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BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE PERIODISMO Año 15 - Nº 29 ACADEMIA NACIONAL DE PERIODISMO Ciudad de Buenos Aires - República Argentina Agosto de 2012

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BOLETÍN

DE LA

ACADEMIA NACIONAL

DE PERIODISMO

Año 15 - Nº 29

ACADEMIA NACIONAL DE PERIODISMOCiudad de Buenos Aires - República Argentina

Agosto de 2012

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La Academia Nacional de Periodismo agradece la adhesión de las siguientes instituciones:

Aeropuertos Argentina 2000Banco Galicia

Bolsa de Comercio de Buenos AiresConfederación Argentina de la Mediana Empresa

Deloitte & Co. S.A.

El presente boletín es propiedadde la Academia Nacional de Periodismo

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Academia Nacional de Periodismo

Miembros de número

Armando Alonso Piñeiro Roberto Pablo GuareschiGregorio Badeni Jorge HalperínNora Bär Ricardo KirschbaumRafael Braun Lauro F. LaíñoNelson Castro José Ignacio LópezJuan Carlos Colombres Enrique J. MaceiraJorge Cruz Enrique M. MayochiHéctor D’Amico Joaquín Morales SoláJosé Claudio Escribano Alberto J. MuninJorge Fontevecchia Enriqueta MuñizHugo Gambini Antonio RequeniRoberto A. García Magdalena Ruiz GuiñazúOsvaldo Granados Fernando Sánchez ZinnyMariano Grondona Hermenegildo Sábat

Daniel Santoro

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Miembros eméritosCora Cané - José María Castiñeira de Dios

Ernesto Schóo

Miembros correspondientes en la ArgentinaEfraín U. Bischoff - Carlos Hugo Jornet (Córdoba)

Carlos Liebermann (Entre Ríos)Jorge Enrique Oviedo (Mendoza)

Carlos Páez de la Torre (Tucumán)Héctor Pérez Morando (Neuquén)

Julio Rajneri (Río Negro)Gustavo José Vittori (Santa Fe)

Miembros correspondientes en el extranjeroMario Diament (Estados Unidos)

Elisabetta piqué (Italia)Armando Rubén Puente (España)

Andrés Oppenheimer (Estados Unidos)

Mesa DirectivaPresidente: Lauro Fernán LaíñoVicepresidente 1º: Hermenegildo SábatVicepresidente 2º: Magdalena Ruiz GuiñazúSecretario: José Ignacio LópezProsecretario: Fernando Sánchez ZinnyTesorero: Osvaldo GranadosProtesorero: Hugo Gambini

Comisión de Fiscalización

Miembros titulares: Armando Alonso PiñeiroGregorio BadeniAlberto Jorge Munin

Miembros suplentes Nora BärEnrique MaceiraEnriqueta Muñiz

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ComisionesAdmisión: Enrique J. Maceira (Coordinador), José Claudio Escribano, Ricardo Kirschbaum, Enriqueta Muñiz.Publicaciones y Prensa: Antonio Requeni (Coordinador), Fernando Sánchez Zinny, Nora Bär.Biblioteca, Hemeroteca y Archivo: Enrique Mario Mayochi (Coordinador), Fernando Sánchez Zinny.Concursos, Seminarios y Premios: Jorge Cruz (Coordinador), Nora Bär, Enriqueta Muñiz.Libertad de Expresión: Gregorio Badeni (Coordinador), José Claudio Escribano, Nelson Castro, Enrique Maceira, Alberto Munin.Ética: Daniel Santoro (Coordinador), Rafael Braun, José Ignacio López, Magdalena Ruiz Guiñazú.Comisión para la Redacción de la Historia Integral del Periodismo Argentino: Armando Alonso Piñeiro (Coordinador), Enriqueta Muñiz, Fernando Sánchez Zinny.

Académicos fallecidos

Emilio Abras...........................06/10/98Félix Laíño..............................07/01/99Jorge Rómulo Beovide..........26/02/99Roberto Tálice.......................20/05/99Alfonso Núñez Malnero......12/05/00Germán Sopeña......................08/04/01Jorge Roque Cermesoni........07/12/01Luis Alberto Murray.............31/07/02Luis Mario Lozzia..................31/07/03Francisco A. Rizzuto.............12/06/04Raúl Horacio Burzaco..........09/02/04Fermín Fèvre...........................06/06/05

Martín Allica.........................09/11/05Ulises Barrera........................11/12/05Roberto Maidana...................11/08/07Napoleón Cabrera.................15/08/09Félix Luna...............................05/11/09Tomás Eloy Martínez............31/01/10Bernardo E. Koremblit.........01/02/10Enrique Oliva.........................28/02/10Daniel Alberto Dessein.........24/05/10Raúl Urtizberea.....................16/07/10Bartolomé de Vedia...............12/08/10Leandro Pita Romero............30/07/11

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Acta de la deliberación del Jurado Premio Pluma de Honor 2012

El 10 de abril de 2012 se reúnen en la sede de la Academia Nacional de Periodismo el presidente, el vicepresidente 1º y el vicepresidente 2º de la institución, académicos Lauro Laíño, Hermenegildo Sábat y Magdalena Ruiz Guiñazú, en su condición de integrantes del Jurado que tiene la misión de otorgar el Premio Pluma de Honor, instituido por el plenario de miembros de la corporación en su reunión del día 18 de abril de 2007.

Luego de analizar los nombres de los candidatos propuestos por distintas vías para esa distinción, el jurado resuelve por unanimidad adjudicar el Premio Pluma de Honor correspondiente a 2012 al señor Dr. Bartolomé Luis Mitre. El jurado ha considerado su destacada tra-yectoria en defensa de las libertades públicas y de pensamiento y la exaltación de los valores éticos que deben presidir el ejercicio del perio-dismo, en consonancia con los principios fundacionales y estatutarios de la Academia.

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Pluma de Honor para el Dr. Bartolomé Luis Mitre

La Pluma de Honor, distinción que entrega la Academia Nacional de Periodismo para celebrar y destacar anualmente el esfuerzo y la ac-tividad de quienes contribuyen a dignifi car y consolidar la misión de la prensa independiente, fue otorgada al Dr. Bartolomé Luis Mitre, perio-dista, director del diario La Nación.

Abogado y periodista, director del diario La Nación desde el año 1982. Actualmente es miembro, entre otras instituciones, de la Junta de Directores de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP); del Comité Ejecutivo de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP); Presidente de la Comisión de Chapultepec de la Sociedad Interamericana de Prensa; miembro del International Press Institute; miembro de la Junta de Di-rectores del Inernational Press Institute; miembro Consejero del Con-sejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI); presidente del Comité de Medios de Comunicación del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI).

Entre las condecoraciones que ha recibido se encuentran:Orden del Mérito en el grado de Commendatore, otorgada por el

Gobierno de la República de Italia, “por sus merecimientos obtenidos al bregar por la vinculación argentino-italiana”. 1982.

"Águila de la Fundación de Buenos Aires y San Martín de Tours, categoría Miembro de Honor, otorgada por la Orden de Caballeros de San Martín de Tours, 1984.

Orden de Río Branco en el grado de Comendador, otorgada por el Gobierno del Brasil, en reconocimiento de los servicios prestados en pro del acercamiento entre nuestros países, desde esa tradicional e his-tórica tribuna que es La Nación. 1985.

Orden de Boyacá en el grado de Comendador otorgada por el Go-bierno de la República de Colombia, “porque durante su larga trayecto-ria periodística se ha distinguido por la constante defensa de la libertad

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de prensa en América, así como por la espontánea y efi caz difusión de las instituciones y valores colombianos”, entregada por el presidente Belisario Betancur en el Palacio de Nariño, Bogotá, Colombia, octubre de 1985.

Discurso del Dr. Lauro F. Laíño, presidente de la Academia Nacio-nal de Periodismo, con motivo de la entrega del Premio Pluma de Honor al Dr. Bartolomé Mitre.

La Academia Nacional de Periodismo otorga anualmente el Premio Pluma de Honor a una personalidad o institución que se haya destacado en la defensa de la libertad de prensa o la exaltación de los valores éti-cos que deben presidir el ejercicio del periodismo en consonancia con sus principios fundacionales y estatutarios.

Esta noche, venimos en nombre de la Academia, a entregar la Pluma de Honor al Dr. Bartolomé Mitre, director de La Nación desde hace 30 años y tenaz defensor de la libertad de expresión.

Mitre es director del Grupo de Diarios América, emprendimiento singular que ha puesto al servicio de los lectores de varios países her-manos las fuentes que antes quedaban estrechas entre los confi nes de cada República, haciendo realidad en las imprentas de aquí y de allá el auténtico sentido de la Patria Grande. Así también, es miembro del Comité Ejecutivo y Presidente de la Comisión de Chapultepec de la Sociedad Interamericana de Prensa. Integra la Junta de Directores del International Press Institute, preside el Comité de Medios de Comuni-cación del CARI y la Comisión de Libertad de Prensa del Colegio de Abogados de Buenos Aires. Ocupa el sitial Ingeniero Emilio Mitre en la Academia Argentina de Ciencias de la Empresa.

Es Bartolomé Mitre un digno representante de las fecundas leyes no escritas del periodismo argentino. El que supo informar y entretener, brindando con el esfuerzo de cada día una lección de civismo, orien-tando al común y sirviendo a sus lectores. A caballo de tres siglos y sus encrucijadas, ese periodismo ha sabido acompañar la más fantástica

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aventura de la historia de la humanidad. Desde la ilusión del progre-so indefi nido, las tragedias del totalitarismo, los grandes inventos, las eras atómica y espacial, la implosión del imperio soviético, las guerras tecnológicas, el extravío de la droga, la revolución digital y la mente ci-bernética que amenaza sustituir a la del hombre, nada ha sido ignorado por generaciones de lectores.

En momentos en que la vigencia de la prensa escrita se halla en en-tredicho, ha sido Mitre un feliz abogado de sus tradiciones, anteponien-do los intereses generales a los propios y sirviendo al público con una vocación tan fácilmente perceptible como irrenunciable. Él compren-dió, como pocos, que aunque aún quedan directores para los diarios, ya no quedan diarios para los directores. Y así entendió su misión: la defensa del diario como empresa de cultura, y el sostén de sus colum-nas como una herencia impresa desde el fondo de la historia cuando la palabra Nación era, entre nosotros, apenas un balbuceo.

Y hoy se apresta Mitre —no lo dudo— para el desafío del tiempo por venir, que tal vez consista en mantener los medios libres del riesgo de sí mismos, afi rmando la independencia editorial ante las amenazas del capital sin nombre, los dictados de un mundo globalizado y ajeno, o los espejismos que amenazan transformarse en la vida misma.

Sabemos de sus luchas. Conocemos la dosis de incomprensión que ha acompañado una vida restallante amenazada por claroscuros que no merece. Como todo hombre público, ha gozado de halagos y sufrido vicisitudes, afrontando con coraje cívico poco común un destino que no siempre le fue condescendiente.

Treinta años como director de La Nación, a través de un período his-tórico azaroso, constituyen la más alta carta de recomendación para la Pluma de Honor, premio en que lo han precedido fi guras notables como Julio María Sanguinetti, el expresidente del Uruguay y posiblemente el mejor orador de América Latina; Quino, el genial creador de Mafalda; Santiago Kovadloff, el fi losófo que aún aguarda la justicia de un gran reconocimiento público, y la periodista y senadora Norma Morandini, víctima por partida doble del dolor de los años tristes, que prefi ere re-cordar sin odio, con la esperanza viva de una justicia superior.

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Ingresa, pues, Bartolomé Mitre a una constelación de demócratas humanistas, servidores de valores culturales que nos vienen de gene-ración en generación y que la presente procura rescatar de la incom-prensión dictada por las modas intelectuales o los cambiantes caprichos sociales que a veces se valen del escarnio absolutista como su peor y más temible arma.

Saludo, pues, en el Dr. Bartolomé Mitre, tantas veces laureado como contemporáneo de sí mismo, al cultor de una prédica encendida que late y seguirá latiendo porque responde a principios fundamentales de la identidad argentina. Una predica que ha sabido interpretar la in-terdependencia de todas las tecnologías y todas las ideologías, sabiendo que cada avance de la libre información representa progreso político, social y cultural.

La Academia Nacional de Periodismo lo ha elegido aunque, en rigor, podríamos decir que es un elegido de su propio destino, como protago-nista de un cambio social en que importará menos la distribución de la riqueza que la participación en el conocimiento y el saber. Y al com-partir sus ideas, me repito, una y otra vez, que debemos depositar en la conciencia pública la confi anza de nuestra propia libertad.

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Discurso pronunciado por el Dr. Bartolomé Luis Mitre

Distinguidos miembros de la Academia Nacional de Periodismo, se-ñoras y señores:

Me siento realmente conmovido por este reconocimiento de la Aca-demia Nacional de Periodismo, institución cuyos principios y cuyos integrantes honran a la profesión que abrazamos. Deseo agradecer pro-fundamente este premio, que renovará mi convicción y mi compromiso de no bajar jamás los brazos a la hora de defender la libertad de prensa.

Me sorprende y me halaga esta distinción a una trayectoria en un país que, lamentablemente, parece cada vez menos acostumbrado a re-conocer los esfuerzos de los demás. No puedo menos que compartir este reconocimiento con quienes, día tras día, velan por informar al público y por la permanente búsqueda de la verdad desde nuestra centenaria tribuna de doctrina, que es el diario La Nación. Tampoco puedo dejar de compartirlo con quienes, a lo largo de muchos años, me han acompa-ñado en lugares estratégicos para la defensa de la libertad de expresión y de la libertad de prensa, como la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y el International Press Institute de ese organismo, que me permi-tió integrar comisiones que observaron la situación del periodismo en épocas tan confl ictivas como la de Pinochet en Chile, la de Stroessner en Paraguay, o, más recientemente, la de Chávez en Venezuela.

En la medida de mis posibilidades, siempre modestas cuando se trata de enfrentar a quienes detentan o ejercen autoritariamente el poder po-lítico, traté, desde todos los lugares donde me ha tocado estar, de con-tribuir al fortalecimiento de los valores republicanos y democráticos, y a la defensa indeclinable de la libertad de prensa.

El ejercicio del periodismo independiente está indisolublemente asociado a esos ideales republicanos al abrigo de los cuales nacieron a la vida en libertad las naciones de América. Ni la democracia ni el Estado de Derecho son concebibles sin ese valor fundamental que es la libertad de expresión, pilar de todas las otras libertades que enalte-cen la condición humana. Muchas veces he sostenido, y aún sostengo,

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que la libertad de prensa es madre de libertades. Es que, en efecto, sin libertad de prensa no hay libertad. Nuestro joven continente ha segui-do avanzando en el sendero de la democracia en las últimas décadas. Sin embargo, persisten algunos vestigios de autoritarismo en no pocos Gobiernos a los cuales la legitimidad de origen no termina de tornados respetuosos de las instituciones republicanas. En ese sentido, podemos advertir cómo una nube tóxica sobrevuela los medios de comunicación independientes de países como Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y la Argentina. Todos ellos enfrentan, como lo ha señalado la SIP en su reciente reunión realizada en Cádiz, en abril último, un patrón de adversidades comunes a manos de presidentes arbitrarios e intolerantes que buscan acallar a la prensa crítica. Con frecuencia, se registran en esos países campañas sistemáticas contra el periodismo independiente, para las que son usados los medios en manos del Estado; la prensa es acusada de desestabilizadora o destituyente por los máximos responsa-bles de la administración nacional, al tiempo que algunos mandatarios no ocultan su ensañamiento en sus discursos públicos con aquellos que levantan sus voces críticas.

En la Argentina, tristemente, asistimos desde hace algunos años a una preocupante muestra de abusos de poder con los que se pretende, en última instancia, restringir arbitrariamente la libertad de prensa, contro-lar los contenidos informativos —como si ello fuera factible en la aldea global actual—, amordazar opiniones contrarias a las del poder político y desfi gurar la realidad mediante un relato que busca acomodarla a los deseos e intereses circunstanciales de gobernantes que no reparan en límite alguno para perpetuarse en el poder.

Como se ha señalado desde la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEP A), podemos escribir y decir lo que pensamos, pero nos vemos forzados a hacerlo en un escenario cada vez más tenso, ca-racterizado por presiones directas e indirectas, en el que percibimos un ánimo de cooptación, confrontación y revanchismo de un Gobierno que parece haber elegido al periodismo como enemigo y que busca debilitar sus funciones de contrapeso y de vehículo de auditoría social.

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El actual Gobierno argentino ha elegido refl ejarse en los regímenes más desacreditados de la región. Distintos hechos vienen confi rmando la existencia de un clima de hostigamiento hacia el periodismo indepen-diente como nunca se vio desde la reapertura democrática de 1983 en nuestro país. Si alguna duda quedaba sobre esta perniciosa tendencia, el impulso de la ley de control sobre la producción, comercialización y distribución del papel para diarios confi rma la intención de atacar a la prensa libre. Con anterioridad a la sanción de esta peligrosa norma y hasta nuestros días, el Poder Ejecutivo renegó de la existencia del periodismo, difi cultó siempre el acceso a la información y empleó los cada vez más cuantiosos fondos públicos de la pauta publicitaria ofi cial para condicionar a los medios de comunicación independientes y para premiar a aquellos afi nes al partido gobernante, sin que se adopten cri-terios objetivos y transparentes de asignación de esos recursos. Por si todo esto fuera poco, gravísimas declaraciones del titular de la Unidad de Información Financiera, que dieron a entender que los medios de comunicación podrían ser alcanzados por las sanciones que impone la recientemente sancionada ley antiterrorista si difundiesen noticias ca-paces de provocar una fuga de depósitos bancarios, dan cuenta de la hostilidad ofi cial hacia la prensa y del escaso respeto por el principio de la libertad de expresión y el derecho a la información. Por cierto, hay ataques que honran. Y seguramente llegará aquel momento en que los archivos o la historia misma suministrarán evidencias inapelables de las horas de grandeza de la mayoría de la prensa argentina que, aun con sus errores, está resistiendo esa clase de atropellos. Frente a cualquier visión maniquea o ignorante de la trama pluralista de la cultura, y frente a los intentos por difundir un pensamiento único a la manera de una ver-dad impuesta por el poder, es indispensable bregar por mayor diálogo, mayor tolerancia y mayor respeto por las ideas. Son esos, precisamente, los ejes de la libertad de prensa que hemos defendido a lo largo de tanto tiempo. Por eso, quisiera terminar estas palabras de agradecimiento, recordando que, como expresó alguna vez Isaac Newton, “el hombre construye muchas paredes y no sufi cientes puentes”. Es hora de andar

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ese camino, y el secreto sobre la mejor manera de hacerlo está en la primera estrofa de nuestro Himno Nacional:

“Oíd el grito sagrado: libertad, libertad, libertad”.Muchas gracias.

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Declaración de la Academia Nacional de Periodismo

El 21 de marzo último, en su primera reunión del año, con la fi rma de su presidente, Dr. Lauro Laíño, y del secretario, José Ignacio López, la Academia Nacional de Periodismo dio a conocer la siguiente declaración:

En su primera sesión del año, la Academia Nacional de Periodismo ha considerado la preocupante escalada de agresiones contra hombres de prensa. La última, y desde la más alta tribuna de la Nación, ha tenido como destinatarios a los dignos colegas Carlos Pagni y Osvaldo Pepe, a quienes la Academia hace llegar su aliento y solidaridad.

No es fácil el ejercicio del periodismo en un marco de intoleran-cia que se exhibe en múltiples expresiones. La palabra presiden-cial despierta ondas expansivas que la propagan y prolongan con el cuestionable resultado de erosionar la función de la prensa. La liber-tad de expresión, como se sabe, es nutriente indispensable para el funcionamiento de las instituciones públicas y sostén insoslayable de la República.

Al deplorar tales episodios, la Academia Nacional de Periodismo no se suma a campaña alguna ni pretende atentar contra el ejercicio del poder. Lo hace en virtud del mandato estatutario que defi ne su esencia e interpreta el sentir de todos sus miembros en cuyo nombre y represen-tación se pronuncia.

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Jorge Fontevecchia, nuevo miembro de la Academia Nacional de Periodismo

En su penúltima reunión del año 2011, la Academia Nacional de Periodismo designó nuevo miembro de número, para ocupar el sillón que lleva el nombre de Manuel Láinez, al periodista y editor Jorge Fon-tevecchia. La designación reconoce la trayectoria del actual propietario de la Editorial Perfi l, que publica el diario del mismo nombre, así como las revistas Noticias, Caras y Week End, entre otras.

El acto de incorporación del nuevo académico que ocupará el sillón Manuel Láinez, se realizó el lunes 6 de agosto en el Auditorio Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional.

Jorge Fontevecchia nació en Buenos Aires en 1955 en una familia dedicada a la actividad gráfi ca, y se inició muy joven en el periodismo. Durante los primeros años del autodenominado Proceso de Reorgani-zación Nacional creó el semanario La Semana, que dio origen a la Edi-torial Perfi l. En 1979 —tenía 24 años— fue secuestrado y permaneció un tiempo en el campo clandestino “El Olimpo”, del que fue liberado por la intervención de medios de prensa locales y extranjeros y órganos internacionales de derechos humanos. Hacia los últimos años de la dic-tadura se exilió en Nueva York para evitar ser nuevamente capturado. A su regreso debió padecer aun la persecución judicial del menemismo y enfrentar otras presiones ofi ciales, sin que renunciara nunca a sus prin-cipios de periodista independiente.

El nuevo miembro de número de la corporación obtuvo importantes premios por su trayectoria periodística, entre ellos la prestigiosa distin-ción Moors Cabot que la entregó, en 1997, la Universidad de Columbia, de los Estados Unidos, y en 2000 la condecoración de Río Branco, en el grado de Comendador, que le impuso el Gobierno de Brasil en mérito a su contribución al intercambio cultural entre los dos países.

En la Argentina, Fontevecchia mereció en dos oportunidades el Pre-mio Konex a la Dirección Periodística (durante las décadas de 1987-

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1997 y 1997-2007) y el Laurel de Plata a la Personalidad del Año (rubro periodístico) otorgado por el Rotary Club de Buenos Aires. También en 2009 recibió el Premio de la Asociación de Dirigentes de Empresa (ADE) en la categoría Servicios.

Actualmente, Jorge Fontevecchia dirige las mencionadas publicacio-nes y edita también revistas en Brasil, Perú, Portugal, Rusia y Angola.

Discurso del presidente de la Academia Nacional de Periodismo, Dr. Lauro F. Laíño, con motivo de la incorporación pública como miembro de número de la institución, del Sr. Jorge Fontevecchia

En nombre de la Academia Nacional de Periodismo, quiero dar la bienvenida a tantos amigos de nuestra institución y del académico Jorge Fontevecchia que hoy públicamente se incorpora. Lo hace consustan-ciado con el propósito estatutario de acreditar la función del periodis-mo como agente dinámico de la cultura e intérprete y orientador de la opinión pública.

La Academia postula que el ejercicio del periodismo se funde en principios éticos y se manifi este por un constante ejercicio de la verdad y de la expresión de un pensamiento ecuánime para juzgar los actos individuales o sociales.

Persigue perfeccionar el ejercicio profesional, velar por el uso co-rrecto del idioma y mantener viva la memoria de fi guras ejemplares de la prensa argentina. Comparten sus miembros, como no podía ser de otra manera, la vocación de permanente defensa de los principios de-mocráticos y republicanos fi jados por la Constitución Nacional.

Llegar es una consagración. Una doble satisfacción. La del nuevo académico que puede válidamente enorgullecerse de la elección de sus pares. La de la Institución que se renueva y potencia, haciendo de cada incorporación un tallo que en sus raíces vive.

El caso de Jorge Fontevecchia es singular. Es el único académico que, a la vez, es empresario. Comenzó con revistas de bajo costo en Paraguay y Uruguay. Publicó después La Semana que fue el germen

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de Editorial Perfi l. La Semana fue prohibida en seis oportunidades y clausurada en 1982 hasta su reapertura por decisión de la Corte Supre-ma. Al concluir la guerra de las Malvinas, el gobierno militar ordenó su detención pero pudo refugiarse en la embajada de Venezuela y exiliarse luego. Vivió en Nueva York y lanzó en San Pablo las revistas Mía y Semanario. Ya de regreso, fundó Noticias como sucesora aventajada de La Semana.

Todos recordamos las bombas en su planta industrial y el asesinato de José Luis Cabezas. En 1994 lanzó Caras en Brasil, y en 1998 sufrió la frustración de la primera experiencia del diario Perfi l. No obstante, lo relanzó como dominical en 2005, con tal éxito que decidió publicarlo también los sábados. Perfi l edita revistas en Brasil y en Portugal y, a través de licenciatarios, en Perú, Angola y Rusia.

Fontevecchia ha recibido en 1997 el premio Moors Cabot de perio-dismo, las estatuillas Konex en dos oportunidades, el premio al em-presario del año 2009 de la Asociación de Dirigentes de Empresa y la condecoración brasileña de Río Branco, en el grado de Comendador, en el año 2000.

En momentos en que la propia subsistencia de los medios escritos se halla en entredicho, un representante de la prensa del papel, tan menos-preciada por su presunta obsolescencia, signifi ca una apuesta a la esen-cia del periodismo y una reverencia a sus orígenes. Fuentes que sostie-nen toda transformación, reconociendo en la tecnología el instrumento feliz que revoluciona los hábitos profesionales y hasta las costumbres de los usuarios.

Véase que no hablo de lectores ni de clientes, si no de cultores del hábito de la lectura que seguirá siendo siempre el complemento que le da sentido al acto de escribir. Es que ambas instancias se validan y unen: la fruición de escribir y el placer de leer. Resplandecen en la vo-cación de enseñar y el afán de aprender, aunque ambas signifi quen un esfuerzo que encuentra el beneplácito en su propia e íntima demanda.

Oímos con frecuencia hablar de la cultura del papel, como si hubiera una pluralidad de culturas, gajos sin savia de la auténtica y singular

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cultura. El solo mencionar una cultura del papel, como se habla de la cultura de la droga o la cultura del deporte, signifi ca un menoscabo. Los medios escritos, que se hicieron posibles gracias a la revolución planteada por la imprenta, han permitido que la auténtica cultura, en la antigüedad patrimonio de las elites y los religiosos, hiciera partícipes a muchos. Gutemberg hizo de todo el mundo un lector. Como Bill Gates pudo convertir a todo el mundo en editor.

Pero..., ¿qué lector? ¿qué editor? Leer es una afi ción que se cultiva y perfecciona como cualquier arte, que se exalta con el ejercicio y se profundiza en la frecuentación. Como el gusto por la música que se adquiere y enraiza en uno mismo hasta constituirse en una suerte de se-gunda naturaleza. Editar podría ser una paradójica contracara. Un arte, una afi ción, una vocación, un ofi cio y, triunfalmente, una pasión.

Nada descubro si digo que las redacciones se ven hoy revoluciona-das por transformaciones de concepto, de técnicas y hasta de arquitec-tura, abriendo para la comunicación un nuevo mundo que apunta a la fusión de todas las ideologías y todas las tecnologías.

Esta realidad puede dejar al diario, al igual que a otras fuentes de co-nocimientos, como un hábito que habrá que disociar de la taza de café y hasta del diálogo conyugal matutino. Los americanos llaman honey sto-ries a aquellas crónicas que desde la primera plana deciden al cónyuge a comentar: ¡Honey! ... ¿Viste quién se divorció?. Esto no ocurre más. Hoy los divorcios no son noticia porque todo el mundo está enterado aún antes que la propia pareja protagonista.

Es posible imaginar que los cambios en los modos y los medios de informarse puedan llevar a transformar hasta la convivencia matrimo-nial o los hábitos mas íntimos. Tan profunda y de tanto signifi cado hu-mano puede llegar a ser la pantalla que invita a la lectura y, a la vez, paradójicamente, la rechaza, porque priva del sorpresivo placer de en-contrar lo inesperado y hasta lo desconocido.

Alguien dijo que en los medios digitales se busca y en los impresos se encuentra. Ese valor de lo inesperado y hasta ignorado puede extra-viarse potenciando la orfandad de ideas y conocimientos. La sabiduría

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es más que la habilidad en el manejo de las fases operativas —por otra parte siempre cambiantes— de cualquier aparato.

Jorge Fontevecchia es un hombre joven, nadie podría decir que se halla atado al pasado. Más bien diría que es un enamorado de lo por venir, un apostador audaz a los cambios, un sólido empresario periodístico que no deja de medir sus pasos y que, por eso mismo, hasta podría ser conside-rado como un conservador anárquico, si fuera aceptable tal contrasentido.

Esa es la sabiduría y la grandeza de un periodista a quien nada de lo humano le es ajeno y a quien le interesa sólo una cosa: todo.

Bienvenido a la Academia, Jorge Fontevecchia.

Discurso del Sr. Jorge Fontececchia, nuevo miembro de número de la institución.

Gracias a Lauro Laiño por esta presentación, gracias a los miembros de la Academia Nacional de Periodismo por haberme permitido inte-grarla, y gracias a todos ustedes por acompañarme esta noche. Comien-zo con mi exposición titulada “Relato, historia y periodismo”.

Hay necesidades humanas que son más o menos eternas. Pero las profesiones que las satisfacen no duran para siempre. Y la mayoría de ellas duran bastante poco medido en términos históricos. Para los ha-bitantes de cada época lo que lleva un siglo, dos o tres, haciéndose, ya parece algo defi nitivo, pero no es así. Tomaré como ejemplo el caso de los médicos, los religiosos, los psicoanalistas y los periodistas.

En la Grecia de Sócrates el fi lósofo era el médico del alma. En la China del siglo XXI el médico del cuerpo también es médico del alma.

Levi Strauss escribió sobre las sociedades primitivas donde aún la profesión de médico no estaba separada de la de religioso, y contaba cómo la efi cacia simbólica permitía a los chamanes y curanderos ayu-dar a curar a una parte de sus pacientes, o aliviar a todos, por efecto de la sugestión. Un precedente primitivo de la transferencia de Freud y de cuando el paciente le concede a su terapeuta el grado de “sujeto supues-to de saber”, o sea, le cree.

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La confesión no existió en la Iglesia Católica desde siempre. A partir del año 1.000 se comienza a generalizar su práctica, en el concilio de Letrán en 1215 se la hace obligatoria aunque sólo una vez por año. Y recién se la institucionaliza como llegó a nuestro días, a partir del con-cilio de Trento en el año 1545.

Paso a paso, la Iglesia fue descubriendo que le hacía bien a la gente ir a contarle sus problemas, temores o pecados a alguien con investidura.

Nuevamente, otra forma de “sujeto supuesto de saber”, y un ante-cedente pretérito de “la cura por la palabra” que buscaba Freud en los comienzos de su técnica.

La Iglesia comprobó, también, que la gente se sentía más aliviada si además se le imponía algún castigo moderado. Que al rezar algunos Padre nuestro o Aves María, sentían que habían saldado sus deudas con la Iglesia, algo equivalente a la recomendación de Freud sobre que los pacientes tenían que pagar, para valorar el tratamiento y para que éste tuviera efecto sobre ellos.

Freud tiene seguidores y detractores, pero lo que nadie deja de reco-nocerle es haber sido una de las pocas personas en la historia que pudo inventar una profesión: la del psicoanalista, con su derivado, el psi-coterapeuta. Una profesión que obviamente tiene reminiscencias en la confesión y no es casual que haya surgido con el debilitamiento de la fe religiosa, la que Nietzsche anticipó con su “Dios ha muerto”. La época pedía un nuevo “sujeto supuesto de saber” y para muchos los curas ya no califi caban para esa ocupación.

Los periodistas también somos “sujetos supuestos de saber”, también nuestro saber es puesto en discusión y debe re-legitimizarse para aspirar a sobrevivir, como cualquier otra profesión, renovando su utilidad, efi -cacia simbólica y credibilidad. Ya no alcanza con decir que somos obje-tivos o independientes para salir airosos de los ataques que enfrentamos.

Para los periodistas no es necesario mirar a nuestros vecinos profe-sionales, los médicos, religiosos, o psicoanalistas; para tener idea del grado de cambio que sufren las profesiones.

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La propia aparición de la imprenta provocó gigantescas modifi ca-ciones en la literatura que se transformó a partir de la reproductibilidad técnica de la escritura.

Ya a comienzos del siglo pasado Paul Valéry había escrito que “en todas las artes hay una parte física, que no puede ser tratada como anta-ño. Ni la materia, ni el espacio, ni el tiempo son, desde hace varios años, lo que ha venido siendo desde siempre. Novedades tan grandes trans-forman toda la técnica de las artes y operan sobre la inventiva llegando hasta modifi car (…) la noción misma de arte”, concluyó.

Los cambios en la superestructura ocurren bastante después que en la infraestructura, porque las nuevas tecnologías, al comenzar, imitan las formas antiguas. Por ejemplo, las primeras lamparitas de luz eléc-trica tenían la forma de la llama de gas y las ruedas de las primeras locomotoras simulaban la forma de los cascos de los caballos. Pero inexorablemente las cosas luego encuentran su forma propia.

Identifi co dos infraestructuras del periodismo: el sistema tecnoló-gico y el sistema político. Los que a gran escala tienden a producir cambios conjuntos. El periodismo, como la práctica de la confesión en el catolicismo, tiene sus precedentes arcaicos pero surge, más o menos como lo conocemos en la actualidad, a partir de que se utiliza por pri-mera vez una imprenta para producir un diario en el año 1604.

Hasta la invención de la imprenta se producían manuscritamente quince mil libros por año, al llegar la Revolución Francesa ya se impri-mían centenas de millones de libros. No son acontecimientos sin rela-ción. Las ideas de libertad del siglo XVIII, que hicieron intolerable la existencia de un monarca absoluto, no buscaban sustituir una dictadura basada en la herencia por otra con diferentes imperativos.

La esencia de los nuevos sistemas de gobierno se basó en la división de los poderes: en tres, agregando como auxiliar de estos contrapesos, y para el control entre ellos mismos, al periodismo.

Periodismo, democracia representativa, constitucionalismo y capi-talismo fueron construcciones contemporáneas. La idea del periodismo como “cuarto poder”, “fi scal de la república”, “perro guardián” y todas

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las metáforas similares, aunque de forma reduccionista e imperfecta, refl ejan el sistema político que integra el periodismo y le da sustento. Esto es: la democracia burguesa, la división de poderes y el límite a quien gobierne.

Muchas veces detrás de la polémica alrededor de lo autodenominado periodismo militante y las críticas a las formas de periodismo profe-sional e inquisidor de los gobiernos, se esconde muy solapadamente la crítica al sistema mismo de división de poderes.

Después de violento siglo XX sería difi cultoso para cualquier go-bierno defender hoy públicamente un sistema sin garantías individua-les, donde la justicia fuera simple ejecución sumaria de la voluntad del partido dominante y no existiera ningún cuerpo colegiado de poder je-rárquicamente equilibrado al poder ejecutivo.

Entonces a los partidos con vocación hegemónica, no les queda otra alternativa que soportar la división de poderes, pero tratan de reducir su cumplimiento al mínimo de formalidades posibles. Frente a ello, la li-bertad de expresión es considerada por muchos no solo un fundamento de la democracia sino EL fundamento. Limitar la división de poderes conlleva limitar al periodismo.

En el ataque a las libertades individuales no hay victimarios ideo-lógicamente permanentes. El último siglo está repleto de ejemplos de regímenes que emparentándose tanto con la izquierda como con la de-recha limitaron, por ejemplo, las elecciones sexuales de las personas o la libre disposición de sus bienes. Y todos ellos tuvieron en común la justifi cación: la democracia era para estos regímenes –de izquierda o derecha– una forma de dominación burguesa, una trampa de los privile-giados para que nada cambie y mantengan sus privilegios.

No se trata de un fenómeno latinoamericano ni tampoco del popu-lismo. Lee Kuan Yew (Li Guanyáo), fundador del estado de Singapur, al que gobernó autoritariamente desde 1959 hasta 1990 inventó lo que llamó el “capitalismo con valores asiáticos”. En él se inspiró Deng Xiaoping cuando visitó Singapur y dijo que era “el modelo que toda China debía seguir” donde libertad de expresión, división de poderes y periodismo no están igualmente valorados que en occidente.

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La crisis económica que padece crecientemente Europa desde 2008, hace que estos valores sean puestos en discusión también allí. Jaques Ranciere dijo que la democracia es “individualismo de masas” y el “rei-nado del narcisismo”.

El postmodernismo encierra latentemente una idea de postperiodis-mo. Walter Benjamín sostenía que “la pérdida del aura por parte de la obra de arte, –y yo agrego: de cualquier representación trascendente y también del periodismo– no debe tomarse como un fenómeno coyuntu-ral sino como un síntoma de época”.

En un texto conjunto Butler, Zîzêky y Laclau escribieron que: “si hubiese literalidad última, no habría hegemonía, porque para tener he-gemonía necesitamos que los objetivos sectoriales de un grupo operen como en nombre de una universalidad que los trascienda. Si el nombre (signifi cante) estuviera tan unido al concepto (signifi cado) no habría po-sibilidades de desplazamiento ni de ninguna rearticulación hegemónica. La representación es constitutiva de la relación hegemónica”, dijeron.

El derrumbe de las certezas y su sustitución por el escepticismo no solo afecta al periodismo sino a múltiples campos, por ejemplo el re-lativismo corroe también la base epistémica del derecho, minando la legitimidad de los jueces, fuente de control de los otros dos poderes de la democracia burguesa. Pero el periodismo es el más atacado.

En el libro Imperio —publicado en el año 2000 por la Universidad de Harvard— Hardt y Negri escribieron que: “El desarrollo de las redes de comunicación tiene una relación orgánica con la aparición del nuevo orden mundial (…) por ello las industrias de la comunicación han to-mado una posición tan central. La legitimación de la máquina imperial nace de las industrias de la comunicación, (…y) es un sujeto que pro-duce su propia imagen de autoridad”.

Yo creo que en parte Hard y Negri tienen razón. Que los medios son grandes máquinas sociales que producen el mundo junto con los sujetos que lo constituyen. Y también, que como el amo, para sostener su papel de amo, precisa de su ceguera, muchos medios de comunicación niegan esta realidad. Pero los periodistas, debemos abandonar cualquier retoño

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del discurso del amo, al que los políticos nos pretenden atraer como aliados o adversarios, y precisamos reformular epistemológicamente nuestros fundamentos y actualizar nuestros protocolos de realización casi newtonianos. Es decir no atravesados por las relatividad.

Gianni Vattimo dijo sobre otra materia, algo que es perfectamente aplicable al periodismo: “Debería ser débil para recobrar su fuerza” deshaciéndose “de la pretendida metafísica que lo ha caracterizado” y de “imposición violenta de una supuesta evidencia objetiva”, concluyó.

No debemos los periodistas temerle a una menor asertividad. El ig-norante actual ya no es más quien ignora lo que el maestro sabe, sino quien no sabe lo que ignora.

Otro ejemplo de fundamentos longevos, pero recientemente supe-rados, es la clásica división de la vida humana en tres esferas, regídas por criterios y leyes diferentes: la del trabajo o poiesis, la de la ac-ción política o praxis, y la del intelecto o vida de la mente, iniciada por Aristóteles en Etica Nicomáquea y que funcionó hasta la recienterevolución digital.

Mientras el trabajo es la producción de objetos nuevos en el marco de un proceso previsible y repetible, la acción política se dedica a lo imprevisto y las relaciones sociales. Por otra parte, la vida intelectual es solitaria, introspectiva y escapa a la mirada de los otros. Aristóteles defi nía el trabajo como la producción de una obra separada de la ac-ción, o sea: un objeto. Y a la política, cuando la acción era la obra en sí misma. Muchas representaciones artísticas también se asimilan a esta defi nición de la política.

Estos tres ámbitos: trabajo, por un lado; política o representación, por el otro; y vida de la mente o intelectual, en el siguiente; mantuvie-ron más o menos sus independencias hasta hace bien poco.

En Gramática de la multitud, el fi lósofo italiano Paolo Virno se pre-guntaba: “¿Cómo se puede evaluar a un cura, un publicitario, a un re-lacionista público? ¿Cómo se hace para calcular la cantidad de fe, de deseo de posesión o de simpatía que ellos serían capaces de generar? No tenemos otro patrón de medida que la capacidad de cada uno de

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permanecer a fl ote, de subir un poco más, es decir de convertirse en obispo. En otras palabras —decía Virno—, quien elige una profesión terciaria necesita dotes y actitudes de tipo político. La política, como todos saben, ha dejado de ser la ciencia del buen gobierno y se ha con-vertido en el arte de la conquista y la conservación del poder. Así es que la bondad del hombre político no se mide en relación con el bien que hace a los demás, sino sobre la base de la rapidez con que llega a la cima y el tiempo que se mantiene en ella”, concluye Virno.

Es en la industria cultural —llamada “fábricas del alma” por Adorno y Horkheimer—, de las cuales las redacciones fueron su primera expre-sión, fue donde antes se produjo la superación de los criterios de pro-ducción laboral parcelada y en serie típicos del fordismo y taylorismo.

Los trabajos de servicios, los cuales según el ahora indiscutido John Maynard Keynes, serán casi los únicos que quedarán cuando las máqui-nas hayan terminado de reemplazar a los seres humanos en la produc-ción en serie, exigen cada vez más atributos intelectuales y de la acción representacional o política. Este “trabajo vivo” demanda competencias lingüístico-cognitivas y el manejo de técnicas comunicativas.

Finalmente, es la sociedad del espectáculo a la que se refería Guy Debord a fi nales de los años 60, pero ahora doblemente instanciada porque todos son a la vez receptores y emisores.

Si la enorme mayoría de la población termina siendo conformada por trabajadores intelectuales, no debería sorprendernos que ahora to-dos quieran comunicar, que la frontera entre emisores y receptores de contenidos se esté extinguiendo, y que aparezcan fenómenos como el periodismo ciudadano, millones de blogs y una comunicación directa entre sujetos noticiosos y audiencia a través de redes sociales.

Rancière publicó en el año 2000 su libro El espectador emancipado. Pero decir que: “la distinción entre autor y público está a punto de per-der su carácter sistemático” no es apelar a una cita actual. Lo escribió Walter Benjamin en 1936. Y la muerte del concepto de autor aparece en libros de Barthes y Foulcault ya hace varias décadas.

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En las sociedades antiguas el relato estaba a cargo de un mediador que recitaba. La fi gura del autor recién apareció en el Renacimiento, cuando la sociedad descubre “el prestigio del individuo” a partir de Descartes.

Foucault escribió en ¿Qué es un autor? lo siguiente: “Hubo un tiem-po en que textos que hoy llamaríamos literarios eran recibidos, pues-tos en circulación y valorados, sin que se planteara la cuestión de su autor; su anonimato no ocasionaba difi cultades, su antigüedad, verda-dera o supuesta, resultaba garantía sufi ciente. En cambio —agregaba Foucault—, los textos que ahora llamaríamos científi cos (…) no eran aceptados en la Edad Media y no implicaban un valor de verdad sino a condición de estar marcados con el nombre de un autor: ‘Hipócrates dijo’. ‘Plinio cuenta’. Indicios con los que se señalaba, discursos desti-nados a ser recibidos como probados”.

O sea la sentencia simplifi cada de Marshall McLuhan: “el medio es el mensaje” no es sostenible en el tiempo y depende de las posi-bilidades de reproducción técnica de la época y de la superestructura cultural del momento.

El texto interpenetrado de Internet pareciera estar respondiendo a la tesis de Foucault respecto de la muerte del autor y del sujeto, y su sustitución por un sujeto transindividual. Ya en su libro de 1966, Las palabras y las cosas, Foucault había escrito: “El sujeto, como objeto de saber, es un invento reciente” “y tal vez su fi n, también sea próximo”.

Mucho se ha dicho sobre que “el periodismo es la historia del minu-to” o que “el periodismo es el primer borrador de la historia”. No es ex-traño entonces que sobre la propia historia existan los mismos debates acerca de la imposibilidad de una representación fi dedigna que hay en el periodismo. Tanto la historia como el periodismo tienen ‘existentes’ y ‘ocurrentes’, o sea seres y entidades, más sus predicados.

En Conceptos de la fi losofía de la historia, Benjamin escribió: “La imagen verdadera del pasado, pasa de largo velozmente. El pasado sólo es atrapable como la imagen que relampaguea, para nunca más ser vis-ta, en el instante que se vuelve reconocible; (…) el historiador —decía Benjamin— entra en empatía con el vencedor, y quienes dominan en

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cada caso, son los herederos de todos aquellos que alguna vez han ven-cido; (…) la historia es objeto de una construcción cuyo lugar no es el tiempo homogéneo y vacío, sino que está lleno de tiempo de ahora”.

O sea, todo es política y todo es poder.Sobre el discurso de la historia, Barthes aportó: ¨La historia pare-

ciera estar contándose sola” en el “discurso histórico llamado objetivo, en el cual el historiador no interviene nunca. Es lo que (… se) llamaba signifi cativamente y con bastante ingenuidad también, la castidad de la historia. La historia objetiva no es otra cosa que un signifi cado informu-lado, protegido tras la omnipotencia aparente del referente, (…) podría decirse que el discurso histórico es un discurso performativo falseado, (…) acto de palabra como acto de autoridad”. Al periodismo también se le achaca ser un discurso preformativo falseado, que por su enorme poder de infl uencia, al decir hace que sea lo que dice.

De la ironía sobre “la castidad de la historia” a la de la castidad del periodismo hay solo un paso.

Queda, para responder al título de esta presentación, hablar del relato. Y puede ser auspicioso hablar de ello en el auditorio Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional. Este edifi cio tan connotado por ser el lugar de reunión de Carta Abierta es, también, y quizás no paradójicamente, el lugar donde tiene su sede la Academia Nacional de Periodismo.

Me gustaría aprovechar para ampliar puentes entre intelectuales de distintas disciplinas que aún con perspectivas muy diversas y si se quie-re en algunos casos hasta opuestas, no dejan nunca también de ser mili-tantes o misioneros, según su estilo, de algún criterio de verdad.

Para ello citaré algunos párrafos de la conferencia que en 1981 Pop-per tituló Tolerancia y responsabilidad intelectual. Vale aclarar que hubo una apropiación de Popper por el neoliberalismo, como también la hubo de Nietzsche por el nazismo, pero que no le resta méritos a la obra de ninguno. Y para despejar fantasmas ideológicos, diré también que el neoliberalismo junto con el marxismo fueron los dos materialis-mos fracasados del siglo XX.

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Decía Popper:“Creo que hay mucho que nosotros podemos hacer. Cuando digo

‘nosotros’ me refi ero a los intelectuales, a seres humanos interesados en las ideas; en especial los que leen y, en ocasiones, escriben.”

“¿No es a menudo el fanatismo, un intento de encubrir nuestras pro-pias e inconfesadas incredulidades, las cuales hemos reprimido y de las que, por eso, sólo nos damos cuenta a medias?”

Se preguntaba y continuaba: “Cuando decimos que hoy sabemos más que Jenófanes o Sócrates, eso es algo conjeturalmente incorrecto (…). Cada uno de nosotros no sabe más, sino otras cosas. Hemos cambiado ciertas teorías, ciertas hipótesis, y ciertas conjeturas por otras, muy a menudo por mejores: mejores en el sentido de proximidad a la verdad.”

Y Popper desarrolló tres “principios”:1. El principio de falibilidad: Quizá yo no tengo razón, y quizá vos la

tenés. Pero también podemos estar equivocados los dos.2. El principio de discusión racional: Queremos intentar ponderar, de

la forma más impersonal posible, nuestras razones en favor y en contra de una determinada y criticable teoría.

3. El principio de aproximación a la verdad: A través de una discu-sión imparcial nos acercamos casi siempre más a la verdad, y llegamos a un mejor entendimiento, incluso cuando no alcanzamos un acuerdo.”

“Es digno de atención —seguía diciendo— que los tres principios son principios teoréticos del conocimiento y al mismo tiempo éticos. Pues implican entre otras cosas tolerancia: si yo puedo aprender de vos y quiero aprender en benefi cio de la búsqueda de la verdad, entonces no sólo te debo tolerar, sino reconocerte como mi igual en potencia.”

“La vieja ética prohibía cometer errores. (…) No necesito resaltar que esa vieja ética profesional era intolerante. Y era también desleal porque conduce al encubrimiento del error en favor de la autoridad”, concluye Popper.

Nosotros, los periodistas, sabemos muy bien esto último cuando nos ponemos corporativos.

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Para fi nalizar, y volviendo específi camente al periodismo, nuestro desfío es integrar valores objetivos y subjetivos. Muchas cosas de la vida no pueden comprenderse desde un objetivismo radical porque no existe el punto de vista de Dios. Pero sí podemos, aportar una subjeti-vidad que, contribuyendo a una perspectiva inter-subjetiva, construya algo así como una objetividad humana.

De nuevo, muchas gracias a los miembros de la Academia por haber-me designado para ocupar el sillón de Miguel Láinez, nada menos que ese periodista que fue autor de la ley de la educación pública, gratuita y obligatoria. Y gracias a todos ustedes por compartir conmigo esta noche.

José Ignacio López, secretario académico; Jorge Fontevecchia y Lauro F. Laíño, presidente académico, luego de la entrega del diploma de incorporación.

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El mundo al compás del Twitter

Por Horacio C. Reggini

Miembro de las Academias Nacionales de Ingeniería; Ciencias Exactas, Físicas y Naturales; Educación y de la Academia Argenti-na de Letras.

Leer a Marshall McLuhan permite repensar qué entendemos por co-municación de masas y qué son las redes sociales, así como también refl exionar sobre la situación actual y el futuro de la educación.

A cien años del natalicio de Marshall McLuhan, fi lósofo y sociólogo canadiense, y a cincuenta de la publicación de sus libros visionarios sobre la comunicación, referencias obligadas para pensar las relaciones entre el ser humano y la tecnología, parece oportuno rendirle homenaje y repasar sus ideas, máxime teniendo en cuenta que sus predicciones sobre el futuro de las comunicaciones, el mundo conectado y lo que hoy conocemos como Internet han pasado a convertirse en actual realidad.

Pero antes quiero recordar a dos autores que también se anticiparon con sus escritos. Uno fue el argentino Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), quien pronunció estas palabras en su discurso inaugural del cable telegráfi co interoceánico que conectó la Argentina con Europa (5 de octubre de 1874): “Envío un saludo cordial a todos los pueblos que se hacen, por intermedio del cable, una familia sola y un barrio”. Predijo entonces, acertadamente, con su querible frase “una familia sola y un barrio”, hasta dónde nos conduciría el fenómeno actual de las co-municaciones a nivel planetario, y así se anticipó en casi un siglo a la expresión “aldea global” acuñada por McLuhan.

Otro autor fue el extraordinario poeta y ensayista británico, nacido en los Estados Unidos, T. S. Eliot (1888-1965), quien, en la sección I de “Burnt Norton”, primer poema de “Four Quartets” —“Cuatro cuar-tetos”—, comienza así: Time present and time past/ Are both perhaps

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present in time future,/ And time future contained in time past (“Están presente y pasado presentes/ Tal vez en el futuro, y el futuro/ En el pasado contenido”).

Más adelante en su poema, después de sus anteriores expresiones dedicadas al “tiempo pasado, el tiempo presente y el tiempo futuro”, escribió la línea siguiente en la sección III: Not here the darkness, in this twittering world (“No aquí la oscuridad, en este mundo gorjeante”). Vemos con sorpresa que utiliza la palabra “twittering”, que en inglés alude a los sonidos bulliciosos de los pájaros comunicándose entre ellos en las matas de un jardín, lo que en español llamamos gorjear. Es no-table cómo el pensamiento metafórico de Eliot sobre el gorjeo de los pájaros a principios del siglo pasado se ha convertido en la realidad de millones de personas que en estos días utilizan continuamente la red Twitter, diciendo incluso que “twittean”.

Jack Dorsey, Evan Williams y Biz Stone fundaron la red Twitter en 2006. En una entrevista que les hizo Los Angeles Times, Jack cuenta cómo surgió la idea del nombre. “Intentábamos buscar un nombre que captara la esencia de los teléfonos móviles, de los SMS y de cómo podías estar actualizado en cualquier lugar y recibir actualizaciones de cual-quiera. Queríamos captar la sensación física de estar presente al lado de amigos contándoles pequeñas cosas. De hacer eso con el mundo entero. Después de unas cuantas vueltas, encontramos la palabra twitter, que era perfecta. Las defi niciones que daba el diccionario eran: una ráfaga corta de información intrascendente y los sonidos emitidos por los pájaros. Y ello encajaba justo con lo que era nuestro producto. Los pájaros gorjean y esos sonidos no tienen ningún signifi cado para nosotros, pero sí para otros pájaros. Lo mismo pasa con Twitter: hay un montón de mensajes que pueden parecer inútiles y sin signifi cado, pero esto depende de los receptores. Podíamos usarlo como un verbo o como un sustantivo; tam-bién podíamos decir ‘twitteamos’. El nombre Twitter ha sido responsa-ble en gran parte de nuestro éxito. Nombrar algo y generar una marca en torno a ese nombre es algo verdaderamente importante”.

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Ante todo esto, no deberíamos dejar de recordar que T. S. Eliot, tanto en el poema “Four Quartets” como en “The Waste Land” —“La tierra baldía”—, hacía referencia al pavoroso desorden que él entendía reina-ba en el cosmos. Pensaba que había mucha superfi cialidad en la comu-nicación entre los humanos y que faltaba profundidad.

Creo que la narración de historias y cuentos —tanto los reales como los fantásticos de Las Mil y Una Noches, ya sean los destinados a los adultos o a los niños— son fuente vital de aprendizaje y contribuyen, en grado sumo, a la imaginación y a la refl exión. Deseo contar en esta nota, el episodio “woodyalleneano” que me sucedió con tres de los héroes ya citados, a quienes admiro, y que es un ejemplo de la afi rmación anterior:

Hace unos días, mientras caminaba por la calle Florida, tuve tres en-cuentros, el primero con T. S. Eliot, que me preguntó sin mucho trámite sabiendo que yo conocía sus escritos: “¿Qué podría surgir de un tiempo que cambió la búsqueda de la sociedad creativa por la obsesión de estar conectado?”. Con un pensamiento de duda en mi mente, no le respondí nada y seguí camino a mi casa. A los pocos pasos encontré a Marshall McLuhan, sonriente y feliz —quizás porque se cumplen sus prediccio-nes—, quien sin decirme nada, me prodigó un cariñoso saludo, siempre agradecido conmigo por haber divulgado sus libros. Y justo enfrente de Plaza San Martín, cruzó hacia mí Domingo Faustino Sarmiento. Muy serio indagó: “Decime, con ese asunto de las computadoras en que vos andás desde hace años, ¿no estarán por cerrar todas las escuelas que organicé y en las cuales puse tanto entusiasmo?”. Colorado y callado, sin atinar qué contestarle, me metí rápido en mi edifi cio.

McLuhan, por su parte, explicaba en sus textos que estábamos em-pezando a darnos cuenta de que no siempre los nuevos medios son sim-plemente una gimnasia mecánica para crear mundos de ilusión, sino nuevos lenguajes con nuevos y singulares poderes de expresión. His-tóricamente, los recursos de los idiomas han sido confi gurados y uti-lizados en formas constantemente nuevas y cambiantes. La imprenta cambió no sólo el volumen de la escritura, sino también el carácter de un idioma y las relaciones entre el autor y el público. La radio, el cine,

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la televisión llevaron a los idiomas escritos hacia la espontaneidad y la libertad de los idiomas hablados. Ayudaron a valorar la conciencia del lenguaje social y del gesto corporal. Añade McLuhan que si los nuevos medios sirvieran para debilitar o corromper niveles antes alcanzados de la cultura verbal o de imagen, no sería porque hay en ellos nada inherentemente malo. Si hoy algunos no nos parecen aconsejables o convenientes, ello se debe a que no hemos podido dominarlos como nuevos lenguajes para integrarlos adecuadamente en la herencia cultu-ral global.

Es increíble cómo pudo elucubrar McLuhan, años atrás, un fenó-meno de las características actuales representadas por el Twitter o el Facebook. Para McLuhan, la difusión intensa de las comunicaciones sociales afectaba, y afectaría, en grado superlativo, a la educación co-mún, llevándola a lo que denominó “la escuela sin paredes” o “el aula sin muros”. Resultaba habitual, ya en su tiempo, hablar de auxiliares audiovisuales para la enseñanza, pensando que el libro constituía la norma y los otros medios eran sólo accidentales. Se pensaba también que los nuevos medios de entonces (prensa, radio y televisión) eran para comunicación de masas, y que el libro era algo de características individuales, ya que se opinaba que aislaba al lector, contribuyendo a crear el yo occidental. Sin embargo, el libro fue el primer producto co-municacional de una producción masiva. Mediante ese producto todo el mundo podía tener los mismos libros. En la Edad Media esto era impo-sible. Los manuscritos y los comentarios se dictaban y la instrucción era casi totalmente oral y grupal. El estudio solitario se reservaba al erudito avanzado. Antes de que apareciera la imprenta, los jóvenes aprendían escuchando, mirando, actuando. Y hasta hace pocos años, también de este modo aprendían el lenguaje y los conocimientos de sus mayores los niños alejados de las ciudades. Sólo aquellos que podían hacer una carrera profesional iban a los colegios.

La cantidad de información comunicada por la prensa, las revistas, las películas, la televisión ha excedido desde hace tiempo y en gran me-dida a la comunicada por la educación formal y los libros. Ese desafío destruyó, según McLuhan, el monopolio del libro, y derribó los propios

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muros de las aulas. En esa situación social profundamente trastornada, fue natural que muchos educadores percibieran a los nuevos medios más como entretenimientos que como formas auténticas de educación. Ello no era convincente, argumentaba McLuhan, para quien estudiara con se-riedad el problema, y recordaba que todos los grandes clásicos habían sido considerados originalmente entretenimientos ligeros; casi todas las obras vernáculas fueron así juzgadas hasta el siglo XIX. McLuhan puso como ejemplo que los fi lmes “Henry V” y “Richard III”, del famoso di-rector inglés Lawrence Olivier, reúnen una riqueza cultural y artística que revela a William Shakespeare en un nivel sobresaliente y permiten un dis-frute indudable. Lo mismo sucede actualmente con muchas realizaciones que uno puede hallar en Internet. El secreto del éxito consiste en caminar hacia adelante, abriendo puertas desconocidas y haciendo cosas nuevas. Hoy estamos ante la inmensa magnitud disponible en la Web, que impul-sa a una mezcla de imaginación creativa con saber tecnológico.

McLuhan aclaró que la película fue a la representación teatral lo que el libro fue al manuscrito. Puso a disposición de muchos, en muchos momentos, lo que de otro modo quedaría restringido a unos pocos, y a pocos momentos y lugares. El video, al igual que el libro, es un produc-to de duplicación, y la televisión es contemplada simultáneamente por millones de espectadores. Vale la pena señalar que ningún ser poderoso de la historia, ni siquiera el rey Midas, que convertía en oro todo lo que tocaba, tuvo en sus manos la posibilidad de duplicar hasta el infi nito algo, como hoy puede hacerlo digitalmente una persona común. Las fra-ses “medios de comunicación de masas” o “diversión para las masas” no son útiles y no tienen en cuenta el hecho de que el idioma castellano o el inglés constituyen igualmente un medio de comunicación de masas.

Decía McLuhan: “En nombre del progreso, la cultura establecida lucha siempre por forzar a los nuevos medios a realizar las tareas de los antiguos”. A menudo surgen denuncias sobre el carácter y efecto de las películas y de la televisión; sin embargo, sus buenas o malas ca-racterísticas de forma y contenido, armonizadas con cuidado con otros tipos de arte y de técnicas, pueden convertirse en buenos instrumentos para la educación.

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Saber expresarse y tener la capacidad de distinguir en asuntos coti-dianos y en materia de información son, sin duda, el distintivo del hom-bre educado. Es erróneo suponer que existe una diferencia básica entre la educación y la diversión, aunque deberíamos ser menos optimistas acerca de educar divirtiendo y los poderes instructivos de los medios. Esa distinción no hace más que liberar a la gente de su responsabilidad de entrar en el fondo del asunto. Es lo mismo que establecer una distin-ción entre la poesía didáctica y la poesía lírica basándose en que la una enseña y la otra divierte, cuando nunca ha dejado de ser cierto que lo que agrada enseña de modo mucho más efectivo.

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¿Y si mañana cierran los diarios?

Por Roberto GuareschiDiario Perfi l, 14 de febrero de 2010

El 95% de las noticias con información original proviene de los me-dios tradicionales, y la mayoría de esas noticias son producidas por los diarios. Esas producciones son las que “defi nen la agenda que sigue la mayoría de los otros medios”. Las nuevas tecnologías y los nuevos medios, blogs, Twitter y los websites locales juegan “un rol limitado” como sistema de alerta y diseminación de las noticias. Así dice un estu-dio del prestigioso Pew Research Center de Estados Unidos.

Los datos: diarios, 50%; televisión local, 30%; medios especializa-dos, 10%; radio, 6%, y nuevos medios, 4%.

El estudio analizó la producción periodística de 53 fuentes sobre seis historias principales durante tres días en Baltimore, Maryland, la vigé-sima ciudad de EE.UU. por población. Sus autores admiten que se trata de una “fotografía”, es decir, una imagen limitada a un momento y una parte de un territorio.

El estudio es una alegría para los diarios, acosados por caídas en circulación y venta de avisos, costos crecientes, gratuidad (etc., etc.), y en medio de un cambio de época que desafía su centralidad y su control del territorio periodístico. El estudio ayuda a los que sostienen que sin los diarios “nadie tendría nada que escribir”. Y respalda las iniciativas para cobrar contenidos on line.

El trabajo del Pew dice implícitamente que si los diarios murieran, la gente se quedaría a oscuras, hoy que “colapsa el modelo que ha sub-sidiado al periodismo profesional” y se reduce drásticamente el número de periodistas en televisión, diarios y radio.

Jeff Jarvis, periodista, analista de nuevos medios, académico, dice que el estudio sólo considera las noticias en los términos tradicionales. “Nosotros en la City University de NewYork creemos que (si desapare-cieran las noticias de los medios periodísticos tradicionales) el mercado

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las proveería con más efi ciencia y, quizá, con mayor efi cacia. Quizá no serían noticias en el sentido defi nido por los diarios”.

Steve Buttry, veterano periodista, experto del American Press Insti-tute en procesos de transformación en medios, demuestra que el estudio omitió a una blogger —que había producido ella sí información original y valiosa— porque no se presentaba como periodista sino como parti-daria de una causa: evitar la venta de un teatro.

Esa crítica es correcta: el Pew dijo que quería analizar el “ecosis-tema de noticias” y no el mundo del periodismo consagrado por los medios tradicionales. Jarvis quiere decir que el Pew confundió una cosa con la otra. Pero aun así es difícil que un blog modifi que sustan-cialmente los resultados.

Pienso que el estudio podría refl ejar una realidad similar a la nuestra: acá los diarios tienen aun mayor gravitación para establecer la agenda. La TV y la radio la defi nen en menor grado y ocasionalmente, aunque la TV tiene mayor alcance social y poder de persuasión en la imposición de aquella agenda.

Los nuevos medios —descarto aquí las versiones on line de los dia-rios de papel— cuentan poco, incluso en un estudio como el del Pew, precisamente porque están construyendo otro “ecosistema de noticias”. No sé cómo será. No digo que los viejos medios no participarán en esa construcción. Pero los que sobrevivan serán otros tipos de medios.

Para comprender este momento histórico —un modelo está en extin-ción y no hay un reemplazo a la vista— sirve un texto de Clay Shirky, Thinking the unthinkable (Pensando lo impensable). Lo recomiendo. Shirky cita a la historiadora Elizabeth Eisenstein para trazar paralelos entre el salto cultural y la crisis que produjo la imprenta y el que produ-ce Internet en nuestra era.

Con la imprenta creció el alfabetismo, los libros se escribían en len-guajes contemporáneos y no en latín. Lutero aprovechó para producir un descalabro religioso y político. Terminaba un monopolio del cono-cimiento. La Biblia se tradujo a los lenguajes locales, cualquiera podía analizarla; aparecieron las novelas eróticas. ¿Obras del demonio? Era

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un salto en la comunicación y la difusión de conocimiento sólo compa-rable al que trajo Internet.

La mayoría sólo veía el caos; ¿cuántos veían las oportunidades? ¿Quién podía imaginar entonces cómo sería un mundo cultural en el que la Iglesia ya no podía controlar qué se publicaba y comenzaba a declinar como fuerza política y social?

Dice Shirky: “Cuando alguien pide saber cómo vamos a reemplazar los diarios, en realidad quiere que se le diga que hoy no estamos vivien-do una revolución (y) que los viejos sistemas no se romperán antes de que los nuevos estén en funcionamiento”.

No estamos bien, no estamos cómodos. Los medios tradicionales lo saben. El mismo informe del Pew dice que en los seis temas noticiosos estudiados, el 63% de ellos provenía de fuentes gubernamentales, el 23% de “grupos de interés” y apenas el 14% de los propios medios. O sea: el Gobierno y los grupos de interés fi jan la agenda que luego imponen los medios. Los medios tienen menor iniciativa. Son todos problemas frecuentes entre nosotros. Lástima que acá no se realiza (o no se difunde) este tipo de estudios y no podemos evaluarlos.

Si hoy cesaran los diarios, habría un “caos” (y, como después de todo caos, una nueva estabilidad). Pero los procesos históricos no se dan de un día para el otro. La transición hacia el nuevo “ecosistema de noti-cias” no será prolija ni el futuro será un edén. Por suerte, ya empezó: hay que prepararse para un camino sinuoso y lleno de obstáculos. La “foto” del Pew es sólo una foto.

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La prensa del siglo XXI

Publicamos este artículo de Carlos Fuentes aparecido en el diario La Nación el 31 de marzo de 2011 como homenaje al brillante inte-lectual mexicano recientemente desaparecido.

La eternidad, cuando se mueve, se convierte en tiempo. “Quisiera que esta bella frase fuese mía. No lo es. Es de Platón. Y creo que Platón la dijo —“la eternidad, cuando se mueve, se convierte en tiempo”— para separar la “duración de las cosas sujetas a mudanza” —el tiempo humano- de la eternidad, “perpetuidad que no tiene principio ni fi n”.

Con Grecia, la historia se mueve de la eternidad al tiempo y el tiem-po eterno —atributo de Dios— lo es también de tiranos que se quieren saber inmortales. El Gobierno democrático, en cambio, se sujeta a las reglas del tiempo humano: dura, pero muda.

Y muda, aunque dure. O sea, no dura para siempre. Estoy intentando respondes a la pregunta ¿a dónde vamos?, relacionada con la evolución del pensamiento y el papel de la prensa en una América Latina en pro-ceso de cambio.

¡Menuda tarea! Para cumplirla, me guío por una relación fundamen-tal entre educación, conocimiento, información y desarrollo. Sin educa-ción no hay conocimiento, sin conocimiento no hay información y sin información no hay desarrollo. O dicho en reversa, para que haya desa-rrollo, hace falta información, la información requiere conocimiento y el conocimiento depende de la educación.

Entramos en el siglo XXI con una evidencia: el crecimiento econó-mico depende de la calidad de la información y esta de la calidad de la educación. El lugar privilegiado de la modernidad económica lo ocu-pan los creadores y productores de información, más que de productos materiales. El cine, la televisión, las industrias de la comunicación y las productoras de los instrumentos y equipos procesadores de información están hoy en el centro de la vida económica global. Los ricos de antaño

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producían acero (Carnegie, Krupp, Manchester). Los ricos de hoy pro-ducen equipos electrónicos (Bill Gates, Sony, Silicon Valley).

Bill Clinton nos recuerda que al asumir la presidencia de Estados Unidos, en 1993, solo había cincuenta websites. Al dejar la Casa Blan-ca, ocho años más tarde, había 350 millones. Juan Ramón de la Fuente, exrector de la Universidad Nacional Autónoma de México, nos recuer-da, a su vez, que hoy circulan en Internet cincuenta millones de men-sajes diarios. Primero, en 40 años, la radio logró sumar 50 millones de oyentes. La televisión, desde 1950, atrapó igual número de televiden-tes. Pero en solo cinco años, Internet alcanzó la suma que a la radio le tomó cuarenta años y a la televisión otro medio siglo. En el año 2000, había 300 millones de usuarios de Internet. Hoy, hay 800 millones.

Se acusa a los medios más novedosos de aislar. Como en la excelente película de David Fincher, “La red social”, los usuarios de medios mo-dernos pueden aislarse en la relación con otros usuarios, creando redes paradójicas de fi cción comunicativa: si yo estoy en relación contigo, no tengo por qué estarlo con el resto del mundo. El tú y yo de la comuni-cación parecería excluir al nosotros.

Túnez , Egipto y todo el Mediterráneo sur acaban de demostrar que la relación uno a uno no excluye la comunicación del yo con el nosotros a través de múltiples individualidades eslabonadas en una gran colecti-vidad que, al conocerse, se da cuenta de que el mundo ofi cial la ignora y que, al conocerse, también se da cuenta de su poder colectivo. Internet, Facebook, Twitter reúnen a las multitudes que hemos visto en las calles de Túnez, El Cairo y Alejandría. Esas multitudes representan a una clase media y a una clase trabajadora ignoradas por el estrecho círculo del po-der ejercido desde arriba y solo para los de arriba, con algunos mendru-gos arrojados a los de abajo. Solo que los de abajo son la mayoría. Solo que los de abajo no son solo obreros y campesinos, sino estudiantes, profesionales, amas de casa, empresarios, comerciantes, toda una clase media formada por, a pesar de, y al lado del autoritarismo, que no la veía, y si la veía, la atomizaba en grupúsculos manipulables y minoritarios.

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Gran paradoja. Un Gobierno autoritario de larga duración tolera a un pueblo dividido y lejano, hasta que ese pueblo adquiere la visibilidad de su propia conciencia gracias a lo que supuestamente lo aislaba y actúa en consecuencia.

El tiempo que nos tocó nos niega la comodidad de creer que la educación concluye alguna vez, en algún grado anterior al resto de nuestras vidas.

Esto signifi ca que, por una parte, las escuelas pierden el monopolio de la enseñanza y, por la otra, la prensa pierde el monopolio de la infor-mación, pero también, que mantenerse informado en el largo período posescolar y posuniversitario es un deber y un derecho, inseparables del ejercicio de la ciudadanía y que este derecho, esta obligación, lo son también de nuestra prensa. La información también está en crisis, pero acaso en una crisis de crecimiento, que expande los medios nuevos pero no sacrifi ca los anteriores.

Se suponía, en el siglo XIX, que la aparición del periodismo de ma-sas sentenciaría la muerte del libro. Balzac aprovechó el dilema para es-cribir una novela sobre el periodismo, Las ilusiones perdidas. Se supo-nía que la radiotelefonía, a su vez, mandaría a la prensa escrita al gran cementerio de las antigüedades. No fue así, radio y prensa convivieron, y aunque Marshall McLuhan anunció la muerte del libro y la conver-sión del medio en mensaje, la televisión no enterró ni a la literatura, ni a la prensa, ni a la radio.

¿La nueva edad que se anuncia, la era de la tecnoinformación, ma-tará a las formas de comunicación anteriores? No lo creo. Quizás, hoy, el número de lectores se haya desplazado al best seller y ¿por qué dura un long seller?

La radio, lejos de perecer, está hoy más viva que nunca y mejor adaptada a los horarios, tempraneros o nocturnos, de la vida moderna. La televisión no hace sino aumentar y diversifi car su oferta: los canales televisivos suman varios miles.

¿Es la prensa escrita la víctima propiciatoria de la nueva —o últi-ma— modernidad? Sí, hay grandes diarios que cierran o se achican, o

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se ofrecen por Internet. Acaso, quizás, la prensa escrita, como la lite-ratura, solo llegue en su forma actual a los menos pero a los mejores, aunque yo, como escritor, tengo el gusto de mancharme diariamente las manos con la tinta fresca de un periódico y otros ciudadanos, más jóvenes, leen el mismo periódico en una pantalla.

Al cabo, sin embargo, yo no creo que lo nuevo desplace totalmen-te lo anterior. Creo que las cosas acabarán por equilibrarse, coexistir, subrayar valores y eliminar defectos, aunque con la posibilidad, huma-na al fi n, de generar nuevos defectos junto con nuevos valores.

El valor mayor es contribuir a la educación y a la información, y en consecuencia, al conocimiento y al desarrollo humanos.

¿Quiénes ganan? ¿Quiénes pierden?Es difícil decirlo en una época de transición como la nuestra, como

difícil era prever en el siglo XII el Renacimiento; en la altura de la pi-rámide azteca, la conquista española; antes de la revuelta ludita, el ad-venimiento del mundo industrial y, hoy, vislumbrar como un todo, con claridad, el paso de la edad industrial al tiempo de la tecnoinformación.

¿Y qué formas políticas acompañan estos cambios? En América la-tina a veces nos planteamos un falso dilema. Nos decimos: desarrollo económico hoy, pero democracia solo mañana, y justicia, quizás, pasa-do mañana. O nos decimos: justicia hoy, cómo no, pero desarrollo solo mañana y democracia, ¿para qué? si nunca la ha habido.

La demanda latinoamericana es desarrollo con democracia y justicia, ahora, y no en el sentido de la instantaneidad, sino gracias a voluntades políticas que obviamente reúnan, en un haz inseparable, las tres exigen-cias de este clamor: desarrollo, democracia y justicia. Y desarrollo con conocimiento, con educación y con información. Todo unido.

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¿Qué es una academia en el siglo XXI?

Por el académico D. Gabriel de Broglie

Es con inmenso placer y profunda gratitud que respondo a la invi-tación de participar de una sesión entre ustedes. Al hacerlo, reitero los pasos de los colegas del Instituto de Francia que ustedes mismos reci-bieron antes que a mí, ya que son numerosos los que pertenecieron a una academia argentina, tanto de Medicina, Letras, Ciencias, Historia y probablemente también a la de Ciencias Morales y Políticas, aunque no tengo la seguridad de esto.

De esta manera ustedes ensanchan la pasarela viviente entre nuestros dos Mundos, nuestros dos países, nuestras dos ciudades, Buenos Aires y París. Cuanto más nos rodea la mundialización a ustedes y a nosotros, más parece necesario reavivar nuestros recuerdos en común para acer-car nuestros trabajos e intercambiar nuestras experiencias.

Soy el feliz benefi ciario de esta circunstancia. Adhiero a ella de todo corazón y les expreso mi sincero reconocimiento.

¿ Cómo me atrevo a plantear aquí la pregunta sobre qué es una aca-demia?

Espero que perdonen esta impertinencia, esta trivialidad. Ustedes saben muy bien, por cierto, lo que es una academia; uste-

des, que hacen vivir la suya y lo hacen de forma brillante desde 1938, cuando su nombre fue elegido en homenaje a su homóloga francesa, nacida poco más de un siglo antes. Lo sabemos también nosotros en nuestra memoria colectiva, y desde hace más tiempo, ya que en Euro-pa, desde el Renacimiento, la búsqueda de la verdad, del bien común y de la belleza perseguida por literatos, artistas e investigadores, bajo la conducción de sus príncipes mecenas o déspotas ilustrados, fue la fuente de un progreso continuo y fecundo. Las academias fueron, en cada país, el ámbito de esta fermentación. Proveyeron el marco de las transformaciones afi anzadas y extendidas al conjunto de Europa en un

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entretejido a veces polémico, más frecuentemente de colaboración, que ha sido caracterizado en una fórmula que retiene todavía su valor: “el Parlamento del mundo estudioso”.

Los rasgos característicos de este mundo académico son los mismos en todos los países. La excelencia como vía de acceso, la independencia como razón de ser y la investigación desinteresada como utilidad social.

En textos remotos se ha afi rmado con frecuencia, en una fórmula algo grandilocuente, que la misión de las academias era “la ilustración y el perfeccionamiento de las ciencias, las artes y las letras”. Se con-sidera hoy que la fórmula se presta a la crítica. Es mejor decir que las academias tienen, cada una en su especialidad y todas en conjunto, las mismas misiones: memoria, transmisión, búsqueda y creación. Las aca-demias argentinas fl orecieron sobre el terreno fértil de la Independen-cia. La historia no ha permitido federar estas diferentes corporaciones de vuestro país bajo la égida de un Instituto, como en Francia o en España, país que ha infl uido en su constitución y mantiene con ellas vínculos privilegiados. Existió en tal sentido un proyecto, a iniciativa del ministro de Educación Atilio dell’Oro Maini a mediados de los años cincuenta, pero no prosperó.

Todavía no han sido superadas las vocaciones por preservar la me-moria, privilegiar la transmisión, la investigación y la creación. La opi-nión manifi esta hacia los trabajos científi cos un no desmentido interés. Nuestros contemporáneos descubren el valor del patrimonio en el mis-mo momento en que se agotan los recursos tradicionales para sustentar-lo. En una época en que tantos recursos están sometidos a revaluaciones brutales, como el agua, el aire, el mar, el petróleo, es la herencia del pasado que se muestra como un valor estable para ser defendido.

Como en todas las épocas de alteración vertiginosa —y las hemos conocido—, nuestro tiempo de ruptura busca evitar la ruptura total y mantener viviente un lazo irreemplazable y amenazado, el lazo entre ayer y hoy, entre la tradición y la novedad.

Con su seriedad, solidez, discreción, las academias pueden conver-gir. Sobrevivieron a muchas revueltas, las de hace más de dos siglos

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en Francia, las de la segunda mitad del siglo XX en algunos lugares de Europa, los sobresaltos políticos en la Argentina. Las academias han sobrevivido a los ataques contra su conservadurismo, sus errores, sus debilidades. Han sobrevivido también a las burlas que jamás dejaron de existir a su respecto.

Para darnos una clara noción de esto no resisto a citar a Paul Valéry: “He tratado de mostrar que este misterio existe, nos distingue y tal

vez eleva a la academia por no sé qué de vago, de inexpresable, que se mezcla siempre a la idea que despierta su nombre. Una cosa no vale sino en la medida en que escapa a la expresión...; esta suerte de trascen-dencia se acusa y se demuestra sufi ciente- mente a través de la amplitud de nuestras elecciones...”.

En referencia a las críticas y a las burlas, las explica así : “Le faltaría algo a nuestra gloria, del mismo modo que a Molière, si

las leves y permanentes fl echas le fuesen ahorradas. Quienes las cap-turan al vuelo para volver a lanzarlas no advierten que con ese gesto se instalan en la tradición, como nosotros mismos. Los burlones son para nosotros consustanciales”.

Pero la simbólica social y una virtud consagratoria no son las úni-cas en obtener este resultado. Más efi caz a este respecto habrá sido la adhesión, jamás desmentida, a una concepción a la vez racional y visceral del progreso de la sociedad. Cuando se observan las temáticas que presidieron en el siglo XIX la creación de las primeras academias argentinas ¿cómo no ver en ello la preocupación por esta necesidad de las ciencias y el progreso: la medicina en 1822, las ciencias en 1869, las ciencias exactas, físicas y naturales en 1874, la historia en 1893 y, más cerca de nosotros, las ciencias económicas en 1914?

Esta concepción adoptó formas diversas en Europa: el humanismo en el siglo XVI, la República de las Letras en el XVII, las Luces en el XVIII, el Progreso en el XIX. ¿Acaso el triunfo fi nal de la democracia liberal haya sido el comienzo de la segunda mitad del siglo XX? Vues-tro país podría ser un ejemplo. En todo caso, es temprano para predecir lo que será la fi losofi a de nuestro siglo XXI. Esperemos simplemente que esta fi liación no sea interrumpida.

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Es precisamente para entrar en nuestro tema que podrá justifi carse la pregunta que me atreví a plantear al comienzo de mis palabras. Todo cambia en nuestra época de manera tan brusca y profunda que sería sorprendente que el espíritu académico permaneciese inmutable, inalte-rable como un vestigio geológico.

Por lo pronto, ¿qué signifi ca ser académico hoy? Los académicos no son personas de fortuna, ni mundanos. Tampoco son malvados, como con frecuencia ocurrió en el pasa-

do. No se ingresa en el Instituto para ganar dinero. Las relaciones se desarrollan dentro de un mundo en el que el dinero personal no cuenta mucho y donde los recursos propios de las academias se han agotado o jamás existieron... Pero a la inversa, se entra para estar de igual a igual con fi guras admiradas y que se desea conocer. “Somos un pueblo de únicos”, escribió Maurice Druon. Debió de haber agregado “y un pueblo de iguales”.

Por supuesto, ser académico no representa lo mismo para todos. Para los grandes universitarios es la prolongación de una carrera brillante y existe un parentesco particular y estrecho entre las dos instituciones intelectuales más venerables en cada país. Para los investigadores de cincuenta años se trata de una zambullida en un mundo solemne que no conocen y que están felices de descubrir. Para los artistas, al menos para los que han seguido el recorrido profesional, es una consagración, tal como la entrada en un club. Para los altos funcionarios es un suple-mento de dignidad siempre perseguido.

¿Y para los escritores?

La pregunta ha agitado el mundo literario durante todo el siglo XIX, y ha sido resuelta gloriosamente en los tres primeros cuartos del siglo XX. La pregunta se plantea hoy de otra forma. Los mejores escritores, en particular los creadores de fi cción, tienen, ante todo, la necesidad de preservar la esfera de su creación y de su trabajo. No buscan como en otra época espacios para la sociabilidad, que por lo demás no existen.

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Se benefi cian, por lo contrario, debido a una poderosa mediatización, pero cuyas formas eligen cuidadosamente. No es seguro que la forma de mediatización que les confi eren las academias sea la más convenien-te para ellos. En nuestros días, la elección de universitarios, ensayistas, dignatarios, se muestra más fácil que la de los novelistas o dramaturgos que formaron el corazón de las academias literarias nacionales, en par-ticular de la Academia Francesa.

De dónde viene la pregunta más general: ¿Qué es una academia en el siglo XXI? Todavía no lo sabemos, pero sabemos bajo qué ángulos se instala la pregunta. Quisiera enumerar algunos.

Las academias y la democracia

Lo que puede ser puesto en discusión es la pregunta por su legi-timidad. Las academias son por sí mismas excepciones del principio general de igualdad. La sabiduría, la ciencia, el talento, no excluyen que puedan ser generadas entre las academias y los actores del debate de-mocrático, representantes del pueblo y gobernantes. La situación de los cuerpos intermediarios es delicada en cada país y su justa infl uencia no es fi jada en la simple frase de un texto, sino en los lugares respectivos de los poderes políticos y de las corporaciones eruditas en las socieda-des avanzadas. Lo que puedo decir en este tema es que la sociedad me-nos descentralizada que existe, Francia, es aquella en la cual el Estado acuerda a las academias el más solemne reconocimiento. Los tambores de la Garde Républicaine son una tradición no solo de forma, sino que expresa un verdadero homenaje colectivo.

Este lazo con la democracia es ejemplar en la Argentina. La primera de las academias, la de Medicina, creada en 1822, lo fue bajo el Gobier-no progresista y pro europeo de Bernardino Rivadavia. Las academias fueron puestas entre paréntesis bajo la dictadura de Perón a partir de 1950 para ser restablecidas tras su partida en 1955.

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Las academias y la independencia

Esta es la propia razón de su ser. Son conocidas las condiciones que se requieren: el reclutamiento por cooptación, la libre administración, la independencia intelectual, la elección de los temas, la organización de los trabajos, los informes libre, erudita y serenamente rendidos a los poderes públicos, pero también a las demás instituciones cultas, y ante toda la Nación. Incluso entonces, la independencia no será solo el re-sultado de un texto. Todavía es necesario que el Estado reconozca dicho estatus privilegiado.

La autonomía de las academias argentinas fue decidida en 1925 por el presidente Marcelo T. de Alvear. Es necesario igualmente que las aca-demias dispongan de los recursos necesarios. Sé que la situación fi nan-ciera es muy sensible, particularmente en la Argentina. Se trata de una dialéctica constante pues los peligros no solo provienen del Estado, sino de otros poderes, los de las empresas y profesiones, los medios de prensa y de opinión. También allí, en Francia como en la Argentina, los medios y más precisamente la gran prensa parecen no saber cómo dar cuenta de la vida académica y de la riqueza de las refl exiones de ese orden, jalones tan fundamentales en la vida democrática e intelectual del país.

En Francia, la independencia respecto del Estado está garantida de manera formal por la ley, recientemente confi rmada en 2006. Respecto de la opinión y del mundo económico, dicha ley proviene de una sólida tradición ontológica. Pero la independencia fi nanciera de las academias no está garantida por los poderes públicos. Resulta por ahora de un mecenazgo cuya vigencia no se detiene y permite al Instituto y a las academias ejercer un papel creciente en los dominios de la Investiga-ción, la ciencia, la medicina, la enseñanza, la acción humanitaria y, por supuesto, las letras y las artes.

Las academias y la ciencia

Todas las academias tienen una vocación estudiosa, de in vesti-gación, incluso científi ca. ¿Es posible mantener hasta edad avanzada

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la información científi ca de los académicos o su comprensión de las situaciones nuevas?

Más importante aún: ¿es fecundo el cruce de las disciplinas? La respuesta es: dos veces sí. Por cierto, quedaron confi gurados los

modelos de Pico della Mirandola y de los grandes humanistas del siglo XVII, Descartes o Hensius. Grandes fi guras de espíritu universal supie-ron, en la Argentina, encarnar este ideal académico. Pienso en Barto-lomé Mitre, fundador en 1893 de la Academia de la Historia y Numis-mática, o incluso, más cerca de nosotros, Ángel Gallardo, miembro de muchas academias, a la vez diplomático, rector y ministro. Pero debe afi rmarse que el Parlamento del mundo estudioso es, más que nunca, una institución necesaria.

Las academias y la legislación

Las academias podrían intervenir en la formación de la ley, pero rara vez lo hacen, ajenas a su especifi cidad. El desarrollo forzado y el ritmo de los procedimientos rara vez permiten una intervención de los estudiosos. Es una lástima. El Parlamento y los innumerables consejos que concurren para la legislación actúan demasiado herméticamente y no consultan bastante a las academias.

Las academias y las reformas

Adaptar las estructuras y las mentalidades a las evoluciones contem-poráneas es cada vez más obra de especialistas y técnicos. Las academias pueden establecer diagnósticos, síntesis. ¿Se encuentran en la mejor situa-ción para concebir las mejores formas de organización social? En lo que se refi ere a la enseñanza, claro que sí. Para las reformas sociales habría a menudo ventaja en reunir esclarecidas opiniones en materias de ética, moral, violencia, criminalidad, juventud, defensa. Esto lleva tal vez a las temibles preguntas sobre la composición sociológica de las academias, de la paridad entre hombres y mujeres, de la edad de los académicos.

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Las academias y la identidad nacional

Este asunto presenta dos aspectos. Por una parte, frente al extranjero. Las academias cumplen una función de representación y de intercam-bios, por ejemplo a través de la elección de correspondientes extranje-ros (sistemática en las ciencias), y por las relaciones bilaterales.

Existen redes de academias, sobre todo en ciencias. Conozco los es-trechos vínculos entre las academias argentinas con sus homólogas de América Latina y españolas. Es la prueba de cierta unidad y la ilustra-ción de la fuerza planetaria de la lengua espa ñola. No existe sufi ciente relación entre academias europeas, que tienen mayor parentesco recí-proco y más temas en común. Hemos tratado de plantear esto a partir del encuentro que organicé en octubre en París. Las respuestas colmaron lo esperado y mostraron que, en general, la inquietud era compartida.

Por otra parte, las academias desempeñan un papel en la conciencia de cada país. Esta vocación está presente en ellas. Su propio nombre lo testimonia. Las academias nacionales no son las únicas. Las acade-mias regionales son muy vitales y activas. ¿Cómo no mencionar las de Córdoba en Derecho, Ciencias y Ciencias Sociales? Conservaron su vocación estudiosa tradicional local y participan con las academias nacionales de una nueva vocación consistente en constituir un polo es-timulante, iluminador, susceptible de proyectar en múltiples ámbitos las ideas innovadoras y la creación contemporánea, de complementarse y de animar la vida intelectual de su país en todas sus partes.

El Instituto de Francia y las academias del Quai de Conti, cada una a su manera, desempeñan en realidad el papel de componente y, sin duda, de agente catalizador de la identidad francesa.

Las academias y las universidades

Tal vez se presente aquí el mayor desafío de nuestro tiempo. Universidades y academias nacieron de un mismo movimiento. Has-

ta los años 1920, ciertas academias argentinas dependían de la univer-

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sidad. Durante un tiempo, las academias dominaron el mundo de las ideas en la alta erudición y en la artes. Después, la vocación de las universidades se extendió a todas las disciplinas y sobre todo, a la in-vestigación. Su desarrollo cuantitativo fue hasta hoy considerable. Dos mundos, pues, ninguno de los cuales es superior al otro, y que persiguen fi nes comparables, pero en condiciones muy diferentes. Distancia y co-laboración, concurrencia y complementariedad, los dos mundos debe-rán convivir, no especializarse uno de ellos en detrimento del otro, sino respetarse recíprocamente, admitir una ley de desarrollo autónomo en cada cual, y cultivar su respectiva vocación.

Las academias y la lengua

El asunto es tan antiguo como las academias. Desde siempre, las academias tienen por vocación ilustrar la lengua nacional, defi nir reglas y usos. Pienso en las tareas cumplidas por la Academia Argentina de Ciencias y Letras, fundada en Buenos Aires el 9 de julio de 1873, que hasta su disolución en 1879 pudo elaborar un diccionario de argenti-nismos. Ninguna academia renuncia a la misión de defender y salva-guardar todas las lenguas en torno de las cuales las naciones fueron unifi cadas, que son vehículos de la cultura sobre nuestros territorios y mucho más allá, y constituyen, debido al plurilingüismo al que estamos ligados, una de las riquezas de Europa.

Las academias y la mediatización

Hace mucho tiempo que nuevas formas de intercambiar información se multiplicaron con la prensa, la radio y la televisión. Es hoy necesario no sucumbir a la atracción de este nuevo poder, sino evitar la propia desaparición en este océano de mensajes sin origen, de comunicación sin contenido; o sea, de descubrir cuál mediatización conviene a las aca-demias para hacerse escuchar, y cuáles medios de expresión —fuera de las sesiones solemnes y de los grandes discursos— deben ser empleados

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para ejercer una atracción ante los intelectuales de calidad, los variados talentos de nuestro tiempo y todas las categorías de la población.

En un momento en el que muchas tradiciones, usos e instituciones re-sultan sumergidos por los asaltos de la mundialización y de la profunda crisis de la educación, las corporaciones estudiosas reivindican su condi-ción de academia, que es sinónimo, como lo he dicho, de independencia, excelencia, consejo desinteresado. Presentan el ejemplo de instituciones que se mantienen, que se adaptan a la modernidad, pero que no reniegan de nada. Son, por lo tanto, intemporales, y por ello modernas. Viven en medio de los grandes ejemplos del pasado y de los grandes problemas del momento. Como lo expresó maliciosamente pero con mucha preci-sión mi colega Jean d’Ormesson: “La mayor tarea de la tradición consis-te en rendir al progreso la cortesía debida, permitiendo al progreso surgir de la tradición como la tradición surgió del progreso”.

Es natural, por lo tanto, que las academias se ofrezcan como ejem-plo, que se las exponga como ejemplo de una identidad segura de ella misma, abierta sobre lo exterior tanto desde el punto de vista de la len-gua como de las obras y de las ideas, y siempre favorables al intercam-bio, ya que los trabajos del espíritu carecen de fronteras. Es propio del espíritu académico cumplir un papel de puente entre las culturas y de luchar para que la universalidad del espíritu y la fuerza del pensamiento independiente sean reconocidos. Es una vocación que exalta, y respon-de a una necesidad de nuestro tiempo.

Y podemos estar seguros, señoras, señores académicos, de que para desempeñar este papel y difundir el presente testimonio los candidatos no son escasos.

Traducción de Jorge Emilio Gallardo

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El Tiempo: el diario del nieto de Belgrano

Carlos Vega Belgrano, porteño, nació en 1858, hijo de Manuela Mó-nica Belgrano, hija del prócer, y de Manuel Vega Belgrano, su pariente, casados en 1855.

En 1877, a los 19 años de edad, viajó a Europa, donde fue oyente de la Escuela de Ciencias Políticas de París y, en Alemania, de las universi-dades de Heidelberg y Bonn. Por entonces mostró inquietudes literarias y envió colaboraciones al periódico Tribuna Popular, de Buenos Aires.

De regreso en Buenos Aires, se incorporó al periodismo militante al hacerse cargo de la Revista Nacional, fundada por Ángel Justiniano Carranza, y en 1903 creó el diario vespertino El Tiempo, de tendencia radical, en el que puso todas sus energías e invirtió la gran fortuna que sus padres le dejaron.

El nuevo diario contó con una redacción formada por un núcleo de periodistas jóvenes, muchos de los que habían estado con Vega Belgra-no en la Revista Literaria, entre los que se contaba José Cortejarena, fu-turo fundador del diario La Razón. También hubo amplio margen para poetas y escritores prestigiosos, como Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Manuel Ugarte y cien más, a los que en más de una ocasión se sumaron nombres femeninos, como Adelia di Carlo y Clotilde Matto de Turner.

Poco a poco, El Tiempo fue perdiendo importancia y a la vez ocurría otro tanto con la fortuna de Vega Belgrano, y no pasó de los tres lustros. Años después, el nieto de Belgrano manifestó en una entrevista que le hizo la revista Mundo Argentino que “una administración enérgica ha-bría mantenido fl oreciente mi diario, pero me horrorizaba ante la idea de hacer de aquello un mostrador de negocios”.

Carlos Vega Belgrano falleció el 19 de abril de 1930.

Enrique Mario Mayochi

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La Argentina, narrada por la pluma de Bartolomé de Vedia

Graciela Melgarejo, La Nación, 6 de junio de 2012

Pocas veces se tiene la oportunidad, como lector, de poder experi-mentar en un solo libro un acerca miento tal a la extensa labor de uno de los más brillantes periodistas argentinos contemporáneos.

Por ese motivo —y por tantos otros, como ya se verá—, es de cele-brar que La Nación y la editorial Aguilar den a conocer desde mañana, en el Día del Periodista, Ideas y emociones de un país, obra que reúne artículos escritos por Bartolomé de Vedia (fallecido en 2010, a los 74 años) y publicados por este diario entre 1960 y 2010, a cuya selección contribuyeron con amoroso criterio su mujer, Esther Olivera, y varios de sus diez hijos, “miembros todos de una familia admirable”, como certifi ca desde el prólogo su autor, el doctor José Claudio Escribano.

A la mirada aguda del crítico de cine —De Vedia fue durante muchos años, además, jefe de la sección Espectáculos de La Nación—, se une la capacidad de analizar e interpretar los hechos de la realidad compleja y complicada del país que desplegó, también, por su tarea como editoria-lista y columnista, y, posteriormente, como jefe de la sección Editoriales.

De manera que quien lea este libro podrá seguir, de la mano y de la pluma de un testigo privilegiado, muchos de los más importantes acon-tecimientos del orden nacional e internacional.

Como ocurre con los libros de cuentos, los artículos pueden ser leí-dos en el orden que quieran darles sus lectores, independientemente de que en todos ellos, aun en los más íntimos (como el festejo de la Navidad, en “La Navidad de mis vecinos”), están refl ejados, con su espléndida prosa y de manera inigualable, los argentinos y la Argentina.

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Periodista y ciudadano

Es que De Vedia —Bartolo, para su familia, sus amigos y los innu-merables y fervorosos discípulos que fue creando en el ámbito periodís-tico— tenía esa capacidad de ejercer siempre su ofi cio sin importar el tema ni dónde se encontrara: por ejemplo, como corresponsal, siguien-do al presidente Alfonsín en su paso por Rusia o por Cuba (“Moscú: donde lo político y lo económico se condicionan mutuamente” y “Los confl ictos regionales, una clave del encuentro”), o como simple ciuda-dano, porteño para más datos, que lidia con las nuevas costumbres (“El difícil arte de pedir un café”).

Memorioso como Funes el memorioso, hay artículos en los que pasa revista a distintos aniversarios en la política argentina con equilibrio y lucidez (en “Los dulces 16 de la democracia”, de septiembre de 1999, nos recuerda que “eso no signifi ca que la fi esta de [30 de octubre de] 1983 haya sido inútil. Al contrario: las fi estas iluminan los espíritus y alimentan el costado místico de la vida, indispensable para que las ins-tituciones se consoliden y perduren”).

El ejercicio de la ética

Entre sus obsesiones personales (“Historias de dos ciudades”) están, por supuesto, el ejercicio y la perduración de la democracia para su país, y muchos de los textos lo refl ejan.

Porque presidió durante dos períodos la Academia Nacional de Pe-riodismo, también son temas indelegables la responsabilidad de los medios periodísticos, la libertad de expresión y la ética periodística. Sobre ellos giró su discurso de ingreso como miembro de número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, en junio de 2003, cuando ocupó el sillón Carlos Pellegrini, que se recoge en el apartado del libro llamado “Anexo’’, y donde da una serie de principios de deon-tología de la información que considera “de vital importancia para que el periodismo sea ejercido con dignidad y efi cacia”.

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“Quien toca este libro toca a un hombre”, escribió Walt Whitman, y estas palabras se aplican perfectamente a Ideas y emociones de un país. Porque la última misión de Bartolomé de Vedia seguirá siendo siempre ecuménica: alumbrar para todos un porvenir de paz y de entendimiento, por encima de las estridencias inútiles de la hora actual.

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Bibliografìa

El periodismo en Tierra del Fuego, por Arnoldo Canclini, Academia Nacional de Periodismo, Buenos Aires, 2011.

Arnoldo Canclini ha realizado con este libro un valioso trabajo de investigación sobre los medios gráfi cos (diarios y revistas) en la provin-cia más austral de la Argentina. Precisamente por su lejanía geográfi ca, su población no muy numerosa y el tardío ingreso en la vida nacional, el periodismo tuvo allí características que el autor destaca a lo largo de quince capítulos, un interesante apéndice dedicado al periodismo en las islas Malvinas y una amplia bibliografía.

Después de trazar un panorama histórico, social y geopolítico del territorio fueguino durante el siglo XIX, en el que se incluye el cruel exterminio de muchos pobladores nativos, la acción evangelizadora de misioneros ingleses y salesianos italianos y la toma de posesión defi -nitiva del territorio por el coronel de marina Augusto Laserre, seguida por los sucesivos gobernadores, Canclini recuerda la instalación del cé-lebre presidio que cerró sus lóbregas puertas en 1948. Tras haber sido gobernación, Tierra del Fuego pasó a ser, en 1992, la más joven pro-vincia argentina, y tanto en su capital, Ushuaia, como en la otra ciudad importante, Río Grande, se vivieron intensamente las alternativas de las tensiones con Chile por cuestiones limítrofes y la trágica guerra de Malvinas, sucesos que hallaron amplia repercusión en los medios pe-riodísticos de la isla.

El primer órgano de prensa apareció en 1902 en una Ushuaia todavía muy poco poblada. Se llamó La Risa y era un “semanario noticioso, jocoso-literario e independiente” que cambió posteriormente el títu-lo por El Fueguino y, fi nalmente, El Eco Fueguino, algunos de cuyos ejemplares se conservan en el Museo del Fin del Mundo. Aparecieron luego el periódico quincenal El mosquito, en hojas mimeografi adas; La Rana, cuyo responsable era el idóneo de farmacia Francisco Palazzo, y El Duende, publicada por el padre de quien sería después el poeta José

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María Castiñeira de Dios, oriundo de Ushuaia. También en la década del 20 el gallego Eduardo Puente publicó El Sur Oeste de carácter críti-co. Un raro testimonio de “periodismo carcelario” fue El Eco, realizado por los reclusos.

Entre 1931 y 1941 se publicó El Ushuaiense, y entre 1957 y 1965, El Imparcial, con una tirada de 350 ejemplares. En la misma época surgió El Austral. Dos hermanas, Alicia y Anahí Lazzaroni, editaron la revista cultural Aldea, mientras Luis Esteban Rocha creó la revista Kayuska. El periodismo de opinión estuvo representado por Punto y Coma, de Luis Zamora. Todas estas publicaciones aparecieron en Ushuaia, mientras en Río Grande, la “ciudad económica” del norte fueguino, surgieron en las últimas décadas del siglo XX La Verdad, La Ciudad Nueva, Tiempo Fueguino, El Sureño y Cuarto Poder. Actualmente, el de mayor tirada en Ushuaia es El Diario del Fin del Mundo, cuyas 32 páginas refl ejan la actualidad fueguina, así como noticias del país e internacionales, y en Río Grande Provincia 23. Cabe señalar que diariamente se distribuye una edición por vía digital de Clarín. Canclini comenta que los perio-distas que trabajaron y trabajan en la provincia procedieron y proceden de otras partes del país, salvo Yolanda Dips, que publicó "La Movida" y fue la primera periodista nativa, impulsora además de una organización gremial periodística.

El Periodismo en Tierra del Fuego nos revela el panorama poco co-nocido, fuera del territorio, de una actividad que a pesar de los incon-venientes provocados por su alejada ubicación geográfi ca y la limitada cantidad de sus habitantes, contribuyó a la información, formación e integración con el resto del país de este último confín de la Argentina.

Historia de las agencias de noticias (Desde su creación hasta el período de entreguerras), por Marcelo Norberto Botto. Academia Na-cional de Periodismo, Buenos Aires, 2012.

El volumen VII de la Historia del Periodismo Argentino, que pu-blica esta Academia con la dirección del académico Armando Alon-

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so Piñeiro, está dedicado a historiar el surgimiento y desarrollo de las agencias de noticias, instrumentos fundamentales con los que ha conta-do el periodismo para comunicar los acontecimientos del exterior, com-plementados en algunos casos con la información proporcionada por corresponsales y enviados especiales. El libro resulta de interés, por lo tanto, para los que ejercen la profesión y para el público en general; más aún si se tiene en cuenta que existe escasa bibliografía sobre el tema.

En su introducción, el autor señala que las agencias más poderosas, en sus primeros años de existencia, “formaron una alianza estratégica entre ellas y con los Estados nacionales que fue vital para el posiciona-miento y continuidad de estas empresas periodísticas”. Recuerda que la Argentina se hallaba en la zona dominada por la francesa Havas, de modo que los diarios debían contratar sus servicios para recibir infor-mación del exterior. El suministro informativo llegaba a Brasil y se transmitía por cable telegráfi co submarino a La Nación, La Prensa y Buenos Aires Herald. Solo dos agencias, Saporiti y Austral, se desarro-llaron en el ambiente local. La primera creada en 1900, y la segunda, posteriormente, un emprendimiento de La Nación en forma conjunta con Associated Press. En 1945 ingresó en los medios Télam, la primera agencia de noticias estatal.

Botto afi rma que su trabajo constituye una aproximación al tema, pero es más que eso. El libro expone los factores que permitieron la creación de las agencias de noticias y el surgimiento de las primeras, ilustrando con cuadros sinópticos en los que detalla la acción de las agencias en el mundo. Comenta el camino seguido para llegar a las primeras agencias estadounidenses y el establecimiento de pactos, y se detiene en el control informativo que se estableció durante la Primera Guerra Mundial. Al encarar el tema de las agencias en la Argentina, reproduce el texto del decreto fi rmado por el presidente Sarmiento, por el que se implementaba, en 1874, la transmisión entre Brasil y nuestro país, así como otros testimonios de la época. Hace hincapié en la re-lación de las agencias de noticias con La Prensa y La Nación, lo que generó una mayor avidez informativa. Destaca que, hacia 1920, el de-

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sarrollo de la telegrafía sin hilos fue esencial para la rapidez en la circu-lación de las noticias a nivel mundial. La Razón y Crítica aprovecharon también el servicio de las agencias. United Press, Associated Press e International News Service contribuyeron a informar sobre aconteci-mientos que conmovieron al país, como la pelea Firpo-Dempsey y, en un plano más relevante, las alternativas de la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial.

“Estas empresas periodísticas´, que tienen como función proveer no-ticias en cantidad a los medios de comunicación sobre los sucesos de actualidad ocurridos en el mundo, lo harán desde una cosmovisión que forma parte de su identidad y que está asociada al lugar geográfi co al que pertenecen. Una agencia anglosajona, árabe, asiática, latinoameri-cana —prosigue Botto—, ofrecerá su versión de los hechos condiciona-da por los aspectos identitarios que modelan su personalidad”.

Pese a que el presente trabajo se detiene en el período de entregue-rras, propone en el último capítulo algunas refl exiones sobre la relación de las agencias de noticias con los últimos cambios políticos y la adap-tación de sus sistemas informativos a las nuevas tecnologías.

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Curiosidades de nuestro idioma

1.- Oración en la cual sus nueve palabras llevan tilde: “Tomás pidió públicamente perdón, disculpándose muchísimo más íntimamente”.

2.- La palabra “oía” tiene tres sílabas en tres letras. 3.- En “aristocráticos”, cada letra aparece dos veces. 4.- El término “arte” es masculino en singular y femenino en plural. 5.- En la palabra “barrabrava”, una letra aparece una vez, otra apare-

ce dos veces, otra tres veces y la cuarta cuatro veces. 6.- En “centrifugados” todas las letras son diferentes y ninguna se

repite. 7.- El vocablo “cinco” tiene a su vez cinco letras, coincidencia que

no se registra en ningún otro número. 8.- El término “corrección” tiene dos letras dobles. 9.- Las palabras “ecuatorianos” y “aeronáuticos” poseen las mismas

letras, pero en diferente orden. 10.- Con 23 letras, se ha establecido que la palabra “electroencefalo-

grafi sta” es la más extensa de todas las aprobadas por la Real Academia Española de la Lengua.

11.- El término “estuve” contiene cuatro letras consecutivas por or-den alfabético: stuv.

12.- Con nueve letras, “menstrual” es el vocablo más largo con sólo dos sílabas.

13.- “Mil” es el único número que no tiene ni ‘o’ ni ‘e’. 14.- La palabra “pedigüeñería” tiene los cuatro fi ruletes que un tér-

mino puede tener en nuestro idioma: la virgulilla de la ñ, la diéresis sobre la u, la tilde y el punto sobre la i.

15.- El vocablo “reconocer” se lee lo mismo de izquierda a derecha que viceversa.

16.- La palabra “euforia” tiene las cinco vocales y solo dos conso-nantes.

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Noticiero

Distinció n a Ernesto Schóo

En el Salón Dorado de la Legislatura porteña se realizó un acto en cuyo transcurso se le entregó a nuestro colega académico Ernes-to Schóo el diploma de Personalidad Destacada de la Cultura, título ampliamente merecido para quien desarrolló en su extensa trayecto-ria una labor singular en el campo del periodismo cultural. Hemos es-crito singular, pero su actividad ha sido, en realidad, plural, además de brillante. La cultura de Ernesto Schóo es tan vasta que lo mis-mo puede redactar lúcidos e impecables comentarios sobre una pie-za de teatro, una película, un concierto o una ópera, una exposición de pintura o una obra literaria. Talentoso creador él mismo, escri-bió novelas y libros de cuentos narrados siempre con prosa refi nada y estilo cautivante. También incursionó en el teatro y el guión cine-matográfi co y fue director general del Teatro Municipal San Martín.Asistieron al acto el secretario de Cultura del Gobierno de la Ciudad, Hernán Lombardi; la diputada Carmen Pallado, que presentó el proyec-to, y reconocidos representantes del ambiente artístico y cultural. Nues-tra colega académica Magdalena Ruiz Guiñazú, así como Sergio Renán y Miguel Onaindia, resaltaron los valores intelectuales y humanos de Schóo, quien al agradecer la distinción, visiblemente conmovido, evocó algunos recuerdos y destacó el cariño que desde la niñez profesó siem-pre por la Ciudad de Buenos Aires.

La Academia en la Feria del Libro

Durante la 38ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires Del Au-tor al Lector, efectuada en la Sociedad Rural entre abril y mayo últimos, la Academia Nacional de Periodismo estuvo presente en el Stand de las

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Academias (Pabellón Ocre). Este espacio, cedido por la Fundación El Libro —organizadora de la muestra— fue ocupado por las publicacio-nes de las distintas academias nacionales. Nuestra Academia exhibió allí sus boletines y los últimos tomos editados, especialmente los volú-menes de Historia del Periodismo Argentino, que viene publicando en los últimos años, así como libros de los que son autores miembros de la corporación. Este sector del stand fue muy visitado por un público que se interesó, asimismo, por las actividades de la Academia.

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Índice

Premio Pluma de Honor 2012..................................................................7

Pluma de Honor para el Dr. Bartolomé Luis Mitre.....................................9

Declaración de la Academia Nacional de Periodismo................................17

Jorge Fontevecchia, nuevo miembro..........................................................19

El mundo al compás del Twitter...............................................................35

¿Y si mañana cierran los diarios?..............................................................41

La prensa del siglo XXI...........................................................................45

¿Qué es una academia en el siglo XXI? ....................................................49

El Tiempo: el diario del nieto de Belgrano................................................59

La Argentina, narrada por la pluma de Bartolomé de Vedia......................61

Bibliografìa............................................................................................65

Curiosidades de nuestro idioma................................................................69

Noticiero................................................................................................71

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Otras publicaciones de laAcademia Nacional de Periodismo

• Boletines Nº 1 al 28 (1997 a 2011).

• Presencia de José Hernández en el periodismo argentino, por Enrique Mario Mayochi, 1998.

• Guía histórica de los medios gráfi cos argentinos en el siglo XIX, 1998.

• El otro Moreno, por Germán Sopeña, 2000.

• Orígenes periodísticos de la crítica de arte, por Fermín Fèvre, 2001.

• Periodismo y empatía, por Ulises Barrera, 2001.

• Homenaje a Félix H. Laíño, 2001.

• Sarmiento y el periodismo, por Armando Alonso Piñeiro, 2001.

• El periodismo como deber social, por Lauro F. Laíño, 2001.

• Historia de la idea democrática, por Mariano Grondona, 2002.

• Música argentina y mundial, por Napoleón Cabrera, 2002.

• Premio Creatividad 2001, por Diez, Pérez y Rudman, 2002.

• Cara a cara con el mundo, por Martín Allica, 2002.

• La identidad de los argentinos, sus virtudes y peligros, por Enrique Oliva, 2002.

• La responsabilidad social y la función educativa de los medios de comunicación, por Rafael Braun, Pedro Simoncini y Federico Peltzer, 2003.

• Premio a la Creatividad 2002, 2003.

• Gerchunoff o el vellocino de la literatura, por Bernardo Ezequiel Koremblit, 2002.

• Revistas de la Biblioteca Nacional Argentina (1879-2001), por Mario Tesler, 2004.

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• Orígenes de la libertad de prensa, por Armando Alonso Piñeiro, 2004.

• “La Prensa” que he vivido, por Enrique J. Maceira, 2004.

• El periodismo cordobés y los años ’80 del siglo XIX, por Efraín U. Bischoff, 2004.

• Tres batallas por la libertad de prensa, por Alberto Ricardo Dalla Vía, 2004.

• Doctrina de la real malicia, por Gregorio Badeni, 2005.

• La Patagonia de Sopeña, por Héctor D’Amico, 2005.

• Indro Montanelli, las lecciones de un gran periodista, por Jorge Cruz, 2006.

• Reconocimiento a Bernardo Ezequiel Koremblit, Día del Periodista, 2006.

• Carlos Pellegrini periodista, por Enrique Mario Mayochi, 2007.

• El mirador de Olímpico, por Alberto Laya, 2007.

• El periodismo en el Virreinato del Río de la Plata, por Fernando Sánchez Zinny, 2008.

• El periodismo porteño en la época de la Independencia, por Armando Alonso Piñeiro, 2008.

• La prensa argentina en tiempos de guerra, 1827-1852, por Enriqueta Muñiz, 2009.

• El periodismo de Entre Ríos, por Miguel Ángel Andreetto, 2009.

• El periodismo en la Revolución de Mayo, Fernando Sánchez Zinny, 2010.

• El Periodismo en Mendoza, Jorge Enrique Oviedo, 2010.

• Testimonios. La pasión de informar, 2011.

• El periodismo en Tierra del Fuego, por Arnoldo Canclini, 2011.

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