carlos fajardo fajardo la balada: educaciÓn sentimental...

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http://www.rosablindada.net/ Carlos Fajardo Fajardo LA BALADA: EDUCACIÓN SENTIMENTAL DE UNA ÉPOCA Y busqué entre tus cartas amarillas mil te quiero, mil caricias y una flor que entre dos hojas se durmió. (Cartas Amarillas, Nino Bravo) Dedicado a mis hermanos: William, Alfredo, Fernando y Diego. Para Jaime Chaparro y la Antigua “gallada” del Barrio Casas Blancas en Cali. Para la otra gallada de “Si mañana Despierto” que me habita. Este texto reflexiona, desde el corazón y la memoria, sobre la importancia que tuvo la música de la balada para la juventud de los años sesenta y setenta. Como testimonio y registro de la sensibilidad de aquella época, rememora la delirante alegría que sentía una generación al escuchar las voces de cantantes y bandas penetrando en los poros de adolescentes pasiones. Se ha deseado reconocer aquí la importancia que tuvo la música balada en las concepciones de una juventud llena de inquietudes, rupturas, dramas de amores públicos y secretos, como también dignificar la gran poesía hecha canción, asombro y maravilla que apreciamos al entrar en sus seductoras regiones. La balada de los años sesenta y setenta, se constituyó en un proceso educativo de la sensibilidad de época. Ella fue quizás una de las iniciales escuelas para estremecidos corazones, primeros pupitres sentimentales donde se posaron las alas de la imaginación. Que la memoria, la reflexión y la pasión sirvan de guía al habitar estas amorosas notas. Los días del arco iris: sensibilidades de época I Hoy hablaremos de la música balada, de su dimensión poética y de su importancia en la formación de la sensibilidad de toda una generación. Una música que, en los años sesenta y setenta, ponía algo nuevo en nuestro ser, transformándose en hacedora y a veces guía de nuestras existencias. La balada se convirtió, para algunos de nosotros, en una experiencia diríamos agónica y amorosa, una compañera de ruta para enfrentarnos a lo significante e

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http://www.rosablindada.net/

Carlos Fajardo Fajardo

LA BALADA:

EDUCACIÓN SENTIMENTAL DE UNA ÉPOCA

Y busqué entre tus cartas amarillas mil te quiero, mil caricias

y una flor que entre dos hojas se durmió. (Cartas Amarillas, Nino Bravo)

Dedicado a mis hermanos: William, Alfredo, Fernando y Diego.

Para Jaime Chaparro y la Antigua “gallada” del Barrio Casas Blancas en Cali.

Para la otra gallada de “Si mañana Despierto” que me habita.

Este texto reflexiona, desde el corazón y la memoria, sobre la importancia que tuvo la música de la

balada para la juventud de los años sesenta y setenta. Como testimonio y registro de la sensibilidad

de aquella época, rememora la delirante alegría que sentía una generación al escuchar las voces de

cantantes y bandas penetrando en los poros de adolescentes pasiones. Se ha deseado reconocer aquí

la importancia que tuvo la música balada en las concepciones de una juventud llena de inquietudes,

rupturas, dramas de amores públicos y secretos, como también dignificar la gran poesía hecha

canción, asombro y maravilla que apreciamos al entrar en sus seductoras regiones. La balada de los

años sesenta y setenta, se constituyó en un proceso educativo de la sensibilidad de época. Ella fue

quizás una de las iniciales escuelas para estremecidos corazones, primeros pupitres sentimentales

donde se posaron las alas de la imaginación. Que la memoria, la reflexión y la pasión sirvan de guía

al habitar estas amorosas notas.

Los días del arco iris: sensibilidades de época

I

Hoy hablaremos de la música balada, de su dimensión poética y de su importancia en la

formación de la sensibilidad de toda una generación. Una música que, en los años sesenta y

setenta, ponía algo nuevo en nuestro ser, transformándose en hacedora y a veces guía de

nuestras existencias. La balada se convirtió, para algunos de nosotros, en una experiencia

diríamos agónica y amorosa, una compañera de ruta para enfrentarnos a lo significante e

insignificante del mundo. Pero también, gracias a la fuerza poética de algunas de sus letras,

se transformó en una experiencia del pensar y del interpretar la realidad; se transmutó en

creación, entendimiento y sentimiento, reflexión y emoción, en fiesta y celebración, diálogo

y no discordia; es decir, en un ritual del lenguaje, un gesto en soledad comunitaria. Esta

soledad sonora no significaba aislamiento absoluto, sino correspondencia profunda. Dicha

música nos hizo sentir muchas veces la intensidad de la vida con asombro y encantamiento,

con terror a las superficies y a los abismos sin huir de su terrible belleza.

En mi infancia fui testigo de un inmenso asombro ante aquella música que brotaba de un

legendario radio Phillips situado en la penumbra de la sala. Mis hermanos mayores corrían

apasionados al escuchar una melancólica y dulce melodía, dejando atrás el reguero de

amores deseados, de amores inconclusos. ¿Qué era lo que sonaba en nuestro radio, tan

importante para paralizar el corazón, los relojes del día?

Me fui de viaje sólo a ver si así, tú me querías como yo a ti (…) y así la música siguió y

siguió, toda la noche hasta que amaneció…

César Costa, el legendario y primigenio César Costa.

Nuestro padre, llegado a casa del trabajo, fortalecía su ira frente a semejante escandalosa

música de ritmos, platillos, gritos y tambores:

Tú tienes una carita deliciosa, pero tu pelo, es un desastre universal. (Despeinada. Palito

Ortega)

Mientras tanto, mis hermanos y yo seguíamos idos y sonámbulos esas ondas apasionadas,

nunca antes escuchadas en estas olvidadas esquinas del mundo, en un barrio de casas

blancas, como un tren detenido para siempre en su largo itinerario.

Al lado, muy al lado, en las aceras, por las calles adornadas de árboles y pájaros

mañaneros, las muchachas esperaban también escuchar la ternura de esta inocente música

que volaba por balcones y ventanas, hasta ir a posarse en los atentos oídos de un

adolescente enamorado que murmuraba en silencio:

Te llevaré y tú vendrás, te llevaré muchacha hasta mi tierra natal…

Beto Fernán nos llegaba como un anuncio de nuestras dichas y pesares posteriores.

Mientras el mundo giraba con sus ruinas y problemas, una generación contorsionaba sus

cinturas, se estremecía escuchando las constantes letras que educaban una sensibilidad

necesitada de amor; una sensibilidad de solitarios tímidos, deseando saltar los muros entre

su ardiente deseo y una realidad impositiva de normas morales con sus culpabilidades y

fracasos. La balada fue la música que, como arma secreta, guardamos en nuestros cuerpos y

espíritus para derrotar al monstruo de nuestra insatisfacción pasional e histórica; la única

fortaleza que fabricamos para poder escuchar al fin, desde el milagro del ensueño, las

cálidas y gratas palabras de la chica más linda del barrio, sentir sus dedos apretando

nuestras manos, saborear los primeros rapidísimos besos en los zaguanes. Fundación del

amor y el desamor, de lo posible y lo imposible.

En plena edad del verano, estas canciones contribuían a fortalecer la complicidad entre

amigos solitarios, a escuchar sus amores secretos, edificar compromisos entre los miedosos,

inventar metáforas para las conversaciones cautivas delante de unas asombradas pupilas.

Nos volvieron poetas.

Escucharlas era abrir puertas para entrar a diversos horizontes. De allí que en las grandes

letras de las buenas baladas encontremos poemas que nos hacen sospechar que detrás de las

ventanas que se asoman a lo real, otros ojos, miles de ojos, nos observan. La palabra, como

protagonista, anfitriona, dueña y reina de la casa, múltiple y polifónica, tendía los brazos

para acogernos en sus sueños o constantes pesadillas, en nuestra orfandad. La palabra

poética se inventaba inventándonos.

A través de la balada comprobamos qué tan frágil era nuestra roca de vida y qué tan fuerte

la esperanza de lanzarla hacia otras orillas. Conocimos de la muerte por amor, de la

felicidad y el goce en un fin de semana cantando ensimismados aquello que dice:

Mi amor debe saber que antes de encontrarte, yo ya te conocía, ya te acariciaba… (Muy

juntos. Salvatore Adamo)

Cuánto nos ayudaron estas tiernas canciones para no naufragar en la extraña y abismal

adolescencia.

Pero, en nuestras casas, colegios y esquinas de barrio, sentimos que los tiempos estaban

cambiando. Paralelo a esta necesaria provisión de amor, la historia rugía. Tiempos de

compromisos políticos, de conflagraciones poderosas. La década del sesenta fue propicia

para el desahogo de una generación hija de la violencia. Escándalo y aullido. La de los

sesenta fue la década de la imaginación, pero también la que hizo conciencia de sus

limitaciones. Década de jóvenes hambrientos por dejar un rastro, una huella en medio del

fuego y las cenizas de una realidad sobresaltada: la revolución cubana, la rebelión de

Martin Luther King, la época de los Kennedy, Johnson, Nixon y su inhumana guerra de

Vietnam, la década de la protesta con paz y amor de los Hippies, de Cassius Clay; la figura

de Mao Tsé Tung en los libros rojos, la liberación sexual y la pérdida de miedo al

embarazo; la época del Festival de Woodstock, la de “la imaginación al poder” y

“prohibido prohibir” en aquel mayo luminoso francés; la de la matanza de estudiantes en

Tlatelolco en México D.F., cuando tomados de los brazos cantaban y gritaban el 2 de

Octubre de 1968; la década de la invasión con tanques rusos a una Praga primaveral y la de

un Santo Domingo ocupada por Marines gringos; la década del Che Guevara, estrella y

boina, patria o muerte, junto a Camilo Torres Restrepo utópico y mártir; los tiempos en que

rugían Marquetalia, el Guayabero, Ríochiquito cuando las universidades colombianas eran

colmadas de consignas, discursos y proclamas libertarias.

Entre tanta dicha y azote, la balada proseguía su trayecto de antorcha viva sobre la

mortandad o la esperanza utópica de nuestros amigos de generación. Muchas veces

condenada por políticos sectarios de sensiblera y “escapista”, o bien, de banalidad efímera

por los amantes de esa otra gran música de amor y desengaño como lo es el bolero, ella, sin

embargo, fortalecía nuestros locos propósitos, daba un sentido a la existencia como también

lo hacían nuestros héroes fílmicos y deportivos, observados en una televisión provincial

que nos mostró a un Rey Pelé majestuoso y digno de su grandeza en el mundial de México

70; a un “Cochise” Rodríguez ganando vueltas a Colombia y mundiales en Europa; al

Víctor Mora, cuatro veces triunfador en San Silvestre; a Rodrigo “Rocky” Valdés y a aquel

imbatible “Kid” Pambelé, noqueando de alegría nuestros escasos años. Entre el cine

continuo, los partidos de futbolito con sus gritos y escándalos, las interminables charlas en

las esquinas y compromisos políticos, se escuchaban las palabras de un hechizado

enamorado, pidiendo amor y salvación:

Para que tú sepas nada nos separará, para que tú vuelvas igual que la aurora llegará;

para que tu voz encuentre un eco en mi cantar, en un acto feroz la noche gris quiero rasgar

(…) Yo tengo penas por qué te quiero, y yo no sé vivir sangrante el corazón… (Yo tengo

penas, Hervé Vilard)

Cada uno salvaba su corazón como podía. La balada estaba allí para escuchar nuestros

problemas. Era un confesor, un inevitable amigo. En las fiestas con música Rock y de la

Billos Caracas Boys, con salsa y Nelson y sus Estrellas, con chicos Go-Gó y hermosas

niñas Yé-Yé; en torno a los que habían ya coronado su primer beso y otros que lo

alucinaban; con las palabras en la garganta a punto de salir y llenar de emoción a una

hermosa dama, vivimos este “Amor Cortés” de barriada para no morir de una soledad

errante.

En esos días de extravíos y enamoramientos perpetuos, el ritmo de nuestras vidas era

conducido por Yaco Monti, Luisito Rey, Raphael, Giggliola Cinqueti, Beto Fernán, las

voces del Club del Clan: Oscar Golden, Harold, Vicky, Los Flippers, Los Speakers, Juan

Nicolás Estela, los mexicanos César Costa, Enrique Guzmán, José José; los argentinos Leo

Dan, Palito Ortega, Sandro, Leonardo Favio, Piero; los sin iguales Adamo, Hervé Vilard,

Charles Aznavour, Nicola Di Bari, Roberto Carlos, Albano, Doménico Modugno, Matt

Monro; y por Los Galos, Los Iracundos, Los Ángeles Negros, Los Diablos y Demonios.

Son tantos los nombres que faltaría corazón para nombrarlos.

Creo que si algo le debemos a la balada es la grata edificación de una memoria creativa,

impulsora del amor por el poema y la poesía. Estas canciones, tan llenas de evocaciones,

insinuaciones e invocaciones, nos dieron conciencia de la necesidad del poema en el

enamoramiento, en el coqueteo, la seducción y la conquista. Una palabra cantada entre los

enamorados les abría puertas, daba licencia para procurar la exquisitez de los placeres

prohibidos, construía una atmósfera dónde perderse para encontrarse en los abrazos. Su

dimensión poética nos servía para animar la marcha. Era compañía para enfrentarnos a lo

que nos aterraba y conmovía. La poesía de la balada contaba entonces con nuestra

solidaridad. Pienso que a veces captamos en algunas de ellas un poema cantado, poesía

hecha canción, metáforas e imágenes para el asombro y la maravilla. La balada ha sido, por

lo tanto, un proceso educativo de la sensibilidad de época. Ella fue quizá una de las

primeras escuelas para nuestro estremecido corazón, primeros pupitres sentimentales donde

posamos las alas de la imaginación. A través de ella, pudimos provocarnos rupturas, crisis y

cambios de identidad, sentidos a medida que atravesábamos el umbral entre la infancia y la

adolescencia y, más tarde, en el mundo adulto y sus ocupaciones.

No podemos ignorar que mucha de esta música sirvió para el adormecimiento político y

cultural de los jóvenes por parte de las clases dominantes, a través de las industrias

culturales y mediáticas del momento. Sin embargo, lo que nos interesa aquí es rescatar la

memoria de los procesos vitales de toda una generación que en su momento vivió, gozó y

ensoñó con dichas melodías y observar cómo la balada contribuyó a crear una cierta

sensibilidad y un imaginario juvenil de época.

Reconozcamos entonces su misión pedagógica en esas galladas de corazones solitarios;

agradezcamos su cauta manera de darnos conciencia de la pérdida y el vacío; aplaudamos

su seductora fortaleza para acompañarnos en el júbilo y en el duelo, por ayudarnos a

despertar la idea de lo mortal y fugaz que resulta el amor, nuestra vida. Pienso que sin la

balada, la mayor parte de una generación no habría sobrevivido a las tremendas lecciones

que nos puso a aprender el tiempo.

He deseado anunciar aquí la dicha que sentimos aún al escuchar esas baladas memoriales

que desde los años sesenta y setenta han sido fascinación y compañía. Una historia de la

balada –lo cual no es nuestro propósito– nos enviaría a recordar aquel colosal y nostálgico

Festival de San Remo en Italia, que desde el sesenta, lanzaba bellas voces a los

enamorados: Rita Pavone, Bobby Solo, y ese Gianni Morandi de alta tonalidad con una

canción que se convirtió en casi un himno de batalla en 1964: “Hoy de rodillas”:

Yo quiero postrarme de rodillas y decir así que tú eres mía.

Pero, fue en 1971 cuando San Remo nos brindó su grandeza. Allí estábamos, toda una

generación paralizada escuchando canciones que la historia no ha podido desterrar de

nuestras memorias: “El corazón es un gitano”, “Un hombre llamado Jesús”, “El último

romántico”, “Ninna Nanna”, “Blancos cristales serenos”,y una de indudable factura

poética: “Qué será”, en la voz del ciego maravilloso José Feliciano. Cuántas veces, años

después, en nuestros ires y venires, en numerosas despedidas y separaciones de los sitios

natales y originarios; cuántas veces, digo, no nos ha estremecido esta canción que un ciego

cantó para iluminarnos el camino de partida o de regreso a los lugares donde amamos la

vida:

Pueblo mío que estás en la colina, tendido como un viejo que se muere, la pena el

abandono son tu triste compañía, pueblo mío te dejo sin alegría…

Qué será, fue la nota predominante de lo que sentiríamos después. El Festival de San Remo

ofreció otros milagros y en 1972 nos sacudió con una canción que fue deseo y verdad,

síntesis de una época sentimental, entre la inocencia, lo pagano y el goce: los días del arco

iris partía nuestro corazón al soñar con la chica que en las tardes daba un momento de

serenidad en esta agitada búsqueda de múltiples identidades. Nicola Di Bari proseguiría

arrojando demasiado abono en esta tierra fértil, hambrienta de amor, compañía y abrazos:

“zíngara”, “Sé que bebo”, sé que fumo,“Como violetas”, “Guitarra suena más bajo”…

Luego de escuchar esto, sólo basta con el silencio sonoro de unos amantes extraviados,

locos, locos bajo lunas:

Guitarra suena más bajo, que alguien puede oírte, quiero que suenes muy bajo, por el

amor que yo siento, y nadie debe saberlo… (Nicola Di Bari)

¿Hasta dónde ayudaba la balada a poseer una sensibilidad agónica, un amor a la

metaforización y a la palabra poética? Puedo dar fe que ella ayudó, en más de uno, a

despertar y alimentar un deseo por transmitir, a través de la escritura, algún secreto

tormento, oculto tras velados miedos. La escritura tuvo aquí puesto de honor en nuestras

vidas, y desde entonces algunos cuadernos de colegiales fueron testigos de una peligrosa

aventura, cuyos orígenes tiemblan en las baladas amatorias de estos poetas cantores. La

música de la balada nos abría, entonces, a distintos ritmos, acentos, imágenes logradas,

azares, guerras indecibles con el lenguaje.

Cuando Aznavour nos invita con su serena voz a pasear por París y a ser cómplices de su

amor por Isabel, entramos a la región del poema, lo poético, la poesía. Basta con abrir

nuestras puertas a la ternura y dejar pasar ese canto sereno y sitiado que grita un amor

imposible e imperecedero, la angustia por detener la marcha inevitable del olvido. Esta

pulsión de rebeldía metafísica despertó en nuestras más íntimas fibras las fuerzas necesarias

para derrotar, a través de la escritura, a la muerte, representada en la ausencia, las

despedidas. Desde entonces escribimos para no morir, llevando como compañero de viaje

estos cantos al amor eterno, imposible:

Tenía yo sin ti mi corazón dormido, pensaba que jamás podía despertar, mas, al escuchar

tu voz, sonriendo desperté y ha vuelto a mí el amor más fuerte aún que ayer… (Isabel,

Charles Aznavour)

La bohemia, la bohemia era mirar amanecer. La bohemia, la bohemia era soñar con un

querer.

Teníamos salud, sonrisa y juventud y nada en los bolsillos. Con frío y con calor, el mismo

buen humor bailaba en nuestro ser, luchando siempre igual con hambre hasta el final,

hacíamos castillos, y el ansia de vivir nos hizo resistir y no desfallecer. (La bohemia,

Charles Aznavour)

Desde una España desolada, derrotada por la tiranía de Franco, el poema se nos presentó en

carne viva. Alguien situaba en las tablas del mundo las palabras de mágicos poetas, nos

alucinaba con unos profundos versos llenos de aventuras, vagabundeos, mares y barrios con

mujeres sencillas, tiernas y misteriosas. Al escuchar a Joan Manuel Serrat se iluminaron

nuestros deseos. Allí estaba el juglar acompañándonos, ayudándonos en esta marcha de

fugas colosales. El camino abrió nuevos senderos. Nuestra sensibilidad pasaba de la balada

amatoria solitaria al poder solidario hecho poema. Los paradigmas de una incipiente

modernidad llegaban poco a poco a nuestras concepciones. Serrat nos propuso combatir el

miedo, nuestro miedo, por medio de un canto que invitaba a descubrir lo cubierto, visionar

lo invisible, profundizar en este territorio cotidiano hasta encontrar su milagro, volvernos

poesía:

El sol nos olvidó ayer sobre la arena, nos envolvió el rumor suave del mar, tu cuerpo me

dio calor, tenía frío, y allí en la arena entre los dos nació este poema, este pobre poema de

amor para ti. (Poema de Amor, Joan Manuel Serrat).

O bien:

Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre

la mar. Nunca perseguí la gloria, ni dejar en la memoria de los hombres mi canción. Yo

amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón. Me gusta verlos

pintarse, de sol y grana volar bajo el cielo azul temblar, súbitamente y quebrarse…

(Cantares, Joan Manuel Serrat)

Llenos de poesía, fundados en poesía, tratamos de renovar el mundo. Y otros cantos no se

hicieron esperar. En la fresca y eterna ternura de Piero fundimos nuestras propuestas; con

Ana y Jaime realizamos la revolución en las tablas; con Pablus Gallinazus, Joan Báez,

Víctor Jara, Soledad Bravo, Mercedes Sosa, Violeta Parra… se mezclaron nuestros pliegos

de peticiones y una polifonía de gustos fue tejiéndose en las voces.

Mientras tanto, Los Beatles y Carlos Santana y Led Zeppelin y Los Rolling Stones

provocaban los mayores escándalos en nuestras familias y Nino Bravo seguía en el aire

libre como el ave que escapó de su prisión y puede al fin volar, dejando en los labios de su

amada un beso y una flor:

Dejaré mis tierras por ti; dejaré los campos y me iré lejos de aquí...Al partir un beso y una

flor, un te quiero una sonrisa y un adiós, es ligero el equipaje, para tan largo viaje, las

penas pesan en el corazón... (Un beso y una flor, Nino Bravo)

II

Algunas veces me pregunto si la balada no sirvió también para formar una sensibilidad

débil y mediocre en nuestras vidas. Mi respuesta es un sí y un no. La gran balada, a la cual

aquí he rendido homenaje, la balada con excelente factura musical y escritural, fortaleció –

lo reitero– una sensibilidad de fundación poética crítico–creativa. Pero no podemos

desconocer que en medio de esta heterogeneidad, fueron también promocionadas canciones

que el tiempo se ha encargado de sepultar, para bien de nosotros. Baladas de una frágil

simpleza, con lugares comunes que producen pena ajena. Las baladas en mención son

producto más de la economía del mercado que de la necesidad inicial de dejar una cicatriz

sobre la tierra. Baladas para el consumo, uso y desecho, baladas por encargo, baladas

pasajeras, con la fugacidad del ahora; baladas de un solo día, baladas para la inmediatez

tremendista mediática de una cultura globalizada, baladas para llenar las arcas de la

sensiblería, baladas de pasarela, baladas basura.

En esta época de relajación vanguardista y de incredulidad en las macro utopías históricas;

época donde pierde terreno toda fenomenología de la esperanza y se propone una seductora

fenomenología de la inmediatez, la balada ha sido museoficada por la industria

discográfica, perdiendo su fuerza encantadora y transformadora que en sí misma posee.

Esta desrealización de la gran balada, se observa en su “reencauche”, lo cual la convierte en

pastiche artístico, hija del marketing, es decir, en un artefacto de consumo reutilizado al

estilo tecno del presente, excitante, espectacular y de fácil digestión, desapareciendo en esta

nueva versión su significado histórico, hasta llegar a convertirse en adorno, ornamento y

decoración superficial. El pastiche, que ha surgido de la llamada “moda retro”, con

sensibilidades muertas y almacenadas en el cuarto de San Alejo, carga consigo su pronto

olvido, es víctima de la sociedad del desecho.

Frente a todo esto, la gran balada original sigue intacta, fluyendo con sus maravillas y

embrujos entre nosotros, creando imaginarios tan propios como comunitarios. Probable es

que ella se mantenga en la memoria colectiva como un Tótem que sirve para sobrellevar las

cargas de los días en el inevitable viaje. Es posible que su función sea comparada con un

rezo, una catarsis que nos ayuda a purificar y a extraer los más remotos deseos, sublimados

en un verso, una canción vuelta metáfora. La balada procede así como una religión del

sentimentario popular. Mitología romántica como forma de ser, de enamorarse; actitud que

sirve para vivir y, por qué no, también para morir, como nos lo enseñó ese gran cantor del

amor, Roberto Carlos:

Cuando era un chiquillo que alegría, jugando a la guerra noche y día, saltando una verja

verte a ti, y así en tus ojos algo nuevo descubrir… (Un gato en la oscuridad, Roberto

Carlos)

Qué será de ti, necesito saber hoy de tu vida, alguien que me cuente sobre tus días;

anocheció, y necesito saber. Qué será de ti, cambiaste sin saber toda mi vida, motivo de

una paz que ya se olvida. No sé si gusto más de mí, o más de ti. (Qué Será de ti. Roberto

Carlos)

III

En el archivo del cancionero baladista popular, encontramos bellos versos que se han

eternizado por su embrujadora transparencia. Podríamos realizar una antología no de

canciones sino de versos insinuantes y provocativos, guardados como tesoros en el

inconsciente colectivo de nuestros pueblos. Tan sólo al pronunciarlas, esas palabras bastan

para sanarnos. Versos para la gratitud y la esperanza: contigo aprendí que la semana tiene

más de siete días de ese hombre que es umbral y tránsito entre el bolero y la balada

moderna, Armando Manzanero. Frases para los desamparados y desesperados por un amor:

qué será de ti, cambiaste sin saber toda mi vida, motivo de una paz que no se olvida, del

siempre joven Roberto Carlos. Versos para los amantes distanciados: sabes que la distancia

es como el viento, apaga el fuego pequeño pero enciende los grandes, de Doménico

Modugno. Palabras para amorosos apasionados sin límites: quiero aprender de memoria

con mi boca tu cuerpo muchacha de abril y recorrer tus entrañas en busca del hijo que no

ha de venir, en la voz potente de Leonardo Favio. Sentencias que desafían a los orgullosos:

si de veras me buscas me encontrarás, es muy largo el camino para mirar atrás, del poeta

Joan Manuel Serrat. Consuelos para los tímidos: cierro los ojos para que tú no sientas

ningún miedo, de Raphael. Frases para abordar a las Estelas: Estelita que linda que estás,

Estelita si pudiera con Usted conversar; a las Jennys: Jenny tengo que hablar contigo, ayer

te hablé como amigo, hoy tengo que hablar de amor; a las Celias: la conocí un domingo,su

nombre es Celia, para las Mary: Mary es mi amor, sólo con ella vivo la felicidad….; a las

Nathali: la plaza roja desierta, delante de mí Nathalie, tenía un bello nombre mi guía

Nathali; a las Lauras: nada soy sin Laura, sin Laura, sin su amor… Un sin número de

mujeres fueron y son enamoradas cada día por su nombre hecho canción. Existen también

versos para los enlunados: mañana en la luna contigo estaré, mañana en la luna el cielo te

daré, o proclamas de nocturnidad: tu amor de noche me llegó y un claro día se me fue,

maldigo el día que se llevó tus juramentos y mi fe del inmortal Adamo; frases para los

bohemios, ebrios como toneles de vino en las calles: la bohemia, la bohemia, era mirar

amanecer. La bohemia, la bohemia, era soñar con un querer, del viejo eterno Aznavour;

para la nostalgia del barrio y su gallada: adiós chico de mi barrio a dónde de prisa vas a

ir(…) Chico de mi barrio con la cara sucia y el cabello largo; para la locura solidaria de

los besos: esa pareja se besó en la calle, se besó en la luna, en la ventana, en la noticia que

llegó del mundo, en la paloma que murió temprana, esa pareja se besó en el cielo, sin

decirse nada, de Jerónimo. Versos para desolados: te fuiste tú mi amor y todo se quedó sin

luz y sin color y ahora ya sin ti es todo frialdad en esta gran ciudad…, de Luisito Rey.

III

A principio de este nuevo milenio sigo escuchando baladas como un reciente enamorado. Y

sigo escuchándolas porque, al volver a mis viejos discos, a mis adolescentes cuadernos

colegiales, donde, gracias a que conservan las letras de viejas canciones, puedo traer a la

memoria una esquina, mis calles, el rostro de gratos amigos y una chica esfumándose tras el

umbral de su puerta. Sigo observando, a través de la música, a toda una generación de

mujeres y hombres desaparecidos lentamente de la cultura nacional; una generación que, en

medio de su fracaso histórico, y a pesar de su marginación de los procesos de construcción

de una sociedad democrática real, asimiló una sensibilidad de lo contestatario y de la

diferencia, gracias a las grandes letras de poetas cantores que nos enseñaron el difícil oficio

de la libertad utópica, el obsesivo objeto de deseo perpetuo por una sociedad mejor y por un

amor imposible.

Estos son los paradigmas espirituales con que las grandes baladas aún nos alimentan en esta

modernidad en crisis. Creo que hasta finales de los años setenta pudimos escuchar

producciones baladísticas de buena atmósfera poética, con voces excelentes que hoy

todavía perduran. Claro, no se sentía el frío de la desesperanza casi total. Caminábamos por

el desierto, desaparecidos, sí, pero algunos bosques se veían entre la niebla. Después, en los

ochentas y noventas, vino un relajado, petrificado y estremecedor vacío. La balada se

calcinó en estandarizaciones musicales. Pero todavía alguna que otra balada vuelve a tomar

los bríos de sus orígenes mayores; alguna, entre muchas, hace que mi corazón sienta que

este género, tan exaltado, explotado y vilipendiado, todavía posee secretos qué revelarnos,

guarda una pedagogía del asombro, la sorpresa del descubrimiento esencial. Otras veces no

escucho más que el muerto silencio en voces teleglobalizadas y masivas. Entonces vuelvo a

mis viejos ritos, a mis viejas canciones, a mis cuadernos de colegio; recupero las nubes de

mi infancia y adolescencia, al viejo radio Phillips en la sala de casa, el cual es responsable

en parte que hoy escriba estas notas; recuerdo los cantos de mis hermanos mayores en el

patio y me veo como un solitario errante de trece o quince años caminando por los andenes

de un barrio de casas blancas, recostado en los muros, cantando una balada a la adolescente

niña, fugaz presencia de un día.

De cómo la balada nos enamoró en Colombia

México, amor de verano, el primer amor

Cuando el mexicano César Costa se escuchó por primera vez a mediados de los sesenta en

el viejo radio Phillips, fue como si entrara un ciclón de renovación vital que estremeció

toda la sala de nuestra casa. Mis hermanos mayores lo volvieron desde ese instante objeto

de culto musical e ídolo sentimental de una generación surgida en plena violencia

partidista, en una Colombia demente, calcinándose en sus hogueras históricas. César Costa

cantaba, traducidas al castellano, las baladas del canadiense Paul Anka. Entonces,

canciones como “Mi pueblo”, “Diana”, “Corazón loco”, “Esta noche mi amor”, “Muchacho

solitario”, “Historia de Tommy” y “No existe el amor” sacudieron la educación tradicional

generacional que hasta ese momento se transmitía por las cadenas radiales conservadoras y

moralizantes colombianas.

La apertura hacia una concepción diferente, juvenil, espontánea, inocente sí, pero con ganas

de beberse el mundo como enamorados, se volvió una necesidad para aquella adolescencia

vivaz y comprometida en derrumbar barreras ancestrales que habían acartonado las

relaciones amorosas y eróticas durante décadas. Al escuchar la canción “Besos por

teléfono”, o “Mi primer amor” de César Costa, se vio que todo en el amor era posible e

incluso permitido, a pesar de las prohibiciones de los mayores.

Con César Costa se abrieron las puertas del deseo y del amor en medio de las ruinas de la

violencia tanto partidista como moral y educativa. De igual manera, Enrique Guzmán entró

a las casas con canciones que alegraron y facilitaron el sueño, la imaginación amorosa y la

libertad clandestina del deseo: “Uno de tantos”, “Tu voz”, “Por favor un tango”, “Papeles”,

“Tu cabeza en mi hombro”, “Dame felicidad”, elevaron el espíritu de una generación

extraviada y tímida, buscando alguna salida a los actos de amistad y al placer entre los

novios. Enrique Guzmán, como otros que vendrían después, donó algunas llaves para

buscar nuevos horizontes, transformar a la juventud en nómada insaciable. Estos dos

mexicanos posibilitaron toda esta movida, mientras en los radios y radiolas retumbaban sus

melodías alegrando solitarios corazones.

Entre el colegio, los juegos de fútbol y las escapadas de clase, llegaban a nuestras

provincianas ciudades las películas mexicanas con aquellos ídolos en un cine de barrio, a

donde entrábamos con el afán de vivir en carne propia nuestros anhelos y sueños. En esas

salas de cine vimos por primera vez a Enrique Guzmán junto a César Costa en “La juventud

se impone”, “Acompáñame” con Rocío Durcal, “Sor Ye-Ye” con Hilda Aguirre. También

apreciamos a César Costa en “Dile que la quiero”. Era la única posibilidad de encarnar esas

imágenes como propias, hacerlas partícipes de nuestra sangre y protagonistas en las

conversaciones en las esquinas del barrio.

En ese México de los años sesenta otros cantantes fueron alimentando el mapa sentimental.

Así, José José hacia 1968 nos sedujo con “La nave del olvido” y en 1970 con “El triste,

mientras Roberto Jordán y su “Amor de estudiante” giraba en las venas cuando

recordábamos a las colegialas que enloquecían nuestras mentes en plena edad del verano.

Los Teen Tops, donde cantara inicialmente Enrique Guzmán, nos sacudieron las cinturas

con “La plaga”, “La gallinita Twist”, “Anoche no dormí”, “Juanita Banana”, la versión del

“Rock de la cárcel”, “Los corazones rotos”. Otro grupo mexicano del momento fueron los

Locos del Ritmo y su interpretación de “Aviéntense todos” y “Chica alborotada”, la

mayoría versiones y traducciones de cantantes baladistas anglos como Paul Anka, Neil

Sedaka y Belafonte. Con Angélica María (“Cuando me enamoro”, “¿A dónde va nuestro

amor?”, “Yo que no vivo sin ti”, “Una muchacha igual a todas”); Alberto Vásquez (“Tú

significas todo para mí”, “El pecador”, “Olvídalo”); Estelita Núñez (“Una lágrima”)

aumentaron las sensaciones, las declaraciones y ritos amorosos generacionales.

Un caso que merece especial mención es el del compositor Armando Manzanero, quien

hacia 1967 grabó varias canciones que a más de uno de nuestros amigos de barriada dejaron

perplejos y hechizados, pues su musicalidad y sus letras tenían el espíritu sentimental de la

balada pero también la atmósfera sonora del bolero. De modo que Manzanero navegó

tranquilo en esos dos mares musicales. Tanto baladistas como boleristas cantamos “Esta

tarde vi llover”, “Adoro”, “No”, “Somos novios”, “Cuando estoy contigo”, “Mía”,

“Contigo aprendí”. Manzanero se constituyó así en el puente que unía la sensibilidad del

bolero -la cual en los años sesenta había decaído debido a la llamada “Nueva ola”- y la

sensibilidad de los jóvenes de los sesenta, formados en un imaginario amoroso, sentimental,

procesado y proyectado desde la balada.

España, con “un beso y una flor”

De España también llegaban varias canciones que aumentaron la imaginación y los deseos.

En los sesenta, el cine español nos mostró a una Marisol de cándidos y hermosos ojos, con

su desparpajo de niña vivaz y alegre y con canciones que hablaban de un nacionalismo

promovido por la dictadura de Francisco Franco. Sin embargo, ella nos endulzó el oído y

hechizó las pupilas con su grácil, erótica y hermosa figura. En medio de la tradición

hispano-católica de la España Franquista, surgían increíbles cantantes que permeaban la

piel y el alma. Raphael con “Yo soy aquel”, “Desde aquel día” “Cierro los ojos”, “Cuando

tú no estás”, “Jinetes en el cielo”, “Ave María”, fue labrando un surco de donde recogíamos

inmensos y hermosos frutos para saciar las hambres de amor. Aquella voz, entre dulce y

fuerte, también alegró algunos diciembres gracias a uno de los villancicos más

hermosamente interpretados por cantante alguno: “Canción del tamborilero”. Con Raphael

llegó el ensueño fílmico a los cines de aquellas ciudades colombianas con nombres de

santos en películas como “Cuando tú no estás”, “Al ponerse el sol”, “Digan lo que digan”,

“El Golfo”.

En 1970 una fuerte voz nos contagió con una canción de alto vuelo escritural y musical.

“Te quiero, te quiero”, sonaba en la interpretación de Nino Bravo. Unos años después nos

sedujo con “Es el viento”, “Puerta del amor” “Cartas amarillas”, para dar su puntillazo total

al poner sobre el escenario “Un beso y una flor”, quizá la canción más estremecedora y

bella que este valenciano cantó en sus 28 años de vida. Nino Bravo nos la regaló como una

premonición de su pronta partida, junto a “Mis noches sin ti”, “Volveré a empezar”, “Mi

gran amor” la increíble “Noelia”, donde se escucha aquel largo sostenido final, y su

canción “América”, ese homenaje a esta dulce, pobre y hermosa tierra, grabada unos meses

antes de su fatal partida. Desde una España dominada por la dictadura de Franco, elevó un

pliego de peticiones amorosas con su canción “Libre”, como una exigencia y un derecho

negado durante más de treinta años en la patria de Don Antonio Machado, Rafael Alberti,

Luis Cernuda, Miguel Hernández y Federico García Lorca. En cinco años grabó cuatro L.P.

El lunes 16 de abril de 1973, a las 11 y 50 de la mañana, cuando viajaba en su auto de

Valencia hacia Madrid,en el Término Municipal de Villarrubio, Nino Bravo se esfumaría al

dar una curva en la carretera, dejando en el aire una voz que retumba en la memoria desde

nuestra adolescencia.

Junto a Nino Bravo y Raphael escuchamos a Mari Trini quien nos hizo saber que la mujer

española pedía una autonomía libertaria en medio del moralismo católico dictatorial. “Yo

no soy esa” fue la canción bandera de una generación de mujeres hispanoamericanas en

aquel año de 1970. Con una excelente factura musical y hermosas composiciones poéticas,

Mari Trini fue aumentando su insinuante y maravilloso cancionero: “El desamor” es la

canción de una mujer sabia en las lides de relaciones trastocadas y difíciles; “Que seas

feliz”, “Cuando me acaricias”, “Escúchame”, “Entre la lluvia y el viento”, y “Déjame”,

petición de autonomía y de independencia femenina ante los preceptos y

acondicionamientos machistas ancestrales. Mari Trini concretaba así la pulsión y pasión de

las mujeres de su tiempo con una actitud rebelde, creadora, poética, amorosa y libertaria,

contribuyendo a construir los caminos que se abrirían poco a poco para la mujer unos años

después.

Por esos mismos años la voz de Cecilia también se escuchó al unísono. Evangelina Sobredo

Galanes, para todos Cecilia, bella, juvenil, con la figura contracultural de la época, nos

sedujo por la inmensa potencia poética de sus canciones y por asumir también, en medio de

las dictaduras negadoras del placer, una actitud diferente: “Dama Dama”, “Cuando yo era

pequeña”, “Amor de medianoche”, “Me quedaré soltera”, “Señor y dueño”, son

composiciones donde está presente el acto tanto amoroso como la denuncia irónica social a

los cánones morales. Una de sus canciones, que por extraña y ambigua es hermosa, fue la

que hizo de Cecilia una cantautora de innegable trascendencia en la música balada. “Un

ramito de violetas” sintetizó la situación de la mujer que sueña con “otra vida” en medio de

un matrimonio monótono, con un marido triste, aburrido y tradicional, quien, de forma

anómala, la seduce clandestinamente cada 9 de noviembre enviándole sin tarjeta un ramito

de violetas. Bella y contundente manera de retratar las condiciones de la mujer bajo el

franquismo. El 2 de agosto de 1976, a sus 27 años, Cecilia fallece en un accidente de

tránsito cuando regresaba a Madrid de un concierto realizado esa misma noche en la Sala

Nova Olimpia de Vigo (Pontevedra).

Es arriesgado decir que estas cantantes estaban comprometidas políticamente con los

movimientos de izquierda y contestatarios de su tiempo; sin embargo, algunas de sus

composiciones sonaban de avanzada, con lo que se ponía en evidencia el estado de atraso y

de antidemocracia bajo el cual se vivía en la noche inquisitorial y casi medieval de la

dictadura.

No podemos tampoco olvidarnos de un gran compositor como lo fue el andaluz Luisito

Rey. Su canción “La gran ciudad” es quizás una de las más bellas sobre las despedidas, las

pérdidas, los vacíos que dejan las ausencias del amor. Con él celebramos irónicamente las

desdichas “Frente a una copa de vino” y nos llamaron locos cuando ejercimos una

voluntad libertaria a contracorriente.

También en España el gallego Juan Pardo iluminó la monótona y dura noche dictatorial

franquista con sus canciones “Mi guitarra”, “María Magdalena”, “Conversaciones conmigo

mismo”, y en 1975 grabó “Autorretrato”, “Mírala como va”, “Recuerdos”, “Treinta años”,

“Una vida sencilla” escritas en el Hotel Tobazo, en una temporada de invierno “gracias a la

maravilla de la montaña, su aire, su nieve y su gente”, tal como lo escribió en la contra

carátula de su acetato.

Desde Alicante y Málaga Manolo Galván trajo aires gitanos cuando cantó “Deja de llorar”,

“Te quise, te quiero y te querré”, “Porque te quiero tanto”, “Pequeño gorrión” y “Poema

del alma”, una joya que resalta a la poesía y a su necesidad cotidiana amorosa. Con Valen

el canto de Granada se hizo visible y audible, sobretodo en sus canciones “Quiero amarte”,

“En cualquier lugar del mundo”, “Así te amé”. Valen, con su espíritu de gitano escribió

varios ensayos sobre García Lorca y otros poetas andaluces.

Muchos fueron los grupos musicales españoles que nos llegaron entre los sesenta y los

setenta. Nombraremos los que consideramos son importantes en la formación sentimental

de época: el Dúo Dinámico (Manolo y Ramón) con “Perdóname” y “Esos ojitos negros”; el

grupo catalán Pic-nic donde Jeanette con voz infantil puso a volar su tristeza tierna en

“Cállate niña”; Los Brincos, grupo madrileño con “Mejor”, “Un sorbito de champagne”;

Los Diablos, agrupación que se recuerda en Cali pues “Un rayo de sol” sirvió de cortina

musical del programa “Música a la carta” en la emisora Radio Uno entre 1970 y 1972;

además grabaron “Oh, oh July”, “Fin de semana”, melodías dulzonas y melosas como lo

eran las canciones de Fórmula V: “Cuéntame” “Tengo tu amor”, “Ahora sé que me

quieres”, “Loco, casi loco” y, sobre todo, la ensoñación del verano y las muchachas bajo

los rayos del sol en “Eva María” y “Vacaciones de verano”; la agrupación Trigo Limpio en

“Te quiero para mí”, “María Magdalena”; o Juan y Junior con “Anduriña” de 1968,

canción que emocionó a Pablo Picasso, el cual ofreció uno de sus grabados para ilustrar la

carátula del disco.

Mención especial merecen dos agrupaciones de Bilbao que a principios y mediados de los

setenta grabaron algunas de las canciones más emblemáticas de esos años. Hablamos de

Mocedades y del Dúo Sergio y Estíbaliz. Del primero quedará en la memoria la canción con

la cual participaron en el Festival de Eurovisión en 1973: “Eres tú”, hermosa composición

de Juan Carlos Calderón, donde el poema y la música se vuelven unidad total, exquisitez

escritural y melódica. Mocedades nos regaló también “La otra España”, “Amor de

hombre”, “Tómame o déjame”, “Adiós amor”, mientras que Sergio y Estibaliz que habían

pertenecido a Mocedades, de la mano del compositor Juan Carlos Calderón editaron en

1975 “Piel”, “Volver”, “Cuando habla la noche”, “Tú volverás” y la inolvidable “Mano con

mano”.

A principios de los sesenta Emilio José pensó y sintió el amor con aires marineros y brisas

marinas cuando compuso “Nuestra playa”, “Soledad”, “Mi barca”, “Ni contigo ni sin ti”,

como también Miguel Bosé en 1977 interpretó la canción italiana de I Pooh “Linda” junto a

“Amiga” y “Mi libertad” de Claudio Baglioni. En los años ochenta grabó “Creo en ti”, “Te

amaré”, “Amante bandido”.

Mientras tanto escuchábamos a Los Módulos, Los Mitos, Los Tres Tristes Tigres

(“Matrimonio”), a Karina con “Las flechas del amor”, al español argentino Luis Aguilé

(“Embustero y bailarín”, “Con amor y sin amor”, “En el amor”), a Julio Iglesias

(“Wendoline”, “Un canto a Galicia”), Massiel con “Rosas en el mar” compuestas por Luis

Eduardo Aute y “La, la, la”, grabada también por Joan Manuel Serrat, ganadora en el

Festival de Eurovisión de 1968; Juan Bau y su “Estrella de David”; a Lolita y “No

renunciaré”. Camilo Sesto entró a la balada con “Algo de mí”, “Amor amar”, “Melina”

“Fresa salvaje”…; Juan Erasmo Mochi y “Un camino hacia el amor”, “Qué hay en tu

mirada”; José Luis Perales con “Y te vas”, “Un velero llamado libertad”, “El amor”…

Francia mon amour

Después otro país, otras canciones fueron poblando el corazón, las alforjas de la

imaginación adolescente. De Francia, un hombre de origen Armenio, ese país del Asia

Menor, en la Transcaucasia, elevó la nota de la balada muy alta con unos poemas-canciones

de hermosa calidad musical, letras de una sabiduría suprema y una profundidad espiritual y

corporal. Aznavour nos donó canciones como “Y por tanto”, “Venecia sin ti”, “Yo te daré

calor”, “Buen aniversario”, donde la anécdota se une con la pasión del amor y el desamor,

las pérdidas y las conquistas legendarias. “Y por tanto”, nos llegó hacia 1964 como un

hermoso vendaval de placer, junto a “Quién” o “Debes saber” y, por supuesto, la tristeza en

la despedida de “La mama”, canciones que fueron engrandeciendo la figura de este artista,

invitando con nostalgia vivir de nuevo la intensa y locuaz “bohemia” poética.

En París cantaba también un loco enamorado de una bella rubia rusa, hechicera eslava, con

la música cosaca en el cuerpo. “Nathalie” sería la canción insigne de Gilbert Becaud en

aquel año de 1964, recordando su viaje a Moscú, enamorado de una hermosa guía

moscovita, entre estudiantes universitarios con botellas de vino, vodka y champagne y el

imaginado Café Pushkin. Becaud, de grave tonalidad, alegraría más de una noche nuestros

encuentros y veladas llenas de licor, poesías y desgarramientos, levantando las copas por

aquella emblemática canción y por otra de gran acogida entre nosotros “Et maintenant”,

con la cual también nos estremecimos.

Por aquella época escuchamos hablar de una isla donde alguien no quiso jamás volver, pues

el amor se había fugado con los vientos del mar. “Capri se acabó” fue la canción que Hervé

Vilard registró hacia 1966 junto a “Yo tengo penas”, que nos hacía estremecer cada vez que

la escuchábamos llenos de temor y timidez ante la cara de la chica más hermosa del barrio.

Hervé Vilard nos regaló otras canciones: “Ya para qué”, “Morir o vivir”, “Yo te daría más”

y sobre todo “Como el álamo al camino”, invención de un amor sólido igual a un árbol

milenario.

Mientras tanto, en Bélgica un siciliano componía algunas de las canciones más bellas del

género balada. Salvatore Adamo cantando en francés y en español edificaba poemas hechos

cantos. Con “La noche”, “Porque yo quiero”, “el tiempo se detiene”, “Quiero”, “Muy

juntos”, “Pequeña felicidad”, “Un mechón de su cabello”, “En bandolera”, los novios

magnificaban más el amor, se inventaban rituales y caricias en sus barrios. Adamo fue una

ayuda en medio de esa adolescencia de búsquedas, desequilibrios, insatisfacciones y

rebeldías familiares; nos donó palabras y canciones como “En mi canasta”, “Pequeña

felicidad”, “Tu nombre”, “Nuestra novela” y “Arroyo de la infancia”, para seguir creyendo

en la posibilidad de encontrar, tras cerradas puertas, alguien con quien caminar con las

“manos en la cintura”. Ese era el máximo sueño, el máximo placer, nuestro erotismo de

época.

En la misma Francia Sacha Distel nos invitaba a saborear las dichas del placer y del vino en

la “Casa de Irene”; Frederic Francois erotizaba nuestra puritana adolescencia con unas

canciones sensuales y subversivas para la época. “Quisiera dormir junto a ti” y “Te quiero,

te amo”; Joe Dassin saludaba al mundo con “A ti”, “Sólo puedo mirar atrás”, “Y el mundo

sigue andando”, “Y si no has de volver”.

Italia y sus últimos románticos

Las canciones y los festivales de la canción balada florecieron en varios países. Quizás el

más famoso de ellos fue el de San Remo en Italia. Desde su inicio en 1951 se fue

convirtiendo en un referente obligatorio para conocer las nuevas tendencias e ídolos de

dicho género musical. Así, gracias a San Remo, escuchamos a Jimmy Fontana, Bobby

Solo, Adriano Celentano, Sergio Endrigo (acordémonos de su “Arca de Noé” y de la

bellísima “Canción para ti”, ganadora del San Remo en 1968, interpretada por Roberto

Carlos); a Gianni Nazzaro y “No quiero enamorarme más”; a Claudio Baglioni y “Blancos

cristales serenos” finalista en el San Remo de1971.Pero sobre todo a Domenico Modugno

con “Nel blu dipinto di blu”, conocida también como “Volare”, que ganó el festival en

1958; “Dios, cómo te amo”, ganadora en 1966; “Cómo has hecho”, finalista en 1971; “Un

puntapié a la ciudad”, finalista en 1972 y “La distancia es como el viento”, una de las letras

más emblemáticas sobre la soledad en que nos dejan las separaciones. Otras canciones

memorables del gran Domenico son: “El hombre del Frack”, “Ciao, ciao bambina”. Con

Domenico el Festival de San Remo desde 1958 y su canción “Volare” adquirió otro

sentido, se llenó de una diferente atmósfera: la canción balada llegó a ser su alma, su

condición.

Quizás sea la balada italiana la de más alta calidad musical, escritural y vocal que haya

existido desde los años sesenta. Ello se debe tal vez a que la balada como forma

poética,gracias al movimiento romántico tuvo su origen a finales del siglo XVIII en Italia,

la cual estaba compuesta de varias estrofas y un estribillo que se cantaba por una voz o en

coro y se bailaba en reuniones sociales por gentes del pueblo. También influye la fuerte

tradición operática que Italia posee desde el siglo XVII, con inmensos exponentes tanto en

la música culta como en la popular. De allí que al Festival de San Remo hayan arribado

grandes cantautores como Gianni Morandi (“Hoy de rodillas, “No soy digno de ti”, “El

mundo”); Lucio Dalla, llamado “el hombre de la boina de oro”, finalista en 1971 con “4

marzo de 1943”, grabada en español con el título de “Un hombre llamado Jesús” y finalista

en 1972 con “Plaza grande”. Dalla era un poeta cantor que reivindicaba la vida de aquellos

seres no atados a las instituciones, libres y vagabundos, nómadas en busca de su

individualidad creadora.

Sin duda Nicola Di Bari y Gigliola Cinquetti fueron los más escuchados y queridos

cantantes de San Remo por nosotros. El primero nos asombró y enamoró hacia 1967 con su

canción “Zíngara”, en la cual un perpetuo y frustrado enamorado le ruega a una gitana que

lea en las líneas de su mano el futuro con su amada, indiferente a esa pasión. En 1971 nos

dejó como ráfaga de luz “El corazón es un gitano”, triunfadora en San Remo. Más tarde, Di

Bari nos embriagó con “El último romántico”, “Los días del arco iris”; “Un gran amor y

nada más”, “Prueba llamarme amor”, “El amor te hace linda”, como la hermosa y sensible

“Guitarra suena más bajo”. Cuántas serenatas no realizamos frente a las ventanas de las

novias entonando esta canción. En 1974 “Sé que bebo, sé que fumo” se convirtió para

muchos en un manifiesto de principios que justificaba una posición vital y una apuesta

libertaria, amorosa, en torno a una sociedad normativa, hipócrita y disciplinaria.

Con Gigliola Cinquetti llegó la belleza, la sensualidad, el éxtasis, la hermosura. Su canción

“No tengo edad”, ganadora en el San remo de 1964, cuando Gigliola tenía 16 años, fue no

solo aplaudida por gran parte de una generación todavía pacata en asuntos eróticos, sino

por el mismo papa Pablo VI debido a la fuerte carga moral, puritana y católica que

contiene. Sin embargo, nos regaló en su cálida voz “Dios, cómo te amo”, compuesta por

Domenico Modugno, ganadora del festival en 1966. A partir de allí sus discos y sus

interpretaciones fueron las predilectas de nuestros corazones: “Pepito en Pensilvania”,

“Cuando me enamoro”, “La rosa negra”, “Tú bailas en mi mente”, “La lluvia”, finalista en

el San Remo de 1969; “Gira el amor”, “Pienso en las cosas perdidas”. La sensualidad y

belleza de esta mujer se magnificó en la interpretación de “Las puertas del cielo” en 1973,

ganadora en el programa “Canzonissima” en Italia.

Enamorados y seducidos por Gigliola pudimos también apreciar otras divas italianas del

canto como Nina y su “Amor mío”, Gabriela ferri (“Te regalo mis ojos”) y Rita Pavone.

En 1967 El Festival de San Remo tuvo su protesta y su tragedia. La canción “Ciao amore

ciao” de Luigi Tenco después de la segunda velada no fue seleccionada por el jurado.

Luigi, compositor y poeta, corrió de pronto a su cuarto en el Hotel Saboy. Apresurado

escribió:

“He querido al público italiano y le he dedicado inútilmente 5 años de mi vida. Hago esto,

no porque estoy cansado de la vida (todo lo contrario), sino como acto de protesta contra

un público que envía "Yo, tú y las rosas” a la final y a una comisión que selecciona "La

revolución". Espero que sirva para aclarar las ideas a alguno. Adiós. Luigi”

Después se escuchó un ruido seco y solitario que rompió el mutismo de la noche. Luigi

Tenco había puesto fin a su vida de poeta. Yacía en el suelo con un disparo en la cabeza a

sus 28 años. El escándalo sacudió a San Remo. “Ciao amore ciao” tenía una letra de corte

social, lo que generó varios comentarios sobre el sesgo ideológico en su rechazo por parte

del jurado. Otros comentarios surgieron: su conflictiva relación con la joven Valeria, los

amores nada fáciles con la cantante Dalida. Luigi Tenco, poeta vivaz, efusivo, emocional,

amoroso, impulsivo, escribió en 1964 una de las canciones más tiernas que escuchó nuestra

educación sentimental de época: “Ho capito che ti amo”, (“He sabido que te amo”). Con

esta canción y “Vendrai, vendrai”, Luigi Tenco daría un toque poético muy alto al

sentimentalismo de la canción italiana.

Otras voces surgieron como resultado de esta luminosa efervescencia musical: I pooh con

“Tantos deseos de ella” y “Pensamiento”; Capítulo VI, grupo de Génova, con “Jesahel”,

(participante en el San Remo del 72) y “La sonrisa, el paraíso” y “Ninna Nanna”, finalista

en San Remo de 1971; Graciela y sus “Montañas verdes”; Patty Pravo y “La Bámbola”; la

voz del tenor Al bano (“La mañana”, “En el sol”, “querido amor”, “sólo te tengo a ti”);

Massimo Ranieri grabó “Rosas rojas”, “ Perdón cariño mío”; Pepino di Capri, ganador del

San Remo de 1973 con “Un gran amor y nada más”; y el de 1976 con “No lo haré más”;

Toto Cotugno y “Enamorados”, “Sólo tú, sólo yo”, “El italiano”. No podemos dejar de

nombrar a Lucio Battisti con las inigualables “Respirando”, “Mi libre canción”, “La cinta

rosa”; recordemos a la bella Nada Malanima que en 1969, con tan solo 16 años, llegó

imponente y hermosa con sus botas, vestida a lo hippie, al Festival de San Remo para

cantar “Hace frío ya”, y en 1971 lo ganó con “El corazón es un gitano”. En el 72 quedó en

el tercer lugar con “El rey de oros”. Nada se dedicó al canto lanzando cada tres años un

nuevo álbum y escribiendo poesía. En el 2003 publicó su libro de poemas Le mie

madri.(Mis madres).

Suramérica: “¡ay país, país, país!”

Pero si en Italia se gestaba la mayor calidad de la música balada, en Suramérica se producía

y proyectaba un movimiento con grandes compositores, cantantes, sobre todo en Argentina

y Chile.

Desde Argentina, las primeras canciones baladas que llegaron a la Colombia de 1960

fueron quizás las de Leo Dan (Leopoldo Dante) y las de Palito Ortega. Del primero nos

sedujo en 1964, por la sencillez –diría simpleza- de su letra y su música pegajosa, la

canción “Celia”; luego, con la misma factura: “Qué hermosa noche”, “Santiago querido”,

“Te he prometido”, “Qué tiene la niña”, “Cómo te extraño mi amor”, “Estelita, “Por un

caminito”. Ya en los setenta, Leo Dan compuso “Mary es mi amor”, “Siempre estoy

pensando en ella”, “Esa pared”, entre otras. Leo Dan permanece como el cantante de un

amor de inocencia casi infantil, púber, con letras sensibleras, ingenuas, azucaradas y

acarameladas, pero seductoras y melosas. Ahora las escuchamos con la nostalgia de

nuestros primeros amores.

Con Palito Ortega (Ramón Bautista Ortega) también llegaron canciones más o menos del

mismo corte: seductoras por su ingenuidad, sencillez y con un toque de Twist. “La

felicidad”, “Despeinada”, “Corazón contento”, “Bienvenido amor” nos levantaron a bailar,

junto a las románticas “Vestida de novia”, “Al lado”, “Un muchacho como yo”, “No es

nada”. Hemos de reconocer que Palito Ortega es el compositor de algunos boleros

inmortales como “Lo mismo que a usted”, “Hola Soledad” y “Sabor a nada”.

Después, entrado 1968, año crucial para los movimientos contraculturales en el mundo,

escuchamos por primera vez a Sandro. Estábamos en nuestros barrios tratando de

deshabitar la soledad amorosa cuando “Porque yo te amo” se escuchó, seduciendo los

graves y leves corazones. Después vino una marea de músicas y de letras con sabor poético

entre líneas: “Quiero llenarme de ti”, “El maniquí”, “Penas”, “Después de la guerra”,

“Como lo hice yo”, “Sin sentido”, “Trigal”. Algunas de esas canciones sirvieron para

inventar en el silencio alguno que otro escrito de amor, alguno que otro beso: “Rosa, Rosa”,

“Me amas y me dejas”. Con “Una muchacha y una guitarra” imaginamos vidas y amores

viajeros, vagabundos, y con “Así” y “Tengo” nos abrimos al mundo de los deseos

inconclusos.

Sandro nos acompañó en la solidaridad y soledad de nuestras casas. En eso estábamos

cuando también otra potente voz resonó duro y fuerte en los estrados barriales. Alguien

cortaba una flor esperando a su amada mientras llovía y llovía, o se lamentaba por haberla

besado solamente un verano. Leonardo Favio llegó con un tono huracanado, abriendo las

puertas para dejarnos en los oídos canciones tan bellas como “Quiero aprender de

memoria”, “Ni el clavel ni la rosa”, “Así es Carolita”, todas ellas dignas de ser consideradas

poemas y realizadas con la frescura y la atmósfera cinematográfica del que fue quizá el

mayor director de cine argentino. Sobre esta faceta nada conocíamos de Favio. Sólo

escuchábamos sus canciones, admirábamos su voz, pero en Colombia ninguna noticia de su

excelente trabajo de cineasta nos llegó por aquellos años. Algún tiempo después supimos de

su genialidad como director de cine y eso nos hizo quererlo y admirarlo más. Pero en la

adolescencia sus dramatizadas canciones nos pusieron a ensoñar y a gritar en las esquinas

“Mi tristeza es mía y nada más”, como una premonición de un presente vivido; o bien,

“Ella ya me olvido” y “Ella es”, con la melancolía del herido en el corazón por las pérdidas.

De pronto, hacia 1969, con otra tonalidad y otro tipo de voz, escuchamos, como entre

susurros, unos poemas cantados, peleando contra el ruido de la época. Con “Vengo”,

“Llegando, llegaste”, “La piel cansada de la tarde”, “Cómo somos”, “Fumemos un

cigarrillo”, Piero nos dio conciencia de nuestras posibilidades y límites en el amor. “Mi

viejo” se convirtió en la canción más escuchada y celebrada por algunos nostálgicos y

efusivos hijos en los días del padre. Durante casi dos décadas, Piero grabó canciones como

“Juan Boliche”, “Si vos te vas”, “Piel de diciembre”, “No te vayas por favor”, “Tomamos

un café”, “A mí me dieron el mar”, “Cómo decirte ahora”, “Valdemar, el brasilero”.

Al lado de estas hermosas invitaciones al arte de amar, también Piero, en esos años de

confrontación política contra los regímenes dictatoriales, contra las oligarquías nacionales y

el imperialismo, nos tatuó en la memoria un acto de rebeldía revolucionaria con la ironía

crítica de “Los americanos”, “Las cosas que pasan”, con las desgarradas “Coplas de mi

país” y “Pedro Nadie”. Eso fue Piero por aquellos años y es el Piero que recordamos y

reivindicamos.

En torno a estas cuatro pilastras de la balada argentina, se escucharon varias voces que

ampliaron el espectro musical del Cono Sur antes de la dictadura militar. Así, por ejemplo,

tenemos a Sabú con algunas composiciones: “Oh, cuánto te amo”, “He tratado de

olvidarte”, “Vuelvo a vivir vuelvo a cantar”, con la cual se dio a conocer en 1971. A su vez

Tormenta quien con “Adiós chico de mi barrio” nostalgizó la infancia y la adolescencia que

habíamos gozado y sufrido; también el poeta cantor Gian Franco Pagliaro con “Todos los

barcos, todos los pájaros” y su bella composición “Si me olvidas te olvido”; el primer

Jerónimo de los setenta nos ofreció un bello poema: “Dos que se parecen uno”, donde los

amantes edifican su realidad cósmica y urbana con besos que vuelan como el vino. La

hermosa, juvenil, erótica y fresca Silvana di Lorenzo con “Locuras tengo de ti”, “Me muero

con estar contigo”, “Palabras, palabras”; Sergio Denis y “Me enamoré sin darme cuenta”;

Pedro y Pablo y su “Marcha de la bronca”, la cual se asumió como un rito de combate entre

los jóvenes argentinos unos años antes el desastre histórico dictatorial. Bárbara y Dick con

“Ámame, me gusta amanecer en ti”; Luis Grillo y “A él”, “Amor de vacaciones”, “Dicen

por ahí”; Juan y Juan y la “Balada para un gordo”; Marco y “Te fuiste en abril”, “La

historia de un muchacho que te quería”. Beto Fernán, con esas baladas que provocaban

bailes y movimientos emocionantes cuando cantaba: “Te llevaré”, “Noche de verano” “Qué

suerte”.

En Uruguay, un argentino ganaba el Festival Parque del Plata en 1966 con “Siempre te

recordaré”. Las composiciones de Yaco Monti: “Amor desesperado”, “Volveré a San Luis”,

“Mira cómo son las cosas” y “Vanidad”, fueron cantadas con mucho esfuerzoen las

barriadas por su alta y aguda tonalidad.Desde Montevideo el grupo Los Iracundos en los

setenta catapultó a “Puerto Montt” y nos dejó canciones como “Las puertas del olvido”,

“Va cayendo una lágrima”, “Marionetas de cartón”, “Te lo pido de rodillas”.

En esta Suramérica de golpes militares de Estado e íconos políticos surgidos de la

Revolución Cubana, de las justas luchas de los pueblos; en estos años del Che Guevara y

del cura guerrillero Camilo Torres Restrepo; en esta Suramérica que peleaba por su

dignidad mientras cantaba canciones románticas de adolescencia; en el Brasil de la samba y

del bossa-nova, del Rey Pelé y de Garrincha y bajo la dictadura de los militares, un poeta-

cantor nos entusiasmó a inicios de los sesenta con una irónica y simpática composición:

“Mi cacharrito”, la cual sería el santo y seña de Roberto Carlos para entrar a nuestros

espacios sentimentales. Luego, por influencias del Bossa-nova y de la samba brasilera, nos

sedujo con “Rosita”, “La enamorada de un amigo mío”, “Gato negro” “Yo te amo” “Me

quiero casar contigo”, hasta llegar a aquel San Remo del 68 donde se alzó el trofeo con la

íntima y sensual “Canción para ti”. En los setenta derribó todas las puertas amorosas con la

sin igual “Detalles”, “La distancia” o el evocador poema de la infancia “Un gato en la

oscuridad” y aquel canto de un desesperado enamorado preguntando: “Qué será de ti”. Son

muchas canciones las que este brasilero dejó guindando del hilo del alma.

Brasil también aportó a la balada con Nilton César (“Yo soy Yo”, “Esta es la última

canción”); con el llamado “Pequeño gigante de la canción” Nelson Ned (“Yo también soy

sentimental”, “Déjame si estoy llorando”, “Daría todo si estuvieras aquí”, “Si las flores

pudieran hablar”); Martinha (“Hoy daría yo la vida”, “Aquí”, “Yo soy para ti”); José

Augusto y su versión de “Candilejas” de Charles Chaplin.

En Chile Los Galos, Los Ángeles Negros, Los Golpes y Los Hermanos Arriagada fueron

los grupos que más sobresalieron por sus canciones e interpretaciones: “Volveré”, “Murió

la flor”, “Cómo quisiera decirte”, “Amor por ti” de Los Ángeles Negros; y de Los Galos:

“Sabor a mí”, “Cómo deseo ser tu amor”, “Por temor”, “Amor por ti”. De Los Golpes

recordamos “Olvidarte nunca”, “Vete ya”, “La pobre mía”.

La bella versión de “Nathalie”, hecha por Los Hermanos Arriagada en 1965, dio la vuelta

al mundo hispanoamericano seduciendo por su alta calidad interpretativa, junto a “Un

mundo diferente”, “Qué cosa hice Yo”, y “Poema”, canciones que fluctúan entre el bolero y

la balada y que los catadores de ambos géneros degustan por igual.

Los pasteles verdes, grupo surgido a inicios de los setenta en el poblado de Chimbote en

el Perú y que desarrollaron gran parte de su carrera en México, grabaron temas como

“Esclavo y amo”, “El Reloj” “Te amo y no soy correspondido”. De Venezuela nos llegó la

voz de Rudy Márquez con “Háblame suavemente”, “Mi razón”, “El amar y el querer”. En

Panamá Basilio nos regaló “Ve con él”, “Vivir lo nuestro”, “Tú ni te imaginas” y sobre

todo “Cisne cuello negro”. Basilio en sus últimos años (murió en Miami el 11 de octubre

del 2009) se desempeñó como cónsul de Panamá en Cali Colombia.

Desde Grecia y otros países

En la Grecia de los poetas Yannis Ritsos, Giorgos Seferis y Odiseas Elitis; de la Grecia del

inmenso Theodorakis y de Costa Gavras, la delicada voz de un excelente tenor nacido en

Alejandría saboteó nuestros enamoramientos: Demis Roussos con “Adiós mi amor, adiós”,

“Romántica”, “Por siempre, para siempre”, “Canción de bodas” y “Bailaré, bailarás”,

prosiguió enriqueciendo la educación sentimental y musical adquirida durante casi dos

décadas.

De Londres y Estados Unidos Mat Monro, un poco imitando a Franz Sinatra, con su acento

anglo nos degustó algunas noches de besos, soledad y bohemia con su “No puedo quitar

mis ojos de ti”, “Alguien cantó”, “Todo pasará”, “Libre” y la especial versión de “No me

dejes” o “Ne me quitte pas” compuesta por el francés Jacques Brel. Con la canción “Qué

tiempo tan feliz” nos embriagamos desde la nostalgia, los abismos vitales y los naufragios

nacionales. A su vez, la gringa Connie Francis nos convidaba a ser conscientes de su “tonto

amor” al saberse enamorada de un ser ajeno e imposible.

En 1971, en el Festival de San Remo nos sorprendió un cantante invidente portorriqueño,

con una de las canciones más bellas de aquella velada: “Qué será”. José Feliciano, con su

particular forma de cantar acompañándose de su guitarra, quedaría en la memoria de toda

una generación sentimental por aquella canción que, en el transcurso de la vida, sería

emblema y símbolo en las despedidas de amores y de amigos. Baladista, bolerista genial

(son conocidas sus grandes interpretaciones de boleros), compositor de canciones como

“Volveré, volverás”, “No hay sombra que te cubra”, “Para decir adiós”, Feliciano regó el

jardín de la adolescencia en aquellos setenta.

Colombia: “este viento amor”

Mientras tanto en Colombia programas radiales como “Los platillos voladores de Radio

15”, en los años sesenta, o “Música a la carta” de la emisora Radio Uno de Cali en los

setenta, o televisivos como “El Club del Clan”, “El Show de Jorge Barón”, “Juventud

Moderna”, “La Hora Phillips”, “Estudio 15”, “La nueva estrella de las canciones”, “Mano a

mano musical”, “Milo a Go-Go”, “Orquídea de Plata Phillips”, “El show de Jimmy”,

impulsaron e impusieron figuras como Vicky (acordémonos de “Llorando estoy”, “Las

estaciones”, Pobre gorrión”), a Harold, a Juan Nicolás Estela con “La chica del billete” y,

sobre todo, a Oscar Golden y su “Boca de chicle”, “Embriágame” y “Zapatos Pom Pom”.

En tanto el país se desangraba por guerras internas, dos chicos de 15 y 16 años fueron, en

nuestro concepto, los mejores intérpretes de la balada colombiana, con una muy alta calidad

musical y con las letras estupendas del poeta Nelson Osorio. Ana y Jaime nos deleitaron

con canciones de amor y compromiso político como “Café y petróleo”, “Ricardo

semillas”,“Este viento amor”, “Dispersos”, en los primeros años de la década del setenta.

Paralelo a estos dos talentosos jóvenes, el grupo Génesis, dirigido por el virtuoso

Humberto Monroy, también exploró nuevos ritmos y otros ambientes musicales que

fusionaban el pop, el rock con el folclor colombiano y suramericano, produciendo temas

tan significativos como “Quiero amarte”, “Don Simón”, “Manos de hombre” “Qué sientes”,

“Señora del silencio” y la hermosa versión de “Cómo decirte cuánto te amo”, compuesta

por Cat Stevens. Génesis fue el primer grupo colombiano que se atrevió a fusionar los

géneros musicales tradicionales (cumbia y música andina) con ritmos modernos de la

época. El resultado lo encontramos sobre todo en “La cumbia cienaguera”, “Fusión

Génesis”, “Alegre pescador”, y “El indio llora”.

Alrededor de ellos Claudia de Colombia llenaba de monotonía la escena nacional, y Fausto

y Billi Pontoni y Cristopher y Claudia Osuna y Tizziano y Los Speakers y Los Flippers y

Los Teipus y Los Yetis y Carmenza Duque y Yolanda y Luis Gabriel y Fabiano y Jimmy

Salcedo y Jesús David Quintana y Lida Zamora copiaban letras y tonos de otros países,

contribuyendo muy poco a la madurez y consolidación de este tipo de música.

Bogotá, dic 2013 - enero 2014