caricatugenia

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Caricatugenia o teoría de la caricatura personal Una línea = Un personaje RAS (Eduardo Robles Piquer) EL HUMORISMO COMO FORMA DE VIDA No vamos a intentar en ningún momento de las líneas que siguen, enseñar a hacer caricaturas y ni siquiera pretendemos “explicar la caricatura”, pues ello sería tanto como explicar la risa o la sonrisa. Sin embargo, no parece se preste a discusión el que la caricatura es una forma del humorismo. Si es así, al empezar este “ensayo”, que tiene toda la pretensión de ser trascendental y en el que procuraremos en cuanto exista un resquicio- dejar pruebas de nuestra profunda cultura en la materia, mediante citas de filósofos y tratadistas, parece aconsejable que hablemos algo sobre “humorismo”. Y aunque lo “humorístico” se ha burlado siempre de sus definiciones, desde Bergson hasta nuestros días, como parece que si no se definen las cosas todo lo que se diga sobre ellas queda en el aire, sin cimientos ni amarres, pasaremos a nuestros lectores unas cuantas definiciones del humorismo dadas por distintos autores. Empezaremos por la que nos da el diccionario: “Un estilo literario en que se hermanan la gracia con la ironía y lo alegre con lo triste”. Y seguiremos con las definiciones “no oficiales”. “El humorista es un hombre que se detiene al borde del camino y contempla el paso de la vida. Ante las humanas miserias le nace, alma adentro, una inmensa pena que cuando llega al cerebro ya se ha hecho risa”. –José Francés. “El humorismo es centelleo, fosforescencia, lo imprevisto”. –Pitigrilli.

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An excellent text about caricature: Maybe the first caricature´s theory

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Page 1: Caricatugenia

Caricatugenia o teoría de la caricatura personal

Una línea = Un personaje

RAS (Eduardo Robles Piquer)

EL HUMORISMO COMO FORMA DE VIDA

No vamos a intentar en ningún momento de las líneas que siguen, enseñar a

hacer caricaturas y ni siquiera pretendemos “explicar la caricatura”, pues ello sería

tanto como explicar la risa o la sonrisa.

Sin embargo, no parece se preste a discusión el que la caricatura es una forma del

humorismo. Si es así, al empezar este “ensayo”, que tiene toda la pretensión de

ser trascendental y en el que procuraremos –en cuanto exista un resquicio- dejar

pruebas de nuestra profunda cultura en la materia, mediante citas de filósofos y

tratadistas, parece aconsejable que hablemos algo sobre “humorismo”. Y aunque

lo “humorístico” se ha burlado siempre de sus definiciones, desde Bergson hasta

nuestros días, como parece que si no se definen las cosas todo lo que se diga

sobre ellas queda en el aire, sin cimientos ni amarres, pasaremos a nuestros

lectores unas cuantas definiciones del humorismo dadas por distintos autores.

Empezaremos por la que nos da el diccionario: “Un estilo literario en que se

hermanan la gracia con la ironía y lo alegre con lo triste”.

Y seguiremos con las definiciones “no oficiales”.

“El humorista es un hombre que se detiene al borde del camino y contempla el

paso de la vida. Ante las humanas miserias le nace, alma adentro, una inmensa

pena que cuando llega al cerebro ya se ha hecho risa”. –José Francés.

“El humorismo es centelleo, fosforescencia, lo imprevisto”. –Pitigrilli.

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“Es un extraño pajarraco mal definido, que tan pronto parece gris como lleno de

plumas brillantes y de colores”. –Pío Baroja.

“Humor es la intelectualidad de lo festivo”. –Jardiel Poncela.

“Es como un paso adelante –a veces dado en falso-, para romper el ritmo de lo

normal”. –Thackeray.

“Es el sentimiento burlado, más o menos benévolamente, por la razón”. –Milá y

Fontanals.

“El humorismo es la socarronería de las gentes cultas, así como la socarronería es

el humorismo de las gentes incultas”. –Alfonso Castelao.

“El humor es nuestra debilidad innata de contemplar y divertirse con las

incongruencias de la vida”. –Oscar Berger.

“El humorismo revela el lado serio de las cosas tontas y el lado tonto de las cosas

serias”. –A. Cantoni.

“El humorista es un hombre sonriente, casi siempre tímido y un poco amargado,

que finge tomarse las cosas en broma para que los demás lo tomen en serio.” –V.

Asar.

“El humorismo no es más que una lógica sutil”. –Pirandello.

“El humor muestra el revés de cada cosa, la grotesca sombra que proyectan en el

muro las personas serias y lo serio de las personas grotescas”. –Mario Herrera

“El humorismo consiste en ‘una manera de ver’ más que una ‘manera de ser’. La

manera puede ser objeto de enseñanzas, la manera de ver no”. –Marsillach.

Después de todas estas definiciones, lo más probable es que nos hayamos

quedado igual que antes de definirlo, y que tengamos que aceptar que la mejor

definición es esa que dice que el humorismo es “una cosa que no es pero que sí

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es”. Y resulta posible que tenga razón Jardiel Poncela al decir que definir el

humorismo es “como pretender atravesar una mariposa usando a manera de alfiler

un palo telegráfico”.

Sin embargo, queriendo contribuir a esa definición, es oportuno aclarar aquí algo

que frecuentemente se presta a conclusiones: el humorismo no es simplemente

comicidad, ni chiste, ni sátira, aunque todo ello se venga comprendiendo bajo el

nombre genérico de “humor”. Lo cómico es algo natural, espontáneo, a flor de piel,

que hace brotar el microbio de la risa que frecuentemente nos salta hasta en

ceremonias de obligada seriedad; como dice Gómez de la Serna, es un microbio

vibrátil que vive en los rincones más serios y misteriosos de nuestro ser. El chiste

es el rebuscamiento de lo cómico, una especie de comicidad artificial que se

piensa y que requiere una elaboración. Mientras la comicidad y el chiste tienden a

dirigirse al entendimiento, al humor, de sensibilidad más acusada, se centra hacia

el sentimiento y se encamina más bien hacia la emoción. Por otra parte, la sátira,

que se ha llamado “la lírica de la indignación”, es el aspecto cómico e irónico de la

crítica. El satírico se afana por educar y corregir, empleando todos los argumentos

dogmáticos disponibles desde la risa hasta la indignación. El humor en cambio, no

intenta hacer reír ni pretende educar o corregir, no poniendo nunca cátedra

moralizadora ni enfrentando las realidades que descubre con ningún ideal

superior. El humorismo es simplemente una determinada habilidad para verlas

cosas de la vida y para saber presentárselas a los demás en forma que haga

sonreír; y de acuerdo con ello, si tuviéramos que elegir entre todas las definiciones

que dimos más arriba, nos quedaríamos con la de Marsillach, cuando dice que “el

humorismo consiste en una manera de ver más que una manera de ser”.

Pero sea cualquiera el concepto que se tenga del humorismo y de los humoristas,

es para nosotros indudable que el humor y el mal humor son armas que han

venido jugando en el desenvolvimiento del mundo un papel de gran importancia.

Los “hombres de barba”, que no son precisamente los que la llevan colgando del

mentón sino los que tienen barba en el diafragma, que les impide comprender que

pueda existir nada de importancia que vaya envuelto en risas o en sonrisas, tienen

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una gran parte de culpa de que el mundo se encuentre en el estado en el que hoy

lo podemos contemplar. El color de la barba es lo de menos, pues las hemos visto

negras, azules, rojas y hasta de venerable y beatísimo color blanco, con

resultados muy semejantes entre sí. Si no es posible conseguir que se formen

gobiernos a base de humoristas, se debería procurar por lo menos arrancarles las

barbas a muchos de los políticos que manejan el mundo. Para que sepan por lo

menos reír. He aquí esbozado un tema que podía recoger algún humorista-filósofo

de verdad (si es que existe) y desarrollarlo bajo el título de “Filosofía política del

humor”…

CARICATURA DE ILUSTRACIÓN Y CARICATURA PERSONAL

Entrando ya de lleno en el tema de la caricatura, es preciso aclarar algo que nos

servirá para fijar ideas más adelante. Existen dos tipos de caricaturistas que

aunque manejan “el humor gráfico”, parten de conceptos y de “sujetos” distintos

totalmente.

El caricaturista de ilustración al que el vulgo suele llamar “monero”, utiliza el dibujo

como complemento de la literatura, en el caso de un artículo periodístico o de un

cuento, o glosa la actualidad política o social de forma personal, ene l caso de un

cartón o chiste. Estos “monos” caricaturizan un hecho o una situación,

comentando o condenando las noticias del día, asuntos políticos o económicos,

maneras o costumbres. Son dibujos “cómicos” o chistes que provocan la risa, o

utilizan la sátira en plan moralizador o con intenciones de educar o corregir. Pocas

veces son, sin embargo, vehículos de humor en el sentido descrito anteriormente.

El caricaturista personal por su parte, hace humorismo a base de la interpretación

gráfica de personajes reales. Y en esta interpretación, si no enmascara

intenciones ofensivas y se trata de verdadera caricatura personal, no cabe lo

estrictamente cómico ni satírico, debiendo ser una clara y simple forma de ver al

sujeto, que provoque la sonrisa.

Page 5: Caricatugenia

Aparentemente, ambas actividades pueden ser desarrolladas por las mismas

personas, pero, en la realidad ocurre que ni el “monero” es buen caricaturista

personal, ni éste es capaz casi nunca de competir con aquél en el trabajo de la

ilustración caricaturesca. El caricaturista de ilustración, cuando más, es un

“humorista literario” que en lugar de escribir, dibuja, mientras que el caricaturista

personal posee otras aptitudes de las que hemos de hablar en las líneas que

siguen. Sin que ello quiera decir que en algunos casos excepcionales no coincidan

en una sola persona las características de ambos.

En la mente de todos están los casos de magníficos caricaturistas de ilustración

que eran o son incapaces de hacer una buena caricatura personal. Sin referirnos a

casos de dibujantes en activo, se pueden citar entre los no hace tiempo

desaparecidos, de México y España; a Puga y a Tovar, magníficos humoristas de

lápiz, que nunca entendieron la caricatura personal. Y como a excepción genial, a

Bagaría, el gran humorista español, que puso cátedra como caricaturista en todos

los terrenos.

Mucho podría decirse en relación con la caricatura de ilustración, aparte de lo que

ya han dicho, en forma amplia autores distinguidos. Pero el objeto de estas líneas

es únicamente hablar sobre la caricatura personal que no ha merecido la misma

atención que aquella por parte de los críticos y comentaristas que casi siempre se

ha referido a ambas actividades como si fuesen una sola.

EVOLUCIÓN DE LA CARICATURA PERSONAL

El crítico francés Roberto de la Sizeranne definía de este modo la evolución de la

caricatura: “Un hombre se pasea por un jardín donde hay una de esas bolas de

cristal que se llaman panorámicas, un espejo de cuerpo entero y un estanque. Si

se detiene sucesivamente ante esas tres superficies reflejadoras, obtendrá de sí

mismo tres imágenes opuestísimas.

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“La bola panorámica, le devolverá una visión convexa., grotesca, inflada, con la

cabeza enorme y los brazos y las piernas menudos, como los de un insecto. Es la

caricatura deformativa.

“Luego, el hombre, se contempla en el espejo, que le devuelve su figura exacta,

vulgar, inelegante y presuntuosa, por el hecho de consolidarse la imaginada

perfección. Esta es la caricatura caracterizante.

“Por último, se contempla en el estanque, y allí, aunque sea el más banal e

insignificante de los seres humanos, los reflejos del agua le transfiguran, le agitan,

le dan apariencias fantasmales y mágicas, lo surcan de estrías horizontales que

hace el viento sobre el agua, mezclan a su substancia la substancia del cuerpo

impalpable donde se hunde, hace penetrar a este hombre en una atmósfera de

cielo, hojas árboles y nubes, que lo engrandece e idealiza. Es la caricatura

simbolista.

“Este paseo de un hombre por un jardín, es el de la humanidad ante la caricatura.

Que fue primero deformadora como una bola panorámica; luego fiel como un

espejo; y profunda por último como un reflejo. Primero hace reír, después hace

también ver, y ahora hace, además, pensar”.

Efectivamente, no es una caricatura un dibujo que no nos hace pensar. Alguien

dijo a este respecto: Pienso y luego dibujo una línea alrededor de mi pensamiento.

Para nosotros, aquí está definida exactamente la caricatura personal.

En relación con la descrita evolución, todos recordamos aquellas caricaturas de

cabezas grandes, y de ridícula desproporción, que aparecían en todas las revistas

de la segunda mitad del Siglo pasado y que eran las “caricaturas deformativas” a

que se refiere Sizeranne. Más tarde, ya entrado nuestro Siglo, las caricaturas

llamadas “caracterizantes”, y que son aquellas en que se exageran rasgos

(narices grandes, ojos saltones, etc.), simplemente buscando la comicidad burda,

pero sin captar ese espíritu del caricaturizado que hace pensar y sonreír al mismo

tiempo. Esta es la clase de pseudo-caricaturas que producen hoy todavía muchos

Page 7: Caricatugenia

dibujantes, magníficos humoristas del lápiz en lo que a la ilustración o al chiste se

refiere, pero que son incapaces de sentir la “caricatura personal”.

La caricatura simbolista a que se refiere Sizeranne es la caricatura que nosotros

llamamos de expresión y que si alguna relación tiene algo anterior en el tiempo, lo

es con las figuras jeroglíficas de los egipcios en sepulcros, templo y palacios que,

como dice José Francés, “son modelos eternos de simplificación, de

inmaterialidad, de expresiva sencillez a los que vuelven sus ojos los dibujante

contemporáneos, convencidos de que esta es la verdadera significación

caricatural”.

Como ejemplos de caricaturistas “deformativos” quizá haya de empezar por citar a

Goya, cuyo cuadro “La familia de Carlos IV” es un ataque decisivo y cruel contra la

realeza de origen “divino”, con el monarca vestido de cazador y evocando las

frondosas cornamentas de los venados de El Pardo, mientras la reina María Luisa

se solazaba con Godoy. Pero son es España, Ortego y Cilla, los verdaderos

significativos de esta tendencia en la caricatura personal, seguida en México por

“Picheta”, Santiago Hernández, Villasana y el mismo Posada, llegando hasta

Zubieta, en 1901.

Ejemplos de caricaturas del tipo “caracterizante” ha habido abundantísimos y los

sigue habiendo hasta estas fechas, tanto en España como en México, siendo

prolijo citar a todos los que la practican.

Fueron quizá los pintores Jorge Enciso y José Clemente Orozco los primeros

caricaturistas “simbolistas” o de “expresión” que aparecieron en México en la

primera década del siglo que corre, con obras de gran estilización, en que con

unas simples líneas captaban el alma del caricaturizado. Después, Salvador

Pruneda y Miguel Covarrubias marcaron una etapa de gran calidad, siguiéndoles

en la actualidad Ontiveros, Arnulfo, Becerra, Hugo Thilgman, Audirac, Rubén C.

Galván, Ram y Carlos. Otros muchos más, magníficos caricaturistas de ilustración

como Cadena M., Inclán, Guasp, Isaac, y Quesada, sin excluir a los grandes

maestros de esta especialidad: Freyre, Arias Bernal, Audifred y Cabral, no han

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cultivado formalmente la caricatura personal, simbolista o de expresión. En

España, K-Hito, Cirio, Fresno, Cebrian, Del Arco, Bon, Cañavate, Bofarull, Bayo,

Robles, Rivero Gil y, sobre todos ellos, Bagaría, ya citado anteriormente, que fue

quien, en la segunda década del siglo XX, supo entender primero que nadie el

nuevo concepto del arte de la caricatura personal, con magníficas interpretaciones

de personajes políticos, plena de simplicidad y gracia. En relación con él, no

resistimos la tentación de contar una anécdota que demuestra que esa afición a lo

simple, la llevaba hasta el límite máximo en todos los órdenes de la vida y en el

sentido del menor esfuerzo. Se cuenta de él que siendo un muchacho y habiendo

llegado al conocimiento de su progenitor la existencia en Marruecos la existencia

de un moro que había descubierto el medio de vivir sin trabajar, decidió que su hijo

tomase lecciones que seguramente le permitirían no morirse de hambre, dada su

poca afición al trabajo. Llegados al lugar donde tenía su “universidad” aquel

“maestro de la flojera”, lo encontraron acostado bajo una higuera de cuyos frutos

se alimentaba; y al enterarse de los deseos de aquellos visitantes, con un gesto

mudo –en ahorro de esfuerzos-, indicó al “discípulo” que se acostara en el suelo, a

su lado. Al día siguiente, se declaró vencido el “profesor”, pues mientras él recogía

con la mano los higos que caían a su alcance, y con ellos se sustentaba, Bagaría

no comía más que aquellos que le caían justamente en la boca.

CARICATURA DE EXPRESIÓN

La tendencia fácil y al alcance casi de cualquier dibujante es la de confundir el

“ridículo” con la verdadera caricatura. Si bien es cierto que el vocablo “caricatura”

viene del italiano y significa, en su origen, cargar, abultar y exagerar una pintura,

también lo es que al copiar un personaje, la diferencia entre un caricaturista y otro

que no lo es, está en que éste se limita a producir la carcajada recargando y

exagerando los pormenores del modelo mientras el otro busca “su expresión”

humorística. El hombre es un animal que hace reír, y la simple relación entre la

caricatura y el modelo produce cierto efecto humorístico aún en los retratos más

serios. Pero el caricaturista no reproduce “lo que ve”, sino que “opina” sobre los

modelos y de ahí lo fascinador de su oficio: interpretar humorísticamente la historia

Page 9: Caricatugenia

escrita en cada cara, anotándola con su lápiz, sin que el modelo entre a su

cerebro tal cual sale del laboratorio de la realidad, sino “subjetivado”. Y es quizá

esta la explicación de que la caricatura y la pintura moderna (muchas veces

caricaturesca) tengan tantos puntos de contacto. Puede decirse con bastante

exactitud que la caricatura es el impacto de la expresión sintetizado plásticamente

por el cerebro de un caricaturista.

Si es muy poco lo que se ha dicho o escrito sobre la caricatura personal quizá se

deba a que esta forma de humor es relativamente joven, pues casi empieza con el

siglo. Fue Henry Bergson, Premio nobel, en su ensayo La Risa publicado en 1899,

quien empezó a entender la verdadera caricatura personal cuando dijo: “Por

regular que sea una fisonomía, por armoniosas que supongamos sus líneas, por

flexibles que nos parezcan sus movimientos, nunca se encuentra en perfecto

equilibrio. Siempre podremos descubrir en ella la indicación de una arruga que se

apunta, el esbozo de una mueca posible, una deformación en fin, por la que

parece torcerse la naturaleza. El arte del caricaturista consiste en coger ese

movimiento imperceptible a veces, y agrandándolo, haciéndolo visible a todos los

ojos. El caricaturista imprime a sus modelos las muecas que ellos mismos harían

si llegasen hasta el final de ese mohín imperceptible, y adivina bajo las armonías

superficiales de la forma las profundas revueltas de la materia; realiza

desproporciones y deformaciones que han debido existir en la naturaleza en el

estado de veleidad, pero que no han podido llegar a consolidarse, contenidas por

una fuerza superior. Su arte, que tiene algo de diabólico, viene a levantar al

demonio que el ángel había postrado en tierra. Es indudable un arte que exagera

y, sin embargo, se le define mal cuando se le atribuye como objeto único esa

exageración, pues hay caricaturas más parecidas que retratos, caricaturas en que

apenas se advierte exageración alguna; y en sentido inverso se puede forzar la

exageración hasta el último extremo sin que resulte la caricatura”.

Se ve cómo esta definición corresponde exactamente al concepto moderno –o por

mejor decir reciente- de la caricatura personal, y que es la que vienen practicando

los verdaderos caricaturistas actuales. En ellas se intenta –empleando palabras

Page 10: Caricatugenia

distintas que las de Bergson- captar el alma y la vida del modelo, en la forma más

simple posible, por la misma razón que se busca que sea breve la simple frase

cómica, que pierde su comicidad si es larga. En Hollywood tienen por sabido y

establecido que una frase cómica de una película no hace reír si pasa de diez y

seis palabras precisamente; porque estos norteamericanos son así de exactos

como ustedes saben, Sin embargo, en la vida y en la literatura, muchas veces es

la reiteración o repetición lo que sirve para originar la carcajada. Emilio Zola,

contaba este hecho ocurrido en un autobús: “Entre los pasajeros había una mujer

vestida tan estrictamente de luto y tan debilitada por el dolor, que los compañeros

de viaje le preguntaron qué le había ocurrido. Entonces ella empezó a narrar, en

medio de la profunda emoción de los presentes y del conductor mismo, que no

hacía más que sonarse la nariz y enjugar las lágrimas, el fin prematuro de su

primogénito. Luego de su segundo hijo. Pero a la muerte del tercero ya había

disminuido el interés del auditorio y cuando llegó a la muerte del cuarto, devorado

a orillas del Nilo por un cocodrilo, todos los viajeros estallaron en una carcajada”.

Hemos acusado en las líneas anteriores una de las diferencias que se presentan

entre el humorismo literario y el gráfico. Porque en el dibujo es indudable que la

simplificación –lo contrario de la reiteración- provoca por sí misma la sonrisa; la

personalidad resulta risible cuando se la decanta en trazos sintéticos, cuando la

fisonomía se exprime en sus líneas singulares captadas por el ojo del caricaturista

poseído del don especial de la selección de esos rasgos que condensan un

carácter que a otros puede parecer difuso: El caricaturista que posee este don

realiza una burla fina, seleccionando y manejando solamente lo que es esencial

ene l original vivo que copia, sin detenerse para captar la expresión y conseguir su

finalidad humorística, en los pormenores inútiles que suelen ser en cambio los

puntos de apoyo y la defensa de los malos caricaturistas. Para éstos, por ejemplo,

los personajes de narices prominentes suelen ser sus mejores modelos, siendo

que la nariz es el órgano generalmente menos expresivo y el más estático de la

fisionomía humana, a pesar de la importancia que los hombres –y más aún las

mujeres- dan a esta parte de la cara. El dolor y el orgullo de Cyrano era su nariz

gigantesca y hay que reconocer que muchos de los hombres famosos de la

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Historia se han distinguido físicamente por sus grandes narices que han sido el

blanco favorito de la leyenda y del folklore.

Todos los seres humanos, por otra parte, viven más tiempo que su pelo, sus

dientes, su vista y los demás sentidos; y sin embargo, ninguno es más viejo que

su nariz. La forma de la nariz ha merecido también clasificaciones interesantes

desde tiempos remotos: la nariz romana o aguileña designada por Platón como la

“nariz real”, agresiva, peleadora y conquistadora, fue atributo de personajes como

Julio César, Wellington, la Reina Isabel, Cristóbal Colón y Lincoln; la nariz griega,

recta y finamente modelada, característica de la belleza femenina y de artistas y

poetas como Sófocles, Milton, Tiziano, Rubens, Byron y Voltaire. Pero a pesar de

todo, para el parecido final de una caricatura de expresión en el 90% de los casos,

los modelos podían estar sin ningún inconveniente “desnarigados”.

Otros órganos predilectos de los malos caricaturistas son las orejas, que es

evidente permitir añadir buenos efectos cómicos a esos retratos exagerados que

muchos llaman caricaturas. El hecho curioso de que ninguna persona tenga las

orejas igual a otra, hasta el punto de que la identificación de las orejas en la

búsqueda de criminales es casi tan segura como la de las huellas digitales, no

significa, sin embargo, que sean de utilidad para el caricaturista verdadero, pues

no afectan para nada a la expresión. No en balde la naturaleza las colocó como

adornos solitarios e independientes a cada lado de la cara como si no tuvieran

relación alguna con el resto de la cabeza y el individuo. Podríamos decir,

apoyándonos en lo dicho anteriormente, que son simples confidentes de la policía.

Los ojos son en cambio depositarios generalmente de una gran parte de la

expresión humana. Son los órganos más brillantes de la cara en los que más

claramente se acusan humores y sentimientos. Aun los ojos hundidos o

escondidos bajo cejas pobladas o de tamaño y brillo insignificantes, que impiden

que el caricaturista los dibuje, juegan por su ausencia un papel fundamental en la

expresión. Pero es la boca el órgano más importante, por regla general, para

definir la expresión de una caricatura, siendo por ello el que menos merece la

atención de los pseudocaricaturistas. No en balde la opinión popular dice que la

Page 12: Caricatugenia

boca es UNA –siendo dobles los órganos de los otros sentidos de la cara-, porque

el hablar es más peligroso que el ver, oler y oír. La forma y posición de los labios y

dientes, difíciles de captar –la boca es la más flexible de todas las facciones- suele

ser la traducción más fiel del carácter del modelo.

Los demás elementos, pelo, bigote, cejas, barbilla, etc., son auxiliares para el

buen caricaturista, a cuyo “ojo” corresponde decidir sobre su mayor o menor

importancia. El cuerpo es generalmente inexpresivo y cuando se le hace intervenir

en la caricatura suele tener carácter anecdótico y complementario.

El secreto de los parecidos depende casi siempre de un solo detalle. De un ojo, el

modo de peinarse, una sonrisa, de algo, en fin, que sólo el caricaturista, como el

especialista médico, considera sintomático y le permite el diagnóstico que los

profanos no pueden hacer.

La caricatura es la habilidad de dibujar una expresión, de entrever la personalidad

de un sujeto y realizarla como un telegrama o un relato en taquigrafía de la

concepción visual. Se debe estimular a la mente para que tenga el poder de

captación y se tiene que entrenar la mano por medio de la práctica para que

pueda expresar lo que ha visto la mente. El ojo inconsciente, que es la mente, es

muchas veces un observador más eficaz que el ojo consciente, y trabaja, sin

intención de hacerlo, hasta cuando está con licencia, como los funcionarios de la

policía. Por medio del dibujo debe contarse lo que la mente y el ojo han visto y

retenido, con el impulso rápido y expresivo de un encabezado de periódico y con

la mayor economía de líneas que no tienen necesidad de ajustarse a las formas

tradicionales del dibujo académico. El caricaturista puede tomarse grandes

libertades en su método de representación lineal, y si las líneas están situadas con

juicio acertado y en las proporciones correctas, por muy tosca que sea su

ejecución, el parecido y el efecto humorístico resultarán desde luego como una

conclusión afortunada. El caricaturista usa el lenguaje de las líneas como el

compositor usa las notas o el poeta las palabras.

LA CARICATURA COMO OFENSA

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Como hemos venido diciendo no es la caricatura una hábil deformación que

convierte el rostro de cualquier persona respetable en un motivo de risa. Siendo

una interpretación humorística de la personalidad –concretamente representada

con líneas- e intentando solamente hacer sonreír al dejar al descubierto

expresiones humanas que todo el mundo no puede captar, no debe resultar

ofensiva.

Si en la caricatura literaria está moralmente prohibido –y no se consideraría

literatura si así no se hiciese-, decir que un personaje conocido es un cuadrúpedo

de tiro o un chimpancé, no es lógico que se acepte como rasgo de humor el que

un dibujante interprete el rostro de ese señor con los rasgos de aquellos animales.

El caricaturista verdadero no ofende nunca; tiene un arma en la mano y no la usa.

Sin embargo, no se puede asegurar en la mayor parte de los casos que el

caricaturizado reciba con agrado su propia caricatura que suele resultarle

“sorprendente”, aunque el acierto de la obra venga garantizado con la risa o la

sonrisa de los demás. Más de una vez hemos hecho la prueba de esta reacción

haciendo la caricatura de dos contertulios y entregándoselas cambiada, o sea, a

cada uno la del otro. Los dos las lavaban con grandes exclamaciones. Después le

entregábamos a cada uno la que le correspondía y los dos preguntaban

repentinamente sorprendidos: ¿Este soy yo?

Y es que nadie se conoce a sí mismo, especialmente en lo físico que siempre lo

ve “en fotografía”. Y la fotografía rara vez capta la verdadera expresión que busca

el caricaturista, lo que explica que sea imposible prácticamente hacer buenas

“caricaturas de fotografías”, sin estudiar el modelo vivo, y su expresión dinámica.

La fotografía, como representación estática, cuando más y por verdadera

casualidad –a pesar del fotografiado- habrá captado una de las muchas y

diferentes facetas que reunidas forman esa expresión que sólo se manifiesta

espontáneamente cuando se puede pillar desprevenido al sujeto. Y para ello es

preferible estudiar, sin dibujar delante del “paciente”, usando y cultivando la

memoria retentiva.

Page 14: Caricatugenia

No sólo hace falta humor para hacer caricaturas sino para entenderlas, a pesar de

que no lleven la intención de ofender o lastimar la dignidad. Y son las mujeres las

que –salvo excepciones muy honrosas- aceptan con menor complacencia esta

forma de humor. Ni los ancianos caricaturistas recuerdan que una dama haya

sonreído ante su propia caricatura. Sólo se ríen ante las de sus amigas íntimas.

Pero los fracasos no se presentan solamente ante la propia “víctima”; muchas

veces el caricaturista fracasa aparentemente con el público en general porque en

realidad se maneja una especie de lenguaje clave que no todo el mundo entiende.

Le ocurre algo parecido a lo que es característica de la ironía literaria que se lleva

la primacía de los fracasos lamentables e irreparables en este mundo. Ni la línea

de una caricatura de expresión responde a la realidad –ni siquiera exagerada del

modelo-, ni la frase irónica quiere decir lo que realmente dice. Y es un fracaso

extraordinariamente frecuente el del ironista que dice una cosa para dar a

entender lo contrario y se encuentra con que su interlocutor sólo entiende la cosa

que se le ha dicho. O el del caricaturista que recibe el comentario de que aquellos

labios o aquella nariz no son los del caricaturizado.e

CARICATUGENIA

El tener caricatura (ser caricatugénico) no depende en absoluto como

generalmente se cree, del grado de fealdad de que se disfruta. Es posible

caricaturizar tanto a la belleza como a la fealdad, aunque estos dos conceptos

bastante primitivos no forman parte del vocabulario de un buen caricaturista. Es la

“expresión” lo que define la mayor o menor facilidad para ser caricaturizados y hay

rostros hermosos muy expresivos en los que el caricaturista puede descubrir los

rasgos o muecas en potencia que forman la verdadera esencia de aquella

expresión. En cambio hay rostros feos que son verdaderas muecas cristalizadas o

lo que es lo mismo “cuya expresión no promete más de lo que da”; de estos

rostros se podrá hacer un retrato que resultará por sí mismo un dibujo cómico,

pero será difícil hacerles la caricatura que permite aquel otro rostro, bllo pero

expresivo. Esto seguramente sorprenderá a muchos, pues es criterio generalizado

que basta poseer una nariz exagerada u otro rasgo acusado para que se facilite la

Page 15: Caricatugenia

caricatura y los que se consideran poseedores de rostros bien proporcionados se

creen a su vez inmunes al lápiz del caricaturista.

Puede decirse, por tanto, que todo el mundo tiene caricatura siempre que el

caricaturista sepa extraerles lo que les define y personaliza, su expresión natural,

sin “pose” de retrato. Por eso lo más difícil es la auto-caricatura, porque no resulta

fácil pillarse desprevenido a uno mismo y es a quien menos conocemos

físicamente; o lo que es lo mismo, que realmente los únicos difíciles de

caricaturizar son lo propios caricaturistas. Y los que aseguran que su caricatura es

tan difícil que nadie puede hacérsela (¡A mí no me ha podido hacer nadie mi

caricatura, ni Cabral ni Arias Bernal!), son la genuina representación de la vanidad

y la presunción.

Sin embargo, el hecho que hemos querido dejar sentado de que todo el mundo

tiene caricatura, no quiere decir que recomendemos a nadie se deje caricaturizar.

A continuación van las razones:

La caricatura de expresión tiene mucho de “cirugía psicológica”, en que se

presenta solo lo fundamental prescindiendo de lo supérfluo. De esas partes

supérfluas de la expresión humana que, sin embargo, nos son tan queridas y que

al estirpársenos de una sola vez por el bisturí del caricaturista pueden llegar hasta

a producir la muerte simbólica del ser físico en que se apoyaba nuestra

personalidad; la personalidad física que creíamos tener y que nos ayudaba a

poseer esa confianza en nosotros mismos tan necesaria para marchar con paso

firme por la vida –esa condena a muerte que es la vida-. Pero al mismo tiempo

que simplifica y sintetiza el rostro de la “víctima”, el caricaturista de expresión,

desnuda para siempre el alma del caricaturizado. Y si a nadie le agrada verse en

un espejo que lo hace aparecer con una expresión física que cree torcida, no se

perdona a quien nos muestra un alma que creemos que no es la nuestra. Y si ante

una caricatura personal, además de pronunciar el clásico “¿pero yo soy así?”, hay

que preguntarse íntimamente: “¿pero seré yo así?”, no resultan compensadoras

de nuestra propia desilusión e inquietud interior las risas de los demás. No, no es

aconsejable ponerse en manos de un caricaturista de expresión, como no siempre

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lo es que intervenga un cirujano. Repetiremos a este respecto una anédota que

cuenta Pitigrilli:

“Un ciudadano internado en una clínica psiquiátrica, se quejaba de pesadez en el

estómago por lo cual, realizada la radiografía del caso, fue operado. Le

encontraron en el estómago cincuenta botones de metal, seis corcholatas, siete

alfileres, dos gemelos, fragmentos de vidrios, un hueso y cinco piedras. La

operación tuvo –como siempre- espléndido éxito, pero al día siguiente –como

sucede también frecuentemente en las más brillantes operaciones-, el paciente

salió del hospital. Pero salió pasando por la capilla ardiente. Habiendo vivido con

sus cuerpos extraños, en vez de disminuirle progresivamente la ración cotidiana

de botones y corcholatas, una lumbrera del bisturí con el encomiable fin de librarle

de aquella pesadez de estómago que afectaba su mente, cometió el error de

sacarle de golpe todo el stock con el cual había vivido más o menos bien tantos

años”.

Todos nosotros, estamos afectados por benéficos cirujanos decididos –por nuestro

bien- a realizarnos operaciones análogas; filósofos que nos quieren sacar del

error; iluminados que nos liberan de prejuicios; oculistas de los sentimientos que

nos proponen “abrirnos los ojos”. Todo por nuestro bien. Los verdaderos

benefactores son los que nos dejan en nuestro error, en “la blanda almohada de la

duda” que decía Montaigne.

Y nosotros insistimos: Hágannos caso y no se dejen sacar los botones y las

corcholatas sobrantes de su expresión física y psíquica, para que sigan

creyéndose que son como desean o se figuran ser, si con ello no hacen mal a

nadie. O procuren entrar en algunos de los grupos que, a pesar de lo afirmado, no

tienen para nosotros caricatura.

Los que al ver nuestros “monos” dicen: “Yo sí que hubiese hechos buenos dibujos,

si llego a dedicarme a eso, porque en el colegio…”.

O los que nos exigen: “a ver cuándo me hace esa caricatura que me tiene ofrecida

hace años. Al fin y al cabo usted con dos líneas, ya está. ¡No sabe cuánta gente

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viene a mi despacho donde la voy a colgar en su marquito con su passepartout y

todo!”

O a las mujeres; que aunque sí tienen caricatura como los hombres, es

recomendable en la mayoría de los casos no entrar en explicaciones y decir que

no la tienen; sobre todo si se trata de mujeres bellas. Por lo menos así no se

pierden tan agradables amistades.

Ras, Caricatugenia, México, Editorial Alameda, 1955.