bamberger, bernard - la biblia un enfoque judio moderno
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. BAMBERGER
Bibli oteca del hombre contemporáneo
BIBLIOTECA DEL HOMBRE CONTEMPORAKEO
1 — C. G. Jung : Conflictos del alma infantil
2 — K. Horney: La personalidad neurótica de nuestro tiempo
3 — "W. ílollitscher: Introducción al psicoanálisis
4 — F. Künkel y R. K. Dicker-son: La formación del carácter
5 — J . Rumney y J. Maier: Sociología. Lu ciencia de la sociedad
6 —• A. Adler: Guiando al niño 7 — E. Kromm: El miedo, a la
libertad 8—-A. N. Whitehead: Los fines
de la educación 9 — C. G. Jung : Psicología y
educación 0 — E. Fromra: El arte de aviar 1 — V. Klein: El carácter feme
nino A. Freud: Introducción al psicoanálisis para educadores B. MaHnowski: Estudios de psicología primitiva
14 — B. Russell: Análisis del espíritu
1 5 — G. Highet: El arte de enseñar
16 — L . Klages: Los fundamentos de la caracterología E. Jones y otros: Sociedad, cultura y psicoanálisis de hoy M. Klein y otros: Psicología infantil y psicoanálisis de hoy
19 — F. Alexander, A. A. Brill y otros: Neurosis, sexualidad y psicoanálisis de hoy
2 0 — F . Dunbar y otros; Medicina psicosomática y psicoanálisis de hoy
2 1 — P . Schilder y otros: ¿Psiquiatría y psicoanálisis de hoy
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39-4 0 -
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- "W. M^Dougall: Introducción a la psicología
- G. Palmade: La caracterología
- M. Reuchlin: Historia de la psicología
- G. Viaud: La inteligencia - D . Lagache: El psicoanálisis j M. Mégret: La guerra psi
cológica - H. Baruk: Las terapéuticas
psiquiátricas - P . Chauchard: La medicina psicosomática
- P. Piehot; Los tests men-
- J. Maisonneuve: Psicología social
- J , C. Filloux: Psicología de los animales
-G. Palmade: La psicotéc-nica
- R. Binois: La psicología aplicada
- J. Chazal: La infancia delincuente
- M. Abeloos: El crecimiento - P . Chauchard: La química
del cerebro - J, Delay: La psicofisiología
humana - P. Chauchard: La muerte - P . H. Maucorps: Psicología
militar - P . Chauchard: Fisiología de
la conciencia - E. Baumgardt: Las sensa
ciones en el animal - F. Grégoire: El TTIÚS allá - P. Chauchard: El cerebro
humano - H. Piéron: La sensación - J. C. Filloux: El tono mental
-A. Bal : La atención y sus
-R . S. Woodworth, Ch. Spearman y otros: Psicologías dinámicas y factoriales
{Sigue en la pág. 119)
VOLUMEN
99
BERNARD J. BAMBERGER New York
LA B I B L I A Un enfoque judío moderno
EDITORIAL PAIDÓS BUENOS AIRES
Título del original inglés
T H E BIBLE: A MODERN JEWISH APPROACH
Publicado por
HlIXEL LlTTLE BOOKS
B ' N A I B ' R I T H H I L L E L FOUNDATIONS
WASHINGTON, D. C , 1960
Versión castellana de EUGENIA LUBLIN
Supervisión MARSHALL T. MEYER
Impreso en la Argentina — Printed in Argentina
Queda hecho el depósito que previene la ley N* 11.723
1* edición, 1963 2* edición, 1967
Corregida
©
Copyright de todas las ediciones en castellano by
EDITORIAL PAIDÓS S.A.I.C.F.
Cabildo 2454 Buenos Airea
Í N D I C E
I. EL INTERROGANTE 7
¿Tiene valor la Biblia para el hombre moderno?
I I . L A B I B L I A E N LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL 10
¿Qué es un clásico? La influencia bíblica sobre el lenguaje, la literatura y las artes. El libro del pueblo. Su influjo en la historia europea y norteamericana. La Biblia en la vida judía.
I I I . E L R E D E S C U B R I M I E N T O D E L M U N D O B Í B L I C O 19
Hallazgos arqueológicos en el Cercano Oriente. La originalidad de la Biblia es puesta en duda.
IV. D E S A F Í O A L O S TIRANOS 24
Despotismo en el antiguo Oriente. El Éxodo impone la autorización divina a la revuelta popular. Crítica social. Los pecados de la nación son denunciados. Ningún héroe es libre de culpa. El recuerdo de la esclavitud.
V. E L D E S C U B R I M I E N T O D E LA H U M A N I D A D . . 33
El intento de restringir la esclavitud. El Shabat como fuerza redentora. La protección al forastero. La unidad de la humanidad. Paz mundial. Valoración del individuo.
VI . E L DIOS D E L S I N A Í 4 1
Monoteísmo. Dios y su distinción de la naturaleza. Intentos de subestimar Jas conquistas religiosas de los maestros bíblicos.
V I L L A S D E F I C I E N C I A S 4 7
Dificultades intelectuales para el lector moderno de la Biblia. Dificultades morales. Cómo los sabios enfrentaron esas dificultades en el pasado.
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VIII. ¿QUÉ ES LA CRÍTICA DE LA BIBLIA? 55 Por qué era inevitable un nuevo enfoque. El ataque a las Escrituras. Los creyentes adoptan el método crítico. Conquistas y limitaciones de la crítica bíblica.
IX. DE QUÉ MODO AYUDA EL MÉTODO CRÍTICO . 63
El mosaico bíblico. Historia, leyenda y ficción. Desarrollo ético y religioso. Lectura selectiva de las Escrituras.
X. BREVE TABLA DE MATERIAS 70
El orden, nombres y contenido de los libros bíblicos. Tora, Profetas, Escritos.
XI. MODO DE VIDA 86 Conceptos bíblicos. Su expresión concreta. Los elementos aparentemente anticuados. La Biblia: requerimientos y tarea. El libro de este mundo. Motivos para la rectitud. Pecado. Necesidad tanto de la virtud social como de la personal. Dios, el hombre y la naturaleza. El problema del mal.
XII. ¿Es LA BIBLIA LA PALABRA DE DIOS? 101
Los profetas y su reivindicación de haber expresado la palabra de Dios. Los profetas, ni deshonestos ni psicópatas. Su racionalidad. Su genio. Revelación progresiva.
XIII. EL PUEBLO ELEGIDO 109 La elección de Israel, un dato histórico. Su significado para los maestros bíblicos.
XIV. SUGERENCIAS PARA LECTURAS ADICIONALES 113
BIBLIOGRAFÍA ESPECIAL EN CASTELLANO* 116
I
EL INTERROGANTE
¿Qué significado, qué valor encierra la Biblia para el hombre moderno, y en particular, para el judío moderno?
Tal pregunta carece de interés para quienes se hallen convencidos de antemano de que la Biblia es el producto de una revelación sobrenatural. Si Dios nos ha comunicado explícitamente Su voluntad y si la Biblia es el auténtico compendio de Sus mandamientos, resulta innecesario discutir su relevancia. Nuestra tarea se reduce a tratar de comprender y obedecer.
Quizás haya otro sector dogmático proclive a desechar nuestro interrogante: es el de quienes están convencidos por anticipado de que la Biblia es una colección de cuentos de viejas, indigna de que las personas cultas le dediquen una seria atención. La Biblia contiene páginas que son desmentidas por los hallazgos de la ciencia moderna aceptados de modo general.
Parece extraño que un siglo después de Dar-win este hecho signifique algo así como una sorpresa para muchos estudiantes. Pero aunque la Biblia se remonte al período pre-científico, ¿hemos de desecharla precipitadamente como si careciese de todo valor? La mentalidad científica exigiría, por lo contrario, un enfoque objetivo de este sólido documento histórico y un examen preciso y cuidadoso de él.
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Tal es el propósito de este ensayo. Aquí no daremos por sobreentendido que la Biblia es el compendio inescrutable de la revelación divina, ni que es "simplemente" esto o lo otro. Trataremos de juzgarla honesta e imparcial-mente y de descubrir qué hay en ella de interesante para nosotros.
En este ensayo la palabra Biblia y sus equivalentes designan a la Biblia hebrea, que tanto los judíos como cristianos aceptan como sagrada escritura. Es aquello que los cristianos denominan Antiguo Testamento, pues para éstos el término Biblia incluye también el Nuevo Testamento. Nuestra investigación no se extenderá hasta este último. No hemos de juzgar el valor del Nuevo Testamento ni explicaremos en este contexto por qué los judíos no lo han admitido entre sus sagradas escrituras. Sencillamente, no es el tema de discusión que encaramos aquí.
Nuestro estudio deberá conducirnos en última instancia a analizar un problema básico; la relación personal entre el lector moderno y la Biblia. Para las generaciones anteriores, y aun para muchos millones de contemporáneos nuestros, la Biblia no es tan sólo un libro entre muchos otros (este hecho requiere de por sí un minucioso estudio). Pero si no establecemos una hipótesis inicial basada en el origen y autoridad divinos de la Biblia, ¿conservará ésta una trascendencia especial, contemporánea y personal para nosotros? ¿O será a lo sumo una interesante colección de documentos antiguos?
Es el individuo quien debe decidir, en última instancia, por sí mismo. Este ensayo constituye
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un intento de plantear el problema con claridad, para disipar en alguna medida la confusión que, de otro modo, perturbaría al lector, para proporcionarle los elementos de información necesarios y para presentar algunas sugerencias que puedan ayudarle a llegar a sus propias conclusiones.
Pero antes de entrar al meollo del problema debemos dar un considerable rodeo. Otros asuntos ocuparán nuestra atención en primer término. Pues aun cuando la Biblia no tuviera ningún mensaje significativo a nuestra época, no carecería de importancia, pues todos coinciden en que la Biblia es un clásico.
II
LA BIBLIA EN LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL
Es una tentación definir a un clásico como el libro que sabemos que deberíamos leer, ¡pero que preferiríamos no leer! Un clásico nos exige, a menudo, un pequeño esfuerzo adicional al principio, pero nos brinda una satisfacción más plena y prolongada que la "lectura ligera". Con frecuencia, muchos cursos sobre las "Obras Maestras de la Literatura" son sorprendentemente agradables. Pero desde un punto de vista más formal, un clásico es una obra que ha sido incorporada al acervo cultural de un pueblo y ha ejercido una influencia continua.
Algunos libros son clásicos porque inauguraron en su época nuevas formas de pensamiento. La mayoría de los clásicos científicos pertenecen a esta categoría. En la actualidad a nadie se le ocurriría estudiar medicina por los escritos de Galeno o química por las monografías de Priestley. Aunque son libros clásicos, interesan por un motivo primordialmente histórico. Todo su contenido de valor permanente fue asimilado por los libros que los reemplazaron.
A veces un clásico cuyo asunto principal está pasado de moda, puede sobrevivir por su encanto literario. Pero la auténtica literatura tiene algo más que excelentes, cualidades retóricas. Las grandes obras, aunque hayan sido
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escritas hace mucho tiempo y en otros climas, extraños para nuestra experiencia y manera de pensar, tratan aspectos de la vida humana tan fundamentales y tan perennes que aún conservan el poder de emocionarnos. La atracción que ejerce Homero sobre el lector moderno no radica sólo en su poderoso estilo y en su noble cadencia. Pues si bien puede no interesarnos demasiado una primorosa armadura o los banquetes de bueyes asados, nos compadecemos del anciano Príamo cuando implora la entrega del cuerpo de su hijo, y nos estremecemos cuando la inteligencia de Odiseo compite desesperadamente con la obtusa fortaleza del Cíclope.
Sin duda, la Biblia no es un clásico sólo en el sentido histórico. Todo el que lea la historia de José (Génesis, capítulos 37, 39-45) comprenderá que la suya es una prosa narrativa de primera clase; tampoco es posible dejar de percibir el lírico poder del lamento de David por Saúl y Jonatán (Samuel II, capítulo 1). El mérito de estos dos fragmentos no reside únicamente en el vigor y concisión del lenguaje, sino en la intensidad del sentimiento humano que los impregna.
Hemos mencionado que los clásicos influyen de modo continuo sobre la cultura. La epopeya de Homero no sólo inspiró al teatro, la pintura y la escultura de la Grecia antigua, sino que afectó poderosamente la cultura latina, medieval y moderna. (Una reciente comedia musical reeditó el relato de Troya en un medio ambiente rural norteamericano.) Estas influencias, aunque vastas y profundas, son débiles cuando
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se las compara con el impacto de la Biblia sobre la civilización humana.
Este impacto deriva en parte de que la Biblia ha sido traducida virtualmente a todos los idiomas. Pocas veces reflexionamos sobre la importancia que tienen las traducciones para la difusión de la cultura, lo que quizás se explica por lo obvia que es esa importancia. La primera traducción con pretensiones y vastamente divulgada de la que tenemos noticia fue una versión griega de la Biblia (la Septuaginta) realizada por los judíos de Alejandría algunos siglos antes de la Era Cristiana. El proceso de traducción de la Biblia ha continuado desde entonces. En muchas lenguas, el primer monumento literario fue una versión bíblica, que fijó así una norma para el estilo de esa lengua. Esto es aplicable no sólo a los pueblos más atrasados. En general se admite que la versión de la Biblia realizada por Lutero constituyó el impulso fundamental para la creación del idioma alemán moderno. La versión del rey Jaime, en el año 1611, modificó profundamente la usanza y estilo del idioma inglés.
Expresiones idiomáticas hebreas, tales como the skin of muy teeth (la piel de mis dientes) (Job, 19.20) y a land flowing with milk and honey (tierra que fluye leche y miel) Ex. 3.8) han sido adoptadas por el idioma inglés. La influencia del estilo bíblico sobre los escritores de habla inglesa ha sido observado con frecuencia: Abraham Lincoln es un caso típico.
Los temas bíblicos han constituido una fuente inagotable de recursos para la creación artística. Sería agotador enumerar todos los ejem-
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píos; pero pensamos inmediatamente en el Paraíso Perdido de Milton y en la trilogía de José de Thomas Mann; en Athalie y Esther de Raci-ne y en la tierna obra de Marc Conolly, Las verdes praderas, en el Moisés de Miguel Ángel y en muchos de los mejores lienzos de Rem-brandt; en los oratorios de Haendel, en el Rey David de Honegger y en la Sinfonía de los Salmos de Stravinsky. La música litúrgica (que comprende algunas de las mejores obras maestras que se hayan compuesto), está inspirada en gran medida en textos de la Biblia hebrea. El Sanctus es Isaías 6.3; el Benedictus, el Salmo 118.26.
Mencionar todos los poemas, obras de teatro, novelas, óperas y otras creaciones importantes basadas en temas bíblicos, no bastaría para calcular la influencia que la Biblia ha ejercido sobre la literatura. El extinto doctor Solomon Goldman publicó más de seiscientas páginas de Ecos y Alusiones del libro del Génesis extraídos de obras de escritores europeos y norteamericanos. E incluso esta voluminosa colección no era más que una muestra del material disponible relativo a uno solo de los libros bíblicos.
Todo esto destaca el hecho de que no es posible comprender la cultura occidental sin tener algún conocimiento de la Biblia. Pero aún no hemos expuesto el punto principal. A fin de comprenderlo volvamos a Homero.
En pleno apogeo de la civilización clásica, Homero pertenecía al patrimonio de todo aquel que hablara griego. Los poemas homéricos eran una especie de sagrada escritura, la materia más importante de la educación elemental, el
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tema de canciones y representaciones populares, el factor desencadenante de toda conversación corriente. Pero con la desaparición de la civilización clásica la influencia homérica llegó a su fin. Su recuerdo persiste entre una minoría amante de la lectura, la élite culta y versada en literatura, pero no pasa de allí.
Sin embargo, si bien la Biblia fue siempre motivo de interés para los eruditos, se ha infiltrado constantemente en la vida de las masas. Aun el hombre iletrado de la Edad Media conocía los relatos de la Biblia por los sermones que oía en la iglesia y por su representación en piedra y en los vitrales de colores. Con la Reforma Protestante la Biblia se convirtió rápidamente en el libro del pueblo. Cuando la imprenta la hizo más accesible, se abrió camino hacia los hogares donde ningún otro libro era conocido. Era leída constantemente durante el culto familiar y por las personas que buscaban orientación y consuelo. Robert Burns describe una escena familiar en la vida de una pobre familia escocesa:
"El padre, cual sacerdote, lee en la sagrada hoja, Cómo Abraham fue amigo de Dios en lo alto; O Moisés proclamó eterna lucha Contra la ruda progenie de Amalee; O cómo el bardo real en gimiente postura Yacía bajo la ira vengadora del Cielo; O el patético lamento de Job y su gimiente llanto; O el salvaje fuego seráfico del arrebatado Isaías; U otros sagrados profetas que tañen la lira sagrada".
Quizás la ilustración más dramática sea la proporcionada por los negro spirituals. Escla-
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vos raptados de las selvas africanas y conducidos a la servidumbre en el Nuevo Mundo expresaron sus ansias de libertad cantando Go Down, Mose y proclamaron su fe con cantos sobre Daniel y Josué. La poesía negro-norteamericana contiene pocas referencias acerca del Congo, pero muchas sobre el Jordán.
La influencia de la Biblia en la vida, pensamiento y carácter de las personas ha sido profunda. Su efecto sobre la sociedad y su historia es más fácil de medir. Ya se ha mencionado la relación entre la Biblia y la Reforma Protestante. El carácter social y espiritual de la Europa del siglo xvi fue el más apropiado para estimular el interés por la Biblia. Pero también es evidente que la misma Biblia irradió una buena parte de la energía que dio origen a la Reforma. Los resultados de esta transformación no se limitaron a las áreas de la doctrina cristiana o la organización eclesiástica. En esa época se iniciaron muchos tipos de cambios sociales, políticos y culturales.
La lectura de la Biblia ejerció un efecto dinámico mucho después de la consolidación de la Reforma. Los desacuerdos sobre el significado de las Escrituras fueron una de las causas principales de la multiplicación de las sectas protestantes. Una de las consecuencias fue la repetida tendencia a destacar el elemento hebreo, lo cual conducía a veces a amenguar el énfasis de los conceptos y valores específicamente cristianos. Los peregrinos del Mayflower establecieron un Estado conscientemente inspirado en la teocracia del antiguo Israel. Los estudios de hebreo fueron cultivados en la pri-
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mitiva Nueva Inglaterra; los nombres del Antiguo Testamento eran de uso general; el Shabat puritano, una imitación de la costumbre judía, era observado de crepúsculo a crepúsculo. (Por supuesto, los puritanos santificaban' el domingo de este modo; pero posteriormente, los Baptistas del Séptimo Día y los Adventistas del Séptimo Día retornaron al Shabat histórico.)
Fue sin duda una feliz coincidencia que la Campana de la Libertad llevara la inscripción: "Y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores" (Levítico, 25.9). Pero no fue casual que los patriotas predicadores compararan durante la revolución norteamericana a Jorge III con el faraón y a George Washington con Moisés; que Benjamín Franklin propusiera que el Gran Sello de los Estados Unidos represente a Israel cruzando el Mar Rojo, y que los enemigos de la esclavitud citaran, constantemente textos de los Cinco Libros de Moisés.
Algunas sectas puritanas adoptaron tantas costumbres del Antiguo Testamento que fueron estigmatizadas como judías. Probablemente la acusación no fuera justificada. Pero en la Rusia del siglo xix se produjo un vasto movimiento judaizante. No fue consecuencia de la propaganda judía, pues ocurrió en las zonas del interior del Imperio de donde los judíos estaban excluidos. Según parece, la gente del pueblo acostumbraba leer la Biblia en voz alta durante las largas noches del invierno ruso, y esa lectura y discusión la indujeron a descartar el Nuevo Testamento a favor del Antiguo. La primera etapa de este proceso fue la adopción del sábado como Shabat; un grupo considerable
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llegó hasta la formal y completa adopción de la religión judía.
En nuestros días esta historia se repitió en la remota aldea italiana de San Nicandro. Un campesino denominado Donato Manduzio, lisiado por una herida de la Primera Guerra Mundial, comenzó a leer una Biblia que obtuvo de un misionero protestante. Se convenció de la veracidad del judaismo y ganó muchos adeptos entre los demás aldeanos. El grupo fue formalmente admitido en la comunidad judía en el año 1946, y al fallecer Manduzio emigró en masa a Israel.
Hemos descrito la influencia de las Escrituras en el mundo cristiano. En la vida judía sus efectos fueron menos detonantes, porque la influencia bíblica era permanente y no tenía límites. Durante dos mil años, la mayor parte de los varones judíos aprendieron a conocer la Biblia y algunos de sus comentarios más simples en la fuente original. El estudio del hebreo era menos común (si bien no desconocido) entre las mujeres, aunque disponían para su uso de traducciones y paráfrasis de la Biblia en el lenguaje cotidiano. Copiosas selecciones de los Salmos y otros libros bíblicos eran incluidas en sus oraciones diarias. El Shabat y la observancia de las festividades estaban profundamente vinculados con la enseñanza de las Escrituras. Todas las relaciones familiares, comerciales y de la vida comunitaria estaban reguladas por un sistema de leyes inspirado en los Cinco Libros de Moisés. La enseñanza y la investigación se basaban en el mismo texto fundamental. Los gramáticos, lexicógrafos y comentadores bus-
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carón, en España y Francia, una exacta comprensión del idioma de las Escrituras. Los legistas trataron de determinar las implicaciones y aplicaciones de los mandamientos bíblicos. Los filósofos y místicos elaboraron pruebas de que sus flamantes teorías ya habían sido sugeridas en las palabras de las Escrituras. Cuando Mahoma designó a los judíos "el Pueblo del Libro", cuando Heine se refirió a la Biblia como a la "Patria portátil", aludían más a la verdad que a la poesía.
¿Cuál es, entonces, el secreto de la vitalidad de la Biblia, tan estable a través de los siglos cambiantes? ¿Cómo ejerció tan dinámico poder sobre tantas épocas y pueblos? ¿Tiene todavía un mensaje importante para los nombres y mujeres del siglo XX?
Volvemos a postergar la respuesta mientras incorporamos una nueva magnitud a esta indagación.
III
EL REDESCUBRIMIENTO DEL MUNDO BÍBLICO
Entre las realizaciones más sobresalientes del intelecto humano debemos incluir la reconstrucción de la historia y cultura del antiguo Cercano Oriente. Por cierto que la grandeza de Egipto nunca fue olvidada: las Pirámides y otras estructuras descollantes fueron visible testimonio de su soberbia pericia en ingeniería, arquitectura y artes decorativas. Algunas muestras del poderío y de la civilización de Babilonia, Asiría y Fenicia fueron preservadas por los historiadores de la antigüedad, y todavía se recordaban las glorias de la antigua Persia. Pero el gran Imperio Hitita había sido totalmente borrado de la historia; unos ciento cincuenta años atrás, nuestras nociones sobre Egipto y Babilonia eran fragmentarias y en gran parte erróneas.
En la época actual se ha rescatado una parte considerable de la historia de los orígenes de la civilización. La arqueología ya no es una confusa cacería en busca de tesoros escondidos, sino una ciencia exacta y disciplinada, que ha descubierto toda clase de estructuras, desde fortalezas y palacios hasta obras industriales y chozas de campesinos. Investigadores expertos han identificado herramientas y utensilios, tejidos, piezas de alfarería, joyas, cosmé-
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ticos, objetos de arte y símbolos religiosos de pueblos olvidados. Formas de escritura obsoletas durante miles de años han sido descifradas por métodos análogos a los utilizados para "violar" un código secreto; y docenas de lenguas desde hace mucho tiempo muertas, han recuperado por lo menos una cuasi vida polvorienta.
Hay abundantes datos escritos. Inscripciones reales, códigos jurídicos, textos mitológicos y rituales, crónicas históricas, cartas personales y oficiales, documentos comerciales, amuletos mágicos, ejercicios escolares —escritos sobre arcilla, piedra y papiros—, todos ellos están ahora a disposición de los estudiosos. A partir de estas revelaciones, escritas o de otro tipo, hemos obtenido una imagen mucho más amplia e interesante de la historia antigua.
La investigación de las lenguas, literatura y cultura del antiguo Cercano Oriente, es una rama importante dentro del estudio de la humanidad, y es digna de atención por sus valores intrínsecos. Pero tiene especial interés para los estudiosos de la Biblia, pues los nuevos descubrimientos nos proporcionan datos abundantes sobre los vecinos del Israel antiguo y completan el cuadro de los antecedentes históricos de las Escrituras. Los datos arqueológicos han aclarado los problemas de la investigación bíblica y nos han ayudado a comprender muchos párrafos oscuros del texto sagrado.
Pero si bien los descubrimientos recientes han vertido mucha luz sobre la Biblia, algunos expertos han utilizado el nuevo material para
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ensombrecer en cierto modo las Escrituras. La arqueología ha probado aun con mayor certeza aquello que la Biblia misma revela con claridad: que las civilizaciones de los valles del Nilo y del Eufrates son mucho más antiguas que los escritos bíblicos o los acontecimientos que éstos registran. Leemos en el Génesis que Abraham nació en la ciudad de Ur. Esta ciudad, excavada hace algunas décadas, fue asiento de una cultura avanzada siglos antes de la probable época de Abraham. La historia de Egipto se remontaba a quizás dos mil años cuando Moisés organizó su revuelta. ¿No era plausible que los hebreos, que vivían en aquellos imperios antiguos y altamente civilizados, asimilaran sus ideas éticas y religiosas de su medio ambiente?
Tales teorías fueron planteadas hace mucho tiempo a partir de suposiciones, pero ha llegado el momento en que se las cree realmente demostrables. En este caso hay que tomar en cuenta dos factores: el entusiasmo natural ante tesoros reconquistados, y el inequívoco prejuicio antijudío de algunos estudiosos. Se anunció en varios medios que los israelitas eran poco menos que traficantes de religión y moral de segunda mano. ¡Los conceptos religiosos y éticos, los cuentos y leyendas, las disposiciones legales halladas en las Escrituras fueron copiados de Egipto y Babilonia!
El estudioso interesado en examinar por sí mismo estas teorías ya está en condiciones de hacerlo. Las epopeyas babilónicas, el Código de Hammurabi, el Himno al Dios del Sol de Akhenaton, y otras supuestas fuentes de inspiración de los cronistas hebreos, han sido reu-
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nidas en un grueso volumen, con traducciones al inglés preparadas por competentes orientalistas *. Todo aquel que tenga la resistencia necesaria para leer estas crónicas puede llegar a sus propias conclusiones. Hallará algunos pocos casos en que los autores bíblicos utilizaron indudablemente motivos literarios y aun frases de fuentes anteriores. Encontrará una cantidad de paralelos (no tantos como lo sugiere el índice del volumen), algunos de los cuales quizás no sean accidentales. Pero descubrirá también diferencias de perspectiva, contenido, espíritu y estilo tan profundas, que destacarán con mayor nitidez que nunca la originalidad de los cronistas bíblicos.
Los antiguos israelitas no estaban en modo alguno aislados de los otros pueblos y de sus culturas. Palestina, el puente entre Asia y África, ha estado sometida durante la mayor parte de su historia a una u otra de las grandes potencias.
Cuando los ejércitos no maniobraban en el territorio de Israel, las caravanas lo atravesaban. Las excavaciones arqueológicas en Palestina revelan una cultura material con predominio de influencias foráneas. La alfarería, el marfil labrado, los sellos, las decoraciones para el hogar, y otros utensilios sobrevivientes de los antiguos hebreos, son en general mediocres, y en el mejor de los casos, no son más que buenas copias de modelos egipcios o extranjeros. El templo de Salomón, como lo relata la misma
* Ancient Near Eastern Texts Relating to the Oíd Testament, editado por James B. Pritchard. Princeton University Press, 1950.
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Biblia, fue planeado y edificado por un arquitecto fenicio. Las fortificaciones de las ciudades israelitas no eran tan macizas ni estaban tan bien construidas como las murallas anteriores edificadas en los mismos sitios por los habitantes de Canaán.
Los antiguos israelitas no se distinguieron por sus aptitudes técnicas, comerciales, marítimas, militares o artísticas *. Pero los escritores que produjeron son únicos por su elevado nivel intelectual y su incomparable belleza de exposición.
Veamos algunas de las formas en que la Biblia se diferencia de otras literaturas del Oriente antiguo.
* No se debería hacer demasiado hincapié en estas afirmaciones. Los israelitas no fueron de ningún modo primitivos incompetentes. El túnel cortado a través de la roca sólida para traer agua desde el estanque de Siloam hasta Jerusalen (Crón. II, 32.20), por el cual aún fluye agua, es una prueba de que el rey Ezequías poseía hábiles ingenieros; y la fundición de cobre construida a orillas del Mar Rojo bajo la dirección del rey Salomón (excavada en 1938 y años sucesivos por el doctor Nelson Glueck) fue parte de un proyecto industrial ambiciosamente organizado. Con todo, las realizaciones materiales de Israel estaban muy por debajo de las de sus vecinos, mientras que las enseñanzas religiosas y éticas de la Biblia —tal como aparecerán en los capítulos siguientes— excedieron todo lo producido por esos grandes imperios.
IV
DESAFÍO A LOS TIRANOS
Los antiguos escritos orientales exhalan el hálito del despotismo. El rey es, por lo menos, el representante designado por Dios. El Código del rey Hammurabi está inscripto sobre los costados de una columna de piedra; la parte superior del capitel representa al monarca recibiendo las leyes de manos del dios sol. Los reyes asirios se representaban como los amados favoritos de Asur, la deidad nacional; era para obedecer a su mandato que se empeñaban en sus conquistas.
Esta tendencia alcanzó su expresión más plena en Egipto. Estaba sobreentendido que el faraón jamás cometía un error y que sus ejércitos eran invariablemente victoriosos (los monarcas asirios tampoco perdieron nunca una batalla). Sus proezas atléticas eran sobrehumanas y sus hazañas de fuerza y puntería están orgu-llosamente registradas en los monumentos. Pero hay algo más importante aún: el faraón es literalmente un dios encarnado. Aun en vida recibe honores divinos; después de la muerte se le identifica totalmente con Amón o alguna otra deidad cósmica.
Se ha dicho con frecuencia que el faraón Akhenaton (alrededor del 1380-1362 a. E. c.) era monoteísta. Reconocía sólo al disco solar (Aton) como divino y su himno a Aton es de un tono muy elevado y de una calidad moral iniguala-
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da en las fuentes egipcias. Pero sólo a la familia real le estaba permitido venerar directamente a Aton. Los demás sólo podían acercarse a la suprema divinidad venerando al faraón, su regente en la tierra.
El acontecimiento principal de la Biblia hebrea es el Éxodo, la revuelta de los esclavos hebreos contra el faraón, la deidad visible. Dios no ha de identificarse o aliarse con un dirigente terrenal, sino que se sitúa del lado de los oprimidos. Él es el Padre de los huérfanos y el Defensor de las viudas (Salmos, 68.6). Pero el Dios de Israel no hacer valer Su autoridad suprema: solamente contra los gobernantes extranjeros. Juzga asimismo a los reyes israelitas y éstos reciben Su apoyo y aprobación sólo mientras se ajusten a Su ley de justicia.
La ley mosaica prescribe que el rey deberá ser elegido por el pueblo de entre "sus hermanos". La sangre que corre por sus venas no es más azul que la de sus subditos. Debe estudiar con diligencia y obedecer fielmente la Tora, la Ley Revelada. No debe multiplicar sus esposas, ni comprar demasiados caballos, ni acrecentar en exceso sus tesoros, a fin de que la arrogancia no lo conduzca a descuidar la voluntad de Dios (Deuteronomio, 17). Uno de los cronistas bíblicos consideró la misma instauración de la monarquía como un acto de deslealtad a Dios, puesto que sólo Él había de ser el Rey de Israel (Samuel I, 8). Los profetas de Israel se permitían las críticas más libres y francas respecto de sus reyes.
Hagamos aquí una breve pausa. Existe un papiro egipcio conocido como Las Protestas del
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Labriego Elocuente. Se refiere a un pobre aldeano explotado por los funcionarios del gobierno que, a pesar de las amenazas y el vapuleo expone ante el mayordomo principal sus quejas por las injusticias sufridas. No sabe que el faraón está al corriente de lo sucedido y que ha ordenado al mayordomo principal que permita al labriego expresarse libremente. Al fin, el aldeano es vindicado y sus justos reclamos le son concedidos.
Este interesante documento es una prueba de que en el antiguo Egipto existía alguna consideración por los derechos humanos y que la crítica social no había sido suprimida totalmente. Pero no es posible pasar por alto la cautela con que dicha crítica fue expresada. Ésta toma la forma de una edificante ficción que no hace otra cosa que señalar los defectos de los funcionarios codiciosos y corrompidos. No se ataca el sistema en sí, ni se sugieren mejores o diferentes normas. Sobre todo, la autoridad suprema es cuidadosamente resguardada de toda culpa.
El faraón es divinamente sabio y absolutamente bondadoso.
En contraste con ello veamos algunas tajantes expresiones de un profeta judío, dirigidas al monarca reinante que construía a la sazón un lujoso palacio:
"¡Ay del que edifica su casa sin justicia, y sus salas sin equidad, sirviéndose de su prójimo de balde, y no dándole el salario de su trabajo!
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Que dice: edificaré para mí casa espaciosa, y salas airosas; y le abre ventanas y la cubre de cedro y la pinta de bermellón.
¿Reinarás, porque te rodeas de cedro? ¿No comió y bebió tu padre, e hizo juicio y justicia, y entonces le fue bien? Él juzgó la causa del afligido y del menesteroso, y entonces estuvo bien. ¿No es esto conocerme a mí?, dice Jehová.
Mas tus ojos y tu corazón no son sino para tu avaricia, y para derramar sangre inocente, y para opresión y para hacer agravio. Por lo tanto, así ha dicho Jehová de Joaquín, hijo de Josías, rey de Judá: No lo llorarán, diciendo: ¡Ay hermano mío!,
¡Ay, hermana!
Ni lo lamentarán diciendo: ¡Ay, señor! ¡Ay, su grandeza! En sepultura de asno será enterrado, arrastrándole y echándole fuera de Jerusalén".
(Jeremías, 22.13-19.)
Si no traición absoluta, esto era con toda seguridad lése majesté. Durante gran parte de su vida Jeremías estuvo en aprietos. En varias ocasiones se salvó a duras penas de ser ejecutado por su osadía. Y fue tan sólo uno de los muchos que atacaron valientemente los intereses creados.
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Joaquín, el destinatario del estallido anterior, era una criatura débil que gozaba de escaso apoyo popular y se mantenía en el trono gracias al respaldo de un amo extranjero. Pero en cierta oportunidad, David, el más apto y afortunado de todos los reyes israelitas, el favorito de sus soldados y el héroe de su pueblo, fue censurado cara a cara por el profeta Natán, y se humilló ante la reprimenda (Samuel II, 11, 12). Ni siquiera las distorsiones del David y la Betsabé de Hollywood pudieron oscurecer totalmente la grandeza de la actitud del profeta.
Este espíritu independiente halló su medio de expresión principal entre los profetas, pero no se limitó a ellos. Cierta vez el vigoroso y competente rey Acab vio desbaratados sus planes por un modesto granjero llamado Nabot. Acab deseaba comprar cierta propiedad que pertenecía a aquél, pero Nabot no quería separarse de la "herencia de sus padres". El rey estaba enfadado, pero aparentemente comprendió que no podía insistir en la transacción; fue su esposa Jezabel, una princesa fenicia, quien resolvió la cuestión tramando el asesinato de Nabot. Entonces la propiedad fue confiscada por la corona; pero ni siquiera Jezabel pudo evitar que el profeta Elias denunciara la infamia (Eeyes I, 21).
De modo que mientras los otros escritos del antiguo Cercano Oriente constituyen una defensa del orden establecido y una glorificación de lo divino o de los gobernantes designados por la divinidad, la Biblia somete tanto la autoridad real como la sacerdotal a un examen permanente por medio de las pruebas más elevadas
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de justicia y santidad. El recopilador del Libro de los Reyes reseña la vida de todos los monarcas de Israel y Judea, juzgándolos según su fidelidad a la Ley. Descalifica a algunos de los gobernantes más prósperos, cuyas proezas se mencionan en los monumentos asirios, con la concisa observación de que procedieron mal bajo la mirada del Señor.
En realidad se hallaba muy difundida la creencia de que Dios había elegido a la dinastía de David para un reinado imperecedero; mas la promesa estuvo siempre condicionada a la obediencia del rey a la voluntad divina:
"Si dejaren sus hijos (los de David) Mi Ley, Y no anduvieren en niis juicios, Si profanaren sus estatutos, Y no guardaren Mis mandamientos, Entonces castigaré con vara su rebelión, Y con azotes sus iniquidades. Mas no quitaré de él Mi misericordia.
(Salmos, 89.31-34.)
Mucho de lo anterior ejemplifica una característica general de la Biblia: toma en consideración la verdad desagradable y embarazosa. La autoglorificación es un rasgo común de las literaturas nacionales, ya sean antiguas o modernas; pero los cronistas bíblicos tratan con mayor severidad a su propia nación que a cualquiera de las otras. (Y sin embargo no carecían de patriotismo.)
Reconocen con franqueza que Israel no pertenece a las cepas más antiguas. No remontan su genealogía hasta un dios o un semidiós, ni siquiera hasta la tribu original de la cual
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derivan todos los demás pueblos. Los primeros once capítulos del Génesis esbozan los principios de la historia de la humanidad; sólo al final del capítulo 11 nos encontramos con los antecesores directos del pueblo hebreo. Josué dice a su generación: "Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor, y servían a dioses extraños" (Josué, 24.2). Ni puede Israel sostener la pureza racial: "tu padre fue amorreo y tu madre hetsa" (Ezequiel, 16.3).
Un elemento constante en el pensamiento bíblico es que Dios ha elegido a Israel para que sea Su pueblo en un sentido especial; pero esta elección no implica que Israel posea una superioridad inherente y necesaria. Por lo contrario, hace resaltar con mayor agudeza los defectos y pecados del pueblo. Los profetas, que denunciaron tan amargamente a los ricos y poderosos explotadores del pobre, no idealizaron a las masas proletarias. Eran igualmente severos con todos aquellos que violaban la ley de Dios, cualquiera fuese su clase o rango. Israel es descrito repetidamente por las Escrituras como un pueblo obstinado, y sus reincidencias en la idolatría son recordadas con reprobación.
Los muchos desastres que afligieron a la pequeña nación no son atribuidos a la brutalidad y crueldad de otros poderes, sino a las propias fallas espirituales de Israel. A veces, en su celo, los profetas producen la impresión de que su pueblo era moral y religiosamente inferior a sus vecinos. (Es probable que esto no fuera
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así: los padres conscientes juzgan con indulgencia a los hijos de los demás y son mucho más exigentes con los propios.)
"¿Acaso alguna nación ha cambiado sus dioses, aunque ellos no sean dioses? Sin embargo, mi pueblo ha trocado su gloria
por lo que no aprovecha." (Jeremías, 2.11.)
En el libro que lleva su nombre, el austero y fanático Jonás es contrapuesto a los marineros paganos que son, sin embargo, piadosos y gentiles. Ellos saben que su nave se halla en peligro por ser Jonás el pasajero, pero hacen todo lo posible para llevar el barco nuevamente a la costa antes de aceptar a desgano su propia sugerencia de echarlo al mar (Jonás, 1.2 y siguientes).
Lo mismo que el pueblo, también los héroes están expuestos a una crítica implacable. Ni un solo personaje de la Biblia es descrito sin tacha —ni Abraham, el amigo de Dios, ni Moisés, el trasmisor de la ley. Aparecen ante nosotros en toda su dimensión humana, con cualidades nobles y elevadas que inspiran nuestra admiración, pero también con naturales y conocidas debilidades.
Una manifestación extraordinaria de esta insistencia bíblica respecto a la verdad absoluta, es la reiteración con que se recuerda al pueblo su esclavitud en Egipto. En la actualidad consideramos que la esclavitud implica un reproche y una degradación para aquellos que se aprovecharon de ella más que para sus vícti-
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mas; y quizás por esa razón ya no se afectan frases como "acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto" (Deuteronomio, 5.15). Pero en una época en que la esclavitud era una institución generalizada y el esclavo era jurídicamente inferior a todo ser humano, no habrá sido agradable recordar que los propios antepasados habían sido esclavos. Con todo, este tema es constantemente repetido en la Biblia, no sólo como una incitación a agradecer a Dios que nos haya redimido de ese estado sórdido y humillante, sino también como un desafío a nuestra categoría humana.
Pero el tema de la esclavitud debe ser examinado con más detenimiento, porque nos conduce a uno de los logros supremos del pensamiento bíblico: el descubrimiento de la humanidad.
V
EL DESCUBRIMIENTO DE LA HUMANIDAD
La abolición de la esclavitud es un hecho que apenas pertenece a los siglos recientes y no ha sido lograda aún en todo el mundo; a veces la propiedad privada de esclavos ha sido reemplazada por sistemas aun peores, como el de la Unión Soviética. No es sorprendente, entonces, que en un período en que la esclavitud era totalmente respetable por doquier, la Biblia aceptara esa institución como algo normal. Muchas de sus disposiciones relativas a los esclavos son comparables a las de otros códigos antiguos. Aun la regla de que un esclavo judío no debía ser mantenido en servidumbre perpetua sino como sirviente bajo contrato por no más de seis años (Éxodo, 21.1 y sigtes.) tiene antecedentes en el Medio Oriente.
Pero la Tora contiene por lo menos tres puntos totalmente originales sobre este tema. En primer lugar, el repetido mandamiento según el cual tanto los esclavos como los hombres libres gozarán del privilegio del descanso sabático. Tal regla no podía existir en civilizaciones que no poseyeran el Shabat.
La segunda disposición dice así: "Si alguno hiriere el ojo de su siervo o el ojo de su sierva, o io dañare, le dará libertad por razón de su ojo. Y si hiciere saltar un diente de su siervo, o un
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diente de su sierva, por su diente le dejará libre". (Éxodo, 21, 7). Los intérpretes rabínicos explican, sin duda con mucho acierto, que esta ley otorga la libertad al esclavo en compensación por cualquier daño físico importante infligido por el amo. En ningún código de la Antigüedad parece haber algo aunque sólo sea remotamente comparable a esta ley. No se abusaba siempre de los esclavos, sino sólo algunas veces, y en ocasiones eran tratados con benevolencia. En la Antigüedad no era inusitado que un esclavo recibiera su libertad, mas esa franquicia dependía enteramente de la voluntad del amo. Pero penar la brutalidad hacia un esclavo mediante la liberación de éste, organizar la comunidad para prevenir el abuso de un semejante, eso sí que era algo nuevo.
Antes de analizar la tercera disposición bíblica, será oportuno examinar una sección concomitante del Código de Hammurabi:
"Si un señor hubiere ayudado a un siervo del Estado o al siervo de un ciudadano particular o a una sierva de un ciudadano particular, a escapar por las puertas de la ciudad, será condenado a muerte. Si un señor hubiere amparado en su casa a un siervo o a una sierva fugitivos, pertenecientes al Estado o a un ciudadano particular, y no lo hubiere entregado bajo citación de la policía, ese ciudadano propietario será condenado a muerte" (Hammurabi 16.16; Prit-chard, op. cit., págs. 166 - 67).
Pero la Tora ordena:
"No entregarás a su señor al siervo que huyere a ti, de su amo. Morará contigo, en medio de ti, en
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el lugar que escogiere en algunas de tus ciudades, donde a bien tuviere; no le oprimirás."
(Deuteronomio, 23, 16, 17)
Estos versos inspiraron a los abolicionistas norteamericanos, aun después que la Suprema Corte, en Dred Scott, repudiara la ley bíblica. La Tora presume que ningún esclavo huiría de su amo para buscar asilo entre nosotros sin que lo impulse una buena razón. No sólo nos prohibe devolverlo a su dueño, sino que insiste en que le demos la oportunidad de comenzar una nueva vida. Esta ordenanza es tan radical que los estudiosos dudaron que pudiera ser llevada a la práctica y sugirieron que no se la interpretara literalmente.
Pero aunque este pasaje nos resulte sorprendente, no hay razón para dejarlo de lado. Hay otras leyes en la Tora (especialmente en el Deuteronomio) que parecen poco prácticas y realistas, y que estarían más próximas a ser la expresión de un noble propósito que la codificación de una práctica corriente. Quizás la ley del esclavo fugitivo pertenezca a esta categoría. Con todo, es significativo que el espíritu poético de Israel soñara con un orden social en que los hombres no permanecerían sometidos a la esclavitud contra su voluntad.
Así es como la Biblia, que de esa manera trató de controlar la esclavitud y hacerla menos inhumana, proclama una verdad que, llevada a su conclusión última, debe condenar la esclavitud como algo por principio injusto.
De los muchos ejemplos que podemos citar, las palabras de Job son las más simples y apasionadas;
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"Si hubiera tenido en poco el derecho de mi siervo y de mi sierva, cuando ellos contendían conmigo, ¿Qué haría yo cuando Dios se levantase? Y cuando él preguntara, ¿qué le respondería yo? El que en el vientre me hizo a mí, ¿no lo hizo a él? Y, ¿no nos dispuso uno mismo en la matriz?"
(Job, 31.13-15.)
La noción de que cada individuo necesita y tiene derecho a un descanso periódico de su trabajo ya es algo tan arraigado en nuestra civilización que lo consideramos natural. Pero la idea del Shabat no es de por sí evidente. Aun en el período romano, el Shabat judío era desdeñado como la consecuencia de una superstición que conducía al hombre a malgastar la séptima parte de su vida en el ocio y (quizás peor aun) a reducir en la misma medida el poder productivo de sus esclavos y de sus animales.
Comprobamos hoy que el Shabat posee un valor inestimable para la salud física y mental del individuo, y más aún para su desarrollo espiritual. El Shabat es la afirmación visible de que cada individuo es algo más que un engranaje en la maquinaria económica, que tiene derecho a sí mismo, a su cuerpo y a su espíritu. Esto está claramente implícito en la legislación bíblica que incluye a los esclavos y los animales en el mandamiento del descanso sabático (Éxodo 20.10, etc.). La evolución del Shabat judío como día de descanso, culto, consagración y felicidad familiar, no se produjo totalmente durante el período bíblico. Pero el espíritu esen-
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cial del Shabat está bien expresado en el reclamo del profeta:
"Si retrajeres del día de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo; y lo llamares delicia, santo, glorioso de Jehová; y lo venerares, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus
[propias palabras, entonces te deleitarás en Jehová".
(Isaías, 58.13-14.)
Y a pesar de algunos reclamos en sentido contrario, el Shabat bíblico es único. Las fuentes babilónicas hablan de un día denominado Shapatum, que etimológicamente significa lo mismo que Shabat; pero este Shapatum babilónico era un día ocasional de mal augurio, en el cual las actividades de ciertos personajes oficiales estaban restringidas. La idea de un día de descanso semanal para todos llegó a la humanidad a través de la Biblia hebrea.
En honor a la verdad, podemos decir que los cronistas de la Biblia descubrieron el concepto de humanidad y, más aún, esa idea se adentró en su sensibilidad. Lo hemos comprobado en las palabras de Job relativas al natural humanitarismo con que se refería a su esclavo. La misma actitud aparece en las menciones que se hacen respecto a otros grupos que en aquellos tiempos (y a veces aún hoy) estaban subal-ternizados: el de los forasteros.
En general, el forastero carecía de derechos en el mundo antiguo, a menos que hubiera ob-
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tenido la protección personal de un ciudadano nativo del país donde residía. Tal institución (que los romanos denominaban hospitium) no se menciona en la Biblia con claridad. La Tora insiste, en cambio, repetidamente, en que al forastero debe acordársele un trato justo y humano, aunque no estuviera especialmente calificado para ello.
"Un mismo rito tendrás, tanto el extranjero como el natural de la tierra." (Números, 9.14 y se repite con frecuencia). Pero esto no es suficiente para proteger al forastero contra la injusticia. '"Corno a un natural de vosotros tendréis al extranjero que more entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto" (Levítico, 9.34).
Los cronistas bíblicos hacen remontar la imagen de la humanidad como ente único hasta la Creación y la proyectan hacia adelante hasta la edad de oro. Los capítulos iniciales del Génesis se refieren al origen del hombre, no a un sector o rama de la humanidad. En el mito hindú, las diferencias de casta se remontan hasta el mismo principio: los brahmanes nacieron de la cabeza de Brahma, las castas inferiores, de las partes bajas del cuerpo. Muchos pueblos creyeron que ellos, o por lo menos sus gobernantes, eran descendientes directos de un dios y que, en consecuencia, su sustancia era mejor que la del resto de la humanidad. Pero la Biblia ve a todos los hombres como una sola raza, creada "a la imagen de Dios".
Por lo tanto, no es por azar que la Biblia constituye el único escrito antiguo que proyecta
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la imagen de una fraternidad humana universal, liberada del azote de la guerra, y que vive en un ambiente de seguridad y felicidad. Este es un concepto al que los otros pueblos sólo se aproximan por su esperanza de establecer un imperio mundial en el cual la nación vencedora mantendría el orden por la fuerza. Roma estuvo a un paso de imponer este tipo de paz a través de la represión. El ideal bíblico es totalmente distinto. La paz mundial no ha de lograrse mediante el empleo de las armas, sino renunciando a ellas:
"Y martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra. Se sentará cada uno debajo de su vid, y debajo de su higuera, Y no habrá quien los amedrente".
(Miqueas, 4.3, 4; Isaías, 2.)
Este es uno de los pasajes de la Biblia mejor conocidos y citados con mayor frecuencia; pero hay un párrafo menos divulgado que alcanza alturas más sublimes aún. Palestina era el puente entre los imperios contendientes de Egipto y Mesopotamia; y sus habitantes soportaron muchos sufrimientos a lo largo de los siglos en manos de las dos potencias rivales. Pero un profeta vaticinó que: "En aquel tiempo Israel será tercero con Egipto y con Asiría para bendición en medio de la tierra; porque Jehová de los ejércitos los bendecirá diciendo: Bendito el pueblo mío Egipto, y el asirio obra de mis manos, e Israel mi heredad". (Isaías, 19.
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24-25). Para apreciar la grandeza espiritual de esta frase debemos imaginarnos a un checoslovaco contemporáneo y democrático diciendo: "Bendito Mi pueblo de Alemania, la obra de Mis manos, Rusia, y Mi heredad, Checoslovaquia".
A medida que los pensadores bíblicos captaban cada vez con mayor claridad la imagen de una humanidad universal, reconocían también más ampliamente la importancia y valor del individuo. No nos estamos refiriendo al individuo fascinador, al héroe, al conquistador, al semidiós. Tales personalidades excepcionales, que son en general guerreros y gobernantes, son celebradas en los cantos e historias de todos los pueblos. Pero el hombre o la mujer común se limitaba a formar parte de una unidad mayor —clan, tribu o nación— y toda la significación que pudiera tener su vida la hallaba en el sumiso desempeño como parte de esa unidad. Es en la Biblia donde la importancia del ser humano común es gradualmente reconocida, más por su sensibilidad y sus sufrimientos que por sus realizaciones. La ley bíblica destaca la importancia del respeto a los sentimientos del individuo. Esta actitud conduce al surgimiento de la religión personal. La Biblia no cesa de subrayar la vinculación del grupo o nación con la deidad mediante las instituciones y ceremonias de la religión; pero le añade cada vez en mayor medida el reconocimiento de la relación directa entre el corazón humano y Dios por medio de la fe y la confianza.
VI
EL DIOS DEL SINAÍ
Ya hemos visto que las Escrituras fueron las primeras en promover la proclamación y protección de ciertos valores humanos básicos. Muy pocos lectores modernos podrán discutir el mérito perdurable de estos principios e ideales. Pero cuando pasamos a los problemas teológicos, no es tan fácil llegar a un acuerdo, y ello se debe, por lo menos en parte, a la dificultad para definir los términos. Sin embargo, creamos o no en Dios, debemos reconocer que el progreso bíblico en el concepto de la deidad es objetivamente tan grande como su progreso en los ideales éticos y sociales; y ambos elementos estuvieron siempre íntimamente relacionados.
Los textos del antiguo Cercano Oriente rebosan con nombres de infinitos dioses y detallan mitos relativos a las guerras, banquetes, amores y querellas de esos mismos dioses. Las deidades no estaban (como se suponía) completamente identificadas con sus imágenes; pero a pesar de ello, los honores rendidos a las imágenes constituían una parte importante de su culto. Para todos los fines prácticos, los pueblos antiguos eran idólatras. Existía, eso sí, una tendencia a elevarse por encima del politeísmo mitológico hacia un concepto de deidad más amplio, más abstracto y más universal. Hay insinuaciones ocasionales de que los diferentes dioses de la religión popular eran tan sólo nom-
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bres o aspectos diferentes de un dios supremo. Pero ésta fue una tendencia que nunca se expresó de manera efectiva en la práctica.
El Dios de la Biblia es el Dios único, Creador del universo físico, Soberano de todos los hombres y naciones, Fuente de todos los valores. No ha de ser retratado en pintura o escultura, puesto que está por encima y más allá de toda representación material. No tiene esposa o mujer que se le equipare. Sus actos de creación nunca son descritos, como sucede con tanta frecuencia entre otros pueblos, en términos de reproducción sexual.
Los dioses paganos eran, generalmente, representaciones de algunos aspectos de la naturaleza: el cielo, el sol, el océano, el Nilo, la cosecha. Esto es aplicable también al denominado monoteísmo de Akhenaton. Se adoraba a Aton, descrito como deidad única, universal y benefactora, pero fundamentalmente identificada con el disco visible del sol. El Dios de la Biblia, sin embargo, es Señor de toda la naturaleza; nunca se le confunde con ningún fenómeno específico: "Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos" (Salmos, 19.1). "Alabad a Jehová desde la tierra, los monstruos marinos y todos los abismos; el fuego y el granizo, la nieve y el vapor, el viento de la tempestad que ejecuta su palabra" (Salmos 148.7-8).
He aquí un curioso pasaje de extracción egipcia:
"Ahora Ra (el dios sol) entraba cada día a la cabeza de su dotación ocupando su lugar en el trono de los dos horizontes. Una divina
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ancianidad distendió su boca. Echó su saliva en el suelo. Isis la amasó para sí con su mano, junto con la tierra sobre la que se hallaba. Creó de ello una augusta serpiente... El augusto dios apareció afuera, acompañado por los dioses del palacio, para poder pasear como todos los días. La augusta serpiente lo mordió... El veneno tomó posesión de su carne." *
No hay en la Biblia nada ni remotamente semejante a este grosero mito. Pero tampoco hay en los escritos antiguos nada comparable a afirmaciones como:
"Yo Jehová y ninguno más que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad, Yo Jehová soy el que hago todo esto".
(Isaías, 45.6-7.) "¿A qué, pues, me haréis semejante o me
[compararéis? dice el Santo. Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas; Él saca y cuenta su ejército; a todas llama por su nombre."
(Isaías, 40.25-26.)
Una cuidadosa investigación revelará una vislumbre de conceptos más elevados entre los babilonios y los egipcios. Creían, indudablemente, en la preocupación de los dioses por la justicia y en que éstos eran la fuente de las leyes que gobernaban la sociedad. Del mismo
* Pritchard, op. cit, pás. 16-17,
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modo, un cuidadoso escrutinio de la Biblia revelará algunas referencias mitológicas ocasionales. Algunas son puramente literarias; Milton y Goethe no creyeron en las deidades paganas que con tanta frecuencia evocaron. Pero es menester conceder que es posible encontrar en la Biblia hebrea, aquí y allá, vestigios de una creencia mística del culto a la imagen, de opiniones religiosas que no se elevan hasta el nivel universal y espiritual de los fragmentos que hemos citado. Con todo, existe una enorme diferencia entre los escritos religiosos de Israel y los de sus antiguos vecinos. Las percepciones más elevadas de los textos egipcios y mesopo-támicos son ocasionales, excepcionales y ligeras; carecen de consecuencias significativas para el culto popular. Pero las expresiones más elevadas de la Biblia son explícitas, dominantes y decisivas. Las ideas más groseras son en su mayor parte excepcionales; por regla general, fueron, ya calladamente ignoradas, ya reinter-pretadas a la luz de enseñanzas más sublimes que se referían a la fe y a la moral. El monoteísmo ético de la Biblia hebrea transformó la vida de la humanidad.
Resumamos los resultados de nuestra breve e incompleta indagación. El antiguo Israel era un pequeño pueblo poco importante en población, riqueza, cultura material, poder militar e influencia política. Durante gran parte de su historia nacional estuvo subordinado a grandes potencias que poseían una civilización técnica y artística avanzada. Pero a lo largo de un período de siglos este pequeño pueblo produjo escritos vibrantes de pasión y belleza, que proclamaban
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una forma de vida nueva y sublime; enseñaban la existencia de un Dios invisible, amítico, universal y justiciero; sostenían, contra la autoridad de los reyes nacidos o impuestos por mandato divino, la dignidad y libertad del hombre común; afirmaban la unidad de la humanidad y el derecho de todos los hombres a un trato justo y compasivo; vislumbraban un mundo redimido de la tiranía y de la guerra, donde los hombres vivieran armónica y fraternalmente sometidos a la ley divina.
¿Cómo lo hicieron? ¿Cómo interpretar este repentino salto hacia adelante? ¿Cómo explicar la aparición, en el seno de este pequeño pueblo, de tantos maravillosos genios religiosos y de tantos ideales éticos avanzados?
Algunos estudiosos han alegado que Israel tomó sus ideas de otros pueblos. Esta pretensión, como ya hemos visto, es absurda.
Otros han tratado de restar importancia al problema, subestimando la magnitud de la religión bíblica. Es cierto que hoy leemos la Biblia a la luz de siglos de interpretación, y podemos asignar ocasionalmente a un versículo particular un significado más profundo que el previsto por el autor original.
No obstante, el intento de empequeñecer la grandeza espiritual de los profetas y escribas bíblicos no hace más que revelar un prejuicio profundamente arraigado.
Investigadores menos parciales han intentado explicar el desarrollo de las ideas bíblicas a la luz de la historia social, económica y política de Israel. Tales investigaciones son sin duda provechosas: nos ayudan a comprender mejor
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la Biblia. Existe una relación importante entre las condiciones físicas y sociales de la vida de un pueblo, y su cultura y religión.
Sin embargo, aunque no podremos comprender correctamente la carrera y escritos de Lincoln sin citar los antecedentes de la Guerra de Secesión ninguna investigación de la historia económica y social norteamericana bastará para explicar la sublimidad del discurso con que Lincoln inauguró su segundo período presidencial. La parcial reconstrucción de algunos capítulos de la historia antigua, servirá aun menos para explicar la visión e inspiración de Moisés, los profetas y los salmistas. La simple honestidad nos impulsa a admitir que nuestras prosaicas interpretaciones son imperfectas e insuficientes y que estamos ante un misterio profundo. El mensaje bíblico arrastró a muchos de los que han estudiado y meditado sus palabras durante años de seria indagación —sin presunciones teológicas a priori— a ser en él alguna especie de revelación divina.
Mas, en este punto, el lector puede objetar; admito que hay muchas cosas espléndidas en la Biblia, ¿pero usted no da demasiado por presupuesto cuando se refiere a la revelación divina? ¿Qué hay de las páginas sanguinarias y brutales de este libro? ¿Cómo puede usted seleccionar algunas expresiones más notables de la Biblia, aquellas que más le han seducido y pasar en silencio las menos atractivas?
Es ésta una justa observación que debemos considerar con toda seriedad.
VII
LAS DEFICIENCIAS
El lector contemporáneo de la Biblia podrá encontrar algunas cosas inquietantes a lo largo de su lectura. Podrá sentirse azorado o irritado por algunos relatos milagrosos. Aún más desconcertantes son los episodios en que Dios aparece en una relación personal, semihumana, con los hombres, conversando con ellos, y hasta permitiéndoles influir en sus decisiones. Las declaraciones proféticas comienzan generalmente con las palabras: "Así dijo el Señor"; a veces los profetas refieren con pormenores las circunstancias en las cuales Dios les habló. ¿Qué hacer ante tales afirmaciones?
Nuestras dificultades no se limitan a algunos pasajes aislados: comprenden cuestiones que abarcan la Biblia entera. Se ha insistido mucho en que el Creador universal ha elegido al pueblo de Israel para interesarse especialmente por él. ¿Puede aceptar esto el hombre moderno? ¿O puede admitir la idea de que una deidad cósmica exija el desarrollo minucioso de un ceremonial de culto elaborado? Esta última dificultad se agrava con la comprobación de que entre otros muchos pueblos, antiguos y modernos, pueden encontrarse paralelos con los ritos bíblicos, y por la verificación de que muchas de estas reglas parecen enraizadas en ideas primitivas además de supersticiosas.
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Ni siquiera se necesita especial sentido crítico para descubrir muchas contradicciones y discordancias en la Biblia misma, y no sólo entre los diferentes libros, sino también en un mismo capítulo.
Las dificultades racionales inquietan aun menos que las morales. Algunos fragmentos de la Biblia exhalan un espíritu cruel. Se dice que la exterminación de los canaanitas fue ordenada por Dios; el fracaso de Israel en el cumplimiento total de la orden es mencionado como un reproche. Se prescribe con bastante liberalidad la pena de muerte, en algunos casos por violaciones del ritual, aunque nunca por delitos contra la propiedad. La poligamia es aceptada como legítima y la posición de la mujer dista de ser satisfactoria.
Algún investigador más sensible podrá sentirse desolado por las implicaciones de la doctrina bíblica sobre la recompensa y el castigo. Como recompensa a la rectitud y obediencia a la ley se prometen la salud, la prosperidad, la victoria y la satisfacción. La Biblia reitera incansablemente que la maldad llevará al desastre personal y nacional. Y uno se pregunta si esta doctrina de la retribución es verdadera y, cosa aun más importante, si tiene solidez ética.
¿Acaso no puede haber motivación más elevada para la rectitud que el precepto de que la bondad rinde dividendos?
Tales son las dificultades con que tropieza el lector de la Biblia, proclive a las reflexiones; pero no son privativas de nuestro tiempo. Cada una de ellas fue señalada hace mucho tiempo. Algunos de los primitivos herejes cristianos es-
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taban convencidos que el Antiguo Testamento no era la revelación de la Deidad Suprema, sino la obra de un Poder inferior y maligno que había gobernado a la humanidad temporariamente. A fin de reforzar esta teoría, subrayaron las deficiencias morales, reales o imaginarias, de la Biblia hebrea. Sus argumentos, transmitidos por distintos conductos, se repiten desde los escritos antibíblicos hasta las publicaciones contemporáneas de los "librepensadores".
Pero la mayoría de los pasajes penosos no fueron señalados por críticos hostiles sino por devotos y reverentes estudiosos de las Escrituras. En su indagación detallada y minuciosa del Verbo Sagrado observaron cada detalle inquietante y lo encararon como un desafío que debían enfrentar y superar. Convencidos por anticipado que la Biblia es la revelación de Dios, íntegramente auténtica y divina, sus métodos y conclusiones fueron diferentes de aquellos de estudiosos modernos. No tenían duda alguna respecto de la autoridad de las leyes, aun cuando algunas de ellas les parecieran incomprensibles. Nunca se les ocurrió recelar de la divina inspiración de los profetas. Y para ellos era de por sí evidente que Dios había elegido a Israel.
Sin embargo, los sabios judíos de la Antigüedad y de la época medieval fueron a menudo sorprendentemente osados y "modernos" en sus enfoques. Tenían plena conciencia que la Biblia no era un producto único y homogéneo, sino la suma de libros compuestos en épocas diferentes y bajo circunstancias distintas. En realidad, la tradición judía asignaba la mayor autoridad
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a la Tora, los Cinco Libros de Moisés; el resto de los libros bíblicos era considerado como un suplemento de ese texto primordial.
Los rabinos del siglo n recelaban en cuanto a si debían admitir algunos de los libros en la colección sagrada: Ezequiel, porque parecía contradecir la Tora; los Proverbios, por su tono mundano; el Eclesiastés, por contener sentimientos que rayaban en lo irreligioso. Estos escritos marginales fueron aceptados sólo después que se los hubo interpretado satisfactoriamente. Uno de los exegetas sostuvo que Job nunca existió y que el Libro de Job era una fábula edificante. Otros rabinos señalaron los variados estilos de los distintos escritos proféticos, basados en los rasgos personales y en las cambiantes circunstancias bajo las cuales vivieron los profetas.
Los maestros judíos no dudaban de los milagros en sí, no obstante tener plena conciencia de la uniformidad de los procesos naturales. Algunos de ellos propusieron la teoría de que, en el momento de la creación, Dios había estipulado que la vigencia de las leyes de la naturaleza debería suspenderse en ciertas ocasiones futuras. Así, los milagros por los cuales Dios reveló dramáticamente Su majestad quedaban integrados, en cierto modo, a un mundo ordenado y seguro. Los expertos medievales explicaron el fantástico episodio del asno parlante de Balaam (Números, 22) y otros pasajes en que aparecían los ángeles, como sueños o visiones proféticas, no como sucesos físicos. Los filósofos judíos evitaron muchas dificultades, interpretando las expresiones bíblicas como alegorías o figuras literarias. Aunque se tomaron
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en esto algunas libertades excesivas, con frecuencia estaban acertados: cuando la Biblia se refiere a "la mano fuerte y al brazo extendido" de Dios, no lo dota de miembros físicos, sino que afirma Su poder.
Los predicadores de tiempos antiguos intentaron racionalizar y justificar la elección de Israel. Dios había ofrecido su Tora a todos los pueblos de la tierra, pero ninguno de ellos estaba dispuesto a aceptar su austera disciplina moral, con excepción de los descendientes de Abraham.
Los rabinos tenían plena conciencia de los problemas de la ley ceremonial. A comienzos de la Era Cristiana dividieron los mandamientos de la Ley en dos categorías: en primer lugar, "aquellos que deberían haber sido dados si no hubieran sido dados", los mandamientos éticos cuyas bases racionales y utilidad social son claras; en segundo lugar, "aquellos respecto a los cuales Satán (el escéptico que hay dentro de uno mismo) y los gentiles pueden provocar dificultades". Tales preceptos, entre los cuales se incluyen las leyes dietéticas, han de ser considerados como "decretos reales", cuyo valor reside precisamente en la obediencia candida y ciega que les prestamos. No tiene importancia para Dios, decía un maestro del siglo ni, cómo matamos un animal que servirá de alimento: todas estas leyes nos fueron dadas para que nosotros nos disciplinemos.
Maimónides, el racionalista del siglo xn, trató de sugerir un sentido inherente a cada una de las leyes ceremoniales. Su interpretación del sacrificio es sumamente radical. En la
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Antigüedad, decía, el sacrificio era practicado en forma universal. Si Dios no hubiese permitido a Su pueblo que le presentara sus ofrendas, la necesidad psicológica lo habría impulsado a ofrecer sus sacrificios a los dioses paganos. En consecuencia, la ley del sacrificio fue una concesión a los requerimientos de una cierta época.
Las dificultades morales antes señaladas fueron suavizadas por métodos interpretativos a veces tan extremados que abrogaban la ley bíblica. El principio de "ojo por ojo y diente por diente" fue explicado sencillamente como el pago de una compensación monetaria por daños físicos. (Una cuidadosa lectura del Éxodo 21, 22-25 sugiere que esta interpretación puede ser la correcta.)
La pena capital desagradaba a las autoridades talmúdicas (aun para aquellos crímenes que en la actualidad castigamos con la pena de muerte). Por ello introdujeron tantos tecnicismos en el procedimiento judicial que la sentencia de muerte se convertía en algo virtualmente imposible.
Nuevas legislaciones, que comenzaron mucho antes del nacimiento del cristianismo y continuaron hasta bien entrada la Edad Media, elevaron progresivamente la condición de la mujer, hasta que obtuvo, si no la plena igualdad, una gran dosis de seguridad y dignidad. La poligamia era excepcional aun durante el período bíblico, aunque sólo fuera por factores económicos; fue formalmente prohibida a los judíos europeos por un rabino alemán del siglo x.
Respecto de las discrepancias y contradicciones internas del texto de las Escrituras, fue-
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ron señaladas hasta en los casos en que no son evidentes a primera vista. Basándose en la esencial unidad de las Escrituras, los sabios hallaron siempre algún método para armonizar las contradicciones. En ocasiones sus sistemas fueron artificiales y forzados, pero no pocas de estas antiguas explicaciones merecen por lo menos una respetuosa consideración.
En páginas anteriores hemos indicado cómo los maestros judíos del pasado abordaron las dificultades racionales y morales del texto bíblico. Un procedimiento similar fue adoptado por los estudiosos cristianos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Dos rasgos distintivos caracterizaron, sin embargo, la interpretación cristiana. En primer lugar, la creencia de que la Ley, si bien de procedencia divina, era sólo una legislación temporaria, que había sido abrogada por la muerte y resurrección del redentor cristiano. En segundo lugar, la convicción de que la Biblia judía íntegra, y los escritos proféticos en particular, anunciaron el ciclo y enseñanzas de Jesús. Este enfoque, según el cual los profetas aludieron en detalle a acontecimientos específicos que ocurrirían siete siglos más tarde, ha sido descartado ahora por muchos eruditos cristianos más objetivos.
En resumen, a través de los siglos los tradi-cionalistas sostuvieron la autenticidad, el origen divino y la unidad esencial de las Escrituras, a pesar de tener plena conciencia de las dificultades que de ello derivaban. Sus convicciones básicas los impulsaron a adoptar métodos de interpretación que redujeran al mínimo estas dificultades y fortalecieran la posición por ellos
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elegida. Cuando llegó el cambio, no se debió en primera instancia a un conocimiento nuevo —por lo menos a un conocimiento nuevo acerca de la Biblia— sino a un cambio en la perspectiva y filosofía total.
Para muchos serios investigadores modernos, la llamada "Crítica de la Biblia" —que ha sido juzgada a veces como un ataque contra la Biblia— constituye en realidad una clave para la solución de las dificultades que encontramos en este capítulo.
VIII
¿QUÉ ES LA CRÍTICA DE LA BIBLIA?
Durante muchos siglos la Biblia fue considerada sagrada, plena de autoridad e infalible. El ataque contra esta posición comenzó, en el mundo occidental, durante los siglos xvn y XVIII. Derivó de dos causas principales. Una fue el creciente desarrollo científico, con su tendencia a cuestionar e investigar las creencias y opiniones heredadas, y su creciente insatisfacción respecto de las explicaciones sobrenaturales. La segunda fue el progreso de los métodos de estudio lingüísticos, literarios e históricos, que desde el Renacimiento se aplicaban a los textos griegos y romanos. Este segundo factor fue quizás más decisivo que el primero. Los pensadores de la Edad Media habían conocido las dificultades filosóficas del texto bíblico; pero habían hallado una solución a sus problemas en las explicaciones alegóricas de las Escrituras. Así, tanto las exigencias de la razón como el honor de la Biblia recibieron su tributo. Pero cuando la estricta erudición literaria hizo imposible desvirtuar el sentido del texto bíblico, ya no se pudo disimular durante más tiempo el conflicto entre la ciencia experimental y los documentos revelados.
Las mentes más audaces cesaron de aceptar la veracidad de una afirmación por el solo hecho de hallarse asentada en la Biblia.
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La embestida contra la autoridad de las Escrituras se produjo en el mundo gentil.
Durante los siglos x v n y XVIII la mayoría de los judíos se hallaban confinados en un ghetto tanto físico como espiritual. Ajenos a los nuevos descubrimientos de la ciencia y de la filosofía, se habían apegado calmosamente a las formas del pensamiento medieval. La principal excepción, representada por Baruj Spinoza, se hallaba alejada del medio ambiente judío.
Iluminadas por un nuevo enfoque humanista, las dificultades descubiertas en el texto bíblico mucho tiempo atrás, condujeron a conclusiones de largo alcance, con frecuencia sorprendentes. Spinoza fundó abiertamente sus investigaciones bíblicas en sugerencias del comentador judío medieval, Abraham Ibn Ezra. Este último había insinuado con cautela que algunas oraciones del Pentateuco debían haber sido escritas con posterioridad a Moisés. Pero Ibn Ezra sólo quiso dar a entender que existen ciertas adiciones posteriores agregadas a la Tora, aunque él tenía la certeza de que ésta había sido revelada por Dios a través de Moisés. De ese mismo testimonio Spinoza extrajo consecuencias mucho más radicales. Sugirió que en realidad la Tora fue compilada ocho siglos después de Moisés, en tiempo de Ezra.
Pero si no es obra de Moisés, se debe rechazar su pretensión de tener paternidad y anterioridad divinas. Spinoza no cometió la imprudencia de presentar cargos de falsificación o fraude, como lo hicieron algunos de sus sucesores. Aceptó que la Biblia era una obra de importancia práctica que tenía por objeto in-
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culcar la moralidad y afianzar el orden de la sociedad. Pero no simbolizaba para él una fuente infalible de verdad divina.
Los métodos o conclusiones de Spinoza fueron atemperados por su propio espíritu mesurado y por la sólida base de estudios hebreos que había recibido en su niñez. Sus partidarios de la época del Iluminismo, de conocimientos superficiales y temperamento agresivo, llegaron a actitudes extremas en sus expresiones antibíblicas. Los juicios de Tom Paine sobre la Biblia revelan un vivaz estilo periodístico, pero no una seria erudición. Estaba convencido que los libros bíblicos constituían una serie de fábulas, destinadas a esclavizar la mente humana, y facilitar así la esclavitud del cuerpo. Admitía que el libro de Job es una excepción; ¿que debía haber llegado a la Biblia por error?
Sin embargo, no era posible obtener resultados sólidos mediante presurosas conjeturas apoyadas en propósitos anticlericales.
Los investigadores profesionales de la Biblia, la mayoría de los cuales sostenía una teología positiva, si bien no ortodoxa, obtuvieron resultados mucho mejores con la aplicación del método crítico. Casi todos ellos eran protestantes. Entre los precursores judíos en ese campo, Abraham Geiger (1810-1874) fue uno de los primeros, tanto por su ubicación cronológica como por sus méritos. La cantidad de judíos que participaban en el moderno estudio de la Biblia aumentaba constantemente, y en la actualidad se los incluye entre los más eminentes especialistas del tema.
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A esta ciencia se la denomina a menudo "Crítica de la Biblia", designación poco afortunada, porque parece implicar una actitud de hostilidad o censura. En realidad, no significa más que la aplicación a la Biblia de los métodos de estudio críticos y exactos utilizados con todos los documentos históricos. No nos extenderemos aquí sobre ellos o los resultados obtenidos, sino que nos limitaremos a sugerir sus inferencias para una valoración más amplia de la Biblia.
Cada texto copiado a mano sufre, en mayor o menor grado, errores de transmisión. Cada escriba efectúa cambios, sean inadvertidos o intencionales, omite una palabra aquí o añade otra allí. Cuantos más manuscritos poseamos sobre un trabajo, tanto más complicada será la tarea de determinar con exactitud qué es lo que escribió el autor. Pero en este sentido la Biblia hebrea es totalmente diferente de otros documentos antiguos. Durante casi dos mil años los manuscritos fueron escrutados con tanta minuciosidad que todas las copias sobrevivientes son muy semejantes. Pero aun esta versión controlada con tanta escrupulosidad (el denominado texto Mesotérico), no es completamente uniforme. Es cierto que la mayor parte de las variantes del manuscrito son de menor importancia; pero aun éstas originan en el creyente ortodoxo el siguiente interrogante: ¿Cuál es la auténtica palabra del Señor?
La rígida supervisión del texto hebreo apenas precedió a la era cristiana. La traducción griega, realizada algunos siglos antes, estaba basada en un texto hebreo considerablemente dife-
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rente del que nosotros poseemos. Su lectura tiene en ocasiones más sentido que la versión hebrea actual. Más aún, hay pasajes donde tanto el texto hebreo como el griego son poco satisfactorios y son pasibles de enmiendas (basadas tan sólo en conjeturas) que brindan un mejor significado. Algunas oraciones y párrafos parecen estar fuera de lugar. Otros dan la impresión de ser inserciones posteriores. En algunos casos los escribas parecen haber alterado el texto deliberadamente, por diferentes razones. El estudio de estos puntos constituye la "crítica inferior" o textual de la Biblia. Su efecto consiste en que socava la impresión de estar ante un documento de revelación único, fijo.
La "crítica superior" trata cuestiones más interesantes y arriesgadas sobre la composición, fecha y paternidad de los documentos bíblicos, o la reconstrucción de la historia israelita —política y religiosa— que resulta de este análisis. Ya no se puede dejar de explicar las contradicciones externas de las Escrituras: sirven ahora como prueba de la multiplicidad de los autores. En general se considera que la Tora y otros libros históricos son obras compuestas, constituidas por documentos de distintos períodos, que reflejan diferentes estratos sociales y expresan variados puntos de vista. Las diversas fuentes del Pentateuco datan de épocas muy posteriores a Moisés, y se han acumulado bastantes pruebas que apoyan la conjetura de Spinoza, en el sentido que la Tora recibió su forma actual en la época de Ezra.
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La nueva escuela ha atribuido a los profetas una función mucho más decisiva y creadora, especialmente a los últimos profetas, comenzando con Amos. De acuerdo con el punto de vista tradicional, la Tora es el documento básico, los profetas fueron simplemente predicadores elocuentes que intentaron fortalecer, en su época, las verdades reveladas por Moisés. De acuerdo con el punto de vista crítico, la Tora misma ha recibido una profunda influencia de la percepción profética. Las antiguas leyes y tradiciones que contiene han sido considerablemente readaptadas a la luz de las ideas avanzadas de los profetas. Algunos eruditos han llegado a afirmar que los profetas fueron los primeros en enseñar un. claro monoteísmo ético.
En realidad, la crítica bíblica del siglo Xix llegó a extremos insostenibles. Presumía que la escritura era poco conocida en Israel hasta la época de David, y que en períodos anteriores sólo poseíamos vagas tradiciones, en su mayor parte indignas de confianza. Se negó a los relatos de los patriarcas todo fundamento histórico, y se argumentó que el de Moisés y el del Éxodo sólo contenían un pequeño núcleo de veracidad, cubierto por sucesivas capas de leyenda. La historia de la religión israelita fue interpretada como la evolución, a partir de un culto popular, primitivo y ritual (no muy diferente del paganismo de otros pueblos), hacia la radical y más austera doctrina moral de los profetas; y del resultado final se dijo que fue una transacción entre la actitud popular, la sacerdotal y la profética.
Los descubrimientos ulteriores exigieron una
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considerable revisión de estos conceptos. La arqueología disipó la idea de que los hebreos primitivos eran nómadas analfabetos. La escritura estaba difundida aun en los períodos más antiguos de la historia israelita. Las investigaciones han probado, además, que hasta las tradiciones orales fueron transmitidas en el Cercano Oriente y durante largos períodos, con sorprendente exactitud- Los eruditos contemporáneos depositan mayor confianza en las narraciones bíblicas que los de la generación anterior. Hasta los relatos de los patriarcas contienen datos sobre las condiciones sociales y geográficas que descartan la suposición de que fueran meras leyendas forjadas siglos después de ocurridos los hechos que relatan.
Algunos fanáticos ultrafervoroscs han sacado conclusiones injustificadas de la tendencia conservadora en la crítica bíblica. Los recientes hallazgos de la arqueología no han apoyado de ninguna manera los alegatos de la revelación sobrenatural. Nuestras ideas sobre esta cuestión quedarán determinadas por nuestra actitud hacia la vida en general, no por estudios de anticuarios. Los historiadores contemporáneos pueden deducir de sus investigaciones que los relatos de Abraham contienen algunas antiguas y dignas tradiciones, sin necesidad de creer que Dios ordenó a Abraham que sacrificara a su hijo Isaac y que un ángel intervino a fin de evitar que lo hiciera. Pocas o ninguna de las autoridades competentes negarán que por lo menos algunas de las tribus hebreas vivieron en Egipto en calidad de minorías oprimidas y escaparon bajo la dirección de Moisés. Pero si
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Moisés pudo realizar milagros agitando su vara, eso ya es otra cuestión.
Sería totalmente falso manifestar que las investigaciones recientes han desacreditado la Crítica de la Biblia. Simplemente han corregido algunos de los errores cometidos por investigadores anteriores que poseían insuficiente material original. No existe campo del conocimiento humano en el que no se estén rectificando antiguos errores y en el que no se hayan logrado nuevas perspectivas.
Pero el método crítico no sólo ha ampliado nuestro conocimiento de la Biblia. Además de sacar a relucir nuevas informaciones, ha brindado también un beneficio espiritual. Nos proporciona un enfoque de la Biblia que afronta las dificultades con integridad intelectual al mismo tiempo que conserva los grandes valores contenidos en ella.
IX
DE QUÉ MODO AYUDA EL MÉTODO CRÍTICO
Muchos individuos a los que se inculcó que la Biblia era la palabra literal de Dios, sufrieron una violenta conmoción cuando la volvieron a examinar a la luz del pensamiento científico moderno. Incapaces ya de creer que los escritos bíblicos son de origen divino, llegan a la conclusión de que son una patraña y un fraude. (Pero ni siquiera Tom Paine, como ya lo hemos visto, pudo sustraerse a la magnificencia de Job.)
El análisis crítico nos salva, sin embargo, de un veredicto tan injusto sobre uno de los bienes más preciados de la humanidad, y nos devuelve la oportunidad de leer la Biblia con estimación y provecho.
Presenta la Biblia como una recopilación de fuentes antiguas, escritas y transmitidas por los hombres. Compuesta a lo largo de un período de casi cien siglos, refleja los cambios en las condiciones sociales y culturales y presenta muchas mentalidades y personalidades diferentes. La perspectiva varía de un libro a otro, y muchos de los libros forman en sí mismos un mosaico heterogéneo. Por lo tanto, no es sorprendente que de la lectura de las Escrituras no se desprenda una doctrina uniforme. Tantos aportes variados originan discrepancias y desavenencias.
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Más fácil es aceptar el hecho de que algunos pasajes de la Biblia son oscuros y aun imposibles de traducir. Ya no nos preguntamos ¿por qué Dios habría de exponer en forma tan clara Su voluntad en algunas partes, para desconcertarnos totalmente en otras? Comprendemos que algunos documentos bíblicos son fragmentarios e incompletos; que algunos pasajes han sido tan deteriorados o corrompidos en el curso de la transmisión que ya no son inteligibles; que en ocasiones el significado puede quedar oscurecido por referencias a hechos o situaciones que fueron familiares al público original del cronista pero son desconocidos para nosotros.
Ya no nos vemos ante la difícil disyuntiva de defender la veracidad histórica de toda narración bíblica, o desechar toda la obra como una impostura. El libro de Jonás, por ejemplo, no fue compuesto como parte de la Biblia, y no hay razón para suponer que el autor se propusiera hacer de él una historia sobria. Este maestro diligente y profundo deseaba inculcar en el lector la idea de que el poder de Dios se extiende sobre toda la tierra y que Su amor envuelve a todas Sus criaturas. Modeló su enseñanza en forma de un relato brillantemente amañado, que se quiebra de pronto cuando el sentido queda claro.
En otros libros la historia y la leyenda se hallan con frecuencia entrelazadas, pero podemos desenredarlas con razonable certeza. Es posible reconocer los datos históricos no sólo por medio de la evidencia interna, sino por su concordancia con las crónicas contemporáneas de
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otros pueblos que la arqueología ha sacado a la superficie. Sabemos que, aun en nuestros sofisticados tiempos, las leyendas tienden a desarrollarse en torno a las personalidades famosas y seductoras. Y aunque no son auténticas, tienen valor e importancia porque nos muestran cómo ve la mente popular a los grandes hombres. Una vez comprendido esto, podemos leer con provecho los relatos que idealizan la vida de los héroes bíblicos.
Un examen de los pasajes legales de la Biblia nos proporciona resultados similares. Muchas ordenanzas reflejan las condiciones económicas, sociales y morales de su época. Las normas legales y éticas son con frecuencia diferentes de las nuestras, y a veces, osamos decir, inferiores a las nuestras. A menudo (como sucede con las leyes sobre esclavitud que hemos citado) vemos que los escritores bíblicos se esfuerzan por modificar los moldes tradicionales en busca de una moral más noble y sensitiva. Y algunas disposiciones legales (por ejemplo, la ley del Jubileo en el Levítico 25 y las reglas de la guerra en el Deuteronomio 20-21) probablemente nunca fueron llevadas a la práctica: proyectan la elevada visión ética de los idealistas de la Antigüedad.
A veces, las consideraciones teóricas llevaron precisamente al resultado opuesto. Apacibles escribas desahogaron sobre el papel una sed de sangre para la cual no habrían tenido valor en la vida real. Uno de los elementos más inquietantes que ya hemos mencionado es la orden ele exterminar a los canaanitas y la condenación de Israel por no cumplir plenamente este mandato. En verdad, los pasajes en cuestión
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(así como algunas narraciones de Josué, que refieren grandes matanzas) datan de mucho después de la conquista de Palestina. Sin duda la invasión de las tribus hebreas fue bastante brutal y sangrienta, como sucede en estos episodios históricos. Pero fue una invasión gradual. Diferentes grupos tribales penetraron en el país por puntos distintos durante un lapso considerable. Muchos canaanitas fueron muertos, muchos otros fueron expulsados del territorio; pero muchos permanecieron allí y se amalgamaron gradualmente con los recién llegados.
Posteriormente los cronistas bíblicos se inquietaron ante la persistencia de las creencias y prácticas paganas en Israel. ¿Cuál era la causa de este mal? Llegaron a la conclusión de que se debía a la perniciosa influencia de los nativos. Dios debió haber deseado que fueran aniquilados; el fracaso de Israel al no exterminar a los canaanitas constituyó un pecado.
El progreso del pensamiento ético puede estudiarse con relación a un asunto bastante similar. La esposa fenicia del rey Acab se esforzó con obstinación por introducir el culto a su dios, el Baal Tyrian, en Israel, esfuerzo que el profeta Elias combatió tenazmente. Algunos años más tarde, un general denominado Jehú derrocó al sucesor de Acab, mató a todos los miembros sobrevivientes de la familia real y se coronó rey. Extirpó luego, por medio de una matanza, el culto a Baal. Fue apoyado en esta aventura por los profetas de su época, incluso el famoso Elíseo, del que se relatan tantas maravillosas historias. Pero en el siglo siguiente el profeta Oseas recordó con horror este incidente. En su
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opinión, Jehú había ejecutado un acto brutal y sanguinario para consolidar su propio poder, y no un acto dé lealtad hacia el Dios de Israel. Oseas anunció que el castigo divino caería pronto sobre la casa de Jehú (véase Reyes II, 9-10 y Oseas, 1).
Los críticos bíblicos de la última generación observaron una gradual y firme evolución de la religión israelita desde su estado de primitivo culto tribal, en el que la devoción era una cuestión ceremonial de grupo, hasta una fe universal y espiritual centrada en torno de una ética justiciera y humanitaria. Investigaciones más recientes indican que el proceso fue más complicado, y eso lo hace también más confuso para nosotros. La evolución no se produjo en sentido lineal. Parece que el monoteísmo no fue un descubrimiento posterior de los grandes profetas, sino que ya era conocido en tiempos de Moisés. Los conceptos primitivos y avanzados, el énfasis ético y ritual, el orgullo nacional y el amplio universalismo coexistieron, a veces en conflicto, a veces en combinaciones que pueden parecemos extrañas.
Pero cualesquiera que hayan sido los detalles del proceso, la conclusión es casi siempre la misma. La Biblia no presenta una única doctrina homogénea. Es una crónica de progreso y evolución espiritual. En todo desarrollo de ese tipo aparecen contradicciones. La historia de la democracia norteamericana, por ejemplo, registra períodos de avance y de retroceso. Revela diferencias seccionales significativas con respecto a las actitudes sociales. Y a veces nos asombra descubrir que un mismo individuo fue progre-
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sista en una faceta de su pensamiento y reaccionario en otras cuestiones. Pueden encontrarse varios fenómenos similares en los escritos bíblicos.
No obstante, el nuevo enfoque es provechoso y liberador. Comprendemos que si no hubiera habido ni dificultades ni contradicciones, eso sí hubiera sido sorprendente. ¿Cómo una compilación de tipo tan antiguo podría contener sólo oro y ninguna escoria? Los elementos bíblicos ingenuos, supersticiosos, primitivos en lo ético y anticuados en lo teológico, son algo así como la garantía de su autenticidad. Son elementos para medir las realizaciones de los profetas bíblicos.
A través de las edades los hombres han leído la Biblia con criterio selectivo recalcando los puntos que expresaban sus propias convicciones e ideales más elevados, haciendo caso omiso o reinterpretando los pasajes que les repugnaban. Ya no estamos obligados a tergiversar el simple significado de las Escrituras. Podemos disfrutar de los relatos milagrosos, apreciar su penetrante comprensión humana y su sencilla devoción, sin preocuparnos por las manifestaciones poco plausibles que contienen. Podemos pasar por alto los pasajes menos edificantes sin tratar de justificarlos o explicar que no significan lo que aparentan decir. Sabemos que nuestra avanzada cultura tiene facetas que no pueden ser justificadas y que toleramos (para nuestra vergüenza) sólo porque estamos acostumbrados a ellas; pero sabemos también que no obstante estas deficiencias hay valores positivos y genuinos en nuestra civilización.
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Lo importante es que la Biblia contiene, junto con ciertos materiales anticuados, otros muchos que no sólo son válidos para nuestra época, sino que representan un nivel espiritual muy superior al de nuestras realizaciones más elevadas. Las más nobles páginas de la Biblia aparecen tanto más majestuosas e impresionantes en contraste con el fondo de supervivencia primitiva registrada por las mismas Escrituras, y con el fondo más amplio del pensamiento del Cercano Oriente, que ya hemos esbozado. Son páginas incomparables por su cálida humanidad, austera moral, visión social y sublime conciencia de Dios.
Ahora estamos casi preparados para entrar en la cuestión fundamental de este ensayo: establecer la relevancia de la Biblia para el lector moderno, y el judío moderno en especial. Sólo nos queda por realizar una tarea más. Ya que la Biblia no es un libro sino una colección de escritos, haremos un breve análisis de éstos y de su contenido. *
* Al comienzo del capítulo VII se plantearon dos importantes problemas generales: la reivindicación de la inspiración divina por parte de los profetas, y la doctrina de la elección de Israel. Estas cuestiones no han sido dejadas de lado, sino que quedan reservadas para los capítulos finales de este libro.
X
BREVE TABLA DE MATERIAS
La Biblia ha sido traducida al inglés muchas veces. La versión más usada, considerada umversalmente como uno de los clásicos del idioma inglés, es la King James Bible, más correctamente denominada "Authorized Versión" (Versión Autorizada) de 1611. El magnífico estilo de esta traducción fue muy aprovechado por el grupo de eruditos judíos que prepararon la versión publicada en 1917, la cual se ha convertido en un modelo para los judíos de habla inglesa *. Si comparamos esta versión judeo-norteamericana con la Versión Autorizada o cualquier otra traducción de la Biblia realizada bajo los auspicios cristianos, observaremos de inmediato una considerable diferencia en el orden de los libros bíblicos.
Esta divergencia se remonta a la primera traducción de la Biblia, la versión griega efectuada en Egipto antes de la era cristiana. Los judíos alejandrinos que realizaron esta traducción dispusieron los libros en un orden que les pareció más correcto que el de los manuscritos hebreos. Los traductores cristianos han seguido el orden de los manuscritos, aun cuando sus versiones se basen en el texto hebreo; pero los
* The Holy Scriptures; A New Translation (Una Nueva Traducción). Filadelfia, The Jewish Publica-tion Society of America, 1917.
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traductores judíos modernos se han aficionado a la disposición de los libros en la Biblia hebrea.
La traducción griega, o Septuaginta, incluía cierto número de escritos judíos que no se encuentran en la Biblia hebrea. La mayoría de estos escritos fueron trasladados a la versión latina, Vulgata, la Escritura oficial de la Iglesia Católica Romana. (La Vulgata contiene también una obra interesante, Esdras 4, que tanto en el original hebreo como en la traducción griega se han perdido.) El Antiguo Testamento católico es, por lo tanto, más extenso que la Biblia judía o el Antiguo Testamento protestante. Los libros adicionales comprenden los dos Libros de los Macabeos, Tobit, la Sabiduría de Salomón, la Sabiduría de Ben Sira, y otros valiosos documentos. Estos escritos han sido publicados con frecuencia, en forma separada, con el título de Apócrifa (libros esotéricos).
La Biblia hebrea se divide en tres partes: Tora, Profetas y Escritos.
El significado de la Tora ha sido oscurecido por los antiguos traductores griegos, que la vertieron utilizando la palabra ley. Pero si bien el material legal constituye una parte importante de la Tora, ésta contiene, además, secciones narrativas y exhortativas. Una traducción más satisfactoria podría ser "revelación" o simplemente "enseñanza". La Tora significa la guía que Dios ha dado al hombre para fijar la conducta de su vida. Los profetas designan a veces sus mensajes como Tora.
La usanza judía posterior amplió el alcance del término. Se aplica a esta primera sección de la Biblia —la "Tora escrita"—, más vaga-
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mente a la Biblia como un todo, y luego a la "Tora oral", la exposición tradicional de la Escritura que cristalizó finalmente en la vasta literatura talmúdica.
La tradición atribuye una santidad y autoridad supremas a la Tora escrita. Los Profetas y los Escritos eran un poco menos sagrados y se los debía interpretar de conformidad con la Tora.
Cuando pasemos revista a los diferentes escritos bíblicos, observaremos también otra forma en que los traductores griegos hicieron sentir su influencia. Muchos de los libros bíblicos son designados con los títulos griegos que les dieron esos antiguos traductores, o con nombres basados en los títulos griegos. En hebreo, varios de los libros son denominados simplemente por su primera palabra (o primera palabra distintiva) .
I. TORA (PENTATEUCO, CINCO LIBROS DE MOISÉS)
1. El Génesis ("comienzo", en hebreo Be-reshit) contiene las tradiciones hebreas relativas al origen del mundo, de la humanidad y del pueblo de Israel. Intenta explicar la invención de las artes y oficios, la variedad de los pueblos y lenguajes, la necesidad del trabajo, la existencia del pecado y de la muerte. Estos antiguos relatos, combinados con algo de poesía arcaica, han sido profundamente influidos, en su forma actual, por los avanzados conceptos religiosos y éticos de los maestros bíblicos. Esto queda notablemente ilustrado por el relato
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del Diluvio, derivado de un lejano mito meso-potámico. La tosca fábula de los dioses guerreros, que casi mueren cuando la inundación los priva de los alimentos de los sacrificios, ha sido totalmente transformada por el monoteísmo ético de Israel. Los relatos acerca de los comienzos de la humanidad prosiguen con la historia de los patriarcas hebreos, desde el llamado a Abraham hasta el establecimiento de sus descendientes en Egipto bajo la protección de José. Todas estas historias gráficas y emotivas derivan, de acuerdo con los hallazgos de la enseñanza crítica, de fuentes que pueden clasificarse, en su conjunto, como "la narrativa profética". Entremezclados con estos coloridos relatos aparecen fragmentos de contexto más serio, a los que se atribuye un origen sacerdotal. A veces los escritos sacerdotales poseen una dignidad noble, formal, tal como en el relato de la creación (Génesis 1); a veces manifiestan una precisa cualidad reiterativa, tal como en la ley de la circuncisión (Cap. 17).
2. El Éxodo (en hebreo Shemot) continúa la narración con la historia del cautiverio en Egipto, la liberación de los judíos dirigidos por Moisés y la entrega de los mandamientos en el monte Sinaí. El pacto entre Dios e Israel es violado cuando el pueblo adora al becerro de oro, pero Moisés persuade a Dios para que perdone a Su descarriado pueblo. El Éxodo contiene varios capítulos legales: leyes concernientes a la Pascua y al Shabat (caps. 12, 16); los Diez Mandamientos (cap. 20); y dos códigos organizados. Uno de éstos contiene muchas ordenanzas sociales y éticas (caps. 21-23); el se-
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gundo es casi totalmente ceremonial (34.12-26). Luego vuelve a aparecer una serie de secciones sacerdotales, entre las que se incluye un detallado relato de la construcción del Tabernáculo cara el culto del sacrificio (caps. 25-31 y 35-40).
3. El Levítico (en hebreo Vaikrá) deriva enteramente de fuentes sacerdotales. Describe los variados tipos de sacrificios y las oportunidades en que han de ser ofrecidos, y trata en detalle el tema de la continuación ritual —por alimentos prohibidos, contacto con objetos impuros, ciertas enfermedades, etc.— y los medios de purificación que exige la profanación. Los escritores sacerdotales se interesaban también en los valores éticos. Definían cuidadosamente los grados de parentesco entre los cuales estaba prohibido el matrimonio, y prevenían contra los delitos de desviación sexual. La gran ley de santidad (cap. 19) reúne no sólo la precisión ceremonial, sino también las normas más elevadas y sensibles de conducta moral, que convergen en la "regla de oro": "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (19.18). El Levítico contiene también la ley idealista del Jubileo, cuyo propósito era establecer una especie de democracia económica (cap. 25), y que concluye con enérgicas exhortaciones relativas a la recompensa por obedecer la ley y el castigo por desobedecerla.
4. Los Números (en hebreo Bemidbar). La fuente sacerdotal proporciona tediosas series de estadísticas relativas a los censos en el desierto, y algunos temas legislativos; pero también HI
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cluye la hermosa bendición sacerdotal (6. 22-27). Otros documentos brindan interesantes narraciones sobre las aventuras de Israel en el desierto, y en especial la fascinante historia de Balaam, en que la prosa narrativa se halla entremezclada con sublimes rapsodias poéticas (caps. 22-24).
5. El Deuteronomio ("segunda ley", en hebreo Dvarim) difiere totalmente en su tono y estilo del resto de la Tora. Toma la forma de prédicas de Moisés al pueblo de Israel, antes de su muerte. Los primeros once capítulos reseñan las proezas y pecados de Israel en el desierto, y expresan un elocuente llamado a la lealtad para con Dios y Su Ley. Esta sección contiene el Sherna, que se ha convertido en una especie de profesión de fe judaica: "Oye Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es" (6.4). Las palabras de introducción conducen a un extenso código lega], en el cual se mantiene largamente el estilo oratorio. Este código recalca especialmente la restricción del sacrificio al único santuario "que Jehová vuestro Dios escogiere para poner en él su nombre", que es presumiblemente el Templo de Jerusalén. La mayoría de los estudiosos han relacionado, por lo tanto, el Deuteronomio con la reforma del rey Josías en el año 621 a. J. C , cuando todos los altares locales fueron prohibidos (véase Reyes II 22,23). El código abarca diversos problemas y es ampliamente humanitario en muchas de sus disposiciones. Le siguen más exhortaciones, dos notables poemas y la conmovedora historia de la muerte de Moisés.
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II. PROFETAS (NEVI'IM)
Esta sección está subdividida en Primeros Profetas y Últimos Profetas. Los libros de los Últimos Profetas están constituidos principalmente por las prédicas de éstos. Los Primeros Profetas son en realidad libros históricos, en los cuales, sin embargo, se hacen frecuentes menciones a los profetas y a sus actividades. Estos libros históricos presentan un relato cabalmente conexo (aunque de ningún modo completo) desde la invasión de Canaán hasta la destrucción del Estado en el año 586 a. e. c.
El libro de Josué deriva, aparentemente, de las mismas fuentes que el Pentateuco. Los otros libros de esta serie comprenden varios documentos anteriores (cuyas fuentes son mencionadas a veces por su nombre) reunidos en un sistema moralizador que por su concepto y estilo trae hondas reminiscencias del Deutero-nomio.
1. Josué relata la conquista y división del territorio.
2. Jueces (Shoftim) se refiere al período de desorganización y lucha tribal que se prolongó entre la conquista y el establecimiento de un fuerte Estado nacional. Los así llamados "jueces" fueron en realidad los jefes de las tribus.
3. Samuel ha sido dividido en dos libros debido a su extensión (así como Reyes). En esta obra aparece en primer plano el papel de los profetas. Relata la lucha del profeta Samuel por unificar al pueblo y liberarlo del dominio filisteo; la desventurada tentativa de Saúl por
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gobernar y la elevación y el triunfo de David. La crónica del reinado de David es una obra maestra vivida, recta y honesta descripción histórica. El libro contiene varias selecciones poéticas, algunas de ellas debidas al mismo David.
4. Los dos libros de Reyes se extienden desde el acceso de Salomón al trono hasta la destrucción de Jerusalén. El recopilador concede mucho espacio a la construcción del templo de Salomón y, fiel al espíritu del Deuteronomio, recalca la ley del santuario único. Diseminadas a lo largo de una crónica más bien sobria están las historias de los profetas, en especial Elias, Elíseo y Miqueas. Junto con múltiples episodios milagrosos, estas historias encierran un conmovedor contenido humano y un elevado objetivo moral.
Cada uno de los libros de los Últimos Profetas lleva el nombre de uno de ellos. Ya hemos caracterizado el libro de Jonás; el resto de los libros consiste principalmente en asertos de los profetas tal como fueron escritos o dictados luego de ser pronunciados en público. Ocasionalmente presentan material biográfico o autobiográfico, o extractos relativos a la historia de su tiempo.
De muchos profetas no conocemos más que sus nombres, y en algunos casos ni siquiera éstos. Los eruditos coinciden en que algunos de los trabajos proféticos son compilaciones y que el autor cuyo nombre llevan no es el único que contribuyó con sus materiales. El caso más importante es el libro de Isaías,
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El profeta Isaías, hijo de Amos, vivió en el siglo VIII a. e. c. Los eruditos le atribuyen gran parte (no la totalidad) de los primeros treinta y nueve capítulos de su libro. Los capítulos desde el 40 al 55 son obra de un profeta desconocido que vivió dos siglos más tarde, durante el exilio babilónico, y al que se conoce con frecuencia como el Segundo Isaías (Deutero-Isaías). *
Los capítulos finales pueden ser posteriores aun y se les aplica con frecuencia la designación de Trito-Isaías.
Los libros proféticos no siguen un orden cronológico. Se hallan clasificados en tres profetas "mayores" y doce "menores". Los términos mayor y menor, utilizados en su acepción latina, se refieren al tamaño de los libros, no a su importancia relativa. (En la tradición judía, los profetas "menores" son denominados simplemente "Los Doce".)
La tabla de la página siguiente indica la cronología aproximada de los escritos proféticos. Los números indican el orden de la Biblia hebrea.
5. El libro de Jonás es probablemente una composición post-exílica, pero su héroe fue una figura histórica del siglo VIII (Reyes II, 14.25).
El tema principal de los profetas del pre-exi-lio fue la inminente ruina de la nación, ruina merecida por la iniquidad del gobierno, la injusticia social, y la inmoralidad personal, así
* El primer estudioso de la Biblia que hizo la distinción entre las dos partes del Libro de Isaías parece haber sido Moses ibn Gikatilla, un comentador judío español del siglo xi.
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como la apostasía hacia el paganismo. Al señalar el fracaso moral de la nación los profetas confirman magníficas normas de justicia social e individual. Insisten en que el elemento prin-
6. Amos 4. Oseas 1. Isaías 9. Miqueas
10. Nahum 12. Sofonías 11. Habacuc 2. Jeremías
3. Ezequiel (1. Deutero-Isaías)
13. Hageo 14. Zacarías
7. Abdías 5. Joel
15. Malaquías .,
^ siglo VIII
> a. e. c.
> siglo vil
-
> siglo vi
>• siglo v
>dudoso 1
> Pre-Exilio
> Exilio
' Post-Exilio
cipal de la religión es el ético, no el ceremonial; y atacan severamente el culto del sacrificio, que era fundamental en la religión de sus contemporáneos. (De acuerdo con la tradición, los profetas no oponían objeciones al sacrificio en sí, sino al sacrificio injusto; y esta interpretación es mantenida por muchos eruditos modernos.)
Si bien todos los profetas vaticinaron la inminente destrucción de Israel, pronto hizo su
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aparición una nota de esperanza última. Desde Oseas en adelante los profetas sugirieron que el castigo, si bien debía ser trágicamente severo, no destruiría al pueblo en su totalidad. La caída tendría un efecto purificador en el remanente, que Dios terminaría por redimir con el propósito de crear una nación ideal.
Jeremías y Ezequiel vivieron durante la destrucción del Estado de Judea. Profetas de la catástrofe en días en que el pueblo aún esperaba la salvación, comenzaron a dar mensajes de aliento precisamente cuando la situación se hacía desesperante. No alteraron realmente su afirmación fundamental, que la voluntad de Dios se cumple en la historia de la humanidad. El mismo Dios justiciero que debe castigar a la nación pecadora, disciplinará y regenerará el espíritu de ésta y la ayudará a ser digna de redención y rehabilitación. Esto conduce a una visión más amplia de la reconciliación de toda la humanidad en paz bajo el reinado de Dios.
Ezequiel difería de los demás profetas por la gran importancia que concedía al culto del Templo y a la precisión ritual, aunque también insistió en los valores morales. No fue un poeta tan sublime como los otros, pero creó muchas páginas de prosa vivida y dramática. Poco más tarde el Segundo Isaías brindó refulgentes mensajes de esperanza, donde la regla universal, el amor de Dios y la visión de una humanidad redimida alcanzan su expresión máxima. Los últimos capítulos de Isaías han sido siempre la parte más apreciada y más leída de la literatura profética.
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Los profetas post-exílicos transmitieron tanto mensajes de esperanza como de censura, de acuerdo con las circunstancias en que hablaban. Aunque defendieron con firmeza el idealismo social de los primeros profetas, fueron, con todo, en su mayoría, paladines del Templo y de su culto del sacrificio. En algunos de los últimos profetas notamos una tendencia hacia un nuevo tipo de visión, denominado "apocalipsis", en que se revelan los secretos del "fin de los días" (véase más adelante el Libro de Daniel).
III. ESCRITOS (HAGIOGRAFÍA, KTVVIM)
1. Salmos (Tehilim). Esta es, indudablemente, la colección poético-religiosa más importante del mundo. Muchos de los poemas fueron compuestos para ser utilizados como himnos, para ser cantados por el coro del Templo o por el pueblo (95,136). Otros son expresiones de intensos sentimientos personales (73,139). Pero con frecuencia el salmista se hace eco, aunque hable en primera persona, de las necesidades y anhelos de la nación entera (por ejemplo, el salmo 9-10, originariamente un poema, y el salmo 66). Estos poemas abarcan toda la gama de las emociones humanas, desde la autohumi-Uación y la desesperación hasta la plácida fe y el agradecimiento gozoso. Algunos son más reflexivos que líricos, especialmente el salmo 119, compendio de pensamientos piadosos dispuestos en orden alfabético.
2. Proverbios (Mishlé). Esta colección de sabias sentencias, breves en su mayoría, no se diferencia del mismo tipo de literatura de los
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otros pueblos orientales. La parte que comienza en 22.17 es tan semejante a un papiro egipcio que debe haber alguna conexión entre ambos. Muchos de los consejos contenidos en los Proverbios son de orden práctico, mundano y prudente; pero esta nota preponderante es modificada por muchas expresiones que reflejan la tendencia más característicamente judía de la devoción y la responsabilidad social.
3. Job es un enfoque dramático del problema del mal y el sufrimiento del mundo, en forma de diálogo poético, con una introducción y conclusión narrativas. Job, un modelo de rectitud y devoción, es abrumado por el infortunio. Sus amigos deducen que está siendo castigado por pecados anteriores; pero Job defiende su inocencia, aun contra Dios. Al final Dios aparece y justifica a Job contraponiéndolo a sus amigos; pero la existencia del mal sigue constituyendo un misterio. La segunda parte del libro ha sufrido deterioros e inserciones en el texto, y es a veces difícil de comprender; pero en su conjunto la obra perdura como una de las expresiones más profundamente sentidas y magníficamente escritas del espíritu trágico.
4. El Cantar de los Cantares (Shir HaShi-rim), es una colección de apasionados poemas de amor. Durante generaciones este libro fue explicado como una alegoría del amor de Dios hacia Israel, pero parece evidente que estos hermosos poemas celebran el sencillo amor entre hombres y mujeres. Probablemente los compusieron para que fuesen cantados en las bodas.
5. Ruth. La t ierna historia de una mujer moabita, que después de la muerte de su esposo
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judío permanece fiel a su familia y a su religión. Al alegar que el rey David fue descendiente de Ruth, quizás el autor haya querido protestar contra ciertas tendencias chauvinistas y adversas a los forasteros, comunes en su época.
6. Lamentaciones (Eija), consiste en cinco melancólicos poemas, que lloran la caída de Jerusalén e imploran su restauración. Es probable que la tradición que los atribuye a Jeremías sea infundada. Los poemas son genuina-mente patéticos, pero carecen de espontaneidad; todos, menos uno, están escritos en forma algo artificiosa.
7. Eclesiastés ("El Predicador", Kohelet). Este libro fascinante y en muchos aspectos desconcertante, está constituido en gran parte por reflexiones ásperas y pesimistas sobre la vanidad de los esfuerzos humanos.
Sus comentarios, predominantemente escép-ticos, se hallan intercalados con observaciones prácticas al estilo de la "sabiduría" antigua, y con afirmaciones ocasionales de un carácter religioso más positivo. Estos enfoques cambiantes han sido explicados de distintas maneras.
8. Ester. Esta interesante narración relata cómo los judíos de Persia fueron salvados del exterminio por el valor de Ester, la consorte del rey persa, y cómo fue creada la festividad de Purim para celebrar la feliz liberación. Aunque muchos eruditos han defendido el relato atribuyéndole carácter total o por lo menos parcialmente histórico, sus argumentos se prestan a serias dudas. Difícilmente sea accidental que el autor —como para evitar ofensas— haya
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tenido la consecuente precaución de no utilizar el nombre de Dios y de conservar en su relato una forma eminentemente secular. Es revelador que aun los judíos devotos hayan tolerado versiones humorísticas de la historia de Purim, si bien los habría escandalizado la parodia de cualquier otro pasaje de la Biblia. La versión griega de Ester contiene extensas adiciones que le confieren un tono religioso más serio.
9. Daniel es clasificado como profeta en la Biblia cristiana, pero no en las ediciones judías. La primera parte contiene relatos de héroes que fueron leales a su fe a pesar de la persecución y se salvaron milagrosamente dé la muerte. La segunda está constituida por visiones ocultas, y es el principal ejemplo bíblico de la forma literaria denominada apocalipsis. (Poseemos muchos ejemplos extra-bíblicos.) En estos escritos se predicen por boca de un antiguo héroe los sufrimientos futuros del pueblo y su eventual salvación por obra de Dios. En tanto se supone que Daniel vivió durante el exilio babilónico, el libro fue escrito casi con certeza entre los años 168 y 165 a. e. c.
Durante esos años el gobernante sirio de Palestina trató de imponer a los judíos el culto a Zeus; el libro fue escrito para inspirar al pueblo a mantenerse fiel a pesar de la persecución. Partes de Daniel fueron escritas en ara-meo, lengua emparentada con el hebreo, que gradualmente reemplazó a este último como idioma hablado de Palestina.
10. Esdras, Nehemías 11, y Crónicas 12, (Di-vre Haiamins) fueron originariamente un solo libro, en el cual Crónicas constituía la primera
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parte. Es el compendio de toda la historia bíblica desde la creación hasta el fin del exilio babilónico. Hasta la ascensión de David el material es presentado principalmente en forma genealógica. La parte fundamental de la obra gira en torno del mismo asunto que Samuel II y el Libro de Reyes, pero al mismo tiempo que añade nuevo material, omite mucho de lo que se encuentra en los otros. El cronista estaba particularmente interesado en el servicio del Templo y en el sacerdocio.
Esdras y Nehemías contienen un relato fragmentario de la reorganización de la vida judía en Palestina después del Exilio. Los libros contienen extractos de las memorias de Esdras, autoridad en cuestiones de la Tora y promotor de muchas reformas religiosas, y de Nehemías, un influyente funcionario persa que fue también judío leal y devoto.
NOTA: LOS Proverbios, Job y el Eclesiastés son clasificados frecuentemente (junto con la apócrifa Sabiduría de Salomón y Ben Sira) como "Literatura sabia", si bien son en verdad muy diferentes, en su espíritu, los unos de los otros.
El Cantar de los Cantares, Ruth, las lamentaciones, el Eclesiastés y Ester son denominados los Cinco Rollos (Meguilot) y cada uno de ellos se halla asociado a un acontecimiento particular del calendario religioso judío.
XI
MODO DE VIDA
Nuestro breve repaso hace resaltar tanto la variedad de la li teratura bíblica como su estado incompleto. La frase de Goethe, "fragmentos de una gran confesión", ha sido aplicada con justicia a las Escrituras hebreas. Estos escritos no ofrecen un relato continuo y bien organizado ni una filosofía sistemática. También las secciones legales, aunque extensas están incompletas; para ajustarse a ellas el pueblo judío tuvo que complementarlas por medio de la libre interpretación y las tradiciones orales.
Pero quizás esta parcialización sea la base principal del poder de la Biblia. Los sistemas filosóficos se cuentan entre los bienes más perecederos. La Biblia, en cambio, nos ofrece algo diferente: percepciones y sugerencias. Nos abre las puertas y nos incita a hallar el camino, y sobre todo se preocupa por los problemas y experiencias reales de los seres humanos.
El filósofo Spinoza, cuyo enfoque era pagano a pesar de su origen judío, contemplaba la experiencia "según el aspecto de la eternidad." Así, la infinita variedad de la vida quedó reducida a una serie de abstracciones, expresadas en forma semi-matemática. El método bíblico es el exactamente opuesto. Presenta "valores externos" —las instituciones de la fe y la rectitud— en términos de situaciones específicas y concretas.
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Por ejemplo, la Biblia dedica mucho espacio a la justicia, pero no hay nada que se parezca al intento platónico de definir la justicia en términos tan amplios que se adapten a todas las situaciones. La Tora, en cambio, legisla el caso en que el buey de A cornea al buey de B, o en el que la propiedad confiada por A a B ha sido dañada por negligencia de B, y establece el método justo para resolver los reclamos de un profeta lanzados contra aquellos que venden grano inadecuado para la alimentación y sisan las medidas (Amos, 1. 5, 6), podemos inferir sus principios sobre las exigencias de la justicia social. Los casos de justicia aparecen en narraciones vividamente relatadas (Samuel II, 12, Reyes I, 3, Jeremías, 26). Se trata cada caso con un criterio que es precisamente el opuesto al académico. Es tanto concreto como apasionado:
"¿Hasta cuándo juzgaréis injustamente y aceptaréis las personas de los impíos? Defended al débil y al huérfano; haced justicia al afligido y al menesteroso. Librad al afligido y al necesitado; libradlo de manos de los impíos".
(Salmos, 82.2-4.)
Los acontecimientos a los cuales se refieren los cronistas bíblicos ocurrieron hace mucho tiempo y las circunstancias pueden ser muy diferentes de las de nuestra época; con todo, la intensa preocupación por el bien y $1 mal otorga a los antiguos documentos una vitalidad continua y nos hace sentir que su mensaje está dirigido a nuestra generación,
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No todas las palabras de la Biblia despiertan un eco contemporáneo en todo lector y en todo momento. Se ha dicho con justicia que cada época posee su propia Biblia. Más de un intérprete del escrito sagrado ha añadido sus propios conceptos al texto, oscureciendo totalmente su significado real. Pero aun si evitamos tales procedimientos y permitimos que la Biblia nos hable en sus propios términos, nuestra capacidad de absorción y reacción variará de acuerdo con las diferencias personales y las circunstancias cambiantes.
Sin embargo, no debemos decidir de prisa que, porque una parte de las Escrituras aparentemente no contenga ningún mensaje para nosotros, ya será definitivamente anticuada y pasada de moda. Una experiencia personal puede aclarar esta observación.
El profeta Nahum ha sido siempre un autor relativamente olvidado. Su breve libro celebra la caída del Imperio Asirio y la destrucción de su capital, Nínive. A diferencia de sus contemporáneos, que censuraban los defectos de su propio pueblo, Nahum se regocijó con el colapso del gran enemigo de Judea.
Los críticos modernos, al mismo tiempo que admitían su genio literario, se inclinaban a clasificarlo como uno de los "falsos" profetas denunciados por Jeremías, los cuales nutrían el orgullo nacional en vez de exaltar la conciencia nacional.
Pero sucedió que quien escribe esta obra estudió por casualidad el libro de Nahum poco después de la caída de Francia, durante la Segunda Guerra Mundial, y quedó sobrecogido
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ante frases que parecían concebidas para París la ville lumiére, que "multiplicaste tus mercaderes más que las estrellas del cielo". (Nahum, 3, 16.)
"Vigila el camino", dice el profeta, "cíñete los lomos, refuerza mucho tu poder...
El escudo de sus varones estará enrojecido, los varones de su ejército vestidos de grana; el carro como fuego de antorchas; el día que se prepare, temblarán las hayas. Los carros se precipitarán a las plazas, con estruendos rodarán por las calles; su aspecto será como antorchas encendidas, correrán como relámpagos".
(2.2, 4, 5.)
Pero los preparativos militares son corrompidos por la decadencia de la moral entre el pueblo, que ha perdido su visión y su idealismo:
"Todas tus fortalezas serán como higueras con brevas;
que si las sacuden, caen en la boca del que las ha de comer;
He aquí, tu pueblo será como mujeres en medio de ti;
Las puertas de tu tierra se abrirán de par Len par a tus enemigos"
(3.12, 13.)
¿Y estas sugestivas palabras pertenecen a uno de los libros menores de la Escritura?
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Y así, llegamos al fin del interrogante. ¿Cuál es la importancia de la Biblia para el hombre moderno, y para el judío moderno en especial? Hemos encontrado significativas respuestas, que aún no constituyen la respuesta. La Biblia es sumamente interesante. Es una colección de obras maestras literarias, Es indispensable para la comprensión de la cultura occidental. Proporciona al judío los medios para comprenderse mejor de acuerdo a su propio pasado. Pero, por sobre todo esto, la Biblia es el libro de actualidad, el libro que habla a cada generación.
Recuerdo a un profesional próspero, nacido y educado en los Estados Unidos, que sólo tenía unos modestos conocimientos en materia de judaismo. Repentinamente lo abrumó la tragedia, a causa de la sorpresiva muerte de su amada hija. Y cuando sus amigos fueron a acompañarlo en su pena, se sentó con ellos y les leyó pasajes del Libro de Job.
¿Qué puede decirnos la Biblia?
Muchas cosas, de acuerdo con nuestras necesidades, nuestra situación, nuestra voluntad para aceptar y nuestra capacidad para absorber. Tiene poco para ofrecer a aquellos que no miran la vida con seriedad y sólo se preocupan por conservar una dura superficie bien pulida para ocultar la vaciedad o debilidad del interior. Aun a ellos el cínico Eclesiastés les puede proporcionar la idea adecuada, porque indudablemente su consejo "es bueno comer, beber y gozar el placer", es un consejo nacido de la desesperación y su conplusión es "vanidad de vanidades".
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Pero aquellos que ven la vida como un desafío y una gran oportunidad, encuentran la Biblia como una lámpara a sus pies y una luz en su sendero.
Porque la Biblia no es un libro de dogmas estáticos o de contemplación intemporal. Señala un camino que conduce hacia adelante y hacia arriba. Es la convocatoria para una tarea. Ya se ha repetido con frecuencia, pero por ser esencial debe ser repetido una vez más: para los cronistas bíblicos la edad de oro no se halla en el pasado, en el perdido Edén, sino en un futuro aún por realizarse. El drama de la historia, que comenzó con la creación del hombre, alcanza su culminación sólo en la era mesiánica por venir. Cómo habrá de lograrse esta realización, constituye un misterio, así como la vida misma es un misterio. Los cronistas bíblicos no se sienten tan orgullosos de su humanidad como para esperar y buscar la gracia divina. Reverencian la promesa de que Dios nos quitará el corazón de piedra y nos dará un corazón de carne, que nos hará más dignos de Su perdón y de Su amor compasivo (Ezequiel, 36.26).
Pero también les resulta evidente que el hombre no puede aceptar complacientemente sus propias faltas y esperar de brazos cruzados e1
perdón de Dios sólo porque c'est Son métier. La lucha moral del hombre, su propio esfuerzo por alcanzar la rectitud personal y edificar una sociedad justiciera, es en cierto modo inherente e indispensable para la consumación final. "Volveos a mí y Yo me volveré a vosotros" (Mala-quías, 3.7). Estas palabras del profeta se explican con la parábola rabínica del hijo del rey que
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se aleja del hogar y duda de su capacidad para encontrar el camino de retorno. "Regresa hasta donde puedas", dice el mensaje paterno, "y yo haré el resto del camino para ir a tu encuentro".
La Biblia es el libro de la vida en este mundo. A lo largo de la mayor parte de las Escrituras, el concepto de una vida futura permanece vago e indefinido, y algunos cronistas parecen rechazarlo por completo. Sólo en los últimos documentos de la Biblia hay una afirmación inequívoca sobre la bendita inmortalidad. En consecuencia, la Biblia hebrea no niega la esperanza de una vida más allá de ésta, pero tampoco fija la obtención de la gloria celestial como objetivo fundamental del comportamiento humano o del esfuerzo religioso. El centro de la atención está ocupado por los actos justos.
Quizás el énfasis puesto sobre este mundo pueda explicar el sistema un poco rígido y materialista de recompensas y castigo establecido en varios de los libros bíblicos, enfoque del cual el autor de Job renegó con tanta vehemencia. Sin embargo, este concepto de la retribución no puede ser desechado demasiado a la ligera. Con frecuencia conviene ser bueno, y a menudo la honestidad es el mejor sistema. Lo inverso también es cierto en muchos casos. Esta regla es correcta, especialmente para los grandes grupos. La prosperidad y estabilidad nacionales dependen del mantenimiento de los valores morales y espirituales. Este es el coherente mensaje de los profetas, documentado en forma efectiva por los historiadores, desde Tucídides hasta Toynbee. La teoría se quiebra sólo cuando suponemos que es una regla mecánica e invariable,
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de modo que cada infortunio es considerado como la consecuencia de un pecado y todo lance afortunado pasa por ser un aliciente para la propia virtud. Con mucha frecuencia la Biblia sostiene la tesis —que aún orienta la vida de muchos de nosotros— "Sé bueno con el fin de se? feliz". Pero las frases más sublimes de las Escrituras alientan una moral mucho más elevada: "Santos seréis, porque santo soy yo Jehová, vuestro Dios" (Lev., 19.2). El sentimiento de comunión con Dios es la auténtica recompensa de la rectitud (véase Salmos, 73, final).
Y esta santidad no exige aislarse del contacto con un mundo pecador. Aun en las cuestiones rituales, estaba previsto que se produciría la contaminación, y se proporcionaron los medios para la purificación. En lo que a la moral se refiere, ni siquiera se pensó en evitar el pecado por medio de la segregación monástica que alejase de las realidades del trabajo cotidiano y el contacto social.
Se supone que todos los hombres cometerán el mal, no como consecuencia de un fatalista "pecado original", sino porque los seres humanos no siempre viven a la altura de sus mejores posibilidades. El pecado es un hecho ineludible. Los cronistas bíblicos no se forjan rosadas ilusiones sobre la bondad humana, ni desechan sus malas acciones como simples pecadillos o desviaciones psicológicas. Mas hay un doble correctivo para el pecado. Por una parte, la aseveración constantemente repetida de que Dios es bueno y misericordioso, pleno de compasión y predispuesto para el perdón. Por otra, la oportunidad y la capacidad del hombre para retornar
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a Dios. Esta insistencia en el retorno (el "arrepentimiento" es una traducción inadecuada) es la raíz del optimismo bíblico. El retorno a Dios implica el retorno a Su ley; un cambio íntimo que se demuestra en la conducta. Las ofrendas expiatorias prescritas por la ley sacerdotal no eran un sustituto para la regeneración moral y, precisamente, sólo se las podía sacrificar después que el penitente había confesado su falta y entregado la mayor reparación posible.
El hecho de que las enseñanzas éticas de la Biblia estén presentadas en forma de una legislación específica, de una narración antigua, o de la crítica profética de situaciones planteadas hace mucho tiempo, podría (suponemos) haber dado una apariencia anticuada al mensaje bíblico. ¿Por qué habría de preocuparme que un potentado oriental hiciera asesinar a uno de sus soldados para incorporar a la esposa de éste a su harén? En esta era de la agricultura mecanizada, ¿en qué puede interesarme el precepto de que un buey no debe ser amordazado cuando pisa el grano para trillarlo (Deuteronomio, 25.4) ? ¿Qué interés personal puedo tener en los ataques de los profetas contra una sociedad en la que prevalecían la esclavitud y la monarquía absoluta?
Pero el lector moderno reacciona igualmente ante dichos pasajes. Los cronistas bíblicos eran tan vividos y su preocupación por las situaciones mencionadas era tan intensa, que sus palabras continúan cargadas de palpitante vitalidad. Un tratado académico sobre ética, recién publicado, puede parecer más remoto a nuestra vida que la historia de David y Betsabé, o el man-
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damiento del Deuteronomio acerca del buen trato a los animales, o la inflamada indignación de Amos contra aquellos que vendían al pobre por dinero y al necesitado por un par de zapatos.
La relativa simplicidad de la civilización bíblica nos permite comprender con mayor facilidad sus valores fundamentales. En nuestro mundo complejo e interdependiente, la determinación del bien y del mal en una situación particular puede entrañar el análisis de muchos factores en pugna y la correcta interpretación de datos altamente técnicos. Es tanto más necesario, en consecuencia, que mantengamos la conciencia de las distinciones básicas, "descarnadas", entre el bien y el mal, entre lo humano y lo inhumano, que nos proporciona la Biblia.
Leemos, por ejemplo: "Cuando entregares a tu prójimo una cosa prestada, no entrarás en su casa para tomarle prenda. Te quedarás fuera, y el hombre a quien prestaste te sacará la prenda". (Deuteronomio, 24.10, 11.) Es fácil comprender lo antedicho con un mínimo de comentario. Un hombre pobre podría tener que empeñar uno de sus bienes para asegurarse el préstamo que necesita; pero puede evitársele la humillación de presenciar cómo el deudor inspecciona sus pocos lastimosos bártulos para ver cuál de ellos tomará en prenda.
En la Biblia el carácter personal y la justicia social se compenetran y combinan para formar una sola exigencia ética. Nuestro mundo moderno perdió mucho con la distinción demasiado aguda entre estos elementos. El enfoque "evangélico", que trató de despertar la conciencia de los individuos y elevar el carácter personal, fue
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ineficaz en lo relativo a las injusticias económicas y políticas que ninguna acumulación de nobleza personal podría rectificar.
Un cierto número de individuos buenos no constituye necesariamente una buena sociedad. Por otra parte, el enfoque colectivo, ligado principal pero no exclusivamente con el marxismo, supone, sin pruebas, que un sistema más justo en la distribución de las riquezas o en la administración de las leyes producirá gente mejor y más feliz. La Biblia, sin un análisis detallado, exige tanto la justicia personal como la de grupo.
Si bien refleja constantemente el prodigio y la belleza del mundo de la naturaleza, la Escritura evita la deificación pagana de la misma, así como la interpretación no menos pagana del hombre como parte de la naturaleza. "Los cielos cuentan la gloria de Dios" (Salmos, 19.1); pero Dios es el Señor de la naturaleza, no su mero Espíritu inmanente.
"Él extiende el norte sobre vacío, cuelga la tierra sobre nada. Ata las aguas en sus nubes, y las nubes no se rompen debajo de ellas. He aquí, estas cosas son sólo los bordes
[de sus caminos; ¡y cuan breve es el susurro que hemos oído de Él! Pero el trueno de su poder, ¿quién lo puede
Lcomprender? (Job, 26. 7, 8, 14.)
Así como Dios es distinto de la naturaleza, así es el hombre distinto tanto de Dios como de la naturaleza. Si bien fue creado "a la imagen
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de Dios" (Génesis, 1.2, 6), existe una inconmensurable brecha entre el Creador y su criatura.
"Cuando veo Tus cielos, obra de Tus manos, la luna y las estrellas que Tú formaste, digo: ¿qué es el hombre para que tengas de él
[memoria y el hijo del hombre, para que lo visites?"
(Salmos, 8.4-5.)
Pero —y esto es esencial— Dios respeta al hombre, y le ha conferido una categoría y una dignidad diferentes de las del resto de la creación. Y esta distinción es una realidad, a pesar de la relación genética del hombre con los demás primates.
"Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de Tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies".
(Salmos, 8.6, 7.)
La Biblia reconoce la diferencia inherente del hombre con las otras criaturas; no lo disminuye cínicamente ni lo idealiza sentimentalmente. Sus cronistas demuestran tener una penetración casi total de las motivaciones y comportamiento humanos. Esto se revela, sin un análisis sofisticado de los matices a la manera proustiana, por la captación intuitiva de la manera de hablar y actuar de la gente. La percepción aparece en forma de una colorida narración, o en los agudos comentarios de los Proverbios y
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Eclesiastés y en las inquisitivas críticas de los profetas.
Los Salmos, por otra parte, expresan toda la gama de las emociones humanas. Es por ello que a través de las edades han proporcionado a hombres y mujeres las palabras para expresar lo que ellos mismos sentían pero no podían articular. Hay aquí poemas de deleite primaveral inspirados en el mundo y en la vida; de fe serena; de valor en medio de la adversidad. Se encuentran también patéticas notas de decepción, temor y soledad, y los incontenidos tonos de la desesperación trágica. Pero aun los lamentos más agonizantes, amarga y airadamente elevados a Dios, implican una esperanza última:
"Despierta; ¿por qué duermes, Señor? Despierta, no te alejes para siempre. ¿Por qué escondes Tu rostro, y te olvidas de nuestra aflicción, y de la opresión
[nuestra?".
(Salmos, 44.24, 25.)
El futuro nunca es desechado ni en los más oscuros momentos; y por doquier refulge con mesiánico esplendor la seguridad de algo mejor por venir. Y aunque, como hemos visto, la principal preocupación de la Biblia es para este mundo, tampoco descuida la esperanza de una bendita inmortalidad:
"Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados... Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los
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que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad".
(Daniel, 12.2, 3.)
Los cronistas bíblicos, cuando son acosados, no se avergüenzan de enfrentar al mismo Dios con sus insistentes demandas. Esto ha sido denominado el "elemento prometeico" de las Escrituras; pero el término no debe tomarse en un sentido demasiado literal. Prometeo condena a Zeus como un malvado tirano; aun desamparado, se considera superior al poderoso dios. Los indignados bíblicos apelan de Dios a Dios mismo. "El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?", exclama Abraham (Génesis, 18.25). Job se lamenta de modo semejante: "¿Te parece bien que oprimas, que deseches la obra de tus manos?" (10.3). La Biblia sondea los males físicos y morales de nuestra existencia hasta lo más recóndito y rehusa falsear los hechos aun en beneficio de Dios; pero insiste en que la paradoja debe tener una solución y no permite que la última palabra sea una palabra de derrota total.
Porque la obsesión unilateral por el mal, como la que oscurece el cielo en nuestra era termonuclear, es tan poco realista como el optimismo empalagoso. Leemos en el mismo libro de los Salmos:
"Yo estoy afligido y menesteroso; desde la juventud he llevado tus terrores,
[he estado medroso. Sobre mí han pasado tus iras, Y me oprimen tus terrores".
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y también
"Brame el mar y su plenitud, el mundo y los que en él habitan; los ríos batan las manos, los montes todos hagan regocijo delante de Jehová".
(Véase Salmos, 88.16, 17 y 98.7-9.)
XII
¿ES LA BIBLIA LA PALABRA DE DIOS?
Hemos dado una respuesta al interrogante fundamental con que comenzamos. El valor principal de la Biblia no reside en su poder literario, en su penetrante influencia sobre la cultura occidental, en su utilidad para la auto-comprensión judía. Porque la Biblia contiene conceptos relevantes para el lector contemporáneo. Su profunda percepción del comportamiento humano, su infalible preocupación por las necesidades humanas, su estricta moral, su insistencia sobre la justicia del orden social, su perspectiva de la reconciliación humana en un mundo de fraternidad y paz, su tremenda intuición en lo que concierne al hombre, al mundo y a Dios, sus sublimes poemas de adoración y anhelo. .. todo esto nos habla con un vigor que no podemos ignorar. Estos valores no aparecen disminuidos de manera alguna por el hecho de figurar en antiguos documentos, que contienen también material de menor interés, y que expresan en parte conceptos que no podemos honesta y conscientemente aceptar, porque los elementos anticuados (o aparentemente anticuados) de la Biblia también son útiles, a su manera, para nuestra educación.
Pero una vez reconocida la importancia de la Biblia, aún podemos preguntar: ¿Y su "inspiración"? Al comenzar nuestro estudio dejamos
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de lado la presunción de que la Biblia llegó a nosotros por medio de un proceso sobrenatural, y que poseía una autoridad divina inherente. Pero ahora que hemos examinado su contenido, ¿podemos considerarla, en algún sentido, la palabra de Dios? El interrogante es tanto más difícil y necesario desde el momento en que la reivindicación de la inspiración divina no fue hecha meramente en defensa de la Biblia; aparece muchas veces en las mismas Escrituras.
En especial, los grandes profetas literarios plantearon este problema en una forma que no permite escapatoria. Hasta el más escéptico de los críticos admite que tenemos en nuestras manos las auténticas palabras que dictaron o escribieron los profetas, y éstos encabezaban sus párrafos con la fórmula "Así dijo el Señor". ¿Qué conclusión sacaremos de esto?
Los "librepensadores" han acusado a los profetas de engañar deliberadamente a su auditorio. Una sugerencia menos hostil es aquélla según la cual Moisés y sus profetas idearon la benévola ficción de la inspiración divina a fin de recomendar al pueblo saludables prácticas físicas y morales. Es imposible tomar en cuenta seriamente tales sugerencias. Todo el que lea a los profetas sin un prejuicio inicial, percibirá su apasionada sinceridad. El más afortunado de los profetas hubo de soportar el desprecio y la injuria; algunos pagaron su osadía con la vida. Cuando los profetas afirmaban que Dios les había hablado, eso era precisamente lo que querían significar.
Entonces, si eran honestos, ¿eran también normales y cuerdos?
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En la actualidad, los sacerdotes reciben con no poca frecuencia la visita de personas que afirman, de manera semejante, haber recibido la revelación divina. Pero entre aquellos que confiaron los relatos de sus visiones al autor de esta obra, ninguno le transmitió un mensaje de contenido reconocible. Tales individuos se hallan sumergidos en fantasías incoherentes y han perdido casi todo contacto con la realidad circundante. Se los debe juzgar como infortunados psicópatas, no sólo desde el punto de vista clínico, sino también por razones teológicas. ¡Dios no necesita ciertamente "revelar" tales quimeras!
Aun en tiempos antiguos algunos escépticos aseveraron que "necio es el profeta, insensato es el varón de espíritu" (Oseas, 9.7). Y en nuestra generación dotada de mentalidad psicológica, los estudiosos no han pasado por alto las tensiones emocionales y la fantástica imaginación de los oráculos proféticos. Por ejemplo, se ha intentado explicar la conducta de Ezequiel en términos psiquiátricos. Esta es una empresa más bien azarosa. Algunas de las experiencias que Ezequiel nos relata podrán parecemos patológicas: pérdida de conciencia, actos compulsivos, visiones grotescas. Pero tales fenómenos no eran insólitos entre los profetas profesionales con los cuales Ezequiel tenía alguna afinidad; pudo haber sufrido trances extáticos porque los esperaba o porque se esperaba que los tuviera. Lo cierto es que Ezequiel —en quien estos fenómenos peculiares se hallan más marcados que en ningún otro profeta de la literatura— transmitió su mensaje de una manera sistemática,
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lógica y argumentativa. Aun sus visiones más fantásticas contienen un simbolismo coherente y de rápida interpretación. Uno se pregunta a veces si no fueron inventadas más bien que espontáneas.
Pero volvamos a otro profeta que presenta el tema en forma más simple. Jeremías exclama:
"Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí. Porque cuantas veces hablo doy voces, grito: Violencia y destrucción; porque la palabra de Jehová me ha sido para afrenta y escarnio cada día. Y dije: No me acordaré más de Él, ni hablaré más en Su nombre; no obstante había en mi corazón como un fuego
[ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude".
Es demasiado fácil desechar esto calificándolo de "compulsivo". ¿Cuál es la naturaleza de la compulsión? Es el imperativo moral que impulsa a proclamar una verdad desagradable y a provocar al resentimiento de aquellos que la escuchan. Es la llamada irresistible del deber que Wordsworth denominó "austera Hija de la voz de Dios". No hay nada irracional en ello. La angustia palpita en las palabras de Jeremías, pero su pensamiento es lúcido y su expresión.
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cincelada. Jeremías está convencido que este abrumador impulso que lo lleva a proceder en la forma correcta aun en perjuicio de sí mismo es literalmente la voz de Dios.
Pocos profetas se permiten efusiones tan íntimas y subjetivas como Jeremías. Pero sus expresiones se caracterizan generalmente por la combinación de una quemante intensidad con una prolija claridad. Siempre que el mensaje profético nos resulta oscuro, ello se debe casi con certeza a que se alude a alguna circunstancia de la que no estamos informados. Los profetas no fueron racionalistas, si bien su pensamiento y estilo fueron en extremo racionales. Sus profecías son poéticas en sustancia y estructura, y a veces también elegantes, pero están despojadas de artificio y pulimento. Sus argumentos son convincentes y efectivos. Aunque nunca condescendieron a conformar a sus oyentes, tenían suma habilidad para atraer al público por medio de dramáticas lecciones objetivas o provocativas frases introductorias. Su profundo conocimiento de los resortes de las reacciones humanas, así como de los asuntos nacionales e internacionales de su época es casi pavorosa.
Amos fue un pastor de las áridas tierras altas de Judea, que con toda seguridad no sabía leer ni escribir. Sin embargo, en una época de aparente prosperidad y seguridad nacionales, previo el colapso que sobrevendría cuando la maquinaria militar asiría se moviera hacia el es te . . . catástrofe que no ocurrió hasta una generación más tarde. Su penetrante análisis de los males de la sociedad israelita y su magnífico
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reclamo de reconstrucción moral, se hallan expuestos en un lenguaje de poder atronador y belleza poética que todavía hoy resultan sobreco-gedores, incluso después de la traducción. A una persona honesta le será difícil dudar que la auténtica voz de Dios resuena en las palabras de Amos.
El movimiento de los profetas, cuyo primer documento sobreviviente lo constituye el Libro de Amos, se prolongó durante casi cuatro siglos. Es bien sabido que durante ciertas "épocas de oro" de la cultura —la era de Pericles en Atenas, el período Isabelino, la generación de los Padres Fundadores de Norte América— aparecieron muchos genios y grandes personalidades. Pocas veces, sin embargo, tales períodos de florecimiento llegaron a durar trescientos años.
Más aún, estas épocas de oro coincidían generalmente con etapas de prosperidad política y económica. A veces el florecimiento cultural sobrevivió al éxito material, pero por regla general sólo durante algunas generaciones. Pero el movimiento de los profetas comenzó en vísperas de la desintegración nacional y continuó gloriosamente mucho después que la vida nacional fuera completamente aniquilada. Así, aun desde el punto de vista de la historia cultural, la aparición de tantos genios espirituales y literarios constituye una anomalía. Hubo, además, otros grandes profetas cuyas palabras no han sobrevivido (conocemos los nombres de dos o t res) , y es probable que lo que tenemos a nuestro alcance sea tan sólo una pequeña parte de lo que realmente enseñaron los profetas que
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conocemos. Añadamos a esto el hecho que ya demostramos previamente, de que la enseñanza de los profetas fue en todo diferente e infinitamente superior a cualquier cosa que podamos encontrar en toda la cultura del antiguo Cercano Oriente, y la magnitud del fenómeno quedará aun más realzada. Los adictos a la religión liberal moderna profesan la teoría de la "revelación progresiva". Creen que la verdad de Dios se manifiesta a través de la continua búsqueda del esclarecimiento y la bondad en que se empeñan todos los hombres. Todos los científicos, poetas, filósofos y maestros de religión son los canales que conducen la revelación de Dios hacia la humanidad. Pero ahora sabemos que ni siquiera la evolución biológica avanza a pasos graduales, casi imperceptibles, tal como lo postuló Darwin. La evolución es un proceso discontinuo que a veces parece estancarse, y que luego avanza mediante saltos repentinos e imprevistos. Si aceptamos el concepto de una revelación progresiva siquiera como una hipótesis de trabajo, los adelantos registrados por la Biblia hebrea constituyen la mutación más extraordinaria en toda la historia de la evolución espiritual.
No intentaremos una justificación teológica más completa sobre la afirmación de los profetas según la cual Dios hablaba con ellos y por intermedio de ellos. Pero de una cosa estamos seguros. Los profetas no fueron ni psicópatas ni farsantes. Fueron hombres con extraordinarias dotes intelectuales, morales y estéticas, que vivieron en una época aún no tan sofisticada como para permitirse un elaborado
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autoanálisis. Nunca dudaron que la poderosa comprensión religiosa que experimentaban les viniera de Dios. Podemos resistirnos a dogmatizar acerca de la forma en que les llegó el mensaje, pero fue un mensaje digno de ser transmitido por Dios a la humanidad.
XIII
EL PUEBLO ELEGIDO
Por fin llegamos al tema que con tanta frecuencia se repite en las Escrituras, y que a menudo ha provocado el resentimiento de los no-judíos y ha turbado a muchos judíos; la doctrina de que Dios "eligió" a Israel.
"Cuan extraño es Que Dios .. Eligiera A los judíos",
observa una letrilla mordaz inglesa. Pero por muy fastidiosa, turbadora o extraña que sea, he aquí una realidad que debe ser afrontada.
La Biblia es el producto de la experiencia del pueblo de Israel. Ya la juzguemos con relación a las culturas contemporáneas de ella o consideremos su influencia continua sobre la historia de la humanidad, o verifiquemos su importancia en nuestra vida, debemos reconocer que es uno de los fenómenos fundamentales en la vida del género humano. Sin ella ni el cristianismo ni el islamismo serían concebibles. En consecuencia, la elección del antiguo Israel no constituye una teoría polémica sino un dato histórico.
Este dato no explica por sí solo cómo se produjo dicha elección. No excluye la posibilidad de que hubiera otros pueblos elegidos. Tampo-
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co garantiza que el pueblo judío sea aún el pueblo elegido. El cristianismo ortodoxo cree firmemente que Dios eligió a Israel en la Antigüedad, pero sostiene que esa elección quedó anulada cuando los judíos rechazaron al salvador cristiano. El que los judíos constituyan aún en la actualidad un grupo elegido es algo que no se puede decidir sobre la base exclusiva de los escritos bíblicos, y no intentaremos entablar aquí la discusión. Sólo recordaremos brevemente al lector cómo entendieron los cronistas bíblicos la doctrina de la elección de Israel.
No tenía su origen en ninguna superioridad inherente a la raza israelita. "No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres". (Deutero-nomio, 7.7,8). La elección entraña una relación a manera de pacto, es decir que depende de que Israel cumplía fielmente sus responsabilidades para con Dios: "si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos". (Éxodo, 19.5). La elección no concede favores, sino que impone obligaciones; Dios tiene el derecho de esperar más de aquellos que ha elegido: "A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra; por tanto, os castigaré por todas vuestras maldades". (Amos, 3.2). Y el mismo profeta aclara que la elección de Israel no implica el rechazo de otros pueblos; por lo contrario:
"Hijos de Israel, ¿no me sois vosotros como [hijos de etíopes,
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dice Jehová? ¿No hice yo subir a Israel de la tierra de Egipto, y a los filisteos de Caftor, y de Kir a los árameos?"
(Amos, 9-7.)
Y en los planos más elevados del pensamiento de los profetas dicha elección significa que Israel debe servir y bendecir a la humanidad, brindando testimonio del Dios único y su ley justiciera ante todos los pueblos. Este es el sublime mensaje del Segundo Isaías. Citaremos tan sólo uno de los muchos pasajes pertinentes; pero puede ser ilustrativo reproducir antes otro comentario sobre un pueblo elegido. Así es como Virgilio describe la misión de Roma:
"Otros, en verdad, labrarán con más primor el mimado bronce, sacarán del mármol vivas figuras, defenderán mejor las causas, medirán con el compás el curso del cielo y anunciarán la salida de los astros; tú, ¡oh romano! atiende a gobernar a los pueblos; ésas serán tus artes, y también imponer condiciones de paz, perdonar a los vencidos y derribar a los soberbios." *
Mas los profetas hablan a Israel en el nombre de Dios:
"Yo Jehová te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos,
* La Eneida, Lib. VI, 848-854, versión del latín de Eugenio de Ochoa, Madrid, 1869. (N. de la T.).
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para que saques de la cárcel a los presos, y de casa de prisión a los que mueran en tinieblas".
(Isaías, 42.6, 7.)
Y en esta misión de liberación e ilustración la Biblia ha servido sobremanera.
Nuestra conclusión acerca de cuál es la palabra de Dios y si los judíos son el pueblo elegido, puede verse alterada por la lectura de las Escrituras; mas ha de ser, en última instancia, una decisión de fe personal.
Pero cualesquiera que sean las opiniones que se formen en relación con ese fenómeno denominado Biblia hebrea, mal podemos permitirnos ignorarlo.
Este libro concluye en consecuencia con el agregado de algunas pocas sugerencias destinadas a ayudar al estudiante para lograr una mejor comprensión ulterior.
XIV
SUGERENCIAS PARA LECTURAS ADICIONALES
El propósito de esta sección es proporcionar una bibliografía sistemática, aunque de tipo rudimentario, simplemente para ayudar al estudiante cuyas inquietudes no sean técnicas a progresar en su comprensión de la Biblia. En esta especialidad existen muchos valiosos comentarios, introducciones y estudios cristianos, de fácil obtención en las bibliotecas; nuestra lista destaca, por lo tanto, libros judíos que no siempre son tomados en consideración.
SOLOMÓN B. FREEHOF, Preface to Scripture, Introducción a las Escrituras (Union of American Hebrew Congregations, Cincinnati 1950), refleja un punto de vista similar al de este libro. Presenta una introducción a la Biblia más sistemática y selecciones de pasajes destacados de cada libro, con breves comentarios.
JOSEPH H. HERTZ, The Pentateuch and Haftorahs, El Pentateuco y la Haftorá (hay varias ediciones inglesas y norteamericanas) contiene un comentario completo de la Tora, escrito con espíritu eminentemente tradicional. En total desacuerdo con nuestro enfoque, el difunto Gran Rabino del Imperio Británico aboga en esta obra por la unidad y el origen mosaico y divino del Pentateuco. Es un ejemplo instructivo del método con el cual los religiosos
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conservadores defienden su posición; más importante es la admirable exposición del contenido ético y religioso de la Tora.
El único comentario en inglés que abarca la Biblia íntegra, es el publicado por Soncino Press (The Soncino Books of the Bible). Varios destacados eruditos participaron en este trabajo; son volúmenes de mérito dispar.
The Holy Scriptures with Commentary. Las Sagradas Escrituras Comentadas (Jewish Publication Society of America), incluye hasta el presente volúmenes sobre los Números, Deuteronomio, Mi-queas y Proverbios.
The Jewish Commentary for Bible Readers, El Comentario Judío para lectores de la Biblia (Union of American Hebrew Congregations), está específicamente concebida para los legos, y hasta el momento comprende Reyes I, Salmos y los "Cinco Rollos".
CLAUDE G. MONTEFIORE, Bible for Home Reading, La Biblia para lectura en el hogar, una publicación inglesa agotada desde hace mucho tiempo que quizás se encuentre aún en algunas bibliotecas. Es sobresaliente por su interpretación delicada (y con frecuencia inspirativa) del mensaje religioso de la Biblia.
ARTHUR S. PEAKE, Commentary on the Bible, Comentario de la Biblia, en un solo volumen (Nueva York, 1919; en el año 1936 se publicó en "Suplemento"), es anticuado en partes y en otras evidencia cierta tendenciosidad cristiana; es con todo una obra de referencias muy útil.
WILLIAM F. ALBRIGHT, The Archaeology of Palestine, La arqueología de Palestina (Penguin Books,
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1949), es un autorizado resumen del tema. El mejor compendio sobre los antiguos escritos orientales relacionados con la Biblia es el mencionado en este libro, Ancient Near Eastern Texts Relating to the Oíd Testament, editado por James B. Pri t -chard (Princeton University Press, 1950); pero al aficionado le resultará más fácil consultar a Geor-ge A. Barton, Archaeology and the Bible, La Arqueología y la Biblia (American Sunday School Union, edición revisada en 1937).
Un resumen reciente de la historia bíblica es Ancient Israel, Israel Antiguo, por Harry M. Orlinsky (Cornell University Press, 1954).
Una edición conveniente y económica de la Apocry-pha, es la de Robert H. Pfeiffer (Harper, N.Y., 1953).
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