camilo marks - grandes cuentos chilenos del siglo xx

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Camilo Marb-CamiloMarb h:a lidocriticoIituariodadc1988C'nA/Si,Lirn-.t".. , Libr.L. l,...QJII Rts.. L. Trrrntl y ni diwrsosmedio&. Hoyescribe lkforma lC'manal para la tkLilJNiIS de El !t1,m"il1 y esdelprograma dC' televilin HorQ25 de TVN.Abog:;ado de profelin. trabaj en el ComitProPaz, enla Vicaria lklaSolidaridad, enlaCorporacinde Reparacin y Ronciliacin yenla ComisinVaIh, entre otros organismosdC'dC'rcchoshumanos. En2001y 2004 publklas no"daa diruuJ",." d,l p""lrtllri,,o y AII"","'lirQd, /Q IO'"""IQ(ambaa finalinaa ddpremio Rmulo Galkgoa). publicada lalC'gunda por esta editorial. En 2003compilesta anlologia y en 2007edit tri,;':.., titk Un rtrfi, suprimera=opilacin lkcnpyut: en romoalemal rcbcion3doI lOblilC'nlun. Ha aido. adcmn, lraduclor '/COIUUlIor devmuedilorialn; asimiamo, tu.participado como jurado C'n concunos delfondo Nacional dC'1 Libro. dC' b tkL#rti Ydel Premio joK Donoso.En la actualidad C'jC'r la dottncia C'n laUnivcnidad Ihc&'o Ponaka YC'nla de Santiago.GRANDESCUENTOSCHILENOSDELSIGLO :xx-Camilo Marks(Compilador)GRADESCUENTOSCH lLENOSDELSIGLO XXEditorial Sudamericana NARRATIVAS / ANTOLOGATodooloo dered>ootaervodoo.upul>kaci6 puedete,..pd"".da, n. on,ocio '"on1"0,... rqutnda O...........tIrender a esta chiqui1.1.a.. Asi como es capaz h blana del p...oo.PANDORA- Ana Mara del RoElremeznno vino dea poco. Enrealidad, nada vienedea poco en esta vida. Todo acaecetalcomo enlos terremotos: desopetn. Somos nosotros los que vivimos de a pizcas.Fue en algn mes del ao noventa y nueve. Descoyumamien-to detierra, se oa decir. Unoslellamaronmovimiento ssmico,deslizamiento de la marquesina continental. Vo lo llam el fin delmundo. Liso y llano.El Da del Juicio, el que noshabanmetidoenlamdulaparalaConfirmacin enlaparroquia, aoresdelaconfesin general, el que iba a ocurrir cuando el hombre no supiernni el da ni la hora. Yo nunca saba la hora y andaba ms distradaqueunabolsa deaire, decami mam,as es queen cualquiermomento poda venir.Pero lo que yo no poda entender era la voluntad deDios dearmar elfindelmundo justo enlamitaddel verano, cuando noshaban apisonado el hoyo para la piscina y nos dejaban hacer comi-da en la salamandra de la casa demuecas de los Barcel, dondecabamostodos parados porque era antigua y los antiguos hacanlas cosasmejor quenosotros. Pero sobretodo, cuandomiprimodeSantiago yaiba a venir y yo ya no podarespirar de pasin enlasnoches y sememojabaelfrreo calzn contrarascaduras ytoqueteos nocturnos porque salan culebras y las mujeres vrgenesno tienen culebras, decan.263El vino enmedio delanoche, cuandotodos dor-miamOS ron la conciencia destapada, exceptO )'0, con mimalditopijarnJlde: una sola pina insobornable de mnda inglesa. untadaentera ron menrolatum pan. S2ca.rme los granos que haba pescadoal baarme en el tranque de los canutOS, que bautizan sin quetedes ni cuenta.y fue un abrir y cerrar de ojos, puertas que se salan de cuajo,muros partindose como gajos denaranja, nanas que corran connios a la cintura, jaculatorias encabritndose en labiospartidossin rouge alguno, fue un sonar de montaas enrrcchocndose y untiemU que pareda confusin del alma.La Seorita veraneaba connosotros ese verano para cuidarlas depresiones quincenales de mimadre y ponerlelas compre-sas dt: ti los ojos mientrasle contaba cuentos de unatablarroonda; la vimos bajar conen cuello y puos vomitandoun ingls l-'doc:simo como garza. blanca. Mi anif;l" quehaba renegado toda la vida en alto castellano contra esas lenguasbrbaras, le contest enuna adena de sonidos equivalentes quenos dej a todos con la boca abierta. La Seorita se acerc a ella yle tom las dos manos, agradecidsima.Mi nos arre hacia afuera, conhuasca.En dpatio, con el ndice vibrante por ellerror, mi madre noscont en bOl1buceos.Estbamos los siete. Su figurilla de porcelanaribeteada con gneros y cintura mnima tena el nimolloroso. Lo haba tenidodesde que viva en estetremen-dofundo de extensiones detrigo antelas queeUa desapareca,simplemente, sin poder decir nada. Ni siquier:l preguntar por qu lejos dt: un Santiago encant2dor, con idas al Municipal,:lC1ca1anuentos en baos del teatro y tacitas de t con chismes des-tilados. EUa, sin comprender jams por qu est;tba sepultada en El viendo a gruesas vacas parir mucosas grisceas y das aunmas gruesos gotear una eternidad con olor a guano.Detrs de ella apareci mi padre hacindole sombra. Los sua-ves ojos de mi madre se prepararon para las rdenes y la ordenacindel caos.264La grieta entre mi padre y mi madre empezara suavsima, talvez un domingo, cuando l ya nose asombr de su area bellezade Greta Garbo ni de la lejana de sus ojos y le vio las bolsas de lasmejillas y comenz a considerarla una posesin tenue, levementemolesta, aunque ni siquiera l mismo 10 saba entonces, porque noera muy fcil darse cuenta de las cosas con tanta tierra.Ese da, mi madre segua pidiendocosas con aire de ciega,moviendo las puntas de sus dedos borrosos. Su alma se marchitabacomo siempre, al soplo del viento rural, desde su cintura de llave.Pero mi padre tom posesin del cataclismo: nos orden a to-dos bajo las dos palmeras de la entrada y nos prohibi movernos.En seguida fuimoscon l, unopor uno, a la nica ala de lacasa que no se haba derrumbado por completo: su pieza de vestir,que daba a las caballerizas.Encima de los camisones de dormir nos puso sus pantalonesde huaso. Haca frocomo un agua persistente. Me toc un pan-taln mojado en la entrepierna como con engrudo. Pero yo habasidoadiestrada en el arte deno decir nada al mundo de arriba yme 10 puse sin vacilar.Nada importaba entonces, sino defenderse del humo friolentoque entresala de la tierra paralizada. Y claro. Mi hermano Carlosseatrevia reclamar, queno eran desutalla y recibiel primersopapodelda. Ese llantoarrastra losotros, mientrassenosentraban por los ojos para siempre, las ventanas descuadrada, laalfombras saliendo por las ventanas, los esquineros reventados, laspozas siniestras donde gorgoriteaba el agua oscura de la entraashumeantes deuna tierra extraa, los cadveres de perros y gatocon las patasal aire. La Nanitanostap10 ojos. Entonce, mipadre dijo:-En fila. Sin soltarse. Dormiremos en la casa de muecas.De a uno fuimos entrando con cautela. Era la misma casa delos encuentros desnudos con mis primos de Santiago en los veranos,despus del tranque, sudorosos, embarrados de tierra y deseos nobien aclarados, risas y escondites donde 10 chicos no tenan accesoy se quedaban llorando ante las puertas trancada amenazando con265acusar sin atreVerse, mientraS los grillos se desgaitaban de placeren los rincones polvorientos.Mi padre comprobaba los espacios para cada edad.Apenascabamos. Encontr calzones entre las vigas. No dijo nada. Nadieestaba para decir nada. Pero ( desmoli pordas una vozestentre.a paralas rdenes que d.abamucha segundad a todoelmundo y quenunca m:is selequit. En seguida, enrigurosa fila-anduvimos en fila todo esetiempo, creo-- salimos a esperar elrescate doloroso de los colchones, sacados a tirones por Pedro, quientrabajaba enronchado para siempre por el espanto.Mi hermana Rebeca me codeaba con insistencia. Ni siquierala mirt. No estaba para or locuras en aquellosmomentos en quetodo se bamboleaba.Nos metieron los camisones dentro de los pantalones de huasoy nos amarraron el miedo con las fajas de domingo. LaRebeca secolgaba de mi odo:-oye,oye.Nos acostaron de a dos en cada colchn. Metoccon ella yno pude evitar acordarme del verano cuando la consigna era salirdesnudo de la casa e irse debajo del pino, con mis primos de San-tiago. All habia una colchoneta con paja debajo sinunasola luz.Siempre fui ms audaz que ellos y aparec completamente desnudamientras que eUos se iban sacando por el camino aquellos ridculoscalzoncillos con botones. Pero una vez dentro del pino, nos envol-va una tormenta imposible de detener. Los paps dormanenelsegundo piso. A veces, sus discusiones llegaban hasta nosotros porla ventana abierta.. Nunca se oy la voz demimadre.Ahora, en medio de la noche, vendra la confidencia de Rebecaenmi oreja. Pero esta vez me equivoqu. Enmedio delsilencioobligatorio impuesto por pap, se oy la voz de bajo profundo demi hermana. caca, Papumi, quiero caca.Nadie semovi.Mi p.adrelahizocallar desdeel colchnmayor. Entonces Rebeca, que siempre se tir al abordaje en todoslos momentos de su azarosa vida, grit:266-Papa!Ya hago caca! Puedo salir?MiladeNia malhecha,churrete idiota, tarada, inoportuna desde su nacimiento, no podaaguantar?-No -dijo Rebeca.No se poda salir. Q!ae entendiera esa estpida. No vea quesegua temblando? Q!ae se callara y durmier2 de una buena y mal-dita vez.La voz suave de mimadre de porcelana remeci a mi padre:que no maldijera, sobre todo en estos momentos en no se sabanada de seguro. Tocaron a la ventana. Era Pedro. Le castaeteabanlos dientes, ms que cuando lo del puma. Mi padre, que entendalos pensamientos de los pobres, tradujo para todos:-S, el potrero. S, me acuerdo, el derastrojo, pues, huevn,qu paso? Q!amierdas puede haberle pasado a un potrero?-Desapareci, don Carlitos-dijo Pedro--. No est ms. LaDelmira y los nios lo andan buscando, pero no aparece.Mi padresequedensilencio.Ah supe queal taUlbi1llehaba bajadoel miedoalalma y queer2 delmismo moldedetodos nosotros. Mi madre escarbaba como un ratn con sus dedosblanqusimos, que relucan aunque no hubiese luz.Depronto se esparciel olor. Rebecapermaneca tendidacomoJuana de fuco, con las manos sobre el pecho y el olor roden-dola como una aureola.-Te hiciste, imbcil-la remec-.Di, tehiciste caca conlos pantalones puestos?Nomecontest. La volv a remecer. laseesparci enanchasondashastallegar dondela Seorita, quien,abanicndose con algo inexistente, dijo:-Oh, verdaderamente, temo que es algo terrible, tal vez separarun poquito si usted no tiene inconveniente, nosotroS muy juntos...Mipap salv deunsaltoladistancia en colchones queloseparaba del foco de la infeccin; la tom por los brazos y en altola lanz hacia afuera cerrando la puerta detrs de l. Luego se olilasmanos.El suelo temblaba an dbilmente.267Mi Nanita haba querido -terminantemente, don Carlos--,como ella quera las cosas, dormir afuera, en la pequea galera detreS palos de nuestra casa de muecas.-Para atajar a los primeros enloquecidos -haba establecidosin discusin. Aunque yo saba que era para poder rezar el rosariotranquila. Selainsral enel sillndetrescuerpos y encima, lapreocupacin de cada uno denosotrospor el frodelrelente, lefue agregando chales, mantas, echarpes y pauelos de cabeza hastalogruconvcrrirla en un verdadero elefante de la India, algo gruny con el rosario calipso en la mano.-Nohay temblor del diablo que pueda contra Nuestra Seora-deca.Rebeca apareci enmedio de la noche, envuelta enlgrimasy en un olor inconcebibleque despert por completo al elefantede la India, que tuvo el coraje de sacarle los pantalones de huaso,bolsudos, tibios, y limpiarlosprecariamente contierra, as comoa suduea, que habia adquiridounapostura de magdalena y sedejaba hacer, llorando a lgrima viva.Mi madre de porcelana pregunt quebradizamente en mediodela noche:-No habrs sido demasiado brusco, Carlos? Mira que se tepuede pedir cuentas.Ah todos recordamos que se trataba del findel mundo.Habamos alcanzado a llegar hasta el noventa y nueve. Ese aono habra veraneo de olor dulce ni descubrir las cosas que erguansus corolas abiertas en la noche de la colchoneta. Me acord de unade nuestras clusulas. Rompimostodos los espejos quetenamosa lamano. Losmayores se asombraronante la simultaneidaddecasualidades. Peronosotros ya no necesitbamos vernos elreflejoporque estbamos de tal modo seguros de nuestros secretos en losveranos. Slo mi madre conserv un espejito de mano al que acudaconstantemente en busca de palpar surostro que se le iba.No se oa anla trompeta del ngel rasgando los cielos. Mimadre discuta suavsimamenteconmi padre. stehaca gestosde barco yndose.268-S, hija. Maana. S.Hasta que las encontremos.y entonces fue lo extraordinario. No se acab el mundo. El dasiguiente rompi a existir con un sol esplendoroso, de un amarillopostal que acab con el terror hmedo de la noche.El pap sali en un tenebroso viaje de reconocimiemo a caba-llo. Cuando volvi, 10 vi desencajado por primera vez enla vida.En medio del suave movimiento que persista como si la tierrahubiera adquirido de pronto inseguridades de lanchn, l nos hizoprometer que andaramos en grupo, nadie semeaparta un pice,en chocln, no me vengan con huevadas de tener que ir al bao nininguna de esas leseras.Nos volvi a apelotonar a todos en el centro del parque,juntoalmacizo de achiras.Entonces, la figura de mi madre, plida como la cera ycon lascrenchas de pelo rubio an trgicamente dispuestas sobre su cabeza,se separ, caminando a paso de pjaro y se dirigi a las ruinas.Ah se encuclill y con las manos convertidas en dos pequeasgarras transparentes, comenz a cavar. Era tan tenebrosa y dura suexpresin que nadie, ni mi pap, que detena cualquier iniciativa in-dividual, se atrevi a objetarla. Rebeca se le acerc. Haba mostradodesde su nacimiento una curiosa sordera para los mandatos.-Qu ests buscando, mam? -pregunt.-Mis cosmticos y las joyas -contest eUa, decidida.Entoncesmipadrecay enlacuenta delaimportancia delasunto. Yanohabaposibilidaddecaminos. Desaparecidos lospotreros, sobreviviramos slo por los valores en joyas. Se tratabade la compra de alimentos, aunque estoy segura de que mi madre,entre sus lgrimas rosadas, slo pensaba en ponrselas.Pedro fue enviado a ayudar a mi madre en la excavacin. Des-pus, mi padre mismo se puso a la tarea.Entonces, Rebecasearrastrhastam. Habatomadoesacostumbre de andar culebreando para no sentir la oscilacin.-Oye, acabo de desenterrar algo -me dijo.-Si esunperromuerto, tienesquebotarlo, datifus -dije269Y si a Pepito, porf:avor entirn.lo in s:acarle lasplum:as anteS de que lo vu la Seori01--NiPepitoni perro -silabe Rebeu-. Se tratadeunamentira que yo cen.i:a guardad:a bajo la colcha de mi pieu..Sc qued seria. mirndomc. Yome:agach y le mirims decerala chasquilla, l:a que acid:abanunas certezasNo parc::a afiebrad:a, ni tampoco llena de ris:a, como cuando hacabrom:as malign:as.De pronto se sinti un llamo dc nia. Mir hacia mimam.Se haU:aba sencada enlatierra, con lasmanosnegras. LaNanitale enjugaba drostro con un gran pauelo a cuadros. Corrimos lasdos. Mi madre le esOlba diciendo a mi padre:-Estn saliendo cosas raras cuando uno escarba, Carlos. Haaparecido aquella noche, tc aruerdas?, de tu cumpleaos, cuandotodos aqu, espenindotepara comer rt conlamujer delcnsulHcrningway, en los baos del Club, te acuercbs? Eso sale, en\'C'Zde lootro. -ymi madre, sin una sola joya en las manos, se refreglos ojos Ysigui llon.ndo.Pap nos hizo seas de que nos esfumramos. lejos lovimos cmoacariciabalas guedejas dereina delaspraderas queostentaba mi madre a csas alturas.Pcro ya la curiosidad dellegar alfondo sehabiaapoderadode mLNos acercamos los sictc a escarbar cerca dc la cocina. Delosescombros sali un polvillo rojo.-Es la tierra de color que haba enla cocina. qu otra cosavaa ser --dijomi hermano, queestaba suscritoa LoCirncia alAltanu dr su ManD.-Sigamos -dije..nos tirab:a de loshombros, quemi pap. iba avenir y51 nos pi1b.ba. que furamos a formamos al patio, bajo el sol llenode crculos.Pero nada nos podia contener. Nos bamos de cabeza a los rin-eones mis oscuros y cavbamos en medio de ruinas entreabiertas.Saliuna estruendosaborrachera demi padre, enlaquese270haba tratado de propasar con la Seorita metindole la mano por lacamisa de donnir, yque haba quedado sepultada para siempre en lasaguantaderas rubias de mi madre y en el diario de vida en ingls.Tambin sali el galopetendido de mi madre, casi sinropa,enun caballo sinmontura despus de una horriblepelea conmipadre en Ao Nuevo.Mi primeramenstruacinapareci comounacalaroja ah,manchndole la boca a mi primo de Santiago, que me mir desa-foradoy sedesmay entremis piernas. Ahsehaba terminadotodo. Lotuteinmediatamente desdeesemomento y pedunespejo gigante para mi dormitorio.safuela poca enquemimadre viajaba dos veces a la se-mana a la Catedral de Santiago a confesarse y despus al Paula, acomer sndwiches de ave conpimentn e interminables tazas det llorado.Vo cavaba a estas alturas en un desordenado frenes sin sabermucho a qu apuntaba mi bsqueda. Slo saba que estaban apare-ciendo cosas que permanecan una capa m, abajo de las palabrasy que eranmuchomsimportantes que las joyas. Temblbamosbajo el sol furioso de las ltimas horas de la tarde violeta.Llegamos a algo duro. Aunamos los dedos para cavar, por loslados, desgarrando los terrones, aqu 10 tengo, por debajo, sueltcn,sujeten, empuja, ya, con cuidado.Fue apareciendo poco a poco la pequea cajita blanca con Roresy la cruz en la tapa. Dentro, el cuerpo pequesimo, intacto, olorosoa guagua, de bracitos que sobresalan de la mantilla amarillenta.-Era delamam -dijoRebecainmutable-oEra el quevenadespus dem, creo. Enesetiempo el pap estaba conlaHemingway. Mam se 10 sac y lo perdi adrede.-v cmo sabe sta -yo ardafrentica, preguntndole, re-mecindola.Rebeca, mirndome con sus ojos de cicn anos, contest:-Y tno haras lo mismo?-No! -rug. Tap con un golpe la rapa blanca. A una, rodoscomprendimos.27lElhoyo sehizorpido, condedos y pulgares desesperados,cavando con rapidez k xrros en la ciern roja. Mecimos la cllJa yapisonamos el suelo muchas vtteS.-Si me abmdon2J'2 el :tire, ayyy -(:rpid2J1l(:nre yse diri:a qu(: (:S fdiz. Poco:a poco, OJando se: h:a movido, una piernab:aja por d silln. Apar(:ce la rodilla. Es J"(:donda.-N(:Cesito una palabra de cuatro letras -nos pide con ansia.La patrona busca entre sus f"(:OJerdos.294-Amor -rcspondt con una risa breve.Elboticarioinclinala cabeza, murmura entre dientes y redespacio, contimidez.-No me sirve --exclama Alicia.-Por qur:haredo? -preguntala patrona al boticario-.Tena cuatro letras.-He redo porque una mujer no enruen0'2 nunca 00'2 pabbra-di