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edición Daniel Palacio Tamayo Entre letras y balas Med/Col Agosto 2013 un cuento cruel Quieta la lonchera o la vida diablo sin miedo al

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Crónicas sobre escuelas en medio del conflicto urbano en Medellín.

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ediciónDanielPalacioTamayo

Entreletras ybalas

Med/ColAgosto 2013

un cuentocruel

Quietala lonchera o la vida

diablosin miedo al

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Quienes depositaron en mi sus confianzas, miedos, temores y esperanzas para contar sus historias, muchas gracias. Les digo que solo espero que este texto que pretende visibilizar, influya también en la toma de decisiones que redunden en su bienestar. Agradecimiento especial a El Mundo y Luz María Tobón, por darme la oportunidad de conocer esta ciudad con los ojos de un maestro. A mis maestros. Por último para María Eugenia Tamayo y Flavio Palacio (mis padres) quienes nunca me negaron la educación, quienes fueron mis auspiciadores e inspiradores en el camino: ¡Un los amo!

agradecimientos

sumario

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Medellín ha mudado de piel. No de alma. Su transfor-mación se ha sustentado en la educación y la cultura. La inversión en estos ítems ha crecido considerable-mente en los últimos años. ¡Tas! ¡Tas! ¡Tas! Pero esa es una verdad frágil. En Medellín se consiguen sica-rios con facilidad. En Medellín se reclutan niños para la guerra y niñas para la cama. En Medellín los malos desafían la educación. En Medellín las escuelas son trincheras que ante su debilidad no han sucumbido a la guerra. En esta ciudad, en promedio, el 67 por ciento de las víctimas y el 80 por ciento de los victimarios son jóve-nes; como lo afirma la Ong Con-vivamos. En Medellín, toda la sociedad puede enumerar los costos sociales de la violencia. La misma educación lo puede hacer: se ha quedado corta para contrarrestarla. Pero la esperanza no ha muerto en Medellín. Aquí también hay amor. Por esa razón este trabajo no se detiene en la descrip-ción de las violencias al interior y en los contextos de las instituciones educativas. Las escuelas como lugares fundamentales para la cohesión social de un barrio en cualquier comuna de la ciudad tienen mucho más para explorar en estos centros educativos donde hierven muchas de las situaciones que pasan por fuera de las aulas. Son ellas mismas una muestra de lo que pasa afuera y cuáles son los actores ¬—legales e ilegales— que influyen sobre los jóvenes.

Según la Secretaría de Educación de Medellín la tasa de deserción en la ciudad fue en el 2012 de 3,8 por ciento. Sin embargo, la Personería de Medellín la desmintió y aseguró que era de 4,4 por ciento. Entre uno y otro porcen-taje puede haber más de 5 mil estudiantes que no aparecen. Por lo menos no en las aulas de clase. Para ADIDA, el sindicato de profesores, en el año 2010 hubo una deserción del 3,4; en el 2011 del 4 y en el 2012 toman al 4,4 por ciento de deserción del total de la población matriculada.

Sin entrar en debates de cifras, los números vistos en rostros y hogares dan fe de un problema gigante para la ciudad. Como también uno de los grandes misterios para la última administración municipal que subesti-ma la deserción y la llama ‘traslado’ o intermitencia.

Las cifras oficiales hablan que en el 2010 desertaron 699 niños de transición, 4096 de primaria, 6091 de secundaria y 1769 de la educación media; es decir en total 12655 estudiantes dejaron las aulas en el 2010.

De acuerdo a la misma entidad, en el 2011 desertaron de instituciones oficiales (sin entrar en el conteo las de cobertura que también tienen un serio problema de deserción) 12398 estudiantes distribuidos así: 736 estudiantes en transición, 4305 en primaria 6023 de bachillerato y 1334 de la media. En ninguna de estas cifras se tiene en cuenta las instituciones educativas de coberturas que son las que, en muchas ocasiones, es-

En esta Medellín de 16 ciudades —cada comuna es todo un mundo— se pueden contar historias de sobreviven-cia. De vida. De resistencia. De fondo en estas crónicas que presento a continuación, aparece una palabra: re-siliencia. Los jóvenes que aquí hablan han encontrado en la familia, la iglesia, el deporte o el arte, la oportuni-dad para huirle a la violencia. Estos jóvenes, merecen una mejor Medellín. Deben tener oportunidades. No una ciudad en la que se ven con más frecuencia ejerci-cios de la violencia más degradada como la intimida-ción, el desarraigo, el asesinato, el descuartizamiento.

¡Tas! ¡Tas! ¡Tas! En este valle siguen zumbando las balas. Algunas aulas siguen esperando por alumnos que no volverán. En Medellín, el conflicto es el princi-pal causante de la deserción escolar. La Personería de Medellín llegó a detectar 45 escuelas, entre ellas algo más de 20, con serios problemas de seguridad. Por esa misma razón, instituciones como el CICR (Comité Internacional de la Cruz Roja) preparan a profesores y alumnos sobre técnicas de protección en medio del conflicto. Es una realidad inocultable: La educación está siendo la primera afectada en Medellín por la guerra entre combos. Y las historias narradas en este trabajo exponen cada una de esas marcas violentas de-jadas por la violencia en la piel y el alma de los jóvenes y niños de Medellín.

editorial

tán en los lugares más críticos de la ciudad y en la peri-feria de los barrios donde la institucionalidad no pue-de o no tiene como prestar el derecho a la educación.

Índices de deserción escolar 2010

6091 1769699 4096

2011

6023 1334736 4305

factores

dinero, hambreilegalidad, violencia

Transición

Primaria

Secundaria

Edu. Media

12.655estudiantes

12.398estudiantes

11.044estudiantes

2010 2011 2012

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Para el 2012 la Secretaría de Educación no tenía los datos consoli-dados; pero si tenemos en cuenta el 4,4 por ciento dado por la Per-sonería de Medellín y como responden a un derecho de petición al 31 de septiembre habían dejado la escuela 11044 estudiantes. Es decir, mínimo, en Medellín en los tres últimos años 36097 alum-nos no han querido regresar al colegio. Casi que se podría llenar el estadio Atanasio Girardot, o si lo prefiere, llenar dos veces la Plaza de Toros la Macarena con el número de niños y jóvenes que han dejado de aprender en los tres últimos años. Eso es un verdadero caldo de cultivo para la guerra, para la atrofia de una ciudad.

Pero las implicaciones de la deserción escolar van más allá del tema social y familiar del niño o joven que deja sus estudios para dedicarse a otras cosas, en muchos casos, lo ilegal es una opción a considerar de quien está por fuera de las aulas. El tema también es económico, pues el dinero por cada estudiante lo recibe la Secretaría de Educación directamente del Ministerio. En promedio cada alumno vale al año un millón doscientos mil pesos y si cada año los alumnos son menos, el dinero que tiene el ente municipal para el sostenimiento de la nómina de los maes-tros, de la planta física y otros gastos se reduce sustancialmente.

La magia de las cifras. Si baja el número de estudiantes matricula-dos, baja el denominador. Por ejemplo en 2010 desertaron 12655 alumnos de los 335063 que había matriculados. Al año siguiente se matricularon solo 331 mil estudiantes y desertaron 12398; es decir desertó un número similar de estudiantes; siendo menos el número de estudiantes, porque ya habían desertado y la matrícula se había reducido; por esa razón dicen que el porcentaje de deser-ción en la ciudad está a la baja como la expectativa de matrícula en los colegios oficiales. Es la deserción un tema crucial para la Secretaría de Educación y el desarrollo de la ciudad que le ha apostado a este tema como al eje central de su transformación. Si sus nuevas generaciones no se ven motivadas por el estudio, o cuando lo están no pueden asistir a clase por amenazas, o las dejan por verse tentados por las puer-tas de la ilegalidad. O del hambre. O del desplazamiento, no hay cuando se pueda ser la más educada.

En Medellín la violencia ha sido tal, que en muchos barrios de la ciudad muchos niños deben tomar un bus para ir hasta su casa. No importan que vivan a cinco, diez o quince cuadras. El problema no es la distancia, sino el peligro que corren de la casa a la escuela o de regreso a sus hogares. La crisis de seguridad llegó al límite al tener que montar a sus estudiantes en un bus pagado por la Alcaldía para que pudieran cruzar las fronteras invisibles impuestas por los grupos al mar-gen de la ley que tienen dominio caprichoso sobre el territorio. Como hoy el joven con uniforme puede pa-sar, mañana les puede dar la gana, impedirle el paso y matarlo.

Muchos pensarían al ver subirse felices a los niños al bus que los lleva hasta la puerta de la casa que la educa-ción pública en Medellín tiene el servicio de transpor-te escolar. También se podría pensar que esos niños y jóvenes se suben al bus como si fueran a vacacionar, pero la realidad, es que es una forma de postergar los ambientes educativos hasta la escuela; de tenerlos to-dos juntos y poderlos escoltar. El contrato del transporte escolar se firmó en 2012 con la empresa Cootraespeciales por un valor de $8.044.761.008 (Ocho mil cuarenta y cuatro millones

una rutaes segura

setecientos sesenta y un mil ocho pesos). Con esa pla-ta en dos años se construiría una Biblioteca como la España, en Santo Domingo Savio o en uno solo una escuela como la nueva sede La Iguaná de la Institución Educativa Marco Fidel Suarez. Así por no poner más ejemplos de inversiones similares que se han hecho en el cambio de piel de la ciudad.

La Secretaría de Educación de Medellín justificó el jugoso contrato para “garantizar el acceso y perma-nencia de los estudiantes que por diversos motivos se desescolarizan”. La falta de recursos económicos de las familias, la ausencia de servicio colectivo en el sector, ubicación de la escuela en zona rural, los problemas de orden público y barrera invisibles fueron los moti-vos expresados por esa dependencia, pues ese mismo servicio sirve para trasladar estudiantes a eventos de ciudad.

Son treinta y tres las instituciones educativas de todas las comunas de la ciudad que cuentan con el servicio del transporte escolar. Para cumplir una jornada nor-mal en las instituciones beneficiadas se realizan 227 recorridos con aproximadamente 128 buses que alcan-zan a transportar a 7850 estudiantes.

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Por ejemplo en la institución educativa Eduardo Santos se presta este servicio. Si bien el rector Manuel López asegura que es muy útil para los estudiantes que tienen que cruzar a diario por sectores conflictivos, el trans-porte escolar no ha logrado reducir el índice de deserción escolar. Que cada año es más alarmante. Aún parece que la situación no toca fondo. Ni siquiera cuando el rector denuncia que integrantes de combos han detenido buses averiguando por algún estudiante para pelarlo. Aunque en la enunciación de motivos de la Secretaría de Educación el último motivo de estas rutas seguras sean las fronteras invisibles, la predominancia de instituciones educativas en zonas rojas, hace pensar lo contrario.

Este programa hasta la administración de Alonso Salazar contó con el acompañamiento de funcionarios de la Secretaría de Gobierno en cada uno de los viajes; pero con la nueva administración de la ciudad, a cargo del viaje y cuidado de los menores está el conductor, ni siquiera una persona de más, como lo ordena el Código Nacional de Tránsito. En cada parada del bus espera un grupo de madres para recibir a sus hijos y meterlos callejones adentro hasta sus casas.

Esas familias tienen que terminar de llegar a pie, por donde los sigue agobiando el miedo y los sigue dominando el silencio de unas miradas que intimidan desde un poder ilegal. Precisamente lo que las rutas de buses quieren impedir es eso: la intimidación a los estudiantes camino a la escuela.

33 Instituciones227 Recorridos128 buses7850 Estudiantes

Indirectamente confluyen sectores de distintos tipos a la institución, pero allí no se evidencian dificulta-des mayores. En 8 años en ninguna escuela ha habido muertes, lo que muestra significativamente un respeto y un reconocimiento por la escuela.

Cosas como esta: En un colegio privado del Norocci-dente de Medellín la rectora ha acudido a actores ex-ternos para que le ayuden con la disciplina, son cosas terribles. En otros colegios de esos sectores rectores han estado muy preocupados viendo cómo se están re-gando los fenómenos de las fronteras invisibles como las del barrio. Lo más preocupante es que se ve en ni-ños de cuarto y quinto de primaria. Son sucesos ‘ino-centes’ que tienen un fondo muy preocupante. O en lo más sencillo cuando en la fila de la tienda algunos niños entran bravuconeando como réplica de un po-der ejercido por los combos.

Sí sí sí. Son varias las variables y las razones por las que se presentan las amenazas, no todos, son mino-ría: que presionan a los alumnos con cosas como: Vos estás sentado en la nota y así, entonces los muchachos amenazan a los profesores.

Tienen miedo a denunciar y que esas rabias se forta-lezcan. No es solo eso, dos negocios que crecen son el microtráfico y la trata de personas. Por ejemplo el que vende papitas identifica a las niñas para prostituirlas. O el señor que tiene el estudio fotográfico cerca al co-legio invita a las niñas más bonitas a hacerle un unas fotografías para publicarlas en redes sociales y ofrecer-las como mercancía. De todo esto tiene conocimiento la Policía y la Fiscalía.

Niños huérfanos de padres vivos. En comuna 6 los pa-dres de familia, no existen, les importa un carajo. Sólo se ve a los padres el día de la matrícula. El resto de los niños son solos. No se tiene el papel de la familia y llenan ese referente con el de un vecino, con los mu-chachos de la esquina de la casa, así vamos a estar con-denados a prolongar este círculo vicioso de maldad.

Van 72 en lo que va corrido el año. Hay un comité de Maestros en condición de amenaza. El protocolo es: se denuncia en Fiscalía y Procuraduría. Se le hace una carta a la Secretaria de Educación que le hace un acompañamiento al maestro junto a Personería, Se-cretaria, Adida y la Policía para decidir si se traslada de colegio, ciudad o país.

¿Han estudiado cómo es el comportamiento cuándo se cruzan en la escuela los hijos de unos y de otros, presu-miblemente integrantes de combos?

¿Qué patrones estéticos puntuales han detectado en los colegios y que son producto de las injerencias de bandas y combos del sector?

La extorsión a los docentes cómo la han detectado ¿en qué valores oscila el cobro? ¿Amenazas por notas? ¿Con qué métodos? ¿Por qué razones?

¿Cree que hay connivencia u ocultamiento, incluso miedo de los directivos docentes, a denunciar el porte de armas, aunque sean blancas?

Gravísimo, ¿dónde están los padres de familia?

¿Cuál es el número de maestros amenazados en 2012?

Fernando Betancourt / Secretaría de Educación

Al acecho desde negocios querodean escuelas

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Con la Ley 715 de 2001 y sus decretos, la educación se centralizó y se construyó un perfil gerencial y ad-ministrativo a las escuelas oficiales. Lo qué pasa con estas instituciones es que al crecerse y centrarse en los procesos administrativos acompañadas de una políti-ca de calidad concentrada en la estandarización de los procesos pedagógicos, hay una grave pérdida de perti-nencia, que desde siempre las escuelas habían centra-do para dar una respuesta a los estudiantes.

Una de las cosas que establece esa Ley es que no per-mite utilizar recursos de ‘calidad’ en profesionales que apoyen el trabajo del licenciado, por ejemplo, no pue-den contratar sicólogos y los maestros en este momen-to no tienen las herramientas para atender todas las situaciones de una escuela. El impacto de las violencias en los niños y adolescentes

La solución creo que implicaría pensar cómo los niños y jóvenes pueden vivir desde lo pedagógico. Que el joven pueda potenciar señales de vida y de la legalidad. Si no hay una valorización del otro desde un trabajo directo de identificación, pues el otro no me va a significar nada, entonces la barrera de lo legal y lo ilegal no me va a frenar.

La experiencia del arte tendrá que estar acompañada de un componente sicosocial muy importante, estamos en una coyuntura bastante compleja; si nosotros queremos reconstruir sentidos de vida de nuevas generaciones, el trabajo va a ser muy complejo. Y las soluciones tienen que estar a su altura. No pueden ser unidireccionales ni unilaterales, así como los profes solos no pueden; necesitan de un trabajador social o un sicólogo.

la cartografíade la escuela

escolares no se ha trabajado sistemáticamente, hay impactos de violencias que, sin ser un investigador, sé que tienen que ver con la naturalización de las violencias; como tiene que ver con cómo se concibe la escuela frente al contexto que tenemos de permanente conflicto, que en la subjetividad de los niños, el sustrato moral y sus connivencias con cualquier forma de violencia.

Lo anterior se ve en los muchachos de once de zonas de conflicto que en su mayoría quieren estudiar tecnologías que tienen que ver con muertos o en el interés de meterse a la Policía, o sea, estar en la guerra aunque sea del lado del ‘bueno’. Ante eso el sistema educativo y los profes, pobres, están desbordados y las políticas locales quedaron totalmente sin respuesta en Medellín.

Las Jornadas Complementarias las pensamos dentro de un marco de soluciones de diversas entradas y una de esas era poder articular a los profes con artistas, con los técnicos del deporte, con los sicólogos, etcétera. Difícilmente se puede hablar de neutralidad de la escuela porque resulta siendo paradójico en instituciones donde se han hecho procesos de trabajo frente a la simpatía por la guerra y por el conflicto, es muy difícil cualquier otro intento.

Por ejemplo en una institución educativa de la comuna 15 cuando uno hace la cartografía y les pregunta por los lugares del colegio, se encuentra que son los lugares de la bandas. Este árbol corresponde a los de la 10, en aquella esquina los de tal, en el corredor, los de no sé qué. Es la misma cartografía de los espacios del barrio pero en la escuela. Así es muy complejo.

Jaime Saldarriaga, investigador Corporación Región

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Fernando me saluda y me invita a pasar después de sus escoltas. Estando en su oficina me pregunta por lo menos tres veces cómo voy, que qué se cuenta. Al final ya no sé qué contestarle mientras sigue mirando su celular y me contesta: Daniel Palacio ¿cierto? Tras confirmar la cita ya sí me presta atención. Quijano hoy tiene un cachaco que le cubre el chaleco antibalas.

El asedio a las escuelas es fuerte porque son un caldo de cultivo. Se puede extraer materia prima (la palabra no sería adecuada), para hacerlos parte del conflicto, es una forma de control social sobre la comunidad y sobre el territorio desde el lugar más sensible, al igual que el centro médico.

Creo que las estructuras (Gaitanistas y Oficina) están ahí metidas; no solamente ofreciendo vicio, sino mirando las niñas para el tema de la prostitución. Los jóvenes que van y estudian en una zona de conflicto, le voy a dar un ejemplo claro: Comuna 8. En el recorrido de su casa a la escuela ve todo lo que significa el conflicto, las fronteras, el grupo armado allá parado o ve una persona allá tirada, una familia que se tuvo que desplazar. Y en la escuela encuentra el profesor que le habla de ética, pero afuera, ve otra realidad. Le hablan de ética pero por razones del conflicto le dicen que no se meta en problemas, no denuncie, no diga nada, por Dios, qué podemos estar generándo en ese aprendiz, cuando todo lo que nos enseña la escuela, va de acuerdo a la forma como un grupo armado actúa. Cada joven se encuentra con esa realidad y ahí es donde muchos resisten y otros sucumben en lo ilegal al pensar ¿para qué valores? ¿Para qué ética si la realidad me muestra esto? (golpea la mesa muy fuerte) puede que tenga una oportunidad de crecer y ganar y ser poderoso, tener la moto, el arma, las novias, el respeto, todo eso; como puede que no.

Quisiera saber quiénes son los miembros de las asociación de padres, quiénes son los vigilantes en las escuelas. En algunos casos esos pueden ser los

representantes de la ilegalidad. Las escuelas se pueden estar convirtiendo en un centro donde todo el conflicto los afecta directamente. Hasta ese muchacho que no está metido en eso puede tener familiares que sí y eso es ejercer presión… es una locura, pueden estar cambiando muchas cosas internamente. Conozco instituciones educativas donde estudian párvulos, niños de hasta cinco años y afuera hay plaza de vicio. ¡Ahg! eso es desproporcionado. La pregunta es si las escuelas se han construido de acuerdo a las dinámicas del conflicto, atendiendo sus realidades, parece arbitrario, si reconociéramos la realidad del conflicto armado urbano, estaría de acuerdo a esas dinámicas; un conflicto que tiene tanto de seguridad como de convivencia y desarrollo social. Las rutas seguras, por ejemplo, no tienen ningún sentido. No sé si los jóvenes solo vayan al colegio, si no tienen vida comunitaria, no se mueven, no salen, bueno, parece que estuvieran confinados. Creo que, habría que sentarse a repensar las estrategia, por ejemplo sacar las instituciones educativas del conflicto, una estrategia desde muchos otros lugares, menos desde lo represivo.

¿Qué se puede hacer? Dos tipos de educación. Que quienes no quieran estar en el conflicto y no han llegado a la criminalidad no comparta aulas con los que sí. Que haya una educación que reorganiza. No podemos tratar a los jóvenes que quieren cambiar la ciudad con quienes están inmersos al conflicto porque esto va a afectar. Dios, esto va afectar directamente porque hay deserción, reclutamiento o una mayor apatía, porque no es solo se da por conflicto, sino cansancio de esa presión ilegal.

entre la casa y la escuelase ve lo que significa el conflictoFernando QuijanoDirector Corpades y analista del conflicto urbano

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El trabajo en instituciones educativas por parte de la Policía es un programa que se enmarca en la prevención de la violencia y el delito. Las instituciones del Estado propenden por satisfacer necesidades humanas, la Policía tiene la misión de mantener la convivencia y seguridad ciudadana.

La prevención es el proyecto rey para lograr que los ciudadanos podamos vivir tranquilamente, sin miedo, sin temores, sin que de verdad nos ocurran cosas malas. Esto se logra desde la raíz de la sociedad que es la familia. Por esa razón cuando la Policía hace prevención aborda la familia y el niño. La Policía lo hace en la calle, el barrio y el colegio, por medio de programas de prevención; uno de esos es el DARE, una sigla que en inglés que significa Educación para la Resistencia uso y abuso de las Drogas y la Violencia. Es un programa que nació en Estados Unidos de América como respuesta a un creciente problema de drogas. En la comunidad hay unos policías que contribuyen a este proceso social (dibuja los policías) y la metodología es como con el área de la salud. El policía sería el médico y la escuela el paciente. Necesitan todo el cuidado, derechos humanos, movilidad, salud, recreación, necesidades de un individuo. Problemas de convivencia (dolorcito) drogas (dolorsote) matoneo…

DARE una sigla que en inglés significa educación para la

resistencia uso y abuso de las drogas y la violencia

etc. Y le llamo médico al policía porque se interesa en curar eso malo.El DARE se enfoca principalmente en alumnos de cuarto quinto y sexto grado. Sin embargo apenas son 14 instructores para todos los colegios del área metropolitana. Los patrulleros cuentan que luego de hacer el trabajo con la cartilla, los muchachos dejan de verlos como el policía sino como los profesores.

También se pueden definir patrullajes como una presencia disuasiva que saca corriendo a los que venden droga. (Hace comillas para asegurar que eso en terreno no es así) o acompañar los estudiantes donde toman el transporte.

Hay casos críticos en los cuales hacemos el acompañamiento desde el colegio hasta una parte del barrio, porque aquel tema de las fronteras invisibles nos ha afectado. Nunca se ha visto que los grupos al margen de la ley ataquen a los niños, pero con que estén ahí, con que muestren los dientes (hace como una hiena) los niños se asustan y no pueden pasar al otro barrio. O de pronto les hayan hecho una advertencia. Dentro de lo posible también se hace la vigilancia de los menores con los grupos especiales de la Policía. Por ejemplo en la comuna 13 uno ve cubriendo esas fronteras invisibles a policías con fusil (recoge los hombros). Curioso, en el mundo es muy raro que una policía use fusiles, eso es para los ejércitos. Nosotros utilizamos pistolas o revolver, ojalá nosotros no utilizáramos nada de eso, pero la triste realidad de nuestro país ha degenerado justamente en eso, en que se entre en la cultura de unas armas más fuertes, por eso allá esta la policía de la Fuerza de Control Urbano protegiendo con fusil las rutas de los colegios. Y ahí sí, como digo, interpreta mi silencio.

Yo creo que hay violencia en los jóvenes pero Medellín no es solo violencia juvenil. Es una terrible y lamentable herencia de cultura de ilegalidad, es decir, herencia de las mafias, del narcotráfico que dejaron no una huella, sino una cicatriz terrible de los carteles de la droga, de los dineros calientes, dejaron la idea de conseguir lo que sea, como sea. El modelo de familia ha cambiado mucho. Los niños no viven con papá y mamá, los cuida la abuela, no tienen papá, permanecen mucho tiempo solo, lo que da pie para que se enganchen con esos muchachos de la calle.

Una sociedadde antivaloresno prosperaTeniente Coronel Yed Milton López Riaño. Comandante Policía Comunitaria Valle de Aburrá

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Aquí la respuesta es muy compleja porque uno no les puede pedir que vivan la vida de una manera distinta a como se les ha presentado. Por más de 30 años las personas que viven en esta ciudad no han conocido una distinta, a la de las bombas, la guerra, al miedo, eso ha llevado a que la misma ciudadanía construya unas concepciones acerca de la justicia y la legalidad. Empieza a pasar con asuntos como las telenovelas que empiezan a construir héroes a partir de los narcos, entonces los héroes de nuestros jóvenes son ellos.

La escuela no resuelve asuntos como el enriquecimiento; entonces un tipo consigue dinero, mujeres hermosas, carros y en la casa los muchachos muriéndose de hambre, así es como quieren dejar la escuela a un lado. Yo creo que encontrarle salidas

La delincuencia en la ciudad no es un problema menor, ni actual. Es un problema de más de tres décadas. Medellín, como Colombia, tiene un elemento consecutivo en la guerra que hemos vivido y que marca las relaciones sociales que se establecen en la familia, la escuela, dónde sea: el narcotráfico. Ese problema ha permeado las instituciones del Estado y generado una crisis muy compleja, debido a la desconfianza que tiene la sociedad en instituciones como la Policía y la escuela misma.

“Las nuevas generaciones han perdido los valores, que viven en un mundo distinto”

La escuelano resuelve problemasde sobrevivencia

a esto es muy difícil, pero no imposible. El primer punto es no perder la esperanza; lo segundo es que las nuevas generaciones socialicen de manera distinta y promueven otros procesos distintos a los de la política tradicional.Nuestra escuela ha querido resolver un asunto asociado para la paz, montando cátedras en las que los chicos llegan, se aprenden un contenido, lo repiten y ya. Qué pasa con las identidades juveniles o con chicos como los de 13 que hacen hip hop. Cómo desde el arte, la cultura, el deporte se empiezan a construir dispositivos de formación para construir un asunto educativo asociado a la paz. Es un tema de construcción de culturas escolares, los jóvenes todo el tiempo nos dan pistas.

Pero no es solo el movimiento hip hop de la 13; también aparece en las comunas 4, 5, 6 y 8. Muchos pelados han vivido, crecido y se han resistido al contexto de guerra y la escuela no se ha dado cuenta de eso. Todos ellos participan de otro modo, que los pelados construyen paz de otra manera. Por eso la escuela tiene que buscar espacios para la participación de los jóvenes, es que no tienen espacio para hablar de lo que les pasó el fin de semana en la comuna y que les mataron un amiguito, de los impactos de la violencia, hace rato la escuela perdió la neutralidad del saber y del poder, porque los niños aprenden más cosas por fuera que en la escuela misma. Esta ciudad está llena de casos de combos que van a buscar rectores para que les den listas de estudiantes desaplicados para ajusticiarlos. Sabemos que en las instituciones educativas hay microtráfico de droga, sabemos que la extorsión que se vive en los barrios se vive en otra escala, en otra modalidad en la escuela ¿qué pasa cuando un niño de tercero reproduce eso y le dice a un niño que le tiene que entregar su lonchera o lo casca? ¿Qué pasa con las fronteras invisibles? los muchachos no pueden acceder al derecho a la educación, por temor, por riesgo.

Otra cosa es que la familia ha sufrido lo impactos de esta guerra, que los papás los ha matado este conflicto. Por eso a la escuela también le está correspondiendo pensar en términos de entornos protectores. Para cambiar, necesitamos otro chip, los chicos vienen con el chip de la violencia, del todo vale y eso se debe cambiar. Tenemos que construir alternativas. Hay que humanizar la escuela.

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La realidad de las distintas violencias que se vienen presentando en la ciudad y la forma en la que nuestros jóvenes, en especial los de instituciones educativas, es que vienen siendo involucrados no solo como víctimas sino como victimarios.

Hay un proyecto que nosotros desarrollamos y estamos implementando de la mano de la Secretaria de Educación de Medellín y es el proyecto de los corredores de protección para dar respuesta a los momentos de crisis de las instituciones educativas donde las consecuencias del conflicto son deserción escolar, falta de asistencia o el pánico en la institución. Qué respuesta darle a la violación de unos mínimos que debería tener la guerra en este país como por ejemplo que no lo hagan en la puerta de una institución educativa, que no amenacen los maestros. Todo eso nos pone en el marco de una población estudiantil victimizada en razón a que su derecho a educarse y a la libre locomoción esté limitado. Los corredores de protección han buscado estrategias para identificar el mapa de riesgo y con base en ese mapa tratar unos corredores por los cuales normalmente están las fronteras, por donde normalmente la gente no pasa porque le da miedo, por donde hay vías principales o le tienen prohibido pasar. La respuesta no puede ser: no los mando a estudiar, sigamos metiéndolos debajo de la cama, para que los bandidos y los actores

ilegales sigan haciendo de las suyas, tienen que ver unas limitaciones; bien no nos compete en principio acabar con esa guerra, sí nos compete darles a entender hasta a los violentos que hay unas situaciones humanitarias, que hay unos derechos de los niños que no pueden ser afectados por la guerra. No podemos institucionalizar los corredores de protección porque eso significa tener mucho personal cuidando a la comunidad, eso irá de la mano de una política pública de seguridad, de recuperación del territorio en términos de inversión de presencia de fuerza pública. La guerra no es un asunto que la ciudadanía escoge, ni es un asunto que la ciudadanía acaba, a veces la guerra es parte de la existencia y de la vida social en la que uno está, no entender la guerra, nos vuelve absolutamente vulnerables a la misma. Ellos (los combos) ponen plazas donde hay jóvenes que pueden ser aptos para la guerra, ellos los reclutan, donde hay jóvenes que son de otro territorio que está en disputa, los amenazas y les marcan barreras, eso hay de todo, pero lo que es claro es que no es una afrenta contra la institucionalidad o que no es contra el sistema educativo sino que afecta colateralmente a las instituciones. Estructuralmente no es una violencia juvenil pero materialmente sí. Hay unas cabezas mafiosas que se disputan las rentas criminales, el control de territorio por medio de armas, vacunas, negocios lícitos e ilícitos y esas mafias son construidas por narcotraficantes, grupos anteriormente paramilitares, o grandes cabezas de bacrim; pero eso necesita soldados, obviamente a través de acceso a rentas o drogas para generar alternativas para jóvenes en el barrio se les ofrecen 800 mil pesos al mes y eso va generando mucho reclutamiento y enfrentamiento entre os mismo jóvenes.

Necesitamos jóvenes innovando, jóvenes artistas y deportistas, la oferta del estado deba ir para la construcción de alternativas para la prevención. La puerta de las oportunidades tiene que ser más sensata y seductora que las puertas de la delincuencia.

Un derechoYomar BenítezEx subsecretario de Derechos Humanos y actual Secretario de Juventud.

limitado

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Las instituciones educativas, en particular las ubicadas en lugares periféricos y en condiciones de inseguridad o confrontaciones de combos, son un reflejo muy claro de lo que ocurre en esos sectores, y no son, diría yo, las únicas que están sufriendo un fenómeno de restricción de las libertades. También se ve reflejado en equipamientos como Ludotekas, escenarios deportivos y lugares comunitarios. No digamos que esto es una presión a los centros educativos, también es un símil en expresiones de movilidad que tienen los ciudadanos. En el Limonar 2 los ciudadanos tienen mucho temor, hay gente que tiene edificios o manzanas determinadas por las que no puede caminar, están prácticamente encarceladas en la misma casa. Si una persona tiene unas restricciones o dificultades para pasar de un barrio a otro, el resultado es que el joven no pueda ir a la escuela y que haya un resultado en el incremento del índice de deserción en esa escuela, porque finalmente hay un riesgo para la vida de quien está estudiando en ese plantel educativo. Es un problema de libertades.

Medellín en gobiernos anteriores ha avanzado muchísimo en el programa de infraestructura, colegios de calidad, pero hoy la dificultad más grande en términos educativos es la dificultad de acceso a los planteles educativos; la mayoría de ellos es por causa del conflicto. Es muy preocupante la desconfianza en la fuerza pública, por ejemplo, o como lo marca Medellín Cómo Vamos, la desconfianza en la institucionalidad es muy grave, o en sectores como educación, gobierno, inspectores de policía.

Creo que una de las preocupaciones del Concejo y del gobierno municipal es la situación de los menores en la ciudad, los niños finalmente en este conflicto han sido las peores víctimas, pues son utilizados en el transporte, venta, fabricación y porte de alucinógenos, en fenómenos de sicariato y eso lo reflejan las cifras de aumento de los delitos de los menores en estos últimos años. La Pola está prácticamente copada. Lo otro que nos preocupa muchísimo es que nos faltan alternativas para niños y adolescentes, por ejemplo, no hay oferta para los adolescentes en situación de calle.

Yo creo que hay un estigma muy grande y peligroso que los generadores de la violencia son jóvenes, yo antes creo antes quien ha soportado y neutralizado los fenómenos de violencia en la ciudad, son jóvenes y organizaciones sociales. Los adolescentes finalmente son las víctimas y victimarios, utilizados por actores armados, por el contrario todas las expresiones que tiene esta ciudad son gracias a jóvenes, junto a organizaciones sociales y culturales, quienes han evitado que este conflicto sea peor.

No basta trabajar solo con niños, debemos buscar cómo vinculamos a los maestros, ellos también han sido víctimas de estos conflictos y deben tener más acompañamiento. Los maestros hay que convertirlos en actores muy importantes en los núcleos educativos para cambiar esos paradigmas de una cultura mafiosa que existen en muchos niños. Aquí toda la sociedad tiene que rodearlos.

muy grande y peligrosoUn estigma

Concejal Luis Bernardo Vélez / Alianza Social Independiente

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Lo primero es que la ciudad de Medellín está sufriendo una debacle en seguridad. Obviamente las instituciones educativas se ven afectadas; es alarmante la deserción que existe en establecimientos educativos de diferentes comunas, en la cuales existen problemas de fronteras invisibles, matoneo, amenazas. Eso no solamente toca con el estudiante, sino al padre de familia y profesor, por eso es que muchos de ellos también han sido amenazados. La situación para los maestros en la ciudad de Medellín es crítica, muy crítica, profundamente crítica, pues trabajan con miedo, con terror, no hay una autoridad que establezca una confianza y el maestro lo que hace es vivir diario.

Para nadie es un secreto que el tema del microtráfico, y trata de blancas se hace con jóvenes. Para nadie es un secreto que el 80% de las bandas de Medellín son jóvenes entre 12 y 26 años, para nadie es un secreto que el 60% de los homicidios son puestos por los jóvenes, entonces todo esto es transversal, el microtráfico, la vacuna, el manejo de los supositorios, lo uno lleva a lo otro.

Pienso que los mayores de 14 años deben purgar cárcel, los mayores asesinos son de 15 años, porque salen libres muy rápidamente o se los llevan para La Pola y allá no hay ninguna formación. Creo que es hacer sinergia con los proyectos que son muchos, continuidad, y sobre todo que las secretarías trabajen al unísono; Educación, Gobierno, Cultura, la ESU, Seguridad, la Policía y el CTI.

El proyecto de Bohorquez (instalar cámaras de vigilancia en los alrededores de los colegios) es un canto a la bandera; no he visto la primera, ojalá lo hagan, porque detiene al bandido de vender la droga alrededor del centro educativo que es uno de los sitios más buscados por el microtráfico, pero hay un problema de incumplimiento de las políticas públicas de seguridad en Medellín.

Indiscutiblemente manda más el ilegal que el rector. Hoy lamentablemente hay que decir que el quien maneja un grupo ilegal armado maneja todo lo que hay alrededor: colegio, transporte, venteros. Anteriormente se respetaban mucho los colegios, hoy ya no, porque muchos de esos jóvenes que hacen parte de los combos hacen parte de las instituciones educativas.

A mi no me generan tranquilidad los 15 mil jóvenes que han tenido que desertar, o eso 20 mil desplazados intraurbanos; ¿por qué no se preguntan cuántos son jóvenes, de qué colegio son y de qué edad? 20 jóvenes armados ponen a temblar 5 mil jóvenes. Puede más un arma en las manos de un joven malo que 5 mil ideas en las manos de jóvenes buenos, entonces la solución pasa por la fuerza pública, que se meta a los colegios. ¿A qué se refiere? A que se metan a trabajar allá. La policía como una educadora más, pero con un criterio, que de verdad vayan a hablar con la verdad, no de principios y de valores.

Lo que es necesario es presencia de la Policía a diario. Le dice a uno el rector, ve se fueron cinco muchachos, y uno le dice, ve, cuéntame de ellos. No, no tenían buenas maneras ni manejos y el colegio descansa, se siente la tranquilidad.

Por último hoy la educación debe partir del joven para el joven y no del viejo para el joven. A la secretaria de educación le dije que buscara más sangre nueva que pueda interactuara con estos muchachos porque hay una cantidad de viejos que deberían estar gozando de su jubilación, pero todavía están dando clase con su Álgebra de Baldor de páginas amarillentas.

15son de 15 añ sLos mayores asesinos

Jesús Aníbal Echeverry , concejal del Partido de la U

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Lo primero es que la ciudad de Medellín está sufriendo una debacle en seguridad. Obviamente las instituciones educativas se ven afectadas; es alarmante la deserción que existe en establecimientos educativos de diferentes comunas, en la cuales existen problemas de fronteras invisibles, matoneo, amenazas. Eso no solamente toca con el estudiante, sino al padre de familia y profesor, por eso es que muchos de ellos también han sido amenazados. La situación para los maestros en la ciudad de Medellín es crítica, muy crítica, profundamente crítica, pues trabajan con miedo, con terror, no hay una autoridad que establezca una confianza y el maestro lo que hace es vivir diario.

El mapa del conflicto sigue siendo el mismo de los últimos 15 años. A pesar de los avances significativos en inversión social del Estado e inversión sostenida en educación, la ciudad tiene un problema en territorio. Le puedo contar lo del 87, 88, y finales de los 90, y

esto que vivimos. Pandillas, narcotráfico, milicias, paramilitares y bandas criminales. Del 95 al 2000 una banda como la de Frank, controlaban el territorio y su economía. Ellos tenían una idea de qué estaban luchando por mejorar las condiciones de la comunidad; igualmente las milicias, los paramilitares, las autodefensas, en su origen, tuvieron que ver con procesos comunitarios, lo de ahora en la ciudad es estrictamente negocio, están montadas bajo el negocio de la ilegalidad.

Una cosa que a mi me preocupa muchísimo es que a pesar de lo que se ha hecho, no se fortaleció el sentir de la educación con los jóvenes; en los barrios populares es muy poco lo que se siente a la educación como una verdadera alternativa de transformación. En Medellín la mayoría de programas sociales son para los buenos. Esos pelados con o sin programas no van

a caer atrapados porque tienen un sistema de protección muy fuerte. Pero hay un margen del 50 por ciento de los pelados que se debaten entre la legalidad y la ilegalidad. No hemos sido capaces de proponer el proceso de formación, un gran proyecto de vida.

5 mil jóvenes es muy poco si se ve a una generación de 415 mil pelados matriculados en escuelas de la ciudad, pero el poder de destrucción de 5 mil sí es mucho, lo peor es que tenemos relevo en la delincuencia para mucho rato y no estamos haciendo nada. A mí una vez Frank me decía: “quien controla el colegio controla el territorio”. Hay imaginarios en los pillos que terminan siendo tan importantes para saber quien tiene el poder. Hoy la escuela dejó de ser un lugar que respeten. Por ejemplo me llamó una madre de familia de Robledo Aures y me mostraba en terreno la cantidad de nuevas ollas alrededor de instituciones educativas y cómo están induciendo a niños de 11 y 12 años. Ese es el negocio. Eso tan irracional, tan loco. Hace años los pillos sabían que con los niños nada, porque ellos tienen

¿Cómo mantener una movilización permanente para proteger el derecho a la educación? Viví una experiencia así en Nuevo Amanecer (Altavista) pero como no había transporte la comunidad se tenía que transportar. A las 6:30 de la mañana, usted veía una romería de niños rodeados de los adultos camino a la escuela. Es un poco el ejemplo de lo que tenían que convertirse los Caminos de Alegría. Igual en los colegios privados. Las chicas amenazan es a sus padres con irse de prepagos si no les dan determinado lujo. Es una situación muy delicada. Hay que construir otro modelo educativo. A nosotros no nos escuchan, me le he regalado a la Secretaria de Educación para apoyarla en la construcción de Jornadas Complementarias, pero no quiere. Yo no creo en una educación por fuera de los conflictos y que la gente se vincule a ellos, hace falta más participación de la comunidad, más relaciones, más construcción colectiva de los agentes educativos y diálogo de saberes.

que estar estudiando para que no sean como ellos, pero todos esos límites están deformados, ahora lo que importa es el billete. Esta ciudad se está olvidando, por el maquillaje, por estarnos mostrando como una gran ciudad, de muchos de sus problemas. A mí nadie me ha podido decir qué se hicieron los 15 mil jóvenes que desaparecieron de la matrícula en línea en Medellín. Nadie.Medellín:

un gran territorio de la criminalidad

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no es soloun juego

La escuela de esta historia es como la que dibujaría cualquier niño en su cuaderno. Pequeña, de puertas amplias y salones insuficientes. La escuela tiene a sus espaldas el cementerio clandestino más grande del mundo. En la escombrera de la comuna 13, se estima que hay enterrados —por toneladas de escombros que siguen llegando a diario— casi 300 cuerpos. Los intentos para su recuperación, o por lo menos, para el cierre del lugar han sido infructuosos. Madres con el corazón herido y el alma partida visitan el lugar tras 10 años de la Operación Orión —muchos de sus hijos desaparecieron de manos de paramilitares en connivencia con policía y ejército —; llegan con las fotos de sus familiares en la mano a lo alto de esa montaña que sigue creciendo por volquetas, que como hormigas, le echan más tierra a los muertos. La imagen, con el techo de la escuela un poco más abajo, cierra con una mujer clavando en la arena una cabeza de una muñeca y pidiendo que no se olvide a los descuartizados que hay en el lugar.

A la escuela se llega por una calle estrecha y empinada. Desde allí se ven techos de casas que están morro abajo y otras que desde arriba hacen más complejos los laberintos. Son, desde donde llega el bus, cinco minutos a pie. En algunas fachadas de las casas se leen grafitis con aerosol negro de los grupos armados que marcan el territorio. AUG como Autodefensas Gaitanistas —que es el nombre con el que se presentan los Urabeños— y otro que son amenazas directas entre combos pero son borradas con aerosol rojo. “Loco miedoso HP”—a quien según dicen en el barrio no le importa dar bala a la loca por ver caer— La amenaza la veo por primera vez en una casa de pintura rosada mientras unos niños, como de 10 años, juegan trompo en el antejardín.

Y es que esta, la comuna 13 es la que tiene mayor índice de homicidios en la ciudad, de desplazamiento forzado intraurbano y la comuna con más presencia de fuerza pública. Hasta el 2002 no había ni un solo puesto de control, hoy hay once puntos de presencia militar y diez estaciones de policía para cuidar a 135 mil personas que viven en los diecinueve barrios de la comuna 13, territorio que sigue en disputa por la Oficina de Envigado, los Urabeños y un combo denominado los Pesebreros. En la escuela, algunos curtidos por esos miedos, dicen que la guerra les frena el impulso. Una guerra, eso parece.

“Nos alcanza la violencia, yo lo digo, soy un niño, y el arte fulminante listo para el gatillo”. Esk-lones

Donaldo Zuluaga / 2002

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La escuela queda en lo alto del barrio El Salado. Y no es que sea un barrio de mala suerte. Allí nace también a diario la vida. Los niños más pequeños disfrutan a la salida del colegio, jugando con el agua del vecino que lava su moto. Sonríen. Se totean de risa. No hay mala suerte. Se mojan su uniforme verde esperanza. Desde acá se le canta a la ciudad desde las terrazas. Después de la Operación Orión surgieron grupos culturales que se resisten a entrar a la guerra. A Elíder Varela, más conocido como El Duke, lo mataron en la madrugada del 30 de octubre de 2012, él fue uno de sus fundadores del movimiento hopper

en la comuna y vivía en El Salado. Donaldo Zuluaga, un reportero gráfico del periódico El Colombiano fue quien cubrió ese hecho y fue hasta la casa del rapero —gordo, de baja estatura con una barba larga y abundante— a quien sus amigos lo despidieron con un acto simbólico que les costó a 65 de ellos el exilió de la comuna. Donaldo no iba a El Salado desde hace 10 años, cuando vio como regresaban los niños a clase a una escuela que parecía un colador. Para él, El Salado, sigue siendo lo mismo hoy que hace diez años. En la foto que capturó el fotógrafo hace una década, aparecen dos niñas con escoba en mano. En la pared de uno de los salones de la escuela hay por lo menos trece agujeros de impacto de fúsil. Niños con sus morrales al hombro con estampados de dibujos animado de infancia. Se acercan con curiosidad pero con aparente tranquilidad a ver cómo quedó el tablero de su salón. “Estaban algo así como “acostumbrados” a este tipo de eventos y se dedicaban a organizar los destrozos del día anterior”, los niños observaban el estado del lugar, del lugar donde les iban a hablar de matemáticas y de su país. Para un hombre que piensa y se expresa en imágenes, ver cómo las balas invadían espacios como la escuela —que tendría que ser neutral en un conflicto— agrega, fue muy impresionante. Al lado de las balas en la escuela estaban los símbolos patrios con las ventanas y los vidrios destruidos. Así es nuestro país. La paz, un canto a la bandera en medio de balas. Al reportero gráfico, curtido en temas de conflicto le impactó bastante, la tranquilidad —entre comillas—, con la que los niños señalaban el agujero, “eran juegos de guerra”, apunta. La escuela es un lugar vulnerable a los actores armados, era lo cotidiano en el 2002 y años antes cuando estallaron las operaciones militares en la comuna 13.

La escuela está ubicada en una posición muy estratégica. Es de los lugares más alto de la comuna y desde allí se puede divisar casi la totalidad de ella. A la derecha Las Independencias y el 20 de Julio; a la izquierda, Eduardo Santos y Antonio Nariño. Es por eso que la escuela se convirtió en un trofeo de guerra para quien quisiera tener el dominio de la comuna, desde allí se tenía acceso a un control territorial y como tal era un blanco del cruce de disparos. En una de las ventanas del tercer piso de la escuela aún hay un par de orificios que les recuerdan a diario a los estudiantes que esta no es una escuela como cualquiera. Que la historia no ha sido un juego. Que ese ha sido un territorio de guerra.

Periodista y fotógrafo fueron en la mañana y estuvieron en la escuela unas dos horas. La idea era hacer un reportaje que más tarde saldría en portada de domingo en el diario sobre la escuela y el conflicto en la zona. Las precauciones tomadas por los reporteros fueron tales que evitaron hacerse visibles, los profesores que quedaban hablaban si dar su identidad. El tema de Orión siempre generó miedo, un miedo perpetúo en la ciudad que más adelante se convertiría en estigmatización, ese sector no era Medellín sino “un barrio aledaño a Medellín”, así se referían a él. “El conflicto duele más cuando hay niños de por medio” y mientras que los más pequeños con sus bolsos cargaban al hombro sus ilusiones, otros más grandes hacían el recuento de la balacera de la noche anterior, del muerto cerca a su casa —recuerda— Donaldo. Diez años después la pregunta es ¿dónde estarán, qué harán los chicos que aparecen en la fotografía mirando los huecos que alguna vez alcanzaron las aulas de clase?, son los hijos de Orión. Hace diez años, los niños eran muy evasivos frente a las preguntas, con una mirada de desprecio contestaban. Con una ley del silencio que se difunde como pólvora en lugares del conflicto para preservar la vida. En medio de la supervivencia Donaldo recordó una frase de combate que se decía en el Urabá “mientras más callado estés, menos uñas te arrancan”.

Este juego es una historia de terrorLas profesoras Aregis Serna —de gafas— y Margarita Flórez—de ojos verdes— son de las pocas que tras la Operación Orión se quedaron en la comuna y han visto su transformación desde adentro. Las dos profesoras parecen hermanas. Ambas enseñan en cuarto, la una no contesta la entrevista si no está la otra y si la otra no se acuerda, la una le recuerda. Robinson Zapata tiene tres papás y es el personero. Sebastián Duque tiene diez pañoletas de diferentes colores pero sus preferidas son la blanca y la negra. Les gusta el hip hop y son hijos de Orión.

Cuando la Operación Orión Robinson tenía seis años. Estaba en casa con sus hermanas. Su familia demoró más de diez horas para regresar del trabajo. Las tanquetas y el helicóptero disparaban al ritmo que caía gente. Aún recuerda los días previos a la operación militar cuando bajaba desde El Salado hasta el Centro de Salud de San Javier, ahí al frente quedaba su escuela. En el camino —recuerda— de la mano de su padre biológico encontraban cinco muertos y más adelante en el paradero de buses otros cinco y el chorrero de sangre por todo lado. Su hermana sí estudió en la Pedro J. Gómez por esa época: la pasaban debajo de los pupitres. “Eso afectó mucho el conocimiento y digamos —dice Robinson— que les tocó regalarles el año, ¿qué les iban a evaluar? A sus 17 años no ha podido olvidar esas historias. Cuando asesinaron al Presbítero José Luis Arroyave —la Biblioteca de San Javier lleva su nombre—, recuerda cuando salió un pelado con un trapo blanco pidiendo cese al fuego, los carros con arrumes de muertos también permanecen en su memoria.

Desde que inició la Operación Orión ya solo se ve delincuencia —recuerda Sebastián—. ¡Qué recuerdo!, de esos recuerdos solo hay dolor. ¿En escena? Sí, dolor. Llanto, sí mucho. Dijo, sentado en el patio de la escuela en la que estudia desde el preescolar. Sí demasiado miedo, que se van a entrar a la casa a matar a su familia en cualquier momento. Aquellas noches de niebla y terror en la 13, vienen a la mente a través de una teja plástica por la que se veían los foquitos del helicóptero artillado que disparaba aquí y allá y otro poquito acá. Fueron casi dos semanas en las que Sebastián no pudo pegar el ojo. Para ir al baño, la cocina debía ser gateando porque su casa no era un lugar seguro. Solo la del fondo era una pieza segura. Allá se metieron y se atrincheraban entre colchones para dormir en el suelo.

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Este juego es una historia de terrorLas profesoras Aregis Serna —de gafas— y Margarita Flórez—de ojos verdes— son de las pocas que tras la Operación Orión se quedaron en la comuna y han visto su transformación desde adentro. Las dos profesoras parecen hermanas. Ambas enseñan en cuarto, la una no contesta la entrevista si no está la otra y si la otra no se acuerda, la una le recuerda. Robinson Zapata tiene tres papás y es el personero. Sebastián Duque tiene diez pañoletas de diferentes colores pero sus preferidas son la blanca y la negra. Les gusta el hip hop y son hijos de Orión.

—Abajo en la arenera fue que atravesaron el bus—, ese es el punto de quiebre que pone Sebastián, para acabar con la delincuencia. Son muchas las ideas, “uno las dice o quiere que sucedan pero a la vez no se puede porque, si matan a un rapero… entonces”, me dice al día siguiente de la muerte de El Duke.

Hace diez años le era imposible a la fuerza pública llegar hasta la escuela. En medio de la Operación

Orión, el alcalde de la época Luis Pérez dijo ante los medios “esto que voy a decir yo creo que le va a doler a todo el país: allí había una escuela que era utilizada por los guerrilleros como cuartel. Desde allí disparaban y tenían interconectados radios de comunicación y realizaban otras actividades muy dolorosas”. Las Milicias Populares del Pueblo tenían el control sobre ese sector de la ciudad y por aquellos días atravesaron un bus con dinamita y metralla para defender su escuela-trinchera. “El automotor según lo indicaron las autoridades fue dejado a la entrada de la escuela Pedro Jota Gómez, donde la fuerza pública logró neutralizar la carga explosiva que tenía instalada”, se aseguró en un periódico local. Es la misma escuela que dibujaría un niño al principio de esta historia. Lo más duro fue para mi amiga que estaba en embarazo, recuerda la profesora Aregis. A diario y por mucho tiempo los enfrentamientos eran desde temprano en la mañana. Situaciones tan duras que vivieron desde el Liceo la Independencia —que es un colegio más abajo de la escuela Pedro J. Gómez pero

que queda en el mismo sector de la comuna—. Desde su lugar de trabajo veía en el morro, no tan poblado por aquella época, gente disparar y correr de terraza a terraza. No fueron pocas las ocasiones que se quedaron refugiadas en la escuela porque la música de fondo fueron disparos. Cuando caía la noche —siete, ocho de la noche— pasaba un colectivo a recogerlas previo aviso. Era salir corriendo a abordarlo. El 2002 fue el año más duro porque “despertaron las cosas, uno antes sabía que la milicia mandaba pero no se metían con vos”, concluyen. Ni con vos —le dice la una a la otra— ni con ningún profesor se llegó a meter la milicia. En diecinueve años que llevan trabajando en la 13 no tienen noticia que se hayan metido con un profesor. Cuando se agudizaron los enfrentamientos, desde junio de ese año no se podía ni dictar clase. Cuando podían ir al colegio, iban pocos alumnos. Las profesoras Aregis y Margarita, estaban vinculadas a la Secretaría de Educación departamental, entidad que les brindó apoyo por aquellos días. A los profesores del municipio se les obligó ir a diario como si allí no pasara nada.

Claro que pasaba. Las muertes se habían duplicado en la comuna. 442 vidas se habían ido. La milicia controlaba la vida social del barrio. El castigo a un mal comportamiento podía ser barrer las calles del vecindario o unas palmadas en público a los más pequeños. La iglesia gritaba su preocupación por los niños que “juegan al secuestro, juegan al atraco y más doloroso: las niñas juegan a las viudas”. Las recomendaciones de los organismos de socorro eran preparatorias a una guerra. No se acercarse a puertas y ventanas, mantener fósforos, velas y linternas, estar atento a la radio y la televisión y tener un botiquín a la mano. Las profesoras seguían la guerra que se vivía en su ciudad por la televisión mientras desde las ventanas de sus casas se escuchaban los estruendos de balas y petardos retumbabando en el cielo cada noche. Pensar en los niños y sus familias era lo único que quedaba. Una oración. Una plegaria. En las pocas clases que hubo los niños lloraban lucían nerviosos. Dos menores de la escuela murieron por balas perdidas. Las mismas voces de padres de familia angustiados

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por la guerra y la exclusión les decían “no nos dejen”. Las docentes tuvieron la oportunidad de escoger otro lugar, otra escuela, sería el sentido de pertenencia por los estudiantes, no saben —recuerdan— lo que hizo que se quedaran a trabajar en la comuna donde trabajaron por 10 años. Lo único es que decidieron cambiar a otra escuela pero en el mismo sector. Terminaron en la Pedro J. Gómez. El reproche de sus familiares y conocidos fue: por qué más arriba. Más arriba era la escuela que retrató Donaldo Zuluaga y que sus muros llenos de impactos de fusil se alcanzaban a ver a la distancia.. Severos huecos. En esa escuela los profesores se fueron sin dejar huella al finalizar el 2002 De la escuela fundada por un sacerdote y dos monjas en 1973 solo quedaban unos cuantos alumnos recogiendo los escombros de lo que era un lugar sagrado para aprender.Tras la Operación Orión la escuela estuvo a punto de desaparecer, la salvó la unión con la institución educativa Eduardo Santos, ubicada en el barrio de mismo nombre. A octubre de 2002 en Eduardo Santos iban ocho homicidios, mientras que en El Salado, cuarenta. Por cuenta de la Operación Orión más de 6 mil estudiantes dejaron de ir a clases, informó el secretario de educación de la época. Tras un mes de cierre se abrieron 22 de las 43 instituciones educativas de la zona, seis de las cuales sufrieron los peores flagelos del conflicto —las escuelas más afectadas fueron: Refugio del niño, Amor al niño, Eduardo Santos, La Independencia y Escuela Pedro J. Gómez con un total de 17 mil alumnos—, para dejarlas de nuevo en condiciones se invirtieron 20 millones de pesos de la época, además de la inversión en comedores populares para aliviar la “grave situación de hambre”, como lo dijo el funcionario. Es que según datos en aquella época en la comuna 13, de cien personas sesenta y siete eran menores de edad, el desempleo superaba el setenta por ciento y apenas la mitad de la población tenía bachillerato. El 23 de octubre fue el regreso de los niños a la Pedro J. Gómez. Ellos llegaron a curiosear y a limpiar lo dejado por la guerra. En la comuna, cerca del 80 por ciento de los estudiantes atendió el llamado de asistir a clases como si fuera el primer día del año o de unas vacaciones obligadas en las que habían sido testigos de la guerra. “Los niños están nerviosos, necesitan ayuda sicológica. Para ellos es difícil desligarse del conflicto, porque cada vez que entran a un lugar encuentran

un impacto de bala”, manifestó a El Colombiano una mamá de un menor. Hace 10 años el trabajo a las dos profesoras les parecía más duro; pero encontraron en esa generación unos alumnos más receptivos, amables, calmados. Los de hoy, una década después, no. Estos son los hijos de Orión. Marcados por la violencia. Ahora las bandas son de pelados que persiguen un beneficio personal, antes, los llamados milicianos, —recuerdan—pensaban diferente, más en lo comunitario. Cuando se estaba en guerra, abajo, antes de la Operación Orión, ellos —los milicianos— llamaban y avisaban en la escuela cuando habría un enfrentamiento para que los niños salieran más temprano.Por ejemplo “cuando pasa algo ellos llegan hablando del muerto, del arma, del de aquí o del de allá, eso no era así hace 10 años”. A pesar que hace una década era más duro, una de las profesoras dice que le da más miedo ahora —la otra asiente— porque “uno ve que es como jugando. Eso sí me da miedo” dice en voz baja hasta quedar en silencio.

Los niños de las escuelas de la comuna 13 quedaron traumatizados. Las razones para jugar se habían diluido en una guerra que no les pertenecía y en la que —como lo anunció el Defensor del Pueblo de la época— se ponía en grave riesgo los derechos humanos de la población civil. Así que tras superados los días más duros de las operaciones militares se llevaron en buses a los niños por los parques de diversiones de la ciudad con el fin que conocieran más que un barrio en conflicto y para que recordaran como sonreír. Sonrieron. Pero esos niños que iban a la escuela con un pequeño morral de cartoons al hombro hoy están grandes. Tienen criterio. Son estudiantes con sueños e ilusiones. Miedo y temores como los de Robinson y Sebastián. Todos concluyen que Orión no dejó progreso. Ni nada. Robinson dice que por eso se une a lo hecho por Julián Marín—un joven universitario, de cabello rebujado que vive en El Salado y hace trabajo social en procura de recuperar la memoria de las víctimas—. Para conmemorarlas en los diez años de Orión

pegaron pancartas por toda la comuna pidiendo que la historia no se repita, que a la comuna 13 no la venza la violencia, que haya verdad y justicia. Al cabo de una semana, las pancartas desaparecieron.Con lo que pasó antier —20 de octubre— se empezaron a escuchar voces en la comuna de una nueva Orión, dice Robinson “que le llegara a los delincuentes como están, de una, pero es que caen más justos que pecadores, antier, murieron 2 policías y solo un pelagatos de esos” además, dos estudiantes de la institución educativa Eduardo Santos, a la que está inscrita la escuela Pedro J. Gómez, fueron impactados por balas perdidas. A una niña 9 años que cursaba quinto grado, le impacto en la cabeza y a Duván, de décimo, en el abdomen. Las profesoras cuentan que se llegó hablando de los policías muertos. Además que faltaron muchos a clase, ese fue el tema de conversación, no hubo ningún otro. Cada uno tenía su versión de cómo vio o escuchó o supo de los últimos sucesos de guerra. Y de guerra porque así la llaman, ni siquiera conflicto. La coordinadora Susana Cortés divide a los alumnos de la escuela en dos grandes grupos. Los del miedo, que fueron quienes ya vivieron la guerra y la Operación Orión, vieron morir y desaparecer, incluso familiares y amigos. En el segundo están los indiferentes, que toman la situación con el morbo, además de llevar fotos y relatos fenomenales de los hechos de violencia son quienes corren al corrillo del muerto.La mayoría de las cosas pasan en la tarde y en la noche. En el día, los niños llegan a clase trasnochados y se quedan dormidos en medio de la explicación. Las profesoras les llaman —como es lógico— la atención pero ellos contestan: “A no profe, es que las balaceras no me dejaron dormir anoche”. Son muy fuertes. — Mucha deserción. Le preguntan una profesora a la otra, diga si no. Una de ellas recuerda por qué una de sus alumnas no regresó. Una bala le pasó muy cerca y decidió irse del barrio por miedo. Ellos se conocen todos, quién vive allá, cómo se llama, qué hace, haga de cuenta como en un pueblo. Ese día cuando veo a Sebastián me pregunta si sé lo de Duván. tras un saludo muy efusivo cuando lo encuentro corriendo por los corredores de la escuela. A los dos los había conocido un año antes en un curso de periodismo, habían sido mis alumnos más destacados. El primero escribió sobre su barrio y el segundo sobre la falta de una biblioteca para que los niños leyeran. Era el espacio sin espacio.

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2:30 de la tarde del viernes 26 de octubre. Cielo despejado. Hospital General de Medellín. Alcoba 533. La madre, hermana y prima de Duván están sentadas alrededor de la cama. El paciente tiene un sueño débil y apenas estaba cerrando los ojos cuando llegué. Su madre desde que salió corriendo ese sábado con Duván camino a la Unidad Intermedia de San Javier — con los pies casi tan pesados como su imposibilidad de caminar, no ha regresado—. La madre de Duván es de contextura gruesa, viste una camiseta esqueleto fucsia, un jean a mitad de la pantorrilla, chanclas azules con las uñas del mismo color, excepto las del dedo gordo que eran como una paleta de colores.Duván le dice a su mamá que soy el de las clases de periodismo. Él es delgado de piel morena y usa una cresta en su pelo. Desde ahí empezamos a conversar de los sucesos, parece no cansarse de contarlos y Duván dice “hermano, es que si no converso me duele, uno se tiene que distraer”.

Cuando se había callado la cosa, cuando en las calles y callejones del barrio ya no se escuchaban más disparos de ese sábado, Duván sintió un viento en su cuerpo, cuando vio sangre gritó ¡estoy herido! Lo estaba, por una de esas balas tan tremendas que volvieron a zumbar. Justo diez años después que fuera el último día de Orión, un 21 de octubre. Por esa época de Orión—recuerda—, se tuvieron que refugiar en unas escaleras hasta que una señora les dio posada hasta el día siguiente. Nos tocaba dormir a todos debajo de las camas. En esta balacera toda la familia estaba resguardada en la casa, pero no podían esperar a que pasara ese enfrentamiento, tenían que ir pronto a la clínica para salvarlo. Duván corrió con la bala adentro y la herida sangrante. Nunca perdió la conciencia. Había otro policía casi moribundo en el lugar entonces los bajaron hasta el centro médico en una patrulla. Johana, su hermana no escuchó las balas del tiroteo que continuaba, pero todos recuerdan que esa balacera seguía cuando salieron de la casa. Su madre cuenta cómo se le veía la bala en el abdomen. “Me daba hasta miedo bajársela”. Cuando llegaron a la Unidad Intermedia de San Javier la foto correspondiente para el periódico amarillo mientras que Duván había perdido la mitad de la sangre de su cuerpo. Desde ese momento y hasta que los trasladaron al Hospital General de Medellín, contaron con la compañía de Policía y visitas del CTI (Cuerpo

Técnico de Investigación de la Fiscalía). Uno de los investigadores vestido de civil dijo: Madre, ¿de pronto su hijo no delinquía? “Eso sí me dolió y me dio rabiecita” No rabia, rabiecita que puede ser igual de intensa pero controlada por la decencia. —Vea señor, yo lo invito a que averigüe y pregunte por la reputación de mis hijos donde estudian—, fue la respuesta de la madre de Duván. El investigador, vestido de civil, agachó la cabeza y se apenó. A un policía que estaba en el lugar le avergonzó la pregunta y le dijo que bastaba con ver la familia.

Duván estudió toda la vida en la Pedro J. Gómez, pero aprovechando que ya estaba en los últimos años y que esa sede no le ofrecía la media técnica que él quería seguir cursando, se pasó para la sede principal de la institución educativa Eduardo Santos, tenía notas sobresalientes y hacía parte del grupo de danza, al igual que su hermana. La familia tiene la incertidumbre quién disparó esa bala, por dónde entró. Los primeros sospechosos son los Policías “es que eso daban por todo lado”, no sabían para donde disparaban y concluye: estaban muy dolidos, eso gritaban, lloraban y se daban durísimo, pues les habían asesinado dos compañeros. Ellos escuchaban todo por vivir muy cerca del CAI periférico que es donde la Policía cuida el barrio desde lo más alto. En ese sitio se hizo una inversión de 970 millones de pesos. Este del barrio El Salado lo inauguró el alcalde Alonso Salazar con la compañía del Ministro de Defensa Juan Carlos Pinzón y el General (r) de la Policía Oscar Naranjo quienes hablaron de los momentos difíciles y las nuevas esperanzas. Ese día Duván no sabía quiénes eran esas personas que llegaron escoltadas a su barrio. La bala le entró por la parte trasera izquierda. Le dejó una cicatriz pequeña, parecida a una roncha, en la alcoba dijeron que parecía un raspón de algo que cayó del techo de eternit, porque fue un ruido muy raro. Duván abraza a su madre para bajarse y subirse de la cama. Lo hace con delicadeza. Esta vez se para orinar. Ya en el piso se levanta su pijama roja de cuadros para exhibir su herida. Permanece recto por tener vendado el abdomen. ¿Eso tan pequeño le pudo hacer tanto daño? Pregunta su hermana. —Ahora tiene una herida abierta de trece centímetros— que está controlada, pero existe el riesgo de una infección, por eso no le han dado de alta porque tendría que estar al cuidado de una enfermera y no hay con qué, dice la mamá. Luego de una radiografía supieron dónde estaba

alojada la bala y sus características, desde eso la policía desapareció sin volver a interesarse por el caso; hasta ahora, por eso sus sospechas. La bala quedó cerca del corazón sin afectar la columna, solo comprometió el intestino delgado.Duván ya ha caminado por el hospital. La enfermera les recomendó para la herida agua de caléndula —la prima no recuerda el nombre y dice que agua de camándula—. Yo pienso en su cicatriz en todo el abdomen, en sus sueños de modelar y bailar; en sus fotos frente al espejo sin camisa con la explosión del flash. La situación por pocos fue conocida, solo se habló en los medios de comunicación de la niña que recibió el impacto de bala en la cabeza y que —afortunadamente— está fuera de peligro. Sin embargo, la situación fue aprovechada por un grupo de abogados representada en una señora de edad, alta, con labios, tetas y culo postizos que llegó hasta su cuarto para proponerle, a forma de negocio, demandar el Estado por “la falta de seguridad de este gobierno, con Uribe teníamos la Seguridad Democrática, este la ha dejado caer”. La prima y la mamá de Duván asentían, sin recordar que fue él, Uribe, quien autorizó la Operación Orión. Mientras Duván la pasaba en el hospital la cotidianidad de la escuela y del barrio continuaba. En la escuela Pedro J. Gómez el portero me recibe. El viejo habitante del barrio — cuya función es contestar el teléfono y controlar el ingreso de madres que quieren averiguar por sus hijos—, me cuenta sobre El Salado. La situación ha estado muy dura. Mucho fusil. Mucha chumbimba. A él sí le gustaría otra Orión para “acabar hasta con el putas” es que la cosa está peluda y la queja se repite. Ya no es gente del barrio la que está armada, se han visto gentes de todo el país, foránea y, este, es un barrio en el que todos se conocen. No lo olvide.

A continuación advierte, después de mostrarme en el otro morro un convoy de ejército que cuida desde lo alto de la comuna. “Tenga mucho cuidado en los buses, a mí me han contado que han bajado a gente de los integrados del Metro para hacer requisas ilegales, porque eso hace parte del otro barrio que está en disputa con este. Yo prefiero bajarme en la iglesia de El Salado y subir ese montón de escalas”. No sin antes rematar: “A la juventud la persiguen mucho”. En los salones están con los preparatorios para los exámenes de periodo. Ya empieza la preocupación de muchos por ver en el listado cómo van sus notas.

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En la Pedro J. Gómez hay dos grados sexto —para muchos profesores son de los grados más complicados de manejar— empezaron el año con 67 alumnos y lo terminaron unos 50. Para muchos también termina siendo el índice de deserción una depuración de quienes no quieren estudiar y deciden salirse del todo de la escuela. Después de ese trágico fin de semana en el que murieron dos policías y dos estudiantes quedaron heridos, revisamos la lista de asistencia de cada uno de los grados con la coordinadora Susana. Ese lunes siguiente en casi todos los salones faltó el 50 por ciento de los alumnos. La cifra fue creciendo con el paso de la semana.

Al fondo del salón de sexto hay un cartel hecho por los mismos alumnos que dice: No Matar: la vida es sagrada, solo Dios es Señor y dueño de la vida, en ninguna circunstancia tiene derecho a matar a una persona (sic). Jugar trompo está de moda en el barrio. En sexto mientras se hace un actividad escolar uno de los alumnos se para y sigue jugando, le propone a la profesora ponerle el trompo a rodar en la mano. Después de eso la profesora me dice pacito. Suficiente con que veas las caras de muchos y entiendes. Los dos más indisciplinados tienen colas —corte de cabello que solo se deja largo en la parte trasera y que se puso de moda gracias al fútbol en la década del ochenta—. Uno de los más plagas es moreno y se le marca el bozo, cachetón y de pelo abundante en forma de siete. Camina sacando pecho y nalga. Su compinche de travesuras recorre todo el salón, molestando aquí y allá. Van juntos a todo lado. Este es de ojos claros de contextura más delgada que su amigo y tiene un escapulario que cuelga de su cuello. Ambos usan la camisa desgualetada, un poco metida entre el pantalón en la parte de adelante para aparentar cumplir la reglas, atrás las llevan por fuera.Stiven y Kelly son de los más grandes en talla y edad que hay en sexto. Están sentados en una esquina del salón. Ese, el salón es un poco el lugar de integración y de socialización. Pocos ya se ven por fuera de clases para hacer trabajos en grupo o siquiera, una rumbita de cumpleaños. Los fines de semana ya no salen porque “hay mucho peligro”, ya están grandes para saber que no es el chucho quien se los va a llevar en las horas de la noche. Esto no es un juego. El primero lleva dos años en la Pedro J. Gómez, antes había estado en la Escuela Empresarial de Villatina, una barriada al otro lado de la ciudad. No dice las

razones por las que se vino de allá. Fue una decisión de madre. Si Stiven se fuera a pie de la escuela hasta su casa en el barrio Belencito se demoraría cerca de hora y media, pero por su seguridad se va en bus con otros compañeros. Kelly sí vive cerca, pero acabó de llegar de Cartagena. La coordinadora Susana es muy querida en la escuela. Ella misma se hace querer, tiene una cara y una sonrisa tierna. Saliendo de su oficina se encuentra a Eliana —una joven de unos 18 años que estudió allí— y la coordinadora la bombardea de preguntas. Qué alegría verte, qué estás haciendo. Ah que estudiando Marketing ¿y el hijo? Muy grande, con 10 meses ya. Cuando regresa al escritorio la interrumpe un niño pequeño. —Coordinadora, usted tiene una pelota que nos preste. —Le recuerdo que eso lo maneja el profesor Elkin. —Elkin no tiene pelotas. Susana revienta de una carcajada, el niño no entiende y se va. Hoy Robinson no está en la escuela. En su salón no están ni la mitad de los estudiantes y son los exámenes finales, pero a él por sus buenas calificaciones durante el último periodo le otorgaron un permiso para quedarse trabajando haciendo cocadas en el barrio con las que también se endulza las mañanas y sostiene el trabajo comunitario. Ese era un día que los dulces se reparten por montones a los niños que se disfrazan y piden paz y amor a cambio de una golosina. Tantas historias en un mismo salón.

Gisela es negra. De Itsmina, Chocó. 21 años y pelo trenzado. Su aparente alegría no alcanza a ocultar una honda tristeza. Su uniforme está roto. El cuello de la camiseta está luido al igual que las mangas. Su sudadera verde está remendada en varias partes, —remiendo sobre remiendo con diferentes tonos de verde— ella no se apena. La violencia y la llegada de Paulina, su hija de 5 años, le retrasaron los estudios. Su padre dice que ella y su hermano —que cursa décimo grado en la Pedro J. Gómez— eran su esperanza, pero que ya las perdió en los dos. Sin embargo su niña, como primera nieta, llegó para ser la alegría de la casa, aunque las rumbas de Gisela se hayan reducido.Su hermano menor sí es un dolor de cabeza. Ella cuenta sonriendo como para ocultar una vergüenza. Es que hace cosas que no se deben hacer. “Por ejemplo se fue por la Floresta —un barrio cercano a la comuna 13 y de mejor estrato social— se cogió un celular, estuvo en un CAI de policía, a mí me tocó ir, un sábado, en

la mañana”. El mayor problema no fue ir, es que fue un sábado. Su mamá es empleada doméstica mientras que su padre está sin empleo. Ella —su madre— es la que les da todo, y todo esto es prestado, prestado, prestado mientras golpea el birrete con el que se toma las fotos de los grados. “Hoy le voy a dar ese premio para que vea que en uno sí puede confiar. Vea que en los hijos sí se puede confiar aunque él crea que no”. Pero en su futuro no solo tiene que lograr ganarse la confianza de su padre. Su futuro lo ve oscuro porque por “tanta guerra” la gente me rechaza por ser de acá. Y Gisela no cambiará la comuna que la vio crecer. Ha visto que se llevan a muchos conocidos para Bellavista por no seguir estudiando. La muerte como última resignación. Ahí le pregunto por el padre de la niña y me cuenta entre risas. Lo murieron. — ¡Ay ve tan charro, si copió lo murieron!—. Poco después de terminar la conversación y cuando muchos en undécimo ya terminaron el examen final recuestan su cabeza sobre la silla y se tapan con un saco para que la luz que entra por la ventana no les interrumpa el sueño. Aquí nadie — al parecer — se ha librado de la violencia. Cuando estoy guardando la cámara luego de tomar unas fotografías suena una ráfaga de fusil. Es un sonido inconfundible. La profesora se alarma mucho y se lleva la mano al pecho, pero al ver que la ráfaga no dura más de diez segundos se tranquiliza. Aunque les llama la atención a dos jóvenes —una de ellas en embarazo— que se asoman por la ventana para curiosear qué alcanzan a divisar. La profesora de 27 años, les dice: “Si me da un infarto ustedes qué hacen”. Sin embargo ninguno parece sobresaltado, otros siguen su sueño y no se inquietan. No pasó nada porque los disparos vinieron del sector La Caseta, —un poco retirado de la escuela— pero que se alcanza a ver.

Por esos días ya se había anunciado un refuerzo en el pie de fuerza para la comuna, incluso con un cuerpo élite de la Policía que estaría rondando el barrio. Ellos la pasan requisando jóvenes y recorriéndolo. Por la calle estrecha y empinada por la que se llega a la escuela les piden la requisa a unos jóvenes que están departiendo en una acera. Uno de ellos tenía la camiseta — regalada a jóvenes integrantes de grupos culturales— que dice: Sin armas la vida es otro cuento. Sebastián tiene una de esas. A Sebastián —el de las pañoletas— lo amenazaron una vez y se tuvo que ir del barrio para donde su papá.

El desplazamiento es algo de lo más doloroso que le puede pasar a un joven de la 13 y es que, quienes hacen parte de movimientos culturales y artísticos, y se han visto crecer en este rincón occidental de Medellín, no se piensan en barrio, como es en el resto de la ciudad, acá se piensan en comuna. No quieren ver salir adelante su barrio, sino su comuna. Este barrio es más peligroso cuando está calladoAsí lo piensa Sebastián. Hay más peligro cuando el barrio está en silencio. Por eso siempre al salir de su casa frena en la puerta y dice en voz baja “Señor cuídame y protégeme” y arranca. Lo que pase en la calle hace parte del destino. Esa tarde que lo amenazaron iba camino a la escuela, muy cerca de su casa. Iba con el uniforme, morral y unos audífonos muy grandes —escuchando rap— ¿qué otra cosa podía ir escuchando? cuando un man se cruzó en su camino y le tumbó los audífonos para que escuchara y —le quedara clara— la advertencia. —¡Ey pelao!, estas dando mucho visaje no te queremos ver más por acá. Eso fue suficiente para que Sebastián tuviera que abandonar el barrio por un mes. La cara de ese hombre —o man como se dice— nunca se le olvidará. Ese día del susto Sebastián siguió su camino hasta la escuela. Guardo absoluto silencio. No moduló, estaba intrigado sobre su futuro. ¿Le podría estar pasando a él? ¿Lo matarían? ¿Cómo que visaje? ¿Qué habría hecho para que lo amenazaran? Los profesores y compañeros al verlo tan callado, tan ensimismado cuando él era pachanguero, recochudo le preguntaron qué pasaba pero no tuvieron una respuesta más allá de la obvia. Problemas.

Cuando regresó a su casa le contó todo a su mamá. Mejor me voy porque uno nunca sabe, le dijo. Entonces decidieron llamar a su padre quien pasó en la noche arecogerlo en una moto con su ropa y sus ilusiones en una maleta y llevárselo para su casa. Fue un mes eterno que lo impactó tanto como el día que se fue su padre de casa. La primera semana lo llamaron amigos y profesores, incluso el de bicicrós a decirle que si no regresaba podía perder la beca. Sebastián recuerda como le contestó enfáticamente. No-no-no-no- téngalo- ahí-téngalo. Todo en una misma palabra. El mes que estuvo por fuera se lo dedicó al bicicrós entrenando en la pista de Belén —donde se forjó Mariana Pajón la campeona Olímpica y modelo a

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seguir de Sebastián—. Desde el partidor miraba para su izquierda donde veía allá, lejana, la comuna 13, su comuna, de la que había tenido que salir amenazado. Ahí, adelante, un reto, una pista que pasaba volando entre morros. Pensaba y pensaba y sí, pensaba. De un día estar allá, en la comuna y al otro, acá, en la pista huyendo de un problema. De una amenaza. El regreso a la comuna, tras un exilio doloroso fue paulatino. Primero donde un amigo a un a un barrio más abajo, en el que empezaba a tener contacto con conocidos de su barrio quienes le iban contando la situación, nunca olvidaron que es mejor prevenir. A la semana acompañó a su madre a una cita médica cuando vio en el Qhubo —un periódico amarillista— la foto de esa persona que lo había amenazado. Lo habían asesinado. “Ahí mismo me tranquilicé” y se le empieza a quebrar un poco la voz.

Como el día que lo amenazaron, a su regreso en la escuela, Sebastián no saludó a nadie, ni siquiera a la

coordinadora Susana. Llegó acompañado por una amiga; no quería hacerse muy visible porque “usted sabe que en la calle se mueven muchas cosas y en el colegio también, si me entiende”. Se refiere a que —lastimosamente— en la escuela ha conocido a muchos amigos que ya están en las bandas, eso también le da miedo, pues él le puede decir amigo a usted, pero le puede estar llevando razones a otro. No hay motivos para confiar en ellos. Cuando se los encuentra cruzan saludos, pero en más de una ocasión le han insinuado cosas como “ey vení metete, a vos no te choca esta persona, cogé esto, comenzá a fumar. Uno las aparta, les habla mas no les conversa”, si preguntan contesta y sigue camino para la casa sin detenerse.

La familia de Sebastián es cristiana, él también pero por estar en grupos juveniles y dedicado al grafiti, su gran pasión y talento al igual que el rap —aprendido de uno de sus hermanos— no le queda tiempo para ir a los cultos. En un principio sus grafitis no fueron bien

recibidos por su madre —sigue siendo el ser que más admira—; le preguntaba en tono de cantaleta “qué son esos rayones tan feos”, “eso es satánico”. Al batallar un tiempo con esa concepción entendió que por medio de eso rayones, él expresa sus rabias, sus sentimientos, su arte, su talento, por eso nole gusta hacerlo en hojas de cuaderno sino en muros, porque está para lo grande. Pensado para lo grande. Aunque esos sueños en grande se vean tan difíciles de cumplir y por eso piense largo y tendido demorándose

para contestar siete, trece, veintiséis segundos sobre sus sueño. Quiere tener un recuerdo de paz de su barrio y por eso desde su arte, motiva la unión y la convivencia del barrio. No quiere más sentimientos de miedo. Sebastián en las noches siente la muerte detrás de él. “Digamos, mi mamá me manda a la tienda, pero uno es con la cosa que te amenazaron, con el interrogante… ahí viene alguien”. En la misma cuadra de su casa se siente inseguro, por eso siempre en la noche sale acompañado, el mundo da muchas vueltas, o puede ser algo fortuito como lo de Duván —agrega—. No quiere morir tan joven. Aún le falta cumplir mucho de lo que quiere y está dispuesto a hacerlo. Él por el contrario de muchos de sus compañeros, cree que sí va lograr sus objetivos. Cuando regresó al colegio Sebastián iba muy mal académicamente; empezaron las presiones de su madre como una retahíla. Donde usted repita el año. Donde no pase a once. Usted va muy mal. Él le pidió que le tuviera fe que este año no le fue bien a raíz de la amenaza, pero él sabe que en el fondo ella lo apoya para continuar sus estudios. El año lo llevaba perdido, pero lo logró recuperar; por eso, cuando le entregaron la ficha de matrícula para undécimo se la mostró a su mamá y le dijo.—Má, mire que sí se pudo, no todo tiene que ser negativo. De inmediato su mamá cambió de actitud y le dijo. Sí hijo, perdón.

Como la historia de Sebastián en la escuela Pedro J. Gómez y en la sede principal Eduardo Santos se repiten las historias de artistas — principalmente urbanos—. Mucho de eso es herencia de Héctor Enrique Pacheco más conocido como Kolacho. Un negro alto y alegre que egresó de Eduardo Santos y dejó huella tras su asesinato muy cerca del colegio. Su idea siempre fue que los jóvenes se expresaran por medio del arte y no

de las armas. Fue el primero de diez raperos que han asesinado en la comuna 13. Su muerte se produjo el 24 de agosto de 2009 a medio día cuando se dirigía a su casa. Era un líder, un artista que le acallaron. Ahora un montón de niños van a su escuela donde aprenden del hip hop. Y de la vida.

Al rector de la institución educativa Eduardo Santos, Manuel López Ramírez le ha tocado de todo. Desde los días de la Operación Orión, la muerte de Kolacho y el 12 de marzo de 2012 notificó a la Secretaría de Educación la última situación que estaba aquejando a su institución. “Ocho estudiantes de la sede principal en la jornada de la tarde recibieron amenazas directas por parte de unos actores armados del conflicto de esta zona”. Jóvenes desde séptimo grado y que viven en el sector San Pedro. Ninguno de ellos quiere regresar a la institución bajo ninguna circunstancia con los ofrecimientos de acompañamiento y protección que se les brinda, pues como dice el informe es la tercera vez que los amenazan. “La situación de ellos es precaria”. A esos ocho estudiantes se les suman otros nueve que tuvieron “situaciones similares” y que estudiaban en la sede Pedro J. Gómez y que fueron reubicados en otras instituciones de la comuna. El informe concluye con una preocupación para la Secretaría, la tasa de deserción: “El rector informa que han ingresado 12 estudiantes nuevos a la institución educativa, con esto se compensa un poco la deserción de los 17 estudiantes en mención” aunque conjuntamente con la Secretaría de Gobierno dicen seguir atentos al tema.

En la última semana de octubre se hizo en la sede principal de Eduardo Santos la primera versión del Festival de Hip Hop Kolacho en el que cada grupo participaba con una canción o un representante, así se honró la memoria del joven rapero y se propició el liderazgo entre los estudiantes. Sin embargo, por temor en el desplazamiento hasta el barrio Eduardo Santos, los estudiantes de la sede Pedro J. Gómez no pudieron asistir, era un alto riesgo que el rector no quiso correr. Tradicionalmente los barrios Eduardo Santos y El Salado no se la han llevado bien. La última información de prensa indica que el primer barrio es territorio de la Odin —Organización delincuencial integrada al narcotráfico— Robledo, mientras el segundo, de la Odin San Javier.

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Sin embargo, no es solo en la movilización por el barrio que corren riesgo. En la segunda semana de febrero de 2012, cuando apenas empezaba el calendario escolar sucedió otro hecho que los atemorizó. Era un día tranquilo y bonito aunque los enfrentamientos en las noches eran muy frecuentes. Cuando en horas de la tarde un integrante del combo del sector llegó preguntando por Susana. —Mami nos vamos a encender, despache a los niños. —Pero cómo así, un momentico, es que eso no es así, yo no puedo despachar a los niños así de fácil.

La razón, casi una orden, se la dijo el muchacho a la una de la tarde y el enfrentamiento entre el combo de El Salado y La Arenera empezó a las cuatro. Desde ese momento y en contacto con el rector de la institución Manuel López se manejó la coyuntura. Los estudiantes de poco se enteraron de la situación “que se vivió más afuera que adentro”. La coordinadora sabe que cuando se van a prender —enfrentar— los combos, las calles del barrio se ponen solas y las tiendas cierran sus puertas. Durante esas tres horas el cuento se regó por el barrio y los padres de familia empezaron a llegar desesperados a la institución por sus hijos más pequeños. De a uno en uno se les permitió su salida bajo su propia responsabilidad. Más adelante se le permitió a los mayores porque “ellos saben que derechito para la casa”.

Cuando ya se había evacuado a todos los estudiantes y los profesores esperaban los taxis para salir del barrio iba a iniciar el enfrentamiento armado. Entre los profesores no faltaron las caras pálidas y los sustos. Sin embargo se reunieron en la sala de profesores sin haberlo acordado para estar a salvo, reunidos. Y es que ese es el lugar más seguro de toda la institución porque no da hacia la calle. Esa situación los motivó a hacer planes de evacuación que hasta el momento no se les había ocurrido, pues, el resto de la escuela tiene lugares vulnerables.

—Cuando una situación similar se llegase a repetir con los estudiantes adentro, ya se acordó que dependiendo del lugar de donde vengan los disparos será el punto de encuentro que está entre la cancha o el patio delantero—. En el rato que estuvieron en la sala de profesores se alistó todo para cuando llegara el momento de salir, procurando conservar la calma. A los cinco minutos de estar encerrados les permitieron

subir a los taxis para recoger los veinte maestros que estaban atrincherados en la escuela. Ese hecho le pudo haber confirmado a Susana que “a pesar de todo, yo creo que ellos —los combos— nos quieren y nos respetan”.

Sin embargo de ese día quedaron varios impactos de bala en la fachada de la escuela. Uno de ellos en la ventana del restaurante escolar a menos de un metro de la entrada principal y aún permanece así, recordando lo frágil que puede ser una escuela ante este tipo de hechos. La vida siguió y una nueva promoción está próxima a graduarse. La entrega de banderas —un acto simbólico que se acostumbra y en el que el grado undécimo le entrega a sus seguidores las insignias de la institución— fue sencilla y con un día muy caluroso. Se dijeron unas palabras, sonaron los himnos y salieron uno a uno a entregar las insignias. Robinson fue quien portó la bandera y le hizo entrega a Sebastián. A Robinson, 17 años, lo han amenazado dos veces, pero en su casa solo tienen noticia de la primera. No contó nada de la segunda, porque pese a ser un joven casero, sus salidas son casi diarias y en las horas de la noche para hacer trabajo social con más jóvenes de la comuna, y si llegase a decir, que de nuevo lo habían amenazado sería un obstáculo más para cumplir su objetivo .Robinson todo el día la pasa ocupado, las reuniones del trabajo social solo se pueden hacer de noche, generalmente sus horas de entrada pasan de las diez de la noche para madrugar de nuevo a las cinco de la mañana hacer las cocadas.

El mayor riesgo para el trabajo social de Robinson está en su desplazamiento por la comuna y es que hay lugares en los que se les prohíbe el paso a los habitantes de otro sector con el ofrecimiento de bala para quien no cumpla ese mandato del miedo. “Si yo no puedo pasar, mi trabajo de líder está limitado. Porque mi trabajo es en la comuna como tal”, deja en claro que su trabajo también lucha contra el miedo que infunden quienes quieren tener el dominio del territorio. A él se lo han dicho y él no sabe “si se ha jugado la vida” a seguir cruzando esas fronteras. Con seguridad que sí. Pero su vida es la comunidad y si ella — la comunidad — lo demanda, él estará ahí. Las dos veces que lo han amenazada ha sido en el mismo lugar y haciendo la misma diligencia, como dice él. Ambas amenazas fueron muy similares; cuando apenas

iniciaba la noche un hombre le advirtió que dejara de estar pasando por el lugar y que no fuera a abrir la boca de ahí para afuera. Palabras a las que Robinson no les tuvo miedo, asegura que por algo se les llama fronteras invisibles; porque en efecto lo son, y es el miedo lo que alimenta a los bandidos. “A mí me toca pasar por partes que se me hace la piel de gallina”, porque pueden ser callejones y recovecos de los que no sabe que irá a pasar unos pasos más adelante en la oscuridad o en medio de una luz tenue del alumbrado público. Robinson sigue pasando por todas partes, ahora con un poco más de tranquilidad porque, sin desearle la muerte a nadie, los responsables de sus amenazas también los murieron, como dice su compañera de clase.

La tranquilidad vuelve cuando va llegando a su barrio, en los que también hay actores del conflicto pero que conocen y respetan su labor. La verdad es esa — concluye—. No es una relación de amistad pero

cuando llega con su uniforme de la Policía Cívica por ejemplo, en la que lleva más de seis años, ellos me dicen señor agente, señor agente. En cierta manera, admiran su trabajo y ven en él lo que ellos no pudieron ser. Incluso cuenta Robinson que algunos de ellos ya han intentado salir, pero no es fácil por el nivel de compromiso con la organización; “en palabras de delincuente: las culebras que se han conseguido”, no los dejan porque en cualquier momento pueden llegar los enemigos a cobrárselas.

Cuando Robinson supo que mataron a quien lo amenazó oró y le dio gracias a Dios. Era un peso con el que tenía que cargar a diario en su trabajo comunitario, pero siempre, como líder, estará en búsqueda de alternativas para esquivar el conflicto y hacer su labor, mientras a los malos espera que les llegue la justicia, no importa si es la de mano propia entre ilegales, la divina o la ley. Sin embargo, asegura que la guardia no se puede bajar, en sus palabras: “No es lo mismo uno saber que lo pueden amenazar a que está amenazado”.

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El arte y la comunidad cuando se une en más de 180 grupos juveniles que hay en la comuna superan por mucho el número de integrantes de actores ilegales que hay en la 13. Por eso el reto está en que las armas no sean una alternativa. La intención de los grupos culturales no es enfrentarse a los armados, aunque lo haga al arrebatarles niños desde los ocho años que pueden estar en riesgo de ser reclutados por los combos, como lo denunció Diana Barajas, investigadora del Instituto Popular de Capacitación.

Robinson está atento a compañeros suyos que pueden estar mal encaminados para mostrarle la alegría que hay en el baile, en prender una chirimía, en contar sus realidades; no importa si es escribiendo rimas o tras un instrumento musical; sin perder de vista que un joven es indeciso y caprichoso. Pero cuando se pierde, es un dolor el hijueputa.

A Robinson le pasó con un amigo. Se lo llevó la droga, lo está empezando a consumir, aún escucha pero no la ha podido dejar. No está aún dentro de un combo pero está más cerca de ellos que de la legalidad. Aún habla de la rabia y la impotencia que le dio cuando se enteró de los malos pasos de su amigo y sus esfuerzos infructuosos para que explotara su talento en el dibujo. Son amigos, algunos amigos de clase, pero amigos que ya se fueron. Los enemigos no están solo de parte de los ilegales. Todo hay que decirlo la ley —policía y ejército— también llega atarbaniando. Algunos de ellos intentan agredir a los jóvenes, sobrepasarse con ellos, los tratan de marihuanero en el mejor de los casos y en el peor, les intentan meter una bala o una dosis de droga al bolsillo en el momento de la requisa para involucrarlos y dar un positivo. En este tipo de ambiente se aprende a vivir también con otras leyes. Para evitar problemas Robinson sabe que a quienes visten ancho los persiguen más y eso le genera más inseguridad, pues para la ley así se visten los delincuentes, y de la misma forma, entre delincuentes se atacan.

Haciendo un recorrido a diario por las calles de su barrio con el uniforme los han reconocido y respetado, no como hace diez años cuando el control del barrio lo tenían las milicias y eran ellas la representación de un Estado ausente, eran ellas quienes hacían las fiestas comunitarias y las celebraciones en las fechas

importantes. Ahora la afectación a la escuela es más en términos de deserción por su ubicación estratégica en épocas de balacera o cuando el barrio está caliente. Sin embargo, esas relaciones sociales y esa estigmatización se ha perpetuado por años entre habitantes del barrio Eduardo Santos y El Salado. La investigadora Luz Dary Ruiz Botero detectó en la investigación ‘La escuela territorio en la frontera’— donde uno de los casos analizados fue el de la institución educativa Eduardo Santos— que muchas de las rivalidades que había entre las dos escuelas se debía a que el barrio El Salado había sido tradicionalmente dominado por las milicias, mientras que en Eduardo Santos predominaron los paramilitares. Aún se echan de ver exclusiones y rivalidades para los estudiantes de la sede Pedro J. Gómez.

Para Robinson como personero esa rivalidad es una bobada y está convencido que la verdadera razón no es más que un orgullo de estudiar en una escuela pequeña, que ni biblioteca tiene, a un colegio más grande. En ese sentido, el personero pide que ahora, la única relación del Estado con las comunidades no sea con la plata por medio de subsidios o de pie de fuerza. La idea es que se destinen recursos para proyectos y se pueda hacer el trabajo social desde los colegios; con grupos culturales con todo lo necesario, no cositas chiquitas —aclara— para no darle las oportunidades a los combos que entren pelados, sino enamorar a esos pelados de lo que hacen.

Las oportunidades de la Alcaldía de Medellín han llegado hasta El Salado y las excusas para no estudiar se van acabando. Del salón de once la mayoría quiere estudiar aunque sea una técnica en el Sena, cada vez se animan más con ese tipo de alternativas, antes no era así. “Muchos la tienen clara” — explica Robinson— y encuentran todo tipo de programas y becas para continuar sus estudios.

En su familia han pasado por momento difíciles, Robinson no oculta que en varias oportunidades les han cortados los servicios, que su padre es auxiliar de plomería y que su mamá trabaja en una casa de familia y que en muchas ocasiones la escasez económica puede ser un aliciente para quien se quiere torcer del camino y conseguir dinero fácil. Es como una violencia permanente de la que también han salido adelante.

Robinson hasta hace dos años fue rebelde. Podía

pasar por la escuela con su temperamento fuerte hijueputiando a todo el mundo por no compartir el manejo de la escuela, ahora, cuenta con un poco de gracia que llegó a tener matrícula condicional y ad portas de perder un año, pero que si hubiese pasado tendría que prescindir de una de las cosas que más quiere, la Policía Cívica. Susana, la coordinadora luego de contar con admiración el cambio de Robinson dice que está nominado gracias a su trabajo comunitario con la propuesta de un canal comunitario a los premios Maestros por la Vida en los que se estimula el trabajo estudiantil y docente de Medellín. Allá lo acompañaron sus tres padres, su mamá, Susana y sus profesores. Los tres padres son su padre biológico, el sargento Guerra de la Policía y Mauricio Beltrán, el líder de comunitario que lo ha inspirado. Cuando los profesores llegaron al Teatro Metropolitano ese 14 de noviembre ya estaba lleno. Cuando salieron de la ceremonia uno de ellos dijo en tono de charla. “Hubiéramos dicho de dónde veníamos y ahí mismo nos daban puesto”. La premiación era todo un suceso y allá estaban las más altas personalidades de la ciudad. El alcalde recordaba a su hermano quién decía antes de ser asesinado en cautiverio por las Farc que “escuela es todo lo que hay bajo el sol” y el gobernador hacía hincapié en el poder transformador de la educación

Era una fiesta en la que cada delegación estaba nerviosa si iba a ser nombrada para salir a la tarima a recibir el premio. “Yo entré muy nervioso güevón”, me dice Robinson mientras me cuenta que entre compañeros de asiento se deseaban suerte cada cinco minutos. El premio que le quitaba, hasta ese día, el sueño era un viaje a Brasil con el que habría un intercambio cultural gracias al gobernador de Rio de Janeiro quien fue a la comuna 13 a conocer las escaleras eléctricas y su experiencia de transformación para aplicarla a las favelas. A medida que se acercaba la hora en que premiaban a los estudiantes el corazón de Robinson se aceleraba.

Con la premiación de cada categoría se bajaba el telón. Antes que llamaran a Robinson y otros ganadores, el telón bajó y en sombras se veía como unas letras salían volando como mariposas de un libro que cargaba una niña. Mientras que una maestra, de gafas y un sombrero parecido a una flor le indicaba el camino a la pequeña. La escena se despidió con un mensaje “la educación es el vuelo para la vida”. Son las maestras

que se necesitan, que no corten alas sino que por el contrario hagan de la educación un impulso para la vida y ese día había muchos reunidos.

Cuando llegó el momento Robinson ya se vio subiendo las escaleras. Antes, sentado en la silla del Teatro: yo soy un ganador, yo me siento como un ganador, “me gané el colegio, a los profesores, tengo credibilidad en el trabajo”.

Subía con la frente en alto y espalda recta, una gran sonrisa en su rostro. Él sentía que sus manos le temblaban y apenas veía como desde el público animaban hasta personas desconocidas para él, pero el azare seguía, como sería el susto que no sabía cómo pararse para verse bien. El miedo se le notaba. Eran movimientos rápidos e inseguros. Robinson cuando escuchó su nombre solo dio un paso adelante como se lo pidieron. En ese momento le llegó el bloqueo y no supo que había ganado una beca completa para estudiar la carrera que deseara en Eafit —la mejor universidad privada de la ciudad— quinientos mil pesos para su sostenimiento y un computador portátil. El sueño de ir a Brasil no había sido en esta ocasión. Mientras que Robinson, con medalla al cuello, cargaba su regalo.

Susana y las profesoras estaban tan nerviosas como emocionadas. Antes de terminar la ceremonia se paró la coordinadora con los tres padres de Robinsón y su mamá. —¿Se van? pregunté. —No, vamos a fumarnos un cigarro.

Ninguno de ellos esperaba que el premio que recibiría Robinson fuera tan abultado. Ellos estaban esperanzados con el viaje, pero sabían, que para las necesidades del líder de la escuela Pedro J. Gómez, para seguir volando, le era necesaria una oportunidad de continuar con sus estudios, aunque él siempre supo que habría más alternativas para seguir estudiando. Su objetivo es que los jóvenes sean partícipes de su propia transformación, que hablen y propongan alternativas no violentas para su comuna.

“Uno haciendo trabajo social no espera plata, pero sí que se le reconozca el trabajo” y cuando empezó reuniéndose en las noches con los jóvenes en un patio de la escuela nunca pensó que podía llegar hasta allá, aunque se lo haya soñado. Ahora sus sueños siguen

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con sacar adelante a su mamá y su papá. Que no trabajen más, que no despilfarren su salud por un salario mínimo. Sus hermanas, vecinos y amigos esperaron su llegada de la ceremonia con la luz apagada. Cuando llegó, todo fue algarabía. Todos querían abrazar a su vecino, a su hermano, al líder del barrio que había sido premiado y visto por la televisión. Pero Robinson sabe que a muchos de ellos también es él quien les debe mucho. En el sargento encontró un amigo incondicional — lo puede llamar a la hora que lo necesite, pedirle plata prestada, un consejo— y el sargento lo ha acogido como un hijo. Con Mauricio Beltrán queda más camino por recorrer para fortalecer el canal y conservar la humildad. El sentimiento que experimentaba Robinson ese momento era lo más cercano a la felicidad. Palabras de sus compañeros que lo saludaban con entusiasmo, que le repetían en corredores y salones que se lo merecía, que ese premio tenía dueño y uno de sus compañeros estará sentado en una de las universidades más costosas de Medellín.

A Robinson poco le importa no saber cómo llegar a Eafit. Esas son cosas elementales —dice— pues está hasta dispuesto a irse en bicicleta. Quelihace ya consiguió lo esencial de mano del propio rector de la Universidad Juan Luis Mejía Arango —abogado dedicado a la educación y la cultura desde que fue director de la Biblioteca Pública Piloto. Fue cónsul de Colombia en Sevilla, España y Ministro de Cultura— al otro día en la escuela, Robinson también recuerda que ese hombre alto y de ojos claros que le entregó la beca le decía que lo esperaba en la universidad, que él —Robinson— sería su pupilo.

De una escuela como la que dibujaría cualquier niño en su cuaderno, en un barrio como El Salado, que ha pasado por los días más aciagos, siguen existiendo muestras del poder de las ilusiones. Pupilos que son como lumbreras. Mientras habla de su cambio de comportamiento desde que se convirtió en líder suena una papeleta dentro de la escuela. Pero sigue hablando común y corriente hasta que un profesor le pregunta si vio quién fue. Sigue “yo era un culicagado, ahora que tengo la manía de mover gente y grupos de la comuna es diferente, me veo luchando por esta comuna”. Aquí luchar no significa más que salir adelante. Que enfrentarse a diario a las desigualdades sociales, a la estigmatización de una guerra cruenta que se vivió en su territorio. Luchar también significa, en la comuna 13, vivir para no repetir escenas de muerte.

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El sueño de Jennifer era cambiar la idea que se tenía de un personero. Casi la matan en el intento. El colegio es muy cerca de la casa de Jennifer, a unas tres cuadras. En Belén Rincón, después de subir una loma —aunque parezca un cliché, pero así es—. Muy cerca de allí queda la casa donde canta el perro, donde vuelan aviones bajito sobre un campo de golf antes de aterrizar en el aeropuerto Olaya Herrera. Esa misma vía sirve como corredor estratégico para sacar y entrar armas y drogas por el occidente antioqueño. El sueño de Jennifer cuando inició su último año empezó con su candidatura a la personería, era la oportunidad para abrir puertas. Pero su prioridad era cambiar el colegio. Había unas cosas que no estaban bien. . Estaba en sus manos que esas cosas dejaran de ser y Jennifer asumió esa labor que no fue asignada por nadie. La imagen de los personeros era la misma de los políticos. Sinvergüenzas y tramposos. Los personeros significaban una figura sin sentido. Ninguno hacía nada distinto a proponer piscinas, y jornadas lúdicas Y hasta dulces. Jennifer sí logró su objetivo: Defender el colegio.

Uno al a primera vista, que esta morena pequeña con unas cejas gigantes haya vivido lo que le pasó. Para alcanzar la personería en un colegio siempre hay que tener un buen respaldo y hacer una buena campaña. Es insuficiente apelar a una campaña de ideas porque la cultura política es insuficiente en niños y jóvenes que apenas quieren el beneficio personal, por eso en ese tipo de campaña. Jennifer tenía claro que desde ese puesto participaba en la toma de decisiones al interior del colegio para propiciar los cambios más importantes. Lo tenía todo: Liderazgo, un buen respaldo La campaña surtió efecto y ella ganó las elecciones con una amplia ventaja sobre sus contendores.

En el 2011 yo era personera de la institución educativa Capillas del Rosario. ¿Qué pasó? Me amenazaron por defender el colegio. Hablo con ella en 2012, en una sombra del Jardín Botánico de Medellín. án de barrio que cree que a la mujer que no mata de amor la deja loca— pero no fue así. Le sabría a sangre.

Esos pelados — los flow— eran amigos míos. Nos ayudaron en la campaña. Eran muy populares; nos ayudaban a convocar gente y organizarla Jennifer nunca imaginó lo peligrosos que podían ser. Ella pensó que eran unos inofensivos chayanesbaigón — galán de barrio que cree que a la mujer que no mata de amor la deja loca— pero no fue así. Le sabría a sangre. Los flow no eran lindos, pero muchas pelaitas eran locas por ellos. Para Jennifer no hay duda que el interés por ellos estaba el poder y el reconocimiento que tenían. Era una fama ganada no precisamente con méritos académicos, también era una abolengo de su familia con actividades non sanctas. A las novias de Felipe y Mamingo los dos líderes de los flow les decían las “las jefas”, ya imaginarán por qué.

Cuando en la familia se enteraron todas dos tuvieron que terminar y alejarse hasta entonces de sus novios. Una de ellas se quedó el resto de 2011 sin estudiar y la otra se pasó para otro colegio de la comuna 16, Belén, pero mucho más retirado. Las jovencitas hacían lo que los flow hacían. Cada vez eran más rebeldes. Cada vez pasaban menos tiempo en la casa.

Luego de la elección de Jennifer en la personería empezaron los problemas que ella tuvo que afrontar como la representante estudiantil elegida por voto popular, también, en parte, por el apoyo que recibió de los flow, apoyo que siguió recibiendo con el primer dolor de cabeza que tuvo que sortear: la amenaza al rector Gonzálo Arango Gaviria, un ingeniero electricista que se dedicó a la docencia desde hace más de 40 años. De su paso por la institución de Belén Rincón parte alta recuerda que ese colegio era como un jardín de rosas.

Es un recuerdo bonito para saber cómo tuvo que salir de la institución. “Dos niñas tuvieron una pelea —entre ellas una prima mía—, que no me quiere ni poquito”. Lo que recuerda Jennifer es que fue una pelea por problemas de falda, de tripa…exactamente, por hombres. Suelta la carcajada. “Fue una pelea muy grande, a puño, a todo… se arañaban, cogían del pelo, daban pata, hasta terminaron en un pantanero delante de todo mundo a la salida del colegio”. Esa pelea les costó una suspensión de varios días por parte del rector Gonzalo, incluso se hablaba que les podía costar hasta el puesto por sus antecedentes disciplinarios.

Por la misma cercanía familiar, Jennifer se enteró que su prima, la misma que la odiaba, fue a hablar con los muchachos. De nuevo los muchachos, son los que creen cuidar el barrio y ser los responsables de imponer el control social en todos los escenarios del barrio. La cancha, la escuela, la esquina. Todo lo quieren dominar esos pelados de las bandas. El rumor era que a don Gonzalo lo iban a matar. Sí, a matar.

Ese fue el cuento que le llevaron a la mamá de Jennifer, quien nunca pudo comprobar su veracidad. No había tiempo para ponerse a averiguar. Lo cierto es que una de esas muchachas, que había peleado en un pantano a la salida del colegio, no quería ver más al rector. Por eso había hablado con los de una banda para que lo amenazaran de muerte, lo mataran, o lo hicieran ir para que no estuviera más en el barrio.

Jennifer corrió el riesgo y le contó a su coordinadora de grupo. Ella por su parte le contó al coordinador del colegio para que le alertara al rector; ese día don Gonzalo no fue al colegio, día en el que fueron unos muchachos, de esa banda a preguntar por él, pero como nunca llegó no le pudieron hacer nada malo. Por esos días se cancelaron las clases y los profesores se declararon en cuarentena. El hermetismo era total para hablar del tema. El único que daba la cara en un día con un sol intenso era el portero, protegido por su quepis. Los profesores estaban reunidos en el último salón del colegio, con poca luz y en una mesa redonda. Se sentía el miedo como si ese salón al fondo del corredor del segundo piso fuera su última guarida.

“Ese asunto no se supo que había sido yo la que había contado que le iban a hacer algo a don Gonzalo”, pero la relación entre Jennifer y la prima no iba bien desde antes. “No sé si mi prima andaba en malos pasos. Lo que comentaban era que ella vendía marihuana, incluso en el colegio” El rumor es que era la jíbara de la institución, que llevaba toda la droga en un tarro de Chocolisto.Un par de semanas después llegó un nuevo rector y no hubo nuevas noticias de don Gonzalo. El nuevo rector desde que llegó a la institución empezó a cometer arbitrariedades. El descontento era general y extrañaban a don Gonzalo. No faltaron señalamientos tan graves como abuso de confianza con estudiantes, profesoras y una secretaria.

QUIETA.[ [la lonchera o la vida

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“Mi amiga me decía que él le tocaba los senos cuando la saludaba. Pues uno siente cuando es con mala intención o cuando es sin culpa”, dice Jennifer y agrega que había más casos de los que se fueron enteraron en el camino. Esta era la segunda situación difícil que le tocaba capotear en menos de un año para defender la institución educativa. El segundo hecho del que se enteraron es que una de las secretarías renunció porque él, el rector, le hacía propuestas indecentes. A una vigilante también.

Las quejas continuaban. Las profesoras decían que les daba miedo estar solas con él, porque tras la invitación a un tinto podían venir las insinuaciones “si usted está de mi parte, todo va a estar bien”, las quejas se fueron acumulando. Ya eran los mismos profesores quienes estaban atentos a que ninguna niña estuviera sola en la oficina del rector. “Yo empecé a hablar con el jefe de núcleo, y los representantes de grupo a ver qué podíamos hacer, no queríamos un escarmiento, solo queríamos que se fuera del colegio, como él tenía antecedentes, no queríamos a ese señor ahí. Empezamos a mandar cartas, a ir a reuniones con la Personería de Medellín hasta que bueno… lo sacaron”. Volvieron los flow. Seguían apoyando el trabajo que desempeñaba la personera. Ellos escucharon el grupo de trabajo de Jennifer sobre las propuestas para despedir al rector. Los flow utilizaron su poder de convocatoria para que los estudiantes firmaran cartas y mostraran su descontento con el rector nuevo. Estuvieron a punto de irse a paro si no renunciaba.

Por esos días le llegó la primera amenaza a Jennifer al Facebook. “Cuando estábamos en ese proceso de recolección de firmas, yo recibí una amenaza que decía: que si hacía ir a ese rector me mataban”. Fue una amenaza anónima de una cuenta que se hacía llamar Metralletanoséqué. No tenía ni foto, ni amigos en común. Ella se dijo que nada la detendría en la defensa de su colegio. Ella tenía el respaldo de los profesores y de la Personería de Medellín. “A mí en ningún momento me dio miedo. No sé, no le creía lo que estaba diciendo, parecía lo de cualquier bobo que escribía cualquier cosa”, sin embargo ella puso al tanto a la Personería de la situación. El caso es que el señor se fue — el rector — y yo sigo acá, en el Jardín Botánico de Medellín, hablando de su historia. En el momento del mensaje de Metralletanoséqué no sabía que le faltaba mucho por vivir.

Desde ese momento se quedaron dos meses sin rector. La Secretaría de Educación de Medellín estudiaba el tema y no asignaba un rector en propiedad y esa tormenta le tocó asumirla al coordinador. Estuvo a punto de renunciar porque todo el peso caía sobre él, “no se sentía capaz de ser rector y tener todo el colegio en manos de él, y yo por no preocuparlo yo esperaba el tiempo preciso para contarle todo”, recuerda Jennifer.

En esos dos meses pasaron cosas peores. Un día de esos que Jennifer no quisiera recordar, vio los extraños comportamientos de los flow. Ese grupito se acercaba a los niños menores, pero misteriosamente todos o salían corriendo o quedaban aburrido después que ellos se le acercaran. En principio la personera pensó que era un juego de esos que son cada vez más escasos, en el que los niños corren hasta quedar rendidos. Este no era el caso.

Los más de quince pelados de los flow estaban entre séptimo y noveno grado y abusaban de la indefensión de los niños de sexto hacía abajo. Cuando se acercaban en gavilla era para vacunarlos; le cobraban plata a los

niños so pena de pegarles e insultarles.. Esta es una actividad aprendida de los combos delincuenciales en toda la ciudad. Se estima que después del microtráfico de droga, el cobro de vacunas a buses, tiendas y a cada casa “por concepto de vigilancia” es lo que más dinero le dejan a la ilegalidad. A quien no pague ese impuesto lo desplazan… o lo matan. Jennifer después de ver correr de miedo a muchos niños a los que “mamingo” y sus secuaces de los flow se les acercaban sospechó lo que podría estar pasando. “Nos dimos cuenta era que le estaban cobrando vacuna a los niños; yo le pregunté a uno y me dijo que le estaban pegando porque no le daban la plata del algo”.

Este caso ponía a los pequeños en el dilema de tener la barriga vacía durante la jornada escolar por pagar una vacuna, cosa que creerían de adultos, o del barrio u optar por soportar una paliza. Quienes tomaban esta última opción, los hacían arrodillar como la peor de las humillaciones para pedir perdón a quien se creía un dios en el colegio, un mandamás, un cacique, un patrón. Si no lo hacía, la amenaza era que lo golpearían. “Yo empecé a ver eso en julio aproximadamente, pero sólo hablé con el coordinador a finales de agosto principios de septiembre”. Cuando Jennifer lo hizo estaba segura de la situación. No imagina cuántos niños pudieron ser vacunados en ese tiempo.

Una situación como esta era la que las directivas estaban esperando para sacarlos del colegio. Ellos tenían un prontuario extenso de mal comportamiento. De ellos ya se sabía que se robaban cosas, dañaban los carros de los profesores, consumían marihuana, peleaban con otros estudiantes, además de su pésimo rendimiento académico. Las amigas más cercanas a Jennifer acordaron que la Persona debería estar al frente de la situación. El miedo ya se empezaba a apoderar de algunas de ellas porque sabían quiénes eran los familiares de los flow. El coordinador como autoridad en ese momento en el colegio quedó al tanto de la situación. Él es una persona atenta y muy organizada. Se le recuerda por los sombreros con los que usualmente iba al colegio. “Él me dijo que muchas gracias por informarle”. Unos, no sé, 45 minutos después llamaron a Jennifer para ir a coordinación donde la esperaban “los jefes” de los flow: Felipe y Mamingo.

“Los pelados estaban como azarados, mirándome feo.

Me supuse que era por eso, el coordinador les dijo que yo los había pillado pidiéndole plata a los niños y que se tenían que atener a las consecuencias. Yo me fui para el salón, al igual que ellos”. Esa fue el acta de despido de los flow, pero también fue la declaratoria de guerra entre la familia de los muchachos y Jennifer. La personera se asustó, no por ellos, aunque fueran unos jóvenes que ya actuaran como maleantes y tuvieran pinta de tal, sino por los tíos y primos que son los jefes de la banda La Capilla, uno de los combos de la ciudad que cada tanto tiene enfrentamientos por la lucha del poder con otros combos del sector de Belén. Los tíos de los flow no son los únicos, las mamás son conocidas como unas mujeres recias y violentas; que también ayudan a expender droga al combo de su familia. Ya son reconocidas como las más jodidas. En el último gran enfrentamiento, en enero de 2013, la banda La Capilla arrojó un petardo artesanal por un callejón, que al explotar dejó un menor de edad y cuatro mujeres heridas, quienes no tenían nada que ver con el conflicto.

Ese día cuando estaban en la oficina del coordinador los tres reunidos, Jennifer confirmó —sin titubear— su denuncia sobre las vacunas de Felipe y Mamingo a los niños del colegio. “El uno estaba mirando para el piso y el otro me miraba feo, como todo enojado”. Felipe es más alto que Mamingo. Ambos usan pircings en las cejas, pero Mamingo tiene la boca grandota. Jennifer se ríe. Mamingo tiene de foto de perfil en Facebook la imagen de La Rosa Mística de las que cargan los Caballeros de la Virgen, pero un par de imágenes más adelante tiene la de un par de sicarios en una moto con la leyenda “Señor: cuídame de mis amigos que de mis enemigos me encargo yo”.

Jennifer no le dijo nada a ninguna de sus compañeras del grupo de la personería. Todas estaban muy asustadas y le repetían, y le repetían haber cometido el error, casi pecado, de haberse metido con esos muchachos.“Yo tenía susto pero no lo quería demostrar” entonces seguía normal con mi labor de personera. Pasaron dos semanas en las que cruzaba con al lado de los flow y siempre miraban feo a Jennifer. La personera nunca le hizo caso a unas miradas feo, “hasta que me mandaron a decir con mi papá que me callara la boca, que renunciara a la personería, que me iban a matar”.Asunto familiar

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“Mi papá por evitarme un problema, no me dijo nada, pero sí me advirtió que él no quería que me pasara nada malo, que por favor renunciara a la personería, que dejara esas cosas, que no me metiera en problemas que no tenían que ver conmigo”. Jennifer nunca supo dónde, ni quién, ni cuándo, le había dicho eso a su padre. El susto fue mayúsculo cuando lo vio llorando. La reunión con los dos jóvenes del grupito que perseguían a niños menores para darles palizas e insultos si no pagaban una cuota que debían sacar de unas cuantas monedas o billetes desordenados guardados en el bolsillo para completar su lonchera había quedado atrás. Jennifer se imaginó que esa situación había sido para los flow un regaño más y la vida seguiría normal. No fue así. Cuando vio a su padre llorando, rogándole que por favor dejara a un lado en lo que estaba metida, entendió que la orden de matarla había trascendida a los propios de la banda. Se sentía todo un objetivo para ese combo.

Aunque familias enteras —hayan asesinado generaciones enteras de juventudes y cobrado eternas venganzas—y que esas familias tengan a sus hijos estudiando, la educación no ha logrado que se rompa ese ciclo perverso — y que parece eterno— de la violencia. Siguen creciendo malandrines.

La primera y más importante escuela es la casa y en esta ciudad hay niños que nacen un hogar donde se expende vicio, se maltrata a la mujer y se come con plata ilegal.—Discúlpeme yo sé que usted está ocupado, pero yo creo que esto es importante.

Fue un lunes cuando Jennifer le dijo eso al coordinador, quién había acarreado todos los problemas de la institución luego del retiro de los rectores. La personera recuerda que era lunes porque ese día tenía filosofía. De nuevo se llamó a los flow para decirle que ella tenía el respaldo de todos los profesores y directivos “pero pues, eso y nada”.

“Al otro día también hablé con el coordinador y me dijo que me respaldaba y me dijo que hablarían con las mamás de los estudiantes, y efectivamente lo hicieron, pero eso y nada, si ellas son las más involucradas”. Esto parecía no tener un arreglo por la vía civilizada. Ese comportamiento abrió un debido proceso como lo establece el manual de convivencia. El despido de los

flow era inminente.

El susto de Jennifer fue mucho. “Quería marcar la diferencia, no dejar las cosas así”, pero le iba a costar; un valor que nunca imaginó tener que pagar. Lo que estaba viviendo parecía una condena por haber hecho lo correcto. Antes de firmar la hoja de despido de los flow le preguntaron ¿está segura? Todos conocían del prontuario y la hoja de vida de ellos; Jennifer no se iba a echar atrás a última hora y firmó.

Tras ese encuentro definitivo para el despido de dos de los integrantes de los flow no pasaría un mes para que llegaran más intimidaciones. Esta vez no sería una amenaza como una razón. Era de noche cuando

dos muchachos llegaron a su casa aprovechando que la puerta, como era de costumbre se dejaba abierta. Habían pasado las 8:36 de la noche y su madre y Jennifer estaban frente al televisor. El susto de la aparición de los dos jóvenes, les hizo olvidar hasta qué programa estaban viendo. Se pusieron pálidas.

La familia de Jennifer se sentía tranquila en su casa. Conocían los vecinos, tenían familia y habían vivido allí toda la vida. Por eso mantenían la puerta abierta. Era normal. —Con usted tenemos que hablar, le dijeron a Jennifer y cerraron la puerta duro. Muy duro. El primo de ella uno de los muchachos que ingresó a la casa le dijo sin compasión.

—Usted qué está haciendo con esos pelados, vea que a mí me llamaron que ya no se la aguantan más.—Sinceramente, no sé, yo simplemente hice lo que tenía que hacer como personera del colegio, le contestó Jennifer. —Por qué se pone con esas bobadas, qué le importa lo que pasa con los estudiantes, al fin y al cabo ninguno a los que le estaban pidiendo plata era familiar suyo, eso no le importa.

Jennifer aceptaba por primera vez en varios meses estar muy asustada. Su mamá estaba muy enojada y dijo “¿qué se creen, los dueños del mundo o qué?” el primo le contestó que de malas que ellos eran los dueños de la cuadra, le gustara al que le gustara y

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seguidamente dijo: hay dos soluciones. La primera es que renuncie a la personería y que haga hasta lo imposible para que vuelvan al colegio, y la segunda que se vaya del barrio.El susto incontrolable seguía cuando uno de los muchachos les dijo que llamara al coordinador desde la casa de ella. Por ese medio le contaron lo que estaba pasando. Luego tomó la bocina el primo para darle una razón y que le debía de quedar muy clara: “Vea parcero solo le digo una cosa, si usted quiere su vida, devuélvame ese pelado al colegio, porque nosotros lo último que queremos es que ellos se queden vagando porahí”. Jennifer se quedó sin saber qué le diría el coordinador porque él le dijo: ¡así quedamos! “Ya habían dado la orden de matarla”, le dijeron esa noche a Jennifer. Fue el mismo primo que irrumpió en la tranquilidad de la casa de la personera para dejarle en claro que se tenía que ir del barrio. Que tenía que ser una más de las desplazadas intraurbanas de la ciudad. — por esos días se denunciaba en el barrio y en Belén Altavista un toque de queda que también hizo que más de 25 familias entre 2011 y 2012 se desplazaran— a Jennifer aún le quedaba una culebra con saldar: las mamás de los pelados “ellas donde la vean, la pican. Así me dijo, literal”.

Según la Personería de Medellín se estima que en 2012 hubo 9941 personas obligadas a dejar su casas, cerca de 1500 denuncias más que en 2011 recibidas por el Ministerio Público.

Cuando los dos hombres se fueron, Jennifer y su mamá se encerraron en su casa a llorar como magdalenas. Ese día no durmieron. Quién duerme con ese susto. Cualquier ruido las perturbaba. “Yo al otro día fui al colegio y a la iglesia, a ambas tenía que tenía que ir caminando, “mis familiares me decían que yo para qué seguía saliendo que qué miedo, que de pronto me pasaba alguna cosa y entonces un martes, me acuerdo, una tía me dijo que me quedara en el Rincón que me invitaba a comer. Ese día me dijeron que habían ido las mamás de los pelaitos a mi casa”.Desde ese momento Jennifer decidió no volver al barrio, las mamás los flow no tendrían ningún consentimiento con ellas.

Al día siguiente llamaron a la hermana menor para que empacara todo la ropa posible en unas bolsas negras, como si fueran basura, la máxima ropa que pudieran

porque se iban del barrio; no se podían exponer más a que se cumpliera el ultimátum. Así quedó registrado este hecho por organizaciones no gubernamentales y defensoras de derechos humanos. “En abril de 2011 aumentó el control fuerte por los grupos armados del sector los Juaquinillos de Capillas de Rosario a la población que se movilizaba hacia la vereda el Manzanillo, entre ellas montarse al transporte público observando la clase de personas que viajaban allí e indagando a algunos jóvenes que no eran de la zona, quiénes eran y hacia donde se dirigían. Otra situación se dio en torno a la I.E (Institución Educativa) Capilla del Rosario, donde en sus alrededores se ejercía control en el acceso de los estudiantes para el tráfico de drogas; de hecho fue de conocimiento de la Secretaría de Educación municipal las amenazas a varios docentes y directivos, ocasionando el traslado de varios de ellos; además, algunos estudiantes hacían parte de estos grupos ejerciendo control al interior de la comunidad educativa; muchos estudiantes eran extorsionados obligándolos a entregar el dinero de las loncheras y otras pertenencias”. Control social que se tradujo en largas caminadas para algunos corriendo el riesgo de quedar en medio de los enfrentamientos entre combos u optando por sacar a sus hijos de estudiar, lo que se tradujo en una alta tasa de desescolarización.

Cuando salieron huyendo de su casa se fueron donde una familiar a Belén Rincón, un barrio cercano donde estaban. Ahí pasaron unos dos meses, en los que Jennifer tenía contacto con los profesores vía correo electrónico. Así terminó sus estudios y tuvo calificaciones sobresalientes en las pruebas de Estado. La tía que las acogió se convirtió en una segunda madre. La vida estaba empezando a retornar a la normalidad, hasta la prima que se tuvo que ir por la pelea en el colegio ¿la recuerdan?, les dijo a los del combo de La Capilla dónde se estaba quedando Jennifer. Desde ese día empezó a ver caras desagradables.

“Para evitar la fatiga nos fuimos para la casa de una tía en Castilla”, también al occidente pero más al norte de la ciudad. De nuevo tuvieron que salir corriendo a escondidas con toda la ropa empacada en bolsas porque el resto de pertenencia se quedó encerrado en la anterior casa.

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El drama del desplazamiento no es solo dejar todo tirado. No es la amenaza. Tampoco el miedo. Es dejar los lugares de arraigo. Es estar de arrimado. Jennifer y su familia estuvieron arrimadas, por seis meses, donde su tía. En ese tiempo tuvo que dejar de asistir a la iglesia donde lideraba un grupo de jóvenes. En la nueva casa, en el barrio Castilla las supieron acoger hasta que se hartaron de ellas y empezaron las humillaciones. Que la comida no era suficiente, que no abrieran la nevera, que por qué leche, quesito que eso era para el niño de la casa o que no había carne. Cuando no era con la comida fue con los quehaceres de la casa, hasta que llegó un día en el que no soportaron semejante humillación y se pudieron ir a vivir independientes. El de esta familia fue un desplazamiento más que no pudo ser registrado ante la Personería de Medellín, por lo que no pueden recibir ningún subsidio. Pero el miedo la inhibió, no sólo por las amenazas que recibió sino también por los familiares que estaban involucrados y los demás que estaban cerca a los responsables. Ya era la vida de toda su familia la que estaba en juego. Jennifer ya había cumplido su palabra: Defender a la Institución Educativa aunque le costara la vida. La personera aún no estaba a salvo. Falta algo más. Un día no soportó el exilio en su propia ciudad. Extrañaba sus compañeros del grupo juvenil de la iglesia y fue a visitarlos. A mitad de camino se subieron al bus unos veinte muchachos —de esos de la ‘Capilla’— a bajar gente que se dirigía al barrio. Dios me hizo invisible, jura ella. “yo era pidiéndole que no me dejara ver de

ellos porque qué miedo”, cuenta mientras agacha la cabeza y se tapa parte del rostro con las manos y su pelo como recordando esos instantes.

Esa noche, recuerda Jennifer, bajaron del bus a una pelada tan joven como ella, y seguían mirando por las ventanas y les advirtieron a los pasajeros sin importar si habían niños, adultos y mujeres. “No se azaren que no es con ustedes”, mientras bajaban a la mujer. Jennifer estaba presa del miedo y no podía huir ni por la puerta de atrás ni de adelante, cualquiera de esos hombres la podía identificar. No juepucha me mataron acá, era el presentimiento que tuvo esos minutos. Cuando bajaron a la otra muchacha se encarnizaron en ella; “le empezaron a dar pata, puño, de todo”. En ese momento todo el mundo se bajó y ella salió corriendo en un solo pique hasta la casa de su tía. Cuando le abrieron la puerta la tía la encontró pálida y llorando. Nunca más volvió a su barrio: Belén.

Por eso más bien no sale. La iglesia, la casa, la universidad. Ya. Esos son los sitios de los que ahora no sale Jennifer. Aunque ella nunca pudo ir a la ceremonia de grados, ni terminar con sus compañeros de estudio, logró pasar a estudiar a la Universidad de Antioquia. Hace ahora una nueva vida en casa propia en Castilla. La casa es mucho mejor, más grande y cómoda. “La cuadra es buena, la gente es muy amable”, pero Jennifer dice que quedó traumatizada. No le gusta salir de la casa, para nada, ni al balcón. Le da miedo ser testigo de algo y que le digan sapa, te voy a matar.

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Manrique es de los únicos barrios en Medellín que tiene gentilicio. Manriqueño. Así se le acusa a priori a cualquier malandro que se encuentre en el centro de la ciudad. —Ese debe ser de Manrique, se dice—. Ese barrio de obreros, que desde la década del cincuenta empezó su expansión en la montaña nororiental de la ciudad, hasta que no se pudo contener y perdió su trazado de calles rectas por las empinadas lomas para convertirse en un barrio de calles desordenadas y casas inconclusas; se ganó su mala fama en los años ochenta, cuando se empezaron a engendrar pandillas de sicarios a sueldo al servicio del narcotráfico. A La Terraza —una de esas pandillas— no le costaba poner un bombazo aquí y más tarde dispararle a aquel y a aquel otro y por qué no a uno más.

“A mí no me gusta escuchar que en Manrique solo hay marihuaneros, matones y ladrones. Manrique ha dado de todo. Desde los ladrones más finos —como decían de La Terraza—, hasta médicos, profesionales y artistas”. En Manrique hay grupos culturales muy reconocidos. La Escuela de Música o, por ejemplo, El balcón de los Artistas, quienes pasan por la ciudad robándose aplausos con bailes de tango y salsa con niños y jóvenes de la comuna. La que habla es Beatriz Elena Monsalve Hincapié. 57 años. Tres hijos.

En la institución educativa José Roberto Vásquez la quieren un montón. Es la señora de la tienda. Generaciones de egresados regresan a saludarla y a pedirle palitos de queso. Son un éxito. En ese mismo colegio estudia una de las mejores bailarinas de salsa del país, quien participó en un reality por invitación del cantante Marc Anthony. “Es que este colegio ha parido mucho talento”, dice como si el barrio los pariera, los criara y los sufriera.

La tienda de ella es una ventana amplia, de la que cuelgan los paquetes de mecato y en el mesón tiene la vitrina con todos los fritos: empanadas, panzerottis, pasteles de pollo y palitos de queso. Los más apetecidos y recordados palitos de queso — ese dedito de hojaldre con queso derretido le ha dado con qué ganarse la vida y cómo defender la vida—. A las ventas se ha dedicado desde hace 33 años, el mismo tiempo que lleva viviendo en Santa Inés, uno de los sectores más tradicionales de Manrique.

sin miedo al diablo

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Santa Inés queda a un par de curvas después del colegio, por la calle principal conocida como la antigua vía a Guarne. El barrio queda a mano derecha a lado y lado de una pendiente que termina en unas escaleras que se pierden con la perspectiva de lo empinadas que son. Al subir por esa calle se encuentran, por épocas, casas abandonadas producto de la presión de los combos —tras una masacre y dominio de uno de ellos se empezó el retorno, legitimando su presencia—. En los momentos más fuertes de confrontación ramos de flores marchitas enlutaban las fachadas de las casas del último asesinado. No faltan tampoco los impactos de fusil en las entradas de las casas. Calles con mensajes de navidad, puertas con el escudo de Nacional y Medellín que le podrían dar la bienvenida a una historia de abandono, de orfandad.

Beatriz vive en Santa Inés desde que está casada. En 2010 se le despertó por cuarta vez un instinto materno; esta vez por los estudiantes que tenían que jugársela entre balas para llegar a clase. Manrique era escenario de una guerra entre combos. Uno de los profesores le decía: Beatriz, usted es la mamá de los pollitos. Los polluelos en su mayoría cursaban el último año y vivían del colegio hacía arriba, por donde se hacía más cruenta la guerra. Ninguno de ellos podía llegar por la calle principal. Cada bando se dividió el barrio y los de abajo no querían ver a nadie de la parte de arriba. Así que ellos debían tomar una ruta distinta para llegar a la escuela. Más larga, pero más segura.

Cuando se dice guerra no se exagera. Jhon Edison Zapata Giraldo apenas cumplía 20 años y ya la estaba viviendo en el barrio que lo vio crecer, pero fue allí mismo donde sobrevivió mientras muchos compañeros cayeron en “una guerra en la que no tenía nada que ver, como en toda guerra”. Es casi hora de almuerzo y Jhon está en la tienda de Beatriz. Estaban hablando como de costumbre. El joven es moreno de contextura gruesa, viste una camiseta blanca con un estampado del corazón de Jesús — la misma imagen que se repite en muchas salas de familias antioqueñas— lleva también una camisa oscura sobre la camiseta. Hace un calor impresionante. Hace memoria.

Él le ayuda a recordar esos días de 2010 a doña Beatriz en los que llegaban juntos a la casa. La motivación, en su principio, fue necesidad. Beatriz sentía miedo después de mucho tiempo. Y ella vivía allá arriba, la

conocían. ¿Cómo se sentirían los muchachos? Así que dos de ellos se hacían en una esquina de la tienda —como una criatura recién nacida busca el seno de su madre en busca de protección —, así esperaban la hora de cierre para irse acompañados hasta sus casas. De dos jóvenes que buscaron la compañía terminaron quince en el grupo. Otros, buscaron un cambio de colegio para no tener que cruzar esas líneas impuestas por los ilegales y arriesgar su vida. Para que la noche no se hiciera más oscura algunos le ayudaban a Beatriz a cerrar la tienda y se iban quedando uno a uno en sus casas.

Cada noche sin falta se hacía el mismo recorrido. “Dejábamos uno, y seguíamos y seguíamos hasta que ya”. Ese ya es un suspiro de descanso, del descanso de un día más en los que podían llegar a casa a descargar las maletas y saludar a sus familias. En Medellín cuando la situación de violencia está muy complicada se dice que ese sector está muy caliente. Manrique, en el 2010 estuvo ardiendo. Los estudiantes con uniforme y maleta al hombro, se sentían desprotegidos en un barrio muy caliente. Pero como dice Beatriz: “Al diablo no le han puesto calzón”.

Entre los quince jóvenes que caminaban por esas calles empinadas se iban cuidando unos a otros sin olvidar el riesgo al salir de clase. El miedo es más fuerte cuándo uno se siente solo. En la noche se sentían las armas disparar y el tronar seco de las balas. En ese momento se escondían para saber de dónde disparaban. —Te acordás un día que subíamos y una balacera, no sabíamos dónde escondernos, recuerda Beatriz con las manos dentro de su delantal blanco. —Mj! Asiente Jhon.

Esa noche cada uno empezó a camuflarse entre el escenario que iba encontrando como si estuviese en medio de una guerra urbana. Una acerita, un carro, la esquina de una casa, todo les servía para protegerse de una bala perdida de ese enfrentamiento con armas largas. Hasta que todo se hizo calma y pudieron seguir el recorrido. La mamá de Jhon sufría cuando su hijo debía llegar a la casa solo. Descansó un poco cuando supo que subía acompañado de doña Beatriz. Esa misma compañía continuó hasta que los estudiantes de once — del que eran la mayoría— se graduaron. Hasta que la guerra paró.

A ninguno de los jóvenes protegidos por Beatriz les pasó algo que lamentar. En varias ocasiones se encontraban los muchachos —son los mismos jóvenes que cuidan el barrio y están ligados al combo de la zona— son la autoridad y ellos mismos piden que les llamen así. Esos muchachos observaban a una distancia prudente como pasaban los muchachos acompañados de la señora de la tienda.

Un día, como cualquier otro, los muchachos los detuvieron para preguntarles porqué uno de los compañeros que usualmente los acompañaba en su recorrido, ese día, no estaba ¿Quién es que era? Se preguntan sin lograr recordar quién había faltado a clase esa fecha. Por los estudiantes que iban acompañados de Beatriz hasta su casa hubo un respeto, un respeto que no garantizaba no tener miedo.

El recorrido iba por la 39 hasta Baldomero, unas quince cuadras. Sabían por dónde no se podía cruzar, por donde empezaba un territorio vedado por la gaga. La metralla que cuando se dispara no hace sino sonar tatatatatatatá.

A consideración de Beatriz los muchachos sí le tienen respeto al colegio. Muchos de ellos pasaron por sus aulas, sus familiares y vecinos siguen yendo allí a prepararse para la vida. Ellos tomaron otro camino pero siguen recordando sus días en el colegio. “No han venido nunca a matar a alguien aquí”, es el ejemplo que pone para ilustrar su afirmación; y recuerda también cuando hubo una época en la que un grupo de alumnos, de los más indisciplinados, les dio el arrebato de tener el balcón del tercer piso como un arrojadero de pupitres que caían hasta el patio central.

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En una ocasión, desde afuera de la escuela, en la cancha que está enseguida unos muchachos, vieron como tiraban los pupitres y de inmediato se acercaron a averiguar por el responsable de semejante bromita. Por dañarlos, rebeldía, lo que fuera; a cualquiera ya le daba miedo caminar en su propio colegio. Cuando llegaron los muchachos les dejaron muy en claro a los estudiantes: Ustedes tienen es que cuidar el colegio. Desde ese día, esa costumbre de tirar pupitres por el balcón no se repitió más.

Entre esos estudiantes que han dejado las aulas para irse por el camino torcido, Beatriz recuerda la historia de un alumno que salió justo de clase para cometer un atraco. Nunca regresó. La vuelta no salió como la tenían planeada. El estudiante inteligente que conocía había muerto. “Pero como usted sabe, la inteligencia se maneja para dos cosas: lo bueno y lo malo”. De otros pensó que por su pelo largo, taches y desobediencia se iban a perder en ese camino, pero —afortunadamente

se equivocó—han regresado a su tienda, irreconocibles. Hechos unos señores o unas señoritas. Muchos pasan por la etapa de molestar, cansoniar, joder la vida. Beatriz con el cariño que les tiene los deja que molesten, sabe que van a madurar y superar esa etapa. En Manrique, como en Medellín, la violencia parece cíclica. Por estos días el barrio está en calma. No se han presentado más enfrentamiento ni grandes titulares de prensa en los que se refieran a la comuna 3 —Manrique— como un lugar con problemas de seguridad. Aunque entre los cerca de 138 combos que la Policía dice tener algunos de ellos están en este barrio, pero no tienen una disputa directa por el territorio. Jhon y Beatriz, como los otros más de 148 mil habitantes de la comuna la pueden caminar a su gusto. Recorrerla por donde antes no podían, ver los rostros de quienes antes no conocían. Jhon se conoce muy bien el barrio. Le gusta dejar testimonio de ello en sus suelas. Caminarlo y caminarlo

y saber por dónde camina. Ir al parque de Guadalupe, recorrerse la 45 para recordar que Manrique también es tango.

El fútbol despierta pasiones. A undécimo del José Roberto Vásquez la pasión estaba en jugarlo. “Éramos como adictos al fútbol” diría Jhon, pero por dedicarse a correr tras la pelota se desmejoró el nivel académico, el grupo se hizo más unido para recuperar lo perdido y tener un espacio para olvidar la realidad. Se empezaron a reunirse, a hacer grupos de estudio, a ayudar al desentendido. Los trabajos se hacían en el mismo colegio para no verse por fuera. Es que había lugares a los que no se atrevían a ir por la violencia, si me entiende —me dice Jhon—. En la biblioteca o en la sala de cómputo no corrían peligro y a todos les quedaba fácil, o por lo menos, a la misma dificultad. Porque por esos días llegar a la escuela no era fácil.

La guerra duró casi dos años. Beatriz convidaba a unirse al recorrido a quienes tuvieron como primera opción huir. Ellos contestaban “a ustedes que no les da miedo, pero a nosotros sí”. El refrán que se dice y se repite es “el que nada debe, nada teme”, pero es que no se podía confiar en él, en la misma proporción que no se podía confiar en los muchachos que ‘cuidaban’ el barrio. La tranquilidad solo llegaba a la mente de Jhon cuando se sentaba en su pupitre.

Era un ambiente diferente. La alternativa era la recocha, la risa entre compañeros y la atención a la explicación de un profesor. No solo se iba a clase a aprender. Se iba a olvidar que en Manrique había una guerra. No se iba a aprender sobre fronteras geográficas, también se iba a olvidar que en Manrique había fronteras ilegales que no podían cruzar. No se iba a aprender de ética, se iba a olvidar que en las noches —en su barrio— se mataban a bala. Se iba a olvidar por un instante —porque la cotidianidad era otra cosa— que en el barrio había una guerra “en la que muchos inocentes estábamos en la mitad de ella”. “Lo que pasa es que uno trabajando en la tienda aprender a querer a los muchachos”, muchos de ellos al graduarse también se van con una gratitud con ella. Por sus regaños en la fila antes de comprar el mecato del descanso. Si Beatriz ve que se están peleando, con seguridad los regañará “¡oigan, no demuestren que somos de Manrique!” No solo los alumnos tienen gratitud con el colegio, también sus padres, porque

la institución educativa José Roberto Vásquez lleva cincuenta años educando en este barrio.

Para vivir por esos años Beatriz y su familia también necesitaron de ayuda divina. Cuenta con voz pausada mientras su hijo —Camilo— de unos 20 años escucha desde un rincón de la tienda al tiempo que intenta concentrarse en la pantalla de su computador portátil en el que hace un trabajo de la universidad. No ha modulado ninguna palabra mientras su madre cuenta cómo los muchachos lo requisaron para ver qué llevaba en la maleta de la universidad. Nunca le hicieron daño. Pero Beatriz se prepara para contar el momento más duro para los dos y le pregunta a su hijo si él quiere hablar de eso.

—Usted es la de la buena memoria mujer. A mí me pasó eso, pero de las cosas malas yo no me acuerdo. Con esa respuesta se le escucha su voz gruesa y rancia. Cuando su madre empieza con la narración de ese infortunio. “Es que había una balacera…” y su hijo tenía que salir a una cita odontológica. Cuando se asomó corrió un par de cuadras hasta una tienda. Un poco más abajo lo pararon los muchachos. Los mismos que vigilan el barrio. El haber corrido era suficiente motivo para ser interrogado. Por qué el miedo. Obvio, por las balas. Estaban en Santa Inés y los muchachos lo agarraron para llevarlo al Desierto. —una cuadra cercana, que como si fuera un nombre premonitorio, no salía nadie con vida luego de llevarlo a una casa de tortura (conocida como la Casa del Terror y derrumbada por el exalcalde Alonso Salazar) —. “Gracias a Dios apareció un ángel”, se trataba del muchacho que le llevaba los palitos de queso a la tienda y les dijo: — Suéltenlo, él no tiene nada que ver, es el hijo de la tendera del colegio.

El orden del recorrido era: primero Duvan, Pinillo, Camilo y Jhon que viven cerca de Beatriz, la última en quedarse. La imagen de Jhon cuando llegaba a su casa era abrazar a su madre. No era un abrazo tímido, era extendido, como si estuviera de regreso de un viaje largo. En momentos de riesgo es cuando más se aprende a valorar la vida. En el segundo piso de Jhon vive su abuela. Era la segunda en saludar. Más tarde descansaba, en su cama, de una jornada de siete a siete que pasaba en el colegio. Por último, las tareas. Antes de dormir, Jhon hacía una oración por los compañeros

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que subía con él para que a ninguno le pasara nada. A ninguno le pasó. “Uno se siente orgulloso de ellos, al menos no están en cosas malas” —afirma—, mientras cuenta que algunos ya están trabajando, otros están en estudios universitarios y él busca las prácticas de negocios.Esa noche fue terrible.

Era un viernes. Desde temprano ya se escuchaban rumores que esa noche, justo a las ocho de la noche,

darían bala. ¡Tenemos que irnos rápido! ¡Tenemos que irnos rápido!, decían. Cuando iban llegando a Santa Inés, Beatriz luego de dejar a Pocho vio “un gentío en la calle” y se preguntó. Hoy, veinte de agosto, ¿qué celebración hay? ¿Están marchando? Un segundo más cuando miró con más detenimiento cómo había hombres y mujeres con el rostro tapado cargando palos, machetes, armas de fuego, Beatriz se preocupó y corrió para estar a salvo.

Un informe de la Alcaldía de Medellín aseguró “la vida socio-económica del sector se vio seriamente afectada, algunos padres y madres de familia dejaron de enviar a sus hijos a la escuela por temor de nuevos enfrentamientos armados”. Para controlar esa situación fue necesaria la intervención de la policía con los antidisturbios y grupos élite que reforzaron la seguridad en el lugar en los días posteriores. Pero como lo detalla el informe, se evidenció connivencia de la fuerza pública con los integrantes del combo

del Desierto que perdió a uno de sus hombres en el enfrentamiento con una facción de integrantes de La Terraza. Por esos días fueron varias las asonadas que hubo en la ciudad.

Eso fue de lo más horrible. Qué miedo —recuerdan—. Las otras noches subían por esas lomas esparciendo a cada uno de los pollitos “sabíamos que habíamos cumplido una bonita labor al acompañarlos”. La única iniciativa valiente que había para romper las fronteras ilegales, para vencer el miedo, no fue la de Beatriz, la señora de la tienda de la institución educativa José Roberto Vásquez. Allá mismo, debido a la deserción escolar salieron a gritar por las calles de Manrique con pancartas y camisetas blancas para rechazar la violencia. Para alzar la voz y decir no más. Un basta. “Yo siempre les he dicho en mi casa, que yo no admito los fracasos, que tenemos que luchar y luchar, y si fracasamos tenemos que volvernos a parar”, dice Beatriz. Y más cuando se conoce lo que es ser mamá y cuidar por el bienestar de sus hijos con la sensibilidad de una madre.

Los viernes, excepto el día de la asonada, eran diferentes. Esos días, Beatriz invitaba a sus pollitos a comer empanada, solo ese día se detenían en el camino. Las demás noches subían riéndose por unas calles que con las noches iban quedando solas. Con esas risas intentaban olvidar que en Manrique había guerra. Hablaban de lo que ellos querían ser. Nos reíamos. Beatriz les decía “muchachos cuando triunfen se acuerdan de mí”. La risa era de lo más simple. Porqué él era gordo o aquél orejón. Con esas carcajadas daban un paso más para llegar a la casa.

Con el suba y suba con el que se camina por las calles de Manrique se iba buscando como cambiar un ambiente que se sentía hostil. Uno de los compañeros llevaba siempre consigo una guitarra —que no la sabían tocar, recuerda Jhon— la tocaban para payasiar, para simular cantar. Esa música podía hacer una burbuja por unas calles solas, oscuras, y en ocasiones mojadas, para sofocar el infierno de la guerra.

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El tiempo ha pasado, desquiciado Juan Pepito Bandolero – Ojos de Asfalto

cruelUn cuento

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Desde esta escuelita se ve muy cerca el cerro Pan de Azúcar. Allí hay un letrero en letras blancas y mayúsculas que dice paz; pero es una ironía.

En Villatina, un barrio en la comuna 8 y extremo centro oriental de Medellín siempre hablan de paz porque están curtidos de la guerra. A la entrada del barrio por una calle conocida como La Estrechura, porque apenas cabe un carro y es en doble sentido, hay un grafiti que dice “no hace falta la violencia para hacernos respetar”. De fondo, se identifican unas lápidas de cementerio. Cada uno de los grandes sucesos que han marcado el barrio, tienen algo que ver con la guerra.

El primero fue un deslizamiento de tierra en 1987 que desapareció a unas quinientas personas. Un domingo de finales de septiembre a las 2:40 p.m. se vinieron sobre unas setenta casas más de veinte mil metros cúbicos de tierra que dejaron a más de mil setecientas personas damnificadas. En una de esas casas había una piñata. La montaña rugió y no hubo tiempo de correr. La desgracia se les vino encima. Esta ha sido de las tragedias que más han manchado de dolor la historia de Medellín y de sus gentes más marginadas que se asientan en las laderas de la ciudad. Por eso en el obturador de fotógrafos y la memoria de testigos quedaron miradas envueltas en lágrimas que miraban al infinito sin esperanza y manos que con uñas hurgaban en busca de los cadáveres de familiares. Muchos sueños de infancia se quedaron ahí. Muchos lo perdieron todo. La pobreza misma que era la única que los acompañaba.

Después del entierro de los cadáveres que lograron encontrar, vino la declaratoria de campo santo del lugar. Más tarde los señalamientos de responsables del deslizamiento. Aún muchos están convencidos que fue producto de una explosión de un supuesto campamento de una célula guerrillera del M19 asentada en la parte alta del cerro y que hacía proselitismo para reclutar jóvenes a su causa, pero esto no se pudo comprobar nunca y quedó como uno de los desastres naturales más grandes y dolorosos que ha tenido la ciudad, debido a las conducciones de agua que se filtraron y desestabilizaron el terreno.

Los damnificados del desastre se tuvieron que refugiar por un par de semanas en la escuela del barrio que quedó en pie, pero detuvo sus funciones académicas

para recibir a los damnificados. Del hecho queda un mural subiendo las escalas de la escuela, la imagen de una familia saliendo de los escombros para ver un mejor futuro ocupa toda la pared.

Cuando apenas el barrio se recuperaba del deslizamiento, llegó la masacre de Villatina. A finales de los 80 y principios de los 90, el barrio, como la ciudad, vivía una intensa guerra de pandillas juveniles. Igual se distribuían el territorio y trabajaban al servicio del narcotráfico como sicarios a sueldo en una época en la que el capo Escobar daba hasta 2 millones de pesos por policía al que se le diera de baja. Era la época aciaga de Medellín, la ciudad más violenta del mundo con 381 muertes violentas por cada cien mil habitantes. Aún con la guerra del narcotráfico en México o Centroamérica y con Medellín por fuera de las diez ciudades más violentas del mundo, ninguna de las que ahora encabeza el listado ha superado esa cifra de muertes que se vivieron en 1991.En una misa celebraba en el Campo Santo en conmemoración de los 25 años de la tragedia recibieron otra noticia igual de desconcertante, cuando con la presencia del alcalde se les informó que habían encontrado a dos jóvenes que desaparecidos muy cerca de allí el día anterior El dolor se volvió a apoderar de Villatina cuando supieron que en Villa Lilliam, otro barrio cercano de la comuna 8, habían sido encontrados descuartizados los dos menores.

Stiven García y Brayan Giraldo eran recreacionistas cuando unos hombres se los llevaron desde el sábado a las 3 de la tarde. Según algunos testigos se fueron con las manos atrás y cabizbajos como si supieran el fin que les esperaba. Al finalizar la misa un líder comunal dio la noticia por el micrófono se empezaron a escuchar esos gritos dolorosos y desgarradores de los presentes. Ese fue un nuevo día de luto para Villatina. Ambos estudiaban en la institución educativa San Francisco de Asís, desde donde se lee el letrero que dice paz en mayúscula.

Después del deslizamiento vino otro capítulo tan doloroso como el anterior. Según testigos de la masacre y que hablaron con la prensa, la masacre se cometió desde tres carros; dos de ellos lujosos y el otro un campero. A eso de las 8:50 de la noche los autos se detuvieron en el cruce de la calle 54 con carrera 17, muy cerca de la iglesia Nuestra Señora

de Torcorona de Villatina donde oficiaba desde hace un tiempo el sacerdote Sergio Duque. Unas doce personas que descendieron de los vehículos obligaron a seis jovencitos, miembros de un grupo parroquial, a tenderse en el piso. Les empezaron a disparar a quemarropa. Sin discriminación. Una niña que no estaba en el primer grupo pero fue testigo también fue acribillada.

Ricardo Alexander Hernández, de 17 años; Ángel Alberto Barón Miranda, 17; Marlon Alberto Álvarez, 17; Nelson Dubán Flórez Villa, 17; Geovanni Alberto Vallejo Restrepo, 15 y Jhony Cardona Ramírez, 17 años. Todos estudiantes de noveno y décimo grado de bachillerato. Los otros tres muertos fueron Johana Mazo Ramírez, 8; Oscar Andrés Ortiz Toro, 17; y Mauricio Antonio Higuita Ramírez, de 20 años, obrero. Según el sacerdote Sergio Duque muchos de ellos habían pasado por la escuela San Francisco de Asís pero se tenían que pasar para otra porque allí no había bachillerato.

Los niños y jóvenes se reunían los sábados en la tarde con las Hermanas de la Asunción, con quienes preparaban actividades comunitarias y de caridad. El sacerdote de la comunidad dijo a la prensa de la época— con los ojos encharcados— “no sé quién ordenó este crimen, pero lo único cierto es que ello no resuelve nada ni le sirve a nadie”.

El sacerdote Sergio Duque llegó a Villatina en 1989. La iglesia del barrio sigue pareciendo una capilla, por más que el número de feligreses creció a medida que el barrio se encaramó en las laderas. Esta no es una iglesia como las otras de la ciudad que es al estilo republicano en un parque principal, ésta no tiene nada; solo una calle larga que parte al barrio en dos y al fondo el Campo Santo. Sergio Duque hoy es Vicerrector de la Universidad Pontificia Bolivariana, lo primero que recuerda de su llegada a Villatina es que era una comunidad con amor y muy unida gracias al trabajo de la Pastoral Social y grupos de la sociedad civil.

“Yo era de los únicos, junto con las hermanas de la Asunción que me podía mover por toda la comunidad” pues por la época también se implantaban los dominios territoriales pero no se les conocía como hoy se les llama: fronteras invisibles. El sacerdote cansado

de celebrar más entierros que bautizos empezó con un voz a voz. En cada entierro de hombres de —bando y bando— caídos por la violencia, les decía a sus familiares y amigos: “Muchachos que este sea el último”.

El curita, como le decían algunos en el barrio, tuvo que luchar mucho para conseguir eso. El año en el que él llegó — recuerda— hubo cien muertos, de esos setenta y siete fueron asesinatos de jóvenes. Le sacaba el quicio ver como ese barrio que inició como una invasión y ahora estaba sobrepoblado se desangraba; más rabia aún le daba saber quién asesinó a cada uno de los jóvenes que despedía en su iglesita y no poder hacer nada. Eso, justamente eso, le daba ira. “A mí me dolía mucho y me dolía la venganza porque todos esos que se mataron entre ellos, ninguno tenía derecho a eso; primero porque Dios es el único dueño de la vida y segundo, porque ellos habían asesinado”.

Por ejemplo una vez vio cuando iban a rematar a un muerto en su propia iglesia. Habiéndolo matado le querían dar más en el cajón. En ese momento el padre Sergio Duque interrumpió la eucaristía y los feligreses no sabían qué pasaba, ni porque el padre salió hasta la puerta. La razón fue que vio desde el altar como bajaban armados por esa calle larga los del bando contrario a rematar el muerto. Él los detuvo y les pidió que respetaran la iglesia mientras los familiares se escondían y llamaban al ejército.

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No fue la única vez. En el entierro de las víctimas de la masacre de los niños sucedió algo similar. Momentos antes de iniciar la ceremonia en la que se despediría a los niños y jóvenes asesinados se escucharon varios disparos que convirtieron ese momento en una nueva escena de terror. “La iglesia estaba repleta y afuera en tres cuadras se agolpaban alrededor de dos mil personas. El pánico fue más fuerte que el respeto a la muerte: todos corrieron en distintas direcciones, llevándose por delante hasta los ataúdes”, dice un reporte de El Tiempo.

La indignación de la gente estaba porque se había acabado con reconocidos jóvenes que estaban luchando por sacar su barrio adelante. Así se dice, como un sueño común, en las barriadas más pobres de Medellín entre pelados que quieren salir con su familia de la miseria.

Esa misa sirvió para que el padre pidiera por los parlantes una detención inmediata de la violencia. La comunidad se unió en torno a un propósito común: conseguir una verdad, una respuesta, una reparación. Esa petición se vio reflejada en más de tres mil firmas recogidas para que se iniciara la investigación del crimen de los menores y no quedara en la impunidad como tantos otros; porque parecía que se fuera permisivo con esos asesinatos, porque al fin y al cabo se estaban matando entre pobres.

Pese a los momentos tan tensos por los que tuvo que pasar el padre Sergio Duque, él recuerda es las sonrisas, las miradas, el esfuerzo y el compromiso de los jóvenes de Villatina, entre ellos quienes fueron vilmente asesinados. “Eran de un dinamismo y un sentido comunitario muy grande”. En lo siete años en los que el padre estuvo en Villatina pasó en su orden por el dolor del derrumbe, ahí estábamos saliendo, después el dolor de la violencia, la alegría del proceso de paz, el dolor de la masacre, el sigamos para delante vamos a aclarar la verdad de esto.

Antes de la masacre, el padre había logrado algo histórico. Un cese a hostilidades entre las pandillas del sector. Ya las gentes del barrio no tenían que dar vueltas inmensas para ir a la escuela o al centro de salud, podían caminar libremente sin miedo que les fueran a dar un tiro cuando menos lo imaginaran. “Dejemos que los niños vayan a jugar a la cancha y que

los de allí vengan al centro de salud y que todos puedan venir a la iglesia, todo esto es de todos, hablemos”, les decía a los jóvenes que se encontraba en las esquinas del barrio sin importar su bando. Esto fue antes de la masacre que el padre fue abonando el terreno, ayudado por un trabajo comunitario para arreglar sus propios problemas. Los diálogos informales con los muchachos de las pandillas fueron avanzando en la construcción de confianzas. Hasta que el padre les hizo la invitación para reunirnos en su pequeña iglesia pero ellos dijeron que no, que allá no, que el lugar adecuado sería la escuela. En un salón de la institución educativa San Francisco de Asís, cerca de ochenta personas de las 14 pandillas llegaron a la reunión. Al encuentro también llegaron las novias y las mamás de muchos de los integrantes de esos grupos. A la entrada de la escuela los recibieron líderes comunales, religiosos y educativos. Al estar todos reunidos se inició con una

oración de la biblia llevaba por el padre. Muchos de los integrantes de combos se postraron ante ella y se arrodillaron en señal de contrición. La escuela en Villatina no solo sirvió para enseñar sino también para arrepentirse. Después cada uno empezó a decir en qué quería que terminara la conversación y qué aportaría. Todos se comprometieron delante de la biblia y la gente que querían respetar la vida. A no dar más bala.

El cuento se regó por la comunidad. Muchos caminaron por las cuadras de su barrio que no conocían. Salían de noche. Festejaban. Se saludaban. Veían caras que jamás habían visto por llevar meses encerrados en cuatro paredes. Creyeron en el pacto de paz que había logrado el párroco. “Eso fue casi como un barita mágica esa noche, la gente que vivía encerrada, caminaba por la calle, y fue muy oportuno plantear que arrancábamos ese día con una semana

cultural”, recuerda desde su oficina Sergio Duque más de veinte años después.

Sin muertes violentas la tregua duró hasta la masacre, es decir casi dos años. Después de eso se generaron de nuevo desconfianzas en todos los niveles. Y no es que los muchachos se hayan rearmado —porque nunca hubo desarme ni se habló de eso en la reunión en la escuela— simplemente se recordaron viejas rencillas. Lo único que evitó que pasara algo peor fue la unión de la comunidad por la búsqueda de la verdad de esa terrible noche del 15 de noviembre de 1992 en Villatina.

El Estado pidió perdón en 2002 y tuvo que hacer una reparación colectiva e individual a las víctimas tras haber llegado a un Acuerdo de Solución Amistosa tras una demanda ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. En esa ocasión, en un parque lejos del barrio, el escultor Edgar Gamboa le entregó a las víctimas la obra con la que el Estado hacía la reparación colectiva: una niña saltando cuerda mientras un niño sostiene una grabadora y otro lleva una bicicleta, todos encerrados por un globo. La obra está en un parque en el que ahora se pierden muchos jóvenes pero en las drogas y el alcohol, donde pocos recuerdan la masacre. Donde se le da la espalda a Villatina.

Por la masacre no se judicializó a nadie. Solamente en 1997 fueron destituidos por la Procuraduría General de la Nación tres policías de la Sijín por su vinculación en el asesinato de los jóvenes de Villatina. “Al parecer, el grupo que cometió el múltiple crimen buscaba venganza en la comuna nororiental porque supuestamente de esa zona salían los sicarios pagados por el cartel de Medellín”, aseguró la prensa de la época.

“Miedo. La gente vivía enclaustrada. Hemos regresado a los años del 89-90. Pero con menor índice de homicidios, pero así era”, dice el padre Sergio Duque cuando dice que las redes y el trabajo comunitario se han deteriorado. En los primeros años de 1990 se hablaba de Mesas de Trabajo por la Paz que buscaban un desarme y ahora el alcalde Aníbal Gaviria lanzó la Consejería para la Vida, la Reconciliación y la Convivencia con los mismos propósitos. Es una situación muy similar.

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Hoy los niños de las escuelas — y hasta de las escuelas de música están hacinados por el miedo—. En Medellín se dijo que quien empuñara un instrumento nunca empuñaría un arma. Pero los jóvenes que quieren hace música no pueden ir hasta el lugar donde ensayan. Así pasó en junio de 2012 cuando la escuela de Villatina cerró las puertas por dos semanas consecutivas por la situación de orden público que se vivía en el barrio. Por esos días las fronteras invisibles parecían unas verdaderas murallas intransitables para extraños o habitantes de otros sectores, razón por la que las familias dejaron de enviar sus hijos a la escuela, en cualquier momento podía iniciar una balacera que acabara con cualquiera de los jóvenes que fuera camino a empuñar su instrumento. El arte no lo iba a proteger eternamente de la muerte estos 111 niños.

A la escuela de música no fue el único lugar del que se apartaron los niños y jóvenes, quienes se quedaron enclaustrados en sus casas por el miedo a morir. Un mes antes, desde mayo, las balaceras en la comuna 8 no cesaban. El 22 de mayo de 2012 asesinaron un joven en la entrada de la institución educativa Vida para Todos. Eso hizo que se detuvieran por unos días las clases en esa institución, ubicada en un sitio estratégico en el enfrentamiento entre combos. Los profesores también manifestaron su miedo por amenazas que llegaron hasta ellos.

El miedo entró por las aulas. La institución educativa Vida para Todos ubicada en todo Caicedo —cerca del sector conocido como Tres Esquinas— quedó desolada como también una cancha sintética recién inaugurada y en la que los primeros días había que reservarla con días de anticipación para jugar un picadito de fútbol. El miedo siguió expandiéndose por los rincones de la comuna hasta meterse en los tuétanos de quien por más que se encubriera con las cobijas para no ver el miedo a los ojos, le llegaba a su trinchera —entre colchones para proteger su casa de las balas de fusil que se disparaban aquí y allá—.

Así quedaron registradas las voces de padres de familia de la institución educativa Vida para Todos en la preocupación ante Secretaría de Educación y Personería. El temor era mayo pues días antes habían advertido que al interior se estaban reproduciendo las dinámicas del comportamiento de los combos.

Una madre de familia está muy asustada porque no quiere que el sector regrese al estado que estaba hace diez años, que ella no quiere volver a vivir esta misma situación. La señora Arelis dice que el ejemplo de las familias se ve reflejado en la institución educativa y en los comportamientos de los jóvenes. El señor Martín dice que la fuerza pública es corrupta, que a veces hay miedo y zozobra en todos los habitantes del barrio.La rectora que estaba al tanto de la situación hasta ese

momento aseguró que a inicios de mayo ya se habían retirado por esas razones más de 150 alumnos pues la escuela vivía en un “asedio constante”.

Por esos días, el alcalde Aníbal Gaviria y su comitiva de escoltas recorrieron la comuna para dar un parte de tranquilidad. Pero antes escucharon a los profesores de la institución educativa San Francisco de Asís, en Villatina. En el mismo patio donde una década antes habían estado más de 80 integrantes de combos para jurar, arrodillados, ante la biblia que no se iban a volver a agredir. Pero esta vez el Alcalde escuchó el miedo de los profesores. Les prometió a garantías para ir a las aulas tanto a ellos como a sus alumnos; pues en ese momento sólo estaban asistiendo el treinta por ciento de los estudiantes. Se habló por esos días de un toque de queda y la rectora de una presunta amenaza a la institución. Pero las promesas no fueron suficientes y llegaría el tercer hecho que marcaría la vida de Villatina.

En ese momento el burgomaestre prometió más policía para la comuna, pero la situación no mejoró. Heidy Gómez del Observatorio de Seguridad Humana de Medellín aseguró que el miedo de la comunidad ya no era solo por homicidios en fronteras invisibles sino también por balas perdidas, en el 2012 se registraron ocho casos producto entre enfrentamientos entre los 28 combos que le rinden órdenes a la Oficina de Envigado y 8 a Los Urabeños. “El tema de la militarización en la comuna 8 ha generado una gran desconfianza en las actividades que pueden ejercer en el territorio” aseguró la investigadora, así como denunció que es tal el nivel de miedo de las comunidades que hay barrios fantasmas por intimidaciones de los ilegales y el señalamiento de los legales de ser cómplices de los ilegales.

Para reabrir la escuela e invitar a las familias para que dejaran el miedo, la administración municipal convocó una Ruta Segura — algo así como un camino en el que se garantiza la seguridad para ir de la casa a la escuela cruzando las fronteras ilegales que lo impedían—. Fue muy temprano de la mañana. Aún no amanecía.

En la Avenida Oriental se estacionan los buses con destino Caicedo. Sin embargo ningún bus a esa hora presta el servicio a un hombre solo. En el camino solo encontramos —cuando iniciaba la comuna 8—

un retén de la policía. En el lugar de encuentro había un grupo de funcionarios de Espacio Público, un par de policías y dos niños con su uniforme esperando a que iniciara la caravana para ir al colegio. Con los pitos de los carros oficiales algunas familias se asomaban entre las cortinas de sus ventanas para ver qué estaba sucediendo, otras abrían un poco la puerta para recibir un volante que invitaba a dejar el miedo y enviar sus hijos a la escuela. Por el recorrido de las calles en las que se habían escuchado gritos y llantos de muerte iban saliendo de a poquitos unos cuantos niños que querían estudiar. En la caravana eran más funcionarios que estudiantes. Al llegar a la institución educativa Vida para Todos tenían a los estudiantes reunidos en el patio para hablarles de convivencia. Aún se ven que muchas de las filas de los grupos faltan niños y jóvenes. La jornada inicia un poco más tarde de los acostumbrado. Pero quince, treinta, sesenta minutos después siguen llegando niños al colegio. Muchos de ellos eran menores que llegaban cogidos de la mano de sus madres. Una de ellas, llegó con una flor en la mano y agarrada de los pasamanos de una larga escalera. Otra niña llega con su padre escoltada por un policía con fusil que vela porque no le pasa nada a la menor que intenta llegar a la escuela.

Momentos antes se había dicho que ésta no era la única ruta dispuesta para los estudiantes de las instituciones educativas de la comuna 8. Esta es una alternativa de coyuntura hasta la normalización de la situación. Esto mismo ya se había hecho en otras comunas de la ciudad, en el barrio El Limonar, en la Comuna 13; pero era primera vez que en la comuna 8 se hacía con este despliegue, pese a que un año antes hasta una niña que se dirigía a la institución educativa Gabriel García Márquez — en el barrio Villa Lilliam— encontró en el camino una granada que le explotó y la lesionó. Según Fernando Quijano — director de Corpades y analista del conflicto urbano — al vigilante de esa institución también lo mataron en 2011 porque no dejó que asesinaran al interior de la institución a un estudiante.

En la escuela Vida para Todos hasta aparecieron casquillos de bala en uno de sus patios. En la entrada de la escuela, una noche, cuando menos lo pensaron apareció un grafiti que era una verdadera amenaza, pero que nadie recuerda qué decía porque corrieron a taparlo con sobras de pintura roja semejándose a unos

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brochazos de sangre. Haciendo un gran esfuerzo se lee la palabra ‘asecinos’ (sic).

La institución educativa San Francisco de Asís en Villatina era otra de las que contaba con un acompañamiento de Rutas Seguras para que los estudiantes fueran a clase. Un par de días luego de acompañar con toda la parafernalia oficial la Ruta Segura de la institución educativa Vida para Todos en la primera sólo acompañaban la institución y a los estudiantes un par de policías temerosos por la balacera de la noche anterior. Esa escuelita pequeña en la que los estudiantes no tienen dónde más sentarse si no es alrededor de la cancha de fútbol.

En ese momento los profesores siguen hablando del miedo. Lo peor está por venir. Pero como augurio tienen miedo. Mucho miedo. Desde un segundo piso hablan entre ellos y me señalan a jóvenes que caminan por el patio —de quiénes han escuchado rumores repetidos ya convertidos en verdad— que andan en malos pasos, que llegan trasnochados porque en las noches son carritos y centinelas de los combos del barrio. Una profesora le contesta al compañero —¡Yo cómo lo regaño! ¡Qué miedo!

En esta escuela no hay parceros, ni amigos, ni compañeros. Acá se hacen llamar caravanas. Una palabra que solo se escucha en este barrio y que parecería una clave para designar a alguien, pero no es más que un sinónimo de amiguismo y camaradería. Muchos de ellos tienen el mismo motilado y los mismos aretes sobre la oreja y uno que atraviesa el entrecejo muy cerca de la nariz.

Ya se acercaban las vacaciones de mitad de año de 2012 y el ambiente empezaba a enrarecerse. El 18 de junio, justo cuando los estudiantes gozaban de sus vacaciones Fernando Quijano denunció un fuerte enfrentamiento así “En los alrededores de la I.E. San Francisco de Asís, están conteniendo al combo de Los Negros con explosivos y fusilería”.

Hace años Juan Diego Restrepo, un joven delgaducho y alto, de la comuna 8 pensó en crear las Escuelas de No-Violencia, una charla para jóvenes que ni los profesores querían en sus aulas. Que eran caso perdido. Para la Corporación Jerusalén y para Juan Diego no lo eran. Para hablar de ese proyecto nos

encontramos en la Pastoral Social, pues también hace parte del Movimiento No Matarás. Lo acompaña un muchacho flaco y pequeño y con un hablado de calle. Habla con sinceridad sobre su pasado mientras busca reintegrarse a la sociedad. Una de las intervenciones más concluyentes del joven fue: en mí época uno no se metía ni con las escuelas ni con las iglesias ahora “a esta gente no le importa nada”. Juan Diego Restrepo coincide con esa posición pues hacía poco le habían asesinado a uno de sus alumnos de las escuelas de no violencia, que cada que tenía oportunidad pedía la paz para el barrio. Jefferson Herrera había abordado un bus en el centro de la ciudad cuando un sicario se subió a preguntar quién vivía en el sector de Tres Esquinas. Le dispararon. En mayo de 2012 asesinaron a Omar Rodríguez, otro miembro de la corporación cuando cruzaba Caicedo y Villatina.

Desde Villatina llegó la noticia que estremeció a todo Medellín. De nuevo era una noticia tan escalofriante como la de la masacre de nueve niños y jóvenes en 1992. En esta ocasión también era sábado pero en horas de la noche en el sector de la cancha polideportiva de “La Libertad II” dónde los dos chicos — Stiven García y Brayan Giraldo— estaban de recreacionistas para ganarse unos cuantos pesos. En el lugar hacían presencia las autoridades de policía y había una amplia presencia institucional, y así y todo, permitieron que se llevaran a los dos menores.

Para Heidy Gómez fue un asunto grave por las dos vidas que se perdieron y la forma como se cometió ese crimen. Pero para la investigadora es más grave para la institucionalidad de la ciudad “antes el panorama con la Personería en la comuna era bastante positivo, pero después de este hecho hay lugares en la comuna donde la Personería no puede ir”. Al día siguiente, cuando se conmemoraba con una misa los 25 años del deslizamiento de Villatina, se dio la desafortunada noticia: los dos jóvenes habían aparecido descuartizados en el barrio VillaLilliam, muy cerca de la institución educativa Gabriel García Márquez. El agente Arley Franco de la estación de policía de Villatina recibió la llamada en la que le decían que habían encontrado dos bolsas de basuras presuntamente con cuerpos desmembrados. En efecto eran los cuerpos de los jóvenes picados a machete y con signos de tortura de los dos jóvenes que estudiaban en la institución educativa San Francisco de Asís.

Brayan hablaba con todos en el colegio. Era reconocido en todos los rincones porque salía en horas de clase para charlar aquí y allá. Así lo conoce quien hará memoria sobre su compañero de clase. Y lo hace porque no he imaginado dolor más grande que quien se sentó 8 horas diarias a su lado no lo vuelva a ver, luego de un fin de semana, pero siga viendo su puesto vacío, recordando su muerte. Imaginando su cuerpo descuartizado. No hay dolor más grande. “Él —Brayan— al principio me caía mal. En clase explicaban y él tenía que salir con algo”. — Salir con algo significa siempre tener un comentario para hacerse el gracioso, puede bastar también con una carcajada—esa risa estruendosa de Brayan que se extendía por todo el salón era acolitada en un principio por todos los compañeros hombres mientras las mujeres, en silencio, lo odiaban. “¡Él recochaba mucho, era taaaan estresante!”

Estresaba con sus comentarios, con no quedarse callado, con sus charlas —algunas de ellas fuera de

tono— a las pocas compañeras que había en el salón. Eso fue hasta que llegó ‘el mocho’ un compañero que había salido de la Escuela La Libertad, también en Villatina, en busca de un nuevo colegio. En la institución educativa San Francisco de Asís lo apodaron así porque tenía uno de sus pies enyesado. Se convirtió en uno de los mejores amigos de Brayan. El mocho lo ajuició.

Brayan en el primer periodo perdió todas las materias. De ese tamaño era. En el segundo, luego de la llegada de ‘el mocho’ sólo perdió tres, fue un cambio muy drástico. Y en el tercer periodo solo perdió una. Ya podrán imaginar la felicidad de una madre que empezaba a ver la transformación de su hijo más plaga, que ya había perdido una vez noveno y que de seguir así, sería el segundo año perdido. Pero la felicidad de esa madre, hasta ese momento, no podría ser completa. Su otra hija, la menor, apenas en séptimo grado, estaba en embarazo.

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El joven trigueño y de labios gruesos y cejas tenues era muy sencillo. Siempre se le conoció con un buzo de Caicedo con el escudo de Nacional en el corazón. Ese era el equipo de sus amores y cuando lo enterraron sobre su ataúd hubo una bandera del equipo que a todo lado iba a alentar. Fue tanta su afición por el Nacional que peleaba con los profesores por fútbol, pero nunca, nunca, se quitó el buzo del Verde.

En su casa no tenía computador ni dinero para meterse a Facebook en un café internet, entonces las clases de sistemas se convirtieron para él en la alternativa para publicar en su perfil las fotos del Nacional y de su novia. Con el tiempo se fue ganando la confianza de las mujeres de noveno por una sencilla razón, él era distinto; las trataba bien. “En el colegio hay hombres que tratan como cualquiera a las mujeres, les tocan la nalga, les dan palmadas sin consentimiento”. Brayan las trató con cariño.

Con la que siempre peleó fue Jazmín. El viernes antes que lo mataron, pelearon. Ella nunca pudo superar ese cargo de conciencia. “Terminamos el año y aún era llorando. Nunca hubo sicólogo. No lo había superado”. Jazmín fue quien llamó a muchas de sus compañeras para que revisaran el mensaje que había acabado de dejar Yesica, la mona, en Facebook. “Brayan está desaparecido, puede que le pase algo”.

Pasó. A Stiven y a Brayan los mataron. Y fueron más allá. Los torturaron. Luego de eso circularon unos avisos por Villatina anunciando venganza por los parceros, sin distinción de nadie. El panfleto decía “no queremos ver a nadie en las calles después de las 8:00 p.m.al que veamos, sin importar quien sea, le vamos dando. Esto no es un juego, si no quieren terminar en un cementerio como a muchos ya les a pasado en estos días aga caso a esta advertencia, después no se lamenten” (sic).

“Yo no sé, no estuve de acuerdo con eso, nadie tiene derecho a matar a nadie. A los que decían eso los amenazaron. Él iba al salón, era un amigo de él y siempre tenía la mirada perdida, se mantenía hablando de Brayan. ¡Yo me voy a vengar, yo me voy a vengar!”, decía de un momento a otro como loco, con la mirada perdida.

Por eso en el perfil de Facebook de Brayan se ven

mensajes de aliento, de despedido y de amor de su novia. De su eterna novia porque aún no asimila su partida. Por eso sale en las fotos con el peluche que le recuerda a él. “No He Buscado a Nadie Pol Que Mii CoraZOn no ha Podido Resignarse a Thu Perdida The Siigo Esperando Aun SAbiienDo Que no vas a Volver :(“. Dice como comentario en una de sus fotos.

Luego de esos hechos pasaron repartiendo más carteles amenazando a quienes decían que cobrarían venganza. “Él fue al colegio y de allá llamaron a la Policía que fue en un bus con las cosas de la casa de él. Vi cuando llegó el bus. Lo trasladaron del colegio por la violencia. La Secretaría, casi no lo ayudó, él no salía de la casa. Vivió muy aburrido en otras partes”. Ya imaginarán no sólo como vieron como dos estudiantes del colegio dejaban sus sillas solas y no regresaban jamás, sino como se tenía que ir uno más, desde el propio colegio por amenazas de los combos.

El lunes siguiente a la noticia, todos llegaron al colegio. Cada grupo se encargó de hacer carteleras desahogando ese sentimiento. Los compañeros de Brayan decidieron pintar una pared y escribir una frase con tiza que los recordara. “Les quitaron la vida, pero su luz seguirá brillando”. Lo pintaron al lado de donde dice Forjadores de futuro sobre el salón de preescolar. Al martes ya querían reanudar clases como una forma de borrón y cuenta nueva. Esa semana iniciaba la semana franciscana en conmemoración a su patrono San Francisco de Asís —en esa fiesta se hace un pequeño San Pacho, como el de Chocó, con actividades lúdicas, culturales y deportivas—. Las fiestas se aplazaron porque el colegio estaba de luto y esos días se pasaron entre el velorio y cementerio.

A la siguiente semana se hizo la semana cultural y todos los días en la mañana en la oración se les recordaba. También cuando fue un cuenta chistes. “Brayan era ansioso por la visita del cuenta chistes, quien nunca supo que quien más hubiera gozado con sus chistes, estaba muerto”. Además del acto del día siguiente a su encuentro no se hizo nada en honor a ellos, se les repetía que no se podía estar triste todo el tiempo, no los podían recordar todo el tiempo. Pero cómo lograrlo, si todo el tiempo veían sus sillas vacías. Uno de sus compañeros dejó de comer y decía que veía a Brayan compartiendo el almuerzo en su mesa. Otros siempre lo recordaban con: Estuviera escribiendo

Los Del Sur, diciéndole calvo al profesor. “Sentíamos mucho esa ausencia. Faltaba todo en el salón con él. Nos costaba creer que él estaba muerto…”. La ayuda sicológica nunca llegó.

Para el paseo que tienen las escuelas cada año, el noveno en el que estaba Brayan había hecho un trato con las directivas de la Institución: ser los mejores. No se podía llegar tarde, ni tirar basura y portal correctamente el uniforme.

— Yo me quito los zapatos, la gorra y el buzo, dijo Brayan para que por su culpa el salón no perdiera el paseo. Por eso le dio vuelta al buzo para que no se le siguiera viendo el letrero de Nacional.

Al finalizar el año muchos decidieron cambiar de colegio. Pero para algunos de ellos, las dificultades económicas fue un obstáculo para conseguir el nuevo uniforme. Las oportunidades para los más humildes y maltratados parecían más difíciles, más lejanas. Por los días que me contaba eso se celebraba la muerte de las balas con pólvora por montones que se confundía entre explosiones.

Ese miedo genera una ley del silencio que impera como mandato irrevocable. Antes de conversar del tema me advierte. Recuerde que entre menos sepa mejor, y seguidamente me dice “pero uno sí ve gente cómo consigue motos y cosas, muchos dicen que hay viejas que son prosti, pero a uno obvio, no le consta nada”.

En el 2013 llegó la captura y condena de los dos hombres que asesinaron a los dos jóvenes. Cuando vi su fotografía en la prensa sólo me provocó escupirles. El Juzgado Segundo Penal del Circuito Especializado de Medellín avaló el preacuerdo celebrado entre la Fiscalía y la defensa de Dubián Arley Villada López —21 años— fue condenado a 48 años de prisión por la tortura y el homicidio de dos menores de edad. A Héctor Darío Jiménez Velásquez, alias Muñeco, le impusieron idéntica pena por los mismos delitos de secuestro simple agravado, tortura agravada y doble homicidio agravado.

Como tampoco le consta a Juan Diego Restrepo de la Corporación Jerusalén quien en el encuentro me dijo en voz baja. Lo de los chicos de San Francisco es más grave. “A mí me dijeron que habían llegado a

buscar más chicos, diciendo que si no se iban, ya no los picaban sino que los licuaban”. A quien no le consta los malos pasos de muchos de los muchachos y muchachas del colegio sí le consta muchas cosas de su vecindario. Vive a 367 escalones de la escuela en un barrio cercano a Villatina que ni siquiera aparece reconocido en el mapa de la ciudad. En ese barrio no hay confianza. Para ir a la escuela hay tres rutas, pero generalmente ella toma la misma para acompañar a una compañera hasta la casa, “a ella le da miedo porque a un primo de ella lo amenazaron, porque la novia de él resultó que también andaba con uno de esos duros y por culpa de ella lo amenazaron” dice mientras agrega que sus únicas salidas son en esa ruta hasta la escuela que no va a más lugares del barrio.

Las balaceras más fuertes en el barrio Villatina empezaron días antes de abril de 2012. “Yo no podía ir al colegio porque los mismos policías nos decían, no, no pueden salir. En el colegio me llamaban y mi mamá, que tampoco podía ir a trabajar, decía que la situación estaba maluca. En cada esquina había un policía. Y más que por mi casa hay un cafetal. Por allá se metían y eran apuntando todo el día. Me daba miedo hasta asomar la nariz”.

Uno como puede vivir sin miedo si desde la propia casa escuchaba “pásame las armas, me las traes a la noche y ya uno sabia”. Tan es así que más de dos casas en esa cuadra están desocupadas, agujereadas por las balas y útiles como trincheras.

Muy cerca de allí en un enfrentamiento con la Policía, ésta detuvo a El Gomelo, quién era la nueva generación de alias Memín y Job, pero según la investigadora Heidy Gómez en el informe de Derechos Humanos de 2012, esa captura llevó a que la fuerza pública estigmatizara el sector y señalara a sus habitantes como auxiliadores del recién detenido delincuente. Pero no llevó a una reducción sustancial del conflicto en la comuna 8. Por el contrario, se siguieron reportando enfrentamientos, incluso en cercanías a instituciones educativas.

Uno de esos enfrentamientos fue el martes 13 de noviembre pasados los primeros minutos de las 7:00 p.m. El enfrentamiento era de forma generalizada en los sectores San Antonio, Los Charcos, Villatina y Esfuerzos de Paz 1. ..

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En este último barrio la paz es únicamente un esfuerzo. El ambiente estaba tenso. La noche anterior a la visita Los Urabeños estaban en un ingreso militar en los barrios Esfuerzos de Paz 1 y 2, en la comuna 8. Unos días antes había el rumor muy fuerte que cerca de allí estaban instalando una M60, pero la policía lo desmintió. El General Yesid Vásquez dijo que si había una de esas armas él dejaba el cargo. La M60 es un arma de largo alcance diseñada por los Estados Unidos en la década del 50 y utilizada en guerras como la de Vietnam, Irak y Afganistán y últimamente en la guerra contra el narcotráfico en México. En Colombia esta arma está en manos de la delincuencia, a alias Sebastián jefe de la oficina de Envigado, le incautaron una M60 y otras armas de última generación en una de las caletas de su finca. El General no renunció.

Sin embargo pese al miedo que podía generar subir al corazón de un barrio que la noche anterior había sido escenario de una cruenta incursión armada y que una semana antes habían empezado los homicidios selectivos de reconocidos líderes del sector, llegamos hasta esa escuela. Esfuerzos de Paz es un barrio de invasión donde abundan ranchos de tabla indefensos antes las balas de fusil que truenan casi a diario. Es un barrio enclavado en lo alto de la montaña del Cerro Pan de Azúcar. La mayoría de su población es desplazada afro.

Para ir a Esfuerzos de Paz se sube por Villatina. Pasamos en el taxi por la institución educativa San Francisco de Asís y más adelante el vehículo tiene que subir una pendiente en la que unos muchachos, a cambio de una moneda, advierten si puede subir o no la pronunciada loma conocida como la del Campo Santo. Unas cuadras más adelante estaba el Alcalde de Medellín Aníbal Gaviria, con toda su comitiva en la cancha del barrio Sol de Oriente; el burgomaestre tenía toda la parafernalia para dar inicio a uno de sus propuestas de gobierno: Chirimías, raperos y grafiteros en tarimas, pantallas led y custodiado por grupos élite de la policía. Por eso mientras escalábamos en la montaña bajaban los funcionarios en camionetas blindadas y brillantes que contrastaban con un barrio opaco, triste y estrecho.

La Escuela Empresarial — lugar donde nos estaban esperando las profesoras— es aproximadamente a un kilómetro de donde estaba el Alcalde Aníbal

Gaviria. Ese vecindario de calles sin nomenclatura era Esfuerzos de Paz donde la noche anterior tronaron los fusiles por la disputa del territorio. El taxista advirtió, aunque fuéramos siguiendo una patrulla de policía, que estábamos en la propia calentura. Unos días antes un funcionario de la Alcaldía me había dicho: esa escuela y los sectores aledaños fueron siempre territorio de Memín, mano derecha de Job, quien también se paseó por la Comuna 8 de Medellín y quien a su vez era la mano derecha de don Berna. Pero Job es recordado por ser quien entró por el sótano a la Casa de Nariño a una reunión con asesores del ex presidente Álvaro Uribe y el Secretario de Comunicaciones César Mauricio Velásquez.

El funcionario me dijo que a él le sorprendió mucho que alguna vez que visitó el sector hasta los niños le hablaran de don Memín como si fuera el mesías. Con mercados y ayudas por montones de familias se ganó su aprecio y hasta su complacencia para cuidarlo. La misma estrategia de Job de quien todos sabían que había sido en la década de los 80 un guerrillero de una estructura urbana del ELN y luego pasó a integrar las Autodefensas de las que se desmovilizó en 2003 y asumió la vocería de la Corporación Democracia; donde se refugiaron los desmovilizados del Bloque Cacique Nutibara y Héroes de Granada. El exalcalde Alonso Salazar era uno de los convencidos que Job, como líder de esa corporación, le hacía trampa al proceso. El desmovilizado fue baleado en un prestigioso restaurante de El Poblado en julio de 2008. Alguna vez cuando el funcionario salió de la escuela y caminaba por esas calles polvorientas después de una visita oficial, unos muchachos lo detuvieron. Los jóvenes se abrieron la chaqueta y les mostraron el arma sobre la cintura. No era necesario más, se tenía que perder lo más pronto posible si no quería que lo mataran. “Muchos hijueputas”, dijo con la máxima indignación el funcionario.

La escuela es lo más grande del barrio. Queda en una esquina. Nos abren rápido la puerta para meternos al refugio. La escuela es de ladrillo gris, muy parecido al de la cárcel de máxima seguridad de Itagüí. Bajamos donde la profesora Mery quien ya nos esperaba. Hace unos días habíamos hablado por teléfono. Aquella vez le pregunté si era ella quien les cantaba a sus niños para protegerles. —Sí, cuando hay balacera.

Contestó con toda tranquilidad y colgó tras acordar la visita.

En esos momentos cinco familias afros del sector ya habían dejado los ranchos solos. Otras tantas averiguaban cómo podían salir y dónde quién para recibir ayudas. “No queremos ver más negros por acá”, era la frase general que se decía en Esfuerzos de Paz, el de ese día fue un desplazamiento masivo de la comunidad afro. En total fueron 95 familias que cuentan casi las 400 personas, según organismos de derechos humanos de la ciudad.

Un negro joven y gay es quien nos indica a unos reporteros de El Tiempo y a mí, que encuentro tras la salida de la escuela, por dónde es el camino de donde han salido familias. El joven parece tranquilo en la puerta de su casa. Tiene una camiseta de rayas moradas y rosadas ajustada a su cuerpo. Luce un corte en su pelo de un puma tinturado de mono, los otros crespos parecen pegados con gelatina. Seguimos adelante por un camino destapado —como si fuera una trocha hasta improvisada—, puentes con tablas rotas sobre desagües y cañerías. El joven le grita a la distancia a una vecina para que se asome y nos reciba. Ella lo hace pensando que somos portadores de una mala noticia.

Eleana Córdoba fue desplazada hace diez años por la guerrilla en el Chocó. La encontramos en casa con un niño de 10 meses y otro más grandecito, de unos doce años, con la cicatriz de una bala en su pierna derecha. Esta familia está presa del miedo. Ni siquiera debajo de la cama, como lo hacen otras tantas en Medellín, pueden evitar ser víctimas de balas perdidas que entren por el techo. Esta familia ni así se siente tranquila, porque la bala que impactó a su hijo fue justamente cuando estaba refugiado debajo de la cama. Para Eleana estos han sido los momentos más duros desde que llegó a Esfuerzos de Paz. La situación del conflicto, dice ella, está muy intensa. Sin contar las hambres que pasa mientras hace el recorrido para pedir comida para ella y sus hijos.

Si le dijeran a Eleana que se tiene que desplazar no sabe qué haría, no tiene para donde irse, la pasa encerrada. Hace cuatro meses aproximadamente se fueron unos de sus vecinos de la casa que tiene al frente. Ahora el rancho está destruido, sin puertas ni ventanas y unos

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cuantos palos sobre el piso. Otras casas que vemos en el camino parecen desocupadas. Entre las rendijas de las tablas de los ranchos se ven solas, quietas, con algunos sillones viejos y chifonieres vueltos mierda que son protegidos por un candado.

Algunos negros salen a nuestro encuentro a preguntarnos qué pueden hacer, dónde pueden ir o dónde pueden llamar porque no resisten más sin salir de sus casas por el miedo a que los maten. Ese día Eleana mandó a sus hijas a estudiar luego de darles un pico de despedida. En el barrio organizaciones sociales habían denunciado que estaban reclutando jóvenes para el conflicto armado puerta a puerta. Desde la puerta de la casa de Eleana se ve toda la comuna 8 y buena parte de la comuna 9. El territorio en el que estamos los reporteros fue dominado por Memín y El Gomelo. El día estaba nublado cuando nos bajamos del taxi.

La entrada a la escuela se hace por unas escalas, como descendiendo a un búnker. Los niños están en una mesa redonda en sillas de su tamaño de todos los colores: verdes, amarillas, rojas, azules, rosadas. Es indiferente un niño en una rosada, o una niña en una verde o azul. Hay cerca de catorce menores en un salón de veinticinco. La profesora nos advierte que muchos de los niños que iniciaron el año se han tenido que ir, que tienen miedo. Que las precariedades por las que pasan sus familias son tremendas. Que no quieren saber más de Esfuerzos de Paz. Que desistieron.

Algunos niños que no alcanzan a nuestra cintura se asombran por nuestra presencia. Abren grande esos ojitos y comen con mordiscos pequeños la fruta que se les da a diario. Hoy tienen entre sus deditos un banano. La profesora pide que les hagamos una corta introducción. —¡Hola niños! Mucho gusto soy xxxxxxxxx xxxxxx.

Una niña de inmediato se echa a reír a carcajadas porque la compañerita que está a su lado es de apellido Palacios, un apellido muy común de la población negra. Valentina Palacios. —¿Quién de ustedes me sabe decir qué es el periodismo? ¿Qué imaginan? En ese momento hubo un gran silencio y solo dos se aventuraron a dar una respuesta.—¡Dibujos! Me contestó una. —De nuevo les hago una pregunta ¿les gustan los cuentos? Muchos asintieron.—Pues bueno niños, el periodismo es contar cuentos de la realidad. En ese momento se me inunda la cabeza de ideas de qué cuentos les contarán cada noche a estos niños. Qué cuentos de la realidad tendrán ellos para contarme. Quién les contará cuentos ¿el papá? ¿Tendrán papá? Uno de los hombres de los que habla Eleana que apareció asesinado cerca a su casa, era padre de una

niña compañera de los que ahora me dicen que les gustan los cuentos; la niña y su familia tuvieron que salir del barrio luego del asesinato de su padre. No supieron en el colegio mucho más de ella y su familia. Solo que se fue. Estos niños sentados en estas sillas de colores viven en una realidad que parece un cuento de terror. Es el turno de ellos para presentarse. En ese sótano que parece un búnker la profesora Mery hace todo una dinámica lúdica para hacer que los niños puedan aprender. Con la canción de la vaca cada uno dirá su nombre. A los primeros les da pena presentarse, otros sonríen y siguen comiendo la fruta. A la medida que van cantando se van entusiasmando. En la esquina de mi casa una vaca me encontré y como no tenía nombre yo Valentina la llamé. — ¡Oh! Valentina que linda eres tú, con esa cola larga y esa boca que hace ¡múúúúú! Después de pasar con esa canción por cada uno de los

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niños la profesora pide atención y empieza a cantar la serpiente de tierra caliente. La canción que todos de niños cantamos como una ronda más, acá es una canción de supervivencia. La profesora luce muy tranquila. Si la profesora está tranquila, los niños más. Apenas pienso en como tener esa misma valentía y cómo haría si los niños no se estuvieran revolcando como serpientes en el piso en un simulacro sino en un verdadero enfrentamiento armado. Mientras pienso eso pasan los segundos y la profesora sigue cantando.

Ahí va la serpiente de tierra caliente/ que cuando se ríe se le ven los dientes/ Uy que está demente critica la gente/ porque come plátanos con aguardiente.

La serpiente en un día/ se vino a tierra fría/ para hacerse un peinado en la peluquería/ pero ay que tristeza/ porque en su cabeza no tiene ni un pelito y no se pudo peinar

Rápido, rápido. Hijos, vengan, vamos rápido al salón. Les dice la profesora después de cantarles un par de estrofas de la canción. Ellos son todas unas serpientes y se recorren primero el salón hasta que ella, de pie, asumiendo el riesgo les da la orden que se paren y dejen de mover su cuerpo como serpientes para ir al otro salón.

Ahí va la serpiente de tierra caliente/ que cuando se ríe se le ven los dientes/ Uy que está demente critica la gente/ porque come plátanos con aguardiente.

La voz de la profesora se va yendo. Se va ocultando en el murmullo de los niños que van pasando al salón contiguo que según los planes de emergencia de la institución es el más seguro porque no linda con la calle. Pero nunca se deja de cantar.

La serpiente en un día/ se vino a tierra fría/ para hacerse un peinado en la peluquería/ pero ay que tristeza/ porque en su cabeza no tiene ni un pelito y no se pudo peinar.

Ahí va la serpiente de tierra caliente/ que cuando se ríe se le ven los dientes/ Uy que está demente critica la gente/ porque come plátanos con aguardiente.

La profesora, de una contextura gruesa acompaña a sus niños, sus hijos, al otro salón que es más seguro.

Allí sigue cantando mientras los niños con sudaderas y zapatos rotos (la mayoría sin medias) se sientan en el piso. Los niños esta vez llegan reclamando los instrumentos musicales que se tienen preparados en ese salón como complemento al plan de emergencia en caso de balacera. Colgados de la pared hay guitarras, tambores, maracas y panderetas.

El sonido de los instrumentos y de la canción que cantan los niños y la profesora tendrían que ser más intensos para que no alcancen a inquietarse por el sonido de las balas que suenan afuera seguido hasta por veinte o treinta minutos. A unas dos cuadras de allí hay una cruz azul a escala humana pero en vez de un INRI tiene una corona de princesa de muñeca como si fuera un augurio de la sepultura de una infancia.

Se acerca el medio día y la hora de almuerzo le trae de presente un recuerdo de unos meses atrás. En ese momento llega el alimento para el restaurante escolar pero la profesora nos pide que la esperemos unos minutos porque al parecer no llegó con la temperatura adecuada y los niños se podrían intoxicar. Algunos ya empiezan a mostrar impotencia al hacer fila a la entrada del restaurante. Otros más grades bajan desbocados las escalas para ser los primeros en la fila. Al fin se soluciona la temperatura de la comida de hoy y pueden entrar a comer.

“En un momento de esos hay sentimientos encontrados y son muchos pero antes de anteponer los sentimientos uno piensa que los niños tienen unas necesidades”, la profesora se refiere a la importancia que tiene el almuerzo para los niños, recordando la ocasión cuando los niños se iban a quedar sin alimentos. La profesora al ver la angustia colectiva y que los niños estaban hambriados sacó la valentía para solucionar la situación. El carro con los alimentos se había quedado a mitad de camino por amenazas de los grupos armados.

La profesora no sabe muy bien cómo explicar su comportamiento cuando todos se resistían a salir del bunker para buscar el carro con la comida de los niños. “Solo busqué darle solución a un problema”, dice para minimizar su actuar y su riesgo también; porque nadie sabía qué se podía encontrar. “Porqué lo hice, porque siento por los niños y siento que es el diario vivir de aquí y si yo todos los días vivo “paniquiada” — presa

del pánico— no voy a poder demostrarle nada a los niños ni transmitirles algo. Con esos gestos, que los niños por pequeños que estén, entienden que esos son un acto de cariño supremo. Y es que ellos perciben si estás bravo, enojado, nervioso, dice Mery y agrega “en este momento soy maestra, pero en mi situación de hogar soy madre y también tengo una niña pequeña, entonces también pienso que había que hacer alguna cosa, tenía que solucionarlo”.

Eso fue un acto muy arriesgado de la profesora. Su seguro profesional, ni la fuerza pública, nadie, nadie absolutamente nadie le aseguraría que saliendo por la comida de sus niños no le pasaría algo. Fue una decisión contando un, dos, tres porque si no va ella, no va nadie.

Lo que hace la profesora con sus actos de valentía, no es más que demostrarles a los niños que el afecto existe. Que esta es una ciudad donde todavía se da amor. Esa parece una enseñanza suficiente para muchos niños que no conocen del afecto, o de una madre. Es construirle al niño muchos sueños que en su casa están derrumbados. La profesora para explicarme su filosofía de enseñanza cita algunos pensadores de la pedagogía pero su forma de pararse con actitud feliz frente a los niños no tiene otro nombre que amor.

Hace tres años que la profesora llegó a la Escuela Empresarial, pero hace cinco es maestra y en esos años ya perdió la cuenta de cuántas veces ha tenido que cantar la canción de la serpiente de tierra caliente. La reacción de algunos niños sigue siendo la risa, el llanto o la tranquilidad, pero todos creen que es un juego más. “No me puedo sentarle a explicarle al niño, ellos si tienen mucha inteligencia, pero mientras yo le digo al niño que se tiene que desplazar por el piso mientras viene la bala que lo puede matar… cierto, pues no”. Por eso ella prefiere meterlos en el mundo más inocente que puede haber, un cuento. Siempre les dicen cosas como que la serpiente ganadora es la primera que llegue al otro salón. Mientras ellos estén en la escuela se hace todo lo posible para que no sufran lo que se sufre de puertas para afuera. Es allá, afuera donde escuchan de las balas y de los dones que posan como caciques. Pero los chiquitines no se asustan con ser culebras que se arrastran por el piso.

El miedo de los profesores inicia cuando deben salir

del búnker. Es por eso que salen todos en manada como estrategia de seguridad; pues si bien saben que nunca se han metido con ellos por ser, en ocasiones, profesores de los niños de los propios pillos. “No es que uno va a salir y la camisa de profesor me va a proteger de la bala”, salen juntos para hacerse fuertes. Pero la situación no deja de ser crítica.

A guardar a guardar, todo en su lugar…. Todos deben cooperar. ¡Pilas, pilas, pongan todo en su lugar! Con esa canción los niños empiezan a recoger los instrumentos y juegos que dejaron regados por todo el salón. También es la canción que nos despide antes de subir las escaleras de nuevo y salir de la escuela. En la noche en los noticieros el General de la Policía Yesid Vásquez anunció ante todos los micrófonos que le quisieron poner que estaban tras la pista del responsable de los asesinatos selectivos, las últimas balaceras y los desplazamientos forzados del sector Esfuerzos de Paz respondía al alias de Anaconda.

Esa noche del pacto de paz en Villatina el padre Sergio Duque tuvo muchos de los pillos con alias extravagantes arrodillados frente a la biblia pidiendo perdón en una escuela, porque debería ser esta el lugar por excelencia de la armonía, de la paz y no del miedo. Pero en este momento parece que el miedo se apoderó del barrio y dejó escapar un trabajo comunitario porque hoy Villatina está pasando “por una misma situación” pero con menores índices de asesinatos que en la década de los noventa.

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