arana, juan. las primeras inquietudes filosóficas de borges

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De la revista Variaciones Borges

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  • Variaciones Borges 7 (1999)

    Juan Arana

    Las primeras inquietudes filosficas de Borges

    e propongo con este trabajo estudiar cmo evolucionaron las preocupaciones filosficas de Borges en los primeros esta-dios de su evolucin espiritual, intelectual y artstica. Por

    razones metodolgicas voy a centrar mi anlisis en los escritos de la dcada de 19201930, esto es, en los libros Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925), Inquisiciones (1925), El tamao de mi esperanza (1926), El idioma de los argentinos (1928) y Cuaderno San Martn (1929), as como en los escritos reunidos en la recopilacin Textos recobrados, la co-rrespondencia y otros testimonios correspondientes al periodo consi-derado.

    Por las condiciones que rodearon su formacin, era natural que Borges incidiera en los temas de la metafsica. Vivi el final del sueo ilustra-do, la quiebra del ideal de progreso que desencaden el estallido de la primera Guerra Mundial, la Gran Guerra. Hasta ese momento los nota-bles del pensamiento profesaban un optimismo evolucionista tutelado por la razn, plasmado en filosofas que totalizaban el saber cientfico, positivo, y se presentaban como alternativas a la religin y otras frmu-las tradicionales para ubicar al hombre en el mundo y orientarlo con respecto a su destino.

    El matrimonio de Jorge Guillermo Borges y Leonor Acevedo expresaba vivencialmente las contradicciones de aquel otoo de la edad moderna: l era un librepensador, un culto partidario del progreso y la emanci-pacin intelectual de los pueblos; ella era persona de slidas conviccio-nes religiosas, sin que ello implicara cerrazn mental ni cortedad de miras. El hijo tuvo que percibir el ntimo conflicto de puntos de vista tan opuestos, al que se aadan otros factores de tensin: pertenencia a una clase social que viva en Amrica y miraba a Europa, educacin en una familia de cultura hispanocriolla que cultivaba como herencia preciada e irrenunciable la lengua y letras inglesas... Para culminar tan-

    M

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    tas fuentes de zozobra anmica, el joven adolescente fue arrancado de su arrabal bonaerense y trasplantado al fro ambiente de una ciudad centroeuropea de tradicin francesa y calvinista.

    Si fuera verdad lo que deca Clarn de que se es de donde se hace el bachillerato, Borges sera ginebrino, y en los decisivos aos de estudio inmediatos a la maduracin de su personalidad se vio obligado a su-mar terceros ingredientes a las tensiones bipolares que actuaban sobre su espritu: protestantismo, junto a catolicismo y librepensamiento po-sitivista; lo francs, junto a lo ingls y lo hispnico. Una situacin pro-picia para refugiarse en la indiferencia o el escepticismo, pero que Bor-ges afront abriendo an ms el panorama, optando por el cosmopoli-tismo en el sentido menos trivial y ms decisivamente conformador de un espritu. Si el espaol vino impuesto por la patria, el ingls por la familia y el francs por la escuela, Borges adquiri el alemn por deci-sin personal. Y al catolicismo, al protestantismo y al positivismo ilus-trado que de un modo u otro le fueron dados, aadi por su cuenta y riesgo un cuarto elemento, la primera aportacin de su vocacin per-sonal: la metafsica. Buscar en la trabajosa lengua de Lutero y Goethe y en los enrevesados argumentos de los pensadores alemanes el com-plemento de un panorama mental ya de por s problemtico, no parece la decisin ms aconsejable desde el punto de vista pedaggico. Bor-ges, en efecto, tuvo que confesar su derrota ante las dificultades de la Crtica de la razn pura de Kant, lectura que emprendi en el verano de 1918, a los 19 aos (Vzquez 48). A pesar de ello, encontr poco ms tarde en Schopenhauer la forma de introducirse en los arcanos que no supo descifrar en las pginas del filsofo de Knigsberg.1

    No obstante, antes de discutir el peso y valor de estos influjos, convie-ne hacer una breve reflexin acerca del sentido mismo de lo filosfico en la evolucin del joven Borges. A mi juicio no busc en la filosofa, como tampoco en la cultura alemana, una alternativa excluyente de lo vivido y aprendido hasta entonces. No se trataba de pedir a la metafsi-ca lo que no le haban dado ni la religin ni la ciencia algo as como una solucin salomnica para resolver el problema suscitado por la Ley de los tres estadios (religioso, metafsico y positivo) de Augusto Comte. Ms bien parece que se manifest aqu por primera vez una opcin por

    1 Otra adquisicin que hizo en aquellos ltimos aos de su bachillerato ginebrino fue Schopenhauer, de quien admir El mundo como voluntad y representacin. Siempre consider que si el universo fuese expresable en palabras y un libro pudiera servir de plano, ese libro sera de Schopenhauer (Vzquez 49).

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    la totalidad, esto es, la voluntad de escrutar todos los caminos recorridos por el hombre para buscar en ellos luces que pudieran iluminar los misterios de la existencia. Es, en definitiva, el mismo impulso que lue-go le llevara a profundizar en la cultura italiana, en las atvicas tradi-ciones de su propio pas, en el mundo escandinavo, en el islmico, en el budismo, en la edad media, en el extremo oriente, en las creencias slo practicadas en los mundos creados por la imaginacin...

    Por otro lado, la decisin de atender a lo que la filosofa de gran porte tena que decir es algo ms que una primera muestra de gusto por lo extico. En cierto modo, el resuelto bachiller se solidarizaba con el do-loroso examen de conciencia acometido por los ms lcidos exponentes de la modernidad en crisis. El abismo de destruccin en que se haba sumergido Europa y el resto del planeta manifestaba a las claras la in-capacidad de la ciencia para la regeneracin moral de la humanidad, as como la ingenuidad de la fe en un progreso sostenido exclusiva-mente sobre conquistas materiales y la superacin de presuntas supers-ticiones ancestrales. Tal vez la filosofa tena que hacer algo ms que promover una visin cientfica del universo, tal vez fuera menester am-pliar el canon de lo admisible, incluso ms all de lo meramente racio-nal... Abandonemos, sin embargo, la consideracin de las peripecias biogrficas de Borges y de la poca que le toc vivir, para examinar ms de cerca las primeras fases de su produccin literaria.

    e

    A primera vista, la evolucin de Borges durante los aos veinte se re-sume en una etapa ultrasta, bastante activa y comprometida, por no decir francamente entusiasta, que da paso de modo un tanto abrupto a una fase de desencanto, en la que inicia una bsqueda ms personal de su identidad literaria, mediante la vuelta a planteamientos ms clsicos en lo formal y el ahondamiento por lo que respecta a los temas tanto en lo autctono argentino (el arrabal y la pampa) como en lo universal en el tiempo y el espacio. Cules son los porqus de esta trayectoria? Cabe alegar razones de circunstancia en unos casos, de influjos personales y propiamente literarios en otros: la llegada a Espaa y el contacto con los jvenes poetas de espritu vanguardista en Sevilla y Madrid, el con-tacto con Cansinos Assns y luego con Macedonio Fernndez, el afn proselitista que le llev a propagar el credo ultrasta en Mallorca y ms tarde en Buenos Aires, el espritu de grupo y las luchas con los ad-versarios estticos, el descubrimiento, en un momento dado, de la insu-ficiencia de los presupuestos del ultrasmo para dar cauce a sus necesi-dades expresivas, la paulatina adquisicin de peso especfico literario

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    por parte de la prosa polmica y ensaystica, con los consiguientes est-mulos para la transformacin de su concepcin de la potica...

    Estas y otras motivaciones, acaso ms decisivas, han sido ampliamente barajadas por la crtica (Cf. Olea Franco, Faras Metafsica y Actas). Sin disminuir su importancia, voy a fijarme en las que tienen que ver con preocupaciones filosficas o se dejan interpretar en esa clave. No se trata, por supuesto de una perspectiva indita. Ya Rodrguez Monegal, por ejemplo, llam la atencin sobre el hecho de que para Borges el ul-trasmo form parte de una lucha contra el yo (154). Pero creo que no han sido aprovechadas a fondo las posibilidades de este tipo de acer-camiento, de modo que quiz no sea estril ampliarlo algo ms de lo habitual.

    Entre 1920 y 1922 Borges escribi y public bastantes manifiestos pro-gramticos, a menudo firmados tambin por otros, en los que trataba de proclamar las bondades de la nueva fe esttica y encarecer la conve-niencia de superar otros usos de la repblica de las letras. Al leerlos, sorprende comprobar con qu decidido mpetu afloran en ellos hondas preocupaciones tericas. En el primero de todos, publicado en la revis-ta Grecia, hay una toma de posicin muy clara sobre las relaciones entre ser y tiempo:

    El cristianismo y an el paganismo se basaron sobre una concepcin de la vida esencialmente esttica. Por eso, mientras las almas fueron cristianas o paganas, el arte pudo buscar la euritmia, la arquitectura, lenta y segura. Hoy triunfa la concepcin dinmica del kosmos que proclamara Spencer y miramos la vida, no ya como algo terminado, sino como un proteico devenir. (Textos 30)

    Aparentemente se trata de un mero encomio del positivismo evolucio-nista spenceriano, pero la devaluacin de lo esttico y el elogio de los dinamismos renovadores implican ante todo la condena de todo lo que se ha instalado en el tiempo como mera repeticin. Basta un leve conta-gio con la visin schopenhaueriana para persuadirse de que lo espaciotemporal pertenece slo al Mundo de la representacin, que est despro-visto de autntica realidad, siendo mera apariencia, espejismo mecni-co sometido al principio de causalidad. Aqu lo existente se presenta co-mo cansina reincidencia en el mismo esquema, en idntica representa-cin. El estatismo es, en ese sentido, la absurda pretensin de superar la caducidad de que es del tiempo instalndose definitivamente en l, volviendo una y otra vez a trazar la misma senda, el mismo gesto, la misma historia. Para escapar de esa dinmica nihilista hay que romper la continuidad de lo temporal, el sometimiento a lo mecnico, a lo pre-visto y previsible, mediante rupturas audaces que propicien la apari-

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    cin de novedades genuinas. El rechazo de las tradiciones literarias tiene que ver precisamente con la condena de los esquematismos este-reotipados, las aagazas, las frmulas infalibles:

    Estos trucos (anttesis, frases de relumbrn, quincallera verbal...) Son asumibles en cualquier retrica, y es hora de olvidarlos. Por eso, no-sotros los ultrastas, convencidos de que lo nico importante es la emocin desechamos todo lo arquitectnico, es decir todo lo ficticio que se disfraza de belleza, y buscamos inditas trayecto-rias.(Rplica1920 Textos 70)

    La contraposicin entre la emocin y lo arquitectnico revela que mien-tras que todo opus rationis est condenado definitivamente a navegar en el laberinto de las representaciones, la emocin hace referencia a la vo-luntad, a la obscura raz de lo que est ms all del tiempo y el espacio y constituye su misma fuente. As, los motivos ms caractersticos de la tradicin idealista alemana sirven para criticar ese mundo de tediosas canonizaciones impuesto por la moderna ciencia de la naturaleza y su agobiante entramado de leyes. Las leyes gobiernan el mbito de lo me-cnico, de lo que se reduce a un nico principio repetido hasta la sacie-dad en miradas de casos particulares. Por eso mismo, cada caso parti-cular no vale nada, no es nada, slo un reflejo cada vez ms diluido del nico principio que constituye el paradigma originario. Es el dispositi-vo, tan familiar a los lectores de Borges, del espejo que refleja la imagen reflejada por un segundo espejo y as indefinidamente. Si el hombre fuera eso, un engranaje ms de un cosmos mecnico y ficticio, no se inquietara por ello, cumplira mansamente su funcin especular en el laberinto universal de superficies reflectantes. De hecho, se puede in-terpretar la modernidad, el cultivemos nuestro huerto de Voltaire, co-mo un intento de asumir tan humilde condicin y destino.

    Pero no slo es una ciega ambicin lo que lleva a rechazar ese chato conformismo. La tica no es necesaria en una comunidad de insectos, que siguen las pautas inmutables del instinto; pero en el hombre hasta la ms sabia y previsora legislacin es susceptible de corrupciones y aplicaciones perversas. Si la metfora que nos identifica con los espejos resulta vlida, hay que aadir que nuestra ndole es la de espejos de-formados que rompen la previsibilidad de cualquier artilugio mecni-co. Borges desconfa de la posibilidad de rectificar y pulir la faz de es-tos espejos, y por eso piensa en la esttica a modo de lente correctora: Existen dos estticas: la esttica pasiva de los espejos y la esttica acti-va de los prismas. (Manifiesto del ultra 1921 Textos 86) Refraccin contra reflexin; mientras el espejo se limita a devolver el rayo lumino-so incidente, el cristal quiebra su trayectoria, separa los colores que lo

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    forman, articula nuevas verdades, construye mundos inditos que des-velan la falsedad de ste que vivimos. Por eso es una suerte que en cuanto espejos seamos deficientes: la maquinaria engrasada y perfecta de la naturaleza reproduce sin desmayo ni prdida la procesin de es-pectros que constituye su esqueleto, otorgndole mentirosa solidez; en cambio el hombre fracasa y slo logra torpes imitaciones que le sugie-ren lo artificioso de todo el entramado y la posibilidad de suplantar la ficcin del tiempo y el espacio por otras ficciones nuevas y libres. En este sentido, el ultrasmo no es un mero invento, es tan antiguo como el afn de autnticas novedades: Los ultrastas han existido siempre: son los que, adelantndose a su era, han aportado al mundo aspectos y expresiones nuevas. A ellos debemos la existencia de la evolucin, que es la vitalidad de las cosas. (Textos 86) Hay aqu una visin demirgica del hombre, puesto que a su modo es capaz de emular la hazaa en-gendradora del universo. Ms an: es un Prometeo que no se conforma con robar a los dioses el fuego sagrado, sino que emula su aptitud para sacar el orbe virtualmente de la nada: La creacin por la creacin, puede ser nuestro lema. Conviene justipreciar la semntica de la palabra creacin en este contexto: supera con mucho la del hallazgo, de nuevas ideas y modos de expresin, tiene un matiz cosmognico que resultara insensato si previamente no hubiera sido devaluada la virtud gensica de la realidad. Que el hombre pueda crear mundos no lo divi-niza, porque la creacin del mundo ha dejado de ser una tarea ajustada a la dignidad de Dios. La enseanza que el joven Borges ha extrado de la tradicin idealista y del pesimismo schopenhaueriano afecta ante todo al cosmos, que ahora guarda un inestable equilibrio en el mismo borde de la nada, hasta el punto de que algo semejante a l pueda ser alumbrado por cualquiera de sus inexpertos habitantes. El mundo in-terior, en efecto, es tan real como el exterior (Horizontes 1921 Tex-tos 105), lo cual sienta las bases de otra de las constantes del pensa-miento borgesiano: la concepcin onrica de la realidad, la aptitud de la ficcin para ser con la misma plenitud es decir, muy poca que cualquier otra entelequia.

    Nacido en un ambiente espiritual nihilista, el ultrasmo capt el aspec-to positivo de esta triste erosin de los fundamentos de la realidad: de ah su entusiasmo y aplicacin. Sus partidarios comulgaban con la go-zosa certeza de haber encontrado la clave que inconscientemente em-plearon los grandes hombres de todas las pocas. Algo a la vez muy antiguo y muy moderno, una especie de mathesis universalis de la inspi-racin: en sus albores no fue ms que una voluntad ardentsima de realizar obras noveles e impares, una resolucin de incesante sobrepu-

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    jamiento. (Ultrasmo 1921 Textos 127) Sus representantes, un gru-po de poetas con veintipocos aos, pletricos de euforia, crean haber escapado del montono conjunto de engranajes concatenados en que los cientificistas del siglo XIX haban transformado el mundo. No se asustaban ante el desafo de convertir su vida en un conjunto de irrepe-tibilidades, y se sentan prdigos de una riqueza que juzgaban inago-table. La expresin ms venturosa de esta confiada generosidad se en-cuentra en el Manifiesto que Borges redact en 1922 para el segundo nmero del peridico mural Prisma:

    Hastiados de los que, no contentos con vender, han llegado a alquilar su emocin i su arte, prestamistas de la belleza, de los que estrujan la msera idea cazada por casualidad, tal vez arrebatada, nosotros, mi-llonarios de vida y de ideas, salimos a regalarlas en las esquinas, a despilfarrar las abundancias de nuestra juventud, desoyendo las vo-ces de los avaros de su miseria. (Textos 150)

    Aquel mismo ao, Borges public el ensayo El cielo azul, es cielo y es azul, en el que expona las bases filosficas del empeo patrocinado por su generacin. All se critica la concepcin materialista de las ideas, a la que se opone el idealismo, que rompe el monolitismo del determinis-mo causalista y lo fragmenta en mltiples vivencias que tienen en s mismas su principio y su fin: Y si el principio de causalidad fuera un mi-to, y cada estado de conciencia percepcin, recuerdo o idea no recelase na-da, no tuviese escondrijos ni raigambres con los dems ni honda significacin, y fuese nicamente lo que parece ser en absoluta y confidencial entereza? (Textos 157) La pregunta acuciante es entonces dnde se asienta esa pe-culiar constelacin de estados de conciencia, que por no esconder mis-terios se convierte ella misma en el ms opaco de los enigmas. Para dar una respuesta, Borges apela al maestro que le revel la falta de consis-tencia de todo el orden de la representacin: Esta fuerza cuya existen-cia atestiguamos todos es lo que llama voluntad Schopenhauer: fuerza que duerme en las rocas, despierta en las plantas y es consciente en el hombre. (156)

    No obstante, la consumacin de este proceso emancipatorio tiene un precio, a saber: prescindir de todos los principios que tejen ilusorias identidades sobre lo disperso. El principio de causalidad es la primera vctima de esta imprescindible depuracin, pero la segunda nos toca muy de cerca: se trata del propio yo, pues slo sirve para unificar las vivencias sobre la base de la identidad personal:

    Pero si rebasadas las triquiuelas orales, procuris ahondar la sus-tancia de lo que asevero, sentiris cmo la vida maciza se resquebraja y desparrama. Vuestro Yo consumar su jubiloso y definitivo suici-

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    dio; las ms opuestas opiniones nunca se darn el ments; la Eterni-dad, arrugada, cabr en la corta racha de lo actual; se quebrantarn las formidables sombras teolgicas, y el espacio infinito caducar con su exorbitancia de estrellas. (Textos 157158)

    La apuesta es fuerte, por ms que las ganancias que promete sean ten-tadoras. Ahora ya se comprende la condena global de los modos usua-les y abusivos de la poesa, vctima en manos de romnticos y moder-nistas del prurito de querer expresar la personalidad de su hacedor (131). Asimismo, la insistencia en la ruptura de la continuidad de las formas artsticas, la condena de la novela y de cualquier intento de res-tablecer la unidad del discurso a lo largo del tiempo.2 Todos los inten-tos de diluir en la temporalidad las diferencias, todas las historias, caen irremediablemente en el mundo de la representacin, pierden su contac-to inmediato con la obscura fuerza originaria, el manantial de las im-genes primordiales que fatigosamente reciben y devuelven ms tarde los espejos de lo aparente. Slo en el instante cabe sondear la presencia de lo eterno, mediante un acto de intuicin esttica apartado de la his-toria, cuya plasmacin requiere vehculos expresivos puntuales y exen-tos, en especial la metfora, esa curva verbal que traza casi siempre en-tre dos puntos espirituales el camino ms breve. (Anatoma de mi ultra 1921 Textos 95) Una carta de 1920 a su amigo suizo Abra-mowicz argumenta la necesidad de esta gigantesca purga de todo lo extrnseco:

    Queremos (3 4 de nosotros) destruir la retrica, la concepcin arqui-tectnica del poema, los festones y los astrgalos como deca Boileau. Queremos condensar, no decir sino lo esencial. Hacer del poema un todo viviente y orgnico donde cada lnea sea la sntesis acabada de una sensacin de una impresin del mundo externo o espiritual, de un estado de alma, dira yo, si la expresin no fuera sospechosa y va-ga. (Textos 429)

    Y en otra carta algo posterior a su amigo mallorqun Jacobo Sureda re-macha su antipersonalismo vandlico: Ya ves: el Yo no existe, la vida es un bodrio de momentos descabalados, el Arte (concedmosle una mayscula al pobre) debe ser impar y tener vida propia, lo autobiogr-fico hay que ahogarlo para mayor felicidad propia y ajena, etc. (citado por Zangara 420).

    2 Desde ya puede asegurarse que la novela esa cosa maciza engendrada por la su-persticin del yo va a desaparecer, como ha sucedido con la epopeya i otras catego-ras dilatas (Proclama, Textos 123).

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    Es muy plausible que, adems de la huella de Kant y Schopenhauer, repetidamente mencionados en los textos y correspondencia de estos aos, Borges fundara sus primeras convicciones filosficas en la tradi-cin empirista anglosajona, tan crtica con las nociones de sustancia y causalidad. Muy en particular David Hume quiso reducir el yo a un flujo disperso de vivencias. Aceptando esta premisa del autor ingls, Borges pensaba que no es el flujo, el ro, lo que importa, sino cada gota, cada elemento de la corriente, porque es capaz de producir por s mis-mo el impensado milagro: Superando esa intil terquedad de fijar verbalmente un yo vagabundo que se transforma en cada instante, el Ultrasmo tiende a la meta primicial de toda poesa, esto es, a la trans-mutacin de la realidad palpable del mundo en realidad interior y emocional. (Textos 131)

    e

    Resulta extrao que quien con tanto denuedo defenda una concepcin esttica bien en consonancia con sus inquietudes filosficas, tardara tan poco tiempo en despegarse de aquel ideario. Pero as fue. Aunque siempre quedara algo en Borges de su pasin juvenil por el ultrasmo,3 lo cierto es que se apag mucho antes que su ardor juvenil. De hecho, apenas haba dejado de redactar manifiestos en pro del movimiento cuando ya anunciaba a un amigo: escribo bastantes versos ahora, pero largos, nada visuales, sin gran alarde metafrico y con trastienda meta-fsica o religios (Carta a Sureda del primer semestre de 1923, Meneses 80). De acuerdo con la lnea que he seguido hasta ahora, tratar de ave-riguar si tras tan repentino giro en la orientacin literaria de Borges hay tambin una motivacin filosfica, sin perjuicio de que las haya estric-tamente literarias o de cualquier otro tipo, y sin pretender siquiera dis-putar a stas su eventual prioridad.

    Pues bien, el principal problema para seguir manteniendo sin cambios la posicin estticofilosfica de los aos 19201922 era la difcil y en todo caso imperfecta armonizacin de los elementos que la integraban. El ultrasmo era demasiado vitalista, mientras que el idealismo desper-sonalizador estaba demasiado abocado a la nihilidad del ser y del co-nocer. Haba habido precipitacin en proclamar con jbilo la irrupcin de lo eterno y verdadero a travs de lo ms efmero de la ficcin del tiempo: el instante y las intuiciones puntuales que permite alumbrar. Sin contar con la dificultad para prescindir de la conciencia y mantener 3 El ultrasta muerto cuyo fantasma sigue siempre habitndome goza con estos juegos (Historia de la Eternidad 1936 OC 1: 380).

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    las vivencias anmicas. No sorprende que los crticos hayan detectado titubeos en la actitud de Borges hacia el individualismo. (Cf. Zangara 140) Para pasar del tiempo a la eternidad es insuficiente romper su con-tinuidad y esperar ingenuamente que aqulla aflore por las resquebra-jaduras resultantes. Hay que pagar un precio mucho ms alto, hay que apurar el cliz de la despersonalizacin y la nada. Por eso, los libros que vern la luz en los aos venideros sern ms graves, desesperan-zados, melanclicos. El europesmo rampante es sustituido por la inte-gracin en la marginalidad (el arrabal) de un pas marginal, en el rin-cn ms alejado de los centros vitales de la cultura de la poca. Los desengaos amorosos, la ausencia de amigos desaparecidos en la flor de la vida, el descorazonador ambiente de una literatura regida por la mediocridad, empaaron an ms un panorama ya de por s sombro. Se puede decir que en el conflicto entre lo literario y lo metafsico se sobrepuso el segundo elemento,4 y la segunda singladura potica de alguna manera busca la armona con las primeras inquietudes filosfi-cas del joven autor. Borges, en efecto, reafirma en el prlogo escrito en 1969 para Fervor de Buenos Aires (1923) su devocin nunca desmentida por Schopenhauer (OC 1: 13),5 y en muchas ocasiones posteriores auto-caricaturiza la actitud de estos aos, definindola como buscadora de atardeceres, arrabales y desdichas.

    Por consiguiente, no es descaminado afirmar que las preocupaciones filosficas de Borges son ms o menos las mismas antes y despus de su distanciamiento del ultrasmo y que en cierto modo ste se produce precisamente para no tener que abandonar aqullas. Y es que, tras el apa-rente carcter autctono de su primer poemario, tras las notas de color local y las efusiones sentimentales de quien est aprendiendo el amor y la infelicidad, Fervor de Buenos Aires es entre las obras de Borges una de las que registra mayor presencia de los problemas filosficos perennes. A pesar de sus pocos aos, la larga estancia en Europa ha marcado una cesura que lo aleja irreversiblemente de su niez y de la ciudad que la rode, no vivida, pero s soada. Es sincera la nostalgia con que con-templa un estilo urbano ya desaparecido o en trance de hacerlo. La crepuscularidad de las vivencias experimentadas durante los solitarios paseos por las afueras, la carencia o tal vez la inexistencia de lo que se

    4 En abono de esta tesis cabe alegar una declaracin posterior de Borges, afirmando que Fervor de Buenos Aires no poda considerarse representativo del ultrasmo a cau-sa de la inquietacin metafsica (Cf. Inquisiciones 107). 5 Evoca su conjetura fundamental en Amanecer, 38.

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    evala como ms valioso, estn muy en consonancia con una ontologa que minimiza el valor y realidad de lo inmediato y aparente, y recela de poder nunca alcanzar otras dimensiones ms plenas y verdicas. El Dios de los telogos, la Cosa en s de Kant, la Voluntad de Schopenhauer son los remotos objetivos de la indagacin borgesiana. En la etapa ul-trasta pens que el jubiloso descalabro de la retrica, el abandono de los caminos trillados de la literatura, el olvido del yo y su corte de nar-cisismos propiciaran una misteriosa pero asequible epifana de aqu-llos. Ahora desespera de una solucin tan fcil: los aos que he vivido en Europa son ilusorios, yo estaba siempre (y estar) en Buenos Aires (OC 1: 32). Por eso prospera y eclosiona la concepcin onrica de la rea-lidad: el mundo es sueo, el yo tambin; slo se diferencian por el ca-rcter privativo del ltimo y la extraa solidaridad de una comunidad de soadores que dan lugar al primero. Entonces, cuando el esfuerzo mancomunado cosmognico se afloja a altas horas de la madrugada por retirarse la mayora a la privacidad de su letargo los cimientos de universo empiezan a tambalearse (3839): Yo soy el nico espectador de esta calle; si dejara de verla se morira (43). La realidad cambia porque los sueos corren; su deidad es el tiempo, inmortalidad infati-gable que todo lo devora (28). Sera de otro modo si las cosas encerra-sen un ncleo duro capaz de resistir el roce de las horas, pero Borges las ha vaciado de su sustancia, las ha convertido en tenues envolturas sin contenido, cuya vanidad se muestra cuando el suave soplo de Cronos las disipa como cualquier otra figuracin de los durmientes.

    Borges adopta una pose filosfica desengaada (OC 1: 37), se decide a arrancar las mscaras a los habitantes de este mundo, aunque tras las mscaras solo est... la nada. El nihilismo ya no es una consigna, es una concepcin vvida que lo impregna todo: nuestras nadas poco difieren (15), vanidad es el calificativo que mejor cuadra a su propio corazn (20), ausencia como sol que desvanece la ficcin que es la realidad (41)... La eternidad, antes relativamente prxima, est ahora muy lejos, tanto que espera en la encrucijada de las estrellas (23) y ni siquiera cuadra a las ideas (38). Ya no merece la pena intentar resquebrajar los muros de la crcel del tiempo. Mejor solucin es dejarse llevar por la baraja, que desplaza la vida y hace olvidar el destino (El truco, 22). O saludar a la muerte, digna y respetable (La Recoleta, 18), igualadora de almas (21). Tristes consideraciones que inducen a pensar que Borges ha sucumbido al pesimismo irredento de su mentor filosfico. Sin em-bargo, su discurso es sosegado, ninguna crispacin viene a turbar la belleza que el milagro de la poesa consigue hermanar con las ms l-gubres reflexiones. Y adems quedan enigmas que arrancan a Borges

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    del tedio y lo encaminan a renovadas indagaciones. Uno en particular constituir el punto de partida de hallazgos venideros, capaces de ver-tebrar un nuevo proyecto literario. Se trata de la dialctica que opone la unidad a la pluralidad, o la identidad a la diversidad. Resurgen as las viejas discusiones de los griegos, cuya fascinacin form parte de la herencia que Jorge Guillermo Borges supo transmitir a su vstago. Aunque aceptemos la tesis de que el mundo se reduce a representacin y que ni l ni los yos que lo pueblan tienen la menor consistencia, cul es la raz de su aparecer, ya que no de su ser? De dnde surgen los simulacros de fijeza y devenir que los acompaan? Desfondar la reali-dad del universo no basta: incluso reducido a una fina costra fenom-nica, hay que preguntarse por qu no acaba de sedimentarse en algo slido, como el ser, o de dispersarse en algo voltil, como el tiempo:

    ...es el asombro ante el milagro de que a despecho de infinitos azares, de que a despecho de que somos las gotas del ro de Herclito, perdure algo en nosotros: inmvil. (Final de ao, 30)

    El misterio de la identidad personal no slo es llamativo, es acuciante, porque constituye en s mismo una promesa de inmortalidad, la evi-dencia de que incluso en el mundo de la representacin no todo se re-duce al tiempo. La tragedia del hombre consiste en que no sabe resig-narse a dejarse llevar por la vida, roto en mil pedazos, perdiendo la memoria que colecciona diversidades y las transforma en biografas. Pero la vocacin de Borges no es regodearse en la tragedia, sino con-vertirla en germen de salvacin. Lo verdaderamente trgico no es que neguemos con nuestra identidad personal el tiempo, sino que lo haga-mos de una forma parcial e insuficiente. Por eso estamos abocados a la muerte. Que nos reconozcamos a nosotros mismos en el que fuimos ayer y anteayer no es malo; lo malo es que no quepan ms cosas en ese reconocimiento, otros yos, otras vivencias, otros modos de ser. Lo terri-ble es que las vidas de los hombres arden como velas aisladas, que todo inmediato paso nuestro camina sobre Glgotas (Calle descono-cida, 20). La condena del yo no nace de que sea un principio ilusorio de unidad, sino de que la unidad que establece es restringida, men-guada.6 Hay que romper sus fronteras, ampliar sus lmites, hasta con-

    6 Se oscureci mi dicha, pensando / que de tan noble acopio de memorias / perdu-raran escasamente una o dos / para ser decoro del alma / en la inmortalidad de su andanza (Trofeo, 47).

  • 18 Juan Arana

    seguir abrazar los ltimos horizontes que nos circundan. De manera que la frmula nihilista nuestras nadas poco difieren se llena de con-tenido por el dato de que difieran poco: la semejanza puede convertirse en va de comunicacin, en puerta abierta hacia una identidad engran-decida y quiz plena: las cosas que ocurren a un hombre ocurren a to-dos (9); virtuosamente usurpamos la identidad de los muertos: hasta lo que pensamos podra estarlo pensando l tambin; nos hemos repar-tido como ladrones el caudal de las noches y de los das. (Remordi-miento por cualquier muerte, 33). Hay un texto que expone cabalmen-te este descubrimiento metafsico y que hay que evitar confundir con una trivial pervivencia en la memoria de los otros:

    Ciegamente reclama duracin el alma arbitraria cuando la tiene asegurada en vidas ajenas, cuando t mismo eres el espejo y la rplica de quienes no alcanzaron tu tiempo y otros sern (y son) tu inmortalidad en la tierra.

    (Inscripcin en cualquier sepulcro, 35) De manera que el alma se dispersa en otras almas (18) y Borges ni si-quiera retrocede ante la comunin con el ms odiado y violento de los dictadores (Rosas, 28). Por otra parte, el colapso identificatorio tras-ciende incluso el mbito limitado de las conciencias; las manzanas de Buenos Aires son montonos recuerdos de una sola (Arrabal, 32).

    Borges dijo que Fervor de Buenos Aires de alguna manera prefiguraba todo lo que escribira despus. No era slo una frase. Desde el punto de vista filosfico esta obra primeriza marca el comienzo de su andadura, el momento en que sin renunciar a Schopenhauer, a Kant, a Berkeley y a Hume, dej de ser su epgono. Convirti los problemas que abstrac-tamente pululaban por libros y ctedras en materia viva para su propia bsqueda literaria e ntima. Comprobemos de qu manera fue progre-sando en esta trayectoria a travs de las restantes obras de su primera juventud.

    e

    En 1926 aparecen dos libros de Borges: el poemario Luna de enfrente y la coleccin de ensayos Inquisiciones.7 Si el segundo fue excluido por el autor de la edicin de sus Obras completas, del primero se despeg os-tentosamente en el prlogo que le antepuso en 1969 (cf. OC 1: 55). No obstante, ambos tienen importancia para seguir el rumbo de las pre-

    7 Sobre este libro, cf. el detenido estudio de Faras Actas 33209.

  • Las primeras inquietudes filosficas de Borges 19

    ocupaciones metafsicas, compaeras vitalicias de sus empresas litera-rias. Lo ms llamativo de ellos es que confirman el resignado y gallar-do confinamiento en el mundo visible, la decidida renuncia a trascen-derlo colocndose por encima o por debajo de l. Ni el Dios de los cie-los ni la substancia de los subsuelos fenomnicos merecen su fe o su seguimiento. Aunque sea flaca la realidad que nos envuelve, no hay otra apuntalndola desde una dimensin escondida a nuestras mira-das. sta es una conviccin firme, una especie de catecismo hecho de negaciones y que surgi de una revelacin sbita, capaz de provocar algo as como una conversin. Borges la ubica en el momento de su des-pedida de Mallorca para regresar a Buenos Aires:

    ...de golpe, con una insospechada firmeza de certidumbre, entend ser nada esa personalidad que solemos tasar con tan incompatible exorbitancia. Ocurriseme que nunca justificara mi vida un instante pleno, absoluto, contenedor de todos los dems, que todos ellos ser-an etapas provisorias, aniquiladoras del pasado y encaradas al por-venir, y que fuera de lo episdico, de lo presente, de lo circunstancial, no ramos nadie. Y abomin todo misteriosismo. (Inquisiciones 99)

    Y como converso sin iglesia, parte a la bsqueda de correligionarios, de otros negadores del yo y afirmadores de un sentido pantesta de afini-dad universal: Agripa de Nettesheim (9798), Torres de Villarroel (11), Walt Whitman (100)... En decenios sucesivos muchos otros sern aa-didos a la singular nmina de la fe borgesiana.

    Tras renunciar a lo distante, Borges se vuelve hacia lo inmediato: de ah el obstinado empeo de recuperar su identidad criolla y de dar sabor local a las nuevas composiciones, decisin que ms tarde repudiar por errnea. En la misma rbita hay que situar algo que, sin embargo, nun-ca desmentir: la plena asuncin de la literatura como vocacin y en la medida de lo posible como profesin. Borges escribe sobre los es-critores y la escritura, oficia de crtico y polemista, entreteje su discurso con el de quienes se dedican a las letras, se convierte en definitiva en alguien que hace del lenguaje su hogar y su horizonte. En adelante muchas veces sentir la nostalgia de las vivencias a las que renunci por las palabras, pero aparte de otras consideraciones, su opcin es co-herente con la asimilacin de lo real a lo ficticio en la ontologa que profesa. Por carecer de la inevitable pretensin de solidez que tienen las cosas, las formas lingsticas resultan ms verdicas que aqullas al menos no engaan ni quieren engaar. Ms todava: como lo nico que se nos da es un confuso tropel de percepciones, que es dable articular de mltiples maneras, el lenguaje uniendo tal color, tal tacto y tal sonido para formar la entidad rbol o gato es propiamente la instancia que conforma el mundo, al modo de los antiguos dioses.

  • 20 Juan Arana

    instancia que conforma el mundo, al modo de los antiguos dioses. Pa-ra una consideracin pensativa, nuestro lenguaje quiero incluir en esta palabra todos los idiomas hablados es uno de tantos arregla-mientos posibles (72). La capacidad justificatoria de la literatura se vuelve ms que plausible (69), puesto que acaba de civilizar y dar sen-tido a unos objetos huecos por dentro y aislados por fuera. El poeta es quiz el nico que puede hacer habitable un mundo semejante, y as voy devolvindole a Dios unos centavos del caudal infinito que me po-ne en las manos (73).

    Las dos piezas maestras desde el punto de vista filosfico de esta poca son los ensayos La nadera de la personalidad8 y La encrucijada de Berkeley,9 textos que confesadamente fueron motivados por discusio-nes con Macedonio Fernndez (171). Hay que tener bien presente esta influencia, porque muy bien puede estar detrs del abandono de las vanguardias literarias en que Borges haba militado hasta su regreso a la Argentina. En estos trabajos se implica en los enigmas de la metafsi-ca como nunca lo haba hecho antes ni tampoco har despus: apenas hay irona que distancie al lector de los argumentos, presentados con la misma vehemencia con que su urdidor haba intervenido antes en las polmicas literarias. Plantea una sntesis muy peculiar de sus filsofos favoritos y avanza con aplomo en la senda del fenomenismo: La reali-dad no ha menester que la apuntalen otras realidades. No hay en los rboles divinidades ocultas, ni una inagarrable cosa en s detrs de las apariencias, ni un yo mitolgico que ordena nuestras acciones. (102). Esto resulta muy desconsolador si buscamos un fundamento de ptrea firmeza para que sobre l descanse la fbrica del cosmos. En una sola frase ha descalificado el espiritualismo (que busca sustento en Dios), el materialismo (que trata de dar a los objetos una consistencia intrnseca) y el idealismo convencional (que fa en el sujeto lo que niega al objeto). Es decir, quita de en medio a la prctica totalidad de los contendientes en la arena filosfica. Tampoco es el suyo un fenomenismo puro, pues-to que ste en general se atiene a las apariencias y no cuestiona el tipo de entidad que corresponde al fenmeno. En cuanto al idealismo ber-keleyano, segn Borges acierta cuando critica a sus adversarios, pero sucumbe al mismo afn unificador y fundamentalista que ellos:

    Berkeley afirma: Slo existen las cosas en cuanto se fija en ellas la mente. Lcito es responderle: S, pero slo existe la mente como per-

    8 Artculo publicado en Proa, agosto 1922, e incluido en Inquisiciones 93104. 9 Artculo publicado en Nosotros, enero 1923, e incluido en Inquisiciones 117127.

  • Las primeras inquietudes filosficas de Borges 21

    ceptiva y meditadora de cosas. De esta manera queda desbaratada no slo la unidad del mundo externo, sino del espiritual. El objeto cadu-ca, y juntamente el sujeto. (123)

    La curiosidad ontolgica suele conducir al fenomenista a los predios del idealismo, y Borges es un fenomenista con curiosidad ontolgica. Pero la culminacin del idealismo es un Yo con mayscula, y Borges no quiere admitir ni siquiera uno que se escriba con letras pequeas: Quiero abatir la excepcional preeminencia que hoy suele adjudicarse al yo (93). Por qu? Macedonio se opona al yo como nica forma de superar el miedo a la muerte (OC 4: 57), motivacin escatolgica que seguro no dej indiferente a Borges. Pero la presumible fobia se oculta aqu tras la conclusin de una sutil y frustrada bsqueda: no encuentra el yo ni en el mundo apariencial, ni en las apercepciones, ni en el cuer-po, ni en las operaciones de la mente, ni siquiera en la conciencia. Ya descartados los afectos, las percepciones forasteras y hasta el cambiadi-zo pensar, la conciencia es cosa balda, sin apariencia alguna que exista reflejndose en ella. (104). Parecen justificadas las otras negaciones, mas por qu negar amparo al yo en el repliegue de la conciencia? Pre-cisamente por ser sta una concomitancia, una compaera de la vida psquica que requiere ser asentada ella misma y no puede por tanto dar asiento a otra cosa. Y lo que se pretende del yo es precisamente que unifique, que sustente al alma y de paso al mundo al que ella se asoma. Pero la conciencia es reflexin, vuelta sobre algo previamente dado; de ah que se declare vaca, una especie de parsito ontolgico en sempi-terna demanda de abrigo.

    Ahora bien, si el yo falta, que pasa con la identidad personal? Por qu me reconozco en los que fui y hasta admito que se me imputen las faltas de los que antes de que estuviese aqu usaron mi mismo nombre? Borges recurre otra vez al desnudo escalpelo fenomenista para disipar esta sombra. La nica responsable de que una coleccin de vivencias se conviertan en un yo es la memoria, y la memoria no es sino el nombre mediante el cual indicamos que entre la innumerabilidad de todos los estados de conciencia, muchos acontecen de nuevo en forma borrosa. (95). Hay que hacer un esfuerzo de imaginacin para captar la fuerza de esta consideracin: Si no hay yos, ni sustancias, ni principios tras-cendentes de unidad, el mundo es, en efecto, el ro de Herclito, una inmensidad de gotas dispersas que se resuelven en actos separados de conciencia. Borges no niega esto, y acepta por consiguiente el famoso principio cartesiano pienso, luego existo. Pero aun cuando tales vi-vencias atmicas no puedan ser ensartadas unas con otras, como cuen-tas de collar, cada una de ellas amalgama una pluralidad de elementos

  • 22 Juan Arana

    o aspectos. Cuando observamos una cosa, por muy centrada que est la mirada en lo que nos ha llamado la atencin, entran por el rabillo del ojo muchas otras imgenes que se suman, desvadas, a la que polariz el acto visivo. Lo mismo ocurre con el pensamiento: los pensamientos nunca surgen aislados, vienen acompaados por una cohorte de viven-cias anmicas que discretamente permanecen en un segundo plano de la conciencia. Para Borges, de la misma manera que el instrumento mu-sical emite junto a la nota principal una serie de sonidos concomitantes, cada vivencia tambin se asocia a los ecos ms o menos apagados de otras vivencias ms o menos prximas, y sobre esa exclusiva base re-construimos una historia, una biografa, un yo. Para refutarlo, Borges perpetra un argumento del mismo tipo que el de aquel eclesistico que neg la evolucin afirmando que Dios pudo haber creado el mundo ayer mismo, enterrando dentro de l los restos, las huellas y los fsiles de un pasado ficticio.

    e

    Si en Inquisiciones Borges se preocupa de encontrar una justificacin terica de sus convicciones e incluso de sacar las consecuencias que pueden tener para su empeo, en Luna de enfrente explota ampliamente las posibilidades expresivas de los nuevos hallazgos. Confirma el oni-rismo presentando el sueo como la realidad ms ntima (Amorosa anticipacin, 59). El existir se desdibuja (64) y el tiempo aparece una vez ms como ficcin, pero, por otro lado, el tiempo est vivindome (59), de manera que slo cabe escapar de esta dialctica gracias a la muerte, tempestad oscura e inmvil que desbandar mis horas (72). El hombre ha de poner sus miras en otra parte; ha de ahondar en su miseria: Mi humanidad est en sentir que somos voces de una misma penuria (62). Esta indigencia, al ser una y la misma en todos, apunta a lo que definitivamente nos salva sin trascendernos: Creo que mis jornadas y mis noches se igualan en pobreza y en riqueza a las de Dios y a las de todos los hombres (Mi vida entera, 70). Es un tema que tendr un largo recorrido en los escritos del poeta: pobreza como condicin y principio paradjico de eternidad y plenitud. El escaso nmero de variantes que en el fondo presenta la vida humana es la me-jor garanta de su preservacin, aunque no en s, sino en otro simulacro de sujeto: Alguien recoger mis pasos y usurpar mi devocin y esa estrella; yo resurgir en su venidero asombro del ser (72). Borges lleva hasta el extremo el precepto asctico del olvido de s mismo; per-sigue llegar a disolverse por completo en las experiencias que resultan menos especficas, menos privativas, porque mi nombre es alguien y

  • Las primeras inquietudes filosficas de Borges 23

    cualquiera (62). Y, entre ellas, ocupa un lugar principal la experiencia profunda y originaria del lenguaje (he paladeado numerosas pala-bras, 70), la clave perdida con la que tal vez podramos descifrar todas las cosas: El mar es un antiguo lenguaje que no alcanzo a dulcificar (65). El Borges maduro resulta cada vez ms reconocible en estos textos que revelan las estaciones de un peregrinaje en busca de la redencin de lo que el giro nihilista de la modernidad haba convertido en deses-peradamente precario.

    e

    Con El tamao de mi esperanza (1926)10 y El idioma de los argentinos (1928) y Cuaderno San Martn (1929) llegamos al trmino del anlisis empren-dido. Dos de estos tres libros, al igual que Inquisiciones, fueron recha-zados por Borges, hasta el punto de asegurar la inexistencia del prime-ro.11 Acostumbrado a tomar lo real y lo imaginario como partes de un sistema de vasos comunicantes, es posible que fuera sincero al hacerlo: por una vez el trasvase habra ido del primer elemento al segundo (de la realidad hacia la irrealidad), y no al revs como era habitual en l. No voy a entrar en los motivos de esta inquina. Como sugiere el ttulo, es quiz el ms esperanzado libro de Borges: Bendita seas, esperanza, memoria del futuro, olorcito de lo por venir, palote de Dios! (Tamao 11). Esperanza de qu? De acuerdo con una declaracin programtica, de algo no muy desmesurado:

    Ya Buenos Aires, ms que una ciud, es un pas y hay que encontrarle la poesa y la msica y la pintura y la religin y la metafsica que con su grandeza se avienen. Ese es el tamao de mi esperanza, que a to-dos nos invita a ser dioses y a trabajar en su encarnacin. (14).

    A fin de cuentas, descontando la prosopopyica apologa, slo se trata de ponerle un poco de literatura a un pas sin historia y a una ciudad de aluvin. O hay algo ms? En cierto modo, lo que supone una des-ventaja en el terreno del ser, puede convertirse en privilegio para la ficcin. No se trata de espejear con hechos y gestas, hay que inventar, vale decir, crear arquetipos, y esta creacin ser tanto ms valiosa cuanto menos digno sea a ojos de la mayora el punto de apoyo que se busque. Si Dios form el hombre a partir del barro, Borges piensa que los argentinos han extrado algo de eternidad de dos otrora olvidados aspectos de su patria: el arrabal y la pampa: Ambos ya tienen su le-yenda y quisiera escribirlos con dos maysculas para sealar mejor su 10 Cf. sobre este libro Faras Metafsica. 11 Cf. M. Kodama, Inscripcin, en: Tamao 78.

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    carcter de cosas arquetpicas, de cosas no sujetas a las contingencias del tiempo (21). Habra que aadir que personalmente se considera tras Carriego, que pronto merecer un libro de su pluma, protago-nista de la trasmutacin del arrabal en paradigma. En lo relativo a la pampa, el mrito es de la literatura gauchesca, a la que recurrente-mente se referir en ste y en muchos otros trabajos. He aqu, pues, to-da una dimensin de la obra borgesiana en cuya raz es detectable una insospechada motivacin filosfica: la inmersin en un tiempo y un espacio muy particulares est muy lejos de responder a un afn parti-cularista (el uso de modismos criollos no contradice esta tesis, y en cualquier caso pronto ser abominado por Borges): se trata de rescatar el universal concreto enterrado en ellos. Concebir y estimar realizable esta misin constituye la esperanza que subyace a este libro y que est lejos de ser una cosa pequea. En realidad, para el feliz cumplimiento de la misin referida hay que creer muchas cosas. En primer lugar, que no hay arcano demasiado lejos de nuestro alcance: Creo en la enten-dibilid final de todas las cosas y en la de la poesa, por consiguiente (99). Luego, que a travs del lenguaje se puede conseguir que crezca y se multiplique la realidad circundante: Lo que persigo es despertarle a cada lector la conciencia de que el idioma apenas si est bosquejado y de que es gloria y deber suyo (nuestro y de todos) el multiplicarlo y variarlo (43). Por ltimo, que la felicidad misma, el sentimiento ms escurridizo de cuantos nos reclaman, ser el corolario ltimo de la bs-queda y el encuentro: ...y sin embargo sigue parecindome que la di-cha es ms poetizable que el infortunio y que ser feliz no es cualidad menos plausible que la de ser genial (17).

    Nunca como en El tamao de mi esperanza ha sentido Borges la eterni-dad tan prxima, tan al alcance de la mano. Lograrlo tiene sus dificul-tades, como es natural, pero no son invencibles. La cosa depende de algo que denomina mirada de eternidad, y que segn l tena Evaristo Carriego (27), y en cambio Lugones no (97). En cierto modo, algo pare-cido a la salvacin y la condena resultan de ello, una condena plida pero cierta que alcanza a los que no buscan o a los que por una actitud torcida no encuentran como los muchos que en el siglo XIX no cre-yendo en lo divino, se atarearon a novelarlo y lo hicieron a su imagen y semejanza, quiero decir ruinmente (94). Por eso, es un imperativo embarcarse en la empresa soteriolgica de otorgar a los semejantes el saber de eternidad que tienen vedado:

    Pero Buenos Aires, pese a los dos millones de destinos individuales que lo abarrotan, permanecer desierto y sin voz, mientras algn smbolo no lo pueble. La provincia s est poblada: all estn el Santos

  • Las primeras inquietudes filosficas de Borges 25

    Vega y el gaucho Cruz y Martn Fierro, posibilidades de dioses. La ciudad sigue a la espera de una poetizacin. (126)

    Tampoco hay que tergiversar las palabras de Borges o la interpretacin que propongo de ellas. Est lejos de pedir actitudes crdulas y rendi-das. La virtud que resalta del criollo es precisamente el descreimiento (79). Su escepticismo es vital para no caer otra vez en los falsos dioses, en dolos formados a imagen y semejanza de quienes los crean. Se tra-ta, en definitiva, de no confundir lo esencial y lo contingente, lo eterno y lo temporal, lo arquetpico y lo espacial. Pero en este punto, el opti-mismo borgesiano flojea. Los posibles dioses que nacen de la litera-tura tal vez no acaben de traernos la felicidad ni la inmortalidad, de manera que el descredo Borges aboga por no extremar el espritu desmitificador del siglo: No hay que gastarlos mucho a los ngeles; son las divinidades ltimas que hospedamos y a lo mejor se vuelan (67). En Cuaderno San Martn la muerte vuelve a ocupar un lugar cen-tral en las preocupaciones de Borges, muerte que es hija del conoci-miento y como una cualidad que nos redondea, nos da la plenitud humana (Yo era un chico, yo no saba entonces de muerte, yo era in-mortal 87); muerte que se presenta como misterio (La noche que en el sur lo velaron, 88); pero que nos libra de la mayor congoja, la proliji-dad de lo real (89); muerte que se interpenetra con la vida (9091), hasta el punto de entrar de algn modo en el dominio de nuestra libertad (Isidoro Acevedo, 8687).

    A despecho de su triste destino de vctima propiciatoria del afn inqui-sitorial con que Borges castig los primeros logros de su actividad lite-raria, El idioma de los argentinos (Cf. Faras Actas 211344) marca un momento importante en la evolucin de las inquietudes filosficas borgesianas. En el Prlogo aclara que son tres las direcciones cardi-nales que rigen el libro: La primera es un recelo, el lenguaje; la segun-da es un misterio y una esperanza, la eternidad; la tercera es una gusta-cin, Buenos Aires. (Idioma 10) El grado de lucidez alcanzado le per-mite reconocer lo que desde muchos puntos de vista se puede conside-rar como el punto final de una bsqueda, la conquista de una convic-cin firme sobre la que se asentarn las ideas del Borges maduro. Ese misterio y esa esperanza que constituye la eternidad para el todava jo-ven pero ya no primerizo Borges, no solo articula la obra: articular su vida en adelante. El texto capital que enuncia su hallazgo, en el que se reconcilian lo universal (lo eterno) y lo concreto (Buenos Aires), Sen-tirse en muerte tiene todos los rasgos de una experiencia inicitica, una vivencia extraordinaria en que por primera vez las consignas mil veces repetidas se convierten por una vez en verdad vivida, en gozosa

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    posesin de una evidencia tangible (123126). El colapso del mundo y sus ficciones, el contacto con el suelo de lo realmente real, lo que tras-ciende el tiempo y el espacio, se resuelve en una trivial vivencia coti-diana y secreta: un paseo por los alrededores, una ausencia total de particulizaciones anecdticas, una leve distraccin que libera al paseante de su yo y del enorme equipaje que ste arrastra siempre tras de s...

    Me sent muerto, me sent percibidor abstracto del mundo: indefinido temor imbuido de ciencia que es la mejor claridad de la metafsica. No cre, no, haber remontado las presuntivas aguas del Tiempo; ms bien me sospech poseedor del sentido reticente o ausente de la in-concebible palabra eternidad. (125).

    As pues, hacia mil novecientos veintiocho y en las perdidas afueras de Buenos Aires Borges consigui tener, o crey haber tenido, una genui-na experiencia de eternidad. Sobre el alcance, valor y lmites de este hallazgo nada dir ya, porque no corresponde comentarlo en un ensa-yo sobre las primeras preocupaciones filosficas de Borges, sino en otro que estudie las definitivas.12 Y es que, en efecto, Borges retom el texto en su Historia de la eternidad (1936, OC 1: 365367). El hecho de que no tuviera entonces nada que aadir a lo escrito ocho aos antes confirma que no estamos ante un tanteo ms, sino ante un episodio en el que cristaliza definitivamente el espritu del autor. La historia volvera a aparecer prcticamente inalterada en Nueva refutacin del tiempo, artcu-lo publicado en 1946 e incluido en Otras inquisiciones (1952, OC 2: 142143).

    Concluyo. Las inquietudes filosficas de Borges a lo largo de su prime-ra dcada como escritor son constantes y pueden ayudar a entender algunos puntos oscuros de su trayectoria. Por no haber obtenido toda-va el dominio absoluto del oficio literario, de la irona y del despego que tuvo en su madurez, estos aos revelan hasta qu punto fue angus-tiosamente vvido su empeo por desvelar los misterios de la religin y la metafsica. En algn momento se crey prximo a conseguirlo. Lue-go quiz desesper de ello, y en todo caso aprendi a relativizar cual-quier logro asequible al respecto. Pero sin dejar la bsqueda, aunque fuera como juego, lo cual no es fcil de decidir, ya que una de las mu-chas cosas que en l son indistinguibles es dnde termina la broma y dnde empieza lo serio. En todo caso, mucho de lo que se fragu en esta poca inicial permaneci luego inconmovible, pas a formar parte integrante de la identidad que, muy a su pesar, tuvo que asumir Borges

    12 Del asunto me he ocupado en Arana 176 y ss.

  • Las primeras inquietudes filosficas de Borges 27

    como hombre y como poeta. Y, entre otras cosas, la enorme trascen-dencia de los juegos con las grandes cuestiones a la hora de plantear y desplegar su vocacin literaria. La bsqueda de ese poema imposible, cuya inaccesibilidad es cantada en la madurez:

    Que de golpe fue el Juicio Universal. (...). Has gastado los aos y te has gastado, Y todava no has escrito el poema. (El otro, el mismo 1964 OC 2: 252)

    slo es la confesin de un fracaso que no es tal, porque se trata de una frustracin gloriosa que confirma la fidelidad a una bsqueda que en El tamao de mi esperanza evalu como posible, pero que, posible o no, es la nica que para Borges era imperativo proseguir antes y despus:

    ...ya he escrito ms de un libro para poder escribir, acaso, una pgina. La pgina justificativa, la que sea abreviatura de mi destino, la que slo escucharn tal vez los ngeles asesores, cuando suene el Juicio Final. (132133)

    Juan Arana

    Universidad de Sevilla

    Bibliografa

    Arana, Juan. El centro del laberinto. Los motivos filosficos en la obra de Borges. Pamplo-na: Eunsa, 1994.

    Borges, Jorge Luis. Obras completas. 4 vols. Barcelona: Emec, 19891997. Borges, Jorge Luis. Textos recobrados. 19191929. Buenos Aires: Emec, 1997. Borges, Jorge Luis. Inquisiciones. Barcelona: Seix Barral, 1994. Borges, Jorge Luis. El tamao de mi esperanza. Barcelona: Seix Barral, 1994. Borges, Jorge Luis. El idioma de los argentinos. Buenos Aires: Seix Barral, 1994. Faras, Vctor. La metafsica del arrabal. Madrid: Anaya & Muchnik, 1992. Faras, Vctor. Las actas secretas. Madrid: Anaya & Muchnik, 1994. Meneses, Carlos. Cartas de juventud de J. L. Borges (19211922). Madrid: Orgenes,

    1987. Olea Franco, Rafael. El otro Borges. El primer Borges. Buenos Aires: F.C.E., 1993. Rodrguez Monegal, Emir. Borges. Una biografa literaria. Mxico: F.C.E., 1993. Vzquez, Mara Esther. Borges. Esplendor y derrota. Barcelona: Tusquets, 1996. Zangara, Irma. Primera dcada del Borges escritor, en: Borges, Jorge Luis. Textos

    recobrados. 19191929, 399427.

    Las primeras inquietudes filosficas de BorgesBibliografa

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