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Oliva Blanco Corujo es profesora de literatura. Ha publicado una biografía de Olimpo de Gourges (Ediciones del Orto, 2000) y ha editado el l ibro de Adolfo Posada Feminismo (Ed. Cátedra). (j) Cfc Genevieve Fraisse: Cié- menee Philosophe el fem- me de sciences. París, Ed. La De- couverte, 2002. Bajo el nombre de Darwin: Clémence Royer o la osadía intelectual Oliva Blanco Corujo TEI•I AS «Filósofa y científica». Así presenta el Larousse a esta intelectual, en gran parte des- conocida y rescatada del olvido gracias al excelente ensayo recientemente reeditado de Genevieve Fraisse (j). La vida y obra de Clémence Royeres clave para entender las conflictivas relacio- nes entre Feminismo y ciencia en sentido estricto y los obstáculos a los que se enfrenta el (re)conocimiento femenino en un sentido amplio. La ciencia moderna que se separa del conjunto del saber para constituirse en disciplina autónoma a partir del siglo XVII, lejos de arreglar cuentas con los prejuicios sobre las mujeres va a proporcionar nuevas justificaciones. Los criterios sexistas basados en elementos fisiológicos y anatómicos (forma del cráneo, peso del cerebro, constitución del esqueleto ... lo que podíamos deno- minar la obsesión por contar, pesar y medir) se despliegan a lo largo del siglo XIX para delimitar el papel de las mujeres como sujeto y objeto de las disciplinas científicas y su @Cfr. Fran,oise Col in: <<Parmi lugar en la SOciedad @. les femmes et les sciences» en AA.W.: Le sexe des sciences. Les femmes en plus. París, E d. Autre- ment. 1992. @Maine de Biran ( 1766-1 824). filósofo francés que elaboró una filosofía espiritualista y psicolo- gista opuesta al sensuali smo. En- tre sus obras destacan: La in- de la costumbre sobre la facultad de pensar ( 1802), La per- cepción inmediata ( 1807) y Rela- ciones entre lo física y lo moral (1814). Herencia y circunstancias Augustine-Clémence Audouart nace en Nantes el 21 de abril de 1830, aunque recibirá el apellido Royeren 1837 tras el matrimonio de sus progenitores, hecho que sin duda no será ajeno a sus concep- ciones posteriores sobre la idea de familia a la que va a definir como instinto anterior a toda regla jurídica y social deslindándola del matrimonio. Su infancia estará marcada por el exilio, ya que su padre -defensor de la monarquía- ve su carrera militar interrumpida tras la Revolución de julio de 1830, lo que les llevará a residir primero en Praga y pos- teriormente en Suiza. De regreso a Franci a, los acontecimientos revolucionarios de 1848 van a incidir en el pensamiento de nuestra protagonista, que abandona su etapa mística adolescente en la que se veía a sí misma como una nueva Juana de Arco y se convierte en una acérrima repu- blicana. Este cambio en su manera de pensar, unido a la muerte de su padre, acaecida en 1849, junto con el rechazo a un matrimonio convencional, la lleva a realizar los estudios de bachillerato en dos años, finalizados los cuales marcha a Gales como institutriz. De vuelta a su país natal, la lectura de los enciclopedistas le acarrea la pérdida de la fe, la ruptura defi- nitiva con su entorno familiar y como consecuencia de todo ello viaja de nuevo a Suiza donde se instala en Lausanne en 1857. Al año siguiente conocerá a Pascal Duprat, exiliado y profesor de economía política, que influirá decisivamente en su destino. Aquí acaba su vida de solitatia y comienza su vida publica de escritora y conferenciante. De esta época data su Memoria sobre Maine de Biran @ y da cursos a mujeres que no estuvieron exentos de conflictos según su propio testimonio:

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Page 1: Bajo el nombre de Darwin: Clémence Royer o la osadía ... · años en sistematizar hasta la publicación, en 1872, de El origen del hombre, un año después que la propia Royer publicara

Oliva Blanco Corujo es profesora de literatura. Ha publicado una

biografía de Olimpo de Gourges (Ediciones del Orto, 2000) y ha

editado el libro de Adolfo Posada Feminismo (Ed. Cátedra).

(j) Cfc Genevieve Fraisse: Cié­menee Raye~ Philosophe el fem­me de sciences. París, Ed. La De­couverte, 2002.

Bajo el nombre de Darwin: Clémence Royer o la osadía intelectual

Oliva Blanco Corujo

TEI•IAS

«Filósofa y científica». Así presenta el Larousse a esta intelectual, en gran parte des­

conocida y rescatada del olvido gracias al excelente ensayo recientemente reeditado de

Genevieve Fraisse (j).

La vida y obra de Clémence Royeres clave para entender las conflictivas relacio-

nes entre Feminismo y ciencia en sentido estricto y los obstáculos a los que se enfrenta el (re)conocimiento femenino en un sentido amplio. La ciencia moderna que se separa

del conjunto del saber para constituirse en disciplina autónoma a partir del siglo XVII,

lejos de arreglar cuentas con los prejuicios sobre las mujeres va a proporcionar nuevas

justificaciones. Los criterios sexistas basados en elementos fisiológicos y anatómicos

(forma del cráneo, peso del cerebro, constitución del esqueleto ... lo que podíamos deno­

minar la obsesión por contar, pesar y medir) se despliegan a lo largo del siglo XIX para

delimitar el papel de las mujeres como sujeto y objeto de las disciplinas científicas y su @Cfr. Fran,oise Col in: <<Parmi lugar en la SOciedad @ . les femmes et les sciences» en AA.W.: Le sexe des sciences. Les femmes en plus. París, E d. Autre­ment. 1992.

@Maine de Biran ( 1766-1 824). filósofo francés que elaboró una filosofía espiritualista y psicolo­gista opuesta al sensualismo. En­tre sus obras destacan: La in­~uencia de la costumbre sobre la facultad de pensar ( 1802), La per­cepción inmediata ( 1807) y Rela­ciones entre lo física y lo moral (1814).

Herencia y circunstancias Augustine-Clémence Audouart nace en Nantes el 21 de abril de 1830, aunque recibirá el apellido Royeren 1837

tras el matrimonio de sus progenitores, hecho que sin duda no será ajeno a sus concep­ciones posteriores sobre la idea de familia a la que va a definir como instinto anterior a toda regla jurídica y social deslindándola del matrimonio. Su infancia estará marcada por el exilio, ya que su padre -defensor de la monarquía- ve su carrera militar interrumpida tras la Revolución de julio de 1830, lo que les llevará a residir primero en Praga y pos-teriormente en Suiza.

De regreso a Francia, los acontecimientos revolucionarios de 1848 van a incidir en

el pensamiento de nuestra protagonista, que abandona su etapa mística adolescente en la

que se veía a sí misma como una nueva Juana de Arco y se convierte en una acérrima repu­blicana. Este cambio en su manera de pensar, unido a la muerte de su padre, acaecida en

1849, junto con el rechazo a un matrimonio convencional, la lleva a realizar los estudios de

bachillerato en dos años, finalizados los cuales marcha a Gales como institutriz. De vuelta

a su país natal, la lectura de los enciclopedistas le acarrea la pérdida de la fe, la ruptura defi­nitiva con su entorno familiar y como consecuencia de todo ello viaja de nuevo a Suiza

donde se instala en Lausanne en 1857. Al año siguiente conocerá a Pascal Duprat, exiliado

y profesor de economía política, que influirá decisivamente en su destino. Aquí acaba su

vida de solitatia y comienza su vida publica de escritora y conferenciante.

De esta época data su Memoria sobre Maine de Biran @ y da cursos a mujeres que

no estuvieron exentos de conflictos según su propio testimonio:

Page 2: Bajo el nombre de Darwin: Clémence Royer o la osadía ... · años en sistematizar hasta la publicación, en 1872, de El origen del hombre, un año después que la propia Royer publicara

@) Es inevitable que el párr·afo de Clémence Royer nos traiga a la memar·ia la figu ra de Emilia Pardo Bazán, abandonando el aula vacía de la universidad ma­drileña en la cal le de San Ber­nar-do, donde impartía cátedr·a. Asimismo, es notable la inde­terminación en el nombre de cier·tas disciplinas que estaban en vías de ser institucionalizadas.

® Cfr. jean Rabaut: Histoire des Féminismes {1-an,aises. París. Ed. Stock 1978, pág. 148. Aunque a las mujeres siempre se las ha aso­ciado con la administración de los dinems de la escasez -la calderi­lla, hablando en plata- hay que su­brayar que desde muy temprano éstas han manifestado por-escri­to su inter·és par· la administra­ción del erario público como es el caso de Olimpia de Gouges, Harriet Taylor· Mili o Virginia Wo­olf. Por otra parte, no podemos olvidar· la taxativa afirmación de esa gr·an estadista del siglo XVIII

que fue María Teresa de Austria que afirmaba sin ambages que <<Hacienda era el único móvil del Estada>>. Cfr: josep Fontana: Eu­ropa ante el espejo. Bar-celona, Ed. Crítica 1994, pág 136. Reciente­mente en uno de los foros cele­br-ados en Fukuoka, al sur deja­pón, el ex primer· ministro Yoshiro Mari (en la línea de argumenta­ción de Royer: pem dándole la vuelta) afirmó que las mujeres sin hijos no deberían cobrar pensio­nes: «El Gobierno pmtege a aquellas mujeres que han dado a luz a muchos niños en agradeci­miento por su saoificio. No está bien que las mujeres que no han tenido ninguno soliciten dinero de los contribuyentes cuando en­vejecen después de haber dis­frutado de una vida de libertad y diversión>>. Cit. por· Ayako Doi: «la mujer hrbrida japonesa>>, en FP F01eing Policy, edición españo­la, febrem-mar-zo, 2004, pág. 82.

@ Cfr: Spencer·: Ensayos sobre pedagogía. Madrid. Ed.Aka/. 1983, pág 14; y del mismo autor· El in­dividuo contra el Estado.Valencia, F. Semper·e y C', s/f.

0 Más ecuánime se mostr·aría M adame de Chatelet al definir· el interés y ellímrte de los traduc­tores: «Son los negociantes de la República de las Letras. Su !J-aba­jo exige una aplicación de la que es preciso ser conscientes en tan­to que no esperan alcanzar· la glo­ria. Son de gr·an utilidad a su pa­ís.. ya que es fatigoso leer abstracciones en lengua extran­jera>>. Cfr: Oliva Blanco: <<Alta di­vulgación» en «Mujer y Ciencia». Eulalia Pérez Sedeño (comp.),Ar­bor. no 565, tomo CXLIV. Enero 1993. Por otr·a parte es preciso señalar que en el siglo XVIII los lí­mftes entre traducción y creación eran más imprecisos que en la a e-

Mi curso se dividía en cuarenta lecciones: diez sobre metafísica, diez sobre psicología, diez sobre

filosofía de la naturaleza y diez sobre filosofía de la humanidad. Al curso asistían unas cincuenta

mujeres, todas tenían cierta cultura científica y pertenecían a diversos credos. Me siguieron durante

las treinta primeras lecciones con mucha asiduidad . Estoy tentada a creer que ellas no se dieron

cuenta durante este tiempo de mi absoluta heterodoxia , pero cuando pasé de la filosofía de la

naturaleza a la filosofía de la humanidad afirmando la verdad de las teorías de Lamarck (el libro de

Darwin todavía no había sido publicado) volaron todas como si se tratase de una bandada de gorrio­

nes en medio de la cual se arroja una piedra. Me quedaron sólo tres alumnas .. . @).

En 1860 el cantón de Vaud organiza un concurso sobre el impuesto al que se pre­

senta Clémence Royer quedando en tercer lugar pues el premio lo ganará Proudhon. No obstante, su Memoria será ampliamente difundida en diversos congresos y periódicos de la

época y, finalmente, en 1862 publicará su Teoría del impuesto o el diezmo social en la que propone una reforma radical: la instauración de un impuesto sobre la renta proporcional y

progresivo, ya que los impuestos indirectos «empobrecen a los pobres» según su propia expresión. Consecuentemente, reducir las desigualdades en el siglo XIX implicaba desgra­

var los alimentos y que el Estado financiara el gasto público. Esta tesis, muy avanzada para la época (aunque su aplicación al sexo femenino plantea serias objeciones sobre el femi­

nismo de la autora, al considerar la maternidad como el servicio militar de las mujeres), pronto caerá en el olvido. Pero el eco de la misma llegará hasta nuestros días envuelto en

el debate en torno al derecho a una pensión contributiva por el hecho de ser madres, como

sostenía la autora @.

Es interesante subrayar que en este punto de la reforma fiscal se separa radicalmente

de Spencer con quien coincidía en otros muchos aspectos, especialmente en la idea fuerte de que la ley moral se deduce de las leyes científicas.

Como agudamente señala Mariano Fernández Enguita en la introducción a los Ensa­

yos sobre pedagogía del autor inglés «éste es sin duda el marchamo distintivo de Spencer:

la feroz oposición individualista al Estado. Claro que, como liberal de verdad, el Estado al

que Spencer se opone no es el del Ejército, la Policía o las prisiones, sino el que quiere orga­nizar la educación, la asistencia social o aumentar los impuestos . No el que criminaliza,

aísla y encierra al marginal o al "anómico" sino el que molesta al buen burgués pretendiendo aflojar su bolsa» @.

¿Traductora, traidora? En 1862 Clémence Royer traduce El origen de las especies,

de Darwin que acababa de aparecer en Inglaterra y que será motivo de una amplia polémica de la que destacaremos ciertos aspectos. En primer lugar,

el riesgo que entraña toda traducción ya que -como atinadamente señalaba Madame de Sevigné- con frecuencia «las traducciones son como criados que quieren llevar un mensaje

de parte del dueño y que dicen todo lo contrario de lo que se les ha ordenado», afirmación

que se adecúa en gran medida al caso que nos ocupa (V.

A Clémence Royer le cupo la gloria de ser la traductora e introductora de una obra que, cuando fue leída por el autor en los medios académicos ingleses, pasó en un primer momento

sin pena ni gloria, haciendo verdadera la sarcástica opinión que un contemporáneo tenía sobre los hombres de ciencia: «A muchos se les atribuye relación con ella, a la mayoría

injustamente» @.

Pero Clémence Royer no se limitó a una mera labor de traducción. Escribió un pre­

facio a la primera edición francesa que causó un verdadero escándalo, pues en él sacaba

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tualidad.Vid J. L Bamna;J. Mosco­so; J. Pimentel, ( eds.): La 1/us!fación y las ciencias. Para una historia de la obje!ividad.Valencia, PUV. 2003.

@ Cfc Karl Kraus: Dichos y con­tradichos. Barcelona, Ed. Minús­cula, 2003.

® En una entrevista concedida al Bulletin de I'Union Universe lle des Femmes, en 189 1, Clémen­ce Royer subraya que la obra de Darwin es posterior a su ensayo L ·origine de 1 'homme et des so­cietés, aparecido en 187 1.

@) CfcYvette Conry: L'lntroduc­tion du dotwinisme en France. Pa­rís,Vrin. 1974.

® Fraisse G., op. cit. pág 148.

@ Se refe1ía al análisis de la obra de Darwin llevado a cabo por M. Ed. Claparede en la Revue Ger­manique en octubre del año 1863.

@ Vid. Daniel Bécquement: «Le darwinisme social», en Le XIX sie­c/e. Science, politique et !fadition, sous la direction d'lsabelle Pou­trin. Pa~í~ Ed. Berger-Levrault.l995, págs. 9 1 y SS.

TEMAS

conclusiones a las que el propio Darwin no se había atrevido a llegar y que tardaría diez años en sistematizar hasta la publicación, en 1872, de El origen del hombre, un año después que la propia Royer publicara L 'origine de l7wmme et des societés ®.

Es indudable que Royer se coloca en una posición de igual a igual respecto a Darwin al que considera un discípulo aventajado de Lamarck, con la única diferencia que que éste razona y pmeba lo que aquel afitmaba, validando la tesis de que el siglo XIX francés no supo

leer a Darwin @l.

En el prefacio a la primera edición escribe Royer: «Me he permitido añadir al texto algunas observaciones personales en fmma de notas. A menudo no son más que desarrollos de la teoría, detalles que la apoyan, una visión de conjunto que la resume a grandes rasgos

y más sinteticamente de lo que acostumbran a hacerlo los naturalistas en general y el señor Darwin en particular ... ». Y continúa: «Confieso que, desde mi punto de vista y partiendo de

una disposición mental más especulativa que empírica, el señor Darwin no me parece sufi­cientemente audaz» @.

La traductora había puesto el dedo en la llaga al referirse al miedo a escandalizar las conciencias puritanas, al suponer que no descendían de la pata de algún dios ya que -según ella- tenía toda la razón cierto comentarista del autor que había afirmado que si sólo se tra­taba de una cuestión de sentimientos tanto daba descender de un mono pelfeccionado como

de un Adán degenerado @.

Clémence Royer· va a abrir el camino a lo que más tarde se llamará darwinismo social, es decir, a la trasposición del orden de la naturaleza a la sociedad al mantener que las socie­dades humanas forman parte de la Naturaleza, que las leyes naturales obran de la misma manera en la sociedad y que esas son leyes evolutivas fundadas en la lucha por la existen­

cia en la triple dimensión de competencia entre individuos -liberalismo económico-, entre especies -cuyo analogado principal será la guerra-, o entre razas @.

Retomada la filosofía de la evolución por una mujer, van a entrar en juego en el debate tres desigualdades: entre sexos, entre individuos y entre razas. La primera debe desapare­cer, pero la igualdad entre hombres y mujeres no será verdad para todos los hombres y muje­res como no podía menos de esperarse de quien -como Clémence Royer- oscila entre la idea de su propia excepcionalidad y la regla. La segunda debe persistir, porque el pro­greso -a su juicio- debe ser distributivo con o por medio de la autoridad ejercida con jus­ticia (en este sentido podríamos interpretar su rechazo visceral a los conflictos bélicos del

momento y su acendrado pacifismo). Y la tercera es definitiva para ella, lo que justificaría en gran medida los excesos del colonialismo.

El pensamiento de Clémence Royer se mueve entre un individualismo a ultranza y un estatalismo intransigente. De ahí que sostenga posiciones avanzadas por ejemplo respecto al matrimonio negando su indisolubilidad y proponiendo un contrato civil libre, cuya dura­ción esté subordinada a la voluntad e intereses de los participantes y, por otro lado, se mues­tre contraria a todo grupo que atente contra el interés supremo del Estado manifestando su hostilidad al poder emergente de los sindicatos que deben ser reprimidos por la fuerza en

nombre del interés general. En las sucesivas ediciones de la obra de Darwin aparecidas en 1866 y 1870 ella añade

al texto nuevas notas y comentarios personales pero -sobre todo- se niega a ponerlo al día según las sugerencias del propio autor, lo que conlleva que éste decida cambiar de tra­ductor y encargar esta tarea a Moulinié a partir de 1873, mediante una carta que encabeza

esa edición en la que explica sus motivos.

Page 4: Bajo el nombre de Darwin: Clémence Royer o la osadía ... · años en sistematizar hasta la publicación, en 1872, de El origen del hombre, un año después que la propia Royer publicara

@ Cfr. Blanco Oliva: <<La mir·ada fotográfi ca de Emil ia Pardo Ba­zán», en Feminismo y misoginia en la Uteratura española. Cristi­na Segura Graíño (coord.). Ma­drid, Ed. Narcea, 200 1 , págs. 126-127.

@ Cfr. Thomas F. Glick: Darwin en España. Barcelona, Ed. Penín­sula, 1982. Haremos notar que en la Breve historia de lo ciencia española de Leoncio López­Ocón Cabr·er·a, Madrid, Al ianza Ed., 2003. no se hace ni nguna mención a la figu r·a de Clémen­ce Royer cuando se alude a la obra de Darwin.

Por lo que respecta a España, Darwin apenas será citado hasta 1868. La alusión más temprana es una sátira, «La escala de las transformaciones», aparecida en la revista El Museo

Universal en 1863. Se trata de una serie de cuatro grabados relativos al origen de ciertas especies de animales. Presenta primero la evolución de un cerdo en un toro y más tarde en un hombre y, por último, la de un ganso en un asno y un mequetrefe cuyos rasgos recuer­

dan a Herbert Spencer. No se menciona directamente a Darwin y tendremos que esperar hasta 1876 a que se traduzca El origen del hombre, un año antes de que vea la luz la tra­ducción de El origen de las especies. Pero ya en 1872 Rafael García Álvarez, profesor de Historia Natural de un instituto de Granada, inauguró el curso con una exposición com­pleta y explícita de la teoría de la evolución, que defendió como la mejor explicación del desarrollo natural y social. Su discurso fue condenado por el obispo e incluido en el Índice de libros prohibidos en medio de una gran controversia. El bajo nivel científico de nues­tro país queda de relieve no sólo por lo anteriormente expuesto sino por el hecho de que fuese un coadjutor eclesiástico el que demostrase que el polémico discurso estaba pla­giado de la introducción de Clémence Royer.

En 1877 Emilia Pardo Bazán publica en la revista Ciencia Cristiana un artículo en el que lo novedoso de su posición reside en que ataca las tesis de Darwin no desde una pers­

pectiva religiosa sino al poner de relieve las nefastas consecuencias que tendría para el sexo femenino la aplicación tout court de la ley del más fuerte. O dicho de otra manera, su critica

a Darwin la formula desde posiciones feministas y no basándose en prejuicios religiosos. Asimismo es interesante destacar la coincidencia de posiciones entre la escritora espa­

ñola y la estadounidense Edith Warton que ésta última manifiesta en su excelente cuento The descent of man. No son de extrañar las reticencias de ambas hacia la teoría de la evo­lución, habida cuenta de las opiniones de algunos hombres de ciencia acerca de la natura­leza, la función y el papel de las mujeres a la luz de la teoría darwinista. Un biólogo esco­cés resumía así la cuestión: «Lo que fue decidido entre los protozoos históricos no se puede anular con un acta de parlamento» @.

Tanto la Academia de la Lengua como la de la Historia se erigieron en bastiones antie­

volucionistas, y políticos y literatos tomaron partido en la controversia: Cánovas del Cas­tillo atacará la ética darwinista a la par que el liberal Gaspar Núñez de Arce escribe el poema «A Darwin», en su libro Gritos del combate@.

Volviendo a nuestra autora, de 1865 a 1869 se establece en Italia con Pascal Duprat, a la sazón separado de su esposa y con el que iniciará una convivencia que sólo la muerte interrumpirá. Fruto de esta unión nace en 1866 su hijo René. De regreso a Francia, según consta en un informe policial de 1870, ella había llamado la atención en aquel país por «SU comportamiento excéntrico» y «sus convicciones republicanas muy avanzadas» aun­

que rechazara toda adscripción política. Incluso pese a declararse librepensadora lo hará con matizaciones que subrayan su independencia de cualquier credo.

De esta época datan sus reflexiones sobre el h~bitat, la familia y la enseñanza que serán del agrado de Ernest Renan, el cual la calificará de «casi un hombre de genio». No es de

extrañar el elogio, aunque se formule desde una óptica masculina, ya que ambos coincidían en el rechazo a la democracia igualitaria. De la misma manera que Marx la había juzgado con agudeza, no exenta de desdén, al calificarla de «burguesa» tras la lectura del prefacio

a la obra de Darwin. Economista, antropóloga, literata (en 1864 vio la luz su novela Les jumeaux de Hellas),

en la década de los ochenta los artículos que publica cambian de tono y la política y la socio-

Page 5: Bajo el nombre de Darwin: Clémence Royer o la osadía ... · años en sistematizar hasta la publicación, en 1872, de El origen del hombre, un año después que la propia Royer publicara

@Vid. M. Deraismes: E ve dons l'humonité ( 1 868). París, E d. Lau­rence Kleyman. 1990, pág 37. Cfr. asimismo Gisela Bock Lo mujer en lo Historio de Europa. Barce­lona. E d. Crítica. 200 1 , págs 1 O 1 y SS.

® Cfr. Elaine Showalter: Mujeres rebeldes. Uno reivindicación de lo herencia intelectual feminista Ma­drid. Ed. Espasa, 2002, págs 79 y ss. No obstante, la cuestión es compleja y mer·ece un estudio más detallado, pensemos en la oposición a las tesis de Darwin de Emilia Pardo Bazán o a las re­ticencias del propio Marx.

@ Cfr: Claude Blanckaert: «La science de la femme: une affaire des hommmes», en Le sexe des sciences, pág. 54 y ss.

® Vid. Claude Prochasson: Les onnées é/ectriques ( 1 880-191 0). París, Ed. La Découverte, 199 1.

@! Cfr. G. Fraisse: <<Raison de 1' espéce. Raison de 1' esprit>>, en Le sexe des sciences, pág 12.

@ Cfr. Patrick Tort: Dictionnoire du dorwinisme et de 1' evolution. París, PUF, 1996, págs 3744-3749.

@ Op. cit: Marte Albistur· y Daniel Armogathe en Histoire du fémi­nisme (rom;oise . París. Ed. Des Femmes, tomo 11, pág 404.

@ El desengaño producido por esta constatación queda paten­te en el retrato pintado por su amiga Angéle Delasalle. en el que observamos a una anciana de rasgos pesados que subrayan la dureza de la mirada a medio ca­mino entre la violencia y el su­frimie nto.

TEMA'>

~

logía se van a imponer entre sus preocupaciones a la economía. En 1881 fundará la Socie­

dad de Estudios Filosóficos y Morales, y ese mismo año publica Le bien et la loi moral.

Autodidactismo y/o Feminismo El acceso a la cultura de las mujeres ha sido acotado a lo largo de los siglos entre lo doméstico y lo monás­

tico. En el XIX el modelo ideal femenino oscilaba entre la mujer Mesías de los saintsimo­nianos y el ángel del hogar, ideal de los partidarios de la República, aunque algunas como Marie Deraismes, feminista y librepensadora, declinaran explícitamente ese honor, que con­finaba a las mujeres en su papel de esposa y madre y les atribuía la defensa de las buenas costumbres y la religión @.

A mediados de siglo los defensores de las tesis de Darwin no escapaban a la dura ley

del patriarcado sino que la reforzaban al considerar que las mujeres tanto física como moral­

mente representaban un estadio inferior de la evolución humana. Pero dado que la teoría

darwiniana era tan compleja y ambigua, algunos radicales y también algunas feministas

pudieron apropiarse de la idea de la evolución para sus propios fines @. Clémence Royer

ironizará sobre este punto afirmando que «según los hombres es preciso concluir que las mujeres son el animal de la creación que menos conocen» @.

Sin embargo, es preciso destacar que ella va a encontrarse en su camino un obstá­

culo insuperable para el reconocimiento a su valía: el autodidactismo doblado de su con­

dición femenina. Ciertamente el autodidactismo en el siglo XIX puede significar la apro­

piacion del saber dominante por parte de los dominados, pero para las mujeres era, sobre

todo, el paliativo necesario de las carencias escolares. Por otra parte, una formación auto­

didacta no les proporcionaba ningún sistema en el que integrar sus conocimientos aislados.

Están informadas, pero no tienen acceso a la ciencia ni en cuanto a método ni en cuanto a

institución. Son una especie de híbrido entre bastardas epistémicas y bastardas sociales,

para utilizar la brillante fórmula de Prochasson @.

Las tácticas para impedir el acceso al saber del sexo femenino han sido variadas a lo

largo de las épocas: interdicción por decreto, prohibición por ausencia de autorización

(cuando se ejerce de autodidacta), interdicción por la censura, el ridículo o bien apelando a

imperativos legales o médicos @!.

Clémence Royer, haciendo de la necesidad virtud, va a defender la generalización

frente a la creciente especialización disciplinaria o, para decirlo con sus propias palabras,

«la especialización nos pierde» y los cursos públicos como base de la enseñanza popular

sirviéndose de innovadoras metáforas maquinistas al referirse a los manuales de divulga­

ción como «los vagones de ese tren de placer del espíritu» o «los postes de telégrafo eléc­

trico de las ideas» @.

En -su Introduction á la philosophie des fe m mes ( 1859) escribe:

Las dos mitades de la humanidad como consecuencia de su educación radicalmente distinta hablan

dialectos diferentes( .. . ). Hay más de diez mil vocablos que las mujeres nunca han oído pronunciar

y de los que ignoran el significado, sin embargo, bastaría con un pequeño diccionario etimológico

compuesto de doscientas o trescientas raíces latinas o griegas para permitirnos tomar parte en todas

las conversaciones y abordar todas las lecturas @.

No se dará cuenta hasta muy avanzada edad de que una formación autodidacta es la

conquista para las mujeres de un saber del que se está excluida, pero que esto no entraña

necesariamente un cambio de estatus social @ .

Page 6: Bajo el nombre de Darwin: Clémence Royer o la osadía ... · años en sistematizar hasta la publicación, en 1872, de El origen del hombre, un año después que la propia Royer publicara

@ Es conocida la animadver­sión que le causaba El origen de los animales de 1'1adame Muro, feminista activa y fundador·a de La Revue Scientifique des Femmes, en la que se o pone a las tesis de Darwin. Cfr. G. Fr-aisse, op. cit. págs 89 y ss.

Más problemática será su relación con el feminismo . Aunque para ella éste era un

efecto necesario de su reflexión filosófica, se encontraba lejos de la corriente feminista

que fundándose en el derecho natural abogaba por la igualdad de los sexos, indepen­

dientemente de la biología.

Royer se situa en un pensamiento de la historia y de la evolución de la diferencia sexual

sosteniendo un discurso a medio camino entre lo real y lo posible. Como señala Genevieve

Fraisse: «Rechaza a los partidarios de una igualdad abstracta y el compromiso de los que

sostienen una igualdad a medida de las costumbres de la época. Doble rechazo que marca

lo original de su posición en el contexto feminista y que por ende la aísla». Ella pondrá en

primer plano la rebelión individual puesto que las mujeres si no tienen poder sobre las leyes,

lo tienen sobre las costumbres. Se la puede clasificar, por consiguiente, en la categoría de

las que se baten por los derechos civiles, pero no por los políticos.

Su postura no la librará de las críticas y en 1884 descubre en flagrante delito de

misoginia al fourierista Victor Considerant, que creía favorecerla dándole consejos sobre

su aspecto en las conferencias. La respuesta de Clémence Royer no se hará esperar:

«Sólo los profesores machos tienen derecho a ser feos como Littré, macizos como Che­

vrault, de ganguear como Dufaure, o tener una voz chillona como Thiers. Sólo ellos tie­

nen licencia para vestir como les place, traje, chaqueta, pantalón, mientras que siempre

llamará más la atención la forma o la tela de un vestido femenino que la verdad de su

discurso» @.

Pese a su reticencia hacia el movimiento feminista, las feministas siempre la consi­

deraron una de las suyas. Fue para ellas una figura emblemática, aureolada del prestigio que

le confería su estatuto de filósofa y científica. En 1892los grupos Solidarité y Egalité pre­

sentarán su canditatura a la Academia de Ciencias Morales y Políticas, aunque será final­

mente a Spencer a quien nombren miembro correspondiente.

Los años finales de Clémence Royer fueron especialmente duros. Tras la muerte de

Duprat, en 1885, le asedian los problemas económicos, hasta el punto de solicitar al Estado

la administración de un estanco. En 1900, dos años antes de morir, le fue concedida la Legión

de Honor. El homenaje llegaba quizás demasiado tarde y la amargura envenenó sus últimos

días, aunque todavía tendría arrestos para publicar una Historia del cielo. Que nos sirvan

de consuelo sus propias palabras: «Para mí, la elección está hecha: Creo en el progreso».

Bene merenti.

Henri Matisse:

Ilustración para «Pasiphael!, de H. de Montherlant

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Alex Katz:

"Retrato de Ada" (1982)

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Q) Ernst Mayr. Así es la biología. Versión castellana de Juan Ma­nuellbeas, Debate, Madrid, 1998, pág. 36.

@ Xosé A. Fraga, «la recepción del darwinismo por los natura­listas españoles del siglo XIX, un análisis general>>, en: Miguel Án­gel Puig-Samper. Rosaura Ruiz y Andrés Galera (eds.) , Evolucio­nismo y cultura. Datwinisrno en Eu­ropa e lberoamérica. Junta de Ex­tremadura/Universidad Nacional Autónoma de México/Doce Ca­lles, Madrid, págs. 249-265.

Q) José Sala Catalá, Ideología y ciencia biológica en España entre /860 y 1881. La dirusión de un paradigma. CSIC. Madrid, 1987, págs. 84-85.

@) Francesc Bujosa, F. Homar. Thomas F. Glick. «Üdón de Buen y del Cos (Zuera, Aragó, 1863-Mexic, 1945). ~oceanografia>>, en: J. M. Camarasa y A. Roca Rosell (dir.), Ciencia i tecnica als Pai'sos Catalans: una aproximació bio­gro(tca. Fundació Catalana per a la Recenca, Barcelona, 1995, págs. 763-79 1.

® Thomas F. Glick. Dmwin en Es­paña. Península, Barcelona, 1982, págs. 5 1-67.

La evolución, rasgo y sentido de la vida

jesús l. Cata/á Gorgues

La centralidad del hecho evolutivo en cualquier aproximación científica al mun­do viviente es, hoy por hoy, una realidad que admite pocas controversias. Como se­

LIBROS

este manual adquiere automáticamente un carácter casi simbólico, en cuanto deviene expresión material de cómo los estudios evolutivos ya pueden considerarse, en Es­paña, «ciencia normal», no tanto en el ple­no sentido kuhniana del término, cuanto como resultado de una mirada a la realidad social de la enseñanza universitaria. La evolución en España ha dejado de ser fuen­te de las controversias ideológicas que tan­to han distorsionado su consolidación co­

mo materia de estudio normal. ñala Ernst Mayr, los organismos vivos son «el producto de 3.800 millones de años de evolución», y el conjunto de sus característi­cas son el reflejo de esa prolon­gada historia, que establece «una corriente ininterrumpida desde el origen de la vida y los proca­riontes más simples hasta los ár­boles gigantes, los elefantes, las ballenas y los seres humanos» Q).

En consecuencia, el estudio de la Antonio Fontdevilo y Andrés Moya

Mucho tiempo ha pasado desde que catedráticos como Rafael Cisternas y Fontseré, en la Universidad de Valencia, o Antonio Machado y Núñez, en la de Sevilla, incorporaran de tapadillo la enseñanza de las doctrinas darwinistas , formu ­ladas pocos años antes, en sus clases de historia natural, y se vieran a la postre incapaces de incorporar esas mismas doctri­nas de forma coherente a su

evolución es una exigencia pa­ra cualquier persona que desee

Evolución. Origen, adaptación y divergencia de las especies,

Madrid, Síntesis, 2003, 59 / pógs.

conocer a fondo los entresijos de la vida, especialmente en su dimensión histórica.

El libro que aquí comentamos es un manual de enseñanza supelior, el plimer ma­nual «de autor» -en este caso, de dos auto­res, Antonio Fontdevila y Andrés Moya, ca­tedráticos de Genética respectivamente en

. la Universitat Autonoma de Barcelona y en la Universitat de Valencia- sobre evolución que se ha escrito originalmente en español. Resulta llamativo este hecho, pues han pa­sado más de seis décadas desde la formula­ción de la nueva síntesis evolutiva, y casi si­glo y medio desde la publicación del libro de Charles Darwin, On the Origin of Spe­cies by Means of Natural Selection (1859). No hay que perder de vista, sin embargo, que el camino de normalización de la ense­ñanza y la investigación en evolución en la universidad española ha resultado particu­larmente difícil y tortuoso. Por esta razón,

obra científica @. Intentos posteriores de hacer de la enseñanza y la práctica evo­lucionistas elemento normal de la vida universitaria costaron separaciones de cá­tedra, como las promovidas por el minis­tro Manuel de Orovio en 1875 -y que afectaron, entre otros, al catedrático de Santiago de Compostela, Augusto Gon­zález de Linares Q)-, o condenas ecle­siásticas, como la que hubo de arrostrar el catedrático de la Universidad de Bar­celona, Odón de Buen y del Cos, en 1895 @. Y aunque con el nuevo siglo las co­sas se suavizaron, y fue posible que los estudiantes de la Universidad de Valen­cia organizaran en 1909 un homenaje a Darwin con motivo del centenario de su nacimiento sin que se suscitaran más pro­blemas que ciertas reacciones adversas en la prensa ®, lo cierto es que la enseñanza de la evolución en la universidad espa-

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@ Francisco Pelayo. «Darwinis­mo y antidarwinismo en España ( 1900-1939): La extensión y crí­tica de las ideas evolucionistas». en: Miguel Ángel Puig-Samper, Rosaur·a Ruiz y Andrés Galera (ed>), Evolucionismo y cultura. Dar­winismo en Europa e lberoomé­rico. Junta de Extremadura/Uni­versidad Nacional Autónoma de México/Doce Calles, Madrid, págs. 267-283.

ñola nunca llegó a normalizarse; así, la propuesta del traductor y divulgador Ma­riano Potó de crear una cátedra de Evolu­ción, lanzada a finales de la década de los diez, no halló eco, a pesar de los fundados argumentos de este autor, que mostraba có­mo en la Universidad de Madrid la teoría de la evolución no se exponía de manera completa en ninguna asignatura @. Con

tan precaria situación, a nadie puede ex­trañar que la enseñanza de la evolución volviera a verse reducida a la marginali­dad tras la instauración de la dictadura

franquista, y que sólo empezara a supe­rarse tal situación hacia la década de los sesenta, en un proceso del que todavía sa­bemos muy poco.

Hoy en día, la situación es muy dis­tinta. La evolución se enseña con norma­lidad en las universidades españolas, y su presencia en los planes de estudio de la licenciatura de Biología y de otras afines no extraña a nadie. La evolución, sin em­bargo, no deja de ser una materia proble­mática, aunque por razones distintas a las ideológicas. El propio carácter de la evo­lución lleva a que su exposición docente tenga que superar el tradicional enfoque por niveles de organización que ha ca­racterizado la enseñanza de la biología; esto no es en absoluto trivial, pues no re­sulta fácil desarrollar una visión coherente y unitaria de un fenómeno que se mani­fiesta y articula en todos los niveles de or­ganización de lo viviente, en alumnos que tienen en esos niveles su guía básica de aproximación; «nivelar la evolución», si

se nos permite la expresión, es un ejerci­cio peligroso por cuanto el poder expli­cativo de la teoría evolutiva radica, pre­cisamente, en su carácter integrador. La

evolución, por otra parte, es motivo de controversia en su adscripción a una u otra área de conocimiento; un paleontólogo como un genetista, un ecólogo como un

taxónomo, pueden sentirse legítimamen­te autorizados a enseñar evolución; sin embargo, habrán de superar las restric­ciones propias de su visión inevitable­mente especializada para continuar ga­rantizando ese carácter integrador. La

evolución, finalmente, aun siendo un fe­nómeno propio de lo viviente, no es cam­po de interés sólo para la biología; otras áreas de conocimiento, incluidas las cien­cias sociales y humanas, necesitan recu­rrir con frecuencia al hecho evolutivo, o cuanto menos comprenderlo adecuada­

mente, en su quehacer cotidiano; cabe exi­gir, pues, a sus cultivadores una cierta «cultura evolucionista», que en este ca­so no siempre está garantizada en los pla­nes de estudio.

Un manual de evolución que pre­

tenda ser útil -característica que puede no ser relevante en otro tipo de literatura, pe­ro que es muy importante en un libro de esta clase- tendrá que afrontar con éxito los retos que plantean los tres grupos de problemas expuestos, además, desde lue­go, de estar doctrinalmente bien funda­mentado y de articularse de forma que fa­cilite el aprendizaje. Creemos que el libro de los profesores Fontdevila y Moya su­pera tales retos . De la evolución molecu­lar a la macroevolución, el fenómeno evo­lutivo se nos presenta trabado y unido a toda manifestación viva; no han olvida­do los autores dedicar un capítulo a la evolución de las estrategias de vida, ni a la evolución genómica, aspectos que no siempre merecen la debida atención en otros trabajos . Por otro lado, el fenómeno evolutivo surge ante nuestros ojos tanto en los genes como en los fósiles, y tanto en las especies como en los ecosistemas; la condición de genetistas de los autores no les ha llevado, pues, a producir, ni mu­cho menos, un libro de evolución génica. Un libro, por cierto, que está concebido

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