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RAMÓN TISSERA CHACO GUALAMBA, historia de un nombre 1972 Ediciones “CULTURAL NORDESTE” RESISTENCIA - CHACO

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RAMÓN TISSERA

CHACO GUALAMBA,historia de un nombre

1972Ediciones “CULTURAL NORDESTE”

RESISTENCIA - CHACO

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I. - EN EL PRINCIPIO FUE LA LEYENDALa historia que narraremos podría comenzar formalmente un día de 1589,

cuando un gobernador del Tucumán informaba sobre el descubrimiento de “laprovincia del chaco gualambo adonde tenia noticia de gran suma de indios”.

Aún no se había cumplido un siglo de aquel mediodía en que la navecapitana de Cristóbal Colon fondeara junto a la playa de Paria y el almirante pisópor primera vez la tierra firme de Sudamérica. Desde entonces la tenacidadmisional de un gran pueblo, la ambición, la codicia de riquezas alucinantes, elansia por develar lo ignoto, habían puesto en marcha una conquista deproporciones continentales. Expediciones sucesivas, consumadas y relevadasincesantemente se aventuraron a ciegas en la tierra nueva; primero bordeandocon sus bajeles las riberas oceánicas, internándose luego por los ríos anchurosos– el Orinoco, el Amazonas, el Paraná – ; después con exploradores intrépidos queafrontaron los rigores de la selva, los eriales y la montaña, unas vecessorprendidos por la aparición de imperios prodigiosos, otras náufragos de ladesilusión y las fatigas inútiles.

Pero quedaban todavía grandes extensiones desconocidas. El Gran Paititi,Omagua, El Dorado, Trapalanda, como tantos rincones recónditos de la masaarbórea del centro continental, como la trashumante Ciudad de los Cesares,constituían incógnitas geográficas no descifradas. Inventadas unas por el furormismo de la búsqueda, se esfumaron en su propia fantasía. Pero otras, porcurioso contraste, debieron el prestigio mítico a su realidad apabullante. Eranámbitos sombríos y peligrosos, guardados por la fragosidad de la selva o lahostilidad de las tribus que defendían su suelo patrio con salvaje heroísmo.

Por eso el Chaco, realidad categórica como pocas, se fue haciendoleyenda a medida que lo registraban los ojos europeos ávidos de descubrimientos.El territorio y sus pobladores presentaban profundidades inescrutables para lacrónica. La topografía inhóspita desmentía la imagen bucólica del bosque. Y suprehistoria era un pasado milenario de tradiciones transfiguradas por la concienciamágica del indio.

Aún después de incorporado el piélago vegetal al mapa político de losvirreynatos, subsistieron demasiados enigmas y vacíos de difícil explicación,empezando por el enigma de su nombre. La palabra misma que designaba a laregión compartió el hermetismo telúrico de esta, al punto que todavía hoy sesuperponen y renuevan las hipótesis sobre su origen y significado.

Chaco o Chaco Gualamba, ¿eran nombres vernáculos con que lospobladores autóctonos designaban su hábitat? ¿Fueron en cambio palabrasforáneas, impuestas por influjo de culturas superiores? En uno u otro sentido, ¿porqué prevaleció este topónimo, siendo que diversas zonas de la gran regióntuvieron otras denominaciones que podían haber merecido igual mérito?

Veamos por gusto algunas de las perplejidades y penumbras que espreciso disipar para contestar razonablemente tales preguntas. El vocablo nofigura en el léxico de las antiguas lenguas aborígenes; aunque queda siempre lasospecha de una casualidad fatal: que perteneciera al vocabulario de alguna delas extinguidas, entre las que debe contarse en primer termino la cacana,precisamente vinculada al Chaco prehispánico y a la zona misma donde apareció

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el nombre. Por otra parte, la suposición más probable y probada sobre laprocedencia quechua del topónimo tropieza con la dificultad que el mismo nofigura en la geografía incásica, pues los anales recogidos por los primeroscronistas se refieren a esta región sin atribuirle nombre alguno, no obstante que elimperio tenía catastradas expresamente otras extensiones próximas, como elTucman, Chili, la Puna, los Charcas.

Incluso la edad del topónimo resulta dudosa. Los españoles que lomencionaron por primera vez no dieron mayores explicaciones, como si se tratarade una alusión obvia, de un lugar inconfundible. Sin embargo, otros viajerosanteriores o de la misma época que se internaron y hasta cruzaron de cabo acabo el país de la selva, desconocieron unánime y notoriamente el nombre delvasto territorio que hoy denominamos Gran Chaco. ¿Seria acaso que la región nointeresaba estratégicamente, por lo que la indiferencia la relego al anonimato? Alcontrario, represento durante siglos, desde antes de irrupción hispánica, unobjetivo muy codiciado, que demandó esfuerzos dramáticos de ocupación.

Es intención de estas paginas procurar la conclusión más verosímil, larespuesta más objetiva posible a estos interrogantes. Pero quizá convengaanticipar el descubrimiento principal que se logró en el curso de la indagación yque ayudó a superar muchas dificultades. El origen y el significado de ladesignación Chaco Gualamba no es un tema exclusivo para lingüistas. Más aún,creemos que el reiterado intento de recluir la cuestión en esa perspectiva haconstituido la peor limitación. El tema y su dilucidación están intrínsecamenteligados a la historia.

Recíprocamente, la investigación con este criterio aportara muchasexplicaciones todavía pendientes sobre la prehistoria chaqueña, sobre laprocedencia de las razas fundadoras, las incorporaciones posteriores y losmovimientos migratorios internos que hicieron del Chaco Gualamba el complejoétnico más admirable de Sudamérica.

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II. - UNA GEOGRAFIA MINIMA“Asimismo tengo noticias de otra provincia de mucha gente a 100 leguas

de aquí y que confina con los chiriguanos”, escribía al Rey el gobernador delTucumán, don Juan Ramírez de Velasco.

Un año después, en otro documento del 31 de enero de 1589 – la fechatiene importancia –, el mismo funcionario daba informaciones más concretas:“Junte setenta hombres, los cuales entregue a un capitán para que fuese a laprovincia de chaco gualambo, adonde tenía noticia de gran suma de indiosque confinan con los chiriguanos desta frontera”. El sencillo párrafo estabadestinado a la celebridad, porque en él aparece escrita por primera vez la palabraque con el correr de los años designaría a la misteriosa región.

Fue el capitán Pedro de Lazarte quien comandó “la jornada del chacogualamba”. A este protagonista debemos la segunda mención del nombre novellanzado a la historia.

A Lazarte le fue encomendada la misión de internarse en la provinciadesconocida. Sabemos también que debía fundar un pueblo al que llamaría NuevaLogroño y que emprendió la marcha desde “el valle de Jujuy” con setenta uochenta soldados y unos cuatrocientos indios adictos.

Ahora bien, ¿qué quisieron expresar Velasco y Lazarte cuando hablarondel Chaco Gualamba? Se referían a una comarca, un paraje, una zona más omenos limitada, o ya aludían a la inmensidad que hoy figura en los mapas comoGran Chaco Los conquistadores y colonizadores peninsulares no demostraronnunca mayor interés por profundizar las lenguas indígenas más allá de loindispensable para sus desplazamientos y fundaciones. Se comprende queadoptaron el raro nombre sin averiguar su sentido ni sus alcances. Pero talaclaración de esos interrogantes resulta decisiva para nosotros. Casi todos losmalentendidos actuales surgieron de no haberlos formulado con la atención quemerecen.

En efecto, el Gran Chaco, el que registra la cartografía moderna, estáubicado al este de lo que fuera la provincia del Tucumán, que en el siglo XVIabarcaba todo el noroeste argentino y se prolongaba por el sur hasta Córdoba,con cabecera en Santiago del Estero (aunque Ramírez de Velazco escribió sudocumento en Salta). Así pues, ¿el gobernador del Tucumán habría comisionadoa Lazarte la colonización de ese Chaco o, al menos, de alguna comarca situada aleste de su provincia? El error (bastante común) de ésta figuración consiste en quese pasan por alto doscientos años, de historia; porque en lo que va de los siglosXVI al XVIII la gobernación del Tucumán se redujo a algo más de la dimensión dela actual Provincia, mientras el Chaco Gualamba pasó a ser, de una reducidacomarca, el territorio gigantesco extendido desde el cerro Dos Parecis al ríoSalado.

DOS EPOCAS Y DOS TERRITORIOSPedro de Lazarte se presento de regreso en Salta a los diez días de

emprendida la marcha. El proyecto había fracasado. Alego como justificación losinconvenientes insalvables del camino y la multitud de agrupamientos indígenasque lo acechaban. Por eso Ramírez de Velasco dejó escrito un comentario

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despectivo: “los quales declararon aver gente como avena, y creo que la asperezadel camino fue miedo”. En realidad la tentativa de Lazarte puede computarsecomo la más inoperante para la política colonizadora emprendida desde elTucumán. Debe su nombradía únicamente al testimonio documental que dejóconfirmando la referencia de Velasco sobre el Chaco Gualamba. Además susnoticias resultan imprecisas. Ignoramos hasta el itinerario de su expedición, datode extraordinario valor en este caso.

Pero ciertas evidencias nos orientan con claridad. Comenzamos asospechar que el Chaco Gualamba no era lo mismo que el Gran Chaco. Lo queabarca geográficamente este segundo nombre constituía una jurisdicción bastanteconocida y explorada en 1589, había sido penetrada desde Santiago del Estero en1568 por Bazán de Pedraza, que la atravesó hasta dar con el Paraná, y despuéspor Mexia de Mirabal en 1576, en busca del legendario “minero”, el aerolito deOtumpa, otra denominación arcaica de un lugar también discutido. Además yaestaban fundadas en ese territorio las ciudades de Esteco y de Concepción delBermejo, y se habían captado los populosos poblamientos indígenas de Guacara yMatara. Más todavía, el nombre mismo de Chaco está ausente de los documentosde la época en toda esa extensión. Cuando Alonso de Vera y Aragón fundóConcepción (1585), al redactarse el acta capitular se consigna simplemente elasiento del pueblo “en el sitio de dicho río Bermejo”. Tiempo después, DiegoGonzález de Santa Cruz refería que Alonso de Vera pobló Concepción en “laprovincia del Bermejo”.

Si no era pues hacia el este del Tucumán o del valle de Jujuy, ¿qué rumbotomó Lazarte en busca del Chaco Gualamba? Aunque la contestación parezcauna simpleza hay que recalcarla para aclarar el engorro inexplicable de lassuposiciones que origino la confusión. El Chaco Gualamba estaba exactamentedonde indico Ramírez de Velasco: confinando con los chiriguanos, es decir alnorte del Tucumán, arriba del valle de Jujuy y sobre las ultimas serranías del AltoPerú. Otro documento apenas posterior en tres años al de Ramírez de Velasco loconfirma expresamente: “el Chacoualamba es de la otra parte del río Bermejocerca de la cordillera de los Chiriguanos”.

LA CUNA DEL CHACOQuien haya conocido en nuestro tiempo las míseras rancherías de los

indios chiriguanos sobre las márgenes del Bermejo, ultimo reducto de ladecadencia, tiene que recordar el pasado de un pueblo espléndido, otrorasojuzgador de las naciones aborígenes colindantes y muchas veces victoriosofrente a legiones extranjeras superiores en numero y en armamento que intentaronconmover su poderío.

Los chiriguanos eran un desprendimiento guaraní, emigrado en el siglo XVdesde el Paraguay hasta las serranías precordilleranas a las que dieron sunombre. Conservaron el idioma de origen, el dulce y rico abañeé; pero alinstalarse en la nueva patria renunciaron a los hábitos agrícolas y en generalsedentarios de la idiosincrasia guaraní. Para dedicar más tiempo a la guerra sinretrogradar su status convirtieron en esclavos a los laboriosos chanés.

Siniestros, vivaces y astutos como aquellos bárbaros de Germania quedetuvieron por siglos a la civilización latina sobre la frontera natural del Rhin, los

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chiriguanos disolvieron con emboscadas un ejército de diez mil hombres que llevocontra ellos el inca Tupac Yupanqui. Otro tanto ocurría una centuria después conotra fuerte columna española comandada en persona por el Virrey Francisco deToledo. Lo mismo con dos expediciones Paraguayas sorpresivas, interceptadas ydesbandadas sobre el Pilcomayo. Como en toda guerra santa, el fanatismochiriguano practicó también el crimen político contra las intromisiones pacíficas.Un proyecto incásico de colonización fue desbaratado con un asalto nocturno alcampamento del curaca Guacane. Al sucesor Condorí se lo toleró con amenazasde igual destino si revelaba a los españoles, las rutas del oro y la plata. El garroteo la lanza de esta misma justicia caerían también sobre varios encomenderos:Nufrio de Chávez, Andrés Manso, Miguel Martín. Sin perjuicio de ello y paracalmar la avidez de servidumbre de los colonos, se dedicaban por épocas altráfico de hombres, y entregaban cuadrillas de prisioneros recolectados entre lasparcialidades indígenas pusilánimes, a cambio de adornos, armas ypresumiblemente los primeros caballos que facilitaron al aborigen sudamericano lacondición ecuestre.

“Son tan valientes – consigna Cosme Bueno – que en las entradas quehan hecho los nuestros a sus tierras, acometían con tanta intrepidez hasta lasbocas de fuego, que fue preciso poner un lancero entre cada dos fusileros; y tanligeros que para emplear una bala es menester lograr algún descuido”. Peroademás, difícilmente quedara impune y sin represalia una incursión española a lasagrada tierra chiriguana. Las ofensivas ordenadas por la Audiencia de Charcasrecibieron como replica tropelías de incendio cobre Chichas, Pilaya y Paspaya “yotras menores poblaciones, ya de Españoles ya de indios sugetos a sudominación y convertidos a la Fe”. Finalmente la alianza chiriguana con losomaguacas abrió el camino de los malones hacia el Tucumán.

Enrique de Gandia ha demostrado (“El Gran Chaco”, cap. IV) que laguerra contra los chiriguanos configuró a más de un largo proceso, un conflicto degeopolítica. Ya los incas habían comprendido la necesidad de abatir la formidablemuralla aborigen que les bloqueaba el desborde sobre la llanura del Pilcomayo yel Bermejo. Los españoles de Lima, continuadores virtuales de la expansióncusqueña se movilizaron con la misma preocupación.

Pero los chiriguanos invictos vinieron a constituir el factor de aislamientopara la planicie herbosa, a la que no obstante nunca pretendieron dominar. Sinconciencia de su misión, fueron el umbral y los guardianes de la región quecomenzó llamándose Chaco Gualamba.

A todo esto comprobamos también que la intención de Ramírez deVelasco de abordar el Chaco desde el valle de Jujuy representaba un cambio detáctica respecto a los ataques frontales del Alto Perú. De esta manera se eludía ya la vez se cercaba (o se neutralizaba) el baluarte inexpugnable. Para subsanar elfracaso de Lazarte, Francisco de Argañaraz fundó cuatro años después la ciudadde Jujuy, punto de apoyo de las entradas posteriores a la nueva provincia.Subsiguientemente, la instalación de las misiones jesuíticas entre los indioschiquitos cerraron la salida al Matto Grosso, refugio postrero de las tribus vencidaso ahuyentadas por la civilización.

Revasados, sitiados por los cuatro costados, los chiriguanos comenzaronla declinación, el ocaso de su orgullo. Llegaron incluso a servir de centinelas a las

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ciudades españolas. Un dato de Cosme Bueno en el siglo XVIII patentiza lapenosa apostasía: “En las incursiones que han sólido hacer los bárbaros yentradas de los nuestros, han ayudado siempre (los chiriguanos) con granfidelidad, y sirven de antemural por aquella parte”.

TIERRA DE LOS CHANÉSEl adelantazgo del Río de la Plata, al iniciarse el siglo XVII se presentaba

extendido desde el Amazonas hasta las costas magallánicas. Por razones de buengobierno el rey Felipe III se propuso fraccionar esa jurisdicción incontrolable. Paraesto el virrey de Lima, Juan Mendoza y Luna recibió la comisión de elaborar uninforme sobre los territorios que quedaban a todo el oriente del Perú. El virreydemoro dos años recabando noticias y datos de cuanto funcionario podíaproporcionarlas, hasta concluir la complicada memoria descriptiva. Y es aquí, eneste documento bastante conciso y exacto para el asunto que trata, dondeencontramos una mención decisiva. Entre la vastedad de tierras catalogadas,Mendoza y Luna dedico un párrafo al reducto agreste: “Todo el demás espacioque hay entre las naciones referidas se cuenta por provincia de Chaco y llanos deManso en que moran los indios chanés”.

Si confrontamos esta referencia con otro documento de misma época, elhistórico libro de Ruy Díaz de Guzmán, veremos que los Llanos de Manso y elhábitat de los chané (comarcas homónimas para el autor de “La Argentina”) estánubicadas en la llanura vecina a las serranías de los chiriguanos y alcanzan hastael río Parapetí.

Vamos ahora a otras constancias igualmente sugestivas; aunque depronto nos sorprende una que si bien concuerda en principio con la referencia delvirrey de Lima desorienta con ciertos agregados.

En 1625, treinta y seis años después del intento de Pedro Lazarte, elcapitán Martín de Ledesma Valderrama incursionó por la quebrada deHumahuaca, también en busca del “Chaco Balamba”, según su versión delnombre. La empresa no alcanzó totalmente sus propósitos de “descubrimiento ypoblación”, pero fructificó con la fundación de San Antonio de Guadalcazar.Tiempo después, trasladado Valderrama a Asunción con titulo de gobernador,escribió al Rey interesándolo en la colonización de la tierra irredenta. Sudescripción de la misma dice así: “la nueva provincia del Chaco Balamba, esta enlas vertientes de la cordillera del Perú, hacia los llanos y nacimiento del sol”.Agrega sin embargo que las tierras son “aptas para fundar muchas poblaciones deespañoles por el numero casi infinito de infieles que la habitan hasta la boca yremate del río Marañón”, a lo que suma otras curiosas noticias: “a la parte del surestá el Reino del Perú, que todo lo que poseyeron los ingas serán 700 leguasdesde Potosí a Pasto” ; “muchos de estos indios son vecinos a los minerales eingenios de Chichas y Lipes y a la villa de Potosí; que si la provincia estuvierallana S. M. gozara con sus frutos muchas rentas”. Pese a la complicaciónaparente, lo cierto es que Valderrama no ha hecho otra cosa que acoplar el ChacoGualamba al Antisuyo incásico, vale decir el declive oriental de los Andes, periferiadel bosque amazónico. De allí su otra mención sobre “1.300 leguas de anchodesde la mar y costa del Brasil a dicha cordillera”. Lo del “reino del Perú” al sur deese Chaco significa exactamente la penetración quechua hasta la cordillera de los

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chiriguanos. El indicio más ilustrativo de que Martín de Ledesma no estaba deltodo equivocado consiste en sus elogios a la acción evangelizadora del PadreGaspar Osorio por aquellas tierras, pues precisamente de ese misionero nos llegael dato concluyente sobre la real ubicación y dimensiones del Chaco Gualamba.

En un informe al provincial jesuita Mucio Vitteleschi, Pedro Osoriocomienza suministrando un pormenor de utilidad, cuando habla de llevar “la luz delsanto Evangelio al gentilismo de las provincias de Chaco Gualamba y LIanos deManso”. Enseguida aclararemos el colosal malentendido que reportó este segundonombre en relación con el primero. Ahora interesa advertir que estamos ante unaindicación semejante a la del virrey Mendoza y Luna y frente a la misma meta quese habían propuesto Ramírez de Velazco y Ledesma de Valderrama. En otropárrafo de la misma carta aparece al fin una demarcación geográfica que noadmite duda alguna: “Está el Chaco en el riñón y en el medio de estas Provinciasque le tienen como cercado, que son Potosí, La Plata (Chuquisaca), Santa Cruzde la Sierra y Tucumán”.

Lo importante es respetar el orden cronológico de los documentos dondefiguran las referencias, porque así comprobamos que las descripciones de doscenturias después, que hablan del inmenso territorio chaqueño como valorentendido, tienen razón para su tiempo pero aluden a una realidad histórica muydistinta de la del siglo XVI. Para confirmarlo definitivamente hay que recurrir altestimonio de otro cronista involuntario que ya se he citado: el provincial jesuitaMucio Vitelleschi.

En efecto, la ultima entrada del Padre Pedro Osorio al Chaco Gualamba,en compañía del Padre Riperio epilogó trágicamente. Los dos cayeron víctimas delodio chiriguano a los españoles. Entonces Vitelleschi relevó a los mártires conotros dos misioneros, los Padres Juan Pastor y Gaspar Sequeira. Un informeposterior del Provincial jesuita relata circunstanciadamente las peripecias de losnuevos emisarios y comenta: “Se ha procurado llevar adelante la entrada de lamisión gloriosa del Chaco ... por los avipones que es puerta para el Chaco”. Losabipones, pobladores en aquella época de la margen norte del Bermejo y de susnacientes, eran efectivamente le puerta del Checo, el acceso, al igual que susvecinos los mataguayos, a quienes asimismo se refiere Vitelleschi catalogándoloscomo “paso para el Chaco”.

JUNTA DE NACIONESAl pie de la cordillera de los Chiriguanos se extendía una llanura

semiboscosa, regada por los ríos Guapay y Parapetí y las nacientes delPilcomayo. Allí moraban los indios chanés, otro prodigio étnico del Chaco,seguramente la cultura primitiva más evolucionada.

Cultivadores de granos y tubérculos, tejedores consumados del algodón yla lana, domesticadores de la llama, hábiles plateros, maestros de alfarería, susmáscaras ceremoniales acusan un raro dominio del arte grotesco para patentizarsentimientos en la escena ritual. Habían llegado al Guapay procedentes delarchipiélago antillano, quizá estacionados un tiempo en las laderas delChimborazo, gran núcleo preincásico de irradiación cultural. Un apéndice de ellos,los chané-guaná, se había desplazado hacia el este y habitaba sobre la margenoccidental del Paraguay, donde los mbayaes, “altos hombres, garbosos y valerosa

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gente guerrera” según le descripción de Ulrico Schmidl, los sometieron a vasallaje.En realidad ambos grupos de la noble familia nu-aruac protagonizaron eseprematuro proceso clasista en el ámbito primitivo. Los chanés del Guapay fueronesclavos de los chiriguanos, como los guanáes se hicieron súbditos tributarios delos mbayaes; los primeros por acatamiento al más fuerte, los segundos en procurade protección bélica, especie de pacto de asistencia mutua para el lenguajediplomático moderno. Dice el mismo Schmidl “... y esos chaneses (guanáes) sonvasallos de los sobredichos mbayas, al igual como en estos países (Europa) loslabriegos están sujetos a sus señores”.

Ha de tenerse en cuenta que los calificados portadores de técnicasagrícolas y artesanales habían arribado al actual Chaco Boreal mucho antes quelos chiriguanos y los mbayáes. Los dos últimos eran no sólo advenedizos respectoa los primeros sino inferiores en desarrollo. Su prevalencia debió consistir en sucapacidad combativa, pero también pudieron intervenir condiciones ycircunstancias que será preciso estudiar alguna vez con la etnografía asistida porlos conceptos sociales de evolución. La mera agresividad no adjudica el privilegiode la dominación. Tanto más, no estamos ante pueblos similares, aúnconsiderando su belicosidad. A diferencia de las hordas chiriguanas, los mbayaes,eyiguayeguí en su propio léxico (el nombre mbayá es designación guaranítica)constituían una aristocracia militarista, regida por normas rigurosas de selección.El guerrero, el cazador mbayá eran productos de une educación típica de castastribales. El historiador brasileño Do Prado pondera así a estos notablesdominadores: “... sao tao soberbos que a todos os gentíos confinantes tratamcom desprezo, e estos de alguna sorte os repeitam”.

Pero a más de los chanés y sus vecinos chiriguanos, el primitivo hábitatchaquense estaba compartido por otros grupos, como los tamacosis y morotocosde la familia zamuco; gente hacendosa que había alcanzado la piedra pulida, perocuyas costumbres pacíficas no le impedían salvaguardar a precio de sangre suindependencia. El secreto de la flecha untada con venenos paralizantes era sugran sutileza mortífera de defensa contra los intrusos.

Varias crónicas e historias que recogieron versiones orales, muyfundadas, hablan asimismo de una incorporación de ultima hora, llegada desde elAltiplano: minorías quechuas, chichas y churumatas, fugitivas de la Conquista, queeligieron el refugio chaqueño para su ostracismo. Estos serían aquellos exóticosorejones, cuyo destino final fue transmitir a las tribus autóctonas muchoselementos de culturación incásica y, recíprocamente, retrogradar ellos a lasimplicidad selvática y diluirse en el seno de las razas protopobladoras.

El primer Chaco ya era pues “junta de naciones”. Los grupos promiscuos yheterogéneos sintetizaron en aquel rincón las características del Gran Chacoulterior.

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LLANOS DE MANSOEl memorial del virrey Mendoza y Luna concuerda con el informe de Pedro

Osorio en adosar al Chaco los Llanos de Manso. Da la impresión que ambascomarcas fueron para ellos una misma cosa o, en todo caso, dos parajes vecinos,

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muy próximos entre sí. Y tal fue, en efecto, la realidad toponímica de esa época,consignada asimismo por otros documentos tan importantes como el de Ruy Díazde Guzmán.

Los Llanos de Manso estaban ubicados en el Chaco Gualamba. ¿Perocómo y por qué ocurrió la traslación del nombre a otros territorios extensísimos,incluso extraños a la región de origen? Los datos topográficos fueron variandohasta dar por resultado en el siglo XVIII una localización completamente distinta.Los propios cartógrafos contribuyeron a la confusión. El mapa de Cano y Olmedilla(1775) ubica al Chaco en su breve espacio arriba del Pilcomayo, es decir el sitiocorrecto; pero da como Llanos de Manso toda la franja entre el Pilcomayo y elBermejo. Una carta jesuita de la misma época repite el error con creces, puestraslada el Chaco a esta segunda ubicación. Quizá la misma pista falsa indujo alescritor coetáneo José Guevara a sostener que el primer Chaco abarcaba “lapenínsula que hacen el Pilcomayo y el Bermejo”. No podían darse motivos mástentadores para la equivocación; porque la errónea lonja geográfica atraviesa tanluego el centro del Gran Chaco, desde Salta al Paraguay. De aquí podía inferirseque el objetivo de Ramírez de Velazco había estado orientado efectivamente haciael este del Tucumán y que los incas llegaron al corazón de la tierra aparentementeinaccesible.

Hoy sabemos que el equivoco se origino con seguridad en el laudo delvirrey de Lima para resolver el diferendo de Manso con Nufrio de Chávez y por elque se adjudicó al primero las tierras que iban desde su ciudad de Santo Domingode la Nueva Rioja, junto a la margen occidental del río Parapetí, hasta el Bermejo.Manso no tuvo oportunidad de llegar con su colonización ni de conocer siquiera elterritorio actual de Formosa. Sus andanzas se circunscribieron a poblar parte de lallanura del Guapay, o sea el Chaco Gualamba donde murió sin alcanzar nunca laocupación del colosal latifundio concedido por el gobierno limeño.

Pero aquí encontramos otra novedad importante, que servirá paracomprobaciones posteriores. Al fundarse Santo Domingo de la Nueva Rioja,treinta años antes del documento de Ramírez de Velazco, la tierra de los chanéstodavía no se llamaba Chaco Gualamba, o al menos este nombre era ignorado porlos españoles. La prueba nos llega del propio Manso; de una correspondencia alRey en la que se solicita alguna merced para la empresa colonizadora delGuapay: “El marqués Cañete vissorey que fue destos rreynos me mandó fuese apoblar y conquistar las provincias de los llanos que son de mucha gente, passadala cordillera de los chiriguanos que será noventa leguas de la ciudad de la Plata”.

Para los conocimientos topográficos de la corte de Madrid daba lo mismoque se hablara del Chaco Gualamba o de la llanura vecina a los chiriguanos. ¿Porqué Manso silenciaría deliberadamente el nombre más apropiado si la hubieseconocido? La sospecha se agranda cuando advertimos que al silencio de Mansose agregan los de todos los protagonistas y cronistas que tuvieron alguna relacióncon lo que había detrás de la cordillera de los Chiriguanos; desde Garcilaso,conocedor enciclopédico de la tradición incásica, que habla de la “hasta entoncestierra incógnita” refiriéndose a los tiempos de Túpac Yupanqui, hasta losdocumentos de los guerreros, los misioneros y los encomenderos de lapenetración española.

Se ha supuesto también que la región originariamente llamada Chaco

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pudo estar al sur de la región dominada por los chiriguanos, es decir en el actualterritorio de la provincia de Salta. En principio la alusión de Ramírez de Velasco“confinando con los chiriguanos desta frontera”, daría algún asidero a la hipótesis.En tal caso las afirmaciones del virrey de Lima pero sobre todo de los misionerosjesuitas, (conocedores prácticos de los territorios que describían en sus mensajes)quedarían como inexactos. Todas esas constancias se derrumbarían frente a unaconjetura fundada en especulaciones etimológicas.

Para conceder aun más al error, veremos más adelante que en pleno vallecalchaquí figura la palabra Chaco, pero como nombre de caciques encomendadosdurante la Conquista, no precisamente como designación de una región.

Pero queda una documentación anterior en más de medio siglo aldocumento de Ramírez de Velasco, referida justamente al famoso Túcman del quese derivaría Tucumán. Se trata del primer español que ingresó por el norte alactual territorio argentino, don Diego de Almagro. La crónica de Oviedo y Valdézresulta terminante en cuanto a la imposibilidad de una zona – siquiera de unpoblado, de un clan – con el nombre Chaco. El itinerario de Almagro se extendióen jurisdicción argentina desde el límite con Bolivia hasta Calingasta (San Juan)pasando por parajes sempiternos del noroeste, que el relato enumera conexcelente detallismo, incluyendo a Jujuy, sobre el cual leemos un párrafo hartoconcreto: “mandó Almagro al capitán Rodrigo de Salcedo a hacer castigo deciertos indígenas cheriguanáes que se habían hecho fuertes en el pueblo deXubixuy y muerto a ciertos españoles; en lo cual sirvió con sus armas y caballos.Después fue con el dicho Almagro a Chiquana... y después en el castigo que hizoAlmagro a los indios de Quirequire y sus comarcas hasta llegar al río Bermejo”. Lamención de los chiriguanos “hechos fuertes en el pueblo de Xubixuy”, (sin queesto autorice a decir que Jujuy era hábitat habitual de los chiriguanos) y la ningunareferencia a posibles habitantes chaqueños como a ninguna región del mismonombre al sur de esos chiriguanos, nos traslada nuevamente a la afirmaciónjesuítica respecto a las tribus pobladoras al este del Tucumán: “que es puerta parael Chaco”, o “paso para el Chaco”.

EL VERTICETenemos demarcada la zona que originariamente abarcó el Chaco

Gualamba. Comprende una porción marginal y hasta irrisoria si se la compara conla extensión que llegó a incluir.

Asimismo comprobamos que si el Chaco Gualamba tuvo estadenominación para algunos aborígenes comarcanos, ella no habrá sido de viejadata. Sin duda no provenía del acervo milenario de la zona, ni aún de lacolonización incásica precolombiana, y esto explica su ausencia en los analesgeográficos del Cusco. El topónimo debió aparecer en alguna situación insólita,que veremos, provocada por los desajustes de la Conquista, y se mantuvo algúntiempo, por varias décadas en aquel proverbial hermetismo indiano, tan difícil depenetrar para los intrusos. No es que – aclaremos – haya que compartir lahipótesis absurda sobre los indios de América confabulados para ocultar ciertossecretos. El ejemplo admirable de fortaleza que dieron tanto miembros de la castanobiliaria, realmente concertados para ocultar aún bajo los tormentos del suplicioel paradero de los restos de Atahualpa o de los cuantiosos tesoros escondidos a la

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codicia del usurpador, no debe confundirse con la hosquedad, la incomunicación,el recelo propios de todo sentimiento nativista en presencia de forasterosalarmantes. El nombre de una región no constituye motivo de reserva. Es loprimero que se invoca frente al invasor. Estamos simplemente ante laincomprensión reciproca que planteaban los contactos de la Conquista por lascondiciones mismas en que estos se entablaron.

La digresión nos lleva a otras conclusiones de provecho.No pocas investigaciones en principio exactas se han malogrado y

desubicado, han necesitado violentar hasta el sentido común por aceptar lasconstancias y las pruebas como procedentes de un solo momento histórico oreferidas a una dimensión territorial que se acepta como definitiva. No puedereportar iguales resultados el estudio del estado de evolución de las tribuschaqueñas al tiempo de la conquista o la intensidad de la influencia incásica,según se consideren las variantes que tuvieron el escenario histórico y sugeografía humana.

Veremos que la infinidad de datos, la diversidad de pareceres no resultatan intrincada si establecemos un calendario, por así decir, para seguir el procesode aparición y difusión de un nombre.

Chaco Gualamba representó en su primera etapa el vértice de unaproyección cuya pantalla se amplificaría desmesuradamente, desde el nortesantafesino hasta Brasil, no solo cubriendo con su imagen esta vastedad sinodesplazando y borrando otros nombres. Comarcas, pueblos enteros, gruposraciales que no tenían la menor idea de tal designación, la adoptaron por obra deltiempo.

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III. - DE PONIENTE A LEVANTEMientras la documentación del Tucumán, de Potosí y de Lima da cuenta

del nombre Chaco Gualamba a partir de 1590, los conquistadores radicados en elotro extremo, sobre el río Paraguay, lo ignoraban absolutamente.

Ruy Díaz de Guzmán el mestizo, paraguayo nativo, contemporáneo deRamírez de Velasco y del virrey Mendoza y Luna, historiador precoz del Río de LaPlata, recolector minucioso de las versiones orales sobre sucesos, expediciones,incluso leyendas de “La Argentina”, aporta testimonios de silencio muy valiosos.También él, como Manso, omitió la palabra clave; no obstante que en tres pasajesde su libro describe con prolijidad la zona en cuestión, y nos habla de loschiriguanos, de los “maneses” (¿chaneses?) y de los ríos Guapay y Parapetí. Nodebemos descartar que hasta hubiese conocida de oídas lo de Chaco Gualamba,pues termino la redacción y corrección de su libro en Chuquisaca, a donde lohabían llevado sus reyertas con Hernandarias en Asunción; pero sin duda no lepareció atinado transmitir a la posterioridad la mención de un nombrehistóricamente insignificante, inexpresivo en ese momento. Por eso anotó en suhistoria con motivo de relatar la muerte de Manso en manos de los chiriguanos:“De este desgraciado suceso le quedó a esta provincia llamarse los llanos deManso”.

Es más sintomático todavía que la denominación Chaco aparecieraprimeramente en el Tucumán y en el Perú, y no en Asunción; porque demuestrapor una parte la exigüidad del territorio que recibió ese nombre y por otra lanovedad de su aparición. Hay que desechar las suposiciones sobre la antigüedadprecolombiana del topónimo Chaco aún referido al lugar de origen.

Fue mucho mayor el interés de los pobladores del Río de la Plata y deAsunción por llegar al Alto Perú, a “la sierra de la Plata”, que la mera intencióncolonizadora de Lima y del Tucumán por penetrar las praderas feraces al pie de laprecordillera. Lo demuestra el número mismo de las exploraciones cumplidasdesde uno y otro extremo. Los sucesivos adelantados del Río de la Plata oteabancon interés obsesivo el lejano y legendario paraíso áureo, realmente perdido, puesya había sido ocupado por la corriente conquistadora desprendida desde Panamá.La verdad que Gaboto había llegado tarde, pese a que su entrada por el Paranáse produjo al mismo tiempo que la primera aparición de Pizarro en el Pacifico;ambos en busca de la misma meta.

Otro indicio engañoso vino a servir de acicate y de desorientación a laavidez asunceña. El tráfico intenso entre las tribus, (todavía no se ha prestadoatención a esta actividad que en toda América vinculaba las tolderías másdistantes y hasta garantizaba los mercachifles la inmunidad de sus personas ybienes) había hecho llegar al Paraguay una cantidad extraordinaria de plateríasuntuaria, trocada por algodón, plumas, arcos y flechas, aniles, tabaco, tejidos decaraguatá y otros abastecimientos lugareños. Pero la feria metálica no proveníajustamente del Perú. “Fueron preguntados – explica Pedro Hernández en sucrónica – qué generaciones son las que han el oro y la plata y como lo contratan yviene a su poder: dijeron que los payzunoes, que estan tres jornadas de su tierra,los dan a los suyos a trueco... y que los payzunoes los han de los chaneses y loschimenoes y carcases y candirees”. Esto creó sin duda la alucinación de la “sierrade la Plata” como otro emporio distinto del Perú.

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Durante casi medio siglo los contingentes de Asunción se aventuraron consuerte diversa por la espesura, los pantanos, los paramos y los ríos caudalosos(cuya corriente debían remontar) en procura de la tierra de los chanés o de lostamacosis, o sea el Chaco Gualamba, al que los chanés por su parte llamabanIsojó. Pero ninguna crónica, ninguna relación de viaje, ningún documento escritoen Asunción por aquellos años registra el topónimo evidentemente desconocido,no obstante que los exploradores iban catalogando con suma puntualidad losdatos de cada rumbo próximo o remoto y los gentilicios de las tribus queencontraban o que buscaban.

“CALCHAQUINESIS CHAQUENSES”1591. Dos sacerdotes acompañados de un reducido grupo de aborígenes

que sirven de guías e interpretes, se abren camino a pie a través de la selvagigantesca; cruzan bañados, matorrales o espaciosos secadales donde la tierrayerma no ofrece a la sed otro alivio que las raíces de unos cardos típicos de estaszonas. (La imagen de la floresta del Gran Chaco, húmeda y exhuberante,uniformemente selvática, es solo un decir). Cada vez que encuentran el caminitoque conduce a una toldería se desvían por él para cumplir su misión catequística.En unas partes encuentran hospitalidad generosa; en otras los rechazan convocerío amenazante, o bien los pobladores han desaparecido ahuyentados por elrecelo que les inspiran forasteros tan distintos a ellos y a los demás hombrescomunes de la región.

Uno de los sacerdotes, el jesuita Alonso Barzana, es un ancianomortificado por la edad y los achaques de una enfermedad adquirida a causa delas inclemencias de la vida ambulante. “Estoy ya muy viejo y cubierto de canas,del todo sin dientes”. Este hombre cumpliría una proeza misional sin precedentes.Atravesaría íntegramente el Gran Chaco, de ida y de vuelta, desde Santiago delEstero hasta Asunción.

Pero lo que más interesa a nuestra historia es saber que ese hombre,gramático de escuela y un intuitivo de los idiomas (en pocos días de conversacióncon un indio podía adquirir el dominio de su lengua y predicar con ella sin mayoresdificultades) fue justamente uno de los primeros españoles que escribió, si no lapalabra “chaco” un curioso derivado de ella.

En 1590 Alonso Barzana radicado en el Tucumán redactó una brevemisiva al provincial Juan Fuente solicitando (o acatando) instrucciones paranuevas tareas misioneras. De esa carta se conservan pocos párrafos, uno de loscuales dice: “Aquí estoy, enviadme, o para redimir a los lules o a los calchaquineschaquenses”. Atendiendo las fechas, estamos ciertamente ante una de lasprimeras menciones.

Resulta en verdad enigmática la adjetivación de Barzana. ¿Se refería aindios calchaquíes radicados en el Chaco, o quiso decir que el Chaco formabaparte de la nación calchaquí?.

En el siglo XVI los calchaquíes habitaban con sus hermanos de raza losdiaguitas, el valle del mismo nombre al norte del Tucumán. Pero también habíacalchaquíes encomendados sobre el río Dulce, en Santiago Del Estero como enConcepción del Bermejo. Por otra parte, el valle Calchaquí colindaba con el hábitatde los omaguacas, los indios que según José Jolís (siglo XVIII) “fueron la causa de

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que el nombre Chaco fuera impuesto a las vastas regiones orientales”, ya que deellos tomaron información los hombres del Tucumán respecto a la “provinciapoblada de mucha gente”.

Por todas esas zonas y entre todos esos gentiles anduvo Barzana antesde redactar su carta al provincial Fuente. Sin embargo hay que prestar atención alprimer encuentro de Barzana con los calchaquíes del Valle. Precisamente enmarzo de l588 el misionero acompañó a Ramírez de Velazco, con quien “pasó deSalta a Chicoana y Angastaco, en son de paz, y supo ganarse las simpatías de losCalchaquíes, cuyo valle recorrió en toda su extensión”. Es decir que losexpedicionarios alcanzaron los aledaños del primitivo Chaco Gualamba. Lospueblos calchaquíes y diaguitas hablaban la lengua cacana, y de lo poco quesubsiste en los códices de esta lengua ha quedado memoria de ciertos nombressugestivos. En una nomina de indios calchaquíes (“su lengua natural llamadaCaca”) figura tan luego un tal Chaco. Otra lista posterior de encomendados (1671)menciona a un cacique también llamado Chaco, y a un “lchaco de Tinogasta”. Lassuposiciones resultan inevitables. En lengua cacana existía la palabra, aunque nopodamos discernir si se trata de un vocablo genuino o debido a la influenciaquechua, preponderante en el noroeste argentino. Y además, ¿por qué no deducirque el propio Ramírez de Velasco habrá escuchado personalmente el nombre enesa oportunidad y allí se habría enterado de la nueva provincia que confinaba “conlos chiriguanos desta frontera”? La primera acta del Gobernador al Rey donde seda cuenta del descubrimiento, data del mismo año de la excursión con Barzana.

Dijimos al comienzo de este trabajo que, pese a las evidencias del origenquechua del nombre Chaco queda siempre la posibilidad de la extinguida lenguacacana. Podemos inferir que cualquiera sea esta relación, Barzana en su carta serefirió concretamente a los “chaquenses” que poblaban la zona contigua a laquebrada de los omaguacas; por donde se comprueba la información coincidentede Jolís: “fueron la causa de que el nombre Chaco fuera impuesto a las vastasregiones orientales”.

Ahora bien, los chaquenses de Barzana no parecen haber tenido para élninguna vinculación con el Gran Chaco.

Barzana mismo aclara la cuestión en otro documento. He aquí su informeal provincial Juan Sebastián, escrito en 1594 desde Asunción, después de suabnegada travesía. La carta, de extensión y minuciosidad dignas de un jesuita enactividad misional, omite en todo momento el nombre clave, pese a que resultanecesario en muchos pasajes, y se lo suple con designaciones parciales comoProvincia del Paraguay, Provincia del Tucumán, el Salado, el Bermejo. Imposibleque mediara un simple descuido. Se presento aquí una contrariedad idéntica a lade Ruy Díaz de Guzmán. La región carecía de un nombre general. Y sirecordamos que Barzana estuvo precisamente en Tucumán cuando los aprestosde Ramírez de Velazco y que además escribió una vez la palabra “Chaquenses”,no será rebuscado colegir: Barzana entendió que había recorrido zonas y lugarespor completo distintos a lo que entonces se consideraba el Chaco Gualamba.

VALLE DE CALCHAQUÍDurante mucho tiempo hubo una extensión considerable del actual

territorio chaqueño que se llamó valle de los calchaquíes o Valle Calchaquí. Era

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mucho más que una comarca. La gran área figura en varios mapas, localizadajunto a la margen sur del Bermejo, aproximadamente desde la confluencia de estecon el Teuco hasta el Paraná. Una de las cartas extiende la franja hasta el Salado,de forma que cubre todo el sector oriental del triángulo entre los ríos Bermejo,Paraná y Salado.

Pedro Lozano relata una expedición al Gran Chaco desde Santa Fe en elsiglo XVII, que “entro por el valle Calchaquí”. El misionero Martín Dobrishofferconfirma la referencia cuando alude a la migración última de los abipones desdesu anterior hábitat al norte del Bermejo: “se establecieron por fin en el valleCalchaquí y sus alrededores”.

Los datos son inequívocos. Lo problemático es que han servido parafundamentar varias exageraciones. Se ha conjeturado por ejemplo, que pudoexistir una relación étnica e histórica directa con el antiguo Valle Calchaquí delnoroeste argentino, del que la llanura paranaense habría sido una prolongación,fruto de la conquista o la ocupación en época inmemorial. La tesis pro-incásica porsu lado, ha encontrado en el tema la oportunidad de demostrar sus premisasdesmedidas respecto a la aptitud de expansión del Tahuantinsuyo. Vicente FidelLópez atribuyó a la estrategia cusqueña un proyecto de proporciones mongólicas:ante el fracaso de los ataques a los chiriguanos desde el Alto Perú, los ejércitosincásicos se habrían desplazado por el Túcman bordeando el río Dulce endemanda del Paraná, con el designio de remontarlo luego y sorprender a losguaraníes con un ataque por retaguardia. ¿Conocían ya los geógrafos del Cuscola topografía rioplatense? Por lo demás, como para algunos quechuistas elvocablo calchaquí es netamente incásico, en ultimo caso aimará, la historiaquedaría comprometida con la comprobación lingüística. La influencia directa delTahuantinsuyo o la indirecta de los calchaquíes inducidos por sus conquistadores,habría deparado la penetración hasta la llanura chaqueña, antes del arribo deEspaña a América.

Resulta imprescindible reiterar nuestro criterio. No conviene buscar en lasconstancias documentales, en los indicios de la toponimia, la confirmación deideas preconcebidas, aunque estas hayan encontrado respuesta en otrasdisciplinas respetables pero ajenas a la historia. El propósito que perseguimos eneste caso es justamente histórico.

Los mapas que consignan el topónimo calchaquí debajo del Bermejo yjunto al Paraná están todos fechados entre los siglos XVII y XVIII. La mención nofigura en ninguna cartografía anterior. A su vez las constancias escritas sonsuficientemente explícitas y coinciden recalcando que el nombre apareció en lazona desde mediados del siglo XVII, con más exactitud después deldespoblamiento de Concepción del Bermejo. La antigüedad precolombiana es lamás improbable. Quedaría como único dilema pendiente elegir entre dosopiniones contrarias, sobre si eran efectivamente calchaquíes los indios queocuparon la zona a partir de aquella época, o se trataría de “una voz mal oída porlos españoles”, como afirma Antonio Serrano.

Las referencias de fuente documental que mencionan indistintamente elValle Calchaquí o el Valle de los Calchaquíes han motivado en gran medida ladiscusión. A nuestro parecer el nombre tuvo origen con la presencia de auténticoscalchaquíes compelidos por los encomenderos, y por analogía del gentilicio se

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atribuyo a la zona el mismo nombre del Valle Calchaquí del Tucumán.Dos autores de nuestro tiempo han dilucidado la cuestión. El primero

Antonio Serrano, quien si bien descarta que “estos indígenas chaqueños” tenganrelación “con los de igual nombre del noroeste argentino”, afirma con énfasis: “Lastierras chaqueñas que caían al sur del Bermejo desde los 59º 30´ de longitudmás o menos, hasta su desembocadura en el Paraguay, recibieron desde fines delsiglo XVI el nombre de Valle de Calchaquí, y los indígenas que las ocupaban elnombre de calchaquíes”. La localización topográfica que consigna Serrano caeaproximadamente sobre la confluencia del Teuco con el Bermejo. Al sur de esepunto se encontraba emplazada Concepción del Bermejo. Y Ludwig Kersten nosda la pauta decisiva: “Los calchaquíes son un brote extraño transplantado al Ríode la Plata... Según De Angelis, los calchaquíes cristianos habrían sidotrasladados de Tucumán a Concepción del Bermejo, ...pero más tarde se liberarondel pesado dominio de los españoles y como aliados de los frentones destruyeronesa ciudad... Sea como fuere, los calchaquíes de Concepción entraron en guerracon los abipones y tuvieron que retirarse hacia el sur, a la región de Santa Fe”.

Lo curioso es que el dato de Kersten fue aseverado en pleno siglo XVIIIpor boca de un cacique abipón. Según la versión de Dobrizhoffer, el gran jefeAlaiquin habló así a sus hombres para exhortarlos a la paz con los españolesdurante la conferencia aborigen de Añapiré: “Temo que continuando la guerra,seamos nosotros mismos botín de los españoles, como los calchaquíes, muchomás numerosos y más guerreros que nosotros. De una nación tan grande hacepoco tiempo, ahora se ven unos pocos sobrevivientes que pueden contarse conlos dedos de la mano”. La reducción numérica redunda también en mengua delárea. Para testimoniar las palabras de Alaiquin, el Plano de relevamiento de laexpedición de Rubín de Célis ubica el “valle Calchaquí” relegado a un ámbitomísero, al sur de la ciudad de Santa Fe, entre el riacho Monge y el río Carcarañá.

Todo autoriza a pensar que el Valle calchaquí, topónimo del periodocolonial, fue de los tantos nombres borrados por la propagación del más general ydefinitivo: el Gran Chaco.

LA CARTOGRAFIAEl nombre Chaco tiene realmente una historia especial: la historia de su

expansión geográfica.Notoriamente se propagó por dos conductos. El primero, el más ágil

consistió en la correspondencia y los documentos oficiales de la época, que lodivulgaron por las Audiencias, los Cabildos, las Capitanías Generales, los informesal Rey. Es probable que en el cinturón de ciudades que bordeaba la llanura por loscuatro costados (Santa Cruz de la Sierra, Chuquisaca, Jujuy, Tucumán, Santiagodel Estero, Córdoba, Santa Fe, Corrientes, Asunción) se haya generalizado ladenominación mucho antes que en el seno mismo del gran territorio. Incluso loserrores de información, frecuentes en una época de descubrimientos (vimos elcaso de los Llanos de Manso) ayudaron a extender la palabra. La segunda vía depropagación fueron las expediciones colonizadoras y la migración constante de lastribus y los clanes. Y en esto cabe suponer que a menudo los exploradoresespañoles y criollos llevaron a conocimiento de los indios el nombre que estosignoraban.

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Requeriría una tarea ímproba, siempre expuesta a error y a omisiones,seguir el hilo de las referencias escritas que nos ilustren sobre esa expansión.Pero disponemos de un auxilio importante en la cartografía de la época. Losmapas estudiados cronológicamente, según las novedades que los dibujantesrecibían de los expedicionarios y de los misioneros para consignarlas en susdiseños, representan una buena guía.

Recorramos por gusto una colección de cartografía histórica.1529. Es el mapa de Diego Ribera, que completa el que diseñara años

antes Hernando Colón. Francisco Pizarro se apresta a la conquista del Perú, quese consumaría seis anos después.

La cartografía de Ribero se esmera en datos sobre la costa atlántica,desde el Orinoco hasta el estrecho de Magallanes. El interior de Sudamérica hasido cubierto con leyendas hipotéticas. Por eso la región del Alto Perú aparece conuna mención que habla de “oro y plata a la sierra adentro”.

1650. Estamos ante la celebrada cartografía de Sansón D´Abbeville,geógrafo del Rey de Francia. Por primera vez se nos presenta el nombre Chaco,precisamente estampado al norte de un río anónimo, quizá el Yabebirí, queaparece prolongado hasta las serranías bolivianas Aunque el panoramageográfico esta distorsionado, el dibujante ubicó el primitivo territorio chaqueño ensu latitud exacta: entre los paralelos 18 y 23, a la altura de los ríos Guapay yParapetí.

El mapa de Sanson D’Abbeville, cartógrafo del Rey, registró en 1650 la primera jurisdicción que abarcaba el Chaco.Pese a la distorsión geográfica el topónimo figura ubicado en su lugar preciso, arriba del Pilcomayo y sobre el hábitat de los chiriguanos,

entre los paralelos 20 y 25.

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1656. Otro trabajo de D´Abbeville. El Chaco aparece cubriendo una franjaprolongada hacia el este, desde Santa Cruz de la Sierra en dirección al actualChaco Boreal (Paraguay). Ha de tenerse en cuenta que la antigua Santa Cruzestaba ubicada a diez leguas al este de la actual, en lo que hoy es San José deChiquitos.

1679. Un mapa de Hubert Callot (a pedido de la Academia de Ciencias deFrancia). Se amplía súbitamente la región chaquense, desde el Bermejo hastamuy al norte del Pilcomayo, aunque siempre recostada sobre el Tucumán y laprecordillera boliviana.

En el mismo año, el cosmógrafo veneciano Padre Vicente Coronelli reducela ampliación anterior a las llanuras del norte del Pilcomayo y hacia el oeste.

1705. Dos cosmógrafos alemanes que trabajan para la corona de España,Math y Seutter, ubican el Chaco en vecindad con la laguna de los Xarayes, sobreel río Paraguay. Sin duda, un dato parcial de la divulgación: las tribus del primitivoChaco que emigran desde el Guapay a la tierra de los guaraníes.

1719. También el francés M. de Fer localiza “le pais de chaco” muypróximo al río Paraguay, al norte.

1722. El cartógrafo Guendeville dibuja al Chaco como una zonaconsiderablemente alargada sobre ambas márgenes del Pilcomayo hasta losesteros de Patiño.

1732. Un mapa jesuita grabado en Rama muestra con grandes letras lapalabra Chaco extendida desde el sur del Bermejo hasta el actual Chaco Boreal.

1750. Robert de Vaugondy señala la llanura boscosa al sur del Bermejo,en neta ubicación meridional, o sea el actual territorio de la Provincia del Chaco.También puede tratarse de un dato aislado o parcial del nombre en expansión.

1773. El taller cartográfico de la viuda de Doll, en Amsterdam, inscribe porprimera vez la expresión Gran Chaco abarcando la Provincia de Formosa y elChaco paraguayo.

1794. La comisión dirigida por AIós, encargada de estudiar la apertura deun camino para unir Asunción con Salta, presenta al Virrey un mapa completo detoda la región, que comprende desde las márgenes del río Salado (Santiago delEstero) hasta el actual limite septentrional del Paraguay con el Brasil.

Esta reseña cartográfica nos orienta con claridad. Las corrientes inicialesde difusión partieron desde la llanura de los chanés (ríos Guapay y Parapetí) haciael este, una en dirección a la laguna de los Xarayes, otra bordeando el Pilcomayo.Posteriormente la franja se fue ensanchando hasta el sur. La dinámica de estadivulgación concuerda con los desplazamientos indígenas a partir de fines delsiglo XVI.

LA LLANURA ANÓNIMAAhora es obvio deducir que el nombre Chaco, a más de relativamente

moderno y de su origen foráneo, fue impuesto al gran territorio durante el procesode la Conquista y la Colonización, a partir de la ultima década del siglo XVI.

La hipótesis que entusiasmo a muchos autores sobre un probable origenlocal, vernáculo y protohistórico del topónimo carece de sustentación, aún en laantigüedad selvática.

De ser cierta la conjetura localista, tendríamos que el Chaco representaría

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el caso único en el mundo de una geografía de dimensiones nacionales (el GranChaco pudo ser un país más diferenciado que Bolivia y Paraguay, de no habermediado ciertas circunstancias históricas) que habría alcanzado unadenominación general varios siglos antes de lograr su unidad étnica, lingüística ypolítica.

El autor de este libro ha sonreído con incredulidad y con sorpresa cadavez que vio ciertos mapas etnográficos – no ya geográficos – de Sudamérica,donde la jurisdicción chaqueña aparece como mera prolongación uniforme de lallamada área “pámpida”. No es así, absolutamente. La particularidad másespecifica del Gran Chaco radica en su heterogeneidad étnica – valga la paradoja–, que agrupo corrientes migratorias patagónicas, andinas, brasílidas y aún otrasde remota procedencia, como los Aruac del Caribe, los Orinoquenses y loscanoeros magallánicos. Ese Gran Chaco fue con seguridad el refugio óptimo odesesperado de minorías erradicadas de sus lares. Y el periodo histórico se iniciócon ese mosaico racial en todo el vigor de sus contrastes.

Las investigaciones exhaustivas realizadas por Guillermo Furlong sobrelos documentos de la gesta misional de los jesuitas autorizan a afirmar que lalingüística chaquense fue la más anárquica, la más babélica de Sudamérica.Conviene enumerar someramente los grupos dialectales más divulgados:

Guaycurú (o chaquenses típicos): Tobas, mocovíes, abipones, mbayáes,payaguás y pilagás.

Matacos: Estos y mataguayos, chulupíes, chorotis, guisnais, maxuys yprobablemente los macáes.

Vilelas: ¿lules? y los numerosos clanes “istinés”.Guaraní: Chiriguanos, sirionos, guarayos y tapietés.Aruac: Chanés, guanás y (los discutidos) mataráes.Samuco: Estos y tamacosis, morotocos, zatieños, los probables xarayes y

los ulteriores chamacocos.Mascoi: Aglomerados durante el periodo histórico con los juiadjé (lenguas)

y los enimagás.Cada uno de estos grupos configura una familia idiomática subdividida en

dialectos según las parcialidades. Estos dialectos presentaban a su vez ladiversidad de jergas que supone la dispersión en clanes.

Si prescindimos a tiempo del criterio pintoresquista que ha pretendidodisfrazar la organización tribal chaquense como fenómeno excepcional, folklórico,comprenderemos que la vasta planicie herbosa fue escenario de hechos ysituaciones que el hombre ha reproducido infinidad de veces, en todo el planeta, acierta altura de su evolución en sociedad. El clan, la gens, la tribu, la federaciónbélica y en fin, las formas típicas de existencia con que se manifestaron en sumomento las tribus chaquenses, son las mismas que estudio Lewis Morgan entreiroqueses y punalúas, entre las sociedades primitivas de Australia, como entre losarios y los griegos de la Edad Heroica, sin más diferencia que los distintosestadios de progreso en las relaciones.

Se precisan siglos de evolución, de adelantos técnicos de descubrimientosy de conflictos para alcanzar el grado de conciencia que exige la unidad de unnombre geográfico. Por no haber cumplido suficientemente tales etapas, el Chacoprimitivo ofrece el contrasentido explicable de algunos ríos cuya denominación

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cambiaba según las regiones étnicas que atravesaban sus cauces. Del Pilcomayose conocen cuatro: Pilcomayo, Iticá, Araguay y Neigualta: el primero quechua, elsegundo chiriguano, el tercero guaraní - paraguayo y el cuarto mascoi.

A la inmadurez para una concepción concurrente de intereses ysentimientos comunes, hay que agregar el atraso que impedía a los grupos másactivos y belicosos establecer una dominación es decir su hegemonía sobre losdemás. La relación de dependencia que consiguieron imponer los mbayaes y loschiriguanos sobre otras tribus colindantes, constituyen sin duda impulsospreliminares significativos, el principio hegemónico de los pueblos pastores sobrelas comunidades agrícolas y sedentarias – observado en la remota antigüedadprotoegipcia y en los protopobladores del valle del Tigris y el Eufrates –, pero sinprogreso expansivo y sin que el vínculo de sujeción suponga la ocupación delterritorio del vencido, síntomas de toda conquista. Quizá fueron los mbayaes y loschiriguanos protagonistas de un principio de unificación sofocado por la presenciade un factor trastornante que no se presento en la antigüedad asiática: la irrupciónhispánica, desencadenante de otro proceso muy superior. Pero aún así, lo comúndel panorama chaquense aborigen era el enfrentamiento destructivo, el pillaje sinsojuzgamiento, la disputa excluyente por las zonas de caza o de recolección decosechas naturales. Los desplazamientos agresivos tenían por objetivosprincipales la subsistencia o la solución violenta de rivalidades ancestrales sinmotivos utilitarios directos.

Comúnmente se olvida la distinción importante que enuncio Ganivet entrepueblos agresivos y conquistadores. La conquista es el resultado de unasuficiencia de organización para este objeto; no de la índole o la idiosincrasia delos pueblos, aunque tales factores intervengan a veces como coadyuvantes.Difícilmente haya existido en la América precolombiana pueblo de propensionesmás pacificas y laboriosas que el quechua, invencible en sus empresas deconquista; mientras la acometividad proverbial de los lules, los abipones, loscalchaquíes, los chunchos, los araucanos, los charrúas, no alcanzó nunca nipretendió la anexión de áreas territoriales fuera del respectivo hábitat, o laconversión del vencido en tributario.

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IV. - EI ORIGEN DEL NOMBREHemos recorrido la historia del topónimo Chaco Gualamba. Debemos

ocuparnos ahora de la etimología de estos nombres, de su origen y su significado,y de por que se aplicaron a la región selvática.

Dejemos por un momento la palabra Gualamba.Ya no puede discutirse que el nombre Chaco proviene del quechua y esta

vinculado directamente con el método de caza practicado por los incas. Pero estaconclusión no nos libera de preocupaciones sino al contrario, nos aboca aproblemas muy arduos. ¿Por qué vía llegó el nombre? ¿Que motivo lo impusooriginariamente? ¿Quiere decir lo mismo como topónimo que como mero vocablodel léxico quechua?.

Comencemos por aclarar que la cacería de animales salvajes mediante elcerco de grupos humanos pertenece al atavismo más universal. Ha sidocomprobado por la antropología en casi todas las culturas primitivas. Las propiastribus chaquenses lo habrán practicado desde mucho antes que existiera elTahuantinsuyo. Lo que complica nuestro problema es que estamos ante unapalabra quechua transferida a un territorio extraño a esa jurisdicción lingüística, yque los incas no practicaron sus chacus como un ancestro, sino que elevaron elatavismo al carácter de una institución organizada, regulada por normas estrictas ycomo fuente de recursos para el Estado y la comunidad.

Debemos determinar primeramente el grado de influencia que tuvo lacivilización incásica en el primitivo Chaco. Prescindamos ahora de la culturaciónque evidencian muchas naciones aborígenes y cuya explicación exige un estudioespecial. El intento conquistador de mayor envergadura, relatado por Garcilaso dela Vega, se remonta a varios decenios antes de la aparición de los españoles enSudamérica. Fue comandado por Tupac Yupanqui y epilogó con el desastre de unejército poderoso frente a la cordillera de los chiriguanos. La derrota obligó a laslegiones incásicas a desviar su acometida hacia el Túcman y Chili. Pero tambiénse sabe de otra incursión pacifica posterior y que consiguió establecer unacabecera de colonización, probablemente en tiempos del inca Huayna Capac. Elcuraca Guacane instalado en la llanura entre los ríos Parapetí y Guapay, se ganóla voluntad de los chanés. ¿Autoriza esta circunstancia a pensar que estamos antela oportunidad óptima para la imposición del nombre Chaco? De ningún modo,aunque pueda presumirse que Guacane introdujera en la zona los clásicoschacus.

La documentación resulta terminante, porque es sugestivo que el nombreChaco aparezca recién en 1589 con Ramírez de Velasco y en 1609 con Mendozay Luna, mientras los exploradores que recorrieron la región desde 1535 – uno deellos conoció al curaca Condorí, hermano y sucesor de Guacane asesinado porlos chiriguanos – llamaron a la comarca según los gentilicios de sus pobladores;tierra de los chanés, de los tamacosis, de los chiriguanos, o simplemente llanurasdel Guapay y después Llanos de Manso. Así como la aparición de un nombre enlos documentos de época resulta un elemento de juicio convincente, también lo esque el mismo no figure en ninguno de los que debieran mencionarlo por obviasrazones de tiempo y lugar.

Por lo demás, el ámbito predilecto de las cacerías incásicas estaba sobreel declive boscoso de le gran cordillera, al este del Cusco y de todo el

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Tahuantinsuyo, y esta región tuvo un nombre: Andes o Antis, de lo que se formó laprovincia del Antisuyo. Sería producto de una ocurrencia casual, por hoyincomprobable, que la toponimia cusqueña denominara por separado con elnombre de las cacerías el área del Guapay y el Parapetí, que viene a serjustamente una prolongación de la franja arbórea de los Andes.

Finalmente el propio Garcilaso nos da una pauta indubitable en tal sentido,cuando se refiere al hábitat de los chiriguanos y lo localiza en estos términos: “estáen los Antis, al levante de los Charcas”.

EL CORRAL DE CAZAEl jesuita Pedro Lozano, primer historiador del Chaco, fue quien dio la

versión más difundida y verosímil hasta hoy, por la que se considera el nombre dela región como palabra de neta procedencia quechua. Sin embargo, más adelantecomprobaremos que la interpretación del autor de la “Descripción chorográfica delGran Chaco Gualamba” sobre el origen del topónimo no se refiere justamente alcerco de caza.

La gran mayoría, por no decir la unanimidad de los autores que se hanocupado del chacu incásico aceptaron el vocablo en su expresión literal, como sidesde el principio y siempre hubiera querido decir lo mismo. Ocurre que lacostumbre, el tiempo y los regionalismos introdujeron acepciones particulares.

En los “Comentarios reales de los Incas” Garcilaso rememora con bellezade evocación esa actividad, a la que llama “chacu”. El soldado cronista Cieza deLeón la describe como curiosidad, ya en tiempos de la Conquista: “Cuando el Incaquería hacer alguna caza real mandaba juntar tres mil o cinco mil indios, o diez milo veinte mil, los que él era servido que fuesen, y estos cercaban gran parte delcampo de manera que poco a poco y con buena orden se venían a juntar tanto,que se hacían de las manos; y en lo que ellos mismos habían cercado estaba lacaza recogida”.

Ciertamente estamos ante un sistema regulado por el absorbenteestatismo incásico. Las cacerías eran periódicas y rotativas para las varias zonasdonde se acostumbraban. A ningún habitante del imperio era permitido cazar entiempo de veda, bajo pena de castigos crueles. El aprovechamiento de la riquezanatural estaba metodizado por el gobierno cusqueño. Los operativos eran dirigidospor el emperador o por los curacas en las zonas con abundancia de fauna paraproveerse de carnes en charqui, de pelo y lana para tejidos, de plumas paravestuario y ornamento. De paso el monte quedaba limpio de alimañas.

Pero hay un indicio elocuente para imaginar que tal actividad, a más desus propósitos utilitarios debió representar acontecimientos memorables en elsentimiento popular. La cantidad de gente necesaria para la jornada superaba concreces el número de componentes de cada ayllu. La realización de un chacudemandaba el encuentro excepcional de clanes y de tribus: una abigarradaconcurrencia que era preciso celebrar. La idea de “junta de naciones” debió serintrínseca de chacu. Y la impresión de juergas inolvidables se habrá derivadocomo parte inevitable de la cacería. El sistema fue la caza, el contenido fue elfestival.

No se trata de inducciones. Un viajero anónimo de los comienzos del sigloXVI nos brinda esta curiosa información: “Cuando los indios quieren festejar a los

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corregidores y a algunos de los señores principales fazen un modo de caza quellaman chaco... Esta es caza de grande divertimiento y gusto”. La implicanciafestiva tiene sentido, porque ya no estamos en tiempos de los Incas. Si los chacushubieran sido una carga pública, una obligación sin más ni más, un trabajoestricto, los indios habrían abandonado su práctica apenas desaparecida laorganización estatal del Tahuantinsuyo.

Esto explica asimismo el asombro injustificado de quienes descubrieronpor rigurosa filología, que chaco significa también, además de cacería, rodeo dehaciendas, talado de bosques, tacurúes (hormigueros gigantes), etc. Estamosrealmente ante la misma palabra con idéntico significado inicial pero referida aacontecimientos sociales que suponían la actividad colectiva y voluntariosa delindio. Por eso el costumbrista Antonio de Ulloa nos dice en sus “Noticiasamericanas”, en pleno siglo XVIII: “Los conquistados hacen un sembrado común,para lo cual se juntan todos los de la Parroquia, hombres, mujeres y muchachos, alo que llaman también chaco. Llevan porción de bebida, los tamboriles y flautas, yal son de estos instrumentos trabajan, beben, comen y descansan a ratos,reduciéndose a un día o dos de diversión”.

Con la palabra chaco habrá ocurrido algo similar a otras expresiones decarácter parecido. La romería, el festejo más pintoresco de la tradición hispánica,comenzó en la Edad Media con las peregrinaciones católicas a Santiago deCompostela (“romero”, partidario, devoto de Roma), se derivó después a otrasfestividades del culto, celebradas junto a las iglesias o los sagrarios, y concluyenen la feria folklórica con que se celebran muchos aniversarios, aún los noreligiosos.

VOLVIENDO A LOZANOLas hipótesis se resuelven cuando optamos por releer al autor de la

primera versión. Nos convencemos entonces que la suposición del corral de cazatrasplantado literalmente al Chaco obedece a un craso error, o a no haber leídocon detención a Lozano.

Conviene transcribir el párrafo:“La etimología de este nombre, Chaco, indica la multitud de naciones que

pueblan esta región. Cuando salen a cazar los indios juntan de varias partes lasvicuñas y guanacos; aquella muchedumbre junta se llama Chacu, en lenguaquichua, que es la general del Perú, y por ser multitud de naciones las que habitanlas tierras referidas, las llamaron a semejanza de aquella junta, Chacu, que losespañoles han corrompido en Chaco. Ignoraban este nombre los españoles, hastaque se supo en la provincia de Tucumán bien casualmente.

“Poco después de la fundación de la ciudad de San Salvador de Xuxuy,vino a ella Juan de Vaños, natural de Chuquisaca, a quien se encomendó elcuidado del pueblo de Yala, dos leguas distantes de la ciudad. Este, según laobligación de su cargo, reparo que entre los indios se perdía uno a tiempos, ycada vez se mantenía ausente varios meses. La repetición de estas ausencias,obligó a Vaños a que le hiciese cargo recelado de su fidelidad. Satisfizo el indiocon decir que se iba al Chacu, a comerciar con aquellas gentes, entre quienestenía muchos conocidos y amigos. Extrañó Vaños el nombre y replicole quéentendía por Chacu. Respondió, que una grande provincia, donde vivía infinidad

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de indios, que unos eran los que solían por allí recoger los tributos para el Inca, aquienes cogiéndoles de improviso por aquellos parages la funesta e impensadanoticia de haber los Españoles degollado a su Emperador en Cajamarca,suspendiendo su jornada hacia el Cuzco se habían quedado entre las serraníasque dividen al Chaco del Perú, ... y que por estar aquellas gentes juntas con otrasnaciones, desde aquellos parages, llamaban ellos Chacu a todas aquellas tierras”.

La explicación de Lozano es congruente y además fundada. Cadaafirmación se apoya en informaciones, desechando el camino incierto de lasprobabilidades; a lo que se suma el valor de un relator que tuvo acceso aversiones orales de primera fuente.

El toponímico fue atribuido a la región por los pobladores quechuasahuyentados por la prepotencia española. Los recaudadores de impuestos,funcionarios característicos de las zonas de ocupación y de colonización de losIncas, debieron encontrarse sin duda en los dominios de Guacane o de su sucesorCondorí al tiempo de la ejecución de Atahualpa, o con más exactitud al sobrevenirtras la conquista del Perú las expediciones de Almagro y de Pedro de Valdiviapara ocupar el extremo meridional del Tahuantinsuyo. Los españoles se hicieronacompañar por altos jerarcas incas, quienes fueron de camino despachandomensajeros subrepticios que alertaban sobre la real situación del imperio y lapeligrosidad de los invasores.

No podemos pasar por alto que el historiador jesuita resulta inexacto en undetalle de fechas, desde que hace nacer la divulgación del nombre “después de lafundación de San Salvador de Jujuy”. Este acontecimiento data de 1593, en tantoque la probanza de Ramírez de Velasco, donde se habla del Chaco Gualambacomo lugar conocido, es anterior en tres años; a no ser que Lozano haya queridoreferirse a los poblados con otros nombres que precedieron a San Salvador deVelasco (como fue el primitivo nombre de Jujuy) en el mismo sitio de la ultimafundación. De cualquier manera, la fuente de información de los españoles delTucumán no pudo ser otra que la indicada por Lozano.

Para confirmarlo tenemos un dato preciso de otro estudioso jesuita,Joaquín Camaño, quien especifica que los aborígenes cuyas ausenciasdespertaron la curiosidad de los españoles “fueron los indios chichas y los deHumachuaca, que es hoy parte septentrional del Tucumán”. Agreguemos queCamaño rectifica o amplia la versión de Lozano sobre el origen del topónimo, puesparece sugerir que la designación habría surgido más bien de la región deHumahuaca para aludir a sus “juntas” con los indios septentrionales: “Tuvieronocasión (los conquistadores) de oir que tales o cuales indios iban, o habian ido, oquerían ir al Chacu, esto es al sitio o parage de caza, o a cazar. Mas como aunquesabían ya bastante la Lengua del país, no entendían el significado de aquellapalabra, y por otra parte la frase conque eso dicen, se hace por una partícula demovimiento más propia para juntarse con nombre (aplicarse a sustantivo) quesignifique lugar o país, que con nombre que signifique alguna acción, concibierondesde luego, y creyeron que los indios llamaban Chacu a aquellas tierras aciadonde iban, o acia donde señalaban, quando se les preguntaba donde era eseChacu. Y como señalaban ellos, y iban al Oriente acia la cordillera de Cozquina,comenzaron de aquí los españoles a llamar Chacu vagamente, y por malapronunciación Chaco, a todo aquel país indefinido y para ellos incógnito, que

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miraba al oriente de aquella parte de Chichas por donde entraban”. Lainterpretación de Camaño nos ubica geográficamente, una vez más, en el mismositio que localizó Pedro Osorio: al este de los chichas, habitantes norteños delTucumán.

Debemos formularnos otro interrogante muy necesario para recordar aalgunos investigadores que cuando estudiamos el problema aborigen estamostocando asuntos tan humanos como los del común de la gente de pan llevar. ¿Porqué y para qué acudían al Chaco (o a hacer chacus) los indios de Humahuaca,que necesitaban un mes de camino pera llegar? ¿A cazar? ¿A trabajar? ¿Areencontrarse consigo mismos? Todas y cada una de estas cosas ayudan a larespuesta. Pero recordemos a Lozano: “ aquellas gentes entre las que teníamuchos conocidos y amigos”. Y Ulloa: “llevan porción de bebidas, los tamboriles yflautas, y al son de estos instrumentos... “ Chaco era la celebración, el festejo, laoportunidad de fraternizar. ¿Por qué se ha de creer que todo lo que hacía el indioera necesariamente supersticioso, rutinario, producto de la obediencia o el terror?También él supo embellecer sus quehaceres gustosos, como el gaucho llenó deregocijo la yerra, el rodeo, la doma. Lo aclaro Martín Fierro: “ Aquello no eratrabajo, más bien era junción”.

¿CHACU 0 CHAC0?Si nos atenemos a los cronistas y escritores más próximo a la época de la

Conquista, la única discrepancia se reduciría a elegir entre los vocablos chaco ochacu. El quechua nativo Garcilaso y los historiadores jesuitas Lozano y Camañoreconocen al segundo como el auténtico. Los demás que vimos (el viajeroanónimo del siglo XVI, Ulloa, el misionero Osorio y los documentos de Ramírez deVelasco y del Virrey Mendoza y Luna, así como la cartografía de D´Abbeville)hablan de Chaco. La diferencia sin embargo ya fue explicada por Lozano y porCamaño como error de transcripción, que también se justifica por la condiciónfonética del quechua antes de la Conquista.

¿De dónde surgió la expresión chacu, aún hoy admitida y utilizada poralgunos autores como la genuina, incluso como la más antigua? En el mismoChaco actual se ha generalizado un consenso que atribuye a Chacu la condicióndel nombre auténtico.

De nuestra parte entendemos que si Chaco es un neologismo debido a lamala audición española, chacu bien pudo ser un regionalismo, consecuencia de laadopción del vocablo por otras lenguas autóctonas. El quechua es idioma deacentuación normalmente grave, mientras los principales grupos lingüísticoschaqueños al igual que el guaraní, son típicamente agudos, aún para asimilarpalabras exóticas. El guaraní, idioma de vigorosa persistencia – tan admirablecomo el mismo vascuense – y con gran capacidad de absorción, convirtió losnombres castellanos caballo, zapato, caldo, queso, en caballú, sapatú, caldú,quesú.

Julio S. Storni en un libro de abundante información y de admiración (quecompartimos) a la civilización incásica, ha introducido una variante. Coincide conla opinión general sobre el origen quechua de chaco, pero sostiene que elverdadero sinónimo de cacería es chacú. En tal caso, el primero sería un modogramatical que en la lengua peruana significa literalmente “pantanoso, inundable;

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abundancia de ríos, lagunas: por extensión muchas lluvias”. Agrega Storni: “ Todoesto encuadra perfectamente con las características de la región chaqueña”.

El autor induce que a la vista del declive hacia la región boscosa, elnombre “surgió desde el mirador del Inca como una interpretación filológicaprofunda y exacta para la región geográfica que designa”. En realidad, lainterpretación es más bien semántica.

Los nombres de los lugares suelen tener motivaciones tan anecdóticas,tan antojadizas, tan hiperbólicas, que mueve a desconfianza la exactituddescriptiva de los incas en este caso.

Para el Tahuantinsuyo, lo que se llama chacu (con acento prosódico) noera justamente una forma gramatical sino una institución ampliamente divulgada,probablemente anterior a los incas y comprobadamente subsistente al derrumbedel imperio. ¿Cómo pudo plantearse una confusión tan elemental? Además hayque preguntar: ¿También son regiones húmedas, pantanosas y lluviosas las otrasmuchas que se llaman Chaco, “nombre geográfico común en el Perú”, a juicio deCarlos Paz Soldan?

Reconocemos que la cuestión del acento es secundaria frente a lapreocupación de Storni, orientada hacia demostraciones más importantes que laetimología. Pero es él mismo quien se recluye en este campo prescindiendo decomprobaciones históricas que confirmen la interpretación semántica y aúndesechando aclaraciones indispensables respecto a las otras versiones quecontradicen o por lo menos ignoran tales diferencias entre chaco y chacú.

GUALAMBAMerece atención esta palabra que apareció adosada a Chaco en la

primera noticia de los españoles del Tucumán; prácticamente eliminada en lascrónicas e historias posteriores, excepto unas pocas que la citanesporádicamente, y actualizada en nuestro tiempo por algunos estudiosos.

También aquí es preciso consultar opiniones dispares, aunque referidastodas ellas a la etimología probable, ya que las huellas históricas se han perdido alparecer definitivamente.

Aún filológicamente desconcierta el misterio que rodea a Gualamba,porque la raíz “gua” viene a ser una de las más comunes en la lingüística de todaAmérica. Se la encuentra reiteradamente en las lenguas madres, desde el guaraníy el quechua hasta la gran familia uto-azteca del norte, como en los grupos ydialectos desperdigados de las Antillas, del Amazonas, del Gran Chaco y a lolargo de las culturas andinas. Tal vez la misma generalización dificulta la tarea.

Julio Storni da una traducción del quechua: “Gua: región, especie o mejortierra. Lamba: pamba, pampa, llanura”. Tendríamos pues, región de la llanura.

Agustín Zapata Gollán; basado en datos de Alonso Barzana y de AlcidesD´ Orvigny atribuye a Gualamba procedencia vernácula. En las propias lenguaschaquenses existían expresiones como “gualang” y “gualachos” (la primeramataguaya) para designar a los tobas; de donde habría devenido el vocabloadoptado por los españoles: tierra de los tobas.

¿EI Chaco tierra de los tobas? Debemos recordar nuestro planteo inicial,porque queda sobrentendido que esa acepción, aparte de no ser literal sinofigurada – no podía ser de otra manera tratándose de fonéticas antiquísimas –

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adolece de una grave intemporalidad; no ha tenido en cuenta la sucesión deépocas etnográficas. Los tobas, exponentes tan meritorios como desdichados delindigenismo chaqueño de los dos últimos siglos, los sobrevivientes másnumerosos en el Chaco Austral de nuestros días, sin embargo no pertenecían alárea del Chaco Gualamba en 1590. Lo aclaró el misionero Pedro Osorio en aquelinforme que vimos, dirigido al provincial jesuita Vitteleschi, y que parece dedicadoespecialmente a la interpretación de Pablo Cabrera adoptada por Zapata Gollán.Dice en efecto Osorio al referirse a las parcialidades guaycurúes, entre las queincluye por supuesto a los tobas: “... pero advierto a V. P. que todos estos infielesno son del Chaco, sino de los arrabales dél”. Debemos preguntar imperiosamentequé sentido tiene que los indios omaguacas o chichas llamaran tierra de los tobasa una comarca no ocupada en ningún momento por esta parcialidad. Elrequerimiento se agudiza tratándose de Chaco Gualamba y no del Chacosolamente; pues si caben dudas sobre el alcance del segundo topónimo en 1599,no se justifican con el primero, aparecido y mencionado en momentos que loshombres del Tucumán ya tenían captadas las tolderías de los tobas al este y alsureste del Chaco Gualamba, entre las nacientes del Pilcomayo y sobre el caudaldel Bermejo.

El meritorio lingüista español Clemente Hernando Balmori, radicado porvarios años en el Chaco actual para estudiar los idiomas nativos en sus fuentesvivas, adjudica a la palabra origen lule o tonocoté: "la palabra guala significaquebracho colorado". "Recordemos a este propósito que el Chaco es la región delquebracho colorado y que los lules tenían como tótem grandes troncos o vigasparadas con diversas figuras, delante de sus tolderías". Lozano, efectivamente,describe el mismo ceremonial entre los vilelas, desprendimiento racial tonocoté:“tienen en campo raso muchas columnas de madera; ... píntanlas curiosamente decolorado blanco y negro”. Estamos ciertamente ante objetos rituales; la másdestacada expresión totémica de que hay memoria en el Chaco prehistórico,bastante llamativa para generar referencias a ciertos lugares.

Ahora bien, cuando abandonamos el quechua, lengua racionalizada ysobre todo estabilizada por la escritura, y entramos a sondear el abismo sin fondode la lingüística chaqueña, toda indagación desemboca fatalmente en la conjeturao en el acertijo: aparte de la tenacidad ciclópea que exige el esfuerzo. ¡Doslenguas generales y cinco dialectos no bastaron a Barzana para sus andanzasmisionales por el Chaco! “los idiomas cambian de una toldería a la otra”, decía consu paciencia de predicador impertérrito. La investigación ha de recurrir pues a losdiccionarios y los catecismos de los misioneros para deducir de estas cartillaselementales no solo las aproximaciones fonéticas sino hasta el sentido imaginarioinherente a todo topónimo. Hay que recordar que el eximio Hervás no pudorescatar más que la armazón gramatical de las lenguas aborígenes, pese a suinformación veraz y cuantiosa. Se le escaparon infinidad de sutilezas expresivas:como no podía ser de otra manera con idiomas radicalmente opuestos a losoccidentales, por el léxico y sobre todo por la estructura sintáctica. El abecedarioguaraní posee catorce vocales. Dobrizhoffer debió inventar una ortografíaconvencional para registrar voces abiponas cuyo sonido, según fuera nasal,gutural o explosivo cambiaba el significado de las sílabas.

¡Qué no decir sobre la proliferación de jergas y sobre las alteraciones

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idiomáticas que generaban ciertas costumbres, como la de sustituir con otraspalabras los nombres de las cosas, los animales o los accidentes topográficoscada vez que moría alguien que se llamara “tigre”, “serpiente astuta”, “lagunabrillante”, “pájaro multicolor”, “sol”, “luna radiante”! Un toba de nuestros días,entendería la conversación de sus antepasados de cuatro siglos?

Ciertamente, las dificultades resultan colosales para el trabajo etimológico,desde que faltan referencias históricas y con mayor razón protohistóricas.Imposible, por otra parte, llenar los vacíos con semejanzas fonéticas, ya queestamos ante el origen de un topónimo y no de una palabra común. Resultaindispensable conocer o siquiera poder sospechar la intención original del nombre.¿Cuantos barrios míseros se llaman por ironía Villa Prosperidad? ¿En cuántasciudades una cárcel provocó la sorna de Villa Libertad? Si la etimología pudierareducirse a la semántica o a los homónimos probables, habría mucho que escribirsobre Gualamba. Una serranía del valle calchaquí se llamaba Guayamba. Entrelos Incas recibían el título de guaranga los jefes tribales que agrupaban más demil indios, y guaman las provincias lejanas de población numerosa. El subfijolamba como sinónimo de región, extensión o humedad está presente por igual enel quechua y el aimará, entre las lenguas subandinas y también en el guaraníarcaico. Lo mismo ocurriría con Chaco, Chacu o Chacú. En el dialecto de 1ostobas takshíc, la palabra cha´uo significa río arriba hacia el poniente, y chacotá,sobre la otra ribera del río. Entre los guachíes del Alto Paraguay, chacúp queríadecir hombre, persona; Y Garcilaso de la Vega informa que el Tahuantinsuyoterminaba al sur en un paraje llamado Chacui.

Todo autoriza a pensar que gualamba constituyó: o un gentilicio o unalocución adjetiva, complementaria y prescindible. Ramírez de Velasco, el mismoque escribió por primera vez “chacogualamba”, a los pocos días redactó otra cartaa1 Rey (10 de febrero de 1589) sobre “una provincia que llaman chaco”. Tampocolos cartógrafos tuvieron en cuenta la segunda palabra. Luego de recorrer laabundante cartografía de la época donde figura la simple grafía de Chaco o GranChaco, recién en el siglo XVIII encontramos la carta de Rubín de Celis con laleyenda “Chaco Gualamba”. Los mismos jesuitas, siempre escrupulosos en eldetalle, no insisten mayormente con el raro nombre. Lozano le asigna un valor atodas luces simbólico, pues lo incluye en el título de su obra sin dedicarle ningunaexplicación.

Además Gualamba no fue palabra impuesta por el uso, como Chaco. Superduración es libresca. Se perpetuó a través de los textos de historia, de laliteratura regional y la preocupación de los lingüistas; a lo que hay que agregar laresonancia pintoresca del vocablo, expresividad casi mágica – ¡gualamba! –,factores siempre atendibles cuando se trata de tradiciones a nivel cultural.

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V. - CHACO CANYONUna de las sorpresas más excitantes para quienes se interesaban por el

enigma de Chaco Gualamba, fue enterarse de le existencia en Norteamérica de unrío llamado justamente Chaco, que dio este nombre a un distrito de extrañasruinas de edad antiquísima. La sola mención de la palabra en aquella lejaníaobligaba a repensar las osadas teorías sobre la traslación de las primeras razas ysus corrientes migratorias a través del continente.

Una publicación periódica norteamericana, “The Denver Post”, con la firmade Zake Scher informaba que “la cultura del Chaco data del ano 828 al 1175”. “Laconstrucción masiva de edificios alcanzó su punto máximo en los siglos XI y XII,justo antes que los chaquenses abandonaran esas grandes estructuras. Por quépartieron, es cosa que todavía no se sabe. Aunque se han sugerido variosfactores”.

El cañón del Chaco es un cauce rocoso que sirve de drenaje al río SanJuan, en el Estado de Nuevo México. Ante la arcaica edificación rumbosa que sepresenta casi como un complemento de las formas tectónicas también fantasiosasde ese paisaje de mesetas entrecortadas por un laberinto de corredoresnaturales, el espectador se equivocaría si creyese que se encuentra frente a unanovedad única en su género. Las ruinas de Chaco Canyon representan solamenteuna de las tantas manifestaciones de la civilización ya extinguida cuando el arribode los conquistadores hispánicos a la región, cuyas poblaciones fuerondesignadas entonces con el nombre de “pueblos”, en atención al carácter colectivode las viviendas. Vestigios de una arquitectura semejante están diseminados enotros parajes del río Chaco, como junto al río San Juan y Junto al Colorado; másal oeste, sobre los roquedales de Utah y de Arizona, o asimismo en las praderasde Nuevo México, junto a las riberas del río Grande.

La civilización desconocida abarcó sin duda un ámbito considerable,conservando uniformidad de estilo en su edificación, sin más variantes que lasadecuadas a la distinta topografía de las comarcas de influencia. Tal como enalgunos casos las estructuras debieron apoyarse contra las laderas verticales dela montaña, en otros se erigieron sobre el plano de algunas mesetas y vallescerrados o bien en la llanura abierta y a veces, incluso, en el interior de grandescavernas volcánicas aprovechando como basamento la superficie de lavabasáltica y cenizas consolidadas.

¿Que significación tenía en ese mundo asombroso la palabra Chaco?

CÍBOLA Y QUIVIRA24 de julio de 1536. Por una de las callejas de los suburbios de México

entra una patrulla española. Pero este no es un contingente de los quehabitualmente regresan de una exploración por tierras lejanas. Allí viene AlvarNuñez Cabeza de Vaca; naufrago de la expedición de Narvaez a la Florida, quedebió protagonizar durante ocho años una vida de peripecias inverosímiles entrelos indios del valle de Misisipi, en ocasiones esclavo o protegido de los clanes,después mercader ambulante, al fin curandero de mucha fama, hasta serrescatado casualmente en los confines de la gobernación de Nueva Galicia, sobrela margen de uno de los ríos tributarios del Grande. “Llegamos a México domingo– cuenta en sus memorias don Alvar –, donde del visorrey y del marques del Valle

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(Hernán Cortés) fuimos muy bien tratados y con mucho placer recebidos, y nosdieron de vestir y ofrescieron todo lo que tenían, y el día de Santiago hobo fiesta yluego juego de cañas y toros”.

Muchas personas interrogan al resucitado – desde años atrás se lo dabapor muerto – para obtener noticias sobre las tierras que ha recorrido; porquedesde México se escrutaban entonces ciertos secretos de los territorios del norte.Una antigua leyenda azteca recogida por los cronistas españoles hablaba de laregión de las siete cuevas (¿casas subterráneas?) donde habían habitadoprimitivamente los nahuatles, fundadores del Tenochtitlan. El gobernador Nuño deChávez se había enterado además, en 1530, de la existencia de ciudadesopulentas ubicadas detrás de las llanuras hiperbóreas donde pastaban manadasde bisontes, “vacas e toros disformes, distintas de los nuestros de Castilla”.

¿Fue Alvar Nuñez quien encendió la imaginación con las primerasreferencias concretas sobre Cíbola y Quivira? En sus memorias no da mayorimportancia a las ciudades perdidas, pero se refiere a ellas cuando relata lasultimas andanzas entre los indios del noroeste de México: “Dabannos muchosvenados y muchas mantas de algodón, mejores que las de la Nueva España, ...muchas turquesas muy buenas que tienen de hacia el norte; ... a mí me dieroncinco esmeraldas hechas puntas de flechas; ... les pregunté de donde las habíanhabido, y dijeron que las traían de unas sierras muy altas que están hacia el norte,... y decían que había allí pueblos de mucha gente y casas muy grandes”.Asimismo el cronista Fidalgo de Elvas, componente años después de laexpedición de Hernando de Soto a Florida, al describir la incertidumbre y lasdiscusiones que se suscitaron en el trance de desistir de la aventura que los habíallevado al Misisipi, apunta sugestivamente: “Y tenían esperanza de hallar tierra ricaantes de llegar a tierra de cristianos, por lo que Cabeza de Vaca había dicho alEmperador... . Y ya en Guasco habían hallado turquesas y mantas de algodón, lascuales los indios por señas daban a entender que de contra el Poniente las traian”.

Fuese o no Alvar Nuñez el incitador principal de la leyenda, lo cierto esque la misma adquirió revuelo inusitado con su llegada a México. Ha de tenerseen cuenta que don Alvar no llegó solo. Con él regresaron Andrés Dorantes, Alonsodel Castillo y el moro africano Estebanico, también náufragos de Pánfilo deNarváez, reunidos con Alvar Nuñez casi al final de las vicisitudes de su extravío.Entre el grupo hay que prestar atención a Estebanico. Pese a los escasos datospóstumos sobre su persona, la magnitud de las acciones que promovió con sualucinación, bastan para imaginar un ánimo impresionable predispuesto paraentreverar suposiciones con la codicia más ingenua.

Por boca de él se ventilaron en México ciertas ponderaciones querevistieron de ilusión las tierras de Cíbola y Quivira; hasta entonces llamadas asípor alusión a realidades bastante sencillas: la primera por los bisontes (motivo deestupefacción para los españoles) y la segunda por las tribus autóctonas delmismo nombre que habitarían sus vecindades.

LAS SIETE CIUDADESUn mito sustituyó al otro. Del sueño de Juan Ponce de León sobre el

Bimini, en Florida, donde fluían las aguas de juvencia, se pasó al espejismo de lasciudades maravillosas del norte ignorado.

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Hernando de Soto obtuvo de Carlos Vº el nombramiento de gobernador deCuba y adelantado de la Florida “e demás tierra que descubrieres a doscientasleguas”. Don Hernando era rico. Había participado del reparto espléndido de lostesoros, de Atahualpa. Pudo equipar un contingente considerable. ¡Quiénsupondría que tras días y meses de penuria, de fatigas, de escaramuzasinterminables con los indios, dos años en total, una fiebre maligna daría término ala empresa sobrehumana! Para impedir que las tribus en acecho se enteraran desu muerte, el cadáver de Hernando de Soto fue arrojado a las aguas del Misisipi,hasta donde había llegado con sus hombres, sin obtener de la quimera más quealgunas versiones vagas y contradictorias. Todo contribuía a la confusión. Si bienlos exploradores oían hablar de una civilización incierta hacia el noroeste, muylejos, habían visitado ciudades desconcertantes como Guasco, Vilcachuco yCutifachiqui, que anticipaban con su organización y su relativa magnificencia, laproximidad de un emporio superior. En realidad la expedición de Soto habíadescubierto la famosa civilización de los mounds, con viviendas, residencias yplazas ceremoniales emplazadas sobre terraplenes artificiales; otro importanteterritorio arqueológico al sureste de la actual Norteamérica.

También Hernán Cortés había sentido el entusiasmo de la hazaña, casi almismo tiempo que Hernando de Soto. El Rey le había encomendadodescubrimientos allende el Pacifico. Quizá una manera de alejarlo de México,donde ya su gloria incomodaba. Fletó embarcaciones hacia distintos rumbos yresolvió comandar una flotilla hacia aquellas costas del norte. El éxito de laexploración fue meramente geográfico. Contribuyó a extender los conocimientossobre la ribera occidental del continente en ese sector y sobre la prolongación dela cordillera de los Andes. Sin embargo, una vez más la intuición del conquistadorvino a revelar involuntariamente la primera imagen fugaz de la realidad recóndita.Un provincial franciscano de quien Cortés había requerido sacerdotes queacompañaran su expedición, tuvo la feliz iniciativa de enviar otros frailes por tierraen la misma dirección. Uno de estos pudo obtener noticias fidedignas de “unatierra muy poblada de gente vestida, y que tiene casas de terrado, y no solo de unalto, sino de muchos sobrados, ... y que de aquellos pueblos traían muchasturquesas”.

En México vivía entonces otro fraile; temperamento temerario y exaltadocomo cierto amigo suyo, un tal Estebanico. El rumor del descubrimiento impactó afray Marcos de Niza. Y la improvisada expedición partió presurosa, acompañadade una escolta de seguridad que proveyó el virrey Mendoza. La suerte no fue deltodo favorable. Estebanico, que actuaba como avanzada del grupo e ibacomunicando sus hallazgos alentadores, fue asesinado por los nativos en plenaregión de Cíbola a la vista de las fantásticas ciudades. El suceso tuvo unaderivación inesperada para el prestigio futuro de fray Marcos; porque al pareceroptó por volverse y dar crédito a las impresiones que le había transmitidoEstebanico, sin atreverse a constatar la sensatez de esos mensajes. Susvacilaciones se comprueban en el tono un tanto cauteloso de su informe a México:“... solamente vi desde la boca de la obra, siete poblaciones razonables, algolexos, un valle abajo muy fresco y de muy buena tierra, de donde salían muchoshumos; tuve razón que hay en ella mucho oro”.

En la imaginación ardorosa de los que abrían caminos sobre la terra

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nova, cualquier indicio servía de evidencia para robustecer sospechas, quedespués de todo se habían confirmado algunas veces con realidades supremas.Así pues, lo que había visto fray Marcos no podía ser otra cosa que las antiguasciudades de la leyenda medioeval, fundadas por los siete obispos de Portugal,evadidos con sus feligreses hacia remotas regiones inaccesibles.

El capitán Francisco Vázquez de Coronado, con título de gobernadorconcedido por el virrey Antonio de Mendoza, se puso en marcha llevando comoguía a fray Marcos. Pero en la tierra misteriosa los aguardaba una verdad azazcruda. La expedición atravesó llanuras pobladas de tribus pobres y sedentarias,subió las cuestas de la cadena montañosa central y peregrinó penosamente sobrelos elevados macizos; una tierra sumida en la desolación. De pronto desembocóen un breve altiplano intermedio. Allí se divisaban exóticos edificios abandonados,sin rastros de moradores ni de riquezas. El tiempo y los elementos estabanconvirtiendo las construcciones en miserables ruinas. Vázquez de Coronado pasóluego a otra región próxima donde la tradición localizaba tres reinos míticos(Totonteac, Acús y Marata), recibiendo las mismas impresiones. ¿Así eran Cíbolay la gran Quivira? El descubridor no podía reconocer en esas antiguallas el origen,tan luego el numen inspirador de versiones agigantadas por las tribus lejanas,cuyos antepasados habían seguramente conocido aquella civilización y traficadocon ella en su apogeo.

Vázquez de Coronado comisionó patrullas exploratorias y continuóverificando el mismo otras áreas. Descendió a las llanuras de Kansas, Texas yNuevo México, volvió a aventurarse por los paramos altos de Arizona y Colorado ytuvo el mérito de ser el primer europeo que conoció los confines septentrionalesdel actual territorio norteamericano. Pero el regreso a México fue deprimente. Elvirrey contrariado por la sorpresa, lo destituyó de todos los cargos. Ya fray Marcoshabía desaparecido presto para eludir las acusaciones de impostor que le reportóla aventura.

Transcurrirían siglos para que la curiosidad de los viajeros y finalmente elinterés de los estudiosos descubrieran el único y más valioso tesoro de Cíbola yQuivira: los yacimientos arqueológicos de las ruinas que bordean las márgenes delChaco River y los demás secretos todavía no descifrados de aquella civilizaciónque erigía edificios de varios pisos.

LAS RUINASDesde principios de nuestra centuria, cuando la inquietud de varios

historiadores norteamericanos se volcó con interés creciente al pasado no sajónde los Estados Unidos y en especial a su prehistoria – no tenidos en cuentamayormente por los textos clásicos – comenzaron a monumentalizarse las ruinasdel oeste. Museos nacionales instalados en cada comarca – dieciocho en total –donde afloraban las reliquias, cumplieron importantes tareas de destapado,conservación y en lo posible de restauración.

Particularmente los restos de edificación junto al río Chaco, cuyos estudiosmetódicos se iniciaron en 1921, han merecido ahora un plan de investigaciones:The Chaco Canyon proyect. Bajo la dirección del doctor Thomas R. Lions, unequipo de especialistas se propone reconsiderar los elementos de estudio yprofundizar la indagación en busca de esclarecimientos definitivos sobre la

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enigmática civilización extinguida en el siglo XII.Cien toneladas de tierra removida han dejado al descubierto los reductos

arqueológicos que componían la aglomeración urbana de Chaco Canyon: PuebloBonito, Chetro Katle, Kin Nahasbas, Una Vida, Pueblo Alto, Casa Chiquita, TainKletsin, Pueblo Pintado, Kin Biniola, Casa Rinconada, Wijiji, Hungo Pavie, KinKletso, Pueblo del Arroyo, Peñasco Blanco, Kin Klizhin y Kin Ya-ah. Tales son losnombres modernos de esos eslabones arquitectónicos que configuraron en otrotiempo una indudable organización federativa.

La ruina más sorprendente por sus dimensiones y su estado deconservación es Pueblo Bonito. “Es el monumento derruido de lo que fueron unavez 800 habitáculos que se levantaban en cuatro pisos y cubrían diez veces másterreno que la Casa Blanca de Washington – dice el arqueólogo Neil Judd –. Es eleco muerto de una aventura aborigen en democracia, que perduró a través denuestras regiones desérticas, desde por lo menos 500 años antes que Colón selanzara al descubrimiento del Nuevo Mundo”.

Un collar de 2.500 cuentas de turquesa labrada, encontrado entre losescombros – pieza única en su género para la arqueología mundial –, junto conotros muchos ornamentos y joyas de la misma piedra, indican claramente dondese encontraba el centro de aquel intenso tráfico extendido hasta el valle delMisisipi al este y hasta las nacientes del río Grande al sur; pero demuestraasimismo las sutilezas de una cultura extraordinaria a la que solamente habríanfaltado los descubrimientos del hierro y de la escritura para despegar el vuelo enalas de la civilización. Por lo demás, la arquitectura de lajas imbricadas y defuertes vigas para soportar los entrepisos, supera con su ingenio los bloquesconstructivos de los incas. A esto se agregan las kibas de aspecto templario (quizáágoras de deliberación), los reservorios de agua, el riego sistematizado, laagricultura de granos y hortalizas, la pictografía y una cerámica suficientementeavanzada para expresar un perfeccionamiento excepcional de las formas, loscolores, la simbología y sobre todo el trabajo artesanal. Por lo demás, el edificio-ciudad que albergaba más de un millar de habitantes, sugiere por una parte quelos pobladores de Chaco Canyon habían sobrepasado la primitiva dispersión tribal,y por otra el colectivismo igualitario del orden social. No estamos ante elmonumentalismo de otras grandes culturas precolombianas, con suntuosasresidencias para la casta gobernante o sacerdotal, sino en presencia deestructuras habitacionales cuya uniformidad, cuya austeridad invariable pareceindicar que las distinciones del poder se habrían reducido al prestigio de los jefessin privilegios palaciegos.

HISTORIA DE LA PREHISTORIALa observación minuciosa de los edificios ha puesto en evidencia varias

etapas constructivas, no sólo referidas a las épocas de ejecución sino a estiloscambiantes.

Una primera edificación chata, rústica pero sólida y maciza, que data delsiglo Vl o VII (según el análisis de los restos orgánicos hallados junto a losparedones) sirvió de cimiento en muchos sitios para ganar altura con lasuperposición de otros pisos. Posteriormente, entre los anos 1030 y 1050 seregistra la incorporación de pobladores notablemente expertos en albañilería, en

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cerámica y en decoración, cuyas técnicas audaces montaron nuevos pisos sobrelas primeras azoteas. Simultáneamente los grandes edificios fueron dotados dekibas más espaciosas, de simetría y arte perfectos, con gran capacidad paraauditorios numerosos. En las proximidades de esa edificación se instalaronterrazas agrícolas, estanques y canales para el aprovechamiento racional de lasaguas de aluvión y de lluvia, al parecer escasas en la región.

Ese esplendor quedó imprevistamente sofocado. Las huellasarqueológicas indican que en los albores del siglo XIII se produjo el desalojomasivo de las ciudades. Las causas del éxodo, todavía en indagación, seatribuyen a epidemias que diezmaron la población, o bien a sequías prolongadasque se agudizaron con la progresiva esterilización de los suelos a causa delarrastre salitroso de las aguas. Otra razón de fuste podría encontrarse en lasventanas y los portales exteriores clausurados, como para convertir los edificios enfortalezas de defensa, más la instalación de reductos socabados en las laderasrocosas, a los que sólo era posible acceder con escaleras portátiles que seretiraban ante el peligro. ¿Conocieron Cíbola y Quivira su “invasión de losbárbaros”?

Pero también habría que contar la crisis política de una guerra civil entrelas mismas ciudades; razón y causa de la disolución de casi todos los imperios delmundo.

LOS CHAQUENSESPara la etnografía estadounidense especializada en investigaciones sobre

Chaco Canyon, el gentilicio más viejo que se conoce para designar a lospobladores de las ruinas, sería el de “anazazi”. El vocablo pertenece a la lenguanavaja y significa “los antiguos”. Encontramos aquí un notable dato histórico. Losnavajos repoblaron la región en el siglo XVII, aunque asentaron sus viviendas enlas proximidades de los edificios sempiternos, sin habitar precisamente en ellos.Sentían el respeto cauteloso que inspiran las casas abandonadas, tanto máscuando en su interior había sepulturas y hasta podía tropezarse a veces con lapresencia fantasmagórica de cuerpos momificados, a más del asombro y el receloque despiertan en la sensibilidad rústica los testimonios de una cultura superior.De allí quizá la designación solemne de “los antiguos”.

El nombre “pueblos”, a su vez es también moderno. Proviene de lacolonización española y se aplicó por igual a los pobladores legendarios como alos nativos del suroeste norteamericano que habitaban la extensa área de lasruinas.

En cuanto a Chaco y chaquenses estaríamos ante otro gentilicioconvencional, tan extemporáneo como los anteriores pero de más difícilexplicación. La palabra apareció a los investigadores en un mapa realizado por elcapitán de ingenieros Bernardo de Miera y Pacheco después de la expedición defray Silvestre Velez de Escalante a la región, en 1776. ¿De dónde obtuvo elcartógrafo la referencia que lo autorizara consignar el raro nombre? “No sabemospor qué”, respondió Albert Schroder, especialista interpretativo del Navajo LandsGroup, a nuestra consulta a la dirección del Chaco Canyon Proyect. “La palabraChaco – agrega – no tiene significado en ninguna lengua india ni en inglés”.

Otro informe de la asistente de investigación de la misma entidad, Ms. Lise

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Tatum, abunda en otras consideraciones. Aclara ante todo que la caligrafía originalno es bastante legible, y en lugar de Chaco podría leerse también “Chaca, Chacato Chacai”.

Nos llama la atención, por nuestra parte, que el mapa posterior (l823) delcartógrafo español José María Narváez, publicado en la colección “Cartografía deUltramar”, del “Servicio geográfico e Histórico del Ejercito”, Madrid, consigna lapalabra “Chacat” en una comarca próxima a un afluente innominado del ríoColorado y en jurisdicción de la provincia autóctona de los navajos, virtualmente lazona de Chaco Canyon. Lo más probable es que este dato cartográfico de JoséMaría Narváez proceda del mapa de Miera y Pacheco, en cuyo caso tendríamosque admitir la acepción Chacat como la más verosímil.

Continuemos con el análisis de Lise Tatum. De haberse querido expresarrealmente Chaco, el vocablo se prestaría a las interpretaciones siguientes:

– Como “Chacra”, palabra aragonesa que significa casa de campo oresidencia veraniega y con la que Miera y Pacheco habría hecho alusión a unaprominencia natural truncada que asoma sobre el curso seco del río Chaco, frenteal valle donde están ubicadas las ruinas.

– Como “chaco”, sinónimo del vocablo sudamericano para designar “uncirculo formado para cazar vicuñas”.

– Como derivado del término navajo “teskho”, que quiere decir “rocaabierta o cañón, desfiladero”. Esta palabra fue recogida por exploradores de laregión.

Será de utilidad examinar cada una de estas hipótesis.Si aceptáramos que chacra sea palabra española para designar una

residencia veraniega, debemos recordar que se trata de un regionalismoaragonés, muy poco conocido en el propio mundo hispánico. En cambio existe unhomónimo ampliamente divulgado en Latinoamérica y que equivale a granja opequeña propiedad rural; con la salvedad que no se trata de un vocabloetimológicamente español sino incásico, adoptado por los españoles con el mismosignificado. Hablamos de la típica “chac-ra” instituida por el régimen agrario delTahuantinsuyo. Esto nos abre conjeturas muy interesantes. La chacra incásica erala unidad económica donde se instalaba el poblador con su familia. Los incasrespetaron tanto esta creación que la imponían en los nuevos dominios queagregaban al imperio, corno condición inexorable de su política colonizadora. Ental caso, la chacra quechua españolizada presenta mayor afinidad con la pre-civilización eminentemente agraria del Chaco Canyon que con la residenciaveraniega de Aragón.

Si se trata de identificar al Chaco estadounidense con la caceríasudamericana, con más propiedad incásica, enfrentamos el mismo enigma quevimos a propósito del Gran Chaco Gualamba. ¿Cómo llegó a aquellas latitudesuna palabra que, aunque se refiera a los cercos de caza practicados por todas lasculturas primitivas del mundo, en este caso pertenece a un idioma definido y serefiere a un sector geográfico de Sudamérica sin relación aparente ni comprobadacon la América septentrional? 0 si, en tren de suposiciones audaces, el vocablotuvo nacimiento inmemorial en territorio de Estados Unidos, ¿cómo apareció enSudamérica?

El nombre navajo “teskho” presenta las mayores ventajas: parecido

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fonético y su condición vernácula. Pero ocurre que de aceptar este camino nossalen al encuentro otras semejanzas del mismo tipo y con méritos semejantes. Elasunto merece una digresión.

VUELVEN LOS “ANTIGUOS”Lo más inopinado, lo más injusto que podríamos sospechar de Bernardo

Miera y Pacheco es que haya consignado en su mapa un topónimo arbitrario,producto de su capricho. La conformación de una prominencia pétrea queevocaría la imagen de ciertas residencias aragonesas, no pudo inducirlo a bautizarla comarca con una palabra insólita.

Nunca fue misión de los cartógrafos de los últimos siglos imponerlenombres a la geografía. Las pocas excepciones que se conocen – verbigracia ladel cosmógrafo Walseemüller, que decidió por cuenta propia inscribir el nombre depila de Vespucio sobre el sector conocido de América – se explican porcircunstancias históricas aclaradas, y en la mayoría de los casos por informesequívocos que recibían los dibujantes. Se sabe, por ejemplo, que ni Yucatán ni elPerú se llamaron con estos nombres en las lenguas lugareñas, pero el falsobautismo no se debió tampoco a ocurrencia de los cosmógrafos sino aequivocaciones directas y hasta anecdóticas del primer contacto de losconquistadores con las poblaciones nativas.

Los cartógrafos tenían la responsabilidad de confeccionar guías para serutilizadas en exploraciones sobre el terreno, o que en todo caso consignabanescrupulosamente los datos de expediciones realizadas. El mapa de Miera yPacheco tuvo esta segunda finalidad. Fue elaborado como constancia gráfica delas verificaciones de Velez de Escalante, quien a su vez había cumplido unamisión de sugestiva importancia para nuestras preocupaciones. A él correspondióprecisamente determinar en definitiva la ubicación exacta de Cíbola y Quivira. Suviaje tuvo por objeto disipar los errores y vaguedades de la vieja leyenda. (Depaso conviene aclarar que las ruinas a cargo del Gran Quivira NationalMonument, al sur de Santa Fe, llevan este nombre por motivos tradicionales oquizá estéticos, pues Velez de Escalante en su carta informe a los superiores de laOrden Franciscana ubicaba la Gran Quivira “más allá de 300 leguas al N. O. deSanta Fe”, vale decir, aproximadamente Chaco Canyon o Aztec Ruins NationalMonument.)

En busca de aproximaciones fonéticas nos encontramos de pronto conuna coincidencia caligráfica. El nombre de una de las siete ciudades de Cíbola era“Ahacos”, presumiblemente la que llego a ver fray Marcos de Niza. Si recordamosla indicación de Lise Tatum respecto a la escritura ya borrosa del mapa de Miera yPacheco, puede conjeturarse que entre Ahacos y Chacat o Chacai no existe másdiferencia que con Chacra. Históricamente la relación es mayor, ya que bien pudointerpretar Escalante a la vista de las ruinas de Chaco Canyon que se encontrabaante la perdida Ahacos de la leyenda. La grafía cursiva inglesa, habitual entre loscartógrafos del siglo XVIII pudo deparar confusión entre Ahacos y Chacat.

En otros aspectos, la palabra chaco también existe en la lengua caribecumanagota (chaku, yako o ichaku) y significa literalmente batata. ¿Alcanzaron lospobladores arcaicos de Cíbola y Quivira la agricultura de tubérculos?

En cuanto al parecido fonético de “teskho”, el vocablo navajo, de

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imponerse arrasaría con las demás suposiciones pero, lo que es más, romperíatodo nexo entre el mundo moderno y los ignorados pobladores del imperio“pueblo”. Volveríamos al punto de partida, porque los indios navajos noconstituyen siquiera una transición entre aquellos edificios y los nativos queencontró la colonización española en el siglo XVI. Ellos son también intrusos deultima hora respecto a la ya disuelta “cultura anazazi”.

Pero los informes de los estudiosos del Chaco Canyon Proyect nos dicenque el éxodo de los edificios originó dos corrientes migratorias: una hacia elsuroeste y el oeste, otra hacia el sureste. De la primera habrían derivado las tribusnahuatles, con relación directa o indirecta (según el mismo Velez de Escalante)sobre la ulterior civilización azteca, iniciada en el siglo XIV, o sea una centuriadespués del éxodo de Cíbola. ¿No pudo derivarse de la segunda algún vínculo,algún traspaso de formas culturales e idiomáticas a la civilización de los moundsen el valle de Misisipi? La crónica de Fidalgo de Elbas, componente de laexpedición de Hernando de Soto, abunda en toponímicos inquietantes: Vitachuco,Cutifachiqui, Chisca, Chicaza, Saquechuma, Guasco, Tistiquacou.

Ahora bien, los escasos testimonios, todos indirectos, que se presentan ala posteridad no autorizan a ensayar hipótesis con posibilidades de certeza. Perosi pensamos bien, esta misma problemática negativa despierta la sospechavehemente de que podría quedar algún camino, una guía extraviada para llegar alcentro del enigma. Nada más lógico que el nombre Chaco no sea palabra inglesani española y que tampoco figure en el léxico de los idiomas aborígenes actualesde Norteamérica, pues todos estos valores lingüísticos vienen a ser posteriores y,más todavía, por completo ajenos a la pre-civilización ágrafa que silencio susvoces en el siglo XIII. Esta es precisamente la razón para presumir que eltopónimo expresaría una palabra antiquísima, tan extraña a las culturascircundantes y ulteriores como las propias ruinas de Chaco Canyon.

Si tampoco Miera y Pacheco registró el nombre en su debatido mapa, yaque (según los indicios de la lupa de los paleógrafos) habría escrito chaca ochacat, ¿de dónde y desde cuándo tomó su designación el río Chaco? ¿Podríaafirmarse con pleno convencimiento que estamos ante una mera deformación, quesin embargo genero una tradición capaz de sobrevivir al anonimato de lasconstancias documentales? ¿Y si se tratara realmente del nombre arcaico ygenuino, subsistente en la desolación de los edificios vacíos y mantenido a travésde la versión oral de otros pobladores, tal vez las mismas tribus hostiles quehabrían provocado el gran éxodo?

LOS DOS CHACOSLa presencia súbita de Europa en América a partir de la ultima década del

siglo XVI represento la alteración y interrupción del lento proceso que cumplían lasrazas autóctonas en todo el continente. No influyeron para esto las violenciaspropias de toda conquista sino más bien la aparición de un factor con una potentecapacidad transformadora, en condiciones de imponer formas de civilización queequivalían a la ruptura de todo lo existente. Incluso quedaron borradas yconfundidas las diferencias apreciables de evolución que acusaba el panoramaétnico de la América precolombiana, porque había un abismo entre losrefinamientos culturales aztecas, chibchas, mayas e incásicos y el primitivismo de

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los clanes errantes o sedentarios que incluso resistían obstinadamente el poderíode esos emporios en auge.

Un soldado de la conquista, un sacerdote en misión de paz, representabanidéntica frustración para los vasallos del Tahuantinsuyo como para las masastribales del Amazonas o de la Patagonia. Para unos y otros había comenzado unahistoria nueva y en gran medida incomprensible.

La extravagante similitud de nombres entre el Chaco norteamericano y elsudamericano puede responder a una coincidencia fonética fortuita, soloexplicable por la casualidad de un homónimo que no interesa a la geografía ni a lahistoria; pero también puede esconder los secretos por hoy indescifrables dealguna relación que en su momento – hace más de cinco siglos – tuvo lógica yrazón.

Nada vincula exteriormente aquella pre-civilización del Norte con lasculturas selváticas del Chaco Gualamba. Empero, si pensamos que en el caso deestas culturas se advierte también la presencia de un vocablo ajeno a sus léxicosnativos y originario tan luego de la pre-civilización incásica, no es que hayamosdevelado el arcano, sino que el problema se replantea con una perspectivaprofunda y de alcances incalculables.

Dos toponímicos fonéticamente iguales representarían bien poco en símismos, si esta coincidencia no se repitiera en muchos otros campos distintos a lalingüística, como ser: ciertas costumbres, ciertos ritos, ciertos ornamentos cuyocarácter costumbrista, folklórico, protocolar, los eximen de las leyes etnográficassobre el descubrimiento espontaneo y necesario de los instrumentos tecnológicos.No es lo mismo la invención utilitaria del fuego, del arco y la flecha, de la piedratallada, de la cerámica, que los usos del barbijo incrustado en el labio inferior(tembetá) o la depilación del cabello en la frente y el peinado sujeto sobre la nucaen forma de coleta (etá-irá); practicas de divulgación extraordinaria en elcontinente.

Las plantas domesticadas cuyos sembrados se divulgaron por la Américaprehistórica ocuparían el capítulo más extenso de la demostración. Se calcula quelos primeros exploradores hispánicos registraron más de cien especies adaptadasa la necesidad humana, desde el algodón textil hasta los cultivos alimentarios degranos, de tubérculos y de calabazas. Este panorama agrícola era superior encantidad y en variedades al de la Europa misma del siglo XVI.

Pero el maíz ocupa sin duda el sitial preponderante, tanto por laoriginalidad del producto como por su propagación extendido al espectro étnico. Elmaíz silvestre ha sido localizado por la investigación con el nombre de “tunicado”.Tenía la particularidad de que cada grano estaba revestido por la chala que hoyrecubre la mazorca. Todavía se encuentran ejemplares del primitivo cereal entrelos pastizales del noreste argentino, el Paraguay y la gran área amazónica. Fuemérito de la agricultura prehistórica conseguir la transformación del fruto natural enla especie sofisticada que cultivaron los etnos americanos. Pero seria ingenuoimaginar que el descubrimiento fue simultaneo en todas las regiones. Ladivulgación debió responder a vínculos directos e indirectos, de intermediación yde contactos promovidos por la migración incesante de los grupos tribales. Lapropagación del maíz denuncia una relación espontanea y milenaria entre lasrazas troncales y secundarias; porque los españoles encontraron el cereal en

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todas las latitudes. En este sentido coinciden las crónicas del Fidalgo de Elvas enNorteamérica con las de Breñal Díaz del Castillo en México, las de Cieza de Leónen el Perú y las de Ruy Díaz de Guzmán en el Río de la Plata; todas ellascoetáneas. Los conquistadores encontraron en la cultura maicera un mundointegrado por el más extraño proceso agrario de unificación, insospechado paraellos.

Esto nos dice que quizá también en la palabra Chaco consignada en losdos extremos geográficos del continente, podríamos comprobar otro indicio de lavertebración que no pudieron advertir Cristóbal Colón, Hernán Cortés, FranciscoPizarro, Vázquez de Coronado y Ramírez de Velasco.

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OBRAS CITADAS Y CONSULTADAS

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