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    Annotation

    Diana Belmaine, detective privadespecializada en recuperar antigüedades y objetode arte robados, recibe del abogado demultimillonario Steve Carmichael un encargnusual. Parece ser que una muy rara y valios

    antigüedad ha sido sustraída de su galería durantuna fiesta. Dada la naturaleza secreta del objetoCarmichael no quiere implicar a la policía en e

    caso. Todo lo que desea es recuperar aquellpequeña caja egipcia de alabastro.Desde el momento en que Diana conoce a

    arqueólogo Jack Austin, comienza a sospechar dél. Pero ¿cómo iba Jack a perjudicar al benefacto

    que está costeando sus excavaciones en Tikukulack, que ha merecido un reportaje especial de levista People, es un aventurero endiabladamenteductor. Desde su primer encuentro, Diana y Jac

    e ven envueltos en un duelo de inteligencias y s

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    ienten fuertemente atraídos uno por el otro.En una ocasión, Diana cometió el error d

    confiar en un hombre que resultó ser un ladrón. Niene la menor intención de que ocurra lo mism

    con Jack, pero a pesar de su decidido espíritpráctico, su corazón y sus hormonas no parecedispuestos a atender razones

    Michelle AlbertPRÓLOGOCAPÍTULO 1CAPÍTULO 2

    CAPÍTULO 3CAPÍTULO 4CAPÍTULO 5CAPÍTULO 6CAPÍTULO 7

    CAPÍTULO 8CAPÍTULO 9CAPÍTULO 10CAPÍTULO 11CAPÍTULO 12

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    CAP TULO 13CAPÍTULO 14CAPÍTULO 15CAPÍTULO 16

    CAPÍTULO 17CAPÍTULO 18CAPÍTULO 19CAPÍTULO 20

    EPÍLOGO

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    Michelle Albert

    Atrápame

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    PRÓLOGO

    Mandeville, al norte del lago Poritchartrainera una comunidad acomodada que presentaba undice de criminalidad bajo, con casas y jardine

    grandes y ostentosos y gente con mucho dinerpara gastar en caprichos caros.

    Exactamente la clase de caprichos que équería.

    Hacía tiempo que había descubierto que ba vestido con uniforme de repartidor o d

    écnico en reparaciones, se volvía invisible. Lgente le dejaba merodear alrededor de sus casain preguntar demasiado, e incluso le permitía

    entrar en ellas dependiendo de cuán profesionaonase su voz. En ocasiones también respondía poeléfono a preguntas de compañías supuestament

    oficiales con mucha más confianza de la adecuadaEra triste decirlo, pero todo esto facilitaba s

    rabajo, y cuanto más próspera era la comunidad

    más fácil resultaba. Al revés que en los barrio

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    más duros de Nueva Orleans, donde la gente nconfiaba en nadie e instalaba rejas en las puertas ventanas y tenía perros guardianes, los habitantede aquellos suburbios paradisíacos confiaban en l

    eguridad de unos sistemas de alarma que menudo no eran tan efectivos como ellos pensabanPor increíble que pareciera, algunos no tomabamás precauciones aparte de cerrar puertas

    ventanas.La casa de aquella noche le facilitarímuchísimo el trabajo.

     No había perros; tan sólo un sistema dalarma obsoleto que protegía el interior de l

    vivienda. Aun así, dentro todos dormíaplácidamente en sus camas, pensando en suacciones bursátiles y los jugosos beneficios quéstas les reportarían.

    Se dirigió a la entrada trasera porque locuidados setos y arbustos camuflaban la puertcasi por completo. Además, ésta tenía uncerradura tan simple que la abrió en cuestión degundos.

    El pestillo le llevó algún tiempo más y

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    cuando cedió, cerró los ojos y movió el picaportentamente, aguzando el oído, tratando de percib

    cualquier cambio. Forzar cerraduras era más unciencia que un arte, con sus propias leyes física

    Cuando escuchó aquel chasquido tan familiaabrió la puerta con cuidado y entró en la casaoscura y silenciosa.

    A menos que estuviese desactivada, la alarm

    alertaría a la compañía encargada de la seguridaun minuto después de que la puerta se hubierabierto, tras lo cual los propietarios recibirían unlamada telefónica. Salvo que algo saliera mal, é

    conseguiría lo que había venido a buscar y saldrí

    por la puerta antes de que sonase el teléfono. Dodas formas, permaneció atento a cualquie

    posible ruido o movimiento extraño. Como no ibarmado, lo último que deseaba era encontrarse co

    un propietario furioso apuntándolo con una pistolaO con la policía.Se movió con rapidez, invisible gracias a

    atuendo negro que llevaba sobre la ropa de calledando cada paso con precisión y sigilo. Sabí

    exactamente adónde tenía que ir. Había estado al

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    hacía una semana para “reparar” el airacondicionado que, de madrugada, él mismo habínutilizado al desconectar los fusibles. Habí

    embaucado al agobiado propietario para que l

    dejase revisar toda la casa. Tras encontrar lo qubuscaba, salió al jardín y fingió por un momentque estaba haciendo comprobaciones. Lueg“reparó” el aparato de aire acondicionad

    implemente conectando de nuevo los fusibles.El salón en el que se encontraba era enorme estaba decorado para demostrar cuánto dinerganaba al año el dueño de aquel castillo (uconocido abogado jurista que trabajaba en Nuev

    Orleans).Al cabo de unos segundos, abrió la endebl

    cerradura de la vitrina. Lo que había venido buscar se hallaba en el estante del medio

    acomodado artísticamente en cristal, junto a umarco de plata que contenía la fotografía de unpareja sonriente.

    La expresión arrogante del hombre y lonrisa y la mirada tímida de la mujer capt

    brevemente su atención, dejándolo con un lev

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    entimiento de culpa. No había tiempo para aquello. Cogió e

    collar con la mano enguantada en cuero negro, lenvolvió con cuidado en algodón y se lo metió e

    el bolsillo.Cerró la puerta de la vitrina, no sin ante

    dejar su tarjeta de visita. Luego salió taigilosamente como había entrado, desapareciend

    en la oscuridad de la noche.

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    CAPÍTULO 1

     Seis meses después…

    Al oír el sonido familiar de aquellas botas duela gruesa, Diana Balmaine levantó la vista de

    escritorio y observó cómo su secretaria a tiempparcial entraba en el despacho. Luna era un

    preciosa joven de veintidós años y piel pálidaaficionada a pintarse las uñas de negro y los labiode rojo sangre, a vestirse de negro riguroso y eñirse el cabello del mismo color. No era d

    extrañar, pues, que también trabajara de guívampira en los recorridos nocturnos para turistade Nueva Orleans.

    - No me dijiste que hoy tenías una cita -dijLuna con tono enojado.

    Diana se quitó las gafas de leer y se apoy

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    contra el respaldo de la silla, enarcando una ceja.- Porque no la tengo -respondió.- Pues ahí fuera hay un viejo que dice que h

    venido a hablar contigo.

    - ¿Ese viejo tiene nombre?- Jones -contestó Luna que, aunque sonreír n

    ba con su imagen, miró a su jefa con ojoburlones-. Supongo que debe de ser un prim

    cercano del señor Fulano y el señor Mengano.A los verdaderos clientes, aquellos couficiente dinero como para reclamar suervicios, no les gustaba anunciar al mundo qu

    necesitaban a un detective privado. De hecho, cas

    iempre era ella la que acudía a ellos. La mayoríde sus reuniones de negocios transcurrían frente un café con leche y pastas en el Café du Monde, ealgún despacho ajeno, por teléfono o en algún ba

    oscuro.Diana suspiró y se puso de pie. No podíperder tiempo, ya que tenía que preparar enforme sobre la recuperación de un Picassobado. La compañía de seguros que la habí

    contratado seguramente se sorprendería al sabe

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    que el dueño del cuadro, un ejecutivo de uncompañía petrolera, canoso y simpático, qupasaba por dificultades económicas a causa de sercer divorcio, había contratado al ladrón par

    cobrar el dinero del seguro.Un truco viejo y burdo, pero la gente seguí

    in aprender.Siguió a Luna a la pequeña sala de espera d

    u oficina, compuesta por tres habitacionedecorada en colores burdeos, azul marino marrón y situada en la segunda planta de un viejedificio de la calle Saint Phillip, cerca demercado. El tenue sonido del ventilador de tech

    e mezclaba con el ruido de la calle, que sfiltraba a través de las vaporosas cortinas de gasaanimados turistas que paseaban por el barrifrancés, las bocinas de los coches y el sonido d

    un carro tirado por una mula.Un hombre elegante y de pelo plateado estabde pie junto a la ventana. Vestía un traje oscuro dcorte clásico y llevaba un gran maletín de cuero¿Se trataría del abogado de alguien con much

    dinero?

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    Por suerte, Diana llevaba puesto un vestidde seda color verde lima que realzaba su cabellubio y su piel ligeramente bronceada. La

    esbeltas líneas del vestido, aunque le marcaban la

    curvas un poco más de lo deseable tratándose dun cliente potencial, le daban un aspecto elegante formal.

    - Hola -saludó al desconocido, la espald

    ecta y los hombros hacia atrás. El caballero svolvió y Diana vio que llevaba una rosa blanca eel ojal-. Soy Diana Belmaine.

    - Edward Jones -se presentó, dándole uapretón de manos fuerte y breve-. Supongo que e

    usted la detective privada especializada eantigüedades robadas.

    - Sí. Me especializo en arte, joyas, reliquiafamiliares y antigüedades en general. También m

    ocupo de casos de fraude, aunque no tantos comcuando trabajaba en Sotheby's -admitió, hacienduna pausa-. ¿Ha perdido usted algo, señor Jones?

    - Me temo que sí.Diana reparó en el alfiler de corbata d

    diamantes y en el caro traje del hombre. Sonrió.

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    - Y usted quiere que yo lo encuentre.- Así es.- Perfecto. Hablemos, ¿le parece? Por aqu

    por favor. Luna, atiende mis llamadas.

    Luna parecía divertirse con la situación, pesar de que no sonreía.

    - Claro, jefa.El señor Jones inclinó la cabeza amablement

    ante Luna y siguió a Diana a su despacho. Laestanterías atestadas y los diplomas enmarcados ea pared conferían a la habitación un aire d

    categoría, igual que las majestuosas sillaapizadas de cuero rojo y el enorme escritorio d

    oble, proveniente del despacho de una compañíalgodonera que había quebrado hacía tiempo. Aentrar el lugar daba una impresión de poder; dpoder masculino, para ser más exacto

    compensando así la desagradable desventaja dque la mujer pareciera más una chica de la altociedad que una investigadora privada.

    - Siéntese -dijo Diana, cerrando la puerta¿Quiere tomar algo?

    - No, gracias.

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    Presa de curiosidad, Diana se sentó, apartó eamasijo de libros y papeles que había sobre eescritorio y preguntó:

    - ¿En qué puedo ayudarle, señor Jones?

    El hombre se limitó a colocar el maletín en eegazo. Después de marcar la combinación y abros cierres, extrajo una carpeta y la dejó caeobre el escritorio sonoramente. No se la acercó

    Diana, que tampoco hizo ademán de tocarla.- Esta carpeta contiene toda la informacióque usted requiere para investigar la pérdida quufrió mi cliente recientemente.

    - Está yendo un poco deprisa. ¿Por qué no m

    dice primero el nombre de su cliente?- Steven Carmichael. -Diana arqueó las ceja

     el abogado esbozó una sonrisa-. ¿Conoce usted mi cliente?

    - Por supuesto. Cualquiera que esté metido eel negocio de las antigüedades lo conoce. Por otrparte, el señor Carmichael recurrió a mí hace umes para encargarme un caso que la policía nhabía podido resolver… algo sobre uno

    contenedores con objetos mayas destinados a s

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    nueva galería -dijo Diana, inclinando la cabeza un lado-. Sin embargo, acabó contratando a otrdetective.

    A Diana todavía le dolía aquel rechazo, sobr

    odo porque sospechaba que el acaudalado poderoso Carmichael había desestimado su ayudporque pertenecía a una generación que no creíque una mujer fuera capaz de encargarse de u

    «trabajo duro». No había sido la primera vez quhabía perdido un caso a causa del sexismo.- Sí, es verdad… Estoy al tanto de eso.- ¿Recuperó el señor Carmichael su

    antigüedades?

    - Todavía no.- Lo siento mucho -dijo Diana, evitand

    onreír. El abogado la miró con seriedad.- Sí, es un tema muy desafortunado, pero n

    estoy aquí por eso. El señor Carmichael tiene uasunto urgente que debe resolver lo antes posible cuya naturaleza es mucho más personal.

    - Yo no busco gente -se apresuró a aclaraDiana, reprimiendo un suspiro-. Si lo que h

    perdido el señor Carmichael es una novia o un

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    amante, no puedo ayudarle.- En realidad, se trata de algo más bie

    elacionado con una dinastía familiar. De hechouna bastante antigua, que en mi opinión encaja e

    u área de acción, señorita Balmaine- No estaría mal que me dijese exactament

    de qué se trata.- No es nada especialmente bello, pero tien

    un gran valor sentimental para mi cliente. Se tratde una pequeña cajita de porcelana que contienun mechón de cabello y una estatuilla de seicentímetros de oro macizo. Es egipcia, de ldecimoctava dinastía, concretamente.

    - ¿Extraída de una tumba?- Sí -dijo Jones, carraspeando-. Del faraó

    Tutankamón. Y la cajita de porcelana lleva inscritel nombre de la reina Nefertiti. -Jones se cruzó d

    manos sobre el maletín-. Mi cliente cree que emechón de pelo pertenece a ella, por lo que tienmucho interés en recuperarlo.

    Realmente se trataba de algo serio. Nefertiti era la más legendaria de las reina

    egipcias. El mero hecho de mencionar su nombr

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    evocaba en la mente imágenes de su gracia belleza eternas y el misterio de su destino final.

    - ¿Puedo preguntarle cómo adquirió el señoCarmichael semejante objeto? -preguntó Diana

    nquieta.- De forma legítima.- ¿Completamente legítima o más o meno

    egítima?

    El antiguo reloj del escritorio sonabdelicadamente a cada segundo que pasaba.- Señorita Belmaine, un gran número de la

    antigüedades que hay en los museos y en lacolecciones privadas fueron adquiridas po

    medios muy poco éticos. Hoy lo llaman saqueoantes lo llamaban coleccionismo. Así funciona emundo. Mi cliente posee los documentopertinentes de origen y condiciones de venta.

    Aquellos papeles hacían que la compra dCarmichael fuera legal y justificaba su esfuerzpor recuperarla. También era cierto que la mayoríde las antigüedades, incluso las que se exhibían eos museos más famosos del mundo, habían sid

    obadas por lores ingleses aventureros, po

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    efímeros emperadores franceses, por saqueadoreprofesionales que seguían la tradición familiar, poel crimen organizado de la era moderna e incluspor académicos que no habían podido resistir l

    entación…Por supuesto, la caja y su contenido quizá

    eran imitaciones. Sin embargo, aceptar aquerabajo supondría un cambio de orientación frent

    a los casos comunes de fraude y robos que Dianhabía estado investigando últimamente. La vida lhabía resultado terriblemente anodina los doúltimos años, y ahora tenía la oportunidad denfrentarse a un verdadero reto. Estaba dispuesta

    hacer lo que fuera por poner en marcha suneuronas.

    - ¿Cuándo descubrió el señor Carmichael que habían robado la cajita?

    - Hace tres días -respondió Jones, y aadvertir que había despertado el interés de lmujer esbozó una sonrisa de satisfacción-. Se lobaron de su galería, El Jaguar de Jade, que est

    en la calle Julia. Encontrará más detalles en est

    nforme, incluyendo los nombres de todo aquel qu

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    iene acceso al local y una lista de los invitadoque asistieron a la inauguración de la galería lemana pasada.

    - Las fiestas siempre son una oportunidad d

    oro para los ladrones -murmuró Diana-. Siembargo, no sabía que el señor Carmichaecoleccionaba objetos del antiguo Egipto. Creía que interesaba exclusivamente por la eda

    precolombina.- Sí, ése es su interés principal, pero antodo colecciona arte bello y extraño.

    Diana sopesó la expresión amable, inclusanodina, del abogado.

    - Ustedes ya han contratado a un detectivpara que recupere el cargamento maya. ¿Por quno le encargan que también se ocupe de este últimobo? ¿Por qué acuden a mí?

    - Mi cliente cree que sus conocimientos sadecuan perfectamente a esta situación. Quiere questa investigación se lleve con discreción utileza. Estoy seguro de que estará al tanto de qu

    últimamente hay una tendencia a repatria

    antigüedades a sus países de origen. Un objet

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    como ése podría ocasionar un incidentnternacional.

    Diana enarcó una ceja e inquirió:- ¿El señor Carmichael ha informado de est

    a la policía?- No.- Oh, vamos -repuso Jones, impaciente-. N

    es tan difícil entender por qué mi cliente no dese

    que la ley se vea involucrada en esto. No quierarriesgarse a perder definitivamente el objeto ni lconsiderable cantidad de dinero que pagó por él.

    Por no mencionar el hecho de que su moraquedara públicamente en entredicho, lo cua

    explicaba que deseara que la investigación fuer«discreta» y «sutil».

    - Hay algo más -añadió Jones, sacando demaletín una bolsa hermética de plástico qu

    contenía una carta: la jota de picas-. Alguienobviamente el ladrón, dejó esto en lugar de lcajita. Mi cliente tuvo cuidado en no tocarlo, poi hubiera huellas dactilares.

    Diana estaba segura de que no las habría

    pero de todas formas analizaría la carta par

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    comprobarlo. Sin duda se trataba de un trabajbien planeado, obra de un profesional.

    - ¿Puedo? -preguntó.El abogado le entregó la bolsa y Dian

    observó atentamente la carta. Era la firma deadrón, una presentación tan personal como u

    apretón de manos y única como una huella dactilaSintió que una intensa excitación se apoderaba d

    ella. - Un ladrón con estilo -comentó con unonrisa-. Es mi clase de delincuente preferido.

    - Perdóneme por no compartir su entusiasmoeñorita Belmaine -dijo Jones, que extrajo otr

    carpeta del maletín y luego lo cerró-. Me homado la libertad de redactar un contrato por su

    honorarios y servicios. Le dejaré el contrato y lnformación para que pueda estudiarlos. Tien

    oda la noche para pensárselo. Si le parece bienvolveré mañana a las ocho para ultimar lodetalles.

    Diana abrió la carpeta y, al observar a cuántascendía la cifra, confió en que sus ojos siguiera

    en sus órbitas.

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    - Me parece bien.- Por supuesto, todo cuanto hemos dicho aqu

    debe ser confidencial.Diana asintió y Jones se puso en pie.

    - Muy bien. Ha sido un placer hablar cousted.

    - Una última pregunta, por favor -dijo Dianaque también se puso de pie-. ¿Su cliente tiene e

    mente a algún posible sospechoso?La expresión del abogado no se alteró y, traun instante, contestó:

    - Me temo que no.- De acuerdo -dijo Diana, sonriendo co

    cortesía-. Muchas gracias. Hasta mañana, pues.Cuando el abogado salió del despacho, l

    mujer observó la voluminosa carpeta que habíobre el escritorio y frunció el entrecejo. E

    propósito de semejante información era sin dudevitar que ella tuviera que hacer demasiadapreguntas comprometedoras.

    La razón quizás era tan simple como lenuencia de Steven Carmichael en revelar qu

    poseía algo capaz de destapar un nido de avispa

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    de dimensión internacional. Lo cual sugería questaba escondiendo algo más.

    Así pues, no tenía motivos para confiar en éo en la información que contuviese aquel dossie

    Además, el abogado no había dicho la verdad aafirmar que no había sospechosos. La levoscilación de su voz y la expresión de su rostrndicaban que estaba ocultando detalles

    mintiendo acerca de algo.Por otra parte, aquello no era nada nuevpara Diana. Lo primero que aprendía cualquiedetective privado era que la gente mentíaSiempre. El vecino de al lado, las ancianitas, l

    policía, los curas, los ricos y los pobres, loborrachos y los pilares de la sociedad… todo emundo.

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    CAPÍTULO 2

    Una hora después de haber aceptadoficialmente el caso Carmichael, Diana detuvo sMustang descapotable de época, color turquesafrente a la Facultad de Antropología de lUniversidad de Tulane, en la calle AudubonObservó el edificio de dos plantas y pintado dbeige, con molduras grises y otros adornos. Variaventanas altas y estrechas, estaban abiertas, y ladiversas zonas descoloridas sobre la fachada l

    daban al lugar un aspecto sombrío. Diana apagó emotor, sintiendo la ansiedad recorriéndole ecuerpo como una ola de energía. Tras pasar caoda la noche despierta, leyendo los documento

    del caso e iniciando investigaciones preliminaree mantenía en pie gracias a la cafeína y l

    adrenalina, si bien agradecía sentir de nuevaquella sensación familiar de nerviosismo. Hacía mucho tiempo que no iniciaba una caza com

    aquella, algo que no fuese predecible, seguro n

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    fácil.Antes de salir del coche, echó un vistazo a

    obado ejemplar de la revista  People de Luna, eel asiento del copiloto. Se trataba del númer

    anual de los solteros más destacados, y allí, en lpágina 44, estaba la foto del doctor Jack Austinprofesor de Arqueología de Tulane, reputadexperto en la cultura maya y colaborador habitua

    del  Discovery Channel . Un auténtico prodigioHabía descubierto la ciudad maya perdida dTikukul con sólo veintisiete años, y aquello habíido su fuente de ingresos durante los diez añoiguientes, recibiendo las cinco últimas

    generosas subvenciones de la Sociedad para lConservación de la América Antigua, fundada poSteven Carmichael.

    A juzgar por la fotografía, Austin poseía l

    clase de atractivo tosco y natural que debía datraer a las mujeres pero que no hacía que lohombres se sintiesen incómodos en su presenciaalgo así como el hombre definitivo. Iba vestidcon bermudas de explorador y una camiseta si

    mangas empapada en sudor y yacía despatarrad

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    obre una roca recubierta de ramas, lomusculosos brazos y piernas estirados, como si sratase de un sacrificio humano.

    Era una foto erótica y extraña, pues la image

    hacía que la mirada se desviara directamente ciertas zonas erógenas del cuerpo, como diciendo«¡Cómeme!»

    Diana dobló la revista y se la metió en e

    bolso. Salió del coche y se dirigió al edificioHabía concertado una cita con Carmichael por larde, pero hasta entonces trataría de visitar una

    una, y por orden alfabético, a las personas qufiguraban en la lista de invitados a la fiesta d

    nauguración del jaguar de jade, que incluía unúmero bastante elevado de conocidos políticos miembros de la alta sociedad, artistas propietarios de galerías de arte rivales.

    Por ahora sabía que los Allen estaban fuerde la ciudad y que los Archer no eramadrugadores. Así que el siguiente era Austinaunque teniendo en cuenta su dependencia dCarmichael para llevar a cabo sus excavacione

    no figuraba en los primeros puestos de la lista d

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    posibles sospechosos.Diana, que lucía un vestido de lino colo

    naranja, zapatos de tacón marrón oscuro y un chade Hermés atado a su coleta, larga y lisa, qu

    hubiera recibido la aprobación de Jackie Onassie encaminó con decisión a la secretaría de

    Departamento de Arqueología. No era el momento de pasar inadvertida, sin

    de causar la mejor impresión posible a uno de loolteros más deseados de Norteamérica y tratar dorprender al tipo con la guardia baja.

    Cuando se trataba de obtener respuestadirectas, esa estrategia funcionaba el noventa po

    ciento de las veces.La secretaria, una mujer mayor y seria vestid

    con blusa y pantalones, no era más que la primerínea de defensa entre el buen profesor y la

    estudiantes sin novio. La expresión de su rostro sornó austera cuando Diana pidió ver a Austin.- Lo siento -contestó-. El señor Austin n

    iene horas de visita establecidas, pero si me deju nombre y número de teléfono, él la llamará.

    Perfecto. Diana sacó su carnet de detectiv

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    del bolso. A veces, enseñar aquel papel surtíefecto.

    - Se trata de un asunto oficial. Vengo de partdel mecenas del doctor Austin, el señor Steve

    Carmichael.A la mujer se le puso otra cara.- No puedo dar el número de su despacho

    os que no son estudiantes, pero ahora mismo est

    dando clase de Introducción a la Arqueología en eaula 150. Puede esperar fuera y hablar con écuando acabe la clase.

    Aunque no tenía intención de deambular siumbo fijo, Diana sonrió, le dio las gracias y s

    marchó, haciendo caso omiso de la mirada hostde la secretaria.

    Cinco minutos más tarde, encontró el aulaabrió la puerta, entró y se apoyó en la pared de

    fondo.El profesor Austin estaba de pie junto a lpizarra, justo enfrente de Diana. Llevaba puestuna camisa blanca de manga corta remetida dentrde unos pantalones de vestir color caqui,

    mpartía la lección mientras dibujaba un esquem

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    con rápidos y enérgicos golpes de tiza- … que es la teoría referente a las formas d

    determinar la antigüedad de un objeto terminuante y post quem. Digamos que estáis excavand

    un yacimiento y queréis saber cómo fecharlo…Absorto en el tema, el hombre no advirtió lo

    uspiros y el silencio absoluto que se cernió sobrel aula.

    - El objeto más antiguo encontrado in sitería…De repente Austin se interrumpió, poniéndos

    enso, como si sintiera la presencia de udepredador a sus espaldas, y se volvió.

    Sus miradas se encontraron. Sorprendida y uanto irritada, Diana pensó que ni la televisión n

    una fotografía le hacían justicia. Ninguna cámarpodría capturar jamás la energía y el magnetism

    de aquel hombre.La intensidad de su mirada sombría fue lprimero que le llamó la atención. Luego reparó eque los largos días pasados bajo el sol tropicahabían teñido el cabello castaño oscuro de

    hombre de reflejos cobrizos. También advirtió qu

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    u piel bronceada y su figura esbelta hacían quncluso vestido con ropa formal pareciese sexy. S

    una marca de camisas hubiese contratado a JacAustin de portavoz, la venta de sus productos s

    habría visto considerablemente incrementada.Veinticinco pares de miradas especulativa

    dos tercios de ellas femeninas) se dirigierohacia Diana, que observaba a Austin y s

    preguntaba cómo respondería éste a su presencia.Tras escrutarla lentamente de la cabeza a lopies, Austin arqueó una ceja, se volvió hacia lpizarra y continuó explicando y dibujandesquemas como si aquella extraña vestida d

    naranja no hubiera irrumpido en el aula.- El objeto más antiguo, o el más lejano

    encontrado in situ se denomina a menudo terminuante quem, y el más nuevo, o el más reciente

    ecibe el nombre de terminus post quem. Todo lque se encontrase en el yacimiento sería fechaddespués del objeto más antiguo pero antes del mámoderno. -Austin miró a sus alumnos de nuevo e apoyó contra la pizarra-. Algunos parecéi

    confusos, así que dejadme que os dé un ejemplo

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    En un yacimiento hemos encontrado decenas ddiscos de vinilo. El más antiguo, situado en efondo de la capa de sedimentos, es la primeredición del  Heartbreak Hotel , de Elvis Presley

    Por otra parte, el disco que está en la capa máalta es  Abbey Road , de los Beatles. Sabemos qu

    eartbreak Hotel   es de 1956, y que  Abbey Roaes de 1969. Como en el yacimiento no hay nad

    anterior a 1956 ni posterior a 1969, los objetoque encontremos a medida que vayamoexcavando las capas intermedias datarán entresos años. Lo cual significa que la gente que tiresos discos en el yacimiento lo hizo durante l

    edad dorada del rock and roll. ¿Os ha quedadmás claro?

    Como respuesta, algunos estudiantes rieron otros hicieron gestos de asentimiento. Durante lo

    quince minutos de clase restantes Diana se relajó e dedicó a disfrutar viendo a Austin en acciónTenía una forma de enseñar despreocupada, unvoz ligeramente ronca con un deje de acentbostoniano y ningún tipo de dificultad par

    mantener la atención de los alumnos, a pesar d

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    que estaba hablando de cómo fechar basurantigua.

    Simple y puro carisma. A nadie le importabi al tipo le interesaba lo que decía; sólo quería

    verlo moverse y hablar. Diana estaba segura dque era capaz de convertir ese carisma en calohirviente o frío helado, en función de la situaciónDe hecho, quizás ella misma recibiese una muestr

    de frialdad, pues los hombres solían reaccionar acuando se daban cuenta de que lo único que queríde ellos eran respuestas.

    - Esto es todo por hoy -dijo Austin a la claseentándose en el torio y cruzándose de brazos

    Recordad que el miércoles debéis entregarme enforme de vuestros proyectos. Si necesitáis habla

    conmigo antes de entregármelos, venid a vermdespués de clase.

    Genial, estaba pidiendo abiertamente seacosado para mantenerse alejado de ella, hasta qufinalmente no tuviera más remedio contestar a supreguntas.

    Sin desanimarse, Diana se dirigió hacia e

    estrado, haciendo caso de las miradas curiosas qu

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    e dirigían los alumnos. Austin, que asentímientras una chica le contaba sus inquietudeobservó, con la misma simpatía de un cocodrilocómo Diana se iba acercando.

    - Estaré en mi despacho a las tres -le dijo u estudiante-.Ven a verme entonces.

    La muchacha asintió y se fue a regañadientemirando a Diana como a una intrusa. Ésta s

    detuvo frente a Austin y sonrió afablemente.- Estoy buscando al doctor Jack Austin.- Lo tiene delante -contestó impertérrito

    dando a entender que no le impresionaba el quella hubiera fingido no conocerlo-. ¿Qué pued

    hacer por usted?- Me llamo Diana Belmaine. Soy detectiv

    privada -contestó ella, mostrando su carnet dnvestigadora. Austin echó un vistazo al document

    con indiferencia y luego volvió a mirarlaQuisiera hablar con usted. A solas, por favor.- De acuerdo -dijo Austin, encogiéndose d

    hombros.¿Acaso no le sorprendía recibir la visita d

    un detective privado? Qué interesante. Se habí

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    documentado sobre Austin, y todo indicaba que erbastante temperamental. Hacía dos veranos shabía enzarzado en un tiroteo con unos supuestoexpoliadores y había acabado encerrado do

    emanas en una cárcel guatemalteca. Y aquélla nhabía sido la única vez que había recurrido a uarma o a sus propios puños para defender suexcavaciones.

    - Acompáñeme a mi despacho -le indicAustin, levantándose del escritorio. Cogió unoibros y unos papeles que había encima y echó

    caminar, sin detenerse a comprobar si ella leguía.

    Bueno, después de todo quizá se sintiera upoco molesto.

    Diana apretó el paso para alcanzarlo, lo cuano le resultó fácil teniendo en cuenta que llevab

    zapatos de tacón alto y un vestido estrecho.- ¿Tiene prisa? -preguntó Diana, mientras sdirigían al despacho.

    - No -respondió él sin aminorar la marcha. Lecretaria los vio acercarse.

    - Tengo algunos mensajes para usted, docto

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    Austin -le informó la mujer, volviendo la miradhacia Diana y entregando a su jefe las notas-. Yveo que la señora le ha encontrado.

    Austin plegó los mensajes sin leerlos y se lo

    metió en el bolsillo.- Muchas gracias, Carol -le dijo a l

    ecretaria-. Por aquí -añadió, dirigiéndose Diana.

    Austin la condujo por unas escaleraubiendo los escalones de dos en dos (parfastidio de Diana, aunque a ella no le importara lque veía) y luego a través de un largo pasillo. Amedida que pasaban frente a despachos con la

    puertas abiertas, Diana advertía cómo la gentestiraba el cuello para poder verla. De repenteoyó el creciente murmullo a sus espaldas.

    Bueno, sin duda el naranja era un colo

    lamativo y tampoco ayudaba el taconeo de suzapatos sobre el suelo de linóleo. Finalmententraron en un pequeño despacho y Austin cerró lpuerta. La habitación parecía desordenada perera acogedora. Olía a libros viejos, muchos de lo

    cuales reposaban sobre estantes, en el suelo

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    obre el escritorio de Austin. En éste tambiéhabía un ordenador, un teléfono que parecía máviejo que la mayoría de sus estudiantes y una tazvacía con restos de café reseco en el fondo. Frent

    al viejo escritorio de metal de Austin había doillas plegables. Diana dejó el bolso encima d

    una mientras él se sentaba.Luego examinó algunos de los libros

    contempló una serie de dibujos a lápiz enmarcadoque representaban jeroglíficos mesoamericanoLos dibujos eran increíblemente detallados, perfue incapaz de descifrar ninguna de aquellaestilizadas curvas y rizos.

    Austin se repantigó en su silla con gestmpaciente.

    - Quería usted hablar conmigo, ¿no es ciertodijo Austin lacónicamente al cabo de uno

    egundos.- Sí -contestó Diana con firmeza-. Son unodibujos encantadores.

    - Jeroglíficos mayas. Es una forma pictóricde lenguaje -le explicó Austin acomodándose par

    mirarle los pechos y las piernas-. Tome asiento.

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    Aunque le desagradaba que la repasasen coa mirada, Diana sonrió. Apoyó una mano en eespaldo de la silla, pero se quedó de pie para qu

    el hombre pudiera seguir mirándola.

    - Sé lo que son los jeroglíficos. Me licencien Arqueología, pero carecía de la paciencia quequiere un trabajo así. Además, no me atrae

    especialmente los bichos y el polvo.

    - Así que se hizo detective privado.- Se me da bien relacionar hechos. Me hespecializado en fraudes de obras de arte antigüedades robadas. Como ve, después de todhago un buen uso de lo que estudié.

    Austin tensó ligeramente la mandíbula.- ¿Por qué quería verme?- Vengo de parte de un conocido suyo -l

    nformó Diana, ajustándose el vestido y cruzand

    as piernas con picardía-: Steven Carmichael.Austin se reclinó en el respaldo de la sillaque crujió ruidosamente.

    - ¿Qué ha ocurrido? ¿Acaso Steven hperdido otro par de vasijas?

    - Algo parecido.

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    El hombre se tocó el labio inferior con airescéptico.

    - ¿Así que realmente es usted detectivprivada? ¿No se ha colado en mi despacho par

    que le dé mi número de teléfono?Menudo ego el de aquel hombre.- Ni lo sueñe, doctor Austin.Éste sonrió lentamente, bajando la vista hast

    a boca de Diana y luego más abajo.- Bueno, ya que estamos aquí…A Diana le sorprendió la agresividad pura

    masculina del profesor, despertando suospechas. Volvió a cruzarse de piernas, per

    Austin no bajó la mirada ni la observó coascivia.

     No era una actitud coherente. Austin estabexagerando el interés que supuestamente sentía po

    ella, quizá como maniobra evasiva, lo cual lntrigaba casi tanto como la expresión ddesconfianza que había mostrado él hacía umomento. Decidió seguirle el juego.

    - ¿Está coqueteando conmigo?

    El hombre fingió burlonamente que se estab

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    concentrando y señaló a Diana.- Buena capacidad de observación. Apuesto

    que es usted una detective sensacional.Lo que faltaba, ¡listillo a la vista!

    Esta vez Diana no mordió el anzuelo y extrajun bolígrafo y un cuaderno de su bolsoobservando la revista de Luna mientras lo hacíaAlgo la impulsó a cogerla, doblarla por la págin

    con la foto de Austin haciendo de dios del sexo ponerla sobre el escritorio. Austin bajó la miradampertérrito, y apartó la revista a un lado, fuera s

    campo de visión, casi como si le molestase.- Estoy segura de que hay un montón d

    mujeres en este país que se morirían por estar cousted, doctor Austin, pero yo no soy a de ellas.

    Austin se llevó una mano al pecho, atrayenda atención de Diana hacía sus largos dedo

    cubiertos de vello oscuro. El hombre tenía manopoderosas, más de obrero que de estudioso, y auasí eran elegantes.

    - Me ha roto el corazón -dijo.- No lo creo -repuso Diana, apretando e

    bolígrafo con fuerza-. Y ahora, pongámonos mano

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    a la obra. Esos objetos tienen tres mil años dantigüedad, valen un montón de dinero y mi clientquiere recuperarlos.

    Austin, que parecía estar pasándolo bien

    arqueó una ceja.- Sería muy útil que me dijese de qué se trat

    exactamente.A pesar del repentino e irracional impuls

    que sintió de sacudir al tipo, Diana mantuvo lcompostura.- Se trata de una cajita de porcelana qu

    contiene una estatuilla de oro. Egipcia; de ldecimoctava dinastía. ¿Estaba usted al corriente d

    que mi cliente tenía esos objetos en su coleccióprivada?

    Austin volvió a repantigarse en la sillacruzando las piernas y colocándose las mano

    detrás de la cabeza, dejando que se le marcase epecho en la camisa. Estaba claro que aquel tipabía cómo distraer a la gente.

    - Steve colecciona montones de cosancluyendo arqueólogos que financia, per

    mayoritariamente se dedica al arte precolombino

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    dijo Austin con aquella voz grave y ronca quDiana sentía en su piel como la lengua áspera dun gato.

    Diana trató de combatir aquella sensación.

    - ¿Sabía si coleccionaba arte egipcio? Sí no, por favor.

    Austin pareció enfurecerse al oír aquello.- Sí, pero no lo que usted ha dicho. Sé qu

    poseía algunos amuletos y anillos con forma descarabajo, y recuerdo haberlo oído mencionaalgo sobre vasijas y un retrato fúnebre romanoEso es todo.

    Diana asintió y apuntó la respuesta de Austin

    Luego volvió a mirarlo.- Él le financia sus excavaciones en Tikuku

    ¿no es cierto?- Su fundación lo hace, y sólo en parte. Y

    oy alguien importante, y a la sociedad le gusta lgente importante. Ya sabe, soy un buen relacionepúblicas.

    Diana percibió la frialdad en la voz dehombre, como si no tuviese muy buen concepto d

    u mecenas.

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    - Supongo que estará al corriente decargamento que le han robado hace poco al señoCarmichael.

    - ¿Y quién no? Leo los periódicos y hablo

    menudo con Steve.Austin sacudió el pie. Diana observó su

    botas de montañista, caras y bien cuidadapropias de alguien acostumbrado a caminar

    escalar.- Para que le quede claro, señorita Belmaineme pagan para encontrar objetos antiguos, no parobarlos.

    - Yo no he dicho que usted haya robado nad

    replicó Diana con voz serena, consciente de qua tensión iba en aumento.

    - No, pero lo ha pensado -dijo Austinesforzándose en sonreír a pesar de su expresió

    eria y cautelosa.- No es nada personal, doctor Austin. Segúmi método de trabajo, todo el mundo es culpablhasta que se demuestre lo contrario.

    - Apuesto a que es usted alguien con quie

    puede uno charlar y divertirse en una fiesta -dijo e

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    profesor lacónicamente, poniendo el pie en euelo con un golpe seco-. En cuanto a la caja y l

    estatuilla, supongo que pertenecieron a alguiefamoso.

    - No estoy autorizada a darle esnformación, pero sí, tiene una importanci

    histórica muy grande.- No hace falta ser egiptólogo para adivina

    de qué se trata. ¿Se refiere a los últimos faraonede la decimoctava dinastía? ¿Tut y compañía?- Supongamos que eso es cierto -dijo Dian

    in inmutarse-. ¿Quién, de entre el círculo damistades del señor Carmichael estaría interesad

    en hacerse con objetos funerarios de ese periodo?Austin soltó una sonora y genuina carcajad

    que hizo que a Diana casi le resultase imposiblno reír con él.

    - Vamos, está hablando de un grupo de gentelecta y adinerada que coleccioncompulsivamente reliquias, y cuanto más raras viejas, mejor. Tendrá que mejorar sus preguntaeñorita Belmaine.

    Diana sonrió, tratando de mantener la calma

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    A pesar de la arrogancia de Austin y de suntentos por sacarla de quicio, le costaba nentirse atraída por él, y no sólo por aquel se

    appeal de buen chico que desprendía. Aparte d

    us sonrisas y su estudiada indiferencia estabescondiendo algo. Diana podía oler las mentiraque le estaba contando.

    - Lo dudo. Le aseguro que he descubiert

    muchas cosas hasta el momento, más de las quusted supone.Súbitamente tenso, Austin se inclinó y apoy

    os codos sobre el escritorio.- Vale, ha sido muy divertido, pero tengo qu

    dar otra clase dentro de un momento. ¿Por qué nme cuenta para qué ha venido a verme realmente?

    El tipo se estaba poniendo agresivo.- ¿A qué hora llegó usted al Jaguar de Jade e

    día de la fiesta de inauguración? -le preguntDiana.- Llegué a las ocho y me fui sobre las diez

    media.- ¿En algún momento subió las escaleras par

    r a las oficinas o al almacén?

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    - Bebí bastante vino y fui al baño del piso darriba un par de veces porque el de abajo estabocupado. Aparte de eso, la acción se centraba ea galería. No quería perderme la gran noche d

    Steve- dijo Austin, cuya voz adquirió de nuevo uono irónico-. ¿Por qué lo pregunta?

    - Porque el robo se produjo la noche de lnauguración. Tengo intención de hablar con todo

    os invitados, comenzando por aquellos cuyapellido empieza por la letra A.- Menuda suerte la mía- bromeó Austin

    Diana enarcó una ceja y volvió a concentrarse eanotar las respuestas de su interlocutor-. ¿Es uste

    muy buena?Diana levantó la vista, sorprendida po

    aquella pregunta.- ¿Que?

    - ¿Es usted muy buena? -repitió Austinmirándola fijamente para tratar de incomodarlaComo investigadora, quiero decir.

    Diana sintió que se ruborizaba ante eugerente tono de voz de aquel hombre. No l

    gustaba la facilidad con que Austin la poní

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    nerviosa.- Siempre atrapo al culpable, doctor Austin

    Bueno, la mayoría de las veces.- Eso no es exactamente una respuesta.

    Diana se resistía a dejar de mirarlo a loojos.

    - Acabo de resolver un caso de fraude paruna compañía de seguros, y el mes pasad

    ecuperé un cuarto de millón de dólares en lingotede oro, que había sido saqueado de un naufragifrente a las costas de Florida.

    - Un cuarto de millón -dijo Austin, y lexpresión de su rostro pareció reflejar qu

    finalmente había decidido tomarse en serio a ldetective-. ¿Cómo lo hizo?

    - Se requiere trabajo duro y determinaciónaunque a veces no tengo que trabajar tanto com

    podría pensarse. Los ladrones trataron de subastael oro por Internet.- ¿En serio? -preguntó Austin, incrédulo.- Nadie ha dicho nunca que los ladrones sea

    istos -señaló Diana-. De hecho, la mayoría d

    ellos son bastante tontos.

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    Austin la miró aún con mayor intensidad onrió.

    - Pero usted prefiere que sean listos.- Así resulta un desafío -contestó Diana

    encogiéndose de hombros.- Le gusta cazarlos.- No, doctor Austin -puntualizó Diana

    nclinándose levemente hacia él sin dejar d

    mirarlo a los ojos-. Me encanta cazarlos.La tensión era cada vez más palpable y eilencio entre ambos aumentó. Diana advirtió qu

    había dado con una mina de oro. Austin sabía máde lo que decía sobre lo ocurrido en la galerí

    aquella noche, aunque ella ignoraba cuánto.- ¿Ya está? -preguntó Austin, impasible.- Por ahora, sí. Gracias por su tiempo -le dij

    Diana, poniéndose de pie y sacando una tarjeta d

    visita del bolso-. Si se entera de cualquier cosque pueda ser útil, le agradeceré que se ponga econtacto conmigo.

    Austin cogió la tarjeta, pero no la miró.- Así lo haré -respondió.

    Diana se colgó el bolso del hombro y, si

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    apartarse del escrito, se puso las gafas de sol parmostrar una actitud desafiante.

    - Creo que está mintiendo, doctor Austin.El hombre esbozó una amplia sonrisa, lo cua

    enfureció a Diana. Odiaba que la gente, sobre todos hombres, creyeran que podían jugar con ell

    por el hecho de ser mujer y rubia. Rodeentamente el escritorio y se inclinó sobre Austi

    o suficiente como para oler el aroma a loción dafeitar y a champú, para ver las delgadas arrugaen la comisura de sus ojos, los reflejos cobrizodel cabello, la barba rojiza de dos días… y parentir la tensión que emanaba de él.

    Una tensión cargada tanto de rabia como datracción sexual.

    - Lo estaré vigilando -le susurró Diana aoído, casi rozándole la piel con los labio

    humedeciéndoselos con la lengua y viendo comAustin se ponía más tenso-. Y si resulta que le hizun par de favores extra a alguien en la galería dmi cliente, acabaré con usted, aunque me rompa ecorazón verlo entre rejas.

    Sintió el aliento de Austin acariciándole e

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    ostro. Finalmente Diana se apartó de él. A pesade que deseaba borrarle esa maldita sonrisa de loabios, le mandó un beso, luego salió del despach cerró la puerta con fuerza.

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    CAPÍTULO 3

    Jack dejó de sonreír, observó la puertcerrada y respiró hondo. El aroma dulce embriagador del perfume de Diana permanecía eel aire, llenando los sentidos del profesor encendiendo algo en su interior que debía reprima toda costa. El sonido de los tacones de ldetective todavía resonaba por el pasillo, casincronizado con el acelerado pulso de Austin

    cuyo corazón no latía de esa forma sólo porqu

    aquella visita lo hubiera alterado.Dios santo. Suspiró y se frotó la cara. El díhabía comenzado mal y ahora, gracias a aquellmujer salvaje que había irrumpido en el aula y eel refugio de su despacho, se había vuelto muchpeor.

    Sin embargo, aquella sensación inicial dalerta comenzaba a desvanecerse, dando paso otra de admiración y a una caliente explosión d

    ujuria. Siempre le habían gustado las mujeres co

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    carácter, pero si no tenía cuidado, aquélla eparticular podría dar al traste con su carrera y seputación (con su vida al fin y al cabo). Ademá

    estaba claro que no sería la última vez que verí

    aquella rubia explosiva de ojos azules perspicaces

    Lo había cogido por sorpresa, eso era todo. Apesar de que la mujer era descarada y tení

    algunas sospechas, carecía de pruebas. Siembargo, en menos de quince minutos ella lo habícalado: ¿qué había hecho para levantar suospechas? ¿Acaso ella había visto o percibid

    algo, o todo se debía a que él había sido incapa

    de resistir la tentación de jugar un poco con ella?Bueno, ya se ocuparía del asunto más tarde

    cuando tuviera tiempo de pensar.Austin puso ceño, bajó la mirada y le llam

    a atención aquella estúpida revista que DianBelmaine había dejado encima de la mesa.«Estoy segura de que hay un montón d

    mujeres en este país que se morirían por estar cousted, doctor Austin.»

    A juzgar por la ingente y desconcertant

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    cantidad de cartas que había recibido durante loúltimos años, la mayoría de aquellas «mujeresenían alrededor de catorce años, y sus misivaolían comenzar con: «Querido doctor Jack, esta

    buenísimo. Te he visto en la tele y…»A un lado del escritorio tenía apiladas la

    cartas que habían llegado durante el veranomientras él se encontraba sudando en el calor de l

    ungla de Tikukul. Se las llevaría a casa aquellnoche y las respondería, ya que no podía dejar dhacerlo. A pesar de que le molestaba ser el centrde las fantasías de las niñas de catorce años, npodía permitir acabar con sus sueños.

    De repente alguien llamó a la puerta.- Está abierto -dijo Jack, mirando el umbral

    despejando su mente.La puerta se abrió y una de sus alumna

    asomó la cabeza, sonriendo con timidez ecordándole que no sólo debía tener cuidado coas frágiles mentes de las niñas de catorce años.

    - Melissa, pasa -dijo Jack, sonriendo ratando de parecer paternal pero distante-. Po

    favor, déjala abierta -añadió al ver que l

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    muchacha iba a cerrar la puerta.Aparte de las mujeres, también tenía qu

    cuidar de él. A pesar del escepticismo de la belldetective, muchas chicas le habían dado su númer

    de teléfono y le habían guiñado el ojo en lntimidad del despacho.

    - Eh… vale. Lo siento. -La joven tomasiento, dejó la mochila el suelo y miró a Jack d

    forma expectante, cuaderno y bolígrafo en mano.- ¿Qué pasa?- Estoy haciendo el informe de mi proyect

    obre Arqueología submarina, pero no estoegura de con qué artículos comenzar. Esperab

    que usted pudiese ayudarme.Jack trató de serenarse. Escupió alguno

    nombres y títulos que anotó rápidamente y luegañadió con tono afable;

    - Todos estos artículos están en la bibliotecabúscalos por el catálogo. Si tienes algúproblema, consúltalo con la bibliotecaria.

    La joven lo miró asombrada, como si Jachubiera dicho algo profundo y esclarecedor.

    - Gracias, profesor Austin, me ha sido d

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    gran ayuda.Jack se rascó la mejilla, conteniendo un

    onrisa.- No hay problema.

    Dos alumnas más siguieron a Melissa, caduna con motivos igual de transparentes y, cuande marchó la última, Jack cerró la puerta. Estab

    cogiendo sus libros y una máquina de diapositiva

    para su siguiente clase (un seminario sobreroglíficos mayas), cuando alguien volvió lamar a la puerta.

    - ¿Sí?Esta vez no cruzó la puerta otra de su

    alumnas, sino una mujer de pelo castaño canosovestida con pantalones cómodos y una blusdiscreta. Se trataba de Judith Mayer, la jefa deDepartamento de Arqueología, lo cual nunca er

    una buena señal.- Hola, Judith. Oye, tengo una clase ahormismo. ¿Podemos hablar más tarde?

    La mujer cerró la puerta con fuerza.- Supongo que no -añadió Austin, haciend

    una mueca.

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    - ¿Para qué ha venido a verte esa mujer devestido naranja? Carol me ha dicho que erdetective privada.

    Judith respiró hondo.

    - ¿Qué has hecho esta vez, Jack?- Esa mujer está hablando con la gente qu

    asistió a la fiesta de inauguración del Jaguar dade, la galería de Steven Carmichael -dijo Jack

    ratando de no poner ceño-. Yo era uno de lonvitados, eso es todo.- ¿Así que no recibiremos ninguna llamad

    molesta de la prensa? -inquirió Judith, que entornos ojos-. ¿Ni de la policía?

    - Mira, Judith, ya hace dos años de lo dGuatemala. Ya es hora de que lo olvides.

    Era poco probable que eso sucediera. Ellnunca dejaría de recordarle que era el únic

    profesor en todos sus años en Tulane que habíido detenido y encarcelado.La actitud de la mujer resumía bastante bie

    a relación de amor y odio que existía entre Jack el Departamento de Arqueología. A éste l

    encantaba el interés que aquél generaba, ya qu

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    ello se traducía en fondos para otros proyectos da facultad, pero al mismo tiempo detestaba l

    controversia ocasional. Jack nunca se disculpabpor su temperamento, ni por sus opiniones, ni po

    u tendencia a meterse en problemas o a captar latención de las cámaras. Además, aun pudiendhaber elegido un puesto en cualquier otruniversidad, había decidido venir a Nuev

    Orleans. Era una ciudad totalmente distinta cualquier otra del país, y él encajaba a lperfección entre los mendigos, los ladrones, lomentirosos y los charlatanes.

    - No puedo evitar sacar conclusiones cuand

    e trata de ti. -Los labios de Judith, pintados coun lápiz transparente, esbozaron una leve sonrisaEres muy valioso para nuestro departamento y trabajo es excelente, por supuesto, pero dudo d

    que el tiempo que pasaste entre rejas te enseñaralgo sobre lo que significa ser responsable.La envidia académica era el origen de buen

    parte de la antipatía que sentía Judith por él, y Jacrataba de recordarlo en momentos como aquél.

    - Me enseñó mucho, créeme. Y ahora

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    perdóname, pero debo transmitir mi saber nspirar mentes.

    - Un día de éstos, Austin -dijo Judith cofrialdad cuando Jack pasó junto a ella-, vas

    cavarte un agujero tan hondo que no podrás salde él.

    Una vez que hubo salido del despacho, Jace volvió y le guiñó el ojo de forma exagerada

    consciente de que aquello la molestaría.- Oye, incluso los cerebritos tenemos qudivertirnos -le dijo.

    El Jaguar de Jade era la más reciente de la

    numerosas tiendas de antigüedades y galerías darte que había en el distrito de Warehouse, unzona que había sido salvada hacía unos años de luina.

    Los edificios abandonados que había a largo de la calle Magazine habían sideconvertidos en residencias de lujo, tiendas cara  galerías. Las guías de viajes lo llamaban e

    «SOHO del sur» y, para bien o para mal, Diana n

    podía visitar el barrio sin pensar en Nueva York.

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    Consiguió aparcar cerca de la calle JuliaLlegaba temprano, lo que le daba unos minutopara pensar en Jack Austin. Hasta hacía pocestaba segura de que el tipo le había mentido y qu

    abía algo sobre la cajita de porcelana y lestatuilla de oro, pero ahora empezaba a tenedudas.

    Se había mostrado atrevido y descarado, per

    quizá fueran rasgos de su personalidad. No teníentido que un profesor respetado experimentade arriesgase a perder el trabajo por vende

    antigüedades robadas en el mercado negro.Aun así, no podía descartar ningun

    posibilidad. Los problemas que Diana habídejado en Nueva York se habían originado porque había resistido a creer lo evidente cuand

    debería haberlo hecho y para cuando hub

    descubierto la verdad, ya era demasiado tarde. Ncometería el mismo error con Austin. Éste eratractivo y parecía poseer todo cuanto un hombrdeseaba, pero eso no le otorgaba automáticamentel estatus de buen chico.

    Diana salió del Mustang y, al cerrar l

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    portezuela, le asaltó otra idea: tampoco podídescartar como sospechoso al propio Carmichael

    Tratar con los ricos y los poderosos era comatravesar un campo de minas: los problemas t

    estallaban en la cara demasiado a menudo. Poeso, Diana deseaba que el ladrón fuese uno de loempleados de la galería. Además, laprobabilidades de que así fuera eran altas. L

    experiencia le había enseñado que si epropietario del objeto «robado» no trataba desconder algo raro, podía ser que uno de suempleados hubiera aprovechado la oportunidad dganar dinero fácil.

    Sin embargo, antes de entrevistar a loempleados de Carmichael, tenía que hablar con egran jefe en persona y preguntarle acerca decargamento de objetos mayas robado. Ella no creí

    en las coincidencias. El hecho de que su clienthubiera sido víctima de dos robos en un períodde tiempo tan corto sugería algo más que un simplobo oportunista.

    Pasó rápidamente frente a las tiendas de ropa

    as de antigüedades y las galerías que había en l

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    calle Julia, ansiosa por escapar de aquel calor aquella humedad pegajosa. Le fue imposible nver el símbolo de la galería (un jaguar rugiendo pintado de verde jade) montado sobre la pared d

    adrillos rosados del edificio, cuadrado achaparrado.

    Cuando entró, descubrió una galería de artespaciosa y moderna. Diana se quedó de pie en l

    entrada, acostumbrando sus ojos a la luz tenue qua iluminaba.Un joven negro vestido de guardia d

    eguridad y con un arma en el cinturón (una nuevmedida de seguridad), la recibió cuando trató d

    eguir caminando.- Buenos días. ¿Puedo ayudarla en algo?- Soy Diana Belmaine. El señor Carmichae

    me está esperando.

    - Diré que llamen a su despacho y le avisede que está usted aquí.Mientras esperaba que uno de los empleado

    a acompañase al despacho de su cliente, Dianpaseó por el interior de la galería. Las paredes d

    adrillo estaban pintadas de rojo y había mucha

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    plantas decorando la estancia: palmeras, plantade hojas grandes y otras que colgaban de laparedes. La mayoría de los objetos estabadispuestos en vitrinas, aunque algunos estaba

    colgados de las paredes y los objetos más grandeales como frisos arquitectónicos, vasos

    esculturas, se exhibían en vitrinas independienteHabía bancos sencillos a lo largo de las paredes

    una pequeña fuente central de la que emanaba uuave chorro de agua. El suelo estaba recubiertde moqueta estampada con hojas grandes, dcolores rojo oscuro, verde, marrón y dorado.

    De no ser por el chocante color rojo de la

    paredes, aquello hubiera parecido una selva.Le llamó la atención una máscara funerari

    maya de jade que había en una vitrina, frente a lfuente, y se acercó para verla mejor. Er

    espectacular, estaba muy bien conservada eguramente valdría una fortuna. Cualquier musepodría erigir una colección entera en torno emejante pieza.

    - ¿Es hermosa, ¿verdad?

    Diana reconoció aquella voz con su lev

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    acento tejano y se volvió el hombre que sencontraba detrás de ella, disfrazando con unonrisa la sorpresa de que hubiera venido

    buscarla en persona.

    Canoso, de ojos grises, hombros anchos vestido con tejanos camisa de manga corta, SteveCarmichael no aparentaba los sesenta y cuatraños que tenía, gracias al mejor entrenado

    personal la mejor ropa y el mejor corte de pelque el dinero podía comprar. A la mayoría de lamujeres les habría parecido atractivo y cautivadocon el aspecto de alguien que conseguía lo que sproponía.

    - Absolutamente preciosa -contestó Diana.- Forma parte de mi colección particular, y n

    está a la venta. La tengo expuesta aquí porque npodría soportar tenerla en una caja fuerte. Fu

    creada para reyes y dioses, y algo de estmagnificencia requiere ser contemplado.Un tanto vacilante, Diana le tendió la mano.- Señor Carmichael, soy Diana Belmaine.- La recuerdo de nuestra última charla

    eñorita Belmaine-dijo Carmichael, estrechándol

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    a mano con firmeza-. Le pido perdón por nhabernos reunido antes, pero es que esta semanenía una agenda muy apretada.

    - No es necesario que se disculpe-dijo Diana

    volviéndose hacia la máscara-. Período preclásicardío, y en un estado excelente. ¿Dónde l

    consiguió?- En una subasta privada -respondi

    Carmichael, que sin más se volvió y echó caminar-. ¿Le gustaría que le mostrase la galeríantes de hablar?

    - Sí, gracias. Este lugar es espectacular.- La culpa es de Audrey Spencer, mi gerente

    Carmichael sonrió y pareció todavía más jovenncluso más blando. Era realmente un hombr

    atractivo-. Se la presentaré dentro de un momentoSígame.

     No tardaron mucho en recorrer la galería. Tacomo sabía Diana después de repasar los planoncluidos en la carpeta que le había dado e

    abogado del señor Carmichael, la galería habíido diseñada como un único espacio abierto, co

    una escalera de caracol central de hierro qu

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    azones por las que un hombre como Carmichaecontrataba ayudantas jóvenes y guapas.

    A pesar de todo, la inteligencia que spercibía en los ojos de la mujer indicaba que ést

    abía exactamente lo que Diana estaba pensando.- Estaré encantada de cooperar con l

    eñorita Belmaine tanto como me sea posible expresó Audrey, dejando de sonreír por u

    nstante.A diferencia de Jack Austin, Carmichaeactuaba como un perfecto caballero. Condujo Diana amablemente hacia las escaleras, sin hablaMientras subían, ella vio que el segundo pis

    apenas ocupaba la mitad que el primero y questaba sostenido por columnas cubiertas denredaderas. Desde arriba podía verse la galeríen su totalidad. Las puertas de los diferente

    despachos daban a una especie de balcón hecho dmetal y plexiglás, para que nadie pudiese pasanadvertido, y estaban equipadas con teclado

    numéricos, necesitaban una clave para seabiertas.

    Carmichael abrió la puerta central e invitó

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    Diana a pasar. Un acuario gigantesco ocupaba caa mitad de una de las paredes llenando l

    habitación de un brillo fantasmal, hasta quCarmichael dio la luz. Era un despacho amplio

    con las paredes pintadas de un blanco pálido decoradas con láminas de la era victoriana quepresentaban ciudades en ruinas en mitad de lelva, así como con otros objetos preciosos, entr

    ellos una cabeza azteca y una vasija maypreclásica en perfecto estado.El suelo estaba cubierto con alfombra

    bereberes blancas con flecos de colorelamativos, mientras que los muebles eran danese

    modernos y en tonos marrones. En el escritorio, eforma de L, había un ordenador, un fax, unmpresora y un montón de carpetas y papele

    Enfrente había dos sillas de oficina tapizadas e

    cuero rojo y, a la izquierda, un armario a juegoFinalmente en uno de los rincones del despachDiana vio un amplio sillón de cuero rojo, frente acual había una mesa baja con libros y revistaencima.

    La pared del fondo tenía una serie d

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    ventanas estrechas, todas equipadas con vidrirrompible. No era precisamente el mejor luga

    para cometer un robo, pero Diana nuncubestimaba la ingenuidad humana.

    - Tome asiento, por favor -le pidiCarmichael, acercándole una de las sillas rojaDiana obedeció y le dio las gracias.

    El hombre rodeó el escritorio y se sentó.

    - Supongo que querrá hacerme algunapreguntas.Diana asintió.- He leído el informe que me facilitó s

    abogado. Por lo que he entendido, el armari

    contiene una caja fuerte, sus archivos personaleu colección de cajas de cigarros y algunas pieza

    más pequeñas de su colección.- Correcto.

    En aquel momento sonó el teléfonoCarmichael hizo caso omiso y, después de treonos, alguien contestó, seguramente Audrey, s

    chica para todo.Diana sacó el cuaderno y el bolígrafo de

    bolso.

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    - La caja estaba en el armario, ¿no es cierto?- Sí.- Faltaban algunos papeles importantes de

    archivo, como por ejemplo la póliza del seguro.

    - Eso es porque no había asegurado esobjeto en particular. Seguro que comprende usteel motivo -añadió Carmichael-. Teniendo en cuenta controversia que podía generar, me arriesgué a

    mantener el objeto en absoluto secreto para qupermaneciera seguro, pero perdí.Así pues, estaba claro que el tipo no tratab

    de estafar a ninguna compañía de seguros.- El informe tampoco indicaba cómo ni dónd

    guardaba el objeto.Carmichael sonrió y le brillaron los ojos.- Lo guardaba en una de las cajas de cigarrosDiana arqueó una ceja.

    - ¿Guardaba algo tan valioso dentro de uncaja de puros?- Sí, pero no era una caja de puro

    cualquiera, sino una especialmente diseñada parello. Varias de mis piezas más pequeñas y valiosa

    están escondidas en cajas de cigarros falsas par

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    despistar a los ladrones. Llegué a la conclusión dque si alguien conseguía robarme, se llevaría lcaja fuerte y dejaría las cajas de cigarros, ya quno es que valgan demasiado. -Carmichae

    endureció la mirada y, primera vez, Diana advirtiel alcance de su rabia-. De nuevo, equivoqué.

    - ¿Puedo ver el armario?- Por supuesto.

    Carmichael se puso de pie y abrió las puertadel armario. Diana no encontró arañazos nmuescas en ellas; una cerradura tan simple podíabrirse sin recurrir a la fuerza. El estante inferiocontenía una pequeña caja fuerte atornillada a l

    madera. Daba sensación de seguridad, pero eealidad el ladrón sólo tenía que cortar la mader largarse con la caja de caudales. Era un señuelnteligente, pero no había funcionado.

    El estante que había sobre la caja fuerte habíido transformado en un fichero, y los tres estanteestantes estaban repletos de cajas de cigarro

    algunas viejas, otras nuevas y muchas de ellacubanas, en particular Cohibas.

    Diana no creyó que aquél fuese el momento n

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    el lugar de comentar los aspectos legales dcomprar o traer cigarros cubanos a EstadoUnidos. En fin, su cliente no era un santo. ¿Quiéería en realidad? Las probabilidades de qu

    rabajara para un santo eran tan remotas como quviniese a rescatarla un caballero en un caballblanco.

    Carmichael se acercó a las cajas.

    - De hecho, éstas de aquí enfrente contienecigarros. Sé cuáles son las verdaderas y cuáles laque contienen monedas, joyas y el resto de mipequeños tesoros.

    - ¿Por qué no guarda todo eso en una caja d

    eguridad en un banco? Es lo que suele hacer todel mundo.

    - Lo sé pero siempre he preferido tener micolecciones a mano; así puedo mostrar mis pieza

    cuando quiera. Además, no podría soportaenerlas encerradas.Ya era la segunda vez que Carmichae

    mencionaba ese tema, y sin duda reparó en lmueca de escepticismo de Diana, porque sonrió.

    - Soy un coleccionista y un experto, señorit

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    Belmaine. Creo que las cosas bellas, como estoobjetos con tanta riqueza histórica, deben secontempladas por todo el mundo, no guardadas ea caja fuerte de un banco, en la mansión de u

    icachón o en el depósito de un museo. Llámemexcéntrico, pero yo creo que, puesto que soy taprivilegiado como para tener los medios parposeer estas cosas, lo menos que puedo hacer e

    compartirlas.El tono benevolente de Carmichael estabcomenzando a irritarla.

    - Sin embargo, no estaba dispuesto compartir la caja de Nefertiti con el vecino de a

    ado, ¿verdad?- No. Muy poca gente sabe que poseo est

    pequeño recuerdo. Debe usted comprender que yno apruebo el hecho de que fuera robada po

    primera vez, pero ha pasado por muchas manos o largo de los años, y ahora es mía. Y voy ecuperarla.

    Carmichael se sentó y Diana lo imitó. Yhabía visto todo cuanto necesitaba ver de aque

    armario.

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    - Es evidente que no lo aprueba -dijCarmichael al cabo de un momento.

    - Mis sentimientos al respecto no soelevantes. Usted me ha contratado para qu

    ecupere una propiedad robada que compregalmente, y eso es lo que haré.

    Carmichael cruzó los dedos y observó Diana. El brillo intenso de su mirada contrastab

    con su actitud seria y autoritaria.- Piense en ello. Tener en su poder uecuerdo de familia de un antiguo faraón que muri

    cuando no era más que un adolescente, un mechóde pelo que podría haber pertenecido a la rein

    más bella de la historia… ¿Cómo iba a resistirme- No es necesario que me dé explicacione

    eñor Carmichael.Los eruditos de todo el mundo habrían dad

    casi cualquier cosa por poseer un mechón dcabello que podría haber aclarado los misteriosoinajes y las complicadas sucesiones de la má

    controvertida de las dinastías egipcias. Siembargo, Carmichael le pagaba para encontrar a

    adrón (y muy bien, por cierto), y lo más sensat

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    ería centrarse en eso en vez de juzgar sus actos.Cambiando hábilmente de tema, Diana s

    pasó la media hora siguiente interrogándolo sobrpequeños detalles. Acababa de preguntarle sobr

    el cargamento maya perdido, cuando el hombre ldijo que tenía otra reunión. Carmichael la dejó coAudrey, a quien pidió que le mostrara el resto das oficinas y los depósitos.

    Diana se tomó la huida de su cliente cocalma y, cuaderno en mano, procedió a examinacuidadosamente la galería, haciendo preguntas aguardia de seguridad y a Audrey cuando lnecesitaba. La ayudanta de Carmichael seguí

    onriendo con expresión relajada, respondiendo us preguntas con gran profesionalidad. Si estab

    engañando a su jefe, desde luego no era porqufuera lo bastante estúpida como para ignorar l

    que podía pasarle.Tras recorrer el lugar y tomar notas durantuna hora, Diana le pidió Audrey que le mostrase legunda planta. El depósito, situado al fondo, a lzquierda, olía a serrín y a contrachapado y, ta

    como Diana esperaba, estaba lleno de estanterías

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    cajas. Luego se dirigieron a la sala de estar de loempleados, incluidos los servicios. Diana observque todo estaba limpio y ordenado. Como edespacho de Carmichael conectaba con aquell

    ala, la puerta tenía un código de seguridad quólo conocían Audrey y el propio Carmichael. E

    último despacho, situado a la derecha, era el dAudrey.

    - Comparto el despacho con nuestro contableque trabaja los miércoles y los viernes -le explica mujer, tecleando el código y abriendo la puerta

    Aunque era más pequeño que el despacho dCarmichael, estaba decorado con los mismo

    colores pálidos e idénticos muebles minimalistas modernos: dos escritorios, una serie darchivadores en la pared derecha, grabados en lotra y más plantas. Las mismas ventanas estrecha

      el mismo cristal irrompible. El escritorio dAudrey, que estaba más ordenado que el de su jefeambién tenía enfrente dos sillas tapizadas d

    cuero rojo.A Diana le llamó la atención una puerta si

    cerradura de seguridad que había en el otr

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    extremo de la habitación, ya que no recordabhaberla visto en los planos del edificio.

    - ¿Esa puerta lleva al despacho del señoCarmichael?

    Audrey asintió.- Normalmente está cerrada, pero cuand

    Steven y yo trabajamos en proyectos conjuntos, emás fácil ir y venir sin la molestia de tener qu

    eclear códigos de seguridad y sin que los clientenos vean.- ¿Así que usted y el contable tienen acceso a

    despacho del señor Carmichael?Audrey volvió a asentir.

    - Pero no suelo entrar en él cuando Steven nestá dentro. Lo mismo puedo decir de Martin, econtable.

    - ¿Qué hay del personal de limpieza y de lo

    guardias de seguridad?- Tienen acceso a todas las habitaciones, poupuesto. El personal de limpieza trabaja durantas horas de apertura, y siempre suele habe

    alguien aquí arriba. Los guardias también patrulla

    cuando la galería está cerrada. Tienen órdenes d

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    evisar los despachos -dijo Audreyencaminándose hacia el escritorio-. Por favoiéntese, señorita Belmaine.

    - Gracias -dijo Diana, que se sentó y pas

    otra página de su cuaderno-. Hábleme de la nochde la inauguración. ¿Quién lo organizó todo?

    - Pues yo. Estoy a cargo de casi todo leferente a la galería, desde encargar los artículo

    de la tienda de regalos y elegir las alfombras hastdar de comer a los peces de Steven cuando estfuera de la ciudad.

    Diana sonrió.- Supongo que no puede funcionar sin usted.

    Audrey le devolvió la sonrisa, esta vez coalgo más de simpatía.

    - ¿Cómo fue la seguridad la noche de lnauguración? -se interesó Diana.

    - Relativa, como puede imaginar, aunque snecesitaba invitación para entrar. Tuvimos unocien invitados que fueron entrando y saliendo daquí entre las siete de la tarde y medianoche, ascomo, los camareros y el servicio de comida

    Hubo un guardia en la puerta y otro en el balcón

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    Todos los despachos estaban cerrados, salvo lala de estar de los empleados, porqu

    necesitábamos tener los servicios de arribdisponibles.

    - Tiene sentido. -También concordaba con lque le había contado Austin hacía un rato-. Así questá usted segura de que nadie entró en sdespacho o en el del señor Carmichael.

    - Sí -respondió Audrey, cuyo rostro blanco pecoso se ruborizó ligeramente.- ¿Está totalmente segura? -insistió Diana a

    cabo de unos segundos-. Cuando entreviste a lootros invitados, ¿nadie recordará haber visto

    alguien entrar en alguno de los dos despachos?- ¿Está interrogando a los invitados? ¿A

    odos?- Soy investigadora, señorita Spencer. Es m

    rabajo.Audrey bajó la mirada, suspiró y luegvolvió a mirar a Diana.

    - De acuerdo. Subí a mi despacho. Steven spondría furioso si lo supiera.

    Diana no podía prometerle que guardarí

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    ilencio, tal como Audrey hubiera querido, así que preguntó:

    - ¿Por qué subió al despacho durante lfiesta?

    - Debe comprender que he estadompiéndome el culo durante meses para que est

    galería pudiera ser inaugurada. La mayoría de lodías llegaba aquí a las seis de la mañana y no m

    ba hasta las diez de la noche, incluyendo los finede semana.Diana asintió, animando a Audrey a continua

    De pronto percibió en su rostro una mezcla dvacilación y vergüenza.

    - Bueno, finalmente se inaugura la galería, lfiesta es un éxito rotundo y todo el tiempo y eesfuerzo que he dedicado ha valido la pena -dijAudrey, que se encogió de hombros-. Por fin iba

    poder relajarme y divertirme un poco, ya sabe.Diana volvió a asentir, esta vez tratando dexpresar comprensión.

    - Me pasé un poco con el vino, y en la fiesthabía un chico… un chico al que he deseado desd

    hace meses. -Audrey se sonrojó todavía más

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    chele la culpa al alcohol, pero la cuestión es quraté de seducirlo. Él también debía de habe

    bebido bastante, porque dijo que sí.- ¿Por qué le resulta extraño que aceptara? E

    usted una mujer muy atractiva.Audrey parecía bastante incómoda co

    aquella situación.- Nunca me había prestado demasiad

    atención, no de esa manera.- Así que usted y ese chico subieron a sdespacho para tener un poco de intimidad.

    - Sí, salvo que… Bueno, Steven tiene un sofen su despacho -añadió Audrey, retorciendo u

    clip-, un sofá muy grande.- Ya -dijo Diana, devolviéndole la sonrisa.- Steven me mataría si lo supiera. N

    iteralmente, claro, pero se enfadaría bastante.

    - ¿Por qué? ¿Celos?Audrey pestañeó.- Se enfadaría porque no actué de form

    profesional. Steven y yo no mantenemos relacioneexuales. Puede que fuese así si yo le diese l

    oportunidad, porque sé que no le es precisament

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    fiel a su esposa, pero yo no me acuesto cohombres casados.

    La expresión de la mujer era serena y abiertahonesta. Si no se acostaba con tipos casado

    probablemente tampoco se atrevería a robar.- ¿Quién era el hombre que subió con usted?- Preferiría no decírselo.- Señorita Spencer, la gente los vio subir a

    piso de arriba -dijo Diana, que se inclinó y añadiamablemente-: sólo tengo que hacer unas pregunta  tarde o temprano me enteraré. Nos ahorrar

    mucho tiempo a ambas si me lo dice ahora.Audrey bajó los hombros y miró hacia abajo

    - Se llama Jack Austin.Lo primero que sintió Diana fue sorpresa

    eguido de furia y luego cierta decepción.- Jack Austin… es ese arqueólogo de Tulane

    ¿no? -preguntó con voz queda al cabo de umomento.Audrey asintió y esbozó una leve sonris

    lena de satisfacción y petulanciaTratando de mantener la calma, Diana s

    esforzó por devolverle la sonrisa y decidi

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    adoptar el papel de amiga comprensiva.- Qué suerte. He visto fotos de él. La verda

    es que es muy guapo.A Audrey se le iluminó el rostro y se inclin

    para susurrar confidencialmente:- Oh, Dios, sí. Cada vez que llama, cada ve

    que lo veo, se me enciende algo dentro, ¿sabe? Hoñado con él desde que Steven me lo presentó.

    - ¿Cuándo fue eso?- Una semanas antes de que Jack fuese Guatemala a pasar el verano. Puede que le parezcun poco tonta, pero no es sólo una cara bonita. Eisto y divertido, alguien con quien se pued

    hablar. Invítelo a unas cervezas y ya verá la dhistorias que le cuenta… Todavía cuesta creer que hiciera proposiciones, ¡y más aún que aceptara

    - Pues créalo -le dijo Diana, impertérrita.

    Así que el semental del doctor Austin lhabía mentido y había ido al segundo piso paralgo más que ir al servicio y disfrutar de loencantos de Audrey.

    Diana cerró el cuaderno con deliberad

    entitud y volvió a apoyarse en el respaldo de l

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    illa.- Señorita Spencer, ¿sabe por qué estoy aquíA Audrey se le borró la sonrisa.- Porque Steven ha perdido una de sus pieza

    egipcias.- ¿No sabe exactamente de que se trata?La mujer meneó la cabeza.- A menos que esté en la galería, es cos

    uya, no mía. Además, nunca le robaría nada Steven.- Por favor, entienda que debo hacerle esta

    preguntas -se apresuró a aclarar Diana-. ¿Qué hadel doctor Austin? ¿Lo haría él?

    Audrey la miró fijamente a los ojos.- ¿Bromea? Jack no es de ésos. Él y Steve

    están muy unidos. Steven casi lo trata como a uhijo. Jack nunca haría nada semejante, ni siquier

    para gastarle una broma.Eso sí que era una noticia interesante. Auzgar por los comentarios que había hecho Austiobre Carmichael, Diana no esperaba que tuviera

    una relación tan estrecha.

    - Además -añadió Audrey con un suspiro-, n

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    iquiera llevábamos diez minutos en el despachcuando a Jack le sonó el busca y tuvo qumarcharse. Uno de sus alumnos había tenido unemergencia en el laboratorio.

    - ¿A qué hora ocurrió eso?- No lo sé, no me fijé. En cualquier caso

    después de las diez.Lo cual encajaba con la versión de Austin. A

    menos no todo habían sido mentiras. Bravo por él- ¿Y estuvieron juntos todo el tiempo qupermanecieron en el despacho?

    Audrey frunció el entrecejo.- Él no robó nada.

    - Señorita Spencer, conteste a la pregunta, pofavor.

    - Fui un momento al lavabo a refrescarme. Audrey se puso seria de nuevo-. No llegamos

    hacerlo, pero tenía que arreglarme el maquillaje el pelo antes de volver a bajar. Le dejé telefoneadesde el despacho de Steven. No estuve en el bañmás de un minuto, señorita Belmaine, eso es todo

    o puedo creer que piense que Jack es ta

    estúpido como para hacer una cosa así.

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    - Sólo hago mi trabajo, no es nada personal.Aquella aclaración pareció tranquilizar

    Audrey, que asintió de mala gana.- Lo siento. Lo que pasa es que no conozco

    ningún amigo de Steven que fuera capaz dobarle. Debió de ser alguien del servicio d

    comidas o del personal de limpieza. También esthablando con ellos, ¿verdad?

    - Sí -dijo Diana, que guardó el cuaderno y ebolígrafo en el bolso y se puso de pie-. Esto eodo lo que necesito saber por el momento

    gracias. Si quisiera hacerle más preguntavolvería a pasar por aquí o la telefonearía.

    - Claro. Steven me ha dicho que haga todo lque esté en mi mano para ayudar -dijo Audrey, quambién se puso de pie. Dudó un instante y lueg

    preguntó-: ¿Es necesario que le diga usted qu

    estuve en su despacho con Jack? Jamás se mhabría ocurrido hacerlo de no haber estado bebidaYo… Trabajar en esta galería es un sueño hechealidad. No quiero arriesgarme a perder e

    empleo por una tontería.

    La mujer parecía realmente preocupada, y e

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    enfado que sentía a hacia Jack aumentó.- Si puedo evitarlo, no diré nada.- Se lo agradezco de veras -dijo Audrey

    visiblemente aliviada.

    Diana siguió a la mujer escaleras abajo. Aaquella hora de la tarde empezaban a acudir loclientes. Entre la docena de personas que había ea galería se encontraba una pareja de median

    edad que examinaba minuciosamente un juego dvasijas. El encargado de la tienda comprobaliviado que Audrey se disponía a atenderloDiana se dirigió a la puerta, pero se detuvo cuandvio a Steven Carmichael en un rincón, habland

    con alguien a quien ella reconoció de inmediato.Jack Austin.Puesto que todavía no habían reparado e

    ella, se dedicó a observarlos y advirtió qu

    parecían bastante compenetrados. ¿Por qué no? SiCarmichael, Austin no tendría el dinero necesaripara realizar sus excavaciones cada temporadaSeguramente el prestigio del arqueólogo le iba dperlas a Carmichael para solicitar donaciones par

    u sociedad sin ánimo de lucro. Y quizás

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    Carmichael le gustaba tener a Austin como amigsólo porque a ella no le cayese bien nignificaba que a los demás les ocurriese l

    mismo).

    - Steven -dijo Audrey, que estaba detrás dDiana-, a aquella pareja le gustaría hablar contigobre la vasija Calakmul.

    Tanto Austin como Carmichael volvieron l

    vista hacia ella y descubrieron su presencia amismo tiempo. Carmichael sonrió; Austin no.- ¿Ya ha terminado, señorita Belmaine? -l

    preguntó el dueño de la galería, dirigiéndose haciella.

    - Por hoy, sí.- Bien -dijo Carmichael, que le tocó e

    hombro, volvió a sonreír y fue al encuentro dAudrey y de la pareja.

    Tras intercambiar una larga y nada amistosmirada con Austin, Diana centró su atención eCarmichael, observando el entusiasmo con quhablaba con sus posibles clientes. Aquel hombrposeía una compañía petrolera, una granja, un

    fundación y varias empresas más, pero er

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    evidente que aquella galería era su mayor orgulloo tenía por qué estar allí, charlando con lo

    clientes, pero le encantaba.Diana volvió a mirar a Austin y le pareci

    percibir en él una expresión tan fugaz que habríido incapaz de describirla. Sin embargo, er

    como si se hubiera puesto nervioso, nada que vecon la tranquilidad que había mostrado hacía u

    momento al hablar con Carmichael.Finalmente se dirigió hacia él, que estaba dpie junto a la vitrina que contenía la máscarfuneraria, y dejó que la furia la invadiera. Nmportaba que Audrey se le hubiera insinuad

    primero, o incluso que realmente no hubierpasado nada entre ambos; no se trataba de Audreyque era una mujer adulta y libre de complicarse lvida como quisiese. Lo que le molestaba era qu

    Austin la hubiera utilizado para hacer el trabajucio, lo cual le recordaba a un asunto personal doloroso que ansiaba poder olvidar algún día.

    Diana se situó frente a Austin y, por unstante, surgió entre ellos algo vivo y caliente.

    - Bonita máscara, ¿eh? -comentó ella, co

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    ono amable y sedoso.- Ya la había visto -respondió Austin, qu

    bajó la mirada y agregó secamente-: seguro que eusted una mujer de mundo.

    - Acabará descubriendo que soy una mujemuy concienzuda -respondió Diana, acercándosaún más. Sorprendido, él arqueo las cejas al notacómo la mujer apoyaba el fino tacón de su zapat

    obre la punta de su bota y apretaba con fuerza.Austin la miró con los ojos muy abiertodesconcertado y dolorido.

    - Pero ¿qué…?- Esto es por utilizar a Audrey Spence

    maldito cabrón -le espetó Diana, que se apartó dél, le sonrió con frialdad y fue hasta la puerta- Ne saldrás con la tuya, Austin. Te lo prometo

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    CAPÍTULO 4

    Diana llegó a su despacho poco después das dos y media de la tarde cargada de bolsas diendas de ropa. Luna levantó la vista de

    ordenador.- Vaya, vaya. Me parece que alguien tiene u

    mal día -bromeó la jovenDiana cerró la puerta empujándola con el pi

     se sopló un mechón de cabello que le caía sobros ojos.

    - ¿Por qué lo dices?- Has estado haciendo terapia de rebajaCuando estás de mal humor, sueles ir de compras.

    Diana dejó las bolsas sobre varias de laillas que había en la sala.

    - De hecho, estoy más que malhumorada. Hdejado que un sospechoso me hiciera perder lcalma. Le di un pisotón y le dije que iba a dejarlcon el culo al aire.

    - ¡Uau! -soltó Luna, presa de curiosidad-. As

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    que le dijiste que era sospechoso, ¿no?- Pues sí.Diana suspiró, más que irritada consig

    misma por haber dejado que un asunto persona

    nfluyera en su trabajo. No había cometido un erroan ingenuo y estúpido desde sus principios com

    detective.- Olvida el caso. Hablemos de cosas má

    mportantes. ¿Qué te has comprado? -inquiriLuna, ansiosa por ver las adquisiciones de su jefaDiana se echó a reír.- Deberías preguntarme qué no me h

    comprado. Te juro que he entrado en todas la

    iendas en un radio de cinco manzanas a ledonda. En la primera tenían un par de zapatos d

    Anne Klein que pedían a gritos ser comprados, aque les di una alegría. Y mira esta falda. ¿No es d

    un violeta precioso?- Sí -asintió Luna-. Y también muy corta, mgusta.

    - Luego entré en Mimi's y me volví locaTenían trajes nuevos, así que me compré dos. Y

    otra falda.

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    Diana sacó las prendas de las bolsas y Lune asomó por el escritorio para verlos bien.

    - Rojo cereza, amarillo limón… Jefa, hay quhacer algo con esa tendencia tuya a tomarte l

    moda como algo relativo a las frutas y laverduras.

    - Oye, yo no te doy la lata con la ropa qulevas. A mí me gustan los colores vivos -replic

    Diana, que siguió sacando prendas de las bolsahaciendo ruido al desenvolverlas-. Luego fui Pied Nu y me compré más zapatos, dos bufandas un bolso nuevo. Después decidí volver antes