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Borges y la Cábala: senderos del Verbo Mirta Kupferminc - Saúl Sosnowski

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Borges y la Cábala: senderos del Verbo

Mirta Kupferminc - Saúl Sosnowski

“En cada palabra brillan muchas luces” Zohar, III, 202 a “Larga repercusión tienen las palabras” Borges, “El arte narrativo y la magia” Íntimo eco de un rostro, trazos que rasgan y abren versiones otras del ser,

del mundo, de ser en el mundo. Una voz arrastra la nada al amor:

encuentro sideral.

Prólogo El origen remoto de este libro se halla en B’reshit, Génesis, cuando la

inaudible aleph de ‘or, luz, desencadenó el big-bang. Un origen más cercano, pero reconocido y recuperado sólo luego de

una década, se inscribe en Jerusalén en las lecciones magistrales de Nejama Leibovitz, Z”L, de quien aprendí a entender tanto las explicaciones de Rashi a la Toráh como a interrogar las posibles razones de sus silencios.

La fascinación por Borges proviene, creo, de esa primera gran lección: nada es gratuito ni superfluo en la Toráh. Además de cumplir con el sistema ético y piadoso que sostienen sus 613 preceptos, corresponde estudiar sus enunciados, interpretarlos en función del relato, de la historia, de los códigos legales que a lo largo de los siglos derivaron en la Mishnáh, en el Talmud, en la Responsa rabínica, en la Cábala…

Me pareció inevitable que desde su propio distanciamiento frente a toda doctrina religiosa Borges aludiera explícitamente a los procedimientos cabalísticos y a la fe en un texto absoluto, y que sus propios textos sirvieran para generar secuelas que hubieran enorgullecido a John Wilkins. La Cábala, pronunció en una de las Siete noches, es “una suerte de metáfora del pensamiento”. Para Borges, bastaba que la Cábala fuera sólo eso.

Borges y la Cábala: la búsqueda del Verbo es el título de un libro que

publiqué en 1976 y reedité diez años más tarde. Fue esa versión de 1986 la que le hice llegar a Mirta Kupferminc en 2002; fue poco después de haber visitado su taller con Eliahu Toker, cuya entrañable amistad compartimos.

No es desmesurado decir que desde entonces los tiempos no responden a una rigurosa cronología. Obedecen, al parecer, a un ritmo que ahora reconocemos como propio de las fuerzas que se desencadenan por la conjunción de arte y literatura, de eso que atribuimos a la casualidad, al azar, y que nos afectan a diario en la urdimbre de redes de conocimiento, de seres que enriquecen lo que estamos por entregar con apariencia de orden: obra terminada y abierta. Senderos de nunca acabar.

Saúl Sosnowski

Advertencia

Esto no es solamente un libro, aunque también lo es. Definirlo, o tan siquiera describirlo como “objeto”, es correcto, preciso, justo, e inadecuado.

Confluencia de voces, de letras, de miradas arrojadas al diseño del espacio, a la voluntad de diálogo y de encuentro, de respeto por la letra y el arte de interpretar, de decir sin quebrarse y grabar… Confluencia que, pausada o vertiginosamente, se acerca a lo que se irá abriendo con cada vuelta de hoja.

Precisamente de eso se trata: de abrir y de abrirse; de interrogar sentidos y sentimientos; de apostar al riesgo; de jugar y de jugarse; de aceptar (por fin) que esto no puede ser todo; que tras la vigilia se agazapan otras versiones incitando a la búsqueda, a acceder a lo que debe ser percibido, asimilado y nombrado una vez más. Una vez más, como siempre.

Es haber aprendido a leer y a mirar el revés de la trama para entender y gozar (finalmente) más allá de la comprensión y el goce la intimidad de cada letra, de cada figura, de cada línea que se desliza por la piel y halla su casa en este espacio compartido de tintas y papeles.

Compartir es el sentido último de la Creación cuando el Dios de los cabalistas, en un acto de amor, encoge Su plenitud para dar cabida al universo de los hombres; lo es, también, cuando estos presentan su propia versión de lo heredado a quienes, como ellos, tratan de perdurar en alguna de las versiones de Su legado.

Al unir “Borges” y “Cábala” se impone señalar diferencias tan fundamentales como las que separan al místico que recorre un sendero minado en el que se dirimen vida y muerte, razón y locura, de las que informan el placer de lo lúdico. Hablar de “Cábala” es entrar al espacio sagrado de la mística judía arraigada y codificada en principios y en prácticas milenarias; es partir, y arribar, a un Texto, la Toráh, origen del universo, crónica y guía de un pueblo, clave de la historia y secreto de todo porvenir.

Nada es gratuito –así también lo supo Borges— en un texto divino en que la participación del azar es computable en cero. Nada debe ser considerado gratuito –también nos lo enseñó Borges— aun cuando sólo nos enfrentamos al artificio de las letras y reconocemos los límites de una inevitablemente humana imaginación.

Reconociendo y salvando las distancias que separan a la fe y a la teología de la literatura y del arte, al cabalista de quienes practican otras variantes del paso por los tiempos, nada impide que la dimensión imaginaria revele y anuncie visiones de mundo alternativas; que incida en lo severo de crónicas diaspóricas y en la irreverencia heterodoxa para cuestionar, provocar, irrumpir en la falsedad cotidiana y señalar senderos y opciones que quizá no sean menos atroces (o no menos festivas).

Instalados, ineludiblemente, en la historia, ¿no es acaso la Cábala un

modo singular de responder a continuas persecuciones creando en lo intricado de sus exploraciones un espacio de libertad y esperanza? ¿un éxodo de la opresión hacia el reino de lo Divino? ¿una salida de callejuelas guéticas hacia las alturas donde comulgan los orígenes del verbo y las galaxias con algún ansiado fin?

¿Variante de la letra aleph que apunta al cielo desde la tierra? ¿Aleph que existe, que se deja oír, sólo cuando dialoga con las esferas

celestes? ¿Aleph que, como el hombre, también está hecha de voz, de tierra, de

aliento?

“Y le dijo Dios a Moisés: No podrás ver Mi rostro” (Éxodo, XXXIII, 20). Y Rabí Moshé Cordovero interpreta: “No podrás ver la conjunción de las letras ocultas, de las luces que brillan desde su (lugar de) origen”.

Rostro de letras. Rastro de letras hechas de ausencia. Trasgresión en el vacío:

¿anhelará una voz que no se entrega? ¿un trazo que lo cubra y llene y tiña de blanco?

¿Y si todo fuera (en esta gramática del universo y en el arte que es excepción a toda regla) una incitación a mirar como nunca aprendimos a ver? ¿a sentir de este lado de la piel y de la razón y de la memoria?

¿Será que de esa devota suma que es resta partirá el cabalista? ¿Será así que se iniciará el diálogo? ¿Será acoplando y desagregando, enunciando y descifrando? ¿Será que así anticipará la forma y la voz y el aroma de la cifra?

En la letra que sin ser imagen es espejo, en la clave de acceso que sin serlo es apertura, en el salto de todos los poros hacia adentro, hacia el manto; en la mirada cobijada por su púrpura celeste, en el firme equilibrio de sus rostros, aleph aguarda a su Adán.

¿Nos será dado compartir la osadía de la belleza?

¿acceder por la madre de innumerables orígenes? ¿transitar y sobrevivir el medio camino sin claudicar, sin caer cuando acaben las letras,

cuando cesen los pasos?

‘EMET: Tres letras cifran la verdad de los inicios y del fin. Dos letras (aleph, mem) apuntan a la madre de toda generación (‘ém), al arte (‘omanut) y a la fe (‘emunáh): claves de acceso a la verdad (‘emet), verdad originaria, fuente de vida: (m´kor jaim). Dos letras (mem, taf), muerto (met) vaticinan, desde la primigenia ‘emet, el valor de los tiempos, su fin.

La primera letra, la inefable, la que anuncia el primero de los Nombres de Dios y vaticina el arribo del primer hombre, le dará vida a la creación: Adán, el rojo Adán del universo, la nada de arcilla que perdura, aún.

Nada hay antes de aleph, de su certeza y de su arte, de su ser

(in)nominado en acto de fe.

… “Pensaba que el poeta es aquel hombre Que, como el rojo Adán del Paraíso, Impone a cada cosa su preciso Y verdadero y no sabido nombre. … “Sé que la luna o la palabra luna Es una letra que fue creada para La compleja escritura de esa rara Cosa que somos, numerosa y una. “Es uno de los símbolos que al hombre Da el hado o el azar para que un día De exaltación gloriosa o de agonía Pueda escribir su verdadero nombre”.

Borges, “La luna”

Desfila la creación ante sus ojos y Adam/ Adam (cuyas letras suman 45) cumple con su destino. Para ello fue creado: para nombrar y dar vida. Así comienza también su redención: Geula/ Gueulah (cuyo valor también es 45). Sin la inefable aleph / aleph que anuncia su arribo y cuyo valor es uno, se rebaja la redención a diáspora / Golá y sangre / dam (44). Sangre ritual en los pórticos, simulacro de pueblo en vísperas del Éxodo y del llegar a ser, y el Ángel de la Muerte aletea sobre las moradas. Así dicen los rabíes. Tras siglos y milenios, en el no fin de los tiempos, la creación desfila ante Adán,

trémulo, pálido, por siempre rojo,

de aleph nutre cada letra y cada nombre. El poeta aguarda. Y será llamado.

“Un libro impenetrable a la contingencia, un mecanismo de infinitos propósitos, de variaciones infalibles, de revelaciones que acechan, de superposiciones de luz ¿cómo no interrogarlo hasta lo absurdo, hasta lo prolijo numérico, según hizo la Cábala?”

Borges, “Una vindicación de la Cábala”

Talmud, Shabbath, 104 “Desconocemos los designios del universo, pero sabemos que razonar con lucidez y obrar con justicia es ayudar a esos designios, que no nos serán revelados”.

Borges, “Una oración”

Sh’má, ¡Oye! Presta atención y entiende en cada idioma y en toda lengua tu ardua y agraciada tarea: ser testigo (‘ED) siempre, desde siempre y para siempre (‘ADEI ‘AD). Ser el avizor ojo (‘AIN) del mundo (‘OLAM); la

mirada atenta a lo terreno y a lo cósmico, a la nitidez de sus voces y de sus ecos, a las carencias, a los vacíos, a los mandamientos, a lo que debe ser

realizado y a lo que debe ser evitado, aun a “riesgo del alma”, y a pesar de esos golpes en la vida que son como del odio de ….

Ser testigo que ama incondicionalmente. Ser capaz de juzgar a Dios por Auschwitz, de declararlo culpable, de seguir rezándole, aún allí, en Auschwitz. Ser testigo del Poder Creador en sus múltiples y secretos Nombres. Ser testigo de Su hacer y también de Su no-hacer. Ser lector de crónicas y anécdotas, de pasajes y posadas; saber aceptar que nada es casual ni superfluo, que desde cualquier recóndito espacio de pergamino podrá irrumpir la luz que todo lo ilumine y todo lo consuma. Todo, en el acto y en la entrega, está allí desde la atronadora jornada en el Sinaí. Todo totalmente cedido, concedido. Todo, para siempre, legado en la Voz y en el Verbo. Oír, leer, comprender, interpretar, descifrar, develar, celebrar, obedecer, conjugan el pacto. Cumplir con el mandamiento que proclama que Dios es nuestro Dios y es Uno y que somos, soy, su testigo, es el primer grito y el último susurro. Por ello, a pesar de todo y contra todo, cumplo: sobrevivo, soy testigo, soy. Chispa del Ser, del atributo sin espacio que todo lo colma; Eterno y fuera del tiempo, para “esta cosa que soy” Se nombra, humanamente: “Seré Quien Seré”. Siquiera en la duración del sueño, sombra propia; En el remolino de viento y polvo, De cenicienta oscuridad. Metal de hombre –Testigo ya!

Milagroso minián de la historia. Cronista de exilios. Seres de paso. Testigos de carne, de hueso, de piel;

de tinta y de pergamino.

“…el hombre quieto Que está soñando un claro laberinto. No lo turba la fama, ese reflejo De sueños en el sueño de otro espejo, Ni el temeroso amor de las doncellas. Libre de la metáfora y del mito Labra un arduo cristal: el infinito Mapa de Aquél que es todas Sus estrellas”. Borges, “Spinoza”

Ni rechazo, ni apostasía; sólo un reclamo al cartógrafo celeste. la duda de quien cree en la duda. Condenado a la desmemoria, a la eternidad proclama, implacable: “Sólo una cosa no hay. Es el olvido”. Recordado sea su nombre, libre del mito, del pálido miedo,

del cristal, y de la luz que horada la piedra y de su único secreto.

Amén.

“León Bloy escribió: ‘No hay en la tierra un ser humano capaz de declarar quién es. Nadie sabe qué ha venido a hacer a este mundo, a qué corresponden sus actos, sus sentimientos, sus ideas, ni cuál es su nombre verdadero, su imperecedero Nombre en el registro de la Luz… La historia es un inmenso texto litúrgico, donde las iotas y los puntos no valen menos que los versículos o capítulos íntegros, pero la importancia de unos y de otros es indeterminable y está profundamente escondida’ (L’Ame de Napoleón, 1912). El mundo, según Mallarmé, existe para un libro; según Bloy, somos versículos o palabras o letras de un libro mágico, y ese libro incesante es la única cosa que hay en el mundo: es, mejor dicho, el mundo”.

Si, como sugiere Borges en “Del culto de los libros”, Mallarmé prescribe su lectura como travesía hacia el libro, ¿cómo entenderemos la versión cabalística que íntimamente anuncia que el universo deviene de la lectura de El Libro, de la Toráh?

¿Lectura de Dios para los hombres? ¿Versiones del diseño aleph? ¿Aleph que desde sus vértices ansía

equilibrio, acceso, apertura a…? ¿De lo inaudible de esa letra primera a lo Inefable en un compartido y

rasgado Ein Sof EIN SOF? Desde la grandeza sin fin enunciada por la negativa hacia ese por

siempre Nadie, mayor que cualquier Alguien con voz, con rostro piadoso, Alguien comprensible hasta la permutación última de letras y números.

Y, si como “De alguien a nadie” desglosa, “en el sueño hay formas que se repiten, quizá no hay otra cosa que formas…” ¿en qué instante esa forma pasa a ser la vigilia de otro sueño? ¿Qué llegará a ser humanamente, racionalmente verificable en el juego de las sombras, en el acceso a la luz anunciada en cada uno de nuestros escasos y eternos días? De Alguien a Nadie; de Algo a Nada –Ein: señas de identidad en el cosmos; eco de una travesía por la piel de la tierra.

“uno de los puntos del espacio que contiene todos los puntos”

“Aleph es el secreto de arriba y de abajo y todos los secretos de la fe dependen de ella. Por eso su valor es uno. Y todo es aleph”.

Zohar Jadash, sobre Shir haShirim, 65B

“Nuestra mente es porosa para el olvido”. Borges, “El aleph”

Un hombre, sólo uno, anticipó el eco: la singular aleph en el clamor de ANOJI: del Todopoderoso Yo. Sólo él pudo abarcarlo, enunciar lo inaudible, dar a luz al mandato, cumplir con su destino de mensajero. Diseñar la aleph lanzándola contra la red de letras que sumarán 22 y buscar quien las haga vibrar en un dictamen, un versículo, un cántico; en el deseo, en la voluntad de hacer, de ser a partir de ellas, con ellas, (entre)tejido de letras y cifras y signos, malla que cubre y recorre y atraviesa un cuerpo que dice ‘soy’, ‘yo soy’, ‘soy yo’, ¿’uno de dos’ cuando ya sólo queda uno que se desvanece en éxtasis, en locura, en felicidad, en renovado intento y deseo de dos? O uno se desvanece en humo. Humo de hornos y plañideras hogueras, de llamas azuzadas por el Moloch de los tiempos, servidumbre del mal, descendientes del olvido. Humo y ceniza, polvo disperso en vientos sin sentido, sin semen, sin otra, sin hijos, sin caricias, sin. Sueño sin cópula, vigilia de la sinrazón. Mecánico corazón, latido inútil para dioses que se consumen en ojos que no ven, en pies de barro y piedra, en sacerdocios de la nada. Humillación de no-ser, de no saber. Arrogancia que soslaya la vergüenza; ambición de ser dios sin ser siquiera hombre: sacerdocio sin cuerpo, sin sombra. Simulacro. Ser, a pesar de la nada.

Hijos de una gota y de un sueño: Magia humana del engaño. Ser: hijos del deseo de ser.

“Cabe sospechar que no hay universo en el sentido orgánico, unificador, que tiene esa ambiciosa palabra. Si lo hay, falta configurar su propósito, falta conjeturar las palabras, las definiciones, las etimologías, las sinonimias, del secreto diccionario de Dios”.

Borges, “El idioma analítico de John Wilkins” Cuenta Rabí Meír: “Cuando estudiaba con Rabí ‘Akiva, yo acostumbraba poner vitriolo en la tinta, y él nada decía. Pero cuando fui a ver a Rabí Ishmael, él me preguntó: ‘Hijo mío, ¿cuál es tu profesión?’ Respondí: ‘Escriba soy’. Y él me dijo: ‘Hijo mío, ten cuidado con tu trabajo porque es la labor de Dios: si omites una sola letra, o escribes una letra de más, destruirás el mundo’”.

Talmud, ‘Erubin, 13a

“El ejercicio de las letras puede promover la ambición de construir un libro absoluto, un libro de los libros que incluya a todos como un arquetipo platónico, un objeto cuya virtud no aminoren los años”.

Borges, “Nota sobre Walt Whitman”

Pequeño dios el poeta:

En versos proclama su provisorio esquema del mundo. Dice su palabra y con ella, humanamente, todo.

Hombre de fe el cabalista:

Sabiendo para siempre quién es, enuncia letras, signos, cifras y versículos; armado de ser, penetra el mapa planetario.

Cartógrafo del Texto Absoluto, anticipa orígenes y futuros; siente el latido primigenio; asciende por las Sefiroth.

Paso a paso, acto tras acto, escala cada trazo; irrumpe en lo vedado, en la música de las esferas; comulga con hombres y ángeles ansiando rozar el Nombre que haga propicio, que tolere y justifique un nuevo, renovado, reiterado latido.

Y avanzará una vez más, siempre una vez más, arremetiendo piadosamente, jugándose alma y destino, mirando sólo hacia adelante.

Adán de la Nada: ni lo anterior, ni lo que se alza en las alturas, ni lo que yace bajo estas tierras, nada develará hasta retomar, nuevamente, el eterno ciclo de la lectura otra que se revela en esa segunda letra, B-B’eresith, en los comienzos… hacia delante muñido de historia y de fe.

Dice el Zohar: “Dios, Bendito Sea, la Toráh, e Israel son Uno”. “Cada Elemento es singular, único, y de algún modo están relacionados y es como si dependieran Uno del Otro”.

“Todas las cosas son palabras del Idioma en que Alguien o Algo, noche y día, Escribe esa infinita algarabía Que es la historia del mundo”.

Borges, “Una brújula”

Aleph, sólo ella, suma de todas las letras, se desplaza de los majestuosos Nombres que evoca el Poder, El, para señalar el cauce. Veintidós letras y diez Sefiroth fluyen por esos treinta y dos senderos secretos de la sabiduría para desembocar en el latido, nombrar el corazón (Lev), abrazar la Toráh: fuente de vida, inicio del saber. Letrado remolino, sendero signado por dudas y vallas, por abismos y cruces. Travesía donde vida y muerte, locura y apostasía, paz y caos dirimen el fin de los hombres y de sus días. Uno, sólo uno, sobrevivirá. Sólo quien estaba destinado a enhebrar los hilos que coronarán letras, que cifrarán verbos, que señalarán nuevos senderos hacia el riesgo y la fe.

El elegido sabrá urdir, en algunos de sus mesurables y escasamente eternos tiempos, el inconcebible instante de la enunciación. Por eso ha sido elegido. Para eso sobrevive. Treinta y dos son los secretos senderos de la sabiduría.

“¡Oh dicha de entender, mayor que la de imaginar o la de sentir!”

Borges, “La escritura del dios”

Elogio de la inteligencia. Límite del conocimiento. La inacción como cordura. La apuesta al devenir de la historia sin interferencia divina. La fórmula de 14 palabras, 40 sílabas, que el mago remite al silencio, quizá oculten los pasos del hombre fuera del paraíso: Número, el 14, que es YAD, Mano de Dios, de Quien proviene la creación, el libre albedrío, el humano inclinarse por su saber parcial, por su mortalidad… Número, el 40, que son los años desde el Éxodo hasta el acceso a la Tierra Prometida: desde la generación del desierto (que allí reposa) hasta el advenimiento de los libres.

¡Oh dicha de creer!, ¿mayor, quizá, que la de sentir, imaginar, entender?

“Y todo le fue entregado a Moisés, nuestro maestro, en los pórticos del Saber [Binah, una de las diez Sefiroth]. Todo está escrito en la Toráh, explícitamente, o aludido en las letras o en su valor numérico, o en la forma de las letras, escritas en la forma acostumbrada o alteradas en su forma, como ser, las apiñadas, las curvas y otras apartadas, o en las puntillas o en las coronillas, conforme está dicho: cuando Moisés se elevó al cielo, halló al Santificado Sea Su Nombre que estaba unciendo coronas a las letras. Le dijo: ‘¿Para qué son éstas?’ Le dijo: ‘Un hombre está destinado a derivar de ellas innumerables leyes’”.

Introducción al Génesis de Rabí Moshé ben Nahman/Rambán/Nahmanides

Narra el Talmud: “Hay un hombre que existirá hacia el fin de las generaciones y ‘Akiva ben Yosef es su nombre y él derivará de cada pequeño trazo innumerables leyes”. Si por tema de derechos no pudiera ir todo “El golem”, iría esta selección. . . . Sediento de saber lo que Dios sabe, Judá León se dio a permutaciones

De letras y a complejas variaciones Y al fin pronunció el Nombre que es la Clave, La Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio, Sobre un muñeco que con torpes manos Labró, para enseñarle los arcanos De las Letras, del Tiempo y del Espacio. El simulacro alzó los soñolientos Párpados y vio formas y colores Que no entendió, perdidos en rumores Y ensayó temerosos movimientos. Gradualmente se vio (como nosotros) Aprisionado de esta red sonora De Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora, Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros. … Tal vez hubo un error en la grafía O en la articulación del Sacro Nombre: A pesar de tan alta hechicería, No aprendió a hablar el aprendiz de hombre. … El rabí lo miraba con ternura Y con algún horror. ¿Cómo (se dijo) Pude engendrar este penoso hijo Y la inacción dejé, que es la cordura? ¡Por qué di en agregar a la infinita Serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana Madeja que en lo eterno se devana, Di otra causa, otro efecto y otra cuita?

Me vieron Tus ojos cuando aún era materia informe; cuando ya en Tu libro estaban inscriptas las generaciones venideras y se hilvanaban los días previos al primer amanecer.

a partir de Tehilim / Salmos, 139, 16

“Las ruinas circulares”

“Y creó Dios al hombre a Su imagen; a imagen de Dios lo creó. Varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios…”

Génesis, 1, 27-28. Apariencia, hálito, sueño del solo: vana estirpe del humillado. Ser de dos: carne y sangre en el hijo que emana de la oscuridad, en el numen del nombre, en la cifra del alma, en quien vendrá.

“Yo, que me figuraba el Paraíso Bajo la especie de una biblioteca” Borges, “Poema de los dones”

“Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto (…). El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza. En aquel tiempo se habló mucho de las Vindicaciones: libros de apología y de profecía, que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo y guardaban arcanos prodigiosos para su porvenir”. “También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el compendio de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios”. “…ruego a los dioses ignorados que un hombre –¡uno solo, aunque sea, hace miles de años!— lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu Enorme Biblioteca –que otros llaman el universo— se justifique”. “Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y de temores; que no sea en alguno de esos lenguajes el nombre poderoso de un dios”. “Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esta elegante esperanza”.

Borges, “La biblioteca de Babel”

“En lo que te ha sido autorizado, inquiere; no te incumbe lo oculto”.

Rambán, Introducción a la Exégesis de la Toráh

(Ref: “El milagro secreto”) De ne’elam, oculto, deriva ‘olam, universo –así dice una tradición. ‘olam es donde Dios se oculta y donde se manifiesta; es el espacio donde trasforma al espíritu en materia. ‘Olam es el lugar que, amando, el Creador le cede al hombre para que crezca, para que lo reconozca, para que lo acepte y ensalce. Y para que lo interrogue por la injusticia, para que, amando, lo increpe y condene por la simiente del mal y por las cenizas. Es donde tras escasos días los hijos de Adán yacerán bajo titubeantes lápidas o se diluirán entre lágrimas y humaredas. Nada es eterno donde el límite marca el precio de la trasgresión o la promesa del no-tiempo. Nada: por eso son preciosos los pasos fugaces. Nada: por eso lo seguirán siendo las letras, las cifras, los ciclos, los deseos de todo, el consuelo del algo. Lugar del tiempo, del terror y la esperanza, del desafío al Eterno. Memoria de empobrecidas páginas en los pórticos del mal. Fe en Quien mil años son como el día de ayer y en Quien podrá sostener un hoy que se alarga y dibuja un rostro, un drama, señas de identidad. Acto de fe: teoría.

Ciudades de luces y sombras. Trunca ciudad de los hombres y los cielos. Enjambre de raíces muertas. Piernas entretejidas. Tatuados brazos que no abrazan. Quiebres deseantes de ser. Simientes hundidas en fosas. Urna. Lápida. Fechas del ayer. Ausencias de siempre. El juego sigue. El poeta, herido, aguarda. La noche se desliza por los techos. El planeta se desplaza, ausente, por los cielos. Pacto de vida: Práctica.

Una letra se desliza como lágrima, Un cuerpo cae, Una página vindica a Quien recibe el humo de otra piel,

Y de un pergamino, Y de Sus Letras.

Y no, nada fortuito el encuentro de un espejo y una enciclopedia que devela (tardíamente) el azote de la barbarie; nada lúdico el cónclave que impone su orden a la incertidumbre que es vida; nada divino el orden de una moral descartable, ni ética la ciega obediencia de masas informes. Ante el embate del horror puede emanar el deseo de replegarse, de refugiarse en el íntimo ejercicio de las letras que ya no hallarán eco ni lector. Entonces, ante una dinastía que altera la faz de la tierra, ¿se justifican la inacción y el silencio? ¿Será que lo heroico (sin serlo) se limita a guardar para muy pocos lectores de un incierto futuro la topografía del terror? ¿Cómo cifrar el combate entre la Luz y la Oscuridad, entre el Bien y el Mal? ¿Cómo conjugar vidas frente a doctrinas que las siegan? ¿Cómo enunciar la crónica de los hijos de Noé sino hilando el deseo de revelarlo todo con la mesura que limita el conocimiento? ¿Cómo, sino entretejiendo origen y aprendizaje, fe e historia, razón y magia, individuo y comunidad? Entre las arenas de Egipto y los rieles que condujeron a las tinieblas y al humo se cifra parte de la historia. Todo (también Tlön) remite a los orígenes del universo y al éxodo: a la capacidad de optar, a la inestable transición del esclavo a la libertad, a los misterios arcanos y a las historias que atraviesan las generaciones. A la voluntad de acatar y al deseo de ser más: a ser más en el culto a la desaparición, o a serlo en los senderos de la Luz.

¿Y si Tlön anticipó que “la literatura es un arte que sabe profetizar aquel tiempo en que habrá enmudecido, y encarnizarse con la propia virtud y enamorarse de la propia disolución y cortejar su fin”?

Entonces, ¿qué? ¿Deberá aguardar el poeta su llamado? ¿Oirá alguna voz en la espera?

¿Reconoceremos, nosotros, las siluetas que conminan el testimonio? Podremos, sólo entonces, volver a ser. Apenas algo, de alguien, en la nada.

“…la realidad no tiene la menor obligación de ser interesante…” “…la realidad puede prescindir de esa obligación, pero no las hipótesis”. “Un libro en octavo mayor le reveló las enseñanzas de Israel Baal Shem Tobh, fundador de la secta de los Piadosos; otro, las virtudes y terrores del Tetragrámaton, que es el inefable Nombre de Dios; otro, la tesis de que Dios tiene un nombre secreto, en el cual está compendiado (como en la esfera de cristal que los persas atribuyen a Alejandro de Macedonia). Su noveno atributo, la eternidad –es decir, el conocimiento inmediato— de todas las cosas que serán, que son y que han sido en el universo. La tradición enumera noventa y nueve nombres de Dios; los hebraístas atribuyen ese imperfecto número al mágico temor de las cifras pares: los Hasidim razonan que ese hiato señala un centésimo nombre –el Nombre Absoluto”. “—¿Y si la historia de esta noche fuera un simulacro?” Un laberinto: “los materiales son un heresiólogo muerto, una brújula, una secta del siglo XVIII, una palabra griega, un puñal, los rombos de una pinturería”. “Yo sé de un laberinto griego que es una línea única, recta. En esa línea se han perdido tantos filósofos que bien puede perderse un mero detective”.

Borges, “La muerte y la brújula”

¿Y cómo señalaremos los puntos cardinales de la esfera? ¿Y el continuo circuito del mal? ¿Comprenderemos el triángulo impreso en la carne?

¿y el tatuaje del nunca más? ¿Y las celdas y las cámaras y las torturas y la nada en las aguas de un río color de león,

y las siluetas que fueron cuerpo y las máscaras y las muecas?

¿Y el catálogo numerado de los brazos? ¿Sobreviviremos el azar de no ser pantalla? ¿Y la luz que oscurece el pasado

e interroga hombres y dioses y masas que todo lo ignoran? ¿Aceptaremos la culpa del silencio cuando la muerte sobrevolaba las azoteas y los techos enterraban la esperanza y las puertas sellaban la incertidumbre? Responsables por la violencia y la paz, por el por algo será y por el que dirán, por la picardía que le guiña al corrupto y al impune y se hamaca en el poder y en el olvido y en la diferencia y en el privilegio… hasta que alguien vuelva a golpear a esas mismas puertas…

…entonces, ¿qué? Y seguimos hurgando textos y magias y claves que deseamos secretas y veladas ante demasiada sangre y ceniza, ante la incomprensión y el sinsentido y sinrazón, y si ni los profetas… entonces nosotros qué! Un ojo abierto tras la mano que ya no vela el horror, Apenas uno, quebrado por una sola lágrima, ve días y noches de muerte en la ciudad del deseo, en la era del violento y en la no-guerra. ¿Regirá para siempre el reino que supura hiel? ¿Serán el silencio y la inacción las cuotas que proscriban el caos primordial?

Cerrados los ojos, piadosamente recita la fórmula del principio y del fin. Sus labios besan esos hilos que insisten: Son 613 las mitzvot que partieron de siete y de diez… Las manos se deslizan del talit. Brazos inertes caen sobre el sitial de la infamia. Y en los ojos, ya demasiado abiertos, demasiado lúcidos, imágenes de ausencia, rojo de lo que fue y volverá a ser derramado sobre otro mapa de la tierra, tan lejos de las estrellas, tan cerca de lo que hubiera podido ser Y es.

Cuando recita la historia de orígenes y estadios, de miserias y triunfos pasajeros, de actos de fe y de justicia. Cuando no perdona, cuando se dice fiscal y testigo de la belleza de lo posible y de lo entrevisto.

En algún futuro jamás ilustrado, como en cada hoy que respira,

diseña la constelación de ser en su calle, su ciudad, sus mundos, en tradiciones y nombres y cifras que recorren su cuerpo.

En la esfera de cristal que habita el cabalista halla una vez más, allí dentro, el único posible aleph: acto de amor que rasga la curtida piel del universo.

Para la página que cierra este cuadernillo –algo con un mínimo toque lúdico, criollo, en el espíritu que habitó (en) Borges:

Escribir en hebreo Bereishit barah et ET, de la Aleph a la Taf: todas las letras creó Dios en tiempos

anteriores al tiempo. Entonces –dice una tradición narrada por el Maguid de Mezrich en Or

Torah— por medio de las letras de su sagrado alfabeto, Dios creó el mundo; allí, en el espacio abierto por Su encogida Majestad.

Todas las letras: de la Aleph a la Taf, de la A a la Z: “az” (entonces),

de su combinación devinieron los cielos y la tierra hasta llegar, tras el innumerable cómputo de milenios, a un hombre. A un hombre que salió de la quinta de Adrogué para entregar su traducción del universo: acto de presencia, de resistencia a los violentos, homenaje a quienes actúan, a quienes siguen buscando por los hexágonos de la biblioteca que habitamos el sentido de ser, de estar, de hilvanar coronas a las letras que van de Aleph a Taf

“No es correcto llegar al Santo (a lo Santo o Santidad) a toda hora, sino sólo después de haberse purificado de las vanidades del tiempo y sus ardides. Y limpiará su mente del orgullo porque ésta es la cáscara que le impide a su dueño ingresar a la gracia de Dios y visitar el aposento de esta sabiduría. Y debe humillarse como el polvo frente a todo hombre y oirá su vergüenza y se regocijará con su sufrimiento. Y no estudiará la Toráh por orgullo (vanidad). Y tampoco se enorgullecerá con este estudio (de la Cábala) ‘porque es fuego que devora hasta el sepulcro’ [Job, XXXI, 12]. Por ello debe comportarse con humildad hasta que vea (que está preparado) y entonces entrará al santuario de Dios, y conviene que llega al pórtico del jardín, el jardín de la sabiduría, le rece a Dios para no sucumbir y para no desviarse de la Verdad ni a diestra ni a siniestra”.

Rabí Moshé Cordovero, Sheva Netivot haToráh / Los siete senderos de la Toráh,

p. RMZ (247).

“Nuestros maestros enseñaron: Cuatro ingresaron al Pardés y ellos fueron: Ben Azai, Ben Zoma, Ajer y Rabí Akiba. Les dijo Rabí Akiba: Cuando lleguen a los mármoles pulidos no digan “agua, agua”, pues está escrito: “el que diga mentiras no podrá enfrentar mi mirada”. Ben Azai atisbó y murió. Sobre él dicen las Escrituras: “valiosa a los ojos de Dios es la muerte de sus piadosos”. Ben Zomá miró y enloqueció. Sobre él dicen las Escrituras: “Miel has hallado? Come solo cuanto te sea suficiente, no sea que te hartes y todo lo vomites”. Ajer podó los brotes. Rabi Akiba salió en paz/íntegro”. Braita del Talmud Babilónico - Jaguigá 14b

Cuando la razón choca contra sus propias raíces; cuando los restos caen en lo convencional y en reiterados gestos; cuando la imaginación se estrella… ese es, precisa y justamente, el momento propicio para lanzarse al vacío de la plenitud, a los interrogantes que ni siquiera exigen la respuesta del silencio: sólo la pregunta de quien no duda. Alcanzar el paradisíaco Pardés. Transgredir límites como actos de fe y de búsqueda de Aquel que se redujo para darle cabida a quienes desde entonces lo anhelan… aún en el rechazo, en el olvido, en la incomprensión, en la negación, en el azoro. Y frente a todo, en fórmulas que entrelazan el saber y la esperanza, senderos de luz. Se deslizan por los límites impuestos al diseño del hombre: coartada que impide (casi) ser otro, un algo-alguien más cercano al Todo infinito que marca el acceso a la nada, al inabarcable Nadie, al dejar de ser piel marcada, cuerpo con ombligo y fecha de vencimiento. Imposible aceptar que basta con lo revelado y lo aparente; más allá de lo obvio, de la superficie clara y bruñida del P’shat (lo literal), están las claves de acceso a otras vías. Hurgar en la intimidad del texto entonces: acceder cuidadosamente por los pliegues y resquicios de sus trazos para ser leído en ellos y desde ellos. Entonar esa prescripta melodía de amor que interpreta cada palabra y cada nombre y cada versículo. Recorrer el palacio coronado con El Nombre que es suma de todos Sus Nombres. Atravesar las salas del tesoro que desvían la mirada y seguir, avanzar, ir hacia lo más recóndito, hacia la siguiente esfera, hacia ese arribabajo donde se apuesta la cordura, la fe y la vida. Ya nada es solo lo (e)vidente: P´shat-D’rash-Remez se aúnan en el simultáneo goce de entender y sentir y alcanzar el Sod, el íntimo, recóndito Secreto que despedirá (o no) apenas una chispa de las emanaciones que provienen y conducen al Ein Sof: al infinito-sin-fin, a la Majestad primigenia que condesciende al diálogo, al encuentro, al goce, a la lectura parcial de Su gramática, a las letras que sienten los colores y matices del placer y triunfantes se muestran en el entramado de este, nuestro ya compartido universo. Insaciable búsqueda de perpetuo peregrinaje.

“La Cábala no sólo no es una pieza de museo, sino una suerte de metáfora del pensamiento”.

Siete noches

Y sólo entonces se abrirán sus puertas…