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5 5 5 5 De leales, desleales y traidores Valor moral y concepción de política en el peronismo Fernando Alberto Balbi

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De leales, desleales y traidoresValor moral y concepción

de política en el peronismo

Fernando Alberto Balbi

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Foto de tapa: Néstor VázquezCorrección: Itatí Rolleri

Grupo de Investigación en Antropología Política y Económica Regionalffyl-ubaseanso-icaPuan 480, 4o piso, of. 463(1406) Ciudad Autónoma de Buenos AiresArgentinaE-mail: [email protected]

El GIAPER esta integrado por Mauricio F. Boivin, Ana Rosato, Fernando A. Balbi,Julieta Gaztañaga, Cecilia Ayerdi, Laura Ferrero, Julia Piñeiro, Adrián Koberwein,Laura Prol, Ana Ortiz y Samanta Doudtchitzky.

Publicación financiada con fondos de los Proyectos F 084 y F 107 de la ProgramaciónCientífica UBACyT 2004 / 2007 (Secretaría de Ciencia y Técnica - Universidad deBuenos Aires).

La Serie ‘Antropología Política y Económica’ está coordinada por Mauricio F. Boivin,Ana Rosato y Fernando A. Balbi.

De leales, desleales y traidores. Valor moral y concepción de política en el peronismo.Primera edición: Editorial Antropofagia, octubre 2007.www.eantropofagia.com.arISBN: 978-987-1238-31-6

Balbi, Fernando AlbertoDe leales, desleales y traidores : valor moral y concepción de política en el pero-nismo. - 1a ed. - Buenos Aires : Antropofagia, 2007.400 p. ; 23x15 cm.

ISBN 978-987-1238-31-6

1. Ideas Políticas. I. TítuloCDD 320.5

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723. No se permite la reproducción totalo parcial de este libro ni su almacenamiento ni transmisión por cualquier medio sin laautorización de los editores.

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de que se diga que esas variables independientes tuvieron su origen una, cinco odoce décadas atrás no reviste la menor importancia, primero, porque las mismassólo han podido ser ‘encontradas’ en el pasado luego de serlo en el presente, ysegundo, porque la explicación propuesta exige ignorar todo lo que ha sucedidoentre ambos momentos. Así, pues, el que yo haya podido rastrear las fuentes dela lealtad hasta el mundo militar de la Argentina de las primeras décadas delsiglo XX no contribuye directamente a explicar por qué ese concepto es un pará-metro esencial y un medio privilegiado de la praxis política de los peronistas enla actualidad; al mismo tiempo, sin embargo, contribuye indirectamente a ha-cerlo porque permite entender los antecedentes de la situación contemporánea,sin lo cual su análisis se perdería en banalidades, reificaciones y circularidadessincrónicas.

Experiencia, perspectivas nativas y complejidad de la vida socialA manera de epílogo para nuestro ya largo recorrido por el mundo de la políticade la lealtad, quisiera detenerme en el desarrollo de un punto metodológico quetiene importantes corolarios a nivel teórico y que, según creo, permitirá al lectorcomprender más claramente la orientación general del análisis que termina deleer. Me refiero al hecho de que mi visión general respecto del papel de la lealtaden la vida política de los peronistas tuvo como su fuente más relevante a unaserie de experiencias personales producidas en el curso mismo de mi trabajo decampo. Trataré, en este sentido, de extraer y formular algunas enseñanzas aposteriori de la trayectoria de mi propio proceso de investigación.

Pienso que deberíamos prestar una mayor atención a nuestra experienciapersonal directa, inmediata, producida en el campo, tratando de recuperarlapara hacer de ella una fuente de orientación de la totalidad de nuestro trabajo.Pues una vez traducida en forma de texto, dicha experiencia es recolocada enun nuevo contexto, adquiriendo así nuevas características que la distancian delo que en verdad experimentamos inicialmente. Jack Goody ha señalado el:

proceso de descontextualización (o mejor ‘recontextualización’) que es in-trínseco al escribir, no meramente como una actividad externa sino tambiéninterna. Para plantear el asunto de otra manera, la escritura te capacita paraconversar libremente acerca de tus pensamientos. (. . .) Pero la escritura nosproporciona la oportunidad para precisamente el tipo de monólogo que elintercambio oral previene tan a menudo. Ella capacita a un individuo para‘expresar’ sus pensamientos con amplitud, sin interrupción, con correccionesy supresiones, y de acuerdo con una fórmula apropiada (Goody, 1985:179).

Al alejarnos así de nuestra experiencia, nos alejamos al mismo tiempo de loque en verdad sucedió, de los hechos que hemos presenciado y, tal vez, copro-tagonizado. Se pierde en parte la inmediatez de los hechos, del contacto cara

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a cara, con su compleja combinación de formas de comunicación orales y noorales operando en simultáneo, sus componentes emocionales, sus zonas oscurasy, a veces, su sorprendente claridad. También, entre otras cosas, se nos hacenevidentes ciertas inconsistencias y contradicciones que en la inmediatez de lainteracción tienden a ser tragadas por “el flujo del habla (palabra), el torrentede palabras, la inundación del argumento, del que es virtualmente imposibleaún para la mente más aguda hacer su fichero mental. . .” (Goody, 1985:61; lasitálicas son del original). En suma, una vez producido nuestro registro, lo quetenemos es un texto que nos habla acerca de lo que sucedió en el campo peroque inevitablemente se ha alejado bastante de ello.

Posteriormente, al trabajar sobre ese registro tendemos a alejarnos aún másde los hechos pues el texto, en tanto tal, invita a ser analizado a través de proce-dimientos fundados en su carácter atemporal y abstracto que nos apartan másy más de la naturaleza absolutamente situada y concreta de los hechos a que elregistro hace referencia. El texto es un objeto, una cosa, a diferencia de los he-chos a que se refiere, los cuales siempre son un flujo continuo de acontecimientosmás o menos discernibles para sus protagonistas: “Pero una vez que el registroinicial ha tenido lugar, entonces la revisión se encuentra en la inspección visualy en la subsiguiente reformulación” (Goody, 1985:179-180).

Buena parte de las antropologías ‘interpretativistas’ y ‘postmodernas’ –si notodas ellas– han medrado en torno de este distanciamiento del texto con respectoa las ocasiones que el mismo registra. Por el contrario, éste es un problema conel que tenemos que tratar más que una ventaja a aprovechar, si es que queremosdar cuenta de la ‘realidad’ de los hechos sociales. Por lo demás, en la medidaen que el texto y las formas de análisis que el mismo convoca nos han apartadode nuestra experiencia inmediata y de los hechos, también nos alejan de laexperiencia inmediata de los actores. Y al alejarnos de la experiencia inmediatade los actores nos distanciamos inevitablemente de sus perspectivas ‘nativas’,que son constitutivas de esa experiencia y son constituidas por ella. Porque, porlo general, los actores no hacen lo que nosotros hacemos: no vuelven a sus casasu oficinas, vuelcan lo sucedido ese día en un texto y, más tarde, lo analizan parahacerse una idea de lo que ha sucedido. Sin embargo, es el punto de vista delos actores –‘su visión de su mundo’, como decía Bronislaw Malinowski, quiensabía muy bien de qué hablaba– lo que queremos entender, pues es nuestra víade acceso a la realidad de ese mundo.

Ahora bien, no podremos jamás aprehender plenamente esas visiones de losactores si permitimos que las mediaciones entre ellas y nosotros crezcan expo-nencialmente. Por el contrario, si es que queremos que nuestro punto de vistasea ‘realista’ (en el sentido que he dado a este término en la Introducción) debe-mos mantener nuestros textos y nuestros procedimientos analíticos tan ‘cerca’de lo que en verdad sucedió en el campo como podamos, batallando –por así

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decirlo– contra su naturaleza más íntima, la cual nos aleja de ello una y otravez.

Partiendo del supuesto de que la ‘realidad’ que estudiamos es ‘real’ y puede serconsiderada como un objeto de investigación posible y legítimo, Kirsten Hastrupy Peter Hervik (1994:3) afirman que “the empirical needs direct confrontationas a first step towards a generalized knowledge that englobes ourselves and theprocesses of knowledge production”.1 La razón por la cual ‘lo empírico’ debeser confrontado es que numerosos aspectos de la realidad solamente se hacenpresentes en la acción, sin que los actores puedan informarnos acerca de ellosa través del discurso. Desde este punto de vista, estos autores reivindican latradición del trabajo de campo en tanto observación participante: “there is noway to substitute a phone call for fieldwork; most of the relevant informationis non-verbal and cannot be ‘called up’, but has to be experienced as perfor-med”2 (Hastrup y Hervik, 1994:3). Por lo demás, afirman que el razonar acercadel mundo debe ser una actividad compartida pues el significado es un rasgopúblico de los eventos (cf.: Hastrup y Hervik, 1994:4). En estas condiciones, laexperiencia social compartida en el campo puede ser entendida como la base delconocimiento antropológico:

. . .there is reason to mantain that one’s own experience of the process ofgradual understanding -and indeed of misunderstanding- in the field is stillboth the means to comprehension and the source of authority. This authoritymay not be ‘on’ a particular culture, but will certainly be on the performativecontext in which action and interaction in general take place and make sense(Hastrup y Hervik, 1994:5).3

Sin embargo, aunque se piense que la experiencia social compartida en elcampo es la base de nuestro conocimiento de la realidad social que estudiamos,persiste el problema de que nuestros registros tienden a alejarnos de ambas.En este sentido, sugiero que nuestros registros deben reflejar lo más fielmen-te que sea posible nuestra experiencia inmediata, que debemos volcar en ellosesas impresiones fugaces, casi intuitivas, y esos estados emocionales intensos quese producen en el momento mismo del trabajo de campo, tratando de no dis-torsionarlos y distinguiéndolos lo más claramente posible de los productos del‘monólogo’ interno propio del proceso de escritura que mencionaba Goody. Ypienso que luego debemos prestar a esas partes del registro una atención priori-taria, pues si bien es cierto que nuestra experiencia personal nunca será idénticaa las de los actores, también lo es que jamás se aproximará tanto a éstas comoen esos momentos compartidos en el campo cuando, al menos, ellos y nosotrosestuvimos sometidos al mismo fluir de la interacción, con su complejidad e in-mediatez características. No lo hará, sin duda, al ser transformada en un texto,de modo que de lo que se trata es de rescatar en éste tanto como podamos de

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aquella experiencia, ejerciendo una suerte de ‘vigilancia’ sobre el proceso de re-dacción. Pienso, en este sentido, que es fundamental que el registro de nuestrasimpresiones y reacciones iniciales sea realizado inmediatamente después de loshechos, aprovechando la primera oportunidad para llevarlo a cabo, incluso si elregistro detallado de los hechos ha de ser postergado.

Una vez producido el texto de esta manera, podremos volver sobre lo que hayasobrevivido de nuestra experiencia inmediata para, en primer lugar, ponderarla,pasándola por un tamiz muy fino a efectos de ‘determinar’ si ha estado dema-siado sesgada por concepciones teóricas, ideas preconcebidas, etc. Y si nuestraexperiencia inmediata supera dignamente esa revisión –cosa que, por cierto, nosiempre sucede–, entonces podremos tomarla como guía de nuestro análisis delos hechos observados en esa ocasión. Se trata, así, de pasar luego a un análi-sis más ‘técnico’ y, sin duda, más ‘distanciado’ del registro de los hechos, perosiempre interrogando a ese texto desde nuestras intuiciones y observaciones ini-ciales. Es más: en mi opinión no sólo debemos hacer esto, sino que tenemos quetornar esa experiencia inmediata en el factor más importante de la orientaciónde nuestro trabajo en general –más allá de la relación entre una experiencia de-terminada y los hechos concretos a los que ella corresponda–. En suma, piensoque es fundamental extraer de nuestras experiencias inmediatas en el campolas preguntas, las hipótesis de trabajo y las líneas generales a seguir en nuestrainvestigación: pues, a fin de cuentas, esas experiencias personales inmediatasdeben ser nuestro camino de acceso a la comprensión de las experiencias perso-nales inmediatas de los actores, y es a través de esta comprensión que podemosorientarnos para tratar de dar cuenta de las perspectivas nativas. Digo, enton-ces, que un camino posible y deseable para el trabajo etnográfico es el que vade nuestra experiencia inmediata hacia las de los actores, desde éstas hacia lasperspectivas nativas y, a través de ellas, arriba finalmente a la ‘realidad’ de lavida social.

Ya he dicho en la Introducción que mi experiencia inmediata de algunos epi-sodios ocurridos durante mi trabajo de campo –pues, claro está, no todas lasexperiencias son igualmente significativas– contribuyó más que ningún otro ejer-cicio analítico o fuente de información a configurar mi visión acerca del papelde la lealtad en la vida de los peronistas. Tales episodios correspondieron a misvisitas a los cementerios de la Recoleta y de Chacarita en los aniversarios de losfallecimientos de Eva Perón (26 de julio) y de Juan Domingo Perón (1o de ju-lio), respectivamente. Cada año, en esas fechas, las bóvedas donde se encuentrandepositados sus restos reciben interminables filas de visitantes (dirigentes co-nocidos e ignotos, militantes, peronistas anónimos, turistas, periodistas, etc.),la mayoría de los cuales desarrolla algún tipo de homenajes a los fundadoresdel peronismo. Siguiendo la estrategia de investigación que me había fijado, meacerqué a la tumba de Perón en los días correspondientes de los años 2000 y

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2001, haciendo otro tanto en lo que respecta a Evita en esos mismos años y en el2002 (cuando se cumplieron cincuenta años de su muerte). De estas ocasiones,la que me produjo una mayor impresión fue la correspondiente al 26 de julio del2000, que de hecho constituyó mi primera oportunidad para observar en detalleocasiones semejantes, pues el 1o de julio de ese año había permanecido muy pocotiempo en la Chacarita debido a que al mismo tiempo se estaba desarrollando elseminario sobre la identidad del peronismo al que me he referido en el capítuloV. Aquel día 26, en cambio, permanecí en el cementerio aproximadamente porseis horas, cubriendo con interrupciones la totalidad de la jornada.

Ahora bien, para ser honesto, en ese momento yo no había formulado la ob-servación metodológica que acabo de presentar, ni podría haberlo hecho. Sinembargo, fui formado en una concepción ‘clásica’ del trabajo etnográfico y es-toy acostumbrado a priorizar por sobre todas las cosas el registro detallado delas ocasiones que observo, incluyendo incluso aquellos hechos que me parecenirrelevantes. A ello se suman, debo confesar, ciertas inexcusables veleidades lite-rarias que al menos tienen la virtud de conducirme a producir textos donde mipropia participación, mis reacciones e impresiones se encuentran profusamenterepresentadas. Por último, en esa ocasión hice algo que jamás había hecho antesy que tuvo la consecuencia no prevista de permitir que mi registro posterior re-flejara ampliamente mis impresiones, reacciones y observaciones inmediatas. Enefecto, yo imaginaba –con razón– que me esperaban largas horas de muy intensaactividad y que mi memoria sería totalmente insuficiente para registrar hechostan complejos. Al mismo tiempo, no quería tomar apuntes en el momento, nosólo porque el hacerlo limita la propia capacidad de observación sino porqueencuentro generalmente que se trata de un procedimiento demasiado intrusivo.En consecuencia, llevé conmigo a la Recoleta un pequeño grabador, adoptan-do el procedimiento de alejarme periódicamente del centro de la acción para,aprovechando las estrechas callejuelas del cementerio, buscar un lugar tranquilodonde registrar algunos apuntes rápidos: frases textuales, nombres, el origen y ladisposición espacial de las ofrendas que llegaban al lugar, la secuencia de ciertoseventos, etc. Pronto, sin embargo, el grabador (que además empleé para grabaralgunos discursos, conversaciones, etc.) se me reveló como esencial para haceralgo que no había planeado: registrar mis impresiones y reacciones ante ciertoshechos apenas minutos después de ocurridos, cosa que hice llevado simplementepor mi profunda impresión ante los mismos. Este registro, oral y casi directo, demi experiencia fue posteriormente transcripto a mi registro escrito de los hechosde aquel día.

De esta forma, el resultado final de mi trabajo de campo del 26 de julio del2000 fue un registro sumamente detallado de los hechos tal como yo alcancé aobservarlos, el cual incluye además mis impresiones, ocurrencias, observacionesy emociones del momento, reproducidas de una forma inusualmente ‘directa’(huelga decir que esta expresión debe ser entendida en un sentido meramente

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relativo a otras formas de registro de campo). Toda mi comprensión posteriorde los hechos de aquel día y, en rigor, la totalidad del análisis expuesto en estatesis, se han basado en este casi azaroso registro de mi experiencia inmediataen aquel lugar y día particulares. De hecho, prácticamente todos los aspectosde mi análisis de la lealtad –casi todo lo que he encontrado relevante examinary mostrar al respecto– se encuentran más o menos veladamente presentes en miexperiencia de aquel día: esto es, en los hechos que observé y en mis primerasreacciones hacia ellos.

El tipo de experiencia de la que estoy hablando, y que el lector conoce bien,es por naturaleza intransferible. No obstante, y con el fin de aclarar lo másposible este punto, presento a continuación mi propio registro de campo deaquel día, con la esperanza de que el lector perciba en sus líneas algo de loque yo creí entrever y comprenda en qué sentido afirmo que mi análisis de lalealtad estuvo orientado por esa experiencia. Al mismo tiempo, quizás ello sirvapara reforzar mi argumentación. En efecto, a lo largo del texto me he visto en lanecesidad de tratar secuencialmente los diversos aspectos de una cuestión que enla realidad se presentan de manera simultánea, tan sólo para intentar probar quelos mismos no pueden ser entendidos separadamente. Pienso, en este sentido,que la exposición más o menos despojada de algunos hechos concretos ayudaráa quien lee estas páginas a aprehender la compleja, ambigua, relativamenteinasible y, sin embargo, comprensible integridad de los diversos aspectos delfenómeno de la lealtad. Transcribo, pues, algunos fragmentos de mi registro, sinmás adiciones que algunas aclaraciones presentadas en forma de notas.

A diferencia de Chacarita, que no es atracción turística, en Recoleta hayun plano en la entrada informando las ubicaciones de las tumbas de losricos y famosos. La de Evita figura como el número 56, creo, y casualmente–supongo– está algo borroneada, especialmente el número. La tumba se ubicabastante cerca. (. . .)La bóveda de la FAMILIA DUARTE (así consta sobre la puerta) estáa mano izquierda, casi llegando al primer cruce de pasillos. Es de mármolnegro, más bien modesta y, aunque no se cae a pedazos, se percibe ciertodeterioro en la cúpula que la corona. . . y falta de pulido del mármol y lasplacas. Estas son pocas, por lo que pude ver entre las coronas y los ramosque ya tapaban parte del paisaje. A la izquierda de la puerta, una grandededicada a un ex senador fallecido en 1950. (. . .) Sobre la derecha de lapuerta hay una placa dedicada a Juan Duarte, el hermano de Evita, y variasdedicadas a ella, creo que 4. Noté que la mayoría datan de 1982, a los 30 añosde la muerte; una es del año ‘97. Pertenecen al partido, la CGT y sindicatos,me parece. La puerta es de hierro, con molduras en las que se insertabanflores ya medio caídas que me dieron la impresión de ser de días anteriores,y que variaban entre rosas y claveles por un lado y una florcita muy chica,roja, que parecía sacada de algún cantero.

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A mi llegada, a las 8:30 hs, había un puñado de personas agrupadas en tornode la bóveda y unas pocas coronas, ramos y flores sueltas. Lo primero quehice fue acercarme a presentar mis respetos a la puerta de hierro, para luegoquedarme entre la gente en una actitud reflexiva. . . (. . .)Las coronas presentes eran precisamente de los mismos organismos que en-contré al llegar a Chacarita el día del aniversario de Perón: “Consejo Di-rectivo UTA”, una inmensa del “Secretariado Nacional ASIMRA”y, justo en el medio, “SGBATOS-Departamento de la Mujer”. (. . .)En seguida, sin embargo, entra el mismo hombre de la CGT que había es-tado en Chacarita para recibir la corona. . .Lo sigue un grandote que cargala corona enviada por el “Consejo Directivo-CGT”. El primero se ocupacuidadosamente de que la coloque en posición relevante, recostada al menosen parte sobre la bóveda. (. . .). . .[Al rato] llegó Crónica TV : periodista, camarógrafo y asistente.4 Mon-taron la cámara y filmaron en tres o cuatro posiciones diferentes, tomandode cerca las coronas y los ramos. El periodista mantenía una inalterable ca-ra de aburrimiento que le duró varias horas y sólo se interrumpía cuandoentrevistaba a alguien. Minutos después llegó Manuel Quindimil, con unacomitiva de 4 o 5 hombres incluyendo a uno (trajeado y con sobretodo) quedaba órdenes en actitud de secretario y dos grandotes, uno de traje y otrode campera, el segundo indudable guardaespaldas. Traían una corona querezaba “Partido Justicialista de Lanús. Manuel Quindimil”, y la ubi-caron cuidadosamente justo en medio de la puerta de la bóveda, tapandopara ello a la de “SGBATOS -Departamento de la Mujer”. Hicieronun respetuoso silencio por varios minutos mientras un recién llegado fotógra-fo de Crónica les sacaba fotos (en un primer momento pensé que venía conellos). Al cabo, el que parecía un secretario dijo “vamos”, con autoridad en eltono, y salieron hacia la calle ancha, donde el periodista de Crónica TV losinterceptó y consiguió una entrevista con el amigo Quindimil. El fotógrafohacía lo suyo y un periodista que estaba con él tomaba apuntes.. . . (. . .).5

Seguían llegando coronas que iban siendo ubicadas cada vez más lejos dela bóveda, hacia ambos lados empezando por el izquierdo visto de frente(esto es, hacia la calle ancha por la que se llega). (. . .) En este punto, pre-cisamente, hice una escapada para tomar notas sobre las coronas que ibanllegando. Volví a los dos minutos para encontrarme a una viejita –más bienmorocha, con anteojos y ropa, si no humilde, al menos modesta– frente a labóveda.(. . .)Inmediatamente entra otro señor veterano. . . Jocoso, pasa a bromear sobreel frío (no hacía mucho pero a esa hora todavía estaba fresquito) diciendoque mata a la gente, lo que metonímicamente llevó la charla hacia la muertede Evita. Alguien, no recuerdo quien, dijo de ella: “Pobrecita. . . murió tanjoven. . . ”, a lo que el recién llegado repuso que “Sí, los que mueren jóvenes

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son los buenos: los malos siguen viviendo hasta viejos”. Luego agrega: “Yyo supe. . . [sic] . . . que podría haberse operado, y que si se hubiera operadohabría vivido dos años más. . . en esa época, porque hoy en día hasta por ahíla curaban. . . y no lo hizo, pobrecita, por dedicarse a ayudar a los humildes”.En este punto, el recién llegado se concentró en dar sus respetos y la charladecayó. Luego tanto él como el otro señor se fueron. La viejita y yo quedamosen silencio y, al cabo de un momento, ella me dijo: “Si Perón y Evita vivieran,los pobres no estaríamos así, no estaríamos tan pobres”. Dicho lo cual sellamó a silencio y se mantuvo sumida en sus pensamientos. (. . .)Me fui unos minutos. . . Frente a la bóveda estaba la misma viejita, sentadaen el escaloncito de la bóveda de enfrente. Permaneció allí mucho rato, másbien abstraída y con expresión triste, hablando solamente cuando alguienle dirigía la palabra. En este punto empieza a darse una serie de manifes-taciones de emoción que me impresionaron sobremanera y, en cierto punto,me afectaron bastante. La actitud reconcentrada y amarga de esta señorafue la primera. La segunda apareció en simultáneo, en la forma de otra an-ciana que en ese momento ya estaba instalada. Medio gorda, algo morocha,campera roja, gorro de lana blanco, estaba parada hacia la derecha de labóveda, apoyada con la mano sobre la pared de la misma. Habla en voz altapara el público en general, en tono de queja. Dice que los humildes estamosmal, que “Evita todavía está viva. . . está ahí abajo. . . [en referencia a labóveda, no al infierno] . . . Si ella estuviera viva estaríamos bien. . . ”. Hablacon énfasis, con bronca. Se la agarra con el ‘menenismo’ [sic: con ‘n’]: “¡Quéme van a hablar a mí del menenismo: yo ya sé lo que hicieron!. . . Graciasa Ella [Evita] yo tengo mi vivienda. . . El menenismo me quitó todo. . . Yotrabajé por última vez en el ‘89, ¡y así me pagaron. . . !”.A todo esto, alguna gente entraba y salía. . .Al terminar su descarga ‘anti-me-nenista’, la señora de campera roja comenzó a caminar lentamente hacia lacalle ancha leyendo detenidamente –a veces en voz alta– los textos de lascoronas, en una actitud que me pareció de control, como para ver quiénesse habían acordado. (. . .)Volví por el lado de la calle ancha, y encontré que la señora de rojo, juntoa la tumba, era entrevistada por un periodista joven con un grabadorcito.(. . .) El periodista le estaba preguntando cómo recordaba ella a Eva Perón.“Como una gran persona. . . ”, le contesta ella, agregando que era “buena”.El tipo le pregunta si la conoció y se sigue este diálogo (textual):

—Sí, la conocí: yo trabajé con ella.—¿Dónde?—En la Fundación Eva Perón, yo trabajé ahí.

La señora sigue contando que en ese entonces “yo era muy chica: 16 añosy 16 meses” [sic: ‘16 meses’]. Luego contó que no cobraba sueldo porque

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su primer marido, que era de la Aeronáutica, no quería. Pero un día Evitala llamó y le dio “un sobre con 120 pesos, que entonces era mucha plata”.Aparentemente siguió haciendo esto cada tanto. . . Habló también de quecuando se estaba muriendo Evita nunca paró de trabajar. Dijo que Evitay Perón “no dormían”, tenían esa costumbre; Evita estaba ahí siempre alas seis de la mañana y se quedaba todo el día. Ella misma –la señora– erala segunda en llegar. . . Siempre hablando con el periodista, la mujer contóque en determinado momento ella le pidió a Evita una vivienda, y “. . . medio. Pero después me la sacaron éstos, el menenismo”. Continuando con estetema dijo entonces que “estuve veinte años en la Resistencia, trabajé comouna loca, me maté trabajando. . . ” y el menenismo (o Menem, o el gobiernode Menem, no recuerdo la expresión exacta) “. . . me sacó todo lo que tenía”.El periodista le preguntó: “¿Y durante la Resistencia, usted venía aquí todoslos 26 de julio?”. “Todos los años”, contestó. (. . .)

El periodista, dándose por hecho, comenzó a agradecerle. En eso estabacuando entra en escena una señora anciana, de pelo canoso largo y lacio, muy–pero muy– emperifollada, exageradamente maquillada y con un tapado.Tiene una expresión entre reconcentrada y triste. Lo encara al periodistay sin preámbulos –lo que me hizo pensar que ya habían estado hablandoantes– le da una hoja manuscrita de ambos lados con tinta verde y una letraapretada que me impresionó como más bien ilegible. Y le dice: “Esto es algoque yo escribí. . . es la vida de Evita”. Le dice también que “quería dárseloa usted” y le pregunta qué va a hacer. Algo descolocado, el tipo le dice que“yo voy a salir al aire ahora. . . con esto y con parte de la grabación”, yse pone a mirar, más que leer, la hoja. Mientras lo hace, sonríe con ironía,como pensando ‘qué ridículos, estos viejos’ (lo que me dio bastantes ganas depatearle la cabeza), y se va alejando discretamente para evitar que la mujerle haga nuevas preguntas. Su alejamiento fue cubierto por el hecho de quelas dos ancianas entablaron una conversación de manera inmediata, tantoque me perdí el principio por tratar de leer de ojito el texto entregado alperiodista. La irrupción de esta nueva viejita y el tono emotivo de su charlaposterior con la de rojo constituyeron otras dos muestras de emoción queme impresionaron.

Cuando volví a dirigir mi atención a las dos mujeres, la de rojo repetíaque era muy chica cuando había trabajado con Evita y que ahora tiene 71años. La recién llegada repuso que ella había sido diputada, “una de lasprimeras”.6 “Ah. . . entonces usted la conoció a Evita”, dijo la de rojo. “Porsupuesto, sí: éramos comadres. Ella y Perón fueron padrinos de mi hijo”. Alo que la de rojo contestó que Evita iba a ser madrina de su propio hijo, quenació en mayo del ‘52, pero no fue posible porque Evita se murió en julio:“Así que 48 años tiene Jorge. . . –dijo– . . . y 48 años hace que murió Evita”.Todo esto sonaba como una competencia a ver quién había conocido más

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estrechamente a Evita (era marcado el tono de orgullo de ambas mujeres alseñalar el carácter personal de sus vínculos con ella), competencia que enparte cesó cuando la diputada recordó que el último padrinazgo de Perónhabía sido en el año ‘68 o ‘66 (no recuerdo bien). Este impasse llevó lacharla hacia Evita per se, lo que dio lugar a una acumulación de elogios. Latotalidad de esta charla –en la que de a ratos involucraban, más bien comopúblico ampliado, a otra viejita de aspecto humilde que había entrado– fueen un tono emocionado, triste y reflexivo. (. . .)

Luego de un silencio, la mujer de rojo dijo apreciativamente “¡Qué hermosodía!: ¡Hoy es un día peronista!”, a lo que la diputada contestó que era undía “triste”. Aclarando, la de rojo agregó: “Nunca hubo un día así. . . ”.Y dirigiéndose a la viejita del principio –que seguía sentada en silencio–preguntó:

—Usted debe haber venido todos los años, ¿verdad?—Sí –contestó la viejita en tono triste.—¿Vio que nunca hubo un día así. . . ?—No, nunca hubo. Un día hermoso –cerró la mujer sentada, con la mismatristeza.

Sobre el final de toda esta charla entre las dos mujeres, siempre con laviejita del principio sentada allí y yo mismo parado más hacia la izquier-da de la bóveda, entran primero un hombre de cincuenta y pico, bajito ypelado –quien se las arregló para colarse en la charla brevemente lanzandoimprecaciones contra el menemismo–, y luego un anciano muy petiso, bienmorocho, que usaba muletas porque tenía la pierna izquierda torcida y para-lizada. Este hombre llegó con esfuerzo hasta la bóveda, la tocó y se mantuvoun momento en silencio, para luego irse con renovado esfuerzo. El cuadrome resultó conmovedor. (. . .) Por último, llegó una pareja de, yo diría, entorno a los 70 años. El hombre, alto y pelado, pasa primero, toca brevementela bóveda y se aparta. La mujer, de campera y pantalón negros, zapatillas,anteojos, pelo canoso medio armado y alta para ser mujer, se llega hasta labóveda, con esfuerzo se estira para tocarla (a esta altura ya las coronas y losramos hacían bastante bulto) y, silenciosamente, se pone a llorar. El hombreespera detrás, las manos en los bolsillos, mientras ella llora. En ese punto,de golpe, me sentí totalmente de más, sentí que mi presencia allí observando–¡y grabando!– era una falta de respeto para con esa gente que estaba allípor razones más válidas. Me sentí como un intruso y decidí que tenía quesalir de ahí, cosa que hice inmediatamente. . . (. . .)

Las marcas más destacadas de esta hora y media fueron los homenajesanónimos, solitarios y silenciosos, y el predominio de personas de edad. Ami regreso, unos 50 minutos más tarde, las cosas serían bien diferentes. (. . .)

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Al volver, a las 11:00, según iba recorriendo la vereda que bordea el pa-redón del cementerio –que es medio curvado– empecé a divisar una buenacantidad de gente. En efecto, frente a la puerta se encontraba un pequeñogentío que se dividía más o menos claramente en tres grupos.

Un grupo muy grande (I) se ubicaba hacia la izquierda, visto desde lapuerta. Sumaban unos 50, todos hombres con un promedio de edad de 40años, y estaban desplegando una gran bandera argentina. . . bajo las órdenesde un tipo de bigotes y anteojos que organizaba todo entre risas. . . Algunosde los que sostenían la bandera tenían asimismo fajos de volantes, que erantambién repartidos por dos señoras morochas en sus cincuenta, cada una delas cuales recorría los otros corrillos repartiendo un volante diferente. Con-seguí copias de ambos volantes, lo que me permitió descubrir que se tratabade gente de la Unión Personal de Fábricas de Pinturas y Afines R.A.Recuerdo, en este sentido, que cuando estuve en la Chacarita por el aniver-sario de Perón vi a dos tipos de este sindicato colocar un pasacalles entredos árboles sobre la calle ancha en que desemboca el pasillo donde está labóveda de los Perón. (. . .)

Un segundo grupo de gente (II) se encontraba justo frente a la puerta,algo más atrás que los de la pintura. Serían unos 20 y conversaban en varioscorrillos. Luego pude leer, en la corona que presentaron, un cartelito quedecía: “Sindicato de Peones de Taxi-Consejo Directivo”.7 El tercergrupo (III) se ubicaba más lejos, hacia la derecha de la puerta y era el máspequeño (unas 10 personas). Cuando se pusieron en movimiento hacia el in-terior pude divisar al amigo Saúl Eldover Ubaldini, que se puso a la cabeza.8

Creo que los demás eran los dirigentes de los dos gremios mencionados, yaque no pude divisar ninguna corona ni distintivo alguno de otro gremio, ytampoco vi caras conocidas. (. . .)

No pasaron cinco minutos que el acto se puso en marcha. Se escucharonvoces de “vamos. . . vamos. . . ” y los dirigentes, encabezados por Ubaldini,se dirigieron hacia la entrada. Inmediatamente aparecieron dos coronas, unade cada sindicato. La corona de los peones de taxi, acompañada por su co-mitiva, se puso detrás de los dirigentes, mientras que la de los pinturerosquedó rezagada detrás de la bandera, cuyos porteadores se encolumnarontras de los tacheros. Yo tuve que dejar pasar a la bandera, que era llevadapor cerca de 40 hombres, quedando al fondo junto con gente de los pintu-reros y particulares varios. . . Junto a mí, un hombre alto, pelado y mediorobusto llevaba la corona de los pintureros mientras otro le preguntaba siestaba cansado. . . Cerraban la marcha unas 4 o 5 mujeres, una de las cuales–veterana y petisita– llevaba con esfuerzo, casi corriendo, una corona másgrande que ella (nunca llegué a leer bien de dónde era, pero se veía la palabra‘mujer’) mientras sus compañeras le daban indicaciones.

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El avance fue rápido. . . El ambiente, al menos entre la parte del gentíoque pude observar, era de lo menos solemne. Se hablaba bastante y algunosde los que llevaban la bandera bromeaban entre sí. Apenas llegamos a lacalle ancha en la cual desemboca el pasillo donde está la bóveda, se hizoevidente que había más gente en el lugar; yo diría que había quizás unas20 personas, aunque es claro que no pude contarlas. . . Lo primero que oí aldoblar la esquina entrando a la calle ancha fueron insultos. Me fui abriendopaso detrás del pelado de la corona –que se esforzaba por pasar entre elgentío– hasta descubrir la fuente de las imprecaciones, que era un señormayor visiblemente airado.

El hombre tendría unos 75 años, quizás más. Vestía un traje verde gri-sáceo, camisa blanca, corbata oscura y un pulóver con diseños en los quepredominaba el rojo. Pelo totalmente canoso, la cara enrojecida, con la bocaapretada y gesto de asco, era un poema de calentura y desprecio. Caminabacon las manos en los bolsillos, bamboleándose de manera pausada, en actitudentre beligerante y despectiva. Estaba dando vueltas alrededor de los de labandera –que apenas llegados comenzaron a doblarla con técnica desarrolla-da en mil actos: primero a lo ancho por la mitad y luego a lo largo, plegandosecciones de unos 70 centímetros– mientras gritaba hacia el grupo de Ubaldi-ni pero sin mirarlos. Estos, a la sazón, habían entrado al pasillo a depositarsus ofrendas frente a la bóveda. El viejo gritaba: “¡No tienen vergüenza!. . .¡Son unos hijos de puta!. . . ¡Vienen ahora porque está la televisión!. . . ¡Sonunos traidores!. . . ¡Váyanse!. . . ¡Sinvergüenzas, hijos de puta!. . . ”. Cada unode estos insultos generaba respuestas entre la gente: risas, alguna réplicaaislada. Rematando el cuadro, una señora bajita y gordita, bien morocha,lo seguía en su periplo gritándole: “¡Callate!. . . ¡Andate. . . te dije que novinieras!”, mientras le tiraba de la manga como para retenerlo, El viejo lecontestó: “¡Soltame, soltame!. . . ¡Es que son unos hijos de puta. . . !”, y lavieja le largó un tremendo “¡El hijo de puta sos vos!” que hizo estallar lasrisas. Una viejita de anteojos comentó a mi lado: “Siempre hace lo mismo. . .”; al oír esto le pregunté si suele aparecer en todos lados, a lo que ella repuso:“Sí: está siempre en todas partes”. Iba yo a preguntarle quién era el viejocuando la señora se puso a hablar con otra gente y la perdí. (. . .)

No habían pasado cinco minutos del inicio de la procesión cuando SaúlEdolver y sus compañeros emprendieron la retirada saliendo por el ladoopuesto a la calle ancha y retomándola por el pasillo paralelo. (. . .)

Esta retirada masiva de más o menos 80 personas produjo algo así comoun anticlímax. Para empezar, el promedio de edad subió vertiginosamentepara ubicarse en torno de los 65 años. La mayoría de los presentes eran genteanciana, seguidos por cincuentones. Ocasionalmente aparecían personas ensus 40 y, de allí para abajo, a más joven, más raro. . . En segundo lugar, sibien es difícil estimarlo porque la mayor parte de la gente no se quedaba

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más que unos minutos y el flujo de visitantes era continuo, creo que en elresto del tiempo que estuve presente nunca se juntaron más de 40 personasy que normalmente no habría más de 20. Finalmente, la escena estuvo do-minada por dos rasgos muy marcados. Primero, por una serie de homenajesorganizados por personas desconocidas para el gran público (a diferencia deUbaldini o Quindimil) pero conocidas por muchos de los presentes –algunosrepresentantes de instituciones–, homenajes estos que no tendían a ser anó-nimos y privados sino todo lo contrario, salpicados de discursos y requiriendola participación del público. Y, segundo, por la presencia continua de varioshombres de edad que se mantuvieron hasta el cierre del cementerio en ac-titud vigilante, ocupándose –digamos– de supervisar moralmente lo que ibasucediendo en torno de la bóveda. Los dos rasgos van a ir apareciendo en lanarración de los acontecimientos. (. . .)

Lo primero que me encontré al salir del pasillo fue a dos hombres clavan-do (sí: clavando) un afiche sobre la pared lateral de la primera bóveda delmismo. . . El afiche mostraba una gran foto de Eva, sonriente y con el pelorecogido; sobre la foto, en grandes letras azules, ‘EVITA’, y debajo de ella,en bastardilla azul, ‘Eternamente en el corazón de su pueblo’. Terminado decolocar el afiche, uno de los hombres (cerca de 40 años, bigotes y pelo negro,vestido con campera clara) empezó a colocar unos volantes sobre las coronascon ayuda de una nena de unos 6 años vestida con camperita roja. Mientrastanto, el otro hombre (en torno a los 60, canoso, vestido con un pantalónde franela claro y una campera azul) empezó a montar un pequeño tinglado–por así llamarlo– debajo del afiche.

Antropólogo al fin, mi olfato husmeó un ritual, por lo que mi atención seconcentró sobre esta gente. Romántico al fin, me equivoqué feo: porque loque montó el canoso fue un pequeño stand de venta de productos peronistas.Sacó una guitarra de una funda rígida y la dejó a un costado, mientras em-pleaba la funda como mesita. Sobre ésta puso, recostados contra la pared,algunos libros. . . A esto agregó, hacia la izquierda, dos fajos de fotos de Pe-rón y de Eva. . . Junto a las fotos colocó una pilita de sobres que usaba paraentregarlas cuando vendía alguna. Delante de los libros ubicó un pequeñoradiograbador que sacó de su caja, la cual quedó colocada prolijamente en elpiso a la izquierda de la funda, en una posición tal que impedía que la gentepateara la guitarra al acercarse. Al frente y hacia la izquierda del grabador,distribuyó una serie de ejemplares de dos casetes. Estos casetes los hacíasonar de a ratos, de manera que descubrí sin mirarlos que contenían frag-mentos de discursos de Perón y de Eva, intercalados con canciones. Amboscasetes se encontraban firmados por [nombre del artista]. Uno se titulaba‘Evita está presente’ y mostraba en la tapa una foto de ella, sonriente, uncuarto de perfil, vestida formalmente y con el pelo recogido. Contenía frag-mentos de discursos de Eva, la grabación de un relato hecho por Perón acerca

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de su primer encuentro con ella, y canciones interpretadas por [nombre delartista]. . . En el interior de la solapa, el siguiente texto (sic):

Conocí a Evita desde arriba de unárbol, tendría 9 años cuando fue a SanJuan, la vi como el hada buena ymaravillosa de los cuentos infantiles, eldía que nos mandó zapatos, camperas,los colchones blandos y guardapolvosnuevos, junto a mi madre y a mis doshermanos lloramos de alegría, porprimera vez, nos sentimos amparados,no estábamos tan solos, mi homenaje ygratitud a Eva Perón.

[nombre del artista]Movimiento Nacional JusticialistaDistrito. . . , Pcia. de Buenos Aires.

El otro casete se llamaba “A la victoria” (así, entre comillas). Parecíaevidente [que el vendedor era el propio artista] ya que, cada tanto, él tomabala guitarra y se cantaba alguna canción sobre Evita o la marchita. (. . .)

El músico se quedó hasta el cierre del cementerio. Mucha gente charlabacon él y era evidente por el trato que lo conocían. No me pareció que vendieragran cosa pero la calle está dura. . . En cuanto al hombre de bigotes. . . noparecían estar juntos. Su labor, por varias horas, consistió en recorrer la filade coronas encajando entre las flores, en las puertas de las bóvedas y enlas placas de homenaje, unos volantes o, más bien, carteles. Lo ayudaba suhijita, o quizás más bien lo molestaba tratando de ayudar. Cuando la genteles pedía uno de sus carteles/volantes no se lo negaban, pero claramente eltipo prefería colocarlos en las coronas. . .9 (. . .). . .[Vi] que en otro grupito se encontraba el viejo de los insultos a Ubaldini,

siempre caminando con aspecto malhumorado. (. . .) Lo acompañaban otrosdos hombres, también en sus setentas. (. . .) Estos tres señores son los que sededicaron a vigilar los acontecimientos durante el resto del día. Los dos queacabo de describir tranquilizaban al primero, diciéndole que no se preocupa-ra, que cuando llegaran a poner coronas tapando a las que ya estaban elloslo iban a impedir. Coincidían en que algunos dirigentes trataban de figurary que para hacerlo le faltaban el respeto a los que de veras se acordaban deEva, vale decir a quienes habían mandado sus coronas temprano y sin tratarde figurar. (. . .) Se pasaron la mayor parte del tiempo charlando en la calleancha, sentados de a ratos en los escalones de un mausoleo que está a unos15 metros del pasillo donde se encuentra la bóveda de los Duarte. Su actitud

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era la de velar armas y, de hecho, los vi una vez discutir con los portadoresde una corona. También varias coronas de figurones fueron movidas hacialugares más marginales y, aunque no vi quiénes lo hicieron, no me extrañaríaque hubieran sido estos señores.10

(. . .) Pocos minutos después de la ida de los sindicalistas hacen su apariciónFernando Niembro, Moisés Iconikoff y otros tres tipos.11 Iconikoff era el únicode sport (pantalón de franela gris y campera negra o gris oscuro), mientrasque los otros estaban de rigurosos trajes grises. Se pusieron en la fila y yoentré atrás. No hablaban y se mostraban realmente solemnes. Uno traía unramo de rosas que repartió entre sus compañeros, de manera que cada uno deellos ofrendó una a medida que iban pasando y haciendo una pequeña paradasilenciosa y sumamente seria frente a la bóveda. No hablaron al público y sefueron de inmediato. Si se me permite una pequeña nota personal, diré quetodo esto me impresionó muy bien por contraste con Ubaldini & Cía. y conQuindimil; me pareció realmente personal.

Este es el punto, apenas unos 15 minutos después de la partida de Ubaldini& Cía., donde empiezan a sucederse esos pequeños actos medio espontáneos,organizados inesperadamente por gente que copa la parada y empieza a aren-gar a los presentes. El primero de estos fue realizado por varios hombres quehablaron sucesivamente y mostraban conocerse entre sí. Me perdí su llegadapor estar perdido en algún pasillito grabando mis apuntes. Al volver hacia labóveda, me atrajo una voz bastante potente. Me metí en el pasillo desde lacalle ancha y me encontré con que un tipo petisito, trajeado y más bien pe-lado, les largaba un discurso a las más o menos 15 o 20 personas que estabanallí. Era bastante evidente que no se trataba de un grupo grande realizandoun homenaje sino de gente llegada independientemente e inopinadamenteincorporada al acto particular de estos tipos. El orador hizo en su discursoreferencia a un “compañero” que había hablado antes. Nunca le vi la cara,que se me perdía entre un mar de gente más alta que él, pero la aposturay la voz me dieron la impresión de que era bastante mayor. Hablaba demanera enfática, con un ritmo muy marcado donde las altas y bajas (nuncamuy bajas) se seguían a intervalos breves y muy regulares. Lo grabé desdeuna distancia de unos 3 a 5 metros. . . A continuación transcribo lo que puderescatar de esa cinta entre los ruidos, poniendo entre corchetes lo que no seoye bien y me despierta dudas:

(. . .) Decía el General Perón que las estructuras partidistas son nadamás una herramienta electoral. Podemos [ser cualquier cosa]. Nos pode-mos llamar de cualquier forma. Históricamente nos hemos llamado condistintos nombres a lo largo de la historia. Pero fundamentalmente elperonismo debe estar a la cabeza del Movimiento Nacional, que es elMovimiento Nacional de siempre: el Movimiento de la [gesta] indepen-dentista de San Martín y de Belgrano, el Movimiento de la gesta de

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soberanía de Rosas y de los caudillos, el Movimiento de la acción ciu-dadana de Don Hipólito Yrigoyen y de la acción y el pensamiento delGeneral Perón, el hombre más grande de los argentinos en el siglo veinte.[Esta Compañeros. . .]

(Lo interrumpen aplausos que duran 7 segundos)

. . . Esta es la misión histórica [nuestra en] este momento. Recordamosesta gloriosa historia de la compañera Evita y del General Perón, comodijera muy bien el compañero [nombre]. . . antes. [Esos] los recordamospero eso no nos basta compañeros. Somos nostálgicos: yo soy nostálgi-co, sí. Soy nostálgico de los años gloriosos en que los niños sonreían, lostrabajadores tenían trabajo, los ancianos vivían con [palabra incompren-sible] tranquila y los jóvenes sabían que tenían un futuro a construir. . .estos jóvenes que hoy acá están presentes y que no saben que va a serde ellos el día de mañana. Somos nostálgicos de eso. . . pero porque so-mos nostálgicos de eso tenemos que proyectar nuestro peronismo al sigloveintiuno reconstruyendo el movimiento nacional a pesar de las estruc-turas partidarias, a pesar de los traidores y a pesar de las traiciones.Por eso compañeros, vamos ahora, ante el fanatismo antiperonista de lostraidores, a comprometer nuestro fano. . . fanatismo peronista, y vamosa hacer un juramento ante la compañera Evita, que ha sido el corazón,el alma y el nervio de la revolución justicialista. . . aquello que ella nosdijo una vez y que debe ser un compromiso para todos los peronistas:la Patria dejará de ser colonia o la bandera flameará sobre sus ruinas.Esa es la misión histórica de los peronistas, porque nos sentimos pro-fundamente peronistas, por eso nos sentimos profundamente argentinos.Y ahora compañeros, como reafirmación de lealtad, de lealtad a Perón,de lealtad a su doctrina, de lealtad a sus banderas, y de compromisocon esta extraordinaria mujer, la más grande del siglo veinte, vamos acantar, de corazón, como lo hacemos siempre, como reafirmación doctri-naria nacional, popular, humanista y cristiana, la marcha peronista. ‘Losmuchachos. . . ’ (. . .)

El orador comenzó a cantar y los demás nos acoplamos. Debo anotarsobre esta interpretación de la marcha que no fue demasiado entusiasta (asícomo fue más bien fría la recepción de las palabras del hombre, a quiensólo se aplaudió cuando mencionó a Perón como el más grande argentino delsiglo). . . (. . .)

Apenas finalizada la marcha –que el anterior orador y él comandaban–,tomó la palabra un hombre en sus cuarentas, trajeado, creo recordar quede pelo negro y bigotes. Habló brevemente y de manera más calmada, me-nos enfática que el orador anterior. . . Su discurso –que grabé parcialmente–

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apuntaba a un retorno hacia el justicialismo de vieja estirpe, y culminó pa-sando la posta a un hombre mayor de aspecto más humilde que tocó el clarínen honor a Evita. (. . .) “Por favor. . . ” Esto lo dijo haciendo un gesto en di-rección al tipo del clarín, quien repuso muy formalmente “Gracias señor”(me dio la impresión de que no se conocían) y pasó a tocar una breve dia-na, muy marcial. Al terminar, dos voces simultáneamente gritaron “¡VivaEvita!”, a lo que todos repusimos “¡Viva!”. Luego, una de esas voces gritó“¡Viva Perón!”, obteniendo un nuevo “¡Viva!” colectivo. Finalmente, la mis-ma voz exclamó un “¡Viva la Patria!” que obtuvo por respuesta un “¡Viva!”algo más desvaído seguido por unos 4 segundos de aplausos (todo esto estágrabado). A continuación la gente se dispersó y ya no vi más a los oradores12

ni al del clarín.13

(. . .) Cuando salíamos del pasillo, el músico ya mencionado empezaba apromocionar su música, cantando a viva voz “Se siente Evita está presen-te”, canción incluida en sus dos casetes. Algunas pocas personas coreaban,especialmente una señora más bien vieja, de piel oscura y pelo negro. Haciael final de la canción, tocó un coqueto puente con la guitarra, sobre el cualrecitó los siguientes versos, que dieron paso a la marcha peronista (todo es-to está grabado): “Se ha ido mi General / y yo a cantarle me vuelvo./ Sucuerpo se fue a la sombra / y el alma vive en su pueblo”.

Durante la interpretación de la marcha por ‘[Nombre del artista] y Corode Espontáneos con Antropólogo’, se produjo la discusión que menciona-ba anteriormente entre los viejitos y dos hombres jóvenes que llegaron conuna corona enorme del “Encuentro Nacional de Gremios Solidarios”.Estos hombres –que no parecían dirigentes sino simplemente dos militantescomunes– traían la corona, que como dije era muy grande, y además un trí-pode bien alto para colocarla. No me es posible saber si realmente pensabanmover a otras coronas para ubicarla en un lugar central puesto que, apenasllegaron y se detuvieron en la calle ancha frente al pasillo oteando el panora-ma, los viejos los encararon en tono agresivo prohibiéndoles que la pusieranfrente a la bóveda. La discusión fue medio pintoresca ya que se produjomientras cantábamos (de hecho, parte quedó grabada). Uno de los ancianos,creo que el de traje azul, les dijo (transcribo de la grabación): “No, no haylugar acá en el pasillo, eh. . . La van a poner allá atrás (. . .) no, adelante [nopueden] (. . .) la corona allá (. . .) ¡No nos rompas. . . no nos toques ningunacorona de las que vinieron antes!”. Uno de los hombres se metió a buscarubicación mientras el otro, muy tranquilo y medio burlón, le decía al viejodel traje azul (esto es memoria mía, no está grabado): “Tranquilo. . . [norecuerdo el apelativo, algo tipo ‘maestro’ o ‘padre’ o ‘jefe’] . . . si es hermo-sa: mirá qué belleza”. Según yo lo recuerdo, los ancianos no parecían muyconformes con las argumentaciones estéticas del tipo de la corona. En lagrabación se escucha la voz del viejo de traje azul diciendo “(. . .) no, no,

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ustedes (. . .) y vienen, y vienen (. . .)” y otras cosas que no se entienden, enel preciso momento en que el músico termina la marcha y arenga a la gente:

¡Viva Perón! –grita el artista.¡Viva! –contesta la gente.¡Viva la memoria de Eva Perón!¡Viva!¡Viva la Patria y el pueblo peronista!¡Viva! –cierra la gente.

(Me permito observar que tanto el canto colectivo de la marcha como todoeste intercambio estuvieron revestidos de un entusiasmo muy superior al quese dio en toda la secuencia del pequeño acto inmediatamente anterior.)

Después de este griterío, en mi grabación se escucha al viejito del trajeazul preguntarle a alguien –no sé a quién–: “¿De dónde es la corona és-ta?”. Cuando le contestan (no está grabada la respuesta), él dice: “No, nopueden. . .” con tono de quien dice ‘es obvio’. A esto se le superpone casi un“Cuidado, cuidado. . . ” que creo que es del que llevaba la corona. A pesar desu beligerancia, los viejos se quedaron hablando entre ellos mientras los tiposse metían a ubicarla. . . Entre tanto, uno de los viejos (creo que el grandote)le decía al que había insultado a Ubaldini –que otra vez estaba caminandobamboleante con las manos en los bolsillos y farfullando– (cito de memoria):“No te preocupes que apenas se vayan la sacamos”. Sin embargo, el viejocalentón seguía insultando, y a un comentario suyo uno de los otros (creoque el de traje azul) repuso (cito de memoria): “Encima son de la contra. . .” –lo que yo interpreto como una alusión al menemismo–. En este momentohabía bastante gente en el estrecho espacio frente a la bóveda, lo que me im-pidió seguir las acciones; pero el hecho es que cuando volví a verla, la coronade los gremios solidarios estaba al final del pasillo, justo en el cruce con elprimer pasillo transversal, y no tenía el pie sino que estaba directamente enel piso. Los viejos, de un modo u otro, habían ganado la parada. (. . .)

Luego de retirarse los que discurseaban, se vuelve a un clima de recogi-miento y de homenajes personales y silenciosos. Un hombre que está paradoun metro antes de la bóveda –en sus buenos sesentas, canoso y de anteojos,vestido de sport, con campera color crema– agradece uno por uno por supresencia a los que pasan: “Gracias señor por haber venido”, me dice; “Austed, caballero” le contesto, y él le agradece a la mujer que viene detrás demí. Una mujer vieja reza con un rosario. Un tipo más joven que yo (25 a 27años) reza arrodillado. Justo frente a la bóveda, una anciana de anteojos,morocha de tez, toca de a ratos melodías más bien tristes con una armónica,bien bajito. . . Cerca de las 12:30 decido irme. . . (. . .)

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Al llegar (a las 15:10) me encontré con un panorama similar al que habíadejado atrás al irme. . . Entrando por el pasillito fue cuando empecé a encon-trar algunos cambios. El paisaje era dominado por un rasgo casi excluyente:una gran bandera justicialista visible apenas uno asomaba al pasillo. . . Alacercarse era posible ver que la bandera era portada por un señor bien en-trado en sus sesentas, delgado, flaco, de tez morocha y un pelo negro que meimpresionó como teñido. . . Rigurosamente trajeado y con corbata, todo en unazul que –creo– salió más oscuro en las fotos de lo que realmente era, llevabatambién una banda en dos franjas, blanca y celeste, con el escudo partidarioa la altura en que cruzaba la boca del estómago. Permanecía parado juntoa la bóveda, hacia la derecha de la puerta y mirando hacia la entrada delpasillo. En la mano derecha sostenía el mástil rematado en una punta pla-teada como de flecha. La bandera era grande, celeste y blanca con el escudopartidario en el centro, y la acompañaban una cinta celeste-blanca-celestecon flecos dorados y otra negra a modo de crespón. El hombre tenía el ros-tro enjuto y mantenía mientras no hablaba una expresión solemne que seve muy bien en las fotos. Permanecía más bien firme y sólo lo vi moversecuestión de centímetros para permitir que algunas personas se sacaran fotos.Su apariencia general era grave, muy propia de un homenaje fúnebre, peroel hombre era realmente simpático y se prendía amablemente en las charlascuando lo incluían en ellas. Que yo haya visto, no se movió de allí hastaalrededor de las 17:20 –última vez que me asomé al pasillo–, lo que suponeque estuvo al menos 2 horas y media si es que no llegó mucho antes de miregreso.

Como es obvio, me moría por hablar con este señor, lo que era difícilporque el flujo de gente era permanente y para hablarle había que pararsejusto en el medio, cosa que no me pareció correcta por la misma razón porla que me había sentido mal por la mañana. Un rato más tarde lo conseguíbrevemente y me dijo que era de la “Comisión de Homenaje Permanente”,sin aclarar si a Eva solamente o también a Perón. “Entonces usted debevenir siempre. . . ”, le dije, a lo que él repuso que “Todos los años, sí”, conuna firmeza y una solemnidad en la voz que me impresionaron. Le preguntéentonces si la había conocido a Eva y me contestó que sí y agregó “Yo fuiordenanza de Ella. . . ” y que “. . . mi casa es un museo: lleno de cosas deEvita”. En ese punto fuimos interrumpidos por uno de los rezos colectivosde los que voy a hablar a continuación y ya no tuve oportunidad de hablarcon él de nuevo.14

El grueso de los amables presentes eran personas mayores, tal como su-cediera por la mañana. También como entonces, algunas personas perma-necieron largo rato allí. Hubo, sin embargo, un nuevo elemento –esto es,uno que yo no había visto a la mañana–, a saber: algunas de estas personas

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que se quedaban mucho rato hacían de sus homenajes a Evita un hecho pú-blico, un poco a la manera del acto producido un rato antes pero con dosdiferencias: primero, estas personas no se presentaban en grupo o reivindi-cando una pertenencia institucional: y segundo, al apelar a la participaciónde los presentes lo hacían, en general, en términos religiosos. Se trataba, almenos en apariencia, de personas comunes exteriorizando –¡y cómo! – sussentimientos.

(. . .) Comenzaré por hablar de una mujer mayor, en torno de sus 65,con el pelo castaño más bien claro, atado. Esta señora entró justo despuésque yo y se instaló decididamente frente a la bóveda, lugar desde dondecomenzó a lanzar homenajes sucesivos consistentes en un discurso sobre,digamos, las-obligaciones-de-los-peronistas-hoy y una sucesión de oraciones(Padre Nuestro, Ave María y otras ad hoc) en las cuales intentaba hacerparticipar a la gente. Digo ‘homenajes sucesivos’ porque luego de hacerlouna vez dejó que se renovara el público y empezó de nuevo. Yo presencié dospuestas en escena de este homenaje pero tengo la impresión de que huboalguna más. . . Advertí que algunas personas la conocían pero no supe quese presentara como miembro de organización alguna. . .

Lo primero que hizo esta señora al llegar fue colocar, a modo de ofrenda, unviejo póster que intentó encastrar entre las flores que estaba justo detrás deun gran corazón dorado. Puesto que el póster era viejo y tendía a enrollarse,le fue imposible lograr que se mantuviera estirado y fuera visible. . . El pósteren cuestión era una imagen de los Perón, reproducción de un cuadro muyconocido. Los muestra vestidos de gala, ella con un vestido largo que dejalos hombros descubiertos y tiene una cola muy larga que yace formandopliegues hacia delante, y él con un smoking oscuro, chaleco, camisa y moño,luciendo además una banda con los colores de la bandera (incluyendo el sol)cruzada desde su hombro derecho y por debajo del saco –ergo: no es la bandapresidencial–. Perón tiene las manos cruzadas sobre su vientre y Eva, a suizquierda, se toma con ambas manos del brazo de él. Ambos miran hacia elfrente y la izquierda, y sonríen con lo que parece ser una felicidad absoluta.Evita tiene collar y aros, el pelo formando una cola y parece muy, muy joven.A riesgo de parecer sentimental diré que se ven realmente enamorados, y nome sorprendería que tal fuera la intención del artista, quien los retrató enuna especie de escalinata alfombrada en bordó. La imagen está rodeadacompletamente por una triple guarda en los colores patrios y es posible leeral pie, en letras color dorado: “PERON y EVA”. (. . .)

Sin embargo, se diría que la señora estaba particularmente orgullosa dela reproducción del cuadro porque más tarde, creyendo que me iba, me dijoseñalándolo “Sáquele si quiere. . . ”, con un tono que indicaba claramenteque quería que lo hiciera. Le contesté que ya le había sacado una foto, a loque ella respondió con una expresión de placer. (. . .)

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Lo cierto es que apenas puso estas cosas en su ubicación inicial, la se-ñora empezó a largar un discurso en voz bien alta. No estoy seguro de silo recuerdo mal o si realmente le faltaba un hilo claro, que es la impresiónque tuve en su momento. Esencialmente, hizo referencia a lo que ella con-sideraba como las actuales ‘obligaciones de los peronistas’. Lo primero querecuerdo es que dijo que “. . . somos un movimiento. . . no hay que quedar-se con el partidito. . . ” (sic, de veras). Agregó que “. . . el justicialismo esdoctrinarios. . . ” (sic, así con ‘s’ final) y que “. . . es una obligación de todoperonista pedir la moratoria. . . no pedirla sino exigirla: ¡exijamos a [sic] loscompañeros la moratoria!. . . ” (yo interpreto esto como un complemento desu crítica implícita hacia “el partidito”, en el sentido de que hay que exigirlela moratoria a los dirigentes justicialistas). También dijo que “. . . la obliga-ción de los peronistas es recordar a Evita y recordar a Perón, pero tambiénagradecerle a Isabel Perón que hizo posible que podamos homenajear a Evitaaquí. . . ”. No aclaró para nada cuál fue el aporte de Isabel en tal sentido y,si es que los demás presentes lo sabían, evidentemente no por ello pensabanque hubiera que agradecérselo, a juzgar al menos por las numerosas caras deasco que cundieron. Ello no obstante, la señora siguió con su discurso y, casisin solución de continuidad, pasó a convocarnos a un rezo colectivo. A estola gente respondió de mucha mejor gana, acompañándola en su declamaciónde al menos dos Aves Marías y un Padre Nuestro. A cada oración seguíauna serie de pedidos de la mujer a Dios, por Evita y Perón, mezclados conpedidos a la misma Eva para que “nos salves”, todo lo cual desembocaba degolpe en una nueva oración a la que inmediatamente se prendía la gente (di-go ‘la gente’ porque no me pareció correcto rezar y, en cambio, me mantuveen silencio sin sacar fotos y con mis manos tomadas frente a mí). (. . .)

Al poco tiempo, entró un hombre –si mal no recuerdo, de unos 50 años–que comenzó a convocar a la gente para un nuevo rezo colectivo. El mismo,como los promovidos por la mujer, supuso una serie de oraciones declamadasuna detrás de otra sin solución de continuidad. Según mis apuntes grabadosincluyó al menos dos Padres Nuestros, un par de Glorias, un Ave María entremedio, invocaciones varias, algún que otro “Dios tenga en su gloria a Evita”y “Dios tenga en su Gloria a Perón”, etc. En determinado momento –a mitadde un Gloria, creo– el tipo se quebró y se puso a llorar, aunque pronto serecompuso. Permanentemente pedía: “¡. . . recen todos, recen todos. . . !”. Yo,a todo esto, estaba ahí al ladito, nomás, sacando fotos. (. . .) [Un minuto mástarde] . . . percibí que el hombre que había llorado al rezar le hablaba a laseñora amable. Aparentemente ella había estado llorando, porque el tipole decía: “. . . la felicito, señora. . . ese sentimiento. . . solo así vale la penaestar acá, con sentimiento, llorando por la gente que uno ama. . . ”. A estola señora repuso que “Yo lo felicito a usted. . . ” (. . .)

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El desfile de gente seguía, pausado pero incesante. Buscando un poco deaire y también con la idea de sacar una foto contrastante, me fui a buscar elmausoleo de Sarmiento, que está ahí cerca. Estaba allí observando el respe-tuoso silencio de rigor. . . cuando empezó a darme charla un señor que llegóun minuto después que yo. Morocho, algo más alto que yo, delgado, vestidocon una campera azul cerrada hasta el cuello y usando gorra, aparentabamucho menos de los 75 años que dijo tener. Un tipo simpático, locuaz y cla-ramente muy leído en materia de historia argentina. Empezó a hablarme deSarmiento, de quien parecía tener una elevada opinión. (. . .) Pasó entonces adecirme que él era jubilado de Luz y Fuerza, retiro voluntario mediante. (. . .)Creo recordar que me dijo que había puesto algún tipo de pequeño negociocon el dinero del retiro. Según recuerdo, me dijo que vivía por Avellaneda.

Pasó luego a hablar sobre Perón y Evita. Lo hacía con cariño pero no sincríticas; me impresionó como muy medido en sus apreciaciones racionalesrespecto a ello y, a la vez, como preso de sentimientos muy fuertes paracon ellos. (. . .) Dijo: “No. . . yo vine hoy solamente para saludar a mi amigaEvita”. Y agregó que: “Ayer estuve en Chacarita y le dejé flores a mi papá. . .[hizo una pausa y luego aclaró, risueño] . . . Perón”. Me dijo también que“Evita y Perón nos enseñaron. . . [a los trabajadores] . . . nuestros derechos ynuestra dignidad”. A continuación ilustró esto con su historia laboral. Segúndijo, él era aprendiz de tornero, trabajando para “un alemán”; se extendióen elogios para con ese tipo y los alemanes en general pero, dijo, no cobrabaun peso y estuvo así como un año. Así era la cosa en la época hasta que vinoPerón y puso “la ley del aprendiz”, y ahí el alemán empezó a pagarle.

También me contó una historia sobre una operación que le hicieron cuandoera pibe, en el año ‘51 (creo, porque si esa era la fecha él tendría 25 años perocontó la historia como si hubiera sido más chico). Necesitaba una operaciónde garganta y lo llevaron al Hospital de Clínicas, por entonces ubicado enlo que hoy es Plaza Houssay. Se refería a que de algún modo el sistema debienestar social llevó a que lo operaran gratuitamente allí, mediante unacobertura médica que antes los trabajadores no tenían. Lo operaron, todoestuvo muy bien y el lugar lo había impresionado fuertemente, le habíaparecido fantástico, con sus azulejos y aparatos modernos. Sin embargo, aeste lugar lo denominaba usando una palabra algo despectiva que no puedorecordar a pesar de que la mencionó varias veces. Decía, respecto de el sitiodonde él había estado, que “A ese lugar yo lo llamo. . . [palabra que norecuerdo] . . . porque después vi otras cosas”. Y me explicó que cuando se iba,junto a su mamá que lo fue a buscar, vio a una señora muy bienuda, vestidacon pieles, que entraba por el lado de la Facultad de Medicina; entonces vioesa entrada y descubrió que era toda de mármol, mientras que el lugar dondeél había estado era todo de azulejos, contraste que justificaba la palabramedio despectiva con que se refería al segundo. Nada de esto sonaba, sin

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embargo, a resentimiento ni a amargura; al contrario, cada vez que repetíala palabreja, hacía un gesto característico, ladeando la cabeza y sonriendoapenas, con un aire entre bonachón e irónico. Quizás por esto fue que el tipome agradó tanto.

Toda esta historia apuntaba a destacar los beneficios sociales que Perón yEvita habían dado a los trabajadores, aunque de alguna forma la anécdotateñía de ambigüedad a esa obra. Quizás por eso pasó a explicitar el lado po-sitivo de la narración. Pero, medido en sus apreciaciones, me dijo que: “Esosí: a todo le ponían el sellito de Evita Perón. . . incluso hasta las cacerolas. . .[risas de ambos] . . . Pero a pesar de eso hicieron mucha obra”. Finalmente,volvió a afirmar que Perón y Evita hicieron cosas fantásticas, aun cuandotambién hicieron sus cosas malas, “cometieron sus errores, que otros poste-riores habrán hecho más, sin embargo” (me encantó esta expresión).

A la hora del cierre, el hombre seguía hablando con gran deleite sobresus tiempos como aprendiz de tornero y –si mal no recuerdo– de cómo sehabía beneficiado de un dato que le habían pasado y que le había permitidodecidirse a pedir el retiro voluntario. Tuve que hacerle notar la hora y sugeririr saliendo, cosa que hicimos sin parar de hablar. Al salir llegué a mirar haciala zona de la bóveda de los Duarte. Sobre la calle ancha –no me asomé alpasillo– quedaban solamente el viejo vigilante del traje azul. . . y un tipo másque no había visto antes. Salimos, encontrando la puerta principal cerraday una más pequeña habilitada como salida y custodiada por un guardia. . .

He transcripto partes del registro de campo correspondiente a mi primera vi-sita a la bóveda donde reposa Eva Perón, en un aniversario de su fallecimiento,porque lo que pude observar ese día o, mejor dicho, lo que experimenté enton-ces, ha sido la guía que he seguido a lo largo de todo mi trabajo posterior.Ese día pude ver a dirigentes impostando su lealtad frente a los medios paraconstruir su imagen pública, así como a funcionarios y figuras públicas rindien-do silenciosos homenajes a Evita. Pude ver, también, cómo esos dirigentes erancontrolados y juzgados por numerosos peronistas anónimos, y cómo algunos vie-jos y orgullosos militantes de la Resistencia montaban guardia para garantizarque la memoria de su compañera no fuera vejada por traidores dispuestos ausarla en su provecho. Vi a personas ancianas pagando sus deudas de lealtadcontraídas cincuenta años atrás con alguien a quien, a lo sumo, habían llegadoa ver a lo lejos o, con suerte, a intercambiar unas palabras. Vi a hombres adul-tos emocionarse hasta el llanto al recordar a personas que nunca conocieron,o criticarlos con benevolencia como solemos hacerlo con los seres queridos quese nos han ido. Me contaron, o escuché, cómo Evita había entregado su vidapor el pueblo y cómo, junto con Perón, había devuelto a los trabajadores sudignidad. Presencié homenajes marciales y religiosos, colectivos e individuales,ruidosos y silenciosos, poéticos y musicales, impostados y sinceros, politizados

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e íntimamente personales, de derecha y de izquierda, fastuosos y humildes. Es-cuché furiosas acusaciones de traición y orgullosas declaraciones de lealtad. Vilas coronas más caras compradas en las florerías especializadas junto a otrasde papel y hechas a mano, collages de apariencia escolar, flores arrancadas alpasar por algún jardín, fotografías recortadas de algún diario y mensajes ma-nuscritos con letra infantil por hombres y mujeres que apenas saben escribir. Via personas que conocieron a Evita compitiendo por demostrar que habían es-tado más cerca de ella que sus ocasionales interlocutores. Pude ver a militantescirculando entre la gente con la clara intención de hacer algún contacto política-mente útil. Escuché a peronistas explicando orgullosamente a los sorprendidosturistas quién era esa mujer que concitaba semejantes muestras de afecto, yvi a un turista absorto consultando su travel guide para averiguar quién eraEva Perón, mientras la gente a su alrededor cantaba a voz en cuello la mar-cha peronista. Pude ver cómo personas que en cualquier otra ocasión hubierandiscutido agriamente por cuestiones políticas se acompañaban respetuosamentelos unos a los otros en los homenajes que cada uno brindaba a Evita. Vi a unartista peronista hacer de su música un homenaje y de su homenaje un modestonegocio. Observé a completos desconocidos agradecerse mutuamente por estarallí en ese día, a padres acompañados por sus hijos, a abuelos llevando a susnietos y a algunos nietos ayudando a sus abuelos para que pudieran acercarsea rendir sus respetos. Y, por sobre todas las cosas, pude percibir las poderosasemociones y los profundos sentimientos que acompañaban cada uno de estos he-chos: tristeza, orgullo, nostalgia, furia, cariño, culpa, amor, desolación, pudor,envidia, respeto, vergüenza, admiración, desamparo, idolatría, odio, etc. Y nopude menos que experimentar, hasta cierto punto, esos sentimientos y estadosemocionales que, en la medida en que fui relajándome y dejándome llevar porlos acontecimientos, vinieron a mezclarse con mis propias culpa y vergüenza porestar allí, entrometiéndome en algo tan significativo para esas personas.

No sé si alguna vez –ni siquiera hoy, mientras escribo estas líneas– he llegado ollegaré a entender lo que significa la lealtad mejor de lo que pude hacerlo ese día.Porque todas las facetas del fenómeno estuvieron presentes allí, en esa ocasiónque al congregar en unas pocas horas a personas que respondían a motivacionestan dispares agrupó una variedad de situaciones concretas mayor que las quepodría observar normalmente en muchos meses de trabajo de campo. Y, sobretodo, porque jamás volveré a atravesar una experiencia tan próxima a las queexperimentan los propios peronistas. Una experiencia donde la lealtad es o pue-de ser tanto un valor a ser respetado como un medio de acción política o ambascosas a la vez, y ello no sólo desde los puntos de vistas de distintas personas sinodesde el de cada una. Una experiencia donde las emociones de uno se tornanconfusas y a la vez imperativas, donde los comportamientos ajenos se vuelven

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súbitamente significativos al punto de parecer –aunque no lo sean– transparen-tes. Una experiencia, en suma, donde todo es extremadamente complejo pero,sorprendentemente, uno parece ‘saber’ exactamente qué significa cada hecho.

No es posible recuperar plenamente esa experiencia –esto es, cualquier expe-riencia– en un texto. Al releer mi propio registro no ceso de encontrar obser-vaciones, cuestionamientos y, en general, dudas que no recuerdo haber hecho osentido en el momento y que no me cuesta reconocer como productos del pro-ceso mismo de la redacción. A partir de ese punto, uno tiende inevitablementea alejarse de la realidad de la propia experiencia de campo y, en consecuencia,de la realidad de la experiencia de los actores y de la realidad de los hechossociales. Mis propias experiencias al acudir a la Recoleta o la Chacarita en añosposteriores ya no fueron exactamente como aquella, habida cuenta del hechode que ya había producido un análisis preliminar que pasó a condicionar misposteriores movimientos y percepciones en el campo.

He intentado, sin embargo, lograr que esta experiencia –a la que se sumanotras, menos ‘espléndidas’ pero merecedoras del mismo tratamiento– fuera siem-pre la fuente de las preguntas e hipótesis que guiaron tanto mi trabajo de campocomo el análisis de mis materiales y mis devaneos teóricos. No lo hice, en rigorde verdad, atendiendo a una máxima metodológica explícita como la que heformulado en estas páginas sino, más bien, en respuesta al hecho de que misobservaciones y experiencias de ese día parecían apuntar en un sentido similaral de mi trabajo anterior sobre la moralidad en una cooperativa de pescadores,así como a las enseñanzas que, en mi opinión, derivan de la lectura de una seriede autores y textos ‘clásicos’ de las ciencias sociales. Ha sido hacia el final de mitrabajo (luego de reflexionar largamente en torno de las estrategias de análisisque tratan a los hechos sociales como un ‘texto’ y, en general, respecto de latransposición de modelos lingüísticos al análisis de la acción y las relacionessociales) que he llegado a la conclusión de que, en términos generales, nues-tras experiencias directas en el campo –debidamente ponderadas a posteriori–pueden dirigir nuestros trabajos en un sentido más ‘realista’, conduciéndonosa adoptar procedimientos de análisis que no nos alejen tan dramáticamente delas experiencias de los actores y, en consecuencia, de sus perspectivas y de laauténtica constitución de su mundo social.

El trabajo etnográfico, tal como yo lo entiendo, no implica adoptar el puntode vista de los actores (que, por lo demás, nunca es uno sólo), sino emplearloestratégicamente como medio de acceso al análisis de los hechos sociales quelos involucran. Ahora bien, los hechos sociales son inherentemente complejos,multidimensionales, ambiguos, paradójicos, flexibles y a la vez rigurosos. Y losactores deben –debemos– tratar con esa complejidad cotidianamente, de modoque las formas en que la experimenten deben, necesariamente, ser capaces deaprehenderla en su misma inmediatez y de hacerla manejable. Las perspectivasde los actores –que son constitutivas de esas experiencias inmediatas y, a la

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vez, son constituidas por ellas– deben, asimismo, ser capaces de dar cuenta deesa complejidad de lo real. Es precisamente aquí donde radica el valor estra-tégico del punto de vista del actor para el análisis etnográfico: nuestro trabajodebería centrarse en la comprensión de la manera en que cada perspectiva na-tiva da cuenta de la complejidad del mundo social al que corresponde. Y esa tal efecto que nuestra propia experiencia social en el campo, en el mundosocial ajeno, adquiere una importancia particular: pues, en su misma voráginede percepciones, estados emocionales, opacidad, transparencia, ambigüedadesy matices cambiantes –en su complejidad, en fin–, ella se torna el aspecto denuestro trabajo que más nos acerca a la realidad de la vida social de los actores.Habiendo percibido esa complejidad, debemos interrogar a ese mundo socialdesde nuestras primeras impresiones a tal respecto, a fin de introducirnos en éloblicuamente, mediante la construcción de un punto de vista que no es igual alos de los actores pero que tampoco es el que hubiéramos adoptado en caso deno haber empleado este tipo de procedimiento analítico.

En el caso particular del trabajo que el lector acaba de leer, al seguir lasprofundas impresiones que me produjo mi experiencia del 26 de julio del 2000,me vi conducido, en primer lugar, a profundizar el análisis del triple caráctercognitivo, moral y emotivo que ya había advertido anteriormente en el conceptode lealtad y otros valores morales. Por esa vía llegué a concentrarme en el temade las formas peronistas de confianza, punto donde se entrecruzan aquellos dosaspectos aparentemente contrastantes e incompatibles de la lealtad que enfati-zan respectivamente quiénes son peronistas y quiénes no lo son: su valoraciónmoral positiva y su carácter de cualidad propia del auténtico peronista, porun lado, y su manipulación interesada como recurso político, por el otro. Ensegundo término, la experiencia mencionada me condujo a prestar una atencióncentral, ya no solamente a la historia de la lealtad (que había comenzado a exa-minar por razones metodológicas de otra índole), sino a su intensa presencia enel presente, a su abrumadora actualidad. Por este camino, llegué a comprenderla importancia de las formas en que los peronistas aprenden lo que saben sobrela lealtad, a entender que el hecho de que ese universo conceptual –con toda sucarga moral y emotiva– se presente a los actores simplemente como inmanentea ejemplares y ejemplos concretos permite dar cuenta de su sorprendente per-sistencia, de lo poco que ha cambiado lo que significa la lealtad desde los díasdel primer peronismo. Al cabo, ambas líneas de análisis vinieron a combinarsepara permitirme entender cómo la lealtad orienta y condiciona las conductas delos peronistas contribuyendo de tal forma a moldear sus relaciones sociales, asícomo las condiciones y los límites de su eficacia en tanto recurso a ser empleadopor los actores para concretar sus proyectos y satisfacer sus intereses.

Más allá de cuál fuera mi punto de partida, obsérvese que, en definitiva, losmomentos claves de mi análisis han consistido en el examen de dos de esas zonas

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grises, ambiguas, complejas donde las diversas dimensiones de los fenómenos so-ciales se interceptan y se combinan para producir lo que sea que produzcan encada caso: el papel cognitivo de la lealtad, donde se entrecruzan su incidencianormativa y su utilidad práctica, y el aprendizaje de la lealtad, donde pasado ypresente se interpenetran para hacer de ese concepto lo que es hoy en la vida delos peronistas. Independientemente de los méritos relativos de mi investigacióncreo o, más bien, estoy convencido de que semejantes ambigüedades, aparentescontradicciones y sutiles paradojas que nos ofrecen permanentemente los hechossociales son siempre puntos clave del continuo flujo de la vida social, lugaresen los cuales deberíamos detener nuestra mirada analítica. Pues ellos no sóloson inherentes a la vida social sino que constituyen facetas claves de su fun-cionamiento, los centros nodales de su articulación, los puntos de inflexión quepermiten que un vasto universo de acciones y de factores que no son producidosmecánicamente en función de una fuerza motriz unificada puedan, sin embargo,operar en interrelación sin colapsar.

No veo, pues, razón alguna para adoptar puntos de vista analíticos que sim-plifican realidades complejas ignorando sus contradicciones, ambigüedades yparadojas o resolviéndolas mediante procedimientos engañosos que tienden anegarlas. Es notable el hecho de que los reduccionismos y las simplificacionessean tan comunes en una profesión como la nuestra, siendo que nuestros prime-ros predecesores nos marcan tan claramente el camino opuesto. Sabemos hacemucho tiempo que el capital es una relación social aunque parezca ser una co-sa; que el pensamiento individual es, de hecho, colectivo; que las mercancíasparecen tener vida propia pero no contienen sino lo que el hombre ha puestoen ellas; que el regalo aparentemente libre es, en realidad, obligatorio; que laamistad debe ser desinteresada pero sólo queda probada por el hecho de que nosproporciona beneficios; que el brujo o curandero puede creer en la magia porqueengaña a sus clientes; etc. Sin embargo, se sigue reificando al capital, tratandola actividad simbólica como un juego creativo dominado por individuos prag-máticos, analizando ciertas formas de amistad como puramente instrumentales,etc.

Mis años en esta profesión me han puesto frente a una serie de contradiccio-nes, ambigüedades y paradojas que, cada vez que les presté atención, resultaronser decisivas para la comprensión de los diversos temas que me han ocupado.Por ejemplo, cuando participaba de estudios dedicados a la producción pesquerade la provincia de Entre Ríos, la observación de que los pescadores artesanales,que sistemáticamente vendían sus productos por precios que apenas cubríansus costos de reproducción, pasaban, sin embargo, gran parte de su tiempoplaneando estrategias para acumular un capital, resultó clave para comprenderla forma en que su condición de explotados era reproducida (cf.: Balbi, 1990,1994a). Asimismo, la observación de que los pescadores consideraban a ciertos

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intermediarios como ‘parásitos’ y ‘explotadores’ pero, al mismo tiempo, recor-daban como particularmente negativo un tiempo pasado en que casi no habíaintermediarios, fue el punto de partida que me permitió comprender cómo eraposible que un complejo sistema de actividades carente de cualquier mecanismode coordinación central operara, sin embargo, de manera casi absolutamente re-gular (cf.: Balbi, 1995). En ambos casos, los hechos que desde un punto de vistaexterno aparecían como contradicciones se revelaron como fértiles para entenderciertos fenómenos complejos porque, precisamente, eran factores esenciales dela operación de los mismos.

De la misma manera, no hay por qué contraponer la acción orientada a finescon la orientada a valores si en los hechos ellas no aparecen como efectivamentecontrapuestas o, siquiera, claramente diferenciadas. Después de todo, no sóloquien desde un punto de vista es un traidor puede ser leal desde otra perspec-tiva, sino que una misma persona puede, de hecho, ser ambas cosas a la vez,satisfaciendo requerimientos morales al mismo tiempo que los viola y realizandociertos intereses y proyectos propios al tiempo que frustra otros igualmente su-yos. Todo esto suena paradójico pero, en fin, así es la vida. Todos nosotros, creo,lo sabemos bien pero no es fácil entenderlo, y es aún más difícil transmitirlo.Yo he hecho lo que pude, descomponiendo la lealtad en sus diversos aspectostan sólo para mostrar que, en realidad, todo ello no puede ser separado sinode una manera analítica, artificial, siempre provisional y más bien borrosa: tanartificial y tan borrosa, de hecho, que he pensado que sería necesario presentarmis registros de campo como contrapunto y complemento. No estoy seguro dehasta qué punto habré podido esclarecer la cuestión, pero sí creo encontrarmehoy un poco más cerca de saber lo que significa la lealtad.

Supongo que, en general, a los escritores de ficción les resulta mucho mássencillo trabajar con las paradojas, ambigüedades y contradicciones de nuestrosmundos sociales –o bien, probablemente, son más sensibles a ellas que nosotros–.Jorge Luis Borges, en particular, supo imaginar una serie de variaciones fasci-nantes en torno de las ambigüedades y paradojas de la lealtad y la traición encuentos como ‘El muerto’ (1984a), ‘Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto’(1984b), ‘La forma de la espada’ (2000a), ‘Tres versiones de Judas’ (2000b) y‘Tema del traidor y del héroe’ (2000c), entre otros. Pienso que quizás sea ade-cuado terminar estas páginas glosando –ya que no me es posible transcribirloíntegramente, única manera de honrarlo según merece– uno de esos maravillosostextos, puesto que creo haber aprendido tanto de Borges y de otros narradorescomo de los más sutiles antropólogos sociales.

El último relato mencionado –que Borges presenta como el esbozo de unargumento para un futuro cuento– expone el abrumador descubrimiento quehabría hecho un joven, bisnieto del héroe nacional irlandés Fergus Kilpatrick,al preparar una biografía de su ancestro. El asesinato del líder independentista

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Kilpatrick, cometido en un teatro por personas jamás identificadas por la poli-cía británica, había desatado la rebelión victoriosa que él mismo soñara durantemuchos años. Al investigar las circunstancias del asesinato, su bisnieto descubreuna serie de detalles inquietantes, hechos que parecen reproducir ciertos epi-sodios de algunas tragedias de William Shakespeare. También descubre, en undocumento secreto, que pocos días antes de su muerte Kilpatrick había firmadola sentencia de muerte de un traidor a la conspiración independentista, cuyonombre no se mencionaba. Sorprendido, el bisnieto avanza en su investigaciónhasta descifrar el enigma.

Los conspiradores habían advertido que las acciones de un traidor impedíanel progreso de su causa. Su líder, Kilpatrick, había encargado a su más anti-guo compañero, James Alexander Nolan, que desenmascarara al traidor. El 2de agosto de 1824, los conspiradores se reúnen para escuchar el informe de No-lan, quien prueba de manera irrefutable que el traidor es el mismo Kilpatrick.Condenado a muerte, éste firma su propia sentencia y ruega que su castigo noperjudique a la patria. Por lo demás, resulta claro que la traición del héroenacional no puede ser conocida. Nolan concibe entonces el plan de hacer desu muerte el detonante de la rebelión y Kilpatrick jura colaborar a tal efecto.Urgido por el tiempo, Nolan plagia a Shakespeare para montar una “pública ysecreta representación” que dura varios días e incluye a cientos de actores quedesempeñan roles cuidadosamente diseñados. Cumpliendo su papel, Kilpatrickviaja a Dublin, donde ejecuta acciones previstas y destinadas a perdurar en lamemoria histórica de su pueblo. Incluso, “arrebatado por ese minucioso destinoque lo redimía y que lo perdía”, Kilpatrick enriquece su actuación improvisandopalabras y acciones. “Así fue desplegándose en el tiempo el populoso drama,”–escribe Borges– “hasta que el 6 de agosto de 1824, en un palco de funerariascortinas que prefiguraba el de Lincoln, un balazo anhelado entró en el pecho deltraidor y del héroe, que apenas pudo articular, entre dos efusiones de bruscasangre, algunas palabras previstas”. Ciertos indicios hacen que el bisnieto deKilpatrick comprenda que él mismo es parte de la trama montada por Nolan.Decide entonces callar su descubrimiento y publicar –como, quizás, debía ser–un libro dedicado a la gloria del héroe.

Simultáneamente leal y traidor, conmovedor y detestable, cambiante, con-tradictorio y ambiguo, el ficticio Kilpatrick de Borges se parece bastante a laspersonas reales cuyas sinuosas vidas conforman el universo al que los antropó-logos sociales dedicamos –o deberíamos dedicar– nuestro trabajo.

Notas[“. . .es necesario confrontar a lo empírico directamente como primer paso en dirección hacia un1

conocimiento generalizado que nos abarque a nosotros mismos y a los procesos de produccióndel conocimiento”; trad.: F.A.B.].

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[“. . .no hay manera de reemplazar al trabajo de campo por un llamado telefónico; la mayor2

parte de nuestra información relevante es no verbal y no puede ser ‘llamada por teléfono’ sinoque debe ser experimentada directamente”; trad.: F.A.B.].[“. . .hay razón en sostener que nuestra propia experiencia del proceso de gradual entendimiento3

–y, ciertamente, de malentendido– en el campo sigue siendo tanto el medio de la comprensióncomo la fuente de la autoridad. Puede que ésta no sea una autoridad ‘en’ una cultura enparticular pero ciertamente lo será en lo tocante al contexto performativo en el cual la accióny la interacción en general tienen lugar y cobran sentido”; trad.: F.A.B.].Nota agregada al registro: Crónica TV era por entonces el canal de televisión por cable más4

visto del país. Dedicado, en teoría, enteramente al rubro informativo, se encuentra vinculado aldiario Crónica. Ambos medios se caracterizan por su sensacionalismo y por su estilo concebidocomo ‘popular’.Nota agregada al registro: En el capítulo V ya me he referido a Manuel Quindimil como uno de5

los dirigentes que sistemáticamente cultivan una imagen de compromiso con la preservaciónde las tradiciones y la historia del justicialismo. Se trata de un anciano militante del primerperonismo que se ha desempeñado como intendente del partido bonaerense de Lanús entre1983 y el momento de la redacción de la versión final de este libro, en julio de 2007. Cadaaño se hace presente en los cementerios donde reposan los Perón para los aniversarios de susfallecimientos. La escena algo fría que relato en este registro contrasta marcadamente con ladesbordante intensidad emocional que suelen trasuntar sus alocuciones en ocasiones semejan-tes, algunas de las cuales he presenciado. Quindimil organiza también actos de homenaje ymisas en el partido de Lanús.Nota agregada al registro: Recuerde el lector que los derechos políticos de las mujeres fueron6

establecidos en 1949 por una ley del Congreso de la Nación supuestamente lograda por EvaPerón. Las primeras elecciones con participación de las mujeres en tanto electoras y candidatasse produjeron en 1951.Nota agregada al registro: El por entonces secretario general del Sindicato de Peones de7

Taxi, Omar Viviani, es uno de los dirigentes gremiales peronistas que más sistemáticamentehacen un despliegue público de homenajes a los Perón. Los taxistas se hicieron presentes en laRecoleta tanto el 26 de julio del 2001 como en la misma fecha del 2002, cuando protagonizaronun impactante acto que contó con decenas de hombres vistiendo camperas del sindicato yllevando estandartes con inmensas banderas negras y amarillas, colores que identifican a lostaxis en la ciudad de Buenos Aires.Nota agregada al registro: Perteneciente al gremio cervecero, Saúl Eldover Ubaldini fue secre-8

tario general de la CGT durante la década de 1980. Fue nombrado a fines de 1980, encabezandola llamada CGT-Brasil, en tiempos en que la central obrera se encontraba escindida en dos or-ganizaciones opuestas en términos de su actitud frente a la dictadura militar: la CGT-Brasil,considerada como ‘combativa’, y la CGT-Azopardo, considerada como ‘dialoguista’. Poste-riormente, ya en tiempos de democracia, Ubaldini encabezó trece paros generales en contradel gobierno radical de Raúl Alfonsín. Su carrera sindical comenzó a declinar cuando CarlosMenem optó por favorecer a otros sectores del gremialismo peronista. Más tarde, sin embargo,fue diputado nacional y, en los últimos tiempos, asesor del Ministerio de Planificación de laNación. Ubaldini, quien falleció el pasado 19 de noviembre de 2006, se hacía presente cadaaño para homenajear a los Perón, generalmente encabezando actos con cobertura de prensa.El 26 de julio del 2001, sin embargo, hizo una breve visita a la Recoleta, sin periodistas nimilitantes, ausentándose a tal efecto de una sesión de la Cámara de Diputados.Nota agregada al registro: Los volantes o carteles, fotocopias de un original claramente hecho9

a mano (el texto estaba manuscrito), correspondían a una unidad básica de Capital Federal.Este hombre estuvo en la Recoleta los dos años siguientes, desarrollando exactamente la mismaactividad.Nota agregada al registro: Posteriormente descubrí que estos tres hombres son antiguos mili-10

tantes de la Resistencia. Uno de ellos, por lo menos, militaba en algún lugar del Gran BuenosAires en la época a que corresponde mi registro; según he podido observar, cada año deposita

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frente a la bóveda un corazón decorado con un collage en homenaje a Eva Perón, firmado porsu unidad básica, ofrenda que se lleva al retirarse del cementerio. Los tres hombres se hicieronpresentes el 26 de julio del 2001, y sólo el señor que insultaba a Ubaldini faltó un año mástarde.Nota agregada al registro: Fernando Niembro es uno de los periodistas deportivos más in-11

fluyentes de la Argentina. Niembro, que fue brevemente funcionario del primer gobierno deCarlos Menem en el área de comunicación, es hijo de Paulino Niembro, un poderoso diri-gente sindical peronista de las décadas de 1960 y 1970. En cuanto a Moisés Iconikoff, es uneconomista que fue secretario de Planificación Económica en los primeros años del gobiernode Menem; posteriormente, al alejarse de la función pública, inició una nueva carrera comoanimador de programas de televisión.Nota agregada al registro: Los oradores del acto pertenecen a algún sector de la derecha12

nacionalista del peronismo. Uno de ellos conducía en esa época un programa radial juntocon un dirigente de dicho sector que tuvo alguna figuración en décadas pasadas. El programaera auspiciado por el Instituto de Investigaciones Históricas Teniente General Juan DomingoPerón y por la Fundación Doctrina.Nota agregada al registro: El hombre que tocaba el clarín, muy anciano y ciego, es miembro13

de la Mesa Nacional de la Resistencia Peronista. Volví a verlo en los años subsiguientes, laúltima vez con su salud visiblemente deteriorada.Nota agregada al registro: Este hombre representa a la Comisión Nacional Permanente de Ho-14

menaje al Teniente General Juan Perón, fundada por el ya fallecido general Ernesto Fatigatti,quien detentara ese grado en tiempos de la caída del segundo gobierno de Perón. Volví a veral gentil abanderado de la Comisión en julio del 2001 y del 2002.