arabismos. lo cierto, lo dudoso y lo curioso

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Arabismos: lo cierto, lo dudoso y lo curioso José Luis Moure [Conferencia pronunciada en la Academia Argentina de Letras, en conmemoración del Día del Idioma, el 23 de abril de 2009] A Jorge Aguadé Hablar sobre los arabismos en ocasión del Día del Idioma es empresa que corre serio riesgo de futilidad. El largo tratamiento especializado dado al tema desde mediados del siglo XIX 1 , así como la inexcusable presencia de un capítulo o apartado exclusivamente dedicados a él en todos los tratados y manuales al uso de historia de la lengua española, hacen poco menos que ilusorio aportar no ya novedades sino siquiera una aceptable exposición o resumen de conjunto, debiendo tomar en consideración, además, la restricción que impone la presumible ajenidad de la lengua árabe para la mayor parte de quienes deben escucharme –con la consecuente impunidad de mis afirmaciones– y los límites de tiempo asignados a mi intervención 2 . 1 Pensamos, sin pretensión de orden y antes de un largo etcétera, en nombres como Martínez Marina, Conde, de Gayangos, Simonet, Dozy y Engelmann, Eguilaz y Yanguas, Neuvonen, en la escuela de Estudios Árabes de Granada, en las figuras de Oliver Asín, García Gómez, Asín Palacios, Vernet, Steiger, Corominas, Kiesler o sobresalientes perfiles contemporáneos como Federico Corriente. 2 Entre los muchos repertorios especializados que dan cuenta de estas y otras indispensables referencias bibliográficas, cf. Kurt Baldinger, La formación de los dominios lingüísticos en la Península Ibérica. Madrid, Gredos, 1972; Felipe Maíllo Salgado, Los arabismos del castellano en la Baja Edad Media. 2da. ed. corregida y aumentada. Salamanca,Universidad, 1991; Federico Corriente, Árabe andalusí y lenguas romances. Madrid: Mapfre, 1992, y del mismo autor, “Las etimologías árabes en la obra de Joan Coromines”, en J. Solà (ed.), L’obra de Joan Coromines, Sabadell: Fundació Caixa de Sabadell, pp. 67-87. Por su rica información, versación y criterio, y más allá de necesarias rectificaciones y actualizaciones, sigue siendo de consulta indispensable Rafael Lapesa, 1/18

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  • Arabismos: lo cierto, lo dudoso y lo curioso

    Jos Luis Moure

    [Conferencia pronunciada en la Academia Argentina de Letras, en conmemoracin del Da

    del Idioma, el 23 de abril de 2009]

    A Jorge Aguad Hablar sobre los arabismos en ocasin del Da del Idioma es empresa que corre serio riesgo de futilidad. El largo tratamiento especializado dado al tema desde mediados del siglo XIX1, as como la inexcusable presencia de un captulo o apartado exclusivamente dedicados a l en todos los tratados y manuales al uso de historia de la lengua espaola, hacen poco menos que ilusorio aportar no ya novedades sino siquiera una aceptable exposicin o resumen de conjunto, debiendo tomar en consideracin, adems, la restriccin que impone la presumible ajenidad de la lengua rabe para la mayor parte de quienes deben escucharme con la consecuente impunidad de mis afirmaciones y los lmites de tiempo asignados a mi intervencin2. 1 Pensamos, sin pretensin de orden y antes de un largo etctera, en nombres como Martnez Marina, Conde, de Gayangos, Simonet, Dozy y Engelmann, Eguilaz y Yanguas, Neuvonen, en la escuela de Estudios rabes de Granada, en las figuras de Oliver Asn, Garca Gmez, Asn Palacios, Vernet, Steiger, Corominas, Kiesler o sobresalientes perfiles contemporneos como Federico Corriente. 2 Entre los muchos repertorios especializados que dan cuenta de estas y otras indispensables referencias bibliogrficas, cf. Kurt Baldinger, La formacin de los dominios lingsticos en la Pennsula Ibrica. Madrid, Gredos, 1972; Felipe Mallo Salgado, Los arabismos del castellano en la Baja Edad Media. 2da. ed. corregida y aumentada. Salamanca,Universidad, 1991; Federico Corriente, rabe andalus y lenguas romances. Madrid: Mapfre, 1992, y del mismo autor, Las etimologas rabes en la obra de Joan Coromines, en J. Sol (ed.), Lobra de Joan Coromines, Sabadell: Fundaci Caixa de Sabadell, pp. 67-87. Por su rica informacin, versacin y criterio, y ms all de necesarias rectificaciones y actualizaciones, sigue siendo de consulta indispensable Rafael Lapesa,

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    AdministradorCuadro de texto05/069/012 - 18 cop.(Historia de la Lengua)

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    Me pareci entonces que acaso lograse eludir la tautologa y no impusiese una completa prdida de tiempo si, con la debida anuencia, asuma un rol docente frente a mis oyentes, atribuyndoles esperanzadamente algunas zonas de circunstancial ignorancia sobre el tema e intentando iluminarlas de manera selectiva a partir de evidencias que empricamente he podido comprobar que no siempre estn instaladas en el conocimiento o en la memoria de todos. Unos iniciales detalles sociohistricos y demogrficos pueden no estar de ms en este intento. La exitosa invasin de Triq ibn Ziyd plasmada en la batalla de Guadalete en 711 se hizo con un ejrcito de siete mil hombres, constituido mayoritariamente por bereberes norteafricanos recientemente

    Historia de la lengua espaola. 8va. ed. Madrid, Gredos, 1980, pp.131-172. Manuales posteriores, como los de Alatorre 1989 y Obediente Sosa, sin proponerse novedad brindan resmenes adecuados; cf. Antonio Alatorre, Los 1001 aos de la lengua espaola. Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1989, pp. 79-86, Enrique Obediente Sosa, Biografa de una lengua. Nacimiento, desarrollo y expansin del espaol. Cartago [Costa Rica], Libro Universitario Regional, 2000, pp. 109-128. Cano Aguilar provee un resumen breve pero rico y preciso, cf. Rafael Cano Aguilar, El espaol a travs de los tiempos. 2da. ed., Madrid, Arco/Libros, 1992, pp. 43-54. Es sugerente la formulacin del tema (aunque de no fcil ubicacin en el ndice) que ofrece Francisco Abad Nebot, Historia general de la lengua espaola. Valencia, Tirant lo Blanch, 2008, pp.119-135. La ms reciente, docta y actualizada exposicin de conjunto, as como el ms importante diccionario de arabismos son dos trabajos de Federico Corriente: El elemento rabe en la historia lingstica Peninsular, actuacin directa e indirecta. Los arabismos en los romances peninsulares (en especial, en castellano), en Rafael Cano (coord.), Historia de la lengua espaola. Barcelona , Ariel, 2004, pp. 185-235, y el Diccionario de arabismos y voces afines en iberorromance. Segunda edicin ampliada. Madrid, Gredos, 1999. Por las numerosas referencias que haremos a este ltimo repertorio, citaremos Corriente, Diccionario. Circunstancialmente, aunque sin hacer mencin especfica en cada caso, hemos recurrido a dos diccionarios bilinges: A. Belot, Dictionnaire Arabe-Franais Al-Farid, Beirut, Dar el-Mashreq, 1971 y Hans Wehr, A Dictionary of Modern Written Arabic. Edited by Milton Cowan. 3rd. edition. Ithaca, New York , Spoken Language Services, 1976.

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    islamizados3. En territorio peninsular, la poblacin estaba formada por una minora visigtica (unos 200.000 individuos) que ejerci su poder sobre una gruesa mayora de seis millones de hispanorromanos. La muy imperfecta integracin alcanzada entonces entre estos dos ltimos colectivos cristianos pueda acaso explicar en parte el llamativo xito con que los invasores ocuparon en muy pocos aos prcticamente la totalidad de la Pennsula y el sur de Francia, hasta la frontera geogrfica del Loira impuesta por la batalla de Poitiers en 733, que implicara el lmite occidental mximo, aunque en rpido repliegue, del nuevo credo4. Entiendo que discutir la mayor o menor adhesin a los nuevos amos por parte de una poblacin con muy distinto grado de cohesin poltica, compromiso religioso y aquiescencia por parte del campesinado indgena hacia la servidumbre impuesta por las autoridades germnicas es tpico fundamental pero discutible y que en cualquier caso excede nuestra competencia.

    S importa sealar que as como los musulmanes dominaron la totalidad del reino visigtico y, en un breve perodo, alrededor de 720, la plenitud de la Pennsula, no es menos cierto que la ocupacin de la parte norte de una lnea imaginaria que discurra por el Llobregat, sierras del Boumort y Guara y lnea del ro Duero fue puramente militar y no tuvo consecuencias culturales significativas. Hacia el sur, en cambio, se extendi y perdur lo que habra de conocerse como Alandals, topnimo de controvertida etimologa (

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    gtico-romana6. Este hecho capital en la historia espaola tuvo su perfecto reflejo en la lengua; un ejercicio ucrnico permite postular que, de no haberse producido la invasin rabe, podran haber mantenido su vigencia los mismos centros culturales prestigiosos nacidos en poca romana, y la dialectalizacin romance habra respondido a las antiguas divisiones administrativas romanas y eclesisticas. Antonio Tovar pudo incluso arriesgar que el romance hispnico se habra asemejado a las hablas italianas7.

    Una cuestin liminar que interesa asentar (lamento seguir dando

    cifras) es la referida a la composicin tnica de los invasores. El nmero total de rabes, en el sentido racial del trmino, que ingresaron a Espaa en todas las oleadas invasoras anteriores al ao 750, parece ubicarse entre veinte y treinta mil hombres8; en cuanto al mayoritario contingente de bereberes nordafricanos, su ingreso constante hace muy difcil una estimacin cuantitativa, aunque algn estudioso llega a afirmar que pudo ser de varios cientos de miles9. Esta circunstancia resulta significativa en razn de lo que el mismo Juan Vernet destaca: Estos inmigrados se fundieron con rapidez dentro de la masa autctona de hispanos, que puede evaluarse en unos seis millones10, debido en buena parte a llegar los musulmanes desprovistos de mujeres, vindose obligados a casarse en el pas con una o ms nativas no se olvide que practicaban la poligamia. As, [] al cabo de pocas generaciones, la sangre arbigobereber haba quedado difuminada dentro de 6 Rafael Cano Aguilar, El espaol a travs de los tiempos, p. 43. Cf. Paul M. Lloyd, Del latn al espaol: I. Fonologa y morfologa histricas de la lengua espaola, Madrid, Gredos, 1993, pp. 283 y ss. 7 Rafael Cano Aguilar, El espaol..., p. 43. 8 Segn Abad Nebot, en el contingente invasor inicial, que protagoniza la batalla y victoria de Guadalete en 711, acaso no hubiese ms que 16 combatientes propiamente rabes; cf. Francisco Abad Nebot, Historia general..., 121, n. 8. 9 Dado que las fuentes no permiten hacer un clculo confiable, estos nmeros continan siendo objeto de controversia. Cf. Pierre Guichard, Al-Andalus, estructura antropolgica de una sociedad islmica en occidente. Barcelona, Barral, 1976, pp. 442-457. 10 Es posible que la cifra sea excesiva. Cano Aguilar estima en cuatro millones la poblacin peninsular de la poca, cf. Rafael Cano Aguilar, El espaol..., p. 44.

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    la hispana y el trmino de rabes que se da a los musulmanes de Alandals hace referencia a la lengua que hablaban y a nada ms. Antonio Urbieto pudo sealar, con razn, que la pennsula se haba islamizado, no arabizado11.

    Sin embargo, la respuesta a la pregunta de qu lengua hablaban y hablaron los conquistadores no es todo lo obvia que podra esperarse. El rabe importado en 711 no era una lengua unificada ni bien definida, puesto que junto a la variedad oficial de registro alto (una koin potica derivada de dialectos conservadores beduinos, a la que podemos llamar simplificadamente clsica o cornica), los registros orales cotidianos correspondan a dialectos nacidos y practicados ya en las regiones del Cercano Oriente. A ellos deber sumarse, naturalmente, el bereber, lengua tambin de la familia afroasitica pero independiente de la semtica o de la egipcia, para citar sus otras dos ramas ms conocidas. Apretadamente, pero no sin destacar su importancia, debe decirse que tanto los hispanos nativos como los musulmanes recin llegados se encontraban en una situacin de lo que tcnicamente se denomina diglosia, es decir en el empleo contemporneo de dos variedades lingsticas que cumplan diferentes funciones, por cuanto junto a la prctica diaria y extensiva de las variedades dialectales bajas iberorromance y rabe o bereber, los registros altos y la escritura requeran respectivamente el uso del latn y del rabe clsico, dominados por sendas minoras12. En un primer momento, este contacto de lenguas dio origen a dos variades: el romnico o romandalus que Federico Corriente prefiere a la

    11 Juan Vernet Gins, Los musulmanes espaoles, p.13; cf. Francisco Abad Nebot, Historia general, p. 121, n. 8. 12 Adase, aunque restringidos al culto, el hebreo y el arameo talmdico empleados por parte de la comunidad juda, que para las dems situaciones de habla no poda sino apelar, como el resto de la poblacin, al romance o al rabe dialectal.

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    denominacin mozrabe13, inicialmente mayoritario pero con prestigio decreciente, y el rabe andalus, que result de la interaccin de los dialectos rabes mencionados con la variedad romance, y que razonablemente habra a la larga de prevalecer en lo que fue un estado islmico e imponerse gradualmente sobre aquella, a lo largo de dos siglos, hasta su extincin. Corriente fija en el siglo X la consolidacin de ambos haces dialectales y en el final del siglo XII la desaparicin total del romandalus14. En consecuencia, a partir de este momento y con las sucesivas alteraciones que ir produciendo la Reconquista, el monolingismo rabe andalus (en adelante nos referiremos a l simplemente como andalus) ser la situacin propia en las zonas islmicas de la Pennsula. Restara sealar todava el posteriormente renacido bilingismo andalus-castellano, andalus-cataln o andalus-portugus, en las zonas correspondientes a estas variedades romances, propio de los mudjares y moriscos, que perdurar hasta la expulsin definitiva de estos a comienzos del siglo XVII15.

    Acaso sea momento de introducir una nocin que puede allegar cierta novedad, aunque en la presente exposicin ya hayamos sacado provecho de ella. El rabe andalus, a diferencia del llamado clsico y de las variedades 13 El destacado arabista impugna esa denominacin tradicional, que atribuye a una deformacin ideolgica responsable de una errnea identificacin entre mozrabe y cristiano de Al-Andals, postulacin incompatible con la evidencia del compartido empleo de esa variedad lingstica por cristianos, musulmanes y judos, as como la de que los habitantes no musulmanes de Alandals, salvo en el dominio estrictamente religioso, estaban plenamente integrados en la cultura de los musulmanes; cf. Federico Corriente, El elemento rabe..., p. 186, n. 6.. 14 Los trminos cronolgicos son compatibles con los sealados por Abad Nebot para la vida del mozarabismo; cf. Francisco Abad Nebot, Historia general..., p.122. 15 Federico Corriente, El elemento rabe..., pp. 186-187. La voz mudjar (

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    rabes orientales, contaba con acento fonmico, es decir que la intensidad expiratoria ejercida sobre las vocales constitua en l un rasgo distintivo16. As se explica, por ejemplo, que el tradicional bautismo del territorio peninsular aculturado por los musulmanes como Alndalus o Alandalus deba hoy fundadamente corregirse en Alandals, forma aguda bien conservada en el homfono gentilicio castellano derivado17.

    Cuatro fueron las vas de penetracin de arabismos en los dialectos

    romances peninsulares: a) los prstamos debidos a la emigracin mozrabe desde Alandals a los estados cristianos del norte; b) los incorporados ms tarde en direccin inversa por los conquistadores cristianos del norte al tomar contacto con la poblacin andalus en los territorios retomados de Castilla, Portugal, Aragn y Navarra (los ya mencionados mudjares y moriscos); c) los indirectos transmitidos por individuos o grupos, no necesariamente hispnicos, que por distintas razones y empresas viajaban a tierras islmicas, de donde traan voces rabes tcnicas o propias de sus oficios y d) los arabismos, tambin indirectos, que resultaron de traducciones, particularmente cientficas (recordemos una vez ms las obras patrocinadas por Alfonso X en Castilla) y que requirieron la introduccin de vocabulario neolgico inexistente en los principales idiomas de occidente. Esta clasificacin tiene la virtud de hacernos ver que Espaa fue depositaria (junto con el sur de Italia) de una doble afluencia de arabismos: una, directa e intensa, consecuencia de una largamente secular presencia de arabfonos en su territorio, y otra, indirecta, que comparti con otras naciones europeas18. Y porque no siempre se repara en ello y es nocin de 16 Se trata de un fenmeno conocido en la historia lingstica de la Romania, pues es equivalente al que opuso el sistema del latn clsico, asentado sobre la oposicin de vocales largas y breves, y que fue propio del llamado latn vulgar o protorromance, heredado por las lenguas romances, como el espaol, con decisivas y bien conocidas consecuencias evolutivas. 17 Federico Corriente, El elemento rabe..., p. 185. 18 Numerosas voces introducidas como arabismos no procedan originalmente de esta lengua sino de las propias de las culturas con las que los rabes haban estado en contacto; el reino de los Omeyas de Damasco haba recibido la influencia de la cultura romano-

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    importancia decisiva, debe recordarse que en los dos primeros casos, es decir el de los arabismos del castellano incorporados en Espaa por contacto directo, estos no provienen del rabe clsico sino del haz dialectal andalus a que hemos hecho referencia, as como de otros dialectos de Siria, Egipto y el Magreb en el caso de aquellos que entraron por las dos ltimas vas sealadas. Resta subrayar que la trasmisin de esos trminos se hizo primeramene por boca de hablantes bilinges (y ms tarde, de monolinges iberorromnicos), con las previsibles transformaciones y adecuaciones impuestas por sistemas fonolgicos esencialmente distintos. Este fenmeno fue particularmente agudo en la incorporacin de arabismos por parte de los hablantes de las variedades romances del norte hispnico, carecientes de fonemas andaluses que debieron adecuar imperfectamente a los propios (pinsese en un sistema andalus de tres vocales frente a las cinco o siete iberorromnicas, y de doce fonemas rabes y diez iberorromnicos mutuamente ajenos19).

    El rabe actu as como lengua dominante sobre el romandalus (como superestrato, si preferimos el tecnicismo lingstico) y como lengua vecina de contacto (adstrato) con respecto a los restantes dialectos romances hispnicos. No obstante, y a pesar del prestigio que la cultura, refinamiento y novedades cientficas, tcnicas, artsticas y literarias rabes irradiaron a lo

    helenstica y el de los Absidas de Bagdad fue receptora de la cultura persa. Un ejemplo elocuente lo brinda nada menos que la primera sura cornica, que en dos aleyas (Ihdin -ira l-mustaqm / ira l-ladna anamta alayhim : Dirgenos por la va recta / la va de los que T has agraciado) contiene el latinismo ir (

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    largo de varios siglos sobre la poblacin cristiana en guerra con ellos, as haya ocurrido arrtmicamente en un territorio en repliegue, los fillogos coinciden en sealar la mayoritaria impronta lxica antes que la de otros aspectos gramaticales o de estructura interna, fenmeno que debe atribuirse a la ya mencionada sustancial diferencia tipolgica entre las lenguas convivientes. Diversos estudios, alguno clsico de Amado Alonso entre otros, realizados sobre las correspondencias de fonemas de ambas lenguas, han probado la independencia mutua de ambos sistemas fonolgicos20.

    De las muchas observaciones y salvedades que, en lo que a fontica y

    fonologa se refiere, requeriran los arabismos tomados por nuestro idioma, no me parece abusivo insistir en ese caracterstico y reconocible rasgo que es la anteposicin prefijada del artculo definido al, comn para ambos gneros y nmeros. Permtaseme recordar entonces que el artculo rabe se conservaba inalterado frente al elemento nominal al que se prefijaba, slo cuando la consonante inicial de este no era un sonido dental, lateral, vibrante o sibilante; en el caso de tratarse de uno de estos, la /l/ del artculo se asimilaba a ellos reforzando su articulacin (y duplicndolos en la escritura)21. As, mientras que la determinacin de qawwd (lenn) es al-qawwd (>alcahuete, lenn), en rabd , la /l/ del artculo se asimila a la vibrante inicial para dar ar-rabd (>el arrabal), voces que deliberadamente he escogido como ejemplo por sus durables ecos rioplatenses. As se explica tambin que (al-)mijddah (mejilla), (al-)kuhl (antimonio de uso cosmtico) y (al-)ubb (cisterna) devengan, bien conservados, almohada ,alcohol y aljibe, en tanto (ar-)rayn (planta odorfera), (as-)sqiya (irrigadora) o el and. assuyya (terraza

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    En lo que a otros elementos plenamente morfolgicos concierne, no parece haber quedado sino el sufijo // (jabal, hur, mulad), extendido a alfons sobre un antropnimo no rabe y gentilicios como ceut o bengal22. Hacer un catlogo del universo no es tarea balad escribi alguna vez Borges, rescatando otra palabra de este grupo23. Nos permitimos, no obstante, reivindicar su vitalidad y productividad en otras voces en pleno uso, como el mismo adjetivo andalus oportunamente propuesto por Menndez Pidal24 y aquellas que Corriente vincula con el mundo islmico, como marroqu, paquistan, iraqu o iran25, si bien puede aducirse que roman, israel, asquenaz o sefarad parecen exceder ese lmite.

    Como lengua romance, slo el portugs acompaa al castellano en la

    inclusin en su repertorio preposicional de la forma de origen rabe hasta (

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    Sera ocioso y sobreabundante pasar revista a los arabismos lxicos

    del castellano, bien registrados en numerosos repertorios y clasificados en los manuales de historia de nuestra lengua28. Excluyendo su riqueza en la toponimia, el vocabulario rabe impregn los campos semnticos de la vida militar, de la agricultura y la alimentacin, de los oficios y el comercio, de la estructura urbana, de la casa, de la ciencia y la tcnica. Se ha sealado que el lxico espaol de esa procedencia alcanza el 8% del total de nuestro vocabulario, considerando entre 800 y 900 trminos primitivos, que con sus derivados sumaran alrededor de 4000 palabras29. Es prudente advertir, sin embargo, que esos arabismos, como los elementos de cualquier vocabulario considerado en su totalidad, nunca han estado en uso simultneamente30. Cano Aguilar acota que slo parece haber quedado excluido el lxico de los sentimientos y emociones, pero es Enrique Obediente quien recuerda como trminos precisamente referidos a las emociones alborozo, algazara y alharaca31; summosle algaraba, cuyo timo prstino (alarabyya) significa la lengua rabe, que fue su primera acepcin castellana.

    Benahatin en la Crnica de Pero Lpez de Ayala, consideracin filolgica de un manuscrito indito". Incipit, 3 (1983), p. 63 y "Sobre el aparente uso pleonstico del coordinante `y' en un texto cronstico del siglo XV", Actas Jornada de Gramtica. V Centenario de la Gramtica de la Lengua Castellana de Elio Antonio de Nebrija. 18 de agosto de 1992. Buenos Aires, Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 1995, pp. 81-86. Felipe Mallo Salgado parece confirmar esta suposicin cuando seala que determinadas construcciones castellanas del perodo, calcadas del rabe, coadyuvan a fijar preexistentes estructuras sintcticas en la lengua castellana del medioevo, cf. Los arabismos del castellano en la Baja Edad Media. 2da. ed. corregida y aumentada. Salamanca, Universidad, 1991, p. 490. 28 v.s. n.1. 29 Rafael Cano Aguilar, El espaol..., p. 53. 30 Federico Corriente, rabe andalus..., p. 148. 31 alborozo (

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    Algunas formas lxicas tradicionalmente atribuidas a correspondencias rabes, como el empleo de plurales del tipo los padres por padre y madre, los reyes por el rey y la reina, etc., o las formas personales de los verbos amanecer o anochecer (amanec en Crdoba) han sido fundadamente impugnados al haberse identificado antecedentes latinos32. Ms sugerentes de la intensa comunin lingstica pluricentenaria son los calcos semnticos, es decir aquellos significantes castellanos que arropan significaciones rabes: almuqaddm (antepuesto, jefe) produjo con escasa alteracin fnica almocadn (caudillo) pero se arromanz despus como adelantado33 . Los supuestos calcos de infante (hijo del rey) o de hidalgo (hijo del algo o hijo de los bienes), sostenidos incluso por Lapesa, fueron fuertemente desechados en trabajos recientes, invocando el ciceroniano terrae filius (hombre sin fortuna) o el horaciano filius fortunae (afortunado)34. Acaso deban aceptarse todava las expresiones a quien Dios ampare o guarde adjuntas a nombres propios, y sin duda la paronimia a los odos romances de jlaa (ser puro) y jlasa (llevar secretamente) que determin el sustantivo castellano poridat (

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    Pennsula, cuando, adems de hacerse sentir los efectos de la creciente influencia italiana, de la presin del latn renacido a partir del siglo XV y de un nuevo sistema de valores reivindicadores de la cultura clsica, muy probablemente muchas palabras de aquel origen pudieron haber sido estigmatizadas y evitadas en los registros ms altos36. Como porteo, no he podido sustraerme a citar algunas en un prrafo anterior. Los peridicos de hoy nos imponen el patetismo de asesinos, arrebatos y rehenes.37 Pero me pregunto si no vale la pena recordar el origen rabe de tantas otras estrechamente vinculadas a nuestra experiencia ms inmediata, a veces ntima, como el zagun y el barrio, la alacena, la jarra, la taza y los azulejos de la cocina, la tarea de cada da, el alquiler por pagar, las tarifas tan temidas, la resma de A4 que siempre se termina, el almanaque que nos acosa, los sabores domingueros de las albndigas o de los fideos y la albahaca, el almbar sobre los duraznos, la ingenuidad infantil de la alcanca para el ahorro, el dolor en la nuca y la jaqueca de los abuelos, la bolsita con alcanfor a la que se encomendaba conjurar las epidemias o el jarabe para la tos de los inviernos viejos, el ajuar de la novia, el alfil del ajedrez, el sabor y el color del azafrn, el aroma del azahar, del alhel, del jazmn y de la azucena de los patios38. Podra haber previsto un sabio granadino que el verbo 36 Cf. Felipe Mallo Salgado, Los arabismos del castellano..., pp. 491 y 503-506. 37 asesino (

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    jzana (guardar en depsito), sustantivado, prefijo mediante, en la forma majzn (lugar de depsito) entrara en Europa pluralizado (majzin) para dar en italiano magazzino, en francs magasin, en alemn Magazin y en ingls magazine, en tanto el castellano, ortodoxo y rancio, lo retendra con el artculo y nos lo confiara como almacn, que en el poema borgesiano pudo ser rosado como revs de naipe?39 No es acaso un esplndido itinerario verbal que del verbo fira (estar vacante, estar vaco) derive efr (vaco nada), que habra de dar la cifra castellana, primitivamente con valor de cero y no de guarismo, que sera despus escritura en clave, lema o emblema, y el acompaamiento musical de nuestros payadores, y que todava habra de reingresar a nuestra lengua desde el italiano zro, despus que el mismo efr se hizo zephyrum en bajo latn40? Pensamos alguna vez que el plural andalus azzahr (

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    Como toda lengua, el castellano comunica en el presente por medio de smbolos verbales conformados en el pasado. Muchos de ellos no soportan el peso de la historia, son sustituidos por formas jvenes y se confinan extenuados en los diccionarios. Otros se sobreponen al embate de los siglos, adecuan su significado y envoltura fnica y prolongan su largo servicio de mensajera. Los arabismos se aprestan a cumplir mil trescientos aos; llevan la memoria del desierto y la mezquita, del combate y la recitacin, del trasiego y del Atlntico, de cuatro continentes, de su milagrosa sobrevida en castellano desde las alcndaras vazias del Mio Cid42 hasta las guitarras y los jinetes, los zainos y los alazanes43 de estos ltimos campos de Amrica. REFERENCIAS BIBLIOGRFICAS Abad Nebot, Francisco, Historia general de la lengua espaola. Valencia, Tirant lo Blanch, 2008. Antonio Alatorre, Los 1001 aos de la lengua espaola. Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1989. Alonso, Amado, Las correspondencias arbigo-espaolas en los sistemas de sibilantes, Revista de Filologa Hispnica, 7 (1946), pp. 12-76.

    42 Del and. alkndara (> r. al-kandarah y ste del persa kande rah) varal donde se ponan las aves de cetrera, percha. Cf. Corriente 1999b, s.v. 43 guitarra (

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    Baldinger, Kurt, La formacin de los dominios lingsticos en la Pennsula Ibrica. Madrid, Gredos, 1972. Belot, A., Dictionnaire Arabe-Franais Al-Farid, Beirut, Dar el-Mashreq, 1971. Cano Aguilar, Rafael, El espaol a travs de los tiempos. 2da. ed. Madrid, Arco/Libros, 1992. Corominas, Joan, Diccionario crtico-etimolgico de la lengua castellana. Madrid, Gredos, 1955-1957. Corriente, Federico, rabe andalus y lenguas romances. Madrid, Mapfre, 1992. Corriente, Federico, Hacia una revisin de los arabismos y otras voces con timos del romance andalus o lenguas medio-orientales en el diccionario de la Real Academi Espaola. Boletn de la Real Academia Espaola 76 (1996), 267, pp. 55-118. Corriente, Federico, Las etimologas rabes en la obra de Joan Coromines, en J. Sol (ed.), Lobra de Joan Coromines. Sabadell, Fundaci Caixa de Sabadell, 1999, p. 67-87. Corriente, Federico, Diccionario de arabismos y voces afines en iberorromance. Segunda edicin ampliada. Madrid, Gredos, 1999. Corriente, Federico, El elemento rabe en la historia lingstica Peninsular, actuacin directa e indirecta. Los arabismos en los romances peninsulares (en especial, en castellano), en Rafael Cano (coord.), Historia de la lengua espaola. Barcelona , Ariel, 2004, pp. 185-235. Corts, Julio (ed.), El Corn. Madrid, Editoria Nacional, 1980.

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