casa palabras n° 3

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1 Ruta Mario Benedetti Murió Chinua Achebe Pablo Neruda en mi memoria Premios Pichincha 2012 Bonpland y la Floresta americana 3 CENTENARIO 1913—FEBRERO—2013

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Revista Cultural de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.

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Ruta Mario BenedettiMurió Chinua Achebe

Pablo Neruda en mi memoriaPremios Pichincha 2012

Bonpland y la Floresta americana

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CENTENARIO1913—FEBRERO—2013

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Joaquín Pinto

Álbum ParticularLibro y exposición, Museos de la CCE.

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editorial

PresidenteRaúl Pérez Torres

VicepresidenteGabriel Cisneros Abedrabbo

Director de PublicacionesPatricio Herrera Crespo

EditoresPaúl HermannVioleta LunaPatricio Viteri

Edición de textosKatya Artieda

DiseñoTania Dávila

Colaboran en este número:Lucía Lemos, Antonio Correa Losada, María Eugenia Paz y Miño, Nicolás King-man, Juan Carlos Moya, Paulina Simon Torres.

PortadaEduardo Kingman, Penumbra, óleo sobre tela, 1981. Museo CCE.

Casa de la Cultura EcuatorianaBenjamín CarriónDirección de PublicacionesAv. Seis de Diciembre N16–224 y PatriaTelf.: 2 565808 Ext. [email protected]–Ecuador.

casapalabrascce

@casapalabrascce

[email protected]

número tres • mayo 2013

Poeta de las manos

Cómo no recordarlo ahora que ya se han cumplido 100 años de su nacimiento, allá en su Loja natal, la misma ciudad de Benjamín Carrión, quien dijo hace muchos

años: «... en los cuadros de Kingman se oyen gritos y gemi-dos». Por eso me permito rescatar estas palabras mías escri-tas también hace algunos años:

Salgo de casa y es como si saliera de un gran abrazo. Me quedo con el olor a espiga, a pan fresco, a aquellas tahonas que apenas están en el recuerdo. Pienso que Lewis Carrol llevó de la mano a Alicia por todos estos rincones del pintor. La hizo golpear el campanario, entrar por esa puerta diminu-ta que la conduciría de golpe al alma del artista ecuatoriano, a su voz pequeña que dice desde la buganvilla: la belleza es una magia espiritual y el hombre puede o no captarla, sugerir es el camino del pintor.

Pienso que la condujo al dormitorio de la Soledad (más soledad sin ella), al colorido alegre, vivo, tierno de sus pare-des, a aquellos cuartos de minucias y detalles sutiles como la vida, de reminiscencias y voces, de presencias y ausencias; a ese comedor donde hay un confesionario para mejores uti-lidades, a esos patios donde la mirada se triza como papel celofán. Alicia acariciaría entonces la sencillez que como un gato da brincos por toda la casa, esa presencia pura, diáfana, cordial, que no tiene rostro, ni manos, ni ojos, y que, sin em-bargo, nos toca por sobre el hombro, nos mira, nos alumbra, y luego de ese contacto estremecido, se metería por el túnel de la charla con aquel viejo que piensa a colores y miraría sus cuadros, donde permanece viva la sensibilidad prodigiosa, la actitud diaria, cotidiana, de la gente sencilla de nuestros pue-blos, ese figurativismo cuyo trazo fuerte, ágil, mineral, capta la esencia del espíritu, su actitud más profunda, su herman-dad con la tierra y los elementos naturales. Cuadros que son como atravesar el espejo para llegar por fin a lo que somos, cuadros que parecen alumbrados por aquello que diría Martí a los pintores mexicanos: «copien la luz en el Xinantécatl y el dolor en el rostro de Cuauhtemotzin, hay grandeza y ori-ginalidad en nuestras historia: hay vida original y potente en nuestra escuela de pintura».

Kingman, entonces, buceador de nuestra serranía, poeta de las manos que se sacuden y gritan, de los rostros aindiados y bronceados por el sol del mestizaje, pintor de la ideología que define al hombre, viejo trabajador sencillo como el agua o como aquel panadero que le legó su casa. Porque también, y más que todo, el artista es su casa y es su patria.

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El escritor y periodista Juan Carlos Moya nos acerca a los universos fic-cionales de tres escritores fundamentales de nuestras letras: Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti y Ma-rio Vargas Llosa.

Ofrecemos una sentida despedida a Filoteo Samaniego, leyendo su poesía y revisando su fructífera trayectoria vital.

Patricio Herrera Crespo presenta el manuscrito Floresta americana, del sabio francés Aimé Bonpland. Joya

bibliográfica de Ecuador y América, que se encuentra en la Biblioteca

Nacional Eugenio Espejo.

Algunos poemas de Lumínica y otros delitos, poemario de Juan Carlos Mi-randa que obtuvo el segundo lugar en el Premio Pichincha de Poesía 2013.

Rememoramos al compositor Richard Wagner, a 200 años de su nacimiento, con un texto que habla de su vida y sus inmortales composiciones.

La especialista en cine Paulina Simon Torres comenta en esta ocasión la

filmografía de Montxo Armendáriz a propósito de los festivales de la

Cinemateca Nacional.

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Revisamos el andar literario del escritor español José Ovejero, por estos días el ganador de una nueva edición del Premio Inter-nacional de Novela Alfaguara.

Ante la muerte de Chinua Ache-be, padre de la literatura mo-derna africana, Patricio Viteri Paredes nos lleva a recorrer su vida, trayectoria y propuestas fundamentales.

La catedrática universitaria y estudiosa de nuestra literatura, Lucía Lemos, ofrece su lectura sobre Disquisiciones y divaga-ciones, el más reciente libro de ensayos de Víctor Ivanovici.

Presentamos uno de los relatos de Fuerzas ficticias, libro de Andrés Cadena, ganador del Premio Pichincha de Cuento 2013.

Paúl Hermann atraviesa el Río de la Plata y llega a Montevideo para conocer los lugares que acogie-ron a Mario Benedetti, así como aquellos que constituyeron los es-cenarios de sus personajes.

El poeta Antonio Correa Losada

recuerda a Pablo Neruda comentando

Arte de pájaros, poemario que el

premio Nobel escribió cuando tenía sesenta años de edad.

Violeta Luna continúa ofreciendo ho-menaje de gratitud y respeto a aquellas poetas que si bien han contribuido a en-grandecer el Ecuador literario, han per-manecido en el olvido. En este número: Aurora Estrada y Ayala.

Recordamos a nuestro inmenso Eduardo King-man al conmemorarse el primer centenario de su nacimiento, con palabras de su hermano Nicolás y de Benjamín Carrión.

La escritora María Eugenia Paz y Miño nos habla de la mágica relación que tiene la palabra con los reinos mineral, vegetal y animal. Una poética dellenguaje.

índice

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variaciones

y lainvencióndel amor

JoséOvejero

El escritor español José Ove-jero (Madrid, 1958) ha ga-nado la XXI edición del Pre-

mio Alfagura con La invención del amor, novela que circulará a partir de mayo y que narra la historia de Samuel, madrileño de cuarenta años de edad que se enamora de una mu-jer que ha muerto. Para dotar de es-pesor al ser amado, el protagonista debe romper las barreras de su mun-do privado y asomarse a la España actual.

Según la editorial, esta novela de misterio para solteros en crisis, tiene grandes dosis de suspenso y hurga en la soledad, el amor y la capaci-dad que tenemos las personas para reinventarnos y auntoengañarnos.

En esta ocasión, el jurado es-tuvo presidido por Manuel Rivas y conformado por Annie Morvan, José María Pozuelo Yvancos, Jordi

Puntí, Xavier Velasco, Antonio Ra-mírez y Pilar Reyes (con voz pero sin voto).

Se presentaron a concurso 802 manuscritos de 19 países. 342 de España, 133 de México, 99 de Ar-gentina, 61 de Colombia, 34 de Estados Unidos, 28 de Chile, 23 de Venezuela, 19 de Ecuador, 18 de Perú, 9 de Guatemala y Honduras, 8 de Costa Rica, Panamá y Nicara-gua, 8 de Bolivia, 7 de El Salvador, 7 de Uruguay, 4 de Paraguay y 2 de Puerto Rico.

El escritor español recibirá 175.000 dólares (130.000 euros) y, como ya es tradición, una escultura de Martín Chirino, pero, sobre todo, la posibilidad de llegar al mercado lector de toda Hispanoamérica.

José Ovejero es licenciado en Geografía e Historia, y aunque vive en Bruselas desde 1988, pasa tem-

poradas en Madrid. Entre 1988 y 2001 trabajó como intérprete; cola-bora con diversos medios de comu-nicación, dicta conferencias a nivel internacional y ha dirigido talleres de escritura en Carleton College, Berkeley, y en la Casa Biblioteca Concha Meléndez, de Puerto Rico.

Ha publicado: Escritores delin-cuentes, y la colección de relatos en audiolibro La España que te cuento y el Libro del descenso a los infier-nos.

Ha recibido los premios Prima-vera de Novela (2005), por Las vi-das ajenas; Ciudad de Irún (1993), por Biografía del explorador; Gran-des Viajeros (1998) por China para hipocondríacos, y el Anagrama de Ensayo (2012) por La ética de la crueldad, trabajo del que hemos se-leccionado un segmento:

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Escritores como Flau-bert o Baudelaire bus-can el horror porque

la vida burguesa les aburre, les resulta inhumana. Lo hu-mano es el riesgo. La locura es preferible a una normali-dad que sólo puedes obtener mediante la amputación de tus impulsos más íntimos. Y si miras esa normalidad des-de el exterior, el absurdo se vuelve evidente. Beckett se esmera en mostrárnoslo sin tapujos. Vivimos instalados a la espera de algo o alguien que nunca llegará. Si Godot hubiese llegado, aunque nos decepcionara siendo más simple o más débil o más mezquino de lo que imagi-naban, daría un sentido a la existencia de los personajes, podrían confrontarse con él, justificar su vida anterior en ese enfrentamiento. Pero Godot no es el Mesías. Ni siquiera está claro que haya alguien llamado Godot. Vivir es entonces esperar a pesar de todo, y por ello absurdo, con lo que el autor certifica el sinsentido de la existencia cotidiana. Pero si nada tiene sentido, ¿para qué escribir? Que responda Kafka, el me-tafísico de lo absurdo: «El mundo monstruoso que ten-go en la cabeza. Pero cómo liberarme y liberarlo sin des-

garrarme. Y prefiero mil ve-ces desgarrarme a contenerlo o enterrarlo dentro de mí». El escritor, quizá pecando de in-genuo, busca la salvación en la expresión atormentada de la realidad, igual que el mís-tico la busca en la mortifica-

ción. Ésa es la única posibili-dad, desgarrar y desgarrarse, asomarse al mundo mons-truoso. Puede que la crueldad no nos acerque a la sabiduría, pero al menos nos aleja de la estupidez —¡no es poca cosa!—. Al fin y al cabo, la utilidad de la literatura no se encuentra en las informacio-

nes que nos aportan, y sean sobre la sociedad madrileña del siglo XIX o sobre el tra-bajo infantil en la India o so-bre la Revolución Cubana de 1958. Si la ficción nos ense-ña algo lo hace a través de la emoción estética, y ese algo es mucho más amplio que el supuesto mensaje del autor: la famosa escena en El aco-razado Potemkin, en la que un cochecito de bebé rueda escaleras abajo mientras des-cienden, aplastándolo todo los soldados del zar, podría haberse rodado igualmente para denunciar las masacres stalinistas o las cometidas en Argelia por las tropas fran-cesas. Su valor es que nos acerca a una emoción que no depende de los deseos del au-tor de denunciar la brutalidad de un determinado régimen político, de una época o una ideología; aprendemos algo sobre el mundo, sobre la fuerza ordenada e inhumana del poder, y también sobre nuestra capacidad de empatía y cómo se puede manipular ésta. Provocar en el lector una emoción fuerte que al mismo tiempo implique su juicio, su reflexión, generar en él sentimientos contradic-torios, es una forma de invi-tarlo a cambiar.

de la crueldadLa ética

Lo humanoes el riesgo. La locura es preferible

a una normalidad

que sólo puedes obtener

mediante la amputación de

tus impulsos más íntimos.

José Ovejero

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actualidad

Patricio Viteri Paredes

padre de la literatura moderna africana

MurióChinua Achebe

En Boston, el 21 de marzo de 2013, falleció Chinua Ache-

be, el escritor nigeriano que con su primera novela, Todo se des-morona (Things Fall Apart, 1958), transformó el panorama literario de África.

Nació en 1930, en Ogidi, pue-blo igbo del sur de Nigeria, durante el apogeo del gobierno colonialista británico. Creció dentro de las tra-diciones africanas y el protestan-tismo occidental de sus padres. Su formación transcurrió en estableci-mientos educativos modelados al estilo británico, donde leyó a los más importantes autores de la lite-ratura universal. En 1953 se graduó en teología, historia e inglés, en la Universidad de Ibadan.

Se trasladó a Lagos, en 1954, para trabajar en la Radio Públi-ca Nigeriana como guionista; dos años después viajó a Londres para especializarse en la BBC. A su re-greso a Nigeria, Achebe continuó escribiendo su primera novela, que fue publicada en Inglaterra.

Fue en la universidad donde se dio cuenta de la visión tergiversa-da, retorcida y racista que tenían los intelectuales occidentales sobre África, y esto le impulsó a concebir Todo se desmorona (cuyo título es de un verso de Yeats) para dar su versión desde adentro de su pue-blo, desde el África profunda que sufrió en carne viva la colonización

británica y la destrucción de sus culturas. Un personaje de la novela resume ese sentir:

«¿Entiende el hombre blanco nuestras costumbres sobre la tie-rra? ¿Cómo podría, si ni siquiera habla nuestro idioma? Pero él dice que nuestras costumbres son malas; y nuestros propios hermanos, que han adoptado su religión, también nos dicen que nuestras costumbres son malas... El hombre blanco es

muy astuto. Vino de forma tranqui-la y pacífica con su religión. Nos divertía su insensatez y le permiti-mos quedarse. Ahora él se ha gana-do a nuestros hermanos y nuestro clan ya no puede actuar como uno solo. Ha metido un cuchillo entre las cosas que nos mantenían juntos y nos hemos derrumbado».

Y a través del libro una sensa-ción de tragedia in crescendo en-vuelve a Okonkwo, el personaje

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principal, agricultor y guerrero igbo. Luego de que le desterraran de su pueblo, durante siete años, por haber matado accidentalmente a un miembro del clan, regresa y se da cuenta de que los misioneros ya han dividido a la población y que el gobierno colonial había masa-crado a todo un pueblo cercano por haber matado a un hombre blanco. Como si tuviera una premonición, les dice a los jóvenes de la tribu: «En cuanto a mí, tengo poco tiem-po de vida... Pero temo por ustedes los jóvenes porque no entienden cuán fuertes son los lazos de la fa-milia. Ustedes no saben lo que es hablar con una sola voz. ¿Y cuál es el resultado? Una religión abomi-nable se ha instalado entre ustedes. Ahora un hombre puede abandonar a su padre y hermanos. Puede mal-decir a los dioses de sus padres y de sus ancestros, como el perro de un cazador que de pronto se pone rabioso y ataca a su amo. Temo por ustedes, temo por el clan».

Pero el colonizador ya había cercado a todos los pueblos nige-rianos con la religión, las armas poderosas, los mercenarios de otras regiones, la justicia occiden-tal y la educación alienante. Todo estaba perdido, todo se caía a pe-dazos...

Más de diez millones de ejem-plares de Todo se desmorona se han vendido en el mundo. Fue tra-ducido a 50 idiomas y es el libro de lectura obligatoria en África.

En 1960 publicó Me alegra-ría de otra muerte (No Longer at Ease), ambientada en Lagos, ca-pital de Nigeria. Se casó al año siguiente y tuvo cuatro hijos. Ob-tuvo una Beca Rockefeller y via-jó durante seis meses por África Oriental, y en 1962, con una beca de la Unesco, partió a Estados Uni-dos y Brasil.

Su tercera novela, La flecha de dios (Arrow of God), se publicó en 1964 y en ella retoma la destruc-ción de la cultura de un pueblo por

medio del cristianismo y la admi-nistración colonial británica. Des-de fines del siglo XIX las potencias europeas se dedicaron a invadir y dividir las tierras africanas y sus pueblos: crearon países y reinos ficticios, alentaron las guerras en-tre clanes opuestos y cruentamente se apoderaron de todo el continen-te negro. Y así lo plantea uno de los colonizadores: «¿Qué hacemos nosotros los británicos? No sólo prometemos afianzar a viejos ti-ranos salvajes en sus tronos —o más bien sus apestosas pieles de animales—, no sólo hacemos eso, sino que nos tomamos el trabajo de inventar jefes donde antes no los había».

El estilo de Achebe mezcla la gran tradición oral africana con el excelente manejo del inglés, la in-troducción de términos del idioma igbo y las técnicas narrativas occi-dentales. Los proverbios populares se repiten, a veces reiteradamente, y las costumbres ancestrales y los ritos se describen desde dentro. Nadine Gordimer (premio Nobel 1991) califica a estas obras de fic-ción como «una síntesis original de la novela psicológica, el monólogo interior joyceano y el posmoderno rompimiento del tiempo. Es un es-critor que te hace reír y te deja sin aliento por el horror —es un escri-tor que no tiene ilusiones, pero no está desilusionado—».

En la siguiente novela, Un hombre del pueblo (A Man of the People, 1966), Achebe predijo el golpe de Estado y la guerra civil nigeriana en la sureña región de Biafra, en donde se refugió con su familia. Aceptó el cargo de emba-jador de Biafra y viajó a Europa y Estados Unidos para apoyar la secesión. La guerra terminó con la rendición de Biafra en 1970 y el escritor volvió a Nigeria para trabajar como profesor de la Uni-versidad Estatal. Se debe recordar que durante esta conflagración, otro escritor nigeriano, el premio

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Nobel 1986, Wole Soyinka, fue en-carcelado durante dos años por los militares de su país.

En 1972 publicó su libro de cuentos Chicas en guerra (Girls at War) y poco después emigró a Estados Unidos para enseñar en la Universidad de Massachusetts. En 1975 dio su ya famosa conferencia criticando el libro El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad (el es-critor polaco que escribía en inglés), en la cual lo calificaba de «maldito racista» y porque en esa famosa no-vela, «África es sólo un escenario y el telón de fondo que elimina al afri-cano como factor humano. África es un campo de batalla metafísico des-provisto completamente de una hu-manidad reconocible, en el cual el europeo errante entra por su cuenta y riesgo».

Esta diatriba en contra de Con-rad y su libro ocasionó muchas controversias y críticas. Y aunque tal vez uno crea que El corazón de las tinieblas es un hermoso y pa-voroso descenso a los más oscuros rincones de la mente humana y que África es sólo un pretexto, Achebe lo sentía de forma muy diferente. Y en La flecha de dios está escri-to: «Cuando el sufrimiento toca a tu puerta y le dices que no queda asiento para él, te contesta que no te preocupes, que ha traído su pro-pia silla. Así es el hombre blanco. Antes de que ninguno de ustedes tuviera edad para amarrarse un taparrabos entre las piernas, yo vi con mis propios ojos lo que el hombre blanco hizo en Abame. En-tonces supe que no había escapato-ria. Como la luz del día ahuyenta la oscuridad, el hombre blanco deste-rrará nuestras costumbres».

Volvió a la Universidad de Ni-geria en 1976 y se retiró en 1982. En 1987 publicó su quinta novela, Hormigueros en la sabana (Anthills of the Savannah), en la cual narra un golpe de Estado en un ficticio país africano. En 1990 sufrió un ac-cidente automovilístico que le dejó

paralizado y tuvo que usar una silla de ruedas el resto de su vida; poco después trabajó como profesor de Lengua y Literatura en el Bard Co-llege de Nueva York. Desde 2009 fue profesor de Estudios Africanos de la Brown University. En 2012 publicó Hubo una vez un país: historia personal de Biafra (There Was a Country: A Personal History of Biafra), un recuento de la guerra civil en Nigeria.

Ganó el premio Commonwealth de poesía por su libro Navidad en Biafra (Christmas in Biafra), fue finalista del Booker Prize en 1987,

en 2007 obtuvo el Man Booker In-ternational Prize y en 2010 recibió el Dorothy and Lillian Gish Prize.

La literatura africana y mundial pierde a uno de los grandes escri-tores, lastimosamente desconocido en América Latina —como casi todo lo que se hace en África—. Quizá el mundo pudiera ser algo mejor si se escuchara lo que decía un anciano africano en La flecha de dios: «No pedimos riqueza, porque el que tiene salud e hijos también tiene riqueza. No rezamos para te-ner más dinero, sino para tener más familia».

«Entonces supe que no había

escapatoria. Como la luz del día

ahuyenta la oscuridad, el

hombre blanco desterrará

nuestras costumbres».

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La Casa de la Cultura Ecua-toriana presentó el libro Disquisiciones y divaga-

ciones, escrito en dos tomos, por el escritor rumano Víctor Ivanovici.Los temas tratados son variados pero todos giran en torno a la poé-tica, la narratología y la semántica.

El autor sustenta cada una de sus aseveraciones teóricas en autores de gran relevancia, unos más conoci-dos que otros por los ecuatorianos: Milan Kundera, Todorov, Propp, Kafka, o estudiosos rumanos y grie-gos como Nicolae Filimon, Tudor Vianu y E. Moutsopoulos.

Teorías como la pragmática, la recepción y el texto fantástico se desarrollan en el primer tomo, con ejemplos tomados de textos de Jorge Luis Borges, H.P. Love-craft y Alejo Carpentier, que ayudan mucho para la comprensión de sus análisis, aun para quienes no son especialistas pero buscan un acercamiento a la literatura.

En esta segunda parte de mi investigación había planeado ocu-parme de tres variedades de lo fan-tástico: la que sostiene la ‘ficción’ borgeana, ‘lo real maravilloso’ acu-ñado por Alejo Carpentier y el tan sonado ‘realismo mágico’.

«…Las primeras dos acabaron desprendiéndose del tronco de este ensayo y se convirtieron en sendos textos autónomos sobre los auto-res en cuestión. Por consiguiente, solo trataré aquí la tercera variante categorial (la segunda por orden lógico), con la esperanza de poder

desbaratar algunos malentendidos que persisten alrededor de ella».

El texto analiza desde los oríge-nes del concepto del realismo mági-co, su difusión en el mundo, y cita ejemplos que son conocidos por no-sotros. Afirma:

«…Por su lado, el realismo má-gico, al cabo de un largo proceso histórico marcado precisamente por la oposición respectiva, consigue trascenderla a su manera, al reactivar mediante la magia el mito como pa-rámetro productivo de la escritura».

En otro capítulo, Ivanovici se ocupa de Góngora y sus sonetos, de los cuales dice que la concentración impuesta por la forma fija releva una serie de características de índo-le manierista y que en los grandes poemas gongorinos un ‘significado moral’ puede eventualmente infe-

rirse a escala de conjunto, nunca a la de microunidades metafóricas como las enfocadas en los análisis precedentes. Se refiere, así mis-mo, al Romanticismo en España y analiza algunos poemas de Gusta-vo Adolfo Bécquer. Afirma: «Sea como fuere, para la gran mayoría de su público Bécquer sigue siendo un poeta muy amado, pero que no deja de pertenecer a la modalidad ‘menor’ del Romanticismo».

Dedica todo un capítulo a Lor-ca como teórico de la Literatura; afirma que el tema sorprenderá, sin duda, al lector que comulga con el mito romántico sobre Federico Gar-cía Lorca como artista, cuya mara-villosa e irresponsable espontanei-dad casi equipara la inmediatez y la incultura de los trinos del ruiseñor.

Hace sesudos comentarios y análisis sobre la cuarta novela del español Eduardo Mendoza, La ciu-dad de los prodigios. Dice en una parte de su comentario:

«Mendoza, como Camilo José Cela (quien, a ese respecto, apare-ce como un precursor), está reacti-vando y mirando con un ojo actual una fórmula narrativa clásica y tí-picamente española, la picaresca, de eficacia probada reiteradamente, durante tres siglos».

En el tomo I se refiere el autor a Sem Tob de Carrión, un poeta se-fardí en la España Medieval y habla del Romancero judeoespañol al Ro-mancero gitano.

En el tomo II se profundiza en

Disquisicionesvagaciones

Lucía Lemos

di

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los análisis de la obra de Borges, Carpentier, García Márquez, Julio Cortázar y Octavio Paz.

Sobre los personajes de Borges, por ejemplo, dice: «Presintiendo su existencia dentro de sí mismos, los personajes borgeanos buscan situa-ciones y vivencias liminares, en que la esencia respectiva se imponga inmediata y perentoriamente, con la fuerza de una revelación».

Es interesante anotar, para los estudiosos de la narratología y los planteamientos teóricos de Propp, en su estudio Morfología del cuento, lo que señala Ivanovici en el sentido de que este modelo puede aplicarse con propiedad también a la ‘ficción’ borgeana, ya que la mayoría de las funciones de Propp vienen formu-ladas en términos de información (secreto, enigma) y de obtención (demanda, búsqueda) de la misma. La aplicación de las funciones en los cuentos borgeanos merece una lectura minuciosa.

Alejo Carpentier y su real mara-villoso ocupa un importante espacio en el texto del autor rumano. Dice: «La escritura barroca está relacio-nada, pues, más menos directamen-

te con la estructura ‘perceptual’ del mito. Indirectamente, también remi-te a su estructura ‘conceptual’, en el sentido de que conlleva una crisis y una crítica del racionalismo euro-pea, (que constituye para el lenguaje un sistema de referencia implícito». Nos recuerda a los lectores que al concebir su concepto intensamente ‘ontológico’, Carpentier no olvida indicar a qué región del ser tiene ac-ceso la obra de arte (particularmente la narrativa) por intermedio de la ca-tegoría respectiva. Esta percepción de la realidad americana, agrega, sorprende todo el juego de lo fami-liar que se convierte en alteridad, junto al retorno de lo reprimido, o más de lo remoto, es decir, los datos efectivos sobre los cuales se apoya la lectura fantástica.

La semántica, la sintáctica y la pragmática en algunos cuentos de Cortázar están trabajadas con cono-cimiento del tema y de los diferentes autores y teorías que cita el autor.

García Márquez, dentro y fuera de Macondo es un trabajo de excep-ción que no puede dejarse de leer por todo el material que aporta.

Dentro del tema El fantasma del Coronel, analiza ambigüedades de la ‘realidad’, fantasía y personaje, el personaje-puente. Por supuesto, no deja de mencionar Cien años de soledad y sus personajes, José Arca-dio (s) y Aureliano (s), y las caden-cias del ritmo y facetas del tiempo en esa misma novela.

Sugiere a los lectores que se tenga presente que se propone en el acápite 4 indagar la presencia de temas y motivos mitológicos en las novelas y relatos del narrador colombiano, y, por otro, examinar el mito como modelo estructural, constitutivo de su obra.

Todo el segundo tomo está de-dicado a profundizar en la obra de los autores mencionados, además de Carlos Fuentes y Octavio Paz.

Se ha tratado de anotar lo más importante de lo tratado. La lectura de los dos tomos de este autor es al-tamente recomendada. No solo para los estudiosos de la literatura y los expertos en el tema, sino para todos quienes quieran profundizar en las obras de estos autores de nuestro continente para explicarse mejor al-gunos de los cuentos y novelas.

metrónomo

A puerta cerradaFito y Fitipaldis

A puerta cerrada es el nom-bre del primer disco de la banda española Fito y Fiti-paldis. Contiene elaborados temas y se mueve entre el rock, el swing y el blues. Se grabó con la colaboración de músicos de Extremoduro y Platero y tú. ‘Rojitas las ore-jas’, el bello primer tema, fue posteriormente incluido en Extrechinato y tú, otro pro-yecto en el que participó Fito, con un sonido más rockero.

Old ideasLeonard Cohen

El duodécimo álbum de es-tudio del músico y poeta ca-nadiense Leonard Cohen fue grabado el 31 de enero del 2012. El álbum alcanzó la primera posición en las listas de discos más vendidos de once países.En la edición española, las letras de las canciones fue-ron adaptadas libremente por Joaquín Sabina, y presen-tadas, junto al disco, en un cuadernillo.

Vida y milagrosAlbert Pla

Trabajo publicado en 2006 que realiza un recorrido por la trayectoria del artista.Pla invitó a músico amigos para que se hicieran car-go, no solo de instrumen-tos fundamentales como la guitarra, el bajo y la batería, sino también del saxo, la flauta, la guitarra española y los coros.

AntologíaVioleta Parra

Álbum de 1999 que ofrece una aproximación al uni-verso poético y musical de la trovadora. Si bien la producción de Warner omite las canciones que Parra grabó con EMI, fue considerado, en abril de 2008, por la edición chi-lena de la revista Rolling Stone, como el vigésimo séptimo mejor disco chi-leno de todos los tiempos. 9

biblioteca

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Todo comenzó en los prime-ros años de estudiante de la Escuela Normal de Pitalito,

Colombia, cuando el profesor de español, Teófilo Carvajal, un poe-ta local, vehemente y bohemio, nos habló del gran poeta chileno que visitaba el país y tenía el nom-bre más largo de la Tierra: Ricar-do Eliécer Neftalí Reyes Basoalto (1904-1973). Ese fue nuestro pri-mer asombro. Como desconocía-mos el apelativo, no entendíamos que alguien tuviese tantos nombres que no coincidían con el que llama-ban Pablo y Neruda.

Con el tiempo, me encontraría con ese seudónimo sólido y múlti-ple. Al acercarme por primera vez a sus poemas, quedé perplejo cuan-do al leerlo apareció ante mí una cascada interminable de regiones, mujeres, objetos, cosas, sonidos, aves, utensilios, comidas, animales de mar, flores, sensaciones. Más tarde, con el paso fragoroso de la adolescencia y tratando de atra-par palabras en el porfiado inten-to de escribir poesía, volví a leer

a Neruda y la inicial sensación de asombro se convirtió en una cons-tatación desesperanzadora para mi ejercicio de aprendiz: llegué a la conclusión de que todas las palabras posibles en español estaban reco-gidas en la escritura avasallante de Neruda.

De cuerpo entero vi erguirse al Rey Midas de la poesía. Todo lo que tocaba, miraba o señalaba, se transformaba en verso o en poema, con la sabia ductilidad del orfebre, en un proceso vertiginoso de alqui-mia y amor por las palabras. Era tan fascinante su sonoridad, que al intentar escribir con mano propia, una fuerza inconsciente dejaba en el papel rasgos y rastros de su in-ventiva y poderoso inventario del mundo americano.

Entonces, como el necio ado-lescente que era, me propuse evi-tarlo para no quedar atrapado en las redes de la mera simulación o de la fácil apropiación. Algún tiempo después, con el ánimo so-segado, retorné a su poesía y me encontré como hasta ahora, sen-

en mi memoria

PabloNeruda

Antonio Correa Losada

De cuerpo entero vi erguirseal Rey Midasde la poesía.Todo lo quetocaba, miraba oseñalaba, se transformaba en verso o en poema, con la sabia ductilidad del orfebre, en un proceso vertiginoso de alquimia y amorpor las palabras.

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tado frente al banquete gozoso de su palabra y con el libro abierto entre mis manos, Arte de pájaros (1962), escrito por Neruda al cum-plir sus 60 años.

En el libro de crónicas y estu-dios, Neruda total, escrito por el profesor Eulogio Suárez, uno de sus más cercanos colaboradores y secretario particular durante varios años, va develando la historia viva y secreta de cada uno de los poe-marios de Neruda: 49 en total, si se consideran sus obras póstumas y las recopilaciones hechas por su viuda, Matilde Urrutia, y por otros, que constituyen su impresionante summa poética.

Don Eulogio Suárez, a lo largo de diez años de su exilio en Alema-nia, teje por medio de ‘pequeñas historias’ la intimidad de cada li-bro, sus avatares y momentos aza-rosos y felices que hicieron posible su escritura y su publicación.

Al referirse a Arte de pájaros, Pablo Neruda dice: «El oficio de poeta es, en gran parte, pajarear.

Precisamente por las calles de Mos-cú, por las costas del mar Negro, entre los montañosos desfiladeros del Cáucaso soviético, me vino la tentación de escribir un libro sobre los pájaros de Chile». El cronista dice a su vez: «El poeta de Temuco estaba conscientemente dedicado a pajarear, a escribir sobre los pája-ros de su tierra lejana, sobre chin-coles y chercanes, tencas y diucas, cóndores y queltehues; en tanto dos pájaros humanos, dos cosmonautas soviéticos, se alzaban en el espacio y pasmaban de admiración al mun-do entero».

En 1988, tuve como editor el privilegio de publicar Neruda to-tal, en Bogotá, una edición única y completa de Editorial Magisterio (junto con otra edición abrevia-da que apareció en Atenas), en la que, como he dicho, se indaga con paciencia sobre la obra de Neruda y, con esta referencia, testimonio también mi admiración y cariño a ese otro maestro chileno, Don Eu-logio Suárez.

El pájaro yo(Pablo Insulidae Nigra)

Me llamo pájaro Pablo, ave de una sola pluma, volador de sombra claray de claridad confusa, las alas no se me ven, los oídos me retumban cuando paso entre los árboles o debajo de las tumbas cual un funesto paraguas o como una espada desnuda, estirado como un arco o redondo como una uva, vuelo y vuelo sin saber, herido en la noche oscura, quiénes me van a esperar, quiénes no quieren mi canto, quiénes me quieren morir, quiénes no saben que llego y no vendrán a vencerme, a sangrarme, a retorcerme o a besar mi traje roto por el silbido del viento. Por eso vuelvo y me voy, vuelo y no vuelo pero canto: soy el pájaro furioso de la tempestad tranquila.

memoria

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Poeta provinciano, pajarero, vengo y voy por el mundo, desarmado, sin otrosí, silbando, sometido al sol y su certeza, a la lluvia, a su idioma de violín, a la sílaba fría de la ráfaga. Entre una y otra vez, entre pasadas vidas y pretéritos desenterramientos fui perro de intemperie y sigo siendo un muerto en la ciudad:no me acostumbro al nicho, prefiero el matorral y las torcazas atónitas, el barro, el desvarío de un ramo de choroyes, el presidio del cóndor prisionero de su implacable altura, el barro primordial de las quebradas condecorado por las topa topas. Sí sí sí sí sí sí, soy un desesperado pajarero, no puedo corregirme y aunque no me conviden los pájaros a la enramada, al cielo o al océano, a su conversación, a su banquete, yo me invito a mí mismo y los acecho sin prejuicio ninguno: jilgueros amarillos, tordos negros, oscuros cormoranes pescadores o metálicos mirlos, ruiseñores, vibrantes colibríes, codornices, águilas inherentes a los montes de Chile, loicas de pecho puro y sanguinario,

cóndores iracundos y zorzales, peucos inmóviles, colgados del cielo,diucas que me enseñaron con su trino, pájaros de la miel y del forraje, del terciopelo azul o la blancura, pájaros por la espuma coronados o simplemente vestidos de arena, pájaros pensativos que interrogan la tierra y picotean su secreto o atacan la corteza del gigante y abren el corazón de la madera o construyen con paja, greda y lluvia, la casa del amor y del aroma o van entre millares de su especie formando cuerpo a cuerpo, ala con

ala,un río de unidad y movimiento, solitarios pájaros duros entre los peñascos, ardientes, fugitivos, polvorientos, eróticos, inaccesibles en la soledad de la niebla, la nieve, la hostilidad hirsuta de los páramos, o jardineros suaves o ladrones o inventores azules de la música o tácitos testigos de la aurora. Yo, poeta popular, provinciano, pajarero, fui por el mundo buscando la vida: pájaro a pájaro conocí la tierra: reconocí donde volaba el fuego: la precipitación de la energía y mi desinterés quedó premiado porque aunque nadie me pagó por eso recibí aquellas alas en el alma y la inmovilidad no me detuvo.

El humaranteSe vio llegar desde Osorno como una nube forastera, como un embudo amenazante, una celeste oscuridad que crecía en el viento pálido hasta tomar las dimensiones de un autobús o una ballena. Se llenó la ciudad de pánico: cerraban las panaderías, corrían al Sur los caballos, hasta que voló y continuó su paso el pájaro humarante. Sólo cambia de planeta. Asustó a los pobres chilenos la navegación migratoria, la celeste circulación de un pájaro lleno de humo de una humareda con plumaje.

El poeta se despide de los pájaros

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Según Rodolfo Pérez Pimentel, «Aurora era una niña espe-cial, rara por su modestia,

invisible por su timidez, frágil por su bulto. En su adolescencia odiaba la publicidad y por su temperamen-to se mantenía apartada del ruido. Su cuerpo era fino y lánguido, de proporciones perfectas. Eminente-mente religiosa aunque sin prac-ticar ninguna religión, sensible, espiritual, dulce y delicada. Pelo negro, ojos melados y boca fina. Pequeña como un ala en tensión».

Nació en Guayaquil y se educó para ser maestra y mujer de Letras. Su trayectoria escolar brillante le permitió destacarse y su perse-verancia en la vocación literaria la llevó a escribir algunos libros: Como el incienso, Nuevo canto, Cometas al viento (poesía para ni-ños), Retrato de mujeres (ensayo), El puente (novela), Tiniebla (veinte trenos y una canción de cuna).

Relativamente parca y difícil de conseguirla en su totalidad, la obra de esta admirable mujer ha podido sin embargo prevalecer por la cali-dad y el cuidadoso tratamiento de la temática y los elementos formales.

Al respecto, Hernán Rodríguez Castelo ya lo advirtió cuando dijo: «La suma de la obra poética de Aurora Estrada está por editarse, y

resulta incomprensible que no se lo haya hecho, porque ella es —soli-taria— la figura grande que nuestra lírica puede situar en el retablo de la poesía femenina de América en el modernismo y posmodernismo».

Luego del suicidio de Medardo Ángel Silva, otros valores empie-zan a reunirse en su casa o en el ce-menterio, frente a la tumba de Sil-va, a leer poesía y hacer bohemia literaria. Eran los años 1920-1921. Este grupo de poetas fue llamado ‘Los Hermes’, entre los que esta-ban Sergio Núñez, Leopoldo Bení-tez Vinueza, Zaida Letty Castillo, Jorge Carrera Andrade, entre otros.

Después de contraer matrimo-nio en 1922, sus deberes de esposa y madre completaron su incansable labor profesional y su tarea parti-cipativa en la vida democrática del país. Su poesía, por tanto, no podía alejarse de su gente y su entorno. De ahí que junto con su escritu-ra afectiva, también se empinaba fuerte su obra de corte social.

Su presencia literaria en Ecua-dor y Latinoamérica ha estado siempre tocada por un halo de respetabilidad. Por haber estado inmersa en esa importante gene-ración de poetas que al trasponer el modernismo se aprestaban a re-cibir todos los vientos del posmo-

dernismo, Aurora ya estaba prepa-rada para esa etapa de transición.

Y dueña de un estilo esencial-mente humano, ella combinaba, con la gracia del lenguaje y la so-briedad del ritmo, las más variadas medidas métricas, desde los alejan-drinos del soneto clásico hasta los trisílabos o los renglones larguísi-mos de 27 sílabas.

Tan intensa y pródiga ha sido su trayectoria que de ello dan tes-timonio sus numerosos reconoci-mientos nacionales. Su fidelidad y compromiso con los ciudadanos y la sociedad de su tiempo, sobre todo con las mujeres y obreros, es decir con las clases explotadas, no le permitieron descuidar jamás sus dones personales, su ternura de compañera, de madre, de hija.

Piezas invaluables han confir-mado estos logros literarios como ‘El hombre que pasa’, bello soneto que sabe cuajarse sin reparos. ‘La casa en ruinas’, otra joya de crea-ción pura en la que se conjuga la levedad del pasado con la rotundi-dad del presente; añoranza y per-cepción profunda de lo que fue y lo que ya no es.

Leamos y aspiremos ese fresco erotismo telúrico de este texto ex-traído de su obra Como el incienso:

AuroraEstrada

Ayalay

Violeta Luna

ensayo

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Pero es Tiniebla, aparecido en 1943, el pequeño libro estructurado en veinte trenos y una canción de cuna el que con más autenticidad confirma el alto liris-mo de Aurora Estrada.

Son cantos fúnebres para su madre muerta. En ellos la poeta se entrega totalmente al amor, al dolor, a la verdad de lo fugaz, al estallido del adiós definitivo.

Los trenos, espontáneos y fluidos, con esa fluidez que otorga solamente el asombro de lo inevitable, son la expresión más lograda de Aurora, ya por la inmer-sión en la situación misma de pérdida o ya por ese des-doblamiento letal al que los seres llegamos alguna vez en la vida.

Son veinte piezas bien conformadas, con dulce y elegante unidad de contenido, con acertado ritmo y en perfecta sincronización de conceptos y técnicas forma-les. Cada treno tiene tres cuartetos de verso mayor do-lidos y profundos. Quizás en ella influyó sobremanera la eclosión cultural de la época con todo el peso del cambio social y estético.

Los comienzos del siglo XX acarreaban expectativa a todo nivel; y el espíritu local y americano, con el bri-llo y riqueza idiomática daba paso a la universalización de la temática y a una devoción por la metáfora.

Los poetas de entonces se aprestaban a tales innova-ciones con afortunado éxito. Aurora Estrada, a la van-guardia, abrió su talento y decisión para una siembra literaria a favor de todos. Así lo confirman sus escritos y así lo atestiguan Rodrigo Pesántez, Carlos Calderón Chico, Benjamín Carrión, Humberto Salvador, entre otros.

Transcribimos el primer treno con el que esta im-portante mujer rinde homenaje póstumo a su madre:

El hombre que pasa

Es como un joven dios de la selva fraganteeste hombre hermoso y rudo que va por el sendero;en su carne morena se adivina pujantede fuerza y de alegría un mágico venero.

Por entre los andrajos su recio pecho miro:tiene labios hambrientos y brazos musculososy mientras extasiada su bello cuerpo admirotodo el campo se llena de trinos armoniosos.

Yo, tan pálida y débil, sobre el musgo tendida,he sentido al mirarlo una eclosión de vida.Y mi anémica sangre parece que va a ahogarme…

Formaríamos el tronco de inextinguible casasi a mi raza caduca se juntara su raza,pero el hombre se aleja sin siquiera mirarme.

Compañeros de América,campesinos hermanos,

• • •

Trabajadores de América nuestra,indios de los campos andinos;llorando aún los imperios destruidosen la música de los rondadores y las quenas,obreros negros nacidos bajo el mismo sol;maestros, juventud estremecida de esperanza en llamas,callad, callad la sinfonía inefable del trabajo,el himno que no pueden aprisionar los pentagramasporque es la sinfonía polífona de nuestras herramientas laboriosas.

Observadora suspicaz del acontecer cotidiano y de las desigualdades económicas y laborales del pueblo, ella no puede contener su compasiva rabia que la lleva a una conciliadora adhesión a los movimientos de pro-testa o revolucionarios.

Y no solamente le duele el diario bregar de nuestros indios, campesinos y montubios, sino también la fatiga injusta y lejana de todo ese proletariado de América. Y aunque su voz suene a un llamado de circunstancia o arenga proselitista, la poética social de Aurora con-mueve y sacude porque es sincera; no puede pensarse de otro modo. Pues ha habido poetas mal llamados so-ciales que han llenado libros con manida demagogia, cartelismo o cansina retórica. Otra y diferente es la poética de invectiva, la poética revolucionaria, la que es capaz de crear formas estéticas y lenguajes de eleva-do lirismo en el que se ponen en juego recursos imagi-nativos y emotivos. Bástenos este fragmento:

Ya nunca más sobre mi tiniebla su estrella dulce.Nunca más en estos silencios su voz de brisa y de

jazmines.Nunca más el lazo tibio de sus brazos ciñéndose en

mi cuello ardiente.Ni nunca esa mirada de éxtasis sobre mi cara triste.

Está muerta como los días de oro, como las mariposas que mató la llama,

como el sonido de las campanas y el canto de los pájaros,

como los ojos de los niños que se fueron y como las floresque Ella amó en su breve vida de callada plegaria.

Está muerta y es como si no hubiera sido nunca en la tierra.Hay sol y fragancias y música de viento y de cancionesaquí afuera. Y Ella está ciega y sorda e inmóvilpara siempre, dentro del nicho frío, vestida de tinieblas.

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Apenas pronunciamos una palabra nos convertimos en emisores de una energía específica, compuesta no solamente de

sonidos sino de pensamientos y sentimientos, cuyo origen se remonta al instante mismo en que los Homo sapiens emitieron un particular sonido con sentidos y significados.

Es cierto que los animales también emiten sonidos, como asimismo lo hacen plantas y minerales, pero la diferencia con los seres humanos radica en que en estos, los sonidos de las palabras, se relacionan con la capacidad de crear objetos concretos en el plano material, de tal manera que tales objetos se separan del ente creador y mantienen características propias. Este proceso creativo, exclusivo del conjunto humano, es la base de la cultura, la cual nos construye como seres distintos al resto, capaces de pensarnos a nosotros mismos, a los otros seres humanos, a la naturaleza y al cosmos.

La cultura no implica solo crear objetos materiales. Existen otras creaciones, las mentales, por ejemplo, compuestas de ideas o de imaginación. En cualquier caso, toda creatividad está en interdependencia con las palabras y los conceptos supeditados a ellas.

La palabra es la creación por excelencia, y la utilizamos y manejamos tanto en el mundo de lo concreto como en el de lo abstracto. A través de ella nos relacionamos en la cotidianidad, de manera constante, cambiante y transformadora.

Cuando pronunciamos una palabra o la activamos en la mente, se lleva a cabo un proceso de creación comparable al de la magia, en la cual se parte de la no existencia a la existencia. Por tanto, la palabra activada activa a su vez conceptos abstractos y entidades o elementos concretos, que construyen un puente entre la nada y el todo.

El conocimiento de la palabra como magia empezó en los destellos de la humanidad, en África, cuando se comprendía al todo interrelacionado consigo mismo, y por lo tanto se asumía una conexión directa de los seres humanos con el reino mineral, el vegetal y el

María Eugenia Paz y Miño

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La palabra

como magia

palabra cruzada

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animal, dentro de un origen común con capacidad de comunicarse entre sí. La comprensión de esta conectividad se extendía al mundo de lo etéreo, incluyendo en ello al mundo de los espíritus y ‘del más allá’. Lo cual no es de extrañar, dado que estos mundos se materializan por efecto de la palabra como magia y creación. Al menos así se lo entendía en el pasado, y se lo sigue entendiendo en la actualidad en diversas culturas.

Se sabe que tan solo con pensar en algo o nombrarlo, se invoca a entidades concretas pensadas o nombradas. Así, cuando en el mundo andino se piensa que tal planta cura tal enfermedad, no se hace referencia únicamente a los elementos químicos que contiene para producir beneficios en la salud corporal, sino al espíritu de la planta, que actúa también a la par.

En la palabra como magia están unidos, en sincronía, lo manifiesto y lo representado, donde materia y espíritu se desenvuelven y se hacen presentes en igual espacio-tiempo, dado que conviven en el universo completo y complejo, mil veces creado y recreado. Por lo tanto, si se conoce la palabra exacta que identifica y convoca a un ente determinado, se podrá llamarlo y conversar con él.

Mediante el lenguaje preciso, los espíritus acuden al llamado y se manifiestan de diversas maneras que pueden ir desde el vuelo inesperado de una mariposa o el sonido de un trueno, hasta el poder sentirlos y verlos. Esto trasciende la comprobación científica, de forma que la racionalidad lo cuestiona y rechaza. No por ello deja de ser verdad que la palabra como magia es una

herramienta con la cual se pueden invocar a monstruos o a ángeles, y si el punto de enfoque es negativo o positivo, lo pensado y pronunciado estará cargado de negatividad o positivismo.

La historia de la palabra nos indica cómo ésta ha ido perdiendo sus sentidos y significados y se la ha bastardeado tanto, que lo habitual es dar la palabra y no cumplirla o desconocer el espíritu encerrado en ella. El pensamiento racionalista y cientificista descarta la espiritualidad y reduce la palabra a su contenido formal; consecuentemente, en el mundo del consumismo y la posmodernidad, palabras como amor, paz, alegría, salud, prosperidad, abundancia son erradicadas del lenguaje o utilizadas para marcas y modas.

A pesar de ello, la palabra realiza y nos realiza. Como magia primigenia nos posibilita, en el amor por ejemplo, la creación y recreación del amor de la pareja primigenia, que dio a luz seres nutridos con ese amor, que se multiplicaron hasta que aparecimos nosotros, los que conformamos este presente. De ahí que si invocamos ese amor y nos conectamos con él, estamos en conexión con la historia humana e incluso más allá, con el universo, con el Big Bang, que también nos dio a luz y del cual formamos parte.

Para que la palabra como magia suceda, es crucial la conexión con la totalidad interrelacionada, esto es, con la materia y el espíritu que habita en el espacio-tiempo del universo. Ejercer este derecho es un acto de fe y un milagro también, de tal manera que el propio universo se encargue de concedernos, tanto en el plano material como en el espiritual, todo aquello que pidamos.

librosCuentos completosRoald DahlPor primera vez en un único volumen los Cuentos completos de Roald Dahl incluye algunos relatos inéditos en español. Brillante y con tintes fantás-ticos como un Grimm, realista como un O. Henry, o despiadado como un Saki, sus historias fueron adaptadas por Alfred Hitchcock para la televisión, y han inspirado a creadores como Steven Spiel-berg o Quentin Tarantino.

Cuentos completosJorge Luis BorgesBorges es uno de los grandes escritores de todos los tiempos. Habitante en sombras de la Biblio-teca Universal, a lo largo de su obra construyó un mundo lleno de mitos, metáforas, laberintos, espejos, tigres y ecos literarios que le convirtie-ron en supremo custodio de la memoria literaria.

El silencio del héroeGay TaleseUna lección de literatura y periodismo.Talese se ha destacado por encon-trar historias detrás de cada noticia y por el retrato implacable de los «hé-roes silenciosos». Las semblanzas de Joe Louis, Floyd Patterson, Muham-mad Ali y Fidel Castro, entre otras.

Érase una vez el amor pero tuve que matarloEfraín Medina ReyesUna novela genial, una rara joya en la actual narrativa latinoamericana. Ra-biosa, honesta, desenfrenada. Medi-na Reyes trasmite algo fuerte e inolvi-dable. Es imposible no sentirse tocado por su prosa y arrastrado por su ritmo.

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Primer Premio Cuento Pichincha 2012

Obra negraa N, que me lo contó.

Caminan por una calle con nombre de mujer.Llevan las manos en los bolsillos y, por mo-mentos, los codos de sus abrigos oscuros

se rozan en medio del frío. Dos niños los pasan por un lado en sus bicicletas y el murmullo de sus risas se pierde en pocos segundos.

—Sabíamos que algún día tenía que pasar, ¿no? —dice la mujer.

El hombre no la mira. Ve al frente; la montaña al otro lado de la alargada ciudad se nimba con un fino resplandor violeta.

—Sí —musita el hombre.La mujer extrae una de sus manos del abrigo y se

enlaza del brazo del hombre.—¿Lo harás hoy?El hombre tose antes de responder, sin mirarla:—No sé.El viento sopla en jirones invisibles, que mecen las

puntas del pelo de la mujer, desordenándolo.—Tengo que ver el momento preciso —añade el

hombre, entrecerrando los ojos para protegerse del viento.

Al llegar a la esquina, se abre ante ellos una calle más ancha, por la que transita una cantidad constante de automóviles.

—Qué frío —dice la mujer, acercando su rostro a la cavidad entre el cuello y el mentón del hombre, que sigue sin mirarla. —Dame amor, amor.

El hombre voltea para encararla, y descubre su son-risa amplia y sincera. Como si fuera un reflejo, también ejecuta una sonrisa.

Pocos instantes después detienen, con un gesto de la mano, un taxi, y el hombre se adentra en él por la puerta delantera, después de despedirse con un beso prolongado de labios cerrados.

• • •

El hombre entra en el departamento y, tras unos pa-sos, deja sus llaves sobre el mesón de granito negro con destellos turquesas. Mira a su esposa de pie en el comedor, junto a la ventana, dándole la espalda.

—Hola —dice y se desprende de su abrigo azul ma-rino; lo deposita sobre el espaldar de una silla.

—Ven —le responde la mujer, aún dándole la espalda.El hombre se acera sin levantar la vista de la figura

de la mujer, que cruza los brazos sobre un saco de lana abierto. Una luz anaranjada la ilumina fragmentada, intermitentemente; afuera, un poste recién encendido recibe los desiguales movimientos de las ramas más altas de una joven araucaria. La imagen de la mujer se mancha de sombras que danzan sobre ella de acuerdo con una melodía inaudible.

El hombre se pone a su lado y observa en la misma dirección. Al frente, en el costado opuesto de una calle estrecha, hay una casa en construcción. La obra gris y los montículos de cemento, pedruscos y bloques sobre la vereda concentran la oscuridad que empieza a caer con el fin de la tarde.

—Mira —dice la mujer y señala con una mano, descolgada del cruce de brazos, un deteriorado coche de bebé cerca de la entrada de la construcción.

A esa hora, la entrada de la obra empieza a ser un abismo negro y rectangular.

El hombre se esfuerza en mirar si hay una criatura en el coche, lo que le toma unos segundos dada la opa-cidad de la escena.

—No hay nada —dice, desconcentrado.—Ahora no —replica ella—, porque recién se fue-

ron. Pero toda la tarde, mientras estaba trabajando, oía el llanto de un niño, de un niño de brazos, me refiero.

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Durante horas. Disminuía a ratos, y luego volvía a to-mar fuerza. Era un llanto de sufrimiento, ¡sabes?, no por hambre o incomodidad, sino de esos llantos bien sentidos. Profundos.

Ella se ha volteado, y ahora el claroscuro exterior vela sólo la mitad de su cara. Mira al hombre con un gesto de urgencia.

—Me asomé a la ventana —continúa la mujer—. Pensé que habían abandonado a un recién nacido en el basurero.

El hombre echa un vistazo a la calle, buscando el depósito de basura; no lo encuentra, pues su mirada es secuestrada de inmediato por la imagen del coche vacío que, ahora que lo ve con detenimiento, nota que está desnivelado por la irregularidad de la vereda. La oscuridad nocturna lo ha embadurnado todo, dándo-le más cuerpo a la luz asperjada desde los postes. La montaña que tienen al frente es una sábana negra bajo un cielo negroazulado.

—Entonces vi el coche —dice la mujer y regresa a su posición inicial, ofreciendo al hombre solamente su perfil—. Había un bebé que lloraba, y al lado un niño de unos tres o cuatro años, que le miraba fijamente. Hijos de albañiles.

Otra vez, la mujer deshace el cruce de brazos e, in-clinándose hacia la ventana, se apoya con la manos en el marco de aluminio. Por un momento, parece preten-der recostar su pecho sobre el alféizar. Pero ahora la mujer sólo se acerca al vidrio de la ventana, y luego se aleja de nuevo.

—Primero el niño mayor intentó calmar al del co-che: le tocaba juguetonamente, le hacía caras, le baila-ba... Pero el bebé no paraba de llorar. Fuerte. Sin parar. Más fuerte cada vez.

En la pausa del relato, el hombre siente un impulso por acercarse a la mujer y rodearla con los brazos. Se resiste.

En silencio, percibe que la noche ha entrado tam-bién a la habitación donde se encuentran, asentando un tamo ceniciento que enrarece todo lo que ve.

La mujer continúa:—De repente, el de tres o cuatro años la emprende

con el del coche, ¿no? Pero con golpes de verdad, con furia, las manitos cerradas. Como si estuviera pegán-dole a una almohada; una y otra vez. Por un segundo, se hizo silencio, como si ya el bebé no tuviera aire para respirar. Pensé que lo había matado, que el niño había matado a su hermano, ¿sabes? Y entonces, otra vez el llanto. Y con más fuerza. Con dolor.

El hombre siente una presión en su frente; su ceño

se ondula y su rostro se tensa en una mueca.—Yo iba a abrir la ventana y decirle algo al niño,

no sé, gritarle, espantarlo —relata la mujer, y vuelve la vista sobre el hombre—. Pero ese instante sale la mamá: una trabajadora, una mujer de obra, furiosa. Menuda pero enérgica. Habían pasado horas de llanto. Y ahora el llanto era más fuerte, más crudo.

El hombre se libera de la duda de si la mujer está a punto de llorar: ahora sabe que no. Su relato le da fuerza.

—La mujer miró a los dos niños. Casi con despre-cio, ¿sabes? Y de repente golpes desde arriba, como con un brazo mecánico, sobre la cabeza y los hombros del niño. El bebé no paraba de llorar. Y el otro apenas se cubría. La mujer no hablaba, sólo soltaba golpes, uno tras otro, como salpicaduras sobre un charco.

El hombre mira atentamente la construcción y se con-centra en la cavidad que es la puerta. La oscuridad que se divisa en el interior es diferente de la de la noche. Es una oscuridad espesa, como la arboleda que recubre con sombras multiplicadas las faldas de la montaña.

La mujer da un paso atrás, alejándose de la ventana. Pero su relato la embebe más en la vereda de enfrente que en el comedor de su departamento.

—Y el niño, el de tres o cuatro, no lloraba, ni decía nada. El bebé, en cambio, lloraba como si los golpes para el otro los sintiera él. Y entonces, por la puerta sale un hombre, el papá seguro, con el torso desnudo. Era delgado y fibroso. Estaba mojado, su piel brillaba. Su pelo, corto y también mojado, parecía una corona de púas. Su semblante era inexpresivo. No sabía qué iba a hacer.

La mujer emite un largo suspiro, como si no creyera lo que está contando.

—Y empujó a la mujer hacia un lado, donde estaba un barril.

El hombre busca el barril con la mirada, pero no lo encuentra. Las sombras de la fachada de la cons-trucción se han vuelto más duras; se desprenden de las cosas como arabescos deformados.

—Y empezó a darle duro al niño, al de tres o cuatro —dice la mujer, más que hablando, dejando caer las palabras una a una desde sus labios—. De una patada corta, rápida, le dio en las piernas y el chiquito cayó sobre el cemento. Ahí sí gimió. Un sonido desgarrado. El bebé lloraba sin parar. Lloraba, lloraba. Y el hombre le pegaba al niño, con movimientos imprevistos e ins-tantáneos, como latigazos. El niño se contrajo como un feto sobre la vereda polvorienta, mientras el hombre, agachado, le propinaba puñetazos y más puñetazos. El

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sonido de los golpes sobre la carne y los huesos fue ganándole al lamento del niño de tres o cuatro años. La mujer, después de presenciar un rato el espectáculo, entró a la construcción. Viendo eso, el hombre dejó al niño en el piso, y con una mano arrancó al bebé del coche, como cogiendo una baguette, ¿no?, y lo llevó también para adentro.

El hombre repara en que la copa de la araucaria ha dejado de moverse. Afuera todo parece amansado por una fría calma de abandono.

—Entonces sólo se oía un llanto, apaciguado pero constante, del niño sobre la vereda. Estaba retorcido y me daba la espalda. No pude ver si estaba herido; con una herida abierta, quiero decir. No era más que un bulto.

El hombre pone una mano sobre el hombro de la mujer.

Ella hablaba con gravedad, con voz firme. Pero des-ciende el volumen paulatinamente, casi hasta murmurar.

—Yo pensé en salir, en ver qué había pasado con el de tres o cuatro años. Pensé en llamar a la policía o algo, ¿sabes? Pero primero quería ver en qué estado habían dejado al niño. Justo en eso, salió la mamá de nuevo, y lo tomó del brazo y lo arrastró adentro.

El silencio es tan puro que se perciben de repente dos diminutos crujidos en algún punto del departamen-to, que se repliega milímetros por el descenso de la temperatura.

—Y ahí acabó todo —sentencia la mujer.Ambos permanecen callados, viendo la construc-

ción, la ciudad, la noche que parece reinar en todo el mundo.

El hombre se frota el rostro, parpadea con lentitud y echa la cabeza hacia atrás. Delgadas nubes cabalgan sobre el cielo nocturno, dándole a la visión un aura púrpura. La luna no aparece y sólo unas pocas estre-llas, como perdidas, asoman si se mira con cuidado por los bordes inexactos de las nubes. Las luces de la ciudad se rinden bajo un silencio lóbrego, que parece nacer de la puerta ausente de la construcción.

El hombre y la mujer miran, como vigías, el vacío que se ha tragado horas antes a los protagonistas de aquellos sucesos.

—Tenemos que hablar —dice de pronto el hombre, sin desprender su mirada de la obra negra de enfrente.

La mujer permanece inmóvil.Se escuchan las respiraciones de ambos.Ella demora un momento, mucho más largo de lo

usual, antes de responder:—¿De?

Andrés Cadena

(Quito, Ecuador, 1983). Públicó con Juan Carlos Arteaga el libro de cuentos Trans-textos (2006). Ha aparecido en las anto-logías Los invisibles (2009), Cuentímetro (2010), Microquito 1 (2010), Cuentos de fútbol (2011) y Tiros de gracia: neofic-ción ecuatoriana (2012). Participó en la investigación del libro sobre historia po-lítica Los turnos de la democracia (2007). Ha colaborado con Letras del Ecuador y Anaconda. Andrés Cadena ha coordinado el área editorial de la Campaña de Lectu-ra Eugenio Espejo, las revistas Rocinante y Capítulo Aparte, en las que también se han publicado sus notas y ensayos. Perte-nece a la red de editores independientes como integrante del sello literario Antro-pófago. Obtuvo el primer premio el Con-curso de Cuento 2012 del Consejo Provin-cial de Pichincha.

Premios Pichincha 2012

Se celebró la segunda edición del Premio Pichincha de Poesía y Cuento, del Conse-jo Provincial de Pichincha. En esta oca-

sión participaron 107 libros de poesía y 67 de cuento.

El primer premio de poesía fue declara-do desierto. El segundo recayó en Lumínica y otros delitos, de Juan Carlos Miranda, y el tercero, en Biografìa del espejismo, de Car-los Luis Ortiz. Se concedieron menciones a Cante hondo, de Carlos Augusto Rodríguez Ramos, y Vida de gatos, de Fernando Marce-lo López Milán.

El primer premio del concurso de cuento fue para Fuerzas ficticias, de Andrés Cadena; el segundo para Trabajos de demolición, de Otto Zambrano Mendoza, y el tercero para Errantes y embusteros, de Hans Behr Mar-tínez. Se concedieron menciones a Cuentos para androides oxidadas, de Paúl Hermann; No, de Silvia Stornaiolo; La ruta del fugitivo, de Renato Ortega Luère; Secretos de buhar-dilla, de Indira Córdoba Alberca, y Homo Le-gens, de José Aldás Revelo.

Presentamos en estas páginas, el primero de los cuentos de Fuerzas ficticias, de Andrés Cadena, y poemas de Lumínica y otros deli-tos, de Juan Carlos Miranda.

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Antes que el albor transforme la sombra de mis ojosestos nuevos zapatos hablan un lenguaje diferentedesconocen el vacío de mi pielgrisazulmarino el aire patina sobre el verano—te conduzco en secreto—sigilososcaminan sin cordonescon la certeza de un nuevo suelo viajanal centro de una grotesca herida bajo mis labios

guijarro rotodonde la ofrendasaldrá a devoraresta brújula que llamas corazón.

Se transforma la luz acuñadade las sílabasen el tacto del Rey Midasintemperie de girasoltu cuerpo detenidoen el salto sonoroque levita y desaparece sin enunciarel fuego de la hoguera

conoció el secretotodos miraron asombradoscomo desapareció en su invisibilidad.

Aquí todos son músicos el aroma de encendidotrigo emerge desde otro tiempo el acordeón de la masa invade las manos de un gladiador en penumbras quietud cíclica rosas de agua y medias lunas rellenas se alistan para la venta la orquesta ensaya la sinfonía mecánica bramidodel crepitar en el corpúsculo oculto de horno depiedra el universo es el horno de formas celestesaún insondables para nuestras manos...

Segundo Premio Poesía Pichincha 2012

Lumínicadelitosy otros

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Gabriel Miró conoció a la mujer más silenciosaentre todas las mujeresno era esfinge de sal ni burbujeante animación de felina

bufona se burlaba de sus afectoscon aroma hipnótico de trasnochada esencia

sus retinas vibrátiles campanas chinas

me dijohoy conocí a la mujercon el secreto más secreto de todossus piernas una orquestación de cuerdas marinas

me dijoperdí la memoriaperdí su nombre entre todos los nombresque he conocido...

Desde el desierto nocturnal querías enumerarlas estrellas fraccionar la humedad de los frutos restar palabras para el ardor de la piel detener los días del año bisiesto aguijón invertido en el pecho la eternidad de los libros algebraica dondeconsuelas el arte del bronce y otros metales —que sucedió con el azar en el casino los films de cinemudo en el nuevo alarde del cinematógrafo ladistancia minimalista de tu abrazo herido— las horas no sobran en tu reloj de arena Baldor cómo mides el volumen de la venganza en el misterio del desierto matinal...

Juan Carlos Miranda

(Quito, Ecuador, 1975). Estudió Cien-cias del Lenguaje en la Universidad Central del Ecuador. Dramaturgia en el Teatro Experimental de Cali, Co-lombia. Ha publicado Poemas del No-Mundo (1999), Cosmología de la carne (2000), Las cuatro estaciones del frío (2009), Extraterritorios (2011). Ganó el Premio Nacional de Poesía fondos concursables del Ministerio de Cultura del Ecuador (2012). Ha sido invitado a participar en el Encuentro de Poesía de La Habana (2012), Festival Internacio-nal Trans-poesía, Ciudad de La Plata (2011). Semana Cultural del Ecuador en La Habana (2012). Su poesía consta en la Antología seis poetas contempo-ráneos del Ecuador (2012). Tiene un libro inédito Refractario en altamar. Actualmente trabaja como bailarín en las compañías de los maestros Kléver Viera, Wilson Pico y Terry Araujo. Ob-tuvo el segundo premio en el Concurso de Poesía 2012 del Consejo Provincial de Pichincha (el primer premio fue de-clarado desierto).

poesía

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Leopoldo Benites Vinueza, en su magnífica biografía de Eugenio Espejo, refiere

que aquel gran escritor, periodista y científico, cultivaba el ‘arte de esconderse’. Dice que procedió así desde cuando siendo aún niño, aprendía lo elemental de la medi-cina en lo que durante la Colonia fue el Hospital de la Misericordia y que ahora se ha transformado en un precioso museo.

Se me ha ocurrido esta referen-cia, no para hacer un parangón o semejanza de Eduardo con aquel legendario precursor de nuestra independencia, ni mucho menos, sino porque hay algo así como una coincidencia o similitud en sus ac-titudes, ya que el pintor también tuvo esa rareza o ‘arte de esconder-se’ desde cuando era un chiquillo.

Gustaba de vivir aislado, com-partiendo muy de vez en cuando con los muchachos de su edad jue-gos y distracciones. Se pasaba du-rante horas solitario en los desva-nes y cuchitriles de la casa materna o tras de los matorrales del huer-to que circundaba nuestra antigua heredad a ‘orillas del Zamora’, tal vez soñando o divagando en quién sabe qué extrañas entelequias, has-ta cuando de vez en cuando apare-cía, para dedicarse a borronear con tizones de carbón las paredes de los amplios corredores de la morada, sin hacer el menor caso a los re-proches que le hacían por ensuciar

sus enlucidos con gran-des trazos, rústicamente configurados, mediante los que acaso pretendía diseñar figuras de ani-males, personas o cosas.

Pero, aparte de aque-llo, lo que más llamaba la atención era su re-traimiento, su manera de ser tan intimista y enigmática ¿Por qué no acudía al rezo del Ro-sario matutino o a las diarias reuniones fami-liares donde se departía durante las horas muer-tas, ingiriendo apetito-sos tamales y el clásico café lojano? Tertulias interminables que no eran otra cosa que el platicar sobre el diario quehacer aldeano, donde todo lo que ocurría no pasaba de ser más que un tedioso y rutinario sosiego.

Eduardo permanecía oculto en los tabucos de la vieja residencia, razón por la que empezaron a lla-marle ‘cucho’, que en lengua qui-chua equivale a hoyo, concavidad, agujero u orificio, apelativo que con el paso de los años devino en Cuchuco, con el que fue conocido en la intimidad familiar y con el tiempo por la mayor parte de sus enemigos.

Lo que resulta sorprendente es que de ese su ‘arte de esconderse’, de su extraño recogimiento infan-til de individualismo, haya surgido su primer dibujo conmovedor; su primer bosquejo dramático y elo-cuente, que hace difícil llegar a comprender cómo pudo realizarlo un niño que apenas frisaba los seis o siete años. Lo habrá hecho quizá observando la escena desde alguno de sus recovecos o escondrijos, ya que con su trazado logra captar lo patético del drama, como un testi-go invisible, oculto en las sombras

KingmanEduardo

y su despertarNicolás Kingman

Fotografía: Fundación Kingman

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de la casa que nos fue embargada por un usurero a quien, tiempo des-pués, el Municipio lojano le erigió un monumento por su filantropía.

Debió haber sido tan intensa la impresión que tuvo, que no ha-brá hecho otra cosa que recurrir a un papel y un lápiz, para trazar el calamitoso episodio que llevó a nuestra familia a la miseria. Porque lo increíble del caso es que un mu-chacho, en apariencia tan apático e indiferente, haya tenido el afán de expresarse con tanta emotividad, graficando fidedignamente la inau-

dita incursión de dos o tres sujetos de enormes mostachos y grandes sombreros de paño (el agiotista, su alguacil y un gendarme) que fueron los que consumaron la expropia-ción de los pocos bienes que aún conservaba mi madre. En el dibujo se describe a mi abuela refugián-dose bajo una mesa, a mi madre implorando clemencia con sus bra-zos al cielo, a un tío que huye por una de las puertas de la habitación y a un chico (que soy yo) tratando también de escapar montando en un caballito de madera.

Tan fatal acontecimiento (el del embargo) hizo que mi madre deci-diera abandonar nuestra tierra loja-na para trasladarnos a esta capital, tras un largo viaje que se iniciaba a lomo de mula por chaquiñanes y senderos abismales hasta Puerto Bolívar, desde donde, a bordo de un barco fluvial, se llegaba a Durán y desde allí se continuaba la trave-sía en un tren parsimonioso, hasta llegar a Quito después de unos diez o doce días.

Estoy seguro que Eduardo, ob-servando durante ese recorrido a

La noche, óleo sobre tela, 1946. Museos CCE.

boceto

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un conjunto de indios cargando a sus espaldas enormes fardos bajo la implacable imponencia de un capataz despótico, blandiendo un látigo desde su cabalgadura, tuvo tal impresión que muchos años después hizo aquel óleo intitulado Los guandos, mediante el que de-nuncia el abuso y el ultraje de que eran víctimas esas gentes, y que a mi modo de ver, es el único que sobre ese tema se ha realizado en nuestro país.

Al instalarnos en esta ciudad quiteña, Eduardo, después de haber terminado la primaria en el Normal Juan Montalvo, pasó al colegio Me-jía para cursar el bachillerato, pero su ‘arte de esconderse’ hizo que al tercer año abandonara el colegio y por su propia cuenta y riesgo ingre-sara como ‘oyente’ en la Escuela de Bellas Artes cuyo director era en ese entonces el escultor Luis Veloz. Nadie se había percatado en nuestro hogar de esta singular y audaz travesura, hasta cuando mi madre un día le pidió cuenta sobre

sus estudios secundarios, y descu-brió, con increíble sorpresa, que los continuaba y que estaba dedicado a aprender artes pictóricas, profesión que para aquella época era tan mal remunerada que más ganaba un za-patero remendón que un pintor, por prestigioso que fuere.

En Bellas Artes, Eduardo sólo estuvo unos tres años, porque otro suceso que inesperadamente alte-ró la familiar existencia, hizo que nuestra progenitora, llena de amar-gura, resolviese abandonar esta ciudad para ir a vivir a Guayaquil, donde cambiaron nuestras vidas.

En el puerto, Eduardo continuó austero y reticente.

En diario El Universo comen-zó a publicar una tira cómica lla-mada ‘Don Pío’, que logró algún éxito, pese a que él la dibujaba con enorme desgano y apatía ya que la mayor parte de su tiempo lo dedi-caba a pintar oculto y apartado en la habitación de una casa del Asti-llero, donde vivíamos. Característi-ca ésta que mantuvo hasta el fin de

sus días, pues detestaba exhibirse, a tal punto que cuando alguien iba a su estudio, suspendía de impro-viso su tarea pictórica, a diferencia de otros que se exhibían especta-cularmente para lograr prestigio y elevada cotización de sus obras.

Cuando nos trasladamos a Gua-yaquil eran los años treinta, en los que con una vitalidad y fuerza gra-vitante había surgido el grupo de ‘Los que se van’, cuyo reducto era la buhardilla de Joaquín Gallegos Lara, a la que también llegaban otros jóvenes intelectuales y artis-tas identificados con sus inquie-tudes e ideas de avanzada. Pero Eduardo sólo asistía muy de vez en cuando a estas pláticas, porque pre-fería mantenerse un tanto alejado, ya que lo que más le interesaba era el coloquio con gentes del pueblo, con artesanos y hasta con mendi-gos y vendedores de lotería como Taita Pepe, un carchense barbudo y corrosivo. Lo hacía por las noches en una banca del pequeño parque Montalvo, o en uno de los muelles de balsa que circundaban la hermo-sa ría porteña.

De esa comunión con aquellas gentes nacen, entre otros cuadros, Los balseros, Los trabajadores, El obrero muerto y El carbonero, lienzo este último que presentó en la exposición Mariano Aguilera en Quito, en 1934, y que fue rechaza-do con sonoras carcajadas por un jurado compuesto por don Jacinto Jijón y Camaño, don Isaac J. Ba-rrera y don Carlos Manuel Larrea, para quienes resultaba inconcebible la desmesurada deformación de las manos de aquel espectro humano.

No obstante, al año siguiente, ese mismo cuadro obtuvo el Primer Premio, otorgado por un jurado con una renovada concepción del arte de aquel entonces y sus moti-vaciones.

Siendo nuestra madre una lecto-ra insaciable de literatura, era a la vez una soñadora. Fue por ello que

Cajonera, óleo sobre tela, 1951. Museos CCE.

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nuevamente decidió que volviése-mos a Quito en busca de alguna actividad gratificante. Es entonces cuando Eduardo pinta en ‘La gran-ja’, estancia de Benjamín Carrión en Conocoto, Valle de los Chillos, los primeros murales de contenido social e indigenista que se hacen en el Ecuador. Se trataba de La siembra, La cosecha, La feria y La fiesta, los que años después fueron destruidos porque la mujer italiana de don MM, nuevo propietario de la finca, se negó a ocuparla mien-tras hubiesen indios en las paredes.

Fue por aquellos años cuando Benjamín se expresó sobre Eduar-do de esta forma: «Frente a King-man, me encuentro en jubilosa ple-nitud de certidumbres y esperanzas para anunciar al arte de América que por fin nos ha nacido en esta tierra el fuerte, el rudo, el verdade-ro pintor que, con paciencia israe-lita, hemos estado esperando. En esta tierra de humanidad y color, que ilustra su protohistoria artística

con nombres serios, sólidos como los de Miguel de Santiago».

Eduardo fue designado secreta-rio de la Escuela de Bellas Artes, dirigida por el gran pintor Víctor Mideros. Tiempo después reali-zó algunos viajes para exhibir sus lienzos en los Estados Unidos, Centro América, Bogotá, Caracas, Perú y Bolivia, pero el de ma-yor significación fue el mural que pintó en 1939, con Camilo Egas y Camilo Mena, en la feria mundial de Nueva York, la cual se frustró con el estallido de la segunda con-flagración mundial. Al terminar su tarea, Eduardo decidió quedarse en los Estados Unidos por unos dos o tres años, allí logró exponer en va-rias ciudades y especialmente en el Museo de Arte de San Francisco, junto a Portinari, Tamayo, Mérida, Savogal y otras grandes figuras de la plástica.

Cuando retorna al Ecuador en 1942, funda la Galería de Arte Cas-picara, la primera pinacoteca que

se instala en el país y que logra un gran prestigio, pese a que era una tarea muy difícil y poco remune-rativa la comercialización del arte moderno en nuestro país.

Eduardo fue miembro funda-dor de la Casa de la Cultura en 1944 y director del Museo de Arte Moderno, donde permaneció por muchos años.

Sus creaciones, pese a que ja-más hizo alarde de sí mismo y, por el contrario, evitaba el barato ex-hibicionismo, alcanzaron un gran prestigio y por ello obtuvo varios premios, entre los que se destacan dos Mariano Aguilera, el Honora-to Vásquez, el Salón de las Bellas Artes, el Premio Nacional Rumi-ñahui, el Eugenio Espejo, y el Ga-briela Mistral otorgado por la OEA en 1987.

Eran los años de la bohemia. De una bohemia modesta, con-centrada entre escritores y artistas para departir inquietudes, anhelos y frustraciones. Las cantinas, como

La candela, óleo sobre tela, 1951. Museos CCE.

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Me creo en jubilosa plenitud de cer-tidumbres y esperanzas para anun-ciar al arte de América que por fin

nos ha nacido en esta tierra el fuerte, el rudo, el verdadero pintor que, con paciencia israeli-ta, hemos estado esperando. En esta tierra de humanidad y color, que ilustra protohistoria artística con nombres serios, sólidos como el de Miguel de Santiago.

Eduardo Kingman —sin que lo aplaste el formidable acercamiento— hace pensar en el gigantesco José Clemente Orozco, acaso el líder pictórico más grande que hoy exis-te en el mundo. Y nos hace pensar, salvan-do proporciones, por la fuerza de creación, sobrecreación de la anatomía humana, hasta hacerla capaz de decir por sí misma, un trá-gico mensaje. Por la soberbia rebeldía contra el canon estrechamente académico, que con-funde la pintura —arte mayor, vehículo alto de espíritu y sensibilidad— con la fotografía a mano, reproductora doméstica de exactitu-des y de parecidos, vistos con mirada que no interviene y que no domina: que simplemente cuenta el fenómeno físico.

Eduardo Kingman, con balbuceos propios de la edad, realiza también lo que en Orozco, en Picasso, en Merkuloff, en Diego, es sabi-

duría y altitud: la significación de mensajes de ideas, vinculándolas a una parte del cuer-po humano o del paisaje.

Aquella insuperable epopeya mural de Orozco En la trinchera, en que tres brazos de hombres, agrandados y vivientes, realizan por sí solos un conjunto trágico supremo. El brazo largo, excesivo, poderoso, pero fatiga-do y doliente de El carbonero, de Kingman, nos entrega también la tragedia del hombre.

No hay en Eduardo Kingman la minúscu-la pequeñez del detalle, y menos aún la mi-núscula pequeñez de la intención. Artista de su hora, en la que se está realizando la batalla más grande de la historia humana, Kingman traduce su mensaje en un plano de estética viril, sin afeminada contemporización con el gusto de artistillas benévolos, de señoritas en trance romántico o de cumplidos miem-bros de una comisión municipal. Kingman se presenta con toda la robusta y desafiante des-nudez de su arte. Pero con toda su dignidad también. No a implorar un premio con ser-viles interpretaciones de gusto de un jurado, sino de decir su grito estético, en plenitud de poder interior y verdad plástica.

Benjamín Carrión (1935).

Kingman

la de la ‘Mama Antuca’, las señori-tas Canelos o la del ‘Perro Rojas’, eran un cenáculo en donde el ne-gro humo y la intriga descuartiza-ban al prójimo, aparte de la ironía y el sarcasmo que sepultaban a los mandatarios de turno. A ellas acu-dían en los anocheceres estupendos personajes del arte y la literatura, que no es preciso citar porque la mayor parte de ellos son olvidados o ignorados.

Eduardo fue abandonando sus tertulias cantineras cuando contra-

jo matrimonio con Bertha Jijón y se recluyó en una casa de San Ra-fael, en el Valle de los Chillos, que había sido una panadería y a la que bautizó con el nombre de ‘La posa-da de la Soledad’, donde además de estudio pictórico tenía un taller de carpintería en el que elaboraba bas-tidores y marcos para sus cuadros y las planchas de madera para sus grabados, como aquellos que ilus-tran su libro Hombres del Ecuador, prologado poéticamente por Ale-

jandro Carrión, Augusto Sacoto Arias y Pedro Jorge Vera.

Mientras pintaba en el apartado estudio de su ‘Posada de la Sole-dad’, escuchaba tangos. Era la mú-sica de su pasión y por ello siem-pre lo recordaremos cuando escu-chamos a Gardel en el «te acordás hermano qué tiempos aquellos, veinticinco abriles que no volve-rán... veinticinco abriles volver a tenerlos... si cuando me acuerdo, me pongo a llorar».

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Pocos libros han marcado tanto mi vida personal y li-teraria, como la edición de

los Cuentos completos de Mario Benedetti que encontré a inicios de la década del noventa. Y es que descubrí en las páginas del escritor uruguayo, orfandades, despedidas, nostalgias, es decir, la cosas que me habían conformado siempre. Más aún, por aquellos años uni-versitarios en que uno redescubre el amor, me conmovieron profun-damente las historias de burócratas montevideanos derrotados, rebel-des ocultos en la vecina orilla, tor-turadores que escuchan a Mozart, el amor de los feos, el sexo de los ángeles, aquel que puede hacerse únicamente con palabras.

Benedetti, por los años de for-mación, me demostró que los mar-xistas podíamos escribir sobre ese opio del pueblo que era el futbol. Más todavía, logró escribir con es-tupendos resultados, cuentos, no-velas, poemas políticamente com-prometidos, sin atentar contra la calidad ni la belleza literarias.

Cuentos como ‘La noche de los feos’, ‘Un boliviano con salida al mar’, ‘Réquiem con tostadas’ for-man parte fundamental de mi baga-je literario, y no tengo que revisar-los para recordar sus argumentos.

Benedetti estuvo junto a mí cuando intentaba escribir mis pri-meros cuentos, y muchas veces, cuando más aburridamente técnico me ponía, acudía en mi ayuda para decirme que no olvidara la emoti-vidad ni la ternura, que era mejor conmover que escribir un mal poe-ma con buena forma de paraguas.

Y como Benedetti es también y, sobre todo, poeta, no puedo evi-tar decir que trabajos suyos como ‘Te quiero’, hicieron del amor in-dividual una cuestión social y los

jóvenes lo usamos tanto, que le borramos el lustre. Es necesario señalar, sin embar-go, que otros poe-mas suyos, como ‘No te salves’, han atravesado ilesos el fuego del tiem-po. No puedo evitar el deseo de transcribirlo:

No te quedes inmóvilal borde del camino no congeles el júbilo no quieras con desgana no te salves ahora ni nuncano te salves no te llenes de calma no reserves del mundo solo un rincón tranquilo no dejes caer los párpados pesados como juicios no te quedes sin labios no te duermas sin sueño no te pienses sin sangre no te juzgues sin tiempo

pero si pese a todo no puedes evitarlo y congelas el júbilo y quieres con desgana y te salvas ahora y te llenas de calma y reservas del mundo solo un rincón tranquilo y dejas caer los párpados pesados como juicios y te secas sin labiosy te duermes sin sueño y te piensas sin sangre y te juzgas sin tiempo y te quedas inmóvil al borde del camino y te salvas entonces no te quedes conmigo.

Paúl Hermanngracias por el fuegoMario BenedettiRuta

geografías

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Después lo escuché, en la voz de Joan Manuel Serrat, recordán-dome que el Sur también existe, y con la guitarra de Daniel Viglietti, explicándome por qué cantaba. Y vi su nombre escrito por Joaquín Sabina en el libro comentado de canciones, Con buena letra. El cantautor de Jaén se admira de que el poeta uruguayo haya citado ver-sos suyos para el poemario El olvi-do está lleno de memoria, eso que dicen: «Más vale que no tengas que elegir, entre el olvido y la memoria, entre la nieve y el sudor».

Y me quedé con Benedetti, in-cluso por razones extraliterarias; por la ternura que inspira en la por-tada de los Cuentos completos de Alfaguara, con su chaleco, su cha-queta a cuadros, su folio, su cartera de mano.

Tres años después de su muerte, Benedetti se me apareció en la tele-visión de un hotel de Viña del Mar,

para ayudarme a recuperar el sueño y librarme de los fantasmas que no me dejaban dormir, me robaban la almohada, me quitaban las sábanas y le subían demasiado la tempera-tura al calefactor.

A todas estas no he dicho que mi descubrimiento de Mario Benedetti ocurrió por los días en que vi por pri-mera vez El lado oscuro del corazón, película de Eliseo Subiela, de inicios de los noventa, en que Oliverio, un poeta de negro riguroso, confronta a la muerte, busca a una mujer que sepa volar y declama poemas de Juan Gelman, Oliverio Girondo y Mario Benedetti, y en la que el mismo Be-nedetti interpreta a un marinero que le recita en el burdel Sefiní, versos en alemán a una aburridísima prostituta, incapaz de entender poesía, ni otras lenguas, y ni siquiera, como debería, soledades.

Después de esta película lo de-cidí, yo quería ser como Oliverio, pararme en un semáforo, decir un verso y recibir a cambio unas mo-nedas. Yo también quería encon-trar una mujer que supiera volar, que le gustara la poesía. Yo tam-bién quería atravesar el Río de la Plata al anochecer, de Colonia a Buenos Aires, con un poema en la memoria. Yo también quería vivir envuelto en una gabardina, en una melancolía oscura, extralarge, de poeta. Yo también quería (continúo queriendo) vivir de la literatura y, sobre todo, literariamente.

Por Mario Benedetti, El lado oscuro del corazón y todas las otras razones que he expuesto, perdón el romanticismo, deseaba conocer Montevideo. Y quise hacerlo como lo hace Oliverio en la película de Subiela, con el alma llena de poe-mas y a bordo de un Buquebús.

Río de la Plata

He visto, en Cartagena, mares a los que les brotan catedrales; en Livingston, mares cuyos nombres se pronuncian en todas las lenguas y en ninguna. Mares a desnivel en Panamá; mares cortantes en Brasil; mares mortales en Costa Rica; ma-res apacibles en El Salvador; ma-res fantasmas en El Callao; mares con alma de lago en Bolivia; ma-res náufragos en Chile; pero nunca había visto un mar color café, de peces sin vista. Y sobre sus aguas navegué, contrarrestando el mareo con tragos de Jack Daniels a cinco dólares la botella de bolsillo.

Después, dos horas más en au-tobús de Colonia a Montevideo, a una estación central, para ser más preciso, que tiene centro comercial y en el que encontré una librería con la biografía de Daniel Chavarría y un stand en el cual se venden, em-pacadas en plástico y decoradas con hojas verdes y amarillas, pipas para la marihuana recién legalizada por Pepe Mujica, que incluyen paquetes de yerba para cinco vuelos. Cuando le pregunté a la vendedora si po-día fotografiar el paquete, me miró como si el extraterrestre fuese yo.

Me dirigí entonces hacia una agencia de turismo en la cual pre-gunté por la Ruta Mario Benedetti, pues sabía que la Dirección Nacio-nal de Cultura de Uruguay, en rela-ción con la Fundación Mario Bene-detti, ha convertido los lugares de los que el autor habló en sus obras, en sitios turísticos. Veamos la ciu-dad con los ojos del poeta.

La ruta

El recorrido por el Montevideo de Mario Benedetti empieza en la Pla-za Independencia, donde un mo-derno edificio sirve de marco para el monumento de José Artigas, bajo el cual, dicen algunos, están

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los restos del libertador. La Plaza es el escenario en La tregua, nove-la de la siguiente estampa porteña: «… a una muchacha el viento le le-vantó la pollera. A un cura le levan-tó la sotana. Jesús, qué panoramas tan distintos».

A un costado está la Casa de Go-bierno, o Museo Palacio Estévez. En El cumpleaños de Juan Ángel, novela que el autor le dedicó a su amigo y compañero tupamaro, Raúl Sendic, hay un paraje que dice: «… la caballería de la metro que bostea / ecuánime y sin complejos frente a la casa de gobierno».

También en la Plaza Indepen-dencia se encuentra el Palacio Sal-vo. Sobre este, uno de los más sin-gulares edificios del mundo entero, Benedetti dice en La tregua: «… monstruo folclórico… Es casi una representación del carácter nacio-nal: guarango, soso, recargado, sim-pático».

En la avenida 18 de Julio, princi-pal arteria de la ciudad, se encuentra el domicilio de Brenno Benedetti y Matilde Ferrugia, los padres del es-critor. Este lugar no ha sido recrea-do en obra alguna, pero en su estu-dio Beneddetti escribió buena parte de su obra. Más aún, acogió a Raúl Sendic cuando era perseguido por sus acciones guerrilleras.

Camino entre los cientos de montevideanos que salen de sus trabajos y llenan los restaurantes y bares de la ciudad oficina, siempre con un mate en la mano y un estu-che con agua colgado del hombro. Escucho, de hecho, que el vicepre-sidente de la nación ha visitado al recién elegido Papa Francisco y que éste le ha preguntado qué hace un uruguayo sin su mate.

Pero no nos distraigamos: en una esquina, un edificio de siete pisos cuyos negocios tiñen de ama-rillo la plomiza noche porteña. Me

emociona ver, en una delgada co-lumna recubierta de piedras de río, la dirección: 1295. Convención, pues allí es donde el escritor vivió desde 1973 hasta el retorno de su exilio en Perú, Cuba y España. En su poemario Salutación del opti-mista, el autor recuerda este lugar en los siguientes términos: «… allá en el paisito quedó mi casa / con mi gente, mis libros y mi aire».

Volviendo a la avenida, hacia la izquierda, la Plaza Ingeniero Fabi-ni. En El cumpleaños de Juan Án-gel, Benedetti dice sobre la misma

Plano de la Ruta Benedetti

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«…Figúrese qué linda quedaría la ciudad / sin monumentos / o sea sin carreta ni gaucho ni diligencia / ni avizorando ni entrevero…».

En la Paraguay 1429 se encuen-tra la Contaduría General de la Na-ción, lugar que Benedetti no men-ciona en su obra, pero en el que trabajó entre los años 1940 y 1945.

También en la avenida 18 de Ju-lio está la Plaza Cagancha. En su obra Las baldosas, el escritor dice: «Esta plaza se llama Libertad / y por eso le quitaron las baldosas…».

En el número 1337 de la calle Zelmar Michelín está el departa-mento al que Benedetti se trasla-dó, desde España, tras la muerte de Luz López, su esposa, para contrarrestar el asma y la tristeza. Benedetti murió en esta casa el 17 de mayo de 2009, poco después de las 18:00. Tenía 88 años de edad. Le habría gustado presenciar su funeral, no porque fue velado en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo, no porque el gobierno uruguayo decretó duelo nacional, sino por la inmensa can-tidad de estudiantes, trabajadores y montevideanos que lo acompaña-ron al Panteón Nacional.

La siguiente parada es, nada más y nada menos, que San Rafael, el acogedor restaurante donde Be-nedetti comía. Tiene barra y diez mesas, y al menos tres camareros

de camisas blancas y pantalones negros.

—Buenas noches. ¿Cuál era la mesa de Mario Benedetti? —dispa-ro a discreción, sin perder tiempo.

Los camareros me muestran una que está junto a la ventana, afortunadamente desocupada.

En cuanto me acerco, miro un afiche tamaño A3, emplasticado y pegado al vidrio con una ventosa. A la derecha una fotografía del es-critor, con las mejillas apoyadas en las manos, rostro dulce, grueso

bigote blanco, y un texto que dice: «Por siempre en el corazón de los uruguayos». A la izquierda, su poe-ma ‘Pasatiempo’:

Cuando éramos niñoslos viejos tenían como treintaun charco era un océanola muerte lisa y llana no existía

luego cuando muchachoslos viejos eran gente de cuarentaun estanque era océanola muerte solamenteuna palabra

ya cuando nos casamoslos ancianos estaban en cincuentaun lago era un océanola muerte era la muerte de los otros

ahora veteranosya le dimos alcance a la verdadel océano es por fin el océanopero la muerte empieza a serla nuestra

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En cuanto se entera de que es-toy en el bar removiendo el avis-pero, Miguel Braga, camarero que atendía a Benedetti, aprovecha para contarme que no quiere saber nada con la Fundación que lleva el nombre del escritor.

Puesto que no quiero entrar en una situación propia de cuento del autor, de burocracias y rencores, cambio de tema. Le pregunto a qué hora solía ir a comer Benedetti.

—A esta hora (eran las 20:00)—¿Y qué pedía?—Era un hombre sencillo. Bifé,

papas fritas… ‘Réquiem con tostadas’, pienso

yo, refiriéndome a uno de mis cuen-tos preferidos, aquel en el que un niño le cuenta al amante de su madre en un bar que podía ser el mismo en el que estábamos, que siempre supo de su relación y que, sin embargo, no le dijo nada al padre.

Si uno sale del bar y camina unos metros, se encontrará en la Jefatura de Policía de Montevideo, lugar que el escritor no puede dejar de nombrar en sus cuentos políticos. En La vecina orilla dice: «ni siquie-ra calculé las patadas y piñazos que me dieron en San José y Yi».

Tan solo dos cuadras después, se encuentra el ascensor panorá-

mico de la Intendencia de Monte-video. Benedetti lo nombra en An-damios: «Tomaron un taxi y Javier decidió llevarla al panorámico, en la cumbre del Palacio Municipal… Nieves disfrutó contemplando la ciudad desde aquel piso 19. Nunca había estado aquí».

El recorrido termina en la ave-nida Canelones, en el Cementerio Central. Lugar del que dice, en la ya citada Andamios: «Si alguna vez (por otra razón, claro) concurre us-ted al Cementerio Central, fíjese en esa tumba».

Otros caminos

Benedetti y su obra no están, sin embargo, únicamente en la ruta que lleva su nombre. Sino en todo Montevideo. Cuando uno recorre la ciudad vieja, recuerda que el escritor dijo de ella en La tregua: «Pero está la otra ciudad…, la de los viejos que toman el ómnibus hasta la Aduana y regresan luego sin bajarse, reduciendo su módica farra a la sola mirada reconfortante con que recorren la ciudad vieja de sus nostalgias».

El Teatro Solís aparece en Gra-cias por el fuego, con las siguien-

tes palabras: «… con decirte que la otra tarde vino Chelita y me llevó al Solís, a lavermut, claro, porque de noche yo me duermo».

Sobre la Plaza Constitución, dice en la ya citada novela La tre-gua: «Estuve contemplando el alma agresivamente sólida del Ca-bildo, el rostro hipócritamente la-vado de la Catedral, el desalentado cabeceo de los árboles. Creo que en ese momento se me afirmó defini-tivamente una convicción: soy de este sitio, de esta ciudad».

Y sobre el mercado, en Anda-mios: «El churrasco es exquisito; los restaurantes del mercado del Puerto, una preciosura con folclor incluido».

Y habla de otros rincones de la ciudad como Las Misiones, parque y calle Capurro, calle Washington, peatonal Sarandi.

Pero bueno, como dice Oliverio a bordo del Buquebús que lo con-duce en El lado oscuro del corazón, de regreso a Buenos Aires: «Basta por esta noche, cierro la puerta, me pongo el saco, guardo los papeli-tos donde no hago sino hablar de ti, mentir sobre tu paradero, cuerpo que me has de temblar».

«Si alguna vez (por otra razón, claro)

concurre usted al Cementerio

Central, fíjese en esa tumba».

Tumba del poeta

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Aburre, asfixia el primer plano de cualquier ser hu-mano repetido hasta en la

sopa de nuestros días. Vargas Llosa no es la excepción. Su imagen se ha saturado, ya no connota literatura, escepticismo, desenfado, irreveren-cia. Hoy su imagen es políticamente correcta y mediática (con su permi-so), y se fundamenta en la camisa de fuerza de una ideología sin matices ni mea culpa.

Tengamos en cuenta que a na-die ya sorprende lo que vaya a decir don Mario y la evolución de sus pensamientos. Parecería que el escritor se hubiera convertido en una estatua de piedra cuya entraña repite un cansino y predecible mo-nólogo, perorata, panfleto.

¡Qué diferencia la de Borges!, quien también era paseado por el mundo como un filósofo de su tiempo, del cosmos y de las letras. ¡Qué diferencia y qué sobriedad! Recuerdo su conferencia sobre ‘La ceguera’, en Buenos Aires, 1977: el maestro argentino hechizaba al auditorio con su palabra sensible, pegada a la cuadra y polvo huma-no, raspando los huesos del hombre con sus disquisiciones, girando una y otra vez alrededor del misterio de la vida, dejando silencios acentua-dos sobre el auditorio, pues Borges reflexionaba hondamente antes de hacer uso del sonido y la palabra.

Borges se preguntaba, se indagaba, se cuestionaba, ponía las cosas en su dimensión de relatividad necesaria.

Vargas Llosa, por el contrario, no alberga misterio, no se pregun-ta. Tiene certezas de piedra, dema-siadas. Ha hecho uso tanto de la palabra «la libertad», que hoy es prisionero de ella. Y por el contra-rio, no ha movido un centímetro de ninguna frontera. Pues su discurso no llega, no conmueve, no toca el alma humana, apenas sirve para recibir los aplausos de acartonados auditorios.

Sobre Vargas Llosa (aparente-mente de derecha) y sobre Gabriel García Márquez (aparentemente de izquierda) surge un nombre olvida-do por los premios, cócteles, uni-versidades y podios diplomáticos: Juan Carlos Onetti (comprometi-do con su talento y destino, con la buena escritura. Huidizo de toda entrevista y mención pública).

Onetti es la figura excesiva del ‘outsider’, de quien abomina la exposición y fama —pasajera y fatua—. Onetti, al igual que Faulk-ner, se desentendía de emitir juicios de valor sobre el horizonte distante y el futuro fantasma, y pasaba el mayor tiempo de su vida —retirado en su pozo y en su pieza— empe-cinado en escribir, en bregar con el lenguaje, seducido por el imperio de la ficción y el aislamiento.

En tanto Onetti estaba sumido hasta las sombras y tobillos por el fracaso de Santa María —su te-rritorio de ficción—, Vargas Llo-sa está sentado, acude puntual a innumerables sillas y auditorios y se hunde en condecoraciones y aplausos, en miles de entrevistas y en centenares de discursos que no caben en una biblioteca, rodeado de trajes y corbatas, de realismo, de mucho realismo, de un mundo asfixiantemente ‘objetivo’.

Mientras Onetti se había despe-dido de sus prójimos a su ínsula de ficción, para agonizar en la escri-tura, Vargas Llosa hoy es un sello postal mediático, un profeta ex-puesto cuyas ideas bailan un com-pás maniqueo: la vida en blanco y negro.

Es posible: Onetti quizá se perdió en su ostracismo y desdén con el calendario. Fue renuente al contagio social y a cuidar su ima-gen en el espejo. Un anarquista sentimental que leía novelas poli-ciales mientras esperaba la muer-te y que supo que una corbata y el éxito merecen una sonrisa de conmiseración.

Vargas Llosa, escritor iniguala-ble, gigante y magno ingeniero de novelas inolvidables y ejemplares, me concedió generosamente su tiempo, en una entrevista ya leja-na, en 2007 (publicada en la revista HOY Domingo, bajo mi dirección).

Juan Carlos Moya

Vargas‘El sermón

Llosa’

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33

¿El Premio Nobel o la presidencia del Perú?, pregunté en esa ocasión, sabiendo de su obsesión por la arena pública (desde lue-go, aún no obtenía el Nobel).

Y mientras sus ojos respondían otra cosa, con un brillo soñador, el escritor respondió diplomáticamente: «Ninguno de los dos, ninguno de los dos. Me gustaría algo mucho más importante que esas dos cosas, que den-tro de cien años hubiera lectores que a mí me leyeran como yo leo a un Faulkner, o a un Balzac, o a un Tolstoi. Ese es el máximo sueño, yo creo, de cualquier escritor».

Vargas Llosa, globalizado, mediatizado, un eco en los podios del mundo, hoy ha pasa-do de un apasionado de la estructura excelsa de la novela a un activo canciller que dispara con exageración sus ideas.

«Tengo varias obsesiones, pero proba-blemente la más importante tiene que ver con mi vocación de escribir. Mi obsesión es escribir aquella novela total, la novela per-fecta, la novela lograda, creo que está detrás de todas las novelas que he escrito y que por supuesto nunca han llegado a alcanzar ese ideal. Pero esa obsesión me acompaña y continúa rejuveneciendo en cada libro», me dijo don Mario Vargas Llosa de viva voz. Y le creo, como lector suyo que lo quiere como escritor y esteta.

Porque canjear un ingeniero y maestro de la novela por un conferencista, es pérdida.

Juan Carlos Moya

Escritor y periodista. Autor de la novela Caballos en la niebla y ganador del Premio Jorge Mantilla Ortega, primer lugar, por el conjun-to de crónicas titulado: El oficio de vivir. La Fundación Nuevo Perio-dismo Iberoamericano le hizo me-recedor de una beca de estudios con Ryszard Kapuscinski. Ha trabajado en prensa, radio y televisión.

Juan Carlos Onetti

Jorge Luis Borges

Mario Vargas Llosa

opinión

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Libro del siglo XVIII:

Bonplanddescubrió la

Patricio Herrera Crespo

Floresta americana

La Biblioteca Nacional Eu-genio Espejo de la Casa de la Cultura Ecuatoriana tie-

ne un secreto muy bien guardado: el Museo del Libro, con más de 8.000 ejemplares de los siglos XV al XIX.

Este museo, tesoro editorial de inigualable valor mundial para

la cultura, conserva, entre sus va-rias joyas, una que es la perla de América: el manuscrito Floresta americana, del sabio francés Aimé Bonpland, escrito aproximada-mente en 1850, que tiene especial significación para Ecuador y Amé-rica y que fue reconocido con el certificado de la Unesco e inscri-

to en el Registro Regional de la Memoria del Mundo. Este

manuscrito inédito con-tiene descripciones y

dibujos de la flora paraguaya y la-

tinoamericana y, además, 122 láminas con los nombres de las especies en la-tín, francés y guaraní.

Aimé Bon-pland, famoso

botánico y médi-co francés, nació en

el puerto de la Roche-lle (Francia), el 28 de agosto de 1773.

Estudió botánica y anatomía

en París

con los famosos naturalistas La-marck, Jussieu y Desfontaines. Co-noció a Alexander von Humboldt en 1798, y al año siguiente juntos se embarcaron con destino al conti-nente americano. Bonpland, duran-te el viaje por las colonias españo-las en América (Venezuela, Colom-bia, Ecuador, Perú, Cuba, México y Estados Unidos), se ocupó prin-cipalmente de la recolección de 6.000 plantas tropicales —de las cuales la décima parte corresponde a especies descubiertas por él— acompañadas de sus descripciones y propiedades. Los herbarios fue-ron donados al Museo de Historia Natural de París. Como resultado de este viaje, escribió cuatro vo-lúmenes de su obra Voyage aux régions equinocciales du nouveau continent fait, en 1799-1804, y, en colaboración con Humboldt, los siete volúmenes de Nova genera et spacies plantarum.

Después de ese viaje de cinco años por América, regresó a Fran-cia y en 1808 conoció a la empe-ratriz Josefina —esposa de Napo-león I—, para la que trabajó como botánico e intendente del jardín de la Malmaison, donde perma-neció hasta 1814, fecha en la que murió la emperatriz. Fue entonces cuando Bonpland decidió volver a América, aceptando el ofrecimien-to de Simón Bolívar para radicarse en Venezuela. Pero finalmente, se

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decidió por Buenos Aires, adon-de llegó en 1817 acompañado de su esposa, dos jardineros, libros, gran cantidad de semillas y dos mil plantas.

Mientras estuvo en Buenos Ai-res ejerció su profesión de médico y colaboró con periódicos locales en cuestiones vinculadas a las cien-cias naturales. En 1818 obtuvo el cargo de profesor de Ciencias Na-turales de las Provincias Unidas, emprendió varias expediciones por el interior del país, por la isla Martín García y el delta del Para-ná; volvió siempre con mamíferos, peces, plantas, reptiles, fósiles y flores.

A fines de 1820 hizo un viaje a Misiones y se estableció en Co-rrientes (Argentina). Desde allí em-prendió excursiones, no sólo con

fines científicos, sino también con el propósito de fundar una colonia agrícola para la explotación de la hierba mate, para lo cual desarrolló una próspera plantación y empleó también su tiempo en recolectar plantas, insectos, conchas y otros especímenes de interés científico.

Pero, una vez establecido en Santa Ana (Corrientes), el 8 de diciembre de 1821 las tropas del dictador paraguayo doctor José Gaspar Rodríguez de Francia pene-traron en el territorio en litigio con Argentina, destruyeron el estable-cimiento agrícola del sabio Bond-pland y lo secuestraron. Posterior-mente fue confinado, por orden del Dr. Rodríguez de Francia, en la aldea de Santa María de Fe. El se-cuestro de Bondpland se prolongó durante diez años, pero se le permi-

Este museo, tesoro editorial de inigualable

valor mundial para la cultura, conserva, entre

sus varias joyas, una que es la perla de América:

el manuscrito Floresta americana, del sabio

francés Aimé Bonpland, escrito aproximadamente

en 1850, que tiene especial significación

para Ecuador y América y que fue reconocido

con el certificado de la Unesco e inscrito en el Registro Regional de la

Memoria del Mundo.

croquis

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tió dedicarse a labores agropecuarias y también se utilizaron sus servicios mé-dicos y humanitarios.

Los nobles y buenos amigos de Bonpland, el Libertador Simón Bolívar y el sabio Humboldt, interpusieron toda su influencia para obtener su libertad.

Fue liberado el 8 de febrero de 1831, y luego de recorrer Brasil llegó a Buenos Aires al año siguiente; tenía 59 años. Se casó nuevamente con una criolla, Victoriana Cristaldo, con quien tuvo tres hijos.

En 1858 fue declarado miembro de la Academia de París; en 1856 obtuvo la Cruz del Águila Roja, conferida por el Rey de Prusia; en 1857 le fue otor-

gado el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Greifwald; apareció una revista científica con el nombre de Bon-plandia.

Aimé Bonpland murió a los 85 años de edad el 11 de mayo de 1858, en Res-tauración (Uruguay), consecuente con sus principales virtudes: sabiduría, hu-mildad y bondad.

Hace diez años, en la anterior ad-ministración de Raúl Pérez Torres, se realizaron varias reuniones con los em-bajadores de Francia y Paraguay para viabilizar la publicación de este libro que, al final, quedó trunco. Esperamos actualizar este proyecto editorial de tan-ta importancia para América.

butaca

El último Elvis

Producción argentino es-tadounidense dirigida por Armando Bo, que cuenta la historia de Carlos Gu-tiérrez, uno que cree, ver-daderamente, que es Elvis Presley y no uno más de sus imitadores. Su matri-monio ha fracasado y ha perdido el empleo, pero tiene el amor de su hija, un cadillac y una obsesión clavada, como flecha, en la cabeza: justificar su exis-tencia viviendo hasta el fi-nal como su ídolo. Sensible obra maestra que demues-tra que las grandes pelícu-las no siempre son las más costosas.

Tony Manero

Película chilena de Pablo Larraín nominada a mejor película extrajera en la 81 edición de los premios Ós-car. La historia da cuenta, en medio de la dictadura de Augusto Pinochet, de la obsesión de un hombre por convertirse en Toni Mane-ro, el personaje de Fiebre de sábado por la noche, y de crear un escenario dig-no de sus actuaciones. Hay oscuridad a granel.

Boy Dylan.No direction home

En 2005 Martín Scorse-se elaboró un documental que da cuenta de la tra-yectoria del cantante nor-teamericano de folk, Bob Dylan. Los seguidores del eternamente nominado al premio Nobel de Literatura recordarán la pasión que generaron sus primeros textos, su paso de la guita-rra acústica a la eléctrica, la relación con los movi-mientos sociales en la con-vulsionada Norteamérica de mediados del siglo pa-sado, su relación con Joan Báez, el acoso de los me-dios de comunicación y su renuncia, por hastío, a las presentaciones públicas.

La teta asustada

En 2009 Claudia Llosa pre-sentó, con capital peruano y español, La teta asusta-da, película que habla del miedo de las mujeres que fueron violadas durante la violencia política que vivió Perú en las dos últimas décadas del siglo XX. Fue galardonada con el Oso de oro a mejor película en el Festival de Cine de Berlín y un año después se convir-tió en Óscar.

36

Page 39: Casa Palabras N° 3

Wilhem Richard Wagner nació el 22 de mayo de 1813, en Leipzig. Su pa-

dre murió seis meses después del nacimiento de Richard y su madre se casó con el actor Ludwig Geyer, del cual había sido amante durante varios años. Wagner creía que Ge-yer era su padre biológico y sospe-chaba que era judío, lo cual lo ator-mentó toda su vida.

Pasó largas temporadas en Dres-de, debido a la actividad teatral de su padre o padrastro, y a los 15 años escribió un drama titulado Leu-bald, donde se nota la influencia de Goethe, Schiller y Shakespeare, poco después inició sus estudios de composición y armonía musical. Por esa época se impresionó con la Novena Sinfonía de Beethoven, con el Réquiem de Mozart y con las in-terpretaciones de la soprano Wilhel-mine Schröder-Devrient.

Sus estancias en Praga y en París estuvieron marcadas por su vida de músico errante, muchas fiestas y la cárcel por deudas. Fue maestro de coros en Würzburgo, Magdeburgo y Königsberg, y se casó con la ac-triz Minna Planer en 1836. Más tar-de dirigió la orquesta del teatro de Riga hasta 1839 y luego se instaló en París.

En la capital francesa conoció a los músicos Giacomo Meyerbeer y Franz Liszt, y con este último esta-ría vinculado el resto de su vida. En Dresde, en 1842, estrenó el drama lírico Rienzi, y al año siguiente El holandés errante, mientras tanto, comenzó a trabajar en los libretos y partituras de dos operas más, Lohengrin y Los maestros cantores de Nüremberg.

Entre 1848 y 1850 em-pezó a crear las cuatro óperas épicas que for-marían El anillo de los nibelungos. Pero en

1849 tuvo que huir de Dresde por-que, influenciado por el anarquista ruso Bakunin y las ideas de Prou-dhon, lanzó una proclama antimo-nárquica cuando dirigía la Orquesta Real de Sajonia, lo cual le acarreó una orden de detención. Se refugió en Zurich, Suiza, donde estrenó Lohengrin y Tannhäuser, y perma-necería doce años fuera de Alema-nia, ayudado siempre por Franz Liszt.

En Suiza escribió los ensayos El arte y la revolución, La obra de arte del futuro, Ópera y drama, y su alegato antisemita El judaísmo en la música. En 1864 volvió a te-rritorio alemán, pero su matrimonio con Minna Planer ya estaba destro-zado y él empezó una relación con Cósima von Bülow, hija de Liszt y esposa del gran director de orquesta Hans von Bülow.

El rey alemán Luis II lo acogió en su corte de Munich, y en esta ciudad Wagner presentó todas sus óperas tal como él las había conce-bido, incluido el estreno triunfal de Tristán e Isolda. Luego de la muerte de Minna y del

divorcio de von Bülow, Richard y Cósima se casaron en 1870.

Terminó su tetralogía El anillo de los nibelungos, conformada por cuatro óperas basadas en la mito-logía alemana: El oro del Rin, La walkiria, Sigfrido y La muerte de Sigfrido o El ocaso de los dioses. Al mismo tiempo se dedicó a crear el Festspielhaus de Bayreuth, el nue-vo teatro que sería dedicado a su memoria, y que fue inaugurado en 1876 con la representación total de El anillo de los nibelungos y en pre-sencia de toda la nobleza europea.

Entre 1877 y 1882, Wagner se dedicó a la escritura Parsifal, que sería su última ópera y se estrenaría en Bayreuth. Se trasladó a Venecia y murió en el Palacio Vendramin, el 13 de febrero de 1883.

Richard Wagner abordó todas las facetas de la ópera: fue compo-sitor, director de orquesta, poeta y dramaturgo, lo que le permitió no solo componer la música de sus óperas, sino también hacer los libre-tos, crear la escenografía y dirigir a los actores/cantantes. La utilización del leitmotiv significó la fusión de la tradición sinfónica clásico-román-tica y la vanguardia. Él simbolizó la culminación del Romanticismo y fue el detonante de las vanguar-dias del siglo XX, representadas por Gustav Mahler, Claude De-bussy y Richard Strauss.

Richard Wagner:a 200 años de su nacimiento

partituras

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De Montxo Armendáriz dice el crítico de cine español Pablo de Santiago: «No es

un director muy prolífico, pero se toma muy en serio esto del cine. Desde su primer largometraje se convirtió en uno de los cineastas más prestigiosos de nuestro país».

El director y guionista nava-rro nacido en 1949 empezó tar-díamente su carrera en el cine; se dedicaba a la electrónica y experi-mentaba con cortometrajes, pero a los 34 años estrenó su primer lar-gometraje, Tasio, y con él marcó un estilo muy propio: encontró el tema esencial del retorno a la tie-rra, al pueblo, a las leyendas y los secretos de familia.

La filmografía de Armendáriz no es numerosa, pero es sumamen-te relevante. La belleza estética y la fuerza de la narración de sus sie-te películas han sido ampliamente reconocidas en el mundo con pre-mios de toda índole (Cannes, Pre-mios Goya, Óscar, etc.). Este mes, del 30 de mayo al 2 de junio, pre-sentamos en Cinemateca cuatro de las cintas más representativas de su obra: Tasio (1984), Secretos del corazón (1997), Obaba (2005) y No tengas miedo (2011).

En estas cuatro películas re-posan cuatro secretos: los de la muerte, los de la violencia, los de la libertad y los mejor guardados, los de familia. Armendáriz explota

los géneros de la narración cine-matográfica: suspenso y drama se entrelazan para abrir las llagas del corazón e indagar en los recuerdos de un modo hondo e intenso. El director explora la naturaleza hu-mana en estado puro, se atreve a tocar las fibras del dolor, el odio y la dureza de la que es capaz el hombre.

Tasio, Secretos del corazón y Obaba tienen la misma esencia: la vida rural que se presenta desde el campo mismo o desde el retor-no al pueblo de los que provienen de ciudades grandes y modernas. Lo rural tiene un aire de misterio; todo: los animales, los caminos y la gente tienen un no sé qué que

Armendáriz en 4 tiemposMontxo

Paulina Simon Torres

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estremece. En cierta medida

provoca miedo, pero a la vez cau-

tiva, como si quienes han sido llamados al

campo fueran embruja-dos y no pudieran volver

atrás. Tasio y Obaba son dos fá-

bulas de libertad. Hay algo en ese misticismo del monte, de lo

alejado, que produce en los persona-jes una sensación de plena satisfacción,

de liberación; lo mismo en Secretos del co-razón que se guía de la sentencia clásica ‘la

verdad te hará libre’.El tiempo en el pueblo está detenido, es difícil

saber la época, el tiempo solo se reconoce cuando un intruso llega a hacer preguntas, a descubrir enigmas, o a

intentar hacerlo, pero termina completamente encantado y pasa de ser intruso a ser un cautivo voluntario, capaz de dejar-

lo todo atrás con tal de formar parte de las extrañas leyendas y cuentos del lugar.Con maestría, Armendáriz envuelve al espectador, va deshilando

historias e historias que van de familia en familia, de vecino en vecino, de época en época, pero que se mantienen sostenidas, intactas en el tiempo, sin

evolucionar, sino repitiéndose circularmente y en estos círculos envolviendo al personaje que llega de afuera y, por supuesto, al espectador.Secretos del corazón, nominada al Óscar, y una de las películas más premiadas

del cine español, mantiene, además de esta lógica, la frescura intacta de la infancia, narrada desde la mirada de un niño que va aprendiendo la verdad. Luego, está la más contemporánea de las películas de Montxo Armendáriz, No tengas

miedo, una escalofriante obra que si bien es narrada desde la más perfecta sutileza visual, habla del horror de las violaciones a niños por parte de sus propios familiares. Tema escabroso, trágico,

lleno de espinas, pero que Armendáriz logra presentar como lo que es, un asunto imprescindible de discutir, de poner sobre la mesa, de entender sin tabú porque es un riesgo al que están expuestos todos

los niños y jóvenes. También plantea en No tengas miedo el sentido de la libertad y la liberación a través de la verdad. El personaje central alcanza algo de paz cuando finalmente logra encarar la violencia a la que ha

sido sometida durante toda su vida. Armendáriz en cuatro tiempos: el tiempo de liberarse, el de someterse y dejarse llevar por la fábula, el de las

pasiones ocultas y el tiempo congelado, en el que lo que conviene es aprender a escuchar. 39

Muestra de Montxo Armendáriz: del 30 de mayo al 2 de junio.

Inauguración: jueves 30, 19:30. Viernes y sábado 17:15 y 19:30 y

domingo 16:00 y 18:30,sala Alfredo Pareja de la CCE.

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Page 42: Casa Palabras N° 3

40

PanelLA CCE Y LA ACADEMIA DE

HISTORIA SUSCRIBIERON UN

CONVENIO DE COOPERACIÓN

La Casa de la Cultura Ecuatoriana y la Academia

Nacional de Historia suscribieron un acuerdo mar-

co con el objeto de desarrollar, en forma conjunta,

actividades que promuevan la cultura e historia y

que lleguen a la mayor cantidad de público.

Esta colaboración se inició con la publicación

del libro de Eugenio Espejo Traducción del trata-

do de lo maravilloso y sublime. Cartas teológicas,

obra con la que se cierra la Colección Bicentenario.

Se encuentra en carpeta también la publicación

de los libros: Eloy Alfaro y Cuba en el siglo XIX,

una investigación de Germán Rodas; Ciclópea tra-

vesía, de Alfonso Sevilla Flores; y, El solar de la

memoria, de Jorge Núñez.

FERIAS DE LIBROS

Una amplia participación de su proyec-to cultural realiza la Casa de la Cultura Ecuatoriana a través de las Ferias del Libro tanto nacional como internacio-nalmente.

Los libros editados por la Institución están presentes en las ferias de Alema-nia, Argentina, República Dominica-na y Colombia a través de la Cámara Ecuatoriana del Libro. Igualmente, en el país se ha participado en las ferias de Ambato, Latacunga y Quito, y se pre-para otra feria para julio en Guayaquil.

JAVIER MARÍAS, PREMIADO

El escritor Javier Marías fue galardonado con el premio Fomentor de las Letras 2013 por el conjunto de su obra literaria. El premio será entregado el 31 de agosto.

Según el jurado, Javier Marías ha sabido combinar fórmulas novelísticas tanto experi-mentales como convencionales. Cada nueva obra es el resultado de una lucha contra la inercia del oficio.

Entre sus obras están: Los dominios del lobo, Corazón tan blanco, Mañana en la ba-talla piensa en mí y Los enamoramientos.

Raúl Pérez Torres, Presidente de la CCE; Jorge Albán Gómez, Vicealcalde; Juan Cordero I., Director de la Academia de Historia.

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NUEVAMENTE MURAKAMI

Haruki Murakami vuelve a convulsionar el mun-do de la literatura con la presentación de su nueva novela El descolorido Tsukuru Tazaki y sus años de peregrinación, cuya edición impresa pasa ya del millón de ejemplares en diez días.

Pero hay algo más, según la agencia EFE, Murakami describe y utiliza las composiciones de Franz Liszt (1811-1886) para acompañar al protagonista de su nuevo libro en un viaje intros-pectivo en busca de su pasado, y menciona, es-pecialmente, al pianista ruso Lazar Berman. Esto ha producido una verdadera euforia por conse-guir estas grabaciones que han agotado los CD en Japón, por lo que la discográfica Universal Music ha decidido reeditar el CD de la grabación de 1977.

El autor de Tokio Blues, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, Baila Baila, Baila y Kafka en la orilla está en primer lugar en las li-brerías del mundo.

NUEVO MODELO DE GESTIÓN CULTURAL

En reunión mantenida con el escritor Raúl Pérez Torres, presidente de la Casa de la Cultura Ecua-toriana, y con miembros de la CCE, el presidente de la República, Rafael Correa Delgado, conside-ró urgente e indispensable crear un nuevo modelo de gestión para la cultura nacional, como fórmula para superar las deficiencias que actualmente atra-viesa el sector.

«Es necesario realizar un cambio a la mala ad-ministración histórica y comprender que el ob-jetivo es la cultura y no solamente la Casa de la Cultura», comentó, y nombró una comisión que la encabezará el nuevo ministro de Cultura, Francis-co Velasco, y Raúl Pérez Torres, que en un plazo perentorio de 45 días presentará un nuevo dise-ño de gestión cultural que, según disposición del mandatario, «deberá articular a todos los actores culturales».

En cuanto a la petición para que se designen fondos destinados a resolver los daños existentes en la infraestructura física de la Casa Matriz, de-terminó que el nuevo ministro Velasco efectúe una revisión urgente, a fin de encontrar soluciones.

Por otro lado, dispuso al Ministerio de Finanzas viabilice la petición de los dignatarios de la CCE para la entrega de fondos por más de dos millones de dólares, rezagados, producto de una asignación del 2 por ciento sobre los ingresos brutos de la Autoridad Portuaria o sus concesionarios.

«Si efectivamente debemos ese dinero, hay que abonarlo inmediatamente, y si las liquidaciones están mal hechas, hay que revisarlas», ordenó el mandatario.

María Belén Moncayo, Ministra de Patrimonio; Rafael Correa, Presidente de la República, y Raúl Pérez Torres, Presidente de la CCE.

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Traducción del tratado de lo

maravilloso y sublime

Con este volumen editado por Car-los Paladines que presenta la Tra-ducción del tratado de lo maravi-lloso y sublime. Cartas teológicas de Eugenio Espejo, la Casa de la Cultura Ecuatoriana concluye la colección Biblioteca Mínima del Bicentenario, que incluyó quince títulos que ayudaron a comprender los procesos históricos del Ecua-dor, entre ellos: Juicio a Espejo, del mismo Carlos Paladines; Pági-nas de la historia ecuatoriana, de Oswaldo Albornoz Peralta; Eloy Alfaro y sus victimarios, de José Peralta; Obras completas, de Eu-genio de Santa Cruz y Espejo; Ma-nuela Sáenz, de Hernán Rodríguez Castelo, entre otros.

La revisión y cuidado de la edición estuvo a cargo de Myriam Medina.

Como agua lluvia

En Agua como lluvia, y / o cuasi poemas, Patricio Muriel Aguirre recurre a la fórmula cortazariana de Rayuela y muestra, dentro del poema, palabras con rojo de las que pueden prescindirse.

El libro está dividido en capí-tulos temáticos cuyos poemas ex-presan diversos estados de amor o desamor: ‘Agua de ayer’; ‘Llueve sobre mojado’; ‘Llueve, pero hace sol o los confusos’; ‘Aguacero, o los de ahora’.

Interesante recurso visual es la ruleta que ha incorporado en la cotraportada. Hagámosla girar. Leamos: «por simple vanidad / quiero hacerte sufrir, / destornillar tu mirada, / bajarla hasta el suelo, / con el sencillo objetivo / de verte llorar / y descubrir / que tus ojos son negros.

publicacionesNuevas

Dios hizo el mar

Martín Lasso Barreto, médico qui-teño que ha seguido, desde el hospi-tal público de Santiago de Chile, el camino de la poesía en la tradición de Louis Ferdinand Céline.

Bajo el nombre Dios hizo el mar, Lasso nos entrega, según sus propias palabras, poesía intimista, que habla de su historia y de su for-ma de ver el mundo, de sus luces y sus sombras. En la solapa del libro puede leerse: «Versos que son via-jeros silenciosos desde la intimidad de los queridos presentes o ausen-tes al mundo del erotismo, ansie-dades que intentan belleza, y luego vuelven al origen donde siempre termina esta poesía intimista y pro-pia, que cierra su círculo en el rega-zo de un espíritu lleno de olvidos y maldiciones».

Abracadabrante

Relato de 64 páginas, organizado en 26 escenas a manera de un dra-

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ma moderno en el que se presenta el cotidiano juego de las psicopa-tías y desdoblamientos interiores.

El erotismo es una constante, así como el patetismo mágico que sacude el oculto y sinestésico uni-verso de los sentidos.

Obra que pone de manifiesto el laberinto de la vida interna, con sus fijaciones y secuelas, y que ofrece aproximaciones a libros, autores, obras de arte, historias urbanas y experiencias personales.

Utolands

La segunda entrega de la colección institucional Casa Nueva está con-sagrada a la obra Utolands, de Luis Alberto Bravo, poeta considerado en la Filven de Guadalajara como uno de los secretos mejor guarda-dos de América Latina.

Este poemario contundente como un jab, está dividido en cua-tro capítulos: ‘El nombre de un via-je’, ‘¡Bienvenidos a este pueblo!’, ‘Perdí la aldea’ y ‘¡Vuelva cuando quiera!’, y está matizado con re-cursos caligramáticos, referencias a poetas y músicos de nuestra ge-neración. A caballo entre la cultura académica y la pop, este es un libro imprescindible dentro de la nueva poesía ecuatoriana.

Breve historia de la medicina del

Ecuador

Ganadora del premio Universidad Central, Breve historia de la medi-cina del Ecuador, del Dr. Ramiro Estrella, destacado docente de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Central del Ecua-dor, se trata de un estudio que re-coge e integra los aspectos más importantes de las obras clásicas publicadas sobre el tema, y analiza las condiciones que configuran las etapas fundamentales del desarro-llo de la medicina en el país, desde los tiempos prehispánicos hasta la actualidad.

El estudio de las múltiples formas que desde los primeros tiempos encontraron los seres hu-manos para enfrentar los peligros que afectaban a la salud y la vida y evitar el sufrimiento, el dolor y la muerte, revela la existencia de diversas concepciones sobre la sa-lud y la enfermedad, que partien-do de una determinada visión de la condición humana, sirvieron de fundamento al conocimiento y las prácticas médicas en los diversos períodos históricos.

La obra nos permite recrear las transformaciones ocurridas en nuestro país, conocer la manera cómo la sociedad ecuatoriana ha

organizado sus servicios para satis-facer los requerimientos de salud y la influencia de los cambios susci-tados en las metrópolis en el desa-rrollo de la medicina ecuatoriana y en las propias condiciones de vida.

Los cochinones

El portento de Euler: recrear la vida vivida desde sus resquicios más evidentes y desde aquellos que vi-borean en lo más remoto de nuestro ser. Tiempo y tedio, amores y desa-mores, vacío, desidia y desamparo, miseria, expoliación, políticos con sonrisa de escayola; encuentros y despedidas, destellos de regocijo; el ser humano a cuestas con sus pe-queñas muertes alojadas en su ro-ñoso corazón. Y de todo este áspe-ro revoltijo Euler seduce la palabra para tornarla poesía. Seducción en la línea que pervierte el orden de las voces. Más fuerte que el poder, porque es mudable, en tanto que el poder se pretende inmortal.

Euler ha lidiado siempre con las palabras grotescas, irrisorias, obtusas, nulas, engendradas por las hilarantes cabriolas que intentamos los seres humanos para no llegar al final ‘matando el tiempo’ con toda suerte de trampas e ilusiones. De algún sitio de su ser brota el fuego de su poesía, tumultuosa, caótica, violenta.

libros

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Con la muerte de Filoteo Samaniego el país pierde a uno de sus más importantes intelectuales. Hizo sus estudios en la Pontificia Universidad

Católica del Ecuador y en el Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad de París. Dio conferencias en universidades de Estados Unidos, Perú, Líbano, Austria, México, Argentina y Brasil.

Fue embajador del Ecuador en Austria, Alemania, Rumania y Egipto. Catedrático de Historia de la Cultura y de Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, y de Historia del Arte en la Escuela y Facultad de Artes de la Universidad Central. Miembro de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, del Grupo América, de la Academia de la Lengua y del Instituto Ecuatoriano de Antropología. Director de Patrimonio Artístico Nacional de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y del Centro Cultural Jorge Fernández de la Universidad Internacional del Ecuador, donde es recordado como un maestro de lúcidas ideas y formador de decenas de profesionales exitosos.

Recibió el Premio Nacional Eugenio Espejo y las condecoraciones Eugenio Espejo del Municipio de Quito y Gabriela Mistral. Fue declarado Doctor Honoris Causa por la Universidad Internacional del Ecuador.

Publicó, en poesía: Agraz, Relente, Umiña, Signos, Signos II, El cuerpo desnudo de la tierra, Los niños sordos, Oficios del río, La uña de Dios, Ciudad en vilo, Voces, ecos y silencios y Los testimonios. En ensayo: Poesía francesa contemporánea; Arte ecuatoriano; Ecuador pintoresco; Columnario quiteño; Ecuador, un mundo verde junto al sol; y, Cabos sueltos. Realizó varias traducciones de poesía francesa y colaboró en diversos periódicos y revistas.

En 2006, a propósito de la publicación de la obra poética de Filoteo Samaniego dentro de la colección de la CCE, Poesía Junta, Edmundo Ribadeneira escribió: «Amor pues, en la admiración o en el reproche, en el recuento minucioso con que Samaniego descompone y establece la condición humana, y dolor causado por las aberraciones múltiples del hombre o por el destino ciego que ensordece a los infelices niños de Oriente. Todo lo cual nos deja ver a un poeta humanísimo, que entra y sale de su poesía cada vez más conmovido y fortalecido por las verdades que descubre y aporta,

remodeladas y recreadas por una pasión vocacional que satisface con creces la sensibilidad y la crítica más exigentes».

Vencimiento

Evidencia y muerteen la eternidad que me niegan tus armas de polvo,tus caminos de humo.

He aquí el compromiso:transar con el otoño vagabundo; elegir el consentimiento del junco vencido;asir la mano del alba cuando, temblorosa, se anida en los muslos locos,y amar la carne profunda en sus nieves y torrentes.

¿Quién abre la flor sin nombre de tus ojos?

¿Quién gime en tus senos sin reposo?

¿Quién habla, fuera de ti, sobre ti misma,en sombras de deseo prolongadas, sin freno ni medida, aún insatisfechas?

Filoteo Samaniego

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28 de mayo. A cielo abierto, derechos minados. Pocho Álvarez

11 de junio. A tus espaldas. Tito Jara

25 de junio. Labranza oculta. Gabriela Calvache

9 de julio. Impulso. Mateo Herrera

23 de julio. Problemas personales. Manolo Sarmiento y Lisandra Rivera I.

10 de septiembre. Cuando me toque a mí. Víctor Arregui

24 de septiembre. Con mi corazón en Yambo. María Fernanda Restrepo

29 de octubre. Pescador. Sebastián Cordero

5 de noviembre. Esas no son penas. Anahí Hoeneisen y Daniel Andrade

10 de diciembre. Descartes. Fernando Mieles

Cine ecuatorianocontemporáneo

CINECLUBDE LA CASA 2013

De marzo a diciembre de 2013Martes 18:30, Función y Foro con presencia del Director

Sala de cine Alfredo Pareja. Entrada Gratuita

Sala de Cine Alfredo ParejaAve. Patria, entre 6 de Diciembre y 12 de [email protected]. Tel.: 2520075 ext. 306/113 cinematecaEcuador cinematecaEcwww.cinematecanacionalecuador.com / www.cce.org.ecQuito, Ecuador, 2013

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