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Arte pblico: naturaleza y ciudad

c o l e c c i nENSAYO

Arte pblico: naturaleza y ciudadJavier Maderuelo (ed.) Xavier Estvez Gloria Moure Pierre Restany Gilles A. Tiberghien

Diseo de la coleccin: Alberto Corazn de los textos: Javier Maderuelo, Xerardo Estvez, Gloria Moure, Pierre Restany, Gilles A. Tiberghien Traduccin ingls: Margaret Clark Reservados todos los derechos de esta edicin para la Fundacin Csar Manrique. Taro de Tahiche, 35509 Teguise, Lanzarote. Islas Canarias. ISBN: Depsito legal: Imprime: Cromoimagen S.L., Albasanz, 14 Bis. 28037 Madrid. Impreso en Espaa. Papel reciclado.

ndice

Introduccin Arte pblico: naturaleza y ciudad Javier Maderuelo ....................................................................................................................................................................... 7 El arte de hacer ciudad Javier Maderuelo ................................................................................................................................................................... 15 Santiago de Compostela. Planteamiento y gestin Xerardo Estvez ...................................................................................................................................................................... 53 Creacin plstica en el espacio urbano Gloria Moure .............................................................................................................................................................................. 99 Escultura pblica, arte de la ciudad Pierre Restany ........................................................................................................................................................................ 113 Horizontes Gilles A. Tiberghien ......................................................................................................................................................... 123 Bibliografa general..............................................................................................................................................

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Introduction Public Art: Nature and City Javier Maderuelo ............................................................................................................................................................... The Art of City-Making Javier Mederuelo ............................................................................................................................................................... Santiago de Compostela. City Planning and Management Xerardo Estvez ................................................................................................................................................................... Plastic Creation in Urban Space Gloria Moure ........................................................................................................................................................................... Public Sculpture, City Art Pierre Restany ....................................................................................................................................................................... Horizons Gilles A. Tiberghien .........................................................................................................................................................

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Introduccin

Arte pblico: naturaleza y ciudad

Durante los ltimos aos estamos tomando conciencia del medio en el que vivimos y lo estamos haciendo en dos sentidos: siendo cada da ms conscientes de la fragilidad fsica de ese medio e intentando configurar unos paisajes y unos entornos estetizados con el concurso de la accin del arte. Ambas posturas surgen como consecuencia de las situaciones irreparables a que estn conduciendo las agresiones esquilmadoras y la explotacin incontrolada de los recursos naturales. Pero el intento de mejorar el medio a travs del arte, adems, tiene su origen en una evolucin de la sensibilidad que empieza a considerar el medio fsico como una fuente de placer, tras haber superado la idea de la inevitabilidad de los fenmenos de la naturaleza y entender que el hombre no puede seguir utilizndola como una mera fuente de explotacin. En este libro, en el que se recogen las ponencias del curso Arte pbli-

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co: naturaleza y ciudad, se aborda este ltimo tema, prestando atencin a la idea de configurar y recrear un medio fsico transformado por el arte y la cultura. Llamamos naturaleza a esos parajes en los que predominan visiones del mar o la montaa, de ros caudalosos y playas desrticas, de inmensas rocas, rboles y plantas que parecen surgir a su libre albedro, aunque no quede ya ningn lugar sobre la Tierra que no haya sido transformado por la accin del hombre. La imagen idlica de una naturaleza intocada es una obsesin surgida del hecho de que ms de un 80% de la poblacin europea no vive hoy en el medio rural, sino en ciudades y conurbaciones, es decir, en un medio fsico que ha sido radicalmente transformado por el artificio para acondicionarlo a los hbitos culturales de la convivencia, el trabajo y el ocio. Casi sin ser conscientes de la importancia que tiene, estamos asistiendo, durante los ltimos treinta aos, a la mayor transformacin que el medio rural y las ciudades hayan sufrido a lo largo de la historia. Estos fenmenos son generalizados y responden a una inercia mutacional tan automtica que suceden casi imperceptiblemente, como si respondieran a una lgica inevitable de transformacin que se hallara implcita en la propia naturaleza del lugar. Diversos fenmenos parciales que afectan al campo, como la urbanizacin de terrenos agrcolas, el tendido de enormes infraestructuras, como trenes, autopistas, desvo de cauces fluviales, la habilitacin de extensas zonas naturales para usos deportivos, como estaciones de esqu, puertos nuticos, el acotado de parques regionales y reservas

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naturales, la irrigacin mecnica de los secanos o la plantacin de cultivos intensivos bajo plstico, etc, estn transformando de forma incontrolada e irreversible el paisaje rural. Sobre la ciudad se acta mecnicamente a travs de simples expedientes administrativos de mbito local, tales como la apertura de nuevas calles y plazas, el crecimiento urbano a travs de la agregacin de construcciones, la edificacin intensiva en el interior de los ncleos urbanos, la rehabilitacin de enclaves histricos, la peatonalizacin de entornos residenciales o la recuperacin de cascos antiguos. A pesar de su dispersin, todas estas acciones estn modificando de manera radical la estructura fsica de las ciudades y el paisaje urbano, as como alterando el comportamiento de los ciudadanos. Estas intervenciones transforman contundentemente la relacin del hombre con el medio y generan nuevos paisajes insospechados por su artificiosidad y zafiedad. En pocas palabras, en los ltimos treinta aos la accin del hombre sobre el medio fsico y urbano se ha intensificado con una potencia transformadora, inusual hasta ahora, que ha hecho irreconocibles lugares y parajes aparentemente inmutables. A pesar de su enorme importancia, estas grandes transformaciones del entorno no responden a unos planes genricos ni siguen unos criterios bsicos, por muy generales que fueran, por el contrario, han sido efectuadas a travs de acciones puntuales y descoordinadas cuyos resultados no siempre resultan satisfactorios.

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La historia, sin embargo, nos ofrece ejemplos de lugares que han sido modelados como obras de arte hasta convertirlos en objetos de contemplacin esttica, en parajes que son capaces de producir placer, como ciertos jardines paisajistas ingleses del siglo XVIII. De la misma manera, algunos enclaves urbanos, calles, plazas y parques pblicos, han sido premeditadamente diseados de manera que la disposicin de los edificios que configuran el lugar, la composicin de su fachadas, los rboles y los parterres, los monumentos y las fuentes configuren unos espacios pblicos dotados de un carcter culto y emotivo que invite a las gentes a fomentar su visita y a disfrutar de su contemplacin. Tanto los paisajes pintorescos como los enclaves urbanos que producen placer han sido ideados y diseados con una voluntad artstica y un sentido esttico, y responden al genius loci y al espritu de la poca. Pero cuando un ciudadano, en la actualidad, acude a ciertos lugares de esparcimiento o pasea ocasionalmente por su ciudad se puede llevar la sorpresa de que muchos de los espacios por los que transita son inhspitos, culturalmente zafios, formalmente desastrosos, fsicamente decrpitos, higinicamente insalubres y emocionalmente patticos. Qu hacer con estos lugares? Puede el arte ayudarnos a mejorar el medio fsico y los entornos urbanos? Desde finales de los aos sesenta, una serie de factores artsticos, polticos y sociales han conducido a que diferentes artistas en Europa y Estados Unidos se plantearan la posibilidad de pensar y crear obras cuyo mbito no fuera el espacio cerrado del museo ni el privado de la

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galera de arte, sino el espacio abierto de la naturaleza o el espacio pblico de la ciudad. Estos intentos de transformacin del arte no han sido fciles y los resultados son, todava hoy, muy controvertidos, pero, ahora, treinta aos despus de las primeras actuaciones en los espacios abiertos de los desiertos de Estados Unidos o en el corazn de las antiguas ciudades europeas, no slo se ha sedimentado un extenso legado de propuestas y obras construidas, sino que se ha sealado un camino a seguir del que, apenas, se han comenzado a dar los primeros pasos. Sin duda alguna, el fenmeno ms interesante no lo constituyen las propias obras sino el cmulo de experiencias que han transformado nuestra sensibilidad hacia la apreciacin de los paisajes rurales y urbanos, cargando de nuevos significados los espacios de la ciudad, valorando el carcter entrpico de los entornos habitados y, en pocas palabras, ayudndonos a comprender el espacio de nuestro tiempo y el escenario de nuestras vidas. Deseo agradecer desde estas pginas la inestimable colaboracin de los ponentes Xerardo Estvez, Gloria Moure, Pierre Restany y Gilles A. Tiberghien, que han participado en el curso y han redactado los textos que presentamos en este libro. Javier Maderuelo

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El arte de hacer ciudadJavier Maderuelo

La ciudad es un fenmeno complejo que se desarrolla muy lentamente, adquiriendo forma y apariencia caractersticas como consecuencia de las condiciones fsicas del lugar y de las tensiones generadas por el conjunto de los intereses de sus ciudadanos a lo largo de su historia. La ciudad es la forma material en que ha cristalizado la expresin de los poderes poltico, religioso, econmico y social. Adems, su forma suele ser un reflejo fiel de la manera de ser, de sentir y de comportarse colectivamente sus ciudadanos y, por ltimo, es tambin el testigo de su historia y uno de los smbolos que mejor los representa. Por lo tanto, la ciudad es una huella cultural, es a la vez el resultado y el marco pertinente de las manifestaciones culturales, es soporte y expresin del arte, es decir, de lo hecho por el hombre. En cuanto producto artificial y obra colectiva, la ciudad adquiere un profundo carcter simblico y significativo, por eso podemos considerarla como una obra de arte que representa los anhelos, los ideales, los

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logros y las frustraciones de sus pobladores, as como la expresin del poder que stos tienen. Entendida como obra de arte, la ciudad se encuentra sometida a la mirada esttica y, a travs de ella, podemos descubrir sus cualidades como paisaje, entorno sentimental, depsito de la historia y escenario arquitectnico. Pero la ciudad, o mejor, el concepto que hemos heredado de ciudad se encuentra ahora en crisis. Hay amplias zonas de Europa, como los Pases Bajos, en los que slo un 8% de la poblacin vive en el medio rural, extendindose el 92% de los habitantes por conurbaciones surgidas alrededor de las antiguas ciudades. Este dato nos indica el nivel de desbordamiento fsico de esos entes que hasta hace poco menos de un siglo y medio tenan una forma definida por el contorno de sus murallas y eran abarcables en el transcurso de una caminata. Pero este dato nos alerta tambin sobre otro asunto: la prdida del carcter y la merma en la significacin que las ciudades estn sufriendo en las ltimas dcadas. La complejidad de los problemas que acechan a la ciudad en la actualidad es de tal orden que stos no pueden ser afrontados satisfactoriamente de manera unilateral, sin el concurso del conjunto de variables econmicas, polticas, sociales, culturales, tnicas... que inciden sobre ellos. No soy un experto en estos temas y, por lo tanto, no pretendo enunciar desde aqu vas de solucin para las enfermedades que padece ahora la ciudad, simplemente intentar ensayar un breve diagnstico de algunos problemas que ataen a sta en cuanto obra de arte.

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Durante este siglo, la arquitectura ha ido perdiendo aquella antigua condicin disciplinar que la una a la definicin fundacional vitruviana, enunciada en los trminos: firmitas, utilitas, venustas. El abandono de la disciplina arquitectnica no se acusa tanto en el alejamiento de los postulados de esta definicin, ni en la alteracin que han ido sufriendo algunos de ellos, como sucede con la utilitas que se ha desplazado hacia la "funcionalidad", palabra que, como ha sealado Charles Jencks, careca de contenido en el discurso arquitectnico antes de este siglo, como en el abandono por parte de la arquitectura de la tarea de transmitir dignidad a la humanidad a travs de sus obras. La apremiante construccin de la ciudad industrial trajo como consecuencia su segregacin en zonas en las que ubicar separadamente la industria, los servicios y la habitacin. Son tantos los motivos que han conducido a esta segregacin que, ciertamente, no podemos atender al anlisis de todos ellos en una breve disertacin como sta, pero s pretendo apuntar lo que, desde el arte, desde la arquitectura entendida como arte, ha supuesto este fenmeno de la segregacin funcional. Lo que ms llama la atencin de estas neo-ciudades dormitorio es su impersonalidad, su incapacidad para convertir el espacio que ocupan en lugar, para contener significados. No slo se trata de que la ciudad postindustrial carezca de elementos significativos, sino de que este tipo de espacios, prximos a lo que Marc Aug llama los "no-lugares", rechazan la posibilidad de contener elementos simblicos, negndose la ciudad a s misma cualquier cualidad semntica. En la construccin fsica de la ciudad del siglo XX podemos diferenciar dos periodos. El primero, que abarca hasta la segunda guerra mundial,

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se caracteriza por el continuismo en el desarrollo de las ideas que hicieron surgir la gran ciudad decimonnica europea, cuyo modelo arquitectnico se tomar del Pars de Haussmann. En Barcelona, Viena, Roma, Budapest..., se construirn, con relativa rapidez, nuevos barrios en cuyos edificios aparecen estilemas del eclecticismo historicista y composiciones propias del estilo Beaux-Arts, que dotarn de cierta grandeza a las nuevas calles y avenidas, o de los repertorios regionalistas, que aportaran un carcter supuestamente nacional o local al espacio pblico. Sin embargo, la repeticin mecnica de repertorios de balcones, impostas, cornisas, mnsulas..., que en otras pocas, cuando eran articuladas por los grandes maestros, tuvieron un sentido significante y dotaron a los edificios en que se aplicaron de un carcter determinante, aparecen en manos de los epgonos como meros elementos de composicin ornamental, mudos e insulsos remedos, y, por tanto, perfectamente prescindibles. Contra este tipo de "ornamentacin" prescindible, que se aleja del concepto de "decor" vitruviano, es contra el que ataca Adolf Loos en sus escritos, y este mensaje va a ser odo y comprendido por los arquitectos racionalistas, quienes van a desechar cualquier elemento ornamental para buscar en las cualidades de la forma pura, en la geometra, la proporcin y el ngulo recto la esencia de "una nueva arquitectura" abstracta e irreferencial. Pero este mensaje de escueta simplicidad ornamental es tambin escuchado por los especuladores, quienes entienden el racionalismo como un problema de mnimos: de vivienda mnima, de costes mnimos, de

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La ciudad racionalista

calidades mnimas, reinterpretando a su manera la mxima de Mies van der Rohe "menos es ms", ya que a travs de esos menos se pueden obtener ms beneficios y multiplicar las ganancias. La arquitectura racionalista propondr en los aos veinte y treinta modelos de ciudad, pero no tendr oportunidad de construirla hasta el segundo periodo, cuando, al concluir la segunda gran guerra, toda Europa se halla devastada. Entonces no slo las ciudades se encuentran en ruinas, tambin han sido destruidas las industrias y las redes de distribucin. Surge a la vez la necesidad de proporcionar viviendas a millones de familias sin hogar y de afrontar el reto de alojar a grandes migraciones de personas que, perdidos sus habituales medios de subsistencia, acu-

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den a las ciudades como mano de obra de las industrias y las infraestructuras en reconstruccin. La construccin de las new towns inglesas ser el marco en el que se desarrollar esta arquitectura abstracta, industrialista e impersonal, fruto de la necesidad. Desde el punto de vista terico, operativo y de gestin las new towns fueron un xito y cumplieron sobradamente su funcin social pero, desde el punto de vista existencial y afectivo, fueron un desastre y pusieron en evidencia la incapacidad de la arquitectura racionalista y funcional, as como del urbanismo del Movimiento Moderno, para construir ciudad, para organizar un entorno vital y emocional satisfactorio. El problema se agrava superlativamente cuando en la construccin de muchos barrios perifricos coinciden arquitectos con poca capacidad, constructores desaprensivos, promotores especuladores y polticos corruptos. No se trata slo de que las ciudades o los nuevos barrios sean montonos, feos, aburridos, deprimentes, incmodos o desoladores sino de que estos defectos se convierten en uno de los condicionantes del deterioro del desarrollo social y cultural de los habitantes que nacen, viven y conviven en semejantes escenarios. Con independencia de otros condicionantes sociales, tnicos, culturales y econmicos, inherentes a la condicin de los habitantes, que se ven obligados a vivir en rgimen de segregacin en estas nuevas ciudades-dormitorio, el medio fsico resulta ser un factor importante en el comportamiento social, vecinal y comunicativo de sus morado-

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Escenario urbano de las villes nouvelles

res, de tal manera que, en algunas de estas ciudades, los ndices de segregacin social y de delincuencia han llegado a ser tan altos que han conducido a la necesidad de tomar medidas tan drsticas como la voladura de un barrio entero. El problema ha sido tan claramente comprendido que en el diseo de las ltimas villes nouvelles, construidas a partir de los aos 60 en el rea periurbana de Pars, se ha puesto tanta atencin en la ambientacin del escenario pblico como en la financiacin, la implantacin de empresas que ofrezcan puestos de trabajo o los rpidos medios de comunicacin que unen estos nuevos asentamientos con el centro de Pars. Si paseamos por las zonas ms urbanas de Cergi-Pontoise descubrire-

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mos el cuidado con que se han tratado infinidad de detalles, diseando plazas peatonales, espacios ajardinados, mobiliario urbano y dotndolos de elementos simblicos, como murales, hitos y esculturas. Para combatir la monotona de los elementos funcionales se han utilizado cambios de textura en los pavimentos y se han aplicado alegres colores en los muros. As mismo, en Marne-la-Valle se aprecia un predominio de la arquitectura monumental, con una pretendida bsqueda de un carcter determinado a travs de formas de un contundente expresionismo o de un forzado gigantismo. Sin embargo, el paseante de estas nuevas ciudades no es, no puede ser, el flneur baudeleriano que recorra ocioso el Pars del siglo XIX dispuesto a descubrir las maravillas ocultas de la ciudad, a conocer sus secretos smbolos, a descubrir sus mensajes grabados en tallada piedra o a disfrutar de las broncneas siluetas escultricas. En las villes nouvelles, la geometra de los trazados de las calles, edificios, jardines, farolas, papeleras, pasamanos o cualquiera de los mltiples elementos que contribuyen a configurar el escenario urbano no corresponde a un programa caracteriolgico o a unos contenidos simblicos o emotivos sino que siguen siendo mero juego formal, retrica vaca, carente de mensaje. Aqu la abstraccin funcionalista ha sido simplemente revestida con ropajes del antiguo que se han ornamentado con frontones y columnas sin sentido ni articulacin lingsticos. En breves palabras, lo que intento mostrar no es la mala realizacin de unas acciones bien pensadas y planteadas, sino la incapacidad de la

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arquitectura actual para generar un ente que est articulado por infinidad de elementos diferentes en una ordenacin caracterstica que llamamos ciudad. Porque la ciudad no es un cmulo de edificios, templos, estatuas, jardines, plazas y calzadas surgidas por el capricho de diferentes constructores a lo largo de los tiempos, sino un organismo que, como dice Borges, es mltiple sin desorden. Habra que distinguir entre lo que es la ciudad actual, es decir, los nuevos asentamientos urbanos y los nuevos barrios crecidos a extramuros de las antiguas ciudades, cuyo trazado y construccin no estn condicionados ms que por la topografa del terreno y por las ansias del beneficio especulador de sus promotores, y lo que es la ciudad heredada, aquella que ya posee un trazado urbano definido por la presencia de edificaciones antiguas y de monumentos, producto de la conjuncin de diferentes voluntades pretritas. Porque cada una de estos dos tipos de "ciudad" genera conjuntos de problemas muy diferenciados e incluso contradictorios, an correspondiendo ambos a la misma localidad. Lo que se suele denominar el "casco histrico" o "casco antiguo" est sufriendo durante este ltimo siglo tres tipos de usurpaciones que han alterado sustancialmente su sentido original como lugar del habitar colectivo y de relacin entre ciudadanos. El primero ha sido la invasin de un elemento que ha resultado ser altamente perturbador: el automvil. Los cascos antiguos de las ciudades europeas, gestados y desarrollados antes de la aparicin de tan exitoso invento, supieron ir adaptndose a las paulatinas necesidades de los vehculos de traccin animal pero sus calles no disponen de la capacidad necesaria para el trnsito automovilstico, lo que las convierte en

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La ciudad del automvil

un autntico infierno que altera la convivencia de los ciudadanos. El problema no ha sido, sin embargo, la sustitucin de los carros, calesas y coches de caballos por automviles y camiones sino la invasin masiva de millones de vehculos a motor que, como una enfermedad endmica, han ocupado, aparcados o en movimiento, angostas calles y recoletas plazas, convirtiendo los lugares de reunin, de intercambio y de comercio, que caracterizaban la vida de la ciudad, en inhspitos garajes y en peligrosas riadas de vehculos en movimiento que seccionan barrios formando autenticas barreras infranqueables. La masiva obsesin automovilista ha trado como consecuencia el asfaltado de las calles, la segregacin del espacio urbano: peatonal-

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rodado, la presencia perpetua en el espacio pblico de mquinas metlicas con formas caprichosas y colores chillones, el obscurecimiento de las fachadas por efecto del humo, la contaminacin insalubre, la construccin de tneles y aparcamientos subterrneos, la aparicin de superestructuras, como las autopistas urbanas que discurren sobre puentes, etc. Todas estas alteraciones del espacio pblico provocadas directa o indirectamente por el uso abusivo del automvil han constituido no slo el conjunto de transformaciones ms radicales de la historia de la ciudad sino que han conducido a una prdida del sentido de lo que era la ciudad como lugar de relacin y como testigo de la historia. Cuando contemplamos estampas y dibujos de ciudades, realizados en el siglo XV, vemos que stas quedaban perfectamente definidas por su permetro, generalmente amurallado, y por sus monumentos, que solan ser agigantados en la representacin. A pesar de que sabemos que, desde el mundo romano, las ciudades se planificaron en torno a dos grandes calles perpendiculares, sin embargo, hasta este siglo, las ciudades no quedaban definidas por su capacidad de trnsito, sino por la calidad y magnificencia de sus monumentos. Por el contrario, cualquier plano actual prescinde de los monumentos y presenta slo el entramado de las calles, visualizando el sentido del trfico, agrandando el trazado de las vas y minimizando la superficie construida, para hacer as ms evidentes las estructuras de comunicacin y transporte rodado que se han convertido en la caracterstica de lo urbano.

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El abuso de la publicidad suplanta los monumentos

La Barcelona de Ildefonso Cerd, la primera ciudad moderna europea, no surgir como un conjunto de monumentos y espacios de intercambio sino como una retcula de trnsito, en la que las esquinas achaflanadas permiten la mejor visibilidad y giro a los vehculos en los cruces. La Barcelona del ensanche, sin duda el mejor modelo de ciudad moderna, carece sin embargo de monumentos, plazas, jardines y lugares de reunin pblica al aire libre. La segunda usurpacin del casco antiguo es consecuencia de la publicidad que ha pasado de exhibirse en pequeos carteles y banderolas que anunciaban los oficios y los servicios, ubicados en el umbral de talleres y comercios, a extenderse por enormes carteles, parpadeantes

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letreros luminosos de nen e inmensos telones que cubren fachadas completas, ocultando monumentos emblemticos. La mayor parte de la publicidad se ubica hoy en cualquier punto de la ciudad sin que ste tenga relacin con el lugar donde se produce o se comercia con aquello que se publicita. Estas actuaciones, consentidas e incluso fomentadas por las autoridades municipales, que tambin abusan de ellas, no afectan nicamente a la imagen de la ciudad o al paisaje urbano sino que han logrado imprimir un nuevo carcter anodino y frvolo a enclaves cargados de historia, consolidados a travs de construcciones que han conferido un significado a la ciudad. Times Square en Nueva York o Piccadilly Circus en Londres son claros ejemplos de esta inversin del carcter de la significacin del lugar. Aqu la publicidad ha sustituido a los edificios y monumentos caractersticos y se ha transmutado en signo mutante, en emblema de la cambiante modernidad. La tercera usurpacin que sufren los cascos antiguos responde a la anticategora de los no-lugares. Las ciudades son como seres vivos que crecen y se desarrollan, y si no lo hacen mueren sepultadas en sus propios escombros. Para transformar la ciudad es necesario trazar nuevas calles y plazas, derruir antiguas construcciones para elevar otras en su lugar. Los nuevos edificios no han tenido nunca la apariencia de los antiguos a los que sustituyen, por el contrario, aportarn el estilo de las nuevas pocas. De tal manera que la ciudad del presente, aun manteniendo el trazado de antiguas calles, tiene un aspecto muy diferente al que tena hace un siglo o hace slo veinte aos. sta es la lgica de la

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Los no-lugares

vida de una ciudad, la transformacin continuada y la modernizacin de las construcciones que la conforman. Sin embargo, el tan mencionado fenmeno de la globalizacin, unido a la presin comercial de las empresas transnacionales, est empezando a producir en todas las ciudades del mundo un tipo de mutaciones que, por su capacidad de alterar el carcter y el paisaje de la ciudad histrica, suponen un grado de usurpacin altamente peligroso que va convirtiendo paulatinamente a la ciudad en un no-lugar. Los no-lugares, tal como los define el antroplogo Marc Aug, son los espacios del trnsito: las autopistas, aeropuertos, estaciones de servicio, etc., esos espacios annimos que, en su carencia de seas de identidad,

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se presentan como idnticos a s mismos en cualquier punto del planeta. Ahora que la ciudad ha quedado reducida a la funcin del trnsito, por el empleo masivo del automvil, y que los monumentos que narraban su historia han sido suplantados por la publicidad, la ciudad comienza a ser invadida por no-lugares, por tiendas, comercios, edificios de multinacionales que proclaman la imagen de la identidad corporativa para ser reconocidos como tales emblemas multinacionales en cualquier rincn del mundo. El antdoto a la invasin de las mquinas, a la publicidad y a la inminente despersonalizacin del espacio pblico urbano se ha buscado en el "preservacionismo" y en el arte pblico. Muchos ayuntamientos con casco histrico han dictado normas de proteccin para defenderse de alguna de estas agresiones espurias. Se normalizan alineaciones y rasantes, se regulan los usos permitidos y se segregan los nocivos, se dictan normas de polica urbana que sealan el tipo y proporciones de los huecos, ventanas y balcones, los vuelos de cornisas y marquesinas, los colores de las fachadas, los tamaos de los rtulos comerciales. Tambin se restauran monumentos, se intenta impedir la ruina de edificios caractersticos conservando sus fachadas, aunque se permita el cambio de uso y la construccin tras ellas de comercios o conjuntos de apartamentos que no tienen relacin con el uso original. Muchas de estas actuaciones, sin embargo, ms que preservar el carcter de los conjuntos histricos o de los cascos antiguos han convertido a stos en torpes disneylandias urbanas. Un caso muy claro de este tipo de suplantacin lo ofrecen las ciudades

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tursticas. En la "ciudad turstica", los edificios, las calles y los entornos tpicos se han convertido en meras escenografas para la mirada, en artculos de consumo visual. Para conseguir estos escenarios sus habitantes han sido expulsados a barrios perifricos para dejar paso a la industria turstica, sosteniendo unos costosos servicios de mantenimiento ajenos a las necesidades del ciudadano normal. Muchas de estas ciudades, Venecia sera el caso ms paradigmtico, en palabras de Richard Ingersoll, han sido "osificadas" por los mecanismos nostlgicos del turismo. Comenta Sharon Zukin cmo la imagen de la ciudad se ha congelado y los edificios y las calles que un da sirvieron de espacios de informacin vital han adquirido un nuevo significado como emblemas de autenticidad histrica para un grupo de pobladores nmadas. Para que no suceda eso, Eusebio Leal, responsable de la rehabilitacin de la ciudad de La Habana, seala: "No restauramos La Habana para verla, la restauramos para vivirla, para que sea una zona de hbitat y de cultura para todos". Por lo general, las ciudades con un pasado histrico se reconstruyen o preservan como fsiles para el turista, para un conjunto de personas que no son, en sentido estricto, ciudadanos de esa comunidad y que, por tanto, no tienen el mismo nivel de responsabilidad sobre un espacio pblico que ha sido transformado en mera mercanca. El turista pasa, consume y se va. Como consumidor de la ciudad exige a sus espacios unas prestaciones muy distintas de las que necesita y

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requiere el ciudadano que con sus impuestos paga y sufre unos servicios que no se construyen ni se mantienen para l. Nos encontramos, pues, ante un dilema. Por una parte la ciudad, tanto en su casco antiguo como en sus barrios perifricos, ha sufrido el fenmeno de la despersonalizacin, por otro, cuando se ha intentado atajar este fenmeno, afianzando los elementos caractersticos se cae fcilmente en el pastiche, como sucede, por ejemplo, no slo en la ciudad turstica, sino en los enclaves visitables de cualquier ciudad. Una de las vas a las que he apelado en anteriores estudios mos ha sido la idea de intentar conferir o recuperar el carcter de algunos enclaves urbanos a travs del monumento pblico. ste es un tema que an puede ofrecer muchas posibilidades pero que por ahora no termina de solucionar tampoco el problema. El monumento pblico es, sin duda, el elemento ms especfico a travs del cual se induce el carcter y la significacin a un entorno. Los edificios monumentales, los grupos escultricos y, en general, cualquier construccin que pretenda expresarse a travs de la alegora dotan de significacin al lugar. El problema surge cuando, como he intentado explicar, la arquitectura del movimiento moderno renuncia al lenguaje alegrico y destierra del vocabulario urbano, por anacrnica, la estatuaria, que representa tradicionalmente valores patriarcales. El descrdito del monumento urbano se hace evidente con el rechazo que sufri Auguste Rodin en 1898 cuando present en el Saln de Otoo su monumento a Balzac, escultura que debera ocupar un lugar en la calle que el pueblo de Pars iba a dedicar al novelista. Se cumplen

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ahora cien aos de aquel descalabro que no permiti que la obra viera la luz pblica hasta el ao 1939 y se instalara definitivamente en el boulevard Raspail de Pars hasta pasada la mitad de los aos cuarenta. Es sintomtico que durante este tiempo casi ningn escultor importante de las vanguardias haya dedicado un esfuerzo continuado al gnero monumental, que slo ocasionalmente alguno haya accedido a ampliar de escala alguna de sus obras para ser ubicada en el espacio pblico. Por eso, podemos asegurar que durante los tres primeros cuartos del siglo XX la escultura monumental ha desaparecido como gnero. Durante este tiempo, por supuesto, se han seguido ubicando esculturas en espacios pblicos, pero stas han sido torpes remedos de los modelos del pasado, producto de la inercia, de la rutina o de la desidia pblica, cuando no se han convertido en el ltimo baluarte de las ideologas totalitarias que han pretendido hacer valer su poder a travs de la imposicin de las imgenes. Con la reconstruccin de Europa, tras la segunda guerra mundial, fue cuajando la idea de que era necesario dotar de carcter a los lugares sobre los que se actuaba, destinando para ello un pequeo tanto por ciento de los presupuestos dedicados a las obras pblicas. El objeto de estas cantidades era dignificar, decorar o minimizar el impacto negativo, segn los casos, de las grandes acciones que se realizaban sobre el paisaje, la ciudad o los conjuntos monumentales. Esta iniciativa, que surgi en Francia en 1951, cuando el Ministerio de Educacin empez a destinar el 1% de los presupuestos de construcciones escolares a labores de amnagement, se ha incorporado hoy con

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carcter general a la legislacin de la mayora de los pases europeos y americanos, pero, como ya detect el Informe Malraux, en la temprana fecha de 1970, los resultados distan mucho de ser satisfactorios. Durante la segunda mitad de este siglo, ha comenzado a operarse un cambio de actitud generalizado con respecto al espacio pblico, paralelo al crecimiento de la conciencia democrtica de los ciudadanos. La idea de que lo pblico es una tarea de todos est empezando a permitir que se desarrollen conatos de "participacin ciudadana" en asuntos polticos y administrativos relacionados con la ciudad, de la misma manera que han proliferado el asociacionismo y las acciones legales contra los abusos de la Administracin, lo que ha obligado a realizar operaciones de equipamiento, adecuacin o limpieza de reas degradadas y a ejercer un control sobre la ejecucin de estas acciones. La mayora de las veces, ese control es puramente econmico y administrativo, dado que se ejerce, fundamentalmente, sobre las cuantas materiales y los costos econmicos, sobre cantidades fciles de detectar y comparar por su carcter aritmtico, pero resulta inoperante en el resto de las dems variables, ya que se carece de los suficientes criterios de anlisis y valoracin para juzgar la pertinencia y adecuacin de criterios estticos, artsticos, ambientales o psicolgicos del espacio, que siempre se suponen arbitrarios y subjetivos. Presionados por la accin ciudadana y por conveniencias polticas, todas las grandes ciudades han comenzado a prestar atencin al espacio pblico y a cuidar su imagen cultural. Remodelando calles y plazas y encargando fuentes y esculturas a artistas contemporneos, pretenden dignificar ciertos espacios pblicos que gozaban de algn

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carcter emblemtico, dotando de una imagen limpia y moderna a conjuntos urbanos que se haban ido degradando u ofrecan un aspecto anticuado. A finales de los aos sesenta se detecta un doble movimiento: un inters de algunos escultores por realizar obras de gran tamao y unos primeros intentos, por parte de las autoridades, de encargar obras para "decorar" espacios pblicos.

La expresividad de la escultura pblica. Bernar Venet, Pars

Tambin desde finales de los aos 60, y con independencia de la procedencia de los recursos econmicos, una serie de experiencias artsticas y de equipamiento, tan dispersas como desiguales, financiadas tanto por particulares como por instituciones, se han ido produciendo en Europa y Amrica dando lugar a manifestaciones muy dispares y de muy diferente taxonoma. Por un lado tendramos las acciones, ms o menos tcnicas, de microurbanismo dedicadas al acondicionamiento de plazas, calles y enclaves

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monumentales a travs del proyecto y la construccin de equipamiento pblico, mobiliario urbano y diseo ambiental. Por otro, las acciones que podramos denominar "artsticas" que corresponden a la arquitectura de autor, a la escultura pblica, a la nueva jardinera y, en particular, a un gnero que se conoce con el nombre de arte pblico. Se est intentando realizar ahora la tarea de volver a dar significado a los lugares despersonalizados, de recuperar el espacio urbano y sus emblemas, pero hemos de ser conscientes de que falta mucha experiencia en estas tareas. La falta de experiencia se detecta en tres niveles, en el de las autoridades polticas que tienen potestad sobre el espacio urbano, en el de los artistas encargados de ejecutar las obras y en el de los ciudadanos que las viven en las calles y plazas por las que transitan. Intentar analizar, muy brevemente, esta falta de experiencia en cada uno de los niveles. Asistimos a un descrdito de los valores que tradicionalmente originaban los monumentos a la vez que a una falta de criterios y, sobre todo, de experiencias vlidas en el tratamiento del nuevo espacio urbano. Muchos polticos son conscientes de que la continuidad en el cargo depende de que los gestos que hagan dejen una huella en lugar visible. La sombra de Napolen, construyendo en los enclaves ms carismticos de Pars arcos que celebran sus victorias, se extiende hasta hoy a travs de la saga de presidentes de la Repblica Francesa con sus "grandes obras". Los polticos locales, cuya vida es, por lo general, ajena al arte y los problemas estticos, pretenden imitar a su pequea escala estas grandes acciones cada vez que bajo su mandato se remodela

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una plaza o se peatonaliza una calle, intentando dejar su huella en la trama de la ciudad, para lo que pretenden servirse del prestigio del arte, que viene avalado por una larga tradicin histrica. Cuando reclaman la presencia del arte, como nos ha demostrado la gestin municipal de la mayora de las grandes ciudades espaolas, los polticos estn pensando en la ubicacin de estatuas, sin tener muy claro por qu ni cul puede ser el tema de stas o el mensaje que deben transmitir a la ciudadana. La estatuaria urbana tuvo su apogeo tras la Ilustracin como elemento de educacin pblica ya que, a travs de las estatuas dedicadas a poetas, artistas, cientficos y hombres ilustres, se educaba al pueblo y se honraba su memoria pblicamente. Pero hoy da, ninguna de las supuestas virtudes de los hombres pblicos se salvara de la crtica, por lo que sus valores, como ejemplo moral, resultan ser inseguros, de la misma manera que los smbolos han ido adquiriendo significados ambiguos, en una sociedad vacilante e insatisfecha. Qu se atrevera a conmemorar un poltico en la actualidad? qu valores se pueden ofrecer hoy a la sociedad como modelos de comportamiento? Un paseo por las esculturas pblicas de Budapest, ciudad en la que el rgimen comunista se ha servido de la estatuaria pblica para ensalzar los valores polticos y sociales, nos puede revelar de que manera se han ido desplazando los contenidos temticos y perdiendo la significacin. En los aos inmediatos al armisticio, se erigieron monolitos con la estrella de cinco puntas, alegoras de la victoria y efigies de hroes

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nacionales. En los primeros aos cincuenta, se alternan estos temas con bustos y placas de artistas y msicos. A mediados de la dcada dejan de erigirse los emblemas patriticos y surgen grupos escultricos de exaltacin del trabajo y de los oficios. En la segunda mitad de los cincuenta, aparecen, en bronce y en piedra, grupos de jvenes practicando deportes o estudiando, as como animales: tortugas, potros, pelcanos, osos, etc. A mediados de los aos sesenta, tras algunas estilizaciones de los temas anteriores, que van apartndose cada vez ms del naturalismo, aparecen las primeras esculturas abstractas. De esta manera se ha pasado de una imposicin de los emblemas y los valores heroicos de la guerra y del trabajo, a la exaltacin de valores sin ideologa aparente, como la maternidad o la juventud, para ir abandonando la idea del discurso comunicativo a travs de inocentes animales, que se presentan como muda ornamentacin, hasta llegar a los juegos formales de la abstraccin, con lo que se acepta implcitamente la voluntad de no emitir ningn tipo de mensaje a travs de la obra pblica. El mensaje poltico y moral se ha confiado hoy a la publicidad y a la televisin que, en la intimidad de los hogares, se ha convertido en un autntico espacio pblico, muy eficaz a pesar de carecer del prestigio del arte. Por lo tanto, las calles y plazas de la ciudad se convierten, a travs de la publicidad, en escenario ideolgico mientras que las intervenciones "artsticas" que en ellas se realizan debern tener, segn las exigencias polticas, un carcter meramente decorativo que hable de la magnificencia de las autoridades por medio de su opulencia formal.

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Al peatonalizar muchos espacios urbanos han desaparecido de algunas calles y plazas los omnipresentes automviles, lo que ha provocado una especie de horror vacui que inmediatamente se han apresurado a rellenar con una serie muy variada de elementos que terminan convirtindose en autnticas barreras visuales y fsicas, como rboles, fuentes, bancos, papeleras, quioscos, portaanuncios, sealtica, cabinas telefnicas, buzones, armarios de control elctrico, contenedores de basura..., hasta anegar completamente el espacio urbano siguiendo disposiciones que pretenden conferir a conjuntos conformados por edificios antiguos un carcter dinmico y antifuncional, siguiendo los canones estilsticos de la posmodernidad. En cuanto a la falta de experiencia de los propios artistas para dar una respuesta a los retos del espacio urbano habr que empezar por recordar que sta tiene su origen hace ms de un siglo. El lapso de tiempo transcurrido entre el descrdito de la estatuaria pblica, a finales del siglo XIX, y los primeros intentos de recuperar el espacio pblico para la escultura, en los ltimos aos sesenta, no han pasado en vano. Durante este tiempo, la escultura, como gnero artstico, haba entrado en una profunda crisis ontolgica. Atacada de aburrida y horrorosa por Baudelaire en 1846, fue calificada de "monstruoso anacronismo" por Umberto Boccioni en el Manifesto tecnico della scultura futurista, redactado en 1912. Para librarse del horror, el aburrimiento y la monstruosidad y poder ser "moderna", la escultura debera alejarse de los presupuestos clasicistas renunciando a la representacin naturalista, a los materiales nobles y durables, a las tcnicas de la talla y el modelado, a los efectos de masa

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y volumen y, sobre todo, a las referencias alegricas. Todas estas renuncias trazarn unos nuevos caminos para la escultura alejndola del monumentalismo que caracterizaba a la estatuaria pblica y que inducirn a los artistas a la creacin de obras que experimentan con formas y nuevos materiales pero que no superan el tamao que les permite ser exhibidas y vendidas en galeras de arte a los clientes habituales de la pintura. Cuando los escultores van a querer recuperar el espacio pblico como lugar idneo para ubicar la obra de arte se habr perdido el "oficio monumental", la suficiente experiencia para dominar los cambios de escala, la ambientacin, la adecuacin de los nuevos materiales y la facultad de dotar de capacidad alegrica y significante a la obra y al espacio que ocupa. El resultado de esta inexperiencia se hace evidente en la proliferacin de una serie casi infinita de trabajos escultricos tan inadecuados como desproporcionados. Se trata de piezas, por lo general, de tamaos nfimos frente a unas arquitecturas que han multiplicado las dimensiones del espacio erigiendo altos edificios y liberando enormes superficies abiertas, en las que la obra escultrica se presenta como un espantapjaros o queda reducida a un pequeo pisapapeles que evidencia su condicin de bibelot que ha sido ampliado de escala. Adems, muchas de estas obras son incapaces de cargarse de una significacin concreta, por falta de programa en el encargo o por carecer el artista de recursos semiticos apropiados. Las esculturas se convierten as en mudas formas ejecutadas con materiales industriales que se

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elevan inertes con fra inexpresividad geomtrica o que se retuercen en un lacerante expresionismo sin causa aparente. De esta manera, los lenguajes plsticos personales de cada artista, forjados con sus traumas existenciales, sus vivencias ntimas y sus retricas estilsticas particulares, cargados de subjetividad, son impuestos a la ciudadana en los lugares ms calificados de la ciudad. Esto no sera un problema si aquellos artistas que acceden a la ejecucin de una obra pblica fueran capaces, a travs de sus vivencias y experiencias particulares, de sintetizar el espritu de la poca y los anhelos de la sociedad, expresndolos a travs de su obra en un lenguaje plstico personal. Pero "el encargo" de obras de arte pblico est tan burocratizado y se encuentra tan viciado por el clientelismo electoral que los criterios para la seleccin de artistas, los procedimientos de adjudicacin de obra, el seguimiento de proyectos o el control de la ejecucin conducen a infinidad de irregularidades que permiten que las obras sean ejecutadas por artistas sin la debida capacidad. El resultado se concreta en una enorme cantidad de formas supuestamente escultricas, absurdas, inexpresivas, raquticas e inoportunas salpicadas por las calles de todas las ciudades del mundo, obras que visualmente envejecen mal y que fsicamente se deterioran sin que nadie se preocupe de su mantenimiento y conservacin. Muchas de estas obras, adems, estn ubicadas en lugares inadecuados o tienen que competir en presencia fsica con una enorme cantidad de

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"objetos" urbanos que pueblan incontinentemente el espacio pblico. La desgraciada circunstancia de sumergir la obra de arte entre un caudal de objetos y construcciones estetizadas hace que incluso esculturas bien planteadas y ejecutadas, con indudable valor esttico, parezcan inoportunas o inapropiadas en el lugar en el que se ubican. La mala concepcin o ubicacin de una obra, por lo general, tiene su origen en los celos profesionales entre ingenieros, arquitectos, diseadores, artistas y gestores que intervienen en la formalizacin del espacio pblico. Estos celos y recelos conducen a una segregacin profesional que les impide trabajar en equipo y aunar criterios en las actuaciones pblicas. El artista no suele ser invitado a colaborar en la gestacin de la idea, elaboracin de proyectos o construccin de la obra, su labor es reclamada como mero "decorador ocasional", estando supeditado laboral, legal y econmicamente a tcnicos y administrativos ajenos al mundo esttico. En el diseo de cualquier entorno urbano, por pequeo que sea, se interfieren intereses profesionales, econmicos y polticos. Cada uno de los profesionales pretende mantener su parcela de poder de tal manera que, al final, desarrolla su cometido de forma individual e inconexa, apoyndose en la validez de sus criterios "tcnicos", procurando no perder terreno en la cuota de poder administrativo. Con frecuencia, los proyectos urbanos se ven condicionados, adems de por mil ordenanzas tcnicas, por condiciones administrativas, como las

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Inadecuacin de la ubicacin de esculturas y mobiliario urbano

que obligan a que los equipamientos (bancos, farolas, maceteros, quioscos, etc.) deban ser elegidos entre los que se ofrecen en el catlogo de un determinado fabricante al que se ha adjudicado el suministro en exclusiva de los equipamientos del ayuntamiento o que en ese espacio se deba colocar determinado mobiliario urbano que exhibe la publicidad servida por una empresa que gan el preceptivo concurso municipal. Estas imposiciones administrativas no slo merman la capacidad de generar espacios pblicos con carcter propio sino que, con la repeticin ad nauseam por todas las ciudades del mundo de los mismos elementos urbanos, fabricados por unas pocas empresas multinacionales e impuestos por las grandes compaas de publicidad, los rincones de todas las ciudades se van convirtiendo en no-lugares idnticos en su zafiedad tautolgica.

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Ante estas y otras circunstancias, relativas al trabajo en los espacio pblicos de la ciudad, algunos de los artistas ms capaces empezaron despreciando la posibilidad de colaborar en trabajos de "arte urbano", desarrollando obras de Land art y Earthworks en lugares recnditos, alejados de las zonas urbanas, en desiertos y parajes abandonados por la industria o la minera, demostrando la capacidad que pueden tener Escultura para un lugar especfico. Richard Serra, Mnster para excitar el territorio, construir obras de indudable impacto visual, recuperar lugares degradados y, sobre todo, para dotar de carcter y significado a los parajes supuestamente ms irreferenciales, como son los ridos desiertos. Pero no todos los artistas que elaboran obras de gran tamao y de carcter ambiental han eludido el contacto con el medio urbano ni la polmica social que conlleva cualquier actuacin artstica de gran escala y con transcendencia pblica. Desde Richard Serra con sus site specific o Gordon Matta-Clark con sus acciones destructivas sobre edificios, hasta las obras ambientales y regeneracionistas de escultores

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El arte pblico. Siah Armajani: Minneapolis Sculpture Garden

urbanos como Daniel Buren o Dani Karavan, pasando por las propuestas utilitarias de artistas del arte pblico como Siah Armajani, Scott Burton, Mary Miss o Alice Aycock, se ofrece hoy da un enorme espectro de tendencias artsticas y actitudes plsticas que reclaman un estudio y una clasificacin atendiendo no slo a categoras estticas sino a las diferentes fenomenologas en las que se encuentra inmerso todo hecho social y pblico. El ciudadano, como actor y usuario de la ciudad, es el destinatario final de estos trabajos urbansticos y las obras de arte que se ubican en el espacio pblico. Los ciudadanos corrientes que habitan en las ciudades medianamente

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grandes no han tenido muchas ocasiones de participar en las decisiones que se toman con respecto a los espacios urbanos. stos se van transformando a impulsos de las autoridades y de los tcnicos municipales o de las iniciativas puntuales de los propietarios de las fincas, los comerciantes y las empresas concesionarias de los servicios. Sin embargo, cada vez con ms mpetu, los movimientos ciudadanos exigen una participacin y un control de la gestin de los asuntos pblicos, con lo que pasan de ser meros sujetos pasivos, que consumen, sufren y disfrutan del espacio pblico, a ser agentes que exigen mejoras, frenan movimientos especuladores, reclaman espacios ajardinados y, como no, desean opinar sobre los equipamientos y los emblemas de la ciudad. Pero al ciudadano comn tambin le falta experiencia para proponer, exigir, juzgar y hasta usar el espacio pblico urbano y los equipamientos y obras que en l se ubican. En este sentido, la obra de arte actual ubicada en el espacio pblico puede seguir teniendo aquella cualidad educadora que pretenda la estatuaria clsica en la Ilustracin, porque, aun careciendo de mensajes concretos y de imgenes reconocibles, si posee un mnimo de calidad esttica, ayuda a extender los lmites de la sensibilidad de los ciudadanos. La labor educadora de la obra de arte no es inmediata. El ciudadano medio, que no suele ser un entendido en arte moderno, reacciona ante las obras que no comprende con indiferencia cuando no con rechazo. La lgica falta de criterio esttico de los ciudadanos permite que sean aplaudidas esculturas de una escasa calidad artstica, pero en las que

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se reconocen palmariamente las siluetas de las figuras, aunque sea caricaturescamente, mientras que son rechazadas violentamente obras de alta calidad esttica pero que resultan difcilmente comprensibles e incluso justificables desde la lgica de lo cotidiano. El escultor americano Richard Serra es, tal vez, el ejemplo ms socorrido para explicar esta incomprensin y sus consecuencias. Una incomprensin que no slo atae a la opinin de los ciudadanos, supuestamente no entendidos en arte, sino que como Benjamin Buchloh ha denunciado se trata de un "vandalismo desde arriba" llevado a cabo por las autoridades gubernamentales. Para Stefan Germer, este tipo de "vandalismo oficial" no es un simple acto de barbarie sino un procedimiento de un determinado tipo de poltica cultural: "Aparece donde se teme que el arte pueda surtir algn efecto de carcter social". Los polticos y funcionarios reaccionan ante cualquier sntoma que supuestamente pueda alterar la idea de orden pblico y, que duda cabe, el mensaje de una escultura abstracta es subversivo porque produce intranquilidad en los ciudadanos que no logran comprender sus supuestos significados. Por su parte los ciudadanos recurren al vandalismo para responder activamente a las esculturas y monumentos con pintadas y graffiti. Este vandalismo popular parece ser el resultado de una frustracin provocada por la incapacidad de comprender el significado del arte moderno, que es entendido, a veces, como una absurda imposicin de las autoridades. Un cierto malestar social se detecta en algunas de las protestas y manifestaciones que afloran en la calle y que llegan hasta los medios de

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comunicacin, pero, por lo general, las denuncias que aparecen en las columnas de los peridicos slo ataen a los supuestos destrozos que se provocan sobre el medio fsico o el entorno urbano, pero nunca se cuestiona que los desastres se han llevado a cabo por la falta de ideas globales, de proyectos genricos o de planes coordinados de actuacin, tanto en el mbito urbano como en el paisajstico. En general, la inadecuacin o impertinencia de muchas de estas actuaciones se debe a que son planteadas desde criterios estrictamente economicistas, esquilmadores, ingenieriles o higienistas que pretenden slo una maximizacin de resultados sobre la explotacin del suelo o el aprovechamiento urbanstico, cuando no responden directamente a un desmesurado afn de lucro. En las transformaciones urbanas de otras pocas se siguieron criterios estticos y artsticos, adems de econmicos y polticos, que lograron conformar espacios y paisajes que no slo poseen una gran armona sino que responden a unos modelos culturales, filosficos y ticos que establecen las relaciones entre hombre, espacio, ciudad, naturaleza y arte. Los foros imperiales de Roma, la plaza de la Santissima Annunziata de Florencia, los jardines paisajistas ingleses o el Pars del barn Haussmann seran ejemplos del tipo de transformaciones en las que poltica, economa, arte y pensamiento se dan la mano para conformar escenarios y paisajes que han logrado reflejar el espritu de su poca. En la actualidad esa voluntad de conformar el espacio que corresponda a nuestra poca no ha desaparecido, puesto que se transforma la ciudad con los recursos, las tcnicas y los conocimientos propios del

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momento, sin embargo, se ha perdido la capacidad de lograr transmitir a estos nuevos espacios ese espritu que la accin del arte supo imprimir a los lugares antes mencionados. Es relativamente fcil hacer diagnsticos sobre los males que padece una ciudad, un barrio, una zona urbana o una plaza pero es imposible establecer una teora general sobre la manera de solucionar los problemas urbanos. En las transformaciones puntuales de la trama urbana, al afrontar problemas concretos, es donde mejor se aprecia la falta de experiencia y la necesidad de intentar una educacin en los tres grupos de actores que intervienen en la transformacin de la ciudad. No se puede enunciar una teora general porque no hay dos ciudades iguales ni dos problemas comparables. Los condicionantes geogrficos, econmicos y culturales en los que vive inmersa cada sociedad determinan una diferente manera de actuar ante situaciones que terica, estructural o formalmente pueden parecer similares. Cualquiera de nosotros conoce algunos ejemplos de microciruja urbana en los que se ha obrado el milagro de una buena solucin que es aceptada y disfrutada por todos. En los ltimos aos estn apareciendo libros que muestran y explican algunos de estos ejemplos. No quiero caer en la tentacin de mostrarlos ahora porque cada uno de ellos es nico y responde bien al lugar en el que ha sido construido y sirve al grupo social que lo disfruta. Uno de los grandes errores es creer que los problemas urbanos se resuelven en el tablero de dibujo durante el acto del proyecto, formalizando, con materiales concretos y equipamientos urbanos suficientes,

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buenos efectos plsticos y visuales. Pero la copia casi mimtica de algunos de estos ejemplos, como suelen hacer torpemente muchos arquitectos y artistas, slo conduce al fracaso y la frustracin. No se soluciona nada copiando o readaptando aqu una solucin formal que estuvo bien realizada all, ya que cada lugar, como explicaban los paisajistas del siglo XVIII, tiene un "genio" al que hay que consultar, y cada respuesta es nica. Por lo tanto, no se trata slo de aprender a resolver situaciones tcnicas sino de intentar profundizar en la historia de la ciudad, en la cultura urbana del lugar buscando soluciones cargadas de significados, apoyndose en valores estticos, capaces de mejorar las condiciones fsicas y funcionales de la ciudad, sin grandilocuencia, pero capaces de generar un entorno en el que sea posible la educacin cvica, proporcionando al ciudadano un ambiente limpio, culto, agradable y respetuoso con la fisonoma y la historia del lugar. Aunque la imitacin de soluciones formales no es el camino de actuacin, sin embargo, s creo que es conveniente conocer, analizar y utilizar las ideas que fueron el germen de las buenas realizaciones urbanas, adecundolas al "genio del lugar", es decir a las condiciones topogrficas, ambientales, sociales, culturales y emotivas del entorno. Para ello es necesaria la participacin ciudadana, pero no la simple votacin de los vecinos sobre las propuestas concretas y cerradas en sus planteamientos y diseo. Toda actuacin urbana debera suponer una campaa de conciencia-

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cin ciudadana sobre los problemas del lugar y las posibilidades de solucin, en la que estn implicados polticos, tcnicos, artistas y ciudadanos. Lo que planteo no quiere decir que los ciudadanos o los polticos deban ejercer de ingenieros o de escultores, tampoco que los artistas deban decidir sobre las soluciones tcnicas o que los tcnicos juzguen las actuaciones artsticas, sino que es necesario que exista una corriente de informacin y colaboracin mutua y, sobre todo, que esta informacin llegue al ciudadano de forma clara y sencilla para que ste reconozca los problemas que aquejan a su ciudad y pueda comprender y aceptar como suyas las soluciones que se adopten, hacindose cmplice del proceso de gestacin y construccin de la ciudad en la que habita.

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Santiago de Compostela. Planeamiento y gestinXerardo Estvez

La ciudadSe ha definido la ciudad como la mquina de habitar. La ciudad es, entre otras cosas, un lugar con la capacidad de generar respuestas colectivas a los problemas que plantea la aglomeracin humana. Si en ese territorio se combina lo extraordinario o lo transformador con lo cotidiano o lo banal, lo sublime y lo bello con lo funcional, la ciudad es un gran invento, y luego veremos por qu. Por el contrario, cuando la ciudad se construye a expensas de la hemorragia demogrfica del medio rural, con amplios sectores de la poblacin predestinados a la exclusin, con un crecimiento urbanstico catico, tal como sucede en muchos pases, eso no es una ciudad, sino una anti-ciudad. Del mismo modo, en el mundo desarrollado, cuando las ciudades se convierten en generadores de necesidades donde todo queda reducido a una exaltacin de la informacin, de la tecnologa y del consumo o a una incesante oleada de cosas efmeras, perdiendo de vista conceptos como la calidad de vida, la convivencia, la confidencialidad o lo

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potico, tambin pierden su cualidad de ciudades. La urbanidad implica un equilibrio que se establece todos los das, necesita de un ritmo para la expansin y el crecimiento y para la vida de los propios ciudadanos, y eso es lo que se entiende como la arquitectnica de la ciudad. La arquitectnica es, en palabras de Karel Kosic, aquello que distingue lo esencial de lo secundario, es una articulacin de la realidad que reparte la vida entre el trabajo y el ocio, entre las actividades necesarias y tiles por un lado y las sublimes y bellas por otro. Lo peor que les ha podido pasar a las ciudades es la prdida del ritmo, la prisa en su construccin y la indigestin de acontecimientos que los ciudadanos, a pesar de su cerebro ilimitado, estn incapacitados colectivamente para absorber. Ha sido la prisa el peor enemigo de las ciudades, y sa es la razn por la que hoy tenemos una visin ms crtica de ellas y valoramos positivamente el equilibrio que antes exista. Las ciudades recuperan su ritmo arquitectnico cuando mezclan adecuadamente la vanguardia, signo del presente, con la rehabilitacin de los edificios histricos y la idea con el planeamiento futuro. A pesar de todo, en la ciudad son ms las ventajas que los inconvenientes. En primer lugar, porque es un sitio de convivencia, de encuentro ms que de enfrentamiento, donde las clases sociales, pese a sus diferencias, resuelven pacficamente sus relaciones e intereses. Las diferencias sociales aparecen grficamente dibujadas en la propia ciudad, pero la calidad de vida urbana ya no es privativa de la zona centro, donde se acumulan las ms importantes plusvalas. La topografa de las plusvalas, generalmente, explica mejor que la calidad de vida el mercado y sus tensiones, de ah la importancia que para mantener la

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convivencia tiene una redistribucin de rentas que permita equilibrar urbansticamente las distintas partes, garantizando la cohesin social en un marco urbano donde se negocia ms que se lucha. Otra forma de equilibrar el conjunto ms all de la urbanstica consiste en garantizar las oportunidades para la igualdad de derechos y libertades, de forma que todos puedan tener acceso a la educacin, a la cultura o al ocio mediante una dialctica cotidiana de libertades individuales que se entrelazan y delimitan recprocamente. Por otra parte, por lo difano de las relaciones sociales, la ciudad es el lugar preferente para crear empleo, que viene a ser el factor ms importante para sustentar la convivencia. Pero no slo de trabajo vive el hombre. Mantener el encuentro cotidiano entre los ciudadanos exige una especial incentivacin de la educacin y la cultura, no solamente la que se produce en el mbito familiar, acadmico o institucional sino tambin como escuela permanente de formacin de ciudadanos que gustan de participar de los valores colectivos. Concluyo que la ciudad, sa que he calificado como un gran invento, es un mbito de oportunidades para la igualdad de derechos y libertades y, por lo tanto, un lugar de convivencia donde se redistribuyen las rentas, se genera cohesin social, empleo, bienestar, educacin y cultura, y donde, adems, el sentimiento colectivo origina una corriente de opinin que mezcla adecuadamente lo confidencial, lo bello, lo sublime, con lo prctico, lo banal y lo cotidiano.

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Los ciudadanos y sus opinionesCiudadano es aqul que, teniendo satisfechas sus necesidades ms importantes, vive pensando en la ciudad. Cosa diferente es el vecino, que simplemente vive en la ciudad. Ciudadano es, pues, el vecino atento que opina y transmite su opinin. Desde el inicio de la democracia en Espaa hemos ido creando ciudadanos para las ciudades, pero tambin para las regiones y las comunidades autnomas, para Espaa y, ltimamente, tratando de alcanzar el inters por la ciudadana europea. El estatuto de cada uno de ellos no debe ser excluyente, sino ms bien acumulativo. El ciudadano necesita de referencias innovadoras para poder opinar, como tambin necesita de lo cotidiano para poder vivir. Las vivencias de lo cotidiano y el propio entorno fsico van construyendo el almacn, la memoria de la ciudad: desde la percepcin de su tamao a los olores de la infancia o los sonidos de las campanas, van conformando una serie de estratos o referencias que se convierten en nuestra biografa personal y colectiva, en nuestra cultura. Cuando irrumpe lo nuevo por ejemplo, un edificio contemporneo en la ciudad histrica genera, de entrada, un rechazo como el que tiene la madre hacia el feto. Ese choque tiende a resolverse, aun siendo incomprendido el objeto que lo provoca, si su calidad es buena; por el contrario, cuando esa calidad no existe (mala arquitectura nunca muere) se genera un rechazo o un olvido destructivo, como el que se ha dado sobre lo construido en Espaa en los aos 60 y 70. El ciudadano deja de tener referencias, no nutre su memoria, y la ciudad se despolitiza, pierde ciudadanos y deja de contabilizar aos de su historia activa. Por eso el ciudadano, aunque no

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comprenda en parte el crecimiento de la ciudad, quiere que se haga bien, porque a medida que va perdiendo fragmentos de su historia personal mueren sus padres, abandona su casa natal, cambia sus hbitos, siente que lo nico que permanece es la polis. De esta forma reivindicamos nuestra historia personal, el trnsito del ciudadano por la ciudad evidencia su necesidad de permanencia. El habitante de la ciudad histrica es especial, puede ser tildado de ostentar cierta soberbia que emana de la autocomplacencia, de una visin de excesivo culto del pasado que lo inhabilita para ver bien el futuro. Pero tambin este rasgo est cambiando: nuestro abuelo viva en la ciudad histrica casi sin ser consciente, quiz sin apreciar su monumentalidad, ya que no tena otras referencias con las que compararla; nuestro padre huye de ella para superar su particular pasado y trata de abrir nuevas fronteras en los llamados ensanches modernos; nosotros volvemos o intentamos volver con una nueva valoracin de la ciudad histrica, que siempre hemos aorado e idealizado. La opinin particular de cada ciudadano sobre un acontecimiento est marcada por su cultura. Por poner un ejemplo, una opinin corriente en los habitantes de la ciudad histrica deviene de aquella latra o admiracin excesiva por lo monumental a la que antes se aluda, que les impide entender mejor lo contemporneo: su reloj se ha parado en el punto donde pueden comprender el concepto de arquitectura histrica, como mucho hasta el movimiento moderno, pero sin llegar a incluirlo. Este ciudadano, y por extensin en este caso todos los dems, valora de forma distinta la fachada del edificio en el que vive, que s considera como un patrimonio de la calle y, por lo tanto, colectivo, que el interior de su casa, de forma que mientras admite que la primera hay que

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mantenerla, sostiene que lo segundo es suyo, absolutamente privativo, y niega su dimensin de patrimonio, reclamando el derecho a actuar segn su voluntad. El ciudadano opina sobre todo, pero ms intensamente, a mi modo de ver, sobre lo municipal, que es lo ms prximo y lo que afecta de modo directo a sus intereses particulares. Las opiniones pueden ser ms complejas o ms sencillas, segn sea la situacin en la que vive. Por ejemplo, una ciudad con una economa diversificada y, por lo tanto, con una base social amplia generar y dispondr de mltiples opiniones, encontradas o relacionadas entre s, socialmente agrupadas. Existen dos clases fundamentales de opiniones: la que tiene que ver con lo cotidiano, la de todos los das aunque cada da sea diferente, y la que surge ante lo novedoso y lo transformador. Pero, adems, las opiniones en la ciudad tambin varan segn las edades, forjando las posiciones respectivas del joven que desea la innovacin y las oportunidades, del ciudadano de edad mediana que aspira a tener servicios y calidad de vida y empieza a reclamar las referencias, o del mayor de edad que desea estabilidad, proteccin y prestaciones. La ciudad, para ser soportable, para disponer de aquella cualidad que Kosic denominaba arquitectnica, debe permitir la mezcla de los dos estratos de opinin en cada uno y en el conjunto de todos nosotros. Como se puede imaginar, la matemtica de todas ellas tiende al infinito, pero el almacn de nuestra memoria colectiva suele estar amueblado casi de la misma manera y, por lo tanto, tendemos a ser gregarios en nuestros anlisis. De la mezcla de este conjunto de opiniones y de su expresin poltica y pblica depender la "sicologa" de la ciudad.

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La reflexin temporalUn paseo atento e intencionado por los conjuntos histricos de las ciudades permite apreciar y percibir cmo all se conjugan y fusionan tres tiempos: pasado, presente y futuro. Y en cada uno de ellos, en cada momento histrico, intervienen tres actores: los polticos, los tcnicos o los artistas y los ciudadanos. La ciudad histrica ser finalmente el producto y la manifestacin de esta confluencia, a veces armnica, otras desafortunada. En la ciudad histrica el pasado es seguramente el tiempo predominante: aporta no slo historia, sino tambin identidad y carcter. No es nicamente un conjunto de elementos fsicos y arquitectnicos las casas, los edificios singulares, etctera y los materiales especficos con los que se hicieron la piedra, la madera y la teja, en el caso de Santiago de Compostela, sino el modo en que su implantacin fue configurando la propia trama urbana. Es decir, la parcelacin, el aprovechamiento y distribucin de la topografa y tambin los olores, los colores, los claroscuros, los hbitos... Compostela tuvo un pasado arquitectnico esplndido cuando el actor principal, esto es, la curia, asumi una reconstruccin urbana desde presupuestos vanguardistas. As, sobre la catedral romnica se superpuso una nueva, barroca, obra de Fernando de Casas y Novoa; la catedral de Santiago, para Castilla del Pino, ya no es una, sino varias catedrales. Se derribaron igualmente viejas edificaciones para ser sustituidas por otras "ms acordes con los tiempos y el esplendor econmico". Este proceso de destruccin-construccin fue continuo durante siglos, pero hoy nadie cuestiona la rotunda armona de la plaza del Obradoiro donde conviven

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pacficamente edificios de pocas y estilos diversos. Durante cerca de ocho siglos, los actores acertaron a ponerse en sintona con una ciudad dinmica, generadora de cultura en todos los rdenes e impulsada por el fenmeno de la peregrinacin. Despus, Compostela comienza a vivir con la mirada puesta en el pasado y se inicia su declive. La ciudad que vive el presente construye arquitecturas de calidad, y eso tambin se percibe en ese paseo intencionado al que antes me refera, y que nos lleva a interrogarnos sobre una de las cuestiones ms apasionantes desde el punto de vista de la arquitectura y el urbanismo: cmo trabajar en los centros histricos?, con qu arquitecturas?, debemos considerarlos conjuntos acabados y, por tanto, intocables? Hoy en da deben atenderse necesidades sociales que no existan cuando fueron construidos: el caso del trfico rodado es, sin duda, uno de los mayores problemas que afrontan las ciudades histricas. Sin que existan, a mi juicio, frmulas mgicas de validez universal, las que se han demostrado como ms eficaces son las que pasan por la ordenacin y la regulacin del trfico. En todo caso, considero que se requiere una actuacin cotidiana, con una proyeccin a largo plazo que instaure nuevas pautas de uso racional y compartido del espacio urbano, de forma que en unos aos el propio consenso ciudadano asuma estas restricciones como necesarias, recibiendo como contrapartida otras ventajas en el uso de la ciudad histrica. El tratamiento de aquella cuestin origin en Santiago de Compostela una de las ms vivas y apasionadas polmicas sobre la implantacin de arquitecturas contemporneas en conjuntos histricos. Me refiero concreta-

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mente a la construccin de un pabelln polideportivo para un instituto de enseanza media, y en el mismo lugar un aparcamiento subterrneo, el ms prximo a la plaza del Obradoiro, el corazn mismo del centro histrico. La intervencin fue diseada por el arquitecto alemn Josef Paul Kleihues con el mayor esmero, como luego tendremos ocasin de ver; no en vano era director del equipo redactor del Plan Especial. Pues bien, algunos especialistas se opusieron a esta actuacin y trataron de hacer cundir la idea de que el nuevo edificio "tapaba las torres de la catedral", llegando incluso a hablar de que la UNESCO excluira a Santiago del listado de las ciudades Patrimonio de la Humanidad. Convocados por la Academia de Bellas Artes de San Fernando, Josef Kleihues, lvaro Siza y yo mismo explicamos detalladamente el proyecto y su encaje en el Plan, con el resultado de una aceptacin unnime; igual sucedi con la UNESCO, una vez que el propio Secretario General visit la ciudad y apoy la correccin de la actuacin. La polmica, en realidad, no giraba, como se pretenda, en torno a la altura del edificio, ni sobre la idoneidad de los materiales empleados (el nuevo diseo de la galera acristalada y la cubierta de cobre, material que por primera vez apareca en la ciudad histrica), sino sobre una cuestin de jerarqua de la autoridad: la de la Comisin de Patrimonio Histrico-Artstico o la del propio planeamiento. La ciudad histrica no es necesariamente un objeto de culto que impida toda intervencin, pero la implantacin de arquitecturas contemporneas slo se resuelve desde la perspectiva del planeamiento global y del anlisis del proyecto, ambos debatidos y aplicados con tiempo suficiente. Con estas actuaciones el Centro Galego de Arte Contempornea de Siza, el pabelln polideportivo y el aparcamiento de Kleihues, la remodelacin de la avenida de Juan XXIII de Pin y Viaplana se recupera el papel de vanguardia que la arquitectura siempre desempe en la

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ciudad donde se imbrican magnficos ejemplos del romnico, el renacimiento, el barroco, el neoclasicismo, el modernismo, el racionalismo o el eclecticismo; que asume proyectos complejos en funcin de nuevas y claras necesidades, para lo que ha contado y cuenta con reconocidos profesionales de todo el mundo. El paseo hacia el futuro nos conduce inevitablemente al planeamiento urbanstico en cuanto compromiso. Un compromiso cuyo contenido va ms all de la rehabilitacin, ya que sta es parte de aqul. El planeamiento implica una visin de la ciudad histrica dentro de la ciudad global: la proteccin del patrimonio, la recuperacin de su vocacin econmica, la mejora de los usos residenciales y peatonales, la dotacin de equipamientos e infraestructuras..., factores todos que a su vez inciden directamente en el incremento de los parmetros de la calidad de vida. Para concluir con este paseo reflexivo por el pasado, el presente y el futuro, me gustara subrayar que este discurso tiene que realizarse necesariamente cada da, con la premisa del amoroso respeto por la ciudad histrica, con la mesura suficiente para moverse en la continua dialctica de la innovacin y la conservacin, con la humildad de todos cuantos trabajamos por ella y en ella para no olvidar nuestro papel contingente y para asumir el compromiso social y colectivo de legar a las generaciones que nos sucedan el inmenso patrimonio histricoartstico que poseemos, conservado y acrecentado.

Breve historia de Santiago y su CaminoSantiago de Compostela es un activo centro de comunicaciones y ser-

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vicios de mbito regional y nacional, con un conjunto histrico artstico de calidad excepcional, y es, en trminos culturales, tursticos y universitarios, una de las urbes relevantes de Europa. Compostela es una ciudad en proceso de crecimiento, con una poblacin de hecho estimada en torno a 130.000 habitantes, de los cuales unos 35.000 son universitarios; dispone de infraestructuras aeroportuarias y ferroviarias y de un sistema de servicios que atienden una demanda sociocultural, comercial y turstica muy cualificada. Su tejido industrial, aunque cuantitativamente no es muy importante, s lo es en trminos cualitativos. El gobierno municipal se ha propuesto nuevos objetivos industriales y econmicos vinculados a la investigacin universitaria y a la importancia del sector servicios. Sobre un substrato prehistrico poco estudiado, a partir del siglo IX se desarrolla un tejido urbano potente de poca romnica en torno a una tumba que, segn la tradicin, es la del apstol Santiago, convirtindose en centro de una peregrinacin que dejar huella en toda Europa. En el siglo XII, bajo el episcopado de Diego Gelmrez y al comps del incremento del poder seorial de la mitra, Compostela adquiere el rango de villa burgensis, consolidndose como primera comunidad urbana de la regin. Gelmrez y su sucesor, Surez de Deza, sern los primeros en recurrir a los servicios de arquitectos forneos, especialmente franceses, para realizar sus proyectos de engrandecimiento de la catedral y de urbanizacin general. En los siglos XIII y XIV se rompe el cors de las murallas al asentarse extramuros las grandes fbricas conventuales de las rdenes mendicantes. Franciscanos y dominicos son portadores del estilo gtico, pero el auge del barroco suprimir gran parte de sus vestigios. A finales del siglo XV nace la Universidad, que

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bajo el patrocinio de los poderosos Fonseca supone la introduccin de un nuevo estilo: el renacimiento, que entra de la mano de una segunda oleada de artistas forasteros, franceses unos, castellanos otros. El crecimiento urbano va consolidndose sobre ejes radiales perpendiculares a las puertas de la ciudad, en una transicin hacia el entorno rural que abastece el mercado y del que proceden buena parte de las rentas. Hasta el siglo XVIII, Compostela fue la mayor ciudad de Galicia y se acometieron drsticas transformaciones urbanas, propiciadas principalmente desde el sector eclesistico, cuyas rentas proporcionan los recursos necesarios para acometer grandes empresas suntuarias; una vez ms, se echa mano de arquitectos de fuera, castellanos y andaluces, que dejarn paso a lo largo del XVIII a una generacin de artistas locales a los que se debe la decantacin de frmulas netamente gallegas. Las reformas barroca y neoclsica se desarrollan en el intrads de la ciudad derribando buena parte de las fachadas, en una actividad constructiva muy caracterstica en su estilo y en su lenguaje. Despus, la actividad decae en el siglo XIX limitndose a la simple conservacin. Hacia el final de este siglo empiezan a producirse algunos movimientos: al amparo de la ley de ensanches de poblacin de 1892, se delimita en 1898 la zona del futuro ensanche. En 1925, la ciudad se anexiona el vecino concejo de Conxo y, en 1928, se presenta un anteproyecto de nuevo ensanche, que se ir desarrollando parcialmente bajo el gobierno republicano, con un nuevo proyecto en 1934. Tras la guerra civil, un nuevo plan de ensanche es aprobado en 1947. En los aos 60, al recrudecerse el fenmeno endmico de la emigracin ahora con destino a los pases centroeuropeos, las remesas econmicas de los emigrantes van a promover un auge sin precedentes de la actividad constructiva. En el ao 65 se redacta el primer Plan General de

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Ordenacin Urbana; en 1972 se anexionan al trmino municipal los terrenos de Enfesta, un concejo limtrofe de vocacin netamente rural. En el perodo que media entre la fecha de redaccin del Plan y la aprobacin de su revisin en 1974, la actividad constructiva sobre el Ensanche pasa por una fase de autntico descontrol. Al restablecerse la democracia y tras las elecciones de 1977 y 1979, las funciones polticas y territoriales experimentan en Galicia, como en toda Espaa, un cambio sustancial, con el paso del modelo centralizado del Estado a la transferencia de competencias a las autonomas. En 1982 se aprueba la ley que designa a Santiago de Compostela como capital poltico-administrativa de Galicia, y ya en 1983 el Ayuntamiento, tomando como leitmotiv la conocida frase de Goethe,

(1) Santiago de Compostela

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"Europa se hizo peregrinando a Santiago", se plantea la oportunidad de reivindicar el papel de la ciudad que estuvo en el origen de un movimiento que contribuy a articular Europa, e inicia gestiones para poner en marcha un plan para la revitalizacin del Camino de Santiago y de la propia ciudad. En lo tocante a la regulacin de la ciudad histrica, apuntemos que a partir de 1912, cuando se declara monumento la iglesia de Santo Domingo de Bonaval, se fue reconociendo esta condicin a los edificios ms nobles, pero no ser hasta 1944 cuando el centro histrico sea declarado conjunto histrico-artstico. Cuarenta aos despus, en 1985, la UNESCO incluye la ciudad y su entorno natural en la Lista del Patrimonio Mundial (Fig.1).

La estrategia generalTeniendo en cuenta estas variables, a partir de 1983 se disea y posteriormente se desarrolla lo que podra ser un plan estratgico y econmico que se proyecta en tres vertientes integradas: econmica, poltica y social. Aquella ciudad que viva casi exclusivamente de la base econmica generada por la universidad y el turismo religioso, de un comercio obsoleto y de las menguantes rentas del campo, se encerraba en s misma, rehusaba afrontar un proceso de modernizacin. La pregunta que entonces nos formulamos era bien sencilla: podra Compostela contar con una base econmica diversificada? Recientemente haba sido designada como capital de Galicia y, en consecuencia, sede del

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Parlamento y del Gobierno autonmicos. Se present entonces la necesidad de combinar la creciente actividad de la administracin con la propia de una ciudad comercial que prestase servicios a un amplio hinterland y con polticas culturales que no se limitaran slo a organizar eventos con los ciudadanos como espectadores pasivos, sino que generasen una dinmica creativa, y con una universidad que sumara a la docencia iniciativas de investigacin y desarrollo. Y a todo eso, aadir los servicios avanzados que comporta la capitalidad, pues no olvidemos que all donde residen los rganos de decisin emergen sectores de economa privada para que la administracin pblica adopte mejor sus decisiones y para permitir su ulterior desarrollo. Por ltimo, armonizar todo ello con lo que, para simplificar, podemos llamar turismo especializado (cultural, empresarial, universitario y juvenil) vinculado al Camino de Santiago. Nos propusimos hacer pivotar estos objetivos econmicos sobre los ejes tradicionales de la ciudad, la universidad y la empresa, un tringulo fundamental en la estrategia urbana, cualquiera que sea la escala, de manera que se pueda generar capital humano para el desarrollo y explotacin de sectores de alta tecnologa. Nuestra universidad produce tecnologa que directamente se coloca en otros pases europeos, en Amrica o en Japn. Era necesario, pues, intercalar sectores empresariales intermedios, ya que si formamos profesionales capaces de crear tecnologa, parte de esta produccin debera quedarse en la ciudad; al mismo tiempo, universidad y empresa haban de ser capaces de preparar personal para impulsar sectores avanzados de la economa local. El plan estratgico, en trminos polticos, se formula del modo siguiente: somos la capital autonmica y, por tanto, el lugar donde se

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adoptan las decisiones; es bueno que en una ciudad donde estn los rganos decisorios del pas se tomen determinaciones que sean respetadas por el conjunto de los ciudadanos, y ello en un clima poltico de normalidad. Desde el primer momento estaba claro que las relaciones polticas entre las administraciones autonmica, central y local deban ser tratadas como un "producto de calidad": el entendimiento en aras de unos objetivos asumidos y compartidos por todos. En trminos polticos, tambin es importante atender a la coordinacin entre la actividad pblica y la privada: somos gestores de lo pblico, y tambin de lo privado, y un gobierno municipal eficiente que quiera gestionar un plan general, por ejemplo, debe introducirse en los nmeros del planeamiento para garantizar que ste sea factible. Por otro lado, una ciudad que crece compite con su entorno geogrfico, en nuestro caso con Vigo y A Corua y, a una distancia geogrfica mayor, con Oporto. Esto nos lleva a interrogarnos sobre cul es el marco de cooperacin y de competitividad en un sistema de ciudades unidas por una gran arteria de comunicacin. El marco de cooperacin interurbana debe delimitarse a partir de la asuncin conjunta de los roles individuales: cada ciudad tiene los suyos propios, que quiz compiten con alguno de las otras, pero todas deben cooperar en los objetivos globales. Para que cada ciudad pueda desarrollar los roles que se ha propuesto en trminos econmicos y polticos, se requieren niveles de competencias de los que los ayuntamientos carecen (por ejemplo, en materia de conservacin del patrimonio histrico-artstico, de vivienda, de servicios sociales...) y demandan de la Administracin Autonmica la asignacin de los correspondientes recursos. Por ello se ha promovido un rgimen o carta especial para Compostela.

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En trminos sociales, el plan estratgico recoge aspectos que son importantes para evitar la exclusin. Una ciudad que aspira a ser competitiva y a ofrecer al mismo tiempo calidad de vida debe evitar la marginalidad social, y esto es posible a una escala demogrfica como la de Santiago. Para atraer y retener poblacin, un factor fundamental es mejorar la calidad de vida cultural y medioambiental: en el aire, en el agua, en las zonas verdes, en el nivel de ruidos. Compostela es la ciudad que ms est creciendo en Galicia y una de las primeras de Espaa, con una tasa del 1,5% anual (el 7,5% en el ltimo perodo intercensal). Podra crecer ms de haberse aceptado polticas urbansticas desordenadas, como las que se dan en algunos municipios colindantes; sin embargo, se seleccionaron aquellas estrategias que favoreciesen una expansin urbana en mancha desde el centro histrico hacia ciertas reas de la periferia que se dotaron de servicios y equipamientos, como veremos ms adelante. Estas lneas estratgicas se plasmaron en el Plan General de Ordenacin Urbana. Para ponerlas en prctica se aprovecha una oportunidad extraordinaria, la del ao jubilar de 1993, en el que se esperaba una afluencia extraordinaria de peregrinos y turistas; segn el balance final, Compostela recibi entre 6 y 7 millones de visitantes. Cuando se da la oportunidad de elegir algo que represente un evento, normalmente los gobiernos locales optan por la construccin de un edificio: todos queremos pasar ad futurum mediante el papel representativo que juega la arquitectura. Nuestra idea para el ao jubilar vino de la mano del planeamiento, de forma que cuando Felipe Gonzlez, entonces presidente del Gobierno, y Manuel Fraga, presidente de la Xunta de Galicia, me preguntaron qu haba que hacer en Santiago como preparacin para el ao 93, les contest que queramos desarrollar el Plan General: transformar la

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ciudad para que pudiera, conservando el legado histrico, marcarse objetivos urbansticos y econmicos nuevos y hacerlo con serenidad, sin tensiones que pudieran daar el conjunto construido.

El planeamientoNuestro trabajo en los ltimos trece aos se mueve entre el planeamiento y la arquitectura, a veces uno primero y otra despus, pero generalmente de forma concertada. Tras tres aos de trabajo, en 1988 se aprueba el Plan General de Ordenacin Urbana, que de acuerdo con la estrategia enunciada, pretende lograr una urbe moderna, bien dotada de infraestructuras y equipamientos, socialmente equilibrada, con una habitabilidad bien repartida y con un planeamiento y arquitectura de calidad. Este documento aborda la ordenacin del territorio preservando las zonas montaosas y de cultivo, los cauces, el entorno monumental y los ms de 100 pequeos ncleos de poblacin comprendidos en el trmino municipal. De poco vale planificar o preservar solamente el espacio construido si no se hace lo mismo sobre lo no construido. Los problemas de la ciudad repercuten sobre el campo, y viceversa; no son dos caras de una misma moneda, sino una misma cosa bien trabada, que debe ser objeto de una visin poltica unitaria. Preservar las zonas forestales y de cultivo, los humedales, apoyar los asentamientos poblacionales en torno a los ncleos ya consolidados o el tradicional modelo lineal disperso, son criterios vlidos a la hora de conseguir una ordenacin territorial debidamente conurbada con la ciudad; esto, en Galicia, no es hoy por hoy lo habitual, acostumbrados como estamos a un laisse