bignozzi, j. - el trabajo en la plástica de comienzos del siglo xx

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 El trabajo en la plástica de comienzos del siglo XX  por Juana Bignozzi El castigo y la épica  Guillermo Facio Hébequer (1889-1933) Lámina n° IV Serie: Tu historia compañero  “La puerta del dolor, del sudor, de la amargura y de la enfermedad…”, el trabajo esclavizante, han borrado de este hombre la camaradería y hasta la lejana luz que promete la ideología. Sus hijos no son hijos sino “bocas para alimentar” y nacen marcados para una vida de explotación. El se ha separado de esa masa innominada del fondo para que, antes de volver a perderse en ella, los borrados de siempre tengan una cara. El único gesto contra el olvido que les es permitido. La dura conciencia del anarquismo en su tinte más sombrío. Obrero  También está el orgullo de clase, la prepotencia del trabajo. El compañero se ha puesto de pie, muestra su cuerpo duro, la faja que lo sostiene para manteners e erguido. En el fondo, su pasado está vacío. Pero esos zapatones impedirán que lo muevan de su lugar. En los talleres  Serie: El Trabajo   Y llega la épica. Aún en el infierno el obrero es dueño de su capacidad de creación. Trata de dignificar la venta de su fuerza de trabajo. Se sabe constructor, para otros, sí, pero con unas manos que tal vez pueda usar para su propia clase.

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Libro de poemas de Juana Bignozzi.

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7/18/2019 Bignozzi, J. - El trabajo en la plástica de comienzos del siglo XX

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El trabajo en la plástica de comienzos del siglo XX 

por Juana Bignozzi

El castigo y la épica 

Guillermo Facio Hébequer (1889-1933)

Lámina n° IV

Serie: Tu historia compañero  

“La puerta del dolor, del sudor, de la amargura y de la enfermedad…”, el trabajo esclavizante, han

borrado de este hombre la camaradería y hasta la lejana luz que promete la ideología.

Sus hijos no son hijos sino “bocas para alimentar” y nacen marcados para una vida de explotación.

El se ha separado de esa masa innominada del fondo para que, antes de volver a perderse en ella, los

borrados de siempre tengan una cara. El único gesto contra el olvido que les es permitido.

La dura conciencia del anarquismo en su tinte más sombrío.

Obrero  

También está el orgullo de clase, la prepotencia del trabajo. El compañero se ha puesto de pie, muestra

su cuerpo duro, la faja que lo sostiene para mantenerse erguido. En el fondo, su pasado está vacío. Peroesos zapatones impedirán que lo muevan de su lugar.

En los talleres  

Serie: El Trabajo  

Y llega la épica. Aún en el infierno el obrero es dueño de su capacidad de creación. Trata de dignificar la

venta de su fuerza de trabajo. Se sabe constructor, para otros, sí, pero con unas manos que tal vez

pueda usar para su propia clase.

7/18/2019 Bignozzi, J. - El trabajo en la plástica de comienzos del siglo XX

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Los obreros de Facio Hébequer no conocen momentos de felicidad. A lo sumo, de triunfo, erguidos sobre

su propia obra con la herramienta de trabajo en la mano. Todavía estaban allí

inmigrantes, mecánicos, peones cargadores

mirando, conversando, callando… y esperando

que retorne Guillermo Facio Hébequer,

para contar su historia, dibujando.

Raúl González Tuñón

Abraham Regino Vigo (1893-1957)

Fin de jornada (1936)

Cargan bolsas y chicos con el mismo esfuerzo. El paisaje y la hora les prestan color sólo para ser el

primer plano proletario y paralelo de la ciudad que se ve al fondo y de los edificios de una industria a la

que aún no han accedido, donde otros lucharán por leyes de las que ellos siempre estarán al margen,

unidos a un ejército errante de un trabajo primitivo. Las mujeres más jóvenes aún tienen ropa rosada,

azulada mientras que la pareja mayor del primer plano ya ha entrado en la zona del gris, sacando el

delantal de la mujer, como si ese símbolo mereciera atención. Pero el cielo y los verdes pertenecen a esaciudad ajena.

Ellos viven en un eterno crepúsculo, en un fin de jornada que Vigo muestra inmutable con la certeza de

que se repetirá a través de las décadas.

El paisaje del trabajo 

Eugenio Daneri (1881-1970)

Calle de la Boca  (1936)

La espesura y la pastosidad de la materia como la que manejaban los obreros panaderos y las obreras

devanadoras en las fábricas, en los talleres y en las cuadras detrás de la fachada invitante de la

confitería-panadería.

En este cuadro todo se mueve. Todo está buscando su contorno, todo está en formación (calles,

vecinos), todo se está fundando ahí, a la vuelta, el teatro Verdi, la Agrupación Impulso, los Bomberos

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Voluntarios. Hasta los bordes de las paredes, como la construcción del barrio, la nueva vida de sus

habitantes, la formación de una clase.

No hay estallido de color como no lo hay en los barrios obreros, hay tonos, pero estrictos. Hay un

continuum del color, a lo sumo con un poco de luz al final de la calle y la mancha roja de un vestido. Son

un todo y lo mismo hombres, casas y vida de obreros.

Víctor Cúnsolo (1898-1937)

El puerto  (1930)

Aislar el paisaje, no desnaturalizarlo, eso hace el pintor. No degradarlo en el pintoresquismo. En los

barrios obreros, lo pintoresco, sólo lo ven y lo aman los ojos de la clase dominante. Su color es estricto,

muy plano, a veces monótono como la vida de los que, aunque no se ven, viven en las casas y calles que

él pinta. También color de la frialdad y de la permanencia. El barrio está solo y descansando, ajeno a las

angustias metafísicas pero cercano a una poesía que en otros desencantados como Pacenza y March

será vacío y en él es una primera despojada sobre esa soledad. ¿Qué habita este paisaje? Sólo las

chimeneas siguen marcando la actividad con su humo inmovilizado y esas tres siluetas lejanas dan

contenido y explicación al primer plano. El puerto y los barcos esperan en esa luz fría y fija que vuelvan

los trabajadores y los dinamicen. También harán vibrar esos colores planos y sin espesura. Diría que la

mayor fuente de luz es el espejo del agua donde el remolcador sólo ha hecho un alto antes de volver altrabajo. Y el humo, el humo que nos impide olvidar que estamos mirando el paisaje del trabajo.

La camaradería del trabajo 

Pío Collivadino (1869-1945)

La hora del almuerzo  (1903)

Pío Collivadino pintó este alto en el trabajo para almorzar y dio a cada uno de sus protagonistas un papel

o una clave para ver en la escena algo más que la celebración de la camaradería entre obreros de la

construcción. Es un fresco del año en que transcurre y deja entrever la maneras diferentes en que lo

viven por edad, situación propia o desconocimiento, cada uno de los obreros. Es todavía el sueño de una

Argentina hacia la opulencia del Centenario. La luz y los colores acentúan ese espejismo. Sólo una

mirada ligera nos haría quedarnos con esa impresión.

Los tres obreros jóvenes comen y ríen. El de la barba huele a barco y nostalgia. El que come en primer

plano sosteniendo la comida con esas manos sólidas y constructoras en las que confía es el que casi

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está apoyado en los elementos del trabajo y mira la batea que pareciera acaba de abandonar. Hasta ahí

la seguridad. Pero están los dos hombres del fondo. El de la pipa, el único que no come, habla, con la

mano entreabierta que indica la explicación. Le habla a un solo compañero como si todavía quisiera dejar

a los otros la libertad de entregarse a lo que sienten.

Como si supiera que se empieza hablando de a uno. ¿Habla de una lucha que conoció en otro

continente?

Lo cierto es que nunca nos responderá la pregunta que le hubiéramos hecho. ¿Sabía que el año anterior,

1902, se había sancionado la Ley de residencia y su lucha se adensaba con otro golpe?

El día a día del trabajo 

Pío Collivadino

Usina ( h. 1914)

En la luz imprecisa y rosada, como de primera infancia, que aún matiza la dureza de la fábrica, los

obreros caminan hacia su trabajo. Lejos hay dos, parados, sin prisa, (¿capataces?) que entran un pocomás tarde. El de la camisa blanca no lleva saco, lo que tal vez indica su juventud. No los asusta la

imponencia del edificio, como si las cuatro chimeneas del final dieran seguridad. Caminan con su

almuerzo en la mano ¿Pensarán que caminan para asegurar la escuela del hijo, la dignidad de la comida

diaria, la ropa del domingo? No hace demasiado frío ni es extremadamente temprano, por eso la luz del

día no hiere. No ha cesado el resplandor de un ventanal: ha esperado que ellos durmieran algo para

volver a alimentarlo.

Tal vez a la vuelta de la esquina el guapo del barrio se iba a dormir, ignorante para siempre de la hora del

trabajo, con ese mismo pañuelo que él llamaba lengue.

El cuerpo del trabajo 

Eduardo Sívori (1847-1918)

Le lever de la bonne (El despertar de la criada) 

(expuesta en 1887)

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Aunque las distintas formas del trabajo habían podido ser soslayadas por los dueños, no les provocaron

pudor, inquietud y no les hicieron bajar los ojos, esta muchacha sentada en su cama los alteró. Cerraron

los ojos en vano. Ya siempre verían debajo de las gorras, las blusas azules de los obreros, las pañoletas

que tapaban las formas y, en este caso, debajo del uniforme, el cuerpo de quien les servía la mesa.

¿Qué les decían esas piernas fuertes y esas chinelas burdas? El interior despojado debió tranquilizarlos;

la muchacha no tiene más apoyo que el uniforme al pie de la cama, la vela y un remedo de mesa de luz.

Hay un eco de desvaída suntuosidad en los arabescos de la alfombra desechada, con seguridad, de los

pisos nobles de la casa. Y eso que Sívori transplantó una lecciones de pintura Europa ya pasadas de

moda, pero aún así quebró el espejo de los convencionalismos. También se dice que pensó en poner un

 jarrón pero puso el desamparo de la vela para que nadie apartara la vista de la muchacha que da rostro,

por primera vez, a un oculto mundo del trabajo que décadas después ocupará el primer plano.

Juana Bignozzi