duda, un lugar prioritario. En tanto la defi nición de sociedad moderna depende de cómo se entiendan las ideas de “modernidad” y “moderno”, la sociología no es distinta a las otras ciencias sociales que crean una forma específi ca de con-ceptualizar las transformaciones de las relaciones sociales que se gatillan con el advenimiento del capitalismo y los Estados-nación, a partir de los siglos XVII y XVIII (Wi� rock, Heilbron y Magnusson 1998). En su sentido técnico, sin embargo, el concepto propiamente sociológico de “sociedad moderna”, formulado en la sociología norteamericana durante la década de los cincuenta, incluye no solo una forma específi ca de defi nir la modernidad sino también la formación de un tipo específi co de relaciones sociales: la sociedad moderna.

Una explicación de la diferenciación semántica del concepto de modernidad debe considerar, a lo menos, dos aspectos. Por un lado, tanto la sociología como otras disciplinas sociales han venido desarrollando preocupaciones intelectuales que les son específi cas y en esa medida la idea de modernidad comienza a adoptar un sentido técnico en cada una de ellas (Yack 1997). En este argumento, el advenimiento del concepto de sociedad moderna en la sociología sería simplemente el resultado de la diferenciación entre formas de investigación distintas enfocadas en objetos de estudio diferentes. Por otro lado, y por cierto ligado al argumento anterior, se constata la particu-laridad del uso específi camente sociológico de la idea de modernidad, que vendría dado por el hecho de que es la sociología la disciplina que ha hecho suya la pregunta por el origen y las características principales de la moder-nidad. Con matices y enfatizando aspectos tanto positivos como negativos, varios autores han constatado ya una fusión entre las narrativas sobre el surgimiento de sociología y el de la modernidad (Bauman 1991, Habermas 1987, Heilbron 1995, Wagner 1994). Un resultado especialmente claro de tal desarrollo sería el doble uso que la sociología puede hacer de tal categoría:

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ya sea como sustantivo, “la modernidad”, o en tanto adjetivo que se predica de un objeto específi co, la sociedad “moderna”.

A partir de este diagnóstico todavía muy general, este capítulo se sustenta en tres premisas. Primero, desde un punto de vista analítico, se constata el hecho de que la sociología ha dedicado relativamente menos atención a refl exionar sobre la sociedad que sobre la modernidad, lo que refuerza el interés que puede presentar una reconstrucción del concepto de sociedad moderna que toma como referente precisamente el término “sociedad” y no el concepto de modernidad. En un lenguaje más técnico, se trata de deslindar las características principales de un programa de investigación basado en el rol de la sociedad como “ideal regulativo” (sección 1); cuyo origen específi camente sociológico estaría en algunos escritos de Georg Simmel (sección 2). Segundo, desde un punto de vista histórico, es intere-sante revisar la forma en que la sociología arribó a un concepto técnico de sociedad moderna y para ello se propone un argumento a partir de algunos de los teoremas centrales de la sociología de Talco� Parsons (sección 3). Se plantean así las preguntas de cuándo, en qué contexto, y en razón de qué problemas socio-históricos, surge el concepto estrictamente sociológico de sociedad moderna. Se pasa entonces revista a los rendimientos que esta refl exión sobre el concepto de sociedad moderna puede tener en relación con el debate de la sociología contemporánea sobre la globalización (sec-ción 4). Tercero, desde un punto de vista normativo, se refl exiona sobre el potencial “eurocentrismo inmanente” de las formulaciones tradicionales del concepto de sociedad moderna, como una forma de renovar, en vez de tener que abandonar, el componente universalista que está en su base (sección 5).

La sociedad como ideal regulativo

La pregunta por el rol de la sociedad al interior de la sociología debe en-tenderse en el contexto de su vocación por proveer de marcos interpretativos con los cuales dar sentido a los cambios sociales que han transformado al mundo durante los últimos dos siglos. En tanto proyecto intelectual especí-fi co, la sociología busca integrar, en un único marco de referencia analítico, la descripción histórica, la explicación conceptual y la evaluación normativa de un cambio epocal en permanente evolución. Tal tensión entre elementos explicativos y normativos es una constante en la autocomprensión teórica de la sociología (Bernstein 1976, Giddens 1998, Hawthorn 1976, Seidman 1983, Strasser 1976, Wagner 2001c, capítulos 2, 3 y 4).Esta idea de una reconstrucción crítica de tal tradición sociológica puede ordenarse mediante tres tipos de preguntas. En primer lugar, es necesario

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plantearse el asunto de la formación de las herramientas intelectuales que son necesarias para el análisis sociológico: cómo se defi nen conceptos empíricamente adecuados, se establecen relaciones entre tradiciones intelectuales divergentes, se combina un enfoque racionalista y uno cien-tífi co y, por cierto, cómo se crean los espacios institucionales en que tales procedimientos puedan llevarse a cabo, transformarse en formas de saber socialmente reconocidas y renovarse mediante la difusión entre las nuevas generaciones de practicantes de la disciplina. Con toda la ambigüedad y carácter polémico que viene asociado a la idea de la existencia de un canon disciplinar con textos clásicos, me sigue pareciendo adecuado denominar a esta primera dimensión la pregunta por la formación del canon sociológico (Outhwaite 2009, Turner 2010, Chernilo 2007, 2010). En segundo lugar, está el problema de establecer un objeto de estudio sobre el que tal canon pueda aplicarse y desarrollarse de forma crecientemente sistemática. Es decir, se debe crear un lugar, un “espacio”, en el que sea posible estudiar las relaciones sociales modernas sobre las que la sociología ha de concentrarse. Esta es, en un sentido estricto, la pregunta por el objeto de estudio de la sociología que puede contestarse mediante una defi nición de qué ha de entenderse por sociedad. Finalmente, encontramos la cuestión histórico-normativa respecto de la formulación de diagnósticos epocales, es decir, narraciones de orden general sobre el sentido y características más importantes del cambio social en curso. Las predicciones de Marx sobre la tendencia del capitalis-mo a la crisis, los análisis de De Tocqueville sobre el funcionamiento de la democracia norteamericana, o las teorías weberianas de la burocratización y desencantamiento del mundo son ejemplos bien conocidos de este tipo de diagnósticos epocales. El equilibrio entre el contenido analítico y nor-mativo de distintos diagnósticos varía por cierto en razón de cómo varían las posiciones de los distintos sociólogos, pero sugiero que en la medida que la sociología se hace preguntas que deben responderse a este nivel, lo hace siempre mediante una combinación compleja, y no necesariamente consistente, de cuestiones analíticas y cuestiones normativas. Con relación a este esquema en tres niveles, entonces, la tesis del rol o función regula-tiva de la sociedad en la sociología refi ere a que la defi nición de sociedad permite vincular los diagnósticos epocales con la formación de un canon sociológico. Para decirlo en otras palabras, los cambios que se producen en la defi nición de sociedad entregan pistas sobre las relaciones entre las dimensiones teórico-institucionales (canon) e histórico-normativas (diagnóstico epocal) de la disciplina. Mi argumento es que desde el punto de vista de la observación del desarrollo de la propia teoría sociológica, la sociedad puede producir una mediación entre las herramientas analíticas

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y los diagnósticos epocales de la sociología –y por su intermedio favorecer también una comprensión más acabada de las relaciones entre la disciplina y el mundo social al que ella misma pertenece.

Pero esta tesis de la función regulativa de la idea de sociedad tiene tam-bién un segundo sentido más de fondo. Desde un punto de vista fi losófi co, Immanuel Kant defi ne los “principios regulativos” como formas abstractas con las que la razón pura se vincula con los objetos empíricos. Conceptos, ideas e ideales se encuentran, para Kant, en una gradiente que va desde lo empírico a lo abstracto: mientras los conceptos serían la representación intelectual de objetos empíricos concretos, las ideas se encuentran más alejadas de la realidad observable en tanto ellas no pueden representarse empíricamente en su real magnitud. Los ideales, aun más abstractos que las ideas, tienen un “poder creativo”, lo que le permite a la razón proponer un tipo específi co de “observación” que si bien no es empírica en un sentido estricto no es tampoco una “invención del pensamiento”. Los ideales o prin-cipios regulativos entregan a la razón un estándar que le es indispensable, le proveen de una forma de representación que le es propia, y con ello le permiten estimar los “defectos” de un objeto empírico cualesquiera con relación al ideal puesto por la razón pura (Kant 1973: 485-486). Siguiendo a Kant, entonces, la sociedad moderna podría ser entendida como un “con-cepto”, en tanto representación empírica de algunos países particulares, mientras que la sociedad, en el sentido genérico de la pregunta de en qué consiste lo social de las relaciones sociales, podría ser defi nida como “ideal regulativo” (Chernilo 2007: 25-32, Emmet 1994, capítulo 4). En la fi losofí a contemporánea, Karl-O� o Apel (1998) ha hecho una contribución adicional al concepto de ideal regulativo. Para nuestros efectos, el argumento central de Apel es que los ideales regulativos nos permiten reconocer la estructura que es intrínseca a cualquier tipo de refl exión sobre fenómenos sociales: nos revelan los intereses de conocimiento que son propios del quehacer científi co (Apel 1994, Habermas 1990a). Tal estructura cognitiva revela que las características empíricas de un objeto son siempre una representación imperfecta de su defi nición teórica. Los ideales regulativos serían enton-ces también juicios contrafácticos que nos hablan de las cualidades de un objeto mediante una referencia a lo que tal objeto no es pero podría llegar a ser (Hawthorn 1991).

La hipótesis que quisiera plantear ahora es, por tanto, que al entender la sociedad como ideal regulativo, la sociología no puede ya fi jarla a una formación histórica o geográfi ca específi ca. A este uso de la sociedad para delimitar formaciones histórico-geográfi cas lo denominamos aquí la tesis del rol “referencial de la sociedad”. La expresión más clara de tal rol se

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encontraría en el “nacionalismo metodológico” de las ciencias sociales, en el período que va desde la segunda posguerra hasta el fi n de la Guerra Fría, donde el concepto “histórico” de Estado-nación se fusionó con la idea “abs-tracta” de sociedad (Martins 1974, Smith 1979). Una característica central de la sociología contemporánea sería precisamente la crítica a tal ecuación entre sociedad y Estado-nación (Billig 1997, Touraine 1998, Beck 2000b, capítulos 6 y 7). Esta crítica contemporánea, sin embargo, presenta el problema de mantener una comprensión estrecha de la función teórica que la sociedad ha desempeñado como ideal, así como también ha tendido a la reifi cación de las características históricas de los Estado-nación. Entender la sociedad como un ideal regulativo signifi ca comprender la función que la sociedad ha desempeñado de hecho como parte del núcleo refl exivo de la disciplina, rol que, sin embargo, ha quedado opacado hasta ahora, posiblemente en razón de la aplicación más directa que ha tenido su uso referencial. El primer antecedente estrictamente sociológico de la tesis del rol de la sociedad como ideal regulativo lo encontramos en la obra de Georg Simmel.

La sociedad como problema sociológico: Georg Simmel

Un dato de la historia de la sociología que aun merece ser refl exionado con mayor profundidad dice relación con el interés relativamente subordinado que despierta el estudio sistemático de los usos de una de sus categorías fundamentales: la sociedad. Para una disciplina que dedica tanto esfuerzo a mirar y modelar su propio pasado, esta carencia podría estar relacionada con la relevancia que han adquirido conceptos alternativos. “Clase”, “ca-pitalismo” y “sistema”, por mencionar solo algunos, sí han concitado una permanente atención disciplinar. Es posible reconstruir, no obstante, una historia de trabajos que refl exionan sobre el rol de la idea de sociedad en la sociología.3 Aunque relativamente ignorada en algunas de las reconstruc-ciones más infl uyentes del canon sociológico (Collins 1994, Giddens 1998, Nisbet 1968, Parsons 1968, Zeitlin 1990), es posible argumentar la existencia de un proto-programa de investigación (Lakatos 1983) enfocado en el desa-rrollo de una defi nición sociológica de la sociedad a partir de la fi gura de Georg Simmel. Se trataría de un proto-programa, en tanto no solo ha sido más débil institucionalmente que los programas que surgen a partir de las sociologías de orientación weberiana o marxista, ligados a los conceptos de

3 Ver, cronológicamente, Simmel (1910 [1908]), Parsons (1956 [1934]), Adorno (2000 [1968]), Mayhew (1968), Frisby y Sayer (1986), Mann (1986, 1992), Archer (2009 [1995]), Freitag (2002 [1995]), Albrow (1996), Luhmann (1998a), Urry (2000), Rigney (2001), Wagner (2001b), Touraine (2003) y Outhwaite (2006).

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estado, clase y capitalismo, sino también porque su orientación y contenidos fundamentales no han sido indagados y formalizados con igual claridad.

La pregunta por la sociedad es un tema fundamental de la sociología de Simmel (1909, 1910, 1994, Frisby 2002). En primer término, Simmel desa-rrolló explícitamente una agenda de trabajo programática para la sociolo-gía –ese es su aporte principal, incluso más que el despliegue concreto del tal proyecto–. Si bien el desarrollo de tal agenda no es algo estrictamente original de Simmel, su novedad radicaría en que ese programa se encuentra sistemáticamente vinculado a la refl exión sobre las condiciones de posibi-lidad del conocimiento sociológico y, con ello, a la clarifi cación del rol que la idea de sociedad tiene en la sociología en tanto marco general, dentro del cual la pregunta por las relaciones sociales en general se hace posible –o para decirlo de otra manera, como forma de intentar conceptualizar en qué consiste el elemento específi camente social de las relaciones sociales–. Puede decirse que para Simmel estamos frente a dos problemas que deben, necesariamente, refl exionarse de manera simultánea. La pregunta sobre las condiciones de posibilidad del conocimiento sociológico y la clarifi cación del rol de la sociedad al interior de la disciplina son dos caras de un mismo asunto en el sentido de que la delimitación epistemológica e institucional de una disciplina encargada de estudiar lo social no puede hacerse con independencia de la clarifi cación conceptual de cómo han de entenderse las relaciones sociales.

La segunda característica de este programa sociológico es entonces que la pregunta por las relaciones entre sociedad y sociología se lleva a cabo en un plano de argumentación fi losófi ca. Es decir, Simmel se pregunta por las relaciones entre sociedad y sociología con abstracción de sus for-mas históricas concretas. Si bien ello puede interpretarse en el sentido de que su refl exión queda establecida en un nivel estrictamente formal, es importante no perder de vista el argumento de Simmel de que es solo con la modernidad que tal relación se hace visible: lo social como espacio autónomo o emergente aparece solo con el surgimiento de la modernidad y la liberación fi nal de las relaciones sociales que se inaugura con el princi-pio del fi n del control religioso y político de lo social. Puestas así las cosas, Simmel es consciente de que, en tanto objeto de investigación empírica, “la sociedad” es un objeto de conocimiento tanto imposible como necesario para la sociología. La sociedad sería un objeto de estudio imposible desde el punto de vista de una disciplina empírica como la sociología que aspira a describir y conceptualizar lo que tiene lugar en la sociedad. Desde este lado, entonces, la sociedad hace las veces de punto ciego del conocimiento sociológico para la sociología, pues si la sociedad es la forma sociológica

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de plantearse la pregunta por las relaciones sociales en general, ella misma no puede ser objeto de investigación sociológica en un sentido empírico. Sin embargo, lo interesante de la formulación de Simmel es la forma en que él mismo resuelve el problema. Junto con ser un objeto imposible de conocimiento para la sociología, la sociedad es también su condición de posibilidad, su objeto de estudio necesario. La refl exión sobre qué hace sociales a las relaciones sociales lleva siempre consigo alguna idea –más o menos explícita, más o menos abstracta– de sociedad y no puede pensarse sociológicamente, en un sentido estricto, más allá de esos límites.

Es en ese sentido que el trabajo de Simmel ha sido interpretado como una forma de mediación, incluso si ello tiene lugar a pesar de sus propias intenciones, entre un programa marxista de sociología que ya tomaba cuerpo a inicios del siglo XX y una versión científi ca de la disciplina (o burguesa, para quienes la observan desde el marxismo) que habría emergido con Durkheim y Weber. Gillian Rose (2009 [1981]) justamente afi rma que la idea de sociedad en Simmel es arquetípica de un enfoque neo-kantiano, como a su juicio lo sería en realidad toda sociología, puesto que el punto de partida explícito de la sociología de Simmel es la pregunta por las con-diciones de posibilidad de lo social en general –formulado clásicamente en el excurso del capítulo 1 de su sociología (Simmel 1986)–.4 Al mismo tiempo, sin embargo, la importancia que Simmel le asigna a la sociabilidad como expresión material de relaciones sociales que existen objetivamente y con independencia de su observación lo vincula también con el tipo de epistemología de corte más bien realista que es propia del marxismo. Por supuesto, la tesis misma de la existencia de dos sociologías, una marxista y una científi ca, se ha mostrado altamente problemática y no es para nada mi intención defender semejante proposición.5

4 La tesis de Rose (2009: 24) es en realidad que toda la sociología cae “por debajo” de la crítica de Hegel a Kant en el sentido de todavía preguntar por las condiciones de posibilidad del conocimiento. A su juicio, el punto de partida realmente científi co de la sociología debería ser una metacrítica tanto desde el punto de partida trascendental como desde los postulados metodológicos de Kant; es decir, una metacrítica de la idea misma de que tal conocimiento científi co de lo social es posible y deseable. A partir de lo que se argumenta en los capítulos 2, 3, 7 y 8, esta parte del diagnóstico de Rose me parece insufi ciente, puesto que crea una barrera innecesariamente rígida entre la formación de la sociología en tanto disciplina científi ca y sus fundamentos fi losófi cos (que en este libro se tematizan a partir de la pregunta por el derecho natural).

5 En su Weber y Marx, publicado originalmente en 1932, Karl Löwith (1993) señala que esa polaridad entre dos tipos de sociologías esencialmente opuestas era la forma convencional de describir el funcionamiento de la disciplina en esa época. Sin embargo, su argumento central en ese libro es precisamente que es posible encontrar una preocupación intelectual subyacente, que si bien puede no llegar a unifi car a la disciplina, sí permite hablar de ella

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Sin embargo, abrir la sociología de Simmel a esta tensión permite comprender el gran aporte y la gran aporía que la y el proto-programa de investigación sociológica sobre el rol de la idea de sociedad que se fundaría a partir de su trabajo. Su gran aporte radicaría en la intuición sobre la función regulativa que la idea de sociedad desempeña en la sociología. Entendida como formas de interacción, o “sociación”, la idea de sociedad queda así en el centro de las preocupaciones a las que Simmel se dedicó, si bien no de manera prioritaria, durante toda su vida. Simmel descubre que la sociedad es una categoría inmanente al pensamiento sociológico –es su condición de posibilidad– y que por ello desempeñaría una función regulativa en tanto contribuye, contrafácticamente si se quiere, a evidenciar las imperfecciones y distancia que hay entre cualquier forma concreta de relaciones sociales con relación a la representación ideal que las teorías sociológicas, tanto como los propios actores, pueden hacer de ella. A partir de su creencia en lo que él denomina la estructura esencialmente democrática de la socialidad –la expresión más pura de lo social se deja ver en la medida que los individuos pueden reaccionar libremente a los estímulos de otros y teniendo como único límite la mantención de esa misma libertad– Simmel (1949) no se sustrae al hecho de que la pregunta por la sociedad incluye una dimensión normativa (que por lo demás está asociada a cualquier refl exión por las formas de vida colectiva): como quiera que se la defi na, pueden encontrarse formas defi cientes o autonegadoras de relaciones sociales (Chernilo 2010: 133-153).

Por el otro lado, la gran limitación del programa sociológico de Simmel dice relación con la débil incorporación de elementos históricos a su defi -nición de sociedad. La idea de sociedad de Simmel es formal (Rossi 1997) en el sentido de que no lleva a cabo, y con ello se reduce al menos en parte el potencial de su propia obra, un análisis empírico del desarrollo histórico de sociedades concretas.6 En retrospectiva, la agenda que surge de su sociología

en singular: la comprensión por el destino de lo humano bajo condiciones capitalistas. Como se discute en detalle en el capítulo 3, ese es justamente el tipo de proposiciones que me interesa defender, y por tanto rechazo la separación estricta entre dos (o más) sociologías.

6 Hoy en día me gustaría morigerar en algo esta afi rmación –aunque no necesariamente replantearla–. Si bien Simmel estudia el surgimiento y características principales de la economía capitalista moderna bajo la idea de una Filosofí a (y no Sociología) del Dinero (Simmel 1977), ello no impide que su análisis de las formas económicas modernas en tanto relaciones sociales pueda entenderse como expresión del tipo de estudio histórico por el que aquí se lo critica, incluso tal vez exageradamente. Sin embargo, la cronología de sus escritos habla a favor de esta interpretación más crítica: La Filosofí a del Dinero se publicó originalmente en 1900, y si bien su libro Sociología es de 1908, en 1894 y 1895 Simmel ya había publicado escritos sistemáticos no solo sobre sociología , sino directamente sobre el rol de la idea de sociedad en la formación y deslinde de un enfoque propiamente sociológico.

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se habría mostrado relativamente menos prometedora en lo que se refi ere a su potencial para la investigación empírica de tipos, clases o formas de relaciones sociales, lo que a su vez ayudaría a explicar la ambivalencia con que su obra ha sido recibida (o, por ejemplo, el hecho de que su estatus de clásico no haya terminado de alcanzar una posición similar a la de Marx, Weber o Durkheim).

La sociedad en la sociología parsoniana: sistema social, sociedad moderna y Estado-nación

Como dijimos, el argumento central del proto-programa de investigación basado en la sociología de Simmel se expresa en la forma en que él defi nió tanto su agenda sociológica empírica como el rol regulativo que la sociedad jugaría al interior de esa agenda. Esta forma de plantear el asunto sería convergente con la tesis del núcleo “kantiano” que Richard Münch (1981) identifi có para el caso de Talco� Parsons. Mientras que Simmel fue persis-tente en su esfuerzo por establecer los lineamientos de la futura ciencia de la sociología desde un punto de vista abstracto, el kantismo de Parsons se hace presente tanto a nivel metodológico como sustantivo (Alexander 1978). Metodológicamente, Parsons utiliza la fi losofí a kantiana como fundamento para su propia concepción de ciencia: la categoría de sistema social sería precisamente la base del marco de referencia analítico con el cual acceder a un conocimiento cierto y sistemático de lo social. Al mismo tiempo, la sociología de Parsons sería kantiana en un sentido sustantivo, en tanto su refl exión sociológica sobre el orden social responde a la interrogante kantiana sobre la tensión entre elementos causales y normativos en la explicación del orden social, en general, y de la acción social en particular. El interés de Parsons por lograr una síntesis de los trabajos de la primera generación de sociólogos es ampliamente conocido, y en este contexto no deja de ser curioso que Parsons no reconozca en Simmel una fi gura fundamental en La Estructura de la Acción Social (Parsons 1968, Levine 1980, 1991, Nichols 2001).

En tanto ha venido perdiendo infl uencia institucional e intelectual en la sociología de las últimas dos décadas, la recepción contemporánea de la obra de Parsons ha sufrido un cambio importante. El paso del tiempo ha dado paso a una serie de interpretaciones que intentan rescatar otros aspectos de su sociología. Bien conocidas son, en este contexto, las reconstrucciones

Es decir, a pesar del contenido altamente sociológico de su análisis del dinero, e incluso de la tesis del carácter potencialmente arquetípico de las relaciones sociales monetarizadas para entender las relaciones sociales modernas en general, Simmel decide enmarcar tal estudio como una fi losofí a antes que como una sociología.

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de Jeff rey Alexander (1987) en los Estados Unidos, Richard Münch (1987) en Alemania, François Bourricaud (1981) en Francia, José Almaraz (1981) en España o Nicos Mouzelis (1995) en el Reino Unido –todas enfocadas en desentrañar la lógica teórica detrás del proyecto parsoniano– o la utili-zación que Jürgen Habermas (1989b) y Niklas Luhmann (1991) han hecho de la sociología parsoniana al nivel de una construcción teórica original. Otro conjunto de publicaciones muestra, además, un rejuvenecido interés por el legado de Parsons en distintas áreas del desarrollo de la sociología: este artículo se hace parte de tal revisión contemporánea de la sociología parsoniana (Barber y Gerhardt 1999, Gerhardt 1993, 2001, 2002, Robertson y Turner 1991, Treviño 2001). En específi co, se sostiene la tesis de que es Parsons (1956, 1961, 1966, 1969) quien provee el primer concepto sistemático de sociedad en la sociología.

La gran novedad de la sociología de Parsons, y la razón fundamental para revisar en detalle su trabajo sobre la idea de sociedad, es que propone una triple conceptualización de la idea de sociedad, donde se la defi ne como sistema social, Estado-nación y sociedad moderna. Para Parsons, la idea de sociedad se encuentra siempre asociada a uno o más de estos conceptos, cada uno de los cuales tiene una defi nición técnica y precisa en su obra. Esto le permite, a diferencia de Simmel, vincular cuestiones analíticas e históricas, pero al mismo tiempo, siguiendo a Simmel, no caer en un uso puramente referencial de la sociedad. Es decir, Parsons no trata el ideal como una mera representación conceptual o, en una formulación más sociológica del mismo argumento, Parsons no fusiona la sociedad con ninguna for-mación histórico-geográfi ca concreta. Esto es consistente, además, con su permanente precaución respecto de la “falacia de la concreción equivocada”: los postulados teóricos de una ciencia concreta no deben confundirse con proposiciones ontológicas sobre la realidad empírica (Whitehead 1949).7 A continuación se introducen brevemente las tres defi niciones de sociedad de Parsons.

El concepto de sistema social es, como se sabe, central en la sociología parsoniana en tanto fue pensado como la herramienta analítica más abstracta con que no solo la sociología sino las ciencias en general podrían defi nir sus objetos de estudio así como las dimensiones más importantes para la investigación empírica de tales objetos. De hecho, Parsons (1961, 1977) argu-menta que las categorías de sociedad y sistema social deben ser defi nidas una con relación a la otra: la sociedad es un caso especial de sistema social

7 Vista desde esta perspectiva, la formulación parsoniana es compatible con la idea de Luhmann de obstáculos epistemológicos (capítulo 5).

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que comprende la mayor complejidad en tres dimensiones principales. (1) Sus relaciones externas, en el sentido de que la sociedad debe entenderse como una unidad distinguible. (2) Su especifi cidad histórica, en el sentido de ser distinguible como una unidad históricamente relevante por un período relativamente largo de tiempo. Y (3) su autosufi ciencia, en el sentido de que la sociedad es capaz de autoproveerse de buena parte de los recursos mate-riales y simbólicos que requiere para su funcionamiento. A través de la idea de sistema social, la sociología confi gura una unidad de análisis abstracta, lo que además le permite al sociólogo comparar entre unidades diferentes pero análogas. Pero más importante aun es el hecho de que la idea de sistema social refi ere a la tesis de las propiedades emergentes de lo social en tanto objeto científi co: un sistema social es más que la suma de sus elementos componentes en tanto remite a aquello que surge como realidad propia en las interrelaciones entre distintas estructuras y funciones. El paradigma de las cuatro funciones con que la sociología madura de Parsons es conocido, incluido el teorema de la diferenciación funcional mediante la aparición de medios simbólicamente generalizados, es justamente la expresión más acabada de esta defi nición de la sociedad como sistema social. El carácter formal y abstracto de la idea de sociedad entendida como sistema social hace que sea precisamente aquí donde las defi niciones de sociedad de Simmel y Parsons se encontrarían más estrechamente relacionadas. Del mismo modo, es esta misma condición del concepto de sistema social lo que “impediría” a Parsons equiparar la sociedad a una formación histórico-geográfi ca concreta.

Pero, como vimos, las tres condiciones de relaciones externas, estabilidad histórica y autosufi ciencia sí apuntan en la dirección de dar mayor viabili-dad empírica a la idea de sociedad. En ese marco, debe entenderse que para Parsons (1961, Parsons y Smelser 1956) los Estado-nación sí son la represen-tación concreta e históricamente más importante de aquel objeto al que la sociología puede dirigir su conocimiento –al menos en la modernidad–. Tal defi nición de sociedad coincide, además, con la expansión del Estado-nación en tanto forma de organización sociopolítica, a través del mundo, a contar de la última oleada decolonizadora y el inicio de la Guerra Fría después de la Segunda Guerra Mundial. A contar de ese momento surge el concepto de “sociedad nacional” (Smelser 1997), que puede ser representado en una serie de procesos: la expansión –al menos formal– de los Estado-nación en África, la implementación del Plan Marshall e institucionalización de los Estados de bienestar en Europa, el inicio del ciclo exitoso de los Estados desarrollistas en Asia, la expansión acelerada de una economía de consu-mo en los Estados Unidos, y por cierto las versiones latinoamericanas de programas industrializadores y desarrollistas. Del mismo modo, el desa-

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rrollo institucional de la sociología corresponde también a este período; la propia sociología se organiza nacionalmente y, en el marco de la creciente demanda estatal por conocimiento sociológico, aumentan los programas y graduados en sociología (Buxton 1985). En su apasionado análisis sobre el Nazismo en tanto amenaza a la “civilización occidental”, Parsons afi rma claramente que solo en los Estado-nación es posible institucionalizar patro-nes de conducta, normas, e instituciones guiadas por valores democráticos y universalistamente orientados (Gerhardt 1993, Parsons 1993a, b, c). Dicho lo anterior, la sociología de Parsons no cae en el problema del nacionalis-mo metodológico –la equiparación acrítica de los conceptos de sociedad y Estado-nación– justamente porque Parsons ha defi nido la sociedad en un sentido mucho más general (Chernilo 2007: 77-93, 2010: 81-108).

La sociedad moderna es el tercer concepto con que Parsons (1966, 1971) se refi ere a la idea de sociedad. Teóricamente, la sociedad moderna es una representación más abstracta de la sociedad que el Estado-nación, en el sentido de que se refi ere a un conjunto mucho más amplio y general de prácticas institucionales y orientaciones normativas. Históricamente, por su parte, la idea de sociedad moderna es más concreta que el concepto de sistema social, puesto que puede entenderse como similar a la idea de “occidente” cuando se la utiliza en un sentido lato. Desde un punto de vista normativo, además, el concepto de sociedad moderna representa aquellos aspectos que Europa occidental y Estados Unidos destacan respecto de sí mismos, y que por tanto refl ejarían el estado futuro al que se espera arribarán los países menos desarrollados. En este sentido, el concepto de sociedad moderna destaca el carácter de “deseables” y en algún sentido también de “necesarios” de ciertos tipos específi cos de formaciones ins-titucionales. La tesis general de Parsons es que la formación y desarrollo de las sociedades modernas puede entenderse mediante el estudio de sus “tres revoluciones”. La primera de ellas es la revolución económica que tuvo lugar en Inglaterra a fi nales del siglo XVIII e inicios del XIX. La revolución industrial es fundamental en el surgimiento de la sociedad moderna en tanto afi anza el funcionamiento del capitalismo como sistema económico y de la tecnología como forma sistemática de innovación. La segunda es la revolución política, ejemplifi cada en los eventos políticos en Francia y Estados Unidos en ese mismo período: la democracia deviene desde ese momento la forma privilegiada de legitimación del orden político en la modernidad. Dicho de otra manera, dictaduras y regímenes totalitarios se ven también compelidos a usar la retórica de la voluntad popular para legiti-marse. Una tercera revolución educativa, menos llamativa pero igualmente importante que las anteriores, se habría completado por primera vez en los

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Estados Unidos cuando en la década de los sesenta del siglo XX, se produce el crecimiento masivo del sistema de educación superior. Su historia tiene como momentos principales la alfabetización, la ampliación del sistema educativo y esa expansión del sistema universitario (Parsons y Pla� 1973). Estas revoluciones son un logro evolutivo de las sociedades modernas, pues verdaderamente modernas serían solo aquellas sociedades que han logrado exitosamente el tipo de diferenciación funcional que viene aparejada con la implementación exitosa de las consecuencias institucionales de las tres revoluciones. Sistema económico, sistema político y sistema fi duciario quedan “defi nitivamente” separados de la comunidad societal a partir y en razón de estas tres revoluciones.

En síntesis, si bien Parsons defi ne la idea de sociedad de manera explícita, más que sus defi niciones altamente formalizadas lo que parece ser aun de mayor interés es la forma en que él las aplica diferenciadamente, en distintos contextos y con diversas funciones, a través de estos tres conceptos más acotados. Estado-nación y sociedad moderna son dos formas de defi nir, históricamente, el objeto de estudio de la sociología. Al mismo tiempo, el concepto de sistema social, en razón de la tesis de la diferenciación funcional, es crucial para comprender los Estado-nación y las sociedades modernas (capítulo 5). Para culminar esta sección, quisiera sacar muy brevemente tres conclusiones sobre los usos de la idea de sociedad en la sociología parsonia-na. Primero, aparece con claridad el argumento del rol de la sociedad como “ideal regulativo”: al relacionar su defi nición de sociedad con la categoría de sistema social, Parsons demuestra que la sociedad no puede hacerse equivalente a ninguna formación histórica o referente geográfi co específi co. Por el contrario, lo social en general es aquello a lo que la sociedad apunta y por eso se la defi ne en relación a la idea de sistema social. Segundo, esa misma formulación resalta el papel mediador del concepto de sociedad moderna entre la formulación altamente abstracta de sistema social y la formulación más empírica de Estado-nación: el estudio de tal mediación aparece entonces como una empresa interesante que no ha sido llevada a cabo hasta ahora. A ello se suma la relevancia creciente que el concepto de sociedad moderna ha tenido en el desarrollo posterior de la sociología (el debate sobre la postmodernidad, al menos al interior de la propia sociología, parece haber servido para hacer aun más fuerte el vínculo entre sociología y modernidad, Wagner 2001b). Tercero, el análisis de en qué medida el concepto de sociedad moderna trae consigo un “eurocentrismo inmanente” aparece como una tarea de especial interés.

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La “crisis” del concepto de sociedad moderna en la sociología contemporánea

El concepto de sociedad moderna ha sido crucial en la formulación de varios de los diagnósticos epocales más infl uyentes de la sociología post-parsoniana. Conceptualizaciones tales como “sociedad post-industrial” (Bell 1974; Touraine 1971), “sociedad post-moderna” (Kumar 1995), “socie-dad del riesgo” (Beck 1992), “sociedad de la información” (Castells 1996-8), “sociedad global” (Albrow 1996) o “sociedad mundial” (Luhmann 2007) son herederas, más o menos críticas, de la defi nición de sociedad moderna de Parsons. Para los efectos de este capítulo, sin embargo, es interesante destacar que lo que hasta ahora se ha sometido a reconstrucción y crítica en esas conceptualizaciones es el adjetivo que acompaña al sustantivo “so-ciedad”, que se mantiene constante. Con excepción de Luhmann, es posible sostener que el rol de la sociedad no es objeto de examen crítico en esas obras, por lo que la pregunta en qué consiste lo específi camente social de los distintos tipos de sociedad que se observa se mantiene sin respuesta. La defi nición de la idea de sociedad queda, más bien, implícitamente asociada a alguna de las tres defi niciones de sociedad de Parsons –especialmente a una reformulación de su concepto de sociedad moderna.

A contar del cambio de siglo, y posiblemente también con un buen sentido de oportunidad producto de la resonancia mediática de afi rma-ciones milenaristas, una parte importante de la discusión sociológica de los últimos quince años ha girado en torno al concepto de “globalización” y las tesis sobre de la “pérdida de relevancia del Estado-nación”, la “crisis defi nitiva de la modernidad” (Albrow 1996, Beck 2000a, Castells 1996-8, Lash 1999, Giddens 1999, Urry 2000). Con ello se implica también la idea de una creciente crisis de la sociología que bien puede culminar en su crisis terminal. Se impuso, aunque por suerte solo por un tiempo, el argumento de que estamos en presencia de un cambio epocal de tal magnitud que tanto la idea de sociedad como la de modernidad ya no resultarían heurísticamente relevantes. En palabras de Robert Fine (2004), son las ciencias políticas y sociales en conjunto las que estarían asistiendo al renacer de un “nuevo cosmopolitismo” (nuevo en relación con los “viejos” cosmopolitismos de la Grecia clásica, primero, y del propio Kant 1999 hacia fi nales del siglo XVIII), que si bien refl ejaría una preocupación real respecto de las atrocidades cometidas en nombre de los Estado-nación y el nacionalismo, es al mismo tiempo un discurso teóricamente ingenuo, ideológicamente conservador e históricamente inadecuado (Stork 2002, Webster 2002). El grado de cohesión interna y alto impacto internacional de los trabajos de los autores recién

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mencionados permite describirlos como la “nueva ortodoxia de la socio-logía contemporánea” –ortodoxia que por cierto rechazo (Chernilo 2007, 2010, capítulos 6 y 7).8 Para los efectos de mi argumento, las características principales de esta nueva ortodoxia serían tres.

a. Se trata, en sentido estricto, de una generación de sociólogos europeos, nacidos inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, que cre-cieron durante el “período de oro” del Estado de bienestar, cuyo paso por la universidad está marcado por los temas y consecuencias de las revueltas estudiantiles de 1968 y que en la actualidad son fuertes partidarios de la Unión Europea en su versión socialdemócrata. Desde un punto de vista intelectual, coinciden en su pasado cercano al marxismo, en su diagnósti-co sobre la incapacidad intelectual del marxismo para entender el mundo contemporáneo así como en la oposición al parsonianismo y la infl uencia de Parsons en la sociología. Es interesante constatar, sin embargo, que la sociología no-europea parece más escéptica respecto de las tendencias que la nueva ortodoxia defi ne como cruciales; por ejemplo en la sociología norteamericana (Smelser 1997, Calhoun 2002). Y, por supuesto, del mismo modo, no se trata de una tendencia libre de crítica al interior de la propia sociología europea (Beriain 2002, Fine 2007, Habermas 2002, Mouzelis 1999, Outhwaite 2006, Robertson 2000, Turner 2006, Wagner 2001a).

b. La nueva ortodoxia critica la inadecuación de las herramientas teóricas tradicionales de la sociología. Las estrategias conceptuales de la disciplina durante el siglo XX se mostrarían crecientemente obsoletas para dar cuenta de la actual situación histórica. El cambio epocal que signifi caría la crisis del Estado-nación implicaría también la obsolescencia de las categorías y modos de análisis de la sociología. Con independencia de sus diferencias terminológicas, conceptos como “el mundo en disolución” de Giddens, “la era global” de Albrow o “la segunda modernidad” de Beck, apuntan justamente hacia la crisis o cambio radical que el mundo estaría viviendo y, por lo tanto, a la supuesta necesidad de redefi nir las formas en que hemos de comprender tal cambio. Paradójicamente, sin embargo, se vuelve sobre una visión típicamente positivista respecto de las dinámicas de producción de conocimiento sociológico. Se asume que la investigación empírica es la única forma de dar respuesta a las transformaciones de las sociedades

8 Es precisamente en razón de tales debilidades que los fi lósofos pueden, con bastante razón, dejar de poner atención a nuestras descripciones sociológicas de la sociedad moderna: los problemas conceptuales que “padecen las interpretaciones sociológicas más sofi sticadas (…) terminan, en el mejor de los casos, por resolverse en una sistematización ‘tipológica’ de las doxai [opiniones, D Ch], de los lugares comunes y de las opiniones difundidas en torno de los fenómenos globales” (Marramao 2006: 33).

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contemporáneas; solo la sistematización de cantidades formidables de in-vestigación empírica haría posible una comprensión adecuada del cambio epocal (Castells 2000). En vez de reconocer el carácter conceptual de las herramientas analíticas con las que la propia crítica se lleva a cabo, se acusa a la sociología de estar transformándose en una pieza de museo y se cae en una forma decepcionantemente ingenua de argumentación positivista.

c. Estos autores presentan su tesis sobre el cambio epocal a partir de la “desintegración” de los Estados de bienestar europeos, a la vez que re-construyen el pasado reciente de sus sociedades nacionales de forma tal de evidenciar aquellos elementos que refuerzan las tesis de la disolución de las formas nacionales de solidaridad. De la misma forma en que la so-ciología clásica habría formado su concepto de sociedad moderna a través de una idealización de las formas comunales de asociación (ya sea como comunidad/sociedad o tradición/modernidad, Bendix 1967), la nueva or-todoxia pareciera reifi car la solidez interna de los Estado-nación europeos durante la segunda mitad del siglo XX para con ello reafi rmar la radicalidad del cambio epocal actual (replicando entonces las dicotomías clásicas en la versión “Estado-nación/sociedad del riesgo”). Se constata así un creciente culto a lo nuevo, la llamada “falacia del presentismo” (Webster 2002: 267). Se produce, además, el interesante fenómeno de que estos autores comienzan a encontrar en una serie de eventos de alta relevancia mediática una prueba irrefutable de la veracidad de sus marcos analíticos –el atentado del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York es el ejemplo más claro (Bauman 2002, Beck 2002, Urry 2002)–. Sin embargo, la imagen de solidez de las sociedades europeas de la posguerra que estos autores consideran está declinando no se corresponde con un análisis más acucioso de las principales tendencias de las sociedades europeas y norteamericana de ese tiempo (Baehr 2002, Parsons 1993d, Arendt 1958). Tal imagen de solidez y necesidad histórica de los Estado-nación, además, no da cuenta de la amplitud de formaciones sociales y políticas que han acompañado el desarrollo de los Estado-nación más allá de Europa y los Estados Unidos. Se trataría, más bien, de una inter-pretación inadecuada de tal período histórico, lo que resultaría en el forta-lecimiento, inadecuadamente fundamentado, de la tesis del cambio epocal. Tal imagen “cuasi mítica” de los Estados-nación durante la época de oro de los Estados de bienestar europeos se corresponde, además, con períodos de alta inestabilidad económica y política en los Estado-nación “nacientes” (África, Asia) y/o “dependientes” (América Latina, Cardoso y Fale� o 1990). En síntesis, los supuestos fundamentales de esta nueva ortodoxia no son satisfactorios para estudiar algunas de las tendencias históricas recientes.

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El problema del eurocentrismo: reconstrucción y crítica del concepto de sociedad moderna

El tema del eurocentrismo en las construcciones conceptuales de las cien-cias sociales no es nuevo (Amin 1989, Said 1978, Wallerstein 2006, capítulos 2 y 4). Del mismo modo, el eurocentrismo no es un fenómeno unívoco, o que permea de forma homogénea en la sociología y otras ciencias sociales (Bonne� 2004). Una de las consecuencias de la crítica recién presentada en contra de la nueva ortodoxia globalizadora es que esbozaría los elementos centrales de un nuevo tipo de eurocentrismo. En este caso, se trataría de un tipo de “eurocentrismo empírico”, distinto del “eurocentrismo normativo” propio de las ciencias sociales de los años sesenta del siglo XX (Centeno 2002: 275). Mientras que para el eurocentrismo normativo de la generación de Parsons las sociedades en proceso de desarrollo no eran sino representaciones atrasadas de un patrón histórico que se asumía como único y necesario, el eurocentrismo empírico de estas nuevas teorías enfatizaría la importancia de estudiar contextos no-europeos con el fi n de mejorar la comprensión de los procesos de cambios de las sociedades europeas (ver la tesis “Brasilización” de occidente en Beck 2000b). La nueva ortodoxia, a pesar de creer que ha superado los problemas de las generaciones anteriores, no haría más que resituar el problema, ahora bajo condiciones en que ya no es posible asumir acríticamente un desarrollo histórico homogéneo: se trata de una sociología que debe enfrentarse seriamente a la coexistencia de distintas cosmovisiones incluso al interior de las propias fronteras nacionales. Su eurocentrismo radica en que su interés por lo que sucede en las sociedades “centrales” se torna relevante –política y académicamente– únicamente en la medida en que ello muestra los problemas, desafí os o patologías que tales sociedades podrían llegar a enfrentar: es una suerte de proyección del futuro en el que las cosas no han resultado de acuerdo con lo esperado.

El problema al que nos enfrentamos, por tanto, es cómo mantener la crítica a ese eurocentrismo sin caer en el relativismo extremo que informa a muchas de las versiones postmodernas de la discusión reciente sobre el desarrollo de la modernidad más allá de occidente (por ejemplo en los estudios “poscoloniales”, Bartolovich y Lazarus 2002). En otras palabras, el desafí o es compatibilizar una crítica al eurocentrismo que es inmanente al concepto de sociedad moderna (incluido el de Parsons, por cierto), pero no bajo condiciones de particularismo o relativismo exacerbado, sino, por el contrario, bajo el alero que provee un creciente refl exión sobre la pretensión universalista de conocimiento de la sociología. Es la idea misma de deslindar los componentes efectivamente universales del proyecto moderno lo que

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debiera estar en la base del entendimiento de los desarrollos históricos re-gionales, nacionales y continentales más allá de Europa occidental (Arnason 2001, Eisenstadt 1999, 2000, Therborn 1995). Este es sin duda un problema que se vincula directamente con la forma en que la sociología latinoame-ricana ha hecho su refl exión sobre la historia del continente mediante la pregunta por la modernidad; en específi co, sobre el carácter y especifi cidad de “nuestra” modernidad (Domingues 2008, García Canclini 1990, Larraín 2000, Mascareño 2010, Morandé 1987, Parker 1993, Véliz 1994, capítulo 5). Se trata de un intento por desnaturalizar la autoimagen que las sociedades más desarrolladas tienen de sí mismas, así como también la trayectoria que las sociedades periféricas deben seguir para llegar a convertirse en mo-dernas (Mouzelis 1999), manteniendo, al mismo tiempo, los componentes crítico y universalista que son centrales al proyecto original de la sociología (Habermas 1993). Es decir, esta refl exión toma como punto de partida un concepto de sociedad moderna que, en el marco del rol de la sociedad como ideal regulativo, no se iguala a ninguna formación histórica específi ca, y que por tanto asume la variabilidad histórica como un supuesto de base.

Conclusión

El argumento central de este capítulo dice relación con refl exionar sobre el concepto de sociedad moderna en función no solo del uso sociológico de la idea de modernidad, sino también a partir del interés y relevancia que presentaría llevar a cabo su reconstrucción pero concentrándose ahora en los usos de la idea de sociedad. Para ello, en primer lugar se establecieron los lineamientos básicos de la tesis de la sociedad como ideal regulativo, tanto desde el punto de vista de su relevancia en el desarrollo de la sociología, para la reconstrucción de la teoría sociológica, como desde un punto de vista fi losófi co, a partir de Kant, como posible fundamentación para la pregunta sobre las condiciones de posibilidad del conocimiento sociológico. Segundo, se presentaron un conjunto de razones para justifi car el rol de Georg Simmel como antecedente sociológico fundamental para la profundización de la tesis de la sociedad como ideal regulativo. En tercer término, se propuso una reinterpretación de los elementos centrales de la sociología de Parsons a partir de su triple defi nición de sociedad (sistema social, Estado-nación y sociedad moderna). Por su intermedio, se argumentó sobre el rol de Parsons en la formulación de una conceptualización sistemática de la idea de socie-dad que ha permeado buena parte de la discusión sociológica a contar de la segunda mitad del siglo XX. La cuarta sección presentó una lectura crítica de la evolución reciente de la corriente principal en la sociología europea,

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que fue caracterizada, y evaluada críticamente, como una nueva ortodoxia. Finalmente, se introdujo una diferenciación entre eurocentrismo normativo y eurocentrismo empírico con miras a intentar empezar a deslindar entre los componentes puramente europeos de la modernidad occidental y aquellos que pueden efectivamente entenderse desde un horizonte propiamente universalista. Cualquier intento por reconstruir el concepto de sociedad moderna debe, bajo las condiciones socio-históricas presentes, hacerse cargo de estos desafí os.

La relevancia y posibles implicaciones del desarrollo de investigaciones más exhaustivas en estos temas pueden tal vez intuirse como sigue. Desde un punto de vista conceptual, se trata de establecer con claridad el rol que la idea de sociedad ha desempeñado y puede seguir teniendo, en la com-prensión de qué hace sociales a las relaciones sociales. Asimismo, la tesis del rol de la sociedad como ideal regulativo se presenta como un antídoto contra la igualación de sociedad y Estado-nación que se usa (injustamente en mi opinión) no solo para criticar a Parsons, sino a la teoría sociológica en general. Desde un punto de vista metodológico, y en respuesta a la ya canónica división entre orientaciones teóricas y empíricas, el enfoque aquí propuesto intenta mantener vinculadas las narrativas históricas y teóricas sobre el desarrollo de las sociedades modernas en tanto ambas resultan igualmente relevantes a la hora de entender en qué consiste efectivamente un enfoque sociológico. Desde un punto de vista normativo, fi nalmente, la refl exión sobre las distintas formas en que hoy en día se expresa el fenómeno del eurocentrismo en la sociología y ciencias sociales contemporáneas nos lleva decididamente a enfrentar los momentos universales y particulares no solo de nuestra propia refl exión sociológica, sino, mucho más importante aún, del tipo de sociedad en que vivimos y aquellas que queremos construir. Es este último asunto, la relación entre universalismo y sociología, el que se discute en los próximos dos capítulos.

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