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DR. LEOPOLDO CORTEJOSO

LA APORTACIÓN DE LOSMÉDICOS ESCRITORES A LALITERATURA ESPAROLADEL SIGLO DE ORO

PUBLICACIONES MEDICAS BIOHORM. - SECCIÓN: MEDICINA E HISTORIA | N.° R.Í B. 1023-63 | D. L: B. 27541-63 | EDITORIAL ROCAS. - DIRECTOR: DR. MANUELCARRERAS ROCA. COLABORAN : DR. AGUSTÍN ALBARRACIN - DR. DELFÍN ABELLA - PROF. P. LAiN ENTRALGO - PROF. J. LÓPEZ IBOR-DR. A. MARTIN DE PRA-DOS-DR. CHRISTIAN DE NOGALES-DR. ESTEBAN PADROS - DR. SILVERIO PALAFOX - PROF. J. ROF CARBALLO - PROF. RAMÓN SARRO - PROF. MANUEL USAN-DIZAGA-PROF. LUIS S. GRANJEL-PROF. JOSÉ M.§ LÓPEZ PIÑERO-DR. JUAN RIERA-PROF. DIEGO FERRER-DR. FELIPE CID-DIRECCIÓN GRÁFICA: PLA-NARBONA

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De esta edición se han separado cien ejemplares

numerados y firmados por el autor.

Ejemplar n-° é^%f^l

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DR. LEOPOLDO CORTEJOSO

LA APORTACIÓN DE LOSMÉDICOS ESCRITORES A LALITERATURA ESPAÑOLADEL SIGLO DE ORO

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LAMINA DE LA PRIMERA EDICIÓN DE «LA PICARA JUSTINA-

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S u m a r i o

Medicina y Literatura. — En torno al Siglo de Oro. •— Escritores médicos y médicos escritores. •— Inventarioantológico. — Los poetas. — Los narradores. — Prosa didáctica y ascética. •— La dramaturgia, ausente. —Huella fecunda. — Fieles a sí mismos. — Una mirada al exterior. — Punto final.

Medicina y Literatura.

De algunos años a esta parte, viene especulándose en ciertos sectores con la idea de que el médico de hoy, porrazones no difíciles de desentrañar, está inclinándose cada vez con más ahínco al cultivo de las bellas artes, enespecial la literatura. De aquí que se hayan puesto de manifiesto afinidades y contactos, y que se pretenda inter-pretar el fenómeno por algunos como consecuencia lógica de un hecho natural: la de ser, el médico, figura rec-tora de nuestro tiempo. «En realidad no se trata más que de una relación natural, impuesta por la vida, y queencierra algo maravilloso como todo lo vital», ha escrito Karl Eiland en Europaische Literaturj aludiendo aeste maridaje literatura-medicina. «Un médico que no hace literatura —declaraba no hace mucho el comedió-grafo Alfonso Paso— está incompleto. Un escritor que no se interesa por los problemas médicos está, asimismo,incompleto». Se podrían multiplicar las citas de forma prodigiosa, echando mano de textos de Azorín, de Ma-rañón, de Somerset Maughan, de Kerner, etc. Mas no parece necesario. Vale la pena, sin embargo, formularseesta pregunta : tal relación, ¿es cosa de nuestros días verdaderamente, o se dio, con más o menos vitalidad, enépocas anteriores?Médicos escritores, o escritores médicos, les hubo siempre, y en algunos momentos de excepcional valía comohemos de ver más adelante, concretando la búsqueda a nuestros siglos xvi y xvn. Tan antiguo es este mari-daje literatura-medicina, que hay quien supone, apoyándose en textos mitológicos, que siendo Apolo dios dela poesía y padre de Esculapio, nuestro ilustre predecesor, poesía y medicina tenían que estar, por fuerza,vinculados en estrecha hermandad. Por otra parte, el saber médico se expresó en forma poética en tiempos re-motos, como el saber filosófico. Mas no es esta forma de literatura, nutrida fundamentalmente de conjuros einvocaciones, la que hoy puede tener una autenticidad representativa. Y menos, desde luego, la que cabe exponercomo ejemplo.

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Bien. Convengamos en la existencia indiscutible a lo largo de los siglos de esta realidad, de esta coyunda quealgunos han tomado, si no por moda novísima, al menos por cosa de nuestro tiempo. Pero ocurre que tambiénla medicina, en sus variopintos aspectos, interesó siempre al hombre de letras, llámesele poeta, narrador, en-sayista o como quiera llamársele. Justamente en sus textos hemos buscado y buscamos aún todo aquello que nospermite un mejor conocimiento del arte de curar, y no de otro modo se ha ido haciendo, en parte, la historiade nuestra ciencia. Los escritores de todos los tiempos, por consiguiente, han venido haciendo una aportaciónvaliosa al saber médico actual, siquiera esta aportación se reduzca la más de las veces a facilitarnos la recons-trucción histórica del arte de curar. Con conciencia de lo que hacían o ignorantes de la ayuda que nos iban aprestar, que este es otro problema. Ahí están, para citar unos pocos ejemplos, las ideas sobre la melancolíaen la obra de Santa Teresa, las ideas biológicas del P. Feijóo, desentrañadas sagazmente por nuestro llorado Mara-ñón, la tipología psiquiátrica, tan abundante en la obra cervantina... Historia de la medicina, y algo más, bas-tante más que historia, nos brinda la lectura atenta de tantas y tantas obras maestras. Y yo me pregunto denuevo : frente a esta aportación de los escritores no médicos, ¿ qué han hecho los médicos escritores por engran-decer la literatura ? ¿ Hay una justa correspondencia entre lo que ellos nos han legado y lo que el médico escritorha dejado en sus libros, de auténtico valor literario?

Por lo que se refiere a nuestro Siglo de Oro, etapa cumbre de la literatura hispánica, vamos a tratar de respon-der a esta interrogante.

En torno al Siglo de Oro.

¿Siglo de Oro o Edad de Oro? Ni hispanistas ni eruditos en la materia se han puesto todavía de acuerdo en ladenominación. Y menos aún en lo relativo al espacio de tiempo que la misma debe abarcar. G. Díaz Plaja hablapor eso de dos siglos de oro, mientras que otros autores, como L. Pfandl y G. Bleiberg, prefieren referirse auna «edad de oro» de límites quizá más vagos pero más de acuerdo con la realidad. «Los españoles —ha escri-to el hispanista alemán— gustan de llamar Siglo de Oro a la época más brillante de su pasado, pero no están deacuerdo sobre cuál de los dos siglos de los Habsburgos merece en realidad la primacía.»Lo que ocurre, realmente, es que se involucra lo que es auge literario con lo que se debe históricamente al esplen-dor imperial. Y no es fácil separar la historia política de la literaria, aunque L- Pfandl opine lo contrario. Entodo caso el nombre es lo de menos puesto que no implica la existencia de un movimiento espiritual, de un es-tilo, sino de un paréntesis de tiempo en el que se inserta, eso sí, la llamarada renacentista. Aunque si bien semira, lo renacentista español, como ha escrito José M.a Valverde, se desentiende de lo que no tiene un interésético o religioso. Características de esta etapa van a ser el humanismo devoto, la influencia de Erasmo, por unaparte ; el desequilibrio psicológico, la violencia, el realismo, por otra. No parece demasiado atrevido decir que,en este punto, entre el misticismo y la picaresca va a oscilar, como un péndulo, vista a través del prisma lite-rario, la vida española de esa Edad de Oro.Y ¿entre qué límites circunscribirla? Algunos quieren remontar nada menos que al reinado de los Reyes Ca-tólicos su punto de arranque ; otros pretenden encerrarla en la segunda mitad del siglo xvi y la primeradel XVII ; de 1500 a 1700 la fija Díaz Plaja ; ¿a qué carta quedarnos? Podríamos decir en términos médicos ycomo si de una fiebre se tratase, que habrá tenido, sin duda, una fase ascendente, otra de acmé, y por último unperíodo de declinación. Parecen además muy atendibles las razones que da L. Pfandl, supuesto que la lírica y lamística del siglo xvi, tienen tanto valor como el drama y la novela del XVII. Por tanto, las fechas límite puedenencajar muy bien entre el principio del reinado de Felipe II y la muerte de Calderón : es decir, de 1550 a 1680.A estas fechas aproximadas quisiera ceñirme al considerar la cronolgía y la obra literaria de los escritores mé-dicos objeto de este estudio.

Escritores médicos y médicos escritores.

También al barajar estos vocablos se puede plantear alguna interrogante. ¿Médico que «además» hace literatu-ra, o escritor nato que por azar o por equivocación «hace» medicina? ¿O médico auténtico, sin reservas de nin-guna clase, que en el quehacer literario encuentra el complemento a su vocación ? De todo hay en la viña del Se-ñor y la historia está llena de ejemplos significativos. En 1945, Velasco Pajares abordó ya esta cuestión poniendocomo ejemplo de escritor médico a Marañón y de médico escritor a don Pío Baroja. Pero las cosas no son, a mientender, tan sencillas. El médico, por su formación cultural, por su experiencia de la vida, por su sensibilidadestética, puede escribir con galanura y de hecho lo hace muchas veces, hasta cuando redacta una historia clí-nica interesante. Sobrepasar estos límites y abordar la creación de un drama, un poema o una narración ya esotra cosa.Esta consideración es la que me mueve a hacer distingos en este caso, con mucho mayor motivo cuanto quese trata de valorar no sólo lo que determinados escritores han tenido de médicos y al revés, sino además, y muysingularmente, lo que han aportado como tales escritores a la historia de la literatura. Su experiencia comohombres que se han enfrentado a menudo con el dolor y la muerte, podrá haberles servido más o menos, llegado

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el momento de concebir y realizar la obra literaria, no es fácil ahondar en tales misterios. Pero lo cierto es que,siendo médicos y viviendo a costa de la medicina, desempeñaron un airoso papel como poetas, narradores o en-sayistas. Esto es lo que importa y lo que me mueve a no dejarles, como tales escritores médicos entiéndase bien,en un segundo plano.

Inventario antológico.

Ya en el mismo umbral de esta Edad de Oro que nos hemos permitido acotar, nos encontramos con tres nombrestan importantes en la historia de la medicina como en la de la literatura : son Luis Lobera de Avila, FranciscoLópez de Villalobos y Andrés Laguna. Muere Villalobos justamente cuando empieza a reinar Felipe II, pero¿ cómo apartarle de esta pléyade ilustre, cuando puede decirse que es el más polifacético de los escritores mé-dicos del siglo XVI ? Como poeta, incluso místico, como narrador, como humanista, traductor además de unacomedia de Plauto, su derecho a figurar en un estudio como el presente es indiscutible. Cronológicamente apare-cen después, sin que se puedan precisar con exactitud sus fechas de nacimiento, Pedro de Soria, Pedro Sanchez de Viana, Francisco Martínez Polo, Agustín Collado del Hierro, y algún casi desconocido, como LuisBezón, nacido en la diócesis de Astorga, todos ellos poetas, aunque alguno como Sánchez de Viana cultivaratambién un género que podríamos llamar ensayo.Lo cierto es que, en contra de lo que pudiera suponerse a primera vista, en ese tránsito fecundo de los si-glos xvi al xvn, los escritores médicos son tantos, que se hace preciso catalogarles por el género cultivado. Así,entre los poetas, aparte de los citados, nos encontramos con Cristóbal Pérez de Herrera, el fundador del Hos-pital General de Madrid, recientemente clausurado, Alonso Pérez, «el Salmantino», Alonso López Pinciano, deValladolid, Jerónimo Gómez de la Huerta, Miguel de Silveira, de ascendencia portuguesa, y el magnífico LuisBarahona de Soto, uno de los más conocidos y cuyas composiciones figuran en importantes antologías. Esto sincontar a Jerónimo de Virués, hermano del famoso Cristóbal, a quien N. Mariscal señala como humanista ypoeta, pero de quien no se encuentran más que referencias personales.En el campo de la literatura narrativa, aparte de Villalobos y de Andrés Laguna, quien desde los trabajos im-portantísimos del hispanista M. Bataillon pasa por ser el autor del Viaje a Turquía, atribuido a Cristóbal deVillalón, hay que contar, sin olvidar tampoco a Alonso Pérez, «el Salmantino», nada menos que con cuatro de losmás esclarecidos autores de novelas picarescas : Mateo Alemán, Francisco López de Ubeda, el doctor Carlos Gar-cía, y Jerónimo de Alcalá. La proporción, dentro de los que cultivaron tal género, es en realidad muy significa-tiva. Sin contar con que el famoso Estebanillo González, hoy por hoy de paternidad desconocida, pudierahaber sido escrito también por algún médico, ya que su autor debió practicar en un hospital de Ñapóles.Por fin, y ya en el terreno de un humanismo casi siempre filosófico, otras veces moralizador e incluso ascético,la búsqueda nos proporciona sobrados elementos como para considerar a estos hombres, dentro del marco literariode su tiempo, ensayistas de excepcional categoría. Recordemos el Banquete de nobles caballeros, de Loberade Avila, el Diálogo de la Montería, de Barahona de Soto, los Equívocos morales, de Sánchez de Viana, los Pro-blemas de Villalobos y los Discursos de Pérez de Herrera. Y agreguemos a esto, con la aportación de nombresno citados hasta ahora, la obra de Francisco Sánchez, «el Escéptico», la Antoniana Margarita, de Gómez Pe-reira, el Examen de los Ingenios, de Huarte de San Juan, los trabajos de Jerónimo Gracián, de Nicolás Monar-des, y de don Miguel Sabuco, el que puso su Nueva Filosofía de la naturaleza del hombre bajo la paternidadde su hija. Como puede observarse, la sola enumeración de este inventario antológico hace del mismo un capí-tulo muy estimable de la historia de nuestra literatura. Veamos ahora, aunque faltos de espacio y de sosiego paraun estudio de mayor envergadura, algunas características de la obra literaria de estos escritores médicos.

Los poetas.

Como era de esperar —y tal cosa ocurre siempre en el análisis de un grupo, de una época determinada, de unageneración literaria— junto a nombres de excepcional valía, hay otros a los que podemos definir como poetas «me-nores», siquiera esta minoría se mantenga dentro de una dignidad muy decorosa. Por lo demás, en esta poesía delos escritores médicos de los siglos xvi y xvn hay de todo, como puede advertir el lector que se adentre por talespredios. Desbordamiento lírico, simple descripción, intención panegírica, ascetismo... Si bueno es preguntarse,como lo hacen determinados críticos, hasta qué punto es sincera la poesía de un pueblo, no resulta un despro-pósito formularnos la misma interrogación de cara al modo de hacer de unos poetas que además son médicos.Y, en efecto, si a no dudarlo hay en ellos alguna muestra de poesía convencional, también es verdad que lamayor parte de lo llegado hasta nosotros revela un lirismo elevado y trascendente, salido del más puro hontanarde la naturaleza humana. Por otra parte, ni en la métrica ni en la temática, es decir ni en la forma ni en el fon-do, desentonan estos poetas de los líricos de su tiempo. Sienten y escriben, inmersos en los problemas espi-rituales de su siglo, sin otras limitaciones que las que su propia genialidad les impone. Su léxico, su riquezaimaginativa, su simbolismo metafísico, su artificio poético en una palabra, luchan siempre por encontrar el ca-mino de la perfección.

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BLASÓN DE LOS LAGUNA SEGOVIANOS | i r "n i i i

Para corroborarlo, nada mejor que inaugurar este álbum de citas releyendo la famosa Canción de la muerte,que escribiera, ya en su senectud, Francisco López de Villalobos :

Venga ya la dulce muerte, Quédense con sus cuidadosCon quien libertad se alcanza : Y con su vida importuna.Quédese a Dios la esperanza Y, pues, al fin se convierteDel bien que se da por suerte. En vanidad la pujanza,Quédese a Dios la fortuna Quédese a Dios la esperanzaCon sus hijos y privados ; Del bien que viene por suerte.

De estos versos, que nada tienen que envidiar a los de la mejor apologética de su tiempo, a los didácticos conteni-dos en el Sumario de la Medicina, donde alude Villalobos a las «pestíferas bubas», media sin duda una grandistancia. L,a que existe también entre el combativo ardor de su madurez profesional, de su vida de médico en-tre los peligros de la Corte, y el amargo escepticismo de las horas vividas en su retiro de Zamora, sin otra metaya que el perdón definitivo de los pecados. Mas, a pesar de todo, en esta otra poesía descriptiva, tan ligadaa su actividad profesional —«Sobre las contagiosas y malditas bubas» escribe textualmente—, no deja de adver-tirse cierta pasión, cierta vehemencia, que le salvan de caer en la rutina de quien dicta un saber escolástico.Veamos, por ejemplo, lo que dice en una de las 437 estrofas de que consta el poema :

Fue una pestilencia no vista jamás la cual hace al hombre indispuesto y gibado,en metro ni en prosa, ni en ciencia ni estoria : la cual en mancar y doler tiene extremos,muy mala y perversa y cruel sin compás, la cual escurece el color aclarado,muy contagiosa y muy suzia además, es muy gran bellaca y así ha comenzadomuy brava y con quien no se alcanza vitoria ; por el más bellaco lugar que tenemos.

En 1498 se había publicado ya este poema de Villalobos alusivo a la sífilis ; hasta 1530 no había de ver la luzel de Jerónimo Fracastoro, titulado Siphilis sive morbus gallicus, dedicado al cardenal Pedro Bembo. Mas antesde que Villalobos se ocupara de tales bubas había aparecido, escrito en latín, el libro De pudendagra seu de mor-bo gallicOj de Gaspar Torroella, que fue obispo y médico de los Borgia, dicho sea en honor a la verdad respectoa la primacía del tema, lo que no afecta para nada a la condición de poeta de nuestro Villalobos.En su obra L'Espagne au XVI et XVII siécle (Heilbronn, 1878) reproduce M, Morel-Fatio una Canción deVillalobos, muy poco conocida, que es una muesta bellísima de su alta calidad poética. Se titula A una partida,y dice así:

Ved lo que os duele no os ver, que, aunque la vuelta sea luego,quen la partida, el esperanza es ya larga,la esperanza de la vida Pues ¿quién podrá sosteneres el volver. mal tan largo en corta vida,Y en ausencia tan amarga siendo cierta la partidatrayo tan perdido juego, y no el volver?

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ESCUDO DE LAGUNA EN EL QUE SE VE EN LA y^OP^f^^^/^rT^ fO /<Q^N ^97TS^?P^T\PARTE SUPERIOR EL SANTIAGO PEREGRINO VO¿5ÍH<^r^^

FIRMA DE LAGUNA, ENCONTRADA POR DON M 1 ^ ^ ^ ̂ ^^^^^^^^M WZmfáSr^rJUAN DEVERA EN UNA ESCRITURA ¿~ m lllS \— ((^2lO^2^/ MtSfk "

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Lejos, muy lejos, nos llevaría el análisis de la obra poética de este hombre de quien algunos, al igual que ocurrecon Quevedo, recuerdan más sus muestras de vivo ingenio, su vena satírica y aún chocarrera —como la respues-ta al Almirante de Castilla a propósito de su judaismo— que su poesía intensamente subjetiva e imperecedera.Poeta menor, comparado con Villalobos, se puede considerar a Andrés Laguna, el segoviano universal que, comomédico, dejó huella profunda en la historia política de Europa. Su labor poética, ciertamente, debió ser escasa.Al menos, lo único que de él han recogido los eruditos es el poema titulado A una parra, invectiva que escribió,según confesión proma, a instancias de un galán enamorado a quien cierta parra, creciendo y trepando por lapared, llegó a cegar la ventana por donde solía asomarse la mujer de sus sueños. ¿Quiso eludir, con esta expli-cación, lo autobiográfico ? El caso es que el poeta comienza diciendo :

Parra, por mi mal nacida, Tu beldad y tu verdura,que ansí me tienes mi amor que se deleita en me dareclipsado, aflicción,de camellos seas pacida se convierta en negregura,y tu tronco en su vigor y véala yo tornarsea talado. en carbón.

El poema, que consta de diez estrofas, tiene méritos más que suficientes para figurar en cualquier antología.Y, desde luego, con más o menos obra realizada, —acaso perdida— al gran humanista que fue Andrés Lagunadebe tenérsele también por poeta, y no mediocre.Últimamente, en cambio, asistimos a una revalorización poética de Luis Barahona de Soto, a quien como mé-dico apenas se le recuerda. Es posible que fuese uno de tantos «físicos» como ejercieron su oficio en la geogra-fía peninsular, pasando por el mundo sin pena ni gloria. Lo cierto es que desde Archidona, donde ejercía,su nombre hizo mella en el espíritu de su tiempo, y buena prueba de ello es lo que narra Cervantes en el capítuloonceno de la primera parte del Quijote. Es la escena en la cual el barbero, ejemplo de ignorantes, se dispone aarrojar al fuego un libro que se titula Las lágrimas de Angélica. El cura le detiene a tiempo, sosteniendo que el li-bro merece ser indultado de aquel auto de fe. Y lo razona diciendo que su autor «fue uno de los famosos poetasdel mundo, no solo de España, y fue felicísimo en la traducción de algunas fábulas de Ovidio». Pues bien, esteautor de Las lágrimas de Angélica, no fue otro que Luis Barahona de Soto.Las Lágrimas de Angélica es, en realidad, un poema novelesco, basado en un episodio del Orlando Furioso, deAriosto, y en él se narran los amores de Angélica y Medoro. Tiene el poema, eso sí, una gran fuerza plástica,una riqueza de colorido en las descripciones que ha llamado la atención de los críticos, pero resulta imposiblepor su extensión, traerle aquí, ni siquiera fragmentariamente. Barahona de Soto, sin embargo, dejó una produc-ción tan escogida como copiosa —églogas, sonetos, tercetos, elegías, villancicos...—, y por citar una muestrade su alta categoría lírica, traigo a colación este Villancico que revela, de paso, la fe de estos médicos españolesdel siglo xvi:

Hombre y Dios, manjares dos, con su vida me convida,uno son, y en tal comida por mi vida, el que es mi Dios.

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Dos naturalezas son, que esto es vida y nos conviday un manjar sencillo fue, con su vida el que es mi Dios.y echadle salsa de fe ; Hombre y Dios, manjares dos,que no vale aquí razón. uno son, y en tal comidaSi no os diese gusto a vos, con su vida me convida,enferma tenéis la vida ; por mi vida, el que es mi Dios.

Tampoco le anda lejos en religiosidad este Jerónimo Gómez de la Huerta, que nació en Escalona en 1568 y mu-rió en Madrid, tras haberse hecho médico en Valladolid y ejercer en Arganda y Valdemoro, llegando a ser mé-dico de cámara con Felipe IV. Traductor de Plinio, su fama no debió ser escasa cuando Lope de Vega le elogiasin reparo en El laurel de Apolo, llamándole «docto médico Febo». El Florando de Castilla, al que subtitula«Lauro de caballeros» es su gran obra poética (Alcalá de Henares, 1588) y de este magnífico poema, muy ex-tenso, recojo este fragmento titulado Miseria de la vida :

¡ Oh triste vida, de miserias llena, la sujección que tienen a los males.tiempo engañoso, humana desventura, ¡ Ay vano entendimiento, ay, ay, memoria,sujeta al daño que fortuna ordena, necios sentidos, loca fantasía,vida de bien ajena, que la engañosa gloriaque hermosa gloria y bien nos asegura os pone olvido de que sois mortales,por dar al revolver mayor tormento! y a todo desvaría ;Ya la flaqueza siento no quiero, vida, más entretenerte,de tus regalos vanos, que no eres vida, vida, sino muerte!y veo en los humanos

De todos modos, ésta es una muestra muy pobre para dar idea de la poética grandeza que encierra el Florando.Gómez de la Huerta merecería indudablemente un más reposado estudio, una glosa más atenta de su obra líri-ca. No se trata aquí, en todo caso, sino de mostrar lo que estos escritores médicos hicieron para realce de laliteratura de su tiempo. Magníficos son también, por ejemplo, los versos amorosos del Canto a la pastora Alcina,y que comienzan así:

¡ Ay suspiros!, no os canséis hasta que dentro, en el pechode volar en mi provecho donde tengo el alma, entréis.

Hay, como hemos podido ir viendo, una extensa gama subjetiva en la obra poética de los escritores médicos delSiglo de Oro. Poesía ascética, filosófica, satírico-política, elegiaca, amorosa... Observando la métrica, nos en-contramos por igual con silvas, canciones, romances, cantatas, sonetos... De Alonso Pérez, conocido en su tiem-po por «el Salmantino», amigo de Montemayor, de cuya famosa Diana escribió una continuación no muy ce-lebrada, es este soneto amoroso que nada tiene que envidiar a los más divulgados del género :

Búrleme con amor, amor conmigo : Andad-os pues a burlas, amadores,burlábame yo del, quedé burlado ; con ese dios Cupido, niño ciego,no consiente el rapaz ser ultrajado y veréis si su burla es mala o buena,que, aunque niño, es de burlas enemigo.

Pensando haber placer, habréis dolores ;De las veras de veras es amigo ; habréis por agua fría vivo fuego :mis burlas en sus veras han parado ; escarmentad pues ya en cabeza ajena,si de burlas amor está pagado,mi corazón de veras es testigo.

Por cierto que a este Alonso Pérez le ocurrió con su Diana —continuación de la de Montemayor como queda di-cho— lo contrario que a Barahona de Soto, y es que el cura de la novela cervantina, al hacer el expurgo de la bi-blioteca de don Quijote, la condenó al fuego sin contemplaciones. Valga esta anécdota literaria para justificarla notoriedad que alcanzó en su tiempo, notoriedad que se refiere a su condición de escritor, ya que como mé-dico no ha dejado rastro.Tampoco le dejó, la verdad sea dicha, este otro Agustín Collado del Hierro, que debió vivir en el siglo xvi,sin que se conozcan de él otros datos biográficos. Rejuvenecedor de mujeres hermosas lo fue al menos para Lopede Vega, pues en El Laurel de Apolo, y refiriéndose a su poema de corte clásico Teó genes y Clariquea, diceel prolífico Lope :

Hermosa Clariquea, su verso en vuestra prosa esmalte de oro!más debéis a su pluma que a Heliodoro : Que más vuestro galán, favorecido¡ oh, permitid que sea Collado, que Teógenes ha sido ;

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pues siendo tan antigua os ha quitado que no hay tales ¿servicios y placereslos años con haberos remozado, como quitar la edad a las mujeres.

Este elogio de Lope de Vega, hombre que no escatimaba la censura cuando era menester, nos permite pensarque Collado del Hierro fue un poeta estimable. Como lo fue, sin duda, Cristóbal Pérez de Herrera, y éste sí quedejó huella en la historia de la Medicina, pues aparte de ser persona que ejerció con un profundo espíritu carita-tivo, fundando un albergue para menesterosos con el producto de sus ganancias como médico, llegó a protomédicode galeras y médico de cámara de Felipe III, asegurando Nicolás Antonio que antes lo había sido de su padre,Felipe II. Sus Proverbios morales sobre todo, que nada tienen que ver con lo$ de Sem Tob, se han granjeadocumplida fama, siquiera en un tiempo de tan abundosa literatura moralizadora no lleguen sus tercetos a eclipsarotras muestras de poesía parigual. Al menosprecio de las cosas caducas y perecederas de este siglo dedica Cris-tóbal Pérez de Herrera unos versos que se inician de este modo.

Cierra los ojos, hombre, a los placeres No ordenes ramilletes y manojosde este valle de lágrimas y enojos de flores, que otras más purpúreas rosassi a los de eterna vida abrirles quieres. de alegre vista esperan ver tus ojos.

No es posible recoger en un trabajo como el presente, la vasta producción poética de unos escritores médicos quevivieron en un tiempo en el cual hasta los reyes y los prelados se permitían el lujo de familiarizarse con las mu-sas. Pero evoquemos aunque sólo sea el nombre de Francisco Martínez Polo, gran poeta latino castellano segúnmi maestro Alonso Cortés, aparte de llegar a catedrático de Prima de Medicina en Valladolid ; al canario Anto-nio de Viana, elogiado también por Lope de Vega y que, después de abrazar la carrera eclesiástica, se hizomédico en Sevilla, autor del libro Antigüedades de las Islas Afortunadas. Conquista de Tenerife3 poema editadoen Córdoba en 1604 ; al ya citado Luis Bezón, de la diócesis de Astorga ; a Alonso López Pinciano, a Pedro Sán-chez de Viana y a Pedro de Soria, celebrado este último por Cervantes y por Lope, todos ellos vallisoletanos ;a Miguel de Silveira, por último, que estudió primero en Coimbra y luego en Salamanca, poniéndose al ser-vicio del duque de las Torres y marchando con él a Italia cuando fue nombrado virrey de Ñapóles. Si de todosellos puede decirse que no sobrepasaron la categoría de poetas menores, también es cierto que en otra época notan saturada de valores literarios, hubieran alcanzado renombre y estima. De la Filosofía antigua poética, porejemplo, escrita por López Pinciano, se ha dicho que es la única obra del siglo xvi que presenta lo que puedellamarse «un sistema literario completo», a despecho de que esté inspirada en la Poética de Aristóteles. Juicioscomo éste eximen de la difícil tarea de buscar argumentos que justifiquen la importancia de la obra literaria deestos médicos poetas. Al menos, cuando de lo que aquí se trata es de atestiguar el derecho de estos hombresa figurar entre los que contribuyeron a dar esplendor a la literatura española de los siglos xvi y xvn.

Los narradores.

Adentrémonos ahora por los vericuetos de la prosa, y estimando como lo más asequible a la popularidad el géne-ro narrativo, veamos la huella que han dejado los escritores médicos objeto de este estudio.Sin duda alguna, a los ojps de la crítica moderna, tal huella es profunda, aunque de valor desigual. Y abar-ca, por supuesto, diferentes estilos. En unos casos se trata de la novela pastoril, cultivada con poca fortuna porAlonso Pérez, «el Salmantino» ; en otros la anécdota y el cuento matizados de un punzante humorismo,como sucede con los relatos dialogados de López de Villalobos ; en alguno más se advertirá la fina sátira eras-miana, bien asimilada al parecer por Andrés Laguna, autor, según Bataillon, del Viaje a Turquía ; sin que faltela narración seria, documentada, impregnada de ascetismo, como ocurre con algunos relatos del P. JerónimoGracián, médico también, y mucho menos la novela de costumbres —de malas costumbres ya que a la picares-ca se refiere— y que tiene su más honrosa representación en las novelas de Mateo Alemán, de Francisco Ló-pez de Ubeda, del doctor Carlos García y de Jerónimo de Alcalá, pues aunque Torres Villarroel es integradopor los historiadores de la literatura en este género, cae fuera de este estudio por haber nacido con posteriori-dad a la muerte de Calderón.El más desafortunado de estos autores, como escritor se entiende, parece ser Alonso Pérez, «el Salmantino»,cuya segunda parte de la Diana de Montemayor se le antoja a L. Pfandl carente de fantasía y pobrísima de im-pulso poético. En realidad la novela pastoril es un género híbrido, falso, carente del más elemental realismo, yesto no le va al observador de la naturaleza, aunque L. Pfandl intenta denigrar a Alonso Pérez llamándole me-dicastro y no médico. De todos modos es evidente que el encanto que Montemayor supo imprimir en su Diana,se eclipsó en los continuadores, no sólo en «el Salmantino» sino también en Gil Polo. Tal vez por eso renuncióAlonso Pérez a escribir una tercera parte, anunciada y condenada al fracaso sin lugar a dudas.A Villalobos, en cambio, no se le puede acusar de mal médico, pese a los disgustos que le trajo consigo su ascen-dencia judía ; ni mucho menos se le puede intentar desconocer en el cuadro de la literatura española del Siglode Oro, como hace por cierto L. Pfandl. Al mismo tiempo que la fama por su pluma, alcanzó Villalobos el anillode oro y la espuela dorada que eran privilegio y merced que a los doctores se daban como signo de hidalguía.Sus Problemas, y las glosas que les acompañan, constituyen por sí solos una muestra ejemplar de humanismo

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médico, pero a la vez de literatura original, inconfundible, trasunto fiel de una personalidad vigorosa. Sus cuen-tos —quiero tomar como ejemplo el titulado La lavativa del conde de Benavente— figuran en las más exigen-tes antologías del género, si bien a algunos se les antoje este modo de escribir un tanto desenfadado y chocarre-ro. Y es que nunca abdicó López de Villalobos de escribir diciendo siempre, como ha subrayado Calamita, «loque quiere y expresándolo como le place y sale ; siempre bien por su dominio del lenguaje ; a veces con vio-lencia y al desgaire, y es que desnuda las ideas desgarrando sus vestiduras para que muestren las líneas ycontornos naturales». Pienso que en nuestros días hubiera sido Villalobos un autor, si no popular, al menosbastante conocido. Aunque hubiera tenido sus buenos tropezones con la censura.¿ Qué decir del segoviano Andrés Laguna, en punto a sus merecimientos como escritor en prosa ? Antes de losestudios de Marcel Bataillon hubiera sido un tanto arriesgado incluirle en esta nómina de narradores médicos delos siglos xvi y xvil; ahora, en cambio, todo resulta más fácil, pues los argumentos esgrimidos por el hispa-nista francés, aparte de su solidez, van siendo aceptados poco a poco por todo el mundo. Con esto pierde Cris-tóbal de Villalón la paternidad de ese Viaje a Turquía que tanta fama le había procurado.Digamos, ante todo, que M. Bataillon incluye a Andrés Laguna entre los intelectuales españoles afectos a lasideas de Erasmo, y éste es precisamente uno de los puntos en que basa su descubrimiento. Y tan seguro de élestá, que no vacila en proponer que el Viaje a Turquía cambie su título por el de Peregrinaciones de Pedrode Urdemalas. Y este Pedro de Urdemalas, que nada tiene que ver con el de la comedia cervantina, ¿ quién po-dría ser en la vida real sino el propio Andrés Laguna? Como él, era médico, doctorado en Bolonia ; como él, sa-bía griego, latín, italiano y algunas lenguas más ; como él, había recorrido Europa ; como él, únicamente comoél, se podía permitir el lujo de hacer afirmaciones tajantes acerca de la Gramática de Nebrija. Añádase a todoesto la existencia de unos conocimientos médicos singulares y la coincidencia de frases en otros escritos del mé-dico segoviano, y se tendrá la evidencia de quién pudo ser, en la vida real, Pedro de Urdemalas.Como hombre rico en saberes clásicos, lector de todo cuanto caía en sus manos y curioso por los fenómenos de lanaturaleza, Andrés Laguna, que jamás se conformó con saberes librescos, quiso ampliar su visión del mundo yviajó por muchos países. ¿Qué de extraño tiene que estas inquietudes quedasen reflejadas en una especie decrónica de la vida de los cristianos en Constantinopla, pues ése es el contenido del Viaje a Turquía ? A través deun diálogo entre tres personajes, Juan de Voto a Dios, que recuerda el recaudador de bulas del Lazarillo, Ma-talascallando, típico ejemplar de la picaresca, y Pedro de Urdemalas, mal estudiante alcalaíno, asiste el lectora una curiosa peripecia novelesca. El estudiante, que estuvo en cautividad y se tiene por médico autodidacta, nopodía ser imaginado fielmente sino por quien anduviese metido en el negocio de las curas y de los remedios.Los tres sujetos se encuentran en el camino de Santiago, por donde Juan y Matalascallando van pidiendo li-mosna para los hospitales, y la gente, muy desconfiada, se la da con usura o se la niega. El encuentro con Pe-dro de Urdemalas, a quien conocieran tiempo atrás, es lo que da motivo para encarrilar la narración de susrecíprocas aventuras. Un recurso largamente utilizado por los novelistas de entonces.

Se trata, en suma, de una obra importante a la que no puede regateársela un mérito literario que la sitúa entrelas mejores de su tiempo. El relato que en ella se hace, por ejemplo, de la vida en Roma, tiene un interés docu-mental que el profesor S. Granjel no vacila en comparar al retablo que de la vida romana hizo el clérigo Fran-cisco Delicado en su Lozana Andaluza. No es, por tanto,, Andrés Laguna solamente el hombre de ciencia queha pasado a la historia de la medicina por sus comentarios a la obra de Dioscórides ; es también un narradorameno, buen observador, sin dejar por otra parte de ser un médico ejemplar a la hora de su contacto con elenfermo. Quien por su vida de médico se interese, hallará cumplida referencia en el estudio que sobre AndrésLaguna publicó el profesor T. Hernando, con motivo del centenario de su muerte, aparecido en el volumeneditado por el Instituto Diego de Colmenares en 1959.¿Qué decir, por fin, de este prosista narrador que es el P. Jerónimo Gracián, el carmelita descalzo que escri-bió en cierta ocasión que un poco de picardía vale más que un mucho de modestia? Este monje, nacido enValladolid en 1515, ciudad donde debió cursar sus estudios de medicina, llegó a ser elegido provincial de suOrden y, al introducir cambios en la Regla, sufrió persecuciones. De su caída en manos de unos piratas argeli-nos, pues hasta eso fue a parar, surgió su obra autobiográfica Peregrinación de Anastasio, que en el tomo co-rrespondiente de la Biblioteca Rivadeneira se engloba con los «Trabajos y vida del P. Gracián». La narración,de positivo interés, se presenta como en tantas otras muestras literarias de la época, en forma de diálogos. Másinterés tiene este médico, sin embargo, como escritor místico, pues el concepto de la belleza del alma le atrajocon poderosa fuerza hasta llegar a ser uno de los amigos predilectos de Teresa de Jesús.Prosa de muy distinta raigambre intelectual es la que viene englobándose bajo la rúbrica de «novela picaresca».En ella, como antes se advirtió, los escritores médicos han tenido tan directa participación, que no se puedeabordar el análisis de la misma sin contar con estos colegas. Dejando al lado los autores perfectamente identi-ficados, es posible que algún otro, como el celebérrimo Estebanillo González, haya tenido que ver no poco con elarte de curar. Por de pronto, él mismo declara en el prólogo versificado de su obra que ha sido

barbero de mendigantes, maestro de mancar brazoscirujano de apariencia, y enfermero sin conciencia.

Y si en aquel tiempo se pudo creer que la obra era de pura imaginación, ahora se sabe que el autor debió ser unbufón del mismo nombre que vivió en el siglo xvn, estando al servicio del duque de Amalfi, general de Feli-

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pe IV en la guerra de los Treinta Años. Cuesta trabajo imaginársele de médico con tales antecedentes, peroparece cierto que desempeñó, entre otros oficios, el de practicante en el hospital de Santiago, de Ñapóles, y enotro hospital de Zaragoza, amén de presentarse a sí mismo como «licenciado en desvergüenzas y doctor en truha-nerías» .Esto nos lleva de la mano a considerar cómo la picaresca, la de todos los tiempos y singularmente la del si-glo xvn, ha tenido mucho que ver siempre con la medicina. Ya en 1560 se había dolido en una carta Eugeniode Salazar de la abundancia en la corte de bellacos, perdidos, falsarios, rufianes, picaros, etc., aludiendo a larelación del picaro con el médico en estos versos :

de un picaro de corte se acompañaque no excusa la muía quien la tenga.

Es decir, que el médico de aquel tiempo se hacía acompañar a todas partes por un escudero o criado el cual, lasmás de las veces, tomaba de la convivencia unas torpes lecciones que luego le habrían de servir, llegado sumomento, para dárselas de galeno. Entre esto por una parte y la natural inclinación a la aventura y al engañoque, sociológicamente, caracteriza a la España de los Austrias, el picaro encontraba fácilmente su camino. Algu-nos protagonistas de estas novelas, por lo que a su entronque con la medicina se refiere, llevan ya en su propioárbol genealógico impulso más que suficiente para hacer del arte de curar una ocupación insoslayable. Talcosa sucede, por ejemplo, con el personaje central de la Vida de don Gregorio Guadaña, escrita por Antonio En-ríquez, hijo de un judío converso. El padre de este protagonista, y Dios sabe lo que puede haber de autobiográ-fico en tales vínculos, fue médico, y comadre la autora de sus días. «Ella servía a sacar gente al mundo, y élde sacarlos del mundo», escribe donosamente. Un tío, hermano del padre, había sido boticario, y otro, por partede la madre, cirujano. El abuelo tuvo por oficio el de sacamuelas, y una de las abuelas «se entretenía en oficioscon las damas». Y aún queda tela cortada en este parentesco para componer un abigarrado cuadro en el cual lopuramente médico goza de predilección. Insisto en ello porque el padre literario de este Gregorio Guadaña, aúnse permite añadir que con esta honrada genealogía, no es extraño que sacase bien afiladas sus armas para elengaño y el atrevimiento.No consta en parte alguna que Antonio Enríquez fuera médico, desde luego. Mas sí lo fueron Mateo Alemán,Francisco López de Ubeda, el doctor Carlos García y Jerónimo de Alcalá.Mateo Alemán, nacido en 1547, se graduó bachiller en Artes en la universidad de Sevilla, estudiando medicinaen Salamanca y Alcalá. Algunos ponen en duda que llegase a terminar la carrera, pero lo cierto es que Guzmánde Alfarache, su novela maestra, no es obra de escritor indocumentado ni mucho menos. Refiriéndose a estanovela, escribe C. Capasso que su autor, «hombre de ciencia y letras» va a buscar su moral muy lejos, pero noconsigue ofrecerla pedagógicamente. Insistiendo en los pormenores de su vida, vale la pena subrayar que fue hartoagitada, condimentándose con lances amorosos que le hicieron casarse, separarse, amancebarse de nuevo con otrasmujeres, huir, contraer deudas, correr en fin una vida de picaro que, si no le sirvió para hacer autobiografíapura, le permitió cuando menos sacar excelente partido de su experiencia. Hay una parte en la obra que puederelacionarse con su condición de médico, y es cuando, estando en Roma, aprende a fingir en su cuerpo la existen-cia de llagas incurables. Un cardenal le toma entonces bajo su protección y le hace curar por médicos de tan pocosescrúpulos, que las falsas llagas no se cierran nunca, con el consiguiente desembolso del prelado. El propioGuzmán de Alfarache, con su proverbial inconstancia, da un quiebro a la farsa y emprende otros rumbos.La obra en sí, como se ha reconocido universalmente, marca el punto de transición entre las ficciones pastoriles ycaballerescas y una especie de naturalismo lleno de crudas y ásperas realidades. Sin duda la picaresca estaba yaen el ambiente, y Mateo Alemán no tuvo más que observar y transcribir lo que percibían sus sentidos. Con él,sin más antecedente que el del Lazarillo, puede decirse que nace y se glorifica el picaro literario, sin que la rea-lidad deje de ser copiada en un espejo un tanto deformante pero muy límpido, como escribe C. Capasso.Seis años más tarde del nacimiento de este Guzmán de Alfarache, aparece, impresa en Medina del Campo, LaPícara Justina, compuesta por el licenciado Francisco López de Ubeda, natural de Toledo según reza la portada.Francisco López de Ubeda existió, efectivamente, y figura como médico toledano en la fecha de impresión dellibro. Y, a pesar de todo, se discute todavía por algunos la paternidad legítima de la obra, puesta en duda pri-meramente por Cervantes en su Viaje al Parnaso, y más tarde por Nicolás Antonio.Si verdad es que en la obra se advierten expresiones que pueden ser atribuidas a un eclesiástico, también lo esque no faltan las que pueden achacarse a un médico, entre ellas la frase, que parece definitiva : «usando lo quelos médicos platicamos». Por otra parte, Pérez Pastor, en su obra La Imprenta en Medina, 1895 —dato querecojo de F. C. Sáinz de Robles—, ha aportado tres documentos que prueban la existencia de López de Ubedacomo médico, natural y vecino de la ciudad de Toledo ; los tres documentos son unas capitulaciones de dote,una carta de pago, y una justificación matrimonial. ¿Bastará esto para aquietar las aguas de la controversia?Justina, la protagonista tildada de virago fanfarrona por L. Pfandl, es, desde luego, una llamativa novedad enla narración picaresca, ya que, hasta su aparición, la mujer nunca había desempeñado un tal papel de criaturadesordenada, inducida por impulsos atávicos a llevar una existencia irregular y aventurera. Descendiente demúsicos, artistas de feria y barberos, hija de los dueños de un mesón, se diría que lleva ya consigo, como Gre-gorio Guadaña, el germen de lo que va a ser su vida de escándalo. Pícara romera en principio, pleitista des-

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pues, novia por último, logrando convertir en marido al infeliz pretendiente, la intención y el sentido de /.a no-vela difieren no poco del Guzmán de Al]atache. Es, si se quiere, una vida picaresca más risueña, menos dramá-tica, siempre aleccionadora. Cuando Justina, por ejemplo, está a punto de perder la honra a manos de unosestudiantes, se libra de ellos emborrachándoles y dejándoles burlados. Lo mejor de la novela, cosa en la queestán de acuerdo todos los críticos, es el lenguaje, la riqueza del idioma, la inventiva, el colorido de las esce-nas. Mas esto no le libró a López de Ubeda del despectivo juicio cervantino.Por no dejar los eruditos de echarle un poco de aojamiento a la historia de la literatura, he aquí que también aeste otro escritor médico, el doctor Carlos García, autor de ha desordenada codicia de los bienes ajenos, se lepone en duda la existencia terrenal. Nicolás Antonio hasta le tuvo por seudónimo de algún escritor que luegoSbarbi supuso podía ser el propio Cervantes. Menos mal que no ha faltado quien diera con el rastro de su per-sona, y agí López Barrera le ha identificado por fin con «el doctor García», personaje real a quien Marcos Fer-nández cita en su Olla podrida a la española... con salsa sarracena y africana, impresa en Amberes en 1655, elcual, por otra parte, asegura haberle conocido en París, siendo vecino de la Bastilla, goloso y bebedor.Con este testimonio y aunque como tal médico no haya dejado huella visible, sí podemos considerar La desordena-da codicia de los bienes ajenos, que por cierto lleva el subtítulo de Antigüedad y nobleza de los ladrones, como .obra de escritor médico. Se publicó en París, el año 1617, y es muy probable que su autor se inspirase en algúncuentecillo francés. Se trata de la autobiografía de un presidiario, que no sólo hace un relato minucioso de su vidade delincuente, sino que aprovecha la ocasión para extenderse en consideraciones pintorescas acerca de la vida delos amigos de lo ajeno, llevando a cabo incluso una clasificación de los diversos modos de ejercer su industria.Sin grandes pretensiones literarias, el doctor Carlos García traza una vigorosa pintura de las costumbres de sutiempo, y es claro que si esta pintura resulta degradada y perversa, a él no se le puede inculpar. En el fondo,el retrato de sus contemporáneos, de sus modos de vivir o malvivir, de su carácter, es lo que el novelista haperseguido siempre.

También pintura de costumbres, aunque más reposada, más inteligente, más moralizante, resulta la obra deJerónimo de Alcalá, Alonso, mozo de muchos amos, cuya primera edición se hizo en Madrid, en 1624, conocién-dosela en ediciones posteriores con la coletilla de «o el Donado hablador». A Jerónimo de Alcalá, por fortuna,no se le discute como médico ni como escritor. Estudió en principio con los carmelitas de Segovia, mas «porhumanos respetos» —como él mismo escribe— colgó los hábitos incipientes y se hizo médico ; contrajo matri-monio más tarde, escribió su novela y ejerció en Segovia. Dos libros más, éstos de materia religiosa, salieronde su pluma ; esto justifica, a mi entender, que su prosa narrativa —en la que abundan citas latinas y bíblicassentencias— tenga una alta categoría literaria.En el capítulo VI de El Donado hablador cuenta Alonso, el protagonista, cómo entró a servir en Sevilla a unmédico y lo que le sucedió estando con él. De entrada, nada más ajustarse con el galeno, ya se permite el picaronarrar las cosas de esta manera : «... y acabando de visitar nuestros enfermos a mediodía». De esto se infiereque no tarda en tomar el oficio por suyo, ni más ni menos que tantos otros de sus congéneres. Y menos mal quea renglón seguido, en el extenso diálogo que en la novela se encierra, Alonso le hace al señor vicario —su in-terlocutor— un panegírico del médico raro de hallar en la literatura del siglo xvn, lo que acredita la condicióndel autor, hombre de recipe y aforismo. Dice en este panegírico : «Gane de comer el médico cuanto quisiere, ten-ga el crédito y opinión que pudiese desear, todo es poco para el continuo trabajo y cuidado de su vida, y el notener hora segura de día y de noche, fiesta ni Pascua para su descanso y quietud ; cosa concedida al más traba-jado oficial y al más vil sujeto esclavo, pues hasta los galeotes tienen invierno en que las galeras no salen del puer-to, esperando el apacible tiempo de la primavera ; mas el médico, aunque se conjuren contra él las nubes, des-pidiendo temerosos rayos y más agua que arroja el Nilo cuando caudaloso riega los campos de todo Egipto...»La cita es larga pero no tiene desperdicio. Como tampoco la tiene la relación que hace Jerónimo de Alcaláde las tres caras que dice tiene el médico : una de ángel, otra de hombre y otra de demonio, según el momen-to de su contacto con el enfermo. A propósito de esto, recuerda los versos latinos del poeta :

Dum locus est morbis, Morbo gugienteMedico promittitur orbis; Medicus recedit á mente.

Aderezado el diálogo con sucedidos y anécdotas, El Donado hablador es novela de sabrosa lectura, de la quepuede, por otra parte, sacarse mucho provecho, que no en vano está escrita por una pluma docta. Su estilo esllano, su intención correcta, su retórica aceptable, y aunque la literatura picaresca suele abundar en detallesgroseros y viles, la verdad es que en las páginas de Jerónimo de Alcalá todo esto brilla por su ausencia. Unestudio menos superficial, más crítico, calando más hondo en el alma de los personajes, y El Donado habladorhubiera sido, en el sentir de L. Pfandl, una de las mejores novelas sociales de su siglo. Incluso por ese finalen el que la huida del protagonista a la vida religiosa, pone de manifiesto las dos alternativas que corrientementese le ofrecían al hombre de aquel tiempo en sus conflictos cotidianos : o el frenesí o el claustro.

Prosa didáctica y ascética.

Si no fuera porque el término «ensayo» tiene una modernidad y una vigencia no exactamente de acuerdo con elcontenido de la mayor parte de los escritos que aquí van a reseñarse, diríamos que en los siglos xvi y xvn

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hubo ya médicos ensayistas de singular categoría literaria. De todos modos, el ensayo, como ha escrito J. Ma-rías, viene a ser «un instrumento intelectual de urgencia para anticipar verdades cuya formulación rigurosa-mente científica no es posible de momento». Y vistas así las cosas, el calificativo no resultaría excesivo, aun-que las verdades de nuestros médicos escritores, más que científicas, solían ser teológicas y morales, cuando node simple divulgación de unos conocimientos que hoy juzgamos embrionarios. A fin de cuentas, el nombre nohace al caso. Lo que importa en realidad es poner de manifiesto que nuestros médicos escritores del Siglo de Orono se limitaron a una literatura de evasión, poética o narrativa, más o menos autobiográfica ; fieles a su tiempo,moviéndose en la realidad histórica del Imperio y la Contrarreforma, con las inquietudes espirituales que estopodía conllevar, hicieron también lo posible por influir con sus escritos sobre el mundo circundante, asumiendoese papel de mentor y ordenador que el médico ha tenido a lo largo de la historia.De cómo lo hicieron, puede dar una idea la simple enumeración de sus obras. Y aun anticipándose a éstas, endocumentos que son un alto ejemplo de bien escribir, no falta alguna muestra meritísima, incluso anterior al Si-glo de Oro, que prueba hasta qué punto se puede estimar su calidad literaria. Quien no haya leído, verbigra-cia, el Testamento, escrito de su puño y letra, por Alfonso Chirino, físico que fue de don Juan II de Castilla yexaminador de su reino, no puede imaginarse la serenidad, la grandeza y la belleza estilística de que estos hom-bres eran capaces. Veámoslo :«Deseo de temporales bienes, codicia de males, esperanzas que deleitan, servidumbre humanal, temores, angus-tias, pecados, dejad este ánima que la sentencia es dada del Señor Dios, juez y justo, que sea suelta de vues-tras prisiones : habed otras, a quién aprisionar. ; Oh claro día aquél cuando ésta es desatada de tan escura cár-cel, lodosa, con esperanzas de ir por el claro camino donde fueron los claros varones, esperándolos allá ver! Noes de llamar esta muerte, mas desatadura de viles y crueles prisiones ; ca esta que llaman muerte es nacimientosegundo, y el primero fue en saliendo a esta turbia luz, desnudando la vil vestidura de las pares. El segundoes en salir a la grande claridad, desnudando el cuerpo lleno de gran mezquindad ; y el salir de esta vida es salirde edificio de casa podrida y la muerte es ser vencido el hombre por derecho, y esta vida es posada y no casa, lacual posada conviene dejar cuando se agravia el huésped...»No es difícil imaginarse a este Alfonso Chirino, de cara a la eternidad, escribiendo estas y otras razones depeso, con un sereno espíritu que hace de la muerte de los médicos lección perdurable. Como no es difícil tam-poco imaginarse a Francisco López de Villalobos, viviendo su vejez en Zamora y acudiendo todas las tardes ala imprenta de Juan Picardo, para examinar y corregir las pruebas de una nueva edición de sus Proble-mas, ¿Qué cosa de más mérito podía dejar a la posteridad? Allí, en animada charla con Florián Docampo, elcura historiador que preparaba también la segunda edición de su Crónica de España, departirían acerca de lodivino y lo humano, y acaso el médico, transido de infinitos desengaños, le leyese al cura, como en un diálogocervantino, su Canción a la muerte, esa que empieza diciendo: «Venga ya la dulce muerte...»Porque sus Problemas, en definitiva, constituyen una sana advertencia, una doctísima forma de prevenir los erro-res, al menos los que constituyen el Tratado segundo, que se ocupa de las cosas morales, es decir, del hombrey sus costumbres y maneras. Lo hacen, si se quiere, entre burlas y veras, pero con indudable eficacia, como loprueba lo mucho que se vendieron sus libros.Tienen estos problemas su exposición peculiar : unos versos iniciales y una glosa después en la que el tema esdesarrollado con amplitud. En el primer Tratado, el que dedica al estudio de los cuerpos naturales, se pre-gunta por ejemplo :

¿Por qué los cuatro elementos, en un cuerpo están amigos,siendo grandes enemigos, abrazados y contentos?

Como poeta, como escritor, podía preguntarse esta y otras muchas cosas ; como médico, naturalmente, no podíaencontrar una respuesta convincente : la ciencia de su tiempo no daba más de sí. Por eso se muestra más suges-tivo, más colmado de intención, en el segundo Tratado, el que se refiere a las cosas morales. La actualidad queconservan aún muchos de sus planteamientos, se pone de relieve en este «metro» inicial de una glosa :

¿Por qué se pinta contino, ¿No sabe que la vejezpor qué se alucia la vieja, no s' encubre con color,por qué pone la cerneja antes se muestra mejortan rubia como oro fino? cuanto es más tersa la tez?

Y añade, ya en prosa, estas razones : «Verdaderamente, ninguna cosa hay tan vieja en el mundo como unavieja que quiere hacerse moza, que cuando se trata honestamente como vieja, algunas veces dicen que estáfresca y que bien paresce que fue hermosa : mas cuando hace granjerias de parecer moza, pone justamentedos contrarios muy parecidos, para que el que es manifiestamente falso haga descubrir y encarescer mucho másel verdadero».Gracia, inteligencia, donosura, hay en esta prosa de Villalobos, que se ocupa también en sus Problemas de loque él llama «los tres grandes», que son «la gran parlería, la gran risa y la gran porfía». En sus propias car-tas, como en la que escribe a don Cosme de Toledo, obispo de Plasencia, a propósito de la persecución de que la

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Inquisición le hizo objeto, se muestra con una altura espiritual insospechada en hombre tan propicio como él ala mofa y el escarnio. Se ha dicho de esta carta que parece escrita por un místico, y es verdad.Problemas, y además «filosóficos», llama también Jerónimo Gómez de la Huerta —el autor de El Florando deCastilla— a su libro publicado en Madrid, en 1628, como Equívocos morales pone por título Pedro Sánchezde Viana a un libro suyo de similar intención didáctica. Es un momento histórico en que todos estos médi-cos, que no quieren limitar su actividad al simple trato con el enfermo, se sienten llamados a más altos me-nesteres y escriben sus Discursos, sus Diálogos y sus Libros «de recogimiento de la salud» con una finalidad a to-das luces reformadora de la sociedad en que viven. Los Problemas filosóficos, de Gómez de la Huerta, estándedicados al conde-duque de Olivares, y se inician, como los de Villalobos, con un planteamiento versificadoal que sigue su correspondiente «glosa» en una prosa correcta y eficaz. Se ha hecho obra rarísima de hallar,como escribía hace más de un siglo Hernández Morejón, y algunos de los «problemas» son de un interéspositivo, respondiendo todos ellos, naturalmente, a las preocupaciones científicas e intelectuales de su época. Elmal de ojo, si la muerte es natural pese a ser contraria a la vida, por qué huelen mal los judíos, quién hielay cuaja el agua, el origen de la vergüenza, de las lágrimas, de la risa, si los brutos tienen entendimiento, quées lo que causa el hambre y la sed... Como se ve, el afán de saber y de disipar incógnitas no era escaso. El úl-timo «problema» trata del amor y, como buen poeta, Gómez de la Huerta se pregunta en él :

Si es el amor accidente tiene el objeto que ama ?que el apetito causó, ¿Y cómo abrasado en llamay del fuego que encendió pálido teme, si mira ;quedó el corazón valiente, no mirado el alma espera,¿ cómo tiembla el que presente calla fuera y dentro brama ?

Preocupaciones de tipo psicológico no despreciables hay en estas glosas del autor de El Florando de Castilla.Distinta es la prosa de Cristóbal Pérez de Herrera, sobre todo la que lleva por título Discurso del amparo dé-los legítimos pobres, obra de extraordinario valor para el estudio de las costumbres picarescas en el siglo xvi.Pérez de Herrera, que prestó grandes servicios a su patria doliéndose de que no le fueran recompensados ; quepuso en riesgo su vida en operaciones militares incluso, se aventuró con su Discurso en la tarea de discerniracerca de la legitimidad de la pobreza, enmascarada entonces como ahora con las malas artes del mendigo pro-fesional. De aquí que se extienda en sabrosas consideraciones sobre el pobre «mendigante» verdadero y el fin-gido, enumerando en páginas llenas de gracejo los vicios, embustes y ficciones de que éstos se valen para esti-mular la caridad. Entre éstas están las muchas y curiosas maneras de pedir limosna, no sólo por parte del ver-dadero necesitado sino también por lo que se refiere a extranjeros, peregrinos y estudiantes, gente toda ella detanto arraigo en ciudades universitarias. Y es importante señalar cómo Cristóbal Pérez de Herrera propone en-tonces algo que en nuestros días se estima acertadísimo, y es la creación de juntas parroquiales encargadasde distribuir la aportación de los pudientes entre los verdaderos necesitados. Digna de alabanza es también suidea de recoger a las muchachas de diez a catorce años para internarlas con la exclusiva finalidad de darlas unainstrucción de tipo laboral.

A veces, este Discurso del amparo de los legítimos pobres, a fuerza de traer a colación sucedidos y argumen-tos, se convierte en prosa narrativa de sabrosa lectura. Tal sucede, por ejemplo, cuando cuenta la forma en quelos niños eran alquilados para pedir limosna, su modo de vivir, y lo que le ocurrió a un médico con un pobre que sefingió muerto. O bien cuando saca a relucir las andanzas de unos estudiantes en Alcalá, sus propias experien-cias con los mendigos, la ocupación indebida de camas en los hospitales, etc., etc. Leyendo a Pérez de Herre-ra vale la pena preguntarse si estos vicios y males que él denunciaba entonces, no son los mismos que hoy con-templamos aún. Lástima que tan meritoria obra no mereciese por parte de la realeza la buena acogida a quetenía derecho. La estima de sus contemporáneos sí la tuvo Pérez de Herrera, y de ello dan fe estos versos per-tenecientes a un soneto que Lope de Vega escribió, haciéndose valedor del médico ante la regia autoridad deFelipe III :

Entre aquesta humildad, Filipo Augusto, Y así ha de hallar la estima que mereceLa caridad de Cristo resplandece, Causa tan justa en príncipe tan justo.

Aún escribió Pérez de Herrera otra obra, Enigmas y emblemas, de menor importancia.Apoyándose en datos estrictamente filológicos, andalucismos propios del reino de Granada, diminutivos y vocesde origen árabe —que aparecen también en Las lágrimas de Angélica—, probó Rodríguez Marín que el Diálogode la Montería, el más destacado libro antiguo sobre la caza, se debe a L. Barahona de Soto, el famoso médico-poeta de Archidona. En este Diálogo intervienen tres interlocutores : Montano, Salino y Silvano, encarnándoseen este último el propio autor, según parece. El libro, escrito para el que más adelante habría de ser tercer duquede Osuna, encierra según los eruditos mucho mayor mérito que Las lágrimas de Angélica, mérito que se acre-cienta por el sabroso lenguaje dialectal que campea en él. Ya es, por lo pronto, muy honroso para los escritoresmédicos, que el primer libro sobre la caza saliera de las manos de Barahona de Soto. Mucho más conocido es,sin embargo, el Banquete de nobles caballeros, impreso en Habsburgo en 1530, escrito por Lobera de Avila.

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RETRATO DE MATEO ALEMÁN

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Este médico, que estudió en Salamanca y amplió sus conocimientos en Leipzig y en Francia, ejerció en la villade Ariza, embarcando después con el emperador Carlos para pasar a Flandes. Se le recuerda también porquetomó parte en una famosa asamblea de médicos celebrada en Bolonia, para fijar el sitio de la sangría en loscasos de pleuritis. En cuanto a su obra, poco podemos decir. Se trata en realidad de un libro de higiene privada,como más tarde lo sería también su Libro de regimiento de la salud.De muy distinto valor literario es la Antoniana Margarita, escrita por el médico de Medina del Campo, GómezPereira, a quien muchos llaman todavía Antonio siendo así que el Gómez es nombre y no apellido, como haprobado documentalmente N. Alonso Cortés. No sólo el nombrej sino la misma nacionalidad, han andado enentredicho, aunque ya parecen disipadas todas las dudas.Gómez Pereira, vaya por adelantado, es una de las personalidades médicas y literarias más interesantes del si-glo xvi. «Un hombre que rompe abiertamente con preocupaciones admitidas por el común asenso —ha escritoAlonso Cortés— ; que sienta, en contra de ellas, proposiciones audaces, adelantándose a los innovadores de lafilosofía ; que desacata la autoridad de Aristóteles, de Galeno, de Averroes, de Erasmo y de San Agustín, y sejacta de reformar las teorías clínicas, había de ser por fuerza un carácter genial, arriscado y rebelde». Y así pa-rece deducirse del análisis de su propia existencia, un tanto ajetreada. Díganlo si no los múltiples negocios enque se vio metido, traficando con los mercaderes que iban a las famosas ferias de Medina, los pleitos, la tutoríade unos menores en que se halló envuelto, y sus propias inquietudes de médico en ejercicio. Y pese a todo, aúntuvo tiempo de redactar su Antoniana Margarita, llamada así en honor de sus padres Antonio y Margarita.La obra, aparecida por primera vez en 1554, aunque parece ser que ésta es la fecha de impresión pero no la desalida a la calle, se hizo en la imprenta de Guillermo de Millis, de Medina del Campo, y es de un contenido emi-nentemente filosófico ; se ha dicho de ella que su finalidad es la controversia, lo que retrata evidentemente elcarácter de su autor. Un tanto desordenada y confusa, de difícil lectura por tanto, echa mano Gómez Pereirade su personal conocimiento para rebatir teorías y doctrinas, 110 respetando otras verdades que las proclamadaspor la fe religiosa. Reconoce a las bestias un principio vital semejante al de las plantas, se adelanta a los sensua-listas modernos estableciendo entre el conocimiento sensible y el intelectual una mera diferencia de grados, yrechaza la explicación del conocimiento por las «especies» a la manera escolástica, estudiando las facultadesdel alma, su inmortalidad, etc., etc. Sus ideas constituyen, pues, un claro precedente de las que un siglo mástarde habría de sustentar Descartes. ¿Quiere esto decir que el filósofo francés haya podido conocer la Anto-niana Margarita y aun tomar algo, poco o mucho, de ella ? Ni está probado ni puede, a lo sumo, más que sospe-charse. En todo caso, la prioridad de Gómez Pereira es indiscutible.

También es muy digna de ser incluida en esta reseña la obra de Nicolás Monardes De rosa et partibus ejus,un curioso estudio sobre la rosa, como lo es el Quod nihil scitur, de Francisco Sánchez, conocido por «el Escép-tico», tan bien estudiado entre nosotros por D. Alvarez Blázquez.Francisco Sánchez, discutido hasta en su nacionalidad, trató de probar con su obra filosófica lo mucho que hayque aprender y lo poco que en aquel entonces se sabía. De aquí el sambenito de escéptico que se le ha colgado ycon el cual ha pasado a la historia. Impugnada la obra por muchos, entre otros por Zacarías Silvio, médico deRoterdam, y por Ulrico Vidius, se ha ido revalorizando al paso del tiempo, pesando sobre ella en los actualesmomentos una copiosa bibliografía. ¿Fue realmente un escéptico su autor o un hombre honrado y sincero?Con su Quod nihil scitur él quiso, indudablemente, establecer los fundamentos de una ciencia segura y fácil.«... Lo que aquí te pareciese bien —le dice al lector—, recíbelo con amor ; lo que aquí te disgustase no lo rechacescon odio, pues fuera cruel hacer daño a quien intenta fustigar errores.» Sabias palabras que se completan conestas otras : «Examínate a ti mismo. Si sabes algo enséñamelo. Te daré las gracias». ¿ Quién ha percibido ma-yor humildad en la obra, tantas veces pretenciosa, de los hombres de su tiempo? Con razón Cervantes, en suViaje del Parnaso, le alaba en estos términos :

Aquel que has visto allí, del cuello erguido, es el doctor Francisco Sánchez ; dallelozano, rozagante y de buen talle, puede cual Apolo la alabanzade honestidad y de valor vestido, que pueda sobre el cielo levantalle...

¿Y cómo olvidar en estas líneas la Nueva Filosofía de la naturaleza del hombre, del médico don Miguel Sabu-co y Alvarez, recogida en estudios y antologías durante muchos años como escrita por su hija doña Oliva?Para Marañen, la obra en sí no tiene realmente la importancia que se la ha venido dando, aunque es induda-ble que se lee con interés. Es muy posible que gran parte del éxito haya de atribuirse a la creencia de ser suautora una mujer, cosa no frecuente en los años del Siglo de Oro. Del licenciado Juan de Sotomayor es un so-neto en alabanza de doña Oliva al cual pertenecen estos versos :

Oliva de los pies a la cabeza Oliva, para siempre eternizadade mil divinos dones adornada ; has dejado tu fama y tu grandeza.

¿Qué hubiera clamado el poeta, que acaba su soneto diciéndonos que Oliva nos muestra «secretos que los hom-bres no sabemos», si hubiera conocido a tiempo la autoconfesión paterna y con ella la amarga verdad? Curiosatravesura la del médico Miguel Sabuco, y un daño al fin y al cabo para la hija a quien puso por su autor —son

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sus palabras—, «para darle la honra y no el probedlo e interés...» De todos modos, por lo que la obra nosdescubre, esta Nueva Filosofía, que acaba con tres coloquios, es un buen análisis de las pasiones humanas ymerece seguir figurando entre la buena prosa didáctica del Siglo de Oro.Libro cimero en su tiempo, no sólo porque su autor no escribió otro, sino también por su originalidad y su méri-to, es el Examen de Ingenios, del doctor J. Huarte de San Juan. Impreso en Baeza en 1575, tuvo por finalidadun objetivo verdaderamente revolucionario : transformar la metodología científica. Cada individuo, según Huar-te de San Juan, tiene una aptitud diferente, ya sea para el saber intelectual o para el ejercicio de un oficio.Dicho con sus propias palabras, en el libro «se muestra la diferencia de habilidades que hay en los hombresy el género de letras y artes que a cada uno responde en particular». Esta, que hoy se nos antoja una verdadde catecismo, supuso en el siglo xvi una afirmación atrevida, y el libro fue acogido primero con curiosidad y des-pués con beneplácito. No pasaron muchos años sin que fuera traducido a los principales idiomas europeos, loque hizo del Examen de Ingenios una obra de gran influjo, sobre todo en los medios intelectuales de Alemaniae Inglaterra.Insistir en los valores de toda índole que encierra el Examen de Ingenios, resultaría ofensivo para la cultura dellector. Baste decir que en el terreno psicológico y antropológico contiene afirmaciones que se adelantan en va-rios siglos al saber actual. Con añadir a esto que sus ediciones se siguen multiplicando en todos los idiomas, estáhecho su mejor elogio.Huarte de San Juan, navarro de nacimiento, estudió en Huesca y allí ejerció la medicina. Es, por tanto, ensus propias observaciones como médico donde hubo de basarse para establecer la correlación entre temperamen-tos y aptitudes. Que además de unas profundas dotes de observación poseyó una intuición maravillosa, no cabela menor duda.Según se desprende de los datos anteriores, la relación de estos escritores médicos que dejaron huella pro-funda con sus cualidades de auténticos ensayistas, es más extensa de lo que podría suponerse a primera vista. Allado de estos hombres señeros hay muchos otros que, si no brillaron más, fue tal vez porque en un ambientesobrecargado de hombres geniales, se hacía difícil sobresalir con luz propia. El mismo doctor Carlos García,que escribió La desordenada codicia de los bienes ajenos, hizo también $us pinitos apologéticos en la obra ti-tulada La oposición y conjunción de los dos grandes luminares de la tierra, libro apacible y curioso, al decir deHernández Morejón, en el que se trata de algo siempre en candelero y más en aquella época de guerras devecindad : la alianza de Francia y España. Y un médico prácticamente desconocido, Alonso de Freitas, inclu-yó en un libro sobre la peste un Discurso de tema puramente literario, al menos tal y como él le enfocó : lamelancolía. ¿Pueden saber los melancólicos lo que está por venir, con la fuerza de su imaginación o soñando?se preguntaba en su libro de Alonso Freitas. La síntesis de su especulación filosófica venía a ser ésta : De-jando a los melancólicos velar, con la fuerza natural de su ingenio, en lugares oscuros y apartados de distrac-ciones externas, ¿podrían discurrir alcanzando lo dificultoso y lo que está por venir?Vale la pena cerrar estas consideraciones recordando la bellísima prosa ascética del P. Jerónimo Gracián,devoto de Santa Teresa y uno de nuestros clásicos olvidados. Carmelita Descalzo, nacido en Valladolid, fue mé-dico aunque su labor como tal se haya diluido en el celo apostólico. Aparte de su estilo de narrador en algunaobra autobiográfica, como la Peregrinación de Anastasio, ya citada, es su prosa ascética lo que hoy se valoraconsiderablemente. Parangonado con Fray Luis de Granada y con Fray Luis de León, el estilo del Dilucidariodel verdadero espíritu... en que se declara la doctrina de la Santa Madre Teresa de Jesús, su obra principal, leacerca mág al primero que al segundo. La prosa del P. Jerónimo Gracián es sencilla y humilde como una florcampesina ; no tiene, por otra parte, el fuego lírico que caracteriza la obra de Fray Luis de León.G. Díaz Plaja tiene al P. Jerónimo Gracián por el más fecundo escritor de nuestro Renacimiento, admitiendo sola-mente comparación, en este aspecto, con el portentoso Lope. El erudito Nicolás Antonio asegura que fue autornada menos que de cuatrocientas cuarenta y cinco obras, cifra fabulosa si tenemos en cuenta que apenas si seencuentran en las bibliotecas, y las que topa el lector ••—como advirtió V. de la Fuente hace ya muchos años—están mutiladas. Ya en los mismos títulos de sus libros : Lámpara encendida, Arte de bien morir, Música espi-ritual, Vida del alma, etc., se intuye el sabor místico y la riqueza espiritual que ha hecho de la obra de esteescritor, médico y religioso, parte importante de la literatura del Siglo de Oro.

La dramaturgia, ausente.

Resulta un tanto sorprendente, pero es cierto : así como en el terreno de la poesía lírica, de la narrativa, dela prosa didáctica, los ejemplos de escritores médicos pueden multiplicarse de forma extraordinaria, al abordarel género dramático nos encontramos con un incomprensible vacío. ¿Por qué razón muchos de estos médicos, tanpolifacéticos y tan diestros al manejar la pluma, se sienten cohibidos al enfrentarse con el tabladillo de la farán-dula? Ingenio capaz de salir airosos de la prueba no parece lógico negarles, cuando en tantos otros menesteresliterarios se pudieron codear con los genios de su tiempo. ¿A qué se debe entonces este retraimiento?He aquí una incógnita que, hoy por hoy, no estamos en condiciones de explicarnos. ¿Era el teatro, a los ojosdel médico filósofo y humanista, una caricatura de la realidad, una especie de infraliteratura, o materia más bienapta para halagar los bajos apetitos de la plebe? Imposible aceptarlo, cuando en los dramas de Calderón late

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el problema de la existencia humana, en las comedias de Lope la noble virilidad y eu los autos sacramentalesel misterio de la fe cristiana. Cualquiera de estas tres cosas, por no decir todas ellas, vive y se desarrolla igual-mente en la entraña de la literatura hecha por nuestros médicos, ¿Simple menosprecio tal vez hacia un gé-nero que sometía al autor de obras teatrales a una popularidad acaso no deseada ?Sea como sea, lo poco que en este aspecto se puede espigar queda a cargo del Anfitrión, de Plauto, traducido porFrancisco López de Villalobos, trabajo no original por consiguiente, y la referencia a dos médicos escritores dequienes se dice escribieron varias comedias y cuyos títulos no han llegado hasta nosotros. Se trata de AndrésTamayo, nacido en Madrid, que llegó a ser médico de cámara de Felipe IV, y embarcó en 1625 con la expedi-ción que llevó a don Fadrique de Toledo a la campaña del Brasil, y de Pedro García Carrero, a quien Lope deVega coloca entre los ingenios madrileños del siglo xvu. Justamente en su Laurel de Apolo le alaba con estosversos :

Ya pone en su registro Y Apolo entre los cisnes del Caystro,La ingeniosa dramática poesía Ya es nuevo Fracastoro dulce y grave,Las Musas del doctor Pedro García. Médico grave y escritor suave.

Los dos, al parecer, fueron madrileños ; a los dos intenta salvarles del olvido Alvarez y Baena, autor del libroHijos ilustres de Madrid. Pero es todo lo que puede decirse de la contribución de los médicos escritores al tea-tro del Siglo de Oro.

Huella fecunda.

En un libro que se ha hecho insustituible, estudia el hispanista K. Vossler la literatura española del Siglo deOro y dice que los elementos característicos de la misma son el religioso, el heroico, los motivos idílicos y lasátira. L. Pfandl ahonda todavía más en su disección crítica, pero viene a coincidir en muchas cosas, siquierapara él lo heroico se diluya un tanto en lo caballeresco y haya que estimar de paso al caballero del barrocoespañol unas veces como picaro y otras como loco. Pues bien, tomando como punto de referencia la realidad deestos elementos característicos, cualquiera que se acerque al estudio valorativo de la literatura hecha por losmédicos en este período, tiene que preguntarse por fuerza : ¿responde su obra creadora a una normativa comúny han aportado a la misma elementos de auténtica valía ? Dicho con otras palabras : ¿ es digna de tomarse enconsideración la obra literaria de los escritores médicos de los siglos xvi y xvu?Que el Siglo de Oro seguiría siendo lo que es a nuestro entendimiento, aunque los nombres citados en la nóminaprecedente no hubieran existido, está fuera de toda discusión. Pero que, evidentemente, el ingenio de aquellosescritores médicos ha contribuido de forma positiva a su mayor gloria, es también incuestionable. Quiero señalara este respecto, aun a trueque de parecer reiterativo, un dato de gran significación : en esa baraja de autoresque corrientemente suelen reunirse al hacer la apología de la novela picaresca, casi la tercera parte de los cita-dos fueron profesionales de la medicina. Sin el Guzmán de Alfarache, sin La picara Justina, sin La desorde-nada codicia de los bienes ajenos, sin el Donado hablador, ¿ sería la novela picaresca todo lo que hoy es ?El escritor médico del Siglo de Oro ha puesto, sin duda, muy especialmente en la novela, algo fundamental:el peso específico de su experiencia, de su trato continuo con los hombres. Sin olvidar que ha puesto también,aparte del realismo costumbrista, intención ética, propósito moralizador. Recordemos, a título de ejemplo, elfinal edificante de El Donado hablador, cuyo protagonista intenta salvar su alma abrazando la vida religiosa.A nuestros ojos de lectores del siglo xx, pudiera parecer que estos hombres escribieron sus novelas simple-mente para narrar una experiencia y divertir al prójimo ; examinados los textos con mayor atención es indu-dable que en muchos de ellos hay, a dosis variable, la ejemplaridad del tradicional apólogo. Nada de ficción ca-ricaturesca, por otra parte, aunque la distancia que nos separa de aquel tiempo no de punto de reposo al asom-bro. En este sentido, ¿qué valor dar a los lances y ocurrencias alusivos a la medicina? Entiendo que por ser,en su mayor parte, de índole autobiográfica, nos dan una medida bastante aproximada a la realidad. Es de-cir, que tal como nos lo pintan, debió ser en muchos aspectos el arte de curar.Y, sin embargo, también en gran parte de la obra literaria de estos médicos está presente una innegable idea-lización poética, un impulso casi divino de elevarse por encima de las miserias terrenales. El arte, todo su arte,para la vida, mas sobre todo para la vida eterna. La aventura del hombre por encima de todo lo demás. Aventuraque puede encaminarse hacia Dios, como en la mística, hacia el triunfo sobre los enemigos —que pueden serlos de la carne— como en lo heroico, o hacia la glorificación del ingenio, como en la picaresca. Pero siempre elhombre, la esencia del ser humano, su barro y su espíritu, como leit motiv fundamental. Ahí están todos esosProblemas, Diálogos, Proverbios y Discursos para corroborarlo y sobre los cuales no hemos de volver.En suma, ¿qué distintivo, qué sello peculiar, si alguno hay, podemos atribuir a estos escritores médicos? Yodiría que en ellos predomina lo subjetivo, lo personal, lo autobiográfico, entendiéndolo hasta en sus más ínti-mos recovecos. Volvamos la vista atrás y recordemos el «Venga ya la dulce muerte / con quien libertad sealcanza» de Villalobos ; el «Ved lo que os duele no os ver / quen la partida / la esperanza de la vida / es elvolver» del mismo autor ; el «con su vida me convida / por mi vida, el que es mi Dios» de Barahona de Soto;

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r/liCitirloenRETRATO DE LAGUNA CUANDO PUBLICÓ SU

PORTADA DE «LA ANGÉLICA», DE L. BARA- LIBRO «DE VIRTUTIBUS», SEGÚN LOS CÁLCULOSHONA DE SOTO. EDICIÓN DE 1586. DE BATAILLON, DEBÍA TENER 32 A 33 AÑOS

el «tiempo engañoso, humana desventura / sujeta al daño que fortuna ordena» de Gómez de la Huerta ; el «cierralos ojos, hombre, a los placeres / de este valle de lágrimas...» de Cristóbal Pérez de Herrera, por no citar másque algunos ejemplos. ¿Qué hay en estos versos, sino una profunda subjetividad, incluso una desesperanza queaún espera todavía? Mas ¿qué espera? Fieles a la religiosidad de su tiempo, la vida eterna.Realistas en la novela poniendo al desnudo, en carne viva, a la sociedad de su tiempo, realistas en el énfasislírico, descubriendo su intimidad espiritual, y en la prosa didáctica y ascética, aspirando a una mayor perfec-ción humana, estos escritores médicos del Siglo de Oro se nos presentan siempre fieles a sí mismos. Y fielestambién, qué duda cabe, a su condición de sanadores de la humanidad.

Fieles a sí mismos.

Probada su categoría de escritores meritísimos, queda sin lugar a dudas. Novela de costumbres, descriptiva,idealista, satírica ; poesía filosófica, elegiaca, pastoril, profundamente mística ; prosa erudita, de un ascetismoejemplar, moralizadora, de altos vuelos... ¿Hay también huella visible de estos hombres en las páginas dela historia de la medicina?Si no de todos, como era lógico esperar, de algunos sí. Por lo demás, ¿qué puede exigirse de una época en laque todo es sabiduría escolástica racionalizada, y como gran innovación renacentista empieza a abrirse caminola verdadera anatomía, base de la ciencia futura? Traducciones del griego y del latín, comentarios, especula-ciones filosóficas, tímidas observaciones sobre tal o cual hecho... Al médico humanista de entonces, hasta queno rompiera definitivamente con los viejos moldes, no podía pedírsele más. Dentro de este círculo, la verdad esque los escritores aquí citados, cumplieron como médicos un muy decoroso papel. ¿Que a muchos de ellos lessalva del olvido, más lo que hicieron como tales escritores que lo que lograron tratando enfermos y enfermeda-des ? Exactamente igual sucede, echando la mirada por encima de los Pirineos, con un Rabelais, autor de Gar-gantúa y Pantagruel, o con un Kaspar Stieler, poeta que escribió La Venus acorazada, y con tantos más, por nocitar sino médicos escritores de su tiempo.Pero veamos las cosas con cierto detalle : los primeros tratados de Anatomía que salen de la pluma de médicosespañoles son los de Andrés Laguna (Anatómica methodus sea de sectione humani corporis contemplatio) im-preso en 1535, y el capítulo que Lobera de Avila incluye en su Remedio de cuerpos humanos, obra aparecidaen 1542. Las mejores versiones de Dioscórides a nuestra lengua, y el Epitome Omnium Galeni PergameniOperum, mas otras traducciones de Hipócrates y estudios sobre la gota, a Laguna se le deben también. Ade-

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a;

más de su estudio versificado sobre la sífilis, F . López de Villalobos es autor de una excelente versión de la obrade Plinio, poco familiar a los eruditos cuando fue hecha. Es Gómez Pereira quien se atreve a discutir nadamenos que la autoridad de Aristóteles en su Antoniana Margarita, planteando además el problema de la inmor-talidad del alma, como es él también uno de los primeros en hacer un estudio detallado del problema de lasfiebres. Pérez de Herrera, aparte de establecer los fundamentos de una sana medicina social con su Discurso delamparo de los legítimos pobres, es autor de un Compendium de medicina muy meritorio, obra que puede serconsiderada como un pequeño tratado de Patología médica. El Examen de Ingenios, de Huarte de San Juanplantea por vez primera los problemas que suscita la orientación profesional, y es obra de grandes valores psico-lógicos y biológicos. A Lobera de Avila se deben estudios sobre la sífilis y otras pestilencias, en su Libro delas quatro enfermedades cortesanas, habiéndose ocupado además con gran acierto de la esterilidad femenina ensu otro libro sobre el regimiento de la salud. ¿Para qué seguir? Por si algo faltase en esta legítima contribuciónal saber médico de su tiempo, cuando la humanidad estuvo en peligro, estos escritores médicos del Siglo deOro supieron poner su pluma y su palabra al servicio de los demás.

Tomemos como ejemplo las guerras. Hay un momento en la historia en que la ya por entonces Europa caducase desgarra en luchas fraticidas ; está a punto de perecer. Alguien se acuerda de Andrés Laguna, que estáen Metz curando a los apestados, y se le llama con urgencia para ir a Colonia. Allí, en un severo ambiente,con capuz y capirote de bayeta negra, hace nuestro médico su aparición y pronuncia una oración que se hahecho famosa : Europa sese discrutians. «Poco ha, respetable concurso —dice a los príncipes de la Iglesia,doctores, hombres de letras y pueblo fiel— que yendo a mis negocios particulares, se me presentó una mujer(tal me pareció) miserabilísima, triste, llorosa, pálida, mutilada, con los ojos hundidos como enferma de tisisconfirmada...». Detrás del símbolo hay una realidad que se llama Europa y que, al preguntarla por la razónde su estado responde : «A los príncipes cristianos se la debo». Y añade en medio de un silencio impresio-nante : «¿Podré vivir entre los escombros de lo que fueron mis bellas ciudades y las-tumbas de los que fueronmis hijos?».La historia nos dice que este segoviano universal acertó plenamente con sus palabras logrando una paz dura-dera. Esta es la razón que mueve a Laín Entralgo a considerar que Andrés Laguna fue, aparte de médico y es-critor, agente de paz y uno de los primeros hombres en clamar contra la locura fraticida de los hijos de Europa.Mirándonos en el espejo de la hora presente, recapacitando sobre el valor profético de tales actitudes, ¿de cuán-tos escritores del Siglo de Oro se puede decir otro tanto?Pero no es solo en Andrés Laguna en quien encontramos esta postura profundamente humanitaria. En uno delos Problemas de Villalobos, precisamente en el Tratado II, metro octavo, podemos leer esta severa recon-vención :

¿Por qué los grandes que moran y cuando sus contadoresen la paz, las guerras quieren, todas cuentas fenescieron,después, al tiempo que mueren, hallan que todos perdieron,se arrepienten y lo lloran ; vencidos y vencedores ?

i Qué cierta es la frase esa, tan manida, de que no hay nada nuevo bajo el sol! Al cabo de cuatro siglos, laspalabras de Laguna, los versos de Villalobos, siguen teniendo una tristísima, rabiosa actualidad. Pero no haymano de médico que cure la locura del mundo, cuando éste se empeña en ir por caminos extraviados.

Una mirada al exterior.

Y mientras en España saltan a la palestra todos estos nombres de escritores médicos, ¿ qué sucede más allá delos Pirineos? Pues, sencillamente, que el médico escribe también dramas, novelas, poemas y tratados más omenos filosóficos, siquiera su número no sea, ni mucho menos, tan crecido como lo es entre nosotros. Haynombres que han alcanzado justamente la celebridad, como los de Rabelais y Perrault en Francia, y Fracas-toro, Redi y Cardano en Italia ; los más, sin embargo, o no han sido bien estudiados o su obra permaneceen una discreta penumbra. ¿Quién habla, por ejemplo, de la tragedia del paduano Speroni degli Alvarotti,titulada Canacea, basada en una particular interpretación de la catarsis aristotélica, del poema heroico-bur-lesco La toma de San Miníalo, de Ippolito Neri, de los cuentos de Cintio Giraldi, del Art Poetique, de Pelletierde Mans, de las sátiras de Sonnet de Courval, de la obra de von Czepko, poeta silesiano, o del misticismo reli-gioso de Silesius, médico y sacerdote del barroco alemán? Estoy refiriéndome, como es natural, a una laborliteraria que no ha alcanzado la popularidad de los poemas de Villalobos o Barahona de Soto y de las novelasde la picaresca anteriormente citadas. Aun no había nacido en Suiza Albert von Haller, poeta desde niño y eusu madurez novelista, además de médico famoso, ni había venido al mundo tampoco su fiel amigo Verlhof, autorigualmente de muy buenos poemas líricos.Más al norte de Europa, en Inglaterra concretamente, maduraba mientras tanto el genio narrativo de John Ar-buthnot, creador inolvidable del famoso personaje John Bull, muy amigo de Pope y de J. Swift, lo que no fueobstáculo para acrecentar su fama de médico curando al príncipe Jorge, mientras H. Vaughan se hacía esti-mar como el más representativo poeta religioso de la escuela metafísica inglesa. Hasta en Suecia alcanzó renom-

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ANDRÉS LAGUNA, NICOLÁS MONARDES,DE UN GRABADO DE LA ÉPOGA. DE UN GRABADO DE LA ÉPOCA.

bre destacado algún poeta médico como Olao Rudbeck, muerto en Upsala en 1702, autor de La Atlántida, poe-ma dedicado a las glorias bélicas de su pueblo, y Urban Harne, que llegó a médico particular del rey y es-cribió versos, narraciones y una tragedia : Rosimunda, obra de circunstancias, amañada con motivo de la liegada a Upsala de Carlos XI.Sería muy interesante un estudio pormenorizado de los escritores médicos transpirenaicos, que dejo para oca-sión propicia. Quede constancia de que existieron y de que en algunos países, como Francia e Italia, sus nom-bres han pasado por igual a la historia de la medicina y a la de la literatura. Posiblemente su valía sea muydigna de tomarse en cuenta. Ello no hace sino acrecentar el mérito de los que, en nuestro Siglo de Oro, se en-tregaron con pasión a la tarea nobilísima de acrecentar el patrimonio espiritual de un país que, históricamen-te, entraba poco después en la decadencia.

Punto final.

De cara a la historia, ¿qué conclusión válida podemos sacar de este análisis retrospectivo? La doble vocación,médica y literaria, no es, por lo pronto, cosa de nuestros días. Existió siempre, y en un balance provisional—por lo que se refiere al Siglo de Oro español— hasta no resulta aventurado suponer que los médicos se de-dicaron a la literatura con mucha mayor intensidad que en épocas posteriores, incluyendo la presente. Hágase unrecuento de los que en los siglos xvi y xvn se dedicaban al arte de curar, véase cuántos de entre ellos dejaronuna obra literaria que ha pasado a las antologías, y saqúense, si se quiere, consecuencias.Por otra parte, si verdad es que escribieron de medicina, a veces con gran acierto, hombres ajenos a la misma,filósofos y teólogos singularmente ; si verdad es que a muchos escritores de entonces les debemos un material va-liosísimo, a través del cual hemos podido reconstruir en parte la historia de nuestra ciencia, también lo es queel médico, al convertirse en narrador, ha creado personajes inmortales, y al expresarse en líricos desahogos haenriquecido la poesía del Siglo de Oro con versos que siguen mereciendo grandes alabanzas. Es una deuda, portanto, que los escritores médicos han pagado decorosamente. Lo hicieron sin darse cuenta, sin esperar nadatal vez de los hombres de hoy. Esto nos obliga, si cabe, a recordarles con más rigor y a volver sobre sus pá-ginas con mayor deleite.

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