berger, kellner la reinterpretación de la sociología - copia

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  • 8/19/2019 BERGER, KELLNER La Reinterpretación de La Sociología - Copia

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    LA SOCIOLOGÍA COMO VISIÓN

    EL ACTO DE LA INTERPRETACIÓN

    Peter L Berger y H Kellner

    La reinterpretación de la sociología. Traducción y prólogode Ramón García Cotarelo. Colección Austral, Espasa-

    Calpe, Madrid, 1985 [fragmentos]

     __________________________________________

    1 LA SOCIOLOGÍA COMO VISIÓN

    A menudo se ha observado que en el mundo con-temporáneo se aceleran considerablemente los pro-cesos de cambio. Muy frecuentemente ello parece

    significar que las instituciones, los grupos y hasta laspersonas pasan velozmente de la infancia a la edadsenil pasando por un período intermedio brevísimo.Algo así parece haber sucedido con la disciplina de laSociología. No hace mucho -digamos en el deceniode 1950 a 1960 o, incluso, en los primeros años deldecenio siguiente- los sociólogos tenían concienciade pertenecer a una nueva profesión en ascenso, entanto que los críticos de fuera y de dentro acusabana la Sociología de uno u otro trastorno infantil, yafuera en la teoría, en los métodos o en la compren-

    sión de la disciplina dentro del marco de las ciencias.Hoy día, por el contrario, los sociólogos parecenpasar una enorme cantidad de tiempo dándose segu-ridades reciprocas respecto del estado de la profe-sión, parecidos a internos de un asilo de ancianospara los cuales es materia de alegría mutua el saberque todavía están vivos.

    No hay duda de que parte de esta desmoralizacióntiene causas puramente económicas. La mayoría delos sociólogos trabaja en la universidad y los gravesproblemas económicos de esta institución afectan demodo inevitable a la moral y autoestima de sus habi-tantes. Se dan asimismo, problemas políticos deriva-dos de la parte que ha correspondido a los sociólo-gos en el gauchisme aparecido en el escenario inte-lectual de Europa occidental y de los Estados Unidosdesde fines del decenio de 1960 a 1970, lo cual noha suscitado precisamente admiración entusiastaentre los otros grupos de dichas sociedades. Peroresulta excesivamente cómodo atribuir el malestaren este campo a la insolvencia de las universidades ya las tendencias «reaccionarías» del sistema político.Parte de este malestar, al menos surge de un des-

    concierto extenso y profundo dentro de la disciplinaa la hora de comprender adecuadamente qué signifi-que hacer sociología. Es éste un problema que la

    profesión se plantea a sí misma en gran medida yque sólo puede resolverse mediante una  prise deconscience por parte de los sociólogos acerca de supropia vocación en el marco de las demás ciencias yde la sociedad en general.

    El problema de que muchas personas profanas (in-cluidas algunas en la propia Universidad) no se to-men en serio a la Sociología sería fácil de resolver siestas dudas no se hubieran infiltrado en las filas delos mismos sociólogos. Cualquiera que merodee porlos diversos tipos de reuniones de la disciplina nopodrá menos de detectar las dudas y la insatisfacciónque genera el hecho de ser sociólogo en nuestrotiempo. Como siempre sucede, las dudas propiasson más destructivas que las ajenas a la disciplina.

    No es éste el lugar para habérnoslas con el contextoeconómico y político de la Sociología contemporá-nea, ni siquiera para averiguar el sitio exacto quecorresponde a la disciplina en la espléndida y punti-llosa jerarquía del ghetto universitario. Antes bien, eltópico de estas consideraciones es la idea que ladisciplina tiene de sí misma. Es muy posible que laconfianza primitiva, así como las grandes esperanzasque abrigaron los sociólogos estuvieran descamina-das. Pero también lo está la desmoralización actual.Existen buenas razones para creer que la Sociologíaes, y seguirá siendo, un enfoque válido y hasta im-portante de la realidad de la vida humana colectiva.

    Es preciso que se determine con claridad lo que laSociología puede hacer y lo que no puede hacer.Una de sus cualidades inherentes ha sido un cono-cimiento sobrio de la realidad, el desvelamiento delas ilusiones, incluidas las propias. Hoy día siguesiendo posible recurrir a esta cualidad y ya se vis-lumbra una esperanza de futuro.

    Desde sus orígenes, la Sociología ha sido una disci-plina muy peculiar ya que descubría su objeto altiempo que los métodos de estudiarlo: al comienzo,la Sociología no fue simplemente un enfoque nuevo

    para el estudio de la sociedad, sino parte componen-te del descubrimiento del fenómeno «sociedad» encuanto tal. […] 

    En la base de la perspectiva sociológica moderna seencuentra la percepción de la dinámica autónoma yfrecuentemente encubierta de las entidades colecti-vas humanas. […] Implica un ángulo de visión muypeculiar, que es la esencia de la Sociología: por deba- jo de las obras visibles del mundo humano se en-cuentra una estructura de intereses y poderes ocultae invisible que el sociólogo está encargado de des-cubrir. Lo «manifiesto» no agota el objeto de estu-dio, ya que hace falta dar cuenta, asimismo, de lo«latente». O, dicho en términos de la mayor senci-

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    llez: el mundo no es lo que aparenta. 

    En esta cualidad descubridora de la Sociología radicasu carácter intrínsecamente subversivo. Cualquierordenamiento colectivo viene siempre legitimadopor definiciones oficiales y la demostración de que

    éstas no agotan su objeto, sino que, aún peor, sirvenpara confundir la realidad, es algo intrínsecamentesubversivo del «buen orden». En otras palabras, laSociología comienza su labor de subversión en elmismo momento en que aplica a la realidad social suvisión peculiar. Resulta muy importante hacer hinca-pié en que se da este resultado con independenciade que cada sociólogo tenga o no intención de sub-vertir. Es más, las grandes figuras del período clásicode la Sociología -Émile Durkheim, Max Weber, Vil-fredo Pareto- pueden describirse como conservado-res en una u otra forma y, a excepción de los

    marxistas, casi todos los sociólogos, han sido, comomucho, reformistas moderados antes que revolucio-narios. No obstante, al margen del carácter más omenos «conservador» de sus intenciones, su pensa-miento ha mostrado un carácter desestabilizadorque ha alterado y enfurecido a quienes tienen uninterés creado en conseguir que las cosas aparezcancomo «definidas oficialmente». La relación de laSociología con la acción política es un tópico que setratará más adelante, pero aquí podemos hacer yauna reflexión: los sociólogos se enfrentan a su pro-  pia disciplina cuando tratan de cumplir la función de

    abogados del orden establecido o, más concreta-mente, cuando tratan de hacerlo qua sociólogos. Yesto es cierto con independencia de que aboguenpor causas «conservadoras» o «revolucionarias». Elgenio de la Sociología es negativo y resultaparadójico que sea negativamente como la Sociologíapuede hacer su mejor aportación a cualquier causapositiva. Los regímenes dictatoriales de toda colora-ción ideológica han sentido siempre casi de modoinstintivo el carácter «subversivo» de la Sociología,razón por la cual se reprime a la disciplina o ésta se

    convierte en una caricatura de sí misma en los paísesgobernados por tales regímenes.

    Por supuesto, se plantea la fascinante cuestión histó-rica de por qué se impuso esta perspectiva en Euro-pa en una época concreta […]. Podemos seguir aMax Weber cuando formula la hipótesis de que unfactor importante fue la racionalidad propia de Oc-cidente, cuyas raíces llegan hasta la religión bíblica, larazón helénica y el derecho romano; la misma racio-nalidad occidental, desde luego, que hizo posible lastransformaciones cataclísmicas del capitalismo y latecnología modernos. No hay duda de que la pers-pectiva sociológica se fundamenta en esta racionali-dad, lo cual explica por qué la disciplina se vio a sí

    misma desde el comienzo como una ciencia […]. Sinembargo, esta autocomprensión se ha mantenidosiempre en cierta tensión con el impulso «descubri-dor o negativo de la perspectiva sociológica ya quepresuponía la factibilidad del mundo: no solamente elmundo no es lo que aparenta, sino que podría ser

    diferente de lo que es. En otras palabras, la mayoríade los sociólogos (incluso aquellos tan pesimistascomo Weber) han sufrido siempre la tentación deaplicar sus conclusiones a la «mejora» de la socie-dad, una aplicación que les condujo a la susodichaambigüedad de ser, al mismo tiempo, descubridoresen funciones de abogados. Esta finalidad «arreglado-ra» en la Sociología, por descontado, se debe a suvinculación con los ideales de la Ilustración, con laaspiración de establecer un orden social más racio-nal y supuestamente más humano. […] 

    El siglo XX ha inflingido algunos rudos golpes al opti-mismo de la Ilustración y a la misma noción de «fac-tibilidad» racional del mundo. Es más, cabe argumen-tar que tanto la modernidad como la racionalidadsecular moderna se encuentran en situación de cri-sis. Esto también se relaciona con el malestar en laSociología. Algunos autores gustan de reafirmar la feoptimista de la Ilustración, ya sea por vía del «pro-gresismo» marxista o de las versiones más centristasy liberales de la idea del progreso (como ha hechorecientemente Robert Nisbet, por ejemplo, dentrode la mejor tradición durkheimiana). Esta reafirma-ción no es la actitud que aquí se adopta. Quienes sesienten incapaces de volver a la fe de la Ilustración ya las esperanzas que ésta acarreaba en cuanto a losfrutos de la Sociología «aplicada» se encuentran pre-cisamente en la situación de Max Weber: esto es, lasituación de quien trata de ver el mundo de la formamás lúcida posible, de quien sufre del «desencanto»que esta lucidez generalmente acarrea y que, sinembargo, tiene el propósito de conseguir interven-ciones humanizadoras, políticas o de otro tipo, en elcurso de los acontecimientos colectivos […].

    Los buenos sociólogos han tenido siempre una cu-riosidad insaciable por los aspectos más triviales delcomportamiento humano y si esta curiosidad impul-sa a un sociólogo a dedicar muchos años de fatigosainvestigación a un aspecto minúsculo del mundosocial que puede parecer absolutamente trivial aotros, así debe aceptarse: ¿Por qué los adolescentesde las zonas rurales de Minnesotta se hurgan más lanariz que los de las zonas rurales de Iowa? ¿Cuálesson las pautas de los acontecimientos eclesiástico-sociales a lo largo de un periodo de veinte años en lapequeña ciudad de Saskatchewan? ¿Cuál es la corre-lación entre la afiliación religiosa y la proclividad alos accidentes entre los húngaros ancianos? ¡Lejos de

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    nosotros la intención de denigrar el interés de talesinvestigaciones! […] No obstante si habría algo gra-vemente erróneo si toda la disciplina se perdiera enla búsqueda de objetivos de un carácter tan marca-damente provinciano.

    Dicho de otro modo, la Sociología tiene que volvera las «grandes cuestiones». Sobresaliente entre di-chas cuestiones, hoy como durante el período clási-co, son las susodichas acerca de la constitución delmundo moderno que para bien o para mal no hanrecibido aún una respuesta definitiva. Y, lo que esmás, cada día que pasa aporta datos nuevos y nuevomaterial para acometer la tarea de contestarlas. Enconsecuencia, la Sociología en cuanto disciplina so-lamente puede tratar de conseguir de nuevo unavisión de la totalidad de la sociedad contemporánea,más o menos lo que en alguna ocasión llamó Marcel

    Mauss le fait social total. Y esto significa que los so-ciólogos deben mostrar cierta habilidad para hacercomparaciones interculturales, globales, tanto enprofundidad histórica como en función del análisis dela época contemporánea. En términos sencillos, porsu propia naturaleza, la vocación del sociólogo escosmopolita.

    […] El positivismo y el utopismo, en sus varias «con-fesiones» son hoy las dos corrientes dominantes enla Sociología. La mezcla es algo diferente en los di-versos países (así, el positivismo posiblemente sea la

    corriente más importante en los Estados Unidos, entanto que el utopismo es más poderoso en Europaoccidental y en el Tercer Mundo) y se da todo tipode discusiones entre las distintas «escuelas». La po-sición que nosotros defendemos aquí, sin embargo,es que, en último análisis ambos, el positivismo  y elutopismo, representan aberraciones de la empresasociológica y que una revitalización de la disciplinatendrá que dar lugar a una forma de pensamientoconsciente y completo por medio de un rechazo deambas corrientes. Una vez más debe subrayarse queesto implica vocación y método, es decir, que no

    solamente implica la comprensión de la estructuracognoscitiva de esta disciplina concreta, sino tambiénuna comprensión de lo que significa ser sociólogo.Existe una vocación de pensar y vivir de modo ex-haustivo las tensiones entre el «ser» y el «deberser», entre la comprensión y la esperanza, entre elanálisis científico y la acción. Tanto el positivismocomo el utopismo ofrecen atajos, cómodas salidas alas tensiones, ya sean bajo la forma del «científicopuro», que niega los dilemas normativos o bajo ladel profeta que dice poseer las soluciones finales adichos dilemas escondidas en la manga. No es difícilde ver que ambos atajos proporcionan alivio psi-cológico y este hecho explica probablemente en

    gran medida el de que sigan siendo atractivos.

    Es también muy posible que esta misma oscilaciónentre el positivismo y el utopismo sea un factorexplicativo de la extendida resistencia del público atomarse en serio la Sociología. El público desconfía

    de los «científicos puros», cuyas recomendacionesson «meramente técnicas» y evitan ipso facto lasdificultades morales que suscitan tantos problemassociales. Pero este público también ha aprendido adesconfiar de los sociólogos que llevan la hopalandade los profetas (los mismos sociólogos, por supues-to, que sostienen ser algo más que «meros técni-cos»): con demasiada frecuencia las profecías hanresultado ser falsas o, cuando menos, han demostra-do servir a los intereses de los profetas. Una com-prensión adecuada de lo que la Sociología puede yno puede hacer conducirá a que se preste mayor

    cuidado a la hora de asesorar al público y a distintasinstituciones. Además, llevará a evitar con sumocuidado el dogmatismo de todo tipo. Es muy posibleque esta modestia permita volver a ganar parte delrespeto del público, al tiempo que reduzca la incer-tidumbre entre los propios sociólogos acerca de lavalidez de su quehacer.

    El mundo de hoy es muy diferente de lo que era entiempos de Weber. El proceso de «racionalización»que Weber consideró (correctamente) como lafuerza más profunda de la modernidad, sigue avan-

    zando con ímpetu y hasta ha llegado a convertirse enun fenómeno verdaderamente mundial. Pero, comoWeber previo (aunque no vivió lo suficiente paraver), han aparecido ahora movimientos contrariospoderosos. En otras palabras, en muchas partes delmundo y, desde luego, en Europa occidental y enNorteamérica cabe observar hoy día una dialécticaentre modernización y antimodernización. Dicho entérminos weberianos, sigue habiendo un «de-sencanto» muy extendido, pero también se dan mo-vimientos poderosos de «reencanto», de carácterreligioso, cultural y político. Al propio tiempo se ha

    hecho mucho más amplio el abismo entre la vidaprivada y las megainstituciones de la esfera pública,por lo que paralelamente ha crecido el sentimientode la alienación entre diversos grupos de personas.

    La Sociología, al igual que las otras ciencias sociales,no puede evitar verse atrapada en estos procesos;encontramos sociólogos en los dos campos de lalínea divisoria entre la modernización y la antimo-dernización. No es preciso decir que los «científicospuros» han sido siempre modernizadores de todocorazón. El positivismo, dentro del espíritu de la

    Ilustración incluye siempre una actitud moderniza-dora. Resulta muy notable, sin embargo, que seanprecisamente las personas con una actitud positivista

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    frente a la Sociología, las que sean más vulnerables ala conversión a una u otra fe de carácter antimoder-nizador: como quiera que su concepción de la cien-cia no constituye ayuda alguna para distinguir entrelos diferentes credos redentores, sus facultadescríticas suelen hundirse repentina y totalmente

    cuando sus problemas existenciales alcanzan ciertogrado de intensidad. Otros sociólogos se han aliadodesde el principio con diversos intentos de «re-encantar» el mundo típicamente de acuerdo conunos u otros movimientos «contraculturales». Enestos casos, su reputación como sociólogos coincidepor entero con el destino de tales movimientos. […] 

    La Sociología es, ante todo, una visión del mundohumano. Así pues, el meollo imprescindible de estasconsideraciones habrá de ser una clarificación cuida-dosa de qué suponga con exactitud esta visión. Por

    tanto, el paso siguiente debe ser tal clarificación delacto de interpretación sociológica, aquel acto queWeber llamó Verstehen  y con el cual se salvará o sehundirá la totalidad de la empresa sociológica.

    2 EL ACTO DE LA INTERPRETACIÓN

    Todos los seres humanos tienen significado y tratande vivir en un mundo de significados. En principio,todo significado humano es accesible a los demás. Es

    más, este carácter de accesibilidad recíproca es unapremisa decisiva para la creencia de que existe algo alo que llamamos humanidad compartida. Pero, porsupuesto, algunos significados son más accesiblesque otros. Siguiendo las distinciones establecidas porAlfred Schutz, cabe diferenciar dos amplias clases designificados. Existen los significados dentro del pro-pio mundo vital de la persona, aquellos que se en-cuentran real o potencialmente «al alcance» o «amano» y que se dan por supuestos habitualmente enla actitud natural del vivir cotidiano. Y luego existenlos significados fuera del propio mundo vital de lapersona, significados de otras sociedades o de secto-res menos conocidos de la propia sociedad, así co-mo los significados del pasado; estos últimos sonsignificados no accesibles de inmediato en la actitudnatural, que no están «al alcance» o «a mano», sino alos que debe accederse mediante procesos específi-cos de iniciación, ya sea sumergiéndose uno mismoen un contexto social diferente o (especialmente enel caso de los significados del pasado) por medio dedisciplinas intelectuales específicas. Asimismo, debenhacerse otras distinciones: en todos los casos ante-

    dichos existe una diferencia entre la interpretaciónordinaria de significados en la vida cotidiana y lasinterpretaciones específicas de las ciencias sociales.

    Además, es necesario distinguir entre la interpreta-ción de significados de personas con quienes uno seencuentra en interacción inmediata real o potencial(aquellos a quienes Schutz llama «consocios»), lossignificados de personas con quienes no tiene lugartal interacción (llamados «contemporáneos» o, en el

    caso del pasado, «predecesores») y, por último lossignificados que están incorporados en estructurasanónimas (como el significado de una institución concuyos representantes humanos es posible que no seentre jamás en relación).

    Hasta el lector menos familiarizado con los arcanosdel corpus schutziano podrá ver de inmediato quetodo esto puede llegar a complicarse con gran rapi-dez. En lugar de desentrañar las dificultades vamos aaplicarlas a un ejemplo concreto. Es decir, vamos aver cómo se produce la interpretación en las situa-

    ciones sociales concretas en la realidad. Como gus-tan de decir los fenomenólogos: vamos a construirun mundo o, en este caso, cuando menos, un mini-mundo.

    Soy una joven, licenciada en Sociología en una uni-versidad pública del Medio Oeste que no es de éli-tes. Estoy asistiendo a un congreso de sociólogos enun gran hotel de la Costa Oeste. En este mismomomento, en un descanso entre sesiones, estoyconversando con otra joven, una licenciada de unauniversidad de élite en California. Hemos estado

    hablando (¿cómo no?) acerca del mercado de trabajoy mi interlocutora me ha proporcionado alguna in-formación interesante y que podría ser útil acerca denuevos puestos de trabajo en la parte del país enque ella habita. La conversación ha sido amistosa,animada y, tanto en la forma como en el contenido,muy familiar para mí; es decir, aunque acabo de co-nocer a esta persona, he mantenido antes este tipode conversaciones con frecuencia y, aunque parte dela información que se me ha facilitado me resultenueva e interesante, no es nada sorprendente. Enese momento, y sin aviso previo, se introduce un

    elemento intensa y hasta alarmantemente nuevo, unagran sorpresa que cambia bruscamente la placidezdel intercambio. Mi interlocutora mira su reloj, sedisculpa y dice que tiene que marcharse. Balbuceoalgo a modo de aceptación resignada. Ya ha co-menzado a alejarse cuando se vuelve, me echa unamirada escrutadora y dice: «No la conozco en abso-luto y quizá no debiera decirlo, pero algunos de misamigos de Los Ángeles están celebrando una orgíaen el piso 14. Estoy segura de que se alegrarían siviniera Vd. Creo que no estorbaría una mujer más.¿Por qué no viene Vd. conmigo? Algunos de loshombres están verdaderamente bien.»

    Detengamos esta imagen por un momento. ¿Qué

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    está sucediendo exactamente? Dejemos aparte queel asunto me resulte chocante o excitante, que mesienta tentada de aceptar la invitación o de retirarmea toda velocidad de la relación. Esto no me ha suce-dido nunca antes y, con independencia de mis senti-mientos y de lo que yo pueda hacer eventualmente

    en la situación, lo que está pasando ahora mismo esclaro y simple: Me encuentro ante una comunicaciónque precisa interpretación. Tan pronto me recuperodel aumento repentino de adrenalina una serie deposibles interpretaciones diferentes se amontona enmi cabeza: «Es un chiste.» O: «Esto no es una invita-ción a una orgía realmente, sino un intento de se-ducción lesbiana.» O, incluso: «Quizá no he entendi-do bien.» De darles crédito, cada una de estas inter-pretaciones volvería a rescatar la situación de lanovedad intranquilizante hacia las aguas seguras de lofamiliar: algunas personas tienen un curioso sentidodel humor; ya he tenido experiencias con otras les-bianas que se me han insinuado antes; algunos deestos californianos hablan de un modo algo raro. Noobstante, prosigamos suponiendo que rechazo lasinterpretaciones susodichas: nada indica que la mujeresté bromeando; las lesbianas que tratan de seducirno mencionan hombres que están bien; californianao no, habla un inglés americano normal y yo no ten-go defectos auditivos. En consecuencia, llego a laconclusión de que la comunicación dice lo que pare-ce decir: se me está invitando a una orgía, sin duda

    alguna. Esta conclusión me enfrenta de modo muyconcreto con un mundo social que es nuevo para mí.No obstante, eventualmente responderé a estemundo en el orden de posteriores acciones y tam-bién me enfrento con un desafío intelectual. Me veoobligada, por así decirlo, a ampliar mi mapa cognitivopara incorporar este nuevo dato de la realidad so-cial.

    Decir que debo ampliar mi mapa cognitivo es unaforma de decir que tengo que encontrar una formade interpretar el nuevo territorio que acabo de des-

    cubrir. En otras palabras, la interpretación es tam-bién una forma de incorporación: avanzo en la com-prensión de lo nuevo relacionándolo con lo viejo enmi propia experiencia. Al menos por lo que sucedeen este caso, no tengo que empezar partiendo de lanada. Aunque nunca se me había hecho tal comuni-cación con anterioridad, encaja con cosas que co-nozco o creo conocer, acerca de las formas de vidaen California, por ejemplo (he leído el Serial, deCyra McFaden e incluso he visto la película). Si pue-do hacerlo de forma que resulte verosímil, trataréde incorporar la nueva información bajo una rúbrica

    cognitiva que ya tengo «a mano»: «¡así que los cali-fornianos realmente se comportan de este modo!»En este caso, aunque la situación concreta sea nueva

    para mí, mi aparato cognitivo contiene ya las cate-gorías por las cuales se puede incorporar la situaciónen mi visión del mundo social. También cabría decir,pues, que la situación es nueva, pero tampoco es tannueva (para hacer más claro este aspecto, imagíneseuna invitación diferente: «Algunos amigos míos de

    Los Ángeles están celebrando un sacrificio ritual enel piso 14. Todavía no tenemos la víctima. ¿Le im-portaría a Vd. serlo?» Pero incluso aunque ahorapueda ajustar la información nueva a categorías yadisponibles para mí, tengo que reconstruir mínima-mente dichas categorías para hacer que encaje loque acaba de ocurrir: la frase «¡realmente se com-portan de este modo!», ya supone tal reconstruc-ción. A medida que sigo hablando con mi interlocu-tora es probable que la reconstrucción vaya hacién-dose más sólida y más elaborada.

    En este ejemplo es importante hacer hincapié en queno he entablado esta conversación en el curso de unproyecto de investigación sociológica; es más, misreacciones hasta ahora han sido completamenteanálogas a las de cualquier persona ordinaria que nodisfrute de una bendita formación sociológica. Enconsecuencia, el esfuerzo intelectual por compren-der lo que se me está diciendo no avanza de modosistemático, paso a paso. Antes bien, parece sucederde modo espontáneo, con trozos enteros de infor-mación que quedan absorbidos rápidamente y «tra-bajados» dentro de mi sistema cognitivo. Esta activi-dad permanente de interpretación tiene lugar dentrode mi propia mente, mientras que se produce laconversación exterior. Esto es, mi interpretacióntiene lugar en una conversación interior, que es unacompañamiento sotto voce fundamental al inter-cambio verbal. Pero ha llegado el momento de haceravanzar algo más nuestra historia. Tras habérsemehecho la invitación y una vez que he llegado a la con-clusión de que, en efecto, quiere decir lo que quieredecir (una conclusión a la que yo llego en una frac-ción del tiempo necesario para poner sobre el papel

    su proceso lógico), no respondo a la misma de in-mediato, afirmativa ni negativamente. Se ha desper- tado mi interés. Y (aunque, en parte, sea con el finde ganar algo de tiempo) comienzo a hacer pregun-tas: ¿Quiénes son esos amigos de Los Ángeles? ¿Or-ganizan orgías con frecuencia? ¿Suele participar miinterlocutora en ellas? ¿Qué sucede exactamente enesas situaciones?, etc.

    Por supuesto, en este momento estoy haciendomucho más que interpretar el significado de unaúnica comunicación por parte de otra persona. Hecomenzado una investigación que ha de permitirmeinterpretar un segmento mayor, quizá mucho mayor,del mundo social. Esto tampoco tiene por qué ser

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    una investigación sociológica propiamente hablando;las preguntas que hago ahora son las que haría cual-quier persona cuyo interés se hubiera despertado.Estas preguntas, en consecuencia, no tienen por quésurgir de la lógica de una investigación sistemática yse plantean una tras otra sin mucha reflexión previa

    y sin un orden preconcebido. Pero si mi in-terlocutora está dispuesta a contestarlas, natural-mente me permitirán iniciar una interpretación mu-cho más amplia del fenómeno. No obstante, si deseoque éste sea el resultado, se da un presupuesto sim-ple, pero extraordinariamente importante: tengoque escuchar. 

    Dicho en términos muy simples, no es difícil deter-minar de qué se trata aquí: debo estar atenta a loque la otra persona diga. No puedo distraerme ytengo que mantenerme acorde con sus comunica-

    ciones. No debo interrumpirla. Y, además, no debointerrumpirla con juicios u opiniones de mi cosecha,no solamente porque ello puede enfadarla o ponerlaen guardia, sino porque distraerá mi atención de loque me está comunicando. Esto es, debo tratar dedominar mis impulsos hacia la distracción o los afec-tos emocionales (positivos o negativos). Todo estofunciona en el sentido de fomentar una voluntad detener un espíritu abierto, al menos por el momento:a fin de entender su visión de mundo debo hacer aun lado la mía, al menos mientras dure esta conver-sación exploratoria.

    Supongamos que este esfuerzo en pro de una com-prensión más amplia se ha visto coronado por eléxito. Mi interlocutora ha retrasado su partida hacialas delicias del piso 14 al menos lo suficiente paracontestar a mis preguntas. Lo que ha sucedido hastahora es que, al menos, he obtenido un conocimientode primera mano acerca de la gente que organizaorgías durante los congresos académicos. Aunquesea de modo limitado, esta información ha modifica-do mi mapa cognitivo en cuanto a este rasgo concre-to e, incluso, si se quiere, mi mapa cognitivo de las

    costumbres sexuales de la sociedad americana. Elmero hecho de que se haya despertado mi interés(obsérvese que se trata de posibilidad que puededarse aunque no vaya acompañada de ningún desper-tar de la libido) supongo que este conocimientonuevo es de importancia para mí. Expresándolo entérminos schutzianos más precisos, lo que he hechoen este acto de interpretación es ajustar mi propiaestructura de pertinencia a la de esta otra persona ya la del grupo con la que ella está en contacto.

    Cuanto más larga sea esta conversación, más elabo-

    rado será el ajuste de las estructuras de pertinencia.Conseguiré conocer más acerca de su visión delmundo y de la de sus amigos, lo cual incluirá, sin

    duda, asuntos que no estén directamente relaciona-dos con la sexualidad. Es más, comenzaré a conse-guir una comprensión de una visión general delmundo, dentro de la cual tales prácticas sexualestienen sentido para estas personas. Esta visión gene-ral probablemente incluirá algún tipo de teoría de

    relaciones interpersonales, de la intimidad, quizátambién de la política y de la religión. A medida quesiga preguntando, mis preguntas serán el resultadode una correlación funcional entre lo que ya sé, loque estoy descubriendo ahora y lo que me gustaríadescubrir. Es muy probable que la reunión de esteconjunto de conocimientos me permita «situar» aesta mujer en concreto de modo más exacto dentrode un conjunto de categorías sociales; esto es, mepermitirá tipificarla. Así, por ejemplo, podré superarla clasificación de «californiana» (la cual, evidente-mente, es una tipificación imprecisa cuando se tratade personas que participan en orgías; ¡piénsese entodos los votantes de Reagan!) y en lugar de ellopodré iniciar el proceso de construir un tipo muchomás detallado de persona que participa en tales acti-vidades.

    Recuérdese, sin embargo, que mi construcción deeste tipo depende de lo que mi interlocutora me haestado contando. Dicho de otro modo: es ella mis- ma quien está dándome un bosquejo de su subcultu-ra sexual: aún no hemos ido al piso 14, todavía no,cuando menos, sino que seguimos abajo, en la cafe-tería. Así, dos hipótesis surgen de esta conversación.Una: el tipo de persona que ésta representa percibeesta subcultura de esta forma concreta. Dos: supercepción de la subcultura es válida. Si he de esco-ger entre las dos hipótesis, evidentemente, tendréque valerme de los medios que sean para llegar aalgún tipo de conclusión en cuanto al crédito quemerece mi informante. Según el tipo de elección quehaga, diré una de estas dos cosas (esto es, me diré ami misma): «Ahora entiendo cómo, e incluso porqué, esta persona percibe el mundo de este modo»;

    o bien, «Ésta es una percepción que debiera yo to-mar en serio» (no necesariamente en serio en elsentido de querer unirme a su subcultura, sino dereconocer que su relato de ella es válido). Aquí cabeutilizar dos términos de Jean Piaget: en el primercaso, he asimilado su punto de vista, esto es, lo heabsorbido en mi propio punto de vista que no ha va-riado mucho en consecuencia; en el segundo caso,he ajustado mi punto de vista al de mi interlocutora,cambiando así el primero substancialmente. En cual-quiera de los dos casos, veo el mundo de formadiferente ahora. Dicho de modo simple: no puedo

    interpretar el significado de otro sin cambiar, siguie- ra sea de modo mínimo, mi propio sistema de signi- ficado. 

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    Repitámoslo: hasta ahora, en este ejemplo, me heencontrado en esta situación como una persona quetiene interés en entender una porción poco habitualde una realidad social que se me acaba de descubrir,pero no qua sociólogo. Todo cuanto se ha dichoacerca de mis esfuerzos de interpretación podría

    haberse dicho si yo fuera, digamos, un comprador deunos grandes almacenes del Medio Oeste, o un amade casa o (al menos estos días) una monja. Perovariemos ligeramente el ejemplo: me encuentro enesta misma conversación qua socióloga, esto es, misesfuerzos se dirigen ahora en pro de una interpreta-ción específicamente sociológica. Decir que participoen la conversación qua socióloga puede significar unade dos cosas: podemos imaginarnos que he estadomerodeando por la cafetería precisamente pensandoen este objeto de investigación: estoy escribiendo mitesis doctoral sobre las costumbres sexuales de lossociólogos; en este caso es muy probable que ten-gamos que imaginarnos que la invitación antedicha ala orgía no sea en modo alguno un acontecimientofortuito, sino que he sido yo quien la ha buscado yhasta provocado en el curso de mi investigación. Obien podemos dejar la situación como la hemos des-crito más arriba, pero podemos imaginar simplemen-te que en el curso de la conversación se ha desper-tado mi interés como socióloga, al menos interna-mente, si no verbalmente. Ahora me defino a mímisma como una socióloga ocupada en hacer inves-

    tigación sobre una situación que presenta un interésinusitado. ¿Qué cambios se dan como consecuenciade esta transformación de un participante ordinarioen un investigador sociológico?

    Como socióloga estoy obligada a seguir escuchandoe interpretando; pero tanto la escucha como la in-terpretación toman ahora un carácter peculiar. Lasanalogías con la escucha y la interpretación ordina-rias son grandes; esencialmente se trata de los mis-mos procedimientos ya descritos y que seguiránteniendo lugar. Pero las diferencias son importantes

    y cabe exponerlas. Para comenzar, ahora establezcouna distancia mayor frente a la situación en mi pro-pia mente. De modo deliberado me salgo de la si-tuación, adopto la función de una extraña (inclusoaunque la interlocutora no se dé cuenta de mi dis-tanciamiento). Por esta razón, el distanciamiento meda de inmediato una sensación mayor de dominar loque está sucediendo. Sigue siendo fundamental quemantenga un espíritu abierto al escuchar, pero estaapertura de espíritu ad hoc (o  pro tem) es más sis-temática y disciplinada que la del escuchante normal.Y, por supuesto, si ya he hecho investigación so-

    ciológica con anterioridad, habré adquirido el hábitode escuchar de una forma que estará «a mano» paramí tan pronto como defina esta situación concreta

    como una oportunidad de investigación. Asimismo,habré adquirido el hábito de separar mis preocu-paciones existenciales de la situación en la medida demis posibilidades (en este ejemplo, la rotunda des-aprobación moral, la intensa excitación libidinal o laesperanza casi religiosa de encontrarme al borde de

    una revelación o experiencia salvíficas) y consideraréla situación como una en la que es adecuado el dis-tanciamiento (en contra, por ejemplo, de una con-versación con mi novio, o con mi marido, cuando undistanciamiento comparable de las preocupacionesexistenciales no solamente sería inadecuado, sinoque constituiría una traición de una relación perso-nal).

    A medida que investigo la situación sociológicamen-te, también aparece la interacción descrita antes demi propia estructura de pertinencia con la de mi

    interlocutora y, es de esperar, con la estructura depertinencia de la subcultura sexual que está mani-festándose como resultado de sus comunicaciones.Pero mi propia estructura de pertinencia ahora nosolamente es más sistemática y explícita, sino que estambién una estructura de pertinencia de un tipodiferente. Ello se debe a que tal estructura no sola-mente se ha configurado mediante mis propias expe-riencias e interpretaciones anteriores, sino por todoel cuerpo de la teoría y el conocimiento sociológicosy este saber de la disciplina se encuentra constante-mente presente en mi propio proceso de interpre-tación. Las tipificaciones e hipótesis que acometoahora son, al mismo tiempo, más sistemáticas y dife-rentes de contenido. Por ejemplo, al tipificar a miinterlocutora y a su círculo de amigos puedo prestarespecial atención a su clase y, al hacerlo, introduzcoen mi interpretación un cuerpo entero de teoría ydatos de estratificación obtenido del trabajo deotros sociólogos. Así, sobre la base de los estudioshechos por uno u otro sociólogos, puedo elaborar lahipótesis de que esta pauta sexual es típica de losprotestantes evangélicos de clase media baja ascen-

    dente e hijos de padres divorciados; o bien ¡quédiablos!, puedo suponer que es típica de judíos declase media alta descendente que sufrieron de fiebredel heno siendo adolescentes. Dicho de otro modo:mientras interpreto la situación, en mi función desocióloga, sotto voce toda la disciplina (o, más bien,aquella parte que es teóricamente pertinente paraeste material de investigación) se encuentra pre-sente de modo invisible en mi mente, como si setratara de un interlocutor silencioso en esta situa-ción.

    Gracias a mi formación de socióloga puedo recurrirsin problemas a un amplio reservorio de conoci-mientos sin tener que hacerlo de modo explícito,

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    paso a paso. En otras palabras, tengo a mano todoeste cuerpo de conocimientos. Casi de manera au-tomática se me revelan internamente diferentesinterpretaciones posibles de esta situación concreta.La decisión acerca de cuál de ellas será la que apli-que realmente dependerá de que se «ajuste» a los

    datos de que se trate. Lo hago de modo espontáneoe implícito. Sin embargo, en el momento en que losdatos no se «ajusten» a uno de estos esquemas deinterpretación, me orientaré hacia una comparaciónexplícita y sistemática de las interpretaciones posi-bles. En este momento estoy haciendo prestidigita-ción con una serie de interpretaciones posibles, pordecirlo así. Si ninguna de éstas se «ajusta» suficien-temente, me veré obligada a construir una interpre-tación «nueva» o, cuando menos, muy modificada demi propia cosecha. Al hacerlo realizaré un esfuerzodeliberado por determinar o «refutar» lo que ya seconoce por relación con el nuevo conocimiento queestoy intentando adquirir. Se trata de un intentodeliberado de construcción. Más abajo volveremossobre este aspecto, al estudiar los problemas deconceptualización. Baste ahora con señalar que esteprocedimiento es una garantía contra el dogmatismo(en el sentido de que yo me apegue a mi punto devista anterior y trate de forzar los datos para que seajusten a él) y también contra la posibilidad de pasarpor alto ciertos datos que no se acomodan con faci-lidad en esquemas de interpretación previos.

    Asimismo, como socióloga, dispongo de una formadiferente de tratar con la posible validez de lo que laotra persona ha estado diciendo. Una vez tipificada yen el mismo acto, puedo emitir de inmediato lahipótesis de que otras personas de su tipo, proba-blemente, sostendrán los mismos puntos de vistaconcretos. Pero si deseo ver si puedo ajustar estospuntos de vista a mi propia percepción sociológicade las costumbres sexuales de los americanos, sola-mente me queda un camino: tengo que decidirme yseguir haciendo investigación en esta supuesta sub- 

    cultura. Esto no tiene por qué significar necesaria-mente que deba seguir a mi interlocutora al piso 14para ver si realmente está teniendo lugar una orgía ysi ésta es lo que aquella aseguraba. Menos aún signi-fica que, una vez llegada al piso 14, haya de participaren los actos sexuales. Por supuesto, puedo decidir,en beneficio de la ciencia, convertirme en una parti-cipante observadora; en este caso, será tanto másimportante que mantenga algún tipo de distancia-miento interno frente a la situación, por difícil quepueda parecer (está bastante claro que el orgasmo yla teoría de la estratificación no se conjugan con

    facilidad). O, si me lo permiten, puedo decidir seruna observadora que pone en práctica lo que la an-terior generación de católicos sostenía que había

    que hacer cuando los católicos se encontraban invo-lucrados en una observancia religiosa no católica ysin posibilidad de escapatoria: a la «no participacióndisimulada» (lo cual puede ser también difícil en unaorgía). Y, por supuesto, dispongo, asimismo, deotras posibilidades. Puedo entrevistar a otros infor-

    mantes probables. Puedo tratar de establecer con-tacto con la subcultura en otras condiciones quesean más propicias a la investigación. Si dispongo definanciación, puedo contratar a otras personas paraque hagan la investigación por mí. Pero, sea cual seala línea de investigación que prosiga por último, estáclaro que será necesario someter a un proceso decomprobación empírica (riguroso en principio) lavalidez o invalidez del informe de esta persona. Porlo demás, no me es posible extraer conclusión algu-na acerca de la validez simplemente sobre la base deque esta persona me merezca crédito y mucho me-nos sobre la base de convicciones teóricas a priorique yo sostenga. Todas mis hipótesis  — acerca delos protestantes de movilidad descendente, de losadolescentes judíos que padecen fiebre del heno,etcétera — , se someterán a este proceso de com-probación empírica. Y si mi investigación es honrada,debo admitir la posibilidad de que algunos de mishallazgos contradigan mis hipótesis.

    Lo que hemos descrito hasta aquí es la interpreta-ción (ya sea en la vida ordinaria o qua socióloga) delos significados que se presentan en la interaccióndirecta. Sin embargo, los significados también sepresentan por vías anónimas allí donde no se en-cuentran personas físicas. Por ejemplo, puedo en-contrarme sentado en casa y leyendo una historia enel periódico acerca de nuevas costumbres sexualesen California. Si yo deseo interpretar esta historia¿en qué medida es diferente este acto de interpreta-ción frente a la conversación cara a cara que se hadescrito más arriba? Se dan aquí muchas analogías,pero las diferencias son importantes. En el periódicose me presenta una idea del mundo de una forma

    muy organizada en comparación con la presentaciónmucho más flexible de la conversación. Después detodo, la mayoría de la gente no habla valiéndose depárrafos cuidadosamente ordenados. Esto suponetambién que este dato concreto de supuesta infor-mación se sitúa en un contexto más ancho -cuandomenos, en el contexto de lo que el director del pe-riódico considere que son noticias- y también en elcontexto posiblemente de una presentación másamplia que hace el periódico de la realidad social.Así, por ejemplo, puede tratarse de un periódicoconservador y esta historia concreta quizá sea parte

    de una imagen más general de la degeneración de lasociedad americana; o, por el contrario, puede serun periódico que vea con simpatía las revoluciones

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    culturales de la época, en cuyo caso la historia quizásea parte de una serie de informaciones sobre lasfronteras de la liberación.

    Asimismo, al leer el periódico, puedo «escuchar» asu punto de vista sobre el mundo, en el sentido de

    estar atento y abierto de espíritu. Pero no puedohacer preguntas. En consecuencia se hace más difícilla interrelación entre mi propio cuerpo de conoci-mientos y el que se me presenta ahora. Por utilizarla expresión de George Herbert Mead, no puedo«ponerme en el lugar del otro» con facilidad al tratarde penetrar en un mapa cognoscitivo que no me esfamiliar. En consecuencia, lo que el periódico mepresenta carece de la inmediatez de lo que William James llamaba el «acento de la realidad». Es muchomás fácil prescindir del periódico o dominarlo quehacerlo con una persona que se sienta al otro lado

    de la mesa. Si leo el periódico como sociólogo -lashistorias de los periódicos, pues, son parte de misdatos de trabajo- tengo una ligera ventaja: puedodistanciarme con más facilidad de la situación y con-frontar el conocimiento presentado por el periódicocon mi propio cuerpo de conocimiento. Dicho deotro modo, el periódico no puede «ganarme» contanta facilidad para este nuevo punto de vista comouna persona que se encuentra en relación inmediataconmigo. Pero si pretendo interpretar el periódicoen mi condición dé sociólogo, tengo que precavermemucho, precisamente a causa de la forma muy orga-nizada de presentación de la información. A diferen-cia de la conversación cara a cara, el periódico mepresenta su punto de vista en lo que podría llamarseuna forma protocientífica -esto es, la propia historiacontiene en sí misma una forma de interpretación-o, dicho con mayor precisión, la forma en que secuenta la historia contiene ya una interpretación(hasta cierto punto esto es también verdad en elcaso de historias narradas en una conversación, peromucho menos). En consecuencia, resulta ser de granimportancia para mí separar esta interpretación

    implícita, someterla a análisis crítico, en términos demi propia estructura de pertinencia sociológica. 

    Queda otro caso de interpretación que aquí sólopuede mencionarse brevemente: la interpretación deestructuras completamente anónimas, con indepen-dencia de cómo se transmitan sus significados. Éstees el problema de interpretar no los significados depersonas o de grupos de personas (incluso los quepueden constituir una subcultura específica), sino deconstelaciones intelectuales mayores. Ejemplos deéstos pueden ser «la familia americana» o «el Estadoamericano», o «la economía capitalista» o «el dere-cho islámico». Por supuesto, aunque cada una deestas abstracciones esté representada por seres

    humanos concretos, de las instituciones no cabenunca disponer de modo empírico. Esto no supone,sin embargo, que las instituciones sean entidadescarentes de significado. Por el contrario, toda insti-tución humana es, por así decirlo, una sedimentaciónde significados o, por variar la imagen, una cristaliza-

    ción de significados en formas objetivas. A medidaque los significados se objetivan, se institucionalizande esta manera, se convierten en puntos de referen-cia común para los actos significativos de incontablespersonas, incluso a través de las generaciones. Peroestos significados institucionalizados también puedeninterpretarse, «restaurarse» o «desvelarse» de susformas aparentemente inertes. No obstante, no noses posible proseguir aquí el análisis de la forma enque ello es factible.

    En su lugar podemos considerar ahora el otro tipo

    de significado que mencionamos más arriba, esto es,el significado que se encuentra completamente fueradel propio mundo vital. Por supuesto, en el ejemploque hemos descrito antes con cierto detalle la per-sona que interpreta se encuentra frente a una situa-ción social no familiar y sorprendente y la subculturaque asoma en dicha situación es una en la que ellano ha participado con anterioridad. En todo caso,tanto la subcultura como la situación no le erancompletamente desconocidas. Como hemos indica-do, la persona tenía realmente esquemas in-terpretativos preparados «a mano» para habérselascon una realidad social desconocida; ejemplo de ello,las tipificaciones preparadas (o, si se prefiere, losestereotipos) de la forma californiana de vida. Y,después de todo, la informante primera era unapersona con la que era posible mantener una con-versación, con la cual se compartían aspectos impor-tantes de la propia realidad social (como se pruebapor el anterior tema de conversación sobre el mer-cado de empleo profesional) y, por último (aunqueno en orden de importancia) con quien cabía con-versar en inglés ordinario. Si hubiéramos seguido

    una variación del ejemplo a la que aludimos másarriba -acerca de personas que participan en algúnsacrificio ritual homicida en un hotel estadounidenseen el que se celebra un congreso- no es precisodecir que el proceso de interpretación sería diferen-te y mucho más difícil. Pero, evidentemente, el me- jor ejemplo que cabe poner para ilustrar el tipo deinterpretación del que estamos hablando es el de unvisitante en una sociedad más menos extraña:

    Supongamos que soy un antropólogo que, por finpuede hacer trabajo de campo en uno de los escasosenclaves intactos de la jungla en el mundo (soy unantropólogo con suerte). Salvando barreras lingüísti-cas impresionantes, mis informantes indígenas me

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    explican uno de sus homicidios rituales (¿por quéno?), por ejemplo, el de arrojar doncellas al volcáncon el fin de aplacar al dios de la lluvia. Una vez más,si comparamos mis esfuerzos por entender estainsólita costumbre con las interpretaciones habitua-les en las situaciones ordinarias en mi sociedad de

    origen, se observan analogías y diferencias.En mi condición de adulto completamente socializa-do y partícipe de una interacción directa con otrosseres humanos, siempre tengo una posibilidad abier-ta (en este caso suponemos que no soy una doncellay en consecuencia no existe la posibilidad de queparticipe de un modo más pleno en los aconteci-mientos): la posibilidad de «hacerme nativo». Lo quesucede en este caso es que se da un proceso deresocialización al final del cual me convierto enmiembro del sistema de significados que empecé

    estudiando como un extraño. Esta resocialización esun riesgo permanente que corren todos los antro-pólogos. Por supuesto, algunos de ellos, puedenbuscar este resultado en lugar de evitarlo. Sea comofuere el antropólogo que «se hace nativo» tieneahora una «actitud natural» nueva en lo que origina-riamente era una situación extraña. En este caso, losproblemas de interpretación ya no son diferentes delos que se trataron antes dentro de la propia socie-dad. El intérprete comparte una estructura de perti-nencia y un cuerpo de conocimientos que, en loesencial, son los mismos que los de las personascuyos actos trata de interpretar: «¿Quiénes son esaschicas?» «Van al volcán.» «¡Ah! Sí, claro, ya es laépoca del año. ¿Cuántas hay?»

    No obstante, el caso más interesante es del an-tropólogo (o el de cualquier extraño, por lo demás)que no se «hace nativo» por entero. Supongamosque es este mi caso. Sigo siendo el mismo que eraantes de llegar a la jungla (o tal, cosa creo) y trato deinterpretar los significados «nativos». Cualquier ex-traño, incluso un turista accidental, se verá obligadoa hacer este mismo esfuerzo, pero, por el hecho de

    ser un antropólogo, mis intentos son más sistemáti-cos y conscientes. Aquí, por supuesto, es aplicablemutatis mutandis todo cuanto se dijo antes acercade la interpretación sociológica frente a la ordinaria:existe un cuerpo de teoría y datos antropológicos,una estructura de pertinencia antropológica, etc. Noes necesario decir que el proceso de escuchar esahora más difícil: apenas entiendo la lengua, se meescapa toda clase de claves importantes en las afir-maciones y las acciones de las personas, hay zonasamplias que me llenan de perplejidad y supongamos,por último, que la idea de observar cómo caen esaspersonas en el volcán me altera ligeramente, deforma que me es difícil mantener la actitud necesaria

    de distanciamiento tranquilo, de no «interrumpir»con mis propias reacciones emocionales y juiciosmorales. Para utilizar el término antropológico co-rriente, estoy a punto de sufrir un choque culturalagudo. Sin embargo, es importante señalar que dichochoque cultural tiene algunos efectos marginales

    beneficiosos. Me obliga a prestar la máxima atencióna todo cuanto está produciéndose precisamenteporque esta tan chocantemente insólito. A la inver-sa, mucho de lo que sucede en mi sociedad escapa ami atención porque se procede en una estructuraque me es familiar. Es posible que la confianza susci-te el desprecio; desde luego, y ello es de la mayorimportancia para el científico social que trata deinterpretar, la confianza suscita falta de atención. Elpropio carácter extraño de la situación es, al mismotiempo, una dificultad y un valor, hablando en térmi-nos cognitivos.

    Si pretendo salir airoso de esta situación en mi con-dición de antropólogo -lo cual significa que no puedoseguir siendo un extraño que no comprende nada nitampoco puedo «hacerme nativo»- tengo que con-vertirme en una «persona plural» (hasta cierto pun-to, esto le sucede a todo el mundo, especialmenteen nuestras sociedades pluralistas contemporáneas,si bien aquí se da un salto cualitativo de importan-cia). Es decir, me encuentro dentro y fuera de lasituación y mi actividad como intérprete científico-social garantiza que mantenga este equilibrio inesta-ble. La formación del antropólogo investigador decampo le capacita para aplicar este truco curiosomediante una serie de técnicas; por ejemplo, lapráctica de tomar notas de campo continuamente,además de su utilidad instrumental evidente, es unritual para mantener la condición de conoce-dor/extraño. Aquí no podemos ocuparnos con ma-yor detalle de este procedimiento. El aspecto quepretendemos justificar, sin embargo, es que el soció-logo, incluso cuando se encuentra en su propia so-ciedad se parece al antropólogo en esta doble con-

    dición, a pesar del hecho evidente de que la posiciónde extraño es más difícil de mantener «en casa» queen la jungla. Cabe decir que el sociólogo tiene queconstruir artificialmente la condición de extraño(que le viene dada de modo automático al antropó-logo) si pretende evitar los peligros de falta de aten-ción provocada por la confianza con el entorno.Dicho de otro modo, el antropólogo tiene el pro-blema de «hacerse nativo», el sociólogo tiene queluchar por «hacerse extraño». Dicho de otro modonuevamente, cualquier acto de interpretación so-ciológica introduce una distancia artificial o extrañe-

    za entre el intérprete y el interpretado.Por supuesto, cada vez es más frecuente que no

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    sean solamente los antropólogos quienes estudianlas culturas exóticas; también los sociólogos partici-pan en estos estudios. A este respecto han disminui-do las diferencias metodológicas entre las dos disci-plinas. Pero todavía queda un aspecto por conside-rar en lo relativo a la tarea de interpretar una socie-

    dad muy extraña. Son pensables dos metas cogniti-vas distintas. La una: es posible que sólo quiera  pre- sentar esta sociedad, por así decirlo, para exhibirlaen un museo etnográfico. La otra, estoy interesadoen comparar esta sociedad con la mía propia y conotras sociedades con la finalidad de comprobar algu-nas hipótesis o teorías generales. Dentro de la disci-plina de la antropología hace tiempo que vienenproduciéndose debates en cuanto a la validez res-pectiva de estos dos enfoques. Por lo contrario,dentro de la Sociología no se ha dado mucho debatesobre este asunto. Por su propia naturaleza, la So-ciología es comparativa y generalizadora y esta metacognoscitiva será la que dicte el tipo de preguntaspara las que se ha de buscar respuesta. La vasta obrade Max Weber en la sociología intercultural de lareligión es un primer ejemplo de este impulso com-parativo y generalizado aunque, desde luego, no seael único.

    Por supuesto, también es diferente la interpretaciónde las sociedades  pretéritas, por ejemplo, la inter-pretación de las costumbres sexuales o de las prácti-cas religiosas en la antigua Roma. En esta tarea sedan muchas analogías con los problemas que planteala interpretación de una sociedad muy extraña en laactualidad, las barreras lingüísticas, la falta de infor-mación y las dificultades concomitantes a la hora decomprender las estructuras de pertinencia en fun-cionamiento. Pero también hay diferencias: las fuen-tes son mucho más limitadas, en primer lugar. En lasociedad de la jungla, mencionada más arriba, inclusoaunque sea analfabeta, cada miembro viviente de lasociedad es un «texto» abierto a la interpretación;en el caso de la antigua Roma, el intérprete se limita

    a una cantidad más o menos fija de fuentes escritas,a las que se añaden los restos arqueológicos. (Porsupuesto, a este respecto, se da el caso más afortu-nado del intérprete de una sociedad en la que seestán haciendo muchos descubrimientos arqueológi-cos.) Al igual que sucedía con la historia del periódi-co -aunque en un sentido mucho más radical- elintérprete no puede hacer pregunta alguna. No que-dan supervivientes de es; sociedad que puedan con-testarle. Esto supone, además que los significadosque hay que interpretar están «congelados» y nuncavolverán a cambiar. Por el contrario, incluso en una

    sociedad «primitiva» de la jungla, los significadoscambian continuamente, están en una especie deflujo, al menos mientras haya seres humanos vivos

    que orienten su comportamiento según estos signifi-cados. Asimismo cabe decir que esta condición«congelada» del pasado confiere a éste su carácterimponente: ya no quedan romanos y lo que éstoshicieron y pensaron se encuentra fijo en un cuadroeterno que nunca volverá a cambiar. La antigua Ro-

    ma, a diferencia de cualquier otra sociedad viva esuna realidad «de una vez por todas».

    Al igual que en el caso de la antropología, el intér-prete del pasado, especialmente el historiador, pue-de tener dos metas cognitivas: interpretar la socie-dad pretérita como un fin en sí misma; o interpretar-la con el fin de explicar ciertos rasgos de la sociedadpresente o de otras distintas de la interpretada.Éstas son las metas de la «etnografía», contrarias a lacomparación y a la generalización. Es más, ya desdelos tiempos de Edward Gibbon, si no antes, uno de

    los motivos más importantes que atraían a los estu-diosos a la historia de la antigua Roma han sido laesperanza de que ésta proporcionase «lecciones»para el presente. Y al igual que en la Antropología,los historiadores han discutido acerca de este tipode interés, puesto que algunos lo comparten y otrospiensan que cada constelación histórica es única ydebe ser estudiada por sí misma, sin propósitos pe-dagógicos. Con independencia de lo que los histo-riadores decidan hacer, el sociólogo se sentirá siem-pre inclinado a extraer lecciones del pasado; porsupuesto, no lecciones morales o filosóficas, sinolecciones en el sentido de encontrar en el pasadopruebas que apoyen tal o cual hipótesis generaliza-dora acerca del modo de funcionamiento de las so-ciedades. Como de costumbre, Max Weber es elprimer ejemplo de esta utilización sociológica delpasado.

    Puede que resulte útil resumir ahora el contenido deeste capítulo: en todos los casos examinados, inclusoen el de una conversación ordinaria en la vida coti-diana, lo que se da es una interpretación de los signi-ficados de los otros por medio de una interacción e

    interpenetración complejas de estructuras de perti-nencia, de sistemas de significado y de cuerpos deconocimiento. Lo que yo, como intérprete, encuen-tro interesante se destaca frente a los intereses delos demás. Lo que yo pienso y creo conocer tieneque luchar, por así decirlo contra las intenciones ydefiniciones de la realidad de los demás. Si yo no soyun observador ordinario, sino un sociólogo, el pro-ceso de interpretación es diferente en cuanto quesoy, o debiera de ser, mucho más consciente de ladinámica de esta interacción y, en consecuencia,debiera dominarla más. Igualmente, en mi condiciónde sociólogo, estoy sometido a normas implícitas yexplícitas que regulan el procedimiento, las «reglas

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    del juego» de la disciplina de la Sociología. Por últi-mo, introduciré en la situación estructuras de perti-nencia científicas específicas, así como cuerpos deconocimiento de la misma naturaleza que son dife-rentes de los de las personas ordinarias.

    Lo que debemos hacer ahora es aclarar más elcarácter de esta forma de interpretación específica-mente sociológica (o, en general, científico-social).Dicho en otros términos, tenemos que aclarar máslas «reglas del juego» de la Sociología. Ello puedehacerse de modo adecuado concentrándonos en unaserie de cuestiones metodológicas esenciales.

    La conceptualización

     

    En la ciencia no hay «hechos desnudos»; solamentehay hechos dentro de un marco conceptual específi-co. Es importante ver, no obstante, que esto mismo

    puede decirse de la vida normal. Tampoco en éstaexisten «hechos desnudos» sino hechos incorpora-dos en estructuras de congruencia y significado. Esdecir, la vida normal también se organiza en las men-tes de todos quienes participan en ella y esta organi-zación se da por medio de un marco conceptual, porsimple o ilógico que pueda ser y por poco que loperciban los participantes. Así, para volver a unejemplo anterior, la persona (la persona normal,claro está, no el científico social observante) queexclama: «¡Esto es una orgía!» puede decirlo trashaber observado «hechos» de un tipo empírico in-

    dudable, por ejemplo, tras haber observado a diezpersonas completamente desnudas realizando actossexuales manifiestos sobre la alfombra de la habita-ción del hotel. Pero este «hecho» tampoco es unhecho «desnudo» (sin que intentemos hacer juegosde palabras). Únicamente se convierte en un hechoobservado porque el observador está atento a él:después de todo, nuestra pedagoga provinciana, algoinocente, bien pudiera no prestar atención a la gentesobre la alfombra y clavar la mirada, con apasionadaintensidad, en los productos artísticos colgados de

    las paredes (podemos imaginar que sea una conoce-dora del arte de hotel). O bien puede precipitarseciegamente en el cuarto de baño para inspeccionarlas cañerías porque, por las razones intelectuales quesean está muy interesada en las últimas novedadesen este campo de la tecnología moderna. En otraspalabras, su interés en los «hechos» sexuales en lasituación es el resultado de lo que los psicólogosgustan de llamar «percepción selectiva»; esto es,percibe estos hechos concretos porque está intere-sada en ello frente a otros hechos que, al menos porel momento, no le llaman la atención. Este interés

    presupone la existencia de un contexto conceptualmediante el cual se ordene la continua masa de da-tos que se presenta a los sentidos. Y, por supuesto,

    la calificación aparentemente espontánea de estoshechos concretos percibidos como «una orgía» es laaplicación directa de un concepto a lo que se estápercibiendo. Este concepto presupone un sistemamás amplio de conceptos pertinentes para esta re-gión de la actividad sexual. De forma que, para cam-

    biar el ejemplo, si, al entrar en la habitación delhotel, nuestra observadora hubiera encontrado so-lamente a dos personas desnudas, un hombre y unamujer, tumbados en la cama en vez de en el suelo ydedicados a una actividad sexual, cualquier quehubiera sido el nombre escogido para esa escena,difícilmente habría sido el de «orgía». En este caso, ydentro del mismo contexto conceptual general de laactividad sexual, parece que otro concepto hubierasido más aplicable.

    Pero estos no son conceptos en el sentido estricta-

    mente científico ya que no están nítidamente defini-dos, no están clarificadas sus interrelaciones y suvalidez empírica no se ha determinado rigurosamen-te mediante la confrontación con las pruebas, todasellas características de los conceptos dentro de unmarco científico de referencia. Los cuasi-conceptosde la vida normal tienen un objetivo eminentementepragmático: proporcionar un «plano para la vida».Estos mismos cuasi-conceptos aplicados pragmáti-camente a la vida cotidiana son los que Alfred Schutzllamaba tipificaciones y, como demostró su-ficientemente, la vida social normal sería imposiblesin ellos: la gente no sabría «a qué atenerse».

    Ahora bien, el sociólogo no puede limitarse a acep-tar las tipificaciones como le llegan, pero si ha dedarse por enterado de su existencia. Si falta estereconocimiento es posible que no se produzca unainterpretación de lo que esté ocurriendo en reali-dad, para volver a nuestro ejemplo: al exclamar «¡Es-to es una orgía!» la observadora está aplicando unconcepto que, cuando menos, implica una rupturacolectiva de costumbres sexuales convencionales.Pero si pretende mantener su conceptualización a

    medida que avanza en su investigación, es esencialque se entere de lo que los actores en esta escenapretenden con su actividad. En otras palabras, losactores pueden estar diciéndose a sí mismos dealgún modo (aunque no necesariamente utilizando lamisma palabra) «¡Estamos haciendo una orgía!» Si noes esto lo que están diciéndose a sí mismos, es du-doso que la socióloga pueda designar la escena co-mo «una orgía». Podemos verlo con la mayor facili-dad si imaginamos estructuras significativas diferen-tes en esta situación: supongamos que, tras poste-riores investigaciones, resulta que la habitación delhotel está ocupada por un potentado árabe y susnueve concubinas y que están durmiendo la siesta,

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    como tienen por costumbre. O supongamos que nose está realizando actividad sexual alguna, sino queun grupo amateur de teatro está haciendo un ensayode una pieza en la que se parodian las películas por-nográficas actuales. O bien que la primera percep-ción fue un completo error y que esta gente lleva

    leotardos de color carne y está practicando pararealizar una danza moderna sumamente decorosa.

    Lo que se deduce de esta consideración es algo sen-cillo, pero de gran importancia metodológica: losconceptos sociológicos no pueden ser modelos depensamiento impuestos desde fuera (como estáninclinados a pensar los positivistas de todas las va-riedades), sino que deben relacionarse más bien conlas tipificaciones que ya están en funcionamiento enla situación en estudio. Todas las situaciones huma-nas tienen un significado o, si se prefiere, están ilu-

    minadas por un significado que procede de su inter-ior. El propósito de la interpretación sociológica es«exponer» estos significados con mayor claridad yrelacionarlos (de modo causal o de otra forma) conotros significados y sistemas de significados. Utili-zando terminología schutziana, los conceptos so-ciológicos son construcciones de segundo orden(por supuesto, las construcciones de primer ordenson las tipificaciones que el sociólogo encuentra yaen la propia situación). O, utilizando terminologíaweberiana, los conceptos sociológicos deben sercongruentes con los significados, esto es, debentener una relación inteligible con las intencionessignificativas de los actores en la situación.

    En su teoría de los tipos ideales, Weber elaboró congran detalle esta concepción de la naturaleza de losconceptos científico-sociales. Todos los conceptosen la Sociología son «tipos ideales». Su construcciónimplica una traducción peculiar de las tipificacionesordinarias en el contexto científico de referencia. Enconsecuencia, no son «reales» -es decir, no se en-cuentran «en la realidad exterior»-, sino que sonconstrucciones «artificiales» con objetivos cognitivos

    concretos. Tómense como ejemplo dos de las crea-ciones conceptuales de Weber: la burocracia y elascetismo mundano. Los dos son tipos ideales encuanto que fueron construidos cuidadosamente porWeber con fines de interpretación, ninguno de losdos se encuentra o se encontraba «en la realidadexterior» en el modo definido por Weber. No obs-tante, hay una diferencia entre ambos. Hay muchaspersonas en la sociedad actual que pueden decirse así mismos y decir a los demás sin problema alguno:«Soy un burócrata». En cambio, ningún empresariopuritano se dijo jamás a sí mismo. «Soy un ascetamundano.» En consecuencia, el segundo conceptoestá más alejado que el primero de las tipificaciones

    del mundo «real». Y, sin embargo, los dos son «con-gruentes con los significados». Un burócrata puedereconocerse sin problemas en la construcción quede la burocracia hace Weber. Y un empresario puri-tano que hubiera sido transportado por la máquinadel tiempo desde la Nueva Inglaterra colonial al es-

    tudio de Weber en Heidelberg, se quedaría perplejoante la expresión «ascetismo mundano», pero tam-poco tendría gran dificultad en reconocer su propiomundo moral en el bosquejo que hacía Weber de él.La diferencia entre los dos conceptos y en su res-pectiva distancia de las tipificaciones de la vida ordi-naria se debe a una diferencia en la finalidad cogniti-va de Weber en los dos casos. En su análisis de laburocracia, Weber se ocupaba de un fenómeno es-pecífico al mundo contemporáneo; pero el conceptode ascetismo interno se construyó con el fin dehacer comparaciones y generalizaciones de los sis-temas morales desde la antigua India hasta la Améri-ca del siglo XX por lo que, en consecuencia, eranecesario construir un concepto más «distanciado».

    De aquí se sigue también que todos los conceptossociológicos tienen una cualidad ad hoc. Se acuñanpara una finalidad cognitiva concreta y no tienen porqué utilizarse para otros fines. Asimismo, las pruebasempíricas de la «realidad exterior» pueden obligar aabandonarlos o a modificarlos. Esto es, si los sereshumanos a los que se aplica un concepto no pueden«reconocerse en él» -en el caso de personas vivas,mediante protestas verbales que trasmiten sus pro-pias definiciones de las situaciones; en el caso depersonas del pasado por medio de lo que cabe lla-mar «textos de protesta»- entonces el sociólogo severá obligado a acuñar conceptos nuevos, que seránmás apropiados para la situación en cuestión.

    Lo que se ha hecho con todo esto ha sido transferirlos significados de la vida normal en un mundo dife- rente de significados, concretamente el de los cientí-ficos sociales. Esta transferencia constituye el meollode la interpretación sociológica. Al propio tiempo

    supone una explicación incipiente de la situación deque se trate: el intérprete sociólogo entiende ahoraalgo, pero lo entiende de una forma nueva, que noera posible antes de que se produjera la transferen-cia.

    l resultado de la conceptualización 

    Desde sus comienzos, la Sociología ha estado fasci-nada por el ideal positivista. Éste busca establecerleyes universales, al modo de las ciencias naturales,caracterizado por un sistema de relaciones conecta-das casualmente dentro del cual se puedan entenderlos fenómenos específicos. Si estas leyes son empíri-camente válidas, entonces se pueden deducir de ellas

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    los fenómenos concretos y cabe hacer prediccionesen cuanto a su curso posterior.

    La descripción anterior de la conceptualizaciónmuestra la debilidad de este ideal. Los fenómenossociales serán distorsionados de modo inevitable si

    se ignoran sus significados inherentes. Pero estehallazgo tiene otras implicaciones: se supone que lasleyes tienen validez universal; los sistemas humanosde significados, no.

    Tomemos, por ejemplo, el intento de un sociólogode interpretar acciones políticas emprendidas por ungrupo concreto en una situación concreta. Supon-gamos que esta interpretación trata de seguir unasupuesta ley, según la cual las personas votan con elfin de elevar al máximo sus intereses. Por supuesto,esto no es enteramente falso. Pero lo que la genteconsidera sus intereses depende de sus sistemas designificados y estos no se pueden deducir de la leyantedicha. Por ejemplo, un observador puede llegara la conclusión de que el candidato X en una elec-ción concreta representa claramente los interesesde la mayoría de los electores, en virtud, digamos,de la política económica que propone. Pero resultaque a los electores no les preocupan fundamental-mente los asuntos económicos. Antes bien, su in-terés se centra en la etnia y una gran cantidad entreellos ha decidido que su interés principal es quesalgan elegidos candidatos que pertenezcan a su

    grupo étnico, cosa que no le sucede al candidato X.En otras palabras los intereses en juego en la situa-ción no son los que juzga el observador. El observa-dor puede creer que la definición de la situaciónhecha por esas personas es irracional e, incluso,moralmente reprobable, pero esta creencia no seráde ayuda alguna al interpretar la situación (y tampo-co, sin que ello sea baladí, a la hora de predecir elresultado de la elección).

    La conceptualización, como aquí se entiende, puedeser de ayuda en el establecimiento de una conexión

    causal («el candidato X perdió la elección porque noes italiano»), pero solamente si se toman en consi-deración los significados que ya funcionaban en lasituación. Desde luego, lo mismo sucede con la pre-dicción.

    El ideal funcionalista es algo diferente del positivis-mo. Éste busca descubrir las funciones con indepen-dencia de las intenciones de los actores en las situa-ciones sociales (las «funciones latentes», de RobertMerton; desde luego, para descubrir las «funcionesmanifiestas» no se requieren grandes exploracionessociológicas, al menos no en la sociedad de unomismo). Para volver a otro ejemplo anterior, la fun-ción subyacente en el rito de sacrificio del volcán no

    es asegurar la lluvia, sino, más bien, servir a los in-tereses económicos del sacerdocio, por ejemplo,debido a que las ceremonias requieren unos atavíoscostosos que la casta sacerdotal produce en régimende monopolio y alquila para cada ocasión.

    Este tipo de explicación tampoco puede rechazarsesin más. Pero será necesario hacer una distinción(fundamentada en los datos empíricos, por supues-to). Una posibilidad dice que los sacerdotes soncompletamente conocedores de estas ramificacioneseconómicas y que ésta es la razón por la cual ellos osus predecesores inventaron el ritual al principio. Eneste caso, el interés económico no es una «funciónlatente» en absoluto -al menos para los sacerdotes,por descontado-, sino el significado manifiesto de loque están haciendo. La otra posibilidad (tampoco taninfrecuente) supone que los sacerdotes, al igual que

    el pueblo en general y (¿quién sabe?), al igual que lasdoncellas a punto de ser sacrificadas, creen since-ramente que el único propósito del ritual es conven-cer al dios de la lluvia para que haga caer ésta. Estoes, los propios sacerdotes (al igual que mucha otragente sincera) no son sabedores de sus intereseseconómicos, no definen tales intereses como moti-vos propios o de otras personas y se irritarían mu-cho si se les imputaran tales motivos. En este caso,el sociólogo puede utilizar la expresión «funciónlatente»; o bien, utilizando una terminología webe-riana, puede decir que los beneficios económicosson «consecuencias no queridas» de estas acciones.Ambos usos son aceptables en tanto esté claro quese trata de una explicación en la mente del observa-dor científico únicamente y que no se imputa enmodo algunos a la realidad social «exterior». Elloserá aun más claro si, en la tradición de Émile Dur-kheim y del funcionalismo anglo-americano, se expli-ca la «función latente» del ritual en virtud del man-tenimiento de la solidaridad colectiva (una explica-ción en la cual resultan ser adjetivos todos los datosconcretos del ritual). En todos los casos de explica-

    ción en virtud de la «latencia», los actores, por su-puesto, no se reconocerán a sí mismos en la explica-ción, lo cual es admisible en la medida en que no seles impute tal autorreconocimiento en virtud dealgún factor empíricamente inalcanzable. (No pode-mos proseguir aquí el análisis de la cuestión de sipueden existir «motivos inconscientes» en el sentidopsicoanalítico.)

    Los datos

     

    En Sociología, los datos han de adecuarse siempre alcontexto del significado. Más exactamente, las cons-

    trucciones secundarias del observador científicodeben conectarse de modo permanente con lasconstrucciones primarias de la vida normal. En con-

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    secuencia, la refutación de las hipótesis de los soció-logos también han de adecuarse siempre al contextodel significado.

    Volvamos al ejemplo de la campaña electoral: Yo (elsociólogo que analiza la campaña) estoy interesado

    en las posibilidades del candidato X. A fin de explo-rar la aplicación de las hipótesis que puedo manejaren este asunto, tengo que tratar de entender lossignificados en este distrito en concreto. Así, heaventurado la hipótesis de que el candidato X ganaráporque representa los intereses económicos delextremo Norte. Pero luego he investigado y descu-bierto que la mayoría de los electores del extremoNorte no define sus intereses políticos en términoseconómicos en absoluto. Mi hipótesis queda refuta-da precisamente porque no he tomado en conside-ración los significados que funcionaban en la situa-

    ción. Modifico, pues, la hipótesis y paso a afirmar:«Aunque el candidato X representa los intereseseconómicos del extremo Norte mejor que cualquie-ra de sus dos contrincantes, perderá la elecciónporque es irlandés.» No es preciso recordar queesto sigue siendo una hipótesis y no la formulaciónde una verdad apodíctica y que la predicción puederesultar falsa el día de la votación (así, bien pudierasuceder que, según van entrando en las cabinas, unagran cantidad de estos italianos recuerde de repentesus intereses económicos y decida suspender duran-te breves minutos sus entusiasmos y odios étnicos).Esto es, toda hipótesis científico-social es una afir-mación de probabilidades. (Por lo demás, mi hipóte-sis seguirá siendo una probabilidad incluso despuésdel día de la votación ya que ahora sé definitivamen-te que el candidato X perdió la elección, pero no por qué perdió.)

    La interpretación sociológica no es una empresafilosófica; está siempre sometida a comprobaciónmediante los datos empíricos. Las proposicionessociológicas no son nunca axiomas, sino hipótesisempíricamente refutables. En esto son análogas a las

    proposiciones en todas las ciencias. Pero la prueba yla refutación en la Sociología no son lo mismo queen las ciencias naturales, precisamente porque siem-pre intervienen los significados.

    También se plantea el problema de la forma en quese recopilan los datos, esto es, en la jerga de la So-ciología americana, la cuestión de los métodos (alcontrario de la cuestión del método, en el sentidode un enfoque intelectual general). Durante bastantetiempo, esta cuestión se ha planteado en términosde métodos cualitativos frente a los cuantitativos. Es

    lamentable que la concepción de la interpretaciónsociológica propugnada en este estudio se haya en-tendido con frecuencia como antagonista de los

    métodos cuantitativos. Se trata de un equívoco. Na- da en absoluto en esta afirmación debe entenderse

    como una preferencia por los métodos cualitativossobre los cuantitativos en la investigación empírica.Los métodos cuantitativos son claramente correctosen la medida en que se utilizan para clarificar los

    significados que funcionan en la situación que seestudia. La elección entre los dos tipos de métodosdebiera basarse -al menos en teoría- exclusivamenteen sus posibilidades respectivas de conseguir losdatos que se buscan. (Asimismo, sabemos que en unmundo que no funciona solamente en teoría tambiéncuentan las consideraciones sobre recursos y com-petencias de que se dispone; pero estas no son con-sideraciones de principio metodológico.) Así, porejemplo, puede tomarse la decisión de que, a fin deprofundizar en las mentes de los electores del ex-tremo Norte, puede ser necesaria una encuesta muyelaborada, dotada del cuestionario más rigurosamen-te pensado y comprobado previamente, que se apli-cará a una muestra estratificada de la población conderecho a voto y la aplicación de las técnicas estadís-ticas más complicadas a los datos que se recopilen(incluso el uso de la tecnología «dura» (hardware)más reciente de computador). Por otro lado, puededecirse que dos o tres investigadores plenamentecapacitados que merodeen por los bares, almacenese iglesias del Extremo Norte pueden ser suficientespara obtener la información deseada. La decisión

    dependerá de consideraciones cognitivas y prácticassobre las cuales no cabe hacer generalizaciones. Loque nos interesa señalar aquí es que tanto la opcióncuantitativa como la cualitativa pueden ajustarse porentero a las «reglas del juego» en el acopio de datos.

    La objetividad

     

    Algunos críticos de convicción positivista han enten-dido la interpretación hasta aquí expuesta como algoque supone «subjetivismo puro», «intuición», «em-patía», esto es, un intento de adquirir conocimientosin fiscalización y sin correcciones. Es posible que ya

    se haya dicho bastante para mostrar que este puntode vista es un error y que la interpretación no es un juego de adivinanzas en el que todo vale. Por su-puesto, el problema es el de la objetividad de la in-terpretación sociológica y la necesidad de elaboraraún más el carácter de dicha objetividad y no sola-mente contra los críticos positivistas, que quierenaplicar criterios de objetividad extraídos de las cien-cias naturales, sino también contra críticos de laconvicción contraria que niegan que en la interpre-tación de la realidad social quepa objetividad alguna.

    La situación social, la constitución psicológica y laspeculiaridades cognitivas del intérprete se mezclanen el acto de la interpretación y todas ellas la afec-

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    tan. Así, por ejemplo, en el momento de interpretarlos actos orgiásticos en el hotel he de tomar encuenta ciertos hechos: que yo soy una procedentedel Medio Oeste, de una familia protestante de clasemedia en movilidad ascendente, que soy una mujercercana a los treinta años que acabo de salir de una

    penosa relación amorosa que me ha hecho descon-fiar de los universitarios, que trato de evitar losmétodos estadísticos porque no sé sumar y quetengo un deseo ardiente de refutar la hipótesisSchulze-Merriwether sobre desviación sexual (Schul-ze es una antigua compañera mía de habitación y yoodio su atrevimiento). Sería completamente estúpi-do afirmar que el sociólogo concienzudo puedesiempre dominar todos estos factores y que la obje-tividad supone que los factores de este tipo se haneliminado asépticamente de la empresa interpretati-va. Sin embargo, éste no es el problema.

    Antes bien, lo importante es que el sociólogo puedadominar todos estos factores, en principio desdeluego y, hasta cierto punto, también de hecho, si-guiendo las reglas previamente descritas de la es-tructura de pertinencia y de las pruebas científicas.La estructura científica de pertinencia significa, antetodo, que puedo decirme a mí misma: «Ahora estoyhaciendo sociología» y no estoy expresando ipsofacto mi moralidad pequeñoburguesa o mi resenti-miento en contra del homo academicus o mi deseode demostrar que Schulze está equivocada. Pero enella interviene algo más que un piadoso deseo de serobjetivo si puedo. La estructura científica de perti-nencia trae consigo un cuerpo de conocimientoempírico que se ha de tomar en consideración entoda interpretación específica. La misma estructurade pertinencia proporciona el contexto para losconceptos generados por el intérprete. Estos con-ceptos deben tener una utilidad explicativa que per-mita poner en relación los nuevos fenómenos, pen-dientes de interpretación con fenómenos compara-bles, interpretados con anterioridad por otros so-

    ciólogos. Esta relación no surge arbitrariamente dela subjetividad del intérprete, sino que descansa so-bre un cuerpo de teoría y de datos a disposicióngeneral y, además, ha de establecerse en relaciónpermanente con los nuevos datos empíricos. Losdatos empíricos, tanto los míos como los de losdemás, siempre «tienen algo que decir» aunque«hablen» dentro del esquema conceptual que yo (ylos otros) hemos construido. La objetividad, portanto, no supone que el sociólogo informe sobre«hechos desnudos» que se encuentran en la «reali-dad exterior» en y para sí mismos. Antes bien, la

    objetividad supone que el esquema conceptual delsociólogo se encuentra en relación dialéctica con losdatos empíricos.

    Podemos volver a citar el caso clásico de Max We-ber al hablar del «ascetismo mundano». Diversoscríticos han tratado de aclarar los «intereses» socia-les, psicológicos y extracientíficos de Weber en lacuestión de la relación entre la moralidad religiosa ylos orígenes del capitalismo moderno. No obstante,

    el concepto y el amplio conjunto de hipótesis que hagenerado han seguido siendo empleados por científi-cos sociales e historiadores que no comparten nin-guna de las preocupaciones extra-científicas de We-ber. Y la cuestión de si la famosa «tesis de la éticaprotestante» es o no objetivamente válida como unainterpretación de ciertas facetas de la historia mo-derna, no se puede decidir por mucho que se buceeen la biografía o en la psique de Weber.

    Dicho de otro modo, la objetividad científica es unaestructura de pertinencia a la que puede cambiarse

    conscientemente una persona. Quienes niegan laposibilidad de este cambio tienen que negar tambiénla posibilidad  general de cambios a la pertinenciadentro de la conciencia, pero esta negación estaríaen flagrante contradicción con la experiencia ordina-ria, así como con la realidad científicamente com-probada. Así pues, nosotros sabemos que estoscambios se producen continuamente, incluso en lavida normal. Una vez más, la sexualidad puede ser-virnos como ejemplo: me encuentro hablando sobreun asunto de interés político común con una perso-na del sexo opuesto. A medida que avanza la con-versación me doy cuenta de que existe una atracciónfísica fuerte, posiblemente recíproca. A partir deeste momento varía radicalmente la estructura depertinencia de la conversación y lo que empezó co-mo un intento de planificar una campaña, por ejem-plo, se convierte en una estrategia de seducción. O,a la inversa, me encuentro en mitad de una relaciónmuy erótica cuando la otra persona emite una opi-nión política que encuentro sumamente discutible.Como quiera que soy una persona muy engagéepolíticamente encuentro imposible proseguir mi

    interés erótico a la vista de un desacuerdo políticorepentinamente revelado. Comienzo a discutir depolítica y, al hacerlo nada tiene de extraño quepierda la sensación de atracción física (al menos, demomento). En otras palabras, la sexualidad propor-ciona en la vida normal una estructura de pertinen-cia en la que puedo entrar y salir c