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CAMBIOS Y ESCENARIOS EN LA AGRICULTURA ARGENTINA DEL SIGLO XXI Dr. Ing. Agr. Walter A. Pengue GEPAMA, FADU, UBA / Ecología UNGS / Panel de los Recursos UNEP Noviembre 18, 2014. Este trabajo fue realizados en el marco del Programa de " Desigualdad y Democracia ", con apoyo de la Fundación Heinrich Böll. Introducción La agricultura industrial en el mundo ha tenido transformaciones sin precedentes. Uno de los países donde más se ha implementado un cambio tecnológico y de escala productiva ha sido la Argentina. No caben dudas que en las dos últimas décadas, las transformaciones agrícolas, no sólo en la Argentina sino en una buena parte del mundo han generado un cambio tecnológico sin precedentes en lo agronómico, biotecnológico y económico sectorial, las que sin embargo produjeron interrogantes acerca de los efectos ecológicos que están contribuyendo a cambiar la faz y la sustentabilidad ambiental global, traccionados por este modelo agropecuario internacional. En nuestro país, algunos proactivos promotores de la expansión de este paquete agrícola industrial han llamado a esto, la “Segunda Revolución de las Pampas”, forzando la visión de estas transformaciones en lo meramente tecnológico pero sin prever, a pesar de las alertas tempranas, los serios impactos ambientales que podrían producir sobre el medio natural, la imposición de un modelo productor de biomasa que “come tierra y recursos naturales”, para acercar a las naciones una renta ambiental coyuntural. En la campaña 2000/2001 la soja alcanzaba casi las once millones de hectáreas para llegar a la última 2012/2013 con poco menos de 20 millones y una proyección estimada para la próxima, nuevamente creciente. Las exportaciones del complejo sojero se multiplicaron por tres en una década (pasando de los 6,9 mil millones de dólares a más de 23.000 millones). Desde los años noventa, un importante proceso de cambio tecnológico, particularmente impulsado inicialmente en la Región Pampeana, se dio en el agro argentino, generando cambios en el manejo, formas de producción, de apropiación de los recursos, del uso de la tierra y los recursos naturales, de cambio tecnológico, de intensificación en el uso de insumos, de nuevo conocimiento de gestión agropecuaria, de manejo del capital económico y financiero, de los recursos humanos y ciertamente de impactos y trade-offs ambientales y sociales pobremente evaluados, más allá de la escala creciente en la producción anual de los cultivos de exportación. Si bien el cambio tecnológico en el agro argentino, se produjo a partir de la década de los años noventa con la llegada no solo del paquete tecnológico sino de una nueva lógica empresaria vinculada a la Siembra Directa, los impactos más importantes comienzan a darse

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CAMBIOS Y ESCENARIOS EN LA AGRICULTURA ARGENTINA DEL SIGLO XXI

Dr. Ing. Agr. Walter A. Pengue

GEPAMA, FADU, UBA / Ecología UNGS / Panel de los Recursos UNEP

Noviembre 18, 2014.

Este trabajo fue realizados en el marco del Programa de " Desigualdad y Democracia ", con

apoyo de la Fundación Heinrich Böll.

Introducción

La agricultura industrial en el mundo ha tenido transformaciones sin precedentes. Uno

de los países donde más se ha implementado un cambio tecnológico y de escala productiva ha

sido la Argentina.

No caben dudas que en las dos últimas décadas, las transformaciones agrícolas, no

sólo en la Argentina sino en una buena parte del mundo han generado un cambio tecnológico

sin precedentes en lo agronómico, biotecnológico y económico sectorial, las que sin embargo

produjeron interrogantes acerca de los efectos ecológicos que están contribuyendo a cambiar

la faz y la sustentabilidad ambiental global, traccionados por este modelo agropecuario

internacional.

En nuestro país, algunos proactivos promotores de la expansión de este paquete

agrícola industrial han llamado a esto, la “Segunda Revolución de las Pampas”, forzando la

visión de estas transformaciones en lo meramente tecnológico pero sin prever, a pesar de las

alertas tempranas, los serios impactos ambientales que podrían producir sobre el medio

natural, la imposición de un modelo productor de biomasa que “come tierra y recursos

naturales”, para acercar a las naciones una renta ambiental coyuntural. En la campaña

2000/2001 la soja alcanzaba casi las once millones de hectáreas para llegar a la última

2012/2013 con poco menos de 20 millones y una proyección estimada para la próxima,

nuevamente creciente. Las exportaciones del complejo sojero se multiplicaron por tres en una

década (pasando de los 6,9 mil millones de dólares a más de 23.000 millones).

Desde los años noventa, un importante proceso de cambio tecnológico,

particularmente impulsado inicialmente en la Región Pampeana, se dio en el agro argentino,

generando cambios en el manejo, formas de producción, de apropiación de los recursos, del

uso de la tierra y los recursos naturales, de cambio tecnológico, de intensificación en el uso de

insumos, de nuevo conocimiento de gestión agropecuaria, de manejo del capital económico y

financiero, de los recursos humanos y ciertamente de impactos y trade-offs ambientales y

sociales pobremente evaluados, más allá de la escala creciente en la producción anual de los

cultivos de exportación.

Si bien el cambio tecnológico en el agro argentino, se produjo a partir de la década de

los años noventa con la llegada no solo del paquete tecnológico sino de una nueva lógica

empresaria vinculada a la Siembra Directa, los impactos más importantes comienzan a darse

más allá de la mitad de esa década con el ingreso de los cultivos genéticamente modificados,

en especial las primeras sojas RR asociadas al herbicida glifosato y todo su manejo tecnológico

asociado.

La transformación del sector se dio así en un periodo de menos de 5 años, donde toda

la producción sojera pasó a ser transgénica, con crecientes volúmenes exportables, llegando a

la actualidad con la incursión de un nuevo estilo de difusión tecnológica con las nuevas sojas

RR.

Mientras en el periodo inicial Argentina incorporaba y promovía la adopción de nuevas

tecnologías (granos, agroquímicos, maquinarias para SD, pulverizadoras), el país perdía tres

establecimientos agropecuarios por día, hecho que cambio con el viraje de los precisos

internacionales a principios del siglo XXI, situación que permitió un proceso de recuperación de

los agricultores, medianos y grandes que habían sobrevivido a la crisis planteada en el sector.

La demanda global y los recursos. ¿Una oportunidad para la Argentina?

La agricultura es una de las actividades humanas que más intensamente ha

transformado el paisaje mundial. Pero es necesaria. La pregunta clave es ¿Cómo hacer

agricultura, sin impactar o reduciendo los impactos ambientales y sociales sobre el medio?.

Este proceso tiene varios caminos y no solo uno. No obstante se dirimen globalmente varios, y

no un único modo de hacerla.

Los orígenes de las fuentes de alimento y bienes del “campo” dividen al mundo en

general en tres modelos: El primero, el de la agricultura industrial (modelo transgénico), más

intensivo y aún comprometido con impactos ambientales globales, da de comer o genera

fuentes de alimento para unas 2.000 millones de personas. El segundo gran modelo global, el

de la Revolución Verde, sostenido en una fuerte carga de agroquímicos, fertilizantes, riego

intensivo y maquinaria se expande aún en una parte de África, Asia, América Latina y hasta

Europa y de él dependen otros 2.500 millones de humanos. El último, el de los “desconocidos

de siempre”, el de la agricultura familiar, campesina, indígena, de prácticas orgánicas u

agroecológicas, da de comer a otros 2.500 millones. La propia FAO reconoció en 2011 la

importancia de este modelo productivo en su relación directa con la seguridad alimentaria y

con la construcción de escenarios locales de producción, consumo e intercambio.

Pero a pesar de lo que se piense a priori, particularmente el modelo de la agricultura

industrial intensiva, no apunta ya a “producir alimentos” sino “biomasa” con distintos

destinos. Esta biomasa puede si entonces destinarse en parte hacia la producción de comida

para los humanos pero también comienzan a competir por ella, otras industrias como las de

los biocombustibles (energía), biomateriales o la propia alimentación animal de ganado mayor

(vacas y chanchos), producción de pescado o la última y quizás menos visible, alimento para

mascotas. Antes el problema era de distribución de los alimentos y el mundo tenía mil

millones de hambreados y la misma cifra de sobrealimentados, ¿qué pasará ahora con las

nuevas competencias?.

A esta demanda global, se suman la incursión de los países asiáticos (particularmente

China) con una creciente clase media y nuevos hábitos de consumo, la creciente demanda

proteínica global y la incursión desde 2008 de un fuerte mercado especulativo mundial en el

negocio de las tierras agrícolas.

Justamente muchas veces el mundo se concentra en objetivizar los problemas de

“producción” y lo que olvida la economía, es justamente que está sucediendo con la “base de

sustentación”, con sus recursos de base: la tierra y la calidad de sus suelos.

Los datos muestran que la expansión de las tierras cultivadas sin control, pueden llegar

a ser enormes. El proceso es impulsado por el cambio de uso de la tierra, la degradación del

suelo, la ampliación de la superficie construida para ciudades, caminos y redes portuarias, los

cambios en las dietas proteicas de las economías emergentes y los países más ricos, mientras

que por el otro lado, estamos observando que los aumentos de rendimiento son limitados.

Esto va en detrimento de la superficie mundial disponible de las praderas, sabanas y bosques,

en particular en las regiones tropicales, subtropicales y también en climas templados. Como la

demanda es cada vez mayor el precio de los productos de la tierra y los derivados se

incrementa, con consecuencias negativas también para los países, poseedores de estas tierras

y para sus agricultores. Para estos, será imposible mantenerse o acceder a tierra para producir

los alimentos que ellos mismos puedan necesitar, con costos sociales que deben ser

considerados.

La tierra es limitada. No hay más. La superficie mundial de los continentes es de 14,9

mil millones de hectáreas. De ellas las ciudades ocupan actualmente entre un 1 a un 3 % y las

proyecciones muestran que sin ordenarse, llegarían a demandar en el 2050, unas 420 millones

de hectáreas (un 5 % de la superficie terrestre, pero desde dónde se dirimen todos los usos de

los recursos globales!). La expansión se produce sobre tierras agrícolas (más del 80%).

Más importante aún, es que durante los últimos 50 años las tierras agrícolas, han

crecido a expensas de los bosques. Un estudio desarrollado por Lambin en 2009, sobre las

tendencias pasadas y futuras opciones de desarrollo basadas en diferentes escenarios indica

que la pérdida de bosques probablemente continuará en los trópicos y en algunas zonas

templadas del mundo, entre las que se encuentra América Latina.

Las tierras de cultivo (cereales y granos), actualmente constituyen alrededor del 10%

(1.500 millones de hectáreas) de la superficie terrestre mundial, mientras que el área para

pasturas, en el total representa alrededor del 33% (4.900 millones). Entre 1961 a 2007, el uso

general de la tierra para los cultivos aumentó en un 11% a nivel mundial, pero con grandes

diferencias regionales. La UE-15, Europa Oriental (Polonia, Bulgaria, Rumania) y EE.UU.

mostraron una disminución de uso de sus tierras de cultivo, permitiéndose incluso áreas de

recuperación de la biodiversidad, mientras que más tierras agrícolas se expandieron sobre

todo en América del Sur (Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay), África (Nigeria, Sudán) y Asia

(China e Indonesia). Mucha de ella proviene directamente de procesos de deforestación

masiva de ecoregiones relevantes, como el Chaco argentino, en virtual desaparición o los

Cerrados Brasileños.

Un factor clave que presenta centro, eje e impactos futuros tiene directa relación con

la base de los recursos involucrados, particularmente la disponibilidad de tierras, agua y clima

que permitan sostener e incluso aumentar la oferta de biomasa, particularmente orientada a

la alimentación en todo este proceso.

Otro factor crucial en esta encrucijada, se define claramente por la demanda que se

genera hacia la agricultura mundial y la satisfacción de mercados internacionales.

En este contexto, los enormes cambios que se enfrentan son de una magnitud

incontrastable, que encuentra a los países de América Latina, particularmente a aquellos de

directa base agrícola y con grandes extensiones frente a un importante dilema productivo y de

sostenibilidad. América Latina está creciendo ampliamente en cuanto a las extensiones de sus

tierras agrícolas, pero poco ha hecho en el sentido de reevaluar la elevada presión y el uso de

sus intangibles ambientales, en particular sus suelos o por lo menos la forma en que explota,

de manera más cercana o lejana a la sostenibilidad a estos recursos.

A diferencia de la teoría mundialmente conocida sobre el deterioro de los términos de

intercambio, que emerge justamente desde América Latina bajo la tutela del economista Raúl

Prebisch y que planteaba varias décadas atrás sobre los efectos y postergaciones que se

producían en las economías menos desarrolladas cuando estas exportaban sus materias

primas a precios relativos “baratos” y se veían obligadas a importar productos elaborados (y el

consiguiente trabajo caro incorporado) de los países desarrollados, hoy en día el tema es aún

más complejo. En especial desde mediados de esta década, las economías de los países en vías

de desarrollo, en especial los de base agrícola, se enfrentan a un proceso global que pone a sus

productos altos precios y de la mano de ello, una mayor presión aún sobre los recursos de

base. América Latina exporta más bienes de la tierra, pero lo que no incorporan en las cuentas

de las relaciones comerciales, ni las economías desarrolladas y menos aún aquellas en vías en

desarrollo, son la incorporación de los costos ambientales y sociales que estos procesos

involucran. Un escenario de insostenibilidad en el sector rural de la región, claramente

definido.

Desde el punto de vista económico y particularmente desde mediados de la primera

década del presente siglo (2004), la tendencia en el cambio de los precios internacionales de

las materias primas, genera una presión de demanda que motoriza un proceso de extensión

hacia otras regiones, más marginales en términos ambientales y productivos, pero que en este

contexto, pueden ingresar en el nuevo escenario. Se produce así lo que conocemos como

“pampeanización”, esto es, la exportación del modelo pampeano hacia otras ecorregiones que

no son ni tienen las particularidades productivas de la pampa. Pampeanizar no solo significa

extrapolar un determinado cambio tecnológico, que sí también se produce, en particular

vinculado a la llegada primero de la soja convencional asociada al glifosato y la siembra

directa, sino de exportar el modelo financiero y lógica social y productiva de las pampas hacia

otros contextos que no lo son. Los agricultores “pampeanos” incursionan así en el Chaco, en el

bosque Chiquitano en las pampas uruguayas, en toda la extensión del “Bioma Pampa”,

exportando así su lógica y su forma de producción: intensiva y extensiva en términos de

monocultura sojera.

Las demás formas productivas rurales, no desaparecen totalmente. Pero sí, se ven

presionadas y hasta amenazadas por un modelo que se muestra altamente integrado en su

cadena productiva y comercial y brinda a quién ingresa al mismo, en el momento de los

buenos precios agrícolas, una alternativa más cómoda y redituable en términos económicos

para quienes pueden alcanzar y sostenerse en esas escalas.

Un ejemplo de ello es la intensa transformación del sistema agroproductivo anterior,

con una historia de más de cien años de rotaciones agrícolas-ganaderas, por este otro. Los

sistemas “mixtos”, permitieron en los campos pampeanas mantuvieran y hasta aumentaran su

calidad en nutrientes y materias orgánica con ciclos de cultivos y pasturas (ganadería), que

manejados de manera extensiva, prácticamente sin insumos externos, emulaban hasta los

años setenta/ochenta, aquellos recomendados en manejo por la producción orgánica. La

demanda de tierras para cultivos, la caída de los precios relativos del ganado en detrimento de

los granos, generó un proceso de agricultura continua que si bien no desplazó, concentró a los

animales en “feedlots” en las ecorregiones de mayor productividad (Pampas) y desplazó a la

producción extensiva hacia áreas marginales (Chaco, Cerrados, Bosque Chiquitano, Islas del

Delta). Esta “desganaderización” de Las Pampas, ya presenta sus consecuencias ambientales

en lo que estabilidad de la estructura de los suelos, pérdida de nutrientes, disponibilidad de

materia orgánica (MO) y pérdida de riqueza biótica.

No obstante ello, tanto las proyecciones públicas (gobierno nacional, INTA), como las

de consultores privados (Fundación Producir Conservando, BCR) o agremiaciones de

productores (Mesa de Enlace), como así también de referentes del sector político, de las

distintas vertientes, proyectan en todos los casos, un aumento de la producción de granos

como así también de las explotaciones de la Argentina. Una perspectiva similar y abordaje

común, podrá verse en una menor escala, en los otros tres países del Grupo BAPU:

Proyecciones de aumento de las materias primas agrícolas y de las exportaciones asociadas.

El área sembrada y la producción de granos en Argentina crecieron en los últimos años

a un ritmo sostenido alcanzando en el ciclo 2012/2013 casi los 36 millones de hectáreas y 104

millones de toneladas respectivamente.

Es evidente que existe una tendencia al aumento permanente (Ver gráfica) hacia la

expansión de la agricultura, que se intensifica hacia mediados de la década del 90 con una

permanente expansión de la frontera agropecuaria, particularmente hacia el NEA, y la

adopción masiva de variedades de maíz y soja transgénicas con un paquete tecnológico más

sofisticado (siembra directa, agroquímicos, fertilizantes, a los que se suman nuevas tecnologías

como el banderillero satelital el manejo de las parcelas por ambiente) que permitió alcanzar

niveles de producción record, duplicando los registrados tan solo un par de décadas atrás.

La concentración y simplificación del conocimiento, también está reduciendo

increíblemente la oferta disponible de base productiva diversificada en el sector. En este

sentido, la agriculturización, no sólo desplazó y genero cambios de uso en el recurso suelo,

sino que también cambió prácticas y conocimientos: se perdieron conocimiento en actividades

como el tambo, la horticultura, la fruticultura, el manejo silvo-pastorial, para concentrarse en

la aplicación de la “receta agronómica”. Esta pérdida de diversidad productiva y

concentración, está haciendo que incluso en tiempos de caída de precios internacionales y

locales, la tendencia muestre que el productor, no hará menos sino más de su cultivo estrella:

la soja. Por un lado, por la disminución de las opciones, por el otro, por la disminución del

propio conocimiento y la eliminación de la infraestructura necesaria para generar y mantener

cambios hacia otras formas de producción.

La canasta productiva se modificó así, tomando especial relevancia el grupo de

semillas oleaginosas (particularmente la soja) que representan en el total de la superficie

granaría más del 60%, en tanto que dicha participación se reduce a nivel productivo al 53%,

debido al mayor impacto de los rendimientos de los cereales (maíz en especial) respecto de los

oleaginosos (Fundación Producir Conservando 2012).

Evolución de la superficie agrícola implantada en la Argentina en millones de hectáreas

Este proceso, es diferente al observado en los principales productores mundiales de

granos. Si bien el crecimiento en la demanda de proteínas vegetales, llevo a un incremento

sostenido en la siembra de oleaginosos en ciertos países (Estados Unidos, Brasil, Rusia etc.), la

relación mundial es inversa a la observada en nuestro país, con una mayor presencia relativa

de los cereales.

Se desataca en varios de ellos la fuerte participación de los cereales en relación a los

oleaginosos, incluso en los Estados Unidos y Brasil, principales productores de soja en el

mundo.

A su vez, algo más del 80% de la producción total, lo constituyen cultivos de

crecimiento primavero-estival o llamados de “cosecha gruesa”.

Las proyecciones planteadas para la producción agrícola argentina, muestran

justamente esta tendencia al crecimiento de la producción en los granos, lo que por el otro

lado, hará crecer a toda la cadena colateral de transporte, redes, puertos y ocupación del

espacio.

Fuente: Fundación Producir Conservando, 2012.

Es llamativo que tanto las proyecciones oficiales (PEA2) como privadas, proyectan en

todos los casos importantes aumentos de la producción, traccionadas en particular por los

principales cultivos de exportación y por una expansión o ampliación hacia las áreas

marginales del país, que van desde las 138.000.000 a las 160.000.000 de toneladas hacia el año

2020.

Según fuentes del Ministerio de Economía, el PBI total del país, se incrementó del año

2002 al 2010, en un 362%. Por su parte, el PBI Agropecuario se incrementó en un 321% en el

año 2010 en relación al 2002 (PEA2 2011). Cabe destacar, que la participación del Sector

Agroalimentario y Agroindustrial en el total del PBI de Argentina, en el año 2010, fue

aproximadamente del 19%. El sector agropecuario aporta el 44 % del total de la recaudación

fiscal del país (PEA2 2011). Mucho de este aporte es el vinculado a la componente retenciones

(impuestos a la exportación), pagados por todos los productores argentinos y que ha

garantizado en la década de los noventa un período de gobernanza importante para el propio

gobierno. Las exportaciones de productos primarios crecieron un 188% entre 2002 y 2010

hasta alcanzar los USD 15.171 millones, mientras que las Manufacturas de Origen

Agropecuario (MOAs) lo hicieron en un 182% hasta llegar a los USD 22.910 millones (Gráfico).

Fuente: PEA2, MAGyP, Argentina

En todo su Plan Estratégico “Argentina Líder Agroalimentario” 2010-2020, el gobierno

argentino plantea dos perspectivas, ambas de crecimiento de su producción. Un modelo que

han dado en llamar “incremental” y otro “modelo estratégico). En ambas las proyecciones de

producción son importantes, como así también la potenciación en el segundo caso de una

integración con la industria, generalmente para el primer proceso de transformación de las

materias primas (molturación de granos, vinculado a la producción de biocombustibles), pero

con una muy escasa construcción de escenarios y explicitación de cómo, no sólo en uno sino

en los dos casos, se podría llegar a los guarismos presentados.

En ningún caso real, el gobierno argentino, se plantea una estrategia de afianzar los

niveles de Seguridad Alimentaria de su propia población. Más allá de lo discursivo, las

inversiones y programas orientados hacia la agricultura de escala humana, la agricultura

familiar y su crecimiento, son de menor cuantía. Además de estar directamente amenazadas

por la expansión del modelo agroindustrial.

Es llamativo sin embargo que estos planes estratégicos, donde se informa que ha

habido una importante participación de distintos sectores de la sociedad, no involucren en

mayor cuantía a la participación de la agricultura familiar y la función económico-social que

representan miles de agricultores en el campo. Tampoco se hace directa referencia a la

construcción local de mercados y a los mercados de cercanías, sumamente útiles a la

construcción de soberanía y seguridad alimentaria. Poco se ha explorado asimismo, respecto

de los impactos por desplazamiento, generado en la misma década analizada previa (2002-

2010), con respecto a la pérdida de establecimientos rurales vinculados a la lechería, la

horticultura, la fruticultura en manos de la producción sojera. Sin embargo estos mercados

siguen teniendo su importancia, pero deben cambiar en su peso, distribución, concentración y

objetivos.

En la Argentina, la superficie implantada con hortalizas y verduras rondó las 200.000

hectáreas en la Argentina, con una producción promedio de 5.000.000 toneladas. Estas

generalmente se han concentrado en los cinturones periurbanos de las grandes ciudades

(Buenos Aires, La Plata, Rosario, Santa Fe) y proveen incluso con su producción a pueblos y

ciudades intermedias, que no cuentan con sistemas de producción propios. Las verduras y

frutas recorren de esta manera, grandes distancias en muchos casos, desde sus lugares de

producción, concentración hacia sus destinos de consumo final.

Uno de los hechos más destacados en la producción agrícola argentina, ha sido el que

en aquellos espacios donde la estacionalidad lo ha permitido, la soja ha desplazado a los otros

cultivos de verano.

Gráfico. Evolución creciente de la superficie implantada con soja versus la superficie del maíz

Fuente: Elaboración propia en base a datos del MAGyP, Sistema Integrado de Información Agropecuaria

El desplazamiento de cultivos a nivel provincial es aún más notable, tanto en las

provincias pampeanas como en las provincias extrapampeanas, siendo siempre la soja, en

aquellas ecorregiones donde las condiciones agroecológicas lo permiten, el cultivo

preeminente.

Gráfico. Evolución de la superficie implantada de algodón, maíz y soja en la provincia del

Chaco (Argentina).

Fuente: Elaboración propia en base a datos del MAGyP, Sistema Integrado de Información Agropecuaria

Gráfico. Evolución de la superficie implantada con soja, maíz y girasol en la provincia de

Buenos Aires

Fuente: Elaboración propia en base a datos del MAGyP, Sistema Integrado de Información Agropecuaria

Gráfico. Evolución de la superficie implantada con soja vs. arroz en la provincia de Entre Ríos

(Argentina).

Fuente: Elaboración propia en base a datos del MAGyP, Sistema Integrado de Información Agropecuaria

El ejemplo seleccionado en la gráfica anterior, soja vs. arroz, muestra simplemente los

efectos que ha producido la expansión del cultivo en detrimento de otros. Una comparación

similar puede hacerse para con cada provincia de las ecorregiones productivas involucradas,

particularmente las del Centro, NOA y parte del NEA del país y con respecto a cultivos de

verano, como el girasol, el mismo maíz, el algodón o producciones frutícolas u hortícolas de

distintas regiones.

El desplazamiento de la las distintas agriculturas en beneficio de la soja ha sido muy

notable y el abandono de establecimientos, al incrementarse la escala también. San Pedro, en

la provincia de Buenos Aires, como Luján o Moreno, por presentar algunos partidos del orbe

periurbano, han visto disminuir sus superficies productivas frutihortícolas en pro de la

ampliación de los escenarios de producción sojera dentro de la región pampeana.

Respecto de la información, a pesar de producirse limitaciones con respecto a los

censos nacionales y el Censo agropecuaria, la información a nivel departamental y actualizado

de la producción agropecuaria puede hallarse y seguirse, en particular, revisando estas

estadísticas, no así otras vinculadas a cuestiones sociales u ambientales.

La Argentina cuenta con una base de datos y estadísticas públicas disponibles para sus

principales cultivos. Esta información es fácilmente accesible y actualizada y puede consultarse

en forma directa en la página web del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la

Nación.

Los cambios tecnológicos en la agricultura argentina

El cambio tecnológico más importante de la agricultura argentina, se ha dado de la

mano de la llegada de los eventos transgénicos, particularmente el cultivo de soja.

Si bien el proceso de cambio provino fuertemente de la mano del sector privado, fue el

sector público bajo el cuidado y acción proactiva de sus organismos de control como la

CONABIA, el SENASA y la Secretaria (hoy Ministerio) de Agricultura, los principales motores de

tales acciones.

Empresas propietarias de los eventos comerciales liberados en la Argentina (2012)

Ajustes y Diálogos entre modelos.

Para sostener el argumento de la sostenibilidad rural, tanto en su fase ecológica, como

en sus aristas económicas, culturales y sociales, el ordenamiento del territorio es una

condición imprescindible y es por otro lado, justamente la asignatura pendiente en la discusión

actual.

Justamente el potencial productivo de la región es incuestionable, lo que obliga a

proponer un proceso paulatino de pasar de una “economía rural marrón” a una economía

verde, en donde justamente algunos procesos productivos pueden potenciarse.

Algunos destacan a la década de los años noventa, como la década ganada para la Revolución de las Pampas, periodo donde se consolidó la etapa de cambio tecnológico, la ley de convertibilidad y la apertura económica y de los mercados granarios. Mientras aumentaban las cosechas, los agricultores incorporaban y se endeudaban detrás de la innovación tecnológica rural, la Argentina perdía tres establecimientos agropecuarios por día y dejaba un tendal de miles de familias rurales sin campos y sin casas.

Un grano, la soja, fue el orquestador de todo este proceso. El pack tecnológico de esta semilla transgénica asociada a un ya famoso herbicida, el glifosato y a una práctica de manejo conservacionista como la siembra directa encontró la coyuntura y el momento perfecto para lograr una transformación relevante del paisaje pampeano. Y lo logró.

Siguiendo la simplificación productiva, el país se olvidó la complejidad ambiental. Y los costos comenzaron a crecer rápidamente. La aparición de malezas tanto tolerantes como resistentes, el aumento en el uso de agroquímicos y fertilizantes que afectan a pueblos y ciudades, la deforestación son simplemente costos ambientales, externalidades, que pudieron preverse. Era sabido, pero igualmente se avanzó. “La tecnología atropella”, decía en esos tiempos, uno de los referentes del modelo agroindustrial argentino, frente a diputados y senadores en el marco de una fracasada iniciativa de Ley de Promoción de la Biotecnologia Moderna (que sólo beneficiaria a los criaderos internacionales). Por suerte, un experto convocado preguntó: “Pero, si la tecnología atropella, ¿quiere decir, que entonces tenemos atropellados?...

Y es así, una ciencia sin conciencia, queda más en manos de temerarios que de emprendedores. Y es allí donde está el principal reto social de este siglo para la agricultura argentina: Aprovechar el conocimiento integral y la mejor ciencia agrícola y ecológica y ordenar una propuesta sustentable en el uso de los recursos naturales, con la participación de todos los sectores.

Pero, ¿estamos cambiando?. A la luz de mirar lo que tenemos en esta nueva década pareciera que no. Hasta mediados del presente siglo, solo tres eventos transgénicos se habían liberado en la Argentina, en los cuales la soja RR era el descollante. Pero esto es el pasado. En esta nueva década, ya se liberaron 27 eventos y las nuevas sojas resistentes al glifosato, con características de aumento en la productividad y tolerancia también a lepidópteros (orugas), serán el leitmotiv de la nueva expansión, ahora, en el Norte Argentino, la nueva frontera agrícola. Tecnología “importada” pero esta vez, “desarrollada” en criaderos de semillas “nacionales”. Un enorme logro de la más importante compañía internacional de semillas transgénicas que mantendrá intactas sus posibilidades de captura de la renta de la agricultura nacional, a través del pago de las correspondientes regalías.

Evolución de la cantidad de autorizaciones para eventos en la Argentina

Actualmente hay ya disponibles en el mercado argentino nuevas variedades de soja

resistentes al glifosato y Bt y a glufosinato.

Asimismo, hay nuevos permisos solicitados, para la búsqueda de liberación, de nuevos

eventos de soja, con sitios y herbicidas distintos.

Es claro, según las estadísticas generadas por el ISAAA (James y otros 2012). A partir

de ese año, los países en vías de desarrollo pasaron a ser quienes producen más organismos

genéticamente modificados (52 %). Esta página web, ocupada de revisar y promover los

resultados de los eventos derivados de la industria biotecnológica, permite identificar los

registros hechos a nivel global (http://www.isaaa.org/gmapprovaldatabase/default.asp).

A pesar de todo lo dicho sobre las bondades de la biotecnología y su potencial, el

principal objetivo hasta ahora ha seguido siendo, luego de veinte años de su primera

liberación, los cultivos tolerantes a herbicidas. En este sentido, según informa la ISAAA, los

cultivos tolerantes a herbicidas son a nivel mundial, la soja, el maíz, canola, algodón, caña de

azúcar y alfalfa. Hacia el año 2012 se sembraron 100.5 millones de hectáreas o un 59 % del

total de 171 millones sembrado con transgénicos mundialmente. Superficies sembradas con

eventos insecticidas ocupan unos 23 millones de hectáreas, mientras que lo que comienza a

tener preeminencia, es la combinación de tolerancia a herbicidas e insecticidas,

particularmente eventos tolerantes al glifosato y al Bt. En el año 2012, se sembraron más de

43.000.000 de hectáreas con ambos eventos apilados, siendo que Brasil ha sido el país que

más ha traccionado la superficie implantada global, a los que se agregan por supuesto

Argentina, Paraguay y otros países en menor cuantías.

Actualmente en la Argentina justamente, se está planteando la posibilidad de registro

de nuevas variedades. En el año 2013 y con posibilidades de liberación comercial en el 2015,

las empresas Bayer CropScience y Syngenta han presentado solicitudes ante el Ministerio de

Agricultura Ganadería y Pesca de la Nación para la liberación de una nueva variedad de soja

con rasgos genéticos de tolerancia a 3 ingredientes activos, combinados y poco explorados en

sus impactos (Glufosinato-amoníaco, Isoxaflutol y Mesotriona)o incluso ya claramente

cuestionados en otros escenarios.

Pero en el caso argentino particularmente, en los primeros años de la expansión, las

mismas empresas permitieron un proceso flexible de reproducción de semilla propia (Bolsa

Blanca) que permitió rápidamente a los productores hacerse de la nueva semilla y su evento y

reproducirla en los años subsiguientes en sus propios campos para consumo propio.

El hecho no pasó por alto en los grupos empresariales de las semillas, que litigaron

contra el gobierno argentino y los productores argentinos, incluso buscando formas de afectar

sus embarques para rehacerse del pago del fee tecnológico que no había sido obligatorio en

primera instancia. Esa instancia la perdieron pero se les abrió la oportunidad de generar un

proceso de negociación gobierno argentino – grupos de interés de la Cámara de Semillas con

tres fines:

Dar pie a un intercambio de posturas y forzar la apertura por la liberación de nuevos

eventos (casos del maíz y otros), que vinieran en los años sucesivos.

Promover una discusión por el cambio de postura y adhesión de la Argentina a UPOV,

pasando el país de UPOV 78 a UPOV 91.

Proponer una Nueva Ley de Semillas, que controle por un lado la cuestión de la

producción y el manejo de las Semillas Criollas y facilite la captura y el pago de los

derechos de los obtentores.

Teniendo muy en cuenta lo acaecido con la primera ola de sojas RR liberadas en la

Argentina, en particular con la imposibilidad de captura total de la renta tecnológica de las

compañías y el uso de la semilla propia por parte de los agricultores la estrategia de las

compañías semilleras para la liberación de los siguientes eventos y la inducción hacia los

productores en las últimas campañas ha cambiado drásticamente.

Los nuevos eventos transgénicos vinculados en particular a soja y maíz, tienen nuevas

características apiladas y otros sitios de resistencia al herbicida glifosato y otros, que les

permitirán escapar a la resistencia y tolerancia ya presentada en una buena parte de las

malezas de la región pampeana y zonas extrapampeanas. Este es un nuevo valor agregado,

que podría hacer que el proceso de los noventa se repitiera.

Previendo esta situación, las empresas han cambiado su estrategia. Los nuevos

eventos transgénicos en lugar de difundirse inicialmente en la Región Pampeana (el polo

agroproductivo por excelencia), se proponen desde la campaña 2012/2013 difundirse desde

las regiones extrapampeanas inicialmente.

De esta forma, las nuevas tecnologías llegan primeramente a las regiones menos

productivas, por convenio directo y firma primeramente de obligaciones legales y comerciales

con los agricultores que desean implementarlas, se difunden en la zona extrapampeana. Las

compañías logran cuatro objetivos:

El pago del 100 % del fee tecnológico

Un seguimiento y experiencia más claro y completo de las semillas

comercializadas y por tanto un control mucho más rígido del mercado

Prueba de los eventos en áreas marginales y con mayores

inconvenientes de control y efectividad pero con agricultores ávidos

por nuevas tecnologías.

Un proceso de inducción en la Región Pampeana sobre los agricultores

de la Región, generación de la necesidad, pero control absoluto sobre

sus posibilidades de reapropiarse luego de la compra de un evento

especifico.

Entonces, el proceso actual de difusión de nuevas tecnologías, particularmente en la

soja y el maíz se ha dado de manera centrípeta, de la periferia al centro, de las regiones

extrapampeanas hacia Las Pampas (Ver mapa).

Pampas

Extrapampeanas

No obstante todo la estrategia y el proceso que conllevó a la instalación de estos

cambios en la Región, no se tuvieron claramente analizados, todos los factores e

imponderables que llevaban más allá del riesgo lógico de la producción en áreas marginales

hacia situaciones de virtual incertidumbre productiva y que transformaban a los mismos

productores pampeanos, muchos autollamados gustosamente chacrers innovadores en

temerarios empresarios oportunistas.

Pensar y tratar particularmente a una ecorregión de monte o bosque xerofítico como

puede ser el Chaco Seco en una Pampa, sin considerar los procesos ligados por un lado al

cambio climático y por el otro lado a las propias limitaciones del ambiente, las restricciones

productivas y los costos de producción y de transporte (flete corto y flete largo), han hecho

caer en un importante espiral productivo a una buena parte de una ecorregión que hace tan

solo poco menos de una década era un bosque nutricio en una pampa yerma.

La soja ha tenido limitaciones productivas y climáticas en la región pero también

derivado de la menor productividad y de los impuestos a la exportación aplicados al cultivo,

está desalentando la participación de los grandes jugadores del negocio agrícola en la región:

los pooles de siembra. En general estos pooles (Los Grobo, El Tejar y otros), están dejando el

negocio de la expansión en áreas marginales (incluso en los países vecinos, como Bolivia,

Paraguay y el Uruguay), para concentrarse en procesos vinculados a la producción en la región

pampeana, el asesoramiento y la “promoción” de nuevos cultivos, hasta ahora desconocidos

en la misma producción argentina, en cuanto a volúmenes se refiere, como la producción de

lentejas o porotos para la exportación, bajo acuerdos específicos.

Resumiendo, mientras en la primera oleada de llegada de eventos tecnológicos, las

sojas RR, se distribuyeron entre los agricultores, sin considerar apriorísticamente la captura

fuerte del fee tecnológico, con esta segunda oleada, lo que se está haciendo es primeramente

garantizar el acceso al pago seguro del fee tecnológico por parte de los agricultores a las

compañías, antes incluso de la entrega física de la semilla.

Actualmente, la Argentina está discutiendo los leyes importantes, con un fuerte lobby

de las empresas: Una que promueve una liberación aún mayor del proceso biotecnológico y

otra alarmante legislación que promoverá un aún mayor uso de agrotóxicos.

Los nuevos actores del campo

Intentar analizar los enormes cambios que se han dado en la trama socioproductiva y

económica del campo argentino, con los mismos faros con que se produjeron los procesos en

las décadas anteriores es un error conceptual en el que han caído, la mayoría de cientistas

sociales que abordaron parcialmente este proceso.

Increíblemente aún hoy en día, se sigue considerando en algunas esferas que las

estructuras del poder rural, residen en la Sociedad Rural Argentina, sin comprender los

vaivenes y procesos productivos que se han tenido hoy en día, en otras esferas. Es verdad que

aún en la Argentina, y muy lejos se está de ello, de discutir una necesaria Reforma Agraria que

redistribuya la tierra entre, si es que aún existen, personas que deseen laborar la tierra. Como

se ha visto, un elevado porcentaje de la tierra está aún en manos de arrendatarios, teniendo

los dueños de la tierra, escasos riesgos productivos y económicos.

Pero quienes en los últimos años, han fomentado una transformación importante en el

sector, han sido los organismos “técnicos” fogoneados por las Camaras y las Empresas

internacionales en especial.

Emergen nuevas cadenas y formas de producción como los contratistas rurales y los

pooles de siembra, junto a una creciente incidencia de procesos de difusión tecnológica no ya

en manos de las esferas públicas sino privadas (AAPRESID, AACREA,) y de las Cámaras como así

también la creación de nuevas cadenas sectoriales que dieron pie a un relacionamiento

distinto entre productores e industriales en una concreción de cadenas verticales (ASAGIR,

MAIZAR, ACSOJA).

Las organizaciones sindicales del campo, en la Argentina, consolidadas grupalmente

luego de la discusión de 2008, no han logrado sin embargo, coordinar una propuesta de salida

común apuntando a la estabilidad y desarrollo rural más sustentable. La Federación Agraria

Argentina, organismo de los pequeños y medianos agricultores y llegada nacional, se ha visto

también impuesta por un modelo sojero, que le marcó sello y tendencias, particularmente

desde hace una década, cuando, al cambio tecnológico se agregó una oportunidad histórica de

precios agrícolas altos.

Tecnoeficiencia y Desarrollo Rural

Cuando más de veinte años atrás, se proponía desde la revolución biotecnológica su

implementación derivada de sus grandes bondades, uno de los fuertes argumentos que ella

sostenía, residía en su importancia en tanto elemento tecnológico que disminuiría la presión

sobre los espacios vírgenes y por tanto la deforestación y otros beneficios vinculados a la

protección de la biodiversidad. Una falacia que a la luz actual ha sido contrastada con una

realidad nacional y global que sigue demandando tierras y espacios para sostener una

producción creciente y con impactos ambientales importantes.

El camino de la intensificación de la agricultura sin sustentabilidad ambiental es un

camino con final cierto. Una fuerte afectación no sólo a los humanos sino a sus generaciones

futuras y a las otras especies y ecosistemas.

Pero el conocimiento científico y tecnológico, integrado al saber y la participación

social, tiene múltiples e interesantes oportunidades para lograr un porvenir mejor y más

armónico utilizando los recursos finitos de que disponemos.

El desacople del bienestar humano y su crecimiento y mejora, de los impactos

ambientales negativos y de la demanda creciente de recursos aplicado a la agricultura es

posible y para ello la implementación de una visión de mediano plazo donde la mejor ciencia y

tecnología puedan implementarse en beneficio del bien común (lo primero es la comida!), es

una obligación que los Estados no pueden dejar en manos de las empresas, más allá de lo

altruistas que estas pudieran mostrarse. Los objetivos son diferentes.

Para ordenar esto entonces, las prácticas agrícolas deberán cambiar paulatina pero

constantemente y reorientarse hacia modelos más sostenibles de agricultura que incorporen

ampliamente saberes y procesos desde las bases mismas del conocimiento y el manejo

ecológico de los agroecosistemas hasta lo mejor y demostrable científicamente de la

agronomía más moderna, que tanto necesita nuestro país y la humanidad.

Las políticas públicas, escenarios nacionales y globales y tendencias

La seguridad y soberanía alimentaria actual y del futuro, el cambio climático y la

seguridad energética son tres de los retos más relevantes que enfrenta la humanidad en el

siglo 21, con el fin de por lo menos mantener y siquiera mejorar las condiciones de acceso a

cuestiones básicas vinculadas a la vida y sus diferentes estilos en el marco de una diversidad

global muchas veces no consideradas.

Los decisores de políticas globales, lo saben perfectamente. En la Argentina, también.

Sin embargo, existen a la vez interferencias mutuas entre los problemas, y costos,

compensaciones y sinergias con respecto a las medidas que se tomen para enfrentar uno u

otro conflicto y todo ello, en sus distintas escalas: global, regional y local.

Es en este contexto, en que se están desarrollando importantes transformaciones en la

agricultura mundial y particularmente en la agricultura del sur de América que ameritan un

búsqueda por comprender los intrincados procesos y relaciones de intercambio en términos

de beneficios y costos que hoy en día enfrenta la región, cuando se intenta realizar un análisis

no sólo del contexto sino de los escenarios futuros en lo que a los recursos naturales y la

sustentabilidad social, económica y ambiental se refiere, conjuntamente con las premisas de

salvaguardar un claro enfoque cultural, y promoción de los derechos humanos y todos los

grupos étnicos presentes en este espacio.

Un factor clave que presenta centro, eje e impactos futuros tiene directa relación con

la base de los recursos involucrados, particularmente la disponibilidad de tierras, agua y clima

que permitan sostener e incluso aumentar la oferta de biomasa, particularmente orientada a

la alimentación en todo este proceso.

Otro factor crucial en esta encrucijada, se define claramente por la demanda que se

genera hacia la agricultura mundial y la satisfacción de mercados internacionales.

En este contexto, los enormes cambios que se enfrentan son de una magnitud

incontrastable, que encuentra a los países de América Latina, particularmente a aquellos de

directa base agrícola y con grandes extensiones frente a un importante dilema productivo y de

sostenibilidad. América Latina está creciendo ampliamente en cuanto a las extensiones de sus

tierras agrícolas, pero poco ha hecho en el sentido de reevaluar la elevada presión y el uso de

sus intangibles ambientales, en particular sus suelos o por lo menos la forma en que explota,

de manera más cercana o lejana a la sostenibilidad a estos recursos.

A diferencia de la teoría mundialmente conocida sobre el deterioro de los términos de

intercambio, que emerge justamente desde América Latina bajo la tutela del economista Raúl

Prebisch y que planteaba varias décadas atrás sobre los efectos y postergaciones que se

producían en las economías menos desarrolladas cuando estas exportaban sus materias

primas a precios relativos “baratos” y se veían obligadas a importar productos elaborados (y el

consiguiente trabajo caro incorporado) de los países desarrollados, hoy en día el tema es aún

más complejo. En especial desde mediados de esta década, las economías de los países en vías

de desarrollo, en especial los de base agrícola, se enfrentan a un proceso global que pone a sus

productos altos precios y de la mano de ello, una mayor presión aún sobre los recursos de

base. América Latina exporta más bienes de la tierra, pero lo que no incorporan en las cuentas

de las relaciones comerciales, ni las economías desarrolladas y menos aún aquellas en vías en

desarrollo, son la incorporación de los costos ambientales y sociales que estos procesos

involucran. Un escenario de insostenibilidad en el sector rural de la región, claramente

definido.

El uso de la tierra global y la gestión del suelo juegan un papel central en la

determinación de las formas de acceder y producir la comida, la biomasa y el suministro de

energía, desde distintas fuentes, situaciones que a la vez, dependen de las limitaciones

naturales, económicas, culturales y sociales y más complejo aún, la inducción de cambios

dramáticos en las condiciones de vida en el planeta, con repercusiones e impactos aún muy

inciertos.

El cambio global en el uso del suelo se caracteriza, en su mayoría por factores de

presión importantes: por la expansión de las áreas urbanas y la infraestructura a expensas de

las tierras agrícolas y por la expansión de las tierras agrícolas a expensas de los pastizales,

sabanas y bosques. Es decir, de lo urbano sobre lo rural y de lo rural sobre lo natural. La

superficie mundial de los continentes es de 14,9 mil millones de hectáreas. Dependiendo de la

definición y el método de medición, en torno al año 2005, la superficie construida cubierta por

las ciudades, los asentamientos y la infraestructura ocupaba una cantidad relativamente

pequeña de tierra (de un 1 a un 3% del total). Sin intervenciones políticas, los asentamientos y

las infraestructuras se prevé, que tendrán un aumento de 260 hasta 420 millones de hectáreas

en el año 2050, espacio que alcanza a cubrir entonces alrededor del 4 a 5% de la superficie

terrestre del planeta, mientras que, si se tomarán medidas públicas correctivas, se podrían

reducir la expansión a tan solo unas 90 millones de hectáreas. En ambos escenarios la

expansión se produce sobre tierras agrícolas. Las zonas urbanas solo podrían expandirse por

completo por entre 40 y 143 millones de hectáreas desde 2007 hasta 2050. Se confirma así,

que el 80% de la expansión urbana se está produciendo sobre tierras agrícolas.

Por otro lado, durante los últimos 40 a 50 años las tierras agrícolas, han crecido a

expensas de los bosques, en particular en las regiones tropicales (por ejemplo. Un estudio

sobre las tendencias pasadas y futuras opciones de desarrollo basadas en diferentes

escenarios (ver Informe siguiente) indica que la pérdida de bosques probablemente continuará

en los trópicos, mientras que en las zonas templadas, los procesos de forestación podrían

prevalecer.

Las tierras de cultivo (cereales y granos) actualmente constituyen alrededor del 10%

(1,5 BHA) de la superficie terrestre mundial, mientras que el área para pasturas, en el total

representa alrededor del 33% (4,9 BHA). De 1961 a 2007, el uso general de la tierra para los

cultivos aumentó en un 11% o aproximadamente 150 millones de hectáreas a nivel mundial,

con grandes diferencias regionales. La UE-15 (en particular Italia y España), Europa Oriental

(Polonia, Bulgaria, Rumania) y Norte-América (EE.UU.) mostró una disminución de uso de las

tierras de cultivo, permitiéndose incluso áreas de recuperación y conservación de la

biodiversidad, mientras que más tierras de cultivo se expandieron sobre todo en América del

Sur (particularmente en el Brasil, Argentina, Paraguay), África (Nigeria, Sudán) y Asia (China,

Indonesia). Mucha de ella proviene directamente de procesos de deforestación masiva de

ecorregiones relevantes, como el Gran Chaco Argentino o los Cerrados Brasileños.

Este factor de demanda de tierras, no solo se ve acompañado por la demanda de

biomasa contenida por el crecimiento poblacional, sino que factores vinculados al crecimiento

de los mercados especulativos y el ingreso del capital financiero internacional tanto al

mercado de los alimentos como al de tierras y ello acompañado con un escenario de cambio

climático y ambiental global que muestra complejidades crecientes justamente vinculados a

una intensificación en el uso de los recursos que comienza a mostrar andariveles no

sostenibles y cuyos escenarios e informes son preocupantes. Ello finalmente se encuentra con

dos escenarios complejos: el del amesetamiento que según varias estimaciones agrícolas,

presentan las producciones globales y el vinculado a la pérdida de suelos productivos,

derivados de los procesos de degradación de las tierras que conllevan a procesos de erosión,

salinización y desertización sobre grandes extensiones que cambian de una vez y para siempre

en nuestros términos temporales, el abolengo y dedicación productiva que los suelos que el

mundo pueden tener. Un capítulo aparte tienen también los efectos sobre la cancelación de

los servicios ambientales y ecosistémicos que los agroecosistemas brindan a la humanidad y

que también entran en una espiral de pérdida y degradación, que nos genera una

preocupación creciente.

Es en este contexto, en el que las grandes extensiones de tierras agrícolas y la calidad

de sus suelos, del sur de América, ingresan a un proceso de cambios intensos y permanentes.

En Sudamérica, la disponibilidad de buenos suelos agrícolas, sustentados en alfisoles y

molisoles con Bt textural radican en la Argentina, Uruguay, sur del Brasil, el este de Bolivia y

del Paraguay.

La mitad de la superficie de la Argentina, particularmente sus ecorregiones Pampeana

y Chaqueña (unos 147.548.000 hectáreas), el 30 % del Gran Chaco y el Bosque Chiquitano en

Bolivia (unas 37.055.000 hectáreas), la mitad del Paraguay, en sus ecorregiones Alto Paraná,

Amambay y Selva Central (20.990.000 hectáreas) y casi el 90 por ciento de la superficie del

Uruguay en sus ecorregiones Pampas Uruguayas (14.378.000), muestran las áreas de planicies

y pastizales “más atractivas” para la producción agropecuaria. Este potencial ciertamente

excluye los imprescindibles servicios ambientales que las mismas ecorregiones brindan a

través de los servicios agroecosistémicos y ecosistémicos en el marco de una agricultura más

sustentable.

Las regiones conocidas como “Pampas” son ciertamente las de mayor potencial

productivo y ocupan entonces grandes extensiones tanto en la Argentina como el Paraguay. El

“Chaco” es productivo, pero con mayores restricciones tanto desde el punto de vista

ambiental como climático, un hecho que lamentablemente hoy en día, de la mano de las

nuevas tecnologías se “vence”, dejando como resultado, secuelas de inmediata degradación

(deforestación y cancelación de la producción), éxodo y migraciones internas. El Chaco no es la

Pampa, pero de la mano del modelo agroindustrial tecnológico, se lo trata como tal.

Desde mediados de la década de los noventa, existe una clara tendencia hacia la

agricultura permanente que tiene su centro en las Pampas argentinas e irradia hacia las otras

ecorregiones y países, desde el nodo central, la Zona Núcleo Maicera argentina, devenida

ahora en Zona Núcleo Sojera.

La canasta productiva se modifica entonces en la última década, tomando especial

relevancia el grupo de semillas oleaginosas (particularmente la soja), que representan en el

total de la superficie granaría más del 60 % en tanto que dicha participación se reduce a nivel

productivo al 53 %, debido al mayor impacto de los rendimientos de los cereales (maíz en

especial) respecto de los oleaginosos.

Sin bien con distintos cambios tecnológicos y espacios temporales, el eje de

transformación ha tenido al cultivo de soja.

La primera ecorregión que es dónde más intensamente se ha incorporado el cambio

tecnológico fue la Región Pampeana argentina. Aquí se produjeron tres procesos a la vez,

desde finales de los años ochenta (llegada de la siembra directa) y mediados de los años

noventa (llegada de la soja transgénica): la agriculturización, la intensificación en tecnología de

insumos (agroquímicos y semillas) y la estabulación del ganado.

El proceso de agriculturización, que inicia a finales de la década de los años ochenta,

con el paquete tecnológico de la siembra directa, acompañada por una batería de herbicidas

(más de treinta), que son aplicados en el campo en momentos de presiembra, preemergencia,

postemergencia temprano, postemergencia tardía, cosecha y postcosecha tiene su cambio

drástico y rotundo, desde mediados de los años noventa, en donde además del cambio de

manejo de los suelos, se amplía hacia una rotación agrícola permanente, sostenida en el uso

de un único agroquímico. Llegan de esta manera a usarse un herbicida como el glifosato,

asociado a la siembra directa, conjuntamente con el uso de la soja transgénica. Todo ello es

acompañado con una intensa y permanente promoción hacia esta nueva agricultura impulsada

tanto desde el sector privado como el público, en los organismos vinculados al sector como el

INTA o la misma Secretaria de Agricultura (hoy Ministerio de Agricultura).

Es así que en la Región indicada el proceso de agriculturización da paso a lo que se ha

dado en llamar “sojización”: concentración en la monocultura sojera, cultivos exclusivamente

de exportación, desplazamiento de otras actividades productivas y cambio en el uso del suelo

hacia el cultivo, concentración y dependencia de un único agroquímico, concentración en la

producción genética e incorporación del evento RR propiedad de Monsanto (primera

generación de OGMs).

Desde el punto de vista económico y particularmente desde mediados de la primera

década del presente siglo (2004), la tendencia en el cambio de los precios internacionales de

las materias primas, genera una presión de demanda que motoriza un proceso de extensión

hacia otras regiones, más marginales en términos ambientales y productivos, pero que en este

contexto, pueden ingresar en el nuevo escenario. Se produce así lo que conocemos como

“pampeanización”, esto es, la exportación del modelo pampeano hacia otras ecorregiones que

no son ni tienen las particularidades productivas de la pampa. Pampeanizar no solo significa

extrapolar un determinado cambio tecnológico, que sí también se produce, en particular

vinculado a la llegada primero de la soja convencional asociada al glifosato y la siembra

directa, sino de exportar el modelo financiero y lógica social y productiva de las pampas hacia

otros contextos que no lo son. Los agricultores “pampeanos” incursionan así en el Chaco, en el

bosque Chiquitano en las pampas uruguayas, en toda la extensión del “Bioma Pampa”,

exportando así su lógica y su forma de producción: intensiva y extensiva en términos de

monocultura sojera.

Las demás formas productivas rurales, no desaparecen totalmente. Pero sí, se ven

presionadas y hasta amenazadas por un modelo que se muestra altamente integrado en su

cadena productiva y comercial y brinda a quién ingresa al mismo, en el momento de los

buenos precios agrícolas, una alternativa más cómoda y redituable en términos económicos

para quienes pueden alcanzar y sostenerse en esas escalas.

Un ejemplo de ello es la intensa transformación del sistema agroproductivo anterior,

con una historia de más de cien años de rotaciones agrícolas-ganaderas, por este otro. Los

sistemas “mixtos”, permitieron en los campos pampeanas mantuvieran y hasta aumentaran su

calidad en nutrientes y materias orgánica con ciclos de cultivos y pasturas (ganadería), que

manejados de manera extensiva, prácticamente sin insumos externos, emulaban hasta los

años setenta/ochenta, aquellos recomendados en manejo por la producción orgánica. La

demanda de tierras para cultivos, la caída de los precios relativos del ganado en detrimento de

los granos, generó un proceso de agricultura continua que si bien no desplazó, concentró a los

animales en “feedlots” en las ecorregiones de mayor productividad (Pampas) y desplazó a la

producción extensiva hacia áreas marginales (Chaco, Cerrados, Bosque Chiquitano, Islas del

Delta). Esta “desganaderización” de Las Pampas, ya presenta sus consecuencias ambientales

en lo que estabilidad de la estructura de los suelos, pérdida de nutrientes, disponibilidad de

materia orgánica (MO) y pérdida de riqueza biótica.

La tierra y el cambio de uso del suelo y de productores.

En este sentido, el factor “cashcrop” y su precio internacional elevado, está

produciendo otro cambio sustancial en la región, vinculado con el precio de la tierra. Tanto la

demanda internacional de biomasa, conjuntamente con el ingreso del capital financiero global

y la especulación inmobiliaria está generando una presión alcista importante sobre el precio de

la tierra en toda la región. El precio de la tierra en la Argentina, aumentó en un 600 % en la

última década, en especial los mejores suelos agrícolas, mientras que en Paraguay y en Bolivia,

el valor está oscilando entre los 700 y los 1.000 u$s para calidades de menor cuantía, pero

igualmente altamente productivos en su contexto comparativo. Mientras tanto el precio de la

tierra en el Uruguay, tuvo un crecimiento exponencial que lo hizo pasar desde los u$s 500 la

hectárea hasta los casi u$s 3.500 dólares, para la última década considerada.

El correlato emergente de estos crecientes costos de la tierra, se lee en los problemas

vinculados tres factores: la diversidad productiva, la pérdida de los establecimientos más

pequeños y medianos a favor de los más grandes, el vaciamiento del campo y la migración a

las ciudades que se identifica con recurrencia en los cuatro países involucrados. Por ejemplo

esta concentración e inequidad se refleja en los porcentajes de ocupación de los

establecimientos más pequeños. Por ejemplo, en el Uruguay, los establecimientos que ocupan

el 0,6 % de la superficie (igualmente alta de entre 1 y 19 hectáreas) representan el 27,3 % de

todos los establecimientos, mientras que aquellos que tienen superficies mayores a los 2.500

ocupan solo el 2,6 % de las explotaciones pero representan el 37 % de toda la superficie

involucrada.

Paradójicamente, en la Argentina, los grandes “nuevos productores” se hacen llamar

“Los sin tierra”. Decía un reconocido representante del nuevo modelo rural argentino: "Yo

podría prescindir de tener tierra propia. Mi negocio no se altera si yo no tengo tierra propia.

Soy un sin tierra, porque arriendo. Soy un sin trabajo, porque yo no trabajo, tercerizo todo. Y

no puedo decir que soy un sin capital porque algo tengo, pero podría hacer lo mismo que hago

prácticamente sin capital propio, porque hago un fideicomiso y el sistema me presta el dinero.

Lo único que tengo es capacidad de gerenciar" (Casas D 2007).

Mucho del trabajo rural se ha tercerizado. En lo concerniente al uso de la maquinaria

agrícola, en particular para las tareas de siembra y cosecha, el trabajo del contratista rural, ha

dado cuenta de un cambio tecnológico y altamente profesionalizado que incluso en algunos

casos, el propio dueño del campo no cuenta. De esta forma, el contratista rural, que maneja

maquinaria de altísimo valor económico y se desplaza anualmente de norte a sur de la

Argentina e incluso se desplaza a través de las fronteras con su maquinaria hacia los otros tres

países, se destaca por su alta movilidad y capacidad de trabajo. Se encargan de la recolección

del 75% de los granos que se cultivan en el país y del 60% de los trabajos de siembra y

pulverización. Más de 50% de las ventas de maquinaria agrícola de la Argentina, quedan en

manos de los contratistas, que cuentan con el parque de maquinaria agrícola más moderna. La

escala que alcanzan es creciente y el desplazamiento de la maquinaria agrícola amerita un

capítulo aparte, no sólo por el movimiento de la misma y las consiguientes necesidades de

aumento de la seguridad en el transporte, sino también por el efecto que se produce desde el

punto de vista ambiental, con el movimiento de maquinaria que también mueve de un punto a

otro, malezas y otras enfermedades. El caso del Sorgo de Alepo Resistente al Glifosato (SARG),

es un caso paradigmático motorizado también, entre otros factores, por el intenso movimiento

de maquinaria agrícola y su limpieza y manejo inadecuado.

El papel del arrendamiento en la agricultura argentina tiene un peso importante. De

las 36 millones de hectáreas agrícolas de la Argentina, se calcula que entre el 60% y el 65% se

practica sobre campos alquilados (es decir, casi unas 22 millones). No obstante en la última

campaña ha habido una reducción notable, en lo que concierne a pooles de siembra, no así, en

lo que históricamente fuera el proceso, el de los arrendatarios. Justamente, esta modalidad ha

sido primeramente implementada por los propios agricultores, para lograr alcanzar una escala

económica que les era esquiva o bien ingresar a un proceso productivo sobre tierras que no les

eran propias. Sabe muy bien, la historia de la migración argentina, del enorme esfuerzo de

millones de migrantes europeos y de otros continentes y el enorme pago en trabajo que los

mismos hicieron, en muchos casos sin acceder jamás a la propia tierra. Una tierra que ya tenía

dueños, en particular, luego de las campañas “contra el indio”. Argentina nunca se ha

permitido plantear una reforma agraria que diera o permitiera el acceso a la tierra a quienes

desearan trabajarla. La concentración en grandes latifundios fue un sello original en su

conformación como país. Los procesos de colonización en las áreas más marginales, fueron

del fracaso al éxito, pasando por el abandono. Los casos de las colonias en el Chaco, en el

Oeste Pampeano, como así también situaciones similares en el Oriente Boliviano y Paraguayo,

dan cuenta de una ocupación con capitalización importante, que poco permitió en términos de

un uso más ecuánime de los productos de la tierra.

Sin embargo, incluso los “pooles de siembra” (consorcios productivos que capturando

capital desde dentro y fuera del sistema rural), gerenciaban alquilando distintas superficies en

diversas regiones del país, garantizando una rentabilidad financiera interesante, están

teniendo desde hace un tiempo y en particular, después del modelo de retenciones

implementado en la Argentina, conjuntamente con los vaivenes de un clima adverso en varias

regiones y campañas, un proceso de retracción importante. Más allá de los más grandes y

reconocidos (Cresud, Adecoagro, Los Grobo, Lartirigoyen, El Tejar, Cazenave & Asoc., MSU,

Olmedo y Liag), inclusive los pooles medianos (15.000/35.000 hectáreas) y pequeños, están en

un proceso de retirada, yendo en particular hacia el Brasil o el Uruguay. En sus momentos de

bonanza, el ingresar fondos en un pool de siembra, garantizaba una ganancia neta (luego del

pago de todos los costos) de entre un 15 a un 20 % en dólares por campaña (estimado en seis

meses) mientras que en las últimas campañas estos ingresos se encuentran en una ganancia

neta “en pesos” de un 5 % para un pool de escala pequeña. Existe una retracción aproximada

de un 70 % de los pooles involucrados, siendo uno de los más importantes que ha reducido su

participación (en la Argentina, no así en otros países de la Región), de unas 300.000 a 180.000

a la actualidad poco menos de 30.000 hectáreas. No obstante, esta situación puede

nuevamente cambiar, en función de la coyuntura, particularmente en un espacio donde ya es

muy conocida la ingeniería organizacional necesaria para estos procesos.

Desde el punto de vista social, el principal efecto de la concentración en una

monocultura, ha involucrado un costo importante, que es la pérdida del empleo rural. Por lo

menos, de aquel empleo que se vincula directamente con el trabajo del hombre en el campo.

Este se ha dado de esta manera, particularmente por el fuerte desplazamiento de pequeños y

medianos agricultores y la pérdida de establecimientos rurales, en especial los de pequeña y

mediana escala.

Casi 57 mil establecimientos agropecuarios desaparecieron por ejemplo, en la

Argentina, entre el 2002 y el 2008 (datos del último Censo del INDEC). La cantidad de

explotaciones agropecuarias registradas llegó a 276.581 y cayó 17 por ciento respecto del

relevamiento del 2002, lo que significó una reducción de 56.951 de esos emprendimientos. La

comparación con el censo realizado en 1988 muestra una caída porcentual aún mayor, del 34,8

por ciento, y más de 144 mil explotaciones menos. Las regiones más afectadas por la

concentración fueron la Pampeana y la chaqueña, justamente las mayormente involucradas

con las actividades de mayor escala. Los pequeños productores son predominantes, en

porcentaje, en las regiones del Norte del país y en la Mesopotamia, y su importancia es algo

menor en la región Pampeana, Patagonia y Cuyo. Sin embargo, por cantidad, el mayor número

de productores pequeños se ubica en Pampeana, Mesopotamia, Monte Árido y el Chaco

Húmedo. En términos de superficie, las regiones donde los PP tienen una mayor presencia, en

porcentajes son: Pampeana, Patagonia, Monte Árido y Chaco Húmedo. El 92% del valor de la

producción de los pequeños productores se forma con los rubros de oleaginosas, ganadería

bovina, cereales, hortalizas y frutales a campo, forrajeras, cultivos industriales y productos

forestales. Los pequeños productores aportan el 53% del total del empleo utilizado en el

sector agropecuario a nivel nacional (equivalente a 428.157 puestos de trabajo). Por categorías

de ocupación, los productores pequeños aportan el 54% del trabajo permanente y utilizan el

29% del trabajo transitorio directo empleado en el sector. El 23% de los productores de la

pequeña agricultura trabajan fuera de la explotación, en un 42% dentro del mismo sector, y en

un 58% fuera del sector agropecuario. El 55% lo hace en condición de asalariado (Obstchatko

2007). La concentración en la actividad agropecuaria no sólo quedo circunscripta a la gran

escala, sino también a las actividades intensivas, como aquellas vinculadas con las economías

regionales. Así, tanto desde la producción de limón, pasando por la producción cañera como

las pequeñas y medianas producciones pecuarias, se concentran y aumentan su escala.

Otra estrategia que han utilizado los pequeños y medianos agricultores es la asociación

cooperativa, particularmente apuntando a dos objetivos: el aumento de la escala de

producción y la disminución de los costos de producción, particularmente en lo referente a la

compra de insumos. Esta asociación ha encontrado en un conjunto de organizaciones

vinculadas a los productores, como la Federación Agraria Argentina, una actitud proactiva en

pro de ayudar a los agricultores pequeños a sostenerse y enfrentar procesos complejos en un

mercado que favorecía por todas las vías a la gran escala.

El escenario se repite sistemáticamente en los cuatro países involucrados.

Otro conflicto social que se extiende en relación a los procesos de intensificación

agrícola, particularmente vinculado al uso masivo de agroquímicos es el caso de los llamados

“pueblos fumigados”. Este conflicto socioambiental que crece de la misma forma que se

expande la agriculturización intensiva, emerge como una reacción social de la población

directamente afectada de pueblos, pequeñas ciudades y áreas de borde periurbano en los

territorios, especialmente aquellos ubicados en la Región Pampeana. Los casos de

enfermedades atípicas en porcentajes inusuales, informados y estudiados, ponen luz sobre

una externalidad negativa sumamente grave. Ante esta demanda, de manera tardía y parcial,

los mismos Colegios Profesionales de Ingenieros Agrónomos, el INTA y las Universidades,

comienzan a buscar y proponer alternativas productivas “distintas” a las de la agricultura

extensiva en esos territorios. En este periurbano y áreas de bordes de ciudades, es posible

producir y proponer planteos distintos donde la agricultura familiar y de pequeña escala,

encuentra una oportunidad poderosa para el planteo de producir sin agroquímicos, evitando

de esta forma a la población recibir los impactos de la contaminación aérea o del “mosquito”.

Asimismo, los municipios están legislando y ordenando el territorio para evitar los daños que

se producen a la población.

El “escudo verde productivo” (Pengue 2013), es una alternativa viable, posible,

amigable ambientalmente y efectiva en términos económicos para la mayoría de los pueblos y

ciudades intermedias de la región, particularmente de aquí en adelante, donde las inhibiciones

y restricciones legales y técnicas para impedir las fumigaciones aéreas y terrestres en estos

espacios cercanos a la vida social, ya son una realidad creciente.

Asimismo, crecen y se sostienen un conjunto de alternativas productivas que emergen

de la lógica de satisfacer necesidades básicas y de la propia crisis económica de la que

Argentina particularmente estuvo involucrada desde el año 2001 y que impacto sobre toda la

región. En el marco de este escenario, la producción de base local encuentra caminos

alternativos, que son importantes de destacar.

Uno de ellos es el vinculado a las producciones de hortalizas y frutas, tanto para el

mercado interno como así también la exportación. En el caso de Bolivia, la producción de

estas especies está claramente vinculada a los mercados de delicatesen, como aquellos que

reciben a la quínoa o papines de alta calidad nutricional. Una situación muy similar, con

respecto a la producción orgánica se produce en el Uruguay. Y de la misma forma, en la

Argentina. En este último país, la superficie orgánica certificada pasó de 10.000 hectáreas en

1995 a unas 70.000 en 2012, mientras que la superficie orgánica para ganadería, pasó de poco

menos de 50.000 hectáreas en 1995 a unas 3.500.000 hectáreas en 2012.

El rubro orgánico, representa una oportunidad interesante particularmente para los

pequeños y medianos establecimientos en los cuatro países, a los que la alternativa del

turismo rural, se erige como una conjunción económica positiva. La principal restricción que

encuentran las cuatro economías cuando pretenden ingresar con sus productos en especial a

los mercados de exportación tienen relación con dos factores: el alto costo de los procesos de

certificación y un conjunto de barreras, en muchos casos paraarencelarias impuestas por

economías de los países desarrollados. No obstante ello, existe un enorme potencial en todos

los países analizados para encontrar caminos de producción y colocación de sus productos en

estos mercados.

Según la Ley 25.127, en Argentina un producto ecológico, biológico u orgánico es aquel

producido en un sistema de producción agropecuaria sustentable, siguiendo una norma y bajo

el sistema de certificación por tercera parte.

Ahora bien, la producción orgánica argentina, como así tampoco ninguna otra de los

países involucrados, no contempló en profundidad del enorme efecto multiplicador y de

resolución de la primera problemática que se enfrenta en el productor/consumidor, que es la

de generar productos alimenticios, nutricios, buenos y accesibles, afianzando al productor en

su propio espacio. Sólo se ocupó de dar curso a la normativa (generalizada globalmente por

IFOAM), en cuanto a buenas prácticas orgánicas, tecnologías e insumos propios de la

agricultura y la ganadería orgánica, bajo un rígido régimen de contralor a través de las

Certificadoras. Las incumbencias vinculadas a objetivos más tanto o más relevantes como

aquellos relacionados al acceso o tenencia de la tierra, trabajo en el lugar, mejora de las

condiciones de vida familiares, educación y salud, no fueron nunca consideradas por estos

espacios.

Sin embargo, la Argentina, no solo se destaca por esta agricultura orgánica certificada,

que participa en las Ferias Internacionales de IFOAM o Slow Food, sino que también se integra

y resaltan en toda la región sur, las prácticas vinculadas a lo que conlleva a los modelos de

producción agroecológica, que si tienen en su enfoque y consideración, las propuestas de la

mejora en las formas sustentables de producción rural, con la seguridad y soberanía

alimentaria, en todos los planos (local, regional y nacional), el acceso a la tierra y los derechos

de los campesinos, agricultores y pueblos originarios. Esto es garantizado por la producción de

base agroecológica, cuyo crecimiento a lo largo de Ferias Agroecológicas en todo el país

(hablando de la Argentina) viene creciendo y acompañando procesos de desarrollo local y

regional, muchas veces sostenidos en las premisas de la Economía Social y Solidaria. Uno de

esos programas, más importante por su expansión y capacidad de llegada territorial, es a nivel

nacional, el Prohuerta. Otros se vinculan directamente a las acciones de los grupos

campesinos que demandan no solo por las formas de producción sino por el acceso y tenencia

de la tierra, como el MAM, APENOC, MOCASE, MOCAFOR, RED PUNA y tantos otros.

El PROHUERTA fue un programa ideado inicialmente por el Ing. Agr. Daniel Díaz, del

INTA en los años noventa, para ayudar, desde el INTA, a hacer frente a la crisis alimentaria que

la Argentina enfrentaba conjuntamente con la llegada del modelo neoliberal que se afianzó en

esos tiempos y que fue el principal factor de expulsión de mano de obra, tanto en el campo

como en la ciudad. Intentando justamente aprovechar los conocimientos que se perdían en el

marco coyuntural indicado, es que emerge el Programa, no como una visión coyuntural y

cortoplacista vinculada a la producción, sino como un elemento de lucha, para ayudar a

sostener al hombre con una alternativa productiva que le facilitaran el acceso a los alimentos

básicos.

Programas de esta índole, crecieron de la mano especialmente de sus técnicos y

promotores, que incluso en condiciones adversas de trabajo, tanto por la economía como por

otras decisiones de políticas públicas erróneas, se mantuvieron y acrecentaron las

posibilidades de éxito de una propuesta alimenticia que en primera instancia permitiera

producir y consumir los propios alimentos.

Actualmente el Prohuerta se encuentra en el 88 % de los municipios del país, 3.734

localidades, barrios y parajes, 70 % de huertas familiares en áreas urbanas y suburbanas y

el 30 dehuertas familiares en áreas rurales. Cuenta con más de 800 técnicos y casi 20.000

promotores voluntarios. Cuenta con 3.766 huertas comunitarias, 7.314 huertas escolares,

617.156 huertas familiares, 125.835 granjas (aves), 20 % de las huertas con frutales. Un valor

bruto de la producción que llega anualmente a los $ 1.000.000.000.

También, los modelos de producción agroecológica, de la mano de un proceso de

certificación social comienzan también a expandirse y encontrar un camino alternativo a la

obligatoriedad con fines de exportación de la certificación y sus cada vez más onerosos pagos

por garantizar la inocuidad de la producción y que se convierte en una alternativa viable para

los pequeños y medianos productores, como así también para los consumidores y productores

de las áreas de bordes urbanos y periurbanos, que mejoran por otro lado, el aporte de

servicios ecosistémicos esenciales para la vida humana.

Los mecanismos de garantía técnica y social y sus procesos de certificación cooperativa

son una alternativa viable para los pequeños y medianos productores, que de esta manera

pueden escapar a la trampa generada por los mecanismos de certificación privada que muchas

veces en la Región, en lugar de mejorar y ayudar a optimizar las condiciones de producción y

de vida de los agricultores, repican las mismas prácticas de la agricultura más industrializada,

dejándolos también fuera del sistema y endeudados o imposibilitados de hallar caminos

alternativos. Los mecanismos de certificación social, han encontrado por ejemplo en el Brasil

una oportunidad óptima para la colocación de productos agroecológicos en los mercados

locales y regionales, generando nuevos nichos apropiados por estos agricultores que venden

sus productores a consumidores que ya les reconocen como así también al Estado, federal y

provincial, que compra estas producciones para llevarlas luego a mercados locales, Ferias,

Hospitales, Escuelas, Organismos Públicos, Cárceles, donde se logran los fines sociales y

económicos de garantizar una producción más sustentable, nutritiva, de calidad, de bajo costo

y con menores riesgos ambientales y a la salud, tanto de los segmentos ricos como de los

pobres del país.

El caso de Bolivia y también, todo el norte argentino, en su ecorregión Puna, es un

punto a parte, en especial en las zonas rurales, periurbanas de pueblos y ciudades, grandes o

pequeñas, ubicadas especialmente en el Occidente. Aquí los mecanismos del trueque, el

intercambio y también la circulación de dinero, son las tres formas de comercialización

ancestralmente aceptadas, en particular para las mercaderías del campo, pero también para

los intercambios de otros equipamientos y necesidades. Las “Ferias” donde se comercializan

los productos rurales, funcionan, no sólo como una práctica comercial, sino especialmente

como un espacio de intercambio de fuerte e intensa raigambre cultural, imprescindible para la

consolidación y afianzamiento de la etnicidad y las prácticas propias de desarrollo social. En

muchos de estos espacios, la cosmovisión y el desarrollo endógeno no responden a un

elemento discursivo sino que son parte de una realidad palpable y posible para estas culturas y

espacios de vida, muy vinculados ciertamente a su ambiente, naturaleza, bondades y

restricciones.

Efectos sobre el empleo rural

En grandes rasgos, una cuestión importante, particularmente vinculada con la

producción extensiva de granos guarda una directa relación entre la expansión de la escala

productiva y la pérdida de empleo rural directo. En general, existe una reducción en el peso

del empleo agrícola, el incremento en el empleo de las mujeres (sobre todo en actividades no

agrícolas), el incremento del empleo asalariado versus la caída del empleo por cuenta propia, y

el incremento de la residencia urbana entre los empleados agrícolas son cuatro

transformaciones significativas que se presentaron a lo largo de la década anterior en el

mercado de trabajo rural.

La reducción en la importancia del empleo rural agrícola en la región se empezó a

hacer evidente desde mediados de la década de 1990. Un estudio pionero en destacar el tema

fue el de Klein (1992), quien demostró, a partir de información de la ronda de censos de

población de los ochenta, que el empleo principal de un 24 % de la población rural de América

Latina no estaba en la agricultura, y que esa diversificación hacia actividades no agrícolas era

un fenómeno creciente.

Actualmente se destacan varios aspectos en las transformaciones vinculadas al empleo

rural y ciertamente en el conjunto de los países de América Latina. La pobreza rural, en

particular, en los momentos de la primera década del presente siglo, se redujo relativamente,

justificada por una bonanza económica que permitió ciertas mejoras. No obstante, la

población rural, particularmente en esta segunda mitad de la década que arranca con el año

2010, muestra que la redistribución de fondos y los planes de ayuda social, particularmente en

el sector rural y periurbano, contribuyó a paliar los problemas de empleo, subempleo y

pobreza. Los Programas vinculados por ejemplo, a la Asistencia Universal por Hijo, mejoraron

los ingresos de las familias rurales y dieron pie a un cambio siquiera parcial en la resolución de

un conflicto complejo. Por el otro lado, se confirma además de un éxodo rural, menos notable

pero permanente, que son los jóvenes y las mujeres los que abandonan más rápidamente el

campo. Asimismo, estas encuentran trabajo en tareas o nuevas actividades por cuenta propia

como así también se conchaban en tareas domésticas en los sectores urbanos y periurbanos.

Un capítulo aparte merece la situación del trabajo y los pueblos originarios. Su acceso

se ha visto notablemente limitado y si en este caso, es destacado el hecho de la restricción de

sus tareas, sus formas de vida y los aspectos vinculados a la concreción de actividades

vinculadas a la producción y el trabajo en sus propias condiciones y estilos de vida.

Dos modelos de producción

El panorama y el escenario de la agricultura argentina, es de una importante

transformación. La tendencia, tanto para las ecorregiones más estables (Pampeana), como

para las otras ecorregiones (Chaco particularmente) están vinculadas a importantes cambios

en los Usos del Suelo (LUCs).

La dependencia de los países y las balanzas comerciales de los países, de los cuatro

involucrados, ponen incluso presión de uso a través de sus propias políticas de promoción

hacia una agricultura cada día más intensiva.

No obstante ello, el modelo tecnoproductivo imperante está mostrando serias fisuras,

ya comentadas y debe obligatoriamente explorar por nuevas alternativas de manejo,

producción, incorporación de tecnologías blandas y de procesos, tecnologías híbridas y

particularmente contribuir a resolver u alejar aquellos riesgos vinculados con la exposición a

posibles procesos de inseguridad alimentaria.

En este sentido, es posible intervenir por dos vías: en la agricultura industrial y en la

agricultura de base familiar y agroecológica.

Con respecto a la agricultura industrial, justamente en estos tiempos donde ya se

hallan concretizados varios de los impactos que previamente se avizoraban es posible

promover ajustes técnicos y legislación apropiada que pongan límites y control a su expansión.

El caso de las legislaciones de Protección a los Bosques Nativos o de Ordenamiento Territorial

es un camino adecuado y posible, de la mano de una importante participación de la sociedad

que se involucre. Por otro lado, la revisión de tecnologías que respondan a una “intensificación

ecológica” en los espacios donde la agricultura industrial ya ha puesto el pie y es estable, es

una alternativa que conjuntamente con un adecuado y posible programa de rotaciones

agrícolo ganaderas, pueda permitir mejorar los ciclos hidrológicos, de los nutrientes y de la

materia orgánica, devolviendo estabilidad a los agroecosistemas.

Por otro lado, la implementación de Procesos vinculados a las Buenas Prácticas

Agrícolas en todas las facetas de la agricultura, ahorro de energía, de materiales,

conjuntamente con la implementación de una agricultura de precisión y mapas de rendimiento

puede conllevar a un manejo más estable de los sistemas agropecuarios. Los sistemas de

Certificación de este tipo de agricultura industrial, bajo un régimen de control y apercibimiento

pueden dar cuenta de mejoras sustanciales en las prácticas y en particular, en aquellos

espacios donde estas se llevan adelante.

En lo concerniente a la distribución de los fondos derivados de los impuestos a la

exportación (retenciones agropecuarias), un porcentaje de los mismos, deberían ser derivados

por ley hacia los programas y el mejoramiento de la agricultura familiar de base agroecológica,

las economías regionales y los programas de distribución de tierras.

La creación y facilitación de realización de mercados locales, sostenidos en el

intercambio directo productor-consumidor, con garantía y control sanitario del Estado, a

través de sus Universidades, Entidades Técnicas, Escuelas Agrotécnicas, Escuelas de

Alimentación, INIAs, pueden facilitar una rápida expansión de la producción de base

agroecológica para este tipo de consumos y mercados. Acompañando el proceso, la

agricultura orgánica de exportación puede encontrar también un camino estable y creciente

para su expansión, ya informada en los cuatro países.

El potencial agropecuario, orientado hacia la agricultura de base agroecológica es

enorme, siempre y cuando también, los mercados de ultramar, que hoy en día, compran y

demandas productos convencionales y transgénicos estuvieran realmente prestos a recibir

estos productos. Tanto en este plano como en el orgánico, los cuatro países, encuentran aún

restricciones, barreras paraarancelarias, costos de importaciones elevadas e incluso subsidios

que fomentan en muchos países una agricultura aún más ineficiente que estos mismos critican

en otros espacios. El “ahorro y la mejora de la performance ambiental” de las economías

desarrolladas va en muchos casos de la mano de la degradación y demanda por nuevas tierras

en las economías menos favorecidas, como puede encontrarse en el informe.

Dos son las limitaciones importantes, cuando desde la región se proponen entonces el

fomento de prácticas que apunten hacia una agricultura más sostenible e integral: la primera

tiene que ver con el acceso a los mercados y la segunda con la educación ambiental.

Respecto del primer punto, se mencionan en el informe los factores que por un lado,

fomentan la concentración y colocación de los llamados cashcrops en detrimento de

prácticamente lo demás cultivos y formas de producción.

En relación al segundo, la necesidad del fortalecimiento de capacidades específicas en

la educación ambiental rural es un importante factor que no puede dejar de lado a la escuela

rural en los primeros años, a la secundaria agrotécnica y por supuesto a las Carreras de Medio

Ambiente y Agropecuarias. Estas carreras hoy en día, están recibiendo una formación muy

parcial en los temas rurales e incluso se está produciendo una cooptación de la

información/formación importante tanto de los jóvenes como de sus profesores que reciben

información sesgada y parcial, en lugar de formarse en una base integral y de conocimiento

amplio de los recursos naturales, sus relaciones y procesos que esta formación ameritaría. No

obstante ello, así como desde la agricultura industrial, ha habido desde hace un lustro, la firme

decisión de incidir en la formación de las currículas, por ejemplo en las Facultades de

Agronomía de los países de la Región, también se ha abierto un espacio considerable a la

integración de nuevos conocimientos vinculados a la Agroecología, los que se imparten ya en

varias carreras de Ecología y de Agronomía de Universidades públicas y privadas,

particularmente en la Argentina (Universidad Nacional de la Plata, Universidad Nacional de

General Sarmiento, Universidad de Buenos Aires, Universidad Nacional de Misiones) y de la

Bolivia (AGRUCO, Universidad Mayor de San Simón), e incipientemente también en la

Universidad de la República en el Uruguay. Lamentablemente en las Academia paraguaya

estos espacios aún no se han abierto y son los movimientos sociales y las ONGs de mayor corte

ambientalista, los promotores y demandantes de una mayor discusión agroecológica.

Los cambios de infraestructura en la Región y su integración “regional”

Lamentablemente, la infraestructura generada en la región, está promoviendo un

proceso de intensificación de transformación, al generar “vías” o venas por las que el material

puede fluir saliendo más fácilmente. Este proceso, genera a su vez, una expansión hacia las

últimas fronteras. La integración regional de la infraestructura fluvial, logística y puertas, es

uno de los ejes facilitadores que está promoviendo la instalación de grandes plantas de

transformación primaria (molturación de granos, para obtener aceites y harinas),

biocombustibles o la exportación como grano directo. Este cambio no sólo se ha dado para los

granos sino para dar salida a metales y minerables e ingresar especialmente fertilizantes. Todo

este cambio lo está dando, el eje transformador de la Hidrovía Paraguay Paraná, que no

involucra solamente a la Argentina, sino a los países del Sur de la Región que residen sobre esa

Cuenca.

El Eje de la Hidrovía Paraguay Paraná

Su área de influencia incorpora territorios de Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y

Uruguay, todos ellos vinculados de manera directa a los ríos Paraguay, Paraná, Tieté y Uruguay.

Incorpora gran parte de la cuenca de los ríos Paraguay, Paraná, Uruguay y Tieté, los tres

primeros tienen una clara orientación norte-sur y forman parte de las fronteras entre Brasil-

Bolivia, Brasil-Paraguay, Paraguay-Argentina, Argentina-Brasil y Uruguay-Argentina. Mientras el

río Tieté, que se desarrolla en el Estado de San Pablo de Brasil, tiene una orientación este-

oeste y desemboca en el lago formado por la represa Jupiá y el río Paraná. En la misma existen

distintos corredores transversales (viales y ferroviarios) que la vinculan con los Ejes

Interoceánico Central, de Capricornio y MERCOSUR-Chile.

Las principales exportaciones son poroto de soja, petróleo crudo, minerales de hierro,

tortas y harinas de semillas oleaginosas y concentrados de hierro. Estos productos dan cuenta

del 28% de las exportaciones totales de los países de la Cuenca del Plata y el 87% de las mismas

se despachan por vía marítima y fluvial.

Cuenta con 94 proyectos divididos en 5 grupos con una inversión estimada de 7.865,1

millones de dólares. En ese monto se incluyen 16 proyectos ferroviarios que suman una

inversión de 1.323 millones de dólares de los cuales hay uno en ejecución (Reordenamiento de

los Accesos Ferroviarios a la Ciudad de Rosario) y 8 en pre-ejecución(www.iirsa.org, Septiembre

de 2012).

Las exportaciones de granos, aceites y subproductos por los puertos de la República

Argentina ascendieron desde casi 48,4 millones de toneladas en el año 2000 a 73,1 millones de

toneladas en el año 2012. De esa cantidad, el 75,6%, o sea 55,3 millones de toneladas se

embarcaron por las terminales portuarias del Gran Rosario, entre Timbúes y Arroyo Seco. Eso

implicó en ese año el ingreso de 2.286 buques de ultramar. Se estima que el 90% de los buques

arribaron para transportar productos derivados de la agroindustria (granos, harinas proteicas,

aceites y biocombustibles) en tanto que el resto lo hizo en operaciones de importación o

exportación de otros productos (contenedores, minerales, combustible, fertilizantes y otras

cargas). En la cantidad mencionada no están incluidos buques que realizan viajes de cabotaje ni

movimientos de barcazas, sean en viajes internacionales o de cabotaje, cuyo número ha

aumentado en este lapso (Boletín Bolsa de Comercio de Rosario, AÑO XXXI - N° 1637, 2013).

El proyecto Hidrovía es un proyecto controversial que fue muy resistido a mediados de

los 90 por sus potenciales impactos ambientales y sociales a lo largo del corredor de humedales

de los ríos Paraguay y Paraná. El objetivo del mismo es hacer navegables más de 3.400 Km de

los ríos las 24 hs durante los 365 días del año. La resistencia organizada de la sociedad civil de

la Cuenca del Plata en esos años, frenó las obras en el Pantanal (Brasil) y hasta el momento no

se volaron los puntos rocosos del lecho del río Paraguay en jurisdicción paraguaya, intervención

que provocaría graves alteraciones hidrológicas y por ende sobre la biodiversidad y las

comunidades ribereñas que dependen de ella.

Sin embargo en el año 2000, el proyecto se vuelve a presentar como uno de los ejes de

integración de IIRSA, siendo el proyecto ancla el Mejoramiento de la navegabilidad del río

Paraguay (Asunción-Apa). El objetivo de ese proyecto es mantener las condiciones de

navegabilidad 24hs x 365 días del río Paraguay en el tramo Asunción-Apa con un calado mínimo

de 10 pies y un ancho de canal de 110 metros, mediante el dragado en un tramo de 530 km. de

río de 26 pasos de arena y 9 pasos de roca y el balizamiento para la navegación nocturna.

Terminales portuarias en Brasil

Brasil tiene 37 puertos importantes de los que se destacan en el Sur, el Puerto de

Santos (San Pablo), el Puerto de Paranagua (Paraná), el Puerto Sao Francisco do Sul (Santa

Catarina) y el Puerto de Río Grande (Río Grande do Sul).

Las exportaciones de granos están hoy concentradas en puertos de la región sur de

Brasil, por donde sale el 85 % del volumen enviado al mercado internacional. La red fluvial

brasileña es una de las más grandes del mundo, con una extensión de 50.000 km de ríos

navegables.

En el 2012 se inició la construcción de la Terminal de Granos de Maranhao (Tegram), en

el puerto de Itaquí en la ciudad de Sao Luis, capital del estado brasileño de Maranhao. Una vez

finalizada se prevé que sea uno de los tres principales puertos del país para la exportación de

granos como soja, maíz y arroz.

Desde el puerto de Santos se movilizaron en el 2012 cerca de 51 millones de toneladas

de sólidos a granel, de los cuales 11,2 millones correspondieron a soja en granos, 2,4 millones a

pellets de soja y casi 10 millones a maíz (http://www.portodesantos.com.br/estatisticas.php).

Desde el Puerto de Paranagua en el 2012 se exportaron 31,6 millones de toneladas de

sólidos a granel, de los cuales 6,7 millones correspondieron a soja y casi 5 millones a maíz1.

Las empresas brasileñas de soja esperaban exportar un récord de 38,2 millones de

toneladas en la campaña 2012/13 que impondrían un mayor reto logístico para los puertos

brasileños.

1 Información extraída de

http://www.portosdoparana.pr.gov.br/arquivos/File/resumoSiteDezembro2012.pdf

Terminales portuarias en Paraguay

Por su condición de país mediterráneo, el transporte acuático de Paraguay está basado

en transporte fluvial. La estructura del sistema portuario de Paraguay comprende los puertos

administrados y operados por la Administración Nacional de Navegación y Puertos (ANNP),

incluidos aquellos embarcaderos de carácter privado cuyo funcionamiento es supervisado por

la Administración. Estos puertos y embarcaderos se hallan localizados sobre los ríos Paraguay y

Paraná, que constituyen las principales vías fluviales a través de las cuales se canaliza la mayor

parte del comercio exterior del país. Paraguay cuenta también con una extensa red de puertos

privados, agrupados en la Cámara de Terminales Portuarias y Puertos Privados del Paraguay

(CATERPA). De acuerdo a datos de Marina Mercante, existen 48 puertos registrados, de los

cuales 22 están vinculados al comercio exterior.

Los principales puertos destinados al comercio exterior paraguayo son:

- Puerto de Asunción. Ubicado en el Departamento Central del Paraguay, se encuentra en el

kilómetro 390 sobre el río Paraguay y constituye el principal puerto del país para carga general.

Moviliza alrededor de 400 mil toneladas al año. Está dotado con instalaciones suficientes para

un eficiente funcionamiento y puede operar buques de hasta nueve pies de calado todo el año

y 11 pies de calado en las temporadas de lluvia.

- Puerto de Villeta. Ubicado en el Departamento Central en Villeta, sobre el río Paraguay. Es un

puerto granelero que cuenta con un terminal de contenedores, con una capacidad aproximada

de 700 mil toneladas al año.

- Puerto de Concepción. Ubicado en el kilómetro 960 del río Paraguay, aguas abajo del puente

que une la región Oriental y Occidental, a siete Km del centro de la ciudad de Concepción y a

300 Km de Asunción. Cuenta con un Depósito Franco a la República Federativa del Brasil para

almacenamiento de mercaderías con destino/destino brasileño. Moviliza mercancías generales,

a granel y en contenedores.

- Puerto de Ciudad del Este. Ubicado en Ciudad del Este en el departamento de Alto Paraná,

sobre el río Paraná en la frontera con Brasil, a 693 Km de Confluencia. Moviliza

aproximadamente dos millones de toneladas al año.

- Puerto de Encarnación. Terminal portuaria ubicada en el departamento de Itapúa, sobre el

Río Paraná, en la frontera con Argentina, en la cabecera del Puente Internacional San Roque

González de Santacruz limítrofe con la ciudad de Posadas. Moviliza alrededor de un millón de

toneladas al año, de carga general de importación, soja, maderas y otros productos de

exportación.

Adicionalmente, cabe señalar que Paraguay cuenta con instalaciones propias en

puertos del Atlántico a través de los cuales realiza operaciones de importación y exportación.

En Argentina, cuenta con facilidades en el Puerto de Buenos Aires y el Puerto de Rosario; en

Brasil, cuenta con servicios en tres puertos: Paranaguá, Santos y Río Grande; y en Uruguay

cuenta con el Puerto de Nueva Palmira (CAF, 2009).

Terminales portuarias en Uruguay

Uruguay tiene siete puertos: Paysandú, Salto y Fray Bentos sobre el río Uruguay, y

Montevideo, Nueva Palmira, Colonia y Juan Lacaze sobre el Río de la Plata.

Nueva Palmira, se encuentra en el Km. 0 de la Hidrovía Paraná-Paraguay, cuenta con

una zona franca y tiene buenas condiciones de accesibilidad fluvial desde el Río de la Plata a

través del Canal Martín García.

Comprende en su conjunto el puerto administrado por la Administración Nacional de

Puertos - ANP, la terminal y Puerto Privado de CORPORACION NAVÍOS S.A. ubicado

inmediatamente adyacente aguas abajo y las instalaciones de FRIGOFRUT, ambos actuando

bajo igual régimen que la Zona Franca de Nueva Palmira. Su Plan Maestro de Desarrollo

contempla la ampliación y ensanche del Muelle Sur del Puerto Oficial, la construcción de un

nuevo muelle y una explanada de maniobras para aumentar su capacidad operativa. El recinto

portuario posee silos para almacenaje de graneles agrícolas con una capacidad global en el

orden de las 72.000 toneladas administrados por el consorcio Terminales Graneleras Uruguayas

S.A.

En el 2012 arribaron 171 buques de ultramar y 878 barcazas, que junto a las

embarcaciones de cabotaje totalizaron 1.397 arribos que movilizaron en total 2.438.527

toneladas de mercaderías. Las exportaciones de soja fueron de 559.309 toneladas

(www.anp.com.uy).

Terminales portuarias en Argentina

Argentina cuenta con alrededor de 70 puertos fluviales y marítimos dedicados a la

actividad comercial. La mayoría de ellos son de uso privado y de propiedad de empresas

dedicadas a exportaciones vinculadas con distintos sectores de la economía. Por las terminales

portuarias del Gran Rosario (Timbúes a Villa Constitución) se despacha el 78 % de las

exportaciones nacionales de granos, aceites y subproductos.

Exportaciones Argentinas de Granos, Subproductos y Aceites según Terminales Portuarias

Diamante Gran Rosario Ramallo San Nicolás Bahía Blanca Quequén

GRANOS 0,7% 68% 2,2% 0,7% 16% 12%

SUBPRODUCTOS - 92% 2,4% - 3,9% 1,4%

ACEITES - 88% 2,3% - 5,6% 4%

Fuente: Elaboración propia en base a datos de la Bolsa de Comercio de Rosario para el año 2010

La zona del Gran Rosario se extiende a la largo de 67 km del Río Paraná entre Villa

Constitución, en el extremo sur de la Provincia de Santa Fe, hasta Timbúes, 35 kilómetros al

norte de la ciudad de Rosario, en la provincia de Santa Fe. Constituye el polo exportador más

importante del país y debido a las inversiones realizadas en los últimos años, este complejo

oleaginoso, principalmente sojero, se ha constituido como el más importante del mundo si se

considera el grado de concentración en una determinada región. Está emplazada cerca del 83%

de la capacidad instalada de la industria aceitera argentina.

Ahí están ubicadas las siguientes terminales portuarias:

En Timbúes: Renova, Dreyfus, Noble Argentina S.A.

En Puerto General San Martín: Profertil2, Minera Bajo Alumbrera, Terminal 6, Alto Paraná (ex

Resinfor Metanol), Cargill S.A. (Quebracho), Mosaic de Argentina S.A (Quebracho), Petrobras

Energía S.A. (ex- PASA), Bunge (Muelle Puerto Pampa y Muelle Puerto Dempa).

En San Lorenzo: Cargill S.A.C.I. (ampliación), Nidera S.A., Alfred Toepfer Internacional S.A., La

Plata Cereal S.A., ESSO S.A., A.C.A. Coop. Ltda., Vicentín S.A.I.C., Molinos Río de la Plata S. A.

(ex Pecom Agra).

En Rosario: Terminal Puerto Rosario, Servicios Portuarios (Ex Unidad VI, Ex Unidad VII)

En Alvear: Punta Alvear.

En General Lagos: Louis Dreyfus.

En Arroyo Seco: UABL, Toepfer Arroyo y Shell Arroyo Seco.

Esta relevancia económica e intenso movimiento de la navegación fluvial, demandó

que el tramo del río Paraná desde la ciudad de Santa Fe al sur, se haya ido profundizando para

garantizar el calado necesario para buques de gran porte. Es así que en 1995, la vía navegable

se concesionó a la empresa Hidrovía SA desde Santa Fe al océano Atlántico.

Desde 2006 los buques pueden navegar por el canal troncal del río Paraná desde

Puerto General San Martín hasta el océano con 34 pies de calado, más dos pies de seguridad

bajo la quilla, dependiendo de la altura del río. El Decreto N° 113/2010, publicado en el Boletín

Oficial de la República Argentina el 22 de enero de 2010, ratificó el Acta Acuerdo suscrito entre

la Unidad de Renegociación y Análisis de Contratos de Servicios Públicos (UNIREN) y la empresa

Hidrovía S.A. y, entre otros puntos, estableció que el Concesionario debe presentar el

presupuesto de la obra de profundización a 36 pies hasta Puerto San Martín y de 28 pies desde

allí hasta Santa Fe. A través de ese decreto, también se estableció extender la obra desde la

zona comprendida al norte del Puerto de Santa Fe, entre el km. 584 al km. 1.619 por los ríos

Paraná - Paraguay (Anexo III de la Carta de Entendimiento) (Boletín Bolsa de Comercio de

Rosario, AÑO XXXI - N° 1637, 2013).

Externalidades o “Daños Colaterales” de un Modelo exitoso…

Para muchos de los promotores del modelo agrícola industrial argentino, las

externalidades no daban cuenta, en los albores de la intensificación de su propuesta eran un

mero reclamo de grupos ambientalistas urbanos que respondían a intereses foráneos.

Lamentablemente luego de 20 años de liberación y proyectando los procesos futuros del

modelo, los impactos ecológicos y ahora sociales vinculados con la salud humana, comienzan a

ser una parte y preocupación de, hasta quienes tanto tiempo atrás, negaban estos impactos.

Estas externalidades van desde impactos derivados directamente de la

implementación del cambio tecnológico y los efectos del trangen o de sus productos

2 Profertil, controlada por YPF y la firma canadiense Argium en partes iguales, posee una planta en

el complejo petroquímico de Bahía Blanca y es la fabricante de urea granulada más importante del país. La nueva planta está en el límite con Timbúes, al norte de Puerto San Martín, fue inaugurada por la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner en junio de 2013. Está en un predio de 24 hectáreas con 282 metros de costa sobre el río Paraná y tiene previsto recibir entre 35 y 40 buques por año, con más de 600.000 toneladas de productos para manufacturar. Contará con un muelle donde podrán amarrar buques de hasta 47.000 toneladas de carga.

asociados, pasando por los procesos de deforestación o tanto peor aún el efecto de la

resistencia en malezas y las Bioinvasiones o los costos a la salud humana de las fumigaciones.

Mencionaremos brevemente aquí tres procesos: la aparición de malezas resistentes,

la deforestación y el papel de la región como proveedora de tierras y el caso de los pueblos

fumigados.

Una característica importante respecto de los temas de la nueva agricultura tiene

relación directa con la expansión territorial y de hecho el impacto importante que su extensión

tiene el proceso.

La agricultura es uno de los factores productivos más transformadores de la superficie

terrestre. En un reciente documento de las Naciones Unidas (UNEP 2014), se indica que

agricultura consume actualmente más del 30% de la superficie continental del planeta y las

tierras de cultivo abarcan en torno al 10% del terreno mundial. Entre 1961 y 2007, las tierras

de cultivo se expandieron en un 11%, tendencia que continúa creciendo.

El tema es relevante en América Latina, en tanto algunos datos son sumamente

preocupantes para la Región. Las áreas de mayores planicies del Sur de América, se

incrementarán aún más.

A diferencia de otras regiones del mundo, el aumento de la producción de granos, se

explicaría más, por un aumento de la superficie implantada que por la productividad de los

cultivos. Esto se vincula directamente con el aumento de la deforestación en la región (Ver

Gráfico).

Además de la pérdida de masa forestal como se mencionaba y de la intensificación de

la agricultura en la Región, uno de los principales factores que hoy ya aparecen como un

importante conflicto agroproductivo responde a la aparición de malezas resistentes.

Las Malezas Resistentes son en este momento y lo serán en los nuevos escenarios de

discusión el leitmotiv mediante el cual la agroindustria, buscará y encontrará nuevos

argumentos para sostener la necesidad de continuar rotando sus propios productos.

El caso de la resistencia al Sorgo de Alepo (SARG) es la punta de un iceberg o el talon

de Aquiles de una agricultura que es dramáticamente insostenible y cuyas externalidades

(costos sociales y ambientales), ameritan ser considerados en las cuentas de ganancias y

pérdidas, no solo ya de la sociedad, sino de las empresas y agricultores involucrado (Ver

Mapa).

Mapa. Aparición Y Area de expansión del Sorgo de Alepo resistente en la Argentina (SARG).

Cuando se promovió esta tecnología y paquete glifosato+SD+soja transgénica, el

argumento tanto de las autoridades del gobierno como de las organizaciones promotoras

como AAPRESID o la propia CONABIA, argumentaban que “no habría aparición de

resistencias”, basados no obstante en ninguna argumentación científica. Solo en documentos

de investigación aislados (Pengue 2000, 2009) se advertía claramente sobre los riesgos de la

aparición de resistencia en malezas y sobre lo que sucedería frente a este complejo problema.

Lamentablemente hoy en día, los casos de aparición de resistencia a las glicinas (glifosato),

vienen creciendo exponencialmente, a nivel global y particularmente en la Argentina, con

millones de hectáreas infestadas. Los mismos promotores de la nueva agricultura y también de

este problema, ahora proponen, los similares caminos y soluciones, como lo hacen organismos

técnicos como AAPRESID (2012) o el SENASA.

Lamentablemente en la actualidad, el problema de las malezas en la agricultura

regional es un problema trascendente. La aparición de resistencia involucra un costo ambiental

pero más aún económico en particular para los pequeños y medianos agricultores que pueden

ver directamente en riesgo sus explotaciones.

Así como en un momento histórico de la primera expansión de la agricultura se

recomendaba sembrar Sorgo de Alepo en la Argentina (véase la obra Bioinvasiones y

Bioeconomía), actualmente la espiral productiva se concentró en el uso del glifosato como

único herbicida, lo que redundó en una fuerte aparición de resistencias, prácticamente

imparables. El gobierno argentino, en lugar de proponer una búsqueda integral de resolución

del problema, creo un organismo prácticamente coercitivo para los agricultores y pone en

manos de los mismos promotores y ampliadores del problema como artífices de una solución

(Ver mapa Expansión de Malezas Resistentes). El resultado de tal irresponsabilidad se percibe

de antemano.

Ahora, los mismos organismos técnicos de la Argentina, como el INTA reconocen que

“Las malezas resistentes tienen su origen en una conjunción de factores concurrentes tales

como la siembra directa (SD), la tecnología genética de resistencia al glifosato (RG), escasas

rotaciones y el herbicida glifosato como mono producto y el uso de distintos herbicidas con el

mismo modo de acción”.

Ya son más de 14 las malezas resistentes, a las que habría que sumar las que ya

muestran tolerancia manifiesta al glifosato, las que muestran este aspecto en la región.

La aparición de “ensorgamiento” en los campos, particularmente en aquellos espacios

vinculados a climas templados y subtropicales, como los existentes en el norte de Argentina,

Paraguay y Bolivia, es un tema que puede llegar a implicar el abandono directo de estos

campos, por una cuestión de costos para los agricultores. El enorme potencial del Sorgo de

Alepo para su expansión puede verse en estos campos, donde los ciclos de la maleza se

multiplican por dos o tres generaciones por año, lo que implicaría también una forma de

manejo diferente a la de las Pampas. Los campos “ensorgados” comienzan a ser una imagen

regular en los territorios del norte y son justamente también, un “nuevo pool” de material

genético de la maleza que seguirá ayudando a expandir el problema (Ver fotografía).

Fotografía. Campo ensorgado en la localidad de Villa Angela, Chaco Argentino (Pengue 2007).

Otro agrícola conflicto social que se extiende en relación a los procesos de

intensificación, particularmente vinculado al uso masivo de agroquímicos es el caso de los

llamados “pueblos fumigados”. Este conflicto socioambiental que crece de la misma forma

que se expande la agriculturización intensiva, emerge como una reacción social de la población

directamente afectada de pueblos, pequeñas ciudades y áreas de borde periurbano en los

territorios, especialmente aquellos ubicados en la Región Pampeana. Los casos de

enfermedades atípicas en porcentajes inusuales, informados y estudiados, ponen luz sobre

una externalidad negativa sumamente grave.

Ante esta demanda, de manera tardía y parcial, los mismos Colegios Profesionales de

Ingenieros Agrónomos, el INTA y el Ministerio de Agricultura de la Argentina (2014) y las

Universidades, comienzan a buscar y proponer alternativas productivas “distintas” a las de la

agricultura extensiva en esos territorios.

En este periurbano y áreas de bordes de ciudades, es posible producir y proponer

planteos distintos donde la agricultura familiar y de pequeña escala, encuentra una

oportunidad poderosa para el planteo de producir sin agroquímicos, evitando de esta forma a

la población recibir los impactos de la contaminación aérea o del “mosquito”. Asimismo, los

municipios están legislando y ordenando el territorio para evitar los daños que se producen a

la población.

En este sentido, las Campañas de Pueblos Fumigados, Paren de Fumigar y otras,

emergen desde el propio grupo social afectado y comienzan a hacerse escuchar como así

construir propuestas alternativas, viables y positivas. El “Cinturón Verde Productivo”, una

propuesta de producción de alimentos, de base agroecológica, puede ser una alternativa

viable para los productores cuyos campos quedan en estos espacios de borde, como así

también una fuente genuina de trabajo para la población local (Pengue 2009).

Debemos destacar nuevamente que, en términos ambientales, la calidad del ambiente

en las ecorregiones involucradas (todas las productivas), se ha visto afectado particularmente

por tres procesos: la expansión de la agricultura, la expansión del cambio y boom inmobiliario

de las principales ciudades sobre áreas rurales y sobre incluso áreas naturales y por la logística,

particularmente la expansión de las áreas portuarias, caminos y carreteras para dar salida a la

producción en el contexto de una agricultura de exportación.

En términos de deforestación la demanda por nuevas tierras no se detiene y en el caso

de América Latina, el aumento de tierras para agricultura se explicará en las próximas décadas

por una degradación de los recursos del bosque notable. Los efectos en regiones específicas de

la Argentina (NEA y parte del NOA), que por supuesto ya se extienden al Oriente Boliviano,

Oriente Paraguayo en particular explican parte de este proceso, que no encuentra, a pesar de

la existencia de la legislación vigente una barrera para su contención. Esta contención ha sido

dada no obstante, por las restricciones que el mismo medio ambiente está imponiendo a las

mismas producciones, que lamentablemente siguiendo prácticas insostenibles y bajos precios

relativos de los campos, promueven la deforestación para unas pocas campañas agrícolas, y

luego los abandonan, convirtiéndolos en futuros desiertos. Jorge Morello (2009), en su obra El

Chaco sin bosques: la Pampa o el desierto del futuro advertía con meridiana claridad sobre los

impactos que el acelerado proceso reciente de desmonte y habilitación de tierras generarían

detrás de la producción de granos y carnes.

En la Región Chaqueña de la Argentina, Bolivia y Paraguay, se dan cuenta de conflictos

de intereses que surgen entre los sectores ganaderos, agrícola y forestal en ecosistemas que

“son de bosques” y sus efectos que se manifiestan en distintas jerarquías dependiendo del

nivel de explotación, conflictos que se agudizan en fragmentos de gran biomasa aserrable con

suelos de alta fertilidad como los quebrachales de tres quebrachos (Schinopsis balanzae, S.

Lorentzii y Aspidosperma quebracho blanco), los de quebracho chaqueño y los “montes

fuertes” o montes mixtos de alta diversidad de maderas nobles duras y tánicas entre ellas el

guayacán (Caesalpinia paraguarienses), mistol (Zisyphus mistol), palo piedra (Diplokeleba

floribunda) o los famosos lapachos (Tabebuia impetiginosa) o el urunday (Astronium balansae),

que caen bajo las palas y cadenas de las topadoras.

No hay en la ecorregión del Chaco y sus bordes, bosque nativo que no aloje ganado

mayor y/o menor y los efectos de su concentración aceleran el desgaste del suelo y magnifican

los procesos erosivos. El suelo, sensible, al pisoteo y la actividad maderera encuentran no solo

a la soja entonces, como un factor amenazante para su estabilidad, fuga de nutrientes,

cambios en el microrelieve y los flujos hídricos.

Otro factor importante que está degradando a la región chaqueña, son las

transformaciones antrópicas en ecosistemas naturales y seminaturales con el fin de realizar

movimientos de tierras para hacer aguadas en la zona semiárida y retenciones para riego en

territorios desmontados, o pastizales de cañadas donde se elevan la lámina de agua formando

microcamellones o taipas para las arroceras.

En las últimas dos décadas se han inundado enormes superficies de sabanas, anegadiza

y de tierras firmes, quebrachales y algarrobales para riego en las cuencas medias del Salado,

Dulce, Pilcomayo y Bermejo modificando hábitats, afectando la riqueza biótica y

particularmente la de mamíferos grandes y cavadores entre los que están en peligro de

extinción el tato carreta (Priodontes maximus) o eliminando y acortando cadenas tróficas

esenciales relacionadas con la polinización, dispersión y germinación de semillas.

Los cambios generados por la logística y la infraestructura y el tamaño de los centros

de servicios rurales y pueblos están además afectando y cambiando la modalidad de residencia

de pequeños y medianos productores. La infraestructura en carreteras, que dan cuenta

solamente de la salida de la producción pero que no integran en redes pueblos y ciudades en

una situación que no facilita la integración intrarregional. Otro aspecto importante además de

las carreteras tiene relación con las nuevas redes portuarias y de transporte fluvial. La zona de

Rosafé (Rosario y Santa Fe) concentra la mayor cantidad de puertos privados para la

exportación de granos de toda la región y son básicamente la boca de salida de la Hidrovía

Paraguay Paraná, una autopista fluvial que da salida a la producción de granos, minerales,

metales e ingreso a fertilizantes, petróleo y gas.

Otro cambio drástico derivado del actual modelo sojero-maicero deviene en la intensa

aparición de malezas tolerantes y también resistentes a los herbicidas estrella del modelo

actual de producción. En la obra, Bioinvasiones y Bioeconomía: el caso del Sorgo de Alepo

Resistente al Glifosato (Pengue 2009), alertábamos sobre los enormes costos ambientales y

también económicos en los que derivaría la agricultura de la región si incursionábamos sin

ajustes ni controles en un modelo basado exclusivamente en el consumo de un único o muy

pocos agroquímicos, en este caso, el glifosato. La aparición masiva de malezas resistentes

están poniendo en tela de juicio y particularmente los costos de funcionamiento de todo un

modelo productivo, que la propia agroindustria que moviliza estos cambios, está generando

alertas propias de frente a la situación. Un efecto colateral importante con respecto a este

proceso, es que, de la mano de las tecnologías blandas para controlar malezas (solo usando

glifosato), la misma investigación regional desalentó procesos de seguimiento y control, lo que

redundó en la pérdida de conocimiento y especialmente de una visión sistémica de los

procesos involucrados, de los mecanismos de alerta y de los instrumentos, manejo y

tecnologías para hacer frente a esta creciente expansión. Los expertos en malezas, en muchas

Universidades públicas e Institutos de Investigación, no encontraban cabida a sus

investigaciones y derivaban en otros caminos. Hoy en día, esta investigación recae en las

manos de los propios responsables de la aparición de las malezas, las empresas privadas y que

quienes vinculados, trabajan conjuntamente con ellas, desde los organismos públicos. Las

alternativas y las propuestas de cambio y control, responden a medidas parciales, que

proponen “nuevos eventos” que resistan estas resistencias.

Conclusiones del Informe

La agricultura en los países del Sur de América y especialmente en la Argentina, en sus

distintos niveles tecnoproductivos, está enfrentando un proceso de transformación sin

precedentes.

Este proceso se muestra como una tendencia fuerte de uso de los territorios en el

mediano plazo, que muestra en un escenario medio una mayor presión sobre los recursos y

cambios estructurales no solo en la matriz productiva sino social y ambiental. Un factor

importante vinculado a ello tiene relación con los mercados externos.

Esta agricultura, basada en una economía marrón, extractiva y a pesar de los cambios

tecnológicos introducidos, altamente impactante del ambiente, parece no encontrar freno y

menos aún, conocimiento y espacio en los decisores de políticas. La ignorancia vinculada al

sector, sostenida tanto de un sector como de otro, solo en el hecho de incrementar los niveles

de producción de pocos cultivos, muestra un horizonte de corto plazo en el escenario

productivo o por lo menos en su estabilidad ambiental. El quiebre, dada la feracidad aún de las

tierras pampeanas, está a unas décadas por delante, no así, en el caso de otras ecorregiones

como el Chaco, el Monte o incluso la Patagonia donde lo sensible del sistema, impacta

prácticamente de manera inmediata sobre el proceso productivo (los casos del Chaco y Salta y

la deforestación, cambio climático e impactos ambientales son un claro ejemplo de ello).

Mientras los precios internacionales de los principales cultivos (soja y maíz) y sus

productos derivados (tortas, harinas, aceites, agrocombustibles) sigan en alza, se hace difícil,

en países altamente dependientes, plantearse oportunidades de manejo sustentable integral

de sus agriculturas.

Existen no obstante, en esta agricultura industrial, escenarios de producción que se

acercan a lo que podríamos llamar una sustentabilidad relativa, en términos de ajustes

ambientales puntuales para particularmente, lograr mejores manejos de los cultivos. En ese

sentido, la agricultura de precisión, la de manejo por ambientes, la de integración rotacional,

permite, de alguna manera, mejorar la performance de algunos indicadores productivos. Esto

ha llevado a un engañoso proceso de aparentes mesas de sustentabilidad (por ej., RTSS), que

buscando garantizar algunos indicadores ambientales específicos (contenidos de carbono,

nutrientes, químicos), olvidan importantes pautas sociales y culturales devenidas de prácticas

agrícolas específicas de cada entorno.

No obstante, existen oportunidades de contribuir a buscar en un proceso de

ecologización de la agricultura, incluso la industrial, que ayude a mejorar la performance

ambiental y socioeconómica de los espacios donde esta discurre.

Pero, la mayor oportunidad, para aquellos espacios donde es posible hallar mayores y

mejores oportunidades hacia prácticas de una agricultura sostenible con contexto social,

deriva en la búsqueda del sostenimiento de la agricultura familiar. La enorme diversidad

productiva existente en los cuatro países, muestra que existen en cada cadena productiva,

oportunidades importantes para sostener al hombre y la mujer en el campo.

Pero, para lograr escenarios de este tipo, es imprescindible contar con factores

internos y externos, que de alguna manera sostengan estas posibles oportunidades.

Internamente, los países deberán hacer mayores esfuerzos que les permitan sostener

a sus agricultores en el campo. Para ello, los Institutos de formación y educación deberían

formarse para ello. Trabajar y educar Ingenieros agrónomos, agrónomos, técnicos

agropecuarios, en distintos y diversos cultivos y no en cada vez menos prácticas de educación.

Responder por otro lado, a las necesidades y complejidades de las problemáticas de los

pequeños, medianos agricultores y de los campesinos. Por ejemplo, en la Argentina y en el

Uruguay, prácticamente ha sido nula la formación y educación de los agrónomos en este

sentido. La Facultades de Agronomía y los INIAs siguieron un modelo global apuntando

exclusivamente a la formación de técnicos que promovieran las producciones de

exportaciones y no modelos de chacras y establecimientos diversificados.

Asimismo, la principal variable a trabajar pasa por los estudios vinculados y apoyo

productivo en términos de los canales de comercialización.

El cuello de botella de la producción agropecuaria regional no sería tanto lo técnico

sino la garantía de sistemas de comercialización y alternativas eficientes de estas nuevas

agriculturas.

Creación y apoyo a los mercados de cercanías. Promover mayores cantidades de

mercados en las áreas de borde urbano. Construir y promover cordones de “seguridad”

productiva, sin agroquímicos en la periferia de los bordes los pueblos y ciudades. Grandes

superficies se ganarían para una producción más sustentable, sumando a mayores cantidades

de productores y garantizando calidad y nutrición a los pueblos y ciudades. Es llamativo que

los “cinturones verdes” estén en manos también de grandes grupos en general y estos

dominen el mercado de hortalizas y frutas. Dar transparencia a estos mercados, es otra

asignatura pendiente.

La situación de los “pueblos fumigados” en los cuatro países que están recibiendo una

carga creciente de agroquímicos y fertilizantes, que contaminan el ambiente y afectan la salud

de la población es una cuestión que, merced a la lucha de los movimientos sociales y la

generación de primeros informes científicos avalando los impactos ambientales y a la salud,

obligan a la proposición de cambios productivos en el borde de estos espacios urbanos. La

realización de un Escudo Verde Productivo, que genere productos de calidad agroecológica,

con certificación desde la economía social y solidaria, facilite el mercado local disminuyendo

emisiones y a su vez, brinde a los dueños de esos campos, una salida económica y productiva

es una alternativa muy interesante a proponer y a incorporar en las políticas nacionales que

apunten a la seguridad alimentaria, la disminución del impacto ambiental y la lucha contra el

cambio climático.

La Argentina aún no ha planeado activamente un ordenamiento ambiental territorial

participativo, que es imprescindible. Este ordenamiento deberá tener una proyección de

escenarios de, al menos 50 años, con el fin de dar orden a los territorios y definir técnica y

productivamente los espacios donde en cada ecorregión es posible o no producir, qué

productos, pero en particular en qué contexto y espacio como así también, sus relaciones con

el entorno natural y social. Mientras no exista un ordenamiento ambiental integral, y

solamente las cuestiones se rijan por medidas parciales, el riesgo de perder espacios

productivos y escenarios naturales, seguirá siendo muy alto.

Los fondos de las retenciones como en el caso de la Argentina, podrían reinvertirse en

programas de desarrollo rural integral, que fortalezcan capacidades regionales y la estabilidad

del hombre y la mujer de campo en sus lugares de vida, en el interior profundo. La agricultura

industrial, pone semejante presión por la tierra, que las migraciones y ventas de tierras (ahora

a precios altos), se convierten en un negoció pero en un vaciamiento brutal del territorio

regional.

Respecto a los factores externos, es muy difícil ordenar los mercados externos pero si,

contribuir a encontrar canales posibles de circulación de los bienes rurales desde la región.

Para el caso de la agricultura industrial, seguramente los procesos de certificación y

salvaguardas ambientales y sociales, irán creciendo a medida que la demanda responsable,

tome cuenta de los impactos producidos por su requerimiento de granos y fibras en términos

insostenibles. Posiblemente, en lugar de buscar precios bajos para sus propios consumidores,

será importante considerar la incorporación de las “externalidades” producidas por esta

agricultura e ir incorporando los costos ambientales y su pago y reconocimiento de los

impactos producidos (por ejemplo, agua, nutrientes, cambios del paisaje).

Con respecto a la circulación de bienes de la agricultura de base familiar, lo primero

que deberá ocurrir es el fomento de la construcción de escenarios de seguridad y soberanía

alimentaria local y la integración luego de los excedentes a los canales regionales y globales y

no antes. Procesos de certificación de esta agricultura, en términos de garantizar estas

producciones también deberían realizarse. Pero no, como actualmente sucede con la costosa

certificación de la agricultura orgánica, que responde al igual que los mercados monopólicos

industriales. Si no, a través del fomento de un proceso de certificación participativa, en el que,

las Universidades, los INIAS, las Cooperativas, los Organismos de Consumidores, den una

garantía cierta a esta opción. Lo otro, orgánico o industrial, responde a un mismo modelo de

concentración productiva y hace igualmente a productores pequeños y medianos

dependientes de uno u otro negocio.

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CV del Autor

Dr. Ing. Agr. Walter Alberto Pengue

[email protected]

Director del Programa de Posgrado en Actualización en

Economía Ecológica. Coordinador del Área en el GEPAMA, FADU, UBA. Profesor Titular (por

concurso) Area Ecología, línea Economía Ecológica, Universidad Nacional de General

Sarmiento. Instituto del Conurbano. Ingeniero Agrónomo (con especialización en genética

vegetal, UBA) y Magíster en Políticas Ambientales y Territoriales de la Universidad de Buenos

Aires, UBA. Doctor en Agroecología (Universidad de Córdoba, España, UE).

Es miembro científico del Panel Internacional de los Recursos (Resource Panel) del Programa

de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP/PNUMA) y Cochair del Grupo de

Trabajo sobre Suelos global.

Profesor de grado y posgrado de Economía Ecológica y disciplinas vinculadas, tanto en

universidades nacionales como extranjeras. Es miembro del Consejo Científico de la Sociedad

Internacional de Economía Ecológica y de su Board Mundial, ISEE. Ex Presidente (2008-2010)

de la Sociedad Argentino Uruguaya de Economía Ecológica, ASAUEE. Conferencista

internacional sobre temas ambientales y recursos naturales. Autor de varios libros sobre

cuestiones ambientales, con el apoyo de UNESCO y PNUMA, capítulos de libros y documentos

científicos sobre los impactos económicos y ecológicos de los procesos de transformación

tecnológica Escribió “La apropiación y el saqueo de la naturaleza. Conflictos ecológicos

distributivos en la Argentina del Bicentenario” (Lugar Editorial, 2008). En 2009 publicó

Bioinvasiones y Bioeconomía (FLACSO) y Fundamentos de Economía Ecológica (Editorial

Kaicron, Buenos Aires). En 2012, publicó Los desafíos de la Economía Verde (Editorial Kaicron,

Buenos Aires) y en 2013 “Nuevos Enfoques de la Economía Ecológica” (Lugar Editorial, Buenos

Aires).