antonio blanco salgueiro palabras al viento ensayo sobre la fuerza ilocucionaria 2004

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Page 1: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004
Page 2: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

Palabras al vientoEnsayo sclbre la fuerza ilocucionaria

Antonio Blanco Salgueiro

C)l)

Page 3: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

La prescute obr:r ha sicio eclitada con l¿ ayridl cle la Factrltacl cle Filosofí¿

cle la Unlversiclad (iorrlplutense cle Madrid

GOLECCION ESTRUCTURAS Y PROCESOSSerie Filosofía

rar Editoriol Trotto, S.A., 2004

Ferrot, 55 - 2BO0B Modrid

Teléfono: 9l 543 03 ólFox: 91 543 l4 BB

E -moil : editoriol(cDtroito es

httP://www.trolto es

G-r Antonio Blonco Solgueiro, 2004

ISBN; B4-81 64-720 9

Depósilo Legol: M. 34250-2004

lrn P resiÓ n

Fernóndez Ciudod, S L.

Pero áquién adiuina pard qué lado sopldrtí el uiento?

Juen Carlos Onerri

Page 4: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

ÍxnrcE

l'tt'¡t'ttltción 11

I. Introclucción

I ll';rl¡bras al viento? 15' l'rinre ras distinciones 20I ,\lcntrrlismo y antinlentalismo . 27I l\lt'rrt¡lismo e internismo 28

ll. H. P Grice: El imperio dc las inrencir.,ncs

| | | intcncionalismoilocucionari<r

"\11',rrnos tntecedentes históricos

I ( , r ir r: Un:r proto-teoría intencionalista de la fuerza| | l.rt irr ulr intencionalisnro ilocucionario sistem¿itico' l\lt nt:rlisrno e intcrnismo cn Grice . ,

r, \r ros ilocucionarios convencionales y

lll. .J. 1.. Austin: El inrperio de las convenciones

| | ({,nvclrci()n¿rlisnro ilocucionario .

| .r., .,,lrrliciones cle felicidad\r t,s ilocucionlrios no convencionalesLr,lrrtirreitin ilocucionario/perlocucionario . . . .

rro convcncionelcs . . ...

353641474950

-59.Aoa68/+

IV Ill externismo ilocucionario

I r r, rrrsnro lut'rtc . 83| .r'. rntcnr iorrr.s n() l)itsrtn: c(,ntp()ncntes rlntimentalistas de laIrtr rz.r B-5

Page 5: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

PALABRAS AL VIENTO

2.1. Llt comprensitin del oyentc2.2. F,l estetuto clel hablante (y el del oyente)

2.3. Las.circunstancias, ....2.4. El contexto discursivci2..5. t-as institucioncs y convenciones extralingiiístices . . '.. . .

iLas intenciones cuentan? Posibles colllponentes nlentalist¿rs de

la fuerza3.1. La teoría componencial de le fuerz¿i cieJ. R. Scarle. .....3.2. La estrxtegia dcl "caso desviaclo, de P F'. Strawson

iHacia una teoría de la fuerza?Un par de experimentos mentales

.5.1. Ordenes5.2. Pnrmesas.....F,xplicitación de la fuerza e indicadorcs cle fuerza ilocucionariaSignificado lingüístico, significado del hablante y significadopragmátrco

V. La rucionalidad de la acción lingiiístice

1. El imperio de las intenciolles colltrsltrtc:l . . . .

2. Racionalidad lingüística y externismo ilocucionerio3. Racionalidad lingüística y ecluilibrio epistén'rico

4. La racionalidad de los actos perl()cucionarios5. A modo de conclusión: iPara qué atribuirnos fuerzas?

lliblbgrafía

u68992949.t

3.

4.

-5.

6.7.

9899

107112116119729r3.5

140

1/O

1.5 6

159766l6u

177

l0

PREST:NTACION

lrn ocasiones hablamos por hablar, sin tomarnos muy en serio lo quetlccimos y las implicaciones o las repercusiones de lo que decimos.I'or eso se dice que las palabras se las lleva el viento. En cierto sen-liclo, que me gustaría desentrañar a lcl largo de esta obra, es posible(luc esa frase hecha encierre una profunda verdacl acerca de nuestralclrrción con el lenguaje. Sin embargo, no se puede negar la tremen-tlrr cficacia de las palabras, que son instrumentos gracias a los cualess()lnos capaces de hacer una infinidad de cosas. Podemos hacer, port'jcnrplcl, afirmaciones, predicciones, promesas, peticiones, adver-tcncias y objeciones, así como dar órdenes, insultar o amenazar a al-rirricn, dimitir de nuestros cargos, convocar a un grupo de personas

l)rrra una reunión, agradecer un favor y muchas otras cos:ls por el es-tilo. Todos ésos son, sin duda, importantes logros, para simples pa-l:rbr:rs arrastradas por el viento. Usando la jerga técnica al uso en el(;rrnpo de la pragmática, poclemos caracterizar los diversos modosrrrcncionados de usar el lenguaje diciendo que nuestres emisioneslirrgiiísticas son susceptibles de cargarse con una amplia variedad detlil'e rentes fuerzas ilc¡cuciondrias. Ahora bien, icómo ocurre tal cosa?,It'rr virtucl de qué decimos que ciertos sonidos o mercas constituyerl,l)()r ciclrplo, ulta petición, o una promesa?, iqué es, en general, unalr¡t'rzrr if ocucionaria? Palabras al uiettto constituye un intento de per-lilrrr nrej<lr csas cuestiones y cle darles cumplida respuesta.

l.a inrprrrtancia filosófica de la noción de fuerza ilc¡cucionarid n<>

lr,r tlcjrrdo dc crcccr clescle clue.fohn L. Austin acuñase el términcl e

f in:rlt's tlr'los ¡iros cincucntn clcl siglo xx. Sin entberflo, medio si¡41<l

tlt sPr¡tis, y ir l)('srlr tlc lrr cristcncirr dc elgtrnr)s pr()grunlas clc invcsti-

ll

Page 6: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

gación que tienen como principal obietivo el estudio sistemático de

ln f.,.rr" de las emisiones, no puede decirse que la noción misma

esré completamente clara. Este trabajo quiere contribuir al esclareci-

miento filosófico clel concepto de fuerza ilocucionaria y a afianzar

los fundamentos pxrs su invesrigación sistemática. La obra pretenclc

ofrecer una introducción general al asunto ¡ a la vez, lanzar una

propuesta, hasta cierto punto heterodoxa, acerca de cómo debe ser

.nf,r."do el estudio de la fuerza. Dicha propuesta conlleva, además,

un replanteamiento bastante radical de los vínculos entre el lengua-

je, el pensamiento y la acción racional.Ei tono general de la obra trata de ser introductorio, aunque no

completamente básico. A pesar de que en algunos apartados se djs-

aut.n t.-", bastante especializados que serán de interés, sobre todo,

para los estudiosos del lenguaje (filósofos del lenguaie y lingüistas

iundamentalmente), mi intención cs que su lectura sea accesible, en

general, para cualquiera que se preocupe por los problemas relacio-

i"dus .ur-r la comunicación humana y con el uso cotidiano u ordina-

rio del lenguaje y de otros medios simbólicos. Por esa razón, he in-

tentedo no presuponer en el lector excesivos c()nocimientos previos.

así como remitirme en la medida de lo posible, sobre todo, a los tex-

tos más clásicos e imprescindibles en Ia materia'

Los capítulos I, II y III tienen un carácter especialmente prope-

déutico, ptr lo que a quienes ya esrén plenamente farniliarizados

con los temas y autores que en ellos se introducen les puede bastar

una lectura rápida de los principales apartados' En el capítulo I se

presentan algunas distinciones básicas que luego atravesarán el res-

io del libro. Son especialmente importantes los contrastes que se cs-

tablecen entre posturas internistas y exrernistas' por un lado' y en-

tre posturas mentalistas y antimentalistas, por otro' en el estudio del

lenguaje y, en particular, en el estudio de la fuerza ilocucionaria. En

los"capítulos II y III se exponen a grandes rasgos, y utilizando las coor-

denná". establecidas en el capítulo I, las ideas pioneras de H' Paul

Grice y de John. L. Austin, que siguen constituyendo en gran medi-

da las fuentes principales de las que beben los estudiosos más con-

temporáneos del fenómeno de la fuerza.

Los capítulos IV y V tienen un tono bestante menos introducto-

rio que el que presicle los rres primeros. El verdadero corazón del li-

bro io conitituye el capítulo I! mucho más extenso que l.s demás,

y en el que argumento a favor de mi propio punto de vista,, el "ex-t...rirmó ilocucionario (fuerte)o, que en buena medida puede verse

como una reivindicación, a contracorriente, de Austin frcnte a Gri-

tz

PRESENTActóN

.c. En él intento desvelar cuánto hay de verdad (y cuánto de false-tl:rcl) en la frase hecha según la cual cuando hablamos no hacemos()tl'a cosa que arrojar palabras que se lleva el vienro.

Por último, en el capítulo V trato de penetrar en un difícil pro-blcrna que el capítulo anterior dejaba abierto, el problema de la ra-.iorralidad de las acciones lingüísticas. Si uno acepta que actuarrlocucionariamente es, al menos en alguna medida o en ciertas oca-siones, algo parecido a lanzar palabras al viento, sin que el emisort( ng¿r que poseer necesariamente un rígido control epistémico en re-lrrcirin a cómo deben ser tomadas sus palabras, de inmediato surge, l problema de explicar por qué hacemos tal cosa, de decir, en ge-rrt'ral, por qué motivos o con qué fines hablamos.

Irl libro en su conjunto está concebido como una excursión a

tr:rvés del territorio de la pragmática filosófica contemporánea to-nr:lnclo como guía el estudio de la fuerza ilocucionaria. Aunque la,,lrrrr no intenta ser, ni mucho menos, un manual de pragmática filo-'.,ilice, puede ser utilizada como material de apoyo para cursos o par-tts de cursos universitarios que tengan como dominio total o parciall,rs crmpos de la pragmática o de la filosofía del lenguaje. Lo ideal',t rírr que los alumnos (y otros potenciales lectores) manejasen tam-I'rt:n parte de la bibliografía recomendada al final de la obra. Una',rrricrcncia, para un curso de un nivel suficientemente básico, con-',r\le en utilizar los capítulos I, II y III y algunos de los apartadosnr('n()s complejos de los capítulos IV y V en conjunción con los si-rirriortes textos de referencia absolutamente fundamentales para( u:rl(lLliera que se inicie en el estudio teórico del fenómeno de lalrl( f'zrr: Cómo hacer cosds con palabras de J. L. Austin, .Significa-,lo', clc H. P Grice, "Intención y convención en los actos de habla",lt ll F. Strawsor.r y "Una taxonomía de lcls actos ilocucionarios" de

l l{. Scarle.

Mi clocencia en la Universidad Complutense de Madrid a partir,l, l crrrso 1999-2000 constituyó el campo de pruebas fundamentalrlr' r'.u'rr rr l¿ elaboración de la presente obra, condicionando tanto sul,,r¡¡¡1¡ ¡1¡1111¡ su contenido. Algunos de los ejemplos que en ella apa-r ( ( ( n (l')()r ejernplcl, el de Diógenes) los he plagiado odescaradamen-t, tlt'los c¡ue nris alumnos idearon para sus ejercicios en la parte

llr.rt lit:l tler lrr asignatura de Filosofía del Lenguaje, la cual consistiór 1,, l;rrso (lc cstos años en una introducción a la pragmática filosó-lr..r. l\¡r csc rrrotivo, a ellos deben ir dirigidos er.r primer lugar mis.rlr .rtlt'r'i nt icntos.

l]

Page 7: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

PALABRAS AL VIENTO

Para no cambiar de fuerza ilocucionaria' debo agradecer tam-

bién las críticas, sugerencias y comentarios que me fueron hechos

por parte de diversas personas en distintas reuniones filosóficas y

conversaciones persor.rales a lo largo de los últimos dos años. Dife-

rentes versiclnes parciales del texto fueron presentadas desde el año

2001 en la Universidad de Santiago de Compostela (por dos veces),

en la sede madrileña del consejo Superior de Investigaciones cien-tíficas (también por dos veces) y en la universidad de Barcelona (por

invitación del grupo LoGos). Distintos borradores fueron utiliza-

dos también como material de apoyo para dos cursos de doctorado

impartidos a lo largo de 2003 en la Universidad de Santiago de

Compostela y en la Universidad Cornplutense de Madrid' Algunas

de las ideas del libro aparecen recogidas de un modo muy compri-

mido en dos trabajos que aparecieron publicados en las actas de sen-

dos congresos filosóficos: .Las intenciones cuentan, pero no bastan

(Una defensa del externismo ilocutivo)" (Blanco Salgueiro 2001a), y

"iusted no es quién para darme órdenes! (Fuerza ilocucionaria y

condiciones ilocucionarias)" (Blanco Salgueiro 2003). Las siguientes

personas estimularon especialmente la necesidad de explicarme me-jor hasta alcanzar un número considerablemente mayor de páginas:

Juan José Acero, Luis Fernández Moreno, Manuel García-Carpinte-

ro, Ángel D'Ors, Lorenzo Peña, Carlos Pereda, Manuel Pérez Ote-

.o, ¡"ui.. Vilanova, y, por supuesto, el equipo completo del Area de

Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Santiago de

compostela, que fue mi casa y mi escuela durante tantos inolvida-

bles años, José Miguel Sagüillo, José Luis Falguera, Uxía Rivas, Con-

chín Martínez, Juan Yázquez, Santiago Fernández, Berta Pérez ¡muy especialmente, mi maestro y amigo Luis Villegas Forero, que

fue el primer lector de la primera versión completa del libro, y tam-

bién el primero que me anim(r a publicarlo.Mi tuen amigo Berto me permitió utilizar su solitaria casa de la

aldea de Pareizo (Lalín, Pontevedra) durante algunas semanas del ve-

rano de 2002 en las que las ideas que siguen encontraron un inlpul-

so definitivo al amparo de un añoso e imponente castaño cuyes re-

mas movía incesante y ruidosamente el viento.

Moaña, 1-5 de julio de 2003"

'f Este trabajo participa en krs proyectos cle investigación BFF2002-0l6llJ v

tlt"F200-l-01962, subvencionirdos por cl MCYT.

t4

I

INTRODUCCIÓN

l. iPalabras al uiento?

| | viento sopla con fuerza, deslizándose entre las ramas del árbol(luc observo desde mi ventana. Imaginemos que, como en la histo-r r,r del burro que hace sonar la flauta por casualidad, el resultado del,rriitado deambular del aire entre las hojas es la producción de una

', ric de ondas acústicas que llegan a mis oídos de una manera quel.rs hace indistinguibles para mí de aquellos sonidos emitidos por el,trora presidente Aznar: oiVáyase, señor González!". Ante un caso,rsí, nos gustaría decir que los sonidos producidos por el viento están,lt's1.roseídos de toda significación, que son lingüísticamente inertes, a

,lrlt'rcncia de los que salieron de la boca de Aznar, que contaron en',u nromento como una exigencia (cl quizás como una invitación, cl

', . o¡ncndación, o petición, o sugerencia) hecha a Felipe González

l).rr':l clue abandonase el gobierno. Podemos preguntarnos: icuál es( \.r('trlrnente la diferencia entre uno y otro caso?

l)or supuesto, la que acabo de describir no es una situación que

l)( )(l:un()s encontrarnos cotidianamente. Los sonidos producidos por, I vrt'rrto l.ro suelen parecerse a las palabras emitidas por las perso-n,r\ r'()nlo parte de sus conversaciones normales y corrientes. Se tra-t.r srilr¡ clc un experimento mental, cuyo objetivo es plantear de unrrr,,rlo intuitivo una pregunta con la que se topa.de narices" cual-,¡rrrcr t'stuclioso de los signos: cqué es lo que hace de un objeto, es-

r.rtlo o rrcorrtccimiento cualquiera un genuino signo lingüístico?I Irrrr cxtcnclida respuesta filosófica a esta pregunta posee la apa-

I r( n( r.r tlt' scr lrr sinrple explicitación de una intuición pre-teórica s(i-

l.s

Page 8: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

lidamente arraigada: lo que hace de los sonidos emitidos por Aznargenuinas palabras llenas de "vida" lingüística es el hecho de que sir-ven para expresar deterrninados estados mentales de Aznar, y así son

recibidas e interpretadas por un interlocutor bien situado, mientrasque lo que hace que los sonidos provenientes de las ramas movidaspor el viento sean inertes y carentes de significación es que no están

respaldados por ningún pensamiento. En cuanto sé que proceden de

las ramas, a no ser que yo sea ¡nimist:r y atribuya estados mentalesa los árboles, o al viento, me niego e interpretar esos sonidos comoauténticas palabras.

En cierto modo, la presente investigación es un desafío a esa res-

puesta .mentalistao, aparentemente obvia, a la cuestión inicial, así

como un ensay() cle respuesta alternativa, Considero que la posturamentalista es, si no completamente incorrecta, sí al menos severa-

mente limitada y parcial. Hablar no es lanzar sonidos al viento, pero

tempoco es meramente expresar estados mentales. iEn qué consiste

entonces?, p<ldemos preguntarnos. La respr-resta que tne parece co-rrecta es, en una frase, que hablar consiste en emitir ciertos sonidcls

cuarrdo uno está situado de una cierta manera ¡ adernás, al menosen muchos casos, posee los estadcls mentales apropiados. Una res-

puesta más pausada constituye el hilo argumental de esta obra.En realidad, el dominio de estudio va a ser más restringido, ya

que no me voy a ocupar de todas las propiedades de una emisiónque la hacen diferente de los meros sonidcls que se lleva el viento.Vcry a concentrarme en el estudio cle lo que se conoce como Ia fuer-za ilocucionaria de vna emisión. Ejemplos de fuerzas son: la de pro-meter, la de ofrecer, la de pedir, la de suplicar, la de exigir, la de clar

una orden, la de preguntar, la de aconsejar, la de desaconsejar, la de

permitir, la de prohibir, la de advertir, la de afirmar, la de conjetu-rar, la de testificar, la de predecir, la de pedir disculpas, la de felici-tar, la de agradecer, la de insultar, la de perdonar, la de reprochar,la dc acusar, la de indultar, la de aceptar, la de dimitir, la de n<tm-

brar para un cargo, la de despedir a un empleado, la de cor.rvocar, lade excomulgar, la de legar, la de apostar, la de apostatar, la de salu-

dar, y cientos, o quizás miles, de otras muchas. Nuestra preguntamás específica puede plantearse entonces así: icuál es la diferenciaentre s()nidos o marcas que cuentan o deben tomarse como ulta pro-mesa, un ofrecimientcl, etc., y sonidos o marcas físicamente indistin-guibles de ellos pero que, sin embargo, no cuentan tt tro deben tr.r-

marse como tales? Una explicación de la natwraleza de la frterz-a

ilocucion¿rria debe ser lo suficientemente €leneral conto para rcsp()11-

l(r t7

cler a todos esos <usos> del lenguaje, dando cuenta de qué es lo querrrrifica el territorio, pero, a lavez, no debe perder de vista la rica di-vr'rsided de fuerzes con las que se pueden cergar nuestres emisiones.

La pragmática filosófica ha adoptado de manera general el eslo-grrr.r wittgensteiniano de que el significado de una expresión (y laIuerza, considerada como parte del significado) consiste en el aso ocrnpleo que se hace de la misma. Como también, de un modo a ve-ccs equivalente, ha adoptado la máxima austiniana de que debemost'studiar el lenguaje como parte de un estudio de la acción, dado quesisnificado y acción lingüística van de la mano. Ahora bien, a menu-,l,r eses vagas fórmulas hen servido parr fomenter unc perspecf¡venlcrrtalista acerca del lenguaje, lo cual no deja de ser p:rradójico si

l('nemos en cuenta el antimentalismo militante del que hicieron gala

liurto el segundo rü/ittgenstein como Austin. El filírsofo mentalista

lruecle sostener que si podemos usar el lenguaje de varias maneras es

l)()rque podemos proyectar sobre nuestros signos una variedad det stados mentales (intenciones) diferentes; y puede sostener también(¡lc actuar lingüísticamente no es sino actuar bajo ciertas causas, ra-,/()lres o fines de carácter rnentalista. Pero, aceptando que la fuerza,lt una enrisión proviene del uso que se hace de la misma, o que( nlerge de la acción que realizamos mediante ella, existen maneras,rltcrnativas de explicar la naturaleza de esos usos y de esas acciones.I .r palabra (uso>, corlo la palabra .significado,>, es vaga y multívo-,,r, rrl menos en sus acepciones pre-teóricas. Y las acciones lingüísti-( .rs (como también las no lingüísticas) pueden ser entendidas, como\ ( rclDos, en un sentido más social y público, y menos centrado en lar¡rt'nte del hablante individual, que el que suele dar pclr sentado elrt ririco de orientación mentalista.

[.a interpretación mentalista del eslogan .el significado es el,r.,,,,, puecle ilustrarse considerando la respuesta que da John R. Sear-l, .r la ;lregunta con la que hemos comenzado este apartado. Según,1, lo que hace que unos meros sonidos o marcas <cuenten> comor, rtl:rdcr<)s actos de l-rabla es el hecho de que se produzcan en con-l,,r nriclrrd ccln ciertas reglas, puesto que hablar un lenguaje es <tomar

t,.ur(' cn una forma de cclnducta (altamente compleja) gobernada

¡,,,r rt'glrrs' (Scarle 1969: 22). Pero .seguir una regla" es también

'rrr.r t'rprcsirin equívoca, que Searle interpreta en una línea mentalis-r.r l .r itlea inrplícita err Searle (1969) es la de que las reglas para la,,,rlrz:rt-itir.r rle los cliferentes tipos de actos de habla se interiorizan.,, l'l.rsrrrlrr tlc rrlgúrr rnoclo en la mente del hablante individual con-'.rrl.r.rrlo eorr irrrlcpcrrclcltcit cle su entorno, de modo que éste las si-

Page 9: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

PALABRAS AL VIENTO

gue tácita o no conscientemente cuando' pongamos p()r caso' reali-

za una promesa. Además, parece suponer que el hablante podría, al

menos en principio, traer esas reglas a la consciencia, así como se-

guirlas conscientemente en una ocasión particular. En definitiva'cuando el hablante desea hacer una afirmación, dar una orden, etc.,

aplica las reglas o convenciones correspondientes que tácitamente

conoce por haberlas asimilado como parte del aprendizaie de la len-

gua que ha llcgado a dominar y que de ese modo forman parte de

su competencia lingüística. Esta es claramente una respuesta menta-

lista a la pregunta acerca de la naturaleza de la fuerza ilocucionaria'por mucho que se errope con nociones como "regla", "uso",'con-vención, o <conductar, gu€ encontramos también en filósofos del

lenguaje con tendencias antimentalistas, como Austin o como \Vitt-genstein en su segunda época filosófica.

En las primeras páginas de Cómc¡ hacer cosas con palabras, Aus-

tin nos ofrece algunos ejemplos que apuntan en una dirección radi-

calmente opuesta a la que guía al filósofo mentalista. Tomemos uno

de sus ejemplos iniciales, el de bautizar un barco diciendcl: "Bautizoeste barco Queen Elizabeth". Es cierto que, típicamente, el que bau-

tiza posee determinados estados mentales, por ejemplo la intención

de que un obieto pase a llamarse de una cierta manera a partir de

entonces, y la de que las demás personas de la comunidad así lo re-

conozcan. Pero, aunque ése sea el caso típico, también parece evi-

dente que es del todo irrelevante para el éxito de un bautismo que

el hablante posea estados mentales específicos. El bautizo sería ple-

namente satisfactorio aunque el hablante estuviera distraído o dro-gado y repitiese mecánicamente las mencionadas palabras. De he-

cho, si no consentimos que un loro bautice nuestro barco parece que

es más por una cuestión de protocolo (consideramos quizás que el

agente que realice el bautismo debe poseer una cierta dignidad) que

por una cuestión de imposibilidad en principio. Si se adoptaran las

convenciones apropiadas, hasta un loro bien adiestrado podría bau-

tizar. No obstante, incluso en un caso así hablar seguiría sin consis-

tir, desde una perspectiva austiniana, en arrojar meramente palabras

al viento, porque uademás de pronunciar las palabras correspon-dientes al realizativo, es menester, como norma general, que muchas

otras cosas anden bien y salgan bien para poder decir que la acción

ha sido eiecutada con éxito' (Austin 1962: 55). Así, la persona ade-

cuada (por ejemplo, el dueño del barco) tiene que haber elegido pre-

viamente un nombre, alguien debe estrellar una botella contra cl

casco del barco. se considera necesaria la presencia cle testigos, ctc.

Iu l9

tNTRoDUccróN

Sirr duda, un caso así no es paradigmático del uso de los signos, y( onsiclerarlo como tal constituiría seguramente una reacción exage-rrrda al mentalismo. En general, la gente no habla con la mente enbl:rnco, sino que lo hace por algún motivo y con conocimiento de(:luse, como parte de una conversación y teniendo presentes deter-rrrinados fines comunicativos. Sin embargo, paradigmáticos o no,.,,nsidero que ejemplos así deben ser muy tenidos en cuenta a lalrorrr de construir una teoría adecuada de la fuerza ilocucionaria,l)ucsto que apuntan a unr importinte cerxcterística de la fuerza del.r rnayoría de nuestras emisiones: su no completa dependencia del,,s cstaclos mentales del emisor.

Fln los capítulos II, III y Il voy a examinar y a comparar tres

l)r'()puestas teóricas básicas acerca de la naturaleza de la fuerza ilo-r rlci()naria, a las que denominaré intencionalisno ilocucionario,,,, t t u encionolismc¡ ilocucionari o y e xt e rn i sm o ilocuci onario ("fuerte",r:rntimentalista). Las dos primeras son herederas de las obras del'.rtrl (irice y de John L. Austin respectivamente. Utilizaré con prefe-rt rrcin, en mi exposición de esas doctrinas, las ideas de esos pione-r,,* tle la pragmática filosófica, a pesar de que sus logr<ls se conside-r.ur lroy en día superados en algunos aspectos, y de que sus doctrinas,:trin abiertas a interpretaciones dispares. No obstante, tanto lo quell.rrrr:rré "intencionalismo, como 1o que denominaré .convenciona-lrrnro" cleben ser considerados mejor como tipos teóricos ideales o

l)r¡r'os', que admiten diversas especies o subtipos, así como distin-t.¡,. lornras de "hibridación", y no tanto como posturas efectivamen-tr'sostcnidas por autores concretos. La posición externista es la quer,,v ¡¡ dcfe¡der a lcl largo de esta obra, y debe considerarse tambiénrr,r\ c()rno una propuesta de marco general para el estudio de lalrr, r'¿:r ilocucionaria, que encierra la posibilidad de desarrollarse derr,ur('rirs cliversas, que como una teoría de la fuerza plenamente de-'.,r¡,,llrrtlrr o acabada. Sólo la propuesta de raíz griceana, que ha lle-1'.r,l,r:r convertirse en la postura dominante y casi diría que ortodo-\.r, .rl)frrzrr abiertamente el mentalismo. Pero las tres pueden verse,,,rrro lornlrls de interpretar los vagos eslóganes que afirman que lalr, r,/.r clc urra enrisión proviene del uso que se hace de la misma, o,¡,r, t, tlt'r-ivrr clc la acción que realizarnos mediante su erlisiór.r. Un, \ un( n tlctrrllaclo cle los puntos fuertes y débiles de todas ellas pue-,lr ',r'rvir', l)()r ese rnotiv<1, como una ilustración de que el énfasis en, I u,,,r, ¡ror sí rrrisnro, clcja abiertas algunas de las cuesticlnes más fun-,lrrrr.nl.rlt's;lcL'rcil dcl lcnguaje. "Usar una expresiírr-r, se dice de mu-

Page 10: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

ches maneres, bastante diferentes entre sí. quc mc propongo desme-

nuzar al menos en lo que ala fuena ilocucionaria se refiere. Y algo

similar puede decirse con respecto a la insistencia en el carácter de

acto de una emisión significativa. En el capítulo v analizaré con

cierto detenimiento cuál es el vínculo entre la fuerza ilocucionaria y

la acción lingüística, entendida como un tipo de acción racional o

intencional.

2. Primeras distinciones

para apreciar adecuadamente el contraste entre las diferentes pro-

puestai teóricas acerca de la naturaleza de lafuerza que voy a discu-

iir es cle vital importancia tener presentes desde el comienzo algunas

distinciones conceptuales, así como tomar algunas decisiones termi-¡ológicas. Las aclaraciones de este tipo suelen resultar engorrosas'

Dero son sumamente útiles a la hora de evitar malentendidos. El ob-jetivo de esre apartado y de los dos siguie'tes es establecer de un

moclo preliminar algunas bases que nos permitan hablar con cierta

claridad en lo sucesivo. Algunos de los puntos tratados ahora muy

brevemente serán retomados y matizados más adelante. El lector im-

paciente puede saltar al capítulo II, si así lo desea, volviendo atrás

cuando necesire aclaraciones.Utilizaré la expresión .acto ilocucionario" de un modo muy ge-

nérico, para cubrir todos los casos de acciones en las que se exprese

un cierto ucontenido representacional' con una determinada fuerza

ilocucionaria. Esta posrura permisiva, inspirada en las ideas de Paul

Grice, tendrá como consecuencia deseada que se incluyan como ac-

tos ilocucionarios algunes cosis que pueden perecer extrañas a pri-

mera vista. Me interesa responder no sólo a la cuestión específica

acerca de cómo hacer cosas con palabras (u otros rnedios simbólicos

convencionales) sino, sobre todo, a la más genérica acerca de cómo

hacer cosas mediante acciones significativas. Tomemos el caso de

Diógenes echándose a andar para comunicarle a Zenón, el cual ha

estado explicando en público sus paradoias acerca del movimiento,

que él (Diógenes) cree que el movimiento es posible. Me gustaría

áescribir esa situación diciendo que Diógenes realizó un acto ilocu-

cionario con una determinada fuetza (la de una aserción, por ejem-

plo, y quizás también la de una ob¡eción o réplica) y con un cierto

contenido proposicional o representacional (que el nltlvinlieutg es

posible, o quizás sólo que él así lo cree), a pesar de c¡tre lo hiz'o en

20

rrbsoluto silencio y de que su conducta simbólica fue oimprovisada",puesto que no existía ninguna convención fijada de antemano y mu-tuamente conocida por Diógenes y por Zenón en el sentido de queccharse a andar fuese a contar como un modo de afirmar que el mo-virniento es posible. Un acto ilocucionario será para nosotros, sim-ple y llanamente, una estructura compuesta de una fuerza ilocucio-naria más un contenido representacionalt.

Voy a utilizar asimismo el término "emisión" (y correlativamen-te .emisor, y "hablante") para referirme no sólo al aspecto no signi-iicativo de la producción por parte de un hablante competente de

¡ralabras pertenecientes a una ler-rgua natural, sino en un sentido másrrrnplio que cubra el aspecto no significativo (físico-formal) cle cual-r¡uier acto ilocucionario. Así, diré que el movimiento corporal del)iógenes, en la ocasión anteriormente descrita, constituyó :una emi-.slrin suya. La especificación de las emisiones ha de poder hacerse

¡rrescindiendo de los aspectos semánticos e ilocucionaricls de la ac-

ción sígnica. Sin embargo, los .actos de emisión, son actos y por lotrrnto requieren agentes. Por eso, el viento no hace emisiones cuan-.kr se desliza entre las ramas. El término "emisión" posee una ambi-giiedad acto/producto que, en general, considero inocua y que de to-..los modos el contexto ayudará habitualmente a despejar.

Podemos hablar, cuando se trata de signos convencionales, de.rctos de emisión que carecen de significación, como cuando (en ge-rreral) un loro o un extranjero ignorante del español repiten las pa-l,rbras significativas que ha emitido un hispanohablante (cf. Searle1969: 33). Esto sucede porque las emisiones pueden ser identifica-,l,rs con independencia de la consideración de su significado (e in-,luso de su sintaxis), lo cual nos permite interesarnos por las cir-, rurstancias en las que estamos ente una emisión significatiua, anteun verdadero acto ilocucionario. No obstante, cuando estamos anteun ilcto ilocucionario improvisado o no convencional, no tiene mu-, lro scntido decir que alguien podría haber producido una emisión.r¡rrivalente pero no significativa. Cuando Diógenes pasea por el.rll()rrr un día cualquiera no está realizando en absoluto actos de emi-',rrirr, por muchcl que en una ocasión concreta como la descrita an-rt rionncnte su acción de andar constituya una emisión suya porquerir.reirrs a cllo realiza un acto ilocucionario. Si no pusiéramos esta

l. lrstrr visi<ilr "libtrrl. tlcl rrsurrto es problcnrática y debe ser argumentada.\lrr, lrr¡s(\ru(li()s('stltlltngrnje (crrgcrrcr;rl,tlclossignos) sonreaciosahirblardesig-r,'. rilrl)l()vi\:r(1,,s,. o no rtsPrtltlrttl0s lt()f utl c(i(l¡go.

-¿l

Page 11: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

restricción, entonces prácticamente cualquier tipo de acción huma-na debería considerarse como una emisión, puesto que prácticamen-te cualquier tipo de acción, o al menos cualquier tipo de acción físi-ca, puede ser utilizada con fines ilocucionarios en algún contextoespecial. De hecho, cualquier acción física suficientemente ostensi-ble de Diógenes podría haber sido utilizada, en el contexto anterior-mente descrito, para servir a sus fines comunicativos, ya que el mo-vimiento no sólo se demuestra andando, sino también rnoviéndosede cualquier otra forma. Lo que llamo "emisiónu, en el caso de unsigno no convencional, es sólo el resultado de considerar el acto ilo-cucionario realizado centrándonos únicamente en las propiedades fí-sicas y/o formales del mismo y dejando de lado sus propieclades pro-piamente semánticas e ilocucionarias.

Es importante también distinguir entre las emisiones-eiemplar,que son succsos o econtecimientos concretos y espaci()-temporel-mente localizables (por ejemplo, las inscripciones sobre esta página)y las emisiones-tipo, que son entidades abstractas de las cuales las

emisiones-ejemplar son ejemplificaciones o muestras. En generalhablaré simplemente de .emisiones" y dejaré que el contexto aclaresi me refiero a tipos o a ejemplares (de acciones o de sus produc-tos), o a ambos por igual. Thmbién podemos hablar de actos ilocu-cionaricls-ejemplar (como la promesa que el hablante H hace en el

momento f y en el lugar / a la audiencia A) y actos ilocucionarios-tipo (como prometer, o prometer que p), aunque en este caso los cri-terios de tipificación deberán estar basados en las propiedades se-

mánticas e ilocucionarias de las emisiones, y no en sus propiedadesfísico-formales.

En un ejemplar de acción lingüística o, en general, significativa,poden-ros entonces distinguir varios espectos diferentes, entre losque están al menos los siguientes: el aspecto emisivo (sus propieda-des físico-formales), el aspecto de expresión de un contenido repre-sentacional, el aspecto ilocucionario (la fuerza de la emisión), y elaspecto perlocucionario, del que no hemos hablado hasta ahora yque podemos considerar intuitivarnente, de momento (la distinciónilocucionario/perlocucionario será tratada con detenimiento en el

capítulo Ill), como las consecuencias o efectos de la emisión sobre eloyente (convencerlo, disuadirlo, alarmarlo, sorprenderlo, confun-dirlo), o sobre el mismo hablante (desahogarse, quitarse un peso de

encima), o incluso sobre otras personas o sobre el munclo (conseguirque una puerta se cierre). Las acciones significativas son, por l() tiln-to. estructuras altamente cornplejas.

zz

Cclnviene también señalar una molesta y persistente arnbigüedad.. rr cl uso de la palabra "significado" dentro de la pragmática (y de lart'rrrírntica) filosófica. Hoy en día es común usar el término de unrrroclo genérico, que cubre tanto los aspectos de lo que podemos lla-nrrrr el cc¡ntenido "descriptivcl", ..representacional" o "proposicio-rr,rl" de una emisión, esto es, los aspectos que tienen que ver con las,,¡ncliciones de ajuste o de correspondencia con la realidad, o condi-\ l()nes de satisfacción, como los aspectos rclacionados con la fuerzarlocircionaria, es decir, con lo que en el sentido más pleno de "hacer"l,,tt'cnlos al hablar. Se considera entonces que el significado de una, nrisión es típicamente un colnpuesto que consta de un contenidorr:is urla fterza. Como veremos en el capítulo ll, cuando Grice nos

l)r'('senta su teoría intencional del significado parece tener en menter , solver a la vez lcls problemas relacionados con el contenido repre-',, ntrrciclnal y los relacionados con la fuerza ilocucionaria. Sin em-l'.u'go, tradicionalmente el estudio del significado ha consistido casi, rtlrrsivamente, de hecho, en el estudio de los aspectos representa-( r()nrlles del lenguaje, lo cual puede hacernos caer en la tentación der,lt'ntificar el significado con dichos aspectos. Además, algunos auto-r ( \, como Austin en ocasiones, utilizan "significado" de un modort stringido, como algo compuesto a partir del "sentido" y la "refe-rcrrcirlo de las expresiones utilizadas (el aspecto "rético> del "acto lo-r u( iolrario>, en terminología austiniana), y contrastan el significado,lt r¡nrr emisión con su fuerza.Y,en cierto sentido, es verdad que a\( (('s sirbemos qué significa lo que alguien ha dicho pero no sabe-nr,,t ¿/¿ qué mod<; hay que tom(tr sus palabras; esto es, qué acciónlrrrriiiística está siendo ejecutada por intermedio de ellas. Así, si al-l'uit rr rros dice: oVendré mañana', sabremos en cierto sentido lo que'.( n()s quiere decir (sabremos, de hecho, cuáles son las "condiciones,11 1,1'¡1111¡1" de su emisión), pero podemos tener serias dudas acerca,l, si tonl¿lr lo dicho como una promesa, como una predicción,( .nr() un¿l advertencia, cotro una alnenaza, etcétera.

(.onsidero que, dada la multivocidad de palabras como "signifi-,.rtlo, o "significación", éstas pueden ser utilizadas de modo genéri-, (' l).u'rl cubrir tanto los aspectos ilocucionarios como los aspectos,1,.,. riptivos () representacionales de nuestro uscl de los signos, Des-

I'rr, r tlc todo, clccimos indistintamente cosas como "iqué significa, nt()nr(;l()g(),'? y "ic1ué significa "apostatar"?, a pesar de que esta-

rr,,.l)i(li('n(l(¡ crr crrclrr caso aclaraciones sobre aspectos del lenguajel'.r,,r.urr('tlilt'rcrrtcs. Y cxistcn cn las lenguas naturales determinadosrr ( ur\(¡s t.nvcncion,rles perrr inclic¡r la ftterza ilocucionaria preten-

1,.'l

Page 12: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

dida de la emisión, los llamados .marcadores de fuerza ilocuciona-ria,, aspecto este que el propio Austin se encargó de enfatizar. Noobstante, lo anterior no supone ni mucho menos aceptar que la fuer-za ilocucicrnaria de una emisión forme parte de la dimensión semán-

tica de los signos, en un sentido restringido que opone lo semánticoalo pragmático, es decir, a los aspectos que tienen que ver con el uso

de los signos en un determinado contexto. Una consecuencia del

punto de vista acerca de la fuerza ilocucionaria que se va a adoptaren esta obra es que una Íuerza típica se constituye, al menos en bue-na medida, en virtud de rasgos del contexto de ernisión (o, en gene-

ral, us¡¡s¡¡is¡¿5"). El significado .convencional" de los signos no es

en general suficiente por sí mismo para generar una fuerza efectiva.Es más, a veces la fuerza depende por entero de rasgos pragmáticosrelacionados con el uso de la emisión en contexto. Es el caso de ac-

ciones significativas .improvisadas> o no basadas en convenciones,como la mencionada acción de Diógenes.

Ahora bien, no es conveniente conformarnos de entrada con laequivocidad de la palabra .significadou. Para movernos con ciertaseguridad en un terreno resbaladizo como el que vamos a explorarnecesitamos algo más de precisión. Como términos técnicos rnás

perfilados emplearé contenido representacional (o, más abreviada-rnente, .contenido") para referirme a las propieclades representati-vas, descriptivas o proposicionales de las emisiones, y fuerza ilocu-cionaria (o simplemente ofuerza,) para referirme a las propiedades

ilocuciclnarias. Asimismo. usaré los adietivos "semántico, (o "delcontenido,) e .ilocucionario, en este sentido técnicct y restringido.La forma de un acto ilocucionario típico es entonces l-(P), donde.Fes una variable para fuerzas ilocucionarias y P es una variable para

contenidos representacionales2.Como primera aproximación a la noción de contenido represen-

tacional, baste con señalar el tópico de que a menudo dos actos de

habla pueden compartir el mismo contenido (intuitivamente: repre-

sentar adecuada o inadecuadamente los mismos rasgos de la reali-dad) pero diferir en cuanto a su fuerza ilocucionaria (cclmo tambiénpueden tener la misma fuerza y distinto contenido). Así: "Preveoque vendré tnañana, y "Prometo que vendré mañanar, emitidas hoypor un hablante ,l-1, poseen ambas (al menos desde una perspectiva

2. Fin el apartado 7 clel capítulo IV se tr¿rtará con meyor proftrndiclacl la cues-

riírn de la relación entre el significaclo y la fuerz¿r ilocucionaria, y se clistittgttini ntísfinamentc entre las divcrsas clases dc significado.

)A:a

rNTRoDUcctóN

.rrrstirriana) el mismo contenido en el sentido de que las dos son sa-

rirleehas o ajustadcs a la reeliclad en las mismas circunstencirs. esttr

.. s, si el hablante acude al día siguiente al lugar de la cita' Pero po-,lt ln,rs decir que en un ccso csteremos. si todo mcrcha bien, entcrrrra emisión con la foerza de una predicción, y en el otro ante una

t rrrisión con la [uerza de una promesa. Una de las principales con-

tribuciones de los teóricos de los actos de habla a la filosofía del len-

rirr¿je contemporánea ha sido la de señalar que un contenido repre-rt'nt¿rcional nunca se expresa de una manera desnuda o autónoma,sirro que siempre se presenta arropado por una determinada ftterza,us,rclo de un modo determinado, como parte de una promesa, de

rrrr,r predicci(rn, de una aseveración, o de alguna otra acción lingiiís-tic¡. De ahí que la unidad significativa autónoma mínima que reco-n()cen sea el acto ilocucionario, considerado en la situación concre-

r.l y completa de su emisión.Antes he dicho que iba a calificar como "acto ilocucionario" a

( u¡lquier acción en la que se trensmitiera un cierto contenido con

¡rrrr determinada fuerza, actos de la forma F(P).En realidad, esa po-,.rcirin es demasiado restrictiva y debe ser matizada, puesto que es

,.nrírn considerar que algurros actos ilocucionarios carecen de con-

rt niclo representacional y poseen sólo una fterza (aunque Io contra-r(), como acabo de señalar, probablemente no pueda ocurrir). Es el

, .rr,r cle un saludo como "iHola!". el de una palabrota como "iCara-¡,r!,,, o el de una queja cclmo "iAy!".La forma de esos actos sería

rrrrrlrlenrente:,F. En otros casos, como en "iViva Zapata!", o "No a

l.r gut'rre., el contcnido representecional no consiste en una propo-

',rr iril completa, esto es, en un contenido que sea evaluable en la di-rrrt rrsirir.r verdadero/falso, sino que consiste en un simple objeto delrur\(r\().le discurso, o en un econtecimiento. La forma de csos ac-

r,,s ilocucionarios sería: F(u)3. Accrones significativas de esas clases'

,¡rr, rlc toclos modos son más bien excepcionales, deben ser conside-r.rrl:rs trrnrbién como actos ilocucionarios en toda regla (cf' Searle y

\'.rrrtlcrveken 1985: 9). Por otro lado, el esquema F(P), donde F es

rrrr.r lucrz¿l y P es un contenido proposicional, se corresponde sólo,,,rr lrr forma lógica típica de los actos ilocucionarios que pcldemos

ll.¡rrr:rr .clcrneutalesr, pero existen también actos ilocucionarios más

,,,rrr¡rlt j.s (lue tflnrhiérr dchcn ser tenidos en cuenta cn une investi-

r,,.r( r(iil sistcrnírtic:-r. Así, poclen-ros encontrarnos con "actos ilocucio-

i. l)or t.s.r rrlzrirr, rrrt prrrect' prefcrible lrt expresitin "contenido representlcio-r, rl lrr rrtr ,r ( {r¡t,.¡r(l,r ¡r¡¡r¡rrr:itirrrr.rl ..

25

Page 13: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

narios condicionales>, que tienen la forma P-+F-(Q) (por ejemplo e.

que realizaríamos, en las circunstancies apropiadas, diciendo: uSi tecomes la sop,r. prometo compr::lrte un juguetc,,)t () con ,.ectos de Je-rregación ilocucionaria", que tienen la forrna -F(P) (como No pro-meter uenir, que es un acto de habla diferente al de Prometer no ue-

nir) (cf. Vanderveken 1990: 13 ss.). Puesto que los propósitos de

esta obra son más bien filosóficos y de fundamentación que técni-cos, voy a ocuparme principalmente de los actos ilocucionarios máscomunes, los actos ilocucionarios elementales, aunque mis conside-raciones se aplicarán también a otras clases más complejas de actosilocucionaricls.

Voy a dejar en general de lado los aspectos, en sí mismos muyproblemáticos, relacionados con el contenido representacional delas emisiones, excepto cuando crea que se puede extraer de su con-sideración alguna moraleja ilurninadora para el estudio de la fuerz¿.Históricamente. las cuestiones semánticas han recibido mucha másatención que las cuestiones ilocucionarias, y es por ello rnuy proba-ble que el estudioso de la fuerz:l pueda obtener valiosas enseñanzasde algunas de las trilladas polémicas que son familiares para los teó-ricos del contenido. Así, los contrastes entre posturas mentalistas y

antimentalistes, y entre p()sturas intenlistes y externistls. que seránprofusamente utilizados a lo largo de esta obra, se fraguaron origi-nariamente en el ámbito de la teorización acerca del contenido, peroa mi entender resulta sumamente productivo trasladarlos al estudiopragmático de la fuerza.

En cuanto a la fuerza, podemos de mclmentc) contentarnos tam-bién con una caracterización vaga e intuitiva de la misma, ya que in-dagar en su naturaleza es precisamente el objetivo principal de estetrabajo, y en el tr¿lnscurso del mismo se verá que existen acerca deella concepciones bastante dispares. Cuando Austin, en su obra se-

minal Cómo hacer cosds con palabras, introcluce la noción lo hacede un modo intuitivo, diciendo que consiste en aquello que determi-na de qué mznera estamos us(tndo, o cómo deben ser tomadas cier-tas palabras (ur.ra cierta locución) (Austin 1962: 142-144). Esa carac-terizaci(rn, juntcl a los ejemplos de fuerzas que ya hemos visto, clebe

servirnos pclr el mclmento para delimitar de un modo preliminar eldominio de fenómenos del que nos vamos a ocupar.

26 )7

I

I

I

tNTRoDUcctóN

\. Mentalismo y antimentalism<¡

l)crrtro de la pragmática contemporánea, la aproximación al estudio

,le los actos ilocucionarios que a mi entender puede considerarse

.,¡no la .ortodoxar, y que será examinada con detalle en el capítuloll, cs abiertamente mentalista y heredera de la obra de Paul Grice.

lirdo aquel que por alguna raz(tn se sienta incómodo con la apela-

r'irill a estados mentales como las intenciones, creencias, dese<ls, sen-

trrrientos o emociones para fines teóricos se llevará las manos a la

i:rbeza al contemplar los análisis griceanos. En ellos no sólt> se apela

.r cstados mentales .simples, del hablante o emisor, sino que se hace

un uso masivo de actitudes proposicionales muy complejas cuyo con-

tt'rriclo intencional o proposicional consiste, a su vez' en la produc-, r,,n Jc estaJos mentales trmbiérr muy compleios en unr audiencia.

Fln lo sucesivo, consideraré que es mentalista cualquier teoría deL

, otrtcnido cl de la fuerza que asuma alguna versiíln de la siguiente tesis:

( | M) Trsrs MENTALISTA: Las emisiones recibcn sus propiedades sig-

nificativas relevantes (su contenido, su fuerza, o ambos) de

determinadas propiedades de los estados mentales del hablan-

te o emisor.

l'-l mentalista, típicamente, tratará de ofrecer análisis de las pro-prt'rllcles semánticas e ilocucionarias de las emisiones en términos de

,,,rrcliciones necesarias y suficientes (o a veces, en términos de con-

,lr, iorrcs prototípicas, más débiles) que hagan referencia únicamente

,¡ los estados mentales del emisor. El mentalismo, tal y como acaba

.l. ser caracterizado, no es más que una elaboración de la tesis tra-,lr, i,rrrl según la cual el pensamiento es prioritirio con respecto al

l, rrr,,rraje y otros medios simbólicos <externos> tl, vista Ia cuestión,l, stlc cl otro lado, la tesis de que el lenguaje no es sino un medio

l,,u.r lr¡cer perceptible el pensamiento' un mero refle¡o o proyección,l, l nrisnro (cf. Acero 1993).

l.l nrcntalisrlo tendrá su contrario en el antimentalismo, esto es,

, n l.r ncsacirin de la tesis mentalista. El antimentalista intentará ofre-, r'rr{)s rrrra explicación del contenido o de la Íuerza de las emisionesl,,r,,.rtf :r en frrct<lres al ment¡s en pdrte no mentales: ya sea en térmi-n,,\ (()n1p()r'trulre ntísticos, elt términos de reglas o convenciones so-

i r.rl( s, () rlc cualcscluicra ()tros factores contextuales. He resaltado la

i \ |,t( \r()n :ll tn('tt()\ r'll l):lrte p()rqtlc collsicler¡ré cotno mcntalistas

r,.{ ¡¡ur()s s<il,r rr rrt¡rrcllos tctiricos c¡ue itrtctttct-t clar ttn anlilisis cle la

Page 14: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

PALABRAS AL VIENTO

propiedad relevante (el contenido o la fuerza) en rérminos exclusi-uctmente mentalistas (como ya he indicado, típicamente en términosde condiciones necesarias y suficientes de c¿lrácter mental). Todasaquellas teorías que ofrezcan una explicacirirr -mixte,, en rérminosparcialmente mentales y parcialmente no mentales serán considera-das como antimentalistas, admitiéndose aquí distintos qrados de ra-dicolidad, desdc las posrurcs que renuncien po,. .o-p'í.tr e hahrarde estados mentales hasta aquellas otras que los sitúan en el centrode su explicaci(rn y conceden un papel muy secundario a r's factorescontextuales, aproximándose de ese modo a la tesis del mentalista(puro). De ese modo, consideraré que las teorías acerca del sienifica_do o de lr fuerza de los lingiiisres y filósofos del lenguaje antrrrealis-tas o eliminativistas con respecto a lo mental no representan sinouna variedad especialmente radical de antimentalismo. para esos fi-lósofos no se puede ofrecer una teoría del significado basada en no-ciones mentclistes p()rque eses nociones son, por rlgurra razón, ile-gítimas. En su lugar apelan, por ejempl., a las conductas observable¡de los hablantes. Percl uno puede ser perfectamente realista con res-pecto a los estados mentales ¡ sin embargo, considerar que no esposible elaborar una teoría mentalista adecuada acerca de las oro-piedades semánticas o ilocucionarias de las emisiones, porque peraexplicar esas propiedades es preciso invocar factores no ,.,.,.nt"riitnr,lraga falta o no invocar también factores psicológicos. De rrecho,una opción como ésa me parece no sólo conceptualmente posible,sin, muy próxima a lo que en esta obra quisiera defender en .ela-ción con la fuerze. No tengo nada en contra de los estados mentalespor sí mismos y apelaré libremente a ellos. l_o que pondré seriamen_te en duda es que podamos aspirar razonablemente a construir unateoría mentalista satisfactoria acerca de la fuerza ilocucionaria.

4. McnÍalismo e internismo

El marco teórico acerca de la fuerza que se esbozará y defenderá enef capítulo IV puede ser calificado alavez de .externista, y de nan_timentalista". como hemos visto, el antimentalismo ilocucionario esla tesis de que las fuerzas ilocucionarias no son analizabres en térmi-nos de condiciones que hagan referencia únicamente a los estadospsicológicos del emisor. Ahora quisiera aclarar qué es lo que entien-do por "externisnto ilocucionario,. Para ellcl, deseo distinguir clara-mente entre mentalismr¡ e internismo, como posturas acerca clelcontenido o acerca de la fuerza opuestes respectivarnente al anti-

7IIII&

{

II

{tl

{li

INTRODUCCIÓN

mentalismo y al externismo. En lo sucesivo, consideraré que es in-

ternista tocla teoría que sostenga alguna versión de la siguiente tesis:

(TI) T¡sts tNlEnNlslA: Las propiedades significativas relevantes de

una emisión (su contenidcl, su fuerza, o ambos) están determi-nadas o constituidas únicamente por lo que ocurre en la umen-

te solipsista" o .en la cabeza, (o en el cerebro, o en el cuerpo,

en todo caso no más allá de los límites de la piel) del hablan-

te o emlsor.

Plrr epreciar le diferencie enrre TM y TI es preciso tener presen-

te la posibilidad de que los estados mentales no estén con.rpletamen-

te localizados en el interior de las cabezas de los suietos pensantes,

esto es, que no sean estados "solipsistas" en el sentido de Putnam(1975). Una de las discusiones más acaloradas en la filosofía de la

mente contemporánea es precisamente la relativa a la naturaleza in-

ternista o externista de los estados mentales ¡ en particular, de su

contenido intencional o representacional. El internista sostiene y el

externista niega que el contenido mental "sobrevenga" o esté deter-

rninado por lo que ocurre en los límites locales del suieto psicológi-

co, de piel para dentro, por así decirlo. Muy a menudo ésta es una

discusión que se produce entre filósofos mentalistas, esto es, entre

filósofos que están de acuerdo en que la intencionalidad o semanti-

cidad del pensamiento es la .original,, nlientras que la intencionali-

dad de las emisiones es un mero reflejo de la primera, siendo porello "derivada,. Y cómo conciban la intencionalidad original en ladimensi(rn internismo/externismo influirá decisivamente en su c()n-

sideración de la intencionalidad derivada en esa misma dimensión.La moraleja, para las propiedades significativas de las emisiones

en general, es que es concebible una teoría a la uez mentalista y ex-

ternista del contenido o de la fuerza, esto es, una teoría que sosten-

ga que los estados mentales mediante los cuales analizamos el uno ola otra son de naturaleza externista. El siguiente esquelna puede ayu-

clarnos a aclarar la cuestión (H es el hablante):

ideterrninan el/la? contenido/fuerza de la emtsr(rn

lde Hcstrrckrs n'rentales de H

irlc¡renclen cle? |

Vrrrsgos del etttt¡rtltl de

¿fi*i

IT

zL)

Page 15: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

El defensor de la Tesis Mentalista responde "Sí" a la preguntaacerca de si los estados mentales determinan o constituyen el conte-nido/la fuerza, pero es en principio neutral con respecto a la cues-tión acerca de si esos estados mentales tienen una naturaleza pura-mente interna o si, por el contrario, poseen una naturaleza al menosparcialmente constituida por el entorno circundante. Pclr eso pode-mos encontrarnos, en principio, con dos especies de mentalistas: losque sostienen que esos estados mentales que determinan el conteni-do o la fuerza de las emisiones son "intrínsecos" 6 "solipsis¡¿s", yaquellos otros que afirman que dos personas pueden ser equiparables

"de piel para adentro" ¡ sin embargo, diferir en lo que se refiere a

los estados mentales-tipo que determinan el contenido o la fuerza de

sus emisiones, debido a determinadas características de los respecti-vos entornos extra-corporales: qué objetos o sustancies existen enellos, qué características tienen las respectivas comunidades lingüís-ticas a las que pertenecen, etcétera.

Considerando todas las distinciones hechas hasta aquí, podemosesquematizar el espacio lógico de las posibles posturas que cabe

adoptar con respecto a la naturaleza de las propiedades de las emi-siones que más interesan al teórico del significado a través del si-guiente cuadro (señalo en negrita la postura acerca de la fuerza que

defenderé a lo largo de esta obra; señalo en cursiva la postura acer-ca de la fucrza que considero la "ordodoxa, o "heredada"):

/// r nt erni st a -_--

t l)),, n" o,,o

Mentalismo{_._--.--__\ Externista <

Semántic.

...- Ilocuciclnaricr

Antimentalis Externista -"'-- Semántico

------'\\ llocu cionario

Como puede apreciarse en el esquema, no se tiene en cuenta laposibilidad de un antimentalismo internista, porque el antimentalis-ta acerca del significado, con toda seguridad, buscará fuera de lamente y, en general, fuera de todo lo que sobrevenga localnrente de

las car¿rcterísticas del cuerpo-cerebro del emisor, aquello qtle consti-

30

tNTRoDUcctóN

rrrvc cl contenido o la fuerza de una emisión (o, si es un antimenta-lrst;r stilo con respecto a una parte de la fuerza completa, buscará

lrr,'rrr clel individuo aislado aquello que constituye o determina esa

l,,u'tc). Por tanto, el antimentalismo puede considerarse una tesis más

lrrt rfc clue el externismo: ser antimentalista corrlleva casi inevitable-

ilrr'il1(' scr externista, pero lo inverso no es neceserilmentc ciertoa.Al igual que he decidido considerar como antimentalistas aque-

ll.rs l.rosturas que afirmen que el contenido o la fuerza cle una emi-'.r,rrr cstán determinados sólc¡ en parte por los estados mentales dellr.rlrlrrnte, también vcly a considerar como externistas aquellas postu-r.r\ (lue sostengan que el contenido o la fuerza están determinados'.,,1,¡ ttt pdrte por lo que ocurre .dentro de la cabeza" del hablante.| ,,.r rlccisión implica el reconocimiento de grados de radicalidad en

l.r ,lt fensa de una postura externista, de acuerdo con el grado de im-

¡,lr,.rciírn en la constituci(rn del significado que se considere que po-',( ( n los factores externistas, en relación con los factores internistas.

r\rlrritanros entonces, como doctrinas posibles en principio' tan'r,,.rl ¡¡1cn¡.1ismo externista semántico como al mentalismo externis-r., rl,rcucionario. Ahora bien, mi impresión es que, así como ha exis-rr(l{) ('n los campos de la filosofía del lenguaje y de la filosofía de la

ilr{ il(e una enorme discusión entre internistas y externistas en rela-r r,rri con el contenido representacional, en la pragmática filosófica y

l'rr,,iiística un mentalismo de tipo internista parece haberse impues-r,' r.r(itirr.nente y sin epenas resistencia en lo tocante a la fuerza ilo-, rr, irnrlria, y ello a pesar de que la obra del principal inauguradclr de

l r r,,,riz.rrciírn acerca de la fuerza, John Langshaw Austin, está atrave-. r,l.r 1r<rr ur-r importante sesgo a la vez antimentalista y externista.r.r', rilz()nes son seguramente diversas. Una de ellas puede ser unar, ,,lt'rrcir.r ¿ considerar que son los modr¡s psicológicos (creencia, in-

I l).rr¡ sitr ir.lstos, cabe la posibiliclad de un intertrisnro (semántico o ilocucio-,r ur,,) .rrtirrrent¡lista de tipo conductisti't, sienlprc que se conciban las conduc¡:rs,,rr,r nro\rlllcntos corporales cspecificablcs con indcpendenci¿ del rnedio cxtern'

,l' I r,,, rrr'. Sirr ctttbargo, una teoría lsí me parecc altamente inlplausible. Una acción

l,,,rrr rrr,r. linqiiística o no, cot.tsiste típicamente en algo nriis que ell ull simplc rnovi-!r', rl, | {,,r 1r,,rrl. IJn conductism<) clLle car¿rcterizasc a las concluctas hacicndo refercri-. , ¡ rl ,.rrtcrto trr el c¡ue cl agente s€ mueve sería ciertamcnte rnás plausible, pcro esir

t,,, rrrr.r,,r'ri.r rrrr;r fortttrr, especialmente radical, cle antimentalisulo externist¿, con lo,r ,l , .¡1,¡ ¡.r l)( rlcctrrlltcllte en nuestro esquem¿l. l¿rmbién estoy clejando de lado las dr-

, , . r. 1,,¡rr.r, .,intlilitlurrlist¿s, cle eliminativismo dc lo rnent:rl, como la computllcio-,r ¡l I r , , '¡( \ir)nistrr o lrt rre trrofisiológica. Mtry probablet.nente, todas esas fornras dc, l*r¡.rrr\ ry¡. se rrilt tr¡rrbión cliluinativistas con respccto a l:r ftterza ilocttcionaril,' ,,rr, ' ,rr'l( r st r lo rlct rert del signific.rclo cn ¡1enerll.

tl

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PALABRAS AL VIENTO

tención, deseo, esperanza...), y no tanto el contenido de los estadosmentales, los que nos dan la clave para analizar las distintas clases defuerzas, y que esos modos psicológicos, pase lo que pase con el con-tenido representacional al que se aplican, son una cuesrión del fun-cionamiento interno de la mente, de las pclsibles diferentes causas yefectos internos que tiene, por ejemplo ) creer que p frente a desearque p. Se utiliza aquí a menudo la metáfora, debida a Stephen Schif-fer, de las "cajas funcionales". Los diferentes modos psiccllógicos po-drían ser considerados como distintas cajas mentales que contienenrepresentaciones. Si la caja de las creencias del sujeto S contiene larepresentación "P", entonces S creerá que p; si es la caja de los de-seos la que contiene .Pr, entonces el sujeto deseará que p; y así su-cesivamente. Con esto se quiere resaltar que todas las creencias, quacreencias, esto es, abstrayendo de los distintos contenidos intencio-nales que distinguen a unas creencias de otras, tienen las mismas po-tencialidades causales internas, y que lo mismo ocurrirá con todosIos deseos, intenciones, etc. Así, incluso un autor como Jerry A. Fo-dor, que ha evolucionado desde una teoría internista (y mentalista)del contenido representacional a una teoría externista (y todavíamentalista) del mismo, lo ha hecho preservanclo un internismo fun-cionalista en relación con el análisis de los modos psicológicos. Enresumen, la reconstrucción de uno de los posibles argumentos irnplí-citos en la tendencia hacia el internismo mentalista ilocucionario po-dría ser la siguiente: en primer lugar (Premisa 1), se da por sentadoel internismo hacia los modos psicológicos; en segunclo lugar (Pre-misa 2), las distintas fuerzas se consideran analizables principalmen-te en términos de diferencias en los modos psicológicos del hablan-te (¡ en algunas versiones sofisticadas del mentalisrno, en térntinosde los modos psicológicos que el hablante inrenra inducir en el oyen-te). Así, una emisión es una afirmación si en ella se expresa una creen-cia, es una petición (o una orden) si en ella se expresa un deseo, etc.Se seguiría entonces el internisrno mentalista ilocucionario. Pero,como veremos, no es posible analizar las distintas fuerzas ilocucio-narias exclusivamente en términos de los modos psicológicos o decualesquiera otras propiedades internas del hablante, así que este ar-gumento falla en su segunda premisa, incluso aunque aceptemos lateoría funcionalista estándar acerca de los modos psicológicos.

La doctrina "oficialu que defenderé en el capítulo IY será el an-timentalismc¡ externista ilc¡cucionaric¡. Sin embargo, utilizaré en al-gunas ocasiones la etiqueta "externismo ilocucionario', en lugar clela más larga "antimentalismo externist¿r ilocucionario". [.a iustifice-

)aJ ^!,

, r,,rr principal para ello, dejando a un lado las razones de economía( \l)resiva y eufonía, reside en que mi objetivo prioritario consistirá, rr :rrgumentar a favor de la determinación externista de la fuerza, aI r''r cle la contribución del entorno o.ambiente, en la constitución,L'l tipo de acto ilocucionario que realizamos, y no tanto en negar la,r'rrl-ibución parcial o incluso total de la mente, sobre todo ri uno,',r,i tlispuesto a considerar los estados mentales como entidades( (,ilstituidas ellas mismas en parte por el entorno. La variante men-r.rlrsta del externismo me parece mucho menos plausible que la an-tr.rt'rrtalista, pero podría ser una salida atractiva para el filósoforrrt'rrtrrlista, una vez que se convence de que la fuerza está determina-,l,r t'n parte por factores contextuales, y no sobreviene de la organi-,.rt r,in interne (incluidas las relaciones causeles-funcionales inteinas),l, l h¿blante. De ese modo, la etiqueta .externismo ilocucionariourrrt ¡rrrrecerá en ocasiones la más prudente, puesto que deja abiertal.r ¡rosibilidad de una variante mentalista, y puesro que lo que quie-r.1l¡'fsnds¡ en primer lugar es que las fuerzas ilocucionarias estánl.( rtemente determinadas por el entorno extra-corporal de los ha-l,l.rrtcs. Thmbién emplearé a menudo las denominaciones externis-rtt,, f rrcrte y externismo débil para referirme a las variantes antimen-t,rlisla y mentalista respectivamente del externismo ilocucionario,, r.rrrl'sea preciso diferenciarlas. De ese modo quiero evitar las re-',' rilrlltclas meramente reactivas de la expresión "antimentalismo,, ya,¡rr, l,r que rquí se pretende es ofrecer una propuesta positiva acer-, r ,lt' la naturaleza de la fuerza. El externista ilocucionario mentalis-r'r , r rlébil admite la contribución del enrorno en la determinación del,r lrrcrza, pero sólo en la medida en que el entorno constituye enr'.r.tt' l<ls estados mentales mediante los cuales podemos especificarl.l ll:rrrrraleza de dicha fuerza. El externista ilocucionario fuerte rom-r'!( ( ()' esa limitación mentalista y apela decididamente en sus análi-'.r', .r f ¡ctores del entorno que de ninguna manera pueden conside-r.rr.t'ligados a los estados mentales del hablante o emisor. Cuando1,,,¡¡¡1'lne interese sea resaltar el aspecto externista de mi postura, lrrri¡rrrré las cualificaciones y hablaré simplemente de .externismor l, 't t lc it ltt a rior.

( .r¡¡nckl llegue el momento de criticar las ideas de los griceanos' "lr r'('spccto a la naturaleza de la fuerza ilocucionaria asumiró a ve-r r

" tl.r'cl .rentalismo implícito en la mayor parte de las teorías acer-,.r ,lt lrr frrcrza herederas de Grice es de la variedad internista, y porr "(, rnr\ ¡rÍlunrcnt()s antigriceanos irán dirigidos en ocasiones en con-tr'r tlt l r'tt'r'is'r., una cloctrina que, como acabamos de ver. el men-

))

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PALABRAS AL VIENTO

talista no csrá tlblrgado a rdopter' Esto es tanto como asumir que

mientras que el griceano es neutral con respecto a la cuestión exter-

nismo/internismá en 1o que concierne al contenido representaclo-

nal, es implícitamente internista en lo que se refiere a la fuerza ilo-

cucionaria. Si esta suposición estuviese errada ello no tendría para

mí consecuencias excesivamente desagradables' Por una parte' bue-

na parte de los argurnentos que se presentarán en el capítulo fV se

<tirigen directamente contra el mentalismo ilocucionario en cual-

l"li" de sus variantes, y no meramente contra el mentalismo inter-

nista. Por otra parte' o,rnqu. no argumentaré en esta obra ni a favor

ni en contra de una postura concreta acerca del contenido represen-

tacional, quizás no esté de más señalar de pasada mi simpatía hacia

un mentalismo externista como el defendido por Tyler Burge (cf'

Burge 1979 y 1982). Por esa razón, me parecería muy satlstactorlo

que"dispusiére-u, ,1. una teoría acerca de la fuerza con las mismas

ár".t..írti."s. Ello nos daría una visión más integrada y económica

de los actos ilocucionarios, preferible en principio e.una visiirn

<mixta,>, mentalista y externista para el caso del contenido represen-

tacional, y antimentalista y extárnista para el caso de la fuerza' El

pr"trf.-"'.t que la realidad a veces se nos muestra más compleia de

io qrr. nuestra pereza teórica desearía, y que por ese motivo nues-

t."s t.o.ía, están obligadas a reflejar esa complejidad en la medida

de lo posible, aun a colsta de perder parte de su elegancia y simplici-

dad. óonsidero abierta, por tanto' la posibilidad de que debamos

adoptar una teoría n..r." d. la fuerza bastante diferente de la teoría

que adoptemos acerca del contenido, en lo que afecta a las dimen-

,lun., -.,-tt"lismo/antimentalismo e internismo/externismo'

t4 t5

II

H. P GRICE: EL IMPERIO DE LAS INTENCIONES

l l;.1 intencionalismo ilocucionario

| .r tlrctrina acerca de la fuerza ilocucionaria que puede ser conside-r.rtlrr coÍro la ortodoxa o "heredada, en la actualidad es una variedad,l, ¡rrcrrtalismo ilocucionario que sitúa el fundamento de la fuerza derrr.¡ cmisión en ciertas intenciones de los hablantes individuales, u.uldo éstos actúan comunicativamente. Esa postura, a la que deno-rrrr.rré intencionalismo ilocucionario,hunde sus raíces en la obra deI l. l':rul Gricet.

l.a cspecificidad del intencionalismo ilocucionario en relación,,'n r'l rnero mentalismo ilocucionario puede ser caracterizada porrrr,,lr. cle una elaboración de la tesis mentalista presentada en el ca-l,rtlrl() ¿llterior:

( | ll) l'r,srs INt'uNCIoNAt.tslA rr.oct;CtoNARrA:su fuerza de determinadas propiedadesrrrrrnicativas) del hablante o emisor.

l l intcncionalista ilocucionario tíoico es

l,f lllf ( r' lrrgrrr, un intencionalist¡ semántic<; o

Las emisiones recibende las intenciones (co-

también, y quizás enacerca del contenido,

I l ,s ¡rrirci¡r:rles trabajos de Grice sc recogen en Grice (19s9). El intcnciona-l,,,,,, rl,rrrrti.r¡ri. se defiendc, con distintos matices y grados de radicaliclad, en,l' ,\\,.,,11 1l,tc.{); Sclriffer (1972); Bennett (1976); Stampe (1975); Bach y Harnishrr'¡ ',), I.r'tlr (l9l{}); Re;canati (19117); Green (1989); Sfarnock (19ti9) y García_' rr ¡'¡¡¡¡,',, ( l()9tr), ¡ror poner srilo algunos ejentplos.

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pues considere que tamhién el contenido representecional o propo-

,icior-r"l cle una emisión es una proyección de deterrninadas propie-

dades de las intenciones comunicativas del hablante. como veremos

enseguide. crice es a la vez un intencionelista semántico y un inten-

cionalista ilocucionario.Las intenciones, como las creencias y los deseos, son estados psi-

cológicos que pertenecen originariamente al dominio de la llamada

"psiálogía poprll"t" (folk psychology)' al aparato conceptual ordina-

,.io -.dllrrt. .i cunl predecimos y explicamos o racionalizamos las ac-

ciones propias y aienas. No obstante, algunos filósofos de la mente

contemporáneos, entre los que destaca Jerry A. Fodor, han reivindica-

,lo est"s nociones para la psicología científica (cf', por ejemplo, Fodor

1gg7: cap.l). si las intenciones fuesen científicamente reivindicables,

,rr-r" t.o.ío pragmática de la fuerza basada en ellas se situaría automá-

ticamente ir-, Jl ,.gu.o camino de la naturalización ¡ de ese modo,

de la cientificidad. Es bastante evidente que el impulso contemporá-

neo hacia la naturalización de los más diversos ámbitos ha iugado un

importante papel en el asentamiento del intencionalismo ilocuciona-

.io). El fu.ri. d.rntrollo de las ciencias cognitivas ha favorecido tam-

bién, sin duda, una deriva psicologista de la pragmática'

Ño cualquier clase de intenciones valdrá, sin embargo, como

base explicativa del fenómeno de la fuerza' ya que las intenciones

pueden estar detrás tanto de las conductas ilocucionarias como de

ias ,-ro ilocucionarias. Las intenciones que se suelen aducir como res-

paldo de las diversas fuerzas ilocucionarias son una clase especial-

rn.rlr. compleia de estados mentales, como enseguida tendremos

ocasión de comprobar.

2. Algunos dntecedentes bistóricos

El consenso intencionalista que acabo de mencionar no deia de re-

sultar paradójico, si tenemos en cuenta que Austin, el verdadero

oro-oio. del estudio sistemático de la fuerza ilocucionaria' sostuvo

pur1,o, de vista más bien antimentalistas al respecto, como también

2. Cf. Loar (1981); Schiffer (19U2); y la introducción, de 1988' a la scgr'rntle

edición de Schiffer (1972). Schiffer abandona el proyecto de una semírntica de b¡se

intencional en su (1987) (para una crítica de ese abandono, véase Fodor l9ti9)' Iin

Avramides (1989) se defiende un ir.rtencionalismo de tipo griceano sin pretcnsiotres

reduccionistas.

.)o )a't/

H. P. cRICE: EL il.lpERlO DE LAS INTENCTONES

I.s sostuvo quien puede ser considerado como otro importante pun-t, de referencia histórico sobre el asunto de los usoi lingüísticos,l.rrdwig Vittgenstein en su segunda época filosófica. El cambio del)crspectiva se explica, en gran medida, por la irrupción en el merca_tl. filosófico de la obra de Paul Grice a finales de los años cincuenta,lcl siglo xx (cf. el influyente trabajo seminal de Grice: "Significado,,,lc 1957). El marco teórico inaugurado por Grice ofrece ia posibiri-,lrrcl de dar una explicación plausible y sistemática de una gran va-r icclad de fuerzas, a partir de las diferentes especies de intenciones, r¡rnunicativas que podemos encontrarnos en la mente de un hablan-tt'irdividual. En el apartado 3 de este capítulo serán presentadas laslincas maestras del análisis griceano del signrficado.

Un influyente y temprano intento por integrar las ideas pione-r.rs tle Austin, que serán analizadas con calma en el próximo óapítu-1., s¡1 sl marco intencionalista griceano lo tenemos en el artículo dellter F. Strawson: "lntención y convención en los actos de habla,(1964). Algunas de las ideas contenidas o inspiradas en ese trabaio',()rr repetidas hasta la saciedad por parte de intencionalistas poste_rr)r'L's. En rigor, srrawson no defiende el intencionalismo ilocucio-rr,rri., sino la tesis más débil de que la presencia de intenciones co-rrr¡nicativas de tipo griceano constituye una condición necesaria, enr'l trrSO normal o estándar, para que una emisión se cargue con algu_rr'r clase de fuerza. sin embargo, el autor sugiere, a través de análi-.,rs tlc algunas fuerzas concretas como las de informar, advertir, pe-.lrr r¡ ordenar) una tesis intencionalista más fuerte: que podemos dar,,'rtf iciones necesarias y suficientes para la presencia de cualquierIr¡t'rz.a normal, en términos de las intenciones comunicativas del ha-l,l;rrtc. Recuérdese que en el capítulo I he afirmado que er mentalis-t,r, típicamente, pretende ofrecer análisis de las distintas fuerzas ent.rrrinc¡s de condiciones necesarias y suficientes de carácter mental.I ,, t icrto, no obstante, que Strawson admite la dificultad de hacerr'r(:rirlr en el marco griceano algunas fuerzas especialmente depen-rlr.rrrcs c1e instituciones extralingüísticas (como dimitir, bautizar o, r, r,tttulgrr), que sin embargo encajan muy bien en el esquema con-r, rrt i.'alista austiniano. Esta admisión es también común en la lite-r.rlrlt'.1 l)r:lglllátice poststrawSOniana.

Ilrr rrra parte, el título del citado trabajo de strawson sienta losr, r rrin()s clc una disyuntiva entre intencionalismo y convencionalis-,r,, (llr!'dcsclc entonces se ha aceptado tácitamente como una espe-r rr' tlt't'r'rlctcrización exhaustiva del espacio lógico de posibles pio-l'rr'\tirs tt'tiric¡s en relación con el fenómeno de la fuerza (cf., por

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PALABRAS AL VIENTO

eiemplo, el título de Avramides 1997)' Ese planteamiento bipolari-

,"do-d. la cuestión me parece' por las razones que aduciré en su. m,o-

-.*., U".,"nte .lesafortunado, impidiéndonos apreciar la verdade-

ra naturaleza de las fuerzas ilocucionarias'

No es justo presentar la historia de las ideas acerca de Ia fuerza

ilocucionaria considerando sin más que Austin y el último $littgen-

stein configuran el primer capítulo de la misma' y que Grice consti-

tuyeelr.g"rrndo.Noobsta,-,te,unestudiosistemáticodela'prehis-¡6¡i¿, de iás reflexiones sobre la fuerua (o, más genéricamente' sobre

las relaciones entre lenguaje y acción) cae fuera de los intereses prin-

:;;i;; á. esta obra. A"continuación daré sólo un par de pinceladas

históricas.Para no alejarnos demasiado de la filosofía del lenguaje contem-

poránea, el propio término uftrerza" (K'aft) aparece ya en la obra de'Gottlob'Freg, (tscg_lgzs). Este punto merece ser resaltado, pues-

to que la co'ncepción de la fuerza en Frege (o, al menos' en el. últi-

mo'Frege) se incltna claramente hacia el mentalismo' lo cual nos

ott1igu í Á^tim la idea antes sugerida de que las prirneras aproxi-

maciones modernas a esta noción fueron antimentalistas. El entipsi-

cologismo fregeano no alcanza a su teoría de la fuerza' El lugar más

,.1.á'tt. donáe Frege trata este asunto es 'E'l pensamiento: Una in-

vestigación lógica' (1918-19 1 9)'

ú. ir-tt...i" resaltar dos aspectos de la concepción fregeana' Rl

primero, y más importante para nuestros propósitos' es el del men-

talismo 1qu. ,-to intencionaÍismo) ilocucionario fregeano' La única

fuerza " l" ql're prestó atención detallada Frege fue la fuerza dsertó'

rica,la furrr^ de una aserción, aseveración o afirmación' La expli-

.nción de Frege está conectada con su teoría del juicio' Según él'

cuanclo realizamos una aseveración seguimos tres pesos: en primer

lugar, debemos captar el pensamiento que.va a ser aseverado (a esto

lo"llÁa "el pensar"); en segundo lugar, debemos reconocer la ver-

dacl del pensamiento' comprometernos con ella (a esto lo llama 'ellurg"t,); ¡ por último, manifestamos ese juicio, y esa manifestagi-ón

.s lo q.r. propiamente se denomina <aseverar> (Frege 1'918-1919:

.57). Así pues' una aseveración lo es sólo en la medida en que está

..rp"l.l"á" po. u.t juicio previ<r de carácter mental' Por esa razón' el

mentalista ilocucionario puede ver iustificadamente en Frege a un

"rrr.p"r"ao suyo, al -.rlá, en lo que al análisis de la fuerza esertó-

rica, aseverativa o afirrnativa se refiere''Unr.gunduaspecto,queseresalt¿habitu¡lrnentc'scrcficreel

limitado iominio ile apliceci<in clc la tc.rírr frcgcatrrr clc la ftrcrzrt.

l r,t]9

E: EL IMPERIO DE LAS tNTENCtONEs

lirege tiene una importante intuición cuando sostiene que .es posi-ble expresar un pensamiento sin proponerlo cclmo verdadero,, estoes, sin aseverarlo (ctp. cit.:57). Esto es tanro como distinguir entrecl contenido representacional (que para Frege consiste en el pensa-rniento expresado) y la fuerza de una emisión, lo cual tiene hoy ple-rra vigencia. Pero, por otra parte, las únicas clases de emisiones enlas que se expresa un pensamiento son, para Frege, las aseveraciones(como "Las órbitas de los planetas son circulares,) y las preguntastler tipo sí/no (como "ison circulares las órbitas de los pláneias?'):"LJ'a oración interrogativa y una oración asertórica contienen elnllsrno pensamiento, pero la oración asertórica contiene algo más, asrrber, la aserción" (op. cit.:56). Con respecto a qué más constituyeulre pregunta, además del pensamiento <contenidoo en ella, Fregerros dice que contiene (una petición de que se reconozca como ver-,laclero un pensamiento cl de que se rechace como falso, (Fregel9l9: 86). Esto es, una pregunta de tipo sílno incluye esencialmen-tc una petición hacia el oyente para que juzgue acerca de la verdad,, falsedad del pensamiento expresado. Si en una aseveración se ex-Irrcs:r el comprclmiso del hablante con la verdad de un pensamiento,, t plausible pensar que en una pregunta se expresa para Frege un,lt'sc. del hablante, el deseo de que el oyente manifieste un iuicio,rtt'ree del conteniclo exprcsado cn la pregunta. Nos encontraría-rr()s entonces ante un análisis mentalista de la fuerza interrogativa,r podríamo.s pensar que el autor va a proceder de un modo análogo( ()n otras clases de oraciones. Ahora bien, en relación con las ora-( r{)ncs mediante l¿rs cuales hacemos promesas, damos órdenes, etc..I rt'gc propone una explicación completamente diferente de su fun-{ r()n:unientor Que no se fundamenta en la distinción pensamiento/Irrt.zrl. cuandcl mediante una oración imperativa ejecutamos, por( l( rrpl(), una orden, para Frege desaparece la articulación que en-,,¡ntlribrnros en las aserciones y en las preguntas de tipo sí/no. Ten-,lrr.rrrros, en este caso, que simplemente se expresa algo, alg<l quel'( rt('llecc al reino del sentido y que por ello estaría a la par de unI'r'rrs.unicnto, diferenciándose no obstante de un pensamiento en,lu( n() puecle ser verdadero cl falso (Frege 1892: 35). En una ora-r ron rnlpcfltlva no se expresaría un pensamiento sino, por ejemplo,tttt,t t¡ft|(n. [Jna oración así carecería, por tanto, del doble aspecto( (.r.i,tic() e il.cuciclnario) de las aseveraciones y de las preguntas,l, tr¡r, sí/rr.. Ahora bien, esta restrictividad de la doctrina freqeanarr(, l).il('ec rrrrry justificacla, y es fácilmente prescindible en aás derr.r l( ()r'í:r nrris sistcnl¿itica cle los usos del lenguaje que distinga en

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PALABRAS AL VIENTO

todos ellos, o en la mayoría, un aspecto de contenido representaclo-

nal (o, si queremos, .r,, n,pttto relacionad.o con el pensamiento ex-

or.r"do) y orro relacionaic' con la fuerza il<-'cucionaria' Después de

i;;;'bi." una orden no es literalmente verdadera o falsa' sí que

p".¿."t* .¡edecida o desobedecida, esto es' su contenido puede o

no ajustarse a cómo son finalmente las cosas' Y si suponemos qne el

asDecto ilocucionario de cualquier emisión puede- ser. analizado en

;i;;;t á. lor.rt.dos menteles expresados por el hablante' estare-

;;;t" ;*p.esencia de un programa general,cuyo obietivo final con-

sistirá en .]"bo.", urr" ,.o'í" Áentalista de la fuerza de las distintas

clases de emisiones lingüísticas'- -" E, Je señalar t",11bié., que cuando se le reprocha_al primer'$litt-

genstein el haberse p.eocupado exclusivamente de los aspectos re-

i..ri"tr.i""ales dei lenguaje, y haber deiado de lado los aspectos

il<rcucionarios, salen "lgir.,us

voces que proclaman una concepción

mentalista de la fuerza Á dltho autor' presente en algunos escritos de

i" epo." del Tlactatws. Así, en Prades y Sanfélix (1990) se defiende

oue el primer \rVittgenstein no ignoró que existían modos de simboli-

;;;;;'o;; ;" .rní lit.."l-entJ verdaderos o falsos' aunque insistió

;;;. iodo, .llo, debían incluir un contenido que sí fuese. evaluable

.n t" ¿l*..trión verdadero-falso' De lo contrario' no podrían consti-

tuirse como genuinas *figuras' de la realidad' El resto' lo que dife-

;;;i"tr;,';"; eiemplo, ít" u"uttntión de una interrogación o de

un"ord..r,consistiríaenlasdiferentesactitudespsicológicasexpre-sadasencadacasoporelhablanteenrelacióncondichocontenido:

Así, una oracrón aseverativa expresa la creencia de quien la emite en

la verdad de la proposictón que contlene; una interrogativa' su duda

respecto u ,, u,lnt de verdai; una impe rativa' su deseo de -que sea

verdadera y su creencia de que tal deseo puede satis-facerse derierta

manera (formulando la ordán), etc' (Prades y Sanfélix 1990: 62)'

Podemos concluir, pues, que mucho antes de la irrupción dc

Grice en el panorama de la filosofía del lenguaje. existían concepcro-

nes mentalistas de la fuerza en el ambiente, si bien no desarrolledas

.t r"¿" su plenitud. Lo cual no es de extrañar si' como he afirmacltr

al comienzb de esta obra, el mentalismo lingüístico constituye .clr

buena medida la posición del sentido común' así como la doctrinrr

filosófice heredadar.

3. Récanati (1987: parte primera, cap' 1) señal;r al egipttil'rgrr A' Il' ("rrtlirro

como un defensor od.t"ntlJn (s, obra., "nt".ior a los escritos de Atrstin y rlc (iriet')

40 4l

E: EL IMPER¡O DE LAS TNTENCTONES

\. Grice: Una proto-teoría intencionalista de la fuerza

l'll rnarco teórico inaugurado por Grice se conoce como ,irboría In-tt'¡rcional del Significado, o, en alguna de sus versiones reduccio-f listes, como "semántica de Base Intencional, (Intention-Based se-trr,ttttics) (cf. Schiffer 1982). Se asume algunas veces que el objetivo¡'rir'ordial de Grice consistió en elucidar la noción cle sieniíicado.rtcndido con'to contenido representacional, y no rento la áe fuerza,'r lrr que el autor apenas hace referencia explícita. Sin embargo, ra in-ll.cncia de Grice sobre las teorías intencionalistas contemporáneas,l, la fuerza difícilmente puede ser exagerada.

Bn su arrículo pionero .Significado,, (1957), Grice comienza,lrstinguiendo entre los casos de "significado naturalo, como cuando,lt'tirr.s que los 28 círculos en el tronco de un árbol significan que, l .irbol vivió 28 años, de los casos de "significado no naiural, en ios(lu(', como se suele decir, la conexión entre el signo y aquello que,', significado por el signo es .arbirraria,. Una explicación habitual,l, lrr ¡rbitrariedad de los signos más genuinos se basa en ra nociónrlt tt¡ttu€t'tción. Se dice que el signo no natural se asocia por deci-'.r,)r convencional, y no por necesidad, con su significado. La nove_,lr,l tlc la perspectiva de Grice consiste en afirmar que no es prima-ll,lllrcnte la convencionalidad, sino el uso intencictnal de los signosl,',¡rrt'l.s d,ta de significado no narural, y lt_, que explica la un¡ónrl'irrrrria o no necesaria entre el signo y lo significado por é1. Delr,,lr., (irice sostiene que no tc¡do caso de significado no natural esilr (.r\() donde se opliquen convenciones, ye seen lingüísticas 0 de,,tlr¡ ltpO,

l :r ..ción más básica (de entre las no naturales) que la Teoría In_l.llr l()lr¡l del Significado se propone aclarar es la de significado oca-,,',t,tl ,lel bablante, que intuitivamente podemos caracterizar comol",r¡¡r'rr hablante quiere comunicar o transmitir a su audiencia, de,,', ,r,,tl. abierto o sin reservas, en une ocasión particular mediantelr ¡rr.1l1¡¡¡i.in de un signo. Desde esta perspectiva, los casos de sig_rrrlr..rt irilr literal, donde un hablante meramente aplica convenciJ-,, lrrrr',iiísricas para la transmisión ocasional de significados (ejem-r'1" l), t'sr:i'rl mismo'ivel que los casos de significación no literal(, ¡, rrr¡rl¡ ));

l' rrrr rrrl( rr( r,rr.tllslttt¡ il¡¡cttcion:rrio sirnilar ¡l tlcfcncliclo p<>r Strawson v otr()s inten-',,¡rrlr.,t.r\ rlotr¡1i¡¡¡¡.¡¡¡,,* postgrictrrrros (c1.. (iardilrer 19.1J).

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PALABRAS AL VIENTO

Ejemplo 1. Al decir: .Pedro estaba conmigo a las 8'30" (en.la

ocasián ,) H quiso decir (significó) que Pedr. estaba con H a las

8.30 (del día d).Ejemplo 2. Al decir: uPedro estaba conmigo ¿ l¿5 $'JQ" (en-la

ocasián o, e,-t la cual un detective está interrogando a H) H quiso de-

cir (significó) que Pedro no podía ser el asesino.

Lo que importa en ambos casos es que el hablante posea ciertas

intenciones cr¡municatiua.s, y no que los medios empleados para po-

nerlas en práctica sean convencionales o exclusivamente convencicl-

nales.Las intenciones comunicativas, tal y como las concibe Grice, son

una clase compleja de estados mentales. Son intenciones dirigidas a

oroducir determinados efectos, reacciones o respuestas en una au-

áiencia por medio del denomi'ado procedimiento griceano, esto es,

mediante el reconocimiento mismo del intentoa. El análisis, er-r su

formulación más abstracra, y deiando de lado los múltiples proble-

mas que lo aquejan, puede formularse de la siguiente menera:

La emisión de e por parte de un hablante H es significatiua si y

sólo si, para un auditorio A, -FI emite e con la intención de:

1) producir una reacciólt r en A (donde r es normalmente un

estado mental).2) que A reconozca que H pretendía producir r en A, y

3) que el que A reconozca la intención de H de producir r en

A sea, al menos en parte' larazón de la reacción t'por par-

te de A.

Grice resume el análisis anterior afirmando que "ll significa de

modo no natural algo mediante e, puede considerarse equivalente a

4. El énfasis dc Grice en los efectos pretendidos por el hablantc en su aucliell-

cia llevó a algun¡s cle sus críticos a reprocharle que confunclía los actos ilocuciona-

rios con los perlocucionarios, asignando l:r primacía:r los scgundos (cf. Searle 1969:

52). Según Searle (1969), la únic¿ intcnción genuinamente comunicativa dc un hrt-

blante es la de hacersc c¡ntprendcr. Algun1ls griceanos "sofistic:rclgs" h¿rn vrtelt¡ estrt

crítica en contra dc le nociítn de efecto perlocucionari<) tJl y c(tttlt) su ctlettclltrrt f'rr

ntulach en Austin (1962). Según ellos, Austin nunc:r pudo aclarar ¿rclectt:rcl¡lllclttc lrt

distinción ilocucionario/perlocucionario, micntras que en el m¿rco grlceiltlo es p()sl

ble trazarl¿ nítidamentc en térmir.ros de la prescncia o ausenci¿r clc dctcrtlliltrttl¡s ilt

tenciones compleirs clel emisor (cf., más aclel:rnte, capítulo IIl, ipartld() 4)'

42 4l

,,IJ intentó que la emisión de e produjera algún efecto en una au-tliencia por medio del reconocimiento de esa intención, (Gricete57:491).

Expliquemos brevemente el sentido de las distintas cláusulas del.¡rrtcrior análisis. La cláusula 1) recoge simplemente la idea, bastan-tc intuitiva, de que cuando nos comunicamos intentamos producirtlcterminados efectos mentales en nuestra audiencia. Ahora bien, el

lrroblema es que si sólo exigiésemos esa condición nos encontaría-nr()s con fáciles contraejemplos al análisis, esto es, con casos en los(lue esa condición se cumple pero parece intuitivamente evidente(luc no se ha generado ningún significado no natural. Para apreciarl:r necesidad de 2) imaginemos la siguiente situación de ciencia fic-, i<in. Un malvado científico inventa una máquina para ir-rducir creen-t i:rs u otros estados mentales en las personas a través de la emisión,lt' un determinado tipo de ondas, a las que denclmina (ondas K>.l':rgrrclo por el gobierno, una noche pone en marcha su diabólica má-(luina, programándola para que al día siguiente todos los españoles.,t' despierten creyendo que España va bien, cosa que consigue. Está, l.rro, en este caso, que alguien ha inducido a los españoles a creer.rluo, pero que nadie les ha dicho, les ha informado, les ha comuni-( .¡(l() en un sentido pleno y genuino de la palabra ucomunicaro, ese

.rlgo. La moraleja es que intentar inducir una creencia (o, mwtatistttrrtindi, una intención o cualquier otra clase de estado psicológico)( n una audiencia no es suficiente para que podamos decir que se ha,,'nlunicado o significado algo. La emisión de ondas por parte delrrr,rlvado científico no cuenta como un caso genuino de emisión de''r1'.nos con fines comunicativos. Con est<t justificamos la necesidad,lt rriraclir la cláusula 2). El científico no intentaba que su intento derr,ltrcir una creencia fuese detectado. Más bien pretendía lo contra-r,,. lntroduciendo 2) eliminamos casos como éste. En un caso ge-

"rrrro cle significaciórr no natural el hablante debe intentar que el,r\( nrc reconozca que el hablante está intentando producir en él larr'\l)ucstrl en cuestión. EI ejemplo con el que el propio Grice justifi-,,r lrr ncccsidad de introducir la cláusula 2) es el de alguien que deja, I pruiuclo cle á en la escena de un crimen para que el detective crea(lll( // cs cl asesino (Grice 1957:489). Aquí tampoco parecemos dis-

I'r( \l()s rr h¡blar de significación no natural, en el sentido pleno delr( rnr¡n(). l:strlríamos dc nuevo xnte un intento de manipulación del.r rn( nt('rrjcne, y no rlnte Lln caso de genuina comunicación.

I't lo ¡r:rrrr (iricc rri sicltricra el añadiclo de 2) es suficiente, pues-r, ' (lu( [)()(lcn)()s cllc()r)trllnt()s c()n llrrcvos c()lrtrireie nrplos al análisis

Page 22: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

PALABRAS AL VIENTO

modificado (esto es, a un análisis que incluya ahora las cláusulas 1]

y 2l). Para demostrarlo, elaboremos el caso del científico a sueldo

iel gobierno. Imaginemos ahora que un pequeño número de españo-

les s*e entera .o. ln suficiente antelación de los planes del malvado

científico y se protege de las ondas K por medio de unas escafandras

que bloquear1 .u .f..to manipulador de mentes. como el científico

no ha nc"boclo su trabaio, el gobierno se niega a pagarle' Entonces

decide secuestrar a todos los rebeldes, los despoja de sus escafandras,

los encierre en un cuerto, y delante cle sus n¡rices pone en funciona-

miento su máquina diabólica. Instantes después, todos los españoles

díscolos se encuentran creyendo que España va bien (realmente, se

trata de un científico muy malvado). Parece que ahora se cumplen

las clos primeras condiciones del análisis inicial: al poner su máqui-

na en funcionamiento CM (el científico malvado) intenta 1) que A

crea que España va bien, ¡ además, 2) que A reconozca 1) (esto es,

CM intentaque A reconozca que CM intenta que A crea que Espa-

ña va bien). Pero, intuitivamente, no diríamos todavía que estamos

ante un caso en el que alguien le transmite (o ha querido transmitir-

le) algo a alguien de un modo ahierrc, o genuinamente comuniceti-

vo. Para eso se neceslta, piensa Grice, algo más' La condición 3) del

análisis establece precisamente una restricción acerca de los medic¡s

a través de los cuales el hablante intenta producir una reacción en su

audiencia en los casos de genuina significación no natural. En esos

casos, debe intentarse que el reconocimiento de la intención prima-

ria clel hablante sea parte esencial del proceso a través del cual se ge-

nerx le respuesta. No son casos genuinemente comunicativ()s cque-

llos en los que las respuestas intentan ser obtenidas de otro modo.

El hablante áebe intentar que el oyente considere el hecho de que el

hablante quiere provocar en él la creencia de que p (o la intención

de hacer p,olar.rp,r.rtn que sea) como parte del proceso que-lo lle-

u. ".....-que p (; a formarse la intención de hacer P, o a lo que

sea). Además, Grice insiste en que en Ios casos típicos de comunica-

ción el hablante no pretende que la respuesta o efecto buscados se

produzcan de un modo compulsivo u obligatorio en la,audiencia,

,ino qu. deben estar, en algún sentido, bajo el control del oyente'

Esto se expresa diciendo que el reconocimiento de la intención clebe

ser una riZón, y no meramente una cdusd de la respuesta_ del oyer.r-

te (cf. Grice tOSlt ZZI; se insiste en ello en Grice 1969)q'

5. El caso c1e Herodes presentando a Salon.ré la cabezrt clel Brrutist¿ cl) tlttrt brttl

cleja, y el caso c1e alguicn clue enseña a un ntarido tlna fot()flrrlfíil tlc l:r tsp<tsrt tlt ttslt

44 .ls

El análisis final de Grice (1957) tiene, pues, cierta complejidadtlcstinada a incluir todos y sólo los casos paradigmáticos de comu-rricación y a evitar los contraejemplos más obvios, pero aun así es

¡rosible buscarle las cosquillas incluso a ese análisis relativamentesofisticado, con nuevos contraejemplos que requieran sucesivos refi-n:rnrientos. No seguiré, sin embargo, ese camino, ya que mi intención,r,1uí es sólo la de presentar los principios básicos para un análisis gri-, t',rrro de la noción de SOH (significado ocasional del hablante) ba-..rtkl en las intenciones del hablante, y para ello bastará con tenerl)l'('sente el análisis inaugural que nos encontramos en Grice (I957).I os ¿rr.rálisis posteriores de Grice y de sus seguidores incorporan in-It rrciones más y más complejas del hablante, con el fin de eludir con-r r.rcjemplos cada vez más sofisticados a análisis previos6.

El aspecto más relevante del análisis griceano del significado nor.rtrlr¿11, desde el punto de vista de un estudio sistemático de la na-tur.rrlcza de la fuerza ilocucionaria, puede apreciarse ya deteniéndo-r()s cn la condición 1). Esta condición deja abierta la posibilidad de,¡rrt'cxista una variedad de reacciones, efectos o respuestas r que unlr.rblante puede estar tratando de inducir en una audiencia median-tr't'l reconocimiento de la intención de hacerlo. Con ello, estamos, rr tlisposición de distinguir entre distintas clases de emisiones signi,Ir..rtivns, por el procedimiento de dar distintos valores a la variabler (.rsí como también añadiendo nuevas sub-intenciones del hablanter l.rs tres señaladas). El propio Grice distinguió entre lo que, siguien-,1,',r (iarcía-Carpintero, podemos denominar uinformes" y (peticio-rr, s',. l.os respectivos análisis podrían formularse así:

, ,, ,rn,r rrctitud cornprometeclora con otro l.rombre, son dos de los contraejemplos ele-, r,1,,, por (irice para justifrcar la necesidad de la tercera cláusula de su análisis (Gri-, , l')\.-: ,1¡19-490). Para Gricc ésos no son casos gcnuin:rmenfe comunic¿tivos por-¡,,, , rr t llos el hablante no infenta quc el recor.rocinliento de su intenciítn cle producir

,,,, | ,l( r( fllrinirde respuesta cn la audiencia (la crccnci:r de qr.re el Bautista está muer-r , ,' l.¡ q¡¡¡¡¡¡i¿ dc qrre la esposa es infiel) constituya una r:rzirn pare que dich¿,r res-t,il, r.r \( ¡rrocluzcrr. Más bien la re:rcciiin se debe producir porque la audicncia reco-,,"., I urf vitculonatural entre la c¿rbeza cortada y la ntuerte del Bautista, o entre lar,,t,,rlr.rli.r v Il inficlelidad.

r, ( l. (,ricc (1969). Algunos intencionalist¿rs, corno Sperber y \X/ilson, descrr-¡ ,,, Lr ,,'rrr¡rlcjirl;rtl del análisis griceano original, ofrecienclo concliciones intenciona-l, r,. nr.r\ sirrplcs prrrrr la significatividad de una emisiírn (en concreto, renunciando, I r , , 'rr,lrt rrrr i l). l)lra Lut:r nragnífica ntonografía sobre el proyecto analítico de Gri-, r 1,,,,,1¡11.¡51¡q ¡rrolrlcrnls con los quc sc enfrenta, véase Avr¿rmides (1989). Puede

", ,¡lr.rr.,r'.rsirnisrn<¡ (iralrrly y $lirgner (eds.) (19tt6), asícomo el capítulo X de Gar-i | ',r r( / (l()()7). l'rrrr rrnl crítica rrrrry cletirllacla a algunos aspectos del progr:rma de

¡,r' ( \r'.r\( l),rvis (19()ll).

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PALABRAS AL VIENTO

Informes. La emisión de e por parte de un hablante H esun in-

forme de que p si y sólo si, para un auditorio A, .FI emite e conf a intención de: 1) producir en A la creencia de que p; 2) que Areconozca la intención 1); 3) que el que A reconozca la inten-ción 1) sea, al menos en parte, larazón de queA acabe creyen-

do que p.

Peticiones. La emisión de e por parte de un hablante FI es una pe-

tición de que A haga p si y sólo si, para un auditorio A, .Fl emite

e conla intención de: 1) producir en A la intención de hacer p; 2)que A reconozcala intención 1); 3) que el que A reconozca la in-tención 1) sea, al menos en parte, la razón de que A acabe for-mándose la intención de hacer P.

El análisis general del SOH, que hemos visto en primer lugar,

nos ofrecía respuesta sólo a una pregunta muy genérica: tcuáles son

las condiciones para que podamos decir que un hablante significa

algo (una cosa u otra) mediante una emisión ¿? Sin embargo, los aná-

lisis más concretos que acabamos de ver de los informes y de las pro-mesas nos ofrecen también la posibilidad de responder a una pre-

gunta mucho más específica: icuáles son las condiciones para que

podamos decir que un hablante significa qwe-tal-y-cual, esto es, pre-

cisamente aquello que significa, mediante e? Por una parte, podemos

distinguir entre la forma "informacional" y la forma <peticionaria>

de significar. Pero, además, el contenido representacional específico

de una emisión viene determinado, para Grice, por el contenidomental concreto de las actitudes (creencias, intenciones, etc.) que Hquiere inducir en A, de modo que especificar exactamente qué es loque se significa requiere decir exactamente qué creencia, deseo, in-tención, etc. se desea inducir en la audiencia. En ese sentido, el aná-

lisis griceancl es, quizás en primer lugar, un análisis del contenido re-presentacional (no natural) de las emisiones cuya inteligibilidaddepende en gran medida de que pueda arrojarse luz sobre Ia nociónde cc¡ntenido mental, algo en lo que muchos filósofos de la mente

están ocupados en la actualidad. Pero a la vez, lo cual es más im-portante para nosotros, constituye también üna proto-teoría inten-cionalista de los actos ilocucionarios (tanto del contenido como dc

la fuerza), dado que nos permite distinguir al menos entre dos cla-

ses de actos comunicativos, los informes y las peticior-res, apelanclo rt

las diferentes clases de reacciones que un hablante pueclc cstar irltcn-tando inducir en su audiencia.

't () 47

l. Hacia wn intencionalismo ilocucictnario sistemático

l)c nromento tenemos sólo un análisis intencionalista de la nociónrlt'c<lntenido representacional comunicado por un hablante, que lle-,,r eparejada una explicación de la diferencia entre los informes y las

¡rt'ticiones. Ahora bien, existe un número elevadísimcl de fuerzas ilo-( rlcionarias diferentes. Necesitamos, pues, avanzar mucho si quere-nros convertir el marco griceano esbozado en el apartado anterior( n une teoría sistemática de la fuerza ilocucionaria. El mismo Grice.,rrgiere el camino que habría que seguir para ello al señalar que su

.rrrrilisis podría extenderse para cubrir otras clases de respuestas co-rrrunicativas pretendidas por el hablante, además de las ya señaladas.r\sí, a modo de ejemplo, sugiere un análisis intencionalista de los in-.,rrltos en f a siguiente línea (Grice 1957: 591-2):

Ittsultos. La emisión de e por parte de un hablante É1 es un insultc¡si y sólo si, para un auditorio A, ÉI emite e con la intención de: 1)prcrducir en A un sentimientc¡ de ofensa (ylo indignación, humilld-citin, disgusto); 2) queA reconozca la intención 1); 3) que el queAl'ccorlozca la intención 1) sea, al menos en parte, la razón de que A:rcabe sintiéndose ofendido (indignado, humillado, disgustado).

Nótese que en este caso no aparece en la condición 1) ningunar.r'ieble para un contenido representacional específico, sino que todal,r significatividad de la emisión parece consistir en lo que llamaría-nr,rs.la Íuerza, de la misma, su carácter de acción lingüística. Pode-nr()s cstar entonces bastante seguros de que Grice incluía en su no-( r()n dc .significado no natural" tanto los aspectos semánticos comol, 's ilocncionarios de una emisión, y muy especialmente estos últimos.

Vrrios intentos por desarrollar sistemáticamente una teoría in-r, rrtionalista de la fuerza proceden en la dirección marcada por el

l'r,'lrio Clrice. Se tra:taría de ofrecer condiciones de tipo griceano

l',uir crlda fuerza ilocucionaria que quisiéramos distinguir. Sería con-r.rrit'rrtc tembién que la teoría nos ofreciera criterios sistemáticosl',rrir tilx()nomizar las distintas fuerzas en categorías o familias. Arn,,.lo tle rneros ejemplos, voy a sugerir sendos análisis intenciona-lr',t.rs tle lrrs fucrzas de advertir y ordenar, similares a los que hemos\ r,.t() p:lrrt el caso de los informes, las peticiones y los insultos. Losrn.rlisis cstrin inspirad<ts en ideas de Strawson (1964)7:

'. Ln Sehillt'r (1972: cep. IV) y en f}:rch y Harnish (1979: cap. III), pueden en-' ! 'nrr.r \( .rl:ilisis intt lle i<)nirlist¡s tlctallldos cle una nruy lrnplia gama dc fuerzas.

Page 24: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

PALABRAS AL VIENTO

Aduertencias. La emisión de e por parte de un hablante -Fl es una

aduertencia de que p si y sólo si, para un auditorio A,H emite e

con la intenciónde: l),2) y 3) como en el caso de los informes'

y además: 4) que A esté sobre auiso respecto a los peligros de p; 5)

ou. A ,.conozca la intención de Fl expresada en 4); 6) que el que

Á ,..onor.o la intención de H expresada en 4) sea, al menos en

parte, la razón de que A acabe estando sobre aviso respecto a los

peligros de P.

La complejidad de la intención comunicativa es ahora bastante

considerable. El procedimiento griceano se aplica dos veces, una con

la intención de que A crea que p es el caso y otra con la intención de

que A se ponga sobre aviso respecto a.los peligros que acarrea p'

Álgo similar ocurre en el caso de las órdenes:

Órdenes. La emisión de e por parte de un hablante H es una orde.n

cle que A haga p si y sólo si, para un auditorio A, Fl emite ¿ con la

intención de", i¡' 2) y 3) como en el caso de las peticiones, y ade-

más: 4) qrie A reconozcd la avtoridad de H sobre A; 5) que A reco-

nozca la intención de Fl expresada en 4); 6) que el que A reconoz-

ca la intención de H expresada en 4)8 sea, al menos en parte' la

razón de que A acabe formándose la intención de hacer p'

Como puede apreciarse fácilmente' los análisis que acabo de

presentar muestran que los irrformes y las advertencias, por un lado'

y las peticiones y las órdenes por otro' tienen algo en común (las

.laur.rl", 1,2 y 3 respectivas), lo cual podría servirnos de base para

iniciar una raxonomía de las fuerzas basada en el hecho de que el ha-

blante puecle estar intentando primariamente inducir en su audien-

cia (quizás entre otras posibles respuestas), mediante el procedr-

miento griceano, una créencia o una intención. Esto nos daría dos

grandes"familias de fuerzas ilocucionarias, a las que quizás-habría

[ue aña<lir otras. Por eiemplo, una qu-e incluyese los casos en los que

.i h"bln.r,. intenta primariamente inducir un sentimiento o emoción

en su audiencia por medio del procedimiento griceano. A esta famt-

lia pertenecerían, por eiemplo, los insultos'-

Nótese que, ,1é acuerdo con un análisis de este tipo, la realizaciórr

con éxito de un acto ilocucionario depende sólo de los estados men-

tl. O quizás meior: "que el qr're A reconozca la autoridacl cle 11" (y no stilo lr

intención de H dc que su :rutoridad sea reconocida)'

48 4()

:: EL IMPERIO DE LAS INTENCIONES

tales del hablante. Las intenciones comunicativas, como cualesquiera()tras intenciones, pueden no verse cumplidas (por ejernplo, el oyen-tc puede no reaccionar de la manera pretendida), pero ello no modi-l.icaría un ápice las propiedades significativas esenciales del acto (su

crlntenido y su fuerza). Esto es lo que hace del marco griceano unnlarco radicalmente mentalista: sus análisis se sitúan desde la perspec-tiva de la mente del hablante individual cuando intenta comunicarse.

5. Mentalismo e internismo en Grice

l'.1 énfasis en las intenciones comunicarivas convierte el marco gricea-lr() en Lrna variedad de mentalismo semántico ¡ si se desarrolla en la,lirccción que acabo de esbozar, de mentalismo con respecto a laItrcrza ilocucionaria, esto es, de mentalismo ilocucionario.

He distinguido en el capítulo I entre mentalismo e internismo,.,rrrro posibles doctrinas acerca del contenido o acerca de Ia fuerza,le les emisiones. El mentalismo semántico es una doctrina que sos-tit'rre que el contenido intencional de las actitudes proposicionales, s ¡rrioritario con respecto al significado descriptivo o representacio-n:rl de las emisiones lingüísticas, esto es, que los signos externos he-rr'tlrrn sus propiedades semánticas de las propiedades intencionales,lt' los pensamientos. Las propiedades representacionales de los es-t.rtlos mentales serían, por tanto, Ias originales, mientras que las pro-¡,icrlades representacionales de las emisiones serían propiedades de-ttt,¿dcts de las anteriores. Podemos aceptar que el marco griceano esrrrt'ntalista en este sentido (al menos, ésa es su interpretación más ha-l,rtrral; cf., sin embargo, Avramides 1989).

llrr su parte, el internismo semántico sostiene que el contenido,,,tcncional de los estados mentales y/o el significado descriptivo del, r: signos externos está determinado únicamente por lo que ocurre,lt ¡ricl para adentro>> o <en las cabezas" de los hablantes. No de-

l,{ n(lL, por tanto, de lo que ocurra en el entorno físico o social en el(lu( r's()s ltablantes habir¡n. É.t".r una tesis acerca del carácter in-lirlr\('c() ucrsus relacional de las propiedades intencionales o semán-Irr,¡s, s¡¡¡¡1 cuales sean sus portadores (esto es, sean esos portadores,l( n.llul-rlleza mental o no mental). Con respecto a esta segunda te-'.r',, , 1 rnrrrco ¡¡riceano es, rne parece a mí, neutral. Todo depende de,,,n¡,r intlivirlrrtlicemos los contenidos de las intenciones comunica-rr\.r\, (()lrtcnitlos c¡uc se reflejarán, para el mentalista, en los signifi-, .r,1, rs lt'¡rrt's(.nt¡cion¡les de las emisiones.

Page 25: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

PALABRAS AL VIENTO

Algo similar ocurrirá con las fuerzas ilocucionarias. El marco

gri.e"ño es igualmente mentalista con respecto a ellas y parece igual-

i-,.nr. n.utrnl con respecto a la cuestión internismo/externismo en

lo que a ellas se refiere' Así, en la medida en que el entorno go.n1ri-

buy" " determinar las propiedades de los estados mentales del ha-

blante que se supone que determinan la fuetz.a tendremos una teo-

ría a la vez mentalista y externista de la fierza ilocucionaria. Ahora

bien, como ya señalé en el capítulo anterior, considero que en Ia

práciica el griceano se compromete implícitamente con el internis-

mo ilocucionario.Sea como fuere, es posible defender tesis externistas más radica-

les que hs que resulran competihles con el marco gricerno, tesis ex-

ternistas en un sentido .fuerte>. Este externismo más radical proPone

rechazar clirectamente el mentalismo, afirmando que las propiedades

que nos intercsan en los signos externos (cl.ct-rntenido rcpresentacio-

nal o la {uerza) no se heredan de correspondientes propiedades de- los

estados mentales del hablante individual, como quiera que indivi-

dualicemos dichos esrados. En el capítulo IV defenderé que ese e.x-

ternismo antimentalisla es plausible con respecto a la Íuerza: la fuer-

za de muchas emisiones no se deriva completamente de las actitudes

proposicionales (de dicto) del hablante, por muy "ampliamente> que

individualicemos dichas actitudes. Esto es tanto como afirmar que

las propieclades ilocucionarias de las emisiones son, al menos en bue-

nn -.áido, .originales', en el sentido de no ser un mero reflejo de

cleterminaclas propiedades de los estados mentales del emisor. Esta

tesis acerca de la fuerza, sin embargo, es compatible con la cclrrección

del marco griceano, en su versión externista o en su versión internis-

ta, como ,r-,alirir de las propiedades representacionales de las expre-

siones ¡ por tanto, con-que esas propiedades sí puedan ser conside-

radas como uderivadas,.

6. Actos ilocucionarios conuencionales y no conuencionales

Aunque el mentalismo de Grice es n-rar.rifiesto, existe un aspecto _de

su

progro.nn, en la interpretación o elaboración del mismo que ha llega-

á., á hn..rr. ortodoxa, que no cuadra demasiado bien con la tesis

mentalista tal y como ha-sido formulada por mí en el capítulo I. Fll

problema surge cuando nos detenemos en la explicaciór-r interrcionn-

ii.tn .1. l.r, c"-r.r, de significado estándar, atemporal o ctlnvenci.¡ttal-

lln el prrixinro capítulo vt:rernos unrr frlrnrrr brtstr'ttttc tlccitlitL¡ clc rtllti-

50

rnentalismo ilocucionario: el convencionalismo ilocucionario de Aus-tin. Pero, aunque Grice desliga la noción de significado no natural de

la noción de convención (Grice 1976-7980:298), no niega, claro está,que algunos casos de significación no natural se basen en conven-ciones. Ahora bien, me parece que no es fácil introducir las conven-ciones sin que el mentalismo se resienta, al menos en alguna medida.

El análisis del significado ocasional del hablante que hemos esbo-

zado en el apartado 3 es lo suficientemente flexible y general comopara permitirnos cubrir tres clases de casos, de cada uno de los cua-les hemos ofrecido ya algún ejemplo. Para Grice, los siguientes se-

rían igualmente casos donde el hablante significa algo de un modono natural:

1. Al decir "Pedro estaba conmigo a las 8.30" (en la ocasión o)H significó (quiso decir) que Pedro estaba con É1 a las 8.30.

2. Al decir uPedro estaba conmigo a las 8.30" (en la ocasión o)H significó (quiso decir) que Pedro no podía ser el asesino.

3. Al ponerse a andar (en la ocasión o), Diógenes significó(quiso comunicar a Zenón) que él creía que el movimientoes posible.

Por supuesto, existen diferencias entre esos tres casos. En el pri-rrrcro, el hablante se aprclvecha de una convención lingüística (el he-.ho de que las palabras "Pedro estaba conmigo a las 8.30" significanl,r r¡ue significan en español) para transmitir su mensaje en un deter-rrrirrado contexto de emisión. En el segundo, el hablante utiliza las

rnisrnas palabras, y se apoya en lo que éstas significan convencional-nr('nte, pero lo que quiere decir rebasa con creces el ámbito de lo(luc las palabras que emplea significan convencionalmente, incluscl, ('n contexto"e. Por último, en el tercer caso tenemos una situaciónro1l¡yi'¡ más radicalmente anticonvencional, en la que todo parece in-,lr(ilr que un emisor o productor de signos, mediante su acción, está'.rirriliclndo elgo por primera vcz y cn ausencia cle cu,rlquier con-r, rreitin significativa previamente establecida.

i()ué es lo que tienen en común estos tres casos, según Grice,(1il(' n()s permite considerarlos a los tres como ejemplificaciones del,r nrisrrrrr forma básica de generar significado? Aquí es donde hace

',. l'.rrrr rrrrrr crplicrrcirin nrr.ry infh,ryente cle este segundo grupo de casos, en los,lr( \{ rrur\nrilt lo rlrrc (irice tlenoniine.implicaturas convencionalcs", véase Gricerl', \)

sl

Page 26: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

PALABRAS AL VIENTO

su aparición el concepto central de la teoría del significado de Gri-.., .l .orl..pto de intención comwnicdtiua' qúe hemos examinado

en el apartado 3 de este capítulo. En los tres casos es fácil apreciar

que el hablante tiene la intención de comunicar algo a su audiencia

por medio del procedimiento griceanol0. Lo que resulta original es

que no se considera esencial, a la hora de llevar a cabo esas intencio-

nes cgmunicativas, que ello se haga utilizando medios convenciona-

les o exclusivamente conve¡cionales. Esos medios pueden ser utiliza-

dos, y usualmente se emplean, como el modo más cómodo, rápido

y efectivo de expresar nuestras intenciones comunicativas, pero la

10. Es posible hacerle la siguiente objecitin al caso de Diógcncs: al ponerse:r an-

cl:rr, Diógenes no intentaba convencer a su audiencia cle c1¡e el Ínovimiento cs posi-

ble porque ésta reconociese su intcnciót], sino nlirs bien porque ósta percibiese qtre su

-uui.i.¡,,u equivalía a une refutación inn.rediata de los argumentos de Zcn(rn: el

movimie nto se demuestra andando (debo esta gbservación a Javier Vilar.rova). El caso

serí¿r simil¿rr al de alguien que muestr:r una fotografía a A con la lntención de que A

crea que su ntujer le cstá siendo infiel. Es l:r fgtografía, y no eI rcconocirnjento de l:r

inteniión, la qr,re sc pretencle quc teng:r un papcl activo en la inducción cle la creen-

cia en la audiencia (Grice 1957:490). De un moclo parecido, si la inter]ción cie Dió-

genes era la cle qLre la audiencia acabase creyendo algo en virtu{ cle ¿lguna caracte-

rística.natural, de su acción cntonccs, en efecto, cl c¿rso no sería genurnanlente

comunicativo para Grice. Ahora bien, a mi entender és¿ no er:r prgbablemente la in-

tención cle Diógenes. Zenón (como el resto cle la audiencia) tenía a su disposición

nt¡ltiru.l,le car,,. dc morittlictlto .Jp.lrCnr( don)(r P.lríl tlcCcsit¡r Jcl p.rt..r de t)iú-

genes para convencerlo de que el movirr]iento era posible, y eso er:r nrutuamente co-

nocido por parte del cmisor y de su :rucliencia. La intención probable cle Dió¡ienes era

entonce.s que su audiencia creyese algo al menos en parte debidq al recgnocimiento

de clue Diógenes intentaba que creycse ese algo. La obieción clebe hacernos. recono-

ccr, quizÍrs, que seguramente est¿rnos ante un caso de acto ilocucion¿rjo.erhibitivo'(en terminología de cirice 1969), ya que la intención primaria de Diógenes parece ser

fa de conseguir cluc su audiencia creaque I)iógettes cree qtte el mouimiento es posible,

y ,ro tnn,u 1" de que su audiencia cred ella misma que el mouimiento es posible. Al

ntenost no parece intcntar que esto último se produzca nleranlente debido al recono-

cimiento cle su i¡tención de que se produzca. Si esto fuese así, no estaríamos quizás

(para Grice) ante un auténtico informe, sino ante un acto ilocucionario de una clase

iif.r.n," que podríar]los denominar quizás nnranifestación de creencias", o tal vez

simplementc "afirnr:rcitin, o "aserción,. Por otra parte, el que la acción de Diógenes

no conrase como una cmrsitin significativa para crice no implicaría, claro cstá, que

ésta no pucliese aparecer como tal desde una perspectiva tcórica diferente, por ejcltl

plo, desdc la que y() mismq prop6ndré en el capítulo IV Además, es bast¿rnte comúll

presentar conto un defecto de los ¿rnálisis griceanos (en este caso, por no pr()porcl(,-

nar cor-rdicionesnecesarias adecr:adas) el que no cubra actos de h¡bl¿ como cl cle ¿r-

gumentdr, en los cuales el hablante intent¿ que sea la fuerza cle srts :rrgtll.llctrtos cll f¡-un, de p, y no el reconocimiento cle su intención de que la ar¡clicncirr crcr qLre 1r, l.t

que sea decisiva a la hora de qr.re la audiencia acabe creyenclo quc p (cf. l.ycarr 2000:

l 05-1 06).

52 5l

E: EL IMPERIO DE LAS INTENCtONES

noción de significado más primitiva (la de significado ocasiolr,rl rlllrrrblante) no debe apelar a la existencia de convenciones P:lr..r \rl,,rllicar porque en algunos casos es posible comunicarse sin quc (.\r\r,rll:rles convenciones.

Por supuesto, uno puede preguntarse cómo conseguimos corrrr¡nicernos en los casos en los que no existen convenciones signific:rtrVils previamente establecidas. La respuesta griceana, que no vaul()s il,lcsgranar en detalle, es que en esos casos el emisor tiene funclarlrrs( speranzas de que la audiencia cuente con las suficientes pistas corr-t('xtuales que le permitan inferir sus intenciones comunicativas. Par¿t llo, el emisor presupone cosas corro las siguientes:

.l) que su inter-

locutor, A, es racional (al menos en buena medida) y posee determi-rr:rclas capacidades inferenciales; 2) que A cree que también lo es yl.r\ posee H; 3) que A posee determinadcs crcencias permenentes,¡rrc H también tiene acerca del mundo extralingüístico, físico y scl-, irrl, que ambos comparten; 4) que la conversación acontece en un( ()ntexto concreto e inmediato mutuamente conocido pclr H y por,l;.t) queA posee un conocimiento implícito de los principios coo-l)('riltivos que rigen la actividad de conversar o, en general, de co-¡rrunicarse. Finalmente, H da por sentado (y esto es, en general, ra-z,rnrrble por su parte) que todos esos conocimientos pueden servirle.r 11 para inferir qué es lo que H desea comunicarle mediante su emi-',rrirr en esa ocasión.

Pero dejemos de lado los casos no convencionales de significa-( r(ll ocasional y centrémonos en el uso literal del lenguaje. t,a expli-,.rtirin del propio Grice (Grice 1968), basada en la noción auxiliar,L .procedimiento>, ha sido abandonada en la actualidad por lal,r.ictica totalidad de los griceanos, por ser considerada esa noción(r)nlo poco clara, en el mejor de los casos, o como circular en el

l,( ()r. Sin embargo, la noción griceana de procedimiento, clara o no,, r.r rrl rnenos nítidamente mentalista. Para Grice, que un hablanter.nrrl cr su repertorio un determinado procedimiento para signifi-, .u tle un modo estándar o atemporal que p consiste en que tenga lal'r,r(ticll (la tendencia o voluntad permanente) de emitir una mues-rr,r tlt'cierta clase de sonidos (o, en general, la práctica de realizar,¡u.r :rcci<il'r de cierta clase) siempre que intente significar (en el sen-rrrlr¡ tlc SOH) que p. El que toda una comunidad posea el mismoI'r,,tt'tlinricnto consiste en que la práctica en cuestión esté extendi-,lr lr,rr torf¡ cs.r contunidad (cf. Grice 1968: 126-128).

A p:rrtir rlc Schiffer (1972) los griceanos han solido abandonarr '..r rrot irit't tlt' pnlccdirtricnto, y han echado mano en su lugar dc una

Page 27: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

PALABRAS AL VIENTO

noción auxiliar diferente, la noción de conuención) qtre toman pres-

tada del influyente trabajo de D. Lewis Conuention: A Philosophical

Study (I969). Esperan entonces que la noción de significado ocasio-

nal del hablante, junto con esta noción auxiliar de convención, les

sirva para elucidar la noción de uso literal del lenguaje, de acto ilo-cucionario literal o directo.

Las característices genereles de una convención seríen, de ecuer-

do con un análisis de tipo lewisiano, las siguientes (la formulaciónque sigue es la que se ofrece en García-Carpintero 1996 526):

Una acción R llevada a cabo de modo regular por los miembros de

la comunidad C constituye una conuención en C si y solarnente si:

(i) Todo mier-nbro de C se atiene a R.

(ii) Todo miembro de C cree que todo miembro de C se atiene a R'(iii) l-a creencia de que todo miembro de C se atiene a R constituye

para cacla miembro de C una raztin para atenerse él mismo a R'(iv) Todo miembro de C prefiere que todo miembro de C se atenga

a R a que todos salvo uno (quizás él mismo) se atengan a R'(v) Existe al menos una regularidad alternativa, Ft' que serviría a los

mismos fines a que sirve R.(vi) Existe conc¡cimiento mutuo entre los miembros de C de lo que

las cláusulas anteriores establecen: todos las conocen' conocen que

los demás conocen que ellos las conocen' etc.

Una regularidad corno la de quedar rutinariamente unos amigos

para tomar unas copas un día concreto de la semana en un determi-

nado bar cumple con todas las cláusulas de la anterior definición y

puede entonces calificarse de .convencional" en el sentido de Lewis.

Por otro lado, seguramente muchas convenciones remontan su ori-gen a acontecimientos o acciones azarosüs que solucionan de un

modo casual un uproblema de coordinación", esto es, satisfacen una

necesiclad mutualnente sentida que sólo puede satisfacerse de utl

modo colectivo, y que además se presenta de un modo recurrente.

Los individuos, a partir de ese momento, deciden tácitamente repc-

tir o perpetuar esa solución a través de sus acciones futuras. Esto ex-

plicaría los rasgos aparentemente arbitrarios de algunas convencio-

nes. iPor qué mis hermanos se reúnen con sus amigos cada viertlcs

en La Bolera, si en realidad a todos les gusta más el Café -featro?

Quizás sólo porque un viernes se encontreron allí y ttlclos sigtticlrttacudiendo para seguir viéndose. Muchas convenci()rrcs no precisrttt

de otras convenciones, por eiemplo verbales, paril ser establccitl:rs'

sino que llegan a instaurarse por aceptaciórr tricita cle los tltrc dc cllrrs

s4 55

!: EL IMPERIO DE LAS INTENCIONES

l)ilrticipan, y porque ayudan a resolver problemas de coordinaciónt'('cu rrentes.

Lo que nos interesa destacar del análisis lewisiano es que utiliza,.orno el análisis griceano del significado ocasional del hablante, no-t iones psicológicas en sus distintas cláusulas. Por ese motivo, parecelrccho a medida para encajar en el marco griceano, ayudando a ca-rrrcterizar lo que tienen de específico los actos ilocucionarios en los(luc se ernplean literalmente r.nedios estandarizados de comunica-, itirr. Simplificando de nuevo mucho las cosas, y dejando de lado di-vt'rsos problemas difíciles, podemos ahora analizar qué significa queurr hablante H utilice literalmente una emisión e, la cual es un ejem-l'l,rr cle una expresión-tipo / de un lenguaje L, para significar que p.l rr primer lugar, debe haber en la comunidad lingüística a la que Hl)('rtcnece una convención lingüística (o, en general, "sígnicar) queItcnnita expresar p mediante un ejemplar de / en determinada clasetlt'circunstancias. Eso puede ser expresado a través de la siguiente,lt'linición del significado conuencional o atemporal de las expresio-t t r,s-tilto:

I n exltresión-tipo t significa atemporalmenre que p para la comu-rridad C syss es una convención en C el emitir un ejemplar de /p:rr:r significar (en el sentido de SOH) que p (en determinada cla-sc de circunstancias).

I'trede comprobarse lo que esto implica recorriendo las cláusu-Lrs tlcl análisis general de Lewis. Tarnbién ahora podemos imaginar-

",,r gú'nesis <azarosas> de algunas convenciones significatiuds, comol', r(lí:lnros hacerlo con otras clases de convenciones.

lrrr cuanto a la caracterización de los usos convencionales, litera-l, \ () rltcntporales concretcls de las emisiones, puede valer de manerar, rl,ltivir la siguiente definición de| significado atemporal aplicado der t r t, t t'x ltresión-ejemplar:

I t ('xlrresi()n-ejemplar e significa atemporalmente de modo apli-,.rtlo (por el hablante H en la ocasión o) que p syss: 1) H signifi-(.1 ()crlsionallnente que p mediante e;2) e es un ejemplar de una, r¡rr.t'si1i11-¡ipcl /;3) existe una convención en C (comunidad a la

'lu( [)crtcnccc H) consisrenre en emirir un ejemplar de I para sig-rrrlit:u'(crr el scntido de SOH) que p en circunstancias como las(lrl(' (()llcrtn'írrrr en la ocasión o., y 4) Fl intenta usar e en o de.r( u( r'(l() ('()lt cs:l coltvcnciírn (y queA así lrt reconozca).

Page 28: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

PALABRAS AL VIENTO

Los que acabo de dar no pretenden ser análisis definitivos o ab-

solutamente satisfactorios de la noción de significado atemporal(para las emisiones-tipo y para las emisiones-eiemplar), como tam-poco los anteriores pretendían ser análisis griceanos acabados o de-

finitivos de la noción de significado ocasional del hablante, o de las

más específicas de informar, pedir, insultar, advertir u ordenar. Nopretendo defender a Grice ni exponer de modo sistemátic<-l y actua-lizado el marco por él inaugurado, así que delo a sus partidarios la

difícil tarea de encontrar formulaciones o análisis que puedan con-siderarse libres de toda crítica. Los míos pretenden sólo recoger eespíritu de Grice de la manera más sencilla posible, con el objetivode someterlo más adelante a crítica en lo que a la concepción de lafuerza que se desprende del mismo se refiere.

Si he introducido la cuestión del análisis de los actos ilocuciona-rios directos o literales es porque considero que puede ayudarnos amatizar el mentalismo que antes he atribuido al marco griceano. Es

cierto que el análisis del significado atemporal que acabamos de verutiliza nociones definidas en términos psicológicos: la noción de sig-

nificado ocasional del hablante y la noción lewisiana de convención.Pero, mientras que el análisis del significado ocasional del hablanteapelaba solamente a los estados mentales del hablante individual que

realiza el acto ilocucionario, el análisis de la noción de convención(y, pcrr tanto, el análisis del srgnificado atemporal) apela a los esta-

dos mentales de toda la comuniddd a la que -Fl pertenece. Se trata,por tanto, de un análisis antimentalista y externista en el sentido que

se le ha dado a esos términos en el capítulo I. O, al menos, debería-mos hablar aquí de un mentalismo de un tipo diferente, no individua-lista sino cr,¡lectiuista. Podemos asumir que cada hablante competen-te debe conocer él mismo la convención cuando la está aplicando,pero para que su uso sea un uso literal la convención debe existirrealmente en el medio social.

Debemos, pues, matizar nuestro comentario anterior de que er-r

el análisis del significado ocasional del hablante sólo se tienen en

cuenta los estados mentales del hablante individual. Al menos en el

caso de los usos literales o convencionales del lenguaje, el que se esté

realizando un determinado acto ilocucionario depende de que exis-tan realmente en el medio externo (en el medio social de H) las

oportunas convenciones significativas. De un excéntrico qtte utilizrt-se sus propias estipulaciones para prometernos que mañnttn vrt e v('-

nir (digamos: "Guasiguasi que vendré mañana") no diríanros clc tlltmodo natural que estaba prometiendo literallnente rtlgtl trtetlirttttc stt

5Ír\7

:: EL IMPERIO DE LAS lN

cmisión, esto es, gracias a lo que esa emisión significaba atemporal-nrente. Las convenciones son, si no siempre, al menos en el caso ti1.rico, un asunto colectivo. Si el griceano no quiere limitar su estudio,r los casos donde se aplican convenciones individuales (las ligadas a

lo que podríamos llamar el "significado atemporal idiolectal"; cf.(irice 1968: 119) o a las convenciones meramente tenidas por tales

¡ror el hablante, entonces, al menos en los casos de los usos literalestf cl lenguaje, debe reconocer que la [uerza de una emisión no depen-tle sólo de los estados mentales individuales del hablante. Si esto

:rbre una fisura en el proyecto mentalista griceano, tal y como es in-tcrpretado comúnmente, bienvenida sea.

Page 29: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

J. L. AUSTIN:

III

EL IMPERIO DE LAS CONVENCIONES

F,l c onu e n c ic¡ nali smo i I o cuc i onari o

\r l:r piedra angular en la teoría griceana de la fuerza la constituyenLrs intenciones comunicativas del hablante, en Austin ese papel está

,, st'rvado para los oprocedimientos convencionales". Cualquier teo-

rr.r cfc la fuerza que conceda un papel preponderante a las conven-( r()llcs qlle nos permiten.hacer cosas con palabras, merecerá el ape-

l,rt iv<r de conuencionalismo ik¡cwcionario.Si queremos ser más precisos, podemos identificar esta doctrina

,,,rr lrr siguiente tesis:

( | ( ll) TFrsrs c.oNVI'.NCIoNALIsTA IlocuctloNARlA: En el análisis de cual-quier fuerza ilocucionaria debemos hacer referencia esencial

a la existencia de procedimientos convencionales.

l.:r TCl, tal y como acaba de ser formulada, pcldría no ser' en

l,,rr.i[.rio, incompatible con determinadas formas de mentalismo (e

rr, lus() cle internismo) ilocucionario, aunque sí parece incompatible,{,n lnr intencionalismo como el griceano, el cual, como hemos vis-

r,', .recptrr casos de significación no respaldada o no completamenter, ,,¡r.rlrlrrcla por convenciones. Todo depende, por supuesto, de cómo, rrrt'ntlrunos le vaga expresión "referencia esencial a procedimientos¡,'n\'( nci()n.lles'. Con el fin de caracterizar un convencionalismor,rtlrt:rl, conro cl que suele ser atribuido a Austin' voy a suponer

(lrf ( t).rrir ['l ¡ctrr¿rr ilocucionariamente no consiste meramente en se'

¡,,rrr rrrrt'rrcionrtltttcnte rtn¡r serie de reglas ilocucionarias socialmente

59

Page 30: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

irrstituidas que previamente se han interiorizado y que son de algúnmodo consultadas o tenidas en cuenta por el hablante o emiio.,quien incluso posee un cierto control racional sobre la aplicación dclas mismas a Ia hora de realizar dicho acto (y sebe que krs demás lasconocen, y sabe que los demás saben que él las conoce, etc.). por elcontrario, para determinar que un procedimiento convencional, taly como Austin parece concebir un procedimiento así, está siendoaplicado, necesitamos principalmente tener en cuenta determinadosrasgos del entorno social y físico en el que se realiza la acción con-vencional, rasgos que no siempre son conocidos o son tenidos encuenta por parte del agente de la misma. El convencionalismo ilocu-cionario así entendido es, por lo tanto, una fclrma de externismo ilo-cucionario fuerte.

Austin no aclara excesivamente qué es lo que entiende por <pro-cedimiento convencional), a pesar de que esa noción ocup, un lugarbastante central en su teoría de la fuerza. Todo lo que digamos al res-pecto tendrá, por ese motivo, mucho de arriesgada interpretación. Elasunto se complica, además, porque el autor apela a las convenciones,en primer lugar y principalmente, como parte de su caracterización delas llamadas "emisiones realizativaso, en las primeras conferencias deCómo hacer cosas con palabras (Austin 196,2). La idea básica con laquc arrenca Ausrin (1962) cs la de que existe un conrraste importen-te entre los casos en los que el lenguaje se utiliza simplemente paradecir algo con verdad o falsedad (las emisiones que denomina .ctns-tatativas>) y los casos en los que emitir ciertas palabras es bacer algo(las emisiones llamadas .realizativas,). y apela a la noción de conven-ción, de la forma que enseguida verenlos, como parte de una expli-cación de estos últimos casos, los casos en los que hablar es act;ar.Pero debe tenerse en cuenta que la noción de .realizativo, es poste-riormente abandonada en esa obra (a partir de la conferencia VII) ves, en gran medida, sustituida por la noción de ..ecto ilocucionario,i,no quedando siempre claro qué cosas de las que antes había dichoacerca de las emisiones realizativas se pueden trasladar sin más al es-tudio general de los actos ilocucionarios, que es el que nos interesa anosotros. En particular, existe cierta controversia entre los intérpre-tes de Austin acerca de si la afirmación ausriniana de que las emisio-nes realizativas son necesariamente convencionales debe tener suequivalente automático en la afirmación de que los actos ilocuciona-rios son necesariamenre convencionales (cf. 'Warnock 1973 y I9g9).

Entre los ejemplos iniciales de emisiones realizativas que nosofrece Austin están l,s de bautizrr un barco dicielrtl.: ..rJ,rrrtiz,, crt.

I. L. AUSTIN: EL IMPERIO DE LAS CONVENCIONES

barco Queen Elizabeth",legar algo diciendo: "Lego mi reloj a Juan",() casarse diciendo: "Sí quiero", de las cuales se puede decir que for-nran parte necesariamente de rituales o cerem<¡nias más o menosiormales que tienen lugar gracias al respaldo de determinadas insti-tuciones extralingüísticas. En ceremonias como ésas existen fórmu-las verbales estipuladas, relativamente fijas, para hacer determinadascosas con palabras (bautizar, legar, casarse, excomulgar, etc.), las

cuales tienen ciertos efectos convencionales en el seno de determi-nadas instituciones sociales (un obleto pasa a llamarse de una formacleterminada, un objeto pasa de ser propiedad de una persona a ser

propiedad de otra persona, uno queda legalmente -y/o "ante losojos de Dios"- ligado a otra persona, etc.). Pero Austin también in-cluye entre sus ejemplos iniciales de emisiones realizativas casos de

l)romesas, e incluso advertencias, la realización de las cuales no pa-

rcce requerir, al menos de un modo obvio, la existencia de institu-ciones sociales, ceremonias o rituales específicos.

Hoy en día suele aceptarse por parte de muchos estudiosos en el

cirmpo de la pragmática filosófica el análisis lewisiano de la noción de

convención que hemos examinado en el capítulo anterior, el cual se

cstablece en términos de estados mentales complejos y de regularida-dcs en la acción distribuidos por toda una comunidad. Sin embargo,no estoy muy seguro de que a Austin le hubiera gustado una caracte-rización así, dado el antimentalismo del que el autor hizo gala fre-cuentemente, alrnque es posible que no hubiera sido tan reacio a acep-

tirr un mentalismo de tipo colectivista (¡ por tanto, antimentalista en

t'l sentido de oantimentalismo, que estoy manejando en esta obra)como el que hemos visto que se desprende del análisis de Lewis.

Urra elaboración de la noción searliana de regla cc.tnstitutiua, in-rcrpretada de un modo antimentalista. encaia seguramenre meior,,,n lo que Austin perece tener en mentel. Una convención. así en-

1. F,n Searle (1969) se distingue entre reglas regulatiuas, las cuales "regulan for-rr.rs clc conducta existentes independiente o antecedentemente', como las reglas de( li(luctil, y reglas constitutiuas,las cuales "crean cl definen nuevas formas de conduc-r,r',, c()nro las reglas del fútbol o las del ajedrez (Searle 1969:42-43), y considera que

l.rs regl;rs que rigen la producción de actos ilocucionarios son de la segunda clase. De

'rr nrodr) p:rrecido, Warnock considera que las convenciones lingüísticas a las que se

lr,rec refcrencia al comienzo de Austin (1962) son "reglas, o provisiones legales, c

¡rr.itticrrs reconocidas de un modo más o menos común u oficial [...] que estipulan(Iil( (lccir unrl cosa u otra ve J ser, vx r constitilir o contar como, hacer lo que sea"(Wrnrock 1973:70-71). Slarnock mismo considera que no todos los actos ilocucio-rr,u ios son convencionales en ese sentido, aunque tiene dudas con respecto a cuál fuel,r ,r¡rirririrr tlel propio Austin en relaciór-r con este asunto.

60 6l

Page 31: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

PALABRAS AL VIENTO

tendida,especificaoestipulaquetalcosaentalescircunstanciascuenta, poi común o.,t.ráo o por imposición social o institucional'

.o.rlo i"l otra cosa. Así' por.lemplo, en España, tener-m.ás.de 18

años cuenta convencionalmente como ser mayor de edad' lo cual

ii.rr. .or1u.ncionalmente toda una serie de efectos legales en forma

Je derechos y obligaciones. Y hacer pasar una pelota entre.tres palos

cuenta aorluaaraion"lmente, en determinadas circunstancias, como

;;;.;. un gol, lo cual tiene ciertos efectos convencionales en el lue-

go del ffrtbáI. Nótese que, al menos en estos dos casos' poco o.nada

fu.'rtn.t las intencion., á.1 qu. se hace mayor de edad o del que

marca un gol, cle cara a que la convención se aplique' Ningún.com-

pf.i" ¿. pi.. pn,-, lo ua n librar a uno de hacerse mayor de edad'.Y

un'gol .de churroo es un gol perfectamente legal, como también .lo

., .in gol en propia ,o.t". D. un modo similar, para Austin decir:

.Preselto mi áimlsión,, en tales y cuales circunstancias cuenta como

una climisión, y decir: oPrometo...o en tales y cua|es circunstanclas

cuenta como una Promesa. Por tanto, Austin parece sostener que la

aplicación de un procedimiento convencional se basa en una prácti-

.l .f..tiu" (basaáa en reglas constitutivas) de los miembros de una

comunidad,'yrequierela-existenciadecriteriosengeneralpúblicosy objetivos, rnás que indivicluales o subjetivos, que determinen el

.urnpli-l.rtro o .l éxito de una aplicación del mismo en un caso

pnr,ilut"r. Asumiré entonces que el convencionalista ilocucionario

i.rruino es reacio a poner el peso de su teoría de la fuerza en los es-

i".lo, -.rrtnles del emiso,, ¡ defiende en cambio que lo realmente

i-po.r"nr. para la realizacián de un acto ilocucionario cwalquiera es

la Lxistenciá de convenciones que dicten que la emisión de ciertas

palabras en ciertas circunstancias cuenta como una dimisión' un

tautizo, un informe, una promesa, o Io que sea'

Muchos intérpretes ipredominantemente intencionalistas) de

Austin c.een detectar una ambigüedad en el convencionalismo aus-

tiniano. Según ellos, si el autor quiso defender la tesis radical de que

todos los a"ctos ilocucionarios necesitan del respaldo de determina-

clas institucrones o prácticas extralingüísticas, entonces estaba cla-

ramente equivocado, ya que actos ilocucionarios prototípicos conlo

las promesas' peticiones, advertencias o afirmaciones no necesltllll

-ar'r.rpuldo'qt".l que les otorga, en todo caso' la propia instittl-

ción <lei l.ngu"ie. En efecto, Austin no parece considerar n-ruy sig-

nificativa, oi-.ro, en la versión final de su teoría de ltls act.s ¡t'

habla, la distinción entre aquellos actos ilocucionarit)s pilrll ctlyrt

realización invocamos p.oa.di-i.t-ttos y prácticils e()llvellei()lrrtlt's

I. L. AUSTIN: EL IMPERIO DE LAS CONVENCIONES

.¡ue rebasan el ámbito del lenguaje, y que están de ese modo esen-

cialmente ligados a instituciones sociales específicas de carácter ex-

tralingüístico (actos como dimitir, legar, bautizar, excomulgar, de-

clarar unidos en matrimonio, pitar una falta en el fírtbol, etc.), y

rrcluellos otros cuya realización sólo parece depender de la existencia,.lc las propias prácticas comunicetivas ¡ en rodo caso, cle convencio-nes específicamente lingüísticas o discursivas (actos como informar,pedir, advertir, insultar o prometer). Por otro lado, continúan esos

irrtérpretes críticos, si Austin quiso defender la tesis mucho más dé-

l,il cle que los actos ilocucionarios son convencionalcs sólo en cl sen-

ticf <r c1e ser explicitables (pero no necesariamente explícitos de he-

, bo) por medio de una forma realizativa normal del tipo .Yo V (que)

7r" (donde V es un verbo "realizativo> o ilocucionario conjugado en

lrr ¡rrimera persona del presente de indicativo, singular y voz activa'( on1o <prometo>, <afirmor, etc.), entonces ese convencionalismo nost'ría en absoluto incompatible con un intencionalismo como el gri-( ('iu1o. Simplemente, estaríamos ante casos de significado atemporal.

Ese modo de presentar las cosas forma parte, a menudo, de unat rítica más amplia a la teoría austiniana de la fuerza. Muchos gricea-

n()s i.lcusan a Austin de haber escogido, como paradigmas a partir de

l,,s cuales extraer su teoría general de la fuerza, actos de habla su-

nr:unente periféricos, excesivamente ritualizados y dependientes de

rrrstitr-rciones extralingiiísticas, en lugar de preocuparse en prirner lu-

'i.rr por aquellos actos de habla que son más centrales o característi-

,,,s en virtud de ser más puramente lingüísticos o comunicativos (cf.

\rrrwsc¡n 1964 o Carcía-Carpintero 1996, por poner sólo dos ejem-

¡rl.s). Sin embargo, este reproche puede volverse fácilmente en

t ontrrl del intencionalista. El convencionalista ilocucionario puede

ilrr('rt)retar la insistencia en minimizar ciertos casos a los que Austin,l.rlr:r importancia como un síntoma de que el griceano tiene proble-rrr.rs precisamente en este punto para proporcionar los correspon-,l¡, rrtcs análisis en términos de intenciones comunicativas. En efec-

r., 1 1¡'¡11¡1., dimito o bautizcl no perece que mi intención primaria sea

l,r,,,lucir efecto o respuesta alguncls en una audiencia sino, en todo,,r\(), sobre mí mismo o sobre un obieto respectivamente. Y cuando

' \(()nrulgo (irlaginemos por un momento que soy el Papa), aunque,rr( nr() proclucir un cambio en alguien, no pretendo que en ese cam-

1,r,, ttrrgrr algo que ver el procedimiento griceano, ya que para que

lr , rtornulri<in sea exitosa ni el excomulgado tiene que reconocerilil ilrt( ll( i(ln (lr' ('xc()lnulgerlo ni, si la reconoce, ese reconocimien-r,,lr.r tlu jrrgar pepcl alguno a la hora cle que mi emisión tenga el

62 6]

Page 32: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

7

efecto de expulsarlo de la iglesia. El griceano tiene que decir aquí,por lo tanto, que estos casos no son normales y que deben ser deja-dos de lado como anómalos, o distinguir entre (al menos) dos clases

de fuerzas de naturalezas radicalmente diversas, las respaldadas porel procedimiento griceano y las demás. El partidario de Austin podríaargumentar entonces que una teoría como la suya, que ofrece una ca-

racterización unificada de todas las fuerzas ilocucionarias gracias a la

noción general de procedimiento convencional posee una evidenciaprima facie mayor a su favor que otra que dé varias explicaciones di-ferentes acerca de qué es lo que determina la fuerza de una emisión.

2. Las condiciones de felicidad

Un buen modo de profundizar en la noción austiniana de "procedi-miento convencional' consiste en examinar detenidamente su no-ción de condiciones de felicidad de un acto lingüístico. Austin (I962)comienza, como ya se ha señalado, con una contraposición entre dos

clases de emisiones significativas: las "constatativas" (constatiue) ylas "realizatiyas" (performatiue), que se corresponde con la distin-ción intuitiva entre "decir" algo y .hacer, algo con palabras. Esa

contraposición se va resquebrajando a lo largo de la primera mitadde la obra, hasta que es abandonada al final de la conferencia VII,siendo sustituida por la célebre clasificación de los actos de habla en

tres categorías: locucionarios, ilocucionarios y perlocucionarios. Elaspecto más relevante de esa segunda distinción, para nuestros inte-reses, es la postulación de que las emisiones que antes había llama-do nconstatativaso, como las enunciaciones, afirmaciones, conjeturaso predicciones, no se limitan en realidad a constatar meramentecómo son, han sido o serán las cosas, sino que también consisten en

hacer algo ¡ en particular, tienen un aspecto ilocucionario, una fuer-za. Por eso, para nuestros propósitos, podemos identificar "realiza-tivoo con oacto ilocucionarior2.

2. \Warnock (1 973) no sigue a Austin en este punto y trata de conservar la no-ción de "emisión realizativa" que aparece al comienzo de Austin (1962). Para él lorrealizativos constituyen una subclase especial dentro de los actos ilocucionarios. Sólolos realizativos serían cc¡nuencionales en el sentido fuerte de requerir la existencia de

procedimientos, práctícas o rituales extralingüísticos, mientras que el resto de los ac-

tos ilocucionarios se realizarían o bien en virtucl clel mero significado lingiiístico clc

las palabras utilizad¿s o, en todo caso, indcpenclientemente cle tllcs convcncioltcs cx-tral i nsiiístic:is.

J. L. AUSTTN: EL tMpERtO DE LAS CONVENCIONES

El énfasis en las convenciones por parre de Austin se aprecia ensu teoríe de los inforrunios o infelicidedes para ras emisiones reali-zativas, que aparece esquemarizada en lc conferencia II de Austin(1962). El autor establece seis condiciones de felicidad o reglas ge-nerales para el éxito de un realizativo, cuyo incumplimietrto"p.oir-ciría diversas formas de infortunio, infelicidad o fracaso .r, .ihnbl".Las reglas son las siguientes (Austin 1962: 56)3:

A. 1) Tiene que haber un procedimiento convencional aceota_do, que posea cierto efecro convencional; dicho procedi_miento tiene que incluir la emisión de ciertas palatras po,parte de ciertas personas en ciertas circunstancias.

,A.2) En un caso dado, las personas y circunstancias particula_res deben ser las apropiadas para recurrir al proiedimien_to particular que se emplea.

B.1) El procedimiento debe llevarse a cabo por todos los parti_cipantes en forme correcta. y

8.2) en todos sus pasos.f. 1) En aquellos casos en que, como sucede a menudo, el pro_

cedimienro requiere que quienes lo usan tengan ciertos pen_samientos o sentimientos, o está dirigido a que sobrevengacierta conducta correspondiente de algún participante, en_tonces quien participa en él y recurre así al procedimientodebe tener de hecho tales pensamienros o senrimientos, olos participantes deben estar animados por el propósito cleconducirse de la manera adecuada.

f .2) Los participanres tienen que comportarse efectivamenteasí en su oportunidad.

(lomo puede apreciarse con facilidad, las seis reglas gravitan so_lr'c la primera. Todas las demás hacen referencia más o ',r.ro, a"_¡,1ícira al procedimiento convencional cuya necesaria existencia selt,rstula en A. 1. El procedimiento especifica cuáles son las personas,¡rrc pueden aplicarlo y las circunstancias en las que puede ier invo-t .rtl., rrsí c.mo los criterios de corrección en su aplicación y cuándo'. t.nsiclera que se ha consumado de un modo completcl. Incluso los

i. Arrstilr dicc r¡rre rr'prctenclc ()torgar a ese esquema un car:'rcter definitiv.,,rrr) (llr( 1. c0Dcibc c()nlo ulrir primerl aproxinr:rción a la explicación del funciona_.t{ rr() (l(' l:rs t'lrisi,nt's rcrrliz¡tiv;rs. Iistc ¡rrrnto puede ser inrportante a la h<ira de va,l,'r.rr r'l :rltrurtt. tltl convt'ncir¡rrrlisnro ltrrstirtiluro.

64 (r5

Page 33: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

PALABRAS AL VIENTO

estados mentales que debe tener el emisor se especifican como par-

te del procedimiento convencional que hay que llevar a cabo' como

,. u...fl.¡ndo en la regla f.1: es el procedimiento el que (eso sí' sólo

en algunos casos, o pá.a "lg.tn"t

fuerzas), como una parte del mis-

-o, ái.r" que quienis lo usen deben ser portadores de determina-

dos estados psicológicos.Es de resaltar la importante distinción que a continuación esta-

blece Austin entre las rÉglas de las clases A y B por un lado y las de

la clase f por otro. Sólo las primeras son consideradas por él como

condiciones necesarias para la emisión con éxito de un realizativo'

de manera que si no se cumplen el acto es considerado como nulo o

nc, ,""lir"do y se denomina udesacier¡s" (misfire)' Las segundas' en

caso de no cúmplirse, convierten al acto en válido o realizado pero

.abusivo, o no'plenamente satisfactorio (abuse)' Así, por ejemplo'

una promese insincera es de todos modos una promesa' aunque no

uno p.o*.ra irreprochable. Y lo mismo sucede con una promesa

"i..onr.aua.¡a', a, decir, en la que uncl no pone los medios necesa-

rios para su cumplimiento. Alrora bien, csas reglas "menos impor-

tantes> son las únicas que hacen referencia a los estados mentales del

hablante, fundamentalmente f.1. El convencionalismo de Austin es,

por tanto, una forma de antimentalismo que se resume en su senten-

il" ¿. qu. "la palabra empeña' (Austin 7962: 4181)' Con ese eslo-

gan el autor q,.ii... cortar el paso a quien diga que no ha hecho en

iealidad una promesa po.qué no tenía la intención de cumplir con

io prometido cuando ii¡oi "Pto-t¡1¡"'o' Si existe una convenci(>n

para promet., pr,rnun.i"ndo tales palabras en tales circunstancias

y 1", p"labras son emiticlas en las circunstancias apropiadas' el ha-

fl"',,é, según Austin, habrá prometido sean cuales sean sus estados

mentales, aunque podamos criticar su acto de habla por insincero'

Un hablante puede, de ese modo, doblar distraídamente una apues-

ta en una p"rtid" de póquer, o hacer una promesa' aunque le falten

las intenci,ones que tit-t áud" aparecerían en un análisis de tipo gri-

ceano. Las convenciones se encargan' en esos casos, de garantizar

el resultado5.

4. [,a expresión inglesa es our word is c¡ur bond (Austin l9o2' vers' ing':

236). Otra fraie hecha pirtin",.t. cn c¿lsrellano es ésr:r: .Somos escl¡vos de nucs-

tras palabraso.5.Er-rDavis(1994)scaceptaunpuntodevistasimilaraldeAtrstinenlclclue,t

las promesas se refiere, pn. ,",."-tt' ligadas a su "anti-individu:rlismo"' inspiredo cn

l"s id.a. cle Ty'ler Burge. Un hablantc,iegírn é1, puede hacer una promes:r I pcsrrr tlc

ignorar algo t"n "l"trt"tlt"l

c()rno 'lue

las promcsas lo obligan a uno' l)rotttcter' p;lrrt

J. L. AUSTTN: EL tMpERtO DE LAS CONVENCIONES

El antimentalismo de Austin, a diferencia de otras formas de an-timentalismo, no nace de un antirrealismo con respecto a los esta-dos mentales. Como acabamos de ver, ellos tienen un papel, aunquesea secundario y subordinado a la existencia de procedirnientosconvencionales, a la hora de establecer las condiciones Dara la felizrealización de un acro ilocucionario (el papel que se especifica en laregla f.1). Existe pues la posibilidad de ser conver.,cionalista y, en ge-neral, antimentalista, y conceder no obstante un papel más o menosimportante a la posesión de estados menrales por parte del hablan_te. De hecho, cabría concederles un papel mucho mayor que el pre-vist. por A,stin en la conferencia II de su (1962), sosreniendo, porcjemplo' que en muchos casos o para muchas fuerzas la ausencia delestado mental en cuestión prov()ca un desacierto, y no un mero abu-so6. Por otra parte, es importante destacar que el convencionalismcres sólo una forma de antimentalismo. E' efectr, las convencionesresiden principalmente en el entorno social, ya que normalmenteuno no puede decidir por sí mismo que exista un determinado pro_cedimiento convencional. Pero en el capítulo III argumenraré quecxisten formas de antimentalismo con respecto alefuerzaqu" r.tn-san el ámbito del convencionalismo, y que ese antinlentaliimcl másgeneral puede estar presente, al menos de un modo implícito, en al-gunos pasajes de Austin (1962).

La distinción austiniana enrre los desaciertos, que son infortu-rrios del habla ligados a condiciones de felicidad absoluramente ne-ccs¿rrias para que un acto ilocucionario determinado se produzca, yl<>s abuscts, que son infortunios ligados a condiciones más débilescLryo incumplimiento produce que el acto se realice pero no de unanrrlnera totalmente irreprochable o plena, será utilizada en el próxi-rrro capítulo como parte de la argumentación en contra del nrenta-lisrno ilocucionario. El convencionalista (¡ en general, el externista).rf irrna que existen condiciones constitutivas de una fuerza típica quen() son analizables en términos de los estados mentales del emisor in,,liviclual. Esto no implica que todas esas condiciones antimentalistas

( \l( r.tt()r, sc ptrece r'ás:r rrna le¡ cuya ignorancia no absuelve al transgresor, que arr llr('lio, cn el tlLre uno clebe conocer las reglas p¿rra que se Ie permita jugar (cf., rnás.r,lr'l:urtc, c:rpítulo I! ap:rrtaclo 4).

(). [.¡s irtcnci,.cs jueg:rrr Lrn inrport¿rnte papcl en la teoría general de la ¿rcción,1, '\.,stin, irrttrvillit'lltlo tlc rrrr rlodo decisivo cn la explicaciíin del fenrin.reno dc las\,//s¡/.\((l.Austin 19.56-1957r'l9on).5¡;¡lrilrcnr.rli¡nt6ifurcucionariocjetioocon-

r, rrt t.ttrtlislrl, l)()r l¡llt()r trtt pttcrlc scr consccucncia clc r¡ltlt posfura de s<lsoech¿ recii-,rl ron rr'spttlo:rl rt.irro tlt lo nrcrrtltl.

66 (¡7

Page 34: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

PALABRAS AL VIENTO

sean de tal nailraleza que si no se cumplen:enpaTos O"t d::::::

no se ha producido un'acto ilocucionario con la fuerza en cuestlon

(que no se ha prome"d;";t;;;;"Jo' ttt'¡' Por emp'lear T: T::gíe muy tosce. que tn-hornb" al que le falt¡ una piernr sce de to-

drs modos un no'not!.';t;;;; {,-t 'i lt,fnlta la cabeze no será ni

siquiera un hombre, "o i*plito qttt p"'n decir lo que es un hombre

no t.r,go,oo, q'-tt t'"ttl ;;i5;;;i" ;tincial a la naturaleza bípeda de

los seres humanos' uti rni'to modo' para esoecificar adecuadamen-

te qué es lo que "'";;;':';il;::1ii:o^'.:"'especiricar qué es lo

que tiene que ocurrlr en los casos en los que esa fuerza se consuma

el'"ffiT:idía, casi nadie parec.e dttolt-t-t:." defen.-ler el convencio-

nalismo austiniano. l,n los proxrmos.apartados examinaré dos de los

argulnentos 'tet tipttclt q"t contra él aparecen en la literatura'

3. Actos ilocuctonarios no cttnuencionales

como hemos visto en er capíturo II, el marco gricle-.ano, saca a la luz

casos en los que un emisor parece transmitir slgnificads ¡e'n¿f[ral

en ausencia de convencitlnes' ya sean específicamente lingiiíslcas o

de otro tipo, v t""'b;¿;';;; É' io' q"''r., q"::l h"b11l-t'"i:i"''¡t

te va más allá de Io que las convenctones lingüísticas por sí mtsmas

le permitiría'-' ttp'"á'' Los griceanos.aducen estos casos como una

refutación inmedtata de la condición A'1 c1e Austin' la cual exigía la

presencia de un proceclimiento convencional para la realización de

un acto ito.ut'o''ntil"iliqili.'lt1do A'i la condición central

que atraviesa y "ttiJtt " tl'Jas las <lemás' ello equivaldT^:':11 t'

futación de todo tll"a¡it """iniano' Uá versi(in más matizada de

e st a c r ít i ca . o'." I *

"'

l' ""ñ1'- rn,1' lfi ;il: :':ilHtfi ,tiiT;ilocucionarios (como prometer' pe?lr' a1

son convencionales lo son sólo en el sentido 'trivial" de que exlsten

convencione, fi"giii'iit^' o significativas específicas para explicitar-

los, los llamados 'indicadores' o "ntarcadi¡s5' de fuerza ilocucio-

naria, pero "<l

t" ti ttniido austiniano más fuerte de requertr nece-

sariamente to'lut"iü*' o p'ottdi-ientos esencialmente ligados rr

prácticas o ir-,rrr,u.jor-, ,, ,*irahngr¡ísticas (cÍ. Strawson 1964; War-

'"o.n f gZ: y 1989; searle 1975)' , t.t¡lEntre las clas.. d. fuerzaque pueden eiercerse en ausellle-

de convenciones, incluso de convenciones áspccíficamcnte lingiiísti

cas o, en general,;;;ili";;'esttin le tlc infornr¡r y lrr cle pcclir' Yt

J. L. AUSTIN: EL tMpERtO DE LAS CONVENCIONEs

hemos visto el caso de un posible informe sin convenciones sienifi-cativas: Diógenes se ponía a andar para informar aZenón de que elmovimiento es posible (o quizás sólo para informarle de que é1, Dió_genes, cree que el movimiento es posible). Un buen ejemplo de pe_tición sin convenciones significativas sería el siguiente (el ejemploestá tomado de García-Carpintero 1996: 518): alguien deja el ceitode la ropa sucia en medio del salón para pedirle a su compañero depiso que ponga la lavadora (podemos imaginar un contexto en elque al compañero le tocaba poner la lavadora y se ha olvidado dehacerlo). Si tenemos aquí informes y peticiones (no verbales), segúnel griceano, es porque se cumplen condiciones intencionalist", .o-.,las que hemos visto para que algo cuente como un informe o una pe-tición, las cuales no hacían en absoluto mención a la existencia dcconvenciones. Pero si admitimos algunos actos ilocucionarios en au-sencia de convenciones, la convencionalidad no puede ser una con-dición necesaria en el caso general.

. Los casos de significado no literal, como aquel en el que FI, aldecir: "Pedro estaba conmigo a las 8.30,, en la ocasión o. quiere.lecir que Pedro no puede ser el asesino, puesto que no se basan ex-clusiuaments en convenciones, ilustran el rnismo punto. e incluscrpueden servir mejor de cara a una crítica del nrerco rusriniano. Elpartidario de Austin podría defenderse de la apelación del griceanorl casos como el de Diógenes o el del cesto de la ropa sucia, argu_rlrentando que los casos de signos en total ausencia de convencionesrro son pertinentes para una refutación de Austin porque él sólo sei'teresó por los actos de babla, no por los actos comunicativos engcneral. Pero los actos de habla "indirectos>', o los usos no literalestlcl lenguaje, que según el griceano no son completamente conven-t'i.rales, son actos de habla con todas las de la ley. Si ahora el aus-tiriano replicase que Austin sólo se preocupó por los usos literales,lcl lenguaje, entonces deberíamos contrarreplicarle que, sea lo quest'rr lo que haya sostenido Austin, un estudio sistemático de la fueiza,lt'bc coger el toro por los cuernos y aceptar como su dominio de es_trrtlio todos los casos, convencionales o no, lingüísticos o no, en los(lr(' ulrrl acción (o su producto) posea propiedades ilocucionarias.

llasta aquí el argumento en contra del convencionalismo ilocu_( r()lrllr¡() me parece correcto y muestra a mi entender, en efecto, querrrr :rnrilisis basadcl en las mencionadas condiciones de felicidad debe',( r, c()nr() rnínimo, n-rodificado o complementado por una teoría que, r¡rlrq¡¡¡¡ c¡rrci cs l. quc sucede en los casos en los que se ejerce unaIrrt rz:r t¡rrt'va rr'ís allli cle las c.nvenciones ilocucionarias. sea como

6t{(r (,f

Page 35: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

il

PALABRAS AL VIENTO

sea que se las interprete. En este punto' por lo tanto' me desvío del

convencionalismo .ortodoxo,. Pero el griceano saca de ahí una con-

secuencia que no se sigue' si pretende continuar su ergumenteción

de le siguiente forma: puesto que tenem()s una disyuntivc entre con-

siclerarlas intenciones o considerar las convenciones como las herra-

mientas analíticas básicas que debemos utilizar en nuestra explicación

del fenómeno de la fuerza,y como en algunos casos no podemos ape-

lar a las convenciones, el intencionalista ha ganado definitivamente

la partida. Para empezar, puede que la posesión de intenciones co-

municativas de tipo griceano tanrpoco sex una condición necesaria

en el caso g.r-r.roi; qle, así como puede haber actos ilocucionarios

sin conveniiones, también pueda haberlos sin intenciones' Tenga-

mos presenre el caso del iugador de póquer que dobla distraídamen-

,. ur-r" apuesta, o el caso de bautizar un barco: a uno sólo se le pide

qu. pror-rur-r.ie las palabras apropiadas, no importa lo más mínimo

qu. ..te drogado o pensando en otra cosa' o que sea un zombi' I lo

qu. ., más importante, puede que la- posesión de intenciones' por

iomplejas que sean, no sea una condición suficiente para.que-una

emisión ," inrg,r. (o se cargue plenan.rente) con determinadas clases

de fuerza. Recárdemos que el intencionalism' ilocucionario preten-

de analizar rodas y crda una de hs distintos fuerzas en términos ex-

clusiuamente de las intenciones comunicativas del emisor. Pero uno

podría argumentar que en el caso de apostar, por ejemplo, además

d. ,.n.. -dererminedes

intenciones colnunicativas, uno tiene que

contar con que vayan bien otras cosas' como la aceptación- de la

apuesta po. p"rt. del inte.locutor. F,ste punto será argumentado con

rnás calma en el próximo capítulo.En clefinitiva, el argumento basado en la existencia de casos de

significación no conve;cional puede tener éxito a la hora de minar

efconvencionalismo austiniano, pero ello no equivale a un argu-

mento a favor del intencionalismo, ya que éste parece fallar por

otros motivos ¡ además, en ocasiones el convencionalista parece te-

ner perspecrluár ¿. éxito precisamente allí donde el intencionalista

,. an.u.r1rr" con problemas. Además, cabe preguntarse cuántas fuer-

zas más, además ie las de afirmar y pedir, podrían eiercerse en totrlausencia de convenciones ilocucionarias, ya que el austiniano podría

querer afirmar que esos dos casos son excepcionales por se.r dema-

siado básicos o elementales, pero que para fuerzas rnás sofisticaclas

tendremos que apelar necesariamente a la existencia de procedi-

mientos convencionales. o podría insistir en que los casos respalda-

dos oor convenciones son los centrales, micntres qttc lot tlt' rcspll-

J. L. AUSTIN: EL tMPERIO DE LAS CONVENCTONES

dados por c.nvenciones son casos perifériccls o dependientes de losprimeros, adoptando así una estrategia similar a la que sigue el inten-cionalista ante los bautismos o excomuniones. En el próximo capítu-lo defenderé que la disyuntiva que el argumenro pro-griceeno queacabo de discutir tome como premisa, esto es, qu. ,, bi.n el convén-cionalismo o bien el i'tencionalismo constituyen el marco teóricocorrecto para el estudio sistemático de la fuerza, está desencamina-da. A mi entender, ambas formas de imperialismo teórico son limi-tadas. Es posible, en cambio, tratar de .Lbur", una teoría que reco-ja a la vez los aspectos intencionales y los aspectos convencionalesque pueden estar involucrados en la determinación de una fuerza, asícomo otros aspectos no suficientemente contemplados por ningurrade las dos alternativas que hasta ahora han sido consideradas.

Por otra parte, y volviendo a la supuesta ambigüedad en la no_ción austiniana de acto lingüístico convencional, ies tan clara la dis-tinción entre fuerzas que dependen sólo de la institución del lengua-je o, de un modo todavía menos exigente, sírlo de la práctica de lacomunicación, y las que dependen de otro tipo de instituciones,convenciones o prácticas sociales? (cf. \larnock 1973 y 19g9, parala defensa de una distinción tajante entre ambas clases de ."rorl. Elreproche que c.múnnlente le hrcen l.s intencionalist¡s ¡ Austin asu-me que tenernos aquí una distinción de principio, pero, a mi enten_cler, ésa es srilo una distinción de grado. Usando la jerga acuñada porel segundo \üTittgenstein, un .juego de lenguaje, siempre ha de cles-cribirse haciendo mención de las actividades y el r'odo de vida dequienes lo ojuegan", y esto se aplica a las promesas y a las peticioneslo mismo que a las dimisiones y a las excomuniones.

El acto de promerer, por ejemplo, se diferencia del acto cle dimi-tir en que se puede prometer en una gama muy amplia de contextoso clrcunstancias ¡ en cambicl, srilo se puede (o se debe) dimitir encircunstancias muy específicas y en virtud del modo en que el traba-jo o los cargos se adquieren y se abandonan en ciertas sociedadesc.mo la nuestra. Pero resultaría bastante extraño decir que los ac-t.s de prometer y de ordenar, o incluso los.le insultar. advertir ypedir, no están entreverados con nuestras prácticas e institucionest'xrrrlingiiísticas, con nuestros sistemns soci¡les y morales. con nues-tres necesidades naturales como seres humanos, o con nuestro modode corrcebirnos los unos a los otros. O que uno puede ordenar, pro-nle te r o advertir en cualquier contexto y meramente en virtud de sucornpcterrcir corno hablante cle una determinada lengua, mientras(luc prlrir ciinritir o bautizar uno ticne, aclenlis, que perticipar cn de-

70 7l

Page 36: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

U

PALABRAS AL VIENTO

terminadas práctlcas o instituciones extralingüísticas' A mi modo de

ver, en un sistema social totalmente igualitario no tendría ningún

,.rr,i¿o el acto de ordenar, en una sociedad de seres autárquicos a

nadie se le ocurriría pedir, ni quizás tampoco prometer' etc' La dife-

rencia que se perslgue parece consistir entonces simplemente en que

"igrt"t f".trá, ,e"oplitnn ftansuersalmente' es decir' atraviesan to-

das o muchas de las distintas instituciones y prácticas que confor-

man una sociedad, mientras que otras tlenen un reducido campo de

aplicación. Y ésta es una difeiencia de grado más bien que una dife -

rencia de princiPio.Lo q.r. realmente puede ser cierto.es que algunas fuerzas ilocri-

cionartas tengan que ver con necesidades humanas muy prlmarlas y

fosiblementJuniversales (cooperación, transmisión de información'

i*pr.rlO., de sentimien,o'"'¡, cuya satisfacción dependa tan esencial-

-Ént. d. la práctica de la comunicación que los actos ilocucionarios

que las incoiporan lleguen a parecernos fenómenos meramente. c.o-

municativos, frente a otras fuerzas que se nos aparecen como prt,n-'cipimente

áxtralingüísticas (y extracomunicativas)' por depender

de institucrones o usos particulares y a menudo muy pintorescos de

una u otra socie<lad, o de una parte, a veces muy marginal' de una

sociedad. pero esta distinción, iitt d,tdn importante, no debe ser, a

mi modo de ver, exagerada, hasta el punto de impedirnos ver una

continuidad entie los"diversos usos ilocucionarios del lenguaie'

otra diferencia entre las dos clases de casos que estamos consi-

derando consiste en el carácte r especialmente ritualizado o estereo-

iipudo de algunos actos ilocucionarios, frente a la gran flexibilidad

que otros permrten .,, .unr"o a los medios utilizables para su reali-

zación. H,n contextos legales o cle iuegos existen a menudo fórmulas

.n.tf .igid"t para hacer óo'""on palabras' debido a que en esos con-

textos es normalmente muy importante eliminar cualquier forma de

ambigüedad con respecto a la ácción que uno ha intentado realizar'

¿;;.?. juego al -ur, pot ejemplo, no bastará en general con decir

ntgo q.r.' i.n"pliq.re conversacionalmente o que permita sobreenten-

á.", qu. -. ioy mus' o con realizar alguna acción improvisada in-

tentando que tenga el efecto de darse mus' sino que debo utilizar.pre-

cisamente la expiesión <mus>. No obstante, incluso aquí hay ciert¡

flexibilidad' al menos si los jugadores no son exceslvamente qulsqul-

llosos, y se admitirán cosas como (creo que voy a darme Tu? u

.meior me doy mus>' e incluso se aceptará como una tormn de oar-

,. -u, qr't. el últi-o lug"do' arroie en silencio sus cartas desechaclas

sobre la mesa. Es .i.,to"q"t, proúablemente' cuanto más forrrlal serr

I. L. AUSTIN: EL IMPERIO DE LAS CONVENCTONES

un contexto, más rígidas serán las fórmulas para realizar actos ilocu-cionarios en ese contexto, pero ésta me parece también una diferen-cia de grado más que una diferencia de principio. De hecho, para al-gunos actos ilocucionarios, como prometer, pedir u ordenar, existenfórmulas más o menos rígidas, según que el contexto sea formal osolemne, o que, por el contrario, se trate de un contexto informal.Así, en alguna ceremonia militar puede requerirse la utilización deuna fórmula rígida y estereotipada para prometer como <Prometosolenlnemente lealtad a la patrie-, mientras que entre amigos se pue-de prometer diciendo "Prometo ir a tu fiesta,, o diciendo simple-mente "Allí estaré", o uCuenta conmigo", o de muchos otros modos,más o menos explícitos. iAcaso tendríamos que decir que no se tra-te de promesas en ambos crsos, o que existen tlos cl¡ses de prome-sas de naturalezas radicalmente diferentes? Algo similar puede decir-se con respecto al acto de pedir y al de hacer wna solicitud. Puede queel segundo sea más formal, ceremonial o estereotipado y más depen-diente de instituciones extralingüísticas que el primero, y que porello el acto de hacer una solicitud sea susceptible de errores de pro-ccdimiento que no puede sufrir el acto de pedir, p.r,, r.gurr.inr.no querríamos decir que estamos ante fuerzas ilocucionarias de cla-ses completamente diferentes, sino más bien todo lo contrarioT.

En este apartado no he tratado de defender el convencionalismoilocucionario, sino que he intentado mostrar únicamente que éstepuede formularse de un modo bastante flexible, y que cuenta conmás recursos explicativos que los que habitualmente se le recono-cen. Como veremos en el capítulo I! el externismo ilocucionariofuerte puede recoger muchas de las virtudes del convencionalismoilocucionario prescindiendo de sus defectos más evidentes. tmpo-co lre intentado dar una interpretación completamente incontrover-tible de los textos de Austin, sino más bien utilizarlos para presentarcon cierta claridad un marco convencionalista que muchas personasp:lrecen estar dispuestas a adoptar como base para la construcción

7. lixisren, por otra parte, fórmulas estereotipadas para hacer cosas con pala-lrrts tlttc lr() p¡rccen ligaclas a instituciones extralingüísticas especialcs y a los rituales(llr( col)mn scl.rtido en su seno. La explicación de la existencia de tales fórmulas pa-r( !( r'(si(lir sirrrPlcrrrcrrtc cn I:r nccesiclacl regularmente sentida por parte de determi-rr.ril¡rs lr:rbl;urrts tlc t'lirlrin¡r enrbigiieclades en lo quc al acto pretencliclo se refiere. Un, ¡t ttt¡rlo l() l(ll(lríirrl()s crt lrt cxprrsitirt: "iMrrnos rrril¡¿, csto es Lln atraco!'. LJn atra-r,ltlrtl ptrt rlt'sitrt¡rlt rttt ttlt ( r)c(,nlr¡r convclriclrte trtilizlr es:r ftirrnula Dor t<¡dt¡s colro-( r(l.r \ n() l( n( r (1il( .lt ill,,r,rrr,. irrrPrrrvis.tntlo trplrc.reiottes.

72 7\

Page 37: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

de una teoría general acerca de la fuerza ilocucionaria. Algunos crí-ticos de Austin defienden que algunos actos ilocucionarios no son

necesariamente convencionales, y estoy básicamente de acuerdo con

ellos sobre este punto. Pero a veces reconocen que Austin tenía par-te de razón en su defensa del convencionalismo, sólo en lo que se

refiere al funcionamiento de un reducido y especial grupo de actos

ilocucionarios, aquellos que son esencialmente dependientes de con-venciones vinculadas a instituciones extralingüísticas y que, por ello,son especialmente estereotipados y ligados a fórmulas fijas. Lejos de

ser conciliadora, a menudo esta concesión parece más bien un modode intentar garantizarse una especie de "cubo de la basura" al cuaL

arrojar todos los casos de actos lingüísticos que un análisis de tipo in-tencionalista no es capaz de absorber (excomuniones, bautismos, di-misiones, apuestas, etc.). A mi modo de ver, sin embargo, el conven-cionalista no tiene por qué resignarse a esta labor residual, y tiene unamplio margen de maniobra y recursos para abarcar un considerablenúmero de casos, sobre todo si se atiene a una noción de convenciónsuficientemente flexible. Si sostiene sirnplemente que una conven-ción ilocucionaria dicta que emitir (de modo literal) un ejemplar de

trles y cuales palabras en teles y cuales circunstancias cuente comouna acción de tal o cual tipo, no se estará comprometiendo necesa-

riamente con que las circunstancias o las erpresiones en cuestióntengan que ser especialmente estereotipadas, forntales, ritualizadas,ceremoniales o institucionalizadas, sino que podrá especificar esas

circunstancias y esas expresiones con toda la flexibilidad que desee.

4. La distinción ilocucionariolperlocucionarict

Un segundo argumento, bastante común, en contra del convencio-nalismo de Austin apela a las supuestas dificultades con las que este

autor se encuentra a la hora de formular con precisión la irnportan-te distinción entre actos ilocucionarios y perlocucionarios en las

conferencias VIII, IX y X de Cómo hacer cosas con palabras (cf.Strawson 1964; Bach y Harnish 1979; García-Carpintero 1'996). La

distinción parece intuitivamente valiosa, pero su caracterizaciónprecisa no resulta sencilla, al menos mientras no tengamos suficien-temente clercl qué es. en generel. une fuerza ilocucioneri¡r. Ptt.lctlt,,t

lJ. [Jna tendenci¿r común:r intencion¿rlistas y convencionltlistrrs por igrral es lrdc considerar conto prlrte clel lspecto perlocttciottlrit¡ tlc utl¡ t'trlisitirt t<ttlrt lt¡tttllo

J. L. AUSTIN: EL IMPERIO DE LAS CONVENCIONES

distinguir entre lo que primariame,tte. por así decirlo. hecemos porme.lio de nuestras emisiones. coses como pedir, informer o prome-ter, y lo que son las consecuencias o efectos de las primeras, cosascomo convencer, disuadir, disgustar, deprimir, alegrar o asustar. Elproblema principal con esa caracterización intuitiva es que algunosde los efecros o consecuencias de clgunas emisiones perecen ester yaincluidos en el acto ilocucionario s.primario,,, más que ser conse-cuencias contingentes de éste. Así, por ejemplo, el efecto de quedarobligado por el acto de prometer, o por el de apostar. Prometer (oapostar) es ya, en parte, quedar obligado. Lo mismo ocurre con bau-tizar, que tiene el efecto ilocucionario de que un objeto se llame apartir de entonces de un modo determinado y que otras formas dederrominarlo estén fuera de lugar (Austin 1962: 162).

Austin intenta apuntalar la distinción de diversos modos. Una desus estrategias consiste en tratar de encontrar en el lenguaje corrien-te (en su caso, en el inglés) algún rasgo gramatical o léxico que re-fleje la distinción o que proporcione un test fiable para discernir en-tre lo ilocucionario y lo perlocucionario. Así, por ejemplo, inquiereacerca de si la gente describe consistentemente los actos ilocuciona-rios como actos que hacemos al decir algo (in saying something),mientras que describe los actos perlocucionarios como actos que rea-lizamos por el hecho de decir algo o porque decimos algo (by sayingsomething). Esta estrategia fracasa estrepitosamente, sin embargo,debido a que los tests de esa clase se muestran en la práctica comomuy poco fiables o consistentes, y así lo acaba admitiendo el propioAustin.

El criterio de distinción más consistente y claro que encuentraAustin consiste en apelar una vez más a la conuenciondlidad de lasilocuciones. Como ya hemos visto, para él los actos ilocucionariosse basan necesariamente en la existencia de procedimientos conven-cionales. Ahora bien, los efectos perlocucionarios son siempre noconvencionales. No existen convenciones para convencer, disuadir,rlsustar o deprimir a alguien a través de nuestras emisiones. Existen,claro está, estrategias para conseguirlo. Pero en ocasiones podemosincluso convencer, disuadir, asllstar o deprimir a alguien con nues-tras emisiones cle un modo completamente involuntario y acciden-t¡1. En contraste, quedar obligado mediante una promesa es algot¡rrc sí podría decirse que forma parte de las reglas o condiciones

,¡rrt ,,lcs .o[rrc", c'sto es, lo que no cubra su teoría dc la fiterza. Lo curioso es clue las( ( )s.ls (lur lrs sobr;rr a unos y a otros sorl a menudo cliferenres.

:

I

l

71 7.5

Page 38: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

tPALABRAS AL VIENTO

convencionales constitutivas del prometer (cf. searle 1969: cap. III),por lo que podrá ser considerado como parte del aspecto ilocucio-

nario de la emisión.Desafortunadamente, nosotros no podemos considerar sin más

como válido o como completamente nítido ese criterio de conven-

cionalidad, al menos en esa formulación tan simple, puesto que sl

bien es cierto que lcls cctt_¡s perlocucionarios nunca son convencione-

les, hemos admitido que también algunos actos ilocucionarios pue-

den realizarse en ausencia de convenciones, o pueden ir más allá de

las convenciones. El austiniano puede (¡ a mi entender, debe) reac-

cionar enronces modificando y haciendo más flexible su criterio

convencionalista, argumentando que, si bien algunos actos ilocucio-

narios se realizan a veces sin el apoyo de convenciones, lo cierto es

que todos ellos son al menos conuencic¡nalizables, en el sentido de

que podrían idearse convenciones que estableciesen que la emisión

lit..ul d. tales y cuales palabras (o, en general, la realización de tal

o cual acción) en tales circunstancias cuenta como..., y rellenar el

hueco con el nombre de cualquier acto ilocucionario que se nos ocu-

rra. Los actos perlocucionarios, en cambio, no son nunca ni siquie-

ra convencionalizables. Ninguna convención podría idearse tal que

su aplicación contase como un acto de convencer, disuadir, deprimir

o asustar a alguien. Pero a partir de mañana podría convertirse en

una convención entre mi compañero de piso y yo que el dejar el

cubo de la ropa sucia en el medicl del salón contase como un modo

cle pedir q.r. Él otro ponga la lavadorae. Claro que uno desearía aho-

," ur-r" explicación acerca de por qué los actos ilocucionarios resultan

ser convencionalizables, mientras que los perlocucionarios resultan

no serlo. La explicación podría ser que los efectos perlocuciclnarios

se basan en mecanismos puramente causales o naturales, mientras

que esto no es así en el caso de los aspectos ilocucionarios de nues-

tias emisiones, los cuales forman esencialmente parte de un univer-

so social y normativo formado en parte por reglas a las que Searle

llama "constitutivas".En todo caso, aun cuando el criterio flexible de convencionali-

zabilidad nos sirviese p¡¡ra tfazar adecuadamente la distinción ilocu-

g. Scgún S. Davis, aunque ningún acto perlocucionario es convencionrrl ctl el

sentido de idmitir fórmulas réalizativas, algunos lo son en el sentido de est:rr ligeclos

esencialmcnte a determinaclos actos ilocucionarios. Así, frcguntar strít tltl nl('d() c()11-

venci<rn¿l de prouocar una respuestd (Davis I 9li0: 47). En nri trpini,irt' sirr crrtl'.tr8t¡,

óstu cs r¡lrr tr6cii¡ti clcriv¿rcl¿r y ntuy clébil de.colrvettcitilr"' Flll tttr sctttido "ttlcrtt-,stilo los ¡ctos ilocrlcioltrtrit¡s soll collveltciotlrllizlblcs'

J. L. AUSTIN: EL IMPERIO DE LAS CONVENCTONES

cionario/perlocucionario, es cierto que necesitaríamc¡s de todos mo-dos una explicación adicional acerca de qué es lo que hace que unaemisión tenga la fuerza que tiene en los casos en los que, de hecho,no existe el respaldo de ninguna convención. Convenciones mera-mente contrafácticas no pueden servirnos para explicar la fuerza deemisiones reales. Sea como fuere, algunos intencionalistas asumenque Austin tiene problemas difíciles de resolver a la hora de trazarnítidamente la distinción ilocucionario/perlocucionario, y sugierensolucionar el supuesto vacío dejado por él en este punto, gracias a laapelación a un criterio alternativo al de la convencionalidad o in-cluso al de la convencionalizabilidad, un criterio muy nítido ¡ porsupuesto, de naturaleza mentalista: la presencia o ausencia del pro,cedimiento griceano. Según ellos, en los actos ilocucionarios estásiempre presente una intención comunicativa: se intenta producirun efecto en la audiencia mediante el reconocimiento mismo del in-tento. En contraste, cuando estamos ante un acto perlocucionario,runque puede haher inrenciones por parte del emist-'r dirigidas ha-cia la audiencia (por ejemplo, yo puedo estar intentando asustar aalguien por medio de mi emisión), ello no es necesario ¡ además,esas intenciones, cuando existen, no tienen la complejidad de las in-tenciones ctlmunicativxs. no son inrenciones dirigides a producir elefecto deseado por medio del mero reconocimiento de la intención.

A mi entender, ese criterio intencionalista presenta dificultadeslnucho mayores que las que nos encontrábamos en el caso del cri-terio convencionalista. Para empezar, deja fuera actos como los declimitir, battizar,legar o excomulgar en los que, como ya se ha in-ciicado, es difícil encontrar por algún lado el funcionamiento delprocedimiento griceano. Estos actos de habla aparecen ahora, no yacomo actos ilocucionarios anórnalos o periféricos, sino simplemen-l( c()mo no siendo rctos ilocucionlrios cn ehsoluro. iSon entoncesilcaso actos perlocucionarios? Pero el caso es que no parecen ser enrrbsoluto consecuencias o efectos de actos comunicativos más prima-rios. sino que, por el contrario. p:rrecen ser ellos misrnos ectos dis-cL¡rsivos primarios.

En segundo lugar, incluso para los actos de habla que no parecentlcpcncler esencialmente de instituciones extralingüísticas (o mejor,(luc posccn un elevado grado de "transversalidad" en su ejercicio),t l irrtcncionrrlista parece obligado a tomar ciertas decisiones arbitra-lirrs. l\rr cje nrplo, sc vcrri cornpelicl<l a considerar como perlocuciclna-¡io r¡n ¡cto conro cl tlc jacttrsc (cf. Strawson 1964: lfl5-1[t6). Qtricnst jrrcte [)uc(lt: cstirr rrf innrurtlo algo, por ejcrnpl<1, cluc él es rrtrry lis-

76

Page 39: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

T

to, y eso formaría parte del aspecto ilocucionario de su emisión;pero, como señala Strawson, el jactancioso no suele estar intentandoimpresionar a su oyente mediante el reconocimiento de su intenciónde impresionarlo, sino que más bien intenta impresionarlo gracias aque el oyente reconozca, en efecto, que él es muy listo. Esto hace

que jactarse contraste con, por ejemplo, aduertir. Quien advierte sí

intenta que el oyente esté sobre aviso acerca de algún peligro gracias

al reconocimiento de la intención del hablante de que esté sobre avi-

so (véase el análisis intencionaliste de las odvertencies propuesto en

el capítulo II). A mi modo de ver, esta consecuencia del criterio in-tencionalista es muy contraintuitiva. Jactarse se parece intuitivamen-te mucho más a advertir que a convencer. Y a esta intuición respon-

de adecuadamente el criterio de convencionalizabilidad (por mediode la fórmula realizativa). Cuando digo (en las circunstancias apro-piadas): "Me iacto de lo listo que soy> mi emisión cuenta como unajactancia en virtud, al menos en parte, de lo que mis palabras signi-

fican convencionalmente en español. p.¡s ,iTe convenzo de lo listoque soy, no podría de ningún modo consistir en un acto de conven-

cer en virtud del mero significado convencional de mis palabrasl0.

En definitiva, el criterio propuesto por el intencionalista para

marcar la distinción ilocucionario/perlocucionario, basado en la pre-

sencia o ausencia de intenciones comunicativas de tipo griceano, pa-

rece dejar fuera de juego, y sin saber muy bien dónde reubicarlos, una

buena cantidad de actos de habla que el convencionalista puede sin

más considerar como actos ilocucionarios perfectamente normales.

iQué conclusiones podemos sacar de la anterior discusión? <Qué

debemos hacer con la distinción ilocucionario/perlocucionario?iAcaso tendremos que decir que es infundada? Existen varias salidas<constructivas" posibles a esta situación. Por otra parte, en este esta-

do de la discusión no podemos esperar una total claridad al respec-

to, puesto que estamos explorando todavía las diferentes perspecti-

vas bajo las cuales puede ser estudiado el fenómeno de la fuerzailocucionaria. y di ferenres perspectivcs accrrearán seguramente di fe-

rentes modos de trazar conceptualmente la distinción que nos ocupa.Podríamos, en primer lugar, aceptar provisionalmente el criterio

de convencionalizabilidad. el cual parece sortear bastante bien los

lU. P()r otr¡ p:rte, iactarst 5e n:lrccc h¡.t.tntc a arguntenldr (vúl\c n(,1:l l() (l(

c:rpítulo It). Fln ambos casos el h¿rblante intent:r que la respucsta se prodtlzca ctl t'()\,cnte en vtrtr¡cl de f¿rctores tlue reb,rsan cl ¿rlcance dcl proceclitnicllto griccrltl().

J. L. AUSTTN: EL tMpERtO DE LAS CONVENCTONES

casos problemáticos que presenta el griceano. Se admite que algunasfuerzas ilocucionarias se ejercen, a veces, en ausencia de convencio-nes, ya sean convenciones específicamente lingüísticas, o conven_ciones ligadas a instituciones extralingüísticas. pero se mantieneque todas ellas podrían ejercerse recurriendo a un procedimientoconvencional, al menos en el sentido de ser explicitables, en princi-pio, mediante una fórmula realizativa. Los actos ilocucionarios son,por tanto' conuencionalizables, mientras que los perlocucionariosno lo son. Thl y como están las cosas, ese criterio parece funcionarcomparativamente bien, aunque no supone una victoria rcltunda delconvencionalismo, ya que queda pendiente el problema de explicarqué es lo que ocurre en los casos en los que, de hecbo, se ejerce unafuerza en eusencia de convenciones.

En segundo lugar, se podría intentar debilitar el criterio inten_c.ionalista, no exigiendo algo tan fuerte como el respaldo del proce-dimiento griceano para todos los actos ilocucionarios, pero sialgúntipo de intención u otro esrado mental por parre del hablante. En losactos perlocucionarios, tal y como los concibe Austin, la intenciónde realizarlos ni siquiera es necesaria, eunque puede existir. puedoconuencer o alarmar a alguien, simplemente porque escucha mis pa-labras u observa mi conducta, sin que yo me dé cuenta de ello. peropodría ergumentarse que yo no puedo jaclarme e menos que inten-te impresionar a mi audiencia. Quizás todos los acros ilocuiionarios,dejendo de lado algunas excepciones poco parcdignráricas, esrán esen-cialmente respaldados por algún estado mental, incluso por algunaintencir'rn cle producir un efecto en.na posible audiencie. Érta oo-dría ser una salida honrosa pera el intencionalista.

Otra cosa que podríamos hacer es intentar aclarar ontológica-mente la diferencia entre ilocuciones y perlocuciones. Se podría su-g_erir que los actos perlocucionarios son secundarios porque depen-den asimétricamente de los ilocucionarios. No es posible iearizai unacto perlocucionario sin realizar también un acto ilocucionario,mientras que es posible realizar un acto ilocucionario sin realizar unlcto perlocucionario. Es posible, por ejemplo, afirmar sin convencer. cualquier cltro efecto perlocucionario, pero no es posible conven-cer sin, por ejernplo, afirmar (o algún otro acto ilocucionario). Seperfila así, en térmil.los ontológicamente más claros, la intuición derlrre los rctos ilocucionarios son prioritarios con respecto a los per-I.c.ci.rrrrri.s, cliscursivamcnte más ir'portantes. y no se apela ex-Plícitrrrrrcrrtc ni a lrr presencia clc procedirnientos griceanos ni ¡ lePrescltci;t rlt'cotrvclrcir)nes clt un()s clls()s pcr() n() en otr()s. llultouc

78 7r)

Page 40: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

q

tales apelaciones podrían hacerse ulteriormente como parte de unaexplicación de tal asimetría.

Contra esa estrategia podría obietarse que yo puedo convencera elguien de que soy rico no gracias e un ecto ilocucionario. sinosimplemente gracias a mi conducta o a que descubre mis posesiones-

Por lo tanto, convencer no siempre dependería de un acto ilocucio-nario. Cierto, pero en casos así convencer tampoco es un acto per-locucionario puesto que no es un acto de habla (o significativo) en

absoluto. Sigue siendo verdad, por tanto, que no es posible realizarun acto perlocucionario sin realizar un acto ilocucionario.

iPor qué quedar obligado no es un acto perlocucionario, sinoparte del acto ilocucionario de prometer? Porque aquí la dependen-cia no es asimétrica, sino simétrica. Yo no puedo quedar obligado a

menos que prometa (o realice algún otro acto ilocucionario compro-misivo que conlleve obligación), pero tampoco puedo prometer a

menos que quede obligado. La independencia de afirmar frente a

convencer no existe en el caso de prometer y quedar obligado.Podría ergumentarse que este criterio ontológico no es totel-

mente fiable, debido a que algunos actos ilocucionarios son asimé-

tricamente dependientes de otros. Así, yo puedo afirmar sin adver-tir, pero no advertir sin afirmar. Y lo mismo ocurre con muchosotros actos ilocucionarios de los llamados "expositivos" por Austin.No puedo recordarle algo a alguien o hacerle una objeción a alguiene mcnos que haga temhién une afirmación (o meior, a menos que me

<comprometa ilocucionariamente" con une afirmación; cf. Searle y

Vanderveken 19t15: 23), pero se puede hacer una afirmación (esa

misma afirmación) sin recordarle nada a nadie, o sin hacer una ob-jeción. tsignifica eso acaso que advertir, recordar u obietar son ac-

tos perlocucionariosl I ?

Lo que habría que responder aquí, a mi entender, es que en esos

casos las condicior.res de éxito de un acto ilocucionario incluyen,como una parte, las condiciones de éxito de otro. Entre las condi-ciones para advertir, por ejemplo, se incluyen las condiciones paraafirmarl2. La relación de dependencia asimétrica se deriva aquí de

una relación mereológica, de una relación de dependencia todo-par-

11. Algunas personas se inclinan ir respondcr afirmativ¿rmente a est:r pregttntrr.

Para ellas entonces el criterio ontológico propuesto podría valer quizás sin ltt¿is rrrati-

zaci ones.12. Par:r conrprobar cólno sc concreta esto desde utre pcrspectiva intcrrciorrrrlis

ta véanse los ¡nálisis de las aclvertcrrcias y de lt>s itrfonttcs, ;rsí cortto los rle l¡s rirclt'-

nes y las pcticiones, c¡ue fucrotr ¡rresetrtrtlos crr cl cepíttrlo ll.

J. L. AUSTIN: EL IMPERIO DE LAS CONVENCIONES

te: existen partes de algunas fuerzas que las constituyen esencial-mente pero que por sí mismas bastarían pare constituir una fuerzadiferente. Por eso, no podemos tener el todo sin la parte, aunquepodemos tener la parte sin el todo. En contraste, la dependenciaasimétrica entre los actos ilocucionarios y los perlocucionarios noes nunca mereológica, sino que tiene en general un fundamentocausallJ.

Podemos concluir esta discusión diciendo que la distinción ilo-errcionerio/perlocucioncrio. aunqrre intuitivemente importante, se

muestra relativamente elusiva y difícil de establecer mediante un cri-terio completamente nítido y a prueba de objeciones, aunque tal ta-rea no parece imposible ni para el convencionalista ni para un men-talista suficientemente flexible, e incluso puede trazarse de un modolleutral que no se decante de un lado ni del otro. Es de esperar quecualquier teoría adecuada de la fuerza sea capaz de establecer la dis-rinción de un modo satisfactorio.

I l. l'rtr:t rrtrt t r¡rlit:tr'iritt tltrirrt iro (J(X) lb).

tlivtrs¡s fonurts dc dcpcrtdcnci;r, vóase lll¡nco S¡l

¡illi0

Page 41: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

IV

EL EXTERNISMO ILOCUCIONARIO

l. Externismo fuerte

En los capítulos precedentes he examinado los orígenes y las líneasmaestras de dos aproximaciones bastante diferentes al fenómeno dela fuerza: la perspectiva intencionalista y la perspectiva convencio-nalista. La primera fue presentada como una variedad de mentalis-mo ilocucionario y la segunda como una variedad de externismo an-timentalista ilocucionario (o externismo ilocucionario ufuerte"). Enla literatura sobre pragmática filosófica se suele dar por sentado quees¿s dos líneas constituyen las únicas alternativas posibles en el cam-po, que lafuerze es o bien un asunto de intención o, por el contra-rio, un asunto de convención. Como mucho, se piensa que amboscrrfoques deben complementarse mutuamente (Searle 1969: 54).Encste capítulo voy a proponer un marco alternativo que pretende nosólo integrar sino también sobrepasar a los otros dos. Sostendré queuna fuerza ilocucionaria típica puede ser vista como una entidad o(stnlctura compleja, como una amalgama o compuesto de factoresrlc índole diversa. Entre los ingredientes de una fuerza podemos en-e()ntr¿rnos con componentes mentales, con componentes conven-.'ion¿les y con componentes que no pueden ser calificados apropia-tlarncnte ni como mentales ni como convencionales. Y es probable,¡rrc la preponclerancia cle una u otra clase de componentes varíe bas-t:lntc dc ttrrrrs fttcrz.as rr otres.

Vry rr rlerronrirrrrr lr rni prrnto clc vista externismo ik¡cttckmdrio(lrrrt'!c).I'.s corrvcnicntc tcncr prcscntc acluí la clistirrci<irr cntrc ¿urti-

nrt'n(:rlisrno y t'xtt'rrrisrrro trrrzarla t:rr cl capítrrl<l I. Allí edclerrti'clrrc le

st

Page 42: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

variedad de externismo que iba a defender sería la antimentalista (el

"externismo antimentalista ilocucionario,), pero también que era elaspecto externista el que más me interesaba resaltar. El antimentalis-mo es una tesis más fuerte que el externismo, ya que el primero im-plica al segundo, pero no viceversa. En general, considero que mis ar-gumentos alcanzarán a apoyar la tesis más fuerte, pero, si ése no fueseel caso, espero que al menos sirvan pare senrar la hipótesis más débil.

Defender el externismo ilocucionario (ya sea el fuerre o el débil)equivale a considerar que las fuerzas están constituidas, al menos enparte, por factclres que rebasan la esfera del emisor, cuando se loconsidera de un modo solipsista o "individualista,, esto es, con in-dependencia de todo lo que ocurre más allá de sus límites cerebra-les o, como mucho, corporales. El cxternista ilocucionario postulaque es necesario apelar, en nuestros análisis de fuerzas paradigmáti-cas, a factores contextuales o ambientales, esto es, externistas. Pode-mos resumir su punto de vista a través de la siguienre tesis:

(TEI) Tusls F.xrERNrsrA lLOCUcroNARr,c: En el análisis de las fuerzasilocucionarias debemos hacer referencia esencial a factoresdel entorno externo a la piel del hablante o emisor.

Además de las convenciones sociales, ya sean referentes al signi-ficado (esto es, ilocucionarias y semánticas) o ligadas a prácticas ins-titucionales no meramente comunicativas, forman parte del entorno,en una primera aproximación, los objetos, personas, sustancias yacontecimientos no lingüísticos, presentes, pasados y futuros, querodean a una emisión, así como los fragmentos de conversación pre-via y subsecuente que a menudo enmarcan nuestras emisiones.

Por otra parte, defender el antimentalismo (o externismo fuer-te) equivale a considerar que las fuerzas no pueden ser analizadascompletamente apel¿lndo a los estadr¡s psicológicos del hablante, yasean éstos individualizados de un modo internista o de un modo ex-ternista:

(TAI) Tnsls ANTTMENTAT.TsTA rloctt;CtroNARrA: En el análisis de las fuer-zas ilocucionarias debemos hacer referencia esencial a facto-res que rebasan el ámbito de los estados psicológicos clel ha-blante o emisor.

Mi compromiso es, repito, tanto con el externismo ilocuciorrrt-rio como con el antimentalismo ilocucionario. Intentlró nlostrrrr- rrclc-

rnás, que defender que existen factores constitutivos de la fuerza queson externistas en el sentido fuerte (antimentalista) de no ser anali-zables en términos de las intenciones u otros estados mentales delh:rblante individual, no implica ni equivale automáticamente a defen-cler un convencionalismo de corte austiniano. EI convencionalismono es más que una variedad de externismo ilocucionario entimenta-lista, variedad que por otra parte, como hemos visto en el capítulorrnterior, no está exenta de problernas.

Lo que sigue no constituye algo tan ambicioso y elaborado comoruna teoría (externista en sentido fuerte) de la fuerza. De hecho, en

varios puntos señalaré distintas opciones teóricas que considero que

cluedan abiertas, e incluso algunas dudas respecto a cómo seguirrrvanzando hacia una teoría sistemática. Lo que pretendo es, funda-rnentalmente, esbozar a grandes rasgos el marco general que, a micntender, debería guiar la construcción efectiva y plenamente desa-

rroll¡da de una teoría externista y antimentaliste de la fuerza. si es

que es posible aspirar a una teoría de esa clase (cf. apartado 4, don-cle se expondrán algunas dudas al respecto), y distinguirlo nítida-rnente de distintas formas más o menos debilitadas de mentalismo,rrsí como del convencionalismo tal y como ha sido caracterizado encl capítulo anterior.

2. Las intenciones no bastan: comPonentes antimentdlistdsde la fuerza

(lomenzaré examinando algunos de los factores antimentalistas (o

cxternistas en un sentido fuerte) que pueden estar presentes en latlcterminación de una u otra fuerza o clase de fuerzas ilocucionarias.l.a mayor parte de los aspectos que voy a discutir podrían incluirsecrr las ucondiciones de felicidad" austinianas para los realizativos,firr.rclamentahrente a través de las reglasA.2, B. 1y 8.2, las cuales fue-r()n presentadas en el capítulo Ill. Pero así como Austin considera, en

lrr conferencia II de Austin (7962), que los estados mentales que pue-tlcn contribuir al érito de una emisión están regulados por un proce-,linriento convencional (según se afirma en la regla f.1), del mismorrodo parccc consiclerer que los factores que yo llamo "antimentalis-1,¡5" (o cxtcnrist.rs en un sentido fuerte) están siempre regulados portorrvcncioncs, c()nro lo nruestra la referencia de las reglas A.2, B.1 yli. ) rr la rcgla A. l. frr csto nre p¿rrcce clLrc Austirr cstaba cquivocrrdo.Al igrr:rl (lu(', c()n)() insistc cn scitrrllrr cl griccarro, rrlguttos de los fec-

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Page 43: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

rores mentelistas pueden no ester regulados neceseriemente p()r unprocedimiento convencional, también sucede que algunos de los fac-tores externistas en sentido fuerte no dependen esencialmente de laexistencia de procedimientos convencionales. Es importante desta-ccr esre punto porque tiene como consecuencia que unl refutacióndel convencionalismo (aduciendo, por ejemplo, casos como el deDiógenes) no conlleva automáticamente una refutación del externis-mo fuerte. Enseguida veremos algunas muestras de este fenómeno.

Muchos de los ejemplos que siguen están inspirados en ideas ex-traídas de Austin (1962) y de Searle (1969 y 1975), empleadas paramis propios propósitos. Mi utilización de Searle puede parecer pa-radójica, puesto que este autor se considera habitualmente como unconspicuo representante del mentalismo lingüístico, debido a su pre-tensión de fundamentar la filosofía del lenguaje en la filosofía de lamente (cf., sobre todo, Searle 1983). No obstante, creo que hay ba-ses para una utilización antimentalista de algunas de las ideas deSearle acerca de los actos ilocucionarios. En Searle (1975) y en orroslugares se defiende una teoría <componencial" de la fuerza ilocucio-naria, que la presenta como una amalgama de factores diversosl,Esta imagen nos invita a preguntarnos acerca de cuántos de esos fac-tores son analizables en términos de las intenciones comunicativas uotros estados mentales del hablante. El mentalista debería contestarque todos lo son. El antimentalista, que al menos algunos de ellosno pueden ser analizados de ese modo. A continuación examino al-gunos de esos factores antimentalistas candidatos a resultar consti-tutivos de algunas fuerzas o clases de fuerzas.

2.I. La comprensión del oyente

Puede sostenerse, en primer lugar, que para que un acto ilocucio-nario sea afortunado, o al menos plenamente afortunado, se ha deasegurar, al menos en un buen número de casos, la comprensiírn(wptake) por parte de una audiencia de la fuerza que el hablante in-tenta darle a sus palabras (cf. Austi n 1962:161; Forguson 1973:169). Quizás las intenciones comunicativas basten por sí solas paraque una emisión tenga un contenido representacional determinado,

1. F-n Searlc (1975) se presenta l¿r fuerza como Lul con.lpuesto a partir clc el nrcnos doce clases de ingrcdientes. En Searlc y Vanclerveken (l9fl.5: cep. [,:rpclo..]) sc

rebaja ese trúmer<l y se habla cle "los siete corlpor'rcntes tlc un;r fucrzrr ilocuciolrrrir¡,.F}r V¿nderveken (1990) se distinguen srilo scis f¿r*orcs.

pero, para que cuente como el actcl ilocucionario que es, es lTlenes-

ter típicamente que la audiencia comprenda cómo deben ser toma-clas las palabras del hablante. En circunstancias normales, nadie di-ría que alguien ha dado una orden, o que ha hecho una promesa o

una advertencia, a menos que haya hecho entender a su audiencia su

intención de ordenar, prometer, advertir, o 1o que sea. Esto equivale¡ decir que la comprensión por parte de la audiencia no forma par-te, en el caso general, del aspecto perlocucionario del acto de hablatotal realizado por el emisor, sino que, por el contrario, forma partedel aspecto ilocucionario del mismo, de un modo similar a comoquedar obligado forma parte constitutiva de una promesa. Conside-ro obvio, por otra parte, que la comprensi ón del oyente no puede ser

analizada en términos de los estados mentales del hablante.Podría argumentarse que este factor no es muy relevante de cara

a distinguir entre las diferentes fuerzas debido a su carácter dema-siado genérico: si afecta a cualquier fuerza no puede servir para dis-tinguir a unas de otras (cf. García-Carpintero 1996: 5401' la mismaidea se encuentra en Searle 1969). Esto no ocurre empero con losfactores que siguen. Además, el que la necesidad de la comprensiónfilese un elemento presente en todas o en la mayoría de las fuerzas

rro impediría reconocer su naturaleza antimentalista. Más bien al

contrario, ello aseguraría la presencia de un elemento antimentalis-rJ, cunque fuese mínimo. conro constituyente de toda fuerza ilocu-cionaria. Por otro lado, el externista puede argumentar que en rea-

lidad existen algunas (quizás bastantes) fuerzas, que no parecenrcquerir o requerir siempre la comprensión por parte del oyente,pero que esto sucede a nrenudo por razones que radicalizan, más que

rninimizan, el antimentalismo ilocucionario que aquí se defiende2.

En su conocida monografía sobre Austin, G. J. Warnock sostieneqrre la comprensión por parte del oyente es todo lo que se necesita

p¿re que un acto ilocucionario verdaderamente genuino se realice.l'rrra é1, la "intención ilocucionariao, al contrario de lo que ocurrecon la intención perlocucionaria, se cumple .bajo la sola condición

2. Cf., nr:is adel:rnte, el apartado 2.4. S. C. Levinson cita también algunos ca-

\()s !cxccpcional95", niís obvios y asimilables dentro del marco mentalista, de fuerzas(luc pueden ejcrcerse indepenclienterrlente cle la comprensión (o cle cualquier otra cla-

st rle rcaccitín) err una iruclicncia: l¿rs malciicioncs (czrses), las il.tvocaciones y las ben-,litioncs (l.evirrson lc)lt.i: 260). F)n irlgunos otros cesos podcmos tener cludas. Así, si

rrrr rrrirrlrrgrr Irnz¡ r¡rrrr hotellr ¿l océrrno para pcdir rtuxili<> y esir botella ntlilc¿¡ es re-( oiti(l.l p()r rrrrtlit', r¡rrizris r¡os scntirírnros inclittatlos ;t clecir que su ¿cci<irr tiene de to-,1,'t nr,'.1,'r l.t lrtru.t (l( lrtr.l t\(li(i';rr.

li (r ,\7

Page 44: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

de que seareconocida" (Warnock 1989: 130). El autor considera esto,de lrecho, como una especie de criterio para distinguir a los actos ilo-cucionarios paradigmáticos de otras cosas que hacemos con palabras,y en particular de los efectos perlocucionarios. Para convencerte dealgo, por ejemplo, no será suficiente que comprendas mi intenciónde convencerte. Pero para advertirte de algo, por ejemplo, bastarácon que comprendas mi intención de advertirte. Si alguien ha com-prendido mi intención de advertirlo no tendrá derecho, según argu-menta'Warnock, a decirme: oNo me has advertido". El problema esque ese criterio deja fuera demasiadas cosas y, por ello, parece inde-bidamente exigente. Para empezar, el mismo Warnock lo aplica paradejar fuera los insultos, puesto que en ellos "la intención manifiestade insultar no asegura el éxito" (op. cit.: 131). Esto debe resuharchocante incluso para el intencionalista, puesto que, como hemosvisto en el capítulo II, existen análisis griceanos bastanre plausiblespara los insultos3. Por otra parte, Warnock sitúa las objeciones entrelos casos en los que sí se cumpliría su criterio, lo cual implicaría quela comprensión de mi intención de objetar por parre de un oyenteaseguraría que yo le estoy haciendo una objeción. Pero no pareceque esto sea verdaderamente así, como veremos con más calma enel apartado 2.4. Si yo no digo algo que uerdaderamente se contradi-ga con 1o que mi interlocutor ha dicho con anterioridad no se con-siderará que le esté haciendo una objeción, por mucho que él reco-nozca mi intención de objetar. El oyente tendrá perfecto derecho, enun caso así, a responderme: "No me estás haciendo una objeción enabsoluto". Mi acto de habla se habrá quedado en un mero intentofrustrado de objetar.

En definitiva, me perecc que ex¡sren, para la meyor perre de lasfuerzas ilocucionarias, y quizás para todas ellas, condiciones de feli-cidad externistas diferentes de la mera comprensión por parte de laaudiencia de la intención de realizarlas. En los próximos subaparta-dos veremos múltiples ejemplos de actos de habla que el criterio res-

3. Estoy de acuerclo con \?arnock en quc para insultar no basta con poseer clc-terminadas intcnciones y con que éstas sean cornprendidirs. Existc incluso una fr¿rse

hecha segÍrn la cual nno insultr quierr quicrc, sino quien puede". Sin embargo, no crcoque par¿l que se pueda decir que una persona h¿r insultado a otra, Ia segund¿t teng¡que habcrse ofendido de hecho, como parece prcsuponer'Warnock, Más bier.r, kr quttiene que ocurrir es que el oyente (u otros hablantes) le haya concedido cierra consi-cleración o dignidad (eso sí, nrínin.ra, ya que casi cualquier persona puede insulrar rr

casi cualquier otra) al hablante, de moclo que éste ostenre un clerto estatuto qrrc r(.

pen.nita insultar.

XfERNISMO ILOCUCION

trictivo de S7arnock dejaría fuera del reino de lo ilocucionario. Por()tra parte, el mismo autor reconoce a renglón seguido que' en rela-

ción con toda una familia de fuerzas ilocucionarias, el reconocimien-to de la intención de ejecutarlas puede no ser suficiente de cara a su

ejecución efectiva, e incluso puede ser completamente irrelevanteque el hablante posea intención alguna. Es el caso de las fuerzas que

él denomina (convencionales" en un sentido propio, aquellas que

tendrían lugar en el contexto de ceremonias o rituales y para Ia rea-

lización de las cuales sería más importante decir las palabras adecua-

.lrs que tener cualesquiera intenciones. o que esas intenciones fue-

sen reconocidas. Podemos aceptar, sin embargo, provisionalmente y

con ciertls reservas importantes que enseguide se señelarán, que po-

siblemente existen algunas fuerzas ilocucionarias que son tales que

la sola comprensión por parte de la audiencia de la intención de

cjercerlas garantiza (o casi) que se están eierciendo. El ejemplo pa-

radigmático que utiliza '$farnock es el de aduertir. Si mi audiencia

comprende mi intención de advertirla, entonces tal vez no se nece-

sitará mucho más: la habré advertido.

2.2. El estdtuto del hablante (y el del oyente)

Aunque el oyente comprenda perfectamente todas las intencionesclel hablante, un acto ilocucionario puede fracasar porque el hablan-

te no tenga en realidad la autoridad o, en general, el estatuto que re-

cluiere la realización de un acto de esa clase, aun cuando crea tener-los, o aun cuando los invoque. El ejemplo paradigmático es el de las

rirdenes. Lejos de ser reducible a las actitudes del hablante, la autori-dad del que ordena depende o bien de las creencias del oyente o, más

frecuentemente, de las posiciones sociales "clbjetivas" de ambos inter-Iocutores. De ahí las expresiones: ,Viniendo de é1, lo tomé como unaorden', o .Usted no es quién para darme órdenes". Las órdenes se-

rrin tratadas con detenimiento en el apartado 5.1 de este capítulo.Para Austin también se requiere un cierto estatuto o autoridad

cpistémicos a la hora de realizar determinados actos de habla de los(lue en las primeras conferencias de su (1962) había llamado <colls-

lrrtrrtivos'. Así, para é1, uno no puede hacer aseueraciones acerca de

Ios cstaclos mentales de otra persona, no tiene derecho a hacerlo de

urr nroclo sinrilar a c()mo uno no tiene derecho a dar órdenes a unsrrlrcri<rr (Austin 1962 184). Puede, eso sí, hacer conieturls acerc^..lc csos estrl(l()s rnctttrrlcs, cle ttn moclo similar e conlo uno puede pe-

tlir o rogrrr rrlgo lr rnt su¡rerittr. l.o lnistrttl se ptteclc clecir respecto clet

Ju8

lJ ()

Page 45: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

xPALABRAS AL VIENTO

determinados informes. Para hacer un informe no basta con poseerdeterminadas intenciones complejas como las explicitadas en unanálisis de tipo griceano. Sólo un experro (o alguien que se apoya enel informe de un experto) puede informarnos, por ejemplo, acercade la potabilidad del agua de una fuente. Es posible incluso que enun momento dado nadie esré en disposición de hacer (de un modoplenamente satisfactorio o exitoso) ciertas aseveraciones, afirmacio-nes o informes, razón por la cual los hablantes dicen cosas como:"No se puede afirmar que no haya vida en Venus,4.

Esta cuestión del derecho a realizar determinados actos ilocucio-narios es relevante a la hora de explicar por qué podría resultar, enprincipio, que, para algunas fuerzas, el mero reconocimiento de laintención de ejercerlas equivaliese (casi) a su ejercicio efectivo. Qui-zás cualquier hablante normal tiene derecho, en circunstancias nor-rnales, a pedir, c rdvertir o a corrjeturar. con lo cuel, une vez reco-nocidas sus intenciones, se considerará que ha pedido, advertido oconjeturado. Pero, desde luego, no le concedemos sin más a cual-quier hablante el derecho a ordenar, informar o promerer, razón porla cual podremos decir a veces: .Usted no es quién para...>. Algunosautores sostienen incluso, de un modo más radical, que tambiénpara hacer una advertencia, para dar un consejo, e incluso par¿1 pe-dir o para conjeturar, <uno está obligado a tener buenos fundamen-tos', o de [o contrario el actct de habla pretendido se considerarácomo clesacertado, esto es. com() nulo o vacío, o rl menos como de-fecruoso (cf. Levinson 1983: 2.3.5). Esta idea puede encontrarse tam-bién en Austins.

4. En rcalidacl, el hablante mcdio perece consiclerar, cuanclo se le pre€iunta,que ól pLrede afirm:rr lo r¡ue le venga en gan¿I. Flsto forma partc qurzás cle un ciertomentalismo ilocucionario c1e sentido común, bestante extendido aunque creo que n(,completarriente firnle o sir.l fisuras. En todo caso, tarnbién favorece a l:r posturl ex-ternista l¡ intuición cle tlue cicrtas.afirlnaciones, son rcprochirblcs o no perfect:rmen-te legítinras (en un senticlo cliferente al cle ser meramente falsas). Dicho en jerg:r aus-tiniana, no sólo l<¡s desaciertos, sir.ro tarnbién los abusos pueclen nrostr:rr la influenci¡del entorno en la constituciíin de una fuerza. Y creo que ei hablante mcdio sí tiene alnrenos esas intr-riciones, más débiles, con respecto a las afirntaciones. De hecho, a veces decinros, más prudentemente, cosas como: .No se puccle tfirnutr cr¡n propiedadquc no lr.ry..r vidrr en VcilUr'.

5. Según Austin, pa.ra prometer (pretencler plen:rmente no es bastantc; debestarnbién acept¿rr mostrar que'estás en condiciones de prontetcr', es decir, clue est:identrcr de tu poder". De un modo sinrilar, para dduertir comente lo siguienfe: "e<l nrc¿rdvirti<i cle que iba a at:icar, pero no ibe a hacerlo o de algún modo yo sabírr

'rrrch.nlás sobre el asunto de lo que él s'ponía, de modo que no podí:r arlvertirrre, rr. rrrt'aclvirti<'r, (Austin I946: 107). En el caso cle :rdvertir, p()r lo ranto, lo rluc purccc rt.-

Por otra parte, para establecer la importancia del estatuto efec-

tivo del hablante, como también la de otros posibles componentes

antimentalistas, en la constitución de una determinada fuerza ilocu-

cionaria, no son relevantes sólo los casos dc fracaso (que podemos

denonrinar casos-F), en los que un determinado acto ilocucionariono se eiecuta (se frustra), o no se eiecuta felizmente, porque el ha-

hlente carece del estatuto que se requiere pera reelizer ectos de csc

tipo. Son igualmente relevantes los casos de éxittl (que llamaremos

casos-E), en los cuales ocurre que se eiecuta el acto en cuestión en

ausencia de los estados mentales que aparecerían seguramente en

una propuesta de análisis intencionalista de tal acto, debido a que el

lrablante posee de hecho el estatuto requerido. Y lo más significati-vo es que esto se produce en relación con las fuerzas consideradas

habitualmente como las más básicas por parte de los mentalistas, en

cl caso delas afirmaciones o en el delos inform¿s' por ejernplo. Así,

rr veces uno dice algo "por decir", o creyendo que hace una lnera

con¡atura. pero resultl que lo que dice cuent¡ c()mo Lln genuin() in-

forme porque, de hecho, uno es fiable desde la perspectiva de un es-

pectador neutral, bien situado para juzgar adecuadamente acerca de

l.l fiebilided del hahlante en esas circunstencias:

[...] la propia fiabilidad como informante le puede habilitar a alguien

parir hacer una afirrnación -a los ojos de un apuntador- incluso-st

no es consciente de que es fiable ¡ por lo tanto, de que está habili-

tado (Brandon 2000: 112).

Podría decirse entonces que las palabras, como las arfiias' <las

cerga el diablo" (en los casos-E), añadiendo que a veces también "las.lcscarga, (en los casos-F). Por ambos lnotivos, es recomendable que

uno <mida bien sus palabras,, o que <tenga cuidado con lo Que dice",ri no qrricre llevarse sorpreses6.

t¡rrerirsc es ¡n cierto <estatuto de ignttrancia, por parte del gyente. C)tras vcces, c6mo(.ll cl cils() clc las conjeturas, prrece que l9 cluc se requiere es url estetuto de ignoran-

.irr (o rro total seguridad) por parte del hablante.

6. Aunque Austin dedica mayor atencirin a los ¿¿sos-l- (a través de su teoría cle

los i¡fortunios), ticne en cuenta tanrbién la posibilidad de ¿¿sos-E. Así, afinna que

,,v0 pucckr ordenarle a:rlguien que haga algo en una ocasión en la que no intento or-,l, n,irsclr,, (Austin 1 962: 1 06, nota a pie de página; la referencia cs a Ia edición in-

tlt s¡ rcvisrtlrt, yir (lue e St;r nota no ¿.lparcce en l:r trad¡cción cspeñola). Contr,istesc lo

.r¡llt ri¡r corr lr sigttietttc tesis, tlttc ;r ltri entender cs falSa: .Una conclici(ln necesarir

I)ilrir (lrr(.rlrrr t.nlisirín tcngr ulr¡ ciertrr fLlerza es qtte el h¿bl¿rnte'intente que tenge cs¿r

Iut rzrt , (lirr11rrsorr | 97.1: | 67).

c)0 ()l

Page 46: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

PALABRAS AL VIENTO

2.3. Las "circunstancias"

En realidad, esta categoría es un cajón de sastre ya que, dada la va-guedad de la expresión "circunstancias,, 1o misnro podríamos sub-sumir bajo esa etiqueta a todos los demás factores antimentalistas.De hecho, con ella pretendo abarcar cualquier factor externista ensentido fuerte que pueda considerarse constitutivo de alguna fuerzao clase de fuerzas y que no encaje de un modo natural en los demásapartados. En particular, incluyo aquí algunos de los factores queAustin cubría por medio de su regla A.2, así como muchas de las"condiciones preparatorias, de las que habla Searle. Bach y Harnish,como otros autores de orientación mentalista, despachan estos fac-tores como -presunciones,, o prcsuposiciones del hahlanter esto es,los "mentalizan" (Bach y Harnish I979: cap.III). pero para que unacto ilocucionario se realice con éxito no basta con que las condicio-nes o circunstancias a las que me estoy refiriendo ,.rr pr.rup,r.rtn,por parte del hablante, sino que deben darse de hecho. Veamos alqu-nos ejenrplos.

Algunos actos ilocucionarios requieren ser completados o con-firmados por el oyente (más allá de la mera comprensión por parredel oyente), o encajar de algún otro modo con las circunstaiciasefectivas o reales (Austin 1962:78). Así, para apostar no basta conla intención de apostar. Se requiere por parte del oyente la confir-mación: <acepto>. Además, otras circunstancias externas deben estaren regla, de ahí el caso desafortunado de la persone que anuncie suapuesta cuando la carrera ya ha terminado (op. cit.:55). Otros ca-sos lnteresantes son menos obvios porque lo que parece requerirsepor parte del oyente, más que una contribución activa, es su ,,aquies-cenciar. Imaginemos que alguien me dice: <Prometo venir mañanar,y yo le contesto: "No te creo>, o: .No me fío de ti,. iDiríamos eueha pr,mctido de rod.s nlodos. sólo porque sus intenciones esruvie-sen en regla? iNo es éste más bien un caso en el que yo he "bloquea-do" su intento de prometer, y en el que por tanto él no ha adquiridoninguna obligación futura? Parece, pues, que algunos actos de habladeben ser tácitamente aceptados por aquellos a quienes van dirigi-dos para que rengen efecto.

_ Olro ejemplo es el de regalar. Si digo: ,iTe regalo r,, el acto pue-de fallar y ser considerado como nulo porque aunque creo (y presu-pongo) que el objeto del regalo existe, y que es de mi propiedacl, yque no tengo en realidad varios r, y que el oyente lo desea, y que cloyente lo aceptará, etc., resulta que alguna de esas circur.rstancias n0

se da de hecho. Algo similar ocurre con el acto de legar o deiar en

herencia un objeto o propiedad, pero hay algo en el caso de regalarque lo hace más interesante para nuestros propósitos actuales. Y es

que parece posible imaginar a seres de culturas alejadas entre sí que

se hacen regalos, a pesar de que no comparten procedimientos con-

vencionales para regalar, ni están bajo el dominio de institucionesextralingüísticas comunes. Pensemos en Viernes ofreciendo comidae Robinson Crusoe, o en unos exploradores ofreciendo baratijas atunos indígenas. Regalar, a diferencia de legar, no parece un acto ilo-cucionario altamente ritualizado, ceremonial o institucionalizado.Sin ernbargo, en esos casos se pueden producir infortunios por razo-

nes paralelas a las del caso convencional. Una vez más, las intencio-rres no bastan, y ello no se debe siempre, o sólo, a la naturaleza con-

vencional o ritualizada de la fuerza, sino que se debe, de un modomás general, a su naturaleza externista y antimentalista. Casos así

clemuestran que el rechazo del convencionalismo no nos Ileva auto-rnáticamente a caer en los brazos del mentalismo. La fuerza de una

ección significativa, incluso en esos casos, no queda agotada por los

cstados mentales del emisor, sino que depende de ciertos rasgos del

contexto de ernisión7.Otro impedimento externista de tipo ucircunstancial" a la hora

de realizar determinados actos ilocucionarios, tiene que ver cou loque Searle denomina "condiciones sobre el contenido proposicio-rrnl .. Algunes fuerzes impotten severts restricciones sobre los conte-nidos representacionales que les son apropiados. Uno no puede

dconse¡ar (o pedir, ordenar, etc.) cualquier cosa que se le ocurra, pornrucho que sus intenciones estén, desde el punto de vista usolipsista"

tlel emisor, en regla. El intencionalista parece estar, en el siguientecliálogo, del lado de Hurnpty Dumpt¡ mientras que el sentido común(como también, me parece, cualquier teoría plausible de la fuerza)

cstá sin duda del lado de Alicia:

7. Podemos preguntarnos qué es lo que hace de la acción de regalar una ac-

,itin significatiu.t cn u11 caso cn que no se realiza con palabras u otros llledios con-vtncionales. El intenciorralista puede apelar a las intenciones complejas del que ac-

tri.r, v lo nrisnro podrí:r hacer ul externista sttficientemente moderado, que afirme

'irrrpfrnrcrrtc t¡Lrc lrts itttcncionesno dgotdn la fucrza de una emisión, pero deben es-

r;u l)rcscntcs. Otrrr nrrncra clc jtrstificar el c:rrícter cle acción significativa de un re-

r,,.rlo corrsisle crr seit¡lrrr tltre cn ól sc cxprese ttn contenidtl representacional (sc re-

l)t(,s(.lltil trrr ob jt to, conro t'l ob jcto dcl regalo), aunc¡ue tal vcz rto utia proposicititlt orrrplt t:t.

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PALABRAS AL VIENTO

"iSiete ¿lños y seis meses!" repitió Humpty Dumpty pensativamente.

"Una edad n'ruy inc(rmoda. Si hubieras pedido ml consejo, yo l.rabríadicho 'Dejémoslo en siete' - pero ahora es demasiado tarde,.

"Yo nunca pido consejos para crecer,> diio Alicia indignada.

"iDemasiado orgullosa?" inquirió el otro.Alicia se sintió todavía más indignada anre esa sugerencia. .euie-

ro decir", dijo, "que uno no puede evitar hacerse mayor> (Carrol1939: 194).

2.4. El contextc¡ discursiuo

Los actos ilocucionarios que dependen esencialmente de la relaciónde una emisión con el resto del discurso (como los de añadir, con-cluir, precisar, objetar, inferir, aclarar, repetir, responder, etc.), sólopueden tener éxito si, en efecto, se da el contexto discursivo adecua-do, y esto por razones que, de nuevo, poco o nada tienen que vercon su posible carácter convencional8.

Así, por ejemplo, que algo cuente como una objeción sólo si al-guien ha dicho antes algo que se le contrapone no es en absoluto unacuestión convencional (cf. Strawsc¡n 1964: 176-177), pero tampocodepende sólo de las intenciones del hablante. Depende, sobre rodo,de una cuestión lógico-discursiva: de que el hablante haya dichoalgo que realmente sea la negación de lo que otra persona, contex-tualmente relevante, ha dicho previamente. De hecho, aunquc estopuede resultar más polémico, a mi entender tanto el hablante comoel oyente pueden no ser en absoluto conscientes de que el hablanteestá haciendo una objeciíln, sino que somos nosotros, espectadores<neutrales y objetivos", o al menos mejor situados epistémicamenteen relación con la situación discursiva, quienes lo percibimos y des-cribimos así lo que está sucediendo. Me parece bastante natural de-cir, por ejemplo, que lo que Aristóteles dice en tal sitio cuenta comouna objeción a (o, quizás más claramente, como una refutación de)lo que Platón dice en tal otro, aunque sospechemos o incluso estemosseguros de que Aristóteles no tenía la menor intención, consciente cr

inconsciente, de contradecir a Platón con sus palabras. A mi modcr

fl. En realidad, como afirma Searle, verbos realizativos como .Drecisar,. nres-pondero, etc., no señalan a fuerzas autónonras o independientes, sino rirrieanrcl.rtc.rlcornponente de la fr.rerza que tiene que ver con las relaciones discursiv¿rs quc pueclcncnn)rrcrr ¡ t¡n.r cnli¡ión. N,r.c h¡cc. por ejcmplo. unJ rn('rJ precisiórr. rirr,,.¡,,,.r..precrsa un¿r pronlesa, una orden, una afirmación, etc. Y tampoco sc responcle nrcre-mente, sino que se responde de modos ilocucionariamente muy diversos (Serrlt.1975:453).

(T E RN IS M O ILO C U C IO NAR IO

cle ver, lo que esencialmente hace de una obieción una objeción, y

no una mera afirmación, son ciert<¡s rasgos públicamente observa-

bles ¡ por tanto, potencialmente intersubjetivos (o quizás, más radi-calmente, ciertos rasgos objetivos) de la emisión' y no los estados

rnentales del hablante o los del oyente, aunque por supuesto en el

caso típico el hablante que hace una objeción desea hacer una obie-

ción ¡ además, tanto el hablante como el oyente son capaces de per-

catarse de que el primero ha hecho o intenta hacer una objeción.Algo similar puede decirse de los actos de empezar y concluir un

cliscurso, para la explicitación de los cuales contamos con frases ver-

bales realizativas como: ucomienzo diciendo..." y (concluyo dicien-do...r,, o para las precisiones, aclaraciones, respuestas, inferencias y

otros de los llamados por Austin <expositivos". Que alguien esté co-

menzando o concluyendo su discurso, o que esté haciendo una acla-

reción o una precisión de lo que antes se ha dicho, no parece depen-

cler, y mucho menos depender exclusivamente, de sus intenciones de

crxpezer, concluir, aclerer o precisar, eunque cn el ceso típico esas

intenciones estarán sin duda presentes. Un caso menos obvio (por

no ser, utilizando la taxonomía austiniana, un '.expositivo", sino un<comportativs") es el de saludar. Si uno dice las palabras "buen<lsclías, en el medio de una conversación, esas palabras difícilmentevan a contar como un saludo (cf. Wittgenstein 1969, S 464).

Podemos encontrarnos de nuevo en este ámbito tanto casos-F,

esto es, casos de actos ilocucionarios intentados pero frustrados porno darse las condiciones discursivas adecuadas, como casos-E, esto

es, casos en los que alguien consigue realizat un acto ilocucionarioporque resulta que está bien situado discursivamente' y a pesar de

que no tiene intenciírn alguna de realizarlo. La fuerza de una obie-

ción presenta ambas caras, como acabamos de ver.

2.5. Las instituciones y conuenciones extralingüísticas

Adrnitamos por un momento que Austin insistió de un modo exce-

sivo en la importancia de los procedimientos convencionales, tantolingüísticos como extralingüísticos, en la realización cle actos ilocu-cionaric¡s. Grice nos habría enseñado que es posible realizar actos ilo-cucion¿rrios sin el respaldo de convenciones de ningún tipo. Ahorahicn, cxiste un nutrido grupo de actos ilocucionarios que de unn.roclo cllro depenclen esencialmente de la existenci¿r de determina-

.l:rs institrrr'i,)n(s cxtrillirlgiiísticls y.lc l,rs convcnciones quc rigett stts

prricticrrs. Así, ttno no ptreclc divorcierse de su rntrier, al nlenos ctl

94 95

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F

Occidente, diciéndole simplemente: .Me divorcio de ti, csn 1n 'n-

tención de divorciarse, y de que ella comprenda esa intención, etc.(Austin 1962: 68). Los griceanos insisren, como hemos visro. en queestos casos .altcmente ritualizedos,, no son paradigmáticos de nues-tro uso ilocucionario del lenguaje, sino que pueden considerarse ca-scls derivados o secundarios. Austin se habría equivocado al iniciar sutratamiento de los "realizativos> tomando ejemplos de ese tipo comoreferenciae. Pero considerados ahora como ilustraciones parciales deun externisnto antimentalista más general, podemos dailes todo elpeso que se merecen.

Tomemos otro ejemplo del propio Austin. Cuando don euijote(suponiendo que se trata de una persona real, y no de un personajede ficción) intenta retar a duelo (o ser ordenado caballero), su fraca-so no se debe a que no tenga todas las intenciones que hay que te-ner. Podemos suponer que el caballero de la triste figura es sinceroen su intento de retar a duelo, sólo que no está en uso el código delhonor caballeresco. En esa situación no puede retar a duelo: sus in-tenciones quizás cuenten, pero no besten.

El anterior es un caso--F, un intento frustrado de hacer algo conpalabras, pero también nos encontramos aquí con casos como el delque dobla distraídamente su apuesta, o el del que bautiza un barcocon la mente en blanco, casos en los que la vigencia de las conven-ciones oportunas da pie a un éxito ilocucionario (aunque quizás noa un éxito completo, a un acto ilocucionario irreprochable), a pesarde la ausencia de los estados mentales apropiados por parte del emi-sor, debido a que "la palabra empeña, y se vuelve eficaz cuando sepronuncie en las circunstancias propicias.

Prácticamente todos los miembros dc la categoría searliana de los

"declarativos) son actos ilocucionarios dependientes de institucionesextralingüísticas. Y se rreta de una categcxíe muy numerosa. ipuedecargar una teoría general de los actos de habla con la afirmación deque todos los miembros de esa categoría son casos desviados, anóma-los o no paradigmáticos? A mi entender, no. Sin embargo, algunos in-tencionalistas sucumben ante esa tentación y se tragan ese sapo10.

9. cf. strawson (1964). Este crmentario se repite una y otra vez en la litcrltrr-ra pragm:itica postsrrawsoniar.ra de orientacií¡n intencionalista (cf. Schiffer 1972: Itó_car.rtrti 1979; Leech 1983 o (iarcía-Carpintero 1996).

10. Cf. Leech (198.3). En Vandcrveken (1990) sc analizan nacl:r r.enrs rlLrc 7.5verbos realizativos declarativos (del inglés): dcclare, renotmce, tliscl¿in, dist¡tun, r¿sign, repudiate, disauow, retract, abdic¿te, abjure, tleny, disinhcrit. yit:ltl, surr.t,lu,(ttl)ituldl(,Ltppr()uc,confirm,sanctiott,ratify,htnr;lo,qtLlc,ú/r.s.s, tursc,tlttliL,tlt'.<ttrr

:XT E R N IS M O IL O C U C IO N A R IO

Además, aunque las fuerzas dependientes de instituciones extra-lingüísticas suelen presentarse como una clase especial y bien delimr-tada, prácticamente cualquier fuerza tiene un aspecto que la hacedependiente de las instituciones, prácticas, normas o estándares so-ciales (cf. capítulo III, apartado 3). Veamos un ejemplo cle acto queno parece típicamente institucional (y q.,e Searle clasificaría entrelos "expresives"), el acto de pedir perdón Tomemos el siguiente pa-saje de la r.rovela Tic-Tac, de Suso de Toro:

-Non quero.

-Que nre pidas perdón.

-Perclón polo ghato ladrón.

-Así non. Píciemo ben.

-Perdón polo ghato ladr<in.

-Ou me pides perdón ou cobras.

Disculparse puede parecer un típico acto (expresrvo>>, y por tan-to fácil para el mentalista. Pero en realidad disculparse es a'rre todoirn acto social. Alguien exige disculpas, y es una cuestión pública eljuzgar si se han dado del modo apropiado. eue sean sentiáas es, enrealidad, en los casos más normales, lo de menos. En el pasaje citado,el interlocutor que erige disculpas no espera ,t-rn .n"yu.iinceridacl desentimientos, sino una mayor seriedad y respeto en la expresión.

Abandono aquí la enumeración de alguncls de los factores exter-.isras fuertes que pueden contribuir a la constitución cle una u otraitrerza ilocucionaria. Mi examen no ha pretendido ser exhaustivo osistemático. De hecho, considero abierta la posibilidad de añadir

"evos factores, así como la de integrar algunos en otros, o la de dividir un factor en varios. Pendientes quedan muchas preguntas difí-ciles. iQué papel juegan exactamente las intenciones comunicativas

't'(rdtc, d¡sdpproue, stipulate, name, call, define, abbreuiate, n()mindte, duthorize. li-I t'ttrc, instdll, rtppoint, establish, institute, indugurdte, conue,te, conuoke, t)pen, clos¿,'ttsltt'ntl, adjourn, tertniilate, dissc.;lue, denounce, uote, ueto, enact, legislate, promul_tlttt'. decrec, crnfcr, grant, bestow, accord, cede, rule, adjudge, acljudícate, cctndemn,\t'rtt'tc(, dann, clear, acquit, disculpate, exonerate, pdrdon, forgiue, absctlue, cancel,,rtrttrrl. ulxtlisb, ahrogatc, reur¡ke, repeal, rescind, retract, sustain, beqweath, baptize, y, \ t t,n til t¿rt itLttc (Va ntlerveke' I 9 90: I 9 8 ss.). Si todos estos verbos apuntan a fuerz¿xrlt elrrrrrtivrs" tlifcrentcs, ent()nccs l.ray que adrnitir que son abundar-rtis las fuerzas de-

l,, n,lit nrt s tle irrstitrrcioncs rro lingiiísticls (cn realidacl, unes pocas fuerzas declarati-' ts tlt Pt tttlt tt stilo rlc ll ¡rropir irrstitrrcirirr rlel Jengrraje, c()nro por ejernplo lls de ¿/¿r-

fttrrr,,tltrtt,itr, ttt¡utl¡r¿r rt rsli¡ntltrl ci. Se¡rle 1975: 46.5)

9l' r)7

Page 49: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

PALABRAS AL VIENTO

en la determinación de una fuerza típica? ¿Existen fuerzas ilocucio-

narias determinadas de un modo puramente internista o conllevan

todas ellas, sin excepción, algún tipo de determinación por parte de-

entorno? iExisten, por otro lado, fuerzas determinadas de un modo

puramente antimentalista, de modo que no sea esencial la posesión

de estado mental alguno para ejercerlas? iCabe acaso distinguir den-

tro de una fuerza un aspecto determinado sólo por lo que ocurre

dentro de la cabeza, otro aspecto que incluya además los aspectos

del enrorno que pudieran ser imporranres pere le individualización

de los estados mentales que contribuyen a la constitución de la fuer-

za, y, por último, la fuerza completa incluyendo también los aspec-

tos externistas en el sentido fuerte, antimentalista? Quizás podría-

mos llamar a esto írltimr.' ufuerza en sentido amplio", y al resultado

de restarle los aspectos externistas (o tal vez sólo los aspectos exter-

nistas fuertes) .fuerza en sentido restringido". En cualquier caso'

para contestar adecuadamente a todas esas preguntas' algo vital de

cara a la construcción de una teoría detallada y sistemática de Iaf uerza, necesitarílmos examinar con más detenilniento una nlcyor

cantidad y variedad de casos, algo que excede los obietivos de la pre-

sente investigación.

l. áLas intenciones cuentan? Posibles componentes mentalistas

de la fuerza

Llegados a este punto, y a la vista de las anteriores consideraciones'

el mentalista podría estar dispuesto a moderar o e metizxr su postu-

ra. Existen varias formas en las que podría hacerlo, de las cuales en

este apartado voy a intentar recoger sólo una muestra significativa'El intencionalista dispuesto a hacer mínimas concesiones podría

argumentar que las intenciones compleias que son características del

procedimiento griceano constituyen por lo menos una condición ne-

lesaria para la realización de actos significativos dotados de al me-

nos algunas clases de fuerzas especialmente importantes, paradigmáti-

cas o centrales. Los ejemplos que hemos examinado en el capítulo ll(informes, peticiones, advertencias, órdenes e insultos) scln, en prin-cipio, buengs candidatos para un análisis así. Esta postura supo¡drírrun dobl. debilitamiento del nlenrrlismo griceeno: en cuanto :r l:tcantidad de fuerzas que se dejan analizar en términos de intenci<¡rlcs

comunicativas (sólo las paradigmáticas), y en cuanto a l¿r exh:rustivi'

dad de esa clase de análisis (sólo se pretendería dar condicioncs ne-

:XT E RN ISM O ILO CU C IO NA R IO

cesarias). Algunas fuerzas quedarían entonces totalmente pendientesde otra clase de explicación (dimisiones, excomuniones, bautizos,etc.), y otras, quizás la mayoría, quedarían pendientes de explica_ción completa o exhaustiva, en términos de condiciones neceiariasy suficientes.

A pesar de ese doble debilitamiento, esa posrura (que se aproxi-ma a fa adoptada en srrawson 1964) me parece todavía clemasiadoexigente. su mayor defecto es que incorpora una distinción entre ca-sos centrales y casos periféricos de fuerzas (o de actos ilocuciona-rios), que, a mi entender, está demasiado sesgada teóricamente porel afán de preservar a toda costa el intencionalismo. sobre todo oor-que la cantidad de casos que habría que considerar como periféricosno parece pequeña, según se desprende de las consideraciones delapartado anterior. Es muy posible, sin embargo, que esra estrategiade flexibilización le proporcione al griceano un cierto -o.g..,

"d.

maniobra. Después de todo, es común que una teoría acerca de undominio cualquiera de estudio lleve incorporada una distinción entreIrs casos que son centrales y los que son periféricos o marginares. Meparece más prudente, no obstante, examinar primero las posibilida_des de éxito de algunas estrategias menralistas mucho mái modera-clas que no acarreen esta división tan tajante entre fuerzas .de ori-¡rrera clase,,y fuerzas "de segunda

.1.i. La teoría componencial de la fwerza de J. R. Searle

Haciendo gala de una considerable rnoderación, el teórico de orien-trción mentelisra p,dría postular que con lo que nccesariamente noscncontramos en la especificación de las condiciones constitutivas derrrre fuerza cualquiera es con la presencia de intenciones u otros cs-tecl.s psicológicos del emisor, cuya naturaleza no tiene por qué serterr compleja como la de las intenciones comunicativas griceanas.l'era analizar esta segunda posibilidad me apoyaré en un conocidotrabajo de Searle, <Una taxonomía de los actos ilocucionarios,(1975). Es una hipótesis plausible, en una concepción <componen_.i¡1" de la fuerza como la que se defiende en esa obra. que al menos.rlsun.s de l.s componentes o factores constitutivos de la misma es-ttirr cletcrnrinaclos úrnica y exclusivamente por los estados mentales,lt'l clrrisor.

Urre posiblc cstrategia de un mentalista moderado como el que.rerrb. dc Prcsc.t¡r parrr salvaguardar en buena rnedide el protago-risnl, tlc l.s cst¡dos psicolrigicos clcl cnrisor, sería clefende, o,-r"

"*ir-

9tl L) ()

Page 50: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

te para cada fuerza tn núcleo o parte principal de naturaleza exclu-

sivamente mentalista. De hecho, según se desprende de Searle

(7975), cabría distinguir en una fuerza cualquiera entre lo que po-

demos llamar su *núcleoo, el cual es compartido por todas las fuer-

zas de una misma familia o categoría, y su operiferia", la cual sirve

para distinguir entre sí a los distintos miembros de cada familia. Es-

tablece así cinco familias de actos ilocucionarios: los representati-

vos, los directivos, los compromisivos, los expresivos y los declara-

tivos. El núcleo de una fuetza estaría compuesto por tres elementos,

a los que Searle denomina .objeto ilocucionario" (el componente

más importante, puesto que determina a los otros dos), "direcciónde ajusteo y .condición de sinceridado. Uno podría entonces formu-lar la hipótesis de que, suceda lo que suceda con la periferia, al me-

nos el núcleo de una fuerza, así concebido' tiene una naturaleza

mentalista. esto es. es analizable en términos de los estados psicoló-

gicos del emisor. A continuación analizaré esta hipótesis consideran-

do por separado cada uno de los candidatos searlianos a contar

como ingredientes ilocucionarios unucleares".

La cc¡ndición de sinceridad consiste en los estados mentales que

necesariamente se expresan en una emisión con una determinadafuerza ilocucioneria. Podría perecer entonces que constituye un fac-

tor obviamente mentalista dentro de la fuerza. Pero la cuestión se

vuelve menos evidente si tenemos en cuenta que Searle enmienda la

olana a Austin al considerar que en un informe insincero, por ejem-

plo, ,a expresa de todos modos una creencia del emisor. Esto es, los

estados mentales en cuestión no son estados que el hablante deba

poseer necesariamente, sino sólo estados mentales que convencional-

mente se considera que acompañan a la emisión. En cualquier caso,

tenemos aquí el factor más afín al mentalismo (véase, sin embargo,

Tsohatzidis 1994). En los representativos se expresaría una creencia

del emisor en la verdad del contenido proposicional (o representa-

cional) expresado, en los directivos un deseo de que el oyente haga

algo, en los compromisivos una intención del hablante de hacer

algo, y en los expresivos una variedad de estados o actitudes menta-

les, en general sentimientos y emociones. Ahora bien, según Searlc

los declarativos no tienen condición de sinceridad (o, como lo ex-

oresa é1. tienen la condición de sinceridad nula). Este es un primer

rínto-o de que para los llamados "declarativos" incluso las estratc-

gias mentalistas más moderadas parecen fracasar. Las enlisiones dc-

clarativas incluyen muchos de lqs ejernplos iniciales de Austi¡ (1962)

EXTERNISMO ILOCUCIONARIO

que los mentalistas de tipo griceano consideran actos de habla ooccrparadigmáticos por estar excesivamenre ritualizados o dependcresencielmente de instituciones extralingüísticas, rcros como bauti-zar, legar. dimitir o asumir un cargo.

La dirección de ajuste consiste en el modo en el que se suponeque el contenido represenracional o proposicional de una emisióndebe coincidir o corresponder con la realidad. Así, la dirección deajuste de un informe (y de cualquier otro representativ o) es pala_bras-a-mundo porque se supone que en ese caso son las palabras lasque tienen la "obligación' de corresponderse con cómo ior, ..r .."-lidad las cosas, y la dirección de ajuste de una petición (y de cual-quier otro directivo o compromisivo) es mundo-a-palabras porquees el mundo (a través de la acción del oyente, en el caso de-los di-rectivos, y a través de la acción del propio hablante, en el caso delos compromisivos) el que tiene la "obligaciónu de correspondersecon el contenido expresado por las palabras.

En searle (1983) se defiende explícitamente la reducción de esasdos direcciones de ajuste de las emisiones a rasgos de los estadosmentales del hablante. La dirección de alusre de los informes es Da-labras-a-mundo porque en ellos se expresa una creencia, siendo ladirección de ajuste de las creencias mente-a-mundo. La dirección deajuste de las peticiones, por su parte, sería mundo-a-palabras porqueen ellas los hablantes expresan deseos, estados mentales.,rv" dir..-ción de ajuste es mundo-a-mente.Y los directivos y compromisivostienen la dirección de ajuste en común (mundo-a-palabras) porquecxpresan estados mentales (deseos e intenciones respectivamenle)que también comparten dirección de ajuste (mundo-a-mente).

Sin embargo, incluso en este punro las cosas resultan no ser tansencillas. En Searle (1975) se distinguen orras dos direcciones de¿juste, la unula,, propia de las emisiones de la familia de los .exore_sivos., y la ..doble.. propia de las emisiones de la femilia de los -de-clarativos". La primera no nos interesa demasiado, porque decir quealgunas emisiones tienen la dirección de ajuste nula es como deci,(lue en ese ceso no nos tenemos que preocuper excesivamente acer-ca de su determinación n.rentalista o antimentalistall. pero no ouede

I l. Scgún Se¿rle, si digo, por ejemplo, ,iIé felicito por haber aprobado el exa_rrrr,' l)() cxprcs() r¡lr c.'tc.iclo (que el oyente lra apr'bado el examen) que c.leba ajus-l.lrsc c()¡l crilno solr o llltn sitl<l lls cos:ts, sino que presulr(,ttet, t¡Lrc l.rs cos;rs hln si.l,rrlt un tlt'tt rn¡ilrrtlo llrorlr¡ v cxpr('s() trri elcgría por cllo. Altr¡rrr bien, elt lrt lltcdidr ctr

;

l(x) t0l

Page 51: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

T

PALABRAS AL VIENTO

decirse lo mismo de Ia dirección de aiuste doble' Como acabamos de

u.r, ,.g.1n Searle, los declarativos tienen la condición de sinceridad

nula ¡ por tanto' no expresan estado mental alguno en-el que bus-

."..i.tig." de su condición de aiuste' Si esto es así' tendríamos que

á..i, q.r""lo direcciór-r de ajuste de al menos algunas clases de actos

ilocucionarios está también determir-rada de un modo externlsta'

qririr.""t.ncionalmente' En esos casos parece que son fundamen-

ál*..rr. las convenciones las que se encargan de garantizar el aius-

i. n.ttornáti.o del contenido representativo de la emisión con la rea-

lidad, cuando las circunstancias para la aplicación de la convención

t." f"t apropiadas (piénsese, t"-'" utt más, en el caso de alguien que

dobla distraídamente unr apuesta)'

En cuanto al ingrediente principal del núcleo' el propósi.to (u ob'

¡rt"i"¡i.""rionor-\illocwtioiary p'oint) de un acto de habla' Searle

ofrece una caractenzación sumamente vaga del mismo' como uel

propósito u objeto q.r.,."g" en virtud.<le ser un acto de ese tipo"l2'

Distingue entonces cinco f,ropósitos.ilocucionarios diferentes que

ilan nombre a las cinco g'ondlt familias de actos ilocucionarios: el

propósito representativo"lo astttiuo), el propósit: di ttt']l:l tl li,'

pOti,o compromisivo, el propósito expresivo y el propostto dec.la-

rativo. Así, el obieto á p.upOti'o de loi miembros de la clase de los

representattvos "es comptá-t'"t al hablante (en diferentes grados)

:;; q;. algo es el caso, cot' Ia verdad de la proposición expresada"

(Searie Bls: +Sg); el obieto de los directivos "consiste en que son

intentos (de varros g.o.lut"'¡ del hablante de lograr que el oyente

que la presuposición en.cuestión sea también un cst:rdo mental de tipo doxástlco del

.n.ris.r., po.l"-os cottsiderar que el que dc hecho las cosas sean como sc presup()ne

;;;;;:. recluce al "¡urt".nn

la rcal'ida.l de determinadas crecncias del hablante que

,-¡r"- .or,o t."rf.rn.iá a la felicitaciírn y que, aunqlle no se expresen drrectamente, se

";;;lt;t, o se transmiten en f.rma de piesuposiciones del hablante' Por otra parte'

p;;; a;;¡. la carencia dt dit"ccio'."1" a¡u't"'tle los exprcsivos también'viene deter-

minacia mentalm"rl*, yn qtt" " cleriua cle que en ellos i" t"pt"tttt estados mentales'

como los sentimientos o las emc'ciones, que carecen ellos misnros de t:rl ilirección de

aju'tc (Serrlc I 9x l: I 83)'

12. Searle (lgg¡l): i32. Una definición similer se cla en Searle y vanclervekt'n

trc8l, 1ti+' üa, "¿.t"1",

tt''' ""'u'"' afirman que ésa es una explicircitin i'f.r-

mal, y que la nociór.r d. ;;i;;" ilt;"cionario es 'la noción no definida fttndanrcrrtrl

cle la l<igica il.,,.u.ionn,tnl io p' 'il't

V¡' Consideran' sin embargo' que una teorírt tlc

i" int"nii,rn"ti¿acl podría proporclonarnos una expricación n.rás sarisfr¡ctorirr tlc cs¡

llrlci<ill.Scaptlfit:rptlesa'trnaerplicacitirrclelpropilsittliltlcttcitlllaritlctltérllttl'ttlsrnclltllistrts.

EXTE R N ISM O ILO C U C IO NA RIO

hagc elgo" (()p. cit.:460); el de los compromisivos ,.cs compromc-ter al hablante (de nuevo en grad.s varios) con algún futu.á cursode acción" (op. cit.:461); el de los expresivos.es expresar el esra-do psicológico especificado en la condición de sinceridad sobre elestado de cosas especificado en el conrenido proposiclo¡¿1, (op. cit.:562); y, por último, para los declarativos el propósito ilocucionarioconsiste en <traer a la existencia un estado de cosas declarando cueexiste" (op. cit.: 4o.\).

La expresión "propósito" resulta aquí insatisfactoria (por vaga)para nuestros proplos propósitos actuales, estO es, para evaluar elgrado de radicalidad del mentalismo searliano. En principio, no pa-rece que Searle pueda estar refiriéndose a un point o propósito quedeba tener necesariamente en mente el hablante que realiza un oitoilocr"rcionario de una determinada clase en una ocasión particular, ode I, contrario resultaría extraño decir que en los declarativos tene-mos como condición nuclear para su realización un propósito decla-rativo a pesar de que no se expresa en ellos ninguna condición desinceridad. Podría defenderse, como en el caso de la dirección cleajuste, que se trata de un propósito que a veces viene impuesto o seotorga "desde afuerao, un propósito convencionalmente establecido.Pero searle está pensando más bien en un componente mentalistaclel núcleo que aunque está conectado con la co'dición de sinceri-dad, determinándola para aquellos actos de habla que la poseen, nose identifica con ella. Si éste fuese el caso, en todo acto ilocuciona-rio se_ expresaría un propósito del hablante (el propósito de que suacto de habla se entienda de una determinada manera), aunque sóloen algunos se expresaría, además, una condición de sinceridadli.

Aun con todos los problemas señalados, nuestro mentalista .mo_derado" podría intenrar definir lo que él considera el .núcleo, prin-cipal de una fuerza cualquiera en términos mentalistas, de hecho entérminos de condiciones necesarias y suficientes de naturaleza men-talista. Podría hacerlo, por ejemplo, apostando por una concepciónrlecididamente mentalisra de la noción de propósito o point iloiucio-

l.]. La ider clc Searlc de .n¿r "doble i'¡encionaiidad> prcsenrc en ros actos de ha-bla, lrr ligade a lir expresi<in de l¿ c'ndición cle sinceridad y la ligada a la "inrenciónilc significar-, cru'inrr cr este dirccciírn (Searlc 1983: 172). Aunque no en toclos los.lctos iloct¡ciollrtrios sc cxprcsarí¡ r¡na conriicirin de sincericl¿rd, sí estarí¿rn t¡cl6s cllosrts¡r.rltlrtirs l)()r.'ir cicrt¡ ilrrelrcirilr tlc significar, lrr cr¡¿l serí¿ riifererrte prra crrd¡r¡¡,, .lr' l,r. llt"|'i\tlrrs rl,¡ u.i,,ll.rri,,r.

I0l l0t

Page 52: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

PALABRAS AL VIENTO

nario (algo que parece bastante claro en Searle y Vanderveken 1985:

14), o quizás añadiendo para los declarativos, como condición de

sinceridad (en los casos normales), la intención de prodLrcir con su

emisión un estado de cosas de tipo institucional (una dimisión, un

despido, un bautismo, una inauguración, etc.), y tal vez realizando

algunos otros pequeños aiustes. Mi impresión es que' al menos en el

caso de los declarativos, este estrategil se va e encontrer con seve-

res dificultades. pero las perspectives perecen meiores en lo que con-

cierne a las demás clases de fuerzas.

En cuanto ¿ l¿ "periferia, de una fuerza, esto es' a los compo-

nentes de la misma que distinguen entre sí a los diferentes miembros

de cada familia o categoría general, existen otros factores de entre

los señalados en Searle (I975) para los cuales podrían intentarse

análisis mentalistas. Así, la intensidad (strength) con Ia que se ejerce

el propósito ilocucionario, la cual podría hacerse depender de Ia in-

tensidad de los estados mentales expresados por el emisor. Podemos

distinguir, por ejemplo, entre una' afirmación y una conietura por la

intensidad del compromiso del hablante con la verdad del conteni-

do representacional expresado, y podemos distinguir entre una p¿-

tición y un ruego por la intensidad con la que se desea o se intenta

que el oyente haga algo. La intensidad de la fuerza, podría defender-

se. es un refleio de la intensidad con la cual podemos sostener nues-

tras creencias, deseos y otros estados mentales. Esta hipótesis no es

del todo implausible, aunque el antimentalista seguramente pondrá

en duda que la intensidad de una emisión no dependa también, al

menos en ocaslones, de factores externistas. Por ejemplo, la mayor

intensidad de las órdenes en relación con las peticiones, o la mayor

intensidad de las órdenes dadas por un general a un soldado raso,

con respecto a las dadas por un cabo, parece depender sobre todode la autoridad efectiva que se posea, y no tanto de la intensidad con

la que se quiera eiercer esa autoridad (cf. Searle y Vanderveken

1985: 15). Y que algo sea un informe y no una mera conjetura de-

penderá sobre todo de lo fiable que sea el hablante, y no tanto de la

intensidad que éste quiera imprimir, desde la soledad de su mente

individual, a la expresión de su compromiso con la verdad de unlr

proposición.

Después de todo lo dicho, podemos preguntarnos si Searle es trlr

mentalista en lo concerniente a todos y cada uno de los componcrr-

tes de una hrcrza.A mi entender se puede hacer una lectura (o, al rrlc

nos. una utilización) antimentalista del autor, en el sentidtl clc .rrttti-

:XTE R N ISM O ILO C U C IO N A RIO

mentalismo,> que estamos manejandola. El siguiente pasaje de Searley Vanderveken (1985), en relación con el componente de la fuerzaal que denominan condiciones preparatorias (en el que se incluyenalgunas de las "circunstancias) de las que he hablado en el apartado2.3), es especialmente claro al respecto:

En la realización de un acto de habla el hablante presupoile la satis-facción de todas las condiciones preparatorias. Pero esto no implicaquc les condicioncs preperarorias sean esredos psicológicos del ha-blante, sino que más bien son ciertas clases de estados de cosas quehan de darse para que el acto sea exitoso y no defectuoso. Los ha-blantes y los oyentes interiorizan las reglas que determinan las con-diciones prepararorias y así las reglas se reflejan en la psicología delos hablantes/oyentes. Pero los estados de cosas especificados por lasreglas no necesitan ser ellos mismos psicológicos (Searle y Vanderve-ken 1985: 17).

Sin embargo, más adelante los autores adoptan una distinción(presente ya en Strawson1964, que a su vez considera que está im-plícita en Austin 1962) entre la fuerza de un acro y la realización conéxito y no defectuosa de ese acto, distinción que hace aparecer a lafuerza como algo determinado só/o por las intenciones del hablante:

El que una emisiírn tenga o no unl ciertr fuerza es una cuestión delas intenciones ilocucionarias del hablante, pero el que un acto ilo-cucionario con t:sa fuerza sea o no realizado exitosa y no defectuo-salncnte exigc bastante miis que tener simplemente intenciones; exi-ge un conjunto de condiciones adicionales que deben ser satisfechas(Searle y Vanderveken 1985: 21).

A mi modo de ver, suena paradójico decir que une emisión tie-ne, por ejemplo, la fuerza de una promesa (porque ha sido intenta-cla como tal) pero que no es una promesa. Una .promesa frustrada,,il pesar de ese modo ordinario de hablar. <tue resulta bastante con-frnr.lcnte. no es une promesx (conrpárese un:] promcsa frustrada con

lzl. Si. enrbirrgo, el nrentalismo (intcrnista) de searle acerca del significad., se-ririrr cl cual l.s ri.icos p.seedores de propieclades semánticas originales son los esta-,l,rs nlcnt:rles (crryos corrtcniclos, aclcnriis, sobrevienen cie las propiedadcs intrínsecasrlt l tt rcbro), y tto lrts erpresi()ncs u otros signos ¡rúblicanlcnte obscrvables, los cu:rlcsl)()s(tríittl solo rrrr sigrrilicrtrlo "rlcrivrilo", cstÍr cn cl¿ra tensitin c()n s¡ tcoría original,lt los rltlos tlt ll:tlrlrt, (lr¡( l)ilr('c('ll¡stilntc ll;is ccrcrlrlt irl cxtcnlisnr() convettci6lrlrlis-t.t rlt Ar¡slirt (el. APel l()()0 v Isolt.rrzirlis I994).

I04 |05

Page 53: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

unJ promese insincera, que si es una promesc. eunque no sex une

promesa irreprochable). Por lo tanto, no es LIn acto de la forma F(P),donde F es la fterza propia de las promesas. A lo larg<l de este en-

sayo estoy asumiendo que decir que un acto ilocucionario es unapromesa (exitosa y no defectuosa) y decir que tiene la fuerza (plena)

de una promesa son dos modos de decir la misma cosa. Enseguidaveremos otras formas, que suenan menos paradójicas, de recoger ladistinción de fondo que estos autores quieren mrrcer equí. le cual

perece motivada principalmente por su deseo de preservar el men-talismo ilocucionario hasta donde sea posible.

En Récanati (1987), aunque se defiende en general una perspec-

tiva intencionalista, se reconoce que algunas de las "condicionesprototípicas,' en términos de las cuales caracterizamos algunas fuer-zas pueden no ser reducibles a las actitudes del hablante (Récanati.l 987: 183). Podemos encontrarnos pues con distintos grados de ra-dicalidad o de .cerrazón" a la hora de admitir la constitución par-cialmente antimentalista de una fuerza (o de los actos ilocucionariosque poseen esa fuerza). En un lado tendríamos esa mínima conce-sión de Récanati, como también la postura que acabamos de ver que

defienden Searle y Vanderveken, según la cual algunos de los com-ponentes de una ilocución no son psicolrigicos pero tienen necesa-

riamente un reflejo o correlato mental en fortna de presuposiciones,reglas o condiciones de éxito interiorizadas (esto es, de naturalezainternista). En el otro extremo estaría la postura de quien negase

cualquier contribuci(rn de los estados mentales en la constitución de

la fuerza de f as emisiones (o, más n.roderadamente, de algunas clases

de emisiones). En algún punto intermedio se sitúa la postura que me

gustaría defender aquí, bastante más radicalmente antimentalista y

cercana a Austin que la de Searle-Vanderveken y que la de Récanati(1987). El detenerse, como hemos hecho en el apartado 2, en algu-nas de las fuentes no mentalistas candidatas a contar como constitu-tivas de una u otra fuerza o clase de fuerzas debe servirnos para nc)

minin.rizar a la ligera la cantidad de fuerzas que pueden estar uinfec-

tadas, por factores contextuales, ni el grado en el que esas fuerzas

pueden llegar a depender de tales rasgos no mentalistas.El mentalismo que he estado examinaudo es moderado porqt¡c

se limita a afirmar que la presencia de estados mentales es una corl -

dición necesdrid para que se realice cualquier acto ilocucionari<1.Pero esa concesitln no tiene por qué arrebatarle al espíritr-r mentalis-t¿ tocla su mordiente. E,s cclmpatible con ese nrclrtrrlislno tttocleredt,la fesis tlc cluc clos enrisiolrcs p()seelr ftterz¿rs cliferclrtcs s<ilo si cxistc

una diferencia en las intenciones comunicativas u otros estados men-tales que operan en ellas (de hecho, ésta parece ser la posición deSearle y Vanderveken). Esto podría hacerlo quien sostuviese (a mientender, precipitadamente) que en general la parte reducible a losestados mentales del emisor, aunque no agota la fuerza, es lo sufi-cientemente rica como para permitirnos siempre distinguir entre dosfuerzas ilocucionarias cualesquiera. Ahora bien, también es compa-tibfe con un análisis componencial de la fuerza la tesis de que la par-te de una fuerzc determinada intencionalmente no permire siemprehacer todas las distinciones ilocucionarias en las que estemos intere-sados. Esto sí que supone una importante concesión al externismofuerte.

3.2. La estrategia del "casc¡ desuiado" de P F. Strawson

Podemos seguir preguntándonos si es correcta la tesis según la cua,la presencia de ciertos estados mentales es siempre al menos unacondición necesaria para que las palabras emitidas se carguen conuna fuerza ilocucionaria cualquiera. En Strawson (1964) nos encon-tramos con un argumento bastante convincente en favor del puntode vista según el cual las intenciones importan, si no siempre. al me-nos en todos los casos relevantes o paradigmáticos.

Tomemos el caso del jugador de póquer que dice "doblo la apues-ta> en Lln lapsus, de manera no intencional. Es cierto que, en virtudde las estrictas reglas del juego ¡ si queremos, del carácter profesio-nal y poco proclive a perdonar los errores del contrincante de sus

compañeros de partida, hemos de admitir que el jugador ha dobla-do la apuesta, a pesar de que no tenía la más mínima intención dehacerlo. En casos como éste se apoya el antin-rentalismo convencio-nalistc de Austin: le pelahra, en casos esí. lo empeña a uno. somosesclavos de nuestras palabras. Sin embargo, seguramente hay querdmitir que esos cosos son intuitivamente secundarios o parasitarios.En una situación paradigmática o normal el jugador que dice "doblole apucsta.,quiere doblar la epuestr y quiere que se reconozce su in-tención de hacerlo, etc. La prueba es que a un jugador que tuvieseconstantes lapsus de ese tipo no se le admitiría en una partida a noser cntre trJrnp()s()s, como x rrna novie que dijese -sí quicro,'crrarr-tlo cluería clecir uno quiero" no la admitiría como esposa más que unlu()vi() <trrunposr>". El intencionalista podría confiarlo todo a esta es-

trirtclliir, c¡rrc poclenros clen<lnrinar estrategia del caso desuiddo: si po-tlcrrros ofrcccr ¡nrilisis irrtcncionalistas clc aleunas o irrcltrso cle la rnrt-

l0r) t07

Page 54: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

yoría de las fuerzas, y podemos justificar el carácter paradigmática-mente intencional del e¡ercicio de las mismas, los casos extremos en

los que no parezcen requerirse intenciones. e incluso los menos ex-trem()s en los que las intenciones no parezcan serlo todo. podrán ser

tratados como derivados, secundarios o marginales, meras excepcio-nes que confirman la regla.

Como argumento en favor de la necesidad de postular actitudesmentales que respalden cualquier acto ilocucionario normal, el ar-gumento de Strawson tiene, al menos a primera vista, una fverzaconsiderable. Aun así, existen casos que no parecen tan evidentes en

este aspecto como el caso del póquer. iPor qué deberíamos dejar deadmitir como maestro de ceremonias a alguien que sistemáticamen-te repitiese, distraída pero correctamente, las palabras oBautizo a ¡cclmo z"? iEn qué sentido estaríamos ante un ubautizador" trampo-so? iY en qué sentido sería un informante rechazable alguien quefuese en realidad muy fiable acerca de un cierto tema, pero que, de-bido a una enfermiza inseguridad en sí mismo, creyese habitualmen-te estar haciendo meras conjeturas, o hablando por hablar?

Pero lo más importante, desde la perspectiva del externismofuerte, es constatar que el argumento tiene poca fuerza como argu-mento en favor de una tesis mentalista más fuerte, como la de quelas fuerzas están constituidas básicamente por tales rasgos mentalis-tas. Interpretada de este modo más fuerte, esa estrategia fracasa inclu-so para los casos considerados como más básicos por los griceanos.Para que algo sea un informe o una petición completamente afortu-nados, debemos al menos asegurar, en los casos paradigmáticos onormales,la comprensión de la audiencia, con lo cual se nos cuelaun factor externista fuerte como determinante de esas fuerzas. Ade-más, Austin añadiría que el hablante debe tener, en el caso paradig-mático, cierta autoridad epistémica sobre el contenido del informe(y no meramente creerlo), y así sucesivamente para los distintos fac-tores externistas fuertes que hemos considerado. Como hemos vis-to, hay cosas sobre las que uno no tiene derecho a informar, y es másque discutible que uno tenga siempre derecho a pedir o a advertir.

Por otra parte, el ejemplo de don Quijote intentando retar a

duelo puede ser utilizado también para desmantelar la estrategiastrawsoniana interpretada del modo más fuerte. csto cs. como sugi-riendo que en los casos no desviados los estados mentales son con-diciones a la vez necesarias y swficientes para la presencia de unr.r

fterza cualquiera. El intencionalista argumenta que el caso del juga-

dor de póquer que apuesta distraídamente es muy poco paraclignrri-

tico, puesto que a un jugador que cometiese constantemente taleslapsus no se le admitiría en una partida, a no ser entre tramposos.Este es un caso putativo de éxito (un caso-E) a la hora de ejercer unafuerza ilocucionaria sin los estados mentales correspondientes, yparece intuitivo que se trata de una situación anormal. Pero el casode don Quijote le da la vuelta, por así decirlo, a la tortilla. Ahorason las circunstancias externas las que son (anormales", y no los es-

tados mentales del emisor. Estamos ahora ante un caso de fracaso(un caso-F) a la hora de ejercer una fuerza, que no se puede subsa-nar "hurgando" en la mente del emisor. Los estados mentales de donQuijote son tan paradigmáticos como podrían serlo de cara a teneréxito a la hora de retar a duelo. Por esa razón, si queremos que elacto pretendido se realice, debemos cambiar el entorno circundan-te, y no a don Quijote. Los estados mentales del emisor no son sufi-cientes, en este caso, para realizar una emisión con una fuerza comola pretendida. La estrategia austiniana de estudiar las formas en lasque algo puede salir mal cuando uno intenta realizar un determina-do acto ilocucionario (lo que él denomina uteoría de los infortunios"del habla) es una magnífica forma de sacar a la luz las distintas cla-ses de factores antimentalistas que pueden estar involucrados en larealización efectiva de ese acto, factores que pueden pasar desaper-cibidos cuando nos limitamos a considerar los casos en los que elacto se realiza de un modo exitoso.

Una posible reacción al caso de don Qui¡ote podría dar lugar a

una nueva forma de mentalismo moderado, basado en las condicio-nes normales para hablar. Uno podría argumentar de la siguienteforma: "Aunque en el caso de don Quijote los estados mentales sonlos normales para retar a duelo, las que no son normales son las cir-cunstancias de su emisión. En el caso normal uno se encuentra biensituado, de modo que, por ejemplo, las convenciones a las que ape-la tienen vigor. Un estudio de la fuerza ilocucionaria basado sólo enlos estados mentales del emisor no olvida la importancia del entornoexterno a la hora de evaluar el éxito o el fracaso de un acto ilocucio-nario intentado, sino que lo tiene en cuenta como parte del estudiode las condiciones normales que se presuponen cuando actuamoscomunicativamente> (si lo entiendo bien, ésta es la estrategia que se

clefiende en García-Carpintero 1996).Poclenlos replicar, en primer lugar, que apelar a circunstancias

norrn¿rles cle carricter externo no parece muy diferente de aceptart¡rrc cxistcrr colrr.licioncs clc felicidad de carácter externist¿r parcial-nrcntc c()lrstitutivas tlc la fucrza. Si acas<1, prescntar las cosas dc la

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PALABRAS AL VIENf O

Drimera manera es un modo de minimizar, al menos en apariencia,

ia aportación del entorno. Pero además, esa estrategia se encontrará

con problemas si existen casos en los que el entorno contribuye de-

cisivamente a la hora de decidir si estamos ante un acto ilocuciona-

rio de una clase o de otra, por ejemplo, si estamos ante una objeción'

una aclaración o une precisirin. En casos así, a veces no podremos

decidir de antemano, a partir del conocimiento de los estados men-

tales del emisor, qué fuerza ilocucionaria realizaría dicho emisor en

condiciones normales. Lo que diríamos es que si las condiciones ex-

ternistas son unas estamos ante un acto ilocucionario de la clase A,

si son otras estamos ante un acto ilocucionario de la clase B, y así

sucesivamente.Una vez que adrnitimos toda una variedad de fuentes de deter-

minación externista y antimentalista de la fuerza, me parece legíti-

mo aceptar la hipótesis de que existe un continuo de casos en los

que los factores rnalizrbles en términos de intenciones u otros esta-

dos mentales son más o menos importentes. En un extremo estarían

algunos de los actos que Searle sitúa dentro de la categoría de los de-

clarativos, para los cuales se cumpliría casi literalmente la máxima

austiniana de que la palabra empeña. Y en el otro estarían actos

como los de pedir o advertir, donde el hablante, además de tener las

intenciones adecuadas. quizás sólo rendría que asegurarse 'la com-prensión del oyente y poco más. Entre estos dos extremos estaría

toda la gama de actos ilocucionarios en los que lafuetza se encuen-

tra más o menos fuertemente determinada por el entorno. Así pues,

en mi opinión no tenemos por qué apresurarnos a eceptar que les

intenciones cuentan o cuentan decisivamente en todos los casos, o

incluso en todcls los casos paradigmáticos.Para quienes deseen otorgar un peso importante a las intencio-

nes del emisor, una estrategia a mi entender preferible a la del "casodesviado, consiste en distinguir en la fuerza ilocucionaria dos facto-

res (o, equivalentemente, distinguir entre dos especies de fuerza)'

uno dependiente exclusivamente de las intenciones comunicativas tr

otros estados psicológicos del emisor, y otro dependiente de las cir-

cunstancias externas, deiando abierta la posibilidad de que en algún

caso la fuerza sea definible en términos casi completamente menta-

listas, y también la posibilidad de que en otros casos la fuerze. sea clc-

finible en términos casi exclusivamente externistes. La fuerza ett s(tt-

tido restringido sería el componente de la fuerza clue dcpcntic

exclusivamente de las actitudes proposicionales dcl hablarrte (o tlrri

zás de esas actitudes individualizadas dc un mot|r illte rrlistrr). l.rrs itrcr

zas, tal y como nos las encontramos en el uso cotidiano, son fuerzasen sentido amplio, fuerzas determinadas en parte por el entorno enun sentido fuerte, antimentalista. Si queremos fuerzas en sentidorestringido debemos aducir razones teóricas. Algunas de esas razo-nes podríamos encontrarlas en los recursos que se necesitarían parasolucionar cleterminedos problemas, .o-n ei que se planreará en elpróximo capítulo. De un modo similar, podría utilizarse la distin-ción de Récanati entre actos ilocucionarios en un sentido "débil",que uno puede realizar (simplemente expresando la intención de rea-lizarlos, y actos ilocucionarios en un sentido .fuert€>, los cuales tie-nen "condiciones de felicidad" (Récanati 1987: 213-16). Récanatiadmite incluso la posibilidad de actos ilocucionarios en absolura au-sencia de intenciones (op. cit.:215, nota 18). No obstante, se limitaa contemplar los aspectos institucionales, y no otros aspectos exter-nistas fuertes que, como hemos visto, pueden contribuir a la deter-minación de algunas fuerzas. Un efecto similar es el buscado por ladistinción de Strawson entre la ftterza de una emisión y el acto ilo-cucionario realizado mediante ella. La primera se concibe como de-terminada únicamente por las intenciones del emisor, mientras quela realización con éxito del segundo requiere rener en cuenta ciertosrasgos externistas como la comprensión por parte del oyente (cf.Strawson 19641Ia misma idea se encuentra en'$Tarnock 1989 127,así como en Searle y Vanderveken 1985: 21). Todas esas tácricas de-fensivas del mentalista, sin embargo, me parecen problemáticas. Ami entender, debemos estudiar simplemente la fuerza de las emisio-nes en toda su riqueza y complejidad.

En este apartado he examinado algunas estrategias para debili-tar el mentalismo y hacerlo de algún modo compatible con el reco-nocimiento de que existen factores externistas fuertes constitutivosde la fuerza o, al menos, del acto ilocucionario en el que esa fuerzase proyecta. Algunas de esas estrategias parecen más prometedorasque otras. Sobre la cuestión de cuánto terreno debería ceder el men-talista al externista fuerte no voy a adoptar una postura definitiva.De acuerdo con las definiciones del capítulo I, todas las formas dedebilitar el mentalismo que he considerado conducen, en realidad,el antimentalismo, el cual, como vimos, admite diversos grados der:rtlicalidecl. dependiendo del mayor o menor peso constirutivo qucse ()t()rgue a los estados psicológicos del emisor. Por otra parte, es

lrosibf c que lo que digamos para una fuerza o para un grupo de fuer-7.tts lto slrvll Dare otfes.

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4. áHacia una teoría de la fuerza?

Ya he señalado que en este ensayo no pretendo ni mucho menos pre-sentar una teoría externista y antimentalista detallada de la fuerzailocucionaria, sino sólo examinar los presupuestos generales que, ami modo de ver, deberían guiar la búsqueda de una teoría de esa cla-se, así como explorar las dificultades con las que se encuentran otrosproyectos alternativos. Una forma posible que podría adoptar unateoría sistemática de la fuerza sería la de una teoría componencial si-milar a Ia propuesta en Searle (I97 5) pero elaborada desde una pers-pectiva consecuentemente externista. Esa teoría componencial, en elmejor de los casos, traería consigo una clasificación bien ordenadade las distintas fuerzas en familias o categorías, sobre la base del he-cho de que distintas fuerzas pueden estar compuestas a partir de in-gredientes similares.

Uno de los problemas difíciles y tal vez insalvables que nos en-contramos aquí es el de establecer criterios taxonómicos apropiadospara formar farnilias de fuerzas. El griceano nos ofrece criterios ba-sados en el tipo básico de estado mental que el hablante intenta in-ducir en su audiencia, estableciendo al menos dos grandes familias,la representada por los inforrnes y la representada por las peticiones(cf., por ejemplo, Schiffer 1972 y García-Carpintero 1996). Comoacabamos de ver, Searle (1975) presupone también que no todos losingredientes que componen una Íverza están al mismo nivel, sinoque existen tres factores (el propílsito ilocucionario, la dirección deajuste y la condición de sinceridad) que son fundarnentales en el sen,tido de componer lo que podemosllamar el "núcleo" de una fuerza,lo que comparten todas las fuerzas de la misma familia, mientras queel resto de los lectt,res que constituyen una fuerza forman una es-pecie de "periferia, que sirve para distinguir entre sí a los distintosmiembros dentro de una misma familia. Sobre esa base, como he-mos visto, construye una taxonolnía con cinco categorías principa-les de actos ilocucionarios. Sin embargo, no ofrece ninguna justifi-cación del supuesto carácter nuclear de los componentes sobre losque se hase su clesificeción, por lo que éstr transnlite une cierta scn-sación de arbitrariedad, de que si se hubieran escogido otros crire-rios clasificatorios habríamos obtenido una categorizaciln en fami-lias diferente e igualmente válida.

Aquí no se tomará ninguna posición definitiva al respecto. Parahacerlo, habría que decidir acerca de la importancia relativa clc k¡sdistintos componentes o factores que determinan la fuerza clc urrr¡

emisión, cosa que no es seguro que pueda hacerse de un modo jus-tificado o no arbitrario. Como no es seguro, en general, que poda-mcls aspirar a una teoría sistemática de la fuerza. Quizás tengamosque decir, en la estela del segundo \ü/ittgenstein, que no existen másque vagos parecidos de familia entre los distintos usos del lenguaje,y que sólo podemos aspirar a describir algunos usos particulares quenos encontremos en nuestro camino. Existen intuiciones bastantepotentes respecto a que algunas fuerzas se parecen lo bastante entresí como para que se pueda decir que pertenecen a la misma catego-ría general (por ejemplo, pedir, solicitar, suplicar y ordenar), y res-pecto a que algunas se parecen tan poco entre sí que seguramentepertenecen a categorías completamente diferentes (pclr ejemplo, ad-vcrtir y beutizar). Esto cs, existcn espercnzcs bastente fundacles deque una teoría más elaborada y empíricamente contrastada de lafuerza lleve aparejados criterios taxonómicos que nos proporcionenuna visión relativamente ordenada del territorio. Pero es tambiénposible que no se pueda dividir la riqueza de los usos lingüísticos enudepartamentos estancos), en categorías perfectamente recortadasque distingan entre sí a las ilocuciones gracias a características udis-

cretas> y no <continu¿5" (cf. Leech 1983: 269-270).Apenas he prestado atención hasta este momento, ni voy a pres-

társela en Io sucesivo, a los puntos de vista del segundo Slittgensteinen relación con el terna que nos ocupa, a pesar de que su visión dellenguaje conlo una actividad entreverada con las distintas .formasde vida" de sus usuarios favorece claramente a la posición externis-ta15. La principal razón, como acabo de sugerir, es que consideroprematuro el nihilisnlo teórico de este autor con respecto a la posi-bilidad de ofrecer una explicación sistemática y detallada del terri-torio de los.usos' del lenguajelr'. Aunque en esta obra ncl se presen-

15. En l¿ actualidad son:rbundantes las lectur:rs clel segundo Wittgenstein quc( \nl()l:1lr \u\ r\pcül(,s cxtcrni\lJ\ (y. clt c0rterct,r. \u\ x\pcül(,\ contilnil¿r¡\lí't\ o \oeiJ-lcs). Véanse, por ejenr¡rlo, Kripke (l9lt2); Bloor (1997) o Willianrs (1999).

16. Cuando, con un talantc construcfivo, Austin ¡ sobre todo, Searle intentar.rponer orclcn tcórico en el territorio de los usos o funciones del lenguaje, parecen tener en nrefrte el siguiente pasaje escéptico t1e lrc Inuestigacktnes fihsóficas de Slitt-gcnstcin (cf. ALrstin 1954:416 y Searle 1975:476):

.il)cro curintos g,éneros de or¿rciolles hay? iAcaso aserciírn, prcgunfa y orden? -ll:ry irtttt.tncralt/r-s géneros: innunrerables géneros cliferentes de tocio lo que llamanros'sigrros','pelebrrrs'.'or¿cioncs'. Y esta multi¡rliciclacl r.ro es algo fijo, d¿rclo de una vez

¡ror totlrrs; sirrr t¡rrc rrrrevos tipos tle lengrrajc, nucvos jucgos de )engrraje, conro pode-nros rfccir, nilecn y ()tr()s cnvcjcccn y se olviclan. (lJna figura aproxinoda cle ello pue-tltrr tlrirlosl.r los rrurtlrios (l( lil nlirtcluiit¡c¡.)

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te nada parecido a una teoría bien articulada de las ilocuciones, es-

toy tratando de desbrozar el terreno para ello, criticando algunospuntos de partida que considero erróneos y tratando de ofrecer unmarco general que pueda servir para estimular estudios más especí-ficos. Sin embargo, algunos autores en el campo de la pragmáticahan reaccionado a las dificultades a la hora de perfilar una teoríaprecisa de los actos de habla de un modo diferente, reivindicando laeficacia de la noción wittgensteiniana de juego de lenguaje y señalan-do que "las cuestiones de usanza real son simplemente demasiadovariables y dependientes de la situación, por naturaleza, como paraser capturables mediante cualquier conjunto (o mediante muchosconjuntos diferentes) de condiciones de felicidad" (cf. Levinson,1983:281, y Levinson 1979).

Permítaseme aquí dejar constancia de un cierto optimismo teó-rico. Thl vez el externismo ilocucionario introduce una complejidadadicional en el estudio de los usos del lenguaje que nos ahorraría-mos si nos limitásemos a contemplar esos usos desde la perspectivasubjetiva del hablante. Pero el externismo es compatible con la aspi-ración a la sistematicidad teórica. Poner de relieve la importancia delos factores situacionales o contextuales en la constitución de laÍuerza no nos conduce inexorablemente a caer en los brazos del ni-hilismo teórico, sino que puede servir más bien para animarnos a

tratar de construir una teoría sistemática de la fuerza (no necesaria-mente categorial) que tenga en cuenta todos esos factores externis-

l-a expresión 'juego de lenguaje' clebe poner de relieve aquí que bablar el Iengua-je forrna parte de una actividacl o de una forma de vida.

Ten a la vista la rnultiplicidad de juegos dc lenguaje en estos ejemplos y en orros:Dar órdenes y actuar siguiendo órdenes*Describir un objcto por su apariencia o por sus medid¿s-Fabricar un objeto de acuerdo con ull:l descripción (dibujo)-Relatar un suceso-Hacer conjetr.rras sobre el suceso-Presentar los result:rdos de un experimento mediante tablas y diagranras-lnventar una historia; y leerla-Actuar cn un teatro-Adivinar acertijos-Hacer un chistel contarlo-lladucir de un len¡iuaje a otro-Suplicar, agr:rdecer, maldecir, saludar, rezar-.Es interes¿rnte conrparar la multiplicidad de hcrramientas del lenguaje y tle srrs

modos de ernpleo, la multiplicidad de géneros de pillabras y orlciont's, corr kr tlrrt'1,,.fógiccrs han dicho sobre la cstructur¿r del lenguaje. (lncluyencl<> al lrtor dcl li¿tt,ttttskryico -p h i lo sctplrlcas. ) " (\Vittgenstei n I 9-5 3 : \ 23 ).

:XT E R N lS M O ILO C U C lO NA R tO

tas. En todo caso, si ese optimismo estuviese injustificado, la mayorparte de mis argumentos a favor del externismo ilocucionario fuer-te todavía se sostendrían en pie. El externismo ilocucionario fuertesobrevive al éxito de las teorías externistas fuertes acerca de los ac-tos de habla porque las acciones lingüísticas, explicables o no pormedio de teorías sistemáticas y bien articuladas, poseen en buenamedida una naturaleza externista y antimentalista.

El externismo fuerte, tal y como lo he presentado, pretende con-ciliar, en la medida de lo posible, los marcos intencionalisra y con-vencionalista dentro de un marco más abarcador. Sin e.nb".go, e.npostura integradora se encuentra con problemas, derivados en bue-na medida de los problemas de los respectivos marcos que pretendeintegrar. Según hemos visto, tanto el intencionalista como el con-vencionalista dejan sin explicar casos importantes de lo que parecenclaramente actos ilocucionarios. El convencionalista ortodoxo no escapaz de explicar casos como el del paseo de Diógenes, que no pare-cen respaldados por convenciones significativas previamente estable-cidas. Algunas personas inclinadas a defender un convencionalism<.rsin fisuras tienden a minimizar estos casos como muy marginales,mientres que yo riendo a darles. como los griceanos, una gran im-portancia, sobre todo porque no son más que un caso extremo de loque ocurre frecuente y cotidianamente, esto es, de los casos en losque las convenciones significativas no dgotan el significado transmi-tido por una emisión (l.s casos de implicaturas conversacionales <r

de actos de habla indirecros, por ejemplo). Por su parre, el intencio-nalista ortodoxo (griceano) explica de un modo muy natural esos ca-sos apelando a las intenciones comunicativas de quien actúa de tal ocual forma, pero deja sin explicar otros casos importantes, como hetratado de ilustrar en el apartado 2 de este capítulo mediante una va-riedad de ejemplos. Y tiende rambién a considerar los cesos que clc-ramente no puede explicar (excomuniones, baurizos y demásj comomarginales o poco representativos del uso ilocucionario del lengua-je. Curi.samenrc, tJnto los intencionalistas c,mo los c.nvenciánr-listas parecen tener una común tendencia a considerar como actosperlocucionarios los casos que les resultan problemáticos, con el re-sultado paradójico de que lo que es un acto ilocucionario paradig-rnático para los unos es un caso de acto perlocucionario para losotf()\. y viecversa.

[,rt postrrrrr irrtegraclorr que yo defienclo, al admitir cotnponen-tcs clc rlivcrsa ínrl.lc c()llro c().stit.yentes dc lrr f.erza cle.na emi-sir'¡rr, cs c:t1-rlrz rlc cu[rrir t.tl.s los clrs<¡s rclcvarrtcs. Sin crnbarg., lrl

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hacerlo se enfrenta a otro problema, quizás todavía más grave: así

como los otros marcos corrían el riesgo de ser demasiado restrictivos,un marco externista fuerte integrador corre el peligro de ser dema-siado liberal, y admitir demasiadas cosds como emisiones, arriesgán-dose además a perder de vista la importante distinción entre ilocu-ciones y perlocuciones. Una teoría de la fuerza debería ser capaz dedistinguir entre acciones significativas (acciones que poseen propie-dades ilocucionarias) y otras clases de acciones. Sin embargo, no he

dado ningún criterio preciso para hacerlo, más allá de las intuicio-nes, las cuales no siempre nos permiten decidir en casos concretos.Así, en el apartado 2.3 he pasado de considerar como un acto ilocu-cionario el acto de decir..Te regalo esto,'en las circunstancias apro-piadas, a considerar que también es un acto ilocucionario el actomediante el cual unos exploradores regalan baratijas a unos indíge-nas. Pero, ien virtud de qué tomamos esta decisión, si nos hemos pri-vado de un criterio intencionalista que decida en todos los casos, yparece claro que un criterio convencionalista no se puede aplicar a

casos como éste? (cf., sin embargo, lo que se dice en la nota 7 de este

capítulo). Una situación como ésa podría inclinarnos a adoptar unpunto de vista más flexible como el derivado de las ideas del segun-do tü/ittgenstein. Más que una teoría acerca de una noción sólida yunívoca a la que llamar "la fuerza" de una emisión, tendríamos unamultitud de casos de acciones diversas que guardan entre sí diversos.parecidos de familia", para las cuales tendríamos que decidir, encada caso, acerca de las condiciones en las que decimos que han sidollevadas a cabo con pleno éxito.

En resumen, un problema elemental para cualquier intento teó-rico serio en este terreno es el de ofrecer un criterio adecuado paradistinguir las acciones significativas de otras clases de acciones queno sea ni demasiado restrictivo ni demasiado liberal. Y no está claroque podamos conseguir hacernos con un criterio de ese tipo que sea

plenamente satisfectorio.

5. Un par de experimentos mentales

Una conclusión que podemos extraer de lo expuesto en el apartad<r2 de este capítulo es que es relativamente sencillo aportar cas()s rea-les o imaginarios en los que dos hablantes, o el mismo habl:rnte crr

una situación real y en otra contrafáctica, posean estados mentalesidénticos en cuanto a tipo y, a pesar de ello, no emit¿rn plllbras corr

la misma fuerza ilocucionaria. El don Quijote cervantino no puederetar a duelo, pero si situamos a un duplicado mentalista-internistasuyo, o a él mismo, unos cuantos años atrás en el tiempo, entoncesesos personajes en esas circunstancias pueden retar a duelo si les pla-ce. Podríamos multiplicar los ejemplos. Así, un hablante puede nohaber hecho una objeción porque lo que dice no pone en cuestiónlo que otra persona ha dicho con anterioridad, pero si situamos a ese

mismo hablante en un contexto discursivo contrafáctico en el quealguien sí ha dicho algo que se contradice con lo que el hablantedice, entonces el hablante en la situación contrafáctica pasaría a ha-cer una genuina objeción.

A lo largo de esta obra estoy defendiendo un punto de vista a lavez externista y antimentalista cn relación con la fterza ilocuciona-ria. El antimentalismo, como se ha dicho, es una doctrina más fuer-te que el externismo, ya que el primero implica al segundo, mientrasque lo contrario no sucede. Hasta ahora he estado suponiendo quelos casos presentados en el apartado 2 abogaban a favor del antimen-talismo. En este apartado voy a poner el énfasis en la doctrina másdébil, el externismo ilocucionario. Thataré de mostrar que una fuer-za prototípica depende de rasgos contextuales, no estando determi-nada únicamente por lo que ocurre en la mente del emisor cuandose lo considera de un modo solipsista. La razón principal de estecambio de énfasis reside en que deseo explotar algunas analogíascon los conocidos argumentos de Putnam o Burge a favor del exter-nismo acerca del contenido representacional de los estados menta-les o de las expresiones lingüísticas. No obstante, no creo que ellosuponga debilitar mi postura en exceso, ya que, con algunas modi-ficaciones, la línea argumental que voy a seguir puede ser transfor-mada en una argumentación en pro de la postura más fuerte, anti-mentalisra. Las consecuencias que voy a extraer cle considerar a dossujetos que son idénticos "de piel para adentro" pueden extraerse a

nrenudo también, mwtatis mutandi, de considerar a dos sujetos queposeen los mismos estados psicológicos, ya sea que individualicemosesos estados de un modo internista o de un modo externista. En am-bos casos, quiero demostrar que a pesar de la equivalencia internis-t¿r/mentalista los sujetos no son ilocucionariamente equivalentes.

En el apartado 3 he considerado algunas posibles reacciones delrncnt¿llista a lcls casos problemáticos aducidos en el apartado 2. Aho-r:r lrit'n. cl irrtcrnistn (/cl mentalisra) podría reaccionar a csos cJsosdc una nlilncrir br'rstantc sutil que no ha sido examinada todavía, ne-grirrrlosc rr llct: ptllr t¡rrc clcn pic rcalnrerrte a une f<lrma gcrruin¿r cle ex-

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ternismo ilocucionario. Lo que tendría en mente este posible obje-tor sería que aunque ejemplos como el de don Quijote muestrenque la fwerza efectiua de una emisión depende de ciertos rasgos delcontexto de emisión, sin embargo, lo que podemos llamar las con-diciones ilocucionarias de una emisión son de naturaleza exclusiva-mente internista (o, al menos, mentalista), y que son esas condicio-nes ilocucionarias Io que nos interesa caracterizar desde el punto devista de un estudio teórico del significado ilocucionario, ya que enlo que deberíamos estar interesados fundamentalmente es en descu-brir la competencia lingüística del hablante individual. La fuerzaefectiva de las emisiones del Quijote cervantino y del Quijote con-trafáctico puede ser diferente, pero las condiciones ilocucionariasde ambas, es decir, aquello que determina la fuerza efectiva cuandosituamos a los personajes en un determinado contexto de emisión,son idénticas y están determinadas por los estados mentales (y, po-siblemente, por los estados mentales considerados de un modo in-ternista) de los emisores. Un externismo ilocucionario genuino ointeresante, continuaría este hipotético crítico, debería mostrar ladeterminación por parte del entorno de las propias condiciones ilo-cucionarias, y no sólo de la fuerza efectiva, y esto no lo muestran ca-sos como el de don Quijote. Esos casos justificarían, a lo sumo, loque podríamos denominar un "circunstancialismo" o "contextualis-mo" ilocucionarioslT.

En lo que sigue voy a intentar aclarar esta distinción entre lafuerza ilocucionaria y las condiciones ilocucionarias de una emisiónvaliéndome de un par de experimentos mentales, lo cual me va apermitir distinguir de paso entre dos clases de externismo, uno delos cuales, que podemos denominar, si queremos, .circunstancialis-mo>, es más moderado y afecta sólo a la fuerza efectiva de una emi-siírn, y el otro de los cuales es más radical y afecta también a laspropias condiciones ilocucionarias. El primer experimento intenrademostrar la determinación externista de una luerza tenida en genc-ral por paradigmática como es la de ordenar. El experimento elabo-ra un ejemplo de Austin (Austin 1962:69), y está inspirado en loscasos que Tyler Burge construye como parte de su defensa del exter-nismo (o, en su terminología, oantiindividualismo") del contenickren un trabajo ya clásico, "El individualismo y lo mental, (I979). F.n

17. Esa posible línea de réplica a rni posfura nte fr.re sugericla por Mrltrrcl (i.rrcía-Carpintero drrrante n.ri defensa del externismo ilocrrcion:rrio en lir tJniversirl¡rl tltB:rrcekrna por invitaciírn clel grupo LOGOS (6 cle febrero de 2002).

segur.rdo lugar, veremos un experimento debido a Steven Davis, tam-bién inspirado en ideas de Burge, relativo a otra fuerza ilocuciona-ria absolutamente central como es la de prometer.

La elección de esas dos fuerzas para un escrutinio más detalladono es totalmente casual. Las órdenes y las promesas, como las peti-ciones, los informes o las advertencias, deben ser tomadas como ca-sos centrales por parte de cualquier teoría sistemática de Ia fuerzadebido a su <transversalidad" en nuestras prácticas lingüísticas, estoes, al hecho de que uno puede realizar actos ilocucionarios de esas

clases en una enorme variedad de circunstancias, y no sólo en tantoque uno forme parte de una u otra institución social específica. Poreso, si el externismo ilocucionario se justifica para el caso de las ór-denes y para el de las promesas habrá conseguido una importar.rtevictoria. Ya hemos visto cómo los griceanos le reprochan a Austin elhaber introducido su doctrina de los realizativos tomando comoejenrpkrs paradigmáticos rctos de hahla que son excesivamentc rirua-lizados y dependientes de instituciones extralingüísticas, actos comobautizar, legar, jurar un cargo, excomulgar o retar a duelo, que porese motivo ellos presentan como altamente periféricos. Pero ningúnreproche así puede hacérsele a las órdenes o a las promesas, cuyacentralidad parece fuera de toda discusión.

Vayamos, pues, con los experimentos mentales.

.5.1. Órdenes

Imaginemos que, en algún océano de la Tierra, Juan (el capitán deun barco) y Pedro (un simple marinero) naufragan y acaban en unaisle clesierta. Juan emite en tono cutoritxrio las siguienres palabresdirigidas hacia Pedro: ,iTe ordeno que vayas a buscar lsÍi¿" (o, sim-plemente, .iThae leñal"). Pedro asume que Juan tiene derecho a dar-le órdenes y obedece. Aquí diríamos que una orden ha sido dada conpleno éxito ¡ además, que ha sido obedecida.

Situémonos ahora en una Tierra Gemela similar a las imagina-das en Putnam (1975). Allí todo sucede más o menos como en laTierra hasta el momento en que Alter-Juan, un gemelo internista oindividualista deJuan, esto es, indistinguible de él en cuanto a cons-ritucirin física hasta sus últinras moléculas, así como en cuanto a lasrcspecfivils crlrricntcs fenonrenológicas internas, dice tarnbién:,iTeorcluro que vlyrrs a buscar leña" y obtiene conro respucsta por par-tc clcl altcr-rrrrrrincro la siguientc: "Aquí soluos igualcs, así que ustedtto t's t¡ttií'tt Pltrlt tl,trrrtt' tirtlcrles".

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Parece claro que en el segundo caso, al contrario de lo que su-cede en el primero, algo ha ido mal para el hablante. Pero lo que haido mal no es inmediatamente evidente. Lo que diría Austin con res-pecto a Ia segunda situación, me parece, es que el infortunio o infe-licidad que sufre la emisión del alter-capitán no reside simplementeen que su orden no haya sido obedecida. Más bien, si es cierto queel segundo capitán ha perdido su autoridad en la isla, la orden ni si-quiera ha sido dada, su acto ha resultado nulo y sin efecto, se tratade un intento frustrado de dar una orden, pero no se ha constituidoen una orden genuina. Ahora bien, el intencionalista (internista ono) no tiene por qué conceder sin más esa intuición. Así, en Réca-nati (1987) se sostiene que..no es necescrio estar en una posición deautoridad para dar una orden; un soldado puede dar una orden a suoficial, incluso aunque su orden tiene pocas posibilidades de ser obe-decida" (Récanati 1987:2I3). Para Récanati, pues, lo que habríaido mal para el hablante en la segunda situación parece consistir enque una orden que, suponiendo que las intenciones del hablante es-tén <en reglar, es irreprochable (esto es, es una orden perfectamen-te consumada) no ha sido obedecida por el oyente o receptor de lamisma, y en consecuencia su contenido representacional no ha sidosatisfechol8.

Si se trata de intuiciones, a estas alturas resultará evidente quelas mías están más cerca de las de Austin que de las de Récanati. Ami modo de ver, un hijo pequeño no podría dar órdenes a su madreexcepto quizás en circun.tlncias nruy excepcioneles (por ejenrplo, sifuese un pequeño emperador). Como mucho podrá hacer peticionesespecialmente apremirntes: o exigir, ye que le: exigcncics perecenfundadas más en el derecho legítimo que uno tiene a algo que en laautoridad o superioridad sobre el interlocutor; o incluso puede ame-nazar ("iSi no me compras una piruleta lloraré!"). Pero lo que nopuede es ordenar. Y lo mismo ocurre en el caso del soldado y el ofi-cial, y también en el del alter-capitán y el alter-marinero. Claro que,obviamente, no nos podemos quedar en un mero intercambio de in-tuiciones. Mi intención en lo que sigue es aportar argumentos a fa-vor de un punto de vista externista como el defendido por Austin.

I 8. Véase, a este respecto, el an¿ilisis intencionalista de las órclcnes pr()puesto ( rl

ef capítulo II. En ól no se exige clue el hablantc tenga autoridad efectiua sobrc cl ovt'rrtc, sir.ro sólo clue intente que su autoridad sea reconocid:r y que ese recorrotinrit'nloconstituya partc de las razones del oyentc para actuar.

Podemos comenzer, en une línea vagemente austin¡rne, inten-tando encontrar algún apoyo en el lenguaie corriente, examinandoalgunas frases hechas comunes acerca de las órdenes, aunque dudomucho que los giros ordinarios nos proporcionen una base segura a

la hora de dar laraz6n a Austin o a Récanati sobre este asunto.Por una parte, es común que los niños (sobre todo) digan cosas

como "iTú no mandas en mí!r, como una forma de comunicar que

no reconocen la autoridad que su interlocutor parece estar arrogán-dose, implicando que la orden intentada ha resultado desafortunadapuesto que es imposible dar órdenes en esas circunstancias' En tér-minos austinianos, esos hablantes consideran que la supuesta ordenes nula o sin efecto. Pero también decimos cosas como: "Esto es una

orden> y "Usted no es quién para darme órdenes". En la primera ex-

presión el hablante parece estar seguro de estar dando una orden, yno meramente intentándolo. I en la segunda, el mismo oyente pa-

rece estar admitiendo que la orden ha sido formulada, sólo que "sinderecho,, por así decirlo. Aun así, el reproche ("Usted no es quién,)es un síntoma de que se percibe algo anómalo en el acto, de que éste

no se considera como completamente afortunado, de que se siente

que le falta algo importante. Recordemos que para Austin no todas

las condiciones de felicidad constituyen condiciones necesarias parala realización de un acto ilocucionario, sino que algunas tienen un

estatuto más débil, como condiciones para la total fortuna o irrepro-chabilidad del mismo. De ahí la distinción que hace entre un d¿s-

acierto (misfire), que consiste en el fracaso a la hora de que se cum-

pla alguna condición absolutamente necesaria para que una emisión

tenga una fuerza determinada, y ún abuso (abuse), que consiste sólo

en el fracaso a la hora de llevar a cabo el acto ilocucionario de que

se trate en toda su plenitud y de un modo completamente irrepro-chable. Así, podemos distinguir el caso en el que una orden ni si-

quiera ha sido dada, de aquel otro en el que ha sido dada pero no

de un mcldo plenamente satisfactorio porque "le falta algo", y estos

dos casos, a su vez, del caso en el que una orden ha sido dada con

toda propiedad pero es desobedecida por el oyente.Alternativamente, podemos interpretar esas expresiones ordina-

rias de un modo similar a como interpretamos la expresión: "Sé que

me engañas,. Esa afirmación, tomada literalmente, parece encerraralgírn tipo cle contradicción (si no lógica, al menos pragmática). A no

puccle errgañer e B a menos que B no detecte el engaño. Por eso, esa

rrfirnracitin s<ilo ptrccle tener sentid(l si se la parafrasea como (cl im-plic¿r convcrs¡ciortrtlItlctttc algtl corno): "lntetltls cngeñarme, eullque

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PALABRAS AL VIENTO

no lo estás consiguiendo> o <Sé que tratas de engañarnre,. Análoga-mente, podríamos parafrasear üú no eres quién para darme óráe-nes> como "Intentas darme una orden, aunque ncl lo estás consi-guiendo porque te falta autoridad para ello', y .Esto es una orden,como "Esto trata de ser una ordenr. O podemos interpretar la ex-presión de quien añade a "iTrae leña!" la aposrilla (o.comentarioparentético"): "Es una orden" de un modo similar a como interpre-tamos la siguiente inscripción en los baños de un resraurante: ,.Leagradecemos que mantenga limpio el servicioo. Ahí todavía no sesabe si se dan las circunstancias que hacen apropiado el agradeci-miento, pero, por así decirlo, se adelantan, dándose por hecho quese van a dar. Ahora bien, si un cliente deja sucio el baño no diremosque el agradecimiento se ha producido de todos modos. De un modoparalelo, el que dice: .Es una ordenr, se arroga por adelantado su au-torided sohre el oyenre. pero si resulte qu".n realided no posee () nose le concede esa autoridad no se considerará que ha clrden¿ldo nada.

En realidad, no creo que podamos resolver definitivamente lacuestión moviéndonos sólo al nivel de las intuiciones pre-teóricas cr

investigando simplemente los giros ordinarios. Es posible, como su-gería al comienzo de esta obra, que exista un cierto mentalismo desentido común acerca de lo que venimos llamando ula fuerza de unaemisión", que quizás se haya sedimentado en determinados modoscomunes cle hablar. El propio Austin, en su artículo .Otras mentes)>,admite, precisamente en este punto, una ambivalencia en lo que de-cimos ordinariamente (Austin 1946: I07). Si esto es así, harán faltabuenos argumentos para justificar teóricamente un punto cle vistaexternista fuerte como el que defiendo en esta obra. De todos mo-dos, debcmos juzgar una teoría acerca de la fuerza por sus virtuclesexplicativas globales, y no sólo, aunque también, por su capacidadpara responder a las intuiciones pre-teóricas de la gente común. Si-guiendo a Austin, podemos dejar la primera p:rlabra al lenguaje co-rriente' pero la úrltima depende, sobre t.do, de los fines teóriccls quepersigamos (Austin 1956-1957 : 777).

iPodemos sobrepasar más decididamenre el ámbito de la meraconfrontación de intuiciones y ofrecer alguna argumentación adicio-nal a favor del punto de vista externista? A mi modo de ver. sí. peroantes debemos volver a nuestra distinción entre la fuerza y las concli-ciones ilocucionarias de una emisión. En los conocidos casos ol¿rnrca-dos por Purncm o Burge conro perte de una argumenrecir'r¡r n lnvordel externismo del contenido, no se trata sólo de que los h¡ble'rcs

Xf ERNISMO ILOCUCIONARIO

de la Tierra se refieran al agua o a la artritis cuando están en la Tie-rra, mientras que los habitantes de la Alter:Tierra o, en el caso de

Burge, los imaginados en determinadas situaciones contrafácticas se

refieran allí al alter-ague, que no consiste en HrO, sino en XYZ, o ala alter-artritis, que difiere de la artritis en que afecta a algunos mús-

culos, y no sólo a las articulaciones. Se trata, por eiemplo, de que si

un habitante de la Tierra viaiase a la AlterlTierra y dijese: "Esto es

agua>, las condiciones de uerdad de su emisión seguirían atadas rigidamente al agua de la Tierra, con lo cual si estuviese señalando

una muestra de alter-agua su emisión sería falsa' Esto es, si un ha-

blante de la Tierra y otro de la Alter:Tierra son ubicados en las mis-

mas circunstancias de emisión (o frente a muestras de la misma sus-

tancia) podría resultar que lo que uno dice sea verdadero y que loque el otro dice sea falso, a pesar de que son gemelos individualis-tas. Si el externista semántico lleva razón, entonces el entorno físico

y social determina las condiciones de verdad de las emisiones (la

"proposición" expresada), y no sólo su ualor de verdad. La emisión

de .Esto es a€lua> por parte de un sujeto terrestre es verdadera si y

sólo si la muestra relevante es H2O, mientras que la ernisión de "Estoes agua> por parte de un sujeto alter-terrestre es verdadera si y sólo

si la muestra relevante es XYZ.Sin embargo, aparentemente al menos, las cosas no funcionan

de manera análoga para el caso de las fuerzas de las emisiones de

Jurn y de Alter-Juen. La siguiente línea de razonamiellto se presen-

ta como plausible. Tiaslademos a Juan a la isla alter-terrestre y a Al-ter-Juan a la isla terrestre, sin que se den cuenta del cambio. Juan se

encontrará con que el marinero de allí no reconoce su autoridad yparece entonces que su emisión dejará de conter como una orden.

Paralelamente, Alter-Juan se encontrará aquí con un marinero sumi-

so y su emisión pasará a contar conlo una orden' Se podría concluirentonces que las emisiones originales de los gemelos individualistasdiferían, en todo caso, en cuanto a su fuerza efectiva (una era una

orden, la otra un mero intento de ordenar), pero compartían sus

condiciones de éxito o condiciones ilocucionarias, aq.uello que de-

termina la fuerza efectiva cuando fijamos las circunstancias de laemisión. tsl mentalista/internista podría entonces sentirse a salvo

considerando que los estados mentales (individualistas) son los que

contribuyen ccln exclusividad a la determinación de las condiciones

ilocr¡cirlrrarias clc una emisión, determinando de ese modo una fun-cirin c¡rc, clrrcla une circtlnstencia de emisión nos da como valor una

rr ofrrr lirt'rzrt ilocuciottrrrirr (o, rr vcces, ningttna). Adcrnás, podríe ar-

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PALABRAS AL VIENTO

gumentar que una doctrina que apele a las circunstancias de emisión,como determinantes de la fuerza efectiva de las emisiones, no mere-ce el apelativo de uexternismo" ilocucionario sino, en todo caso, de

"circunstancialismo" ilocucionario. un externista genuino acerca dela fuerza debería mostrarnos que es posible que dos gemelos indivi-dualistas, situados en circunstancias de emisión idénticas o equipa-rables, emitan palabras con fuerzas ilocucionarias diferentes. Lós ge-melos de nuestro experimento no parecen ilustrar ese externis;oilocucionario genuino.

A mi entender, esa línea de crítica puede ser contrarrestada. Dehecho, cuando observamos detenidamente nuestro experimentomental la analogía con los experimentos putnamiano, o trrg."rro,para el caso del contenido se revela como casi completa. para aclarareste punto elaboraré algo más la diferencia entre las circunstanciasexternistas de las emisiones de ambos gemelos. podemos especificaruna diferencia en los entornos sociales de Juan y de Alter-Juan queno afecte en absoluto a sus propiedades individualistas de la siguien-te forma. Supongamos que en los códigos de marina de la Alterfie -rra se indica expresamente que un capitán pierde su autoridad sobreun marinero cuando ambos están fuera del barco, mientras que enlos códigos de marina de la Tierra se estipula que un capitán con-serva su autoridad sobre un marinero sea cual sea el lugar en el queambos se encuentren (si esto es verdad o no, por supuesto, carecede importancia para seguir el ejemplo). Estas diferencias en los có-digos no se reflejan en los esrados mentales de Juan y de Alter-Juan, porque ambos han olvidado o, siendo malcls estudiantes,nunca llegaron a aprender, las partes relevantes de los códigos res-pectivos. En definitiva, la auroridad de Juan y la de Alter-Juan pro_vienen de instituciones diferentes aunque similares en casi todossus aspectos.

Las intuiciones externistas acerca de las órdenes podrían ahorareforzarse en los siguientes términos. El alter-marinero. que sí cono-ce el código. y lo lleva consigo, y puede mosrrárselo e Alter-Juan silo cree necesario, está justificadc¡ aIa hora de responder al aite.-ca-pitán: "Aquí somos iguales, así que usted no es quién para darmeórdenes". El alter-marinero cumpliría aquí un papel similar al delmédico de Burge, cuando le dice a su paciente que no puede tenerartritis en el muslo porque la artritis es una enfermedad esrrecíficrrde las articulaciones. De un modo análogo, el alter-marinero prrcclt'mostrarle al alter-capitán que sus palabras no constituyen e' reali-dad una orden.

Podemos respaldar todavía más nuestras intuiciones imaginán-donos que tanto el código terrestre como el alter-terrestre estable-cen severos castigos para los casos de desobediencia a las órdenes de

un superior. Enfrentados a sendos tribunales, si se prueba que el ma-rinero de la Tierra se ha negado a ir a buscar leña será declarado cul-pable; mientras que si se prueba que es el marinero de la Alter-Tierrael que se ha negado éste será seguramente absuelto, ya que se consi-derará que no ha desobedecido orden alguna, esto es, que no se le

había dado ninguna orden.Es cierto que si ponemos a Alter-Juan en las circunstancias de

emisión de Juan todo sucederá aparentemente como si hubiese dadouna orden, En particular, el marinero sumiso traerá leña como re-

sultado de su emisión. Pero aquí las apariencias nos engañan. Lo que

habría ocurrido en ese caso sería simplemente que el marinero ha'bría interpretado equiuocadamente las palabras de Alter-Juan comouna orden. Si alguien lo sacase de su error, informándolo acerca dequién es realmente su interlocutor, probablemente dejaría de estardispuesto a hacer el trabajo. Que el oyente pueda estar equivocadocon respecto a la fuerza de la emisión del hablante no debería sor-prendernos más que el hecho de que el propio hablante pueda estar

equivocado al respecto. Desde la perspectiva externista puede suce-

der que tanto el hablante como el oyente estén equivocados con res-

pccto a cuál es la fuerza de la emisión del hablante, y que la cuestiónsólo pueda decidirse desde el punto de vista de un espectador biensituado, un espectador que tenga en cuenta todos los aspectos ilocu-cionariamente relevantes que rodean a la emisión.

Así planteado, el experimento muestra que las condiciones de

éxito de las emisiones de Juan y de Alter-Juan son diferentes. Al me-nos, el argumento tiene tanta fuerza como puedan tener los corres-pondientes argumentos para el caso del contenido representacional-Si se transporta a un capitán de la Tierra a la Alter-Tierra su autori-dad para dar órdenes no viajará con é1, ya se encuentre dentro o fue-ra de un barco. Para ello tendría que ser reconocido como capitánpor las instituciones de allí, tendría, por así decirlo, que conualidarsu título. La autoridad de Juan está pues vinculada de modo rígidoal entorno social terrestre, mientras que la autoridad de Alter-Juanlo está al entorno social alter-terrestre.

El imaginar que existen diferencias en los articulados de los res-pectiv()s cricligos es, si bicr.r se mira, sólo un artificio útil pero inesen-

cial cn nucstr¡ lr¡pnrentaci<in. En el planteamientcl original del ex-

¡rcrirrrcnto yrr cristíe rrnrr clifcrcncia etr las fuentes de la autoridacl de

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I124 t -1.5

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los dos capitanes y, por tanto, en las condiciones de éxito de sus res-pectivos actos lingüísticos. Aunque los códigos contuviesen artículosidénticos, para poder dar órdenes en la AlterlTierra Juan tendríaigualmente que convalidar allí el título de capitán obtenido aquí, an-tes de tener el derecho a dar órdenes.

Quizás no esté de más aclarar que no se quiere decir que el al-ter-capitán no haya hecho nada. Lo que se quiere decir es, sirnple-mente, que no ha dado una orden. Pero seguramente habrá hechoalgo (además de hacer el riclículo), algo como intentar dar una or-den. E,sto está en armonía con lo que Austin comenta en relacióncon un ejemplo diferente: la asunción de un cargo. Según é1, predi-car la calidad de nulo o de carente de efecto a un acto "no significadecir que no hemos hecho nada; podemos haber hecho muchas co-sas -por ejemplo, podemos haber cometido el delito de usurpar uncargo-, pero no habremos hecho el acto intentado, esto es, asumirel cargou (Austin 1962: 58)te.

Creo que Austin apunta al externismo, y no meramente al con-vencionalismo, cuando en el contexto de una reflexión acerca de lasacciones en general afirma lo siguiente: ,lTenemos que estar siemprepreparados para distinguir entre 'el acto de hacer rr', esto es, de lo-grar x) y'el acto de intentar hacerx', (Austin 1962:150). Si pode-mos plantear escenarios como el del experimento mental que acabode diseñar es porque para que algo cuente como una orden no bas-rx con intentarlo. Además, uno debe ester convenientemente situa-do en su entorno, que no se reduce a las circunstancias inmediatasde la emisión, de modo que posea una legítima autoridad con res-pecto x quien la recibe.

Podernos concluir entonces que nuestro experimento demuestraque, al menos en algunos casos, podemos defender el externismo enrelación con las condiciones ilocucionarias, y no sólo en relacióncon las fuerzas efectivas de nuestras emisiones. Podemos suponerque Juan y Alter-Juan son equiparables "de piel para adentroo, queson idénticos en cuanto a todos los tipos neurofisiológicos que ejem-plifican, que sus "corrientes fenomenológicasu son indistinguibleshasta el momento de la respuesta por parte de uno u otro interlocu-tor, etc. El caso es que sólo Juan ha conseguido dar una orden, y que

19. Éste no es el ejernplo original de Austin, sino el que proponen los traductorcs cn sustituciíin cle aquéI. El ejemplo de Austin es el de cometer un ¿cto rle bigentil¿l tlecir "Sí t¡uiero". Clometer estc acto, a pesar del nombre, no significir que cl lrígrr

Ino sc ha c¿rsaclo clos veces (Austin 1962, cd. inglcsa: l7).

XT E R N IS M O ILO C U C IO NA R IO

sólo él está capacitado para dar una orden en esas circunstancies.

Quizás Alter-Juan ha intentado dar una orden, pero no ha consegui-

do en sus circunstancias, ni podría conseguirlo aunque pudiésemos

transportarlo a las circunstancias de Juan, que su emisión se cargue

con la fuerza de una orden.El mentalista-internista todavía podría argumentar que los esta-

dos mentales de los gemelos determinan al menos una función que

para cada entorno físico-social (que en nuestro caso incluye la vigen-

cia de determinados códigos ligados a determinadas instituciones)nos daría a su vez una función de circunstancias de emisión a fuer-zas efectivas. Esta función sería algo similar, para el caso de las fuer-zas, al cdrácter kaplaniano (Kaplan 1977 y t989)20. El externismocon respecto a las condiciones ilocucionarias todavía sería compati-ble, entonces, con la tesis según la cual las intenciones comunicati-vas complejas de tipo griceano (interpretadas de un modo internis-ta) constituyen una condición necesaria para que nuestras palabras

se carguen con cualquier clase de fuerza, o al menos con cualquierclase de fuerza paradigmática. Aunque esta tesis puede ser puesta

también en duda, en todo caso me parece que si conseguimos que el

internista admita que las condiciones ilocucionarias están hasta ese

punto determinadas por el entorno habremos conseguido que mo-

dere muy considerablemente su postura.Cabe señalar que, a pesar del evidente paralelismo con los argu-

mentos externlsras para el caso del contenido, el externismo ilocu-

cionario es independiente del externismo semántico. Supongamos

que los contenidos mentales de nuestros actores son diferentes porlas consabidas razones aducidas por el externista semántico. Así, si

Juan ordena a Pedro ir a buscar agua, el contenido proposicional de

su orden es diferente del de la orden frustrada de Alter-Juan (uno

hace referencia al HrO, el otro aIXYZ). Pero lo que nos interesa sa-

ber es si las condiciones ilocucionarias son diferentes. Y me parece

que el experimento mental que acabo de presentar muestra que sí

lo son.Por otra parte, el experimento milita a favor del externismo ilo-

cucionario, y no meramente a favor del convencionalismo ilocuci<-l-

naricl, porque podría haberse construido de tal modo que no estuvié-

semos en presencia de procedimientos convencionales en el sentido

cle depender cle institucit-rnes extre-comunicativas como la institu-

29. l]|r cl crrpír¡lo il tle Foclrr ( I 9ll7) se clcfiende una estrxtegia paralelir parir el

t,ts,, rlt'l cortlt'rlirlo lltetltrtl.

126 t27

Page 64: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

ción de la marina. Si Juan apunta simplemente a la leña y luego a unlugar cercano a sus pies, suponiendo que ése no sea un pro..ái-i.n-to convencional para ordenar, el experimento podría repetirse. pedropuede obedecer, mientras que Alter-Pedro puede quedarse tranquila-mente sentado, haciendo ver que no acepta la autoridad de Alter-Juan, o podría no entender los gestos de Alter-Juan como una orden,etc. Ni los llamados <actos de habla indirecros,, ni las .implicaturasconversacionales", ni los actos ilocucionarios completamente impro_visados constituyen refutaciones del externismo. Supongamos queuna madre le dice a su hijo: ,iTü cuarto está desordenadoo. Esa eml-sión, a pesar de que se utiliza convencionalmente para hacer unaafirmación, probablemente tendrá en ese caso, indirectamente, lafuerza de una orden, y será intentada como tal por la madre y toma-da por tal por el hijo. Pero lo que la hace una orden es, al menos enparte, la presencia efectiva de rasgos externistas como la compren-sión efectiva del oyente o la diferencia de esratuto enrre el heblanrey er oyente.

La autoridad o superioridad del hablante, además, no tiene porqué estar basada siempre en su posición en una institución extra-lingüística determinada. Se atribuye a Al capone la sig'iente afir-mación: .Consigues muchas más cosas con buenas palabras y unapistola que con buenas palabras sóIo,. En nuestro caso, el capitánterrestre (a diferencia del alter-terrestre) podría estar empuñ"nio ungarrote, lo cual le habría conferido una autoridad, o al menos un po-der, que no calificaríamos de uconvencionales,. Este punto es impor-tante' puesto que algunos i'rtencion¿rlistas están dispuestos a admitirque los actos comunicativos basados en convenciones as.ciadas ainstituciones sociales, pero sólo ésos, escapan a las redes analíticasgriceanaszl. Lo que hace de le emisión de -iTiee leña!,,, en esas cir-cunstancias, una orden (o quizás mejor, una amenaza) es, en parte,un factor externo ajeno a cualquier clase de acuerdo comuniiativoprevio. En mi opinión este fenómeno es bastante general, no afec-tando únicamente a los actos ilocucionarios convencionales en elsentido de depender de instituciones extralingüísticas. Uno podríareplicar que en este segundo caso no hay una diferencia en las corr-diciones ilocucionarias, sino tan sólo en la fuerza efectiva de las res-

21. Así: "Sólo con respecto a los actos ilocucior-rarios ordinarios, ¡r9 cgnverrci¡-nales, se asume usualmente que son definibles en términos griceanos, (Récanati, I 9ll7176)' véase también Bach y Harnish (1979: cap. vl). La idea procede cle Srr;rws,rr(1964\.

pectivas emisiones: démosle un garrote a Alter-Juan y estará amena-zando. Sin embargo, dado que se supone que los emisores pertene-cen a especies con historias evolutivas diferentes e independientes,se podría sugerir lo siguiente: aunque si Juan y Alter-Juan empuña-sen un garrote estarían en posición de superioridad sobre pedro yAlter-Pedro respectivamente, la superioridad de Juan dependería rigidamente de la vulnerabilidad de Pedro (o de la vulnerabilidad delos habitantes de la Tierra en general), mientras que la superioridadde Alter-Juan dependería rígidamente de la vulnerabilidad de Alter-Pedro (o de la vulnerabilidad de los habitantes de la AltertTierra),con lo cual sería un simple accidente que la posición de superiori-dad del hablante se conservase en caso de viaje interplanetario. Entodo caso, la autoridad o superioridad no depende nunca sólo de lavoluntad o de las creencias del emisor.

Ciertamente, sería difícil construir experimentos como los queecabo de presenrxr pare rodos los fectorci a los que .n .l ,p".rrdo2 de este capítulo he llamado <antimentalistas>, puesto que muchosde ellos parecen formar sólo parte del contexto o circunstancias deemisión, y no contribuir a la constitución de las propias condicionesilocucionarias. No sería posible entonces construir para toclos esosfactores experimentos mentales como el anterior. en el que se nros-trasc que no sólo la fuerza efcctiua es diferente parc ce.la gemelo,sino que también lo son las condiciones ilocucionaria.s de sus resDec-rivas emisiones, es decir, cquello que determinc la fuerza efecrivacuando se fijan las circunstancias de la emisión. Por ese motivo. pue-de ser importante distinguir entre los factores .,circunsranciales.. ylos factores <externistas) que determinan una fuerza efectiva, aun-qlle yo voy a seguir utilizando la etiqueta uexternismo (fuerte)" paracubrir ambas clases de factores constitutivos de la fuerza. La razóncs que ambos aspectos están involr-rcrados cuando de lo que se tra-ta es de refutar el punto de vista intencionalista (interpretado o nocle un modo internista) de que es posible dar un análisis de cadafvterza en términos de condiciones necesarias y suficientes de carác-ter psicológico.

5.2. Promesas

l)cterrgárnonos ahora en el cascl de prometer. Cuando el intenciona-liste afirrna c¡re e I antir.nentalismo convencionalista de Austin obtie-rrc srr ¡rlrrtrsibilidacl cle haber elegido como casos paradigmáticosIr¡r'rzrrs (luc crl realirl¿rd son rnrrrginales o p<tco representatives, pere-

It28 | ).e

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7l

ce olvidar que tanto en "Emisiones realizativas> como en la confe-

rencia I de Cómo hacer cosas con palabras el autor se apoya en e^

caso indudablemente central de las promesas (o' más bien, en el caso

análogo de los juramentos) para justificar su eslogan de que "la pa-

labra empeña". Austin contempla el caso de quien dice: "Mi lengua

lo juró, pero no lo juró mi corazón,, para desacreditar el punto de

vista mentalista según el cual prometer consiste básicamente en una

especie de compromiso mental. Admitir una excusa así por parte de

alguien que antes nos ha dicho: .Juro..., significaría, según é1, abrirlas puertas a mentirosos y periuros.

Voy a utilizar en este apartado las ideas de un autor que, inspi-rándose también en el antiindividualismo de Tyler Burge, parece ten-

der en una dirección similar a la que yo mismo estoy defendiendo.Me refiero a Steven Davis en su artículo "Anti-lndividualism and

Speech Act Theory,, (1994). Nos interesan fundamentalmente las

tres últimas páginas de ese trabaio.En este caso nos encontramos con un hablante, Oscar, que po-

see un conocimient o incompleto de la noción de prometer. Podemos

asumir, para los efectos del argumento, que en Searle (1969) se pre-

senta un análisis correcto de las reglas constitutivas del prometer' yqn. Ór."r conoce todas esas reglas, excepto una: no cree que una

condición necesaria para prometer que p sea que la promesa lo co-

loca a uno ba¡o la obligación de hacer p: 'aunque piensa que es nle-jor mantener sus promesas que no hacerlo, no cree que se Senereninguna obligación" (Davis 1994: 217). Supongamos entonces que

Óscar le dice a un conocido: .Prometo ir a tu fiesta". Según Davis,

Óscar estaría haciendo una promesa mediante su emisión, a pesar de

su desconocimiento de la "condición esencial" para prometer. ¿En

qué se basa ese autor para defender esa postura' aparentemente ex-

traña? Mejor dejarle hablar a él:

Mi afirmación es que a pesar de no conocer la condición esencial

para prometer, deberíamos considerar a Oscar como habiendo he-

cho una promesa. Nuestras razones para ello son que él puede de

modo obvio usar <prometer> correctamente en una variedad clc

contextos y que puesto que es un hablante adulto del lenguaie, él

debería conocer la condición esencial para prometer. Prometer es

como la le¡ más que como un iuego. La ignorancia no es una de-

fensa. Estamos ligados por la ley y podemos cometer infracciorrcsincluso cuando somos ignorantes de una ley en particular (Davis,

1994: 217).

EXT ER N ISM O ILO C UC IO N A RIO

Esto es, Davis considera que la pertenencia de óscar a una co-munidad lingüística que lo considera un miembro normal hace ouesus palabras sean interpretadas según los estándares públicos, y nosegún sus propias concepciones privadas. Además, Davis prosigue enuna línea burgeana imaginándose una situación contrafáctica en laque.la palabra (prometer,.fuese usada por una comunidacr lingüísti-ca de un modo diferente del nuestro, precisamente de un moáo talque se eliminase la regla según la cual uno queda obligado por suspromesas. El Óscar contraiáctico no esraría prometiádo .randodice: .Prometo ir a tu fiesta, porque en ese caso su uso privado dela palabra sería perfectamente adecuado al uso extendidó en su c'-munidad lingüística, pero no significaría en absoluto lo que <prome-ter" significa para nosotros22.

una diferencia entre las órde'es y las promesas riene que vercon el eslogan austiniano de que la palabra empeña. Esto es nrí.,.r"rr-do el ejercicio de una fuerza supone alguna ábligaciOn para el ha_blante, como es el caso de las promeror, upu.rt"Jy d.-á, compro_misivos. El experimento de Davis muestra que determinado, ."rgo,del entorno social hacen que la promesa de alguien qu. no poi..todos los esrados menrales que explicitarían lai .eglai y .o.,ái.io-nes para prometer es considerada de todos modos como una Drome-sa genuina_y acarrea por lo ranro la correspondiente obligación. Enel caso de las órdenes, sin embargo, lo que ocurre es que él éxito dela ilocución supone una obligaciónpara el oyente,y aqui lo que ten_dríamos que decir más bien es que la palabra del hablante, en'las cir-cunstancias apropiadas, ernpeña o compromete al oyente. No obstan-te, también el hablante quedaría empeñado en el sentido de haberrealizado un dererminado acto de habla (una orden), que podría te _

ner para él consecuencias desagradables (pensemos en un oficialque. enfrenrado e un tribunel de guerra, iniente defenderse dicien-

.22. SóIo una cosa me parece que no se sigue en lo que dice Davis. Él afirma qucen Ia situación contrafáctica, puesto que nadie tiene la noción de prometer nadie pue-rlc lracer pronesas (Davis 1994: 217). ipor qué no?, p.dentos pr"gurr,".nur. Si'nu-sotros <co'tempiantos" desde nuestro propio mundo la situación contrafáctica y noscncontrAfnos con que alguien dice_allí: "rré a tu fiesta,, asurniendo, entrc otres cosas,la obligación. cle ir (e interpretándolo así tarnbién su audiencia), seguramente diría-rlos q.e estab¿ pronletiendo, aunque quizás él carezca cie un -odo,"u carezca de unrr.rl. sc'cill., de describir err su propio lenguaje lo que está haciendo, suponiendcr(luc n() p()se¡ rrnrr palebrrr qrrc tr:rduzca nuestro <prometer-. Decir lo contrario serÍalr.to c()lllo rlccir t¡rrc p.csto q.e en la situaciírn contraf¿íctica no tienen la noción de,¿rlnll-s lrrltlit rlllí Ptrctlc tcntr rtrfritis, o qrre si lleváscr.n()s agua a la AltcrrTierra dejaríatlt'str;tgtt:1. l).tvis er¡llltrrltlt'(r) cstc prrrrto lrrs cr¡estiones <inticas c6¡ las cnisténlicas

130 t.i I

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do que sólo quiso <sugerir> a sus soldados que avanzasen en una de-

terminada dirección, y qtle, por esa razón, ninguna orden suya le

hace responsable de la calamitosa derrota).Otra diferencia importante entre los dos experimentos reside en

que el caso del alter-capitán se presenta como un caso-F (un caso de

fracaso ilocucionario) debido a determinadas circunstancias externas,

mientras que el caso de Davis se presenta como un caso-E (un caso

de éxito) en virtud de que se dan ciertas circunstanctas externas.

Una tercera diferencia consiste en que mientras que el capitán

que intenta en vano dar una orden en la isla tiene un conocinlientoincorrecto, si no de lo que se requiere en general para ordenar, al

menos sí de cuál es el ámbito en el que puede ejercer su autoridad

como capitán, el habl:¡nre de Davis quc promete tiene un conoci-

miento incompleto de las condiciones para prometer. El experimen-to de Davis puede verse entonces como una fórmula para desafiar

cualquier condición necesaria de carácter mentalista-internista que

se quiera imponer sobre una fuerza. Simplemente, deberíamos supo-

ner, en primer lugar, que un hablante -FI desconoce esa condición ¡en segundo lugar, que H utiliza una fórmula realizativa explícita que

es convencionalmente utilizada en su comunidad lingüística C para

realizar un acto ilocucionario de la clase l que estemos contemplan-do, en las circunstancias que concurrían. Se concluye entonces que

H ha realizado un acto de la clase I en virtud de su pertenencia a C,

y a pesar de su conocimiento incompleto de las condiciones para

realizar I mediante la fórmula realizativa en cuestión. Esto supone

entonces un desafío radical para el mentalismo internista, inclusopara las formas más débiles que afirnlen que algunas condiciones

mentalistas-internistas son innegociables en el sentido de que deben

estar necesariamente presentes para que tal o cual fuerza pueda ejer-

cerse. Para cada una de las condiciones mentalistas que se conside-

ren necesarias para la presencia de una fuetza, el externista puede

construir un caso de un hablante que no cumpla con esa condición,pero que, en virtud de su pertenencia a determinada comunidad lin-güística, produzca una entisión con la fuerza en cuestión.

Sin embargo, no debemos llevar esa estrategia externista dema-

siado lejos. Seguramente, no consideraríamos que un loro o un ex-

tranjero que repitiesen mecánicamente las palabras "Prometo ir a ttr

fiesta' estaban prometiendo algo, por bien situados en su entortl()

externista que estuvieran. Prometer y bautizar son' en este ¿spect()'

fuerzas bastante diferentes, puesto que al que hace una pr()lllcsrl sc

le requiere cierta responsabilidad y conocitnicllto clc c:'ttlsrr prlrrl (ltl('

EXTE R N IS M O ILO C U C IO NA R IO

podamos tomárnoslo en serio, mientras que al que bautiza se le pidesobre todo que haya sido designado para ello mediante un procedi-miento adecuado y que pronuncie las palabras correctas. La posturade Davis en esre punro es similer a Ia que edopta Burge (tUiO¡ conrespecto al contenido mental. como se afirma en el téxto anterior-mente citado de Davis, si atribuimos a ósc"r la propiedad irocucio-naria de estar haciendo una promesa, a pesar de su conocimiento in-completo de las condiciones o de las reglas para promerer, es porquepuede demostrar en muchos contextos su calidad de habrante com-petente' bien atento a sus obligaciones lingüísticas. para Davis. sisupiésemos que el hablante tiene un conocimiento radicalmente in-correcto de la noción de prometer (si creyese, por ejemplo, que<prometer> significa lo que uaborrecer, significa para nosotros) áe_beríamos absrenernos de atribuirle la propiedad ilocucionaria encuestión. De modo similar, como afirma Burge, podemos atribuir aun sujeto psicológico la propiedad de tener creencias acerca de la ar-tritis, a pesar de su creencia incorrecta de que la artritis puede afec-tar al muslo, dehido e que es un hablante conlperente del castellenoque puede usar correctamente la palabra .artritis, en una ampliagama de contexros: piensa (y dice) que ha tenido artritis desde haceaños, que es preferible rener artritis que tener cáncer de hígado, quecierto tipo de dolores son característicos de la artritis, y asiruc.riu"-mente (Burge 1979: 318).

En definitiva, el experimenro que acabo de presentar no impli_ca Ia irrelevancia total de las condiciones mentalistas para la consti-tución de una Íuerza ilocucionaria paradigmátic",

"u'qu. sí sirvepara poner seriamente en duda que quepa considerar a algunas deesas condiciones como condiciones absolutamente necesarias cuyaausencia producirá automáticamente un fracaso a la hora de realizarun acto ilocucionario con una determinada clase de fuerza. Esto es,el experimento pone en cuestión que se produzcan automáticamen_te udesaciertos> o actos ilocucionarios nulos sólo porque er hablan-te no haya interiorizado o no tome mentalmente en consideracióntales o cuales condiciones o reglas23.

2-J' Inclus. frltisof.s t¿1. claramente pr.clives al mentalism' conro Soerber vllilsr¡n soll r('il(i()\ ít iltclr¡ir l,,s lct¡¡: Jq h.rhll dentro Jc su csruJio d. l,r .c,,mturie,r_crrin ostcrrsivo-inferencialo, precisamente porque muchos actos de habla "pueclen eie_tut¡rsc s¿rtisf:rctorirrrrrentc sin ser iderrtificados como tales ni por el hablante ni p6r el()vcr)tc' (Spt'rllt'r y wilson, l9lt6: 29ti). curiosaÍnente, los ¿rutores ilustran esa tesistitrllltlo vrtrios tlt los crtsos prcferitlos tle los intencionalistas: ¿firmar, hipotetizar. su-¡itIir, rlt'cl;rr,rr, rrtgrrr, srr¡rlicrrr, trigir, rvis.rr ) .lnrclr.lz.lr, v consiclcr:¡r.¡t,e n.r re ripli-

l]2 |Jl

Page 67: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

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PALABRAS AL VIENTO

Un argumento a favor del externismo ilocucionario, similar al

que acabamos de exan-rinar, se puede obtener de un modo bastante di-

recto a partir de uno de los eiemplos que se manejan en Burge (1979),

el que tiene que ver con la palabra <contrato'. Burge señala que mu-

chos hablantes normales, quizás la mayoría, cteen errónedmente que

los contratos deben hacerse p()r escrito, que uno no puede adquirirverbalmente obligaciones o derechos contractuales. Sin embargo, ello

no obsta, según argumenta Burge, para que la palabra "contrato' (de

un modo similar a lo que ocurre con la palabra "artritis") se aplique,

en boca de un hablante que posea esa creencia errónea, también a los

contratos verbales, y pafa que los estados mentales que atribuimos a

alguien utilizando oblicuamente (o de dicto) la palabra (contrato> en

el contexto de cláusulas-que (como s¡ .Juan cree que su padre ha fir-

mado un contrato esta mañanar) tengan un contenido (y una exten-

sión) que se corresponda con la noción normativemente correctar y

no con la concepción considerada de modo individualista o de acuer-

do con las concepciones particulares del hablante.

Burge está argumentando a favor del externismo acerca del con-

tenido representacional, y no me voy a detener aquí en si es o no acer-

tada su argumentación (a mi modo de ver, lo es). Me interesa tan

sólo señalar que, sl su argumentación externista funciona para pala-

bras como <contrato>, tendremos en nuestras manos también un ar-

gumento a favor del externismo ik¡cwcionario, siempre que acepte-

mos (lo cual parece plausible) que hacer un contrato es un acto

ilocucionario de tipo institucional similar a bautizar o a dimitir (pre-

fiero decir uhacer un contrato" y no "firmar un contrato)' ya que

asumo que es verdad que a veces uno puede realizar contratos ver-

balmente, algo con respecto a lo cual yo mismo habría estado equi-

vocado antes de leer a Burge). Si alguien puede hacer un contrato in-

cluso cuando no sabe que lo está haciendo, debido a una concepción

errónea como la señalada, entonces, no sólo ocurre que los conteni-

dos mentales cuando uno piensa en contratos, o los contenidos lin-

güísticos cuando uno habla acerca de contratos, están determinados

iocialmente, sino que también lo estará la fuerza de nuestras pala-

bras cuando uno dice determinadas cosas que acaban contando contct

ca a lcrs actos.institucio¡¿1g5,, entre los que incluyen promcter, ittnto c"tr ;lp('srlr'

cleclarar la guerra y agradecer. Sin embargo, a mi modo de ver, los actos "institucl()-¡¿1s5, son los que más claramente pueden ejecutarse felizmente de un nt.cl. It. ilt-tencional. Es a illos a los que se aplica, en primer lugar, la máxim¿r austinirrttrr tlc t¡ttt'

l.r prl¿hr¿ dada nos ohligr.

EXTE R N ISM O ILOCU C IO NA RIO

la realización de un contrato. Tenemos aquí, por tanto, la posibili-dad de casos-E, casos en los que uno tiene éxito a la hora áe reali-zar determinados actos ilocucionarios a pesar de que nada en los es-tados mentales individualistas sirve como respaldo de tales actos. Laignorancia de la ley no nos libra de los compromisos legales que po_demos estar adquiriendo al hablar. En casos así, uno é, lrgit*int,esclavo de sus palabras. Por otra parte, si quisiera hacerse di éste un"caso desviado,, similar al del que dobla distraídamente una apues-ta, estaríamos hablando aquí, desde luego, de una ..desviaci5¡,. queno tiene mucho que ver con lo que es típico, ya que el caso enfaiizaprecisamente que típicamente los hablantes desconocen que los con-tratos verbales lo obligan a uno. En general, un severo desconoci-miento de grandes porciones del marco legal y normativo al que nosencontremos e peser de todo sometidos, es la regla más que la ex-cepción en sociedades complejas como las nuesrras.

6. Explicitación de la fuerza e indicadores de fuerza irocucionaria

Como hemos visto en el capítulo II, a partir de Strawson (1964) losintencionalistas han asumido que con un poco de paciencia e inge-nio es posible ofrecer análisis en términos de las intenciones comu-nicativas del emisor para la mayor parte de las fuerzas ilocucionariastenidas en cuenta por Austin, lo cual se presenta como un feliz en-cuentro entre dos importantes tradiciones dentro de la pragmáticafilosófica. Por mi parte, en esta obra estoy intentando juitificar unalectura antimentalista y externista de Austin, próxima a la que yomismo defiendo. Sin embargo, no he tocado todavía un aspecto <1e

la obra de Austin que parece, en principio, favorecer a los intencio-nalistas. Se trata de la cuestión de la explicitación de la fuerza, queAustin trata en la conferencia VI de su (1962), al hilo de su impor-tente distinción entre realizarivos (o rctos ilocucionarios) primariosy realizativos explícitos.

Consideremos las siguientes emisiones:

1) Tiae leña.2) lré a tu fiesta.3) El cochc de Juan no es rojo, sino blanco.

Sitrr.clrrs cr clctcrnrinad.s contextos de emisión, 1) podría c.n-trrr c()'l() rrrlr <lrcle.; 2) c.nro una promesa; y 3) como una objeción.

134 l]5

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PALABRAS AL VIENTO

Ahora bien, si desconocemos el contexto, las tres se nos aparecerán

como indeterminadas en cuanto a sus aspectos ilocucionarios (como

también, cabe señalar, en cuanto a varios de sus aspectos semánticos

o proposicionales). No sabremos muy bien cómo deben ser interpre-

,oánr, n pesar de que comprendamos el significado convencional de

las oalaÉras utilizádas. A las emisiones de este tipo las denomina

Ausiin realizatiuos Primanos.con respecto a los realizativos primarios podemos estudiar con

cierta neutraliclad las ventajas y las desventajas de los enfoques men-

talista y antimenralista acerca de la fuerza . El mentalista debería in-

sistir en que para averiguar en estos casos la fuetza transmitida te-

nemos que indagar acerca de las intenciones comunicetivas u otros

estados -e.ttalei del hablante. Así, por eiemplo, si para el hablante

que emite 1) es válido el análisis intencionalista que hemos formu-

l"do .n el capítulo II para las órdenes, entonces su emisión contará

simple y llar-ramente .o-o urn orden, mientras que si se le aplica el

análisis que hemos formulado para las peticiones cclntará como una

petición. En cambio, el externista tendría que investigar también, y

sobre todo, cómo son las cosas en el entorno, por ejemplo si el ha-

blante tiene efectivamente autoridad sobre el oyente, antes de deci-

dir cuál es la fuerza que está ahí presente.

Ahora bien, Austin señala oportunamente que el hablante de

una lengua sofisticada como el inglés o el castellano tiene a su dis-

oosición toda una serie de recursos convencionales (como también,

podríamos añadir, ciertcls recursos no convencionales o improvisa-

ior), pnra hacer explícito cómo desea que sean tomadas sus pala-

bras, esto es, cuál es la fuerza pretendida de su emisión' Así, si se

emiie 1) con un cierto rono autoritario, se estará explicitando que

se intenta ordenar más que pedir. Y si se añade a 2) algo como (stn

falta, será seguramente porque se qulere prometer más que realizar

una vaga preáicción acerca de la propia conducta futura' Según Aus-

trn, el ieiurso más sofisticado y efectivo del que disponen los ha-

blantes de una lengua para explicirar la fuerza pretendida de sus

emisiones es el que proporcionan los llamados uerbos realizatiucts,

cuando se conjugan de una cierta forma. comparemos el carácter

indeterminado-de l¡, 2) y 3) con la explicitud y falta de ambigüedacl

de 1'), 2') y 3'):

1') Te ordeno que traigas leña.

2') Te prometo que iré a tu fiesta.

3') Obleto que el coche de Juan no es roio, sino blanco'

XT E R N IS 11 O iLO C U C IO NAR IO

Ahora bien, podría argumentar el intencionalista, parece bastan-te evidente que quien decide hacer la explicitación es el emisor. Yparece igualmente obvio que lo que el emisor explicita por medio desus fórmulas realizarivas explícitas no es orre cose que sus intencio-nes comunicativas, cómo desea que la audiencia tome sus palabras.Y puesto que, según Austin, todo realizativo primario o no explíci-to (dejondo de lado algunes excepciones como amenazar. regañar oinsultar) es analizable en términos de una emisión en la que aparez-ca un verbo realizativo en la primera persona del presente de indi-cativo en singular, esto es, dado que toda fórmula ilocucionaria noexplícita es explicitable, esto parece darnos una imagen global de lafuerza ilocucionaria según la cual ésta se halla baio el control men-tal del hablante, el cual decide si el contexro es lo suficienrementeinformativo para el oyente como para poder ahorrarse indicacionesilocucionarias más precisas, o si por el contrario es preciso ser másexplícito al respecto y valerse de algún indicador de fuerza ilocucio-naria de entre los que la lengua pone a su disposición (cf. \üflarnock

1989: 126; este razonamiento parece estar también en la base del

"principio de expresabilidad, de Searle 1969).iEs inevitable entonces una inrerpretación mentalista de Austin?

iHay que interpretar su observación de que la fuerza de una emisiónlingüística consiste en el modo en el que hay que tomar las palabrasdel hablante como queriendo decir que consiste en cómo el hablan-te desea o intenta que sean tomadas sus palabras? Creo que no. A mrentender podemos mantener una lectura en línea antimentalista deAustin a pesar de este problema derivado de la existencia de indica-dores o uexplicitadores" de la fuerza ilocucionaria.

Para empezar, recordemos una vez más la insistencia de Austinen que debemos estar siempre prestos a distinguir entre hacer x, olograr x, e intentar hacer x. Siguiendo esta recomendación, podemossostener que lo que un emisor explicita, cuando utiliza un dispositi-vo ilocucionario, no es la fuerza efectiua de su emisión, sino, en todocaso, la fuerza intentada o pretendida, esto es, cómo intenta o desea-ría que fuesen tomadas sus palabras. Como veremos en detalle en elpróximo capítulo, en general un hablante tiene buenos motivos paracsperar que la fuerza intentada por él coincida con la fuerza efecti-va dc su emisirin, debido a que típicamente esrá bien informadoJccrcr dc lls condicioncs extcrnistes que envuelven a dicha emisión,rlunquc ye henros visto que esto no sucede siempre.

l)c c¡rrr rr cvrrlr¡rrr cl irnpacto sobre la cuesti(in del mentalismo delrrs corrsirlcrrrciorrcs sobrc lrr explicitebilidacl de la fuerz.a, voy ¿l coll-

l.l6 l\7

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siderar brevemente por separado el caso de los realizativos explíci-tos y el de los realizativos primarios, comenzando por estos últimos.Cuando decimos que un acto ilocucionario es susceptible de unamayor explicitación no tenemos por qué comprometernos con laafirmación de que el que está en la mejor posición para realizar di-cha explicitación es necesariamente el emisor. Como he señalado en

el apartado 2, considero que para el caso de las obieciones, para elde las precisiones, e incluso para el de las afirmaciones, a menudo so-

mos nosotros, los espectadores neutrales y que tenemos en cuenta to-das las circunstancias objetivas relevantes, los que tenemos el derechoa calificar de oobieción", de .precisión, o de "afirmación, una emi-sión, cuando tomamos en consideración determinados rasgos delcontexto discursivo o, en el caso de las afirn-raciones, la fiabilidadcomo informante del emisor. Esto es, somos nosotros los que hace-mos la explicitación, los que consideramos, por eiemplo, que decir3) en tales o cuales circunstancias sería equivalente a decir 3').

Además, plantear las cosas como si el habhnte tuviese siempre en

mente la intención de realizar un acto ilocucionario específico, quepudiésemos caracterizar cl explicitar utilizando un verbo realizativoen primera persona del presente de indicativo, etc., supone desvir-tuar gravemente los hechos reales sobre la comunicación. Cuando unhablante decide no ser explícito lo hace a menudo por razones muydistintas de la pereza, o de la economía, o porque cree que el contex-to hace innecesaria una mayor explicitación. E,l mismo Austin, cuan-do traza su distinción entre realizativos primarios y explícitos, señalaque a menudo nos conviene la ambigüedad o la indeterminación de

nuestros actos de habla. Las razones para ello son diversas. A veces,por ejemplo, cuando decimos .iliae leña", nuestra intención es que el

oyente (u otros hablantes que estén presentes) decida por sí n.rismo

cómo debe ser tomada la ilocución. Esto es lo que Leech denominala "negociabilidad" de la fuerza: "dejando lafuerza poco definida, s

puede dejar a á la oportunidad de elegir entre una determinada fuer-za u otra, de esa forma cede parte de la responsabilidad del significa-do a h" (Leech 1983: 7l). Esto explicaría la expresión común: ,Vi-niendo de é1, lo tomé como una orden". La tesis (externista) de queal menos parte de los factores constitutivos de la fuerza se negocianentre los inrerlocutores me parece muy plausible e interesante, y clig-na de ser desarrollada con detenimiento (cf. Verschueren 1999). F.n

otros contextos, menos cooperativos, lo que el hablantc pucdc tcrrcren mente al decidir no ser explícito es "guarclarsc un .ls clr lrr rn¡rr-ga". Cuando hace algún tiempo un aviíln cs¡ría errrcric¡n() sc cstrcllt'r

en China, las autoridades de aquel país se negaron a entregar el aviónhasta que los Estados Unidos pidiesen disculpas. Puesto que había ha-bido víctimas chines, los americanos se rpresuraron a utilizar una fór-mula ambigua como: .Expresamos nuestro más profundo pesar),que puede ser interpretada como una disculpa, pero también comouna mera manifestación de sentimientos, lo cual no satisfizo en abso-luto a los chinos, que insistieron en que los americanos debían utili-zar úna fórmula no ambigua como: "Pedimos oficialmente disculpaspor lo sucedido". Puesto que podemos pensar que en este caso laambigüedad de la ilocución inicial era deliberada (los americanosdeseaban probablemente nadar y guardar la ropa, quedar bien almismo tiempo con los chinos y con su propia opinión pública, sal-vaguardando las relaciones internacionales a la vez que el orgullonacional), en ese caso no puede aplicarse la tesis de que si el hablan-te hubiera querido habría podido ser más explícito con respecto a lafuerza pretendida. Ser más explícito habría sido tratar de realizar unacto lingüístico completamente diferente del realizado, un acto queno habría cumplido con los fines ilocucionarios deseados.

La moraleja es que la fuerza de una emisión es a menudo unasunto bastante indeterminado, y que las teorías que ponen demasia-do énfasis en los verbos ilocucionarios, o en la posibilidad en princi-pio de explicitar la fuerza de cualquier emisión, como si cualquieremisión que nos encontremos tuviese que caer en alguna nítida ca-tegoría y ser definitivamente clasificada como orden, petición, pro-mesa o afirmación, están probablemente desencaminadas. Ni el ha-blante tiene en muchos casos intenciones ilocucionarias demasiadoclaras, ni, cuando las tiene, esas intenciones son lo único que cabetener en cuenta de cara a especificar qué acto ilocucionario ha sidorealizado. Admitir la indeterminación en la fuerza de muchos actosilocucionarios puede dificultar la construcción de teorías como la deSearle (y también la de teorías griceanas como la de Schiffer 1972),que parecen comprometerse con la tesis de que siempre existe, enlos hechos, una base definitiva para decidir cuál es Ia fuerza de unaemisión y en qué apartado taxonómico debemos colocarla.

Pasemos ahora a considerar los enunciados introducidos por unvcrbo realizativo en primera persona del presente de indicativo ensingular y voz activa, el paradigma austiniano de realizativo explíci-to. Her'¡ros visto también casos de este tipo en los que lo que se ex-plicite no clepende completamente de las intenciones u otros estadosnrcrrtrlcs clel cnrisor. Tenemcls, en primer lugar, casos de fracaso ilo-cucit¡nrrrio conro cl rlc cl<lrr Quijote intentando retar a duelo en un

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contexto en el que no es posible hacerlo. Por explícito que sea donQuijote, diciendo, por ejemplo: "Por la presente, lo reto a usted a

duelo", alavez que abofetea o lanza el guante a su audiencia, no ha-brá conseguido que su emisión se cargue con la fuerza efectiva de unreto a duelo, y su emisión no deberá ser tomada como tal, aunqueseguramente habrá conseguido transmitirle a una audiencia no total-mente desinformada acerca de los usos caballerescos del pasado cuáles la fuerza pretendida o intentada por él mediante su emisión.

En segundo lugar, tenemos casos como los que se nos han pre-sentado en los dos experimentos mentales que han sido discutidosen el anterior apartado. Ambos han sido planteados utilizando emi-siones en las que se empleaban fórmulas realizativas explícitas. Elhablante de Davis dice: .Prometo ir a tu fiesta,, y su emisión cuen-ta, en efecto, como una promesa explícita. Pero, si el diagnósticoque hace Davis es correcto, lo que la hace una promesa es, en par-te, que Oscar pertenece a una comunidad lingüística en la cual unade las condiciones o reglas para prometer dicte que quien prometequeda automáticamente obligado por su promesa a cumplir con loprometido. En ese caso, son los demás hablantes los que juzgan quelas palabras de Oscar constituyen una promesa explícita. La utiliza-ción de la fórmula explícita es precisamente lo que hace que Óscarsea esclavo de sus palabras, lo que hace difícil que excusa alguna lopueda librar de la crítica si finalmente no acude a la fiesta. Si al me-nos hubiera empleado un realizativo primario todavía podría haber-se agarrado a una línea plausible de defensa, señalando que en rea-lidad no quería hacer promesa alguna, sino una vaga declaración deintenciones, cuando di¡o que acudiría, y quizás podría conseguir quesu ausenci:r le fuese excusada.

Podemos cclncluir entonces que la existencia de indicadores con-vencionales de fuerza ilocucionaria, y la innegable evidencia de quea menudo los hablantes utilizan conscientemente esos indicadorespara dejar completamente claras sus intenciones ilocucionarias, noson en absoluto incompatibles con una defensa plausible del anti-nrentel ismo ilocucionario.

7. Significado lingüístico, significado del hablantey sign ificado pragmri t ict t

Las reflexiones anteriores pueden servirnos para explicar mejor enqué sentido se está defendiendo en esta obra una teoría de la fuerzrque no es intencionalista, pero tampoco convencionalista.

Si lo que he dicho en este capítulo no está desencaminado, unafuerza ilocucionaria típica no está determinada en ningún caso única-mente por el significado convencional de las palabras que se emiteno, en general, por el significado convencional de los signos que hansido producidos. Podemos aclmitir que existen recursos lingüísticosconvencionales especialmente dedicados a propósitos ilocucionarios,entre los que podemos citar los modos oracionales (declarativo, im-perativo e interrogativo), la entonación, o el uso de los verbos reali-zativos en la primera persona del singular del presente de indicativoy voz activa. El significado convencional de esos recursos no reside e¡su contribución a fijar el contenido representacional de las emisiones,sino en su contribución a la hora de determinar lafuerza de las mis-mcs. Cunnclo se utilizen expresiones pertenecientes r algún sistemecomunicativo convencional podemos decir que a veces el uso de unaexpresión con un determinado significado convencional contribuyedecisiuamente a Íiiar la fuerza ilocucionaria de la emisión, en el senti-do de que establece, en general, restricciones, a menudo muy fuertes,con respecto a los actos de habla que pueden estar siendo realizadossincera y literalmente mediante ejemplares de ese tipo, o en el senti-do de que proporcionrn instrumentos -especialmente rptos" parerealizar ciertas clases de actos ilocucionarios mejor que otras (Réca-

nati 1987 18). Por poner un ejemplo extremo, si digo: "Prometo ve-

nir mañana" es casi seguro que no estaré bautizando un barco con el

nombre Qween Elisabetb. Pero esto tendrá que ver, en todo caso, conlo que podemos llamar el potencial ilc¡cucic¡nario del verbo realiza-¡iy6 "pronreter" (y con el de "bautizar") cuando se lo utiliza en laprimera persona del presente de indicativo en singular y voz activa.Seguramente, el potencial ilocucionario forma parte del significadoconvencional de deterrninados recursos lingüísticos como el umodou

de la oración o la presencia de verbos realizativos conjugados de de-terminada manera. No se sigue, sin embargo, que uno pueda haceruna promesa (o cualquier otro acto ilocucionario típico) meramenteen virtud de la emisión de palabras con el potencial ilocucionario ade-cuado. lncluso cuando se utiliza un recurso ilocucionrrio convencio-nal con su potencial ilocucionario convencionalmente establecido.otras cos¿1s tienen que salir bien para que el acto potencial se convier-ta en un acto efectivo. Esto está en consonancia con lo que Austin diceal cornienzo cle su (1962) en relación con las emisiones realizativas:

F.rprcs:rr las prrl:rbras es, sirr clucla, por lo conrúrn, un episodio prin-ciprrl, si rro c/ episoclio principal, en lr rcalizrci(rn clel rcto (de epos-

140

-l

t4l

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tar o de lo que sea), cuya realización es también la finalidad que per-sigue la expresión. Pero dista de ser comúnmente, si lo es alguna vez,Ia única cosa necesaria para considerar que el acto se ha llevado a

cabo (Austin 1962:49).

La fuerza ilocucionaria está, entonces, total o parcialmente de-terminada de un modo pragmático. Esto sería así incluso aunquefuese cierta la llamada "hipótesis realizativa", según la cual toda ora-ción tiene, al menos en el nivel de su uestructura profunda", la for-ma de un realizativo explícito que cumple con el esquema: "Yo V queP", donde V es un verbo realizativo en la primera persona del pre-sente de indicativo en singular y voz activa (cf. Ross 1970 y Sadock1974). La fuerza de los realizativos explícitos típicos no es mera-mente una cuestión del significado "atemporal" de las expresionesexplicitadoras o indicadoras de la fuerza, y esto se aplica tanto sisostenemos la distinción realizativo explícito uersus realizativo pri-mario como si la abolimos por la vía de defender que en un nivelprofundo todos los realizativos son explícitos. Los enfoques quepretenden (gramaticalizar,, la fuerza ilocucionaria cometen la deno-minada "falacia performativa,, que Geoffrey N. Leech resume en latesis según la cual uun enunciado que contiene un verbo realizativoexplícito es la forma canónica de un enunciado, (Leech 1983: 267).Desde un enfoque pragmático no es necesario considerar que la for-ma más explícita de ejercer una fuerza es la normal o canónica.

Las restricciones que un determinado recurso convencional im-pone a los posibles actos ilocucionarios realizables mediante su uti-lización (no literal) son, por otra parte, tremendamente flexibles.Imaginemos un contexto en el que varias personas desean bautizarun barco con el nombre Qween Elisabeth, pero existe la prohibiciónoficial de poner nombres ingleses a los barcos. Esas personas po-drían ponerse de acuerdo para montar un ritual clandestino, peroaparentemente público, en el que alguien dijese la primera cosa quese le viniese a la cabeza (por ejemplo: .Prometo venir mañana") yeso contase en secreto (para esa comunidad) como bautizar el barcocon el nombre Queen Elisabeth. Aquí la fuerza estaría pragmática-mente determinada en un sentido muy fuerte. Se estaría utilizandcrun recurso convencionalmente diseñado, en principio, pera pronrc-ter, con fines ilocucionarios completamente distintos.

Además, en el caso de los llamados .realizativos primarios",como "Vendré mañana", el potencial ilocucionario que se cleriv¡ clclsignificado convencional de las palabras utilizadas es tan p()c() rcs-

trictivo que la parte principal en la constitución de laftterza será de-jada necesariamente al contexto. Y en actos ilocucionarios improvi-sados, como el de Diógenes echándose a andar como un modo deafirmar que el movimiento es posible, no habrá ningún potencial ilo-cucionario convencionalmente asociado a su acción de andar quecontribuya a fijar la fterza de su acto significativo. En esre caso,todo será dejado o bien a los estados mentales de Diógenes o bien alas circunstancias externas no convencionales que rodean a su paseo.

Ahora bien, icómo hay que entender la noción de significadopragmático de una emisión? La pragmática filosófica descendientede Grice adopta como una de sus distinciones principales la que se

daría entre el significado lingüístico (el significado esrándar, conven-cional o "atemporal") y el significado del bablante, que enriendencomo lo que el hablante realmente quiere decir con lo que dice, yque muy a menudo va más allá de lo que el hablante literalmentedice. Lo común entonces es identificar lo que antes he llamado el slg-nificado pragmáticct de una emisión con el significado (ocasional) delhablante. A veces, incluso se identifica la pragmática con el estudiodel "sig¡ifis¿do pretendido por el hablante" (Yule 1996: 146). Peroesta identificación no me parece adecuada, por las razones que hansido aducidas a lo largo de este capítulo. El significado pragmático deun acto lingüístico consiste en sus propiedades representacionales e

ilocucionarias efectivas. I al menos en lo que a las últimas se refiere,para averiguar qué acto o actos ilocucionarios se están realizando nobasta con averiguar cuáles son los estados mentales del emisor, in-cluidas sus intenciones comunicativas. Muy a menudo habrá que te-ner en cuenta distintos factores que van más allá tanto del significa-do lingüístico como de las intenciones comunicativas del hablante.

Ef proceso de interpretación ilocucionaria es, por lo tanto, bas-tante más complejo de lo que se suele dar por sentado en buenaparte de la pragmática filosófica contemporánea, predorninantemen-te dominada por el intencionalismo. Para averiguar qué acto o actosilocucionarios se han realizado en una determinada ocasión habráque tener en cuenta no dos, sino tres factores diferentes: el signifi-cado lingüístico (en los casos en los que se emplea algún recurso lin-güístico o, en general, convencional), las intenciones u otros estadosmentales del hablante ¡ por último, los factores exrernisras y anti-nrentalist¿rs que puedan estar presentesZa.

)4. I:n (st¡ ()l)rir lnc ()crrpo tundrurrerrtrrlnlcnte clel problerrr:r ontolítgico c1e l:itt¡ttslilt¡tititt tlt lrr frrt'rzrr, y n() t¡nt() tlcl pr0blcrra epistórrric0 t1c st intcrpretacititt. b.l

l42 t4.r

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En tal proceso interpretativo, el significado del hablante, puesroque determina cuál es la fuerza pretendida, es a menudo, aunque nosiempre, crucial a la hora de evaluar cuál es la fuerza efectiua de laemisión. Así, cuando un general le dice a un soldado raso: *Cierrala puerta", puede ser importante saber si el general está invocand<_rsu autoridad, ya que de lo contrario podría estar realizando una sim-ple petición o algún otro directivo que no requiriese una autoridadsobre el oyente por parte del hablante25. Algo similar ocurre, porejemplo, si alguien aparece con un objeto en sus manos y pareceofrecérmelo. ¿Acaso me lo está regalando? iO quizás sólo me lo estáprestando? cO me pide que lo sostenga? Estos casos hacen aparecercon claridad la importancia de las intenciones del hablante a la horade averiguar cuál es lafuerza de una emisión. Pero una vez más megustaría insistir en que las intenciones, aunque cuentan decisivamen-te en muchísimos cascls26, no bastan en prácticamente ninguno. Paraque una emisión tenga la fuerza de una orden no basta con que se

invoque una autoridad (y con que se posean ciertas otras intencio-nes que son características de las órdenes), sino que el emisor debeposeer efectivamente esa autoridad. Para que un regalo (o un prés-tamo) tenga efecto, el objeto debe ser efectivamenre propiedad delemisor, y así sucesivamente, como he argumentado ampliamente enel apartado 2 de este capítulo. La fuerza ilocucionaria forma parre,pues, del significado pragmático de una emisión, y no del signifrca-do del hablante (definido en rérminos de sus inrenciones comunica-tivas), ni tampoco del mero significado lingüístico atemporal. Y larazón de ello es que para averiguar cuál es la fuerza de una emisión,

profesor: Carlos Pereda nre ha señalado que ambos problemas pueden estar ntás ínti-nr¿mente conect¿dos de lo que yo presupongo. Ciertamente, algunos de los factoresexternistas que he señalado tienen quc ver con la inter¡rretación (así, lar cornprensitindel oyente). Pero asumo, en efccto, que no todo son intcrpretaciones ilocucion:rrias,que existe en general algo corno la firerza ilocucionaria de una en.risión (aunque pue.de existir cierta indeterminación en los hechos), de modo quc cabe hablar de inter-pretaciones ilocucionarias acertadas o desacertadas.

2.5. Sin embargo, cuando existe una difcrencia efectiva de esratuto de autoridaden favor del hablante, las palabras dc éste se interpretarán npor defecto' como uni!orden, con indeperrdencia dc que esté o no invocando .mentalmentc' su autoridad-En un caso así, si el hablante quicre hacer una simple petición, deberá dar evidenciasadicionales de ello.

26. Aunque no en todos. He argumerrtaclo que una emisión puede contar :r veces colllo una objeción aunque la fuerza pretendicla fuese sólo l:r de un¿r afirnr¿cirilr,o contar conro una afirmación (debido a que el hablante es realmentc fiablc), eunr¡rrcla fuerz¿r prctcndida fuesc sírlo la cle rrna conjetur:r, ctcétcr¡.

en general, es preciso conocer algunos detalles acerca del contextoexterno y extramental en el que dicha emisión se produce.

A partir de Strawson (1964) es relativamente frecuente distin-guir entre la fuerza de una emisión y el acto ilocucionario realizadomediante dicha emisión, de un modo tal que la fuerza (en un sentidode "fuerza" sesgado por el espíritu mentalista) se considera depen-diente únicamente de las intenciones del hablente, mientras que paraevaluar qué acto ilocucionario ha sidcl realizado es necesario compro-bar si se han dado, además, determinadas condiciones de felicidad.Una consecuencia de ese punto de vista es que cuando el significadodel hablante coincide con el significado lingüístico atemporal (apli-cado), entonces Ia fuerza se considera completamente determinadapor el significado convencional de la emisión (cf., por ejemplo, Sear-

le 1968). A mi modo de ver, ese punto de vista traiciona el espírituexternista de Austin, aunque cs cierto que existen algur.ras ambigüe-dades en lo que Austin dice que quizás dan pie a esa interpretaciónde sus ideas. La concepción intuitiva de la fuerza que he manejadoa lo largo de toda esta obra es, simple y llanamente, la que suponeque la fuerza de una emisión es aquello que, en conjunción con undeterminado contenido representacional, hace de una emisión el actoilocucionario que es: lo que hace de una promesa una promesa, deuna objeción una objeción, de una advertencia una advertencia, etc.Si alguien desea reservar la expresión .fuerza" (que, después de todo,es un término técnico) para referirse a algo que depende sólo de las

intenciones del hablante y gue, al menos en algunos casos, puedequedar agotado por el significado convencional de las expresionesutilizadas, podemos cederle amablemente la palabra. La disputa real-mente importante, por supuesto, dista de ser terminológica. El temade verdad interesante, en mi opinión, seguiría siendo el siguiente:¿En virtud de qué decimos que un acto significativo es una prome-sa, una objeción, una orden o una dimisión? A las condiciones queden respuesta a esa pregllnta podemos entonces considerarlas comodescribiendo las condiciones constitutivas de la "Fuerza" de unaemisión (con mayúsculas, para distingLrirla de la "fuerza> en el sen-tido mentalista que algunos quieren mantener). A lo largo de esta obrame ha interesado estudiar la Fuerza, y no meramente la "fuerza" delos actos ilocucionarios. La "fucrzar, a mi cntcndcr, cs, cn todo caso,sólo una parte de la F'uerza27.

)7. tin¡ clc l;rs tlisf inciones rn;is confrrsas en la filosofía de Austin es la oue el ¿ru-

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Thnto los convencionalistas como los intencionalistas quierenllevar el agua a sus respectivos molinos aceptando que existen casosen los que se producen actos ilocucionarios sin que se cumplan sus

condiciones convencionalistas o intencionalistas favoritas, pero queesos casos podrían haber sido como los que ellos consideran para-digmáticos. Y es cierto que cada aspecto ilocucionario relevante po-dría haber estado respaldado mediante convenciones (esto es, habersido explicitado mediante indicadores convencionales de fuerza), ypodría también haber estado intencionalmente respaldado. En estepunto podemos darles la razón a ambos. Además, podemos conce-der que, en principio, no hay nada reprochable en la consideraciónde que algunos casos en los que se usa ilocucionariamente el lengua-je son más paradigmáticos o centrales que otros. Sin embargo, loque sí me parece intolerable es que los casos supuestamente no pa-radigmáticos queden completamente inexplicados. Así, por ejemplo,aun cuando aceptásemos que la fuerza de les emisiones es! en gene-ral, explicitable en el sentido de que podríamos haber sido más ex-plícitos si lo hubiéramos deseado, es importante señalar que una ex-plicitación potencial de la fuerza de una emisión no explica qué es

lo que da a una emisión no explícita la fuerza que realmenle posee.Por poner un caso extremo, si Diógenes está haciendo una objeciónaZenón mediante su paseo, no explicamos qué es lo que hace de supaseo una objeción diciendo que, si lo hubiese deseado, Diógenespodría haber dicho simplemente (en griego, por supuesto): "Objetoa lo que dices que, como demuestra mi paseo, el movimiento es po-sible". El caso es que en su emisión no se aplican recursos conven-cionales y Que, a pesar de ello, es significativa, con lo cual su signi-ficatividad no puede provenir de fuentes convencionales y hay quebuscarla en otra parte.

Una línea argumentativa similar podría seguirse en contra dequienes dijesen que, si bien el significado convencional de una emi-

cucionario) y dctos ik)cucionarios (y l:r correspondiente noción de fuerza ilocuciona-ria) (cf. Cohen 1969; Furberg 1969; Sear:ie 1968; F'orguson 1973; Strawson 197.))En esta obra he nrescindiclo cle la noción austiniana de acto locucionerio. No obst:rrte, quizás se la podría rescatar considcrando quc cl acto locucionario es ur.] ecto dc-terminado exclusivamente por el significado convencional de las palabras (unir vrzdespejadas contextualmente las arrbigiiecl:rcles referenciales y las ambigiicdarles rrccrce del "sentido, convencional de las erpresiones er.npleadas). Fll ¿rcto ilocuciollurir',por su partc, se identifica, ¿rl mcnos cn pxrte, por su Fucrz:r, l¿ cual nt¡ cst¿í drtcrnrinacla sólo por el significado locucionario (que parece una lrocirin silnil;rr rr l¡ rlt "srgnific¡do atcnrporrrl aplicedo" griccarro).

XTE R N IS M O ILO C U C IO NA R IO

sión no agota) en general, la fuerza de una emisión, el significado delhablante sí que lo consigue. De nuevo, se podría aceptar que siemprees posible, en principio, que cada aspecto relevante de una fuerza estémentalmente representado por el hablante, y que el hablante lo ten-ga en cuenta a la hora de hablar. Por ejemplo, siempre es posible quecuando un hablante hace una objeción esré inrentando hacerla ¡ portanto, que represente (incluso que represente correctamente) el con-tenido de su emisión como contradiciendo el contenido de la emi-sión de la persona a quien se hace la objeción. Ahora bien, así comoel hecho de que cada aspecto de la fuerza pueda ser explicitado me-diante indicadores convencionales no explica por sí mismo los casosen los que la fuerza, de hecho, no se explicita, así también el hechode que cada aspecto de la fuerza pueda estar mentalmente represen-tado no explica los casos en los que, de hecho, la fuerza no está, entodos sus aspectos, mentalmente representada.

Ante les consideraciones enteriorest me prrece que, desde e.punto de vista de un tratamiento general del fenómeno de la fuerza,haremos bien en seguir utilizando la palabra ,.fLrerza,, en un sentidollano, como aquello que hace de un acto ilocucionario el acto ilocu-cionaric¡ que es, y utilizar términos técnicos diferentes para los as-pectos del significado convencional y para los relacionados con lasintenciones del emisor que estén involucrados en la deterrninaciónde una fuerz¡. Términos como (potencial ilocucionario convencio-nal", para los primeros,y,,fuerza pretendida" (o, como he sugeridocon anterioridad, ofuerza en sentido estrecho'), para los segundos.Ese me parece el únic<¡ rnodo de avanzar hacia una teoría de la fuer-za que valga para todos los casos que pueden producirse: aquellosen los que la fuerza está completamente explicitada gracias a deter-minados recursos convencionales, aquellos en los que esto no es así,pero las intenciones del emisor son claras, y aquellos en los que, fi-nalmente, la fuerza rebasa cualquier intento de ser absorbida a tra-vés de las convenciones lingüísticas o de las intenciones del emisor.Luego, pero sólo luego, puede hablarse de que unos casos son másparadigmáticos que otros, si es que se considera útil o convenientetrazar esa distinción.

l4t. t47

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LA RACIONALIDAD DE

V

LA ACCIÓN LINGÜÍSTICA

El imperio de las intenciones contraataca

Recapitulemos el camino recorrido hasta aquí. Existen, en principio,dos marcos explicativos posibles acerca de por qué hablar no consis-te meromente en arrojar palabras al viento, o, más generalmente, depor qué actuar ilocucionariamente no consiste meramente en realizardeterminad<ls movimientos o acciones puramente físicas. podemospartir de la hipótesis de que lo que hace de unos sonidos aurénricosactos de habla consiste en que hayan sido producidos con ciertas in-tenciones u otros estados mentales por parte de un emisor; o pode-mos decir que consiste en que esos sonidos hayan sido producidosen determinadas circunstancias externas que los contextualizan. lascuales pucden incluir la vigencia de deiermineclas convenciones,prácticas, reglas o normes. a nrenudo ligadas e insriruci,nes socieresespecíficas. El convencionalismo ilocucionario no sería entoncesmás que una variante de esta segunda forma de explicar las propie-dades ilocucionarias de las emisiones.

Por supuesto, es también posible, y hasta recomendable, tratar deelaborar explicaciones mixtas del fenómeno de la fuerza. explicacio-nes que hagan intervenir tanto factores mentales como fectores ex-tramentales. En el capítulo IV he argumentado que una estrategiaexplicativa externista fuerte no debe scr depreciada en beneficio ex-clusivo de un¿r explicació'intencionalista, como con demasiada fre-cuencir: ticllclen ¡ lraccr los teóricos clue siguen la estela de Grice.l)cr. e ll. n() sup()lrc neccsrlrirrmcnte plserse rrl extremo contrario cleconsitlcr;rr (lu('('s l.rosiblc ofrcccr rrna cxpliclción clc le fuerza cn tér-

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minos exclusivamente antimentalistas, como tal vez estén inclinadosa hacer algunos filósofos poco proclives a utilizar te(rricamente lajerga mentalista para explicar la acción humana en general y la ac-ción lingüística en particular. En realidad, los dos marcos explicati-vos examinados no son incompatibles, puesto que la fterza de unaemisión podría depender en parte de los estados mentales del emi-sor y en parte de facrores extramentales. Esta es. de hecho, la posi-ción conciliadora que, con algunas vacilaciones en cuanto al peso re-lativo que debe otorgarse a una y otra clase de factores, he tratadode defender en el capítulo anterior. Dejando aparte algunos casosmarginales y algunas formas especialmente radicales de externismo,podemos aceptar provisionalmente la hipótesis de que los estadosmentales tienen, en la mayor parte de los casos o para la mayor par-te de las fuerzas, un papel importante que jugar en la explicación dequé es lo que hace de una emisión el acto ilocucionario que es, perono son suficientes por sí mismos para constituir una fuerza típica.Esa postura puede ser resumida en el siguiente eslogan: Las inten-ciones cuentan, pero no bastan, o, si queremos ser más precisos, a

costa de ser menos eufónicos: "Las intenciones cuentan de cara a laconstitución parcial de la mayor parte de las fuerzas paradigmáticas,pero no bastan para la constitución completa de casi ninguna".

Ahora bien, el mentalista puede no estar dispuesto a rendirse tanfácilmente, o a ceder tanto terreno al externismo fuerte. En este ca-pítulo deseo examinar una grieta que podría pensarse que amenazacon derribar un proyecto antimentalista y externista como el que heesbozado en el capítulo anterior, aun en una versión moderada delmismo que tenga en cuenta adecuadamente el papel de los estadosmentales en la constitución de una fuerza paradigmática. El menta-Iista podría esgrimir, en contra del externista ilocucionario fuerte,un argumento basado en la necesidad de preservar la racionalidad oal menos la intencionalidad de nuestros comportamientos lingüísti-cos. Brevemente, el problema consiste en que el externismo ilocu-cionario fuerte parece incompatible con la consideración de lasemisicrnes lingüísricas como genuinas acciones. Es evidenre que na-die arroja sus palabras al viento como quien juega a la lotería, aguar-dando a que se carguen con una fuerza sobre cuya naturaleza ape-nas ejerce su control. Dicho de otra manera, hablar se nos prescntrlintuitivamente más bien como algo que hacemos que como algo qrrcnos ocurre, o que dejamos o esperamos que nos pase. Cuarrdo ha-blamos, sabemos en general lo que estamos haciendo y por qué l<r

estamos haciendo. En una conversación normal. los interl()cut()rcs

\LTDAD DE LA AccróN LrNGUisrtcA

intercambian palabras como parte de una estrategia intencional, tí-picamente cooperativa y basada en razones, para transmitirse infor-mación mutuamente, coordiner sus acciones, o expresar sus scnti-mientos y emociones. Esto es, los agentes lingüísticos son movidos a

hablar como resultado de la interacción de sus estados psicológicosy debido a que poseen determinadas expectativas razonables acercade sus audiencias. Sin embargo, el enfoque externista fuerte dejafuera del control epistémico del emisor, más allá de toda mediaciónpsicológica. el menos une perre importante de las condiciones quehacen de una emisión suya el acto ilocucionario que realmente es.

De ese modo, no parece tener recursos para explicar la acción lin-güística, si entendemos por uexplicar una acción" la posibilidad deracionalizarla, de ofrecer una serie de motivos que los hablantespueden haber tenido para actuar como lo han hecho. Si, por ejem-plo, hacer una ohjeción no consiste meramente en intenter afirmeralgo que se contradice con lo que el interlocutor ha afirmado con an-terioridad, sino que en gran medida consiste en decir algo que real-mente se le contrapone, o algo que es interpretado de ese modo porparte de la audiencia, o mejor, por parte de un espectador bien situa-do, con independencia de lo que intente o crea el hablante, entonces,una objeción puede hacerse, por así decirlo, sin motivo alguno, sóloporque resulta ser una objeción dadas sus relaciones discursivas ex-ternistas. Esa visión de nuestro uso significativo de los signos pare-ce, según podría argumentar el mentalista, como mínimo altamentecontraintuitiva y difícil de tragar. De hecho, se podría incluso argu-mentar que el propio concepto ordinario de acción (y posiblementecualquier concepto teórico razonable que viniese a reemplazarlo) es

inteligible sólo cuando tenemos en cuenta su íntima conexión conlos conceptos mentalistas de creencia, deseo e intención (Strawson1992: 130). iNo significa esto acaso que el concepto de acción lin-güística se vuelve tarnbién ininteligible si lo privamos de su conexióncon el concepto de intención comunicativa?

Este contraataque del mentalista supone, a mi entender, un difí-cil reto para el externismo ilocucionario fuerte. Antes de plantear mipropia respuesta al misnto, rechazaré como no excesivamente perti-nente una diferente posible línea de réplica. A veces se le reprochaal griceano un excesivo intelectualismo, puesto que los estados men-tales conrplejos que, segírn é1, deben acompañar a cualquier emisiónprrre cluc rrclrluicrr la fucrza oportuna, no parecen acordes conlafe-ttt¡ntt'tu¡lr¡gíd dc lrr co¡nunicaci(rn, corl la apariencia intelectualnren-tc l)()c() solisticrtrlrt (lu('p¡rlr llosotr()s tiene la activiclacl cotidiana de

tsl1.50

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comunicarse (cf. Evans y McDowell 1976). Las complejas intencio-nes que aparecen en los análisis griceanos se parecen a las conoci-das ulnstrucciones para subir una escalera" de Julio Cortázar, lascuales pueden verse como una forma de parodiar un modo excesi-vamente intelectualizado de concebir la etiología de nuestras accio-nes cotidianasr.

No es ése, sin embargo, el camino que deseo seguir aquí pararesponder al problen-ra que nos plantea el mentalista. Por mi parte,al menos para los fines de la presente argumentación, estoy dispues-to a concederle la libre apelación a estados mentales tácitos o sub-personales de gran complejidad, si bien considero que es de la má-xima importancia no perder nunca de vista la cuesrión de la realidadpsicológica dc los estados mentales que se invoquen como hipotéti-ca fuente de propiedades ilocucionarias.

Podemos aceptar entonces que para que una acción lingüísticasea racional (racionalizable) o intencional no es necesario que sea elresultado de procesos de raciocinio conscientes o fenomenológica-mente transparentes. En todo caso, el reproche que nos hace el men-talista sobrepasa la distinción entre los estados mentales conscientesy los estados mentales inconscientes o "subpersonales, del emisor.Yo podría explicar en términos mentalistas, por ejemplo, por quéuna novia dice "No Quiero" cuandcl un momento antes, e incluso encl momento de decirlo, desea o cree desear conscientenrente cJsar-se con el candidato a ser su marido. La explicación podría ir, porejemplo, en la siguiente dirección: "Lo que explica su conducta lin-

l. De acuerdo cor.l una explicación intelectualista, cuando subimos unas esca-leras (o cu:rndo nos atamos los z:rpatos) una especie de homúnculo mental estaríaaplicar.rdo una serie de instrucciones explícitamente representadas en algún "archivo,rnental (cf. Fodor l96li). Esas instrucciones se parecerían (un poco) a las siguierrtes

"Las escaleras se suben de frentc, pues hacia:rtrás o de costado resultan particu-larrlentc incómodas. [,a actttud n¿ltural consiste en ri]antenerse de pie, los brazos col-gancio sin esfuerzo, la cabeza erguid:r aunque no t¿lnto que los ojos dejen de ver Iospeldaños inmediatamente supcriores al que pisa, y respirando lenta y regularmenre.Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la clc-recha abajo, envuelta casi siempre en cuero o ganruza, y que salvo excepciones cabcexactamente en el escaltin. Puesta en el peldairo dicha parte, que para abreviar llanl¡-remos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (tambrén llar.nada pie, pcroque no ha de confur.rdirse con el pic antes citado), y llevándola a l¿ altnra dcl pie, se

la hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éstc clescllrsrr;iel pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros pelciaños son sienrprc los rrr:isdifíciles, h:rsta adquirir la coordin¿rción necesaria. I-a coincidencia dc rronrbrt' cnrrt' t,pie y el pic hace clifícil Ia cxplicación. Cuídcsc especialnrcnte cle rro lev:rnr¡r ul nrisr])o ticrrp() ef pic v cl pie.)" ((iorrrizar 1962: 2.5 )-6\.

güística es el amor inconsciente que todavía siente por un cntiguonovio>. Esto todavía sería una racic¡nalización de 1a conducta de lanovia, en el senticlo de que se presenta su conducta como un resul-tado de la posesión de determinados estados mentales (inconscien-tes, pero causalmente eficaces), que la hacen aparecer como <cohe-

rente - o fundade en motivos.Es más, cuando digo que existe un reto para el externista ilocu-

cionario fuerte que tiene que ver con la necesidad de hacer aparecera los actos lingüísticos como racionalizables o inteligibles, no seríauna buena réplica decir que tanto peor para la racionalidad, puestoque muchas de nuestras conductas lingüísticas son en realidad irra-cionales ¡ por lo tanto, es absurdo tratar de racionalizarlas. Lo quese discute aquí es algo más modesto que la Racionalidad con mayús-cules. Se discute simplemente si es neceserio un respaldo mentalistepara que nuestras acciones lingüísticas no aparezcan como mera-mente arbitrarias o misterlosas en cuanto a su etiología. No nos in-teresan en este momento, o nos interesen en menor medida, las ca-racterísticas que una acción lingüística debería poseer según algúnexigente criterio de racionalidad, ya sea estratégica o comunicativa.Sea que el defensor de la irracionalidad de una acción lingüísticaquiera decir que algunos de los estados mentales involucrados enella son inconscientes, o que esa conducta no necesita haber sidocallsada por modos ortodoxos o racionalmente fundados de pensar,en ningún caso parece estar poniendo en tela de juicio que lo queconvierte en acciones lingiiísticas de variadas clases a las emisionesen cuestión es el respaldo que le proporcionan determinados esta-

dos psicológicos del hablante. Pero el antimentalista se atreve a irmás allá, afirmando que al menos algunos de los componentes de

una fuerza típica o paradigmática no están respaldados por estado oproceso mental individual alguno, ya sea consciente o inconsciente,racional o irracional, por lo que la emisión de palabras con esa fuer-za parecená, desde el punto de vista de quien busca explicar la ac-

ción individual del emisor, completamente misteriosa en lo que a su

etiología se refiere.Un autor que propone explícitamente ligar la típica racionali-

dad de las acciones lingüísticas con un punto de vista mentalistaacerca de las condiciones constitutivas de la fuerza de una ilocuciónes Manucl García-Carpintero (García-Carpintero I996: cap. XIII).El autc¡r prcsenta, en primer lugar, el punto cle vista de Donald Da-viclson, scgún cl cr¡al una accirin cualquiera es recional si (y sírlo si)

ticnc conro c:rusas los cstlrdos nrentales ctue la recionalizan. A con-

t.sl. lsi

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tinuación, en relación con los actos ilocucionarios, acepta la distin-ción entre su contenido representacional (o, en su terminología,"condiciones de correspondencia, con la realidad) y su fuerza ilocu-cionaria, resaltando el hecho de que dos actos ilocucionarios po-drían compartir el mismo contenido representacional y ser no obs-tante actos ilocucionarios de tipos diferentes (por ejemplo, unapetición frente a una orden) debido a que ejemplifican diferentesfuerzas ilocucionarias. Se pregunta entonces en virtud de qué pue-de resultar que esas fuerzas sean diferentes. Y su respuesta, quepretende fundamentarse en la teoría davidsoniana de la acción. esla siguiente:

[...] lo que las distingue es que la acción que, relativamente a lasmismas condiciones de correspondencia constitutivas del conteni-do de las palabras que uriliza, llevaría a cabo el hablante si pusiesepor obra las proferencias imaginadas, sería una acción de tipo di-ferente en cada caso. iQué distinguiría tales acciones? Puesto que,en cada caso, se trataría de acciones racionales del agente, el ha-blante en este caso, y las acciones racionales son sucesos (en nues-tro caso, emisiones de sonidos o inscripciones gráficas) cawsados porcreencias y deseos que los racionalizan, lo que las distinguiría nece-sariamente han de ser algunas de las características de las creenciasy los deseos típicamente responsables de cada una de esas profe-rencias (García-Carpinterc¡ 7996:4[i6; las cursivas son de Ga¡cía-Carpintero).

El argumento que García-Carpintero nos presenta aquí pareceser precisamente una versión del argumento que acabamos de exa-nlinar a favor de un menralismo ilocucionario..sin concesiones- y encontra de la estrategia del externismo ilocucionario fuerte. Si fuesecierto que para explicar las diferencias ilocucionarias entre dos ac-ciones lingüísticas no podemos apelar razonablemente a nada queno sean diferencias en las características de los estados mentales res-pectivos de los emisores, so pena de que los actos ilocucionarios encuestión dejen de parecer acciones racionales, entonces el mentalis-ta tendrá todas las de ganar.

Por mi parte, voy a defender en lo que resta de capítulo que esalínea de razonamiento no es en absoluto concluyente. Por supuesto,de cara a un tratamiento adecuado de los actos ilocucionarios, espreciso explicar, cuando dos fuerzas son distintas, en qué consiste ladiferencia. Y también debemos preservar el hecho de que los actosilocucirrnarios s<>n accic¡nes, inclusr> acciones tíDicdmcfitc rrciorrales.

\LIDAD DE LA ACCIÓN LINGÜISTICA

No tenemos, sin embargo, por qué suponer que los actos de habla

son, en tc¡dos los casos) acciones racionales o intencionales (o, si-

tuándonos en un marco davidsoniano, acciones racionalizables baio

cualquier descripción que hagamos de ellas), o que las diferencias en-

tre fuerzas equivalgan siempre y sólo a diferencias en las intenciones

comunicativas de un posible emisor.Para explicar con más detalle el problema que acabo de esbozar,

así como para plantear una posible solución que no suponga el aban-

dono del externismo fuerte, será necesario considerar con cierto de-

tenimiento determinadas características de las acciones en general.

Defenderé entonces que no se le puede achacar al externista ilocu-

cionario fuerte que no dé cuenta satisfactoriamente del carácter de

acción, e incluso de acción típicamente racional, de la acción lin-güística. De momento, podemos sugerir la dirección de nuestra

contrarréplica a la crítica mentalista que hemos estado consideran-dcl cambiando el foco de atención desde los actos ilocucionarios a

los perlocucionarios (cf., más adelante, apartado 4). Realmente exis-

ten pocas dudas acerca de la individualización no mentalista de los

llamados actos perlocucionarios. Como ya fue señalado por Austin,y como también admiten habitualmente los filósofos intencionalistas,

un acto perlocucionario puede ser realizado de un modo no intencio-nal. Puedo conuencer a alguien (o disuadirlo, alegrarlo, sorprender-lo, confundirlo, enojarlo, etc.), aunque mi intención al hablar no

fuera ésa, o fuera otra completamente diferente. Sin embargo, segui-

mos hablando aquí de actos, de acciones, de cosas que hacemos con

palabras, sin preocuparnos demasiado de que no podamos raciona-

lizar esos actos apelando a los estados mentales del hablante. Clara-

mente, asumimcls en estos cesos que lo que const¡tuye un acto per-

locucionario como el acto perlocucionario que es' y lo que distingueentre sí a dos actos que son representacional e ilocucionariamenteequivalentes pero perlocucionariamente diferentes, no reside en las

intenciones u otros estados mentales del hablante, sino en determi-nadas consecuencias externas de la emisión que a menudo son im-previstas, y ello a pesar de que en muchas ocasiones (y quizás inclu-so en el caso típico) un hablante que convence, disuade' sorprende

o alegra a otro lo hace intencional y racionalmente, sabiendo lo que

hace y haciéndose responsable de ello. iPor qué, entonces, nos ob-

sesionamos con la racionalidad e intencionalidad de los actos ilocu-cionarios? Mi conclusión será, en efecto, que haremos bien si deia-

nrtls .le obsesionernos.

| 5'{ t.55

Page 78: Antonio Blanco Salgueiro Palabras Al Viento Ensayo Sobre La Fuerza Ilocucionaria 2004

2. Racionalidad lingüística y externismo ilc¡cucionario

Cualquier teoría externista tiene que responder satisfactoriamente alproblema que plantea la aparente intencionalidad o racionalidad deIas acciones lingüísticas. Pero esto se aplica tanto a las teorías exter-nistas de la fuerza como a las teorías externistas del contenido repre-sentacional, esto es, al externismo semántico. Una objeción típica alexternismo acerca del contenido mental es la siguiente: si el conte-nido mental es un determinante causal de la acción, icómo no ad-mitir que reside en las cabezas de los agentes? iCómo podría mover-nos a la acción, la cual usualmente incluye algún movimiento físicode nuestro cuerpo, un contenido que estuviese en parte situadcl enel entorno, que no "sobreviniese" de la estructura de nuestro cere-bro? La supuesta incapacidad de los externistas sernánticos para res-ponder a estas preguntas es lo que ha motivado la búsqueda de unanoción restringida (narrow) de significado o contenido, un tipo decontenido que literalmente resida en la cabeza (cf., por ejemplo, Fo-dor 7987: cap. II). No deja de ser sorprendente que, así como ha ha-bido una gran discusión entre internistas y externistas con respectoal contenido representacional o proposicional en los campos de lafilosofía del lenguaje y de la filosofía de la mente, un mentalismo detipo internista parezca haberse impuesto tácitamente en lo tocante a

la fuerza ilocucionaria. Es cierto, sin embargo, que el externismo ilo-cucionario fwerte aleja todavía más del control epistémico privadodel emisor la fuente de determinadas propiedades significativas, yaque mientras que muchos externistas semánticos parecen dispuestosa hacer derivar las características externistas del contenido de lasemisiones de las correspondientes propiedades externistas del conte-nido de los pensamientos del emisor, el externista ilocucionario fuer-te considera que la fuerza se constituye, al menos en parte, con totalindependencia de la mediación de los estados mentales del emisor.

Los breves pasajes de Austin (1962) en los que el autor reflexionasobre las acciones en general nos ofrecen una imagen de las mismasque parece bastante acorde con el espíritu del externismo fuertez.

2. Aparte de los jugosos comentarios que nos encontramos en Austin (1 9Ér2),

las principalcs rcflexiones de este autr¡r s<¡bre las acciones en general se encuentr¿Í)en nUn alegato en pro de las excusas" y en .ilies modos de derrarnar tinta". Vry e cle-jar de lado muchos de los matices que tiene en cucnta Austin en esAS otns obrrrs, porejernplo la distinción que hace cntrc un¡ accirin intencional, urrrr accirin tlelibcrrtla y

unrr rrccitin hecha l proprisito (cf. Atrstin 1966). Pare Lrnrr brcve cxposicirirr rlt l¡ tt,r-ríe rlc l¡ :rccitin tlc Arrstin, vórtsc l'orguson ( 1969).

LA RActoNALtDAD DE LA AcclÓN LINGÜ¡srlcA

Considerernos un ejemplo suycl, la acción no lingüística de matar a

un burro (Austin 1962: t51). Austin señala que podemos especificarlo que alguien hizo en una ocasión particular teniendo en cuenta un

tremo mayor o menor de lo que también podríamos considerar sim-plemente como consecuencias o resultados de su acción. Podemos

decir que alguien movió un dedo, que apretó el gatillo, que disparó

el arma, que hirió al burro, que mató al burro, etc. (podríamos con-

tlnuar con consecuencias más leianas: desconsoló al arriero, acabó

con una raza de burros...). Siguiendo con el eiemplo, podemos decirque tanto herir a un burro (sin llegar a matarlo) como matar a un bu-rro son ambas acciones, y seguramente su natural eza de acciones se

debe de algún modo a que son eventos causados por determinadosestados mentales de un agente. Ahora bien, las causas mentalistas de

una acción y de la otra pueden ser indistinguibles, a pesar de que in-dudablemente son acciones de tipos diferentes. La diferencia reside,

por supuesto, en el entorno, el cual aporta en un caso un burro muer-

to y en el otro un burro herido. Este ejemplo muestra entonces que

no es cierto que cualquier diferencia entre dos acciones-tipo deba

buscarse siempre en las causas mentalistas que las respaldan.Esa interpretación .externista fuerte> de las ideas de Austin

acerca de la acción está en consonancia, además, con el siguiente pa-

saje de Davidson3:

Presiono el interruptor, enciendo la luz e ilumino el cuarto. Sin s¿-

berlo, tanrbién alerto a un rnerodeador de mi presencia en la casa.

En este caso no tuve que hacer cuatro cosas sino una sola, de la cual

se han dado cuatro descripciones (Davidson 1963: 1 9).

De acuerdo con Davidson, entonces, una descripción de una ac-

ción puede incluir aspectos no refleiados en las actitudes mentales

3. No pretendo sugerir que el n.rodo de inclividulizar las acciones de Davidson

sca el más acorde cor.r los puntos dc vista de Austin. En Davis (19ft0) se disc¡te si cabe

ver la distinció¡ entre actos fonéticos, fáticos, proposicionales, ilocucior.r:rrios y per-

locucionarios corno apuntando a distintas descripciones de la misma acción (esto es,

según el punto de vista extensionalista dc la teorí:r de la acción de Davidson), o como

apuntendo a acciones diferentes aunque solapadas en el cspacio y en el tiernpo (el

punto de vista, por ejemplo, de Alvin Goldman), y se decanta por esta últinra opción.

Si intr<>duzco las ide¿rs de D¿rvidson aquí es principalmente para discutir el argumen-

t() nret)trlistir cic G:rrcíe-Carpintero, el cual como hernos visto se apoya explícitamen-tc crr ll trorírr tle ll accii¡n dc Davidson. La soluciírn que ofrezco más :rdelante para

e l plrfit nlr rce rc¡ rle le recionrrlirlird clc la accitin lingiiística podría virler, con lar()p()rIun tq rrrorlificrrci,rrrt s, Prn lrrs tl0s nrcncion:rdas concepcitlnes ilcerc¿ cle la indi-vitltt:tli¿rtr'iirtt,lt' l¡s :teciottc..

l

I

156 t57

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PALABRAS AL VIENTO

del agente de la misma (.Sin saberlo [...] alerto a un merodeadoru).Para que podamos decir que estamos ante una acción y no ante algoque simplemente nos ocllrre, esa acción debe ser racionalizable. baiouna o más de las múltiples descripciones que podemos hacer de lamisma, apelando a intenciones, creencias u otros estados mentalesdel agente (por ejemplo: presionó el interruptor porque quería ilu-mrnar el cuarto, y creía que presionando el interruptor iluminaría elcuarto, etc.). Según Davidson: "un hombre es el agente de un actosi lo que hace puede redescribirse bajo un aspecro que lo haga inten-cional" (Davidson 1971: 66). Ahora bien, para describir (o redescri-brr) le acción en cuestión como la ección de alerter a un mer<.¡dea-dor no es necesario apelar a un estado mental con el contenido deque un merodeador es alertado. Para que una acción cuente como elacto de alertar a un merodeador, esa acción no tiene por qué apare-cer como racional, al menos si se la describe de esa manera. Másbien, lo que debe ocurrir principalmente es que el entorno aporte unmerodeador alertado. causas o razones mentales indistinsuiblespodrían dar lugar a dos acciones, una sola de las cuales pudiera serdescrita con verdad como la acción de alertar a un merodeador. Escierto que en algunas ocasiones uno puede alertar a un merodeadorporque cree que hay uno en las inmediaciones y desea alertarlo, yentonces la acción será racionalizable precisamente bajo esa descrip-ción, dados los deseos, creencias e intenciones del agente de la mis-ma. Pero, para que una acción se considere la acción de alertar a unmerodeador, no es una condición necesaria que el agente intenteproducir tal estado de alerta.

EI externismo ilocucionario fuerte puede ser formulado entonces,asumiendo provisionalmente la teoría davidsoniana de la acción,como una tesis acerca de las condiciones bajo las cuales podemosdescribir una determinada acción como un acto ilocucionario de unadeterminada clase. El externista fuerte sostiene que para distinguiradecuadamente entre diversos tipos de actos ilocucionarios (y paradescribirlos como los actos ilocucionarios que son) no es necesarioapelar siempre y sólo a diferencias en las actitudes proposicionales delemisor. No tiene por qué cumplirse, por tanto, que dos actos ilocu-cionarios sean de tipos diferentes sólo si existe una diferencia en lasactitudes proposicionales que ejemplifica el hablante en uno y orrocaso. Los actos ilocucionarios no tienen por qué dejarse describir, entodos sus aspectos, como acciones intencionalmente resoaldadas.

Así pues, el externismo ilocucionario fuerte p"r... compet¡blccon el hecho de que los actos ilocucionarios sean genuines rrcci.r.rcs,

\LIDAD DE LA ACCIÓN LINGÜiSTICA

y sólo pone en duda que toda emisión tenga que poder presentarse

como racional o intencional cuando se la describe precisamente

como el acto ilocucionario que el hablante realmente realiza. Paraque una emisión cuente como una acción "davidsoniar.ra" basta, de

hecho, con que pueda ser racionalizado el acto de emisión que el ha-

blante ha realizado apelando a sus motivos mentalistas, aunque es

evidente que habitualmente también otros aspectos más interesantes

de su acto de habla (en particular, sus aspectos representacionales y

sus aspectos ilocucionarios) podrán ser racionalizados también de

ese modo.

3. Racionalidad lingüística y equilibrio epistémico

No obstante, no creo que podamos despachar el problema de la ra-

cionalidad de la acción lingüística tan fácilmente. Algo debe hacerse

con la fuerte intuición de que, al menos típicamente, los actos ilo-cucionarios parecen no sólo acciones, sino acciones intencionales o

racionales, cuando se los redescribe según sus carqcterísticas ilocu-cionarias, y con la intuición paralela de que su principal razón de ser

reside precisamente en este rasgo. Uno típicamente dimite, prome-te, ordena, objeta, o lo que sea por algún motivo y con conocimien-to de causa, y el externismo ilocucionario fuerte no parece tener este

hecho suficientemente en cuenta.Sin embargo, me parece que el externismo fuerte tiene suficien-

te margen de maniobra para responder adecuadamente a esas intui-ciones, así que su defensor no debe preocuparse en exceso por el pro-blema que hemos estado discutiendo. Voy a proponer que, de cara

a preservar la posibilidad de racionalizar la mayor parte de nuestros

actos ilocucionarios, apelemos a algo similar al Principio de Eqwili-brio Epistémico propuesto por Jerry A. Fodor en su obra The elm

and the expert (cf. Fodor 1994 42)4.

El externismo ilocucionario fuerte afirma que algunos de los

factores constitutivos de una fuerza paradigmática residen en el me-

dio externo. Ahora bien, nada nos impide reconocer que' en el caso

típico, el hablante está epistémicamente bien situado con respecto a

su entorno, de modo que tiene conocimiento acerca del darse o no

4. Forlor apela a urr Principio de Equilibrio Informacional en el contexto dc

r¡nir clefens:r del ertcrnisnr0 del contenidc¡. Yo propongo utilizar un principio similarprra rrlrrrrrtrfar cf cxtcnrisrno ilocucionario fterte.

1.58 l.5e

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PALABRAS AL VIENTO

darse de aquellos factores externistas que contribuyen decisivamen-te a conformar la fuerza del acto ilocucionario que de hecho reali-za. Así, cree acertadamenre que tiene autoridad o superioridad so-bre el oyente cuando la fuerza así lo requiere; cree acertadamenteque el oyente le ha entendido correctamente y que estará dispuestoa completar el acto del hablante cuando lafuerza así lo requiere (porejemplo, en el caso de las apuestas); cree acertadamente que existendeterminadas convenciones, prácticas o normas a las que puede ape-lar en esas circunstancias; y así sucesivamente.

El principio establece enronces que un hablante típico, al reali-zar un acto ilocucionario típico, tiene una representación interna (cr

mental) adecuada de los factores externistas que son constitutivos defa fuerza ilocucionaria del acto que él pretende realizar:

Principio de Equilibrio Epistémico (PEE): Los hablantes están tí-picamente en equilibrio epistémico con respecto a las condicionesdel entorno que son pertinentes pere que su ccto de hahla rdquie-ra la fuerza ilocucionaria que realmente posee.

Esta estrategia nos permite sostener. por une perte, que al me-nos algunas de las condiciones para la realización de un acto ilocu-cionario son externistas fuertes (esto es, no se derivan de las carac-terísticas psicológicas del hablante) y, por otra, que, en el caso típico,un hablante conoce qué acto de habla está realizando y pretenderealizar precisamente ese acto. Esto último es lo que lo convierte enracionalizable cuando se lo describe bajo sus aspectos ilocucionarios.

Por supuesto, en los casos en los que la fuerza de una emisiónno coincide o no coincide totalmente con la representada por el ha-blante, la acción del hablante también será racionaliz:rble bajo algunadescripción, aunque no bajo la descripción como el acto ilocuciona-rio (total) que es5. Así, una acción significativa puede aparecer comoracional bajo la descripción afirmación, pero como no racional bajcrla descripción objeción, a pesar de que nosotros, mejor situados epis-témicamente, le atribuimos correctamente la propiedad ilocucionariade contar como una objeción. Y a veces el hablante tendrá estadosmentales que fracasen a la hora de producir una acción que pueda

.5. Si nuestra teoría de la acción n.s lleva a hablar aquí de acciones cliferentes,en lugar de hablar de descripciones difcrentes de una única acción (cf. nota.l). tendremos que solucionar nuestr. problema de un modo algo disrinto, por eje'pr, di-ciendo que algunas de las acciones involucradas no son necesariamente intenci,nlles-:runque están conectadas de algún nrodo con otras acciones que sí lo son.

qLIDAD DE LA AccIÓN LINGÜisTIcA

ser descrita como el acto ilocucionario por él pretendido, aunque élno se dé cuenta de ello. Así, la acción de don Quijote es racionali-zahle como un intento de rclar a duelo, pero no consrituye un au-ténticn reto, así que no hay nada que racionalizar bajo esa otra des-cripción. Y ello a pesar de que si don Quijote hubiese estado mejorsituado en su entorno (esto es, si el mundo hubiera sido tal y comoél lo concebía) el apelar a sus estados mentales habría servido pararacionalizar una acción que describiríamos como un reto a duelo.

En mi opinión, los hablantes conocen, al menos tácitamente,que el PEE sólo se aplica para el caso normal y que, por lo tanto, nose cumple en las diversas y frecuentes ocasiones en las que las circuns-tancias son epistémicamente anómalas. Las excepciones a la vigenciadel PEE explican algunos de los casos en los que los hablantes con-sideran (y los oyentes admiten) que o bien su intento frustrado derealizar un acto ilocucionario o bien su realización exitosa del rnis-mo son excusables. Así, nuestro alter-capitán, una vez convencidomediante la lectura del correspondiente artículo del alter-código desu falta de autoridad sobre el alter-marinero cuando ambos estánfuera del barco, podría excusarse ante el alter-marinero de su inten-to de darle una orden alegando que estaba en desequilibrio episté-mico: creía poseer una autoridad que en realidad no tenía. De unmodo paralelo, podemos admitir las excusas de un amigo que nos hahecho una embarazosa objeción, dejándonos públicamente en ridícu-lo, si consigue convencernos de que sólo pretendía hacer un inofen-sivo comentario; o podemos admitir las excusas de alguien que hadoblado su apuesta, con consecuencias ruinosas para él o para otraspersonas, si consigue convencernos de que estaba distraído y no eraconsciente de las consecuencias de lo que decía. Esas excusas, sinembargo, no anularán en general el acto realizado, sino que única-mente servirán para mitigar sus repercusiones sociales.

De cara a entender la interacción comunicativa, es importantetener en cuenta que habitualmente el oyente confía en que el hablan-te esté epistémicamente bien situado, habiéndose tomado el trabajode cerciorarse de que utodo está en regla" y de que es legítimo ha-blar como lo hace. Y el hablante, por su parte, cuenta habitualmen-te con que su oyente sea así de confiado. Por eso se permitirá inclu-so hacer comentarios <parentéticos> como: "Esto es una ordeno,

"Esto es una promesa)), etc., que podrían hacer pensar que el hablan-tc dccicle..a su antojo,', y sin tener en cuenta en ebsoluto lrs circuns-tancirrs de su entorno externo, cuál es la fuerza de sus emisiones. Loquc estos c<lnrcr-rtarios muestran, a mi cntender, es que hablante y

160 l6l

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oyente asumen típicamente que el hablante es el que está mejor si-tuado epistémicamente en lo que se refiere a los factores constituti-vos de la fuerza de su emisión. Y esta expectativa mutua estará, enla mayor parte de los casos, bien fundada. Pero en algunas ocasio-nes, y en relación con actos ilocucionarios socialmente "delicados,por acarrear obligaciones bien para el emisor bien para la audiencia,el hablante será más prudente a la hora de dar por descontado queel oyente va a aceptar sin más que él está bien informado acerca delas condiciones que hacen posible su acto de habla. Recuérdense las

famosas palabras de Adolfo Suárez: "Puedo prometer y prometo...>.La primera parte de esa expresión sería redundante si uno pudieseprometer con sólo proponérselo.

En resumen, el PEE nos permite separar dos cuestiones que, alaparecer in justificadamente unidas, producían un aparente cortocir-cuito en el aparato explicativo del externismo fuerte: la cuestión de

cuáles son les condiciones constitutivas o esenciales (o incluso proto-típicas) para que un acto significativo tenga la fuerza que tiene y lacuestión de cuándo un acto ilocucionario es intencional o es racional.La respuesta a la primera cuestión es que algunas de esas condicionesson externistas en un sentido fuerte, antimentalista, esto es, no nece-sitan estar mentalmente representadas. La respuesta a la segunda delas cuestiones es que para que un acto ilocucionario sea plenamenteracional o intencional es al menos necesario que se cumpla el PEE enlo que se refiere a las condiciones constitutivas de su fuerza.

Se distinguen nítidamente, de ese modo, las cuestiones ónticasde las epistémicas en relación con la fuerza de un acto ilocucionario.Existe un problema epistémico acerca del conocimiento de la fterzade su emisión por perte de un hahlente, conocimiento que no pere-ce que sea ni transparente, ni infalible o incorregible. I correlativa-mente, existe un problema epistémico acerca de la comprensión dela fuerza por parte del oyente, o incluso de un espectador neutral.Estos problemas son importantes a la hora de evaluar cuándo se haproducido verdadera comunicación, o para evaluar cuándo es acer-tada una interpretación en lo que a la fuerza ilocucionaria de unaemisión se refiere, pero no tienen que ver directamente con el pro-blema óntico de especificar las condiciones constitutivas cle unafuerza ilocucionaria. Por otra parte, quizás tengamos que admitirque el que habitualmente un hablante tenga una representación co-rrecta de lafuerza de sus emisiones puede formar parte de la expli-cación de por qué se sostiene la práctica de la comunicación. Si unhablante recibiese constantes sorpresas desagradables en relrrci<in con

ALTDAD DE LA AcclóN LtNGüísrtcA

la fterza de sus emisiones (debido bien a c¿sos-F o a casos-E), segu-ramente acabaría prefiriendo no abrir más la boca. Esto es, puedeque haya bases epistémicas que sosrienen las prácticas ilocuciona-rias. Pero el problema de la naturaleza de la fuerza sigue siendo unproblema fundamentalmente óntico, un problema acerca de las con-diciones en las que se puede decir que esremos ante la presencia detal o cual fuerza ilocucionaria. La distinción óntico/epistémico debepreservarse aun cuando se admita que parte de los factores constitu-tivos de una fuerza sean mentales, y que es vital de cara a una comu-nicación efectiva que los interlocutores conozcan, al menos en el casotípico, la fuerza de las emisiones que están produciendo.

El mentalista ilocucionario todavía podría insistir en que la con-sideración de factores externistas no es pertinente para un estudiosistemático de la fuerza ilocucionaria porque en condiciones idealeso prototípicas todo lo que importa es la posesión de determinadasactitudes proposicionales por parte del hablante. Los argumentosque hemos visto en el capítulo anterior, sin embargo, dejan claro, a mientender, que muchas de las condiciones, ya sean esenciales o proto-típices, que de[inen una amplísimc game de fuerzas diverses no de-penden sólo de factores internistas o mentalistas, y que, por lo tan-to' entre las condiciones para la realización de un acto ilocucionaric,hay que mencionar ciertos rasgos del entorno extramental. La cues-tión de las condiciones mentalistas ideales, normales o prototípicases pertinente no a la hora de establecer la naturaleza de una Íuerzailocucionaria, sino a la hora de definir las circunstancias en las quela comunicación es intencional o racional. De hecho, el pEE es unintento de perfilar las condiciones ideales en las que se produce lacomunicación, condiciones en las que, en efecto, uno conoce todolo que es relevante conocer acerca de la fuerza de su emisión y, porello, puede pretender justificadamente que el acto ilocucionario in-tentado tiene validez.

En "Meaning Revisited" Grice se enfrenta al problema dc la in-finidad de sub-intenciones que sería necesario introducir en un aná-lisis intencional del significado para evitar los casos en los que elhablante tiene alguna intención .aviesa' u oculta ¡ por ello, no secomunica de un modo completamente abierto. En ese contexto pro-pone el siguierrre principio:

H cstá en :rquel estado cn relaci(rn con cualquier cosa que quiera co_rnul.licrr o impartir (p) que es óptirno para que alguien comunique p((iricc 1976- l9ll0: .10 l).

t62 l6]

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Este principio, similar en apariencia al PEE, se considera norma-tivo, y su vigencia es compatible con que, de hecho, las circunstan-cias nunca sean completamente óptimas. Así, por ejemplo, un ha-blante real nunca puede ejemplificar infinitas sub-intenciones (algoque se requiere en algunas versiones del análisis griceano del signi-ficado ocasional del hablante), pero un hablante ideal puede hacerlo,y lo que importa, para que podamos hablar de auténtica comunica-ción, es que el hablante real se aproxime de forma relevante al casoideal. AIgo como esto podría ser utilizado por el mentalista para ar-gumentar que, aunque a veces de hechc¡ uno puede realizar actosilocucionarios algunas de cuyas condiciones constitutivas no esténinterna o mentalmente representadas, o fracasar ilocucionariamentecuando todo está mentalmente en regla, en el límite ideal estas co-sas no ocurren nunca.

Pero, como acabo de señalar, el antimentalismo no puede ser blo-queado tan fácilmente. El externismo ilocucionario fuerte no está encontra de la idealización en la especificación de las condicionesconstitutivas de una fuerza-tipo, sino sólo en contra de que talescondiciones se puedan establecer exclusivamente en términos de lasactitudes proposicionales del hablante. Además, al contrario de loque ocurre con el hablante con infinitas sub-intenciones, existen ca-sos en los qve realment¿ determinadas emisiones se cargan con deter-minadas clases de fuerzas en ausencia de determinadas intencionesdel emisor. Son casos, por tanto, de actos ilocucionarios realizadoso consumados y no meres aproxirnaciones a un caso ideal, al contra-rio de lo que ocurre con los planos sin rozamiento o los hablantesque ejemplifican infinitas actitudes proposicionales, que seguramen-te sólcl existen en el mundo supralunar6.

Cuando se trata de discutir el tema de la racionalidad de la ac-ción lingüística no es posible dejar de hacer alguna referencia a lateoría de la acción comunicativa de Jürgen Habermas. A pesar deque este autor liga íntimamente la fuerza ilocucionaria con la capa-cidad potencial del hablante para dar razones de la propia acción

6. En un contexto bast¿rnte diferente, Sperber y \íilson definen del siguientemodo la noción de idedlización ilegítima: "Una idealización no es legítirna si al sin.r-plificar los datos, introduce alguna distorsión significativa que pone al trabajo teriri-co sobre la pista eqr.rivoc¿d¿" (Sperber y Süilson 1986:242). A mi entender, las idea-lizaciones intencionalistas en relación a la fuerza sor.r ilegítimas en ese senticlo. I-o clue

en el capítulo IV he llamado "estrategiir clel caso desviado, de Peter Strrwson sr¡freorecis¿rmente cle ese nr¿rl.

ALIDAD DE LA AccIÓN LINGÜiSTIcA

lingüística, creo que sus ideas podrían hacerse encajar, sin violentar-las en exceso, en el marco externista que he venido diseñando, uti-lizando para ello el Principio de Equilibrio Epistémico que acabo deproponer. Las upretensiones de validez" que según Habermas (y, deun modo similar, Kal-Otto Apel; cf. Apel 1990) acompañan a unacto ilocucionario paradigmático podrían ser interpretadas a la luzde ese principio. Según Habermas:

Lo que hace aceptable la oferta de habla son en última insrancia la"razones que el hablante pueda aportar, en el contexto dado, para lavalidez de lo dicho. La racionalidad inherente a l¿r comunicación seapoya, pues, sobre el nexo interno entre a) las condiciones que hir-cen válido un acto de habla, á) la pretensión sostenida por el hablan-te de que esas condiciones están satisfechas, y c) la credibilidad de lagarantía ofrecida por el hablante de que, en caso necesario, podríah:rcer efcctiv¡ discursiv¡menre e\it prerensión de vrlitlez (Hrherrna:7999: 108\.

Mi preocupación en esta investigación se ha centrado funda-mentalmente en el punto a) de entre los señalados por Habermas. Elantimentalista afirma que las condiciones constitutiuas de un actoilocucionaricl paradigmático son de naturaleza al menos parcialmen-te extramental (o, si queremos, intersubjetiva), y creo que Habermasestaría de acuerdo con esto, dada su insistencia en que la comunica-ción se produce con un <mundo de la vida" intersubjetivo comotrasfondo. Pero el antimentalista puede y debe admitir que normal-mente un hablante estará dispuesto a defender argumentativamentesu pretensión de que las circunstancias eran las adecuadas para tenerderecho a realizar un acto ilocucionario como el que él ha queridore^llzar (y no algún otro). Y el oyente reconocerá típicamente esasrazones del hablante como válidas. Admitir toda esta racionalidadargumentativa en la acción lingüística no refuta en absoluto, me pa-rece, el externismo ilocucionario fuerte, sino que más bien lo con-firma. De hecho, una vez establecido este juego de las pretensionesde validez, a veces el oyente (o un simple espectador) tendrá dere-cho a rechazar como no válidas las razones aducidas o presupuestaspor el hablante, y entonces éste habrá de admitir el fracaso de la ac-ción ikrcucir¡naria por él intentada. Lo admitirá, al menos, si es ra-zonable, cosa que no parece ocurrir en el caso de don Quijote, queparece un personaje muy poco dispuesto a <entrar en razónr. Es desuponer clue nuestro alter-c:rpitán, al contrario que don Quijote, ad-rnitirri st¡ frlcuso en cl m<lrnento cn que consulte el alter-código de

164 165

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marina que le ofrece el alter-marinero. En otros casos, podría suce-

der que el oyente (o, de nuevo, un simple espectador) aportase razo-nes que convenciesen al hablante de haber realizado un acto ilocucio-nario, por ejemplo, una afirmación, una objeción, o un contrato,que él no pretendía haber realizado en absoluto.

En resumen, lc racionalidad de le ección comunicarive parececompatible con que al menos parte de las condiciones constitutivasde la fuerza de una emisión sean de naturaleza externista, razón porla cual pueden darse dos clases de casos en los que las intencionesccrmunicativas del hablante y la fuerza efectiva de su emisión no es-

tén en sintonía: a) casos como el del que dobla distraídamente unaapuesta o del que hace inadvertidamente una afirmación o una ob-jeción, en los que el hablante no puede dar razones de su acto dehabla (o de todos los aspectos ilocucionariamente relevantes de su

acción) ¡ sin embargo, diríamos que ese acto ha sido realizado detodos modos (los que he denominado casos-E); y ó) casos como e-

de don Quijote, en los que la conducta lingüística es intenciona-pero el hablante está severamente equivocado con respecto al darseo no darse de determinadas circunstancias que son imprescindiblespara que el acto de habla por él pretendido cobre validez, o al me-nos plena validez (los casos-F).

La riqueza de la posición de Habermas (y de la de Apel) no pue-de ser recogida en mi breve comentario de la misma. Habermas dis-tingue entre tres clases de pretensiones de validez para un actcl dehabla, e incluso sugiere una taxonomía de las acciones lingüísticasbasada en tales pretensiones, que podría ser utilizada para ponercierto orden teórico en el movedizo terreno de los actos ilocuciona-rios (op. cit.t 124). Así, distingue entre acciones comunicarivas ensentido débil, en las que los hablantes sólo tienen pretensiones deverdad y de veracidad (o sinceridad), y acciones comunicativas ensentido fuerte en las que, además de las anteriores, los hablantes tie-nen <pretensiones de corrección intersubjetivamente reconocidasn(op. cit.: 118). Por mi parte, yo ligaría esas distintas pretensiones devalidez a distintos factores constitutivos de la fuerza. En particular,tanto las pretensiones de verdad como las de corrección normativaestarían ligadas al darse efectivo de distintos factores externistas.

4. La racionalidad de lc¡s actos perlocwcionarios

Itetomemos la distinción austiniana entre actos de habla ilocucionrr-rios y actos de habla perlocucionarios. El car:icter secunclrrrio o su-

Ar rDAD DE LA AccróN LtNGUisrtcA

peditado a la realización de un acto ilocucionario de los actos per-locucionarios nos hace menos propensos a utilizar con respecto aellos el argumento basado en la racionalidad de la acción lingüísti-ca. Sin embargo, es significativo que al comienzo de la conferenciaIX de su (1962), Austin afirme que la distinción enrre acos inren-cionales y actos no intencionales se aplica por igual a las tres clasesde actos lingüísticos que ha distinguido: locucionarios, ilocuciona-rios y perlocucionarios (Austin 1962: 153-I54).

Es bastante evidente que cabe la doble posibilidad de que lasconsecuencias perlocucionarias de un acto ilocucionario sean inten-cionales o de que no lo sean. Puedo hacer una afirmación intentan-do convencerte de algo ¡ si lo consigo, habré realizado una acciónque es posible racionalizar mediante la apelación a mis estados men-tales. Pero también puedo hacer una afirmación sin pretensión al-guna de convencerte de algo, pero conseguir convencerte de todosmodos. En ese caso, mi acción no será racionalizable (cuando se ladescribe como un acto de convencer), aunque será una acción mía,Algunos autores, sin embargo, desearían defender lo que podemosllamar un .mentalismo (intencionalista) perlocucionario,, apelandoa un argumento basado en la racionalidad de la acción lingüística si-milar al que hemos visto que García-Carpintero construye a favordel mentalismo ilocucionario. Así:

Nos proponemos en primer lugar limitar los actos periocucionariosa la producción intencional de efectos sobre (o en) el oyente. Nues-tra razón es que sólo la referencia a los efectos pretendidos es nece-saria para explicar la razón que guía un acro de habla dado (Bach yHarnish 1979: 17).

Sin embargo, esta postura es poco común incluso entre los men-talistas ilocucionarios. Ellos suelen admitir que sólo a veces las emi-siones resultan racionalizables cuando se las redescribe bajo sus as,pectos perlocucionarios. Esto parece razonable por su parte, puestoque lo que podemos denominar externismo perlocucionario fuerte,esto es, Ia doctrina que afirma que el aspecto perlocucionario de unacto de habla ha de analizarse apelando fundamentalmente a facto-res externos a la mente del hablante, es el que tiene a su favor nues-tras intuiciones lingüísticas más potentes. Hablamos con la mismanaturalidad de confundir, convencer, ofender, disuadir, alegrar o en-tristecer a alguien cuando consideramos que el hablante hace esascosas intencionadamente que cuando consideramos que lo hace deun l.noclo involuntario o no intencional.

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No obstante, la postura de Bach y Harnish es del todo conse-

cuente con la aceptación del argumento basado en la racionalidadpara apuntalar el n-rentalismo ilocucionario, puesto que se basa en el

mismo tipo de razonamiento que quiere ver detrás de cada tipo di-ferente de acción lingüística un tipo diferente de estado mental del

agente que la realiza. De este modo, la ineficacia del argumento para

el caso de los actcls perlocucionarios arroia serias dudas acerca de su

eficacia para el caso de los ilocucionarios.El externismo perlocucionario fuerte es, por otra parte, perfec-

tamente compatible con la toma en consideración de los objetivosestratégicos que un hablante tiene en mente muchas veces al hablar.Cuando H afirma Que P, su principal motivación para hablar puedeser la de conuencer a A de que p. Los actos perlocucionarios serán

ples, muy a menudo (e incluso, podría argumentarse, en el caso tí-pico) racionalizables cuando se los redescribe bajo sus aspectos per-locucionarios, porque a menudo el agente del acto perlocucionarioestará epistémicamente bien situado (por e¡emplo, conoce los pun-tos débiles de su auditorio) de modo que habrá diseñado una estra-

tegia efectiva para lograr, mediante un acto ilocucionario, obtenerdeterminados efectcls perlocucionarios deseados en su audiencia, osobre sí mismo, o sobre otras personas. Es más, es bastante plausibleque el que se cumplan habitualmente los obietivos perlocucionariosde los hablantes esté entre las bases principales que hacen que se

mantenga la práctica de la comunicación, a pesar de que ello no ten-ga consecuencias directas de cara a la individualización de los actos

perlocucion arios.

5. A modo de conclusión: áPara qwé atribuimos fwerzas?

En buena parte de la pragmática filosófica contemporánea reina el

optimismo. Después de Strawson (1964) se suele dar por sentadoque es posible y deseable una integración de dos de las más impor-tantes aportaciones teóricas que están en la base de muchos de los

desarrollos actuales de la disciplina: la teoría de los actos de habla,inaugurada por Austin, y la teoría intencional del significado, inau-gurada por Grice. En buena medida. comparto ese optimismo, a pe -

sar de lo cual, no me parece adecuado el modo en el que se suele

concebir la mencionada integración, que equivale, en realidad, a un

intento de absorción de la teoría de los actos de habla en el seno clel

intencionalismo griceano. A lo largo cle esta obra hc argulttctttrtcltr

ALTDAD DE LA AcctóN LtNGüisrtcA

que esa absorciírn no puede ser llevada a cabo con éxito porque noes posible especificar las condiciones para la realización plena de unacto ilocucionaricl típico exclusivamente en términos de las intencio-nes comunicativas u otros estados mentales del emisor. Puede oare-cer que toda mi argumentación se reduce a un meyor énfesis en losfactores contextuales, que es compatible con un marco mentalistabásico cle fondo, y que no vendría sino a contplementarlo. Pero, ami entender, la visión global de la acción ilocucionaria que surge delexternismo antimentalista, al poner en primer plano al entorno físi-co y social en el que se producen las emisiones, es profundamenteclistinta de la visión intencionalista más individualista y cenrrada enel emisor. Si bien considero c¡ue el austiniano ortcldoxo debe replan-tearse en buena medida su visión convencionalista de la comunica-ción, me parece que existen buenas razones para rebelarse contra e.imperialismo mentalista. Las fuerzas ilocucionarias están. al menosen parte, constituidas usituacionalmente', determinadas por lo queocurre fuera de la mente del emisor individual.

Es cierto, sin embargo, que el externista fuerte debe poner elmáximo cuidado a la hora de acomodar el carácter de acciones, y deacciones típicamente racionales, de nuestros actos lingüísticos. Elprincipal objetivo de este capítulo ha sido el de ofrecer argumenrosa favor de la compatibilidad del externismo fuerte con una reoríamentalista suficientemente flexible de la acción racional. Por supues-to, remover los posibles obstáculos es una firanera de hacer plausi-ble una postura teórica, pero no podemos quedarnos satisfechos conuna estrategia meramente defensiva. Es posible construir argumen-tos positivos a favor del modo externisra fuerte de individualizar lasfuerzas ilocucionarias de las emisiones. Algunos de esos argumentoshan ido apareciendo en capítulos anteriores. A modo de conclusión,voy a resumir dos de ellos y a introducir brevemente Lln tercero.

El más directct de los argumentos e favor del externismo fuertees empírico. He insistido en que existen dos clases complementariasde casos en los que las intenciones conrunicativas de un hablante y lafuerza efectiva de su emisión pueden no estar en perfecta sintonía:

a) Casos-F (casos de fracaso ilocucionario). En ocasiones el hablan-te está más o menos severamente equivocado con respccto aldarse o no darse de determinadas circunstancias exterltas oueson absolutamente imprescindibles para que el acto de habla porél pretendicftr cclbre validez, cl al mencls plena validez. En otrasocrrsioners, rlunque el hrblante no estar rcalnrente cquivocaclo,

l6u 169

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pretende realizal un acto de habla para el que no está autoriza-do (por ejemplo, para <ver si cuela")7. Muchos de los infortw-nios estudiados por Austin pueden ser tratados como c¿sos-F'.

Estos casos muestran que las intenciones no bastan para la rea-

lización de un acto ilocucionario con una determinada fuerza.

Ejemplos:

- Ef caso de don Quijote intentando retdr d duelo cuando el

código del honor se ha vuelto obsoleto.

- El caso de quien intenta apostar cuando la carrera ha finali-zado, o cuando el oyente no dice <acepto la apuestau.

- El caso del que intenta <¡rdenar cuando carece de la necesa-

ria autoridad para hacerlo.

- El caso de quien intenta aduertir cuando el oyente ya sabe

todo acerca del asunto en cuestión.

- El caso de quien intenta obietar pero no dice nacla que de he-

cho contediga lo que un interlocutor ha dicho previamente.

- El caso de quien intenta saludar en medic¡ de una conversa-ción.

b) Casos-E. Casos de éxito ilocucionario en los que el hablante notiene las intenciones il<¡cucionarias que serían propuestas por unintencionalista típico, a pesar de lo cual realiza un acto de hablacon una determinada fuerza. Esos casos muestran que (ciertas)intenciones no son necesarids para la realización de un acto ilo-cucionario con una fuerza determinada.

Ejemplos:

- El caso del que dobla distraídamente una qpuesta (por ejem-plo, en un lapsus lingwae). En casos así, como dice Austin,..La palahre empeñe.'.

- E,l caso del que cree estar haciendo unc mere conietura,perohace en realidad un informe, porque los demás lo consideranfiable y él es, de hecho, fiable acerca del contenido de su actode habla.

- El caso del que hace inadvertidamente una objeción cuandcrpretendía hacer una simple afirmaci(tn, debido a que el oyen-

7. La cuestión clcl lenguaje autoriz¡do en rclrcitin con el fentirneno tlc l¡ frrcrza ilocucionaria ha sido estudiada por ll [3ourclieu clesdr: lrr pcrspectivrt (lc un ('stu(li()

del poder simb<i[co (Bordicu I9ll5).

LrNGüisr¡cA

te ha dicho previamente algo que de hecho contradice laspresentes palabras del hablante.

- El caso cle quien promete a pesar de desconocer que las pro-mesas lo obligan a uno, o el de quien hace verbalmente uncontrato a pesar de que desconoce que existen los contratosverbales.

Un segundo argumento positivo a favor del externismo fuerte es

que nos permite tratar de un modo unificado los acros de habla lla-mados <puramente comunicativc)s" (como afirmar, aduertir, pedir,etc.), y los actos llamados uinstitucionales, (como bautizar, dimitiro excomulgar), sin tener que marginar a los segundos como poco pa-radigmáticos o excepcionales, algo que los intencionalisras se venobligados a hacer, y sir.r tener que trazar una línea tajante de separa,ciírn entre arnbas clases de ilocuciones. En general, los actos ilocucio-narios están entrelazados de formas diversas con las .formas cle vida"cle los hablantes, y n() pueden entenderse desde un punto de vista pu-rarnente lingiiístico o comunicativo (cf. capítulo lII, apartado 3).

Existe un tercer argumento a favor del externismo ilocucionaricrfuerte, que se desprende de la consideración de los propósitos queperseguimos cuando atribuimos a una acción (o al agente de la mis-rna) propiedades ilocucionarias. Para exponer adecuadamcnte esteargumento scln necesarias algunas consideraciones preliminares.

Los nlarcos gricerno y rustiniano fienell trn punto en comúnque, aunque no resulta rnuy evidenre, puede haber tenido el dobleefecto de bloquear los posibles irnpulsos hacia el externismo fuertey de fomer-rtar una interpretaci(ln mentalista de las ideas de Austin.Y es que ambos centran demasiado el foco de la atención teórica enel agente que realiza la acciíln ilocucionaria, dejando prácticamentede f ado al espectador (no necesariamente filósofo o lingüista) que laevalúa descle fuera como una acción de tal o cual clase. Estcl es másclaro en el caso cle Cirice debido a su franco mentalismo. Como he-mos visto en el capítulo II, para él ni siquiera parece requerirse lacomprensión de las intenciones del emisor por parte del oyente a lahora de que la acción del primero cuente cofiro un informe, una pe-ticiírn, una advertencia, etc. Pero también Austin es culpable hastacierto punto de esta focalización en el emisor.

En Austin (1962) se hace, como hemos visto con anterioridad,rrna irlportante clistinci<in entre realizetivos (o actcls ilclcucionarios)cxplícit<ls y rcrrlizativos prinrarios. El paradigma de enunciaclos rea-

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lizativos explícitos lo constituyen los enunciados cuyo verbo princi-pal es un verbo realizativo o ilocucionario (como "prometer>, <afir-

marr, "pedir", etc.) conjugado en primera persona del presente de

indicativo y voz activa en singular, Io cual introduce en la emisiónun claro índice de quién es el agente de la acción. En esos enuncia-dos, el hablante utiliza el verbo no como parte de una constatacióno descripción del acto ilocucionario que realiza, sino comtl un mtldode explicitar ese mismo acto y de contribuir a realizarlo de hecho.Esos enunciados contrastan con aquellos que contienen ese mismoverht-, (en la misme posición) conjugcdo en otras persones. tiempos,n.rodos, etc., los cuales se limitan a constatar cómo son las cosas (cf.

Austin 1962: 106). Así, a pesar de su forma gramatical declarativa,.Prometo que vendré, no sería par:r Austin, al menos en la mayorparte de los casos, una afirmación (la afirmación de que estoy pro-metiendo que vendré), sino un modo especialmente explícito deprometer (o de intentar prometer). Pero en cambio decir uEl prome-tió que vendría" o "Ayer prometí venir, no son modos de intentarprometer, sino más bien afirmaciones o informes acerca de prome-sas propias o ajenas. En estos casos, el verbo realizativo no es un in-dicador o explicitador de la fuerza de la emisión, sino que contribu-ye a expresar la proposición que se afirma.

Pero incluso en el caso de los llamados realizatiuos primarios,que son todas aquellas ilocuciones en las que no hay una indicaciónexplícita de la fuerza pretendida (por ejemplo, "Vendré"), la presen-

cia del agente que realiza la acción también se muestra de algunaforma, para Austin, en el hecho de que es posible trazar el punto de

origen de la emisión hasta su productor (ctp. cit.: 104). Además, des-

de la perspectiva de una "realizatividad generalizada" (la expresión es

de Récanati 1979:98) como la que se adopta en la segunda parte de

Cómo hacer cosas con palabras, una vez que se ha rechazado la opo-sición constatativolrealizativo y que se ha admitido que casi todoenunciado es parafraseable a través de una fórmula realizativa ex-plícita "normal" (esto es, cuya cláusula principal contenge un verborealizativo en la primera persona del presente de indicativc-r y voz ac-

tiva en singular), una emisión de "El prometió que vendría" sería

también un realizativo primario, ilocucionariamente equivalente a

algo como "Afirmo que él prometió que vendría". Del mismo modo,uAyer prometí que vendría, sería equivalente a "Afirmo que aycr pro-metí que vendría". Estas emisiones tendrían, entonces, a clifercrrci:rde "Prometo venir mañan¿", la fuerza de afirmaciones o clc infontrcs,y no la de promesas. Lo que me gustaría clestrtcrr lhorlt cs (l(lc sc tril-

\LIDAD DE LA AccIoN LINGUiSTIcA

ta de afirmaciones de una clase muy especial. Son afirmaciones cuyocontenido proposicional consiste, a su vez, en la realización de unacto ilocucionario, el acto de prometer, por parte de algún agente.Propongo llamar a los actos ilocucionarios que informan acerca deotros actos ilocucionario s atribuciones de propiedades ilocwcionarias,puesto que en ellos se atribuye a un agente la propiedad de haberrealizado tal o cual acto ilocucionario. Las atribuciones de propieda-des ilocucionarias forman parte de nuestras prácticas conversacio-nales corrientes, ya que a menudo deseamos especificar o aclarar lafuerza de les emisiones propias o ajenas como un prerrequisito parecriticarlas, alabarlas o valorar sus consecuencias. Estos actos ilocu-cionarios son, a mi entender, de primera importancia, tanto cuanti-tativa como cualitativamente, ya que en cllos se pone de relieve conespecial claridad nuestro papel de espectadores ilocucionarioss.

EI detenernos en los actos de habla ordinarios que hablan sobreotros actos de habla nos puede servir para abandonar, aunque seapor un momento, la perspectiva del agente que realiza una ilocucióny plantearnos la siguiente pregunta: cCuándo y con qué pnrpósitosatribuye la gente propiedades ilocucionarias a las acciones propias oajenas? Podremos entonces comenzer a investigar cuáles son los pro-pósitos ilocucionarios de un modo similar a como en Devitt (1996)se plantea la cuestión de los propósitos semántlcos. Devitt proponeuna metodología naturalista para la semántica que, según é1, debepartir de haber investigado cuáles son nuestros propósitos cuandoatribuin.ros propiedades semánticas mediante cláusulas-que. La ideaes que si no tenemos claro para qué atribuimos propiedades semán-ticas, ya sea para propósitos cotidianos o para propósit<ts más teóri-cos, difícilmente podremos orientarnos a la hora de construir unateoría acerca de la naturaleza de tales propiedades. Según Devitt, lasdos funciones o propósitos principales que cumple la adscripción depropiedades semánticas a las emisiones o a los pensamientcls de al-guien son Ia de explicar y predecir su conducta y la de servir comoguía acerca de una realidad en gran rnedida externa al sujeto (Devitt1996:57-58).

Ahora bien, ipara qué atribuimos propiedades ilocucionarias?iCuándo y con qué propósito o propósitos decimos que alguien pro-

lJ. Cuando abrimos un periódico tratando cie enconrrar ejemplos de actos ilo-ctrciorrrrrit:rs, nos danlos cuent¿r de que la inmensa mayoría de los vcrbos re¿rlizativos(lue nos encor)traÍnos r.lo Aparecen cn su forrra norrrral:rustiniana. fln ulla sola pági-lr¡ cs fricrl locelizrr hrrbitualmente, sin enrbarqo, v:rrirs cleccnrrs clc atribuciclncs dcpro¡rit'tl;rrlt s ilocrrciorrrrirs.

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PALABRAS AL VIENTO

metió, ordenó, insultó, dimitió o bautizó? Podemos concluir este en-

sayo señalando que existen al menos dos respuestas posibles para

esta clase de preguntas, las cuales tal vez no seen totalmente incom-

patibles. La primera de las respuestas inspira, me parece, a los teó-

ricos mentalistas, que la consideran en general como obvia' La se-

gunda, sin embargo, es la que me parece la más inlportante, a pesar

de que parece pasar casi totalmente desapercibida.

Poi.-ot insistir, en primer lugar, en que atribuimos propieda-

des ilocucionarias como parte del aparato que utilizamos para expli-

car la acción lingüística como un tipo de acción intencional o racio-

nal, dirigida típicamente a provocar determinadas respuestas en un

auditorio. La comunicación aparecería comcl totalmente misteriosa

si no tuviésemos en cuenta qr,re al hablar un emisor quiere realizar,

en general, uno o varios actos ilocucionarios. Sin duda, cuando atri-

buimos propicdades ilocucionaries tenemos a menutlo en mente ex-

plicar las aicio'es lingüísticas del emisor. Pero el fin principal de

Lste capítulo ha consistido en mosrrar que la explicación de la racio-

nalidaá de la acción lingüística no tiene por qué conllevar necesaria-

mente una especificación en términos completamente mentalistas de

la naturaleza de las fuerzas. Esto es, esta primera función de Ia atri-

bución de propiedades ilocuciclnarias no tiene, a mi modo de ver,

consecuencias áirectas sobre las cuestiones ónticas acerca de la indi-

vidualización de las fuerzas. Podríamos decir, en todo caso, que' en

la medida en que existan componentes mentalistas de la fuerza que

la constituyen esencialmenre, la atribución de propiedades ilocucio-

narias a una acción conlleva automáticamente la atribución al agen-

te de esa acción de determinados estados mentales, los cuales con-

tribuyen parcialmente a racionalizarla. Es más, en la medida en que

se considera que un hablante típico está en equilibrio epistémico in-

cluso en relación con los componentes de la fuerza que tienen una

neturaleza externiste (csto es. que llo fienen que estar necesctriAmcn-

te representados mentalmente), la atribución de fuerzas puede prc-

sentarse como formando parte, en g€neral, de nuestra práctica clc

explicar los aspectos ilocucionarios de nuestras acciones lingüísticliteoelendo a sus causes o razoncs mentalist¡s.

La segunda de las funciones de la atribución de propiedaclcs ilo-

cucionarias a las emisiones de alguien es menos incliviclual y tlrils ¡rriblica o social, y consiste en valorar el papel social, nonrrtiv() c ill-tersubjetivo o interpersonal de una conducte significativrr. [il óllfrrsrs

en el carácter fundamental de esta ftrllcitirl es utlr't clc lrts cttllsccttt'tt

cias cle este trabaio. Cttancl<l colll() cspcctrrdorcs iloctlciottrtrios v¡l,t

\LIDAD Dt LA ACCIÓN LINGÜiS TICA

ramos la acción de alguien como una dimisión, un bautizo, una le-gación o una sentencia, pero también cuando la valoramos comouna objeción, una aclaración o una precisión, e incluso como unapromesa, una orden, un insulto cl una afirmación, no tenemos encuenta solanrente los estados mentales del emisor, sino un contex-to rnás amplio, que el hablante conoce (o debería conocer) en lnu-chos casos, pero que en otros se impone de toclos modos aunque elhablante lo desconozca. Una teoría adecuada de la fuerza ilocucio-naria debe valorar adecuadamente el hecho de que atribuimos fuer-zas ilocucionarias no sólo como parte de ur.ra explicación de la con-ducta intencional de los agentes lingüísticos, sino también comoparte de un sistema para valorar el papel público y objetivo que de-sempeñan nuestras emisiones cuando el viento las arrastra a travésdel entorno físico y social del que, como hablantes, formamos par-te inextricable.

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