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Annotation
Diana Belmaine, detective privadespecializada en recuperar antigüedades y objetode arte robados, recibe del abogado demultimillonario Steve Carmichael un encargnusual. Parece ser que una muy rara y valios
antigüedad ha sido sustraída de su galería durantuna fiesta. Dada la naturaleza secreta del objetoCarmichael no quiere implicar a la policía en e
caso. Todo lo que desea es recuperar aquellpequeña caja egipcia de alabastro.Desde el momento en que Diana conoce a
arqueólogo Jack Austin, comienza a sospechar dél. Pero ¿cómo iba Jack a perjudicar al benefacto
que está costeando sus excavaciones en Tikukulack, que ha merecido un reportaje especial de levista People, es un aventurero endiabladamenteductor. Desde su primer encuentro, Diana y Jac
e ven envueltos en un duelo de inteligencias y s
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ienten fuertemente atraídos uno por el otro.En una ocasión, Diana cometió el error d
confiar en un hombre que resultó ser un ladrón. Niene la menor intención de que ocurra lo mism
con Jack, pero a pesar de su decidido espíritpráctico, su corazón y sus hormonas no parecedispuestos a atender razones
Michelle AlbertPRÓLOGOCAPÍTULO 1CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3CAPÍTULO 4CAPÍTULO 5CAPÍTULO 6CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8CAPÍTULO 9CAPÍTULO 10CAPÍTULO 11CAPÍTULO 12
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CAP TULO 13CAPÍTULO 14CAPÍTULO 15CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17CAPÍTULO 18CAPÍTULO 19CAPÍTULO 20
EPÍLOGO
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Michelle Albert
Atrápame
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PRÓLOGO
Mandeville, al norte del lago Poritchartrainera una comunidad acomodada que presentaba undice de criminalidad bajo, con casas y jardine
grandes y ostentosos y gente con mucho dinerpara gastar en caprichos caros.
Exactamente la clase de caprichos que équería.
Hacía tiempo que había descubierto que ba vestido con uniforme de repartidor o d
écnico en reparaciones, se volvía invisible. Lgente le dejaba merodear alrededor de sus casain preguntar demasiado, e incluso le permitía
entrar en ellas dependiendo de cuán profesionaonase su voz. En ocasiones también respondía poeléfono a preguntas de compañías supuestament
oficiales con mucha más confianza de la adecuadaEra triste decirlo, pero todo esto facilitaba s
rabajo, y cuanto más próspera era la comunidad
más fácil resultaba. Al revés que en los barrio
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más duros de Nueva Orleans, donde la gente nconfiaba en nadie e instalaba rejas en las puertas ventanas y tenía perros guardianes, los habitantede aquellos suburbios paradisíacos confiaban en l
eguridad de unos sistemas de alarma que menudo no eran tan efectivos como ellos pensabanPor increíble que pareciera, algunos no tomabamás precauciones aparte de cerrar puertas
ventanas.La casa de aquella noche le facilitarímuchísimo el trabajo.
No había perros; tan sólo un sistema dalarma obsoleto que protegía el interior de l
vivienda. Aun así, dentro todos dormíaplácidamente en sus camas, pensando en suacciones bursátiles y los jugosos beneficios quéstas les reportarían.
Se dirigió a la entrada trasera porque locuidados setos y arbustos camuflaban la puertcasi por completo. Además, ésta tenía uncerradura tan simple que la abrió en cuestión degundos.
El pestillo le llevó algún tiempo más y
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cuando cedió, cerró los ojos y movió el picaportentamente, aguzando el oído, tratando de percib
cualquier cambio. Forzar cerraduras era más unciencia que un arte, con sus propias leyes física
Cuando escuchó aquel chasquido tan familiaabrió la puerta con cuidado y entró en la casaoscura y silenciosa.
A menos que estuviese desactivada, la alarm
alertaría a la compañía encargada de la seguridaun minuto después de que la puerta se hubierabierto, tras lo cual los propietarios recibirían unlamada telefónica. Salvo que algo saliera mal, é
conseguiría lo que había venido a buscar y saldrí
por la puerta antes de que sonase el teléfono. Dodas formas, permaneció atento a cualquie
posible ruido o movimiento extraño. Como no ibarmado, lo último que deseaba era encontrarse co
un propietario furioso apuntándolo con una pistolaO con la policía.Se movió con rapidez, invisible gracias a
atuendo negro que llevaba sobre la ropa de calledando cada paso con precisión y sigilo. Sabí
exactamente adónde tenía que ir. Había estado al
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hacía una semana para “reparar” el airacondicionado que, de madrugada, él mismo habínutilizado al desconectar los fusibles. Habí
embaucado al agobiado propietario para que l
dejase revisar toda la casa. Tras encontrar lo qubuscaba, salió al jardín y fingió por un momentque estaba haciendo comprobaciones. Lueg“reparó” el aparato de aire acondicionad
implemente conectando de nuevo los fusibles.El salón en el que se encontraba era enorme estaba decorado para demostrar cuánto dinerganaba al año el dueño de aquel castillo (uconocido abogado jurista que trabajaba en Nuev
Orleans).Al cabo de unos segundos, abrió la endebl
cerradura de la vitrina. Lo que había venido buscar se hallaba en el estante del medio
acomodado artísticamente en cristal, junto a umarco de plata que contenía la fotografía de unpareja sonriente.
La expresión arrogante del hombre y lonrisa y la mirada tímida de la mujer capt
brevemente su atención, dejándolo con un lev
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entimiento de culpa. No había tiempo para aquello. Cogió e
collar con la mano enguantada en cuero negro, lenvolvió con cuidado en algodón y se lo metió e
el bolsillo.Cerró la puerta de la vitrina, no sin ante
dejar su tarjeta de visita. Luego salió taigilosamente como había entrado, desapareciend
en la oscuridad de la noche.
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CAPÍTULO 1
Seis meses después…
Al oír el sonido familiar de aquellas botas duela gruesa, Diana Balmaine levantó la vista de
escritorio y observó cómo su secretaria a tiempparcial entraba en el despacho. Luna era un
preciosa joven de veintidós años y piel pálidaaficionada a pintarse las uñas de negro y los labiode rojo sangre, a vestirse de negro riguroso y eñirse el cabello del mismo color. No era d
extrañar, pues, que también trabajara de guívampira en los recorridos nocturnos para turistade Nueva Orleans.
- No me dijiste que hoy tenías una cita -dijLuna con tono enojado.
Diana se quitó las gafas de leer y se apoy
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contra el respaldo de la silla, enarcando una ceja.- Porque no la tengo -respondió.- Pues ahí fuera hay un viejo que dice que h
venido a hablar contigo.
- ¿Ese viejo tiene nombre?- Jones -contestó Luna que, aunque sonreír n
ba con su imagen, miró a su jefa con ojoburlones-. Supongo que debe de ser un prim
cercano del señor Fulano y el señor Mengano.A los verdaderos clientes, aquellos couficiente dinero como para reclamar suervicios, no les gustaba anunciar al mundo qu
necesitaban a un detective privado. De hecho, cas
iempre era ella la que acudía a ellos. La mayoríde sus reuniones de negocios transcurrían frente un café con leche y pastas en el Café du Monde, ealgún despacho ajeno, por teléfono o en algún ba
oscuro.Diana suspiró y se puso de pie. No podíperder tiempo, ya que tenía que preparar enforme sobre la recuperación de un Picassobado. La compañía de seguros que la habí
contratado seguramente se sorprendería al sabe
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que el dueño del cuadro, un ejecutivo de uncompañía petrolera, canoso y simpático, qupasaba por dificultades económicas a causa de sercer divorcio, había contratado al ladrón par
cobrar el dinero del seguro.Un truco viejo y burdo, pero la gente seguí
in aprender.Siguió a Luna a la pequeña sala de espera d
u oficina, compuesta por tres habitacionedecorada en colores burdeos, azul marino marrón y situada en la segunda planta de un viejedificio de la calle Saint Phillip, cerca demercado. El tenue sonido del ventilador de tech
e mezclaba con el ruido de la calle, que sfiltraba a través de las vaporosas cortinas de gasaanimados turistas que paseaban por el barrifrancés, las bocinas de los coches y el sonido d
un carro tirado por una mula.Un hombre elegante y de pelo plateado estabde pie junto a la ventana. Vestía un traje oscuro dcorte clásico y llevaba un gran maletín de cuero¿Se trataría del abogado de alguien con much
dinero?
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Por suerte, Diana llevaba puesto un vestidde seda color verde lima que realzaba su cabellubio y su piel ligeramente bronceada. La
esbeltas líneas del vestido, aunque le marcaban la
curvas un poco más de lo deseable tratándose dun cliente potencial, le daban un aspecto elegante formal.
- Hola -saludó al desconocido, la espald
ecta y los hombros hacia atrás. El caballero svolvió y Diana vio que llevaba una rosa blanca eel ojal-. Soy Diana Belmaine.
- Edward Jones -se presentó, dándole uapretón de manos fuerte y breve-. Supongo que e
usted la detective privada especializada eantigüedades robadas.
- Sí. Me especializo en arte, joyas, reliquiafamiliares y antigüedades en general. También m
ocupo de casos de fraude, aunque no tantos comcuando trabajaba en Sotheby's -admitió, hacienduna pausa-. ¿Ha perdido usted algo, señor Jones?
- Me temo que sí.Diana reparó en el alfiler de corbata d
diamantes y en el caro traje del hombre. Sonrió.
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- Y usted quiere que yo lo encuentre.- Así es.- Perfecto. Hablemos, ¿le parece? Por aqu
por favor. Luna, atiende mis llamadas.
Luna parecía divertirse con la situación, pesar de que no sonreía.
- Claro, jefa.El señor Jones inclinó la cabeza amablement
ante Luna y siguió a Diana a su despacho. Laestanterías atestadas y los diplomas enmarcados ea pared conferían a la habitación un aire d
categoría, igual que las majestuosas sillaapizadas de cuero rojo y el enorme escritorio d
oble, proveniente del despacho de una compañíalgodonera que había quebrado hacía tiempo. Aentrar el lugar daba una impresión de poder; dpoder masculino, para ser más exacto
compensando así la desagradable desventaja dque la mujer pareciera más una chica de la altociedad que una investigadora privada.
- Siéntese -dijo Diana, cerrando la puerta¿Quiere tomar algo?
- No, gracias.
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Presa de curiosidad, Diana se sentó, apartó eamasijo de libros y papeles que había sobre eescritorio y preguntó:
- ¿En qué puedo ayudarle, señor Jones?
El hombre se limitó a colocar el maletín en eegazo. Después de marcar la combinación y abros cierres, extrajo una carpeta y la dejó caeobre el escritorio sonoramente. No se la acercó
Diana, que tampoco hizo ademán de tocarla.- Esta carpeta contiene toda la informacióque usted requiere para investigar la pérdida quufrió mi cliente recientemente.
- Está yendo un poco deprisa. ¿Por qué no m
dice primero el nombre de su cliente?- Steven Carmichael. -Diana arqueó las ceja
el abogado esbozó una sonrisa-. ¿Conoce usted mi cliente?
- Por supuesto. Cualquiera que esté metido eel negocio de las antigüedades lo conoce. Por otrparte, el señor Carmichael recurrió a mí hace umes para encargarme un caso que la policía nhabía podido resolver… algo sobre uno
contenedores con objetos mayas destinados a s
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nueva galería -dijo Diana, inclinando la cabeza un lado-. Sin embargo, acabó contratando a otrdetective.
A Diana todavía le dolía aquel rechazo, sobr
odo porque sospechaba que el acaudalado poderoso Carmichael había desestimado su ayudporque pertenecía a una generación que no creíque una mujer fuera capaz de encargarse de u
«trabajo duro». No había sido la primera vez quhabía perdido un caso a causa del sexismo.- Sí, es verdad… Estoy al tanto de eso.- ¿Recuperó el señor Carmichael su
antigüedades?
- Todavía no.- Lo siento mucho -dijo Diana, evitand
onreír. El abogado la miró con seriedad.- Sí, es un tema muy desafortunado, pero n
estoy aquí por eso. El señor Carmichael tiene uasunto urgente que debe resolver lo antes posible cuya naturaleza es mucho más personal.
- Yo no busco gente -se apresuró a aclaraDiana, reprimiendo un suspiro-. Si lo que h
perdido el señor Carmichael es una novia o un
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amante, no puedo ayudarle.- En realidad, se trata de algo más bie
elacionado con una dinastía familiar. De hechouna bastante antigua, que en mi opinión encaja e
u área de acción, señorita Balmaine- No estaría mal que me dijese exactament
de qué se trata.- No es nada especialmente bello, pero tien
un gran valor sentimental para mi cliente. Se tratde una pequeña cajita de porcelana que contienun mechón de cabello y una estatuilla de seicentímetros de oro macizo. Es egipcia, de ldecimoctava dinastía, concretamente.
- ¿Extraída de una tumba?- Sí -dijo Jones, carraspeando-. Del faraó
Tutankamón. Y la cajita de porcelana lleva inscritel nombre de la reina Nefertiti. -Jones se cruzó d
manos sobre el maletín-. Mi cliente cree que emechón de pelo pertenece a ella, por lo que tienmucho interés en recuperarlo.
Realmente se trataba de algo serio. Nefertiti era la más legendaria de las reina
egipcias. El mero hecho de mencionar su nombr
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evocaba en la mente imágenes de su gracia belleza eternas y el misterio de su destino final.
- ¿Puedo preguntarle cómo adquirió el señoCarmichael semejante objeto? -preguntó Diana
nquieta.- De forma legítima.- ¿Completamente legítima o más o meno
egítima?
El antiguo reloj del escritorio sonabdelicadamente a cada segundo que pasaba.- Señorita Belmaine, un gran número de la
antigüedades que hay en los museos y en lacolecciones privadas fueron adquiridas po
medios muy poco éticos. Hoy lo llaman saqueoantes lo llamaban coleccionismo. Así funciona emundo. Mi cliente posee los documentopertinentes de origen y condiciones de venta.
Aquellos papeles hacían que la compra dCarmichael fuera legal y justificaba su esfuerzpor recuperarla. También era cierto que la mayoríde las antigüedades, incluso las que se exhibían eos museos más famosos del mundo, habían sid
obadas por lores ingleses aventureros, po
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efímeros emperadores franceses, por saqueadoreprofesionales que seguían la tradición familiar, poel crimen organizado de la era moderna e incluspor académicos que no habían podido resistir l
entación…Por supuesto, la caja y su contenido quizá
eran imitaciones. Sin embargo, aceptar aquerabajo supondría un cambio de orientación frent
a los casos comunes de fraude y robos que Dianhabía estado investigando últimamente. La vida lhabía resultado terriblemente anodina los doúltimos años, y ahora tenía la oportunidad denfrentarse a un verdadero reto. Estaba dispuesta
hacer lo que fuera por poner en marcha suneuronas.
- ¿Cuándo descubrió el señor Carmichael que habían robado la cajita?
- Hace tres días -respondió Jones, y aadvertir que había despertado el interés de lmujer esbozó una sonrisa de satisfacción-. Se lobaron de su galería, El Jaguar de Jade, que est
en la calle Julia. Encontrará más detalles en est
nforme, incluyendo los nombres de todo aquel qu
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iene acceso al local y una lista de los invitadoque asistieron a la inauguración de la galería lemana pasada.
- Las fiestas siempre son una oportunidad d
oro para los ladrones -murmuró Diana-. Siembargo, no sabía que el señor Carmichaecoleccionaba objetos del antiguo Egipto. Creía que interesaba exclusivamente por la eda
precolombina.- Sí, ése es su interés principal, pero antodo colecciona arte bello y extraño.
Diana sopesó la expresión amable, inclusanodina, del abogado.
- Ustedes ya han contratado a un detectivpara que recupere el cargamento maya. ¿Por quno le encargan que también se ocupe de este últimobo? ¿Por qué acuden a mí?
- Mi cliente cree que sus conocimientos sadecuan perfectamente a esta situación. Quiere questa investigación se lleve con discreción utileza. Estoy seguro de que estará al tanto de qu
últimamente hay una tendencia a repatria
antigüedades a sus países de origen. Un objet
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como ése podría ocasionar un incidentnternacional.
Diana enarcó una ceja e inquirió:- ¿El señor Carmichael ha informado de est
a la policía?- No.- Oh, vamos -repuso Jones, impaciente-. N
es tan difícil entender por qué mi cliente no dese
que la ley se vea involucrada en esto. No quierarriesgarse a perder definitivamente el objeto ni lconsiderable cantidad de dinero que pagó por él.
Por no mencionar el hecho de que su moraquedara públicamente en entredicho, lo cua
explicaba que deseara que la investigación fuer«discreta» y «sutil».
- Hay algo más -añadió Jones, sacando demaletín una bolsa hermética de plástico qu
contenía una carta: la jota de picas-. Alguienobviamente el ladrón, dejó esto en lugar de lcajita. Mi cliente tuvo cuidado en no tocarlo, poi hubiera huellas dactilares.
Diana estaba segura de que no las habría
pero de todas formas analizaría la carta par
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comprobarlo. Sin duda se trataba de un trabajbien planeado, obra de un profesional.
- ¿Puedo? -preguntó.El abogado le entregó la bolsa y Dian
observó atentamente la carta. Era la firma deadrón, una presentación tan personal como u
apretón de manos y única como una huella dactilaSintió que una intensa excitación se apoderaba d
ella. - Un ladrón con estilo -comentó con unonrisa-. Es mi clase de delincuente preferido.
- Perdóneme por no compartir su entusiasmoeñorita Belmaine -dijo Jones, que extrajo otr
carpeta del maletín y luego lo cerró-. Me homado la libertad de redactar un contrato por su
honorarios y servicios. Le dejaré el contrato y lnformación para que pueda estudiarlos. Tien
oda la noche para pensárselo. Si le parece bienvolveré mañana a las ocho para ultimar lodetalles.
Diana abrió la carpeta y, al observar a cuántascendía la cifra, confió en que sus ojos siguiera
en sus órbitas.
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- Me parece bien.- Por supuesto, todo cuanto hemos dicho aqu
debe ser confidencial.Diana asintió y Jones se puso en pie.
- Muy bien. Ha sido un placer hablar cousted.
- Una última pregunta, por favor -dijo Dianaque también se puso de pie-. ¿Su cliente tiene e
mente a algún posible sospechoso?La expresión del abogado no se alteró y, traun instante, contestó:
- Me temo que no.- De acuerdo -dijo Diana, sonriendo co
cortesía-. Muchas gracias. Hasta mañana, pues.Cuando el abogado salió del despacho, l
mujer observó la voluminosa carpeta que habíobre el escritorio y frunció el entrecejo. E
propósito de semejante información era sin dudevitar que ella tuviera que hacer demasiadapreguntas comprometedoras.
La razón quizás era tan simple como lenuencia de Steven Carmichael en revelar qu
poseía algo capaz de destapar un nido de avispa
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de dimensión internacional. Lo cual sugería questaba escondiendo algo más.
Así pues, no tenía motivos para confiar en éo en la información que contuviese aquel dossie
Además, el abogado no había dicho la verdad aafirmar que no había sospechosos. La levoscilación de su voz y la expresión de su rostrndicaban que estaba ocultando detalles
mintiendo acerca de algo.Por otra parte, aquello no era nada nuevpara Diana. Lo primero que aprendía cualquiedetective privado era que la gente mentíaSiempre. El vecino de al lado, las ancianitas, l
policía, los curas, los ricos y los pobres, loborrachos y los pilares de la sociedad… todo emundo.
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CAPÍTULO 2
Una hora después de haber aceptadoficialmente el caso Carmichael, Diana detuvo sMustang descapotable de época, color turquesafrente a la Facultad de Antropología de lUniversidad de Tulane, en la calle AudubonObservó el edificio de dos plantas y pintado dbeige, con molduras grises y otros adornos. Variaventanas altas y estrechas, estaban abiertas, y ladiversas zonas descoloridas sobre la fachada l
daban al lugar un aspecto sombrío. Diana apagó emotor, sintiendo la ansiedad recorriéndole ecuerpo como una ola de energía. Tras pasar caoda la noche despierta, leyendo los documento
del caso e iniciando investigaciones preliminaree mantenía en pie gracias a la cafeína y l
adrenalina, si bien agradecía sentir de nuevaquella sensación familiar de nerviosismo. Hacía mucho tiempo que no iniciaba una caza com
aquella, algo que no fuese predecible, seguro n
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fácil.Antes de salir del coche, echó un vistazo a
obado ejemplar de la revista People de Luna, eel asiento del copiloto. Se trataba del númer
anual de los solteros más destacados, y allí, en lpágina 44, estaba la foto del doctor Jack Austinprofesor de Arqueología de Tulane, reputadexperto en la cultura maya y colaborador habitua
del Discovery Channel . Un auténtico prodigioHabía descubierto la ciudad maya perdida dTikukul con sólo veintisiete años, y aquello habíido su fuente de ingresos durante los diez añoiguientes, recibiendo las cinco últimas
generosas subvenciones de la Sociedad para lConservación de la América Antigua, fundada poSteven Carmichael.
A juzgar por la fotografía, Austin poseía l
clase de atractivo tosco y natural que debía datraer a las mujeres pero que no hacía que lohombres se sintiesen incómodos en su presenciaalgo así como el hombre definitivo. Iba vestidcon bermudas de explorador y una camiseta si
mangas empapada en sudor y yacía despatarrad
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obre una roca recubierta de ramas, lomusculosos brazos y piernas estirados, como si sratase de un sacrificio humano.
Era una foto erótica y extraña, pues la image
hacía que la mirada se desviara directamente ciertas zonas erógenas del cuerpo, como diciendo«¡Cómeme!»
Diana dobló la revista y se la metió en e
bolso. Salió del coche y se dirigió al edificioHabía concertado una cita con Carmichael por larde, pero hasta entonces trataría de visitar una
una, y por orden alfabético, a las personas qufiguraban en la lista de invitados a la fiesta d
nauguración del jaguar de jade, que incluía unúmero bastante elevado de conocidos políticos miembros de la alta sociedad, artistas propietarios de galerías de arte rivales.
Por ahora sabía que los Allen estaban fuerde la ciudad y que los Archer no eramadrugadores. Así que el siguiente era Austinaunque teniendo en cuenta su dependencia dCarmichael para llevar a cabo sus excavacione
no figuraba en los primeros puestos de la lista d
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posibles sospechosos.Diana, que lucía un vestido de lino colo
naranja, zapatos de tacón marrón oscuro y un chade Hermés atado a su coleta, larga y lisa, qu
hubiera recibido la aprobación de Jackie Onassie encaminó con decisión a la secretaría de
Departamento de Arqueología. No era el momento de pasar inadvertida, sin
de causar la mejor impresión posible a uno de loolteros más deseados de Norteamérica y tratar dorprender al tipo con la guardia baja.
Cuando se trataba de obtener respuestadirectas, esa estrategia funcionaba el noventa po
ciento de las veces.La secretaria, una mujer mayor y seria vestid
con blusa y pantalones, no era más que la primerínea de defensa entre el buen profesor y la
estudiantes sin novio. La expresión de su rostro sornó austera cuando Diana pidió ver a Austin.- Lo siento -contestó-. El señor Austin n
iene horas de visita establecidas, pero si me deju nombre y número de teléfono, él la llamará.
Perfecto. Diana sacó su carnet de detectiv
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del bolso. A veces, enseñar aquel papel surtíefecto.
- Se trata de un asunto oficial. Vengo de partdel mecenas del doctor Austin, el señor Steve
Carmichael.A la mujer se le puso otra cara.- No puedo dar el número de su despacho
os que no son estudiantes, pero ahora mismo est
dando clase de Introducción a la Arqueología en eaula 150. Puede esperar fuera y hablar con écuando acabe la clase.
Aunque no tenía intención de deambular siumbo fijo, Diana sonrió, le dio las gracias y s
marchó, haciendo caso omiso de la mirada hostde la secretaria.
Cinco minutos más tarde, encontró el aulaabrió la puerta, entró y se apoyó en la pared de
fondo.El profesor Austin estaba de pie junto a lpizarra, justo enfrente de Diana. Llevaba puestuna camisa blanca de manga corta remetida dentrde unos pantalones de vestir color caqui,
mpartía la lección mientras dibujaba un esquem
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con rápidos y enérgicos golpes de tiza- … que es la teoría referente a las formas d
determinar la antigüedad de un objeto terminuante y post quem. Digamos que estáis excavand
un yacimiento y queréis saber cómo fecharlo…Absorto en el tema, el hombre no advirtió lo
uspiros y el silencio absoluto que se cernió sobrel aula.
- El objeto más antiguo encontrado in sitería…De repente Austin se interrumpió, poniéndos
enso, como si sintiera la presencia de udepredador a sus espaldas, y se volvió.
Sus miradas se encontraron. Sorprendida y uanto irritada, Diana pensó que ni la televisión n
una fotografía le hacían justicia. Ninguna cámarpodría capturar jamás la energía y el magnetism
de aquel hombre.La intensidad de su mirada sombría fue lprimero que le llamó la atención. Luego reparó eque los largos días pasados bajo el sol tropicahabían teñido el cabello castaño oscuro de
hombre de reflejos cobrizos. También advirtió qu
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u piel bronceada y su figura esbelta hacían quncluso vestido con ropa formal pareciese sexy. S
una marca de camisas hubiese contratado a JacAustin de portavoz, la venta de sus productos s
habría visto considerablemente incrementada.Veinticinco pares de miradas especulativa
dos tercios de ellas femeninas) se dirigierohacia Diana, que observaba a Austin y s
preguntaba cómo respondería éste a su presencia.Tras escrutarla lentamente de la cabeza a lopies, Austin arqueó una ceja, se volvió hacia lpizarra y continuó explicando y dibujandesquemas como si aquella extraña vestida d
naranja no hubiera irrumpido en el aula.- El objeto más antiguo, o el más lejano
encontrado in situ se denomina a menudo terminuante quem, y el más nuevo, o el más reciente
ecibe el nombre de terminus post quem. Todo lque se encontrase en el yacimiento sería fechaddespués del objeto más antiguo pero antes del mámoderno. -Austin miró a sus alumnos de nuevo e apoyó contra la pizarra-. Algunos parecéi
confusos, así que dejadme que os dé un ejemplo
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En un yacimiento hemos encontrado decenas ddiscos de vinilo. El más antiguo, situado en efondo de la capa de sedimentos, es la primeredición del Heartbreak Hotel , de Elvis Presley
Por otra parte, el disco que está en la capa máalta es Abbey Road , de los Beatles. Sabemos qu
eartbreak Hotel es de 1956, y que Abbey Roaes de 1969. Como en el yacimiento no hay nad
anterior a 1956 ni posterior a 1969, los objetoque encontremos a medida que vayamoexcavando las capas intermedias datarán entresos años. Lo cual significa que la gente que tiresos discos en el yacimiento lo hizo durante l
edad dorada del rock and roll. ¿Os ha quedadmás claro?
Como respuesta, algunos estudiantes rieron otros hicieron gestos de asentimiento. Durante lo
quince minutos de clase restantes Diana se relajó e dedicó a disfrutar viendo a Austin en acciónTenía una forma de enseñar despreocupada, unvoz ligeramente ronca con un deje de acentbostoniano y ningún tipo de dificultad par
mantener la atención de los alumnos, a pesar d
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que estaba hablando de cómo fechar basurantigua.
Simple y puro carisma. A nadie le importabi al tipo le interesaba lo que decía; sólo quería
verlo moverse y hablar. Diana estaba segura dque era capaz de convertir ese carisma en calohirviente o frío helado, en función de la situaciónDe hecho, quizás ella misma recibiese una muestr
de frialdad, pues los hombres solían reaccionar acuando se daban cuenta de que lo único que queríde ellos eran respuestas.
- Esto es todo por hoy -dijo Austin a la claseentándose en el torio y cruzándose de brazos
Recordad que el miércoles debéis entregarme enforme de vuestros proyectos. Si necesitáis habla
conmigo antes de entregármelos, venid a vermdespués de clase.
Genial, estaba pidiendo abiertamente seacosado para mantenerse alejado de ella, hasta qufinalmente no tuviera más remedio contestar a supreguntas.
Sin desanimarse, Diana se dirigió hacia e
estrado, haciendo caso de las miradas curiosas qu
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e dirigían los alumnos. Austin, que asentímientras una chica le contaba sus inquietudeobservó, con la misma simpatía de un cocodrilocómo Diana se iba acercando.
- Estaré en mi despacho a las tres -le dijo u estudiante-.Ven a verme entonces.
La muchacha asintió y se fue a regañadientemirando a Diana como a una intrusa. Ésta s
detuvo frente a Austin y sonrió afablemente.- Estoy buscando al doctor Jack Austin.- Lo tiene delante -contestó impertérrito
dando a entender que no le impresionaba el quella hubiera fingido no conocerlo-. ¿Qué pued
hacer por usted?- Me llamo Diana Belmaine. Soy detectiv
privada -contestó ella, mostrando su carnet dnvestigadora. Austin echó un vistazo al document
con indiferencia y luego volvió a mirarlaQuisiera hablar con usted. A solas, por favor.- De acuerdo -dijo Austin, encogiéndose d
hombros.¿Acaso no le sorprendía recibir la visita d
un detective privado? Qué interesante. Se habí
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documentado sobre Austin, y todo indicaba que erbastante temperamental. Hacía dos veranos shabía enzarzado en un tiroteo con unos supuestoexpoliadores y había acabado encerrado do
emanas en una cárcel guatemalteca. Y aquélla nhabía sido la única vez que había recurrido a uarma o a sus propios puños para defender suexcavaciones.
- Acompáñeme a mi despacho -le indicAustin, levantándose del escritorio. Cogió unoibros y unos papeles que había encima y echó
caminar, sin detenerse a comprobar si ella leguía.
Bueno, después de todo quizá se sintiera upoco molesto.
Diana apretó el paso para alcanzarlo, lo cuano le resultó fácil teniendo en cuenta que llevab
zapatos de tacón alto y un vestido estrecho.- ¿Tiene prisa? -preguntó Diana, mientras sdirigían al despacho.
- No -respondió él sin aminorar la marcha. Lecretaria los vio acercarse.
- Tengo algunos mensajes para usted, docto
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Austin -le informó la mujer, volviendo la miradhacia Diana y entregando a su jefe las notas-. Yveo que la señora le ha encontrado.
Austin plegó los mensajes sin leerlos y se lo
metió en el bolsillo.- Muchas gracias, Carol -le dijo a l
ecretaria-. Por aquí -añadió, dirigiéndose Diana.
Austin la condujo por unas escaleraubiendo los escalones de dos en dos (parfastidio de Diana, aunque a ella no le importara lque veía) y luego a través de un largo pasillo. Amedida que pasaban frente a despachos con la
puertas abiertas, Diana advertía cómo la gentestiraba el cuello para poder verla. De repenteoyó el creciente murmullo a sus espaldas.
Bueno, sin duda el naranja era un colo
lamativo y tampoco ayudaba el taconeo de suzapatos sobre el suelo de linóleo. Finalmententraron en un pequeño despacho y Austin cerró lpuerta. La habitación parecía desordenada perera acogedora. Olía a libros viejos, muchos de lo
cuales reposaban sobre estantes, en el suelo
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obre el escritorio de Austin. En éste tambiéhabía un ordenador, un teléfono que parecía máviejo que la mayoría de sus estudiantes y una tazvacía con restos de café reseco en el fondo. Frent
al viejo escritorio de metal de Austin había doillas plegables. Diana dejó el bolso encima d
una mientras él se sentaba.Luego examinó algunos de los libros
contempló una serie de dibujos a lápiz enmarcadoque representaban jeroglíficos mesoamericanoLos dibujos eran increíblemente detallados, perfue incapaz de descifrar ninguna de aquellaestilizadas curvas y rizos.
Austin se repantigó en su silla con gestmpaciente.
- Quería usted hablar conmigo, ¿no es ciertodijo Austin lacónicamente al cabo de uno
egundos.- Sí -contestó Diana con firmeza-. Son unodibujos encantadores.
- Jeroglíficos mayas. Es una forma pictóricde lenguaje -le explicó Austin acomodándose par
mirarle los pechos y las piernas-. Tome asiento.
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Aunque le desagradaba que la repasasen coa mirada, Diana sonrió. Apoyó una mano en eespaldo de la silla, pero se quedó de pie para qu
el hombre pudiera seguir mirándola.
- Sé lo que son los jeroglíficos. Me licencien Arqueología, pero carecía de la paciencia quequiere un trabajo así. Además, no me atrae
especialmente los bichos y el polvo.
- Así que se hizo detective privado.- Se me da bien relacionar hechos. Me hespecializado en fraudes de obras de arte antigüedades robadas. Como ve, después de todhago un buen uso de lo que estudié.
Austin tensó ligeramente la mandíbula.- ¿Por qué quería verme?- Vengo de parte de un conocido suyo -l
nformó Diana, ajustándose el vestido y cruzand
as piernas con picardía-: Steven Carmichael.Austin se reclinó en el respaldo de la sillaque crujió ruidosamente.
- ¿Qué ha ocurrido? ¿Acaso Steven hperdido otro par de vasijas?
- Algo parecido.
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El hombre se tocó el labio inferior con airescéptico.
- ¿Así que realmente es usted detectivprivada? ¿No se ha colado en mi despacho par
que le dé mi número de teléfono?Menudo ego el de aquel hombre.- Ni lo sueñe, doctor Austin.Éste sonrió lentamente, bajando la vista hast
a boca de Diana y luego más abajo.- Bueno, ya que estamos aquí…A Diana le sorprendió la agresividad pura
masculina del profesor, despertando suospechas. Volvió a cruzarse de piernas, per
Austin no bajó la mirada ni la observó coascivia.
No era una actitud coherente. Austin estabexagerando el interés que supuestamente sentía po
ella, quizá como maniobra evasiva, lo cual lntrigaba casi tanto como la expresión ddesconfianza que había mostrado él hacía umomento. Decidió seguirle el juego.
- ¿Está coqueteando conmigo?
El hombre fingió burlonamente que se estab
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concentrando y señaló a Diana.- Buena capacidad de observación. Apuesto
que es usted una detective sensacional.Lo que faltaba, ¡listillo a la vista!
Esta vez Diana no mordió el anzuelo y extrajun bolígrafo y un cuaderno de su bolsoobservando la revista de Luna mientras lo hacíaAlgo la impulsó a cogerla, doblarla por la págin
con la foto de Austin haciendo de dios del sexo ponerla sobre el escritorio. Austin bajó la miradampertérrito, y apartó la revista a un lado, fuera s
campo de visión, casi como si le molestase.- Estoy segura de que hay un montón d
mujeres en este país que se morirían por estar cousted, doctor Austin, pero yo no soy a de ellas.
Austin se llevó una mano al pecho, atrayenda atención de Diana hacía sus largos dedo
cubiertos de vello oscuro. El hombre tenía manopoderosas, más de obrero que de estudioso, y auasí eran elegantes.
- Me ha roto el corazón -dijo.- No lo creo -repuso Diana, apretando e
bolígrafo con fuerza-. Y ahora, pongámonos mano
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a la obra. Esos objetos tienen tres mil años dantigüedad, valen un montón de dinero y mi clientquiere recuperarlos.
Austin, que parecía estar pasándolo bien
arqueó una ceja.- Sería muy útil que me dijese de qué se trat
exactamente.A pesar del repentino e irracional impuls
que sintió de sacudir al tipo, Diana mantuvo lcompostura.- Se trata de una cajita de porcelana qu
contiene una estatuilla de oro. Egipcia; de ldecimoctava dinastía. ¿Estaba usted al corriente d
que mi cliente tenía esos objetos en su coleccióprivada?
Austin volvió a repantigarse en la sillacruzando las piernas y colocándose las mano
detrás de la cabeza, dejando que se le marcase epecho en la camisa. Estaba claro que aquel tipabía cómo distraer a la gente.
- Steve colecciona montones de cosancluyendo arqueólogos que financia, per
mayoritariamente se dedica al arte precolombino
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dijo Austin con aquella voz grave y ronca quDiana sentía en su piel como la lengua áspera dun gato.
Diana trató de combatir aquella sensación.
- ¿Sabía si coleccionaba arte egipcio? Sí no, por favor.
Austin pareció enfurecerse al oír aquello.- Sí, pero no lo que usted ha dicho. Sé qu
poseía algunos amuletos y anillos con forma descarabajo, y recuerdo haberlo oído mencionaalgo sobre vasijas y un retrato fúnebre romanoEso es todo.
Diana asintió y apuntó la respuesta de Austin
Luego volvió a mirarlo.- Él le financia sus excavaciones en Tikuku
¿no es cierto?- Su fundación lo hace, y sólo en parte. Y
oy alguien importante, y a la sociedad le gusta lgente importante. Ya sabe, soy un buen relacionepúblicas.
Diana percibió la frialdad en la voz dehombre, como si no tuviese muy buen concepto d
u mecenas.
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- Supongo que estará al corriente decargamento que le han robado hace poco al señoCarmichael.
- ¿Y quién no? Leo los periódicos y hablo
menudo con Steve.Austin sacudió el pie. Diana observó su
botas de montañista, caras y bien cuidadapropias de alguien acostumbrado a caminar
escalar.- Para que le quede claro, señorita Belmaineme pagan para encontrar objetos antiguos, no parobarlos.
- Yo no he dicho que usted haya robado nad
replicó Diana con voz serena, consciente de qua tensión iba en aumento.
- No, pero lo ha pensado -dijo Austinesforzándose en sonreír a pesar de su expresió
eria y cautelosa.- No es nada personal, doctor Austin. Segúmi método de trabajo, todo el mundo es culpablhasta que se demuestre lo contrario.
- Apuesto a que es usted alguien con quie
puede uno charlar y divertirse en una fiesta -dijo e
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profesor lacónicamente, poniendo el pie en euelo con un golpe seco-. En cuanto a la caja y l
estatuilla, supongo que pertenecieron a alguiefamoso.
- No estoy autorizada a darle esnformación, pero sí, tiene una importanci
histórica muy grande.- No hace falta ser egiptólogo para adivina
de qué se trata. ¿Se refiere a los últimos faraonede la decimoctava dinastía? ¿Tut y compañía?- Supongamos que eso es cierto -dijo Dian
in inmutarse-. ¿Quién, de entre el círculo damistades del señor Carmichael estaría interesad
en hacerse con objetos funerarios de ese periodo?Austin soltó una sonora y genuina carcajad
que hizo que a Diana casi le resultase imposiblno reír con él.
- Vamos, está hablando de un grupo de gentelecta y adinerada que coleccioncompulsivamente reliquias, y cuanto más raras viejas, mejor. Tendrá que mejorar sus preguntaeñorita Belmaine.
Diana sonrió, tratando de mantener la calma
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A pesar de la arrogancia de Austin y de suntentos por sacarla de quicio, le costaba nentirse atraída por él, y no sólo por aquel se
appeal de buen chico que desprendía. Aparte d
us sonrisas y su estudiada indiferencia estabescondiendo algo. Diana podía oler las mentiraque le estaba contando.
- Lo dudo. Le aseguro que he descubiert
muchas cosas hasta el momento, más de las quusted supone.Súbitamente tenso, Austin se inclinó y apoy
os codos sobre el escritorio.- Vale, ha sido muy divertido, pero tengo qu
dar otra clase dentro de un momento. ¿Por qué nme cuenta para qué ha venido a verme realmente?
El tipo se estaba poniendo agresivo.- ¿A qué hora llegó usted al Jaguar de Jade e
día de la fiesta de inauguración? -le preguntDiana.- Llegué a las ocho y me fui sobre las diez
media.- ¿En algún momento subió las escaleras par
r a las oficinas o al almacén?
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- Bebí bastante vino y fui al baño del piso darriba un par de veces porque el de abajo estabocupado. Aparte de eso, la acción se centraba ea galería. No quería perderme la gran noche d
Steve- dijo Austin, cuya voz adquirió de nuevo uono irónico-. ¿Por qué lo pregunta?
- Porque el robo se produjo la noche de lnauguración. Tengo intención de hablar con todo
os invitados, comenzando por aquellos cuyapellido empieza por la letra A.- Menuda suerte la mía- bromeó Austin
Diana enarcó una ceja y volvió a concentrarse eanotar las respuestas de su interlocutor-. ¿Es uste
muy buena?Diana levantó la vista, sorprendida po
aquella pregunta.- ¿Que?
- ¿Es usted muy buena? -repitió Austinmirándola fijamente para tratar de incomodarlaComo investigadora, quiero decir.
Diana sintió que se ruborizaba ante eugerente tono de voz de aquel hombre. No l
gustaba la facilidad con que Austin la poní
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nerviosa.- Siempre atrapo al culpable, doctor Austin
Bueno, la mayoría de las veces.- Eso no es exactamente una respuesta.
Diana se resistía a dejar de mirarlo a loojos.
- Acabo de resolver un caso de fraude paruna compañía de seguros, y el mes pasad
ecuperé un cuarto de millón de dólares en lingotede oro, que había sido saqueado de un naufragifrente a las costas de Florida.
- Un cuarto de millón -dijo Austin, y lexpresión de su rostro pareció reflejar qu
finalmente había decidido tomarse en serio a ldetective-. ¿Cómo lo hizo?
- Se requiere trabajo duro y determinaciónaunque a veces no tengo que trabajar tanto com
podría pensarse. Los ladrones trataron de subastael oro por Internet.- ¿En serio? -preguntó Austin, incrédulo.- Nadie ha dicho nunca que los ladrones sea
istos -señaló Diana-. De hecho, la mayoría d
ellos son bastante tontos.
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Austin la miró aún con mayor intensidad onrió.
- Pero usted prefiere que sean listos.- Así resulta un desafío -contestó Diana
encogiéndose de hombros.- Le gusta cazarlos.- No, doctor Austin -puntualizó Diana
nclinándose levemente hacia él sin dejar d
mirarlo a los ojos-. Me encanta cazarlos.La tensión era cada vez más palpable y eilencio entre ambos aumentó. Diana advirtió qu
había dado con una mina de oro. Austin sabía máde lo que decía sobre lo ocurrido en la galerí
aquella noche, aunque ella ignoraba cuánto.- ¿Ya está? -preguntó Austin, impasible.- Por ahora, sí. Gracias por su tiempo -le dij
Diana, poniéndose de pie y sacando una tarjeta d
visita del bolso-. Si se entera de cualquier cosque pueda ser útil, le agradeceré que se ponga econtacto conmigo.
Austin cogió la tarjeta, pero no la miró.- Así lo haré -respondió.
Diana se colgó el bolso del hombro y, si
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apartarse del escrito, se puso las gafas de sol parmostrar una actitud desafiante.
- Creo que está mintiendo, doctor Austin.El hombre esbozó una amplia sonrisa, lo cua
enfureció a Diana. Odiaba que la gente, sobre todos hombres, creyeran que podían jugar con ell
por el hecho de ser mujer y rubia. Rodeentamente el escritorio y se inclinó sobre Austi
o suficiente como para oler el aroma a loción dafeitar y a champú, para ver las delgadas arrugaen la comisura de sus ojos, los reflejos cobrizodel cabello, la barba rojiza de dos días… y parentir la tensión que emanaba de él.
Una tensión cargada tanto de rabia como datracción sexual.
- Lo estaré vigilando -le susurró Diana aoído, casi rozándole la piel con los labio
humedeciéndoselos con la lengua y viendo comAustin se ponía más tenso-. Y si resulta que le hizun par de favores extra a alguien en la galería dmi cliente, acabaré con usted, aunque me rompa ecorazón verlo entre rejas.
Sintió el aliento de Austin acariciándole e
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ostro. Finalmente Diana se apartó de él. A pesade que deseaba borrarle esa maldita sonrisa de loabios, le mandó un beso, luego salió del despach cerró la puerta con fuerza.
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CAPÍTULO 3
Jack dejó de sonreír, observó la puertcerrada y respiró hondo. El aroma dulce embriagador del perfume de Diana permanecía eel aire, llenando los sentidos del profesor encendiendo algo en su interior que debía reprima toda costa. El sonido de los tacones de ldetective todavía resonaba por el pasillo, casincronizado con el acelerado pulso de Austin
cuyo corazón no latía de esa forma sólo porqu
aquella visita lo hubiera alterado.Dios santo. Suspiró y se frotó la cara. El díhabía comenzado mal y ahora, gracias a aquellmujer salvaje que había irrumpido en el aula y eel refugio de su despacho, se había vuelto muchpeor.
Sin embargo, aquella sensación inicial dalerta comenzaba a desvanecerse, dando paso otra de admiración y a una caliente explosión d
ujuria. Siempre le habían gustado las mujeres co
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carácter, pero si no tenía cuidado, aquélla eparticular podría dar al traste con su carrera y seputación (con su vida al fin y al cabo). Ademá
estaba claro que no sería la última vez que verí
aquella rubia explosiva de ojos azules perspicaces
Lo había cogido por sorpresa, eso era todo. Apesar de que la mujer era descarada y tení
algunas sospechas, carecía de pruebas. Siembargo, en menos de quince minutos ella lo habícalado: ¿qué había hecho para levantar suospechas? ¿Acaso ella había visto o percibid
algo, o todo se debía a que él había sido incapa
de resistir la tentación de jugar un poco con ella?Bueno, ya se ocuparía del asunto más tarde
cuando tuviera tiempo de pensar.Austin puso ceño, bajó la mirada y le llam
a atención aquella estúpida revista que DianBelmaine había dejado encima de la mesa.«Estoy segura de que hay un montón d
mujeres en este país que se morirían por estar cousted, doctor Austin.»
A juzgar por la ingente y desconcertant
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cantidad de cartas que había recibido durante loúltimos años, la mayoría de aquellas «mujeresenían alrededor de catorce años, y sus misivaolían comenzar con: «Querido doctor Jack, esta
buenísimo. Te he visto en la tele y…»A un lado del escritorio tenía apiladas la
cartas que habían llegado durante el veranomientras él se encontraba sudando en el calor de l
ungla de Tikukul. Se las llevaría a casa aquellnoche y las respondería, ya que no podía dejar dhacerlo. A pesar de que le molestaba ser el centrde las fantasías de las niñas de catorce años, npodía permitir acabar con sus sueños.
De repente alguien llamó a la puerta.- Está abierto -dijo Jack, mirando el umbral
despejando su mente.La puerta se abrió y una de sus alumna
asomó la cabeza, sonriendo con timidez ecordándole que no sólo debía tener cuidado coas frágiles mentes de las niñas de catorce años.
- Melissa, pasa -dijo Jack, sonriendo ratando de parecer paternal pero distante-. Po
favor, déjala abierta -añadió al ver que l
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muchacha iba a cerrar la puerta.Aparte de las mujeres, también tenía qu
cuidar de él. A pesar del escepticismo de la belldetective, muchas chicas le habían dado su númer
de teléfono y le habían guiñado el ojo en lntimidad del despacho.
- Eh… vale. Lo siento. -La joven tomasiento, dejó la mochila el suelo y miró a Jack d
forma expectante, cuaderno y bolígrafo en mano.- ¿Qué pasa?- Estoy haciendo el informe de mi proyect
obre Arqueología submarina, pero no estoegura de con qué artículos comenzar. Esperab
que usted pudiese ayudarme.Jack trató de serenarse. Escupió alguno
nombres y títulos que anotó rápidamente y luegañadió con tono afable;
- Todos estos artículos están en la bibliotecabúscalos por el catálogo. Si tienes algúproblema, consúltalo con la bibliotecaria.
La joven lo miró asombrada, como si Jachubiera dicho algo profundo y esclarecedor.
- Gracias, profesor Austin, me ha sido d
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gran ayuda.Jack se rascó la mejilla, conteniendo un
onrisa.- No hay problema.
Dos alumnas más siguieron a Melissa, caduna con motivos igual de transparentes y, cuande marchó la última, Jack cerró la puerta. Estab
cogiendo sus libros y una máquina de diapositiva
para su siguiente clase (un seminario sobreroglíficos mayas), cuando alguien volvió lamar a la puerta.
- ¿Sí?Esta vez no cruzó la puerta otra de su
alumnas, sino una mujer de pelo castaño canosovestida con pantalones cómodos y una blusdiscreta. Se trataba de Judith Mayer, la jefa deDepartamento de Arqueología, lo cual nunca er
una buena señal.- Hola, Judith. Oye, tengo una clase ahormismo. ¿Podemos hablar más tarde?
La mujer cerró la puerta con fuerza.- Supongo que no -añadió Austin, haciend
una mueca.
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- ¿Para qué ha venido a verte esa mujer devestido naranja? Carol me ha dicho que erdetective privada.
Judith respiró hondo.
- ¿Qué has hecho esta vez, Jack?- Esa mujer está hablando con la gente qu
asistió a la fiesta de inauguración del Jaguar dade, la galería de Steven Carmichael -dijo Jack
ratando de no poner ceño-. Yo era uno de lonvitados, eso es todo.- ¿Así que no recibiremos ninguna llamad
molesta de la prensa? -inquirió Judith, que entornos ojos-. ¿Ni de la policía?
- Mira, Judith, ya hace dos años de lo dGuatemala. Ya es hora de que lo olvides.
Era poco probable que eso sucediera. Ellnunca dejaría de recordarle que era el únic
profesor en todos sus años en Tulane que habíido detenido y encarcelado.La actitud de la mujer resumía bastante bie
a relación de amor y odio que existía entre Jack el Departamento de Arqueología. A éste l
encantaba el interés que aquél generaba, ya qu
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ello se traducía en fondos para otros proyectos da facultad, pero al mismo tiempo detestaba l
controversia ocasional. Jack nunca se disculpabpor su temperamento, ni por sus opiniones, ni po
u tendencia a meterse en problemas o a captar latención de las cámaras. Además, aun pudiendhaber elegido un puesto en cualquier otruniversidad, había decidido venir a Nuev
Orleans. Era una ciudad totalmente distinta cualquier otra del país, y él encajaba a lperfección entre los mendigos, los ladrones, lomentirosos y los charlatanes.
- No puedo evitar sacar conclusiones cuand
e trata de ti. -Los labios de Judith, pintados coun lápiz transparente, esbozaron una leve sonrisaEres muy valioso para nuestro departamento y trabajo es excelente, por supuesto, pero dudo d
que el tiempo que pasaste entre rejas te enseñaralgo sobre lo que significa ser responsable.La envidia académica era el origen de buen
parte de la antipatía que sentía Judith por él, y Jacrataba de recordarlo en momentos como aquél.
- Me enseñó mucho, créeme. Y ahora
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perdóname, pero debo transmitir mi saber nspirar mentes.
- Un día de éstos, Austin -dijo Judith cofrialdad cuando Jack pasó junto a ella-, vas
cavarte un agujero tan hondo que no podrás salde él.
Una vez que hubo salido del despacho, Jace volvió y le guiñó el ojo de forma exagerada
consciente de que aquello la molestaría.- Oye, incluso los cerebritos tenemos qudivertirnos -le dijo.
El Jaguar de Jade era la más reciente de la
numerosas tiendas de antigüedades y galerías darte que había en el distrito de Warehouse, unzona que había sido salvada hacía unos años de luina.
Los edificios abandonados que había a largo de la calle Magazine habían sideconvertidos en residencias de lujo, tiendas cara galerías. Las guías de viajes lo llamaban e
«SOHO del sur» y, para bien o para mal, Diana n
podía visitar el barrio sin pensar en Nueva York.
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Consiguió aparcar cerca de la calle JuliaLlegaba temprano, lo que le daba unos minutopara pensar en Jack Austin. Hasta hacía pocestaba segura de que el tipo le había mentido y qu
abía algo sobre la cajita de porcelana y lestatuilla de oro, pero ahora empezaba a tenedudas.
Se había mostrado atrevido y descarado, per
quizá fueran rasgos de su personalidad. No teníentido que un profesor respetado experimentade arriesgase a perder el trabajo por vende
antigüedades robadas en el mercado negro.Aun así, no podía descartar ningun
posibilidad. Los problemas que Diana habídejado en Nueva York se habían originado porque había resistido a creer lo evidente cuand
debería haberlo hecho y para cuando hub
descubierto la verdad, ya era demasiado tarde. Ncometería el mismo error con Austin. Éste eratractivo y parecía poseer todo cuanto un hombrdeseaba, pero eso no le otorgaba automáticamentel estatus de buen chico.
Diana salió del Mustang y, al cerrar l
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portezuela, le asaltó otra idea: tampoco podídescartar como sospechoso al propio Carmichael
Tratar con los ricos y los poderosos era comatravesar un campo de minas: los problemas t
estallaban en la cara demasiado a menudo. Poeso, Diana deseaba que el ladrón fuese uno de loempleados de la galería. Además, laprobabilidades de que así fuera eran altas. L
experiencia le había enseñado que si epropietario del objeto «robado» no trataba desconder algo raro, podía ser que uno de suempleados hubiera aprovechado la oportunidad dganar dinero fácil.
Sin embargo, antes de entrevistar a loempleados de Carmichael, tenía que hablar con egran jefe en persona y preguntarle acerca decargamento de objetos mayas robado. Ella no creí
en las coincidencias. El hecho de que su clienthubiera sido víctima de dos robos en un períodde tiempo tan corto sugería algo más que un simplobo oportunista.
Pasó rápidamente frente a las tiendas de ropa
as de antigüedades y las galerías que había en l
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calle Julia, ansiosa por escapar de aquel calor aquella humedad pegajosa. Le fue imposible nver el símbolo de la galería (un jaguar rugiendo pintado de verde jade) montado sobre la pared d
adrillos rosados del edificio, cuadrado achaparrado.
Cuando entró, descubrió una galería de artespaciosa y moderna. Diana se quedó de pie en l
entrada, acostumbrando sus ojos a la luz tenue qua iluminaba.Un joven negro vestido de guardia d
eguridad y con un arma en el cinturón (una nuevmedida de seguridad), la recibió cuando trató d
eguir caminando.- Buenos días. ¿Puedo ayudarla en algo?- Soy Diana Belmaine. El señor Carmichae
me está esperando.
- Diré que llamen a su despacho y le avisede que está usted aquí.Mientras esperaba que uno de los empleado
a acompañase al despacho de su cliente, Dianpaseó por el interior de la galería. Las paredes d
adrillo estaban pintadas de rojo y había mucha
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plantas decorando la estancia: palmeras, plantade hojas grandes y otras que colgaban de laparedes. La mayoría de los objetos estabadispuestos en vitrinas, aunque algunos estaba
colgados de las paredes y los objetos más grandeales como frisos arquitectónicos, vasos
esculturas, se exhibían en vitrinas independienteHabía bancos sencillos a lo largo de las paredes
una pequeña fuente central de la que emanaba uuave chorro de agua. El suelo estaba recubiertde moqueta estampada con hojas grandes, dcolores rojo oscuro, verde, marrón y dorado.
De no ser por el chocante color rojo de la
paredes, aquello hubiera parecido una selva.Le llamó la atención una máscara funerari
maya de jade que había en una vitrina, frente a lfuente, y se acercó para verla mejor. Er
espectacular, estaba muy bien conservada eguramente valdría una fortuna. Cualquier musepodría erigir una colección entera en torno emejante pieza.
- ¿Es hermosa, ¿verdad?
Diana reconoció aquella voz con su lev
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acento tejano y se volvió el hombre que sencontraba detrás de ella, disfrazando con unonrisa la sorpresa de que hubiera venido
buscarla en persona.
Canoso, de ojos grises, hombros anchos vestido con tejanos camisa de manga corta, SteveCarmichael no aparentaba los sesenta y cuatraños que tenía, gracias al mejor entrenado
personal la mejor ropa y el mejor corte de pelque el dinero podía comprar. A la mayoría de lamujeres les habría parecido atractivo y cautivadocon el aspecto de alguien que conseguía lo que sproponía.
- Absolutamente preciosa -contestó Diana.- Forma parte de mi colección particular, y n
está a la venta. La tengo expuesta aquí porque npodría soportar tenerla en una caja fuerte. Fu
creada para reyes y dioses, y algo de estmagnificencia requiere ser contemplado.Un tanto vacilante, Diana le tendió la mano.- Señor Carmichael, soy Diana Belmaine.- La recuerdo de nuestra última charla
eñorita Belmaine-dijo Carmichael, estrechándol
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a mano con firmeza-. Le pido perdón por nhabernos reunido antes, pero es que esta semanenía una agenda muy apretada.
- No es necesario que se disculpe-dijo Diana
volviéndose hacia la máscara-. Período preclásicardío, y en un estado excelente. ¿Dónde l
consiguió?- En una subasta privada -respondi
Carmichael, que sin más se volvió y echó caminar-. ¿Le gustaría que le mostrase la galeríantes de hablar?
- Sí, gracias. Este lugar es espectacular.- La culpa es de Audrey Spencer, mi gerente
Carmichael sonrió y pareció todavía más jovenncluso más blando. Era realmente un hombr
atractivo-. Se la presentaré dentro de un momentoSígame.
No tardaron mucho en recorrer la galería. Tacomo sabía Diana después de repasar los planoncluidos en la carpeta que le había dado e
abogado del señor Carmichael, la galería habíido diseñada como un único espacio abierto, co
una escalera de caracol central de hierro qu
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azones por las que un hombre como Carmichaecontrataba ayudantas jóvenes y guapas.
A pesar de todo, la inteligencia que spercibía en los ojos de la mujer indicaba que ést
abía exactamente lo que Diana estaba pensando.- Estaré encantada de cooperar con l
eñorita Belmaine tanto como me sea posible expresó Audrey, dejando de sonreír por u
nstante.A diferencia de Jack Austin, Carmichaeactuaba como un perfecto caballero. Condujo Diana amablemente hacia las escaleras, sin hablaMientras subían, ella vio que el segundo pis
apenas ocupaba la mitad que el primero y questaba sostenido por columnas cubiertas denredaderas. Desde arriba podía verse la galeríen su totalidad. Las puertas de los diferente
despachos daban a una especie de balcón hecho dmetal y plexiglás, para que nadie pudiese pasanadvertido, y estaban equipadas con teclado
numéricos, necesitaban una clave para seabiertas.
Carmichael abrió la puerta central e invitó
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Diana a pasar. Un acuario gigantesco ocupaba caa mitad de una de las paredes llenando l
habitación de un brillo fantasmal, hasta quCarmichael dio la luz. Era un despacho amplio
con las paredes pintadas de un blanco pálido decoradas con láminas de la era victoriana quepresentaban ciudades en ruinas en mitad de lelva, así como con otros objetos preciosos, entr
ellos una cabeza azteca y una vasija maypreclásica en perfecto estado.El suelo estaba cubierto con alfombra
bereberes blancas con flecos de colorelamativos, mientras que los muebles eran danese
modernos y en tonos marrones. En el escritorio, eforma de L, había un ordenador, un fax, unmpresora y un montón de carpetas y papele
Enfrente había dos sillas de oficina tapizadas e
cuero rojo y, a la izquierda, un armario a juegoFinalmente en uno de los rincones del despachDiana vio un amplio sillón de cuero rojo, frente acual había una mesa baja con libros y revistaencima.
La pared del fondo tenía una serie d
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ventanas estrechas, todas equipadas con vidrirrompible. No era precisamente el mejor luga
para cometer un robo, pero Diana nuncubestimaba la ingenuidad humana.
- Tome asiento, por favor -le pidiCarmichael, acercándole una de las sillas rojaDiana obedeció y le dio las gracias.
El hombre rodeó el escritorio y se sentó.
- Supongo que querrá hacerme algunapreguntas.Diana asintió.- He leído el informe que me facilitó s
abogado. Por lo que he entendido, el armari
contiene una caja fuerte, sus archivos personaleu colección de cajas de cigarros y algunas pieza
más pequeñas de su colección.- Correcto.
En aquel momento sonó el teléfonoCarmichael hizo caso omiso y, después de treonos, alguien contestó, seguramente Audrey, s
chica para todo.Diana sacó el cuaderno y el bolígrafo de
bolso.
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- La caja estaba en el armario, ¿no es cierto?- Sí.- Faltaban algunos papeles importantes de
archivo, como por ejemplo la póliza del seguro.
- Eso es porque no había asegurado esobjeto en particular. Seguro que comprende usteel motivo -añadió Carmichael-. Teniendo en cuenta controversia que podía generar, me arriesgué a
mantener el objeto en absoluto secreto para qupermaneciera seguro, pero perdí.Así pues, estaba claro que el tipo no tratab
de estafar a ninguna compañía de seguros.- El informe tampoco indicaba cómo ni dónd
guardaba el objeto.Carmichael sonrió y le brillaron los ojos.- Lo guardaba en una de las cajas de cigarrosDiana arqueó una ceja.
- ¿Guardaba algo tan valioso dentro de uncaja de puros?- Sí, pero no era una caja de puro
cualquiera, sino una especialmente diseñada parello. Varias de mis piezas más pequeñas y valiosa
están escondidas en cajas de cigarros falsas par
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despistar a los ladrones. Llegué a la conclusión dque si alguien conseguía robarme, se llevaría lcaja fuerte y dejaría las cajas de cigarros, ya quno es que valgan demasiado. -Carmichae
endureció la mirada y, primera vez, Diana advirtiel alcance de su rabia-. De nuevo, equivoqué.
- ¿Puedo ver el armario?- Por supuesto.
Carmichael se puso de pie y abrió las puertadel armario. Diana no encontró arañazos nmuescas en ellas; una cerradura tan simple podíabrirse sin recurrir a la fuerza. El estante inferiocontenía una pequeña caja fuerte atornillada a l
madera. Daba sensación de seguridad, pero eealidad el ladrón sólo tenía que cortar la mader largarse con la caja de caudales. Era un señuelnteligente, pero no había funcionado.
El estante que había sobre la caja fuerte habíido transformado en un fichero, y los tres estanteestantes estaban repletos de cajas de cigarro
algunas viejas, otras nuevas y muchas de ellacubanas, en particular Cohibas.
Diana no creyó que aquél fuese el momento n
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el lugar de comentar los aspectos legales dcomprar o traer cigarros cubanos a EstadoUnidos. En fin, su cliente no era un santo. ¿Quiéería en realidad? Las probabilidades de qu
rabajara para un santo eran tan remotas como quviniese a rescatarla un caballero en un caballblanco.
Carmichael se acercó a las cajas.
- De hecho, éstas de aquí enfrente contienecigarros. Sé cuáles son las verdaderas y cuáles laque contienen monedas, joyas y el resto de mipequeños tesoros.
- ¿Por qué no guarda todo eso en una caja d
eguridad en un banco? Es lo que suele hacer todel mundo.
- Lo sé pero siempre he preferido tener micolecciones a mano; así puedo mostrar mis pieza
cuando quiera. Además, no podría soportaenerlas encerradas.Ya era la segunda vez que Carmichae
mencionaba ese tema, y sin duda reparó en lmueca de escepticismo de Diana, porque sonrió.
- Soy un coleccionista y un experto, señorit
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Belmaine. Creo que las cosas bellas, como estoobjetos con tanta riqueza histórica, deben secontempladas por todo el mundo, no guardadas ea caja fuerte de un banco, en la mansión de u
icachón o en el depósito de un museo. Llámemexcéntrico, pero yo creo que, puesto que soy taprivilegiado como para tener los medios parposeer estas cosas, lo menos que puedo hacer e
compartirlas.El tono benevolente de Carmichael estabcomenzando a irritarla.
- Sin embargo, no estaba dispuesto compartir la caja de Nefertiti con el vecino de a
ado, ¿verdad?- No. Muy poca gente sabe que poseo est
pequeño recuerdo. Debe usted comprender que yno apruebo el hecho de que fuera robada po
primera vez, pero ha pasado por muchas manos o largo de los años, y ahora es mía. Y voy ecuperarla.
Carmichael se sentó y Diana lo imitó. Yhabía visto todo cuanto necesitaba ver de aque
armario.
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- Es evidente que no lo aprueba -dijCarmichael al cabo de un momento.
- Mis sentimientos al respecto no soelevantes. Usted me ha contratado para qu
ecupere una propiedad robada que compregalmente, y eso es lo que haré.
Carmichael cruzó los dedos y observó Diana. El brillo intenso de su mirada contrastab
con su actitud seria y autoritaria.- Piense en ello. Tener en su poder uecuerdo de familia de un antiguo faraón que muri
cuando no era más que un adolescente, un mechóde pelo que podría haber pertenecido a la rein
más bella de la historia… ¿Cómo iba a resistirme- No es necesario que me dé explicacione
eñor Carmichael.Los eruditos de todo el mundo habrían dad
casi cualquier cosa por poseer un mechón dcabello que podría haber aclarado los misteriosoinajes y las complicadas sucesiones de la má
controvertida de las dinastías egipcias. Siembargo, Carmichael le pagaba para encontrar a
adrón (y muy bien, por cierto), y lo más sensat
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ería centrarse en eso en vez de juzgar sus actos.Cambiando hábilmente de tema, Diana s
pasó la media hora siguiente interrogándolo sobrpequeños detalles. Acababa de preguntarle sobr
el cargamento maya perdido, cuando el hombre ldijo que tenía otra reunión. Carmichael la dejó coAudrey, a quien pidió que le mostrara el resto das oficinas y los depósitos.
Diana se tomó la huida de su cliente cocalma y, cuaderno en mano, procedió a examinacuidadosamente la galería, haciendo preguntas aguardia de seguridad y a Audrey cuando lnecesitaba. La ayudanta de Carmichael seguí
onriendo con expresión relajada, respondiendo us preguntas con gran profesionalidad. Si estab
engañando a su jefe, desde luego no era porqufuera lo bastante estúpida como para ignorar l
que podía pasarle.Tras recorrer el lugar y tomar notas durantuna hora, Diana le pidió Audrey que le mostrase legunda planta. El depósito, situado al fondo, a lzquierda, olía a serrín y a contrachapado y, ta
como Diana esperaba, estaba lleno de estanterías
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cajas. Luego se dirigieron a la sala de estar de loempleados, incluidos los servicios. Diana observque todo estaba limpio y ordenado. Como edespacho de Carmichael conectaba con aquell
ala, la puerta tenía un código de seguridad quólo conocían Audrey y el propio Carmichael. E
último despacho, situado a la derecha, era el dAudrey.
- Comparto el despacho con nuestro contableque trabaja los miércoles y los viernes -le explica mujer, tecleando el código y abriendo la puerta
Aunque era más pequeño que el despacho dCarmichael, estaba decorado con los mismo
colores pálidos e idénticos muebles minimalistas modernos: dos escritorios, una serie darchivadores en la pared derecha, grabados en lotra y más plantas. Las mismas ventanas estrecha
el mismo cristal irrompible. El escritorio dAudrey, que estaba más ordenado que el de su jefeambién tenía enfrente dos sillas tapizadas d
cuero rojo.A Diana le llamó la atención una puerta si
cerradura de seguridad que había en el otr
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extremo de la habitación, ya que no recordabhaberla visto en los planos del edificio.
- ¿Esa puerta lleva al despacho del señoCarmichael?
Audrey asintió.- Normalmente está cerrada, pero cuand
Steven y yo trabajamos en proyectos conjuntos, emás fácil ir y venir sin la molestia de tener qu
eclear códigos de seguridad y sin que los clientenos vean.- ¿Así que usted y el contable tienen acceso a
despacho del señor Carmichael?Audrey volvió a asentir.
- Pero no suelo entrar en él cuando Steven nestá dentro. Lo mismo puedo decir de Martin, econtable.
- ¿Qué hay del personal de limpieza y de lo
guardias de seguridad?- Tienen acceso a todas las habitaciones, poupuesto. El personal de limpieza trabaja durantas horas de apertura, y siempre suele habe
alguien aquí arriba. Los guardias también patrulla
cuando la galería está cerrada. Tienen órdenes d
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evisar los despachos -dijo Audreyencaminándose hacia el escritorio-. Por favoiéntese, señorita Belmaine.
- Gracias -dijo Diana, que se sentó y pas
otra página de su cuaderno-. Hábleme de la nochde la inauguración. ¿Quién lo organizó todo?
- Pues yo. Estoy a cargo de casi todo leferente a la galería, desde encargar los artículo
de la tienda de regalos y elegir las alfombras hastdar de comer a los peces de Steven cuando estfuera de la ciudad.
Diana sonrió.- Supongo que no puede funcionar sin usted.
Audrey le devolvió la sonrisa, esta vez coalgo más de simpatía.
- ¿Cómo fue la seguridad la noche de lnauguración? -se interesó Diana.
- Relativa, como puede imaginar, aunque snecesitaba invitación para entrar. Tuvimos unocien invitados que fueron entrando y saliendo daquí entre las siete de la tarde y medianoche, ascomo, los camareros y el servicio de comida
Hubo un guardia en la puerta y otro en el balcón
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Todos los despachos estaban cerrados, salvo lala de estar de los empleados, porqu
necesitábamos tener los servicios de arribdisponibles.
- Tiene sentido. -También concordaba con lque le había contado Austin hacía un rato-. Así questá usted segura de que nadie entró en sdespacho o en el del señor Carmichael.
- Sí -respondió Audrey, cuyo rostro blanco pecoso se ruborizó ligeramente.- ¿Está totalmente segura? -insistió Diana a
cabo de unos segundos-. Cuando entreviste a lootros invitados, ¿nadie recordará haber visto
alguien entrar en alguno de los dos despachos?- ¿Está interrogando a los invitados? ¿A
odos?- Soy investigadora, señorita Spencer. Es m
rabajo.Audrey bajó la mirada, suspiró y luegvolvió a mirar a Diana.
- De acuerdo. Subí a mi despacho. Steven spondría furioso si lo supiera.
Diana no podía prometerle que guardarí
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ilencio, tal como Audrey hubiera querido, así que preguntó:
- ¿Por qué subió al despacho durante lfiesta?
- Debe comprender que he estadompiéndome el culo durante meses para que est
galería pudiera ser inaugurada. La mayoría de lodías llegaba aquí a las seis de la mañana y no m
ba hasta las diez de la noche, incluyendo los finede semana.Diana asintió, animando a Audrey a continua
De pronto percibió en su rostro una mezcla dvacilación y vergüenza.
- Bueno, finalmente se inaugura la galería, lfiesta es un éxito rotundo y todo el tiempo y eesfuerzo que he dedicado ha valido la pena -dijAudrey, que se encogió de hombros-. Por fin iba
poder relajarme y divertirme un poco, ya sabe.Diana volvió a asentir, esta vez tratando dexpresar comprensión.
- Me pasé un poco con el vino, y en la fiesthabía un chico… un chico al que he deseado desd
hace meses. -Audrey se sonrojó todavía más
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chele la culpa al alcohol, pero la cuestión es quraté de seducirlo. Él también debía de habe
bebido bastante, porque dijo que sí.- ¿Por qué le resulta extraño que aceptara? E
usted una mujer muy atractiva.Audrey parecía bastante incómoda co
aquella situación.- Nunca me había prestado demasiad
atención, no de esa manera.- Así que usted y ese chico subieron a sdespacho para tener un poco de intimidad.
- Sí, salvo que… Bueno, Steven tiene un sofen su despacho -añadió Audrey, retorciendo u
clip-, un sofá muy grande.- Ya -dijo Diana, devolviéndole la sonrisa.- Steven me mataría si lo supiera. N
iteralmente, claro, pero se enfadaría bastante.
- ¿Por qué? ¿Celos?Audrey pestañeó.- Se enfadaría porque no actué de form
profesional. Steven y yo no mantenemos relacioneexuales. Puede que fuese así si yo le diese l
oportunidad, porque sé que no le es precisament
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fiel a su esposa, pero yo no me acuesto cohombres casados.
La expresión de la mujer era serena y abiertahonesta. Si no se acostaba con tipos casado
probablemente tampoco se atrevería a robar.- ¿Quién era el hombre que subió con usted?- Preferiría no decírselo.- Señorita Spencer, la gente los vio subir a
piso de arriba -dijo Diana, que se inclinó y añadiamablemente-: sólo tengo que hacer unas pregunta tarde o temprano me enteraré. Nos ahorrar
mucho tiempo a ambas si me lo dice ahora.Audrey bajó los hombros y miró hacia abajo
- Se llama Jack Austin.Lo primero que sintió Diana fue sorpresa
eguido de furia y luego cierta decepción.- Jack Austin… es ese arqueólogo de Tulane
¿no? -preguntó con voz queda al cabo de umomento.Audrey asintió y esbozó una leve sonris
lena de satisfacción y petulanciaTratando de mantener la calma, Diana s
esforzó por devolverle la sonrisa y decidi
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adoptar el papel de amiga comprensiva.- Qué suerte. He visto fotos de él. La verda
es que es muy guapo.A Audrey se le iluminó el rostro y se inclin
para susurrar confidencialmente:- Oh, Dios, sí. Cada vez que llama, cada ve
que lo veo, se me enciende algo dentro, ¿sabe? Hoñado con él desde que Steven me lo presentó.
- ¿Cuándo fue eso?- Una semanas antes de que Jack fuese Guatemala a pasar el verano. Puede que le parezcun poco tonta, pero no es sólo una cara bonita. Eisto y divertido, alguien con quien se pued
hablar. Invítelo a unas cervezas y ya verá la dhistorias que le cuenta… Todavía cuesta creer que hiciera proposiciones, ¡y más aún que aceptara
- Pues créalo -le dijo Diana, impertérrita.
Así que el semental del doctor Austin lhabía mentido y había ido al segundo piso paralgo más que ir al servicio y disfrutar de loencantos de Audrey.
Diana cerró el cuaderno con deliberad
entitud y volvió a apoyarse en el respaldo de l
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illa.- Señorita Spencer, ¿sabe por qué estoy aquíA Audrey se le borró la sonrisa.- Porque Steven ha perdido una de sus pieza
egipcias.- ¿No sabe exactamente de que se trata?La mujer meneó la cabeza.- A menos que esté en la galería, es cos
uya, no mía. Además, nunca le robaría nada Steven.- Por favor, entienda que debo hacerle esta
preguntas -se apresuró a aclarar Diana-. ¿Qué hadel doctor Austin? ¿Lo haría él?
Audrey la miró fijamente a los ojos.- ¿Bromea? Jack no es de ésos. Él y Steve
están muy unidos. Steven casi lo trata como a uhijo. Jack nunca haría nada semejante, ni siquier
para gastarle una broma.Eso sí que era una noticia interesante. Auzgar por los comentarios que había hecho Austiobre Carmichael, Diana no esperaba que tuviera
una relación tan estrecha.
- Además -añadió Audrey con un suspiro-, n
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iquiera llevábamos diez minutos en el despachcuando a Jack le sonó el busca y tuvo qumarcharse. Uno de sus alumnos había tenido unemergencia en el laboratorio.
- ¿A qué hora ocurrió eso?- No lo sé, no me fijé. En cualquier caso
después de las diez.Lo cual encajaba con la versión de Austin. A
menos no todo habían sido mentiras. Bravo por él- ¿Y estuvieron juntos todo el tiempo qupermanecieron en el despacho?
Audrey frunció el entrecejo.- Él no robó nada.
- Señorita Spencer, conteste a la pregunta, pofavor.
- Fui un momento al lavabo a refrescarme. Audrey se puso seria de nuevo-. No llegamos
hacerlo, pero tenía que arreglarme el maquillaje el pelo antes de volver a bajar. Le dejé telefoneadesde el despacho de Steven. No estuve en el bañmás de un minuto, señorita Belmaine, eso es todo
o puedo creer que piense que Jack es ta
estúpido como para hacer una cosa así.
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- Sólo hago mi trabajo, no es nada personal.Aquella aclaración pareció tranquilizar
Audrey, que asintió de mala gana.- Lo siento. Lo que pasa es que no conozco
ningún amigo de Steven que fuera capaz dobarle. Debió de ser alguien del servicio d
comidas o del personal de limpieza. También esthablando con ellos, ¿verdad?
- Sí -dijo Diana, que guardó el cuaderno y ebolígrafo en el bolso y se puso de pie-. Esto eodo lo que necesito saber por el momento
gracias. Si quisiera hacerle más preguntavolvería a pasar por aquí o la telefonearía.
- Claro. Steven me ha dicho que haga todo lque esté en mi mano para ayudar -dijo Audrey, quambién se puso de pie. Dudó un instante y lueg
preguntó-: ¿Es necesario que le diga usted qu
estuve en su despacho con Jack? Jamás se mhabría ocurrido hacerlo de no haber estado bebidaYo… Trabajar en esta galería es un sueño hechealidad. No quiero arriesgarme a perder e
empleo por una tontería.
La mujer parecía realmente preocupada, y e
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enfado que sentía a hacia Jack aumentó.- Si puedo evitarlo, no diré nada.- Se lo agradezco de veras -dijo Audrey
visiblemente aliviada.
Diana siguió a la mujer escaleras abajo. Aaquella hora de la tarde empezaban a acudir loclientes. Entre la docena de personas que había ea galería se encontraba una pareja de median
edad que examinaba minuciosamente un juego dvasijas. El encargado de la tienda comprobaliviado que Audrey se disponía a atenderloDiana se dirigió a la puerta, pero se detuvo cuandvio a Steven Carmichael en un rincón, habland
con alguien a quien ella reconoció de inmediato.Jack Austin.Puesto que todavía no habían reparado e
ella, se dedicó a observarlos y advirtió qu
parecían bastante compenetrados. ¿Por qué no? SiCarmichael, Austin no tendría el dinero necesaripara realizar sus excavaciones cada temporadaSeguramente el prestigio del arqueólogo le iba dperlas a Carmichael para solicitar donaciones par
u sociedad sin ánimo de lucro. Y quizás
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Carmichael le gustaba tener a Austin como amigsólo porque a ella no le cayese bien nignificaba que a los demás les ocurriese l
mismo).
- Steven -dijo Audrey, que estaba detrás dDiana-, a aquella pareja le gustaría hablar contigobre la vasija Calakmul.
Tanto Austin como Carmichael volvieron l
vista hacia ella y descubrieron su presencia amismo tiempo. Carmichael sonrió; Austin no.- ¿Ya ha terminado, señorita Belmaine? -l
preguntó el dueño de la galería, dirigiéndose haciella.
- Por hoy, sí.- Bien -dijo Carmichael, que le tocó e
hombro, volvió a sonreír y fue al encuentro dAudrey y de la pareja.
Tras intercambiar una larga y nada amistosmirada con Austin, Diana centró su atención eCarmichael, observando el entusiasmo con quhablaba con sus posibles clientes. Aquel hombrposeía una compañía petrolera, una granja, un
fundación y varias empresas más, pero er
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evidente que aquella galería era su mayor orgulloo tenía por qué estar allí, charlando con lo
clientes, pero le encantaba.Diana volvió a mirar a Austin y le pareci
percibir en él una expresión tan fugaz que habríido incapaz de describirla. Sin embargo, er
como si se hubiera puesto nervioso, nada que vecon la tranquilidad que había mostrado hacía u
momento al hablar con Carmichael.Finalmente se dirigió hacia él, que estaba dpie junto a la vitrina que contenía la máscarfuneraria, y dejó que la furia la invadiera. Nmportaba que Audrey se le hubiera insinuad
primero, o incluso que realmente no hubierpasado nada entre ambos; no se trataba de Audreyque era una mujer adulta y libre de complicarse lvida como quisiese. Lo que le molestaba era qu
Austin la hubiera utilizado para hacer el trabajucio, lo cual le recordaba a un asunto personal doloroso que ansiaba poder olvidar algún día.
Diana se situó frente a Austin y, por unstante, surgió entre ellos algo vivo y caliente.
- Bonita máscara, ¿eh? -comentó ella, co
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ono amable y sedoso.- Ya la había visto -respondió Austin, qu
bajó la mirada y agregó secamente-: seguro que eusted una mujer de mundo.
- Acabará descubriendo que soy una mujemuy concienzuda -respondió Diana, acercándosaún más. Sorprendido, él arqueo las cejas al notacómo la mujer apoyaba el fino tacón de su zapat
obre la punta de su bota y apretaba con fuerza.Austin la miró con los ojos muy abiertodesconcertado y dolorido.
- Pero ¿qué…?- Esto es por utilizar a Audrey Spence
maldito cabrón -le espetó Diana, que se apartó dél, le sonrió con frialdad y fue hasta la puerta- Ne saldrás con la tuya, Austin. Te lo prometo
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CAPÍTULO 4
Diana llegó a su despacho poco después das dos y media de la tarde cargada de bolsas diendas de ropa. Luna levantó la vista de
ordenador.- Vaya, vaya. Me parece que alguien tiene u
mal día -bromeó la jovenDiana cerró la puerta empujándola con el pi
se sopló un mechón de cabello que le caía sobros ojos.
- ¿Por qué lo dices?- Has estado haciendo terapia de rebajaCuando estás de mal humor, sueles ir de compras.
Diana dejó las bolsas sobre varias de laillas que había en la sala.
- De hecho, estoy más que malhumorada. Hdejado que un sospechoso me hiciera perder lcalma. Le di un pisotón y le dije que iba a dejarlcon el culo al aire.
- ¡Uau! -soltó Luna, presa de curiosidad-. As
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que le dijiste que era sospechoso, ¿no?- Pues sí.Diana suspiró, más que irritada consig
misma por haber dejado que un asunto persona
nfluyera en su trabajo. No había cometido un erroan ingenuo y estúpido desde sus principios com
detective.- Olvida el caso. Hablemos de cosas má
mportantes. ¿Qué te has comprado? -inquiriLuna, ansiosa por ver las adquisiciones de su jefaDiana se echó a reír.- Deberías preguntarme qué no me h
comprado. Te juro que he entrado en todas la
iendas en un radio de cinco manzanas a ledonda. En la primera tenían un par de zapatos d
Anne Klein que pedían a gritos ser comprados, aque les di una alegría. Y mira esta falda. ¿No es d
un violeta precioso?- Sí -asintió Luna-. Y también muy corta, mgusta.
- Luego entré en Mimi's y me volví locaTenían trajes nuevos, así que me compré dos. Y
otra falda.
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Diana sacó las prendas de las bolsas y Lune asomó por el escritorio para verlos bien.
- Rojo cereza, amarillo limón… Jefa, hay quhacer algo con esa tendencia tuya a tomarte l
moda como algo relativo a las frutas y laverduras.
- Oye, yo no te doy la lata con la ropa qulevas. A mí me gustan los colores vivos -replic
Diana, que siguió sacando prendas de las bolsahaciendo ruido al desenvolverlas-. Luego fui Pied Nu y me compré más zapatos, dos bufandas un bolso nuevo. Después decidí volver antes