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Bizkai Lab Área prioritaria / Lehenetsitako arloa: AP6 / 6. LA Bizkaia Solidarioa: acción social y ciudadanía / Bizkaia Solidarioa: gizarte ekintza eta herritartasuna Iniciativa / Ekimena: Infancia y adolescencia / Haurrak eta nerabeak Acción - proyecto / Ekintza - proiektua: Evaluación del grado de desadaptación y del proceso de adecuación psicosocial de menores en desventaja social / Desabantaila sozialean dauden adingabeen egokitzapen falta eta jarduera psikosozialaren prozesua ebaluatzea Responsable / Arduraduna: Ioseba iraurgi Castillo Equipo / Lan taldea: Ioseba Iraurgi Castillo, José Cáceres Carrasco, Ana isabel Estévez Gutierrez, Pablo Gómez de Maintenant, Susana Gorbeña Etxebarria, Begoña Matellanes Febreri Código Proyecto / Proiektu Kodea: 5737

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BizkaiLab

Área prioritaria / Lehenetsitako arloa: AP6 / 6. LABizkaia Solidarioa: acción social y ciudadanía / Bizkaia Solidarioa: gizarte ekintza eta herritartasuna Iniciativa / Ekimena: Infancia y adolescencia / Haurrak eta nerabeakAcción - proyecto / Ekintza - proiektua: Evaluación del grado de desadaptación y del proceso de adecuación psicosocial de menores en desventaja social / Desabantaila sozialean dauden adingabeen egokitzapen falta eta jarduera psikosozialaren prozesua ebaluatzea

Responsable / Arduraduna: Ioseba iraurgi CastilloEquipo / Lan taldea: Ioseba Iraurgi Castillo, José Cáceres Carrasco, Ana isabel Estévez Gutierrez, Pablo Gómez de Maintenant, Susana Gorbeña Etxebarria, Begoña Matellanes FebreriCódigo Proyecto / Proiektu Kodea: 5737

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Evaluación del Grado de Desadaptación y del Proceso de

Adecuación Psicosocial de Menores en Desventaja Social

Equipo de Investigación: “Evaluación Clínica y Salud”

Investigador Principal: Ioseba Iraurgi Castillo

Proyecto Bizkailab 5737

Justificación Teórica: Encuadre

La infancia, como etapa evolutiva en sí misma, supone numerosos cambios que

implican grandes riesgos para el niño quien, siempre dependiente del mundo adulto, ha de

adaptarse constantemente a las nuevas situaciones que se le plantean.

Situaciones tales como conflictividad familiar, desarraigo, inmigración, problemas de

desarrollo, etc., pueden entrañar un riesgo de desadaptación para el niño, quien podría llegar a

encontrarse en una situación de desamparo (Chana-García, 2007).

Así, por desadaptación se entiende la dificultad para acomodarse a un proceso de

crecimiento equilibrado que permite al individuo crecer sin incidencias perturbadoras, en un

estado de bienestar emocional y psicológico y con ejercicio de sus potencialidades personales

para desarrollarse de forma compensada

Dada la vulnerabilidad a la que se ven expuestos los menores, los organismos públicos

establecen medidas de protección que se materializan en la separación provisional o definitiva

2

del niño/a del medio familiar para ser incluido en un sistema de acogida. Durante muchos años,

la única medida de protección existente para estos niños/as era el alojamiento en grandes

instituciones. Spitz (1945) y Bowlby (1951) llevaron a cabo los primeros estudios con niños

institucionalizados, destacando las consecuencias negativas que tenían las atenciones recibidas

en estos centros sobre el desarrollo del menor. Sin embargo, no fue hasta los años 80 cuando

comenzaron a introducirse los primeros cambios en materia de atención a la infancia

desprotegida Así, se ha evolucionado de un sistema basado en la beneficencia a uno más actual,

basado en la profesionalización y con un planteamiento educativo. En las nuevas instituciones

se trata de que la vida del menor se asemeje lo máximo posible a la que desarrollaría en un

contexto familiar. De ahí que las instituciones acogedoras atiendan a un número limitado de

niños/as, centrándose en las atenciones individualizadas a través de la creación y desarrollo de

planes específicos para cada menor (Fernández del Valle y Fuertes, 2000).

Por otra parte, se ha implementado el acogimiento familiar que, para algunos menores,

supondría la única posibilidad de disfrutar de una vida familiar normalizada (Balluerka,

Gorostiaga, Herce y Rivero, 2002).

El acogimiento, en cualquiera de estas modalidades, constituye el sistema de protección

a la infancia en riesgo de exclusión de uso más generalizado en la Comunidad Autónoma del

País Vasco (Observatorio de la infancia en Andalucía, 2010).

En relación con lo expuesto con anterioridad, resulta necesario tener en cuenta que tanto

los niños en programas de acogida como de adopción, presentan unos factores de riesgo que

deben ser objeto de atención durante el proceso. Entre ellos, son de destacar algunos de los que

señalan Aragón, Aznar, García-Alba y Mariño (2010): (1) historia de maltrato físico,

negligencia o abuso sexual, (2) presencia de problemas psicopatológicos graves previos, (3)

historia previa de conflictos graves, (4) presencia de problemas de comportamiento, (5) grupo

grande de hermanos, (6) edad del niño/a, (7) falta de preparación previa al proceso.

Además, con frecuencia los niños expresan conductualmente problemas existentes en su

entorno más cercano. Así, podemos encontrarnos con (1) problemas de atención, (2)

hiperactividad, impulsividad, conductas oposicionistas y agresivas (3) mentiras, robos,

acaparamiento de objetos o comida, (4) dificultades para expresar afecto, (5) trastornos

alimentarios, (6) trastornos del sueño, (7) regresiones, (8)conductas sexuales exageradas, (9)

irritación, frustración, rabietas y lloros incontrolados, (10) irascibilidad, cambios de humor, (11)

actitudes de protección o de agresividad hacia otros niños, (12) movimientos estereotipados y

(13) consumo de tóxicos.

3

La presencia o ausencia de estos factores pueden resultar un indicador del grado de

(des)adaptación del menor, aunque diferentes estudios indican que los niños y niñas que viven

en residencias y hogares de protección no presentan necesariamente altas puntuaciones en

desadaptación, siendo mínimas las diferencias al ser comparadas con la de muestras normativas

(Bravo Arteaga y Fernández del Valle, 2001; Martín y Dávila, 2008; Martín, Torbay y

Rodríguez, 2007). A este respecto, cabe destacar como elemento condicionante del proceso el

concepto de resiliencia, que se define como la capacidad de las personas para desarrollarse

psicológicamente sanas y exitosas, a pesar de estar expuestas a situaciones adversas que

amenazan su integridad (Rutter, 1993).

A pesar de la larga tradición de los sistemas de acogida, no ha sido hasta las últimas

décadas cuando han comenzado a aparecer trabajos bajo el objetivo último de evaluar estos

programas destacando los aspectos beneficiosos de éstos (Bravo y Fernández del Valle, 2001;

Fernández del Valle, Álvarez y Bravo, 2003; Kendrick, 2005).

Bravo Arteaga y Fernández del Valle (2001) llevaron a cabo un estudio en el que se

evaluó la integración social en el acogimiento residencial. Para ello, utilizaron el Programa

Individual de Intervención (PEI), integrado en el Sistema de evaluación y Programación en

Residencias de Protección a la Infancia, elaborado por Fernández del Valle (1998). Se

analizaron los casos de 376 niños y niñas de entre cuatro y 18 años, acogidos en residencias y

hogares de protección de diferentes Comunidades Autónomas. Los resultados mostraron que, a

pesar de que los niños mantenían el vínculo con sus familias, tan sólo se desarrollaron

programas de intervención en el entorno familiar sobre un tercio de la muestra. Además, los

evaluadores percibieron falta de cooperación por parte de las familias de origen. En cuanto al

contexto residencial, se promovieron grandes avances en cuanto a autonomía personal y

adaptación a éste. En el ámbito escolar, hallaron que, a pesar del bajo rendimiento académico, el

comportamiento social y la participación en la escuela fueron satisfactorios, según informan los

propios profesores.

En un estudio similar, llevado a cabo por Martín et al. (2007) y utilizando el mismo

instrumento (PEI), los resultados mostraron cambios positivos en todas las dimensiones

evaluadas salvo en las referentes a la integración social en la residencia, en las que se aprecia

una involución durante el primer año de estancia. Los autores achacan este descenso en la

puntuación a las carencias, especialmente en las relaciones sociales, que presentan los niños que

ingresan en los sistemas de acogimiento.

Estos resultados aparecen también en estudios semejantes, como el llevado a cabo por

Fernández Millán, Hamido-Mohamed y Ortiz Gómez (2009).

4

Justificación del estudio

Los resultados anteriores demuestran que el sistema de acogida puede ofrecer

condiciones beneficiosas a los niños y niñas que muestran signos de desadaptación. Partiendo

de esta premisa, se plantea la necesidad de realizar un seguimiento de los niños y niñas que se

encuentran sujetos a dicho sistema y que permita evaluar su grado de adaptación y

desadaptación social, escolar, familiar, etc. así como comparar sus resultados con una muestra

normativa, todo ello con el fin de comprobar la eficacia de las intervenciones realizadas y de

ayudar a dirigir los posibles cambios que puedan requerirse en los planes de atención

individualizada.

En función de la bibliografía revisada y los contactos establecidos, se ha detectado la

necesidad de crear un sistema de evaluación global ya que, si bien hay estudios que incluyen

sistemas de evaluación destinados a valorar la situación de los niños y niñas en régimen de

acogida, se ha detectado que éstos valoran de manera independiente los aspectos

psicopatológicos y de desadaptación social y escolar. Dada la complejidad de la situación social

y personal de los niños y niñas en acogida y la constante interacción de todos los factores

incidentes sobre dicha situación, consideramos necesario aportar una herramienta que mida

todos estos aspectos de una manera holista, incluyendo indicadores clínicos, sociales y de

rendimiento escolar, así como una valoración de los factores positivos que faciliten un mejor

pronóstico respecto a la intervención con el menor.

En resumen, en el presente informe se muestra el desarrollo de un protocolo de

despistaje (screening) del grado de desadaptación y potencialidades personales de niños y niñas

en acogida residencial o familiar que permita:

a- detectar aquellos casos con mayores necesidades de intervenir de forma temprana en su

situación de desadaptación.

b- detectar y perfilar las capacidades de los menores que pueden promoverse para una mejor

adaptación en su situación de acogida, y

c- desarrollar una herramienta de medida que permita la evaluación del estado puntual de

adaptación/desadaptación y la valoración de los cambios tras un proceso de intervención.

5

Justificación del Protocolo de Screening y diagnóstico

Después de realizar una revisión del estado de la cuestión a nivel empírico, hemos

detectado una serie de áreas funcionales que es necesario evaluar de forma específica para

conseguir una visión nítida y holística del nivel de ajuste del menor a su entorno. Nuestra

propuesta de protocolo de evaluación se conjuga sobre ellas y se pueden agrupar en 3 factores

principales: Dimensiones psicopatológicas (entendidas tanto desde los problemas internalizantes

y externalizantes), Nivel de adaptación/desadaptación (en los diferentes contextos específicos:

personal, social y escolar) y valoración de elementos de Resiliencia.

Clásicamente la salud mental de una persona se ha a asociado a la presencia de

síndromes psicopatológicos herederos del modelo médico categorial, sin embargo en el ámbito

infantil los modelos dimensionales han sido más comúnmente aceptados y utilizados (Krueger,

Caspi, Offit y Silva, 1998). Las taxonomías dimensionales clasifican los problemas individuales

siguiendo una estrategia empírica, ofreciendo como resultado la cuantificación de las

conductas. La teoría subyacente a estos modelos concibe la conducta normal y anormal como

parte de un continuo, no como dos fenómenos distintos. La derivación de estas escalas se realiza

mediante técnicas estadísticas como el análisis factorial (Lacalle, 2009). Desde los años 70 se ha

venido investigado y analizando la conducta infantil desde esta perspectiva de análisis factorial

con el fin de proponer clasificaciones dimensionales lo más ajustadas a la realidad posible,

principalmente desde dos equipos: Achenbach y colaboradores (Achenbach 1978; 1985; 1990;

1995; 2001) y Conners y su equipo (Conners 1973; 1997; 1998).

A este respecto se han generado diferentes escalas de medida que se corresponden a las

diferentes clasificaciones propuestas. Las escalas ASEBA (Achenabach y Rescorla, 2001),

Escalas Conners (Conners, 1997), Escala Quay (Quay y Peterson, 1993), Escalas BASC (

Reynolds y Kamphaus, 2004).

Pese a la diversidad de propuestas dimensionales que ha generado la investigación se

constata en numerosos estudios la presencia de dos dimensiones principales: problemas

exteriorizados (hiperactividad, agresividad, delincuencia) y problemas interiorizados (timidez,

ansiedad y depresión.) (Achenbach y Edelbrock, 1978, 1983; Achenbach et al. 1987;

Quay,1986).

Como vemos estos estudios dimensionales se han centrado en factores inminentemente

psicopatológicos, que vienen a cuantificar la medida de problemática en esas categorías

dimensionales. Indudablemente es necesario tener en cuenta estos factores (internalizantes e

externalizantes) a la hora de ponderar el ajuste psicológico del menor, pero para establecer una

visión más global sobre su adaptación al medio necesitaremos más indicadores psicológicos.

6

En un reciente estudio realizado en el País Vasco, en colaboración con las diputaciones

provinciales, para evaluar la evolución psicológica de los niños provenientes de programas de

adopción internacional, se tuvieron en cuenta los mencionados factores pero además se dio un

peso especifico a indicadores generales de adaptación circunstancial (social, escolar y familiar)

que mostraron variabilidad diferencial (Loizaga et al., 2009).

Podemos considerar la adaptación infantil como la capacidad de la persona para

acoplarse y estar a gusto consigo misma y con el ambiente donde vive. Incluye tanto el

desajuste personal como con el ambiente escolar, social y familiar. (Hernández, 1983).

Sobre la adaptación escolar, Álvarez (1993), define al alumno inadaptado como aquel

que presenta anomalías de conducta o trastornos y dificultades académicas que se contradicen

claramente con lo que se podría esperar de él por sus aptitudes y capacidad. Pero señala el hecho

de que en esta definición cabrían no sólo las dificultades de aprendizaje, sino también otros

tipos manifestaciones conductuales. Diferentes investigaciones correlacionan este constructor

con factores como la inteligencia emocional, el rendimiento escolar o la adaptación en otros

contextos (Mestre, Gil-Olarte y Guil, 2004; y Marín, Ortega, Reina y García ,2004).

En referencia a la adaptación social, Hernández (2004) implica el grado de incapacidad

o de problemas que suponen la relación sociedad en general englobando dos factores

principales: el autodesajuste Social (falta de respeto a las normas establecidas y consideración

por los demás) y restricción social (actitudes de recelo o desconfianza y reducción de relación

social). Mojas (2004) afirma que el grado de aceptación social por parte de los iguales en un

niño, es un indicador de su grado de ajuste actual y un predictor de la adaptación en el futuro.

De tal forma que los niños que son ignorados o rechazados porque sus conductas

interpersonales no son habilidosas, forman parte de grupos de riesgo de padecer diversos

problemas. Además que esto se ve reflejado también en el rendimiento escolar.

La adaptación personal es el ajuste o equilibrio con uno mismo, que se refleja en

nuestros pensamientos, emociones o acciones. Este equilibrio es dinámico y sufre un continuo

reajuste. Implica tanto el nivel de desajuste que tienen las personas para aceptarse a si mismas

como la dificultad personal para aceptar la realidad tal y como es (Hernández, 2004).

Para considerar en nuestro protocolo los dos factores principales explicados hasta este

momento (Manifestación problemáticas y Nivel Adaptación) se ha seleccionado determinadas

escalas de los instrumentos: Youth Self Report (YSR) (Achenbach y Rescorla, 2001) y del Test

Autoevaluativo Multifactorial de Adaptación Infantil (TAMAI) (Hernández, 2004) que

posteriormente describiremos en detalle.

7

En la construcción del Test Autoevaluativo Multifactorial de Adaptación Infantil

TAMAI (Hernández, 2004), se realizo diferentes análisis factorial con las respuestas al

cuestionario por de diferentes muestras de escolares a nivel nacional. Los factores obtenidos

concluyeron en 5 dimensiones de adaptación: un índice general, personal, social, escolar y

familiar. Debido a las condiciones de los menores de nuestro estudio en situación acogida se

problematiza el factor de adaptación familiar por lo que no se incluirá ese parte del instrumento

en nuestro protocolo, limitándonos a los indicadores e ítems referentes a adaptación personal,

escolar y social.

Se han realizado estudios que señalan correlaciones entre los índices del TAMAI y

distintas medidas estandarizadas de evaluación psicopatológica y conductual, siendo de especial

significación en mayores de 11 años (Lastra, Martínez-Chamorro y Luzuriaga 2001). Por ello, y

para no redundar en medidas que se refieran a constructos equivalentes, se ha realizado un

selección de las escalas e ítems del YSR, no incluyendo su versión íntegra.

Por lo que concretando se pueden enunciar las variables que se van a medir de forma

específica de la siguiente forma:

a) Escala Ansiedad-Depresión (miedos, nervios, culpa, pensamientos autolíticos)

b) Problemas de Atención (no concentración, distracción habitual, no acabar las cosas)

c) Conductas Disruptivas (consumo tóxicos, mentir, robar, escaparse, palabrotas)

d) Escalas de Inadaptación Personal:

d1.- Desajuste disociativo (no aceptar realidad tal y como es)

d2.- Autodesajuste (desajuste consigo mismo, no aceptarse):

d21.- Cogniafección (temor y miedo derivado de infravalorarse)

d22.- Cognipunición (autodesprecio y autocastigo):

d221.- Intrapunición (autoestima negativa)

d222.- Depresión Afectiva (tristeza, pena y autocompasión)

d223.- Somatización (molestias corporales por tensión psíquica)

e) Escalas de Inadaptación escolar

e1.- Inadaptación escolar externa (indisciplina y baja aplicación en aprendizaje)

e2.- Aversión a la institución (no satisfacción con centro escolar y profesorado)

e3.- Aversión al aprendizaje (falta de motivación y desagrado por el estudio)

f) Escalas de Inadaptación Social

8

f1.- Autodesajuste social (choca con realidad social circundante)

f11.- Agresividad Social (enfrentamientos verbales y físicos)

f12.- Disnomia (pasotismo, desobediencia, desorden y no respeto normas)

f2.- Restricción Social (restringe cantidad y calidad de la actitud social)

f21.- Introversión (tendencia a aislarse o relacionarse poco)

f22.- Hostiligenia (hostil hacia los demás o sintiéndose victima hostilidad).

El último factor detectado como fundamental para poder realizar una evaluación

integral del menor, es la llamada Resiliencia. Se ha definido como la capacidad de las personas

para desarrollarse psicológicamente sanas y exitosas, a pesar de estar expuestas a situaciones

adversas que amenazan su integridad (Rutter, 1993). De acuerdo con Kalawski (2003), los

autores que han trabajado sobre el tema de la resiliencia no han logrado establecer un consenso

sobre una definición común de resiliencia.

Si bien para algunos autores como Masten, Best y Garmezy (1991), la resiliencia se

refiere al proceso de, capacidad para o resultado de una adaptación exitosa a pesar de las

circunstancias desafiantes o amenazantes; para otros autores como Suárez (1996), la resiliencia

habla de una combinación de factores que permiten a un ser humano afrontar y superar los

problemas y adversidades de la vida, es decir, le permite contender con el estrés de la vida

cotidiana y con las situaciones difíciles, sin que necesariamente se refiera a recuperación

después de haber experimentado un trauma.

La resiliencia, entendida como recurso para niños, significa la capacidad para seguir

proyectándose en el futuro, a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de

vida difíciles y de traumas graves. No se construye en soledad sino en constante interacción con

el entorno (Aragón, Aznar, García-Alba, Mariño, 2010).

A pesar, de ser un área que está recibiendo bastante atención de los investigadores en la

actualidad, existen pocos cuestionarios validos para medirla. (Salgado, 2005). En la Universidad

Iberoamericana de México se realizo un estudio con el fin de construir una escala propia para

medir la Resiliencia en población joven Mexicana (Palomar y Gómez 2010). El cuestionario se

compuso a partir de dos escalas ya existentes validadas en otros países: The Connor-Davidson

Resilience Scale (CD-RISC) (Connor y Davidson en 1999) y The Resilience Scale for Adults

(RSA) (Friborg, Hjemdal, Rosenvinge y Martinussen, 2001). Después de aplicar el cuestionario

resultante a su muestra se realizaron diferentes análisis estadísticos que agruparon los ítems en 5

subescalas:

- Fortaleza y confianza en sí mismo (confianza sus capacidades y optimismo)

9

- Competencia social (habilidad social y comodidad relaciones con otros)

- Apoyo de grupo primario (buena relación y lealtad percibida)

- Apoyo Social (sentirse ayudado, valorado y apoyado por otros)

- Estructura (organización y planificación del día a día)

El instrumento resultante de este estudio ha configurado la Escala de Medición de la

Resiliencia con Mexicanos (RESI-M) (Palomar; Gómez 2010). Nuestra intención es realizar

una adaptación de este cuestionario para hacerlo asequible para su uso autoaplicado en menores,

obteniendo no solo un indicador general de resiliencia sino las 5 subescalas ya mencionadas.

El conjunto de variables reconocidas como de valora para la evaluación de la

adaptación-desadaptación de menores y los instrumentos seleccionadas para la generación de

indicadores de estas variables han sido compilados en un cuestionario único que se presenta en

el Anexo 1.

Justificación del Protocolo de Evaluación basado en Puntuaciones Fiables de Cambio

La mayor parte de los procedimientos que se utilizan en la evaluación de intervenciones

bio-psico-sociales se centran en la valoración de los cambios cuando se toma como referencia

todo un grupo. Un grupo de sujetos que recibe un tratamiento, o no, se compara consigo mismo

para valorar si hay un cambio asociado al tratamiento, o bien se produce un cambio espontáneo,

en el caso de que no lo reciban. O bien, dos grupos con tratamientos diferenciales se comparan

entre sí para valorar cuál de ellos es más eficaz o efectivo en el logró de los objetivos

terapéuticos. No obstante, en la práctica asistencial habitual raramente se comparan grandes

grupos, o al menos grupos con los suficientes efectivos como para lograr las condiciones

óptimas de tratamiento estadístico, siendo más frecuente la valoración de casos individuales.

Optamos por los tratamientos que han mostrado su eficacia y efectividad a través de estudios

controlados (ensayos clínicos, estudios naturalísticos de intervención, etc.) y que, por tanto, se

muestran de utilidad en la reducción de determinada sintomatología o logro de un mejor estado

de salud o adaptación psicosocial, pero no nos basta con saber que la intervención es eficaz, lo

que interesa saber es si dicha intervención funciona en el caso particular a quién se está

aplicando, si el receptor de la intervención logra mejorar su dolencia o estado de salud de una

forma clínicamente relevante. Las preguntas que surgen a este respecto son del siguiente tipo:

¿Cuántos participantes modifican sus puntuaciones de forma relevante o clínicamente

importante?, ¿cuántos mejoran de forma fiable hacia puntuaciones de no severidad?, ¿cuál es la

10

diferencia de puntuaciones realmente aceptable? (Christensen y Mendoza, 1986; Iraurgi,

Trujols, Lozano y González, 2009; Iraurgi, 2010).

Para dar respuesta a estas cuestiones se han propuesto una serie de criterios y

metodología específica basada en lo que se ha venido a llamar ‘Índice de Cambio Fiable’ (ICF,

o en su acepción en inglés RCI: Reliable Change Index) o, en una de sus primeras

aproximaciones en castellano, como ‘Puntuación Precisa de Cambio’ (Páez, Echeburua y Borda,

1993). Se han propuesto varias alternativas de esta metodología (Jacobson y Truax, 1991;

Speer, 1992; Speer y Greenbaum, 1995; Hsu, 1999; Hageman y Arrindell, 1999), a las cuales

nos aproximaremos en la presente sección. Todas ellas tienen como fundamento la propuesta

inicial desarrollada por Jacobson y colaboradores (Jacobson, Follette y Reventorf, 1984, 1986;

Jacobson y Truax, 1991; Jacobson, Robers, Berns y McGlinchey, 1999), el cual ha sido

propuesto por Speer y Grennbaum (1995) como un buen método para calcular el número de

puntos de cambio necesario que permitirían al clínico decidir con confianza qué sujetos han

experimentado un cambio clínico relevante.

Índice de Cambio Fiable de  Jacobson y Truax  (ICFJT) 

La primera aproximación a una medida del cambio clínicamente significativo fue

propuesta por Jacobson, Follette y Reventorf en 1984, y posteriormente revisada por Jacobson y

Truax (1991) en el ya célebre artículo ‘Clinical significance: A statistical approach to defining

meaningful change in psychotherapy research’.

El método propuesto por Jacobson y Truax, (en adelante nos referiremos a él como

‘ICFJT’) consiste en dos partes diferenciadas: la primera consiste en la definición de los criterios

que expresan qué ha de considerarse como ‘cambio clínico’, y la segunda la propuesta de un

índice estadístico que valoré el grado de significación en la precisión del cambio obtenido. El

propósito de esta propuesta era: a) establecer un consenso sobre la definición de ‘cambio

clínicamente significativo’ que sirviera para ser aplicado a cualquier trastorno clínico, b)

determinar un punto de encuentro entre los profesionales y los usuarios respecto a lo que supone

un cambio clínico en las expectativas de resultado en psicoterapia, y c) ofrecer un método

preciso para la clasificación del resultado terapéutico alcanzado por los receptores de la

intervención (mejoría, sin cambios, empeoramiento, etc.) en base a los criterios definidos como

clínicamente significativos.

Criterios para la definición del cambio clínico

Se puede plantear que la significación clínica de un tratamiento o intervención viene

determinada por su capacidad para cumplir ciertas normas sobre su eficacia-efectividad

11

establecidas por dichos protagonistas (pacientes, sanitarios, investigadores, …). No existe un

consenso al respecto, dado que las voces son múltiples; pero para su utilización práctica, y con

aceptable aprobación por las distintas partes, se han aceptado algunas como las siguientes: a) un

alto porcentaje de personas tratadas que hayan mejorado con el tratamiento; b) un cambio en el

estado de salud que sea reconocible por las personas que están alrededor de la persona tratada

(Kazdin, 1977; Wolf, 1978); c) la eliminación de los signos y síntomas que definen el problema

de salud (Kazdin y Wilson, 1978); d) alcanzar un estado de salud normativo al finalizar la

terapia (Kendall y Norton-Ford, 1982; Nietzel y Trull, 1988); o e) cambios que reduzcan

significativa-mente el riesgo de presentar problemas de salud (Mavissakalian, 1986).

Para Jacobson y Truax, el punto de partida en la contextualización de la significación

clínica tras una intervención terapéutica radica en el cambio hacia los valores de normalidad

dentro del área clínica sometida a intervención. Es decir, el cambio clínicamente significativo se

produce cuando se evidencia la recuperación de un funcionamiento ‘normal’ de salud,

entendiendo ‘normal’ desde una conceptualización de distribución poblacional del fenómeno.

Tomemos como ejemplo el caso de la valoración de la calidad de vida como medida de

resultado de una determinada intervención, donde se ha utilizado como instrumento de

aproximación a dicho concepto el SF-36. Este instrumento valora ocho dimensiones de calidad

de vida relacionada con la salud con una puntuación teórica que oscila entre 0 (peor salud

posible) y 100 (mejor estado de salud posible). De entre ellas, tomaremos la dimensión que hace

referencia a la percepción de Salud General (GH – General Health) como marco de referencia

para las explicaciones del procedimiento del RCI-JT. La Figura 32.6 presenta algunos gráficos

de distribución poblacional que nos ayudarán en la descripción de los criterios propuestos por

Jacobson y Truax en su modelo.

El gráfico F1A de la Figura 1 representa tres curvas de distribución poblacional. La curva

en línea continua (en azul) representa el universo poblacional: todos los posibles elementos de

un conjunto definido. Representaría el total de personas de una ciudad, una comunidad o un

país, por ejemplo, en el caso de que estuviéramos realizando una evaluación sobre la salud

percibida en ese universo. Esta es una distribución hipotética, dado que raramente se llega a

poder capturar la valoración de todos los elementos de ese universo. A lo sumo se llega a una

aproximación a través de selecciones muestrales -a las cuales llamaremos ‘población general’-,

que con un mínimo error de estimación asumible, llegan a ser una representación significativa

de lo que ocurre en ese universo. Por la ley de los grandes números, se asume que la

distribución de un determinado fenómeno, en nuestro caso la salud percibida, se aproxima a una

curva normal; habrá un porcentaje no muy grande de personas que referirán tener una salud

12

pésima, una mayor proporción que tendrán una salud normal, adecuada, y de nuevo un pequeño

porcentaje de personas que manifestarán un estado de salud excelente. Atendiendo a las

puntuaciones en el SF-36, un porcentaje pequeño de personas presentaría muy bajas o muy altas

puntuaciones, y la gran mayoría del universo mostraría puntuaciones en torno a un valor

promedio más o menos centrado.

0 50 100Peor estado Mejor estadode Salud de Salud

0 40 50 60 100MD MF

c ab

Disfuncional

MD= 40SD= 9

Funcional

MF= 60SF= 9

ba

0 20 50 80 100MD MF

c

Disfuncional

MD= 20SD= 9

Funcional

MF= 80SF= 9

Putos de Corte

FD

DFFD

FF

DD

DEDEDEMDEMc

DEMbDEMa

+⋅+⋅

=

−=+=

22

MD = Media grupo DisfuncionalDED = Desviación Estándar grupo DisfuncionalMF = Media grupo FuncionalDEF = Desviación Estándar grupo Funcional

PoblaciónDisfuncional Población

Funcional

Universo

F1A F1B

F1C

Figura 1.- Estimación del Punto de Corte en el Modelo de Jacobson y Truax (1991)

Si la extracción muestral se obtiene del colectivo de personas sanas, es decir, aquellas que

no presentan ningún trastorno o enfermedad -al menos en lo que respecta al trastorno de

valoración-, hablaríamos de una ‘población funcional’, representada en la Figura 1 por la curva

de línea discontinua (en verde). Si por el contrario, el estudio se realizase exclusivamente con

personas que presentan el trastorno o enfermedad de interés nos hallaríamos con una ‘población

disfuncional’, representada en la Figura 1 por la curva de línea punteada (en rojo). En los

estudios clínicos, como es obvio, se cuenta con muestras de enfermos -‘poblaciones

disfuncionales’- más o menos amplias y, en algunos casos, se cuenta con datos normativos

(Iraurgi, Poo y Markez, 2004). Lo que resulta menos habitual es disponer de poblaciones

funcionales, y en ese caso el recurso es acudir a muestras normativas de población general -

13

como se ha comentado previamente obtenidas a través de encuestas de salud o estudios

comunitarios-, las cuales incluyen a personas que pueden presentar el trastorno o enfermedad de

interés a nivel clínico o subclínico.

Jacobson y Truax (1991) plantean que el cambio clínicamente significativo se produce

cuando el enfermo retorna a un funcionamiento normal, es decir, cuando puede ser considerado

como parte de la población funcional. De este modo, teniendo en cuenta los distintos tipos de

poblaciones descritas y las características de su distribución teórica, estos autores propusieron

tres criterios, y sus correspondientes puntos de corte -representados por las letras a, b y c en la

Figura 1-, para determinar lo que hubiera de considerarse nivel funcional:

a) El nivel funcional tras el tratamiento, o puntuación post-test, debe situarse fuera de la

amplitud de la población disfuncional en la dirección de la funcionalidad (área sombreada en

rojo, más a la derecha, del gráfico F1B), entendiéndose por amplitud la distancia de dos

desviaciones estándar (DE) desde la media (M) de la distribución. En el caso que estamos

tomando como ejemplo, la característica o variable valorada es positiva (calidad de vida, a

mayor puntuación mejor estado) y, por tanto, para estimar el punto de corte ‘a’ -a partir del

cual ha de considerarse alcanzado el nivel funcional- ha de sumarse dos desviaciones

estándar a la media (a = MD+2DED). En el caso de que la característica a valorar fuera

negativa, por ejemplo, sintomatología depresiva (a mayor puntuación mayor expresión

sintomática), la funcionalidad vendría expresada por puntuaciones bajas y, por tanto, el

punto de corte se hallaría dos desviaciones estándar por debajo de la media (a = MD–2DED).

b) El nivel funcional tras el tratamiento se sitúa dentro de la amplitud de la población normal

(general) o funcional en la dirección de la disfuncionalidad, es decir, ha de situarse fuera del

área sombreada en verde, más a la izquierda, del gráfico F1B. En nuestro ejemplo, al ser la

calidad de vida una característica positiva, el punto de corte ‘b’ se logra como resultado de

restar dos DE a la media de la población funcional (b = MF–2DEF), de modo que la

puntuación a alcanzar por una persona tras el tratamiento para considerar que se halla en el

nivel funcional ha de ser igual o superior a ‘b’. Contrariamente, si la característica valorada

fuera negativa (depresión) -las áreas funcional y disfuncional de la Figura 1 se hallarían

intercambiadas de posición-, el punto de corte se calcularía mediante la suma (b =

MF+2DEF), y, por tanto, la puntuación del sujeto para ser considerada como funcional

hubiera de ser igual o inferior a ‘b’.

Se ha comentado que la disponibilidad de datos de distribución de poblaciones

funcionales es poco usual y que en su defecto suelen utilizarse datos de población general.

Como también ha sido expuesto, en las poblaciones generales podemos encontrar casos

14

clínicos y/o subclínicos, por lo que el criterio de calcular la amplitud a partir de dos DE

puede llegar a ser muy riguroso. A este respecto, se ha propuesto utilizar el criterio de

calcular dicha amplitud a partir de la suma o la resta de una DE (Ware y Kosisnski, 2005), de

modo que se obtuviera una mayor probabilidad de seleccionar el nivel de funcionalidad de

las personas sin el problema o trastorno de interés, o, al menos, con puntuaciones menos

disfuncionales.

c) El nivel funcional tras el tratamiento, o puntuación post-test, ha de ser más cercano a la

media de la distribución de la población funcional que a la disfuncional. Este criterio de

nivel funcional es el menos arbitrario de los tres y se basa en una probabilidad relativa, que

se calcula a partir de la fórmula 1, bajo el supuesto de que ambas distribuciones siguen una

ley normal.

Punto de Corte ‘c’= DF

FDDF

DEDEDEMDEM

+⋅+⋅

Que en el caso de que las DE de ambas distribuciones

fueran iguales se calcularía: 1)

c= 2

DF MM + 2)

Atendiendo a este criterio, una persona que en su puntuación post-test vaya más allá

que el valor obtenido de ‘c’ en la dirección de la funcionalidad, será más probable que

pertenezca a la población funcional que a la disfuncional (el área a la derecha del punto c en

el gráfico F1B es mayor en la curva de línea discontinua -funcional- que en la curva de línea

punteada -disfuncional-). De este modo, como venimos especificando para los criterios

previos, si el resultado valorado es de tipo positivo (calidad de vida), la persona en su post-

test debe alcanzar puntuaciones iguales o superiores al valor ‘c’ obtenido; en el caso de

variables que valoren características negativas (depresión), la persona debe puntuar por

debajo del valor obtenido en el punto de corte ‘c’.

Como puede apreciarse, esta propuesta requiere de datos normativos de la población

funcional y disfuncional, las cuales pueden solaparse en mayor (gráfico F1B) o menor medida

(gráfico F1C), pudiéndose llegar a producir distintos puntos de corte para cada uno de los tres

criterios. Entonces, ¿cuál utilizar?. Jacobson y Truax (1991) hacen las siguientes

recomendaciones:

1.- Cuando se dispone de datos normativos de ambos tipos de población, funcional y

disfuncional, los criterios ‘b’ y ‘c’ son preferibles al ‘a’, ya que permiten localizar a la

15

persona evaluada dentro de la población funcional, lo cual corresponde con los objetivos

terapéuticos a alcanzar: “el cambio clínicamente significativo se produce cuando el

enfermo retorna a un funcionamiento normal” (Jacobson y Truax, 1991; pp.13), es decir,

cuando puede ser considerado como parte de la población funcional.

2.- El criterio `a` es aplicable cuando se carece de normas de población general o funcional.

Por lo general, en las evaluaciones clínicas realizadas respecto a los resultados de una

determinada intervención contamos con una acumulación de casos sometidos a la misma.

Este grupo de casos, evaluados en el pre-test, constituyen una muestra que si resulta lo

suficientemente amplia permite obtener datos de su distribución respecto a los cuales se

podrá localizar el resultado de un sujeto en el post-test, adoptando el criterio de nivel

funcional si su puntuación se desplaza dos desviaciones estándar respecto de la media del

pre-test. No obstante, este criterio resulta muy estricto cuando las poblaciones se solapan y,

además, puede ofrecer puntuaciones de corte fuera de rango cuando la desviación estándar

resulta ser mayor que la puntuación media.

3.- Por su parte, el criterio ‘b’ resultaría el de elección cuando no hay solapamiento con la

población disfuncional (gráfico 1FC de la Figura 1), como podría ocurrir con problemas de

salud muy raros o muy graves. En el caso de solapamiento entre las distribuciones de la

población funcional y disfuncional, resultaría ser el criterio más tolerante, pero en el caso

de distribuciones no solapadas puede llegar a ser demasiado estricto, de ahí que algunos

autores hayan sugerido que el punto de corte se situé a una desviación estándar de la media

en lugar de a dos.

4.- Por último, el criterio ‘c’ sería el de elección cuando las distribuciones de la población

funcional y disfuncional se solapan, situación que ocurre en la mayoría de fenómenos

sociales y problemas de salud. En el caso de la valoración de la calidad de vida, las

personas pertenecientes a la población funcional que puntúan más bajo (hacia la

disfuncionalidad) presentan puntuaciones similares a las personas de la población

disfuncional que puntúan más alto. Esto es debido a que la población funcional en

ocasiones resulta ser una extracción de la población general, y las personas que puntúan de

forma coincidente con las de la población disfuncional probablemente presenten niveles

subclínicos del problema de interés.

Índice de Cambio Fiable (ICFTJ)

La respuesta a un instrumento de valoración, como puede ser una escala de auto-informe

como el SF-36, por ejemplo, está afectada de un cierto grado de imprecisión: la contestación a la

escala puede variar por diversas circunstancias. Una puntuación en una escala rara vez es tan

16

precisa que podamos estar seguros que una persona responda exactamente del mismo modo en

dos momentos diferentes, o que la puntuación un punto más alto o más bajo sea sin duda un

verdadero cambio en el estado de esa persona. De igual modo, la utilización de un

esfigmomanómetro mal calibrado y/o utilizado por diferentes personas con diferente nivel de

entrenamiento estaría produciendo una medición sesgada que no reflejaría el verdadero valor de

la presión arterial. Al grado de error que comete cualquier instrumento se le denomina Error

Estándar de Medida (EEM), y depende de la fiabilidad de la prueba (Anastasi y Urbina, 1997).

Así, cuando una persona tiene un cambio en la puntuación en una escala, como la puntuación en

la dimensión de Salud General del SF-36, tenemos que evaluar en términos de la probabilidad

que ese cambio sea un cambio real, y no una cambio debido a la inestabilidad intrínseca de la

escala. Es por ello que resulta importante elegir instrumentos que hayan mostrado su fortaleza y

precisión psicométrica. El uso de instrumentos con poca precisión llevaría a un mayor error de

medida, de modo que a la variabilidad debida a los propios sujetos habría que añadir la

cometida por el instrumento, es decir, la magnitud del cambio pudiera ser debido a un error de

medición, y en ese caso los estimadores del tamaño del efecto estarían aportando una

información sesgada.

Jacobson y Truax (1991) proponen, como segunda condición para la consideración de

cambio clínicamente significativo, la utilización de un índice que contemple la precisión de la

medida; el aludido Índice de Cambio Fiable (ICFJT). Este índice fue propuesto inicialmente por

Jacobson, Follette y Revenstorf (1984) y revisado posteriormente por Christensen y Mendoza

(1986) y Jacobson y Revenstorf (1988). El algoritmo de cálculo se expresa del modo siguiente:

( )2

PrPr

12 xxNorma

ePostePostJT

rDE

XXEED

XXICF−

−=

−=

3)

Donde ( ) 22 2 EEMEEMEED == 4)

y xxNorma rDEEEM −= 1 5)

Siendo XPost la puntuación Post-tratamiento, XPre la puntuación Pre-

tratamiento, EED el Error Estándar de las Diferencias entre las dos medidas,

DEnorma la Desviación Estándar de la muestra normativa y EEM el Error

Estándar de Medida del instrumento

17

Veamos como es el desarrollo del cómputo a partir de un ejemplo aplicando el SF-36 y

valorando el caso particular de una persona que en su pre-test obtuvo una puntuación de 43,9 en

la escala de Salud General (GH) del SF-36, y de 67,6 en el post-test, lo que supone una mejora

de 23,7 puntos. El primer paso consiste en calcular el Error Estándar de Medida, para lo cual es

necesario contar con el coeficiente de fiabilidad de la escala (α= 0,83) y su desviación estándar

(DE= 26,6), habiéndose tomado para este ejemplo los valores correspondientes a la población

disfuncional. Por lo demás, el procedimiento sólo requiere hacer los cómputos a partir de las

fórmulas 16 a 18, obteniéndose que EEM= 10,9; EED= 15,4 y ICFJT= 1,539. Si el ICFJT, en

valor absoluto, es igual o superior a 1,96 (valor de las puntuaciones Z que equivale a dos

desviaciones estándar), entonces podremos asegurar que el cambio en la puntuación en GH

lograda por ese sujeto resulta fiable. Nótese que los valores pre y post-test asignados al sujeto

del ejemplo corresponden con la media de la población disfuncional y la de la población

funcional, respectivamente. La diferencia de medias entre ambos grupos había resultado

estadísticamente significativa (t= 23,9; p<0,001), pero la misma diferencia para el caso de

nuestro ejemplo no alcanza el valor de fiabilidad. Es decir, nuestro caso alcanza un cambio de

23,7 puntos, logra incluso superar la puntuación que le ubica dentro del criterio de

funcionalidad (c= 57,4), pero el cambio que ha registrado no resulta con la fiabilidad exigida.

Otro modo de expresar el ICFJT es estimar la puntuación mínima a lograr para que el

cambio sea real, fiable. Con una confianza del 95%, se precisaría alcanzar una diferencia de

30,18 puntos entre el pre-test y el post-test (Z0,025 x EED = 1,96 x 15,4 = 30,18).

Clasificación de los resultados de cambio

Para Jacobson y Truax la combinación de estas dos condiciones son las que definen la

existencia de un cambio clínicamente significativo: cuando la magnitud del cambio puede ser

considerada estadísticamente fiable y, simultáneamente, alcanza un criterio que localiza la

puntuación obtenida en un nivel de funcionalidad. Sin embargo, como señalan algunos autores

(Kazdin, 1999) también se puede hablar de significación clínica cuando se alcanza un cambio

suficientemente relevante, aunque no alcance el criterio de funcionalidad. Este es el caso de

algunas enfermedades graves o crónicas como la esquizofrenia, ciertos traumatismos o algunas

personas con adicción a drogas con múltiples patologías orgánicas que se han acogido a un plan

de mantenimiento paliativo con agonistas opiáceos hasta que se acaben sus vidas. Conservar e

incluso incrementar ciertos niveles de funcionalidad, aunque no sean plenos, y mejorar su

calidad de vida son algunos de los objetivos de las políticas de reducción de riesgos y daños

para este tipo de colectivos (Iraurgi, 2009a).

18

Figura 2.- Modelo de Kupler (1991) sobre las fases del tratamiento

(Tomado de Echeburua y Corral, 2001)

Pues bien, del cumplimiento o no de los dos criterios planteados pueden diferenciarse

varias posibilidades de clasificación del resultado, las cuales pueden asociarse a los tipos de

respuesta al proceso terapéutico (Figura 2) propuestos por Kupler (1991):

a) Diremos que una persona se ha ‘Recuperado’ cuando el cambio evidenciado sea

significativamente fiable (ICFJT ≥ 1,96) y su puntuación final se sitúe dentro de la

distribución normal o funcional. En el modelo de Kupler aparecen dos concepto

equivalentes al de recuperación: el de ‘Remisión’, que haría alusión a una reducción

significativa de los signos y síntomas de la enfermedad con retorno al nivel funcional, y el

de ‘Recuperación’, que supondría una remisión mantenida durante un periodo de 6-12

meses.

b) Se clasificará como ‘Mejorado’ cuando se evidencie una mejora significativa a partir del

ICF-JT, aunque no se llegue a alcanzar el nivel funcional. El equivalente en la propuesta de

Kupler sería el concepto de ‘Respuesta’, reducción de los signos y síntomas en al menos el

50% de los presentados al inicio del tratamiento (Kupler, 1991). Este sería, por ejemplo, el

caso de una reducción importante de la sintomatología depresiva en una persona que pasa de

un episodio de melancolía con necesidad de ingreso hospitalario a un estado distímico con

tratamiento ambulatorio.

19

c) Se valorará como ‘No cambio’ cuando no se produzca un cambio significativo en el ICFJT,

independientemente de la posición que ocupe la puntuación del post-test en la distribución

poblacional funcional o disfuncional.

d) Se catalogará como ‘Deteriorado’ aquellos casos en los que el cambio sea significativo

según el ICFJT y se produzca en el sentido contrario al esperado tras la intervención, de

modo que sus puntuaciones tornen hacia valores de mayor disfuncionalidad.

e) Cabría una quinta posibilidad, aunque constituiría un subtipo de la clasificación de

deterioro, y haría referencia a un cambio desde una situación funcional, una vez obtenida

tras el tratamiento, a una posición de disfuncionalidad, en cuyo caso estaríamos ante una

‘Recaída’ (aparición de sintomatología durante la fase de remisión o recuperación) y/o de

una ‘Recurrencia’ (reaparición del problema de salud después de la recuperación).

Tabla 1.- Toma de decisiones en la valoración del cambio clínico a partir de las puntuaciones obtenidas en

dimensión de Salud General (GH) del SF-36 (datos ficticios). Combinación de los métodos basados en el

Sentido del Cambio (SC), la Puntuación de Corte (PC) y el Índice de Cambio Fiable (ICFJT)

caso

Puntuación HG del SF-36

Puntuación de Cambio

Sentido Cambio

Punto de Corte PC ‘c’

ICFJT Decisión en función del

Pre Post (Post – Pre) (SC) (PC ≥ 57,4) ≥ 1,96 Sig. ICF ICFJT + PC 1 55,2 25,0 -30,2 Empeora Disfuncional 1,96 Cambio

Fiable Deterioro dentro de la severidad

2 64,2 28,2 -36,0 Empeora Disfuncional 2,33 Cambio Fiable Recaída hacia la disfuncionalidad

3 89,9 57,6 -32,3 Empeora Funcional 2,09 Cambio Fiable Empeora dentro de la funcionalidad

4 43,5 39,8 -3,7 Empeora Disfuncional 0,24 No Cambio Sin cambio dentro de la disfuncionalidad 5 60,2 50,1 -10,1 Empeora Disfuncional 0,65 No Cambio Sin cambio, hacia la disfuncionalidad 6 67,5 63,2 -4,3 Empeora Funcional 0,28 No Cambio Sin cambio dentro de la funcionalidad 7 39,2 39,2 0 Estable Disfuncional 0,00 No Cambio Sin cambio dentro de la disfuncionalidad 8 57,3 57,3 0 Estable Disfuncional 0,00 No Cambio Sin cambio dentro de la disfuncionalidad 9 67,2 67,2 0 Estable Funcional 0,00 No Cambio Sin cambio dentro de la funcionalidad 10 26,1 59,1 +33,0 Mejora Funcional 2,14 Cambio

Fiable Recuperado

11 14,3 44,9 +30,6 Mejora Disfuncional 1,98 Cambio Fiable Mejora dentro de la disfuncionalidad

12 57,4 87,6 +30,2 Mejora Funcional 1,96 Cambio Fiable Mejora dentro de la funcionalidad

13 34,5 48,1 +13,6 Mejora Disfuncional 0,88 No Cambio Sin cambio dentro de la disfuncionalidad 14 50,2 58,9 +8,7 Mejora Funcional 0,56 No Cambio Sin cambio hacia la funcionalidad 15 60,1 73,1 +13,0 Mejora Funcional 0,84 No Cambio Sin cambio dentro de la funcionalidad

En la Tabla 1 se presentan de modo prototípico una serie de circunstancias que

especificarían situaciones posibles de cambio atendiendo a los criterios propuestos por Jacobson

20

y Truax (1991). En la segunda y tercera columnas se presentan las puntuaciones de partida (pre)

y finales (post), y en la cuarta columna la diferencia entre ambas (post – pre). Las puntuaciones

positivas indican que la puntuación final es mayor que la inicial y, por tanto, ha habido una

progresión de la funcionalidad, indicativo de una mejoría clínica; el valor cero revela que ambas

puntuaciones son la misma y, por tanto, no ha habido cambio alguno siendo indicativo de

estabilidad; por último, puntuaciones negativas son reflejo de una menor puntuación final

respecto a la inicial y, por tanto, expresión de un empeoramiento de la situación clínica. La

simple sustracción de las puntuaciones nos orienta en la decisión del sentido del cambio.

En la sexta columna se presenta el punto de corte, ya calculado previamente, para delimitar el

nivel funcional a partir del cual se considerará el logro alcanzado como clínicamente relevante.

El valor ‘c’ se sitúa en 57,4 puntos en la escala HG del SF-36. Puntuaciones iguales o superiores

a este valor clasificará el estado del individuo como funcional, puntuaciones inferiores como

disfuncional. En la sétima columna aparecen los valores del ICFJT y en la octava columna su

interpretación: valores superiores a 1,96 serán consideradas como estadísticamente

significativos. Por último, la novena columna ofrece la clasificación de cada caso en función de

la combinación de los criterios de Jacobson y Truax (1991). Se plantean hasta un total de 15

situaciones, nueve de las cuales representan un resultado de ‘No cambio’, si bien se especifican

diferentes contextos en los que se evidencia ofreciendo una mayor riqueza descriptiva. También

se recogen las posibles situaciones de cambio fiable, entre las que se produce un cambio

clínicamente significativo (una respuesta de ‘Recuperación’ -caso10), o bien de cambio sin

alcanzar la funcionalidad (dos situaciones de ‘Mejoría’ (casos 11 y12) y tres de ‘Deterioro’

(casos 1 a 3).

Resulta apreciable que este tipo de metodología permite una clasificación más específica

y ajustada a los logros individualizados obtenidos por las personas que han recibido tratamiento

por un problema de salud, más allá de la respuesta promedio que ofrecería un grupo tratado con

dicha terapéutica. Esta característica presenta especial interés para el clínico, que tiene que

tomar decisiones cotidianas en relación a la respuesta al tratamiento de sus pacientes, y si bien

la estadística no es una de las herramientas habituales de este colectivo, los cálculos para

clasificar a una persona en su respuesta al tratamiento no son complicados una vez establecida

la medida de resultado y los estándares poblacionales. En el caso de nuestro ejemplo, bastaría

con que el clínico restase la puntuaciones obtenidas en la escala HG del SF-36 antes y después

de la intervención y lo dividiese por el valor del error estándar de las diferencias (EED= 15,4);

si el resultado fuera mayor de 1,96 y la puntuación post-test superase el valor de 57,4, entonces

se encontraría ante un cambio fiable clínicamente significativo.

21

No obstante, el ICFJT presenta algunas limitaciones. Por una parte, es un estimador

basado en el error estándar de medida y, por lo tanto, depende de forma directa de la fiabilidad y

dispersión de la distribución, de modo que una baja fiabilidad o una alta variabilidad convierten

el índice en muy estricto. Asimismo, el índice puede verse afectado en la designación de un

cambio fiable cuando las puntuaciones del pre-test son moderadamente funcionales o próximas

al límite de la funcionalidad, pues aun cuando puede producirse un cambio quizá no sea de la

magnitud que permita considerarlo como fiable al alcanzar el efecto techo o suelo según la

característica del fenómeno valorado. Algunos autores (Maassen, 2004) han criticado el método

utilizado por el ICFJT para la estimación del error estándar de las diferencias, y otros han

advertido la posible influencia del sesgo de regresión a la media en el resultado del índice (Hsu,

1989, 1995, 1999; Speer, 1992; Speer y Greenbaum, 1995).

Métodos alternativos y desarrollos  a partir del  ICFJT 

El interés por la evaluación de los resultados terapéuticos y las limitaciones atribuidas al

ICFJT, han suscitado un especial interés por la evaluación del cambio clínicamente significativo

y motivado una prolífica búsqueda del método más apropiado para su estimación. A este

respecto, han surgido varias propuestas alternativas de ICF de las que expondremos una de las

mas representarivas: la realiada por Speer (1992).

Speer, además de advertir que el ICFJT podría verse afectado por la regresión a la media,

en su primera propuesta de modificación del ICF sugirió la posibilidad de calcular el intervalo

de confianza del 95% (IC-95) del índice y la valoración de la puntuación post-test en relación a

dicho intervalo. Su método, y el índice correspondiente (ICFEN) se conoce como Edwards-

Nunnally, debido a que Speer basa su propuesta en los trabajos de estos dos metodólogos.

Speer (1992) desarrolla su propio método para hacer frente al efecto de la regresión de la

media y, como decimos, le incorpora la estimación de un IC-95%, planteando el siguiente

algoritmo de cálculo:

( )[ ] xxpreprepreprexxEN rDEXXXrICF −⋅⋅±+−⋅= 12 6)

Siendo rxx el cociente de fiabilidad del instrumento de medida, XPre la

puntuación Pre-tratamiento, pobX la media del pre-test y DEpre la desviación

estándar del pre-test.

El cálculo ofrece un intervalo de confianza del 95% que indica que en dicho intervalo se

halla la posible variación de las puntuaciones del pre-test debidas a la variabilidad causada por

22

el instrumento de medida. La puntuación post-test alcanzada se pone en relación con los valores

de este intervalo para tomar la decisión: si la puntuación post tratamiento se halla dentro del

intervalo ha de concluirse que no se ha logrado un cambio significativo ya que dicha puntuación

está en el rango de posibles puntuaciones que se hallaban en el pre-test; si por el contrario, la

puntuación post-test se halla fuera de los márgenes del IC-95%, entonces el cambio alcanzado

será estadísticamente fiable.

Como vemos, el método alternativo al originariamente planteado por Jacobson y Truax

tienden a ser más restrictivo y conservador, de modo que puntuaciones de cambio que pudieran

ser consideradas de forma intuitiva como relevantes, resultan ser poco concluyentes. En

cualquier caso, todos estos métodos constituyen una importante herramienta de clasificación y

decisión respecto a la valoración del alcance de los efectos de los tratamientos, y precisan de

mayor utilización en los ámbitos clínicos y de mayor desarrollo por parte de investigadores y

estadísticos.

Figura 3.- Programa para el cálculo de puntuaciones fiables de cambio en casos individuales

23

Desarrollos para la Evaluación de casos individuales

A partir de todo este modelo de evaluacíón del cambio estadístico y clínico relevante, se

ha desarrollado una aplicación en hoja de cálculo excel para la valoración de casos individuales

(Figura 3), habiéndose iniciado el desarrollo de un algoritmo para ser aplicado en el programa

estadístico para las ciencias sociales (SPSS) una macro que permita la valoración de varios

casos individuales o grupos de forma simultánea.

24

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