capítulo 15. dinÁmica de cambio del uso de suelo

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| 235 Capítulo 15. DINÁMICA DE CAMBIO DEL USO DE SUELO Y VEGETACIÓN: PATRONES DE CAMBIO, CAUSAS DIRECTAS E INDIRECTAS Y PRIORIDADES A FUTURO Leopoldo Galicia Sarmiento 1 Introducción L a vegetación natural (selvas y bosques principalmente) juega un papel primordial en la na- turaleza por sus diversas funciones ecosistémicas, y presta servicios a la sociedad humana (Figura 1). En primer lugar, alberga una gran diversidad de organismos y hábitats para la vida silvestre animal; tiene un papel fundamental en la protección de los suelos contra la erosión, permite la recarga de agua, la fertilidad del suelo, regula el clima y elabora la energía que sustenta las redes tróficas (Maass et al ., 2005; Balvanera y Cotler, 2009). En segundo lugar, provee madera para construir refugios, recursos forestales no maderables, materiales y materias primas, alimentos y filtra el agua para su almacenamiento (Balvanera y Cotler, 2009; Galicia y Zarco, 2014; Figura 1). Es así que históricamente las sociedades humanas han dependido de la vegetación, primero para la recolección de los recursos que provee, después a través de sistemas agrofores- tales, y en la actualidad proveyendo servicios ecosistémicos en los ambientes rurales y urbanos (Figura 1). La vegetación natural y el suelo no solo se han aprovechado como fuentes de alimento, materiales y bienestar, también han sido la base del desarrollo económico, una fuente de capital y del funcionamiento de los mercados. Es decir, la vegetación natural es esencial para el bienestar tanto de las poblaciones locales en el corto y el largo plazo, como para el desarrollo y la solidez de las economías nacionales y la subsistencia de la biosfera terrestre (Maass et al ., 2005; Galicia y Zarco, 2014). Tradicionalmente se ha extraído la vegetación natural para aprovechar sus recursos madera- bles y no maderables, transformada para practicar la agricultura y la ganadería, y removida para dar paso a los asentamientos humanos. Por ejemplo, en México, durante el 2003, se consumieron 27.5 millones de metros cúbicos de madera en rollo. Esta producción representó 23 978 millones de pesos, 1.5% del valor del pib nacional (Inegi, 2013). El aporte de la agricultura, en contraste, fue de cuatro por ciento del pib (43 978 millones de pesos), indicador que por sí mismo no expresa la gran importancia de esta actividad en la vida nacional por las múltiples funciones que cumple en el desarrollo económico, social y ambiental (Ibid. ). En 2012, las aportaciones al pib de la agricultura y la ganadería aumentaron 12.6 y 0.2%, respectivamente, mientras que la forestería, la pesca y la caza retrocedieron 3.3%, con una participación de 57.9, 33.6 y 8.6% del pib agropecuario, respec- tivamente (Ibid. ). Aunque el cambio de uso de suelo pone en entredicho la permanencia de la vegetación natural, en el sector agropecuario ha sido valorado positivamente como condición para el desarrollo económico de las sociedades. No obstante, la vegetación constituye un capital natural vital asociado a un con- junto de bienes y servicios estratégicos, y en el futuro el bienestar de la sociedad dependerá no solo del uso de suelo, sino también del aprovechamiento de la vegetación y sus componentes suelo, agua y biodiversidad (Galicia et al ., 2008). 1 Departamento de Geografía Física, Instituto de Geografía, Universidad Nacional Autónoma de México, Cir- cuito de la Investigación Científica, Ciudad Universitaria, 04510, Coyoacán, México, D. F. Correo electrónico: [email protected]

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Page 1: Capítulo 15. DINÁMICA DE CAMBIO DEL USO DE SUELO

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Capítulo 15. DINÁMICA DE CAMBIO DEL USO DE SUELO

Y VEGETACIÓN: PATRONES DE CAMBIO, CAUSAS

DIRECTAS E INDIRECTAS Y PRIORIDADES A FUTURO

Leopoldo Galicia Sarmiento1

Introducción

La vegetación natural (selvas y bosques principalmente) juega un papel primordial en la na-turaleza por sus diversas funciones ecosistémicas, y presta servicios a la sociedad humana (Figura 1). En primer lugar, alberga una gran diversidad de organismos y hábitats para la vida silvestre animal; tiene un papel fundamental en la protección de los suelos contra la

erosión, permite la recarga de agua, la fertilidad del suelo, regula el clima y elabora la energía que sustenta las redes tróficas (Maass et al., 2005; Balvanera y Cotler, 2009). En segundo lugar, provee madera para construir refugios, recursos forestales no maderables, materiales y materias primas, alimentos y filtra el agua para su almacenamiento (Balvanera y Cotler, 2009; Galicia y Zarco, 2014; Figura 1). Es así que históricamente las sociedades humanas han dependido de la vegetación, primero para la recolección de los recursos que provee, después a través de sistemas agrofores-tales, y en la actualidad proveyendo servicios ecosistémicos en los ambientes rurales y urbanos (Figura 1). La vegetación natural y el suelo no solo se han aprovechado como fuentes de alimento, materiales y bienestar, también han sido la base del desarrollo económico, una fuente de capital y del funcionamiento de los mercados. Es decir, la vegetación natural es esencial para el bienestar tanto de las poblaciones locales en el corto y el largo plazo, como para el desarrollo y la solidez de las economías nacionales y la subsistencia de la biosfera terrestre (Maass et al., 2005; Galicia y Zarco, 2014).

Tradicionalmente se ha extraído la vegetación natural para aprovechar sus recursos madera-bles y no maderables, transformada para practicar la agricultura y la ganadería, y removida para dar paso a los asentamientos humanos. Por ejemplo, en México, durante el 2003, se consumieron 27.5 millones de metros cúbicos de madera en rollo. Esta producción representó 23 978 millones de pesos, 1.5% del valor del pib nacional (Inegi, 2013). El aporte de la agricultura, en contraste, fue de cuatro por ciento del pib (43 978 millones de pesos), indicador que por sí mismo no expresa la gran importancia de esta actividad en la vida nacional por las múltiples funciones que cumple en el desarrollo económico, social y ambiental (Ibid.). En 2012, las aportaciones al pib de la agricultura y la ganadería aumentaron 12.6 y 0.2%, respectivamente, mientras que la forestería, la pesca y la caza retrocedieron 3.3%, con una participación de 57.9, 33.6 y 8.6% del pib agropecuario, respec-tivamente (Ibid.).

Aunque el cambio de uso de suelo pone en entredicho la permanencia de la vegetación natural, en el sector agropecuario ha sido valorado positivamente como condición para el desarrollo económico de las sociedades. No obstante, la vegetación constituye un capital natural vital asociado a un con-junto de bienes y servicios estratégicos, y en el futuro el bienestar de la sociedad dependerá no solo del uso de suelo, sino también del aprovechamiento de la vegetación y sus componentes suelo, agua y biodiversidad (Galicia et al., 2008).

1 Departamento de Geografía Física, Instituto de Geografía, Universidad Nacional Autónoma de México, Cir-cuito de la Investigación Científica, Ciudad Universitaria, 04510, Coyoacán, México, D. F. Correo electrónico: [email protected]

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SECCIÓN II. LA NATURALEZA Y SU INTERACCIÓN CON EL SER HUMANO| 236

Figura 1. El papel de la vegetación en los ecosistemas, el uso del suelo y las sociedades humanas.

Figura 2. Impactos hidrológicos, ecológicos y sociales del cambio de uso de suelo.

En las últimas décadas el crecimiento económico ha estado asociado a altos grados de degradación ambiental (Labandeira et al., 2007), y el crecimiento del pib supone un consumo elevado de recursos, materias primas y ener-gía, con consiguientes problemas ambientales. Los cambios de vegetación y uso de suelo han adquirido especial interés porque sistemáticamente han afectado aspectos clave de los ecosistemas terrestres; por ejemplo, impactan directamente la continuidad del bosque a través de la fragmentación, re-ducen la diversidad biológica, son conductores del cambio

climático local y regional, favorecen la erosión y degrada-ción de suelo, y comprometen la capacidad del medio na-tural para soportar las poblaciones humanas (Maass et al., 2005; Balvanera, 2012; Figura 2).

En este capítulo se ofrece un panorama del papel del uso de suelo y la vegetación en el desarrollo humano. Tras documentar la dinámica del uso de suelo y la vegetación en México entre 1950 y 2010, se exponen las causas y conse-cuencias del cambio de uso de suelo y vegetación, para plan-tear algunas directrices para la planificación del uso del suelo.

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SECCIÓN II. LA NATURALEZA Y SU INTERACCIÓN CON EL SER HUMANO | 237

Dinámica del uso del suelo y de la vegetación

El uso del suelo y de la vegetación ha cambiado a lo largo de la historia. Hace diez mil años, la cubierta vegetal ocupaba 50% de la superficie continental del planeta, y actualmente se calcula que solo cubre 30%; es decir, se ha perdido casi la mitad de la superficie forestal del planeta, que en el siglo xviii se estima abarcaba entre 5 y 6 200 millones de ha, y que en 1990 se calculó de entre 1.8 y 2 700 millo-nes de ha. Entre 1981 y 1990, cada año se convirtieron a otro uso 15.5 millones de ha de bosques y selvas (una tasa anual de pérdida de 0.8%) y en la década de los noventa el ritmo de la conversión ascendió a 16.1 millones de ha al año, perdiéndose en total 4.2 millones de la superficie que existía en 1990 (Lambin y Ehlrich, 1997).

La fao (2000) estima que en esa misma década en las regiones tropicales la pérdida fue de 15.2 millones de ha al año, y que a finales del siglo xxi la superficie que ocu-parán esas selvas y bosques en América Latina será de solo 336 millones de ha; es decir, el 58% de los 693 millones de ha que se tenían inicialmente. En 2010, la superficie forestal de todo el mundo alcanzaba 4 033 millones de ha (fao, 2010), y la deforestación proce-dió a un ritmo de 0.20% anual entre 1990 y 2000; 0.12% entre 2000 y 2005, y 0.14% entre 2005 y 2010 (Ibid.). Esto significa que entre 2000 y 2010 desaparecieron en el mundo alrededor de 130 millones de ha de bosque, aunque también se recuperaron unos 78 millones de ha, principalmente a través de la reforestación y de la expansión natural. La desa-parición neta de superficie forestal fue de 1.3% a lo largo de esos diez años (fao, 2010). Las mayores pérdidas han ocu-rrido principalmente en Brasil, México y Costa Rica, países que contribuyen con 32% del total estimado (Lambin y Ehl-

rich, 1997). De hecho, la fao (2010) estima que en América Latina se registró una pérdida neta de 88 millones de ha de bosques (alrededor de nueve por ciento de la superficie forestal total) durante los 20 años transcurridos de 1990 a 2010.

En lo que se refiere a la dinámica de la vegetación y uso de suelo en México, en 2002 alrededor de 72.5% del terri-torio nacional aún estaba cubierto por comunidades natura-les. Las principales cubiertas vegetales eran bosques y sel-vas (33.8%), matorrales (alrededor de 26.2%), y ocupación antrópica (27.5%). Esto significa que 49.6 millones de ha se habían convertido a la producción de alimento, y el uso de suelo agrícola presentaba la mayor extensión (30.9 millo-nes de ha), seguido del pecuario (18.7 millones de ha).Los asentamientos humanos y las áreas urbanas ocupaban 1.27 millones de ha (Cuadro 1). Si la agricultura tiene mayor su-perficie es porque tradicionalmente amplias extensiones de selvas y bosques se han transformado a esta actividad, y por-que la ganadería extensiva, de origen más reciente, ocupa áreas mucho mayores (Sánchez et al., 2009).

Las estimaciones de la tasa anual de deforesta-ción en México durante los últimos 30 años varían entre 1.5 millones de ha y 242 000 ha (cifra correspondien-te a 1992). Con base en la información disponible para el 2002, se ha estimado que las pérdidas netas de cubier-ta vegetal fueron distintas entre los tipos de vegetación: en selvas húmedas fue de 10 328 900 de ha, en selvas subhúmedas de 9 422 300 de ha, en los bosques templa-dos de 12.9 millones de ha, en matorrales xerófilos de 9.1 millones de ha y en los pastizales de 5.9 millones de ha. Las selvas han sido los ecosistemas terrestres que han sufrido las mayores transformaciones y afectaciones por las actividades humanas; en segundo lugar se encuentran los bosques templados y en tercero los matorrales xerófilos.

Cuadro 1. Cambio anual en el uso de la tierra (superficie en hectáreas y tasa anual de cambio en porcentaje)

Tipo de cubierta y uso de suelo 1993 2002 2007

Bosques de coníferas 16 958 725.23 16 468 770.81 16 442 278.59

Bosques de encinos 15 701 573.93 15 327 531.62 15 315 459.28

Bosque mesófilo 1 803 680.16 1 711 615.45 1 702 639.36

Selva perennifolia 9 818 684.30 9 205 957.00 8 968 427.68

Selva subducifolia 4 678 181.66 4 392 513.69 4 236 320.75

Selva caducifolia 17 916 109.14 16 797 361.88 16 474 631.01

Selva espinosa 1 814 829.71 1 714 370.37 1 663 433.75

Matorral xerófilo 59 054 585.46 58 086 760.07 57 585 728.11

Pastizal 12 686 857.79 12 379 552.94 12 068 385.32

Agropecuario 40 519 783.33 44 458 109.57 45 934 807.99

Asentamiento humano 50. 401.26 153 709.96

Total todas cubiertas 194 369 615.50 194 322 108.86 194 317 118.09

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SECCIÓN II. LA NATURALEZA Y SU INTERACCIÓN CON EL SER HUMANO| 238

Con base en la información de 2007, se ha documentado que la deforestación no ha disminuido, y que en todo caso se ha estabilizado alrededor de las 500 000 hectáreas anuales, situación que había sido detectada por Mas et al. (2009). La superficie ocupada por vegetación secundaria y plantacio-nes forestales se ha incrementado desde el 2000, a una tasa anual de -0.08% para bosques, -0.41% para selvas y -0.36% para matorrales y mezquitales juntos. En 2007, alrededor de 13% de la superficie con vegetación secundaria fue producto de procesos de recuperación, mientras que 50% se mantiene en esa condición desde 1976 y 35% es producto de la altera-ción de la vegetación primaria (Sánchez et al., 2009).

Deforestación de bosques y selvas Los ecosistemas forestales son de importancia estratégica debido a la gran diversidad genética y de especies que al-bergan, así como por los servicios ecosistémicos que ofre-cen, como la estabilización de los suelos y su potencial de secuestro de carbono, y la regulación del ciclo hídrico y del clima, por mencionar algunos. Considerando clima y to-pografía, en México los bosques de pino y encino pueden haber llegado a cubrir cerca de 20% del territorio nacional (38.45 millones de ha), de los cuales alrededor de 5% se-rían bosques de encinos, 14% bosques de pino y encino, y 1% otras coníferas. Sin embargo, históricamente los bos-ques de pino y encino han sufrido grandes pérdidas en su extensión y en el número de especies. En 1976 la super-ficie de bosques en el país era de 35 062 millones de ha, y en 1993 se redujo a 34 525, en 2002 a 34 166, en 2007 a 34 142 y en 2011 a 34 121 millones de ha (Cuadro 2; Velázquez et al., 2010; Semarnat, 2014). Es decir, que entre 1976 y 2011 se han perdido 940 267 000 ha, siendo el cam-bio más pronunciado en los periodos 1976-1993 y 1993-2002 (Cuadro 1). Aunado a la deforestación de los bosques templados está el avance de la vegetación secundaria. Por

ejemplo, en 1993 una de cada tres hectáreas de bosques de coníferas era vegetación secundaria, y en 2007, una de cada dos lo era. El mismo patrón ocurre en los bosques de enci-nos (Cuadro 1). Históricamente, la expansión de áreas agrí-colas y ganaderas y la urbanización han sido los procesos determinantes en la conversión de bosques templados; no obstante, también existe un reciente abandono de las áreas agrícolas debido a la emigración y el manejo sustentable de los bosques (Galicia y García, 2007; Velázquez et al., 2010).

Por su amplia distribución, elevada diversidad y con-tribución a funciones clave del planeta (como la regulación climática e hidrológica) los bosques tropicales del mundo proveen una serie de servicios ecosistémicos críticos (Bal-vanera, 2012). Las selvas húmedas y secas cubren 25% del territorio nacional. En 1976 la superficie de selvas era de 37.77 millones de ha, superficie que se redujo a 34.26 millones en 1993, 32.93 millones en 2002, 32.10 millones en 2007, y 31.71 millones de ha en 2011 (Cuadro 2; Velázquez et al., 2010; Semarnat, 2014). Es decir, que entre 1976 y 2011 se han perdido 6 058 millones de hectáreas, con la mayor tasa de cam-bio también en los periodos 1976-1993 y 1993-2002 (Cuadro 2). Por otro lado, la superficie potencial de la selva baja caducifolia en México es aproximadamente de 14% de la superficie del país (27.61 millones de ha), lo que la convierte en el más extenso de los ecosistemas forestales tropicales en México. Sin embargo, este tipo de vegetación es de los más deforestados. Por ejemplo, se ha documentado que entre 1993 y 2002 se perdieron 1.118 millones de ha, y 322 730 entre 2002 y 2007 (Cua-dro 2). Diversos autores señalan que de 1990 a 1995 la selva baja caducifolia fue perdiendo extensión a razón de 300 000 hectáreas por año (es decir, 0.15% del territorio nacional; Inegi, 2005). Datos oficiales del Inegi (2010) muestran que las más altas tasas de deforestación en selvas

Cuadro 2. Cambio anual en el uso de la tierra (superficie en hectáreas y tasa anual de cambio en porcentaje)

ConceptoSuperficie Tasa anual de cambio

1976 1993 2002 2007 2011 1976-1993 1993-2002 2002-2007 2007-2011 1976-2011

Selvas 37 772 298 34 264 490 32 937 296 32 101 988 31 713 466 -0.57 -0.44 -0.51 -0.30 -0.50

Bosques 35 062 148 34 525 283 34 166 446 34 142 463 34 121 881 -0.09 -0.12 -0.01 -0.02 -0.08

Matorrales 53 874 823 51 578 697 50 782 464 50 444 636 50 154 036 -0.26 -0.17 -0.13 -0.14 -0.20

Pastizales NA 10 429 438 10 315 818 9 896 425 9 793 542 NA -0.12 -0.83 -0.26 NA

Notas:

1. La tasa anual de cambio se calculó con la fórmula r = (((s2/s1)(1/t))) x 100) -100, donde r es la tasa, s2 y s1 son las superficies para los tiempos final e inicial respectivamente y t es el tiempo transcurrido entre fechas. 2. NA: No aplicable debido a que las tasas de cambio de los pastizales para el periodo 1976-1993 y 1976-2011 no se pueden calcular por la agregación que muestra esta vegetación para el 1976 en la fuente original.

Fuente: Inegi (2003, 2004, 2005, 2011 y 2013).

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y bosques se han dado en el sureste del país (190 000 ha-por año), lo que representa el doble de las reportadas en el noroeste (96 000 ha por año) y el triple de las del occidente (62 000 ha por año). Estos datos sugieren que la tasa de defo-restación es heterogénea en espacio y tiempo. Sumado a ello, y como resultado del abandono de las prácticas de manejo, cada vez existe más vegetación secundaria en las selvas pe-rennifolias. Por ejemplo, en 1993 existían dos hectáreas de selva perennifolia secundaria por una hectárea de selva pe-rennifolia primaria, y el mismo patrón se presentó en 2002 y 2007 (Cuadro 2). La proporción es más acentuada en la selva baja caducifolia. En 1976, 64% de su superficie corres-pondía a vegetación secundaria. Esta proporción se mantu-vo hasta 2007, lo que indica que esas áreas están sujetas a alteraciones constantes que evitan que se recupere la vege-tación original, aunque no lo suficientemente intensas como para pasar a ser áreas deforestadas (Rosete et al., 2014).

En resumen, en 2011 alrededor de 55.9 millones de ha de suelo (cerca de 29% del territorio nacional) fueron convertidas a otros usos. En términos relativos, los ti-pos de vegetación que más perdieron superficie fue-ron las selvas (42% de su superficie original, que era de 23.4 millones de ha), seguidas por los pastizales natura-les (40% de los 6.5 millones de ha), los bosques templa-dos (27% de 13 millones de ha) y los matorrales (10% de 5.8 millones de ha). Aunque la pérdida de vegeta-ción continúa, es cada vez más lenta. Entre 1976 y 1993, la vegetación natural se perdió a un ritmo de casi 490 000 ha netas por año (es decir, a una tasa del 0.31% anual), y entre 2007 y 2011 se perdió a un ritmo de 285 000 ha anuales (0.15%; Cuadro 2). Las selvas hanreducido su ritmo de pérdida de poco más de 206 000 ha anuales entre 1976 y 1993, a poco más de 129 000 ha por año entre 2007 y 2011 (Cuadro 2). La pérdida ha disminuido en los bosques tem-plados. Durante el periodo más severo de transformación (entre 1993 y 2002), la pérdida neta fue de 40 000 ha por año, y entre 2007 y 2011 pasó a ser de siete mil hectáreas anuales.

La deforestación para el desarrollo agrícola y ganadero es a la vez un proceso económico y un proceso cultural y, como tal, los patrones de deforestación varían en relación con las características bioclimáticas y los procesos sociales y políticos. Sin embargo, estos patrones han sido poco explo-rados en México. La dinámica de cambio de uso de suelo y vegetación muestra que el deterioro de los bosques está es-trechamente relacionado con la dinámica de la agricultura, y que las tasas y patrones de cambio fueron heterogéneos en distintos periodos y marcos políticos, y varía de una región a otra. La conversión de terrenos para usos agropecuarios es una de las causas más importantes del cambio del uso del

suelo en América Latina y el mundo (fao, 2010). De acuer-do con información de la Secretaría de Agricultura, Gana-dería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa), la superficie agrícola sembrada en México se ha mantenido relativamente constante entre 1980 y 2012; es decir, osciló entre 16 y 20.5 millones de ha. No obstante, las cartas de uso del suelo y vegetación del Inegi señalan que la superficie agrícola ha seguido creciendo en el país, aunque más lenta-mente. Mientras que entre 1973 y 1993 los terrenos agro-pecuarios se expandieron en poco más de 368 000 ha por año, en el periodo 2007-2011 solo alcanzaron poco menos de 124 000 hectáreas. Lo que es evidente es que la defores-tación no ha disminuido, y que en todo caso se ha estabili-zado en alrededor de 500 000 ha al año –situación que ya Mas et al. (2004) habían detectado–, además de que la su-perficie ocupada por vegetación secundaria y plantaciones forestales se ha incrementado desde 2000 (Rosete et al., 2014).

Consecuencias geográficas, ecológicas y socioeconómicas del cambio de uso de suelo

La frontera agrícola que separa los sistemas agropecuarios de los forestales es la zona donde se registran los procesos más intensos de fragmentación de las masas forestales (Altieri, 1999) y afecta aspectos clave de la estructura, diversidad y funcionamiento de los bosques. Entre estos aspectos puede mencionarse: a) la alteración de las comunidades vegetales, incluyendo las pérdidas de la diversidad biológica (material genético, especies, géneros, y tipos de vegetación); b) la al-teración de la dinámica vegetal, con pérdidas de biomasa y productividad, contaminación de agua y suelo o inadecuado manejo del fuego, y c) la afectación de la capacidad de los sistemas biológicos para recuperarse de las perturbaciones antropogénicas (Lambin et al., 2001).

La progresiva fragmentación de la cubierta vegetal original cambia la configuración y propiedades del hábi-tat (Fahrig, 2003) y reduce el intercambio de organismos, materia y energía, lo cual se traduce en alteraciones físicas y biológicas del ecosistema. Una de las principales conse-cuencias de la fragmentación es la reducción del tamaño y calidad del hábitat, es decir, del conjunto de condiciones fí-sicas que crean el entorno adecuado para la vida. Por ejem-plo, se ha encontrado que la densidad de ciertas especies está relacionada con el tamaño y el grado de aislamiento de los paisajes (Fahrig, 2003; Fischer y Lindenmayer, 2006). La fragmentación propicia la multiplicación de los límites entre ecosistemas y altera la dinámica de los organismos

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afines (reproducción, dispersión e interacciones biológicas), propiciando la invasión de otras especies (Fahrig, 2003). En la selva baja caducifolia se pierden entre 2.3 y 2.8 especies de flora o fauna por año debido a la reducción del hábitat (Trejo y Dirzo, 2001). Las consecuencias derivadas de la fragmentación del paisaje varían con el tipo de organismos en los ecosistemas, el tipo de hábitat, las regiones geográ-ficas y escala de observación, pero indudablemente puede considerársele una de las principales amenazas a la biodi-versidad global y el funcionamiento de los procesos ecosis-témicos (Fahrig, 2003; Balvanera, 2012).

El uso del suelo y en general la actividad humana en los ecosistemas se han señalado como factores que afectan los ecosistemas a distintas escalas espaciales y temporales. Con el cambio de uso de suelo sobrevienen modificaciones en las características químicas (flujos de nutrientes y tasa de descomposición), físicas (estructura) y biológicas (di-versidad de microorganismos y actividad enzimática) (Lal, 2004). En lo que respecta al ciclo del carbono (C), el cambio de uso de suelo altera sus flujos y almacenaje, propiciando un incremento de alrededor de 15% en la concentración de CO2 atmosférico (ipcc, 2000). La conversión de ecosiste-mas naturales a uso agrícola conduce a una disminución de la reserva total de carbono orgánico del suelo (COS), (entre 20 y 45%). No obstante, las tendencias que sigue el COS debidas a la conversión de sistemas naturales a pastizales no son tan claras; algunos estudios han evidenciado incre-mentos, mientras otros han registrado disminución del COS (Guo y Gifford, 2002; Murty et al., 2002). El abandono de áreas de cultivo y la subsecuente regeneración de bosques secundarios conduce a un incremento del COS (alrededor de 50%). La historia del uso previo a la regeneración es de-terminante de las tendencias de acumulación de COS. Por otra parte, el cambio de bosque a pastizal y de bosque a ar-bustos reduce los almacenes de carbono en la biomasa en pie. Entre 76 y 90% del total del la captación de C ocurre en la biomasa aérea viva (Mendoza y Galicia, 2010). El cam-bio de uso del suelo elimina entre 93 y 97% de la biomasa aérea, generando grandes pérdidas de carbono. Por ejemplo, la transformación de los bosques del volcán Cofre de Perote, en Veracruz, redujo el potencial de almacenamiento de car-bono de este ecosistema de 180 megagramos por hectárea entre 6.98 y 21.64 megagramos por hectárea en pastizales, y entre 4.67 y 4.70 megagramos por hectárea en arbustos (Mendoza y Galicia, 2010).

No obstante que las consecuencias biofísicas del cam-bio de uso de suelo sean hoy ampliamente conocidas y docu-mentadas, se ha hecho poco por evaluar sus consecuencias sociales, económicas y políticas, o por entender las dinámi-cas sociales en relación con el uso del suelo. Por ejemplo,

la dinámica de la población, concretamente el crecimiento de la población urbana frente a la relativa estabilidad de la población rural. A medida que crecen las grandes ciudades (a mayor velocidad que las pequeñas) algunas localidades desaparecen (Aguilar, 2002). Es necesario entender estos fenómenos y su impacto en los cambios en el uso del sue-lo. Es claro que tanto la concentración demográfica como la emigración son determinantes de la modalidad e intensidad de los usos del suelo (Aguilar, 1999).

Entre las consecuencias sociales y económicas del cambio de uso del suelo se encuentra el cambio de activida-des productivas (por ejemplo, la transición de agricultura de temporal y ganadería a agricultura de invernadero) debido a la falta de recursos financieros y naturales. Por lo tanto, las familias campesinas optan por diversificar su producción y desarrollar estrategias múltiples en las que la agricultura ya no contribuye necesaria o exclusivamente a la economía campesina. Algunas de las nuevas actividades son las agro-pecuarias de bajo rendimiento, las actividades extra-finca, la migración y la conformación de redes sociales de ayuda mutua, ya que las familias buscan diversificar sus estrate-gias de ingreso para acceder a mejores condiciones de vida sin abandonar totalmente la vocación agrícola (Ramos et al., 2009). No obstante, la falta de inversión en tecnología para la agricultura y ciertos factores ambientales limitantes (como la falta de agua, suelos calcáreos, vientos, heladas, granizadas, entre otros), suelen conducir a una degradación aún mayor de la cubierta vegetal natural.

Causas directas y subyacentes del cambio de uso de suelo

Los estudios del cambio de la vegetación y uso del suelo se han dirigido a entender las tasas de deforestación, es decir la magnitud del cambio y su distribución espacial, dejando de lado sus causas, lo cual impide tomar medidas preventivas y hallar soluciones. En la década del 2000 se inició una línea de investigación acerca de las causas del cambio de uso del suelo y de la vegetación, con el objeto de entender los fac-tores que los determinan. Estas causas pueden ser directas (próximas) e indirectas (subyacentes) en distintas escalas espaciotemporales, y sus consecuencias se expresan tam-bién en diversas escalas. Las causas próximas o directas se originan en las actividades humanas y generalmente operan a escala local (Lambin et al., 2001). Lambin et al. (2003) determinaron que los principales conductores del cambio de uso del suelo (ccus) en los bosques tropicales son la agricul-tura, la ganadería, la extracción forestal y la construcción de centros urbanos. Las causas subyacentes o indirectas están

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relacionadas con factores sociales, demográficos, económi-cos, tecnológicos, culturales y biofísicos, y operan más difu-samente (a distancia) en escalas regional (provincias o paí-ses) o global. Las causas del cambio de uso del suelo difieren en su origen, naturaleza, extensión geográfica, duración e intensidad. Pueden actuar independientemente o en sincro-nía con otras (Lambin et al., 2003), y a menudo interactúan con una o más causas próximas (mea, 2005). Verburg et al. (2006) sugieren que los impactos diferenciales en el paisaje son una demostración del impacto de los cambios macro-económicos que se pueden presentar sobre los patrones de uso del suelo a nivel regional.

La influencia de estos conductores difiere en inten-sidad y en sus consecuencias en la estructura espacial del paisaje, por lo que las tasas de cambio no son constantes en espacio ni tiempo (Lambin et al., 2003; Veldkamp et al., 2001). Hacia finales de siglo xx y principios del siglo xxi, la dinámica de los ccus en los trópicos ha cambiado de mane-ra acelerada, como resultado de diferentes factores sociales, políticos, culturales y económicos, entre los se encuentran el cambio en la tenencia de la tierra, la demanda de nuevos espacios, la apertura de nuevos mercados y las políticas ex-ternas de intervención (Geist y Lambin 2002; Lambin et al., 2003). Por ejemplo, el mercado internacional propició el aumento de la demanda de carne de alta calidad a partir de la década de los setenta en México, lo que provocó un incremento en la actividad ganadera en los trópicos, llevan-do a los productores con alto poder adquisitivo a mejorar el ganado. Las nuevas cruzas demandaron un alto consumo de agua y mejor forraje, lo que a su vez inició la conversión de diversas cubiertas (agricultura de temporal, matorrales, selvas bajas, etc.) a pastizales cultivados de buffel (Penni-setum ciliare L.), (Vázquez, 2004). Se estima que alrede-dor de 27% de la superficie total de México se dedica a la producción ganadera, incluyendo grandes extensiones de bosque abierto, donde domina la práctica de pastoreo ex-tensivo (Masera et al., 1997). La Semarnap (1998) señala que las mayores tasas de deforestación en selvas y bos-ques se presentan en el sureste del país (190 000 ha/año), lo que representa el doble de la reportada en el noroeste (96 000 ha/año) y el triple de la de Occidente (62 000 ha/año). Las mayores tendencias de cambio pre-sentes en el paisaje del sureste de México están determina-das por el incremento de la escala de producción agrícola y ganadera, crecimiento urbano descontrolado, crecimiento de la infraestructura, desarrollo del turismo y finalmente al abandono de la tierra. Por ejemplo, en la península de Yucatán, las presiones demográficas y demandas de tierras asociadas al cultivo y el pastoreo (a menudo en respuesta a los subsidios del gobierno) se citan como las principales

causas de la deforestación en esta región (Vester et al., 2007; Busch y Geoghegan, 2010).

Un aumento de casi quince veces en la población des-de la década de 1960 se ha traducido en un aumento de las tierras agrícolas a expensas de áreas boscosas. No obstante la elevada tasa de deforestación entre 1984 y 1993, la defo-restación de los bosques comenzó a disminuir desde 1990 y hasta 2006, pero con alta variabilidad espacial entre regio-nes y lugares (Ramírez et al., 2014). Por otro lado, también se ha observado que las áreas agrícolas tienden a poseer las tasas de transformación (esto es, expansión) más rápidas cuando se encuentran cercanas a localidades urbanas.

En los bosques templados este problema es complejo y se explica por los patrones de causa y conexión que operan a escalas global, nacional, regional y local. Por ejemplo, en los bosques templados del Centro de México se deforestaron 13 691 ha, asociadas a distintas causas (Pineda et al., 2009). A través de varios métodos estadísticos se determinó que las pérdidas de superficie de bosques de coníferas estuvie-ron asociadas al crecimiento de las zonas agrícolas, lo que de alguna manera confirma el fenómeno de la expansión agrícola como determinante de la deforestación (Ibíd.). Pi-neda et al. (2009) señalan a la población local como prota-gonista directa de la expansión de la frontera agrícola y del deterioro ambiental. Otras causas de la deforestación están asociadas a la fragilidad de estos grupos sociales ante los mercados y ante la irregular distribución de las tierras y de los recursos, deficiencias derivadas de un intenso crecimien-to poblacional debido a la migración asociada a la pobreza y marginación, conflictos armados, manejo ineficiente de los recursos y corrupción (Lambin et al., 2001). Haciendo una comparación entre varios ejidos de los altos de Chia-pas, Cortina (2006) concluye que el grado de conservación y degradación identificado estaba directamente relacionado con la parcelación de las tierras, siendo las áreas parceladas las que se encontraban en peor estado de conservación. En cuanto a la ganadería, De Jong et al. (1999) y Ochoa (2001) señalan que una vez que el bosque ha sido degradado por ex-tracción selectiva de especies leñosas, el bosque remanente se usa para el cultivo o el ganado ovino o bovino.

Asimismo, en los bosques templados de Michoacán la extracción de recursos forestales, base de la economía de varios municipios, ha contribuido en buena medida a la destrucción del bosque. Por ejemplo, en el municipio de Paracho, el más pobre de Michoacán, la tala ilegal es fre-cuente, y en la comunidad de Pomacuarán, que cuenta con 16 aserraderos, la compra de madera ilegal propicia la so-breexplotación forestal en los municipios vecinos para pro-veer de materias primas a empresas de carpintería y talleres artesanales locales (Bray et al., 2006). Por otra parte, las

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políticas del crédito apoyan el desarrollo de la cría de ganado. Dos tercios de la financiación rural se dirigen a proyectos de ganadería, ya que los plazos largos que se requieren para el desarrollo de proyectos forestales son menos atractivos para los bancos. Además, como las tasas de interés en México están entre las más altas del mundo (entre 1995 y 1996 lle-garon a niveles de entre 60 y 120% anual), los créditos están fuera del alcance de los productores forestales. La no trans-versalidad de las políticas de desarrollo en el estado y la falta de participación de los propietarios de los bosques en los pro-gramas de desarrollo forestal conducen a las comunidades indígenas a las actividades que garantizan su subsistencia, o la acumulación de capital. La falta de alternativas claras y la gestión forestal económicamente viable conducen a la de-forestación de grandes extensiones de tierra para establecer los sistemas agrícolas.

Por otra parte, las políticas públicas juegan un papel en el cambio de uso de suelo. Schmook y Vance (2009) re-portan que en la península de Yucatán un incremento de cien mil pesos en el Programa de Apoyos Directos al Cam-po (Procampo) favoreció la deforestación en 0.2 ha, debido a que hogares con producción de subsistencia y sin acce-so a mercados satisfacen su demanda de alimentos incre-mentando las áreas de producción. Asimismo, el Programa Oportunidades ha favorecido la deforestación, debido a que la transferencia de ingresos favorece el consumo de leche y carne, lo cual propicia la reducción del bosque para la in-troducción de actividades ganaderas (Alix et al., 2007). Por otra parte, a partir de que la tenencia de la tierra cambió para permitir otros tipos de propiedad, la deforestación au-mentó. Barbier et al. (2002) indican que la modificación al artículo 27 de la Constitución Mexicana ha debilitado las estructuras ejidales (formales y no formales), reduciendo la capacidad institucional que controla la conversión de bos-ques a otras actividades agrícolas, lo cual promueve mayor deforestación. Es decir, que la dependencia de programas de asistencia social y apoyo al campo se ha acentuado, mante-niendo un círculo vicioso de pobreza y sobreexplotación de los recursos naturales. Esto significa que con el retiro de los apoyos de asistencia social, las familias entrarían en crisis de ingreso, y que mientras se mantengan los apoyos habrá un aprovechamiento de los recursos en ecosistemas degra-dados y baja productividad, que cada vez rinden menos y cada vez se encuentran más desgastados (Cortina, 2007).

El minifundismo o parcelación de las áreas producti-vas a través de generaciones ha afectado la práctica de roza, tumba y quema en las selvas (Castillo, 2002), sin que por ello disminuya la degradación que provoca, dado que existe un mayor número de personas ocupadas en la producción de alimentos y menor disponibilidad de tierras por persona. La

parcelación de la tierra determina la intensidad del cultivo, la degradación y presión sobre el suelo y, en última instan-cia, la degradación de los ecosistemas (Cortina, 2007). Los programas de conservación en muchas ocasiones se contra-ponen a los programas de fomento a la producción, como sucede con el Programa de Producción Pecuaria Sustentable y Ordenamiento Ganadero y Apícola (Progan) y Procampo. Los apoyos rara vez sirven para lo que fueron diseñados, y en cambio perpetúan un círculo vicioso en el que la depen-dencia de ingresos externos mantiene a la población en el estado de pobreza en el que vive. Los programas de subsi-dios no solo no han cumplido con sus objetivos, sino que han tenido efectos adversos, como la deforestación (Rus y Rus, 2008). Aunque son claras las consecuencias del uso del suelo sobre el desarrollo de la gente que vive en el campo, la información ha sido poco analizada a distintas escalas.

Si bien la problemática social y económica de la gana-dería en el país es compleja, y varía en cuanto al tamaño de las áreas de pastoreo, los insumos y los rendimientos, las tasas de deforestación son similares. La ganadería intensiva en el norte del país se distingue por sus grandes extensio-nes de terreno y grandes inversiones de capital. El ganado se alimenta de especies mejoradas y existe confinamiento del hato. La ganadería en el sur es extensiva e incipiente, con inversiones de bajos recursos económicos y poco tecni-ficada. El ganado se alimenta directamente del forraje pro-ducido en los pastizales naturales o en pastizales inducidos (Reig, 1982; Saucedo, 1984; Toledo, 1989). Generalmente, este tipo de ganadería es una iniciativa del campesino para completar su alimentación (Soto et al., 1992).

Los censos ganaderos registran un acelerado creci-miento en los hatos vacunos del país. Mientras la ganadería cubre 11% del territorio nacional, 30.8% es dedicado a la agricultura (Toledo, 1989). Esto nos indica que la ganadería en México es principalmente de tipo extensivo (Gutiérrez, 1993). Es evidente que la predominancia de la ganadería so-bre la agricultura en cuanto a la obtención de ganancias mo-difica el comportamiento de la producción agrícola, pues da preferencia a aquellos productos más redituables y permite una nueva distribución regional del trabajo. Sin embargo, cabe señalar que en el periodo 1960-1980 la ganadería pre-sentó una expansión de tres por ciento acumulativo anual, lo que se considera un crecimiento moderado (Soto et al., 1992). El ganado vacuno entre 1960 y 1970 presentó un in-cremento mayor en las regiones del Pacífico Sur y Centro (Ibid.), mientras que la región caracterizada como trópico seco con selva baja caducifolia presenta el mayor atraso téc-nico, las menores tasas de crecimiento y las tasas producti-vas más bajas del país. Los ejidatarios que poseen parcelas localizadas en terrenos muy escarpados gastan más dine-

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ro y esfuerzo en la transformación del bosque a pastizales. Lo mismo sucede con los que no cuentan con centros de abastecimiento de agua cercano a su hato (Gutiérrez, 1993). Esta problemática principalmente se centra en los estados de Oaxaca y Guerrero (Reig, 1982).

Si bien la reconstrucción de los cambios del uso y cu-bierta vegetal del suelo permite identificar a los responsa-bles de los cambios, los estudios realizados se limitan a dar propuestas muy generales sin proporcionar evidencia empí-rica y cuantitativa de cómo se están llevando a cabo dichos procesos. Por otra parte, hay pocos análisis de las causas y las consecuencias del cambio de uso de suelo. Además de las actividades agropecuarias, es necesario determinar el papel de otras actividades económicas, como el turismo, la mine-ría y la explotación forestal.

La vegetación como recurso natural y sus servicios ecosistémicos en el siglo xxi

Se prevé que en 2030 más de 75% de la población del país vivirá en ciudades, y el abandono de tierras productivas pue-de tener un efecto positivo en la recuperación de la vegeta-ción natural. Sin embargo, la demanda de alimento seguirá siendo una presión importante de cambio de uso del suelo. Las ciudades deberán optimizar el uso de los recursos natu-rales, la reducción de la huella del carbono y la promoción del uso racional de los servicios de los ecosistemas a través de un plan de uso de la tierra. El análisis del cambio de uso del suelo y la comprensión de sus controladores como cate-gorías de transición y la conservación de áreas como pro-veedores de servicios ambientales son la piedra angular de la gestión del crecimiento urbano. En el caso de la ciudad de México, los servicios ecosistémicos están en peligro de-bido a la acelerada tasa de cambio de uso de la tierra impul-sada por la urbanización en el suelo de conservación en el centro de México. Una alternativa para mantener la vegeta-ción natural y los servicios ecosistémicos es generar estra-tegias de conservación que incorporen una agricultura más diversificada. Por ejemplo, proponer el valor añadido de los productos de las chinampas, y promover el uso de la tierra agrícola como una alternativa a actividades como el turismo o la vivienda.

El papel de la vegetación y uso de suelo en la prime-ra mitad del siglo xxi seguirá siendo fundamental debido a la importancia de la vegetación como sustento de las so-ciedades y para la regulación de los sistemas climáticos e hidrológicos globales y regionales. El mantenimiento de la vegetación es de suma importancia para sustentar la pro-ductividad a largo plazo, los ciclos de nutrientes, la resisten-

cia contra especies invasoras y enfermedades, así como la capacidad de adaptación a cambios en los sistemas naturales y antropogénicos (Rashid et al., 2005). Dado que el uso del suelo es un activo de uso múltiple pero finito, debe haber una planeación estratégica con la integración de valores ambientales, sociales y económicos para resolver conflictos, construir objetivos de uso común de la tierra y el agua y generar estrategias de adaptación, elección y priorización de preferencias en el manejo de la tierra y el agua que aseguren su disponibilidad para del desarrollo en el largo plazo.

La humanidad ha hecho esfuerzos sustanciales para aprovechar al máximo y en el menor tiempo po-sible y a bajo costo los servicios que ofrecen los ecosiste-mas, y en esta transformación de ecosistemas naturales a ecosistemas productivos para el hombre se ha dado una degradación de los procesos funcionales En la actuali-dad existen numerosas incógnitas en el campo de los ser-vicios ecosistémicos. Poco se conoce acerca de sus dis-tintos componentes y procesos y de su interacción con las sociedades a distintas escalas espaciales y tempora- les (mea, 2005). Esto representa un abanico de oportunida-des para diseñar alternativas de conservación y productivas que favorezcan la seguridad alimentaria, la salud y la resi-liencia de la vegetación en las ciudades.

Planeación del uso de suelo para la sustentabilidad y la provisión de

servicios ecosistémicos en el siglo xxi

La gestión sostenible del uso del suelo es esencial para ha-cer frente al desafío nacional de la obtención de recursos de suelo y agua capaces de sustentar a una población cada vez mayor (Figura 3). No obstante que la reducción de bos-ques y el deterioro general de la vegetación son cada vez más severos, y el uso del suelo no planificado repercute en el desarrollo y bienestar de la sociedad, no hay evidencia de la creación de nuevos instrumentos innovadores de conser-vación de la vegetación. Por ello es fundamental la planifi-cación del uso del suelo y el desarrollo de nuevas estrategias de manejo sustentable y diversificado de los ecosistemas urbanos y rurales y de sus recursos materiales y energéti-cos, a fin de mantener la calidad de vida y la autosuficien- cia alimentaria.

El establecimiento de áreas protegidas suele orientarse hacia regiones remotas y deshabitadas (Margules y Pressey, 2000) o especies particulares o carismáticas. Recientemen-te ha surgido el concepto de la planeación sistemática de la conservación, método proactivo que busca establecer un plan basado en la priorización estratégica de las necesida-

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des de conservación. Este proceso debe tomar en cuenta la representatividad de las especies, las comunidades y los eco-sistemas, así como la viabilidad socioeconómica en las áreas destinadas a la conservación. La prioridad de este enfoque es proteger el máximo número de ecosistemas o especies en la menor área posible ante las limitaciones sociales y económi-cas, considerando aspectos como la tenencia de la tierra y el valor de uso alternativo del suelo (Sarkar, 2004).

Aunque se ha reconocido a la modelación como herra- mienta importante para la planificación del uso de suelo porque permite identificar las zonas con mayores probabi-lidades y los conflictos potenciales asociados y conocer los factores biofísicos y socioeconómicos que interactúan en el espacio y en el tiempo, los factores espaciales utilizados como parámetro de los modelos resumen muchos otros fac-tores sociales, económicos y culturales que tienen un efec-to sobre la dinámica de la vegetación natural. Dada la gran incertidumbre de los mapas prospectivos de cambio de uso de suelo y la imposibilidad de validar los mapas simulados, se ha utilizado el enfoque de escenarios para explorar una amplia gama de posibles desarrollos basados en una serie de supuestos coherentes. Los análisis de escenarios permiten evaluar el efecto de distintas opciones políticas, expresados en escenarios cualitativos basados en los factores subyacen-tes que determinan la dinámica y las tendencias marco del modelo, e influencian la dirección y la magnitud de cambio (Houet et al., 2009).

El ordenamiento territorial y del uso del suelo es la res-puesta a “la coordinación del problema de la integración de

la dimensión espacial de las políticas sectoriales a través de una estrategia de base territorial” (Figura 4). Pero la pla-nificación espacial es también resultado de integrar un am-plio conjunto de valores de la sociedad no específica en un momento dado. Una alternativa para la planificación e in-tegración de diferentes actores, objetivos y metas es la mo-delación multicriterio, herramienta eficaz para el éxito de procesos participativos, de resolución de conflictos ambien-tales y el análisis de sistemas complejos, como el cambio de uso del suelo. Estas técnicas permiten integrar de manera sistemática y rigurosa cualquier tipo de información, tangi-ble e intangible; además de contribuir con información para la toma de decisiones y resolución de conflictos (Bojórquez et al., 2001). Un modelo multicriterio puede considerarse como la formalización matemática de un proceso de planea-ción territorial.

La elaboración de modelos espaciales predictivos del cambio de uso de suelo con autómatas celulares son una herra- mienta más para la toma de decisiones y la planeación am-biental (Ibid.). Los autómatas celulares son una herramienta de la inteligencia artificial utilizada para representar com-portamientos dinámicos y complejos de algunos sistemas físicos, mecánicos, biológicos y químicos. Esta herramienta es adecuada para abordar problemas espaciales y entender la localización, la intensidad y la dirección del cambio de la cubierta vegetal y uso de suelo y su relación con los factores bióticos y abióticos. Una de las características fundamen-tales de estos modelos es que incorporan los factores que generan heterogeneidad espacial al modelo como un factor

Figura 3. Estrategias de planeación del uso del suelo.

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importante en la distribución de los usos de suelo (Lesschen et al., 2005).

Es imperativo realizar estudios de monitoreo a largo plazo, lo cual implica la observación sistemática de la vegeta-ción y del cambio de uso del suelo, así como la elaboración de cartografía de la ocupación del suelo en múltiples fechas, as-pectos esenciales para la evaluación de la medida, las dimen-siones, las causas y consecuencias del cambio de uso y cubier-ta vegetal de la tierra y, por tanto, para predecir tendencias futuras y reconocer lugares y escenarios críticos o vulnera-bles (Meztger et al., 2006). Esta vía de investigación consti-tuye una herramienta importante para la toma de decisiones en conservación y la evaluación ambiental (Munda, 2006).

La planeación del uso de suelo debe integrar una visión multiescalar. A nivel nacional deberá haber una visión de largo plazo, facilitadora de información y negociación (ne-cesidades y prioridades), es decir, una aproximación integra-da de manejo (conservación, intensificación, plantaciones forestales, y conservación) que garantice la permanencia de la vegetación y la producción de bienes e ingresos para la sociedad (Sarkar et al., 2006; Koleff y Urquiza, 2011). A ni-

vel regional, deberá haber retroalimentación entre políticas nacionales y usuarios, apoyo técnico, respuestas rápidas y capacidad de trasladar y adaptar las políticas nacionales a condiciones locales específicas. Desde el punto de vista del análisis espacial, se reconoce que los procesos de cambio de cubierta vegetal y uso de suelo ocurren a grandes escalas geográficas y largos periodos de tiempo. A nivel local, un empoderamiento de las comunidades que priorice las ne-cesidades locales, la discusión de las opciones económicas y aplicaciones concretas requiere de organización social, de visión de proyectos colectivos y de incentivos externos a fin de arrojar resultados variables en términos ambientales, sociales y económicos. Es decir, las formas de organiza-ción, la ausencia o presencia de visión colectiva, los bene-ficios económicos que de la actividad forestal se obtengan, la presencia de organismos externos a los grupos sociales que conduzcan cambios positivos en la visión colectiva, así como el acceso de apoyos para impulsar la diversificación productiva, son factores que probablemente jueguen un pa-pel más significativo en la planificación de la conservación de la vegetación y el cambio de uso del suelo en México.

Figura 4. Diseño de política pública del cambio de uso de suelo y vegetación desde una perspectiva

multiescalar.

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El ordenamiento territorial debe continuar como herra- mienta clave, pero con procesos estratégicos de aproxima-ción entre gobierno y sociedad que garanticen un equilibrio entre el interés económico y los igualmente legítimos inte-reses de las poblaciones residentes en participar en la cons-trucción y el desarrollo de los territorios en los que viven (Beier et al., 2008). Otro punto de partida es la discusión de las políticas públicas, es decir es necesario tener políti-cas sectoriales con reglas claras, congruentes y consistentes que comparten parámetros ambientales, como el manejo sostenible de los recursos naturales y el mejoramiento de la calidad ambiental. Las políticas públicas tienen el fin de lograr ciertas metas sociales y ambientales, y constituyen así la base para el desarrollo sustentable y la conservación. Sin embargo, muchos estudios de control del uso del suelo y cambio de la cubierta de la tierra carecen de una perspectiva integral e integradora de los diferentes componentes y se centran generalmente en los procesos pertinentes específi-cos, tales como la deforestación. El uso del suelo y el cambio de cubierta vegetal son resultado de complejas interacciones entre las actividades humanas y los procesos ecológicos, in-cluidos diversos aspectos de los asentamientos urbanos, la intensificación agrícola de cara el crecimiento demográfico, las causas y consecuencias del abandono agrícola y la nece-sidad de diversificar las actividades productivas que garan-ticen ingresos económicos. Así pues, la planeación del uso del suelo tiene que ser integral, participativa y resolutiva de múltiples actores e intereses.

Conclusiones

A partir de 1990, la tendencia del cambio de uso de suelo ha sido hacia la disminución de la deforestación. A pesar de que los procesos principales de cambio siguen estables en el periodo analizado, se observa una disminución consi-derable en la magnitud de la deforestación y la degradación forestal. El análisis de los factores explicativos directos e in-directos indica que el establecimiento de áreas agrícolas y pastizales ha sido el conductor principal del cambio de uso entre 1930 y 1970. Sin embargo, los cambios debido a la agricultura disminuyeron a través del tiempo, mientras que la ganadería sigue mostrando un crecimiento constante so-bre bosques y selvas. En este contexto se puede observar un cambio del sistema tradicional de rotación de campos a un sistema de campos-pastizales que inhibe la regeneración de bosques y selvas secundarios. Estos factores agropecuarios directos están relacionados con factores subyacentes como la demanda de carne, la baja rentabilidad de la agricultu-ra, incentivos del gobierno para la ganadería, con los sis-

temas de producción y otros factores económicos, sociales y demográficos.

Por otro lado, cada ecosistema posee una estructura espacial con interacciones complejas que incorporan varia-bles biofísicas (además de diversos factores sociales, cultu-rales, económicos y políticos) y que generan heterogeneidad espacial, lo cual dificulta la planeación del uso del suelo. Por lo tanto, la implementación de nuevas herramientas puede proporcionar los criterios para predecir el cambio de uso del suelo y planificar espacialmente su dinámica como un ins-trumento de la planificación territorial.

El análisis y monitoreo a largo plazo del cambio en el uso del suelo en México es primordial para una planeación que permita el mantenimiento de ecosistemas funcionales y sus consiguientes servicios ambientales. Es necesario un compromiso entre los sectores que promueven la conser-vación biológica y el desarrollo económico para proporcio-nar la base para la promoción efectiva de la conservación de la biodiversidad en los procesos de planificación de uso del suelo. Como la mayor parte de la población rural sigue siendo dependiente de las actividades primarias, es nece-sario contemplar alternativas de producción e ingreso para reducir la presión demográfica; pero la planificación y las decisiones sobre uso de la tierra deben hacerse de manera incluyente y participativa.

Finalmente, el propósito de entender el uso de suelo es visualizar que muchos servicios de los ecosistemas es-tán declinando y tendrán consecuencias en el bienestar de la sociedad mexicana. En algunos casos, estas pérdidas de servicios de los ecosistemas son graduales, mientras que en otros están siendo compensados por aumentos en algu-nos otros servicios. El bienestar futuro dependerá de la ca-pacidad para vivir de manera sostenible en un bien común global y de una planificación del territorio que permita la permanencia de la vegetación natural y garantice la provi-sión de agua y alimento. Los ecosistemas sustentan todos los recursos y los bienes de los que dependen los seres hu-manos y son fundamentales para asegurar su bienestar. Se espera que este capítulo contribuya a estimular la discusión y el debate en cuanto a cómo las sociedades pueden evitar la degradación del medio ambiente natural y la riqueza de los valiosos beneficios que proporciona, y en su lugar promover y utilizar los ecosistemas saludables para apoyar un futuro sostenible y resiliente.

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Glosario

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Cubierta del suelo (en inglés, land cover). Es el material o elemento que cubre el suelo, y se refiere a la naturaleza o forma física de la superficie del terreno que puede ser identificada visualmente en campo, o a través de medios de percepción remota.

Deforestación. Es un proceso de destrucción/pérdida de la superficie forestal provocado para la realización de ac-tividades económicas (agricultura, silvicultura, mine-ría y ganadería).

Uso del suelo (en inglés, land use). Expresa el aprovecha-miento o los fines económicos que se les da a las diver-sas cubiertas.