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NUEVA LECTURA DE EL RETABW DE MAESE PEDRO Carlos Romero Muñoz o Debo declarar en seguida que estas páginas no constituyen un estudio simbó- lico, alegórico, esotérico, emblemático, semiológico, narratológico, retórico o sociológico de la figura de aquel Ginés de Pasamonte que, aparecido en el cap. XXII del primer Quijote [=1605], vuelve a asomar, siquiera sea «de incóg- nito» para sus protagonistas, en los caps. XXV, XXVI Y XXVII del segundo [=1615]. Cuanto voy a decir forma en realidad parte de una investigación mu- cho más amplia, de un tipo que, para entendernos, y sin embolismos, cabe definir «genética», en cuanto dedicada a examinar del proceso creativo de la continuación de nuestra gran novela. 0, más precisamente, a la posibilidad de distinguir en ella secciones con toda probabilidad compuestas por Cervan- tes antes del conocimiento de la continuación apócrifa de Avellaneda y seccio- nes con mucha probabilidad retocadas, rehechas y/o, sin más, encuñadas en la secuencia del que bien podemos llamar Ur-Quijote de 1615,1 después de la revelación de que por España vagaba otro don Quijote. Algo que, sin duda, dejó profunda huella en Cervantes, en cuanto escritor y en cuanto hombre; mucho más profunda, si no me engaño, de lo que se suele creer, incluso entre los especialistas. No sería pertinente, aquí y ahora, trazar una historia, siquiera esquemáti- ca, de la secular desatención y del reciente interés por las peculiarísimas re- laciones existentes entre los dos Quijotes cervantinos y el de Avellaneda [=1614j. Si acaso, puedo adelantar, de la manera más prudente -o menos «chocan- te»- imaginable, los resultados de mi propia pesquisa, que, iniciada en 1970 y concluida como libro (en estado de galeradas) en 1976, dejé luego volunta- riamente dormir durante más de los nueve preceptivos años y sólo ahora me decido a ir desgranando en una serie de ensayos, a su manera independientes. 1. No ignoro la inmediata resonancia goethiana de la fórmula, sólo parcialmeme aplicable a un libro (J6/5) cuyo «boceto» o (primera redacción» desconocemos) pero la considero útil y de aplicación, por puesto, legítima, siquiera sea mUla lis mulal1dis. En torno al concepto de Ur-Q., pero más bien referido a 1605, cfr. E. Koppen, «Gab es einem Ur-Q.? Zu dner Hypotese der C. Phílologie» (Romanistiches Jaltrb"clt, XVll [19761. pp. 330-346), Y LA Murillo, "El U,-Q.: nueva hipótesis» (Cervantes, 1 [19811. pp. 43-50). 95

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NUEVA LECTURA DE EL RETABW DE MAESE PEDRO

Carlos Romero Muñoz

o

Debo declarar en seguida que estas páginas no constituyen un estudio simbó­lico, alegórico, esotérico, emblemático, semiológico, narratológico, retórico o sociológico de la figura de aquel Ginés de Pasamonte que, aparecido en el cap. XXII del primer Quijote [=1605], vuelve a asomar, siquiera sea «de incóg­nito» para sus protagonistas, en los caps. XXV, XXVI Y XXVII del segundo [=1615]. Cuanto voy a decir forma en realidad parte de una investigación mu­cho más amplia, de un tipo que, para entendernos, y sin embolismos, cabe definir «genética», en cuanto dedicada a examinar del proceso creativo de la continuación de nuestra gran novela. 0, más precisamente, a la posibilidad de distinguir en ella secciones con toda probabilidad compuestas por Cervan­tes antes del conocimiento de la continuación apócrifa de Avellaneda y seccio­nes con mucha probabilidad retocadas, rehechas y/o, sin más, encuñadas en la secuencia del que bien podemos llamar Ur-Quijote de 1615,1 después de la revelación de que por España vagaba otro don Quijote. Algo que, sin duda, dejó profunda huella en Cervantes, en cuanto escritor y en cuanto hombre; mucho más profunda, si no me engaño, de lo que se suele creer, incluso entre los especialistas.

No sería pertinente, aquí y ahora, trazar una historia, siquiera esquemáti­ca, de la secular desatención y del reciente interés por las peculiarísimas re­laciones existentes entre los dos Quijotes cervantinos y el de Avellaneda [=1614j. Si acaso, puedo adelantar, de la manera más prudente -o menos «chocan­te»- imaginable, los resultados de mi propia pesquisa, que, iniciada en 1970 y concluida como libro (en estado de galeradas) en 1976, dejé luego volunta­riamente dormir durante más de los nueve preceptivos años y sólo ahora me decido a ir desgranando en una serie de ensayos, a su manera independientes.

1. No ignoro la inmediata resonancia goethiana de la fórmula, sólo parcialmeme aplicable a un libro (J6/5) cuyo «boceto» o (primera redacción» desconocemos) pero la considero útil y de aplicación, por SU~ puesto, legítima, siquiera sea mUla lis mulal1dis. En torno al concepto de Ur-Q., pero más bien referido a 1605, cfr. E. Koppen, «Gab es einem Ur-Q.? Zu dner Hypotese der C. Phílologie» (Romanistiches Jaltrb"clt, XVll [19761. pp. 330-346), Y LA Murillo, "El U,-Q.: nueva hipótesis» (Cervantes, 1 [19811. pp. 43-50).

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Consiste el primero en la individuación, por otrd parte fácil, de un «mo­delo de comportamiento» mantenido por Avellaneda a lo largo de toda su con­tinuación, al que se contrapone otro -doble- de Cervantes a lo largo de la suya. En 1614, Avellaneda tiende a asumir cuanto queda dicho en 1605 (en los casos en que las informaciones cervantinas son ambiguas, Avellaneda pri­vilegia siempre las primeras), pero, en algunos casos (casi siempre «explica­bles») se aleja de la «tradición» fundada por Cervantes, que él considera -no lo olvidemos- también un enemigo personal. Cervantes, por su parte, en las secciones de 1615 en que menos opinable parece la «dependencia» (de algún modo hay que llamarlo) del Quijote apócrifo, tiende a reaccionar ante su com­petidor de manera inversa a la opción de éste: cuando Avellaneda se aparta, incluso en un levísimo detalle, de lo afirmado en 1605, él denuncia sin el me­nor titubeo el desacato, pero, al mismo tiempo, en no pocas -y clamorosas­ocasiones, aun sabiendo perfectamente que el falsario se muestra respetuoso con 1605, decide alejarse de lo que él mismo, Cervantes, escribiera, con tal de sacar al otro mentiroso. Claro está que dicha fórmula no agota el riquísi­mo juego cervantino (el de Avellaneda sí que queda correctamente definido más arriba), ya que nuestro «raro inventor» se divierte en variar de mil mo­dos su actitud en la bien orquestada campaña de ataques a Avellaneda, y ora se vale de formas más o menos directas, más o menos oblicuas de revelación (<<conozco 1614 y lo contradigo, o lo imito ... meliorativamente»), ora se preocu­pa de esconder las pruebas y de hacemos creer que las -muchas- ocasio­nes de comparación, por semejanza o por contraste, entre ambas continua­ciones de 1605 son el fruto de la pura coincidencia (<<no he noticia de 1614 hasta el cap. LIX de 1615»).

Por lo que se refiere a las conclusiones tangibles (en algún caso coinci­dentes, siquiera sea en ciertos particulares, con las de otros estudiosos literal­mente «posteriores»), diré que, si no me equivoco por completo, Avellaneda ha funcionado como auténtica «fuente por repulsión» (para expresarlo con las palabras de Menéndez PidaP pero igual podríamos hablar, con Toynbee, de mediocres «retos» que han obtenido unas «respuestas» geniales) nada más ni nada menos que en:

1) La decisÍón de potenciar a Cide Hamete Benengelí, convertido. en 1615, del «perro moro embustero» que era en 1605, en el «historiador fiable», porta­dor de la vera leetio de la vida de don Quijote y de Sancho, vs. un "histo­riador mendaz» (el avellanedesco Alisolán), que la traiciona una y otra vez.

2) La bien llamada por Borges «magia parcial del Quijote», o, dicho de otro modo, la presencia de 1605 en 1615. como libro que algunos personajes han visto y leído. Este effet de réalité, uno de los hallazgos más estudiados de la obrd maestra, ha sido explicado hasta ahora con no pocos -y, en el fondo, sensatos- argumentos; yo pienso, sin embargo. que quizá se entienda mejor si se tiene en cuenta que en 1615 aparece otro libro, también impreso

2, Cfr. "Un aspecto en la elaboración del O,», en el voL De e y Lope de Vega, l\1adríd, Espasa Calpe, 19646, pp, 41-42, (Austral, núm. 120),

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y leído, si bien siempre criticado, por otros personajes: el de Avellaneda. Sí, es muy probable que Cervantes haya decidido hablar de 1605 en 1615 porque su continuación ha sido redactada relativamente tarde, cuando lo que a partir de este momento constituirá la "primera parte» de su novela era ya famosa, y no ha sabido -ni querido- resistÍl- a la vanidad de una «autoglorificación» de veras memorable, pero ... creo que todo se puede explicar también -y, repi­to, incluso mejor- pensando que, por los motivos que fueren, Cervantes ha decidido hablar -mal, por supuesto, pero hablar- de la de Avellaneda como libro conocido por no pocos de sus personajes de 1615. Ahora bien, esta mara­villosa mise en abfme conlleva la concesión a 1614 de un estatuto especialísi­mo. Que Cervantes, sabiamente, acabará aplicando también a 1605, alabado y al mismo tiempo censurado en detalles que, a fin de cuentas, acaban convir­tiéndose en nuevos motivos de elogio.

3) El «apócrifo» cap. V, dedicado al diálogo de Sancho con su mujer, «Te­resa Cascajo», magnífico ejemplo de esa tendencia, antes recordada, de Cer­vantes a contradecirse a sí mismo, claro está que irónicamente, con tal de sacar mentiroso a su rival.

4) La actual formalización de la aventura del Caballero del Bosque o de los Espejos (caps. XII, XIII, XIV Y XV).

5) La aventura de la Cueva de Montesinos (caps. XXII y XXIII), sin duda referible también a Avellaneda, sin que ello quite nada a la plausibilidad de los numerosos estudios ya existentes sobre el tema.

6) El episodio, en fin, de El retablo de Maese Pedro, quizá el más clara­mente «encuñado}} en una sección que todo hace pensar pertenecía al Ur-Quijote de 1615.

Todo lo dicho anteriormente presupone una idea acerca del momento, si­quiera aproximado, en que Cervantes pudo ponerse a redactar su continua­ción de 1605. Puesto que el espacio a disposición no permite hacer referencia a todas las opiniones existentes al respecto, me limitaré a recordar las más extremadas. Hay en efecto quien piensa, o ha pensado, en un comienzo de la continuación tan precoz que ... resultaría incluso anterior a la segunda edi­ción de Juan de la Cuesta, en 1605;3 hay quien piensa, en cambio, en una redacción tardía, «nella maggior parte posteriore aquella delle Esemplari»,4 y quien, en fin, no duda en afirmar que el libro de Avellaneda llega a manos de Cervantes (todavía «en capillas», antes de ser efectivamente publicada, con el añadido del pliego de preliminares), «toward the end of the year 1613, and he at once announced that his own second part would be shortly ready. And yet he had no written a word of it [ ... ], it was not a little to promise».5 Per­sonalmente, opino que, cuando tomó conocimiento efectivo de 1614, Cervantes debía de llevar bastante adelantada su propia continuación. Sería demasiado

3, Cfr. D. Eisenberg. "El rucio de Sancho y la fecha úe e,omposición de la segunda parle úel Q,,,, Nueva Revista de Filología Hispánica [=NRFHl. XXV (1976), pp, 94-102,

4, Cfr, E J\.feregal!i, C. TIme le opere, a cargo de EM .. vol. II, Milán, Mursia, 1971, p, 35, 5. Cfr, The Visionar\' Genlleman Don Q, de la A1ancha, traducido al inglés por R, Smith, voL r. Nue·

va York. The Hispanic Socíety ol' Amer'ica, 1932, p, LXXII.

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ingenuo dudar que leyó la apócrifa de arriba abajo, con el cuidado y la in­dignación comprensibles, si se tiene en cuenta el prólogo y el contenido real­mente agresivo de algunos pasajes de la novela,6 a más de la naturalísima curiosidad de un escritor que ve cómo le salen competidores donde y cuando menos se lo espera. Es cierto que Cervantes empieza a hablar de su rival en el cap. LIX y que este hecho ha llevado a muchos estudiosos, antiguos y mo­dernos, a pensar que nuestro autor conoce 1614 tan sólo en ese momento,7 pero no lo es menos que hay uno y cien argumentos en favor de una anterior lectura cervantina. Entre otras cosas, cabe recordar que, en el cap. LIX, don Quijote «el bueno» está ya a las puertas de Zaragoza y que, si Cervantes quie­re desmentir al falsario, ha de hacerlo precisamente ahora, y del modo más «teatral» posible. Sin olvidar que, hablando de la continuación espuria a un paso de la capital aragonesa -y, más tarde, en Barcelona, en el «castillo» de los duques y en un mesón-8 está mostrando al lector que la circulación de 1614 es muy limitada, en clamoroso contraste con la dilatadísima de 1605.

Pero vengamos a nuestro tema.

Clemencín fue el primero en notar una clara semejanza entre El retablo de Maese Pedro, violentamente interrumpido por un don Quijote demasiado identifi­cado con lo que en él se mostraha, yel ensayo de El tes timO/lÍo vengado, de Lope de Vega, hecho suspender por don Quijote «el malo» en el cap. XXVII de 1614.9

6. Cfr. el prólogo y el cap. IV. (Para las citas del Q. de c. y del de A. uso la ed. de :'v!. de Riquer (Barcelona, Planeta, 1968.) En el primer texto, que muy bien podría ser d" Lop" (er" N. Marín, "La pie· dra y la mano en el Q. apócrifo», hoy recogido en ESllulios sohre el Siglo de Oro, Granada, 1968,

279-313), ti-as un juicio sobre las .Novelas eíen1plares, se lee: «1'0 le parecerá a él lo son [ingeniosas] ¡-azones desta historia, que se prosigue con la autoridad que él la conlcnzó, y con la copia de fieles

relaciones que su ¡nano llegaron; y digo 111ano, pues confiesa de sí que sólo tiene una, y hablando tanto de todos, hemos de decir dd que, con10 soldado tan vie.io en anos cuanlo mozo en bríos. tiene Illás lengua que manos [..,J, Y pues wHguel de C. es ya tan viejo conlO e! castillo d~ San Cervantes, y por los años tan Inal contentadizo, que todo y todos le enfadan. y por ello está tan falto de 3.nligos [.,,]. Conténtese con su Galatea y cOll1cdias t~n prosa, que eso son la:-. n1ás de sus novelas; no nos cansc" (pp. 1.147·\.148). Y en el cap. IV, por boca del prntagonista, que va a hacer <<tercera salid"" con una rodela blanca, en la que, apenas sea posible, un pintor plasn13.rá ciertas figuras, con una letra que diga El Caballero Desarnoradv. (ponienuo cncÍlna esta cUI-iosa, aunque ajena, de suene que este enrre nlÍ,

y entre Cupido y las damas: "Sus flechas saca Cupido! de las venas del Perú, i a los homb"es dando e! el< i y a las mujeres el pido': -¿Y qué hemos de he. ~-dijo Sancho- con ese Cu? ¿Es alguna jova que hemos de traer de las justas? -No -replicó don Quijote-; que aquel Cu es un plumaje de dos relevadas plumas. que suden ponerse algunos sobre la cabeza, veces de oro, a veces de plata y a veces de la madera que hace diáfano encerado a las linternas, llegando unos con dichas plumas hasta el signo de Aries, otros al de Capricornio otros se fortifican en e! Castillo de San Cervantes» (pp. 1.180-1.181). El don Quijote de C. no deja de en 1615 (~qp. LXI) al prólogo de 1614, pero claro está que pasa en silencio el grave ulrraje del cap. IV.

7. Baste aquí decir que la opinión (tl~\(licionab> prolongada nada 111enos que hasta J.B. AvaHe~Arcc, en su ed. del Q. (I\-ladrid, Alhambra, 1979). Otros comentaristas callan, más prudentemente. N. Marín ("C. f,-ente a A. : La Duquesa y Bárbara», en la oh cil., pp. 273-278) opina que en el momento dé! conoci· miento de 1614 por parte de C. coincide con el de la redacción del cap. XXX de 1615.

8. Cfr, caps. LXI (p. 1.052), LXII (1.055-1.506), LXX (1.111·1.112) Y LXXII (1.121·1.125). 9. Por la red. del Q. Y del magno comentario publicada en Madrid, Castilla, 1968, p. 1.673 (desde

ahora indicaré tan sólo el cap. y el número de la nota: "quí, cap. XXVI. núm, 24).

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Pero el puntualísimo comentarista se limitó a constatar, sin proponer ninguna explicación para la coincidencia de situaciones.

Si no me equivoco, la segunda nota sobre el particular aparece casi un siglo más tarde (1921), en el artículo, ya citado, de Menéndez Pidal. Quien resuelve la cuestión del imitador y el imitado de un modo a decir verdad algo demasiado desenvuelto, sobre todo por lo poco sustanciado de la afirmación: Cervantes de­bió de tener acceso al manuscrito de la continuación espuria. 10 Ni mucho más persuasiva resulta la explicación de Smith, en la también citada traducción in­glesa (1932).1l En Cervantes y Avellaneda. Estudio de una imitación (1951),12 S. Gilman vuelve a la idea del manuscrito, pero invirtiendo los términos de la rela­ción propuestos por Menéndez Pidal: ahora se postula un previo conocimiento de lo que llamo /6/5 por parte del autor de 16/4. l3

F. Maldonado de Guevara trata de mostrar en «El incidente Avellaneda» (1956)14 que el misterioso Alonso Fernández no es otro que el conocido librero Alonso Pérez, padre del dramaturgo Montalbán. De camino, no deja de admitir la deuda cervantina, para él indudable en lo que se refiere a la aventura del «re­tablo».15 Tampoco lo duda M. de Riquer, en su prestigiosa edición del Quijote de 1605 y de 1615, felizmente acompañada, por vez primera, del de 1614 (1962)16 ni, por supuesto, en su ejemplar edición crítica de éste último (1972).17 Es natu­ral, en fin, que sobre el caso que nos interesa tomen una clara actitud, en favor de la imitación por parte de Cervantes, tanto A.A. Sicroff (1973)18 como V Gaos, en su edición, por desgracia póstuma, de la obra maestra. 19

A estas meras aceptaciones de relación de dependencia cabe desde luego afladir las contribuciones de algunos estudiosos que, en los últimos años, han examinado la aventura de 16/5 desde los más distintos puntos de vista, en oca­siones con notable brillantez?) y las de los que han propuesto para la misma fuente que nada tienen que ver con 1614.21

10. Art. cit., p. 60, nota 6. 11. Cfr. vol. n, p. 239. 12. México, Publicaciones de la NRFH·EI Colegio de M .. 1951. 13. Cfr. p. 93. Sin explicar de ningún modo en qué se basa. también K. 'Iogeby (La cumposiliul1 du ru·

mal/ "Don Q.". Cop"!nhague, 1957. p. 35) piensa qu<: C. conoda 1614 antes de ponerse a escribir 1615. 14. En Anales Cervantinos [=ACerJ. V (1955-1956). pp. 41·62. 15. Cfr. p. 41. 16. Cfr. Cervantes, Obras completas. l. Don Q. de la .Mancha, Barcelona, Planeta, 19683. pp. XCIV. 778

Y 1.402. 17. Cfr. Alonso Fernández de A., Segundo Tumo del Ingenioso Hidalgo Drm Q. de la Mancha, ed. crít.,

intmd, y notas de 'vi. de R,. vol, J. Madrid, Espasa-Calpe, 1972, p. XXXv. y III, pp. 55-57 (Clásicos Castellanos). 18. Cfr. «La segunda muerte de don Quijote como de C. a A.» (NRFH, XXIV, 1975), p. 270. 19. Madrid, Gredos. 1987: Apéndice" El Q. de A. ". en vol. III, pp, 92 Y 95. 20. Sin olvidar alguna que otra aportación, ind uso denlasiado citada¡ aquí file tinlitaré a recordar las

de G. Díaz·Plaja. "El Q. como situación teatral. (en Cues/lón de limites. 'vIadrid. Revista de Occidente, ! 963, reproducido en Ensayos sobre lileralUra v arle, Madrid, AguiJa!; 1973. PI', 1.235-1.241); J.J. Allen, «'vIelisen· dra's Mishap in 'vIaese Pedro', Puppet Show" (Modem Lallguage Noles [=MLl\Il, LXXXVIII [1 973J, pp. 330·335); E. Percas de Ponseti. «El retablo de 'vI.P, El creador a imagen dd diablo o a la imagen de Dios" X del vol, e y su concepto del arte, 'vIadrid, Gr-edos, 1975, pp. 584-603); JD. WeigcI' «"La superchería está bierta": Don Q. anJ Ginés de PasanlOnle" (Phí/%gical Qualcrly, LVIII [1978], pp. 173179); G. Halcy, «The Narrator in Don Q.: M.P:s Puppet S11ow» U"INL [l98?], pp, 144·165); A. Castilla. "El retablo de M.P.» (Anlhro~ pos, n,O 100, sepl. 1989. pp. 56 b-59 e) y M, Durán, "El Q, visto desde el retablo de M.P." (ibüi.. 101 a·104 a).

21. Cfr, J. GornaU-c. Smith, {(Góngora, c.. and the Romancero: SOllle Jnteractions)j Language Review, LXXX [1.985J. pp. 351~361).

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Carlos ROlnero

¿En qué sentido puedo llamar, hoy por hoy, «Nueva lectura de El retablo de Maese Pedro» a las páginas que siguen? Todo sumado y ponderado, en el de que, gracias a ella, me parece que "funcionan» mejor no sólo los caps. XXVI y XXVII de 1615 que lo presentan y contienen, sino todo el segmento com­prendido entre el título del cap. XXIV y -digamos- el final del XXIX. Sin olvidar toda una serie de «puestas en evidencia» que aseguran alguna efica­cia en el conjunto a elementos que antes no la tenían en absoluto. Dicho en pocas palabras, todo consiste en la propuesta de una vieja hipótesis de traba­jo, que la paciente interrogación de muchos textos me ha permitido ir convir­tiendo en lo que ahora se me figura una tesis correcta, de algún modo plausi­ble y, en todo caso, lo suficientemente argumentada como para que no pueda ser rechazada antes de haber reflexionado sobre ella.

Para mí, no cabe hoy la menor duda de que los caps. XXIV al XXVIII, tal y como se nos presentan en el Quijote de 1615 impreso (el único que cono­cemos) han sido escritos por Cervantes muy tardíamente, después de tomar conocimiento de 1614, o bien corregidos, alterados (=perfeccionados) tan a fondo que, por más de un motivo, sigue siendo legítimo llamarlos «nuevos», no ya pertenecientes al Ur-Quijote de 1615. Prueba fehaciente de ello me parecen las «suturas» constatables entre distintos trozos del segmento en cuestión y, so­bre todo, la aparición, a lo largo de sus páginas, de numerosos motivos que, ya sea aisladamente, ya sea examinados de manera «solidaria», acaban remi­tiendo a 1614. Sobre todo si quien los analiza tiene ya una larga familiaridad con la praxis alusiva (o elusiva) cervantina en la extensa sección constituida por los caps. LIX a LXXIV de 1615, más los preliminares y el propio título.

Sentado que estos motivos sugieren y aun imponen al lector crítico de 1615 pensar en 1614 como «fuente» «<por repulsión» o por lo que fuere, aquí no importa), añadiré que, para entender (=«hacer funcionar») mejor cuanto se refiere al «retablo» propiamente dicho, he tenido presentes, en cuanto tex­tos con que el cervantino establece una relación siempre fecunda, en los dis­tintos niveles interpretativos:

1) el cap. XXVII de 1614, con el imprescindible complemento de los luga­res del XXVIII al XXXVI y último de la obra en que sigue presente un ele­mento (en realidad, malentendido por don Quijotej22 de la comedia de Lope de Vega El testimonio vengado [=TV);23

2) el propio TlI, que, con toda evidencia, Cervantes se apresuraría a leer o releer, por lo mucho que le convenía, si es que de veras deseaba criticar en su «retablo» la dramaturgia lopiana mediante una serie de alusiones por

22. En efecto, don García, hijo primogénito de Sancho el Mayor de Navar"" acusa en la comedia de adulterio nada menos que a su madre, la reina doña María. La locura induce al don Quijote de A. a confundirlo con el hijo del rey Almanzor de Córdoba: cfr. cap. XXVII (p. 1.408), XXIX (p. 1.427), XXXI (p. 1.442), XXXII (p. 1.446), XXXIV (p. 1.468) Y XXXVI (pp. 1.480 Y 1.483).

23. Impreso en el vol. Comedías de Lope de Vega Carpio Angelo Cm'ano, 1604; Valencia, Gaspar Leget, 1605; Anvers, Martín Nucio, 1607; Valladolid, Juan Bastillo, 1609). Las restantes eds., antiguas son posteriores a la muerte de C. La única eJ. ({moderna>¡ es la publícada. con no pocas inter­vencíones, por l.E. Hartz.enbusch en la Biblioteca de Autores Espaíioles [=BAEJ. núm. XLI, pp. 403,420.

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fuerza de cosas oblicuas, pero de ninguna manera incomprensibles para su lector habitual;

3) el Entremés de Melisendra [=EN1],24 ya conocido por los cervantistas25

y cada vez más estimado por los estudiosos del teatro menor de la Edad de Oro,26 el cual, no sólo resulta presente en el mismo volumen de Comedias de Lope de Vega que recoge TV;27 sino que: en una de las ediciones que Cer­vantes pudo manejar (pl-ecisamente la de Valladolid, 1609), viene a continua­ción del propio Tv. 28 Cabe, pues, decir que quien busca la comedia no pue­de dejar de topar con EM, una innovadora piececita tal vez decisiva para la creación del «retablo», una vez sometida a un curioso proceso de «desparodi­zación» o, si se prefiere, de recuperación de algunos valores romanceriles;29

4) el largo romance juglaresco «de Gaiferos, libertador de Melisendra»,30 verdadero texto guía, hábilmente manipulado (recortado y dilatado) por Cer­vantes, quien a mi parecer muestra no depender de una versión abreviada del mismo, como en cambio quiere Menéndez Pidal;3!

5) la pieza lopiana El casamiento en la muerte, impresa en el mismo vo­lumen de Comedias que contiene TV y el anónimo EM.32

24, Publicado por primera vez en el dt. voL de Comedias de Lope y en las reimpresiones de Valencia y Valladolid, Se conocen dos copias manuscritas del siglo XVI!: una está recogida en la Biblioteca Colombina (signatura antigua, A, 141.6; moderna, 82,3.40) y fue descrita por ],M, Asen­sio en Dos cartas literarias, Sevilla, 1870, pp. 7-9, atribuyendo su paternidad a c., como asimismo la de otros entremeses allí regístrados, entre los que convíene recordar el de Durandarte y Beler­ma; la otra, fechada en 1622. está en la Biblioteca Xacional de Madrid, (Ms, 2.349), Hay ed, moderna. en E. Cotarelo !vlorí, Colección de entretneses. loas, bailes, jácaras y ¡-nojigangas desde fhles del siglo XVI a del XFIII, en NBAl', n,o 17 (Madrid. Bailly~Bailliere, 1911), tomo 5, voL 1, pp. JOS a . I1I a,

25, Cfr, Q, p, ej, además de ],M, Asensio, F. Rodriguez Marín, ed, póstuma del Q, (Madrid, Atlas, 1947-1953), vol. V, p, 234,

26, Cfr, E. Asens!", Itinerano del entremés (Madrid, Gredos, 1971, pp, 69~73) Y E Crespo Matallán, La parodia en el teatro español del Siglo de Oro (Salamanca, Cniversidad, 1979, pp, 39-40),

27, En las eds, de 1604, 1607 v 1609, 28, TV acaba en el roL 321 r; 'El lit comienza en el 323 r, 29. El entremés en cuestión constituye una «reducción») paródica del tema heroico tradicional. Ten~

drenl0s ocasión de ver que e no trata en térnlinos humorístkos la nluteria de la líberadón de Melisen~ dra. La parodia, la «reducCÍónr> le servirá en canlbio. en el caso de la visÍón o sueño que don Quijote tiene en la cueva de Montesinos, donde. como dijo A. Castro (cfr, Hacia c.. Madrid. Taurus, 19673. p.268) asistinl0s a un auténtico ejercido de «salazón de lnitos».

30. Para el origen del mismo, dr. R Menéndez Pidal, Romancero Hispánico [=Rom. Hisp.l, Madrid, Espasa-Calpe, 1953. pp, 286-300 Y p, Dronke, "Waltharius-Gaiferoso>, en P. y V. Dronke Barbara el anlíqui5~ sima carmina, Barcelona, 1977, pp. 27-79. En su versión ín1presa cuenta 6i2 octosílabos y está registrado en pliegos sueltos del siglo XVI en el Cancionero de romances (eds. de Amberes, s.a., 1550, 1558, 1568; Medin" del Campo. 1580, Lisboa. 1581); en la Segunda silva de romances (eds. de Zaragoza, 1550 y 1582) Y en la Silva de mlnance, (eds, de Barcelona, 1561, 1578, 1582, 1587, 1602, 1611 Y 1612), Entre las eds. modernas recordaré la de A. Durán, e!n el Romancero general, núm, 377 (en BAl', vol. X, pp, 248 b 252 b) y la de G, Di Stefano, en El Romancero (Madrid, Narcea, 1973, núm. 111. pp. 289-305), El propio Di Stefano es autor del arL "Gaiferos o los avatares del héroe" (en Estudias románicos dedica­dos al Pro/. Andrés Sana Ortega, vol. 1), Granada, Universidad, 1985, pp, 301-311. En él anuncia la inmi­nente aparición de una edición crítica del ron1ance.

31. Cfr, R. Menéndez Pida!' Rom, llisp., pp, 255-256, Y o. Severin, «Gaiferos, Reseuer of His Wife Melísendm», en Medieval Hispanic Stl/dies Prese11led 10 Rila HamillO", ed, de! A.D. Deyermolld, Londres, Dolphin Books, 1976. pp, 227-239,

32. Y, por supuesto, en todas las eds, dts" p,~ro en posición distinta, En la de Valladolid ocupa los fols. 198 r - 225 r,

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Dicho lo anterior, es imprescindible recordar, en vista de lo que se irá exponiendo a lo largo de estas páginas, el papel que el citado Lope de Vega desempeñó en la vida de Cervantes, desde los años de amistad hasta los de franca o sólo apuntada hostilidad documentada desde los primeros años del Seiscientos, como demuestra, entre otras cosas, el continuado ejercicio de la alusión maligna en las páginas de 1605 y las más recónditas pero no del todo incomprensibles registradas en las de 1615.

Ahora sí podemos entrar en la parte ilustrativa (y, por supuesto, demos­trativa) de mi trabajo. 0, con más exactitud, en la primera de ellas: la dedica­da a los motivos presentes en los caps. XXIV-XXIX de 1615, que conviene examinar con toda la atención consentida por el espacio a disposición, antes de pasar a los del «retablo» propiamente dicho.

2

2.1. Cide Hamete Benengeli

Dice el que tradujo esta grande historia del original, de la que escribió su primer autor Cide Hamete Benengeli, que llegando al capítulo de la aventura de la cueva de Montesinos, en el margen dél estaban escritas de mano del mesmo Hamete estas razones L .. ].33

Cervantes construye la "primera parte» de 1605 a base de una variedad de «autores»: de una «tradición historiográfica» queridamente confusa, caren­te de espesor temporal, dada la reconocida modernidad de nuestro hidalgo. A partir del cap. IX, las cosas cam.bian. Al menos, teóricamente. En efecto, el hallazgo, del todo casual y adrede cómico, del manuscrito de Cide Hamete Benengeli comporta una nueva organización del material a disposición del na­rrador. Ya no se tratará de una multitud de innominados autores, organizados por así decir de manera horizontal (es decir, todos tienen el mismo valor, to­dos la misma -o casi- antigüedad); ahora, el narrador pasará a tratar, verti­calmente, con un solo autor, de nombre conocido, síntesis de la predicha «tra­dición historiográfica», de que resulta ser la verdadera flor y nata. Parece claro que el manuscrito de Cide Hamete de ningún modo se agota en los términos del viejo truco narrativo de la "invención de fuente». En efecto, Cervantes se las arregla de manera que, a partir de este cap. IX, la obra del «historiador árabe y manchego» (un verdadero oxímoron, en la época, que el propio Cer­vantes se encarga de explicitar de manera inequívoca) sea traducida por un

33. Cap. XXIV; por la ed. cit., p. 761. Acerca de Cide Hamete Benengeli se ha escrito mucho. sobre todo en los últimos años, en coincidencia con el clamoroso boom de la narratologia. Aquí me limitaré a recordar lo que, desde mi actual punto de vista, resulta de algún modo imprescindible (aunque en más de una ocasión mi desacuerdo con lo afirmado en tal O cual arto sea total). Es decir, A. Castro, «El cómo y el porqué de CH.B.» (hoy recogido en Hacia c., Madrid, Taurus, 19673, pp. 409-419); R. El Saffar, "The Function of the Fictional Narrator in Don 0.» (lv1/1lL, LXXXIII [1968], pp. 164-177); E. Percas de Ponseti, cap. II de la ob. cit., pp. 61-123); H. Mancing, "CH.B. ,"s. Miguel de e" (Cervantes, 1 [1981]. pp. 63-81) y l:A. Lathrop, «eH.B. y su manuscrito» (c. y su mundo. Actas del Congreso Internacional de Madrid, 1978: Madrid, Península, 1985, pp. 693-697).

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Nueva lectura de El retablo de Maese Pedro

morisco toledano que, en algunos puntos, se atreve a glosar lo dicho por el primer autor y, por fin, pasada a un castellano literario (con características contracciones -cortes- y dilataciones -glosas-) por el segundo -o tercer ... -autor, precisamente el narrador de lo que llamamos el Quijote. De entrada, cabe interpretar toda esta acumulación de pasos o trámites, desde el momen­to en que un personaje realiza o padece unos sucesos hasta el momento en que éstos llegan a nuestro conocimiento, por medio de la imprenta, como una serie de experimentos o de apuestas sobre la capacidad de resistencia de la verdad de la historia (entendida en términos ora de history ora de story).34 Si bien se mira, sin embargo, la legítima conclusión es que Cervantes, inven­tor de la genial máquina, no parece particularmente interesado en llegar a las últimas consecuencias de su hallazgo en 1605. Ni resultará difícil demos­trar a quien cree posible considerar ya realizadas en la primera parte todas las potencialidades de Cide Hamete que está aplicando a ésta datos, elemen­tos en realidad característicos de la segunda, de 1615.

Pruebas cantan. Después del cap. IX, Cide Hamete Benengeli resulta alu­dido con mucha parquedad a lo largo de los restantes cuarenta y tres de 1605. Si dejamos de lado las simples ocurrencias de la fórmula tradicional «Cuen­ta (o "Dice») la historia ... »,35 referencias explícitas al historiador árabe y man­chego aparecen tan sólo en el cap. Xv. 36 en el xxn37 y en el XXVIp8 No mucho.

Hoy (o, si se quiere, a partir de la publicación de 1605) resulta fácil decir que todo estaba previsto y que, naturalmente, Cide Hamete estaba destinado a reaparecer ya el umbral de la continuación de la historia de don Quijote. Pero ¿lo era de veras para un lector de 1605, o incluso de 16l3? No lo creo. Cervantes acaba 1605 con la restitución de su héroe al pueblo natal. pero tam­bién -no lo olvidemos- con el agotamiento explícito del texto guía, el de Cide Hamete, antes de que éste haya podido realizar todo lo que contiene en potencia.

Las cosas cambian, radicalmente, en 1615, cuyo cap. 1 comienza de una manera decidida «inequívoca}):

Cuenta Cide Hamete Benengeli, en la segunda parte desta historia, y tercera salida de don Quijote, que [ ... ].

Ya Clemencín notó el modo abrupto, un sí es no es "raro". del incipit, pero renunció a dar una explicación al hecho.39 ¿La hay, y preferiblemente

34. Cfr. BW Wardropper. «Don Q., History or StoryO" (Modern Phílology, LXIII [1965J, pp, ¡,II), 35, Cfr. caps, XXIV (p, 244) Y XXVI (272). 36, «Cuenta el sabio CH.B. que [",]. (p, 146), 37, «Cuenta CH.B. autor arábigo y manchego. en esta gravísima. altisonante, mínima, dulce e imagi,

nada historia [ .. ,]. (p,220). 38. " [",] en este punto dio fin la tercera [parte] el sabio y atento historiador CITB,,, (p, 297). 39, Cfr. nota l al cap, 1. En realidad, sí C. no hubiera aceptado contradecirse maniHestamente, con

tal de desmentir a su rival, 1615 habría constituido (precisamente como 1614) el segundo lOmo, con las partes quima <L., de la Historia del Ingenioso Hidalgo (en 16/5 ascendido, el pour causc, a Caballero desde el mismo título),

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Carlos Ronu?yo

no demasiado retorcida? Creo que sí. Hacia el final del cap. II, Sancho cuenta a su amo que el hijo de Bartolomé Carrasco llegó la noche anterior de Sala­manca con la noticia de que anda ...

[ ... ] ya en libros la historia de vuesa merced, con nombre de El ingenioso hi· dalgo don Quijote de la Mancha, y dice que me mientan a mí en ella con mi mes­mo nombre de Sancho Panza, y a la señora Dulcinea del Toboso, con otras cosas que pasamos nosotros a solas, que me hice cruces de espantado cómo las pudo saber el historiador que las escribió.

-Yo te aseguro, Sancho, que debe de ser algún encantador el autor de nues· tra historia; que a los tales no se les encubre nada de lo que quieren escribir.4o

El nombre dado por Sancho, si bien estropeado, hace pensar a su amo que se trata de un sabio moro. Lo que no deja de preocuparle. Ya solo, lucha entre la desconfianza y la confianza. En la que más tarde parece confortarlo Sansón Carrasco, pero con palabras que, al final. devuelven al hidalgo a su amargura. ¿Justificada? Sí y no. Aquí y ahora, de cualquier modo, lo que im­porta es indicar cuándo cesan las dudas en la "fiabilidad», en la "profesiona­lidad» de Cide Hamete precisamente en cuanto sabio encantador.

La finura, la madurez historiográfica del moro queda reconocida por el segundo (o tereer) autor en el cap. V,41 y será repetida, con distintas fórmu­las, en el X,42 el XII,4] el XLIV,44 y el L,4s para acabar en el LXXIV, median­te la transcripción de aquella «autoglorificación,,46 que tanto impresionaba a T. Mann.47 Ni es sólo el narrador quien elogia a Cide Hamete. Lo harán tam­bién don Juan y don Jerónimo, los lectores de 1605 y de 1614 encontrados en la venta cercana a Zaragoza, en el cap. LIX,48 y los amigos barceloneses de Roque Guinarda, en el LXr.49 ¿Cómo reaccionan los principales interesa­dos, don Quijote y Sancho? El escudero no duda en dar nueva materia para la historia por medio de una tercera salida (cap. IV).50 El hidalgo sigue nu­triendo reservas acerca de ese temible «notario total» de sus hechos y aun de sus pensamientos todavía en el cap. VIII.51 Faltan datos inequívocos de lo que piensa de él hasta el cap. LXXII, pero está claro que en este lugar, con la declaración firmada por don Alvaro Tarfe, don Quijote acepta también la fundamental veracidad de su historia ya impresa -y, por supuesto, de la que el sabio encantador estará ya redactando.52

40. crt: p. 595. 41. Cfr. pp. 611 Y 614. 42. Cfr. pp. 642-643. 43. Cfr. p. 662. 44. Cfr. p. 906. 45. Cfr. p. 958. 46. Cfr. p. 1.138. 47. Cfr. Meerfahrl mit Dun Quijote (1934). En Michael Mann (ed.). Essays, vol. 1, Lilerarur (Bib\iogra~

fía), Franefort a.M., Fischer. 1982, pp. 335~339. 48. cr r. p. 1.034. 49. Cfr. p. 1.052. 50. Cfr. p. 607. 51. Cfr. p. 632. 52. Cfr. pp. 1.(24-1.125.

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A mi parecer, a estas alturas pocas dudas pueden caber acerca de que el Cide Hamete que nos gusta, que nos conquista, es, en realidad, el de 1615, por nosotros -legítimamente, por supuesto- proyectado también a 1605, donde, como se ha dicho, tiene un papel menos rico en matices. No se olvide, sin embargo, que el Cide Hamete de 1615 es el resultado de varios factores, entre los que cuenta (yo creo que mucho) el cambio (y el empobrecimiento) del autor guía en 161453 y el tratamiento del tema del sabio encantador en la misma continuación apócrifa, una vez más fiel a la tradición de 160554 y (vienen ga­nas de decir «por eso mismo») sugeridora de un notable cambio sobre el par­ticular en 1615.55

2.2. Don Quijote miente / no miente / miente Cide Hamete Benengeli no sabe cómo interpretar lo que don Quijote dice

que vio en la cueva de Montesinos.

Pues pensar yo que don Quijote mintiera, siendo el más verdadero hidalgo y el más noble caballero de sus tiempos, no es posible; que no dijera él una men­tira, si le asaetaran. Por otra parte, considero que él lo contó con todas las cir­cunstancias dicbas, y que no pudo fabricar en tan breve espacio de tiempo tan gran máquina de disparates; si esta aventura parece apócrifa, yo no tengo la cul­pa: y así, sin afirmarla por falsa o verdadera, la escribo. Tú, lector, pues eres prudente, juzga lo que te pareciere, que yo no debo ni puedo más; puesto que se tiene por cierto que al tiempo y fin de su muerte dicen que se retrató della, y dijo que él la había inventado, por parecerle que convenía y cuadraba bien con las aventuras que había leido en sus historias.56

53. Este es el comienzo de /614: «El sabio Alisolán, historiador no menos moderno que verdade-ro, dice que, siendo expelidos los moros de Aragón, de cuya nación él descendja, entre cier-tos anales de historias. halló escrita en la tercera salida que hizo del lugar de la Argemesilla el invicto hidalgo don Quijote de la Mancha, para ir a unas juslas que se hacían en la insigne ciudad de Zaragoza. y dice desla manera [ ... ] » (p. 1.151). Después de lo cual Alisolán desaparece, definití· vam.cntc.

54. Cfr. en 1605. cap. II (p. 42: don Quijote se dirige al desconocido sabio encantador); V (p. 67: Alqui. fe -Esquife dice la sobrina- es un gran encantador amigo suyo); VII (p. 84: el sabio Fristón o Frestón, que ha hecho desaparecer la biblioteca del hidalgo. parece perfilarse como el gran antagonista). Después de 10 cual, si bien siguen siendo evocados los «encantadores,;, ya no se vuelve a numbrar a ninguno en 1605 (salvo, quizá. en sendos pasajes de los caps. XVIII. p. 180, Y XXXI, p. 339) hasta el XLIII (p. 482: colgado del brazo por la maliciosa intervención de Maritornes y la hija del ventero, don Guijote «llamó a los sabios Lirgandeo y Alquifc j que le ayudasen» e «(invocó a su buena amiga Urganda, que los socorriesen»)}.

Huelga decir que A. asun1íra las primeras afirmaciones de C. sobre el "cronista», añadiendo luego cosas de su cosecha". Cfr. los caps. In (p. 1.175: Alquife, gran amigo de don Guijote). VII (1.210: confun­diendo a Mosén Valentín con el sabio Lirgandeo, le pide que no lo olvide en sus necesidades. ya que Alquife, (,a cuya cuenta está el escribir mis fazañas», que no deja ver. y, poco más adelante, lIan1a al propio Alquífe y a Urganda). En el cap. XXII (p. 1.344) queda claro que Frestón, precisamente Freslón, es su declarado enemigo! etc

55. Donde los encantadores siguen teniendo un papel importantísimo, decisivo, pero ... ya no resultan nunca personalizados. Con la excepción, por supuesto, de Cide Hamete. (Es verdad que en el cap. XXXIV salen a relucir Li tgan deo, Alquile y Arcalaus que en el XXXV aparece Merlín, pero se trata de una cosa muy distinta: son e1ell1entos de la gran mascarada organizada por el secretario de los duques, a base fundamentalmente -al menos a primera vista- de los datos suministrados por el narrador en /605 y por Sancho en el cap. XXXIII del propio /615.)

56. P. 762.

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Carlos ROfnero

No resulta imposible «demostrar», forzando bien poco la letra de los tex­tos aducibles, que, en 1605, don Quijote (un iluso que da fe a los fantasmas de su fantasía, sin pasarlos por el filtro de la razón, especialmente -a decir verdad, únicamente- cuando se trata de su tema: el caballeresco) es, además, un consciente mentiroso. Con distinta fortuna lo han intentado, por ejemplo, G. Papini57 y G. Torrente Ballester,58 pero ... las reservas son en mí tan fuer­tes como para no acabar de aceptar la tesis. El que sí miente, sin la menor duda, llevando a situación límite tendencias por otra parte apuntadas ya en 1605, es el don Quijote de 1614. ¿Y el de 1615? A pesar de los pesares, como lector a mi modo «prudente», pienso que Cide Hamete no acaba de creerse eso que "dicen" que el hidalgo declaró en punto de muerte. Para mí, que don Quijote «el bueno» no miente en este grave caso. Y no lo hace precisamente para no comportarse como «el malo». Claro está que cuando esto es posible. Es decir, en los capítulos que parecen escritos después de que Cervantes ha tomado conocimiento de 1614.

2.3. La ermita El primo del Licenciado Corchuelo, guía de don Quijote a la cueva de Mon­

tesinos, indica a nuestro héroe, cuando éste ha concluido el relato de lo visto en el antro, el lugar más oportuno para recogerse: la cercana ermita donde vive uno que ha sido soldado, en una casa «labrada a su costa», donde puede acoger huéspedes.

Dejemos de lado la crítica del eremitismo de la época y el elogio, cum grano salís, de la hipocresía, por parte de nuestro hidalgo. Aquí interesa más, ante todo, poner de relieve cierta incoherencia sintáctica, que ha hecho pensar a cierto es­tudioso en un posible fin de capítulo, sucesivamente descartado por Cervantes,60 aunque más bien podría tratarse de esas «suturas» a las que he tenido ocasión de referirme páginas atrás.

2.4. El mancebito que va a la guerra. El lugar del encuentro Camino de la tal venta, don Quijote, Sancho y «el primo» alcanzan a un paje

que, para probar fortuna, ha decidido abrazar la carrera de las armas. No cabe duda, pues, de que todos siguen una misma dirección. ¿Cuál? El mancebito, que marcha a pie, declara su propósito de unirse a ...

[ ... ] unas compañías de infantería que están no doce leguas de aquí, donde asen­taré mi plaza, y no faltarán bagajes en que caminar de allí adelante hasta el embar­cadero, que dicen ha de ser en Cartagena.61

57. Cfr. "Don Chisciotte dell' ungamno» (originariamente publicado en La Voceo 30 de abril de 1916. y luego en el vol. Testimonianze. Rilratti slranieri), ahora recogido. con un título menos perentorio (<<Don Chisciotte». sin más), en Tutte le operé. IV. Scríttorí artisti, Verona-Milán, Mondadori, 1956, pp. 972-985.

58. Cfr. Don Quijote como obra de juego. Madrid. Guadarrama. 1976. pp. 77-78, 101-114 Y especialmente 121-146.

59. Esas armas, en teoría entregadas a don Quijote por Alquífe (cfr. cap. In, p. 1.175) son en realidad las depositadas en casa del hidalgo por don Álvaro Tarfe.

60. Cfr. R. Osuna. «¿Dos finales de capítulo (Il, 24) del Q.?» (Romance Notes. XlII [1971], pp. 318-321). 61. P. 766.

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Nueva lectura de El relablo de Maese Pedro

Puesto que el joven viene de la Corte y don Quijote y sus acompañantes proceden de la cueva de Montesinos, el camino plausible para todos podría ser el que de Toledo lleva a Chinchilla (¿en el tramo entre El Provencio y La Roda?) o en la «variante» que de Ossa conduce a la misma Chinchilla.62

Es decir a un lugar que haga verosímil tanto las doce leguas hasta donde el soldado en esperanza encontrará la bandera y el comienzo de la subida de don Quijote y Sancho hacia Aragón.

2.5. Cordura de don Quijote. Ventas, no castillos No es precisamente una novedad hablar de un don Quijote que atraviesa

una «crisis de cordura» (en el sentido positivo: de apertura y no clausura, de crecimiento y no mengua),63 tan evidente que el lector crítico no puede de­jar de pensar, cuando se manifiesta de manera más clamorosa, en la crítica de los comentaristas clásicos o neoclásicos, decididamente hostiles al pecado contra el casi dogma de la continuidad caracteriológica que significa en este sentido el paso de 1605 a 1615.64 Y claro está que no sólo se trata de don Quijote: también, y acaso más, de Sancho. El cual tiene razón cuando, tras haber oído las no muy originales pero sí sensatas glosas de su amo a la ga­llarda decisión del mancebito, "dicen que dijo entre sÍ»:

-¡Válate Dios por señor! ¿Y es posible que hombre que sabe decir tales, tantas y tan buenas cosas como aquí ha dicho, diga que ha visto tantos dispara­tes imposibles que cuenta en la cueva de Montesinos? Ahora bien, ello dirá.

y con esto llegaron a la venta, a tiempo que anochecía, y no sin gusto de Sancho, por ver que su señor la juzgó por verdadera venta, y no por castillo, como solía.65

El detalle tiene importancia. A lo largo de todo 1605, don Quijote, efecti­vamente, confunde cualquier venta que encuentra con un castillo.66 Avellane­da continúa la tradición, y castillo es en 1614 toda venta topada en sus andan­zas.67 Por autónoma tendencia a la renovación, pero también quizá por reacción a la cansina repetición del rival, Cervantes modifica en 1615 el com­portamiento de su héroe. Es verdad que, hasta el cap. XVIII, no hay ocasión de que el narrador tome posición al respecto. Aquí lo hace en el mismo título (<<De lo que sucedió a don Quijote en el castillo o casa del Caballero del Verde

62. Cfr. los Repertorio{s) de caminos de Villuga (Medina del Campo, 1546) y de Meneses (Madrid, 1576). De este último hayed. facsimil: Madrid, Publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia, 1976.

63. Por la {(crisis d~presiva», de «desconfianza en su destino» se inclina, p. ej.¡ S. d~ ~1adaríaga en su Guía del lector del Q. (en la ed. de Madrid, Espasa-Calpe, 1976, p. 147-170. [Selecciones Austral, núm. 14]). Yo más bien en todo un indicio del crecimiento psicológico del personaje.

64. Aquí bastará recordar los juicios de Lesage, Montiano y los anónimos autores de una reseña en el Diario de los sabios recogida por Riquer en su ed. critica de 1614 (voL I, pp. XCV-XCVI; In, 236-238 y 244-252).

65. P. 768. 66. Cfr_ caps. n-III, XV (pp. 154), XVI, XVII, XVIII (pp. 172-173), Y XXXII (donde, siquiera por un

momento, don Quijote parece aceptar la real condición del lugar en que se encuentra -p. 346-, pero bien pronto recae en la "manía rnagnificadora», también a causa del giro que toman los aconlecinlÍentos, Íncluido el fingido «(encantamiento)).

67. Así en los caps. IV (pp. 1.181-1.183), V (1.191-1.192), XXIII (1.358-1.360), XXVI (1.388-1.390), xxvm (1.419-1.420) y XXIX (1.421).

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Carlos ROJ'ne ro

Gabán, con otras cosas extravagantes»), y en las frases conclusivas (<<reiterá­ronse los ofrecimientos y comedimientos, y con la buena licencia de la señora del castillo, don Quijote y Sancho, sobre Rocinante y el rucio, se partieron»), pero por su cuenta, sin implicar para nada al buen hidalgo. Quien vuelve a hacer noche en el campo, antes de asistir a las bodas de Camacho (caps. XIX y XX). y, a continuación, pasa tres días en la aldea de Basilio y Quiteria, que así quieren mostrarle su agradecimiento por la decisiva intervención en el desenlace de las tales bodas (cap. XXIII). La venta del cap. XXV es. pues. la primera que se presenta en 1615. pero no la última. Tras la prolongada estancia en la casa de placer (o ... «castillo») de los Duques, don Quijote reco­noce como venta y se aloja en uno de estos endiablados establecimientos. ya casi a la vista de Zaragoza. precisamente en el fatídico cap. LIX.68 Lo mismo hará en el resto de las ocasiones que se le deparen durante este último seg­mento de la obra. cuando Cervantes no hace un misterio de su conocimiento de 1614 ni se recata de atacarlo siempre que puede.69

2.6. Los italianismos en «1615" No menos de la mitad del cap. XXV está dedicada a presentar los antece­

dentes de la «aventura del rebuzno» (destinada a concluirse en el XXVII) y a presentamos a Maese Pedro. Puesto que alguien ha considerado decisivo para explicar la idea quc de este último se hacen el ventero y el propio don Quijote los italianismos con que se refieren o dirigen al titerer% será opor­tuno dar un brevísimo repaso a cuantos se presentan no ya en el cap. XXVI sino en todo el segmento que nos interesa.

El primero, indudable, explícito, ocurre en el XXIV, cuando don Quijote, comentando la tacañería de los amos que, concluidas las fiestas, quitan a los pajes las libreas «que por sola ostentación les habían dado», exclama:

-Notable espilorcheria, como dice el italiano [ ... ].1 1

Pero el hidalgo conoce esta lengua razonablemente.72 Más sorprende, al menos a primera vista, que el hombre que conducía el macho cargado de lanzas y alabardas con destino al «pueblo del rebuzno» emplee ahora, en el cap. XXV, no menos de tres términos de algún modo considerables como prés­tamos del italiano: hacer placer, 110 que y contraseíio.73 Todo se explica, sin embargo, pensando en la notabilísima difusión que muchas fórmulas toscanas (y hasta de otras hablas itálicas) lograron en la España de la época. Como demuestra en seguida el ventero, al ilustrar a don Quijote la personalidad de

68. {( Despertaron algo tarde, volVIeron a subir y siguieron su canlino, dándose priesa para llegar a una venta que. al parecer, una legua de allí se descubría. Digo venta porqUé don Quijote la llamó así, fuera del uso que tenía de llamar a todas las ventas castillos" (p. l.029).

69. Así, en los caps. LXVI (i>' 1.088) Y LXXI ( el narrador no deja de decir: «[ ... ] apcáronse a un mesón, que por tal lo reconoció don Quijote, y no por castillo de cava honda, torres, rastrillo y puente levadi· za; que después que le vencieron, con más juiciu en todas sus cosas discurría:») p. 1.119).

70. Cfr. G. Diaz·Plaja, ob. cit., pp, 1.236. 71. P. 766. 72. Cfr., p. ej., en 1615, el cap. LXII, con los comentarios a la traducción de le baga/elle (Pi>' 1.063-1.065). 73. Cf ... cap. XXV (pp. 769, 770 Y 771).

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Nueva lectura de El retablo de Maese Pedto

Maese Pedro. Es decir, de uno que, con las ganancias del «retablo)} y las res­puestas del ({mono adivino}),

[ ... ] está riquísimo, y es hombre galante, como dicen en Italia, y bon compano, y dase la mejor vida del mundo [ ... ].74

¿Habla así el ventero porque piensa que Maese Pedro es italiano? No es im­probable, pero yo creo que sus fónnulas son más bien un indicio de pasadas ex­periencias personales en Italia y hasta, si me apuran, una simple prueba de que, dada su situación, junto a un camino tan especial, la venta es lugar donde el italiano más o menos genuino de los veteranos suena con frecuencia.

Pero aquí tenemos al mismísimo Maese Pedro, ya con su mono y su ca­rreta. Apenas lo ve don Quijote, le pregunta:

-Dígame vuesa merced, señor adivino: ¿qué peje pillanw? ¿Qué ha de ser de nosotros? Y vea aquí mis dos reales.75

¿También él cree que todos los titereros son italianos (o franceses)?76 Qui­zá sí, pero el simple recurso a la frase proverbial no lo prueba, ni mucho menos. Entre otras cosas porque el mismo caballero, en el momento de inter­venir en el espectáculo y destruir las figuras del retablo, se deja escapar otro italianismo muy corriente en la época:

-No consentiré yo que en mis días y en mi presencia se le haga superchería a tan famoso caballero y a tan atrevido enamorado como don Gaiferos.

Si a lo anterior añadirnos que superchelia vuelve a aparecer al comienzo del cap. XXVIII, en boca del narrador,78 y, sobre todo, si se nota que, en rea­lidad, el único que no usa ningún ténnino italiano es precisamente Maese Pedro (antes o después recurre a ellos hasta Sancho),79 me parece lógico con­cluir que el motivo no resulta productivo 0, al menos, que nada de veras nue­vo cabe esperar aquí de su reexamen.80

74. P.773. 75. Ibíd. G. Díaz-Plaja, p. ej. (oh. y p. cit. en la nota núm. 70), cree que la pregunta va dirigida a maese

Pedro, pero ya Clemencín, p. ej. (nota 17 de su comentario) habia indicado, por si hiciera falta -y, por lo visto, la hace- quién es el verdadero destinatario de la misma.

76. En este sentido, cfr., J.E. Varey, «Representaciones de títeres en teatros públicos y palaciegos» (Re­vista de Filología Española [=RFE], XXXVIII [1954J, pp. 171-177j, A. Cal'ballo Picaza, "pam la historia de "retablo"" (en RFE, XXXIV [1950], pp. 272-277) Y de nuevo J.E. Varey en su fundamental Historia de los títeres e" España, Madrid, Rev, de Occ., 1957, (cfr. índice, ad vaco «titiriteros»). Sin olvidar, claro, los conoci­dos pasajes del propio C. en F.l Licenciado Vidriera (en la ed. Avalle-Arce. vol. n. Madrid, Castalia, 1982, pp. 133-134) y en El coloquio de los perms (ed. cit., vol. nI, p, 287).

77. Cap. XXVI, p. 783. 78. P. 795, 79. {(En mala coyuntura y en peor ocasión y en aciago día bajó vuesa merced caro patrón n;lio al otro

mundo» (cap. XXIII, p. 759). 80. Incluso sí se cree, como M. de Riquer, en la identidad Ginés de Pasamonte = Jerónimo de Pasa­

monte = A., propuesta por primera vez en «el Q. y los libros" (Pape/es de Son Armadans, CLX, jul. [19691, pp. 5-24) Y remachada en el vol. c., Pasamowé y A. (Barcelona, Sirmio, 1988). Pero la fórmula no acaba de per­suadirme, Entre los muchos nlotivos que aquí podrjan adudrse, estimo de cíerta importancia precisamente el hecho de que el Pasamonte de 1615 no incurra en un solo italianismo, más que justificado en quien viviera tantos años en el Reino de Nápoles, sobre lodo si C. quería dar a entender que Jo conocía. y cómo.

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2.7. Maese (o .!¡¡lase) Pedro Según el ventero, Maese (o Mase) Pedro ... sl

f ... ) es un famoso titerero que ha muchos días que anda por esta Mancha de Ara­gón enseñando un retablo de Melisendra libertada por el famoso don Gaiferos ( ... ]. Trae asimismo un mono de la más rara habilidad que se vio entre monos, ni se ima­ginó entre hombres.82

La compresencia de retablo y mono, adivino o acróbata, era frecuente en la época.83 Lo que ahora me interesa recordar es que la habilidad con el mono parece contestar a preguntas acerca del pasado, del presente y el porvenir tiene una relación (explícita: la plantea don Quijote) con la astrología judiciaria, tan difundida en la Europa de la época. Por vía de pura hipótesis, cabe decir que Maese (o Mase) Pedro tal vez presente en esta aventura del retablo dos dimensio­nes de Lope de Vega. Es decir, la de hombre experto (¡y tan experto!) en teatro y al mismo tiempo notoriamente aficionado a la astrología (él también sabía «le­vantar figuras», o sea «hacer horóscopos»).84 No sólo: al menos en una ocasión (pero ¡quién sabe cuántas se han escapado a la atención de los investigadores!), consta que Lope fue llamado "Mase Teatro de las Princesas de la Pulgarada».85

2.8. El nombre de batalla (y el nombre «civil») de don Quijote Don Quijote entrega, pues, sus dos reales y pretende una respuesta del mono.

Tras las operaciones de rigor, maese Pedro se arrodilla delante del hidalgo:

-Estas piernas abrazo, bien así como si abrazara las dos columnas de Hér­cules, ¡oh resucitador insigne de la ya puesta en olvido andante caballería! ¡Oh no jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha [ .. .].

-y tú, ¡oh buen Sancho Panza!, el mejor escudero y del mejor caballero del mundo [ ... ].86

Hace mucho que se ha notado un leve descuido de Cervantes, quien en 1605 no dio a Ginés de Pasamonte ocasión de oír llamar a su liberador "don Quijote» ni a su compañero "Sancho Panza",87 No sin razón, se ha podido

81. Las dos forn1as coexisten en la época. Si bien se observa, la attenluncia de atnbas ocurre según las pp. de la ed. príncipe. Indicio -y basta, ahora~ de que han sido compuestas tipográficamente por manos distintas.

82. Pp. 772·773. 83. Cfe Va rey, «Representaciones ... », pp. 172·173, e Hiswria ... , pp. 10-12, 116 Y 121·123. Desde otro

punto de vista, cfr. también E. Percas de Ponseti, «El mono como símbolo" (ob. cit., pp. 398·399). 84. Cfr. H. Rennert y A. Castro, Vida de Lope de Vega, con notas adicionales de F. Lázaro Carreter

(Salamanca, Anaya, 1968, p. 518, nota 22). 85. En el anónimo (pero tal vez de F. Pérez de Amaya) Ewmel1 critico de la ca"ciú" que ¡'iw Lope

de Vega a la venida del Duque de Osulla. Dirigido al mismo auror, de 1620 C, publicado por J. de En­trambasaguas en 1933 (cfr. ahora ESlUdios sobre L. de v., vol. n, :\oladrid, CSIC 1957, p. 477) se lee: "y al fin, con tantos desatinos que con haber ganado la plebe siendo treinta años cómico conocido como Mase Teatro de las Pulgaradas r ... ]». Entrambasaguas explica: "Esto es, Lope creaba estos tipos de Prince· sas como quien moldea, rápidamente. No obstante, el significado de la frase me parece poco claro" (pp. 777·778, nota n.o 17). Me permito recordar cierta famosa frase de 1605 (cap. XXII, p. 226) en que Gínés de Pasamonte declara que él es uno «cuya vida está escrita por estos pulgares J). ¿No c(.lobran ahora dichas palabras, y las dedicadas a Lope, otros posibles significados?

86. P. 774. 87. Cfr. Rodríguez Marin, ed. cit., vol. 1, pp. 225·226.

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Nueva lectura de El relablo de Maese Pedro

argüir que, en estos casos, basta la «verosimilitud" y que nada impide imaginar que, a lo largo del cap. XXII de la primera parte, uno y otro nombre hayan podi­do ser percibidos por ellistísimo Ginés.88 De todos modos, lo que a mi parecer importa en el presente pasaje es que Maese Pedro se dirige a su liberador no con su «nombre de batalla», El Caballero de la Triste Figura (y éste sí que lo oyó, en 1615 de labios del interesado), sino con el «cotidiano», pero ya "invención per­sonal», tan insistentemente usado que, si bien se piensa, tan sólo en el cap. LXXIV y último de 1615 vendremos a saber con absoluta certeza cuál es el nombre y apellido «civil» del hidalgo.89

Desde luego, no puede olvidarse que, dentro de un momento, en el cap. XXVI, el mismo Maese Pedro llamará a don Quijote con el apelativo de batalla tan feliz­mente inventado por Sancho en el XIX, al final de la «aventura del cuerpo muer­tO)},90 pero conviene decir en seguida que el recurso se justifíca ante todo, y qui­zá únicamente, como un puro retruécano, no poco doloroso para quien lo forn1Ula:

En fin, el Caballero de la Triste Figura había de ser aquel que había de desfigu­rar las mías.91

Hay que hacer, de todos modos, algunas precisiones. Este nombre de bata­lla (tan repetido que se ha llegado a convertir en la alternativa más natural para referirse a don Quijote) no ha sido usado por Cervantes en los veinticinco prime­ros capítulos de 1615, con la sola excepción del XVII, en cuyas páginas tiene lu­gar su sustitución por el de El Caballero de los úones.92 A partir de ese momen­to, y hasta el cap. XXX, él (o su escudero) se (o lo) presentará siempre con el nuevo nombre, en alguna ocasión, por buenos motivos, acompañado del prece­dente (cfr. los caps. XIX, XXVII, XXIX y XXX).93 ¿Qué ocurre después? Desde el XXXI al LXXIV (como, por otra parte, del I al XVI) el hidalgo se llamará o será llamado sencillamente don Quijote, incluso en aquellas ocasiones en que lo más oportuno (incluso por razones «terapéuticas») habría sido dirigirse a él con su nombre "civ¡],,94 o con el pomposo de combate. ¿Hay alguna explícación para este extraño comportamiento de Cervantes? Yo no encuentro otra más plau­sible que la reacción sistemática a Avellaneda. El cual, privilegiando -como es su derecho- una de las posibilidades ofrecidas en 1605, nos díce en varias oca­siones, a lo largo de 1614, que el hidalgo se llamaba Martín Quijada95 y que, al disponerse a efectuar «tercem salida», vistos los desdenes de Dulcinea, ha deter­minado llamarse El Caballero Desamorado.96

88. Cfr. Gaos, ed. cit., vol. n, p. 382. 89. En 1605 es evidente que e se divierte con el escamoteo, con la oscilación ononlástica, El non1bre

cívj\ de don Quíjote es, en el cap. T, Quijada, según unos; Quesada, según otros, y Quejana. según esotros (pp. 33-34). En el 11. (535) el propio interesado dice descender de Gutierre Quijada. Tan sólo en el último ... de 1615 (p. 1.133) resulta fijado definitivamente en Quijal1o, con la afiadidura del nombre de pila, Alol1so.

90. Pp. 190-191. 91. P.784. 92. P.705. 93. Cfr. las pp. 718, 793, 805 Y 808-812, respectivamente. 94. Así, en el 1 de 1615, cuando cura y barbero lo visitan para comprobar los progresos de la convalect:ncia. 95. Cfr. los cap •. 1 (pp. 1.152, 1.153, 1.155. 1.157), tI (pp. 1.160, 1.162, 1.163), VII (pp. 1.210, 1.211), IX

(p. 1224), XXIV (p. 1.366) Y XXXVI (p. 1.489). 96. Cfr. cap. IV (pp. 1.180, 1.181).

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2.9. Hay andantes I no los hay Maese Pedro ha llamado a don Quijote «resucitador insigne de la ya puesta

en olvido andante caballería". La frase cobra un singular interés si tenemos en cuenta que, al menos en principio, el restaurador de la venerable institu­ción habría podido y aun quizá debido reaccionar, indicando que la buena semilla ha fructificado y que ya no son pocos los caballeros que han seguido su ejemplo. Prueba de ello es la todavía reciente victoria contra el del Bosque o de los Espejos (cap. XIV), por don Quijote considerada auténtica, a pesar de la intervención de los encantadores, que han cambiado las facciones de su contrario en las del bachiller su paisano.97

¿ Qué pensar del silencio, ahora y en otras ocasiones? Por lo menos, que es raro, muy raro.

2.10. La mujer de Sancho Maese Pedro interpreta la respuesta que el mono ha dado a la pregunta

de Sancho:

[ ... ] alégrate, que tu buena mujer Teresa está buena, y ésta es la hora en que ella está rastrillando una libra de lino, y, por más señas, tiene a su lado izquierdo un jarro desbocado que cabe su buen porqué de vino, con que se entretiene en su trabajo.

-Eso creo yo bien -respondió Sancho-; porque es ella una bienaventurada, ya no ser celosa, no la trocara yo por la giganta Andantona, que, según mi señor, fue una mujer muy cabal y muy de pro; y es mi Teresa de aquellas que no se dejan mal pasar, aunque sea a costa de sus herederos.98

Al menos tres cosas conviene notar en el pasaje reproducido: 1) el nom­bre de la mujer de Sancho; 2) la estima que el escudero muestra por ella, aun teniendo en cuenta la dosis de socarronería presente en el elogio, y 3) la reconocida afición al vino de... Teresa.

Inútil andarse ya con rodeos. Si bien es siempre imprescindible procurar justificar cuanto sea posible desde dentro del Quijote cervantino, hay ocasio­nes (y ésta lo es, indiscutiblemente) en que no cabe la menor duda de que la clave está en otro sitio. El lector no puede sorprenderse de que yo apunte, una vez más, a 1614, Por los siguientes motivos:

1) La mujer de Sancho se llama, en 1605, Juana Gutiérrez (cap. VII),99 Mari Gutiérrez (ibíd,)100 y Juana Panza (cap. UI),lOl

[ ... ] no porque fueran parientes, sino porque se usa en la Mancha tomar las mujeres los apellidos de sus maridos.102

97. Cfr. caps. XIV (pp. 682·683) Y XVI (pp. 687·689). 98. P. 774. 99, ,tDe esa n1anera [ ... ] Juana Gutiérrez, n11 oíslo. vendría a ser reina, y mis hijos infantes» (p, 87). 100. «Tengo para mí que, aunque lloviese Dios reinos sobre la tierra, ninguno sentaría bien sobre

la cabeza de Mari Gutíérrez» (ibíd.). lO!. «¿Qué es lo que decís, Sancho, de señorías, ínsulas y vasallos? --respondió Juana Panza, que

así se Ilamaha la mujer de Sancho. (p. 557) 102. P. 557.

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N ueva lectura de El relab/o de Maese Pedro

Todo está claro, clarísimo: el nombre completo es María Juana Gutiénez (de) Panza. Legítimamente, Avellaneda privilegia la solución Mari Gutiénez a lo largo de todo 1614. 103 Pero he aquí que Cervantes, en 1615, cambia el nom­bre en leresa Cascajo (de) Panza. El contraste es evidente y los comentaristas han procurado resolverlo a su modo. No es raro recordar en estas circunstan­cias el brillante ensayo de L. Spitzer sobre "El perspectivismo lingüístico en el Quijote»,l04 donde también se trata de esto, a mi parecer con más ingenio que eficacia persuasiva. lOS Pero ¿no está claro, clarísimo, que se trata de una reacción, en sí no poco cómica (complacidamente cómica) a Avellaneda? Para demostrarlo (por si hiciere falta, a estas alturas), basta buscar los lugares en que aparece lb-esa y no Juana o Mari(aj. Se trata de capítulos fuertemente indiciados de haber sido escritos o reescritos después de que Cervantes tuvo conocimiento de 1614: precisamente el V. el VII, el XXII, el XXV, el XXXVI, el L y el LIXlo6 (los restantes, por ser posteriores a la «revelación», carecen aquí de interés).

2) En 1614 Mari Gutiérrez resulta, en las palabras de su marido, un perso­naje de equívoco comportamiento, por cuanto se refiere a lo sexuaLI07 El San­cho de 1615, por el contrario, niega resueltamente la «facílidad» de su mujer (cfr. cap. XII), se queja de algo que en el fondo es prueba de amor (los celos) y hasta entona una curiosa alabanza de Teresa.

3) La Mari Gutiérrez de 1614 muestra una clara afición al vino. También la de 1615. Todo se explica pensando que Cervantes, ante todo interesado en contradecir a su rival, se ha propuesto al mismo tiempo "imitar» de broma alguna de sus fórmulas (estamos ante el juego del «te conozco» y del «no te conozco»). Nada nos extraña, pues, que en el cap. XII de 1614, Sancho diga de su mujer:

Sólo tiene que en llegando a su poder dos o tres cuartos, luego los deposita en casa de Juan Pérez, tabernero de mi lugar, para llevalIos después de agua de cepas en un jarro grande que tenemos, desbocado de puro boquearle ella con la boca. 108

2.11. Don Quijote y Sancho indemnizan a Maese Pedro y pagan al ventero Destrozado el retablo, don Quijote no tarda en encontrar una justificación

para su gesto trata, como siempre, de una inesperada intervención de los

103. CfL, p. ej., los caps. Il (p. 1.170), III (p. 1.177), VIII (p. 1.217), XIII (p, 1.267), XIV (p. 1.271), XXI (p. 1.338), XXV (pp. 1.377, 1.386), XXVI (pp. 1.395, 1.396), XXXIII (p. 1.455), XXXIV (p. 1.463), XXXV (pp. 1.472, 1.473, 1.476, 1.477,1.479).

104. Cfr. LingiUstica e historia literaria, Madrid, Gredos, 1961 2, pp. 135-187. 105. Cfr. p. 140, 106. Cfr, las pp. 611-617, 625 Y 627, 744, 860·862, 957-958 Y 1.032, respectivamente_ 107. «y mi mujer que se los busque [los reales, el dinerol, pues tiene tan buenos cuartos» (cap. VII,

p. 1.212); "Mi mujer se llama María Gutiérrez, tan buena y honrada que puede, con su persona, dar satisfacción a toda una comunidad" (VII, 1.217). Por no hablar (porque, de hecho, se trata de «otra cosa") de cuanto Sancho dice a propósito las consecuencias familiares dd amenazado {.;retajamiento» o circuncisión en el cap_ XXVI.

108, P. 1.251. Ya Clemendn (nota 20) indica el parecido con IM5.

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encantadores, pero ahora expresada en términos de gran eficacia) y ... en acep­tar las consecuencias que puedan derivarse del mismo:

[ ... ] deste mi yerro, aunque no ha procedido de malicia, quiero yo mismo con­denarme en costas; vea maese Pedro lo que quiere por las figuras deshechas, que yo me ofrezco a pagárselo luego, en buena y corriente moneda castellana. 109

La operación se lleva a cabo y el hidalgo paga, por mano de Sancho, «cua­renta y tres reales y tres cuartillos», «más dos reales por el trabajo de tomar el mono». No sólo:

La borrasca del retablo se acabó y todos cenaron en paz y en buena compa­ñía, a costa de don Quijote, que era liberal en todo estremo. 110

Tanto, que el ventero, bien consciente de las locuras que ha visto, no sabe si admirarse más de éstas o de la generosidad de su huésped. Y, de nuevo por mano de Sancho, recibe una muy buena paga por lo consumido, antes de que amo y escudero partan camino de Zaragoza.

¿Ha reparado el lector en que ésta es la primera vez que los protagonis­tas del Quijote desembolsan algo, si se hace excepción del precio del jarro de vino bebido por Sancho tras el «manteamiento», el real de a cuatro dado al viejo alcahuete condenado a galeras, lo gastado en los malditos requesones y los dos escudos de oro dados en recompensa al leonero? 11

I En 1605, el hi­dalgo no paga nunca en las ventas, a pesar de que el socarrón huésped que lo arma caballero le aconseje no se olvide de cosa tan principal como el dine­ro: 1I2 otros lo hacen por él (don Fernando, por ejemplo,1I3 o, antes, el pobre Sancho «por vía de manteamiento»).1I4 Y lo mismo cabe decir de las indem­nizaciones por los daños causados: amo y escudero responden, sí acaso, con las espaldas, las costillas y cualquier parte del cuerpo donde se pueda recibir un palo y aun con la boca, cuando se trata de «peladillas de arroyo». En 1615 se nos dice algo en torno a las provisiones hechas antes de efectuar la «tercera salida»,116 pero la verdad es que don Diego de Miranda y Basilio se encargan de evitar complicaciones. m Sólo ahora, precisamente ahora, se in­demniza y se paga. Por primera pero no por última vez. Como parece natural, porque don Quijote ya no ve castillos en lo que son sólo ventas y ... yo pienso que también porque en 1614 el dinero es una cosa «visible», necesaria como

109. P. 785. 110. P. 787. 111. En 1605, caps. XVII (p. 172) Y XXII (p. 225); en 1615, XVII (p. 696-697) Y XVIII (p. 704). 112. Cap. IJI (p. 50). Y. de hecho, don Quijote "reúne" dinero antes de la «segunda salida" (cap. VII,

p. 85). Sólo que ... no lo usa. lB. Cap. XLVI (p. 502). 114. Y de "pérdida de alforjas,,: cap. XVII (pp. 17(}.172). 115. En efecto, afirma Sansón Carrasco en 1615 (cap. lII. p. 599), «dicen algunos que han leido la

historia que se holgaran se les hubiera olvidado a los autores della algunos de los infinitos palos que en diferentes momentos dieron al señor don QuijoteN. Y bien sabemos que pocos menos (palos o «almen­drazos,,) tocan a Sancho.

116. Cap. VII (p. 529). En realidad, muy poco: una sola frase que a nada compromete. Aunque en este caso cabe pensar en el deseo cervantino de no repeti rse.

117. En los caps. XVIII y XXIII, respectivamente.

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Nueva lectura de El relablo de Maese Pedro

el comer. Tan necesaria, que Cervantes la asume, a pesar de venir de quien viene.

2.12. El robo del ruGÍo Cuando, en el cap. IJI de 1615, Sansón Carrasco ilustra a don Quijote la

enorme difusión y excelente acogida hecha por el público a la historia de 1605, no olvida decir que ...

[ ... ] algunos han puesto falta y dolo en la memoria del autor, pues se le olvida de contar quien fue el ladrón que hurtó el rucio a Sancho, que allí no se declara, y sólo se infiere de lo escrito que se le hurtaron. y de allí a" poco le vemos a caballo sobre el mesmo jum~nto, sin haber parecido. También dicen que se olvidó poner lo que Sancho hizo de los cien escudos que halló en la maleta en Sierra Morena [ ... ]. 118

Sabido es que Sancho retrasa la respuesta, pues en este momento tiene absoluta necesidad de irse a su casa a comer y tal vez a organizar sus expli­caciones. Que resultan dadas poco más tarde de manera sólo cómicamente «exhaustiva». A fin de cuentas. lo que nos dice es que una noche, estando dormido subido en el asno, alguien tuvo lugar para ...

[ ... ] llegar y suspenderme sobre cuatro 'estacas, que puso a los cuatro lados de la albarda, de manera que me dejó a caballo della, y me sacó debajo de mí al rucio, sin que yo lo sintiese.

-Eso es cosa fácil, y no acontecimiento nuevo; que lo mesmo sucedió a Sa­cripante cuando, estando en el cerco de Albraca, con esa misma invención le sacó el caballo de entre las piernas aquel famoso ladrón de Brunelo.

-Amaneció -prosiguió Sancho- y apenas me hube estremecido, cuando, faltando las estacas, di conmigo en el suelo una gran caída; miré por el jumen· too y no le vi; acudierónme las lágrimas a los ojos. y hice una lamentación. que si no la puso el autor de nuestra historia, puede hacer cuenta que no puso cosa buena. Al cabo de no sé cuántos días. viniendo con la señora princesa Micomicona, conocí mi asno, y que venía sobre él en hábito de gitano Ginés de Pasamonte. aquel embustero grandísimo maleador que quitamos mi señor y yo de la cadena.

-No está en eso el yerro -replicó Sansón-, sino en que antes de ha· ber parecido el jumento, dice el autor que iba a caballo Sancho en el mesmo rucio.

-A eso -respondió Sancho- no sé qué responder. sino que el historiador se engañó, o ya sería descuido del impresor. 119

La cita ha sido larga, pero imprescindible. Quedan suficientemente claras, por su medio, cosas que reaparecerán (y, a primera vista, no se sabe bien por qué) al comienzo del cap. XXVII de 1615.120 Por ejemplo, el «modelo culto» del

118. P. 604. 119. Pp. 605-606. 120. «Pero, en resolución, Gines le hurtó estando sobre él durmiendo Sancho Panza, usando de la

traza y modo que usó Brunelo, cuando, estando Sacripante sobre Albraca. le sacó el caballo de entre las piernas. y después le cobró Sancho como se ha contado" (p. 788).

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Carlos Romero

robo, en sí punto menos que inverosímil, como que se trata de Boiardo y de Ariosto. 121 Aunque no sólo, pues también ocurre, una vez más nimbado de humor, en la Tragedia del rey don Sebastián, escrita por Lope de Vega, con mucha probabilidad en 1593.122

Ni se olvide la ,<lamentación» o «planto» de Sancho por el burro, presen­te, como se sabe, en la 2.a edición del Quijote por Juan de la Cuesta, el mismo 1605123, y puntualmente imitado en 1614 por Avellaneda. 124 El cual, fiel a su costumbre de tomar por definitivas las primeras informaciones suministradas por Cervantes (es decir, la inesperada desaparición del rucio, antes de los arre­glos de la 2.a ed. madrileña, con los no muy convincentes detalles acerca de la recuperación)12' decide aceptar en su continuación la pérdida, pero tam­bién dar por definitivamente desaparecido al pobre rucio. De este modo, cuando su don Quijote decide hacer «tercera salida», no deja de prometer a Sancho la compra de un nuevo asno, «mejor que el anterior».126

y cumple dignamente la palabra. m A Cervantes debió de molestarle este comportamiento de su rival y, fiel él también a su tendencia a desautorizarlo ape­nas tiene ocasión, coloca en los primeros capítulos de su «verdadera historia» todo lo arriba copiado, como si se tratase de un elemento de primaria importancia.

¿Lo es de veras? En cierto modo, sÍ. Error del impresor o error del propio Cervantes, el hecho es que cualquier lector lo notaría, como lo notó -y puso de relieve- su rival. Por eso Cervantes se decide a remachar lo ya dicho, repitiendo las mismas cosas del cap. IV en el XXVII. (Si es que no resulta más correcto de­cir: «repitiendo en el cap. IV las cosas ya explicadas en el XXVII".) Sí: Ginés de Pasamonte tenia que volver a aparecer en 1615, para dejar resuelto -relativa­mente resuelto- el enojoso asunto del asno. Que Cervantes, con la acostumbrada malicia, sitúa dentro de otra aventura jumentil: la famosa "del rebuzno».128

2.13. ¿Estamos ya en Aragón? El reto a los zamoranos El ventero explica en el cap. XXV que Maese Pedro "ha muchos días que

anda por esta Mancha de Aragón».129 Ahora, el narrador nos dice que Ginés,

121. Precisamente en el Orlando Furioso, canto XXVII. ocL 84, como bien recuerda Clemencín (nota 3 al cap. IV de 1615).

122. Fue impresa en la On~ena Parle de las comedias de Lope (Madrid, Vda. de A. Martín, 1618). Hay reedición en la BAE, núm. CCXXV (Madrid, Atlas, 1965, pp. 121-182 (cfr. pp. 156-157).

123. Cap. XXlII (pp, 233-234), 124. Cap. VII (p, 1.204). 125. Cap. XXX (p. 334). 126. Cap. XXX (p. 1.170). Incluso en la 2.a ed. de Juan de la Cuesta (1605) sigue habiendo alguna que

otra vistosa incoherencia, puntualmente registrada por Hartzenbusch (Las 1633 notas ... , Barcelona, N. Ramí­rez, 1874, núms. 384, 385, 391, 394, 423, 425, 438, 440, 459, 573), quien no deja de recordar que más de una fue enmendada en la del mismo J. de la Cuesta de 1608. Cfr, cap. XXIII (ed. Riquer, p. 240), XXV (p. 260), XXX (p, 330). Acerca de esta importante cuestión, cfr. también V. Gaos, «El robo del rucio» (ed. cit., vol. IlI, pp. 218-227), T.A. Lathrop, «Por C. no incluyó el robo del rucio» (ACer, XXII [1984], pp. 207-212) Y J,B. Avalle-Arce, resena a la ed. Gaos (Ínsula, núm. 494, enero de 1988, pp. 3b-4a),

127, Cap. III (p. 1.179). 128. Hábilmente imbricada con la fábula en los caps. XXIV (p, 764), XXV (pp. 769-772) y XXVII

(pp. 790-795). 129. P 772.

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[ ... ] temeroso de no ser hallado de la justicia, que le buscaba para castigarle de sus infinitas bellaquerías y delitos, que fueron tantos y tales que él mismo compuso un gran volumen contándolos, determinó pasarse al reino de Aragón. l3D

Por supuesto, los «muchos días» del ventero pueden ser una simple hi-pérbole (de todos modos, no muy verosímil), y Ginés, trasmutado en Maese Pedro, ha podido pasarse inicialmente al reino de Aragón y luego volver al de Castilla. Sin embargo, la sospecha de que las cuentas (en este caso, las leguas) «no salen» se acentúa en el lector, quien tiene la clara sen­sación de que Cervantes le está preparando un escamoteo topográfico en toda regla.

Esperando el momento (ya no lejano) en que las cosas se aclaren de al­gún modo, no estará de más recordar que, en el sensatísimo discurso de don Quijote a los belicosos habitantes del «pueblo del rebuzno» (tan eficáz que está a punto de disuadirlos de la inutilidad de la acción contra sus ofensores) el caballero recuerda el "demasiado» reto de Diego Ordónez de Lara a todos los zamoranos, después de la ingloriosa muerte del rey don Sancho a manos de Bellido Dolfos.131 Muy oportunamente, desde luego. Pero también -y es curioso- en coincidencia con un pasaje de 1614 (cap. VI), en que don Quijote «el malo», completamente loco, sin el menor atisbo de razón (es decir, en una situación polarmente contraria a la protagonizada por «el bueno»), habiendo sido golpeado por el guardián de un melonar, em­pieza a recitar el romance

Rey don Sancho, rey don Sancho, no dirás que /'lO te aviso, que del cerco de Zamora U/'l traidor había salido.

Identificado poco después con el propio rey víctima de la traición, ins­ta a su escudero para que suba a caballo, llamándose precisamente don Diego Ordóñez de Lara,

[ ... ] y que vayas a Zamora, y en llegando junto a las murallas, verás entre dos almenas al buen viejo Arias González, ante quien retarás a toda la ciudad, torres, cimientos, almenas, hombres, niños y mujeres, el pan que comen y las aguas que beben, con todos los demás retos que el hijo de don Bermudo retó a dicha ciudad [ ... ].132

No cabe mayor contraste. Ni más evidente victoria que la de Cervantes, en su imitación conseientemente meliorativa.

2.14. La alimentación de Sancho Ya en el cap. XXVIII, el escudero está dispuesto a volverse a su casa,

130. P. 789. 131. P. 792. 132. P. 1.204.

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[ ... ] y a mi mujer y a mis hijos, y sustentarlos con lo que Dios fuere servido de darme, y no andarme tras vuesa merced por caminos sin camino y por sendas y carreras que no las tienen, bebiendo mal y comiendo peor [ ... ].133

Pasemos aquí por alto el motivo de los «hijos de Sancho", en sí no falto de interés, para limitarnos a recordar que, en 1605, la alimentación de amo y criado es normalmente parca y en ocasiones objetivamente escasa. 1.0 mis­mo ocurre en 1615, si se exceptúan los días de explícita abundancia. 134 Por el contrario, el Sancho de 1614 pasa de un hartazgo a otro y, lo que es peor. da abundantes muestras de glotonería sucia, repugnante. m Que no dejará de ser comentada, con consiguiente elogio para el cervantino, en 1615. 136 ¿Y an­tes? Sancho (sobre todo el de los capítulos «indiciados») se comporta con es­pecial limpieza y no cabe duda de que, siquiera sea por fuerza. suele comer poco y mal. 137 Así ocurre en la presente página, que todo hace pensar fue escrita o siquiera retocada muy. a última hora.

2.15. El salario de Sancho Las quejas del escudero no caen en saco roto. Don Quijote está dispuesto

a despedirlo, tras haberle abonado cuanto le debe. No nos detendremos en la divertidísima escena de los cálculos panzescos, con sus absurdas hipérbo­les cronológicas. Más importa detenerse en el salario pactado.

Sancho sale en 1605 «a merced". sin salario conocido, con la sola espe­ranza de un condado o una ínsula. 138 La ocasión de obtenerla no se presen­ta, pero el escudero, al volver a casa acompañando a su señor «encantado». no se siente, ni mucho menos, un frustrddo: la bolsa con más de cien escudos de oro encontrada en la maleta de Cardenio139 constituye un premio sin duda extraordinario para un hombre de su rango. 140

Las cosas cambian por completo en 1614. Donde. aparte no explicarse (como se ha visto) el robo del rucio, Sancho no dedica una sola palabra a los cien escudos (objeto, en cambio, de una "famosa explicación» en 1615).141 Para de-

133. Pp. 786-787. 134. Puntualmente recordados por Sancho en las pp. 787-788. 135. Cfr., p. ej., cap. n (pp. 1.164 Y 1.169). IV (p. 1.187), X (p. 1.231) Y XII (p. 1.240-1.242). 136. Tanto en el cap. LIX (p. 1.033) por don Jerónimo, como en el LXII (p. 1.054), por don Antonio

Moreno. 137. Para lo relativo al comer cfr. p. ej., caps. XIII (pp. 672-673), XVIII (p. 716), XXVIII (pp. 798-799),

LIX (p. 1.027). Acerca de la limpieza, ahora limitada al «aseo personal», me limitaré a recordar que el cap. XXIX (que todo hace pensar pertenece al Ur-Quijote de 1615, con algún que otro retoque posterior: como, en lo relativo a la comida, el XX, del Ur-Quijote. sin la menor duda) es el único de la segunda parte auténtica en que el escudero se nos presenta menos que «ejemplar». aunque todo se pueda expli­car, por supuesto (cfr. Gaos, ed. cit., vol. n. pp. 432.-433.)

138. Cap. VII (p. 85). 139. Cap. XXIII (p. 235). 140. Como se verá dentro de un momento. los cien escudos (y parece que son más) equivalen a mu­

chas mensualidades de mozos trabajadores agrícolas. como Sancho: entre un máximo de tal vez cien y un mínimo de siquiera cu.arenta o cincuenta. Recuérdese. adeTnás, que don Quijote alude en dos ocasio­nes a una «mancha»en su testamento con que satisfacer los haberes devengados por Sancho: cfr. cap. XX (p. 203) Y XLVI (pp. 508-509).

141. Cfr_ cap. IV (p. 606). Diré, de paso, que Sancho no se olvida en 1605 de dar alguna noticia acerca de los cien escudos de Sierra Morena. En el cap. DI (p. 556), su mujer le pregunta: «-¿Oué habéis

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cidirlo a salir por vez tercera a campaña, don Quijote tendrá que ofrecede un salario, que, en determinada altura del libro, sabemos consiste en nueve reales mensuales.142

¿Qué ocurre en 1615? Sancho, soliviantado por Teresa, se presenta en casa de su amo, en el cap. VII, dispuesto a recabar -también él- un sueldo fijo. Don Quijote se niega resueltamente a aceptar estas nuevas condiciones. Al po­bre Sancho se le caen "las alas del corazón», y más aún cuando Sansón Ca­rrasco, recién llegado a visitar al hidalgo, se declara teatralmente dispuesto a acompañarlo como escudero. En resolución, Sancho Se resignará, velis no­Zis, y aceptará salir, una vez más, «a merced".143

De salario no se habla de nuevo hasta este momento. Significativamente, San­cho saca ahora a relucir, como punto de referencia para el cálculo de los habe­res devengados. lo que recibía de su antiguo amo, Bartolomé Carrasco, padre del Bachiller. El cual le pagaba nada menos que dos ducados. amén de la comida. ¿Miente Sancho o dice verdad? Ambas cosas son posibles, dado su reconocido gustillo por el dinero. pero se diría que Cervantes, en esta ocasión. lo que preten­de es indicar la ventaja económica de su escudero en relación con el de Avella­neda. Ventaja -hay que insistir en ello- vistosa, clamorosa. Ni todo se reduce a esto, porque ahora don Quijote está dispuesto a conceder a su criado otros dos reales por mes, más otros seis "a cuenta de la ínsula no lograda». Es decir, trein­ta reales por mes, frente a los nueve de 1614.144

2.16. El Ebro

Por sus pasos contados y por contar, dos días después que salieron de la alame· da, llegaron don Qujiote y Sancho Panza al río Ebro. 145

Es decir, cinco días después de salir de la venta y seis -apenas seis- des­pués de la aventura de la cueva de Montesinos. Poco. poquísimo -ya se ha dicho­para recorrer la distancia entre Osa de Montiel y ... el lugar que sea, pero a ori­llas del Ebro.146

sacado de vuestras escudenas? ¿Qué saboyana me traéis a mí? ¿Qué zapaticos a vuestros hijos? -1\0 traigo nada de eso --dijo Sancho-, mujer mía, aunque traigo otras cosas de rnás nl0mento y conside­ración)),

142. Cfr. cap. XXXIII (p. 1.455). Eso sí, con el no desdeñable añadido, para la época, "de comer y unos zapatos nuevos cada año». Se comprende que Sancho acepte, engolosinadn, la propuesta del «Archipámpa­no de las Indias.,: «cada mes un vestido y un par de zapatos, y juntamente un ducado de salario .. (ibíd.).

143. Pp. 627-629. 144. COlnputo. como es natural. cada escu.do (la lnoneda -auténtica, corriente y sonante-· en las dos

partes de la obra de C) como diez reales y cada ducado (moneda, por el contrario, ya sólo "de cuenta", que es la preferida de A.) como once reales.

145. p. 800. 146. Dejando de lado el art. de G. Gitlitz "La ruta alegórica del segundo Q ... (Rornmúsche Forsch""ge",

LXXXIV [197?], pp. 108·117), que promete muchn más de lo realmente ofrecido, cfr. J. Terrero, "Itinerario del Q. de A. y su influencia en el cervantino» (ACer, II [1952], pp. 161-191), y, sobre todo. del mismo autor, «Las rutas de las tres salidas de don Quijote de la Mancha» (ibid., VIII (1959-1960J, pp. 149, esp. 34·39). Sen· cillamente absurda me parece la explicación de J. Serrano Vicens (Ruta y patria de D011 Quijo/e, Zaragoza, 19722

, p, 77): "El autor no dice jamás que [el hidalgo) estuvÍcra en la cueva de Montesinos, sino, solamente, que don Quijote mostró deseos de visitarla y creyó estar en ella, lo que es diferente». El famoso "primo», socarronamente, lo habría engañadn, y así se explica la rápida llegada al Ebro.

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Con toda evidencia, Cervantes tiene prisa, mucha prisa. El salto es tan gran­de que sólo se justifica pensando en la necesidad de poner a nuestros héroes en contacto, lo más pronto posible, después de todo lo ocurrido, con los duques. A quienes amo y escudero encuentran después de la «aventura del barco encan­tado», que, si bien se observa, muy bien podría haber formado parte del Ur-Quijote de 1615, aunque más tarde debió de ser retocado -o, mejor, «integrado» con al­gún oportuno añadido. A pensar así me induce la presencia en este cap. XXIX, por un lado, de cierta «sal gorda» registrada en no pocas páginas de 1605 (y, por supuesto, en todo 1614), pero rara en 1615,147 y, por otro, la sensata indemniza­ción ofrecida por don Quijote a los pescadores por la destrucción de la pobre barquilla. Exactamente igual que en XXVI, por la del retablo. 148

3

El retablo ... Concluida la ilustración de los variados motivos que a mi pare­cer legitiman la tesis de que los caps. XXIV-XXVIII han sido interpolados o en­cuñados muy tardíamente en lo que hoy nos parece la «secuencia natural» de 1615, me detendré a examinar los mecanismos alusivos (por «cita» o <<imitación meliorativa», por «antífrasis» e incluso por «ostentado silencio») a Lope de Vega y a Avellaneda (sea éste quien fuere) constatables, precisamente, en el «retablo de la libertad de Melisendra».

3.1 El retablo de las sesenta mil novedades El ventero afirma, en la primera alusión a Maese Pedro, que el retablo por

él mostrado es ...

[ ... ] una de las mejores y más bien representadas historias que de mucho tiempo a esta parte en este reino se han vistO. 149

El propio titerero, tras el «reconocimiento» de don Quijote y Sancho, que lo induce a ofrecer a todos los presentes un espectáculo gratis, curiosamente a renglón seguido, antes de cenar, no bien el artilugio ha sido montado en un lu­gar que no queda bien claro (¿al aire libre? ¿dentro de la venta?) es ahora el en­cargado de exaltar «su productO».150 Don Quijote, en efecto, invita a "in> a verlo,

[ ... ] que para mí tengo que debe de tener alguna novedad. -¿Cómo alguna? -respondió Maese Pedro-. Sesenta mil encierra en sí este

retablo; dígole a vuesa merced, sei'ior don Quijote, que es una de las cosas más de ver que hoy tiene el mundo, y operibus credile, el 11011 verbis, y manos a labor, que se hace tarde y tenemos mucho que hacer y que decir y que mostrar. 1St

147. A base de groseras y ya casi intolerables «prevaricacíones lingüísticas» de Sancho. Más otras co-sas, como los (a pesar de todo, inolvídables) algos del escudero (pp. 802-804).

148. Pp. 806-807. 149. P_ 772. 150. En 1614, el ensayo de TV (cap. XXVII, pp. 1.401-1.402) tiene lugar precisamente después de cenar, y

al aire libre, puesto que la acción de la novela, como la de 1605 y la de 1615. trallscurre en pleno verano. 151. P. 777.

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,,",ueva lectura de El retablo de Maese Pedro

Todo hace pensar que el hidalgo conoce de antemano, como casi todos los presentes, la historia ilustrada en el escenario de los títeres. Convendrá tener bien presente esta pre·noción general, que a mi parecer funciona desde el comienzo hasta la conclusión del espectáculo, y en términos no muy leja­nos a los del distanciamiento activo, crítico, propuesto por Brecht.

Maese Pedro se mete dentro del teatrillo,152 y, a su lado, fuera, queda un muchacho, su criado,

[ ... ] para servir de intérprete y declarador de los misterios del tal retablo; te­nía una varilla en la mano, con que señalaba las figuras que salían.153

Como siempre, en tales casos (aquí bastará citar El retablo de las maravi­llas, del propio Cervantes), pero ... no será malo recordar que en el cap. XXVI de 1614 el objeto que pone en marcha la fantasía transfiguradora de don Qui­jote, al entrar en una venta próxima a Alcalá de Henares, donde unos cómicos ensayan, es precisamente la varilla que tiene en la mano el «autor» o jefe de la compañía. 154

3.2. Una historia «verdadera»

Callaron todos, tirios y troyanos ... cuando se oyeron sonar en el retablo canti­dad de atabales y trompetas y disparar mucha artillería, cuyo rumor pasó en tiempo leve, y luego alzó la voz el muchacho, y dijo:

-Esta verdadera historia que aquí a vuesas mercedes se representa está sa­cada al pie de la letra de las corónicas francesas y de los romances españoles que andan en boca de las gentes, y de los muchachos, por esas calles. Trata de la libertad que dio el señor don Gaiferos a su esposa Mellsendra, que estaba cau­tiva en España, en poder de moros [ ... ].155

Quede por ahora sin comentario el silencio de don Quijote a propósito de la artillería usada en una acción situada a finales del siglo VII. 156 Más in-

152. Acerca del mísmo. cfr. Va rey. HiSloria .... pp. 232-237, donde se declara la imposibílidad de deci· dir en torno a no pocas de las características del o1islll0 (¿ se trata de n1uñecos de mano ---{) dé guante­o. por el contrario, de auténticas «marionetas)) que cuelgan de un hiJo o de un hierro?). Todo sUlnado y ponderado, C. parece haber mezclado elementos de un «pequeño retablo» de muñecos pequeños ~de filano o de guante-, sacados de la realidad, con otros enteramente inventados. No me acaba de conven­cer la idea. cara tanto a Díaz·Plaja (ob. cil .. pp. 1.237-1.239) como a Riquer (ed. cit .. p. 778) de una relación estrecha entre el teatrillo de maese Pedro y los pupi sicilianos, que son mucho mayores y, sobre todo. parece que mucho más modernos. En este sentido. cfr. E. Li Gotti, II teatro de; pupi. Florencia. Sansoni, 1957, pp. 27-36. y Enciclopedia del/o Spetlacolo. dirigida por S. d'Amico. FlorenciaiRoma, Sansoni, 1954·1962, ad voc. pupi.

153. p. 777·778. 154. Se trata de algo ocurrido con anterioridad al ensayo de TE Don Quijote llega, con Sancho.

Bárbara y dos estudiantes a la venta cuando los córnicos están ensayando una imprecisada (cap. XXVI). Don Quijote dice: "[ ... ] ¿no ves entre aquellos soldados que en la puerta castillo están haciendo centinela. un hombre alto y moreno de cara, con una varilla en la mano derecha y en la izo quierda un libro? Pues ése es mí mortal enemigo L .. )" (p. 1.389). Y, poco más adelante: «[ ... ] otra vez afirmo aquel grande es el dicho encantador mí contrario, que con aquella vara que tiene en la una mano, dos cercos. figuras y caracteres en la invocación de los demonios. y con aquel libro que tiene en la otra los conjura [ ... )" (p. 1.390).

155. Cap. XXVI (pp. 778-779). 156. En realidad, se trata de una salva (convencionab>, todavía en el 11131'(;0 del espectáculo, que

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teresa poner de relieve que lo de verdadera historia no pasa de ser una ironía, sobre todo si se tiene en cuenta las fuentes que la autorizan: unas «crónicas francesas» que no hablan, por supuesto, de tal liberación157 y unos roman­ces popularísimos, sin duda, cuya «fiabilidad», en términos, precisamente, de verdad histórica (luego veremos si también poética) es legítimo medir con las palabras del narrador en el cap. V de 1605, donde nos cuenta que la locura «trujO» a la memoria de don Quijote aquel romance ....

[ ... ] de Valdovinos y del Marqués de Mantua, cuando Carloto le dejó herido en la montiña, historia sabida de los niños, no ignorada de los mozos, celebrada y aun creída de los viejos, y, con todo esto, no más verdadera que los milagros de Mahoma. 158

Como en el caso de la historia del propio don Quijote, ésta de Gaiferos y Melisendra es, ante todo, una story que las convenciones literarias de la épo­ca (válidas tanto para la novela como para el teatro) prefieren tratar, en oca­siones, como history. Todos lo saben, todos recuerdan los rasgos generales del relato, todos están preparados a asentir o disentir, siquiera sea en silencio -con la clamorosa excepción de don Quijote, quien manifestará, de varios modos, en varios registros, sus sucesivas reacciones ante lo que tiene ante los ojos y lo que penetra en sus oídos.

3.3. Sansueña/Zaragoza

[ ... ] en la ciudad de Sansueña, que así se llamaba entonces la que hoy se lla­ma Zaragoza. 159

Ya Clemencín hace notar que nunca había encontrado en sus lecturas (in­numerables) un solo caso de identidad entre San sueña y la capital aJ(lgone­sa. 160 Los sucesivos comentaristas guardan al respecto un silencio sin duda digno de mejor causa. Menéndez Pidal se refiere a la misma al menos en «La Chanson des Saisnes en España,,161 y en el Romancero hispárzico. 162 En am-

el espectador o el lector crítico pueden disculpar de algún modo. Y más don Quijote, quien aun poseyen­do una discreta cultura, cree en la realidad de lodo lo contado en los libros de caballerías, donde la artillería no es desconocida, a pesar del violento anacronismo (dr. Clemencín, nota 3 al cap. XXVI). Nada nos dirá C. -y no deja de ser curioso- de las reacciones del (, primo)) al espectáculo ... y a las reacciones del hidalgo.

157. Menéndez Pidal, en su estudio sobre los romances de Gaiferos (Rorn Hisp., pp_ 286-300) no cita, porque no las hay, ninguna crónica que hable de este asunto, privativo de la juglaría ibérica de tema carolingio. De Waí/arilis O Caí/anus, base histórica del héroe romanceri!. queda constancia en Einhard, Víta Caroli Magni, cap. 5, ° en el Pseudo TUrpín, Chrunica, cap. 31: Acerca de su transformación, de inicial enemigo de Pípino en colaborador y paladín presente en la corte de Carlo Magno. efr. p. ej., M. Menéndez Pelayo, Antología de poetas líricos castellanos [=APLCj, vol. VlI (en Obras completas, vol. XXIII, Santander-Madrid, CSIC, 1945), pp. 273-181, Y G. Di Stefano, "Gaiferos o los avatares de un héroe», en Estudios románicos dedicados al Pro/. Andrés Soria Ortega, voL I, Granada, 1985, pp. 301-311.

158. Pp. 63-64. 159. Pp. 779. 160. Cfr. nota 4 al cap. en cuestión. 161. Publicado inicialmente en los ¡'vIélang('s Mario Roques (1951, pp. 229-244), luego recogido en el

vol. Los godos la epopeya española, Madrid, Espasa-Calpe, 1956, pp. 205-207 (Austral, núm. 1.275). 162. Pp.

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Kueva IectUr'd de El relablu de Maese Pedro

bas ocasiones la acepta, basándose tan sólo en el testimonio de Cervan­tes,l63 Los restantes comentaristas insisten en el silencio o aceptan (¿acrítica­mente?) la opinión de Menéndez PidaLI64 En realidad, si no me equivoco, el único estudioso que no duda en declararse contrario a la susodicha opinión es D. Eisen­berg, quien, sin embargo, no presenta ninguna alternativa. lbS Por supuesto, las hay, aunque, a fin de cuentas, lo que aquí importa es afirmar, con toda claridad, que Sansueña no debe de haber sido nunca igual a Zaragoza para Cervantes,l66 Eso lo afirma Maese Pedro -y Cervantes parece querer decirnos que se equivo­ca, por ignorancia o, tal vez, por malicia, No sólo. Tras aludir a la poca atendibi­lidad del titerero, cuyo retablo es en realidad una suma de disparates, de atenta­dos contra la verdad, histórica y hasta poética, Cervantes podría estar aludiendo también a Lope de Vega y a la falsedad de la localización de ciertos cuadros de TV, al parecer situados en Zaragoza, en lugar de Nájera, sede de la corte de San­cho el Mayor de Navarra, según todas las crónicas a disposición del lector.167

3.4. Las "tablas» de don Gaiteros

[ ... ] y vean vuestras mercedes allí cómo está jugando a las tablas don Gaiferos, según aquello que se canta:

Jugando está a las tablas don Gaí/eros, que ya de Melisendra está olvidado.168

Es sabido que los versos citados por el muchacho forman parte de unas octa­vas registradas por primera vez, que se sepa, en el Cancionero de Amberes, 1573. 169

163. Y, en "La Chanson ... » (p. 206. nota 27), también en el del Duque de Rivas, que la asume en uno de sus «romances histól'icos}l. Pero es evidente que su autor-idad es nula en el presente caso.

164. Así hacen, p. ej., L.A. Murillo. en su ed. del Q. (Madrid, Castalia. 19875) y Avalle-Arce en la suya. 165. Cfr. ",[he Romance as Seen by c.» (El CYOlalón, 1 [1984]. pp. 188·189). 166. He escrito nunca y, mientras no se dernuestre to contrario, mantengu mí upinión, al menos

por lo que Se refiere a la literatura española. Resumiendo en pocas líneas los resultados de una larga pesquisa, diré ahora que Sansueña ha sido idemificado en la Península Ibérica como: 1. Un vago lugar "entre Castilla y el Sur de Francia» (cfr. Menéndez Pidal, "La Chanson ... " pp. 203·207). 2. Una aldea cerca de Pamplona, bañada por el Asta. Cfr. B. de Balbuena, El Bernardo, Iib. V, octs. 198·200 (en la ed. de C. Rosell, en BAE, vol. XVII, pp. 196·197). 3. Córdoba. Rec el conocidísimo romance «Desde Sansueña a París ... » (fechable en 1588 c.) en que Góngora se burla del caballero de su ciudad que se empeñaba en tal identificación. Cfr. Menéndez Pelayo. ALPe, vol. VII, p. 280, nota. 4. Salamanca. Cfr. T. de Iríarte, «El apretón», en Poesías (BAE, vol. LXIII, ed. de L Cueto, Marqués de VaJma!; p. 43 b). 5. Toledo. Cfr. Clemencín, nota 23 al cap. LV de 161.5 y /8.57. Es curioso que ni E de Pisa ni S. Ramón Parro, en sus respectivas guías de la ciudad (1605 y 1857) hagan la menor alusión a la especie. 6. Sevílla. Al menos en las versiones catalanas del romance de la liberación de Melisendra. Cfr. M. Mili! i Fontanals, Roman· eer catalá. Barcelona. Eds. 62, 1980, pp. 132-133 (col. MOLC, núm. 47). Pero la cuestión merece una nota aparte. que espem publicar dentro de poco.

167. Digo podn'a porque las eds. antiguas, en la sobriedad de sus acotaciones, ofrecen pocos aside· l'OS a tal localización, que sólo resulta inequívoca (o quizá inequívocamente equivocada, .. ) en las muchas añadidas por Hartzenbusch en su cit. ed. de la BAE (sería suficiente la preliminar: "La acción pasa en Zaragoza, en un castillo y en sus cercanías»). Acerca de la lección de las crónicas, cfr. Menéndez Pelayo, Estudios sobre e/leatro de Lope de Vega [=ETLII], vol. III (en Obras completas, vol. XXXI, 1949), pp. 342·348. y Menéndez Pidal, «Relatos poéticos en las crónicas medievales» IRFE, X [1925], pp. 329-335). Sin olvidar el drama de Zorrilla El caballo del rey d011 Sal1cho (1843).

168. P. 779. 169. Cfr. Rodriguez Marin, ed. cit., vol. V, p. 235.

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Carlos Ronlero

Menos conocido es que esos versos -precisamente esos versos- se encuen­tran también en el EM.170

3.5. Carlomagno, padre «putativo» de A1elisendra

[ ... ] y aquel personaje que allí.asoma con la corona en la cabeza y ceplro en las ma­nos es el emperador Carlomagno, padre putativo de la tal Melisendra, e! cual, mohíno de ver e! ocio y descuido de su yerno, le sale a reñir; y adviertan con la vehemencia y ahínco que le riñe, que no parece sino que le quiere dar con el ceptro media doce­na de coscorrones, y aun hay autores que dicen que se los dio, y muy bien dadosY'

Pasemos por alto el detalle, en sí no poco interesante, de la "tradición historiográfica» de la que el muchacho -o, mejor dicho, Maese Pedro, autor de las palabras del relato- parece sacar autoridad, y detengámonos un mo­mento en la alusión, del todo inesperada, a la dudosa paternidad de Carlo­magno. Ignoro la existencia de un solo comentario al respecto. Aquí y ahora, se me ocurren al menos dos explicaciones:

1) Maese Pedro vuelve a incurrir en pecado contra la verdad (histórica y poética: la consignada a la tradición romanceril) y Cervantes no deja de hacerlo notar a los «entendidos)}, tanto entre los espectadores del retablo como entre los lectores de 1615;

2) Cervantes podría estar aludiendo por segunda vez, si bien de manera muy oblicua, a TV, donde la acusación de los hijos de don Sancho el Mayor de Navarra contra su madre, doña María, culpable, según ellos, de cometer adulterio con el caballerizo mayor, Mosén Pedro de Sesé,172 acaba convirtién­dose (si el adulterio se remonta al pasado) en una grave duda sobre el origen de los tres príncipes, con las consecuencias (las inverosimilitudes) imaginables.

3.6. «Harto os he dicho: miradlo»

[ ... ] y después de haberle dicho muchas cosas acerca de! peligro que corría su honra en no procurar la libertad de su esposa, dicen que le dijo:

«Harto os he dicho: miradlo».ln

Rodríguez Marín recuerda que estos versos pertenecen a un romance de Miguel Sánchez «el divino», publicados en el Romancero general (1600) y pronto convertidos en proverbiales.174 Añadiré, por mi cuenta, que el verso -preci­samente ese verso- aparece repetido no menos de cuatro veces, en boca de otros tantos personajes, en EM.175

170. En la ed. de Cotarelo y Mari, p. 107 b. Entra un músico con una guitarra: "Mús. ··-Cantaré si dan barato. Don Gaiferos: -Sí darán, canta folia. Canla el músico: -Jugando está el las tablas don Gaíferos ... y estando cantando, entre CarlO1-nagno y Valdovi110$)),

171. P.779. 172. La acusación tiene lugar en el 1 acto. En la ed. de la BAE. p. 409 a. 173. p. 779. 174. Ed. y vol. cit., pp. 237-238. 175. Ed. ~it., p. 108. Roldán canta cuatro versos (<<Mdisendra está en Sansueña, I vos en París descuida·

do; ! vos ausente, ella mujer; I harto os he dicho: miradlo»); Durandarte, O!í,-eros y Valdovinos se limitan a repetir el último y n1ás conocido, síernpre al fínal de sus respectivas intervenciones.

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Nueva lectura de El retablo de Maese Pedro

3.7. Las annas de don Gaiteros

Miren vuesas mercedes también cómo el emperador vuelve las espaldas y deja despechado a don Gaiferos, el cual ya ven cómo arroja, impaciente de la cólera, lejos de sí el tablero de la tablas, y pide apriesa sus annas. 176

El romance juglaresco impreso dice, en realidad, que don Gaiferos siente deseos de arrojar el tablero, pero que no lo hace por respeto a quien con él está jugando, nada menos que Guarinos, «almirante de la mar».177 Maese Pedro ha vuelto a intervenir, en este caso con vistas a la eficacia escénica. Que lo induce también a operar el primer vistoso «atajo» en el texto guía. En efecto, en el citado romance juglaresco don Gaiferos no «pide apriesa las armas", por el sencillo motivo de que ... sabe que no puede disponer de ellas, por haberlas prestado, junto con su caballo, a Montesinos, quien se ha ido a Hungría a tomar parte en ciertos torneos.17S

3.8. Roldán y Durindana (y Brilladora)

[ ... ] y a don Roldán su primo pide prestada su espada DUl'Índana, y cómo don Roldán no se la quiere prestar, ofreciéndole su compañía en la difícil empre­sa en que se pone; pero el valeroso enojado no la quiere aceptar, antes dice que él solo es bastante para sacar a su esposa, si bien estuviese metida en el más hondo centro de la tierra; y con esto se vuelve a entrar, para ponerse luego en camino. 179

El romance guía (que no habla al principio de la espada), registra una negativa de Roldán, seguida de acusaciones de descuido y aun de cobardía, 180

a pesar de que Gaiferos cuenta cómo ha pasado nada menos que tres años buscando a su esposa por montes y valles. lB! ~o sólo. En el romance, Rol­dán, al ofrecer por fin su compañía, rechazada por el airado Gaiferos, accede a prestar a éste las armas y el caballo solicitados, con la graciosa añadidura de la espada, hasta el momento no aludida. 182 Ahora bien, la espada y el ca­ballo están encantados, como, por otra parte, encantado está el mismo Roldán en este tipo de poemas. IB3 El particular, como se puede imaginar, es de fun­damental importancia para el buen éxito de la expedición de Gaiferos a tierra de moros. y los espectadores, como los lectores, de 1615 lo saben. Que Maese Pedro haya renunciado a hablar de las armas y del caballo de Roldán (sobre

176. P. 780. 177. Cfr. vv. 27-36. 178. Cfr. vv. 7180. 179. P. 780. 180. Cfr. vv. 81·96. 181. Cfr. vv. 49·70. 182. Cfr. vv. 149·164. En el romance guia, la espada no se cila con su nombre. De cualquier modo.

todos saben que se trata de Durenda (forma latina. registrada en Turpín), Durcl1da¡ (según la tradición francesa) o Duri"d""a (en los poemas italianos).

183. Acerca del encantamiento de Roldán. al que se alude varias veces en el propio Q, (cfr., en 1605. caps. 1, pp. 35-36; VII, P. 81; XXVI, p. 272; en 1615, XXXII. p. 830), siendo útiles las notidas ofrecidas por Clemendn (notas 21 al cap. 1 y 3 al XXVI de 1605, más 34 al XXXII de 1615) y por Menéndez Pelayo, A PIE. vol. VII. pp. 404-405. En el romance guía, cfr. vv. 361-398.

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todo del caballo) puede interpretarse como una nueva indirecta acusación cer­vantina, pero es probable que aquí el creador del Quijote esté también alu­diendo (de manera no poco enrevesada, pero ... comprensible para quien «está en el secreto») a TV. Obra construida en torno a la negativa de la reina doña María, siguiendo expresas instrucciones de su marido, Sancho el Mayor de Navarra, de prestar a don García, el primogénito. un magnífico caballo blan­co, regalo del rey de Córdoba.184

3.9. La Aljafería

Vuelvan vuesas mercedes los ojos a esa torre que allí parece, que se presu­pone que es una de las torres del alcázar de Zaragoza, que ahora llaman la Al­jafería [ ... ].185

Maese Pedro no se compromete demasiado con la fórmula sugerida al muchacho. De todos modos, quien conoce el romance sabe que el palacio real de Sansueña queda claramente dentro del circuito de las murallas. 186

Cosa que no se puede decir de la Aljafería en relación a la Zaragoza árabe, ni siquiera a la de comienzos del siglo XVII. 187 Si no me equivoco, en estas frases es legítimo reconocer una alusión a otra falsedad (de detalle, pero fal­sedad) cometida por Maese Pedro y, tal vez, por Lope de Vega.

3.10. El «nuevo caso» de Melisendra

Miren también el nuevo caso que ahora sucede, quizá no visto jamás. ¿No veen aquel moro que callandico y pasito a paso, puesto el dedo en la boca, se llcga por las espaldas a Melisendra? Pues mil'en cómo la da un beso en mitad de los labios, y la priesa que ella se da a escupir, y a limpiárselos con la blanca manga de la camisa. y cómo se lamenta, y se arranca de pesar sus hermosos cabellos. como si ellos tuviesen la culpa del maleficio. 18s

El caso, sin duda alguna, es <<lluevo" y «nunca visto jamás», peru Cervan­tes no puede censurar la invención de una situación perfectamente verosímil, a partir de las informaciones suministradas por el romance guía. 189 Lo más probable es que esté preparando, con cuidado, con la acostumbrada cautela, un nuevo ataque.

3.11. Justicias del rey Mm'silio

Miren también cómo aquel grave moro que está en aquellos miradores es el rey Marsilio de Sansueña; el cual, por haber visto la insolencia del moro. puesto

184. En la ed. de la BitE. pp. 404-405. 185. P. 780. 186. Cfr. vv. 217·270. 187. A. no cae (faltaria más) en tal error. Cfe cap. VlI1, p. 1.215 (llegada a la Aljafería) y 1.219 (cntm·

da en la capital de Aragón por la «puerta del Portillo» j. Clemencín (nota 11) no deja de aludir a la impro­piedad.

188. p. 780. 189. En los vv, 311·322. Me1isendra pide al caballero rrancés que diga al emperador cómo quieren

volverla mora y obligarla a casar con un rey,

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que era un pariente y gran prÍvado suyo, le mandó luego prender, y que le den docientos azotes, llevándole por las calles acostumbradas de la ciudad,

con chilladores delante y envaramiento detrás,

y veÍs aquí donde salen a ejecutar la sentencia, aún bien apenas no habiendo sido puesta en ejecución la culpa; porque entre moros no hay «traslado a la par­te», ni «a prueba, y estése», como entre nosotros.190

Hayal menos dos cosas que notar en este fragmento. Para empezar, el rey del romance. Almanzor, aparece cambiado en Marsilio, sin duda a partir de un suficiente conocimiento de la leyenda rolandiana, aunque no sería im­posible que también aquí nos encontremos ante una hábil sustitución, que no dejará de notar el lector experto. Y que, ¿naturalmente?, apuntará a TV, donde el enemigo del rey Sancho es el histórico caudillo Almanzor. 191

Más importante es, de cualquier modo, la sutil puesta en evidencia de las insidias que la verdad ha de soportar. ¿Qué hubiera sido de Melisendra si el rey no hubiera visto el atrevimiento de su privado? No me parece exage­rado pensar que la cautiva se habría podido encontrar en una situación pare­cida a la de la bíblica Susana, acusada traidoramente por los mismos viejos que la habían solicitado. Melisendra es esposa (en cuanto prometida) de Gaife­ros, pero siempre se habría podido hablar de una ofensa contra el honor de este último, de pocos menos que de un «adulterio», tal vez de terribles conse­cuencias. Exactamente igual que en TV. I92

3.12. Primera intervención de don Quijote. La prudencia en el juicio

-Niño, niño -dijo en voz alta a esta sazón don Quijote-, seguid vuestra historia línea recta, y no os metái;¡ en las curvas o transversales; que para sacar una verdad en limpio menester son n,uehas pruebas y repruebas. 193

La verdad inestable, la problematicidad de la realidad, el «engaño a los ojos» siempre en acecho ... Todo está presente en estas lineas. A más de la casi explícita advertencia a Maese Pedro de la necesidad de «un gran juicio y un maduro en­tendimiento» a la hora de componer una historia, 194 y de no creer que una obra (teatro, novela, poesía) se hace como quien "hincha un perro».t95

3.13. "Caballero, si a Francia ¡des ... »

Tras la intervención de don Quijote y la prudente admonición de Maese Pedro, el trujamán reanuda su relato. En el retablo ha aparecido don Gaiferos.

190. Pp. 780·78l. 191. Cfr. en la ed. de la BAE, pp. 404405 192. La reina doña María. acusada falsameme por sus pmpios hijos. es condenada por el rey a muerte

si antes de un plazo fijo no se presenta un paladín dispuesto a salir por su honor. Al final, será Ramiro, hijo bastardo de Sancho el Mayor, quien desafíe a sus hermanastros, con el resultado imaginable.

193. P. 781. 194. Cfr. 1615, cap. IV (p. 603). 195. Cfr. el prólogo de 1615 (p. 575), donde el «cuento de locos» está explícitamente referido a A.

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Melisendra, ya tranquilizada, se ha puesto a un balcón y, viendo al desconoci­do (cubierto con una capa gascona), le habla,

[ ... ] con todas aquellas razones y coloquios de aquel romance que dice: Caballero, si a Francia ¡des, por Gaiteros pregurzlad;

las cuales no digo yo ahora porque la prolijidad suele engendrar el fastidio [ ... ].196

Por el mismo motivo, yo me limitaré a recordar que los dos versos del romance -precisamente ésos dos- aparecen también en EA1. 197

3.14. Camino de París Don Gaiferos se descubre y Melisendra da muestras de haberlo reconocido,

[ ... ] y más ahora que se descuelga del balcón, para ponerse en las ancas del caballo de su buen esposo.198

El romance guía dice tirarse del balcón (es decir «quitarse o retirarse» de él),199 pero la nueva manipulación tiene el eximente de que, así, todo re­sulta mucho más sencillo en términos de economía de gesto dramático. Limi­témonos, pues, a recordar lo que los espectadores y primeros lectores de 1615 bien sabían: el caballo en que huyen los enamorados es el encantado bridón de Roldán.

3.15. Segunda intervención de don Quijote. Retablos y comedias de estos tiempos

-No faltaron algunos ociosos ojos, que lo suelen ver todo, que no viesen la bajada y subida de Melisendra, de quien dieron noticia al rey Ma¡-sílio, el cual mandó luego tocar el arma; y miren con qué priesa; que ya la ciudad se hunde con el son de las campanas, que en todas las torres de las mezquitas suenan.

-¡Eso no! -dijo a esta sazón don Quijote-. En esto de las campanas anda muy impropio maese Pedro, porque entre moros no se usan campanas, sino ata­bales, y un género de dulzainas que parecen nuestras chirimías; yeso de sonar campanas en Sansueña sin duda que es un gran disparate.

Lo cual oído por maese Pedro, cesó de tocal~ y dijo: -No mire vuesa merced en niñerías, senor don Quijote, ni quiera llevar las

cosas tan por el cabo, que no se le halle. ¿No se representan por ahí, casi de ordinario, mil comedias llenas de mi! impropiedades y disparates, y, con todo eso, corren felicísimamente su carre¡'a, y se escuchan no sólo con aplauso, sino con admiración y todo? Prosigue, muchacho, y deja decir; que como yo llene mi tale­go, siquiera represente más impropiedades que tiene álomos el sol.

-Así es la verdad-, dijo don Quijote200

196. p, 781. 197. Ed. cit., p. 109 h. 198. P. 781. 199. No en la lección de Di S¡efano (que en los V\', 339-340 trae "Dexóse de la ventana. I la escalt,ra

fue ton1an)) síno en la de las de la Silva recopilada y el CWlciunero de ronwnccs, que registran (Tirósc de la ventana, ¡ la escalera ... »),

200. Pp. 782-783.

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y así venía a decir tope de Vega en un conocidísimo pasaje de su Arte nuevo de hacer comedias en este tielnpo.201

3.16. Tercera interrupción de don Quijote. La falta de distanciamiento

-Miren cuánta y lucida caballería sale de la ciudad en seguimiento de los dos católicos amantes; cuántas trompetas que suenan, cuántas dulzainas que tocan, cuántos atabales y tambores que retumban. Témome que los han de alcanzar, y los han de volver atados a la cola de su mismo caballo, que sería un horrendo espectáculo.

Viendo y oyendo, pues, tanta morisma y tanto estruendo don Quijote, pare­cióle bien dar ayuda a los que huían, y levantándose en pie, en voz alta dijo:

-No consentiré yo que en mis días y en mi presencia se le haga superche­ría a tan famoso caballero y tan atrevido enamorado como don Gaiferos. ¡Dete­neos, mal nacida canalla; no le sigáis ni le persigáis; si no, conmigo sois en la batalla!

y diciendo y haciendo, desenvainó la espada, y de un brinco se puso junto al retablo, y con acelerada y nunca vista furia comenzó a llover cuchilladas sobre la titerera morisma [ ... ).202

El peligro de los esposos, «exagerado», con extraordinaria habilidad, por el despabilado muchacho, ha hecho desaparecer el distanciamiento e induci­do al hidalgo a una adhesión sin reservas a lo que se está desarrollando ante sus ojos. Adhesión tan imprudentemente ingenua, total, que ... le hace olvidar sin duda lo que sin duda sabe: que Gaiferos llegará sano y salvo a París, con su Melisendra. Pero la identificación imprudente durará, como sabemos, sólo un momento, y don Quijote no tardará en restituirse a su ya casi habitual cordura.203

3.17. Lo que no vemos del retablo. La simomática desaparición de Montesinos ¿Cómo habría concluido el espectáculo del retablo, si don Quijote no lo

hubiera destrozado? La pregunta puede parecer sin sentido, pero lo tiene. En el romance largo juglaresco, y también en EM, Gaiferos deja a su esposa en un bosque y hace frente, solo, a sus perseguidores, que, al final, aterrorizados (por el caballero y por el caballo), vuelven grupas hacia Sansueña.204 A con­tinuación, los esposos, de nuevo reunidos, continúan el viaje y entran en Fran­cia.2os Un día ven venir hacia ellos a un caballero armado de todo punto. Por

201. ¿Hace falta recordarlos? Se trata de los vv. 40-48: "y cuando he de escribir una comedia, i eneieno los preceptos con seis llaves, í saco a Terencio y Plauto de mi estudio I para que no me den voces (que suele í dar gritos la verdad en libros mudos) i y escribo por el arte que inventaron ¡los que el vulgar aplauso pretendieron; í porque, como las paga el vulgo, es JUSto! hablarle en necio para darle gusto» (El Arte, como es sabido, fue publicado por vez primera en las Rimas del Fénix, ed. de Madrid, Alonso Martín, 1609).

202. P. 783. 203. Al peligro de una recaída, precisamente porque se trata de! mismo tema que lo ha encendido

poco antes. se alude hacia el final de la «tasación» de las figuras destruidas (pp. 786-787), pero se trata de un momento -uno solo- de peligro, discretamente superado por maese Pedro.

204. Cfr. vv. 399-477. 205. Cfr. vv. 478·526.

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un momento, Gaiferos terne encontrarse ante un aguerrido enemigo, pero bien pronto comprende que el que se les acerca es nada menos que Montesinos.206

Los paladines se regocijan del encuentro y, juntos, reanudan el viaje hacia París, donde el emperador manda celebrar famosas fiestas. 207

lodo esto podría faltar en el retablo, de una parte, porque, superado el momento épico del combate de Gaiferos contra los moros, el resto muestra una evidente caída de intensidad dramática, pero, a mi parecer, también por­que Cervantes no tiene el menor interés en nombrar a Montesinos, corno no lo tuvo cuando decidió que Gaiferos no explicara a Roldán -y habría sido lo más natural- cuál era el motivo de pedirle armas y caballo. El silencio es comprensible si se recuerda -y ¿cómo no recordarlo?- que Montesinos ya ha sido usado por Cervantes, corno protagonista, no como personaje secunda­rio, en la aventura de la homónima cueva. ¿Ya? No me atrevería a asegurarlo: más apropiado me parece decir «va a ser usado», Porque, en efecto, hoy por hoy creo que todo lo ocurrido en la cueva fue compuesto después de la aven­tura de Maese Pedro. zos Que, por su cuenta, es ya tardía, muy tardía.

4

¿Lo cree ahora también el lector? De él espero, por lo menos, la admisión de que las pruebas (las pocas o muchas dignas de este nombre) y los indicios (sin duda alguna numerosos) aducidos a lo largo de estas páginas presentan una solidaridad, una coherencia de motivación evidente para quienquiera. Me­nos me importa que las consecuencias derivadas del conjunto puedan pare­cerle en algún caso «excesivas». ¿Lo son? Los textos han hablado, en mi opi­nión de modo persuasivo.Z09 Corno hace quince años, yo sigo pensando, para decirlo con palabras de Lope (otra vez Lope), que:

206. Cfr. vv. 527·572. 207. Cfr. vv. 573-612.

no es esto filosófica fatiga, tmsmutación sutil o alquimia vana, sino esencia real que al taclo obliga.

208. Si la de Maese Pedro deriva de Ti~ Elvl y el romance largo de Gaifems, la de Montesinos muy bien podría ser, entre otras 111il cusas, la «imitación)) de un par de situaciones de 1614 ... y al mismo tiempo la pa~ rodia de hechos narrados en registro heroico por Lope en F.'/ casamíentv e/1 la muerte, presente en el mismo vol. que recoge TVy Elvl. En dicha pieza (al parecer compuesta enlre 1595·1597), Lope habla de las hazañas del joven Bernardo del Carpio (de quien es sabido que él mismo consideraba descendiente) en la batalla de Roncesvalles. No faltan intervencíones -palaciegas o guerreras- de Gaiteros, Montesinos, Durandarte y Belerma (en ocasiones reproduciendo o ,(variandot) trozos de roDlances popularísimos) ni una cueva donde el héme leonés puede contemplar ante eventum, algunas de sus empresas «por la libertad de España».

209. Sin duda, sinuosas) «transversales}), corno no podía ser menos, si se recuerdan aquellas palabras del prólogo de 1614 (¿escritas por A. 0, como quiere N. Marin. por el propio c.: «Pliegue a Dios aun deje [de murmurar con!"" él], ahora que se ha acogido a la (pp. 1.148·1.149). No sólo: en el XI (pp. 1.236-1.237), la advertencia puede resultar más seria para quien quiera entenderla: A. ciertos arcos triunfales erigidos en Zaragoza; el segundo tiene {, a sus pies un famoso epigrama del excelente poeta Lope de Vega Carpio. familiar del Santo Oficio». Atacar de cara al «fanlihar» era, en 16i4, aún más arriesgado que antes, En el fondo. no resultaba imprescindible -ni cOIlvenÍente- que todos entendieran esas alusiones, Bastaba con que lo hicieran los {(justoS»): los de algún modo ({interesados» en el asunto.

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