antologia de filosofia social (2012)

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Antología Filosofía Social Universidad Panamericana Noviembre 2011

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Page 1: Antologia de Filosofia Social (2012)

Antología Filosofía Social

Universidad Panamericana

Noviembre 2011

Page 2: Antologia de Filosofia Social (2012)

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© 2011 Universidad PanamericanaDepartamento de HumanidadesAugusto Rodin 498, Insurgentes MixcoacMéxico, DF 03920

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Índice generalPresentación 4

1. Los principios de la vida en comunidad 5Ética nicomáquea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5AristótelesPolítica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10AristótelesCentesimus annus . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12Juan Pablo IISollicitudo rei socialis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18Juan Pablo II

2. Familia 32Segundo tratado sobre el gobierno civil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32John LockeMetafísica de las costumbres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43Immanuel KantFamiliaris consortio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47Juan Pablo II

3. Las comunidades intermedias 58Política . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58AristótelesPolítica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61AristótelesSegundo tratado sobre el gobierno civil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66John LockeCentesimus annus . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73Juan Pablo II

4. La comunidad política 83Política . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83AristótelesSegundo tratado sobre el gobierno civil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93John LockeCentesimus annus . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97Juan Pablo II

5. La comunidad internacional 104Segundo tratado sobre el gobierno civil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 104John LockeMetafísica de las costumbres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105Immanuel KantCaritas in veritate . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 110Benedicto XVI

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PresentaciónLa presente Antología sirve como material auxiliar para el desarrollo del curso de Filosofía Social del

Departamento de Humanidades de la Universidad Panamericana. No pretende ser ni un libro de texto,ni un libro de referencia básica, sino un material de apoyo para la discusión de los problemas planteadospor la vida social presentados en el curso, y que pueden ser discutidos por los participantes, profesores yestudiantes.

La selección de los pasajes y de los autores sigue un doble criterio, sistemático y cronológico. Siguiendoel orden del programa del curso, se trata de mostrar cómo los autores explican la integración de los diversosniveles de los grupos sociales, comenzando con la persona única y ascendiendo por las diversas comuni-dades en que vive y se integra, como la familia, la escuela, la empresa, el país y el orden internacional.Basados en un criterio histórico, se presentan autores clásicos que tratan de comprender (y probablemente,han contribuido a configurar) la vida social moderna. La selección de autores y textos obedece además a uncriterio minimalista, con la intención de proporcionar a docentes y estudiantes materiales básicos para lapresentación y discusión de los temas, dejándolos en libertad de complementar estas lecturas, consideradasindispensables, con otras que consideren pertinentes. Por ello se prefiere seleccionar pocos autores y obras,pero se reproducen fragmentos relativamente extensos, tratando de conservar el contexto apropiado paracada lectura.

Finalmente, siguiendo la inspiración cristiana característica de la Universidad, se incluyen en todos lostemas fragmentos de documentos clave de la Doctrina Social Cristiana. Como en el caso de los autoresclásicos y modernos incluidos, no se trata de una exposición sistemática, sino de la presentación de algunasde las documentos centrales relativos a los principios de la vida en sociedad y los problemas planteadospor la familia, la educación, el trabajo, y la actividad económica y política contemporáneos. Aunque debecomprenderse que el contexto original de los documentos presentados del Magisterio tenga un profundofondo religioso, y en particular eclesial, se ha intentado enfatizar la doctrina estrictamente social, dejandode lado en la medida de lo posible las implicaciones predominantemente eclesiales de la doctrina expuesta.Para enfatizar la actualidad de los principios y evitar los problemas de la falta de perspectiva histórica, seseleccionan principalmente materiales del recientemente concluido pontificado del Beato Juan Pablo II, y seincluye al final un fragmento de la reflexión vigente de Benedicto XVI sobre la Doctrina Social de la Iglesia,a la vista de los problemas que plantean la crisis económica y de seguridad nacional mundiales, entre otros.

Mixcoac, Noviembre de 2011.

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1. Los principios de la vida en comunidad

Ética nicomáquea¹Aristóteles

En el fondo de la exposición de la vida feliz, cuya realización depende de la Ciencia Política,Aristóteles reflexiona sobre la necesidad humana de convivencia para su perfeccionamiento. Laamistad, que en la filosofía moderna se considera primordialmente un asunto privado, es paraAristóteles y su tradición un componente imprescindible de la vida política, que es inherente-mente comunitaria. Es imposible vivir humanamente, como miembro de una ciudad, sin cultivaralguna forma de amistad con los conciudadanos. Este pasaje distingue diversos tipos de amistady sus virtudes.

Caracteres generales de la amistad

A todo lo que precede debe seguir una teoría de la amistad, porque ella es una especie de virtud, opor lo menos, va siempre escoltada por la virtud. Es además una de las necesidades más apremiantes dela vida; nadie aceptaría esta sin amigos, aun cuando poseyera todos los demás bienes. Cuanto más rico esuno y más poder y más autoridad ejerce, tanto más experimenta la necesidad de tener amigos en tornosuyo. ¿De qué sirve toda esa prosperidad, si no puede unirse a ella la beneficencia que se ejerce sobre todoy del modo más laudable con las personas que se aman? Además, ¿cómo administrar y conservar tantosbienes sin amigos que os auxilien? Cuanto mayor es la fortuna tanto más expuesta se halla. Todo el mundoconviene en que los amigos son el único asilo adonde podemos refugiarnos en la miseria y en los reveses detodos géneros. Cuando somos jóvenes, reclamamos de la amistad que nos libre de cometer faltas dándonosconsejos; cuando viejos, reclamarnos de ella los cuidados y auxilios necesarios para suplir nuestra actividad,puesto que la debilidad senil produce tanto desfallecimiento; en fin, cuando estamos en toda nuestra fuerza,recurrimos a ella para realizar acciones brillantes:

«Dos decididos compañeros, cuando marchan juntos, Son capaces de pensar y hacer muchas cosas{159}.»Añádase a esto, que por una ley de la naturaleza el amor es al parecer un sentimiento innato en el corazón

del ser que engendra respecto del ser que ha engendrado; y este sentimiento existe no sólo entre los hombres,sino también en los pájaros y en la mayor parte de los animales que se aman mutuamente, cuando son dela misma especie; pero se manifiesta principalmente entre los hombres, y tributamos alabanzas a los quese llaman filántropos o amigos de los hombres. Todo el que haya hecho largos viajes ha podido ver portodas partes cuán simpático y cuán amigo es el hombre del hombre. podría hasta decirse que la amistad esel lazo de los Estados, y que los legisladores se ocupan de ella más que de la justicia. La concordia de losciudadanos no carece de semejanza con la amistad; y la concordia es la que las leyes quieren establecer antetodo, así como ante todo quieren desterrar la discordia, que es la más fatal enemiga de la ciudad. Cuandolos hombres se aman unos a otros{160}, no es necesaria la justicia. Pero, aunque sean justos, aun así tienennecesidad de la amistad; e indudablemente no hay nada más justo en el mundo que la justicia que se inspiraen la benevolencia y en la afección. La amistad no sólo es necesaria, sino que además es bella y honrosa.Alabamos a los que aman a sus amigos, porque el cariño que se dispensa a los amigos nos parece uno delos más nobles sentimientos que nuestro corazón puede abrigar. Así hay muchos que creen, que se puedeconfundir el título de hombre virtuoso con el de amante.

Muchas son las cuestiones que se han suscitado sobre la amistad. Unos han pretendido que consiste encierta semejanza, y que los seres que se parecen son amigos, y de aquí han venido estos proverbios: «elsemejante busca su semejante; el grajo busca a los grajos»; y tantos otros que tienen el mismo sentido. Otra

¹ A , Ética Nicomáquea, VIII 1-4; X 9.

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opinión completamente opuesta es la que sostiene por lo contrario, que los que se parecen son opuestos entresí, a la manera de los alfareros que se detestan siempre mutuamente. también hay teorías que intentan dara la amistad un origen más alto y más aproximado a los fenómenos naturales. Así, Eurípides{161}nos diceque «la tierra desecada ama la lluvia, y que el cielo brillante gusta, cuando está lleno de agua, de precipitarsesobre la tierra». Por su parte Heráclito pretende que «solamente lo rebelde, lo opuesto, es útil; que la másbella armonía no sale sino de los contrastes y de las diferencias; y que todo en el universo ha nacido de ladiscordia». también hay otros, entre los cuales puede citarse a Empedocles, que se colocan en un punto devista completamente contrario, y que sostienen, como dijimos antes, que lo semejante busca a lo semejante.

Dejemos aparte aquellas de estas diversas cuestiones que tienen carácter físico, porque son extrañas alobjeto que aquí tratamos; y examinemos todas las que se refieren directamente al hombre, y que tienden adar razón de su carácter moral y de sus pasiones. He aquí, por ejemplo, las cuestiones que podemos discutir:¿puede existir la amistad entre todos los hombres sin excepción? ¿O acaso, cuando los hombres son viciososson incapaces de practicar la amistad? ¿Hay una sola especie de amistad? ¿Pueden distinguirse muchas? Anuestro parecer, cuando se sostiene que no hay más que una sola, que varía simplemente en el más y en elmenos, no se aduce en apoyo de tal afirmación una prueba bastante sólida, puesto que hasta las cosas queson de un género diferente son susceptibles también del más y del menos. Pero este es punto que ya hemostratado anteriormente.

{159} Esto dice Diómedes hablando de sí mismo y de Ulises. Iliada, canto X, v. 224.{160} Admirable doctrina precursora del cristianismo y que Aristóteles toma de las enseñanzas de su

maestro. Véase la Política, lib. II, capítulos I y VIII.{161} No se sabe a qué pieza de Eurípides pertenecen estos versos.

Del objeto de la amistad

Todas las cuestiones que acabamos de indicar quedarán bien pronto aclaradas, tan luego como sepamoscuál es el objeto propio de la amistad, el objeto digno de ser amado. Evidentemente no pueden ser amadastodas las cosas; sólo se ama el objeto amable, es decir, el bien, o lo agradable, o lo útil. Pero como lo útil noes más que lo que proporciona un bien o un placer, resulta de aquí que lo bueno y lo agradable, en tantoque objetos últimos que se proponen al amor, pueden pasar por las dos únicas cosas a que se dirige el amor.Pero aquí se presenta una cuestión: ¿es el bien absoluto, el verdadero bien, el que aman los hombres? ¿Osólo aman lo que es bien para ellos? Estas dos cosas, en efecto, pueden no estar siempre de acuerdo. Lamisma cuestión tiene lugar respecto de lo agradable que del placer. Además, cada uno de nosotros pareceamar lo que es bien para él; y podría decirse de una manera absoluta que, siendo el bien el objeto amable,el objeto que es amado, lo que cada cual ama es lo que es bueno para él. Añádase que el hombre no amalo que es realmente bueno para él, sino lo que le parece ser bueno. Esto, sin embargo, no puede dar lugara ninguna diferencia seria; y de buen grado diríamos que el objeto amable es el que nos parece ser buenopara nosotros.

Hay, por consiguiente, tres causas que hacen que se ame. Pero jamás se aplicará el nombre de amistadal amor o al gusto que se tiene a veces por las cosas inanimadas; porque es demasiado claro que no puedehaber de parte de ellas reciprocidad de afección, como tampoco se puede querer para ellas el bien. ¡Seríacosa singular, por ejemplo, querer el bien del vino que se bebe! Todo lo que puede decirse es, que se deseaque el vino se conserve para poderlo beber cuando se quiera. Respecto al amigo sucede todo lo contrario;se dice que es preciso desear el bien únicamente para él; y se llaman benévolos los corazones que quierende este modo el bien de otro, aunque la persona amada no les corresponda. La benevolencia, cuando esrecíproca, debe ser considerada como si fuera amistad. ¿Pero no debe añadirse, que para ser verdaderamentela amistad, esta benevolencia no debe ser ignorada por aquellos con quienes se tiene? Así sucede muchasveces, que es uno benévolo con gentes que no ha visto jamás; pero se supone que son hombres de bieno que pueden sernos útiles; y entonces el sentimiento es poco más o menos el mismo que si uno de esosdesconocidos hubiese manifestado ya la misma afección que vosotros habéis manifestado por él. He aquí,

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1. Los principios de la vida en comunidad 7

pues, gentes que son ciertamente benévolas recíprocamente. ¿Pero cómo se puede dar el título de amigos agentes, cuya reciprocidad de sentimientos no se conoce? Para que sean verdaderos amigos, es preciso quetengan los unos para con los otros sentimientos de benevolencia, que se deseen el bien, y que no ignoren elbien que se desean mutuamente por una de las razones de que acabamos de hablar.

Especies de amistad

Los motivos de afección son de diferentes especies, lo repito; y por consiguiente los amores y las amista-des que causan deben diferir igualmente. Así hay tres especies de amistad que responden a los tres motivosde afección; y para cada una de ellas, debe haber reciprocidad de amor, el cual no ha de quedar oculto aninguno de los dos que le experimentan. Los que se aman quieren el bien recíproco en el sentido mismo delmotivo porque se aman; por ejemplo, los que se aman por interés, por la utilidad que pueden sacar el unodel otro, no se aman por sus personas precisamente, sino en tanto que sacan algún bien y algún provechode sus relaciones mutuas. Lo mismo sucede con los que sólo se aman por el placer. Si aman a personas decostumbres también ligeras, no es a causa del carácter de éstas, sino únicamente por los placeres que les pro-porcionan. Por consiguiente, cuando se ama por interés y por utilidad, sólo se busca en el fondo el propiobien personal. Cuando se ama por placer, sólo se busca realmente el placer mismo. En estos dos casos, no seama aquel que se ama por lo que es realmente, sino que se le ama sólo en tanto que es útil y agradable. Estasamistades sólo son amistades indirectas y accidentales; pues no se ama porque el hombre amado tenga talesu cuales cualidades, cualesquiera que por otra parte sean ellas; sino que se le ama en un caso por el provechoque procura y por el bien que facilite, y en otro por el placer que proporciona.

Las amistades de este género se rompen muy fácilmente, porque estos pretendidos amigos no subsistenlargo tiempo semejantes a sí mismos. Tan pronto como tales amigos dejan de ser útiles o no presentan elaliciente del placer, se cesa al momento de amarles. Lo útil, el interés, no tiene nada de fijo , y varía de uninstante a otro de una manera completa. Llegando a desaparecer el motivo que les hacia amigos, la amistaddesaparece en el acto con la única causa que la había formado.

La amistad, entendida de esta manera, parece encontrarse principalmente en los hombres de muchaedad; la ancianidad no va en busca de lo agradable, sólo busca lo que es útil. también es este el defecto delos hombres que están en toda la fuerza de la edad y de los jóvenes, cuando sólo buscan su interés personal.Los amigos de esta clase no tienen gusto, ni poco ni mucho, en vivir habitualmente juntos. lejos de esto gus-tan poco el uno del otro, y no advierten la necesidad de una comunicación íntima, fuera de los momentosen que deben satisfacer recíprocamente su interés. Se complacen puramente mientras dura la esperanza desacar alguna ventaja el uno del otro. En esta clase de relaciones es donde debe colocarse también la hospita-lidad{162}. El placer parece ser el único que inspira las amistades de los jóvenes; ellos viven dominados porla pasión y sólo buscan el placer, y aun puede decirse el placer del momento. Con el tiempo, los placerescambian y se hacen distintos. Así es que los jóvenes contraen de relámpago sus relaciones amistosas, y cesandel mismo modo en ellas. La amistad pasa con el placer a que debía su nacimiento; y el cambio de este placeres muy rápido. Los jóvenes se ven arrastrados por el amor; y el amor las más veces no se produce sino bajoel imperio de la pasión y del placer. He aquí por qué aman tan pronto y tan pronto cesan de amar, comoque cambian veinte veces de gusto en un mismo día; pero no por eso dejan de querer pasar todos los días yvivir constantemente con el objeto amado; porque de este modo se produce y se comprende la amistad enla juventud.

La amistad perfecta es la de los hombres virtuosos y que se parecen por su virtud; porque se deseanmutuamente el bien en tanto que son buenos, y yo añado, que son buenos por sí mismos. Los que quieren elbien para sus amigos por motivos tan nobles son los amigos por excelencia. De suyo, por su propia naturale-za, y no accidentalmente es como se encuentran en tan dichosa disposición. De aquí resulta, que la amistadde estos corazones generosos subsiste todo el tiempo que son ellos buenos y virtuosos; porque la virtud esuna cosa sólida y durable. Cada uno de los dos amigos es bueno absolutamente en sí, y es bueno igualmente

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para su amigo; porque los buenos son a la vez y absolutamente buenos y útiles los unos para los otros. tam-bién se puede añadir que son mutuamente agradables, y esto se comprende sin dificultad. Si los buenos sonagradables absolutamente y si lo son también los unos para con los otros, es porque los actos propios, asícomo los actos que se parecen a los nuestros, nos causan siempre placer, y que las acciones de los hombresvirtuosos son virtuosas también o por lo menos son semejantes entre sí. Una amistad de esta clase es dura-ble, como puede fácilmente concebirse, puesto que reúne todas las condiciones que deben encontrarse enlos verdaderos amigos. Y así toda amistad se forma con la mira de alguna ventaja o con la mira del placer,sea absolutamente, sea por lo menos con relación al que ama; y además sólo se forma a condición de unacierta semejanza. Todas estas circunstancias se encuentran esencialmente en el caso que indicamos aquí: enesta amistad hay semejanza al mismo tiempo que hay todo lo demás, es decir, que de una y otra parte sonabsolutamente buenos y absolutamente agradables. Nada hay en el mundo más digno de ser amado queesto, y en las personas de este mérito es donde se encuentra generalmente la amistad, y la más perfecta. Esmuy claro, por otra parte, que amistades tan nobles han de ser raras, porque hay pocos hombres de estecarácter. Para formarse estos lazos se necesita además tiempo y hábito. El proverbio tiene razón cuandodice que no pueden conocerse mutuamente los amigos, «antes de haber consumido juntos una talega desal.» Tampoco pueden dos aceptarse ni ser amigos antes de haberse mostrado uno y otro dignos del mutuoafecto, ni antes de haberse establecido entre ellos una recíproca confianza. Cuando dos crean amistades tanrápidas, desean indudablemente hacerse amigos; pero no lo son y no lo llegan a ser verdaderamente sinoa condición de ser dignos de la amistad y de conocerse bien mutuamente. El deseo de ser amigo puede serrápido; pero la amistad no lo es. La amistad sólo es completa cuando media el concurso del tiempo y detodas las demás circunstancias que hemos indicado; y gracias a estas relaciones llega a ser igual y semejantepor ambas partes, condición que debe existir también cuando se trata de verdaderos amigos.

{162} Es de temer que esto sea una glosa de un comentador; pues no se comprende bien a qué viene traeraquí a cuento la hospitalidad.

Comparación de las tres especies de amistad

La amistad, que se forma por placer, tiene algo que la asemeja a la amistad perfecta; porque los buenosse complacen también unos a otros. Asimismo puede decirse, que la que se contrae con miras de interés yde utilidad, no deja de tener relación con la amistad por virtud, puesto que los buenos son también justosentre sí. Lo que principalmente puede hacer durar las amistades fundadas en el placer y en el interés, es quese establezca una completa igualdad entre uno y otro amigo; por ejemplo, en cuanto al placer. Pero el lazono se afianza sólo por este motivo; puede afianzarse también por ser debida esta igualdad que los aproximaa un mismo origen, como sucede cuando ambos son de buena sociedad, y no como entre el amante y aquela quien se ama; porque los que se aman bajo este último concepto no tienen ambos los mismos placeres;puesto que el uno se complace en amar y el otro en recibir los cuidados de su amante. Cuando la edad dela hermosura{163}llega a pasar, también la amistad desaparece; este no tiene ya placer en ver a su antiguoamigo; ni aquel le tiene en recibir sus atenciones. Muchos, sin embargo, cuando hay entre ellos conformidadde hábitos, permanecen unidos aún, si en una larga intimidad ha contraído cada cual afecto al carácter delotro.

En cuanto a los que no buscan un cambio de placeres en sus relaciones amorosas, sino que sólo venel interés, son menos amigos y lo son por menos tiempo. Los que son amigos por puro interés cesan deserlo con el interés mismo que les había aproximado; porque en realidad no eran amigos, y sólo lo eran delprovecho que podrían sacar.

Por lo tanto, el placer y el interés pueden hacer que los hombres malos sean amigos unos de otros, ytambién que hombres de bien sean amigos de hombres viciosos, y que los que no son ni lo uno ni lo otrose hagan amigos de los unos o de los otros indiferentemente. No es menos evidente, que los buenos son losúnicos que se hacen amigos por sus amigos mismos; porque los malos no se aman entre sí, si no encuentranen ello algún provecho.

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1. Los principios de la vida en comunidad 9

Hay más; sólo la amistad de los buenos es inaccesible a la calumnia, porque no pueden creerse fácilmentelas aserciones de nadie contra un hombre que durante largo tiempo se ha conocido y experimentado. Loscorazones de esta especie se fían plenamente el uno del otro; no han pensado jamás en hacerse el menordaño, y tienen todas las demás cualidades profundamente estimables que se encuentran en la verdaderaamistad; mientras que nada obsta a que las amistades de otra especie sean objeto de semejantes ataques.

Puesto que en el lenguaje ordinario se llaman amigos a todos aquellos que sólo lo son por interés, comolos Estados, cuyas alianzas militares sólo se hacen en interés de los contratantes; y puesto que tambiénse llaman amigos a los que sólo se aman por placer, como sucede con los jóvenes; será preciso quizá quenosotros demos también el nombre de amigos a los que se aman por estos motivos. Pero entonces tendremoscuidado de distinguir muchas especies de amistad. La primera y la verdadera amistad será para nosotros lade los hombres virtuosos y buenos, que se aman en tanto que son buenos y virtuosos. Las otras amistadessólo son amistades por su semejanza con esta. Los que son amigos por estos motivos inferiores, lo sonsiempre bajo la influencia de algo bueno, así como de algo semejante que hay entre ellos y que los aproxima;porque el placer es un bien a los ojos de los que lo buscan. Pero si estas amistades por interés y por placer nounen estrechamente los corazones, es raro igualmente que se encuentren juntas en los mismos individuos,porque las cosas pendientes del azar y del accidente no se unen entre sí sino muy imperfectamente{164}.

Dividiéndose la amistad en las especies que hemos indicado, sólo queda que los hombres malos se haganamigos por interés o por placer, porque sólo tienen entre sí estos puntos de semejanza. Los buenos, por locontrario, se hacen amigos por sí mismos, es decir, en tanto que son buenos. Sólo estos, absolutamentehablando, son amigos, porque los demás lo son indirectamente y por la semejanza que en ciertos conceptostienen con los verdaderos amigos{165}.

{163} En el Fedro de Platón se encuentran detalles completamente análogos a lo que aquí se dice; y es decreer que Aristóteles lo recordaba cuando escribía este pasaje.

{164} Porque el placer y el interés son tan mudables el uno como el otro.{165} Nulla nisi inter bonos amicitia.

Relación de la felicidad con el bienestar exterior

Sin embargo, en el hecho mismo de ser hombre es necesario para ser dichoso cierto bienestar exterior. Lanaturaleza del hombre, tomada en sí misma, no basta para el acto de la contemplación. Es preciso ademásque el cuerpo se mantenga sano, que tome los alimentos indispensables y que se tengan con él todos loscuidados que de suyo exige. Sin embargo, no se crea que el hombre, para ser dichoso, tenga necesidad demuchas cosas ni de grandes recursos, aunque realmente no pueda ser completamente dichoso sin estosbienes exteriores. La suficiencia del hombre está muy lejos de exigir un exceso, ni en el uso de los bienes queposee, ni respecto a su actividad. Se pueden hacer las acciones más bellas sin ser el dominador de la tierra yde los mares, puesto que puede el hombre obrar según pide la virtud por muy modesta que sea su condición.Esto se ve claramente observando que los simples particulares se conducen tan virtuosamente como loshombres más poderosos, y en general mucho mejor. Basta tener los recursos módicos de que acabamos dehablar, para que la vida sea siempre dichosa, si se toma la virtud por guía en su conducta. Solon{204} quizádefinió muy bien al hombre dichoso, diciendo que: «es el que, medianamente provisto de bienes exteriores,sabe ejecutar acciones nobles y vivir con templanza y modestia.» Así es en efecto; se puede con una medianafortuna cumplir todos los deberes. Anaxágoras tampoco creía que el hombre feliz fuese el hombre rico ypoderoso, puesto que decía: «que no le sorprendería pasar por extravagante a los ojos del vulgo; porqueeste sólo juzga por las cosas exteriores, únicas que comprende.»

Así las opiniones de los sabios están de acuerdo con nuestras teorías, con lo cual reciben estas indudable-mente un nuevo grado de probabilidad; pero cuando se trata de la práctica, la verdad se juzga y se reconocesolamente en vista de los actos y atendiendo a la vida real; porque este es el punto decisivo. Al estudiartodas las teorías que acabo de exponer, deberán por lo mismo confrontarse con los hechos mismos y con la

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vida práctica. Cuando se conforman con la realidad, pueden adoptarse; si no concuerdan con ella, debe sos-pecharse que no son más que vanos razonamientos. El hombre que vive y obra mediante su inteligencia y lacultiva con cuidado, me parece a la vez el mejor organizado de los hombres y el más querido de los dioses;porque si los dioses toman algún cuidado en los negocios humanos, como yo creo, es muy natural que secomplazcan en ver sobre todo en el hombre lo que hay en él de mejor y lo que más se aproxima a su propianaturaleza, es decir, la inteligencia y el entendimiento. También es muy natural, que en cambio los diosescolmen con sus beneficios a los que estiman y honran con mayor celo este divino principio, pues que cuidanlo que los dioses aman, y se conducen con rectitud y nobleza. Que entre estos se encuentra el sabio es cosaque no puede negarse; el sabio es particularmente querido por los dioses, y a mi juicio es consiguientementeel más dichoso de los hombres; de donde concluyo, que el sabio es el único que en este sentido es todo locompletamente dichoso que se puede ser.

{204} Véase a Herodoto. Clio, cap. XXX, pág. 9, edición de Didot.

Política²Aristóteles

Aristóteles trata de describir en el siguiente pasaje las razones por las cuales los seres humanos secongregan en comunidades hasta llegar a conformar ciudades, y cómo estas diversas comunida-des satisfacen de diversos modos distintas necesidades humanas. Efectivamente, la convivenciahumana implica no sólo la desinteresada simpatía mutua, sino la amistad utilitaria que permitela satisfacción de las diversas necesidades humanas, propias y ajenas.

Origen del Estado y de la sociedad

Todo Estado es evidentemente una asociación, y toda asociación no se forma sino en vista de algún bien,puesto que los hombres, cualesquiera que ellos sean, nunca hacen nada sino en vista de lo que les pareceser bueno. Es claro, por lo tanto, que todas las asociaciones tienden a un bien de cierta especie, y que el másimportante de todos los bienes debe ser el objeto de la más importante de las asociaciones, de aquella queencierra todas las demás, y a la cual se llama precisamente Estado y asociación política.

No han tenido razón, pues, los autores para afirmar que los caracteres de rey, magistrado, padre defamilia y dueño se confunden. Esto equivale a suponer, que toda la diferencia entre estos no consiste sinoen el más y el menos, sin ser específica; que un pequeño número de administrados constituiría el dueño, unnúmero mayor el padre de familia, uno más grande el magistrado o el rey; es suponer, en fin, que una granfamilia es en absoluto un pequeño Estado. Estos autores añaden, por lo que hace al magistrado y al rey, queel poder del uno es personal e independiente, y que el otro es en parte jefe y en parte súbdito, sirviéndosede las definiciones mismas de su pretendida ciencia.

Toda esta teoría es falsa; y bastará, para convencerse de ello, adoptar en este estudio nuestro método ha-bitual. Aquí, como en los demás casos, conviene reducir lo compuesto a sus elementos indescomponibles,es decir, a las más pequeñas partes del conjunto. Indagando así cuáles son los elementos constitutivos delEstado, reconoceremos mejor en qué difieren estos elementos, y veremos si se pueden sentar algunos princi-pios científicos para resolver las cuestiones de que acabamos de hablar. En esto, como en todo, remontarse alorígen de las cosas y seguir atentamente su desenvolvimiento, es el camino más seguro para la observación.

Por lo pronto es obra de la necesidad la aproximación de dos seres que no pueden nada el uno sin elotro: me refiero a la unión de los sexos para la reproducción. Y en esto no hay nada de arbitrario, porque lomismo en el hombre que en todos los demás animales y en las plantas{1} existe un deseo natural de quererdejar tras sí un ser formado a su imagen.

² A , Política, I 1.

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1. Los principios de la vida en comunidad 11

La naturaleza, teniendo en cuenta la necesidad de la conservación, ha creado a unos seres para mandary a otros para obedecer. Ha querido que el ser dotado de razón y de previsión mande como dueño, así comotambién que el ser capaz por sus facultades corporales de ejecutar las órdenes, obedezca como esclavo, y deesta suerte el interés del señor y el del esclavo se confunden.

La naturaleza ha fijado por consiguiente la condición especial de la mujer y la del esclavo. La naturalezano es mezquina como nuestros artistas, y nada de lo que hace se parece a los cuchillos de Delfos fabricadospor aquellos. En la naturaleza, un ser no tiene más que un solo destino, porque los instrumentos son másperfectos cuando sirven, no para muchos usos, sino para uno sólo. Entre los bárbaros la mujer y el esclavoestán en una misma línea, y la razón es muy clara; la naturaleza no ha creado entre ellos un ser destinado amandar, y realmente no cabe entre los mismos otra unión que la de esclavo con esclava, y los poetas no seengañan cuando dicen:

«Sí, el griego tiene derecho a mandar al bárbaro»,puesto que la naturaleza ha querido que bárbaro y esclavo fuesen una misma cosa{2}.Estas dos primeras asociaciones, la del señor y el esclavo, la del esposo y la mujer, son las bases de la

familia, y Hesíodo lo ha dicho muy bien en este verso{3}:«La casa, después la mujer y el buey arador;»porque el pobre no tiene otro esclavo que el buey. Así, pues, la asociación natural y permanente es la

familia, y Carondas ha podido decir de los miembros que la componen «que comían a la misma mesa», yEpiménides de Creta «que se calentaban en el mismo hogar.»

La primera asociación de muchas familias, pero formada en virtud de relaciones que no son cotidianas, esel pueblo, que justamente puede llamarse colonia natural de la familia, porque los individuos que componenel pueblo, como dicen algunos autores, «han mamado la leche de la familia», son sus hijos, «los hijos de sushijos.» Si los primeros Estados se han visto sometidos a reyes, y si las grandes naciones lo están aún hoy, esporque tales Estados se formaron con elementos habituados a la autoridad real, puesto que, en la familia,el de más edad es el verdadero rey, y las colonias de la familia han seguido filialmente el ejemplo que se leshabía dado. Por esto, Homero ha podido decir{4}:

«Cada uno por separado gobierna como señor a sus mujeres y a sus hijos.»En su origen todas las familias aisladas se gobernaban de esta manera. De aquí la común opinión según

la que están los dioses sometidos a un rey, porque todos los pueblos reconocieron en otro tiempo o reconocenaún hoy la autoridad real, y los hombres nunca han dejado de atribuir a los dioses sus propios hábitos, asícomo se los representaban a imagen suya.

La asociación de muchos pueblos forma un Estado completo, que llega, si puede decirse así, a bastarseabsolutamente a sí mismo, teniendo por origen las necesidades de la vida, y debiendo su subsistencia alhecho de ser éstas satisfechas.

Así el Estado procede siempre de la naturaleza, lo mismo que las primeras asociaciones, cuyo fin últimoes aquél; porque la naturaleza de una cosa es precisamente su fin, y lo que es cada uno de los seres cuandoha alcanzado su completo desenvolvimiento, se dice que es su naturaleza propia, ya se trate de un hombre,de un caballo, o de una familia. Puede añadirse, que este destino y este fin de los seres es para los mismosel primero de los bienes, y bastarse a sí mismo es a la vez un fin y una felicidad. De donde se concluyeevidentemente que el Estado es un hecho natural, que el hombre es un ser naturalmente sociable, y que elque vive fuera de la sociedad por organización y no por efecto del azar, es ciertamente, o un ser degradado,o un ser superior a la especie humana; y a él pueden aplicarse aquellas palabras de Homero{5}:

«Sin familia, sin leyes, sin hogar...»El hombre, que fuese por naturaleza tal como lo pinta el poeta, sólo respiraría guerra, porque sería inca-

paz de unirse con nadie como sucede a las aves de rapiña.Si el hombre es infinitamente más sociable que las abejas y que todos los demás animales que viven

en grey, es evidentemente, como he dicho muchas veces, porque la naturaleza no hace nada en vano. Puesbien, ella concede la palabra al hombre exclusivamente. Es verdad que la voz puede realmente expresar la

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12 Filosofía Social

alegría y el dolor, y así no les falta a los demás animales, porque su organización les permite sentir estasdos afecciones, y comunicárselas entre sí; pero la palabra ha sido concedida para expresar el bien y el mal,y por consiguiente lo justo y lo injusto, y el hombre tiene esto de especial entre todos los animales: que sóloél percibe el bien y el mal, lo justo y lo injusto, y todos los sentimientos del mismo orden, cuya asociaciónconstituye precisamente la familia y el Estado.

No puede ponerse en duda que el Estado está naturalmente sobre la familia y sobre cada individuo,porque el todo es necesariamente superior a la parte, puesto que una vez destruido el todo, ya no hay partes,no hay pies, no hay manos, a no ser que por una pura analogía de palabras se diga una mano de piedra,porque la mano separada del cuerpo no es ya una mano real. Las cosas se definen en general por los actosque realizan y pueden realizar, y tan pronto como cesa su aptitud anterior, no puede decirse ya que seanlas mismas; lo único que hay es que están comprendidas bajo un mismo nombre. Lo que prueba claramentela necesidad natural del Estado y su superioridad sobre el individuo es, que si no se admitiera, resultaríaque puede el individuo entonces bastarse a sí mismo aislado así del todo como del resto de las partes; peroaquel que no puede vivir en sociedad y que en medio de su independencia no tiene necesidades no puedeser nunca miembro del Estado; es un bruto o un dios.

La naturaleza arrastra pues instintivamente a todos los hombres a la asociación política. El primero que lainstituyó hizo un inmenso servicio, porque el hombre, que cuando ha alcanzado toda la perfección posiblees el primero de los animales, es el último cuando vive sin leyes y sin justicia. En efecto, nada hay másmonstruoso que la injusticia armada. El hombre ha recibido de la naturaleza las armas de la sabiduría y dela virtud, que debe emplear sobre todo para combatir las malas pasiones. Sin la virtud es el ser más perversoy más feroz, porque sólo tiene los arrebatos brutales del amor y del hambre. La justicia es una necesidadsocial, porque el derecho es la regla de vida para la asociación política, y la decisión de lo justo es lo queconstituye el derecho.

{1} Algunos comentadores, al ver que Aristóteles atribuía a las plantas este deseo, han creído que conocíala diferencia de sexos en los vegetales. Saint-Hilaire, p. 3.

{2} Véase la Ifigenia de Eurípides, v. 1400.{3} Verso de Hesiodo, Las Obras y los días, v. 403.{4} Odisea, IX. 104, 115.{5} Iliada, IX, 63.

Centesimus annus³Juan Pablo II

Publicada con ocasión del centésimo aniversario de la encíclica de León XIII “Rerum novarum”(1891), “Centesimus annus” (1991) es la primera consideración eclesial contemporánea, poste-rior a la Guerra Fría, de la vida social. Juan Pablo II reflexiona en el primer capítulo sobre lasdiferencias entre el mundo vivido por León XIII y el de fines del siglo XX, pasadas las GuerrasMundiales declaradas y veladas. Como “Rerum novarum”, “Centesimus annus” se concentraprincipalmente en el problema de las relaciones laborales que implican las formas modernas,industrial y comercial, de propiedad y producción, y evalúa el carácter “profético” de algunasobservaciones de León XIII, a la vez que señala los retos que entonces se preveían desde entoncescomo más urgentes para la especie humana.

4. A finales del siglo pasado la Iglesia se encontró ante un proceso histórico, presente ya desde hacía tiempo,pero que alcanzaba entonces su punto álgido. Factor determinante de tal proceso lo constituyó un conjuntode cambios radicales ocurridos en el campo político, económico y social, e incluso en el ámbito científicoy técnico, aparte el múltiple influjo de las ideologías dominantes. Resultado de todos estos cambios había

³ J P II, Centesimus Annus, c. 1.

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1. Los principios de la vida en comunidad 13

sido, en el campo político, una nueva concepción de la sociedad, del Estado y, como consecuencia, de la autoridad.Una sociedad tradicional se iba extinguiendo, mientras comenzaba a formarse otra cargada con la esperanzade nuevas libertades, pero al mismo tiempo con los peligros de nuevas formas de injusticia y de esclavitud.

En el campo económico, donde confluían los descubrimientos científicos y sus aplicaciones, se habíallegado progresivamente a nuevas estructuras en la producción de bienes de consumo. Había aparecidouna nueva forma de propiedad, el capital, y una nueva forma de trabajo, el trabajo asalariado, caracterizado porgravosos ritmos de producción, sin la debida consideración para con el sexo, la edad o la situación familiar,y determinado únicamente por la eficiencia con vistas al incremento de los beneficios.

El trabajo se convertía de este modo en mercancía, que podía comprarse y venderse libremente en elmercado y cuyo precio era regulado por la ley de la oferta y la demanda, sin tener en cuenta el mínimo vitalnecesario para el sustento de la persona y de su familia. Además, el trabajador ni siquiera tenía la seguridadde llegar a vender la «propia mercancía», al estar continuamente amenazado por el desempleo, el cual, afalta de previsión social, significaba el espectro de la muerte por hambre.

Consecuencia de esta transformación era «la división de la sociedad en dos clases separadas por unabismo profundo»⁶. Tal situación se entrelazaba con el acentuado cambio político. Y así, la teoría políticaentonces dominante trataba de promover la total libertad económica con leyes adecuadas o, al contrario, conuna deliberada ausencia de cualquier clase de intervención. Al mismo tiempo comenzaba a surgir de formaorganizada, no pocas veces violenta, otra concepción de la propiedad y de la vida económica que implicabauna nueva organización política y social.

En el momento culminante de esta contraposición, cuando ya se veía claramente la gravísima injus-ticia de la realidad social, que se daba en muchas partes, y el peligro de una revolución favorecida porlas concepciones llamadas entonces «socialistas», León XIII intervino con un documento que afrontaba demanera orgánica la «cuestión obrera». A esta encíclica habían precedido otras dedicadas preferentemente aenseñanzas de carácter político; más adelante irían apareciendo otras⁷. En este contexto hay que recordaren particular la encíclica Libertas praestantissimum, en la que se ponía de relieve la relación intrínseca de lalibertad humana con la verdad, de manera que una libertad que rechazara vincularse con la verdad caeríaen el arbitrio y acabaría por someterse a las pasiones más viles y destruirse a sí misma. En efecto, ¿de dóndederivan todos los males frente a los cuales quiere reaccionar la Rerum novarum, sino de una libertad que, enla esfera de la actividad económica y social, se separa de la verdad del hombre?

El Pontífice se inspiraba, además, en las enseñanzas de sus predecesores, en muchos documentos episco-pales, en estudios científicos promovidos por seglares, en la acción de movimientos y asociaciones católicas,así como en las realizaciones concretas en campo social, que caracterizaron la vida de la Iglesia en la segundamitad del siglo XIX.

5. Las «cosas nuevas», que el Papa tenía ante sí, no eran ni mucho menos positivas todas ellas. Al con-trario, el primer párrafo de la encíclica describe las «cosas nuevas», que le han dado el nombre, con duraspalabras: «Despertada el ansia de novedades que desde hace ya tiempo agita a los pueblos, era de esperar quelas ganas de cambiarlo todo llegara un día a pasarse del campo de la política al terreno, con él colindante, dela economía. En efecto, los adelantos de la industria y de las profesiones, que caminan por nuevos derrote-ros; el cambio operado en las relaciones mutuas entre patronos y obreros; la acumulación de las riquezasen manos de unos pocos y la pobreza de la inmensa mayoría; la mayor confianza de los obreros en sí mis-mos y la más estrecha cohesión entre ellos, juntamente con la relajación de la moral, han determinado elplanteamiento del conflicto» ⁸.

El Papa, y con él la Iglesia, lo mismo que la sociedad civil, se encontraban ante una sociedad dividida porun conflicto, tanto más duro e inhumano en cuanto que no conocía reglas ni normas. Se trataba del conflictoentre el capital y el trabajo, o —como lo llamaba la encíclica— la cuestión obrera, sobre la cual precisamente,y en los términos críticos en que entonces se planteaba, no dudó en hablar el Papa.

Nos hallamos aquí ante la primera reflexión, que la encíclica nos sugiere hoy. Ante un conflicto quecontraponía, como si fueran «lobos», un hombre a otro hombre, incluso en el plano de la subsistencia física

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de unos y la opulencia de otros, el Papa sintió el deber de intervenir en virtud de su «ministerio apostólico»⁹, esto es, de la misión recibida de Jesucristo mismo de «apacentar los corderos y las ovejas» (cf. Jn 21, 15-17) y de «atar y desatar» en la tierra por el Reino de los cielos (cf. Mt 16, 19). Su intención era ciertamentela de restablecer la paz, razón por la cual el lector contemporáneo no puede menos de advertir la severacondena de la lucha de clases, que el Papa pronunciaba sin ambages ¹⁰. Pero era consciente de que la pazse edifica sobre el fundamento de la justicia:contenido esencial de la encíclica fue precisamente proclamar lascondiciones fundamentales de la justicia en la coyuntura económica y social de entonces ¹¹.

De esta manera León XIII, siguiendo las huellas de sus predecesores, establecía un paradigma perma-nente para la Iglesia. Ésta, en efecto, hace oír su voz ante determinadas situaciones humanas, individuales ycomunitarias, nacionales e internacionales, para las cuales formula una verdadera doctrina, un corpus, quele permite analizar las realidades sociales, pronunciarse sobre ellas y dar orientaciones para la justa soluciónde los problemas derivados de las mismas.

En tiempos de León XIII semejante concepción del derecho-deber de la Iglesia estaba muy lejos de seradmitido comúnmente. En efecto, prevalecía una doble tendencia: una, orientada hacia este mundo y estavida, a la que debía permanecer extraña la fe; la otra, dirigida hacia una salvación puramente ultraterrena,pero que no iluminaba ni orientaba su presencia en la tierra. La actitud del Papa al publicar laRerum novarumconfiere a la Iglesia una especie de «carta de ciudadanía» respecto a las realidades cambiantes de la vidapública, y esto se corroboraría aún más posteriormente. En efecto, para la Iglesia enseñar y difundir ladoctrina social pertenece a su misión evangelizadora y forma parte esencial del mensaje cristiano, ya queesta doctrina expone sus consecuencias directas en la vida de la sociedad y encuadra incluso el trabajocotidiano y las luchas por la justicia en el testimonio a Cristo Salvador. Asimismo viene a ser una fuentede unidad y de paz frente a los conflictos que surgen inevitablemente en el sector socioeconómico. De estamanera se pueden vivir las nuevas situaciones, sin degradar la dignidad trascendente de la persona humanani en sí mismos ni en los adversarios, y orientarlas hacia una recta solución.

La validez de esta orientación, a cien años de distancia, me ofrece la oportunidad de contribuir al desarro-llo de la «doctrina social cristiana». La «nueva evangelización», de la que el mundo moderno tiene urgentenecesidad y sobre la cual he insistido en más de una ocasión, debe incluir entre sus elementos esenciales elanuncio de la doctrina social de la Iglesia, que, como en tiempos de León XIII, sigue siendo idónea para indicarel recto camino a la hora de dar respuesta a los grandes desafíos de la edad contemporánea, mientras creceel descrédito de las ideologías. Como entonces, hay que repetir que no existe verdadera solución para la «cuestiónsocial» fuera del Evangelio y que, por otra parte, las «cosas nuevas» pueden hallar en él su propio espacio deverdad y el debido planteamiento moral.

6. Con el propósito de esclarecer el conflicto que se había creado entre capital y trabajo, León XIII defendíalos derechos fundamentales de los trabajadores. De ahí que la clave de lectura del texto leoniano sea ladignidad del trabajador en cuanto tal y, por esto mismo, la dignidad del trabajo,definido como «la actividadordenada a proveer a las necesidades de la vida, y en concreto a su conservación»¹². El Pontífice califica eltrabajo como «personal», ya que «la fuerza activa es inherente a la persona y totalmente propia de quien ladesarrolla y en cuyo beneficio ha sido dada»¹³. El trabajo pertenece, por tanto, a la vocación de toda persona;es más, el hombre se expresa y se realiza mediante su actividad laboral. Al mismo tiempo, el trabajo tieneuna dimensión social, por su íntima relación bien sea con la familia, bien sea con el bien común, «porque sepuede afirmar con verdad que el trabajo de los obreros es el que produce la riqueza de los Estados»¹⁴. Todoesto ha quedado recogido y desarrollado en mi encíclica Laborem exercens ¹⁵.

Otro principio importante es sin duda el del derecho a la «propiedad privada»¹⁶. El espacio que la encíclicale dedica revela ya la importancia que se le atribuye. El Papa es consciente de que la propiedad privada noes un valor absoluto, por lo cual no deja de proclamar los principios que necesariamente lo complementan,como el del destino universal de los bienes de la tierra ¹⁷.

Por otra parte, no cabe duda de que el tipo de propiedad privada que León XIII considera principalmente,es el de la propiedad de la tierra¹⁸. Sin embargo, esto no quita que todavía hoy conserven su valor las razones

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1. Los principios de la vida en comunidad 15

aducidas para tutelar la propiedad privada, esto es, para afirmar el derecho a poseer lo necesario para eldesarrollo personal y el de la propia familia, sea cual sea la forma concreta que este derecho pueda asumir.Esto hay que seguir sosteniéndolo hoy día, tanto frente a los cambios de los que somos testigos, acaecidosen los sistemas donde imperaba la propiedad colectiva de los medios de producción, como frente a loscrecientes fenómenos de pobreza o, más exactamente, a los obstáculos a la propiedad privada, que se danen tantas partes del mundo, incluidas aquellas donde predominan los sistemas que consideran como puntode apoyo la afirmación del derecho a la propiedad privada. Como consecuencia de estos cambios y de lapersistente pobreza, se hace necesario un análisis más profundo del problema, como se verá más adelante.

7. En estrecha relación con el derecho de propiedad, la encíclica de León XIII afirma también otros derechos,como propios e inalienables de la persona humana. Entre éstos destaca, dado el espacio que el Papa lededica y la importancia que le atribuye, el «derecho natural del hombre» a formar asociaciones privadas;lo cual significa ante todo el derecho a crear asociaciones profesionales de empresarios y obreros, o de obrerossolamente ¹⁹. Ésta es la razón por la cual la Iglesia defiende y aprueba la creación de los llamados sindicatos,no ciertamente por prejuicios ideológicos, ni tampoco por ceder a una mentalidad de clase, sino porque setrata precisamente de un «derecho natural» del ser humano y, por consiguiente, anterior a su integración enla sociedad política. En efecto, «el Estado no puede prohibir su formación», porque «el Estado debe tutelarlos derechos naturales, no destruirlos. Prohibiendo tales asociaciones, se contradiría a sí mismo»²⁰.

Junto con este derecho, que el Papa —es obligado subrayarlo— reconoce explícitamente a los obreroso, según su vocabulario, a los «proletarios», se afirma con igual claridad el derecho a la «limitación de lashoras de trabajo», al legítimo descanso y a un trato diverso a los niños y a las mujeres ²¹ en lo relativo al tipode trabajo y a la duración del mismo.

Si se tiene presente lo que dice la historia a propósito de los procedimientos consentidos, o al menos noexcluidos legalmente, en orden a la contratación sin garantía alguna en lo referente a las horas de trabajo, nia las condiciones higiénicas del ambiente, más aún, sin reparo para con la edad y el sexo de los candidatosal empleo, se comprende muy bien la severa afirmación del Papa: «No es justo ni humano exigir al hombretanto trabajo que termine por embotarse su mente y debilitarse su cuerpo». Y con mayor precisión, refirién-dose al contrato, entendido en el sentido de hacer entrar en vigor tales «relaciones de trabajo», afirma: «Entoda convención estipulada entre patronos y obreros, va incluida siempre la condición expresa o tácita» deque se provea convenientemente al descanso, en proporción con la «cantidad de energías consumidas en eltrabajo». Y después concluye: «un pacto contrario sería inmoral»²².

8. A continuación el Papa enuncia otro derecho del obrero como persona. Se trata del derecho al «salariojusto», que no puede dejarse «al libre acuerdo entre las partes, ya que, según eso, pagado el salario conve-nido, parece como si el patrono hubiera cumplido ya con su deber y no debiera nada más»²³. El Estado, sedecía entonces, no tiene poder para intervenir en la determinación de estos contratos, sino para asegurar elcumplimiento de cuanto se ha pactado explícitamente. Semejante concepción de las relaciones entre patro-nos y obreros, puramente pragmática e inspirada en un riguroso individualismo, es criticada severamenteen la encíclica como contraria a la doble naturaleza del trabajo, en cuanto factor personal y necesario. Si eltrabajo, en cuanto es personal, pertenece a la disponibilidad que cada uno posee de las propias facultades yenergías, en cuanto es necesarioestá regulado por la grave obligación que tiene cada uno de «conservar su vi-da»; de ahí «la necesaria consecuencia —concluye el Papa— del derecho a buscarse cuanto sirve al sustentode la vida, cosa que para la gente pobre se reduce al salario ganado con su propio trabajo»²⁴.

El salario debe ser, pues, suficiente para el sustento del obrero y de su familia. Si el trabajador, «obligadopor la necesidad o acosado por el miedo de un mal mayor, acepta, aun no queriéndola, una condición másdura, porque se la imponen el patrono o el empresario, esto es ciertamente soportar una violencia, contra lacual clama la justicia»²⁵.

Ojalá que estas palabras, escritas cuando avanzaba el llamado «capitalismo salvaje», no deban repetirsehoy día con la misma severidad. Por desgracia, hoy todavía se dan casos de contratos entre patronos y obre-ros, en los que se ignora la más elemental justicia en materia de trabajo de los menores o de las mujeres, de

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horarios de trabajo, estado higiénico de los locales y legítima retribución. Y esto a pesar de las Declaracionesy Convenciones internacionales al respecto ²⁶ y no obstante las leyes internas de los Estados. El Papa atribuíaa la «autoridad pública» el «deber estricto» de prestar la debida atención al bienestar de los trabajadores,porque lo contrario sería ofender a la justicia; es más, no dudaba en hablar de «justicia distributiva»²⁷.

9. Refiriéndose siempre a la condición obrera, a estos derechos León XIII añade otro, que considero nece-sario recordar por su importancia: el derecho a cumplir libremente los propios deberes religiosos. El Papalo proclama en el contexto de los demás derechos y deberes de los obreros, no obstante el clima general que,incluso en su tiempo, consideraba ciertas cuestiones como pertinentes exclusivamente a la esfera privada.Él ratifica la necesidad del descanso festivo, para que el hombre eleve su pensamiento hacia los bienes dearriba y rinda el culto debido a la majestad divina²⁸. De este derecho, basado en un mandamiento, nadie pue-de privar al hombre: «a nadie es lícito violar impunemente la dignidad del hombre, de quien Dios mismodispone con gran respeto». En consecuencia, el Estado debe asegurar al obrero el ejercicio de esta libertad²⁹.

No se equivocaría quien viese en esta nítida afirmación el germen del principio del derecho a la libertadreligiosa, que posteriormente ha sido objeto de muchas y solemnes Declaraciones y Convenciones internaciona-les³⁰, así como de la conocidaDeclaración conciliar y de mis constantes enseñanzas³¹. A este respecto hemos depreguntarnos si los ordenamientos legales vigentes y la praxis de las sociedades industrializadas aseguranhoy efectivamente el cumplimiento de este derecho elemental al descanso festivo.

10. Otra nota importante, rica de enseñanzas para nuestros días, es la concepción de las relaciones entreel Estado y los ciudadanos. La Rerum novarum critica los dos sistemas sociales y económicos: el socialismoy el liberalismo. Al primero está dedicada la parte inicial, en la cual se reafirma el derecho a la propiedadprivada; al segundo no se le dedica una sección especial, sino que —y esto merece mucha atención— sele reservan críticas, a la hora de afrontar el tema de los deberes del Estado ³², el cual no puede limitarse a«favorecer a una parte de los ciudadanos», esto es, a la rica y próspera, y «descuidar a la otra», que representaindudablemente la gran mayoría del cuerpo social; de lo contrario se viola la justicia, que manda dar acada uno lo suyo. Sin embargo, «en la tutela de estos derechos de los individuos, se debe tener especialconsideración para con los débiles y pobres. La clase rica, poderosa ya de por sí, tiene menos necesidad deser protegida por los poderes públicos; en cambio, la clase proletaria, al carecer de un propio apoyo tienenecesidad específica de buscarlo en la protección del Estado. Por tanto es a los obreros, en su mayoría débilesy necesitados, a quienes el Estado debe dirigir sus preferencias y sus cuidados»³³.

Todos estos pasos conservan hoy su validez, sobre todo frente a las nuevas formas de pobreza existentesen el mundo; y además porque tales afirmaciones no dependen de una determinada concepción del Estado,ni de una particular teoría política. El Papa insiste sobre un principio elemental de sana organización política,a saber, que los individuos, cuanto más indefensos están en una sociedad, tanto más necesitan el apoyo y elcuidado de los demás, en particular, la intervención de la autoridad pública.

De esta manera el principio que hoy llamamos de solidaridad y cuya validez, ya sea en el orden internode cada nación, ya sea en el orden internacional, he recordado en la Sollicitudo rei socialis³⁴, se demuestracomo uno de los principios básicos de la concepción cristiana de la organización social y política. León XIIIlo enuncia varias veces con el nombre de «amistad», que encontramos ya en la filosofía griega; por Pío XI esdesignado con la expresión no menos significativa de «caridad social», mientras que Pablo VI, ampliandoel concepto, de conformidad con las actuales y múltiples dimensiones de la cuestión social, hablaba de«civilización del amor»³⁵.

11. La relectura de aquella encíclica, a la luz de las realidades contemporáneas, nos permite apreciar laconstante preocupación y dedicación de la Iglesia por aquellas personas que son objeto de predilección por partede Jesús, nuestro Señor. El contenido del texto es un testimonio excelente de la continuidad, dentro de laIglesia, de lo que ahora se llama «opción preferencial por los pobres»; opción que en la Sollicitudo rei socialises definida como una «forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana»³⁶. La encíclica sobrela «cuestión obrera» es, pues, una encíclica sobre los pobres y sobre la terrible condición a la que el nuevo

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y con frecuencia violento proceso de industrialización había reducido a grandes multitudes. También hoy,en gran parte del mundo, semejantes procesos de transformación económica, social y política originan losmismos males.

Si León XIII se apela al Estado para poner un remedio justo a la condición de los pobres, lo hace tambiénporque reconoce oportunamente que el Estado tiene la incumbencia de velar por el bien común y cuidarque todas las esferas de la vida social, sin excluir la económica, contribuyan a promoverlo, naturalmentedentro del respeto debido a la justa autonomía de cada una de ellas. Esto, sin embargo, no autoriza a pensarque según el Papa toda solución de la cuestión social deba provenir del Estado. Al contrario, él insiste variasveces sobre los necesarios límites de la intervención del Estado y sobre su carácter instrumental, ya que elindividuo, la familia y la sociedad son anteriores a él y el Estado mismo existe para tutelar los derechos deaquél y de éstas, y no para sofocarlos ³⁷.

A nadie se le escapa la actualidad de estas reflexiones. Sobre el tema tan importante de las limitacionesinherentes a la naturaleza del Estado, convendrá volver más adelante. Mientras tanto, los puntos subrayados—ciertamente no los únicos de la encíclica— están en la línea de continuidad con el magisterio social de laIglesia y a la luz de una sana concepción de la propiedad privada, del trabajo, del proceso económico dela realidad del Estado y, sobre todo, del hombre mismo. Otros temas serán mencionados más adelante, alexaminar algunos aspectos de la realidad contemporánea. Pero hay que tener presente desde ahora que loque constituye la trama y en cierto modo la guía de la encíclica y, en verdad, de toda la doctrina social dela Iglesia, es la correcta concepción de la persona humana y de su valor único, porque «el hombre... en la tierraes la sola criatura que Dios ha querido por sí misma»³⁸. En él ha impreso su imagen y semejanza (cf. Gn1, 26), confiriéndole una dignidad incomparable, sobre la que insiste repetidamente la encíclica. En efecto,aparte de los derechos que el hombre adquiere con su propio trabajo, hay otros derechos que no procedende ninguna obra realizada por él, sino de su dignidad esencial de persona.

6. León XIII, Enc. Rerum novarum: l. c., 132.7. Cf., por ejemplo, León XIII, Enc. Arcanum divinae sapientiae (10 febrero 1880): Leonis XIII P. M. Acta,

II, Romae 1882, 10-40; Enc. Diuturnum illud (29 junio 1881): Leonis XIII P. M. Acta, II, Romae 1882, 269-287;Enc. Libertas praestantissimum (20 junio 1888): Leonis XIII P. M. Acta, VIII, Romae 1889, 212-246; Enc. Gravesde communi (18 enero 1901): Leonis XIII P. M. Acta, XXI, Romae 1902, 3-20.

8. Enc. Rerum novarum: l. c., 97.9. Ibid.: l. c., 98.10. Cf. ibid.: l. c., 109 s.11. Cf. ibid., 16: descripción de las condiciones de trabajo; asociaciones obreras anticristianas: l. c., 110 s.;

136 s.12. Ibid.: l. c., 130; cf. también 114 s.13. Ibid.: l. c., 130.14. Ibid.: l. c., 123.15. Cf. Enc. Laborem exercens, 1, 2, 6: l. c., 578-583; 589-592.16. Cf. Enc. Rerum novarum: l. c., 99-107.17. Cf. ibid.: l. c., 102 s.18. Cf, ibid.: l. c., 101-104.19. Cf, ibid.: l. c., 134 s.; 137 s.20. Ibid.: l. c., 135.21. Ibid.: l. c., 128-129.22. Ibid.: l. c., 129.23. Ibid.: l. c., 129.24. Ibid.: l. c., 130 s.25. Ibid.: l. c., 131.26. Cf. Declaración Universal de los Derechos del Hombre.

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27. Cf. Enc. Rerum novarum: l. c., 121-123.28. Cf , ibid.: l. c., 127.29. Ibid.: l. c., 126.30. Cf. Declaración Universal de los Derechos del Hombre; Declaración sobre la eliminación de toda

forma de intolerancia y discriminación fundadas en la religión o en la convicción.31. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Declaración Dignitatis humanae sobre la libertad religiosa, Juan Pablo II, Carta

a los Jefes de Estado (1 septiembre 1980): AAS 72 (1980),1252-1260; Mensaje para la Jornada Mundial de laPaz 1988: AAS 80 (1988), 278-286.

32. Cf. Enc. Rerum novarum: l. c., 99-105; 130 s.; 135.33. Ibid.: l. c., 125.34. Cf. Enc. Sollicitudo rei socialis, 38-40; l. c., 564-569; Juan XXIII, Enc. Mater et Magistra, l. c., 407.35. Cf. León XIII, Enc. Rerum novarum: l. c., 114-116; Pío XI, Enc. Quadragesimo anno, III: l. c., 208; Pablo

VI, Homilía en la misa de clausura del Año Santo (25 diciembre 1975): AAS 68 (1976), 145; Mensaje para laJornada Mundial de la Paz 1977: AAS 68 ( 1976), 709.

36. Enc. Sollicitudo rei socialis, 42: l. c., 572.37. Cf. León XIII, Enc. Rerum novarum: l. c., 101 s.;104 s.; 130 s.; 136.38. Conc. Ecum. Vat. II, Const, past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 24

Sollicitudo rei socialis⁴Juan Pablo II

Como “Centesimus annus”, “Sollicitudo rei socialis” (1987) fue publicada con ocasión de unaniversario, ahora el vigésimo, de un documento pontificio previo, la encíclica “Populorum pro-gressio” (1967) de Paulo VI. Dentro del contexto general de la Doctrina Social de la Iglesia, “Popu-lorum progressio” enfatiza, como su título lo indica, los problemas de orden nacional e interna-cional que presentan las formas nuevas de organización económica y política para el desarrollode los pueblos. La preocupación efectiva de “Sollicitudo rei socialis” es entonces el problemade la prosperidad y la justicia entre las naciones durante un punto álgido del conflicto entre elmundo industrializado liberal y los sistemas colectivistas industriales. El foco de atención si-gue siendo el ser humano, considerado primordialmente como único e irrepetible, pero ahoraenfatizando que los seres humanos estamos insertos no sólo en nuestras relaciones inmediatas,familiares y laborales, sino que dependemos de los seres humanos del orbe entero, con quieneslo compartimos, en los ordenes político y económico.

27. La mirada que la Encíclica invita a dar sobre el mundo contemporáneo nos hace constatar, ante todo, queel desarrollo no es un proceso rectilíneo, casi automático y de por sí ilimitado, como si, en ciertas condiciones,el género humano marchara seguro hacia una especie de perfección indefinida.⁴⁹ Esta concepción —unida auna noción de « progreso » de connotaciones filosóficas de tipo iluminista, más bien que a la de « desarrollo»,⁵⁰ usada en sentido específicamente económico-social— parece puesta ahora seriamente en duda, sobretodo después de la trágica experiencia de las dos guerras mundiales, de la destrucción planeada y en parterealizada de poblaciones enteras y del peligro atómico que amenaza. A un ingenuo optimismo mecanicista lereemplaza una fundada inquietud por el destino de la humanidad.

28. Pero al mismo tiempo ha entrado en crisis la misma concepción « económica » o « economicista »vinculada a la palabra desarrollo. En efecto, hoy se comprende mejor que la mera acumulación de bienes yservicios, incluso en favor de una mayoría, no basta para proporcionar la felicidad humana. Ni, por consi-guiente, la disponibilidad de múltiples beneficios reales, aportados en los tiempos recientes por la ciencia y latécnica, incluida la informática, traen consigo la liberación de cualquier forma de esclavitud. Al contrario, la

⁴ J P II, Sollicitudo Rei Socialis, 4, 6-7.

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experiencia de los últimos años demuestra que si toda esta considerable masa de recursos y potencialidades,puestas a disposición del hombre, no es regida por un objetivo moral y por una orientación que vaya dirigidaal verdadero bien del género humano, se vuelve fácilmente contra él para oprimirlo.

Debería ser altamente instructiva una constatación desconcertante de este período más reciente: junto a lasmiserias del subdesarrollo, que son intolerables, nos encontramos con una especie desuperdesarrollo, igual-mente inaceptable porque, como el primero, es contrario al bien y a la felicidad auténtica. En efecto, estesuperdesarrollo, consistente en la excesiva disponibilidad de toda clase de bienes materiales para algunascategorías sociales, fácilmente hace a los hombres esclavos de la « posesión » y del goce inmediato, sin otrohorizonte que la multiplicación o la continua sustitución de los objetos que se poseen por otros todavía másperfectos. Es la llamada civilización del « consumo » o consumismo, que comporta tantos « desechos » o «basuras ». Un objeto poseído, y ya superado por otro más perfecto, es descartado simplemente, sin tener encuenta su posible valor permanente para uno mismo o para otro ser humano más pobre.

Todos somos testigos de los tristes efectos de esta ciega sumisión al mero consumo: en primer término,una forma de materialismo craso, y al mismo tiempo una radical insatisfacción, porque se comprende rápi-damente que, —si no se está prevenido contra la inundación de mensajes publicitarios y la oferta incesantey tentadora de productos— cuanto más se posee más se desea, mientras las aspiraciones más profundasquedan sin satisfacer, y quizás incluso sofocadas.

La Encíclica del Papa Pablo VI señalaba esta diferencia, hoy tan frecuentemente acentuada, entre el «tener » y el « ser »,⁵¹ que el Concilio Vaticano II había expresado con palabras precisas.⁵² « Tener » objetos ybienes no perfecciona de por sí al sujeto, si no contribuye a la maduración y enriquecimiento de su « ser »,es decir, a la realización de la vocación humana como tal.

Ciertamente, la diferencia entre « ser » y « tener », y el peligro inherente a una mera multiplicación osustitución de cosas poseídas respecto al valor del « ser », no debe transformarse necesariamente en unaantinomia. Una de las mayores injusticias del mundo contemporáneo consiste precisamente en esto: en queson relativamente pocos los que poseen mucho, y muchos los que no poseen casi nada. Es la injusticia de lamala distribución de los bienes y servicios destinados originariamente a todos.

Este es pues el cuadro: están aquéllos —los pocos que poseen mucho— que no llegan verdaderamentea « ser », porque, por una inversión de la jerarquía de los valores, se encuentran impedidos por el cultodel « tener »; y están los otros —los muchos que poseen poco o nada— los cuales no consiguen realizar suvocación humana fundamental al carecer de los bienes indispensables.

El mal no consiste en el « tener » como tal, sino en el poseer que no respeta la calidad y la ordenadajerarquía de los bienes que se tienen. Calidad y jerarquía que derivan de la subordinación de los bienes y desu disponibilidad al « ser » del hombre y a su verdadera vocación.

Con esto se demuestra que si el desarrollo tiene una necesaria dimensión económica, puesto que debe procu-rar al mayor número posible de habitantes del mundo la disponibilidad de bienes indispensables para « ser», sin embargo no se agota con esta dimensión. En cambio, si se limita a ésta, el desarrollo se vuelve contraaquéllos mismos a quienes se desea beneficiar.

Las características de un desarrollo pleno, « más humano », el cual —sin negar las necesidades econó-micas— procure estar a la altura de la auténtica vocación del hombre y de la mujer, han sido descritas porPablo VI.⁵³

29. Por eso, un desarrollo no solamente económico se mide y se orienta según esta realidad y vocacióndel hombre visto globalmente, es decir, según un propio parámetro interior. Este, ciertamente, necesita de losbienes creados y de los productos de la industria, enriquecida constantemente por el progreso científico ytecnológico. Y la disponibilidad siempre nueva de los bienes materiales, mientras satisface las necesidades,abre nuevos horizontes. El peligro del abuso consumístico y de la aparición de necesidades artificiales, deninguna manera deben impedir la estima y utilización de los nuevos bienes y recursos puestos a nuestradisposición. Al contrario, en ello debemos ver un don de Dios y una respuesta a la vocación del hombre,que se realiza plenamente en Cristo.

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Mas para alcanzar el verdadero desarrollo es necesario no perder de vista dicho parámetro, que estáen la naturaleza específica del hombre, creado por Dios a su imagen y semejanza (cf. Gén 1, 26). Naturalezacorporal y espiritual, simbolizada en el segundo relato de la creación por dos elementos: la tierra, con la queDios modela al hombre, y el hálito de vida infundido en su rostro (cf. Gén 2, 7).

El hombre tiene así una cierta afinidad con las demás criaturas: está llamado a utilizarlas, a ocuparse deellas y —siempre según la narración delGénesis (2, 15)— es colocado en el jardín para cultivarlo y custodiarlo,por encima de todos los demás seres puestos por Dios bajo su dominio (cf. ibid. 1, 15 s.). Pero al mismotiempo, el hombre debe someterse a la voluntad de Dios, que le pone límites en el uso y dominio de lascosas (cf. ibid. 2, 16 s.), a la par que le promete la inmortalidad (cf. ibid. 2, 9; Sab 2, 23). El hombre, pues, al serimagen de Dios, tiene una verdadera afinidad con El. Según esta enseñanza, el desarrollo no puede consistirsolamente en el uso, dominio y posesión indiscriminadade las cosas creadas y de los productos de la industriahumana, sino más bien en subordinar la posesión, el dominio y el uso a la semejanza divina del hombre ya su vocación a la inmortalidad. Esta es la realidad trascendente del ser humano, la cual desde el principioaparece participada por una pareja, hombre y mujer (cf.Gén 1, 27), y es por consiguiente fundamentalmentesocial.

30. Según la Sagrada Escritura, pues, la noción de desarrollo no es solamente « laica » o « profana »,sino que aparece también, aunque con una fuerte acentuación socioeconómica, como la expresión modernade una dimensión esencial de la vocación del hombre. En efecto, el hombre no ha sido creado, por así decir,inmóvil y estático. La primera presentación que de él ofrece la Biblia, lo describe ciertamente como creaturay como imagen, determinada en su realidad profunda por el origen y el parentesco que lo constituye. Pero estomismo pone en el ser humano, hombre y mujer, el germen y laexigencia de una tarea originaria a realizar, cadauno por separado y también como pareja. La tarea es « dominar » las demás criaturas, « cultivar el jardín »;pero hay que hacerlo en el marco de obediencia a la ley divina y, por consiguiente, en el respeto de la imagenrecibida, fundamento claro del poder de dominio, concedido en orden a su perfeccionamiento (cf. Gén 1,26-30; 2, 15 s.; Sab 9, 2 s.).

Cuando el hombre desobedece a Dios y se niega a someterse a su potestad, entonces la naturaleza se lerebela y ya no le reconoce como señor, porque ha empañado en sí mismo la imagen divina. La llamada aposeer y usar lo creado permanece siempre válida, pero después del pecado su ejercicio será arduo y llenode sufrimientos (cf. Gén 3, 17-19).

En efecto, el capítulo siguiente del Génesis nos presenta la descendencia de Caín, la cual construye unaciudad, se dedica a la ganadería, a las artes (la música) y a la técnica (la metalurgia), y al mismo tiempo seempezó a « invocar el nombre del Señor » (cf. ibid. 4, 17-26).

La historia del género humano, descrita en la Sagrada Escritura, incluso después de la caída en el pecado,es una historia de continuas realizaciones que, aunque puestas siempre en crisis y en peligro por el pecado,se repiten, enriquecen y se difunden como respuesta a la vocación divina señalada desde el principio alhombre y a la mujer (cf. Gén 1, 26-28) y grabada en la imagen recibida por ellos.

Es lógico concluir, al menos para quienes creen en la Palabra de Dios, que el « desarrollo » actual debe serconsiderado como un momento de la historia iniciada en la creación y constantemente puesta en peligro porla infidelidad a la voluntad del Creador, sobre todo por la tentación de la idolatría, pero que correspondefundamentalmente a las premisas iniciales. Quien quisiera renunciar a la tarea, difícil pero exaltante, de elevarla suerte de todo el hombre y de todos los hombre, bajo el pretexto del peso de la lucha y del esfuerzoincesante de superación, o incluso por la experiencia de la derrota y del retorno al punto de partida, faltaríaa la voluntad de Dios Creador. Bajo este aspecto en la Encíclica Laborem exercens me he referido a la vocacióndel hombre al trabajo, para subrayar el concepto de que siempre es él el protagonista del desarrollo.⁵⁴

Más aún, el mismo Señor Jesús, en la parábola de los talentos pone de relieve el trato severo reservadoal que osó esconder el talento recibido: « Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembréy recojo donde no esparcí... Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos » (Mt 25,26-28). A nosotros, que recibimos los dones de Dios para hacerlos fructificar, nos toca « sembrar » y « recoger

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». Si no lo hacemos, se nos quitará incluso lo que tenemos.Meditar sobre estas severas palabras nos ayudará a comprometernos más resueltamente en el deber, hoy

urgente para todos, de cooperar en el desarrollo pleno de los demás: « desarrollo de todo el hombre y detodos los hombres ».⁵⁵

31. La fe en Cristo Redentor, mientras ilumina interiormente la naturaleza del desarrollo, guía también enla tarea de colaboración. En la Carta de San Pablo a los Colosenses leemos que Cristo es « el primogénitode toda la creación » y que « todo fue creado por él y para él » (1, 15-16). En efecto, « todo tiene en él suconsistencia » porque « Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud y reconciliar por él y para éltodas las cosas ». (Ibid., 1, 20).

En este plan divino, que comienza desde la eternidad en Cristo, « Imagen » perfecta del Padre, y culminaen él, « Primogénito de entre los muertos » (Ibid., 1, 15. 18), se inserta nuestra historia, marcada por nuestroesfuerzo personal y colectivo por elevar la condición humana, vencer los obstáculos que surgen siempre ennuestro camino, disponiéndonos así a participar en la plenitud que « reside en el Señor » y que la comunica «a su Cuerpo, la Iglesia » (Ibid., 1, 18; cf.Ef 1, 22-23), mientras el pecado, que siempre nos acecha y comprometenuestras realizaciones humanas, es vencido y rescatado por la « reconciliación » obrada por Cristo (cf. Col1, 20).

Aquí se abren las perspectivas. El sueño de un « progreso indefinido » se verifica, transformado radical-mente por la nueva óptica que abre la fe cristiana, asegurándonos que este progreso es posible solamenteporque Dios Padre ha decidido desde el principio hacer al hombre partícipe de su gloria en Jesucristo re-sucitado, porque « en él tenemos por medio de su sangre el perdón de los delitos » (Ef 1, 7), y en él haquerido vencer al pecado y hacerlo servir para nuestro bien más grande,⁵⁶ que supera infinitamente lo queel progreso podría realizar.

Podemos decir, pues, —mientras nos debatimos en medio de las oscuridades y carencias del subdesa-rrollo y del superdesarrollo— que un día, cuando a este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y esteser mortal se revista de inmortalidad » (1 Cor 15, 54), cuando el Señor « entregue a Dios Padre el Reino »(Ibid.,15,24), todas las obras y acciones, dignas del hombre, serán rescatadas.

Además, esta concepción de la fe explica claramente por qué la Iglesia se preocupa de la problemática deldesarrollo, lo considera un deber de su ministerio pastoral, y ayuda a todos a reflexionar sobre la naturaleza ylas características del auténtico desarrollo humano. Al hacerlo, desea por una parte, servir al plan divino queordena todas las cosas hacia la plenitud que reside en Cristo (cf. Col 1, 19) y que él comunicó a su Cuerpo,y por otra, responde a la vocación fundamental de « sacramento; o sea, signo e instrumento de la íntimaunión con Dios y de la unidad de todo el género humano ».⁵⁷

Algunos Padres de la Iglesia se han inspirado en esta visión para elaborar, de forma original, su concep-ción del sentido de la historia y del trabajo humano, como encaminado a un fin que lo supera y definido siemprepor su relación con la obra de Cristo. En otras palabras, es posible encontrar en la enseñanza patrística unavisión optimista de la historia y del trabajo, o sea, del valor perenne de las auténticas realizaciones humanas,en cuanto rescatadas por Cristo y destinadas al Reino prometido.⁵⁸ Así, pertenece a la enseñanza y a la praxismás antigua de la Iglesia la convicción de que ella misma, sus ministros y cada uno de sus miembros, estánllamados a aliviar la miseria de los que sufren cerca o lejos, no sólo con lo « superfluo », sino con lo « ne-cesario ». Ante los casos de necesidad, no se debe dar preferencia a los adornos superfluos de los templosy a los objetos preciosos del culto divino; al contrario, podría ser obligatorio enajenar estos bienes para darpan, bebida, vestido y casa a quien carece de ello.⁵⁹ Como ya se ha dicho, se nos presenta aquí una « jerarquíade valores » —en el marco del derecho de propiedad— entre el « tener » y el « ser », sobre todo cuando el «tener » de algunos puede ser a expensas del « ser » de tantos otros.

El Papa Pablo VI, en su Encíclica, sigue esta enseñanza, inspirándose en la Constitución pastoralGaudiumet spes.⁶⁰ Por mi parte, deseo insistir también sobre su gravedad y urgencia, pidiendo al Señor fuerza paratodos los cristianos a fin de poder pasar fielmente a su aplicación práctica.

32. La obligación de empeñarse por el desarrollo de los pueblos no es un deber solamente individual,

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22 Filosofía Social

ni mucho menos individualista, como si se pudiera conseguir con los esfuerzos aislados de cada uno. Es unimperativo para todos y cada uno de los hombres y mujeres, para las sociedades y las naciones, en particularpara la Iglesia católica y para las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, con las que estamos plenamentedispuestos a colaborar en este campo. En este sentido, así como nosotros los católicos invitamos a los herma-nos separados a participar en nuestras iniciativas, del mismo modo nos declaramos dispuestos a colaboraren las suyas, aceptando las invitaciones que nos han dirigido. En esta búsqueda del desarrollo integral delhombre podemos hacer mucho también con los creyentes de las otras religiones, como en realidad ya se estáhaciendo en diversos lugares. En efecto, la cooperación al desarrollo de todo el hombre y de cada hombrees un deber de todos para con todos y, al mismo tiempo, debe ser común a las cuatro partes del mundo: Es-te y Oeste, Norte y Sur; o, a los diversos « mundos », como suele decirse hoy. De lo contrario, si trata derealizarlo en una sola parte, o en un solo mundo, se hace a expensas de los otros; y allí donde comienza,se hipertrofia y se pervierte al no tener en cuenta a los demás. Los pueblos y las Naciones también tienenderecho a su desarrollo pleno, que, si bien implica —como se ha dicho— los aspectos económicos y sociales,debe comprender también su identidad cultural y la apertura a lo trascendente. Ni siquiera la necesidad deldesarrollo puede tomarse como pretexto para imponer a los demás el propio modo de vivir o la propia fereligiosa.

33. No sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera losderechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las Naciones y de lospueblos.

Hoy, quizá más que antes, se percibe con mayor claridad la contradicción intrínseca de un desarrollo quefuera solamente económico. Este subordina fácilmente la persona humana y sus necesidades más profundasa las exigencias de la planificación económica o de la ganancia exclusiva.

La conexión intrínseca entre desarrollo auténtico y respeto de los derechos del hombre, demuestra una vezmás su carácter moral: la verdadera elevación del hombre, conforme a la vocación natural e histórica de cadauno, no se alcanza explotando solamente la abundancia de bienes y servicios, o disponiendo de infraestruc-turas perfectas.

Cuando los individuos y las comunidades no ven rigurosamente respetadas las exigencias morales, cul-turales y espirituales fundadas sobre la dignidad de la persona y sobre la identidad propia de cada comu-nidad, comenzando por la familia y las sociedades religiosas, todo lo demás —disponibilidad de bienes,abundancia de recursos técnicos aplicados a la vida diaria, un cierto nivel de bienestar material— resultaráinsatisfactorio y, a la larga, despreciable. Lo dice claramente el Señor en el Evangelio, llamando la atenciónde todos sobre la verdadera jerarquía de valores: « ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, siarruina su vida? » (Mt 16, 26).

El verdadero desarrollo, según las exigencias propias del ser humano, hombre o mujer, niño, adulto oanciano, implica sobre todo por parte de cuantos intervienen activamente en ese proceso y son sus respon-sables, una viva conciencia del valor de los derechos de todos y de cada uno, así como de la necesidad derespetar el derecho de cada uno a la utilización plena de los beneficios ofrecidos por la ciencia y la técnica.En el orden interno de cadaNación, es muy importante que sean respetados todos los derechos: especialmenteel derecho a la vida en todas las fases de la existencia; los derechos de la familia, como comunidad socialbásica o « célula de la sociedad »; la justicia en las relaciones laborales; los derechos concernientes a la vidade la comunidad política en cuanto tal, así como los basados en la vocación trascendente del ser humano,empezando por el derecho a la libertad de profesar y practicar el propio credo religioso.

En el orden internacional, o sea, en las relaciones entre los Estados o, según el lenguaje corriente, entrelos diversos « mundos », es necesario el pleno respeto de la identidad de cada pueblo, con sus característicashistóricas y culturales. Es indispensable además, como ya pedía la Encíclica Populorum progressio que sereconozca a cada pueblo igual derecho a « sentarse a la mesa del banquete común »,⁶¹ en lugar de yacer ala puerta como Lázaro, mientras « los perros vienen y lamen las llagas » (cf. Lc 16, 21). Tanto los puebloscomo las personas individualmente deben disfrutar de una igualdad fundamental ⁶² sobre la que se basa, por

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ejemplo, la Carta de la Organización de las Naciones Unidas: igualdad que es el fundamento del derechode todos a la participación en el proceso de desarrollo pleno. Para ser tal, el desarrollo debe realizarse en elmarco de la solidaridad y de la libertad, sin sacrificar nunca la una a la otra bajo ningún pretexto. El caráctermoral del desarrollo y la necesidad de promoverlo son exaltados cuando se respetan rigurosamente todaslas exigencias derivadas del orden de la verdad y del bien propios de la criatura humana. El cristiano, además,educado a ver en el hombre la imagen de Dios, llamado a la participación de la verdad y del bien que esDios mismo, no comprende un empeño por el desarrollo y su realización sin la observancia y el respeto dela dignidad única de esta « imagen ». En otras palabras, el verdadero desarrollo debe fundarse en el amor aDios y al prójimo, y favorecer las relaciones entre los individuos y las sociedades. Esta es la « civilización delamor », de la que hablaba con frecuencia el Papa Pablo VI.

34. El carácter moral del desarrollo no puede prescindir tampoco del respeto por los seres que constituyenla naturaleza visible y que los griegos, aludiendo precisamente al orden que lo distingue, llamaban el «cosmos ». Estas realidades exigen también respeto, en virtud de una triple consideración que merece atentareflexión.

La primera consiste en la conveniencia de tomar mayor conciencia de que no se pueden utilizar impu-nemente las diversas categorías de seres, vivos o inanimados —animales, plantas, elementos naturales—como mejor apetezca, según las propias exigencias económicas. Al contrario, conviene tener en cuenta lanaturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado, que es precisamente el cosmos.

La segunda consideración se funda, en cambio, en la convicción, cada vez mayor también de la limitaciónde los recursos naturales, algunos de los cuales no son, como suele decirse, renovables. Usarlos como si fue-ran inagotables, con dominio absoluto, pone seriamente en peligro su futura disponibilidad, no sólo para lageneración presente, sino sobre todo para las futuras.

La tercera consideración se refiere directamente a las consecuencias de un cierto tipo de desarrollo sobrela calidad de la vida en las zonas industrializadas. Todos sabemos que el resultado directo o indirecto de laindustrialización es, cada vez más, la contaminación del ambiente, con graves consecuencias para la saludde la población.

Una vez más, es evidente que el desarrollo, así como la voluntad de planificación que lo dirige, el usode los recursos y el modo de utilizarlos no están exentos de respetar las exigencias morales. Una de éstasimpone sin duda límites al uso de la naturaleza visible. El dominio confiado al hombre por el Creador no esun poder absoluto, ni se puede hablar de libertad de « usar y abusar », o de disponer de las cosas como mejorparezca. La limitación impuesta por el mismo Creador desde el principio, y expresada simbólicamente conla prohibición de « comer del fruto del árbol » (cf. Gén 2, 16 s.), muestra claramente que, ante la naturalezavisible, estamos sometidos a leyes no sólo biológicas sino también morales, cuya transgresión no queda im-pune. Una justa concepción del desarrollo no puede prescindir de estas consideraciones —relativas al usode los elementos de la naturaleza, a la renovabilidad de los recursos y a las consecuencias de una industria-lización desordenada—, las cuales ponen ante nuestra conciencia la dimensión moral, que debe distinguir eldesarrollo.⁶³

41. La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer al problema del subdesarrollo en cuanto tal, comoya afirmó el Papa Pablo VI, en su Encíclica.⁶⁹ En efecto, no propone sistemas o programas económicos y po-líticos, ni manifiesta preferencias por unos o por otros, con tal que la dignidad del hombre sea debidamenterespetada y promovida, y ella goce del espacio necesario para ejercer su ministerio en el mundo. Pero laIglesia es « experta en humanidad »,⁷⁰ y esto la mueve a extender necesariamente su misión religiosa a losdiversos campos en que los hombres y mujeres desarrollan sus actividades, en busca de la felicidad, aunquesiempre relativa, que es posible en este mundo, de acuerdo con su dignidad de personas.

Siguiendo a mis predecesores, he de repetir que el desarrollo para que sea auténtico, es decir, conformea la dignidad del hombre y de los pueblos, no puede ser reducido solamente a un problema « técnico ». Sise le reduce a esto, se le despoja de su verdadero contenido y se traiciona al hombre y a los pueblos, a cuyoservicio debe ponerse.

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Por esto la Iglesia tiene una palabra que decir, tanto hoy como hace veinte años, así como en el futuro, sobrela naturaleza, condiciones exigencias y finalidades del verdadero desarrollo y sobre los obstáculos que seoponen a él. Al hacerlo así, cumple su misión evangelizadora, ya que da su primera contribución a la solucióndel problema urgente del desarrollo cuando proclama la verdad sobre Cristo, sobre sí misma y sobre elhombre, aplicándola a una situación concreta.⁷¹

A este fin la Iglesia utiliza como instrumento su doctrina social.En la difícil coyuntura actual, para favorecertanto el planteamiento correcto de los problemas como sus soluciones mejores, podrá ayudar mucho unconocimiento más exacto y una difusión más amplia del « conjunto de principios de reflexión, de criterios dejuicio y de directrices de acción » propuestos por su enseñanza.⁷²

Se observará así inmediatamente, que las cuestiones que afrontamos son ante todo morales; y que ni elanálisis del problema del desarrollo como tal, ni los medios para superar las presentes dificultades puedenprescindir de esta dimensión esencial.

La doctrina social de la Iglesia no es, pues, una « tercera vía » entre el capitalismo liberal y el colectivismomarxista, y ni siquiera una posible alternativa a otras soluciones menos contrapuestas radicalmente, sinoque tiene una categoría propia. No es tampoco una ideología, sino la cuidadosa formulación del resultado deuna atenta reflexión sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contextointernacional, a la luz de la fe y de la tradición eclesial. Su objetivo principal es interpretar esas realidades,examinando su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocaciónterrena y, a la vez, trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cristiana. Por tanto, no perteneceal ámbito de la ideología, sino al de la teología y especialmente de la teología moral.

La enseñanza y la difusión de esta doctrina social forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia.Y como se trata de una doctrina que debe orientar la conducta de las personas, tiene como consecuencia el «compromiso por la justicia » según la función, vocación y circunstancias de cada uno.

Al ejercicio de este ministerio de evangelización en el campo social, que es un aspecto de la función proféticade la Iglesia, pertenece también la denuncia de los males y de las injusticias. Pero conviene aclarar que elanuncio es siempre mas importante que la denuncia, y que ésta no puede prescindir de aquél, que le brindasu verdadera consistencia y la fuerza de su motivación más alta.

42. La doctrina social de la Iglesia, hoy más que nunca tiene el deber de abrirse a una perspectiva internacio-nal en la línea del Concilio Vaticano II,⁷³ de las recientes Encíclicas ⁷⁴ y, en particular, de la que conmemora-mos.⁷⁵ No será, pues, superfluo examinar de nuevo y profundizar bajo esta luz los temas y las orientacionescaracterísticas, tratados por el Magisterio en estos años.

Entre dichos temas quiero señalar aquí la opción o amor preferencial por los pobres. Esta es una opcióno una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tra-dición de la Iglesia. Se refiere a la vida de cada cristiano, en cuanto imitador de la vida de Cristo, pero seaplica igualmente a nuestras responsabilidades sociales y, consiguientemente, a nuestro modo de vivir y a lasdecisiones que se deben tomar coherentemente sobre la propiedad y el uso de los bienes.

Pero hoy, vista la dimensión mundial que ha adquirido la cuestión social,⁷⁶ este amor preferencial, conlas decisiones que nos inspira, no puede dejar de abarcar a las inmensas muchedumbres de hambrientos,mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor: no se puede ol-vidar la existencia de esta realidad. Ignorarlo significaría parecernos al « rico epulón » que fingía no conoceral mendigo Lázaro, postrado a su puerta (cf. Lc 16, 19-31).⁷⁷

Nuestra vida cotidiana, así como nuestras decisiones en el campo político y económico deben estar marca-das por estas realidades. Igualmente los responsables de las Naciones y los mismos Organismos internacionales,mientras han de tener siempre presente como prioritaria en sus planes la verdadera dimensión humana, nohan de olvidar dar la precedencia al fenómeno de la creciente pobreza. Por desgracia, los pobres, lejos dedisminuir, se multiplican no sólo en los Países menos desarrollados sino también en los más desarrollados,lo cual resulta no menos escandaloso.

Es necesario recordar una vez más aquel principio peculiar de la doctrina cristiana: los bienes de este

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mundo están originariamente destinados a todos.⁷⁸ El derecho a la propiedad privada es válido y necesario, perono anula el valor de tal principio. En efecto, sobre ella grava « una hipoteca social »,⁷⁹ es decir, posee, comocualidad intrínseca, una función social fundada y justificada precisamente sobre el principio del destinouniversal de los bienes. En este empeño por los pobres, no ha de olvidarse aquella forma especial de pobrezaque es la privación de los derechos fundamentales de la persona, en concreto el derecho a la libertad religiosay el derecho, también, a la iniciativa económica.

43. Esta preocupación acuciante por los pobres —que, según la significativa fórmula, son « los pobresdel Señor » ⁸⁰— debe traducirse, a todos los niveles, en acciones concretas hasta alcanzar decididamente al-gunas reformas necesarias. Depende de cada situación local determinar las más urgentes y los modos pararealizarlas; pero no conviene olvidar las exigidas por la situación de desequilibrio internacional que hemosdescrito.

A este respecto, deseo recordar particularmente: la reforma del sistema internacional de comercio, hipote-cado por el proteccionismo y el creciente bilateralismo; la reforma del sistema monetario y financiero mundial,reconocido hoy como insuficiente; la cuestión de los intercambios de tecnologías y de su uso adecuado; la nece-sidad de una revisión de la estructura de las Organizaciones internacionales existentes, en el marco de un ordenjurídico internacional.

El sistema internacional de comercio hoy discrimina frecuentemente los productos de las industrias inci-pientes de los Países en vías de desarrollo, mientras desalienta a los productores de materias primas. Existe,además, una cierta división internacional del trabajo por la cual los productos a bajo coste de algunos Países,carentes de leyes laborales eficaces o demasiado débiles en aplicarlas, se venden en otras partes del mundocon considerables beneficios para las empresas dedicadas a este tipo de producción, que no conoce fronteras.

El sistema monetario y financiero mundial se caracteriza por la excesiva fluctuación de los métodos de inter-cambio y de interés, en detrimento de la balanza de pagos y de la situación de endeudamiento de los Paísespobres.

Las tecnologías y sus transferencias constituyen hoy uno de los problemas principales del intercambio inter-nacional y de los graves daños que se derivan de ellos. No son raros los casos de Países en vías de desarrolloa los que se niegan las tecnologías necesarias o se les envían las inútiles.

LasOrganizaciones internacionales, en opinión de muchos, habrían llegado a un momento de su existencia,en el que sus mecanismos de funcionamiento, los costes operativos y su eficacia requieren un examen aten-to y eventuales correcciones. Evidentemente no se conseguirá tan delicado proceso sin la colaboración detodos. Esto supone la superación de las rivalidades políticas y la renuncia a la voluntad de instrumentalizardichas Organizaciones, cuya razón única de ser es el bien común.

Las instituciones y las Organizaciones existentes han actuado bien en favor de los pueblos. Sin embargo,la humanidad, enfrentada a una etapa nueva y más difícil de su auténtico desarrollo, necesita hoy ungradosuperior de ordenamiento internacional, al servicio de las sociedades, de las económicas y de las culturas delmundo entero.

44. El desarrollo requiere sobre todo espíritu de iniciativa por parte de los mismos Países que lo necesi-tan.⁸¹ Cada uno de ellos ha de actuar según sus propias responsabilidades, sin esperarlo todo de los Países másfavorecidos y actuando en colaboración con los que se encuentran en la misma situación. Cada uno debedescubrir y aprovechar lo mejor posible el espacio de su propia libertad. Cada uno debería llegar a ser capazde iniciativas que respondan a las propias exigencias de la sociedad. Cada uno debería darse cuenta tambiénde las necesidades reales, así, como de los derechos y deberes a que tienen que hacer frente. El desarrollode los pueblos comienza y encuentra su realización más adecuada en el compromiso de cada pueblo parasu desarrollo, en colaboración con todos los demás.

Es importante, además, que las mismas Naciones en vías de desarrollo favorezcan la autoafirmación de cadauno de sus ciudadanos mediante el acceso a una mayor cultura y a una libre circulación de las informaciones.Todo lo que favorezca la alfabetización y la educación de base, que la profundice y complete, como proponía laEncíclica Populorum Progressio,⁸² —metas todavía lejos de ser realidad en tantas partes del mundo— es una

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26 Filosofía Social

contribución directa al verdadero desarrollo.Para caminar en esta dirección, las mismas Naciones han de individuar sus prioridades y detectar bien

las propias necesidades según las particulares condiciones de su población, de su ambiente geográfico yde sus tradiciones culturales. Algunas Naciones deberán incrementar la producción alimentaria para tenersiempre a su disposición lo necesario para la nutrición y la vida. En el mundo contemporáneo,—en el queel hambre causa tantas víctimas, especialmente entre los niños— existen algunas Naciones particularmenteno desarrolladas que han conseguido el objetivo de la autosuficiencia alimentaria y que se han convertido enexportadoras de alimentos.

Otras Naciones necesitan reformar algunas estructuras y, en particular, sus instituciones políticas, parasustituir regímenes corrompidos, dictatoriales o autoritarios, por otros democráticos y participativos. Es unproceso que, es de esperar, se extienda y consolide, porque la « salud » de una comunidad política —encuanto se expresa mediante la libre participación y responsabilidad de todos los ciudadanos en la gestiónpública, la seguridad del derecho, el respeto y la promoción de los derechos humanos— es condición necesariay garantía segura para el desarrollo de « todo el hombre y de todos los hombres ».

45. Cuanto se ha dicho no se podrá realizar sin la colaboración de todos, especialmente de la comunidadinternacional, en el marco de una solidaridad que abarque a todos, empezando por los más marginados. Perolas mismas Naciones en vías de desarrollo tienen el deber de practicar la solidaridad entre sí y con los Paísesmás marginados del mundo.

Es de desear, por ejemplo, que Naciones de unamisma área geográfica establezcan formas de cooperación quelas hagan menos dependientes de productores más poderosos; que abran sus fronteras a los productos deesa zona; que examinen la eventual complementariedad de sus productos; que se asocien para la dotaciónde servicios, que cada una por separado no sería capaz de proveer; que extiendan esa cooperación al sectormonetario y financiero.

La interdependencia es ya una realidad en muchos de estos Países. Reconocerla, de manera que sea másactiva, representa una alternativa a la excesiva dependencia de Países más ricos y poderosos, en el ordenmismo del desarrollo deseado, sin oponerse a nadie, sino descubriendo y valorizando al máximo las propiasresponsabilidades. Los Países en vías de desarrollo de una misma área geográfica, sobre todo los comprendi-dos en la zona « Sur » pueden y deben constituir —como ya se comienza a hacer con resultados prometedo-res— nuevas organizaciones regionales inspiradas en criterios de igualdad, libertad y participación en el conciertode las Naciones.

La solidaridad universal requiere, como condición indispensable su autonomía y libre disponibilidad,incluso dentro de asociaciones como las indicadas. Pero, al mismo tiempo, requiere disponibilidad paraaceptar los sacrificios necesarios por el bien de la comunidad mundial.

46. Los pueblos y los individuos aspiran a su liberación: la búsqueda del pleno desarrollo es el signo desu deseo de superar los múltiples obstáculos que les impiden gozar de una « vida más humana ».

Recientemente, en el período siguiente a la publicación de la Encíclica Populorum Progressio, en algunasáreas de la Iglesia católica, particularmente en América Latina, se ha difundido un nuevomodo de afrontar losproblemas de la miseria y del subdesarrollo, que hace de la liberación su categoría fundamental y su primerprincipio de acción. Los valores positivos, pero también las desviaciones y los peligros de desviación, unidosa esta forma de reflexión y de elaboración teológica, han sido convenientemente señalados por el Magisteriode la Iglesia.⁸³

Conviene añadir que la aspiración a la liberación de toda forma de esclavitud, relativa al hombre y ala sociedad, es algo noble y válido. A esto mira propiamente el desarrollo y la liberación, dada la íntimaconexión existente entre estas dos realidades.

Un desarrollo solamente económico no es capaz de liberar al hombre, al contrario, lo esclaviza todavíamás. Un desarrollo que no abarque la dimensión cultural, trascendente y religiosa del hombre y de la sociedad,en la medida en que no reconoce la existencia de tales dimensiones, no orienta en función de las mismas susobjetivos y prioridades, contribuiría aún menos a la verdadera liberación. El ser humano es totalmente libre

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1. Los principios de la vida en comunidad 27

sólo cuando es él mismo, en la plenitud de sus derechos y deberes; y lo mismo cabe decir de toda la sociedad.El principal obstáculo que la verdadera liberación debe vencer es el pecado y las estructuras que llevan al

mismo, a medida que se multiplican y se extienden.⁸⁴La libertad con la cual Cristo nos ha liberado (cf. Gál 5, 1) nos mueve a convertirnos en siervos de todos.

De esta manera el proceso del desarrollo y de la liberación se concreta en el ejercicio de lasolidaridad, es decir,del amor y servicio al prójimo, particularmente a los más pobres. « Porque donde faltan la verdad y el amor,el proceso de liberación lleva a la muerte de una libertad que habría perdido todo apoyo ».⁸⁵

47. En el marco de las tristes experiencias de estos últimos años y del panorama prevalentemente negativodel momento presente, la Iglesia debe afirmar con fuerza la posibilidad de la superación de las trabas quepor exceso o por defecto, se interponen al desarrollo, y la confianza en una verdadera liberación. Confianza yposibilidad fundadas, en última instancia, en la conciencia que la Iglesia tiene de la promesa divina, en virtudde la cual la historia presente no está cerrada en sí misma sino abierta al Reino de Dios.

La Iglesia tiene también confianza en el hombre, aun conociendo la maldad de que es capaz, porque sabebien —no obstante el pecado heredado y el que cada uno puede cometer— que hay en la persona humanasuficientes cualidades y energías, y hay una « bondad » fundamental (cf. Gén 1, 31), porque es imagen desu Creador, puesta bajo el influjo redentor de Cristo, « cercano a todo hombre »,⁸⁶ y porque la acción eficazdel Espíritu Santo « llena la tierra » (Sab 1, 7).

Por tanto, no se justifican ni la desesperación, ni el pesimismo, ni la pasividad. Aunque con tristeza,conviene decir que, así como se puede pecar por egoísmo, por afán de ganancia exagerada y de poder, sepuede faltar también —ante las urgentes necesidades de unas muchedumbres hundidas en el subdesarrollo—por temor, indecisión y, en el fondo, por cobardía. Todos estamos llamados, más aún obligados, a afrontar estetremendo desafío de la última década del segundo milenio. Y ello, porque unos peligros ineludibles nos ame-nazan a todos: una crisis económica mundial, una guerra sin fronteras, sin vencedores ni vencidos. Antesemejante amenaza, la distinción entre personas y Países ricos, entre personas y Países pobres, contará poco,salvo por la mayor responsabilidad de los que tienen más y pueden más.

Pero éste no es el único ni el principal motivo. Lo que está en juego es la dignidad de la persona humana, cuyadefensa y promoción nos han sido confiadas por el Creador, y de las que son rigurosa y responsablementedeudores los hombres y mujeres en cada coyuntura de la historia. El panorama actual —como muchos yaperciben más o menos claramente—, no parece responder a esta dignidad. Cada uno está llamado a ocuparsu propio lugar en esta campaña pacífica que hay que realizar con medios pacíficos para conseguir el desarrolloen la paz, para salvaguardar la misma naturaleza y el mundo que nos circunda. También la Iglesia se sienteprofundamente implicada en este camino, en cuyo éxito final espera.

Por eso, siguiendo la Encíclica Populorum progressio del Papa Pablo VI,⁸⁷ con sencillez y humildad quierodirigirme a todos, hombres y mujeres sin excepción, para que, convencidos de la gravedad del momento pre-sente y de la respectiva responsabilidad individual, pongamos por obra, —con el estilo personal y familiarde vida, con el uso de los bienes, con la participación como ciudadanos, con la colaboración en las decisioneseconómicas y políticas y con la propia actuación a nivel nacional e internacional— las medidas inspiradasen la solidaridad y en el amor preferencial por los pobres. Así lo requiere el momento, así lo exige sobre todola dignidad de la persona humana, imagen indestructible de Dios Creador, idéntica en cada uno de nosotros.

En este empeño deben ser ejemplo y guía los hijos de la Iglesia, llamados, según el programa enunciadopor el mismo Jesús en la sinagoga de Nazaret, a « anunciar a los pobres la Buena Nueva ... a proclamarla liberación de los cautivos, la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un añode gracia del Señor » (Lc 4, 18-19). Y en esto conviene subrayar el papel preponderanteque cabe a los laicos,hombres y mujeres, como se ha dicho varias veces durante la reciente Asamblea sinodal. A ellos competeanimar, con su compromiso cristiano, las realidades y, en ellas, procurar ser testigos y operadores de paz yde justicia

Quiero dirigirme especialmente a quienes por el sacramento del Bautismo y la profesión de un mismoCredo, comparten con nosotros una verdadera comunión, aunque imperfecta. Estoy seguro de que tanto la

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28 Filosofía Social

preocupación que esta Encíclica transmite, como las motivaciones que la animan, les serán familiares, porqueestán inspiradas en el Evangelio de Jesucristo. Podemos encontrar aquí una nueva invitación a dar un tes-timonio unánime de nuestras comunes convicciones sobre la dignidad del hombre, creado por Dios, redimidopor Cristo, santificado por el Espíritu, y llamado en este mundo a vivir una vida conforme a esta dignidad.

A quienes comparten con nosotros la herencia de Abrahán, « nuestro padre en la fe » (cf. Rom 4, 11 s.),⁸⁸y la tradición del Antiguo Testamento, es decir, los Judíos; y a quienes, como nosotros, creen en Dios justoy misericordioso, es decir, los Musulmanes, dirijo igualmente este llamado, que hago extensivo, también, atodos los seguidores de las grandes religiones del mundo.

El encuentro del 27 de septiembre del año pasado en Asís, ciudad de San Francisco, para orar y compro-meternos por la paz —cada uno en fidelidad a la propia profesión religiosa— nos ha revelado a todos hastaqué punto la paz y, su necesaria condición, el desarrollo de « todo el hombre y de todos los hombres », sonuna cuestión también religiosa, y cómo la plena realización de ambos depende de lafidelidad a nuestra vocaciónde hombres y mujeres creyentes. Porque depende ante todo de Dios.

48. La Iglesia sabe bien que ninguna realización temporal se identifica con el Reino de Dios, pero que todasellas no hacen más que reflejar y en cierto modo anticipar la gloria de ese Reino, que esperamos al final dela historia, cuando el Señor vuelva. Pero la espera no podrá ser nunca una excusa para desentenderse delos hombres en su situación personal concreta y en su vida social, nacional e internacional, en la medida enque ésta —sobre todo ahora— condiciona a aquélla. Aunque imperfecto y provisional, nada de lo que sepuede y debe realizar mediante el esfuerzo solidario de todos y la gracia divina en un momento dado de lahistoria, para hacer « más humana » la vida de los hombres, se habrá perdido ni habrá sido vano. Esto enseñael Concilio Vaticano II en un texto luminoso de la Constitución pastoral Gaudium et spes: « Pues los bienesde la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad, en una palabra, todos los frutos excelentes de lanaturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y deacuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados,cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal ...; reino que está ya misteriosamente presenteen nuestra tierra ».⁸⁹

El Reino de Dios se hace, pues, presente ahora, sobre todo en la celebración del Sacramento de la Eucaristía,que es el Sacrificio del Señor. En esta celebración los frutos de la tierra y del trabajo humano —el pan y elvino— son transformados misteriosa, aunque real y substancialmente, por obra del Espíritu Santo y de laspalabras del ministro, en el Cuerpo y Sangre del Señor Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de María, por el cual elReino del Padre se ha hecho presente en medio de nosotros.

Los bienes de este mundo y la obra de nuestras manos —el pan y el vino— sirven para la venida delReinodefinitivo, ya que el Señor, mediante su Espíritu, los asume en sí mismo para ofrecerse al Padre y ofrecernosa nosotros con él en la renovación de su único sacrificio, que anticipa el Reino de Dios y anuncia su venidafinal.

Así el Señor, mediante la Eucaristía, sacramento y sacrificio, nos une consigo y nos une entre nosotros conun vínculo más perfecto que toda unión natural; y unidos nos envía al mundo entero para dar testimonio,con la fe y con las obras, del amor de Dios, preparando la venida de su Reino y anticipándolo en las sombrasdel tiempo presente.

Quienes participamos de la Eucaristía estamos llamados a descubrir, mediante este Sacramento, el sentidoprofundo de nuestra acción en el mundo en favor del desarrollo y de la paz; y a recibir de él las energíaspara empeñarnos en ello cada vez más generosamente, a ejemplo de Cristo que en este Sacramento da lavida por sus amigos (cf. Jn 15, 13). Como la de Cristo y en cuanto unida a ella, nuestra entrega personal noserá inútil sino ciertamente fecunda.

49. En este Año Mariano, que he proclamado para que los fieles católicos miren cada vez más a María,que nos precede en la peregrinación de la fe,⁹⁰ y con maternal solicitud intercede por nosotros ante su Hijo,nuestro Redentor, deseo confiar a ella y a su intercesión la difícil coyuntura del mundo actual, los esfuerzos quese hacen y se harán, a menudo con considerables sufrimientos, para contribuir al verdadero desarrollo de

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1. Los principios de la vida en comunidad 29

los pueblos, propuesto y anunciado por mi predecesor Pablo VI.Como siempre ha hecho la piedad cristiana, presentamos a la Santísima Virgen las difíciles situaciones

individuales, a fin de que, exponiéndolas su Hijo, obtenga de él que las alivie y transforme. Pero le presenta-mos también las situaciones sociales y la misma crisis internacional, en sus aspectos preocupantes de miseria,desempleo, carencia de alimentos, carrera armamentista, desprecio de los derechos humanos, situaciones opeligros de conflicto parcial o total. Todo esto lo queremos poner filialmente ante sus « ojos misericordiosos», repitiendo una vez más con fe y esperanza la antigua antífona mariana: « Bajo tu protección nos acoge-mos, Santa Madre de Dios. No deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bienlíbranos siempre de peligro, oh Virgen gloriosa y bendita ».

María Santísima, nuestra Madre y Reina, es la que, dirigiéndose a su Hijo, dice: « No tienen vino » (Jn2, 3) y es también la que alaba a Dios Padre, porque « derribó a los potentados de sus tronos y exaltó alos humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada » (Lc 1, 52 s.). Su solicitudmaternal se interesa por los aspectos personales y sociales de la vida de los hombres en la tierra.⁹¹

Ante la Trinidad Santísima, confío a María todo lo que he expuesto en esta Carta, invitando a todosa reflexionar y a comprometerse activamente en promover el verdadero desarrollo de los pueblos, comoadecuadamente expresa la oración de la Misa por esta intención: « Oh Dios, que diste un origen a todos lospueblos y quisiste formar con ellos una sola familia en tu amor, llena los corazones del fuego de tu caridady suscita en todos los hombres el deseo de un progreso justo y fraternal, para que se realice cada uno comopersona humana y reinen en el mundo la igualdad y la paz ».⁹²

Al concluir, pido esto en nombre de todos los hermanos y hermanas, a quienes, en señal de benevolencia,envío mi especial Bendición.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 30 de diciembre del año 1987, décimo de mi Pontificado.49 Cf. Exhort. Apost. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), 6: AAS 74 (1982), p. 88: « la historia

no es simplemente un progreso necesario hacia lo mejor, sino más bien un acontecimiento de liberad, másaún, un combate entre libertades ».

50 Por este motivo se ha preferido usar en el texto de esta Encíclica la palabra « desarrollo » en vez de lapalabra « progreso », pero procurando dar a la palabra « desarrollo » el sentido más pleno.

51 Carta Encíc. Populorum Progressio, 19: l.c., pp. 266 s.: « El tener más, lo mismo para los pueblos quepara las personas, no es el último fin. Todo crecimiento es ambivalente. La búsqueda exclusiva del poseer seconvierte en un obstáculo para el crecimiento del ser y se opone a su verdadera grandeza; para las nacionescomo para las personas, la avaricia es la forma más evidente de un subdesarrollo moral »; cf. también PabloVI, Carta Apost. Octogesima adveniens (14 de mayo de 1971), 9: AAS 63 (1971), pp. 407 s.

52Cf. Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 35; Pablo VI, Alocución al CuerpoDiplomático (7 de enero de 1965): AAS 57 (1965), p. 232.

53 Cf. Carta Encíc. Populorum Progressio, 20-21: l.c, pp. 267 s.54 Cf. Carta Encíc. Laborem exercens (14 de septiembre de 1981), 4: AAS, 73 (1981), pp. 584 s.; Pablo VI,

Carta Encíc. Populorum Progressio, 15: l.c., p. 265.55 Carta Encíc. Populorum Progressio, 42: l.c., p 278.56 Cf. Praeconium Paschale, Missale Romanum, ed typ. altera 1975, p. 272: « Necesario fue el pecado de

Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz culpa que mereció tal Redentor! ».57 Conc. Ecum. Vatic. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 1.58 Cf. por ejemplo, S. Basilio el Grande, Regulae fusius tractatae interrogatio, XXXVII, 1-2: PG 31, 1009-

l012; Teodoreto de Ciro, De Providentia, Oratio VII: PG 83, 665-686; S. Agustín, De Civitate Dei, XIX, 17:CCL 48, 683-685.

59 Cf. por ejemplo, S. Juan Crisóstomo, In Evang. S. Ma haei, hom. 50, 3-4: PG 58, 508-510; S. Ambrosio,De Officis Ministrorum, lib. II, XXVIII, 136-140: PL 16, 139-141; Possidio, Vita S. Augustini Episcopi, XXIV:PL 32, 53 s.

60 Carta Encíc. Populorum Progressio, 23: l.c., p. 268: « \Si alguno tiene bienes de este mundo y, viendo

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30 Filosofía Social

a su hermano en necesidad, le cierra las entrañas, ¿cómo es posible que resida en él el amor de Dios?\ (1 Jn3, 17). Sabido es con qué firmeza los Padres de la Iglesia han precisado cuál debe ser la actitud de los queposeen respecto a los que se encuentran en necesidad ». En el número anterior, el Papa habia citado el n. 69de la Const. past. Gaudium et spes del Concilio Ecuménico Vaticano II.

61 Cf. Carta Encíc. Populorum Progressio, 47: l.c., p. 280: « ... un mundo donde la libertad no sea unapalabra vana y donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico ».

62Cf. Ibid., 47: l.c., p. 280: « Se trata de construir un donde todo hombre, sin excepcion de raza, religión onacionalidad, pueda vivir una vida plenamente humana, emancipado de las servidumbres que le vienen dela parte de los hombres ... », cf. también Conc. Ecum. Vatic. II, Const. past Gaudium et spes, sobre la Iglesiaen el mundo actual, 29. Esta igualdad fundamental es uno de los motivos básicos por los que la Iglesia seha opuesto siempre a toda forma de racismo.

63Cf. Homilía en Val Visdende (12 de julio de 1987), 5: L\Osservatore Romano, edic. en lengua española,19 de julio de 1987; Pablo VI, Carta Apost. Octogesima adveniens (14 de mayo de 1971), 21: AAS 63 (1971),pp. 416 s.

69 Cf. Ibid., 13; 81: l.c., p. 263 s.; 296 s.70 Cf. Ibid., 13: l.c., p. 263.71 Cf. Discurso de Apertura de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (28 de enero

de 1979): AAS 71 (1979), pp. 189-196.72Congr. para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre libertad cristiana y liberación, Libertatis conscientia

(22 de marzo de 1986), 72: AAS 79 (1987), p. 586, Pablo VI, Carta Apost. Octogesima adveniens (14 de mayode 1971), 4: AAS 63 (1971) p. 403 s.

73 Cf. Conc. Ecum. Vatic. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, parte II,c. V, secc. II: « La construcción de la comunidad internacional » (nn. 83-90).

74Cf. Juan XXIII, Carta Encíc. Mater et Magistra (15 de mayo de 1961): AAS 53 (1961), p. 440; Carta Encíc.Pacem in terris (11 de abril de 1963), parte IV: AAS 55 (1963), pp. 291-296; Pablo VI, Carta Apost. Octogesimaadveniens (14 de mayo de 1971), 2-4: AAS 63 (1971), pp. 402-404.

75 Cf. Carta Encíc. Populorum Progressio, 3; 9: l.c., p. 258; 261.76 Ibid., 3: l.c., p. 258.77 Carta Encíc. Populorum Progressio, 47: l.c., 280; Congr. para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre

libertad cristiana y liberaración, Libertatis conscientia (22 de marzo de 1986), 68: AAS 79 (1987), pp. 583 s.78 Cf. Conc. Ecum. Vatic. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 69; Pablo

VI, Carta Encíc. Populorum Progressio, 22: l.c., p. 268; Congr. para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobrelibertad cristiana y liberación, Libertatis conscientia (22 de marzo de 1986), 90: AAS 79 (1987), p. 594; S.Tomás de aquino, Summa Theol. IIa IIae, q. 66, art. 2.

79 Cf. Discurso de Apertura de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (28 de enerode 1979): AAS 71 (1979), pp. 189-196; Discurso a un gmpo de Obispos de Polonia en Visita « ad liminaApostolorum » (17 de diciembre de 1987), 6: L\Osservatore Romano edic. en lengua española (10 de enerode 1988).

80 Porque el Señor ha querido identificarse con ellos (Mt 25, 31-46) y cuida de ellos (Cf. Sal 12[11], 6; Lc1, 52 s.)

81 Carta Encíc. Populorum Progressio, 55: l.c., p. 284: « ... es precisamente a estos hombres y mujeres aquienes hay que ayudar, a quienes hay que convencer que realicen ellos mismos su propio desarrollo y queadquieran progresivamente los medios para ello »; cf. Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en elmundo actual, 86.

82 Carta Encíc. Populorum Progressio, 35: l.c., p. 274: « la educación básica es el primer objetivo de unplan de desarrollo ».

83 Cf. Congr. para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre los aspectos de la Teología de la Liberación,Libertatis nuntius, (6 de agosto de 1984), Introducción: AAS 76 (1984), pp. 876 s.

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1. Los principios de la vida en comunidad 31

84Cf. Exhort. Apost. Reconciliatio et paenitentia (2 de diciembre de 1984), 16: AAS 77 (1985), pp. 213-217;Cong. para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre la libertad cristiana y liberación, Libertatis conscientia (22de marzo de 1886), 38; 42: AAS 79 (1987), pp. 569; 571.

85 Congr. para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre la a cristiana y liberación, Libertatis conscientia (22de marzo de 1986), 24: AAS 79 (1987), p. 564.

86 Cf. Conc. Ecum. Vatic. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 22; JuanPablo II, Carta Encíc. Redemptor hominis (4 de marzo de 1979), 8: AAS 71 (1979), p 272.

87 Carta Encíc. Populorum Progressio, 5: l.c., p .259: « Pensamos que este programa puede y debe juntara los hombres de buena voluntad con nuestros hijos católicos y hermanos cristianos »; cf. también nn. 81-83,87: l.c., pp. 296-298; 299.

88Cf. Conc. Ecum. Vatic. II, Declaración Nostra aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las religionesno cristianas, 4.

89 Gaudium et spes, 39.90Cf. Conc. Ecum. Vatic. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 58; Juan Pablo II, Carta Encíc.

Redemptoris Mater (25 de marzo de 1987), 5-6; AAS 79 (1987), pp. 365-367.91 Cf. Pablo VI, Exhort. Apost. Marialis cultus ( 2 de febrero de 1974), 37: AAS 66 (1974), pp. 148 s.; Juan

Pablo II, Homilía en el Santuario de N.S. de Zapopan, México (30 de enero de 1979), 4: AAS 71 (1979), p. 230.92 Colecta de la Misa « Pro Populorum Progressione »: Missale Romanum ed. typ. altera 1975, p. 820.

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2. Familia

Segundo tratado sobre el gobierno civil⁵John Locke

El “Tratado sobre el gobierno civil” (1690) de John Locke consta de dos partes: la primera esun panfleto contra el intento de defensa de la monarquía absoluta escrita por Robert Filmer(“Patriarcha”, 1680), y la segunda es una contrapropuesta donde se proponen los objetivos ylos límites de la autoridad civil o gubernamental. En el Segundo Tratado, cuyos fragmentos re-producimos, Locke critica diversas formas de autoridad absoluta, desde los excesos cometidosdurante el periodo republicano de la Commonwealth inglesa de Oliver Cromwell (1649-1660)hasta las pretensiones absolutistas del rey Jaime II (1685-1689). Locke describe entonces diver-sas formas de autoridad humana, la familiar incluida, para evitar confundirla con una forma deautoridad política, y propone lineamientos para definir una autoridad política limitada y conobjetivos claros.

CAPITULO VI. EL PODER PATERNO

52. Tal vez sea calificado de impertinente crítica en disertación de esta naturaleza el poner tacha en pa-labras y nombres en el mundo arraigados. Y con todo es posible que no este de más ofrecer otros nuevoscuando los antiguos pueden inducir a los hombres a error, como probablemente acaece con el del poderpaterno, que parece situar el poder de los progenitores sobre sus hijos en el padre enteramente, como si lamadre de él no participara; mientras que si consultamos la razón o la revelación, veremos que tiene ella igualtítulo; lo cual puede dar derecho a preguntar por que no se hablará más propiamente de poder parental.Porque sean las que fueren las obligaciones que la naturaleza y el derecho de generación impusieren a loshijos, las tales seguramente deberán sujetarles por modo igual a ambas causas concurrentes de dicha gene-ración. Por ello vemos que la ley positiva de Dios donde quiera les junta sin distinguir entre ellos, cuandodispone la obediencia de los hijos \Honra a tu padre y a tu madre”; ”Quien quiera que maldijere a su padreo a su madre”; ”Temerá cada hombre a su madre y su padre”; ”Hijos obedeced a vuestros padres y madres”etc.: tal es el estilo del Antiguo y Nuevo Testamento.

53. Si siquiera esta particularidad hubiera sido bien considerada, sin más profundo examen de la historia,evitárase tal vez que incurrieran los hombres en sus toscas equivocaciones sobre el poder de los padres,que aunque pudiera sin gran aspereza llevar el nombre de dominio absoluto y autoridad regia cuandobajo el título de poder ”paterno” parecía concentrado en el padre, no hubiera conllevado ese título sin quesonara a raro y sin que su mismo nombre dejase traslucir el absurdo, si tal supuesto poder absoluto sobrelos hijos hubiera sido llamado parental, mostrando lo que igualmente pertenecía a la madre. Y no habríapodido fundarse en tal designación la monarquía en pro de la cual se argumenta, cuando del mismo nombreresultara que la autoridad fundamental de quien tales opinantes hubieran querido derivar su gobierno poruna sola persona, no procedía de una, sino de dos personas conjuntamente. Pero dejemos a un lado la materiade estos nombres

54. Aunque declaré más arriba ”que todos los hombres son por naturaleza iguales”, huelga decir que nome refiero a toda clase de ”igualdad”. La edad o la virtud pueden conferir a los hombres justa preferencia.Dotes y mérito preclaros acaso levanten a otros sobre el nivel común. Unos por nacimiento, otros por alianzaso beneficios, pueden verse sometidos a determinadas observancias ante aquellos a quienes la naturaleza, lagratitud u otros respectos hagan acreedores a ellas; y sin embargo todo lo apuntado es compatible con laigualdad en que todos los hombres se encuentran relativamente a la jurisdicción o dominio de uno sobre

⁵ John L : Segundo tratado sobre el gobierno civil, 6-7.

32

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2. Familia 33

otro, que tal es la igualdad de que allí hable como adecuada para el menester de que se trataba, derecho igualque cada uno tiene a su natural libertad, sin sujetarse a la voluntad o autoridad de otro hombre alguno.

55. Los niños, lo confieso, no nacen en ese pleno estado de igualdad, aunque si nacen para él. Asiste asus padres una especie de gobierno o jurisdicción sobre ellos cuando vienen al mundo y por cierto tiempodespués, pero su carácter no es sino temporal. Los vínculos de esta sujeción son como los pañales en queestán envueltos y sostenidos en la flaqueza de su infancia. Al aumentar la edad y la razón se les aflojan,hasta que al fin se apartan totalmente y dejan al hombre su libre disposición.

56. Adán fue creado hombre perfecto, con cuerpo y alma en plena posesión de fortaleza y razón, y deesta suerte pudo desde el primer paso de su existencia proveer a su mantenimiento y defensa y gobernarsus acciones según los dictados de la ley de razón que Dios le inculcara. Tras él fue poblado el mundo porsus descendientes, nacidos todos en niñez, débiles y desamparados, sin saber ni entendimiento. Mas parasuplir las faltas de ese imperfecto estado hasta que las remueva la mejoría del crecimiento y la edad, Adány Eva, y todos los padres y madres en pos de ellos, se hallaron, por ley de naturaleza, en obligación depreservar, nutrir y educar a los hijos por ellos engendrados, no en propia hechura sino en la de su Autor, elTodopoderoso, ante quien eran responsables de ellos.

57. La ley que debía gobernar a Adán era la misma que debía gobernar a todo su linaje, la de la razón.Pero habiendo incumbido a su prole un modo de entrada en el mundo diferente del que tuviera él, o seael nacimiento natural que los produjo ignorantes y sin uso de razón, no se hallaron al pronto bajo aquellaley. Porque nadie puede hallarse sometido a una ley que no le ha sido promulgada; y siendo aquella leypromulgada o dada a conocer tan sólo mediante la razón, quien no llegó al uso de ésta, no puede estarsometido a tal ley; y los hijos de Adán por no haber entrado apenas nacidos en la ley de razón, no fueron,apenas nacidos, libres. Porque ley, en su verdadero concepto, no es tanto limitación como dirección de lasacciones de gentes libres e inteligentes hacia su propio interés; y no más allá prescribe de lo que conviniere albien general de quienes se hallaren bajo tal ley. Si pudieran ellos ser felices sin su concurso, la ley, como cosainútil, se desvanecería por sí misma; y mal merece el nombre de encierro la baranda al borde de pantanos yprecipicios. Así, pues, yérrese o no en el particular, el fin de la ley no es abolir o restringir sino preservar yensanchar la libertad. Pues en todos los estados de las criaturas capaces de leyes, donde no hay ley no haylibertad. Porque libertad es hallarse libre de opresión y violencia ajenas, lo que no puede acaecer cuando nohay ley; y no se trata, como ya dijimos, de ”libertad de hacer cada cual lo que le apetezca”. ¿Quién podríaser libre, cuando la apetencia de cualquier otro hombre pudiera sojuzgarle? Mas se trata de la libertad dedisponer y ordenar libremente, como le plazca, su persona, acciones, posesiones y todos sus bienes dentrode lo que consintieren las leyes a que está sometido; y, por lo tanto, no verse sujeto a la voluntad arbitrariade otro, sino seguir libremente la suya.

58. El poder, pues, que los padres cobran sobre sus hijos nace del deber que les incumbe de cuidar a suprole durante el estado imperfecto de la infancia. Lo que los hijos requieren, y los padres están obligadosa hacer, es que sea informada la inteligencia y gobernadas las acciones de su todavía ignorante minoridad,hasta que la razón en su lugar se asiente y les libre de tal preocupación. Pues habiendo otorgado Dios alhombre entendimiento que sus acciones dirija, le permite una libertad de albedrío y de acción, a él ade-cuada, dentro de los límites de la ley a que está sometido. Si él, empero, se hallare, por su estado, falto deentendimiento propio para la dirección de su albedrío, carecerá de albedrío que deba seguir. Quien por élentienda, por él deberá también querer; deberá prescribirle según su voluntad, y regular sus acciones; perocuando llegare al estado que hizo a su padre hombre libre, hombre libre será el hijo también.

59. Ello es cierto en cuanto a todas las leyes a que esté sometido el hombre, bien sean naturales o civiles.¿Hállase el hombre bajo la ley de naturaleza? ¿Qué es lo que por tal ley le hizo libre? ¿Qué le dio la francadisposición de su libertad, según su albedrío, dentro del ámbito de dicha ley? Respondo que el mero estadode apto conocimiento de dicha ley, de suerte que sepa mantener sus actos dentro de los hitos de ella. Cuandotal estado hubiere alcanzado, se le reputará conocedor de hasta qué punto dicha ley deba ser su guía, yde hasta qué punto deba hacer uso de su libertad, y así gozará ya de ella; hasta aquel momento, pues, es

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menester que otro le guíe, tenido por conocedor de la libertad autorizada por la ley. Y si a este último suestado de razón, su edad de discreción, le hicieron libre, las mismas harán libre a su hijo. ¿Está el hombrebajo la ley de Inglaterra? ¿Qué le hizo libre por tal ley, esto es, qué le procuró la libertad de disponer de susacciones y posesiones, según su albedrío, dentro de lo que tal ley consintiere? La capacidad de conocería,que dicha ley fija en los veintiún años, y antes de algunos casos. Si ésta hizo libre al padre, hará también talal hijo. Hasta entonces, vemos que la ley no permite al hijo hacer su voluntad, sino ser guiado por la de supadre o guardián, que por él entiende. Y si el padre muere y no hubiere nombrado lugarteniente suyo paratal misión, si no hubiere, esto es, designado a un tutor que al hijo gobernare durante la minoridad, durante sufalta de entendimiento, ya la ley toma a iniciativa de procurarle uno: fuerza es que otra persona le gobierney sea albedrío para quien no le tiene, hasta alcanzar el estado de libertad, por goce de entendimiento capazpara el gobierno del albedrío. Pero luego padre e hijo serán igualmente libres, lo mismo que el tutor ypupilo después de la minoridad de éste: igualmente sometidos a la misma ley, sin que permanezca en elpadre poder alguno sobre la vida, libertad o hacienda de su, hijo, bien se hallaren ambos sólo en estado yley de naturaleza, bien bajo las leyes positivas de un gobierno establecido.

60. Pero si por defectos que tal vez se produzcan en el curso ordinario de la naturaleza, alguien noalcanzare el grado de razón por el que hubiera podido suponérsele capaz de conocer la ley, y vivir segúnsus normas, jamás podrá ser hombre libre, jamás alistar la disposición de su albedrío, pues no conoce lasfronteras de él ni tiene entendimiento, su guía adecuado; por ello seguirá bajo la enseñanza y gobiernoajenos mientras su entendimiento sea incapaz de aquella responsabilidad. Y así lunáticos e idiotas jamásse libran del gobierno de sus padres: ”Hijos no llegados todavía a la edad capaz de posesión, e inocentes,excluidos por defecto natural de poseer durante la vida toda”. En tercer lugar, ”los locos que, en la actualsazón, carecen del uso de la recta razón que debiera guiarles, tienen para su guía la razón enderezadorade otros hombres que serán sus tutores, buscando y consiguiendo el bien de tales dementes”, dice Hooker.Todo lo cual no parece sobrepasar el deber que Dios y la naturaleza han impuesto al hombre, lo propioque a las demás criaturas, de preservar su prole hasta que ésta pueda valerse por sí misma; y difícilmenteequivaldrá a un ejemplo o prueba de la autoridad regia de los padres.

61. Así nacemos libres del mismo modo que nacemos racionales; no porque al pronto tengamos de unay otra calidad el ejercicio: la edad que nos trae la una, se nos viene asimismo con la otra. Y de esta suerteadvertimos que la libertad natural y la sujeción a los padres harto compatibles son, y están fundadas en elmismo principio. Un hijo es libre por el título paterno, por el entendimiento de su padre que ha de gobernarlehasta que él goce del suyo. La libertad de un hombre en los años de discreción y la sujeción de un hijo asus padres mientras de ésta careciere, son tan compatibles y tan acusadas que los más fanáticos defensoresde la monarquía ”por derecho de paternidad” no pueden dejar de verlo; los más tenaces se ven obligadosa admitirlo. Porque si su doctrina fuere totalmente cierta, si se hallare el heredero legítimo de Adán hoyconocido y por tal título sentado como rey en su trono, investido del absoluto, ilimitado poder de que hablaSir Robert Filmer, y él muriera a poco de haberle nacido un heredero, ¿no debería el niño a pesar de sulibertad sin par y única soberanía, hallarse sujeto a su madre y nodriza, a tutores y ayos, hasta que la edady la enseñanza le dieran razón y capacidad para gobernarse a sí mismo y a los demás? Las necesidades desu vida, la salud de su cuerpo y los pertrechos de su inteligencia exigirían que dirigido fuera por albedríoajeno y no por el propio; y con todo ¿tendrá alguien esa restricción y sometimiento por incompatibles conla libertad o soberanía a que le asistiere derecho, o de ella le despojarían o entregarían su imperio a quieneshubiere correspondido el gobierno de su minoridad? El gobierno sobre él no haría sino prepararle del mejory más expedito modo para tal imperio. Si alguien me preguntara cuándo llegará mi hijo a la edad de libertad,respondería que a la misma en que su monarca llega a la del gobierno. ”Pero sobre el tiempo”, dice el juiciosoHooker, ”en que pueda decirse que el hombre de tal suerte ha avanzado en el uso de la razón, que estéal corriente de las leyes por las que ya viene obligado a guiar sus acciones, preferible será con mucho eldictamen del sentido común a la determinación de cualquier docta y experta autoridad”.

62. Los mismos Estados advierten y reconocen que los hombres llegan a un tiempo en que empiezan a

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obrar como libres, y por lo tanto, hasta el advenimiento de él no exigen juramentos de lealtad o fidelidad uotro público reconocimiento o acto de sumisión al gobierno que las rige.

63. La franquía, pues, del hombre y su libertad de obrar según el propio albedrío se fundan en su usode razón, que le instruye en la ley por la que deberá regirse, y le hace conocer hasta qué punto la libertadde su albedrío podrá explayarse. Soltarle a libertad sin restricciones antes de que la razón le guiare, no esreconocer que el privilegio de su naturaleza le hizo libre, sino precipitarle entre las bestias, y abandonarle aun estado tan despreciable e inferior a lo humano como el de ellos. Eso es lo que pone autoridad en manosde los padres para el gobierno de la minoridad de sus hijos. Dios les dio por misión que emplearan susolicitud en su linaje, y en ellos dispuso las adecuadas inclinaciones a la ternura y amorosa preocupaciónpara templar su poder y aplicarle como Él en su sabiduría le designara, para el bien de los hijos, por todo eltiempo que necesitaren estar a él supeditados.

64. Pero ¿qué razón puede aducir la conversión de esa solicitud de los padres, a sus hijos debida, en undominio absoluto, arbitrario del padre\? El poder de éste sólo alcanza a procurar por la disciplina que máseficaz le pareciere vigor y salud a sus cuerpos y fortaleza y rectitud a sus almas, para que ellos sean, delmejor modo equipados, útiles a sí mismos y a los demás, y si la condición de ellos lo precisare, aleccionadospara conseguir con su trabajo su propia subsistencia; pero en tal poder la madre es también, al lado delpadre, participante.

65. Es más, dicho poder tan lejos está de pertenecer al padre por ningún derecho natural, sino sólo comoguardián de sus hijos, que cuando cesa en el cuidado de ellos pierde el poder que sobre ellos tuviera, con-temporáneo con su mantenimiento y educación, a los que queda inseparablemente anejo, y tanto perteneceal padre adoptivo de un expósito como al padre positivo de otro. Así pues, chico poder da al hombre sobresu prole el mero acto de engendrar, si allí cesa todo su cuidado y éste es su solo título al hombre y autoridadde padre. ¿Y qué será de ese poder paterno en los parajes del mundo en que una mujer tiene más de unmarido a la vez, o en los lugares de América en que cuando marido y mujer se separan, lo que a menudoocurre, los hijos quedan con la madre, la siguen y ella atiende exclusivamente a su cuidado y provisión? ¿Ysi el padre muriere mientras los hijos fueren de poca edad, no deberán naturalmente en cualquier país lamisma obediencia a su madre, durante su minoridad, que al padre cuando estuvo en vida? ¿Y dirá alguienque la madre goza de tal poder legislativo sobre sus hijos que pueda dictar normas permanentes de obli-gación perpetua, por la que deban ellos regular todos los asuntos de su propiedad, y ver su libertad sujetadurante todo el curso de su vida y tenerse por obligados a esos cumplimientos bajo penas capitales? Porqueeste es el propio poder del magistrado, del que no tiene el padre ni la sombra. Su imperio sobre sus hijos noes más que temporal, y no abarca su vida o bienes. No es más que una ayuda a la flaqueza e imperfecciónde su minoridad, una disciplina necesaria para su educación. Y aunque el padre pueda disponer de suspropias posesiones a su antojo, siempre que los hijos no se hallen en el menor peligro de morir de inanición,su poder, con todo, no se extiende a sus vidas ni a los bienes que ya su particular industria, o la generosidadajená, les procuró, ni tampoco a su libertad una vez llegados a la franquía de los años de discreción. Cesaentonces el imperio del padre, y ya éste en adelante no puede disponer de la libertad de su hijo más que dela correspondiente a otro hombre cualquiera. Y está lejos de ser jurisdicción perpetua o absoluta aquella deque el hombre puede por sí mismo retirarse, con licencia de la autoridad divina, para ”dejar padre y madrey no desjuntarse de su mujer”.

66. Pero aunque llegue el tiempo en que el hijo venga a estar tan franco de sujeción a la voluntad ymandato de su padre como este mismo lo estuviera de sujeción a la voluntad de cualquier otra persona, yambos no conozcan más restricción de su albedrío que la que les es común, ya por ley de naturaleza o porla ley política de su país; con todo, esta franquía no exime al hijo de su obligación, por ley divina y natural,de honrar a los padres, a quienes tuvo Dios por instrumentos en su gran designio de continuar la razahumana y las ocasiones de vida a sus hijos. Y así como Él les impuso la obligación de mantener, preservar yeducar su prole, así impuso a los hijos esa obligación perpetua de honrar a los padres, que, conteniendo laíntima estima y reverencia que habrá de traslucirse por todas las expresiones exteriores, veda al hijo cuando

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pueda injuriar o afrentar, perturbar o poner en riesgo la felicidad o vida de quienes le dieron la suya, y lecompromete a acciones de defensa, alivio, ayuda o consuelo de aquellos por cuyo medio vino a existir ya ser capaz del vario goce de la vida. De esta obligación ningún estado, ninguna franquía puede absolvera los hijos. Pero ello dista mucho de dar a los padres poder de imperio sobre aquellos, o la autoridad dehacer leyes y disponer como les plazca de sus vidas y libertades. Una cosa es deber honor, respeto, gratitudy ayuda; otra requerir absoluta obediencia y sumisión. La honra debida a los padres, débesela el monarcaen el trono a su madre, y sin embargo eso no mengua su autoridad ni le sujeta al gobierno de ella.

67. La sujeción de un menor coloca al padre en un gobierno temporal que cesa con la minoridad delhijo; y la honra que por el hijo les es debida confiere a los padres perpetuo derecho al respeto, reverencia,ayuda y condescendencia, mayores o menores según hubieren sido el cuidado, dispendios y bondades delpadre en su educación; y esto no cesa con la minoridad, sino que dura en todas las partes y condiciones dela vida del hombre. Por no haberse distinguido entre estos dos poderes del padre, el de tuición durante laminoridad, y el derecho a la honra que es vitalicio, habrán nacido buena parte de los errores que sobre elparticular cundieron. Porque si de ellos hablamos propiamente, son más bien privilegio de los hijos y deberde los padres que prerrogativa alguna del poder paterno. El mantenimiento y educación de los hijos es, parael bien de éstos, carga de tal suerte incumbente a los padres, que nada puede absolverles de tal cuidado. Yaunque el poder de mandato y castigo acompañe a tales obligaciones, Dios infundió en lo elemental de lanaturaleza humana tal ternura hacia la prole, que poco temor debe abrigarse de que los padres usaren desu poder con excesivo rigor; el exceso se produce raras veces por el lado de la severidad, pues la pujanteinclinación de la naturaleza al otro lado se inclina. Y por tanto el Dios todopoderoso, cuando quiso expresarsu amoroso trato de los israelitas, dijo que aunque les castigaba, ”castigábales como un hombre a su hijocastiga” (Deut. viii, 5) ; esto es, con ternura y afecto, y no les sometía a disciplina más severa que la quemás les aventajara, y fuera mayor bondad que haberles tenido en relajo. Este es el poder que trae aparejadala obediencia de los hijos, a fin de que los esfuerzos y preocupaciones de sus padres no deban agravarse overse mal recompensados.

68. Por otra parte, honor y ayuda, cuanto la gratitud necesite pagar; y los beneficios recibidos de éstos ypor éstos nacen de un deber indispensable del hijo y el privilegio cabal de los padres. Tal derecho a los padresaventaja, como el otro a los hijos; aunque la educación, deber de los padres, parece gozar de más poder encorrespondencia al desconocimiento y achaques de la infancia, necesitada de restricción y enmienda: lo quees ejercicio visible de autoridad y especie de dominio. El deber comprendido en la palabra ”honra” exigemenos obediencia, aunque la obligación sea mayor en los hijos más crecidos que en los chicos. Porque, ¿quiénpuede suponer que la orden ”hijos, obedeced a vuestros padres” requiere en un hombre que hijos propiostuviere, la misma sumisión a su padre que a sus hijos todavía pequeñuelos exija, y que por tal precepto hayade estar obligado a obedecer todos los mandatos de su padre si éste, por infatuación de autoridad, cometierela indiscreción de tratarle como si fuera todavía rapaz?

69. La primera parte, pues, del poder, o mejor dicho deber, paterno, que es la educación, pertenece alpadre hasta el punto de cesar en determinada época. Por sí mismo expira en cuanto acaba el menester edu-cativo, y aun antes es enajenable. Porque puede un padre pasar a otras manos la tuición de su hijo; y quiende su hijo hizo aprendiz de otra persona descargóle, durante dicho tiempo, de gran parte de su obediencia,tanto a sí mismo como a la madre. Pero el deber íntegro de honrar, que, es la otra parte, permanece intacto,y nadie puede cancelarlo. Tan inseparable es de ambos progenitores, que la autoridad del padre no sabrádesposeer a la madre de ese derecho, ni puede hombre alguno exonerar a su hijo de la honra que debe aquien le diera a luz. Pero ambos poderes están harto lejos del poder de dictar leyes y obligar a su cumpli-miento con penas que puedan alcanzar a la propiedad, a la libertad, a los miembros y la vida. El poder deimperio acaba con la minoridad, y aunque después de ella prosigan el honor y respeto, ayuda y defensa, ytodo aquello a que la gratitud obligue al hombre (pues a los más altos beneficios de que un hijo sea capazserán siempre acreedores los padres), todo ello no pone centro en la mano paterna ni le confiere poder desoberano imperio. No tiene el padre dominio sobre la propiedad o las acciones de su hijo, ni ningún derecho

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a imponerle su voluntad en todas las cosas, por más que en muchas de ellas, no muy inconvenientes, parasí ni para su familia, \pueda sentar bien al hijo rendirle deferencia.

70. Un hombre deberá por ventura respeto al anciano o al sabio, defensa a su hijo o amigo, ayuda ysocorro al desventurado y gratitud al bienhechor, hasta tal grado que cuanto posea, cuanto pueda hacer,no llegue al pago completo de su obligación. Pero todo ello no confiere autoridad ni derecho a formular laley para aquel de quien mediare obligación. Y es notorio que sentimientos parecidos no son granjeados porel mero título de padre: no sólo porque, como se dijo, también a la madre corresponden, sino porque esasobligaciones hacia los padres, y los grados de lo requerido en los hijos, puede variar por el distinto cuidadoy bondad, preocupación y dispendio, a veces empleados desigualmente en uno y otro hijo.

71. Ello explica el suceso de que los padres, en las sociedades en que son ellos mismos súbditos, retenganel poder sobre sus hijos, y tanto derecho tengan a la sujeción de ellos cómo los permanecientes en estado denaturaleza, lo cual no sería posible si todo poder político fuera exclusivamente paterno y, en verdad, fueranambos una cosa misma; pues entonces, residiendo en el príncipe todo poder paterno, el súbdito no lo tendríaen modo alguno. Pero esos dos poderes, político y paterno, son tan perfectamente distintos y separados, yerigidos sobre diferentes bases, y dados a tan diferentes fines, que cada súbdito que fuere tiene tanto poderpaterno sobre sus hijos como el príncipe sobre los suyos. Y el príncipe que tenga padres, les debe tantaobligación y obediencia filial como el más menguado de sus súbditos deberá a los suyos, de suerte que en elpoder paterno no habrá la menor parte o grado de aquella especie de dominio que el príncipe o magistradoejerce sobre el súbdito.

72.Aunque la obligación existente en los padres de educar a sus hijos y la obligación por parte de éstos dehonrar a sus padres contienen todo el poder, por una parte, y sumisión, por la otra, a esta relación adecuados,existe además, ordinariamente, otro poder en el padre que le asegura la obediencia de sus hijos; y aunqueéste le es común con otros hombres, con todo, la oportunidad de revelarle casi de continuo incumbe a lospadres en sus familias particulares, y sus ejemplos no son en otras partes muy comunes ni tan advertidos, porlo que dicho poder pasa en el mundo por un aspecto de la ”jurisdicción paterna”. Y este es el poder que loshombres generalmente tienen de otorgar sus bienes a quien mejor les pluguiere. Aun siendo habitualmentela posesión paterna esperanza y herencia de los hijos, en ciertas proporciones, según la ley y costumbrede cada país, asiste comúnmente al padre la facultad de otorgarle con mano más parca o liberal, según laconducta de ese o aquel hijo con respecto a su albedrío y humor.

73. Esta es no pequeña garantía de la obediencia de los hijos; y por hallarse siempre anejo al goce de lastierras el compromiso de sumisión al gobierno del país a que dicha tierra pertenece, se ha supuesto corrien-temente que un padre puede obligar a su posteridad a rendirse al gobierno de que él mismo fuere súbdito,sujetándoles por su convenio; siendo así que por tratarse tan sólo de una condición necesaria aneja a la tierraque bajo aquel gobierno se halla, su obligatoriedad sólo alcanza a los que con tal condición la tomaren, y asíno es sujeción o compromiso natural, sino sumisión voluntaria; pues siendo los hijos de todo hombre, pornaturaleza, tan libres como él mismo o como lo fuera cualquiera de sus antepasados, podrán, mientras ental libertad se hallaren, escoger la sociedad a que quisieren juntarse y la nación de su más grata obediencia.Pero si gozaren la herencia de sus pasados, deberán poseerla en los mismos términos en que sus pasadosla poseyeron, y someterse a todas las condiciones a dicha posesión añejas. Por el referido poder, sin duda,obligan los padres a sus hijos a obedecerles aún después de su minoridad; y también corrientísimamenteles someten a tal o cual poder político. Pero no hacen lo uno ni lo otro por ningún derecho peculiar de lapaternidad, sino por el beneficio que en sus manos puede obligar a tal docilidad y recompensaría; y este noes más poder que el que un francés pueda tener sobre un inglés, a quien, por esperanzas de una haciendaque le dejará, someterá sin duda a su obediencia; y si al dejársele la hacienda quiere éste gozarla, habrá decobrarla según las condiciones anejas a, la posesión de tierras en el país donde ella radicare, ya fuere ésteFrancia o Inglaterra.

74. En conclusión pues, aunque el poder paterno de imperio no va más allá de la minoridad de los hijos, nipasa del grado oportuno para la disciplina y gobierno de aquellos años; y aunque el honor y respeto, y todo

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cuanto los latinos llamaron piedad, que los hijos deben indispensablemente a sus padres mientras vivieren,en todos los estados, y con toda la ayuda y defensa que merezcan, no dan al padre, el poder de gobernar,esto, es, el de hacer leyes e imponer penas a sus hijos, es fácil concebir cuán hacedero fue, en los primerostiempos del mundo y en lugares además en que la escasez de población permitió a las familias dispersarsepor parajes con anchura, para cambiarse y establecerse en localidades todavía vacantes, que el padre defamilia se convirtiera en príncipe de ella; había gobernado desde el principio de la infancia de sus hijos; ycuando éstos llegaron a adultos, en vista de que sin algún gobierno les hubiera sido difícil vivir juntos, fueprobable que éste, por expreso o tácito consentimiento de los hijos, radicara en el padre, donde parecía, sincambio alguno, limitarse a continuar. Y entonces, en efecto, bastó permitir al padre que ejerciera él solo en sufamilia ese poder ejecutivo de la ley de naturaleza que cada hombre libre naturalmente poseía, mediante, talpermiso abdicando en él un poder monárquico mientras en la familia permanecieran. Pero eso no se produjopor derecho paterno alguno, sino por el consentimiento de los hijos, como lo demuestra el hecho indudablede que si un extranjero que el acaso o el negocio llevara al seno de su familia, hubiere allí matado alguno desus hijos, o cometido cualquier otro acto punible, podría él condenarle y darle muerte, o castigarle como ácualquiera de sus hijos, lo que fuera imposible que hiciera en virtud de autoridad paterna alguna, pues nose trataba de un hijo suyo; antes lo hacía en virtud del poder ejecutivo de la ley de naturaleza a que, comohombre, tenía derecho; y él sólo podía castigarle en su familia, en que el respeto de sus hijos le confiara elejercicio de tal poder, como reconocimiento de la dignidad y autoridad que deseaban ver permanecer en élpor encima de los familiares.

75. Fue así fácil y natural para los hijos abrir paso, por consentimiento tácito y casi natural, a la autoridady gobierno del padre. Habíanse acostumbrado en la niñez a seguir su dirección y a someterle a sus livianasdiferencias; y cuando adultos, ¿quién mejor que él para gobernarles? Sus pequeñas propiedades y menorescodicias, raras veces deparaban controversias mayores; y en cuanto surgiera alguna, ¿quién hubiera sidomejor árbitro que él, cuyo celo a todos había mantenido y criado, y abrigaba ternura para todos? No es deextrañar que no hicieran distinción entre minoridad y edad adulta, ni prestaran atención a los veintiún añoso a cualquiera otra edad que pudiere conferirles la libre disposición de sí mismos y de sus fortunas, supuestoque no podían desear salir de su estado de pupilos. El gobierno bajo el cual se habían criado continuaba,más para protegerles que para cohibirles; y en parte alguna podían hallar mayor seguridad para su paz,libertades y fortunas que en el gobierno paterno.

76. Así, los naturales padres de familias, por insensible cambio, se convirtieron en monarcas políticos deellas; y según los tales vivieran hasta edad avanzada y dejaran herederos dignos y capaces para diversassucesiones, o bien de otra suerte ocurriera, así establecieron los fundamentos de reinos hereditarios o elec-tivos bajo distintas constituciones y solares, según el acaso, el ingenio o las ocasiones lo determinaran. Perosi los príncipes tienen sus títulos por herencia paterna, y esta es suficiente prueba del derecho natural delos padres a la autoridad política, ya que comúnmente en manos de ellos estuviera de facto el ejercicio delgobierno, diré que si tal argumento es bueno, ha de probar con la misma fuerza que todos los príncipes, esmás, sólo ellos, deberían ser sacerdotes, puesto que es cierto que en los comienzos ”el padre de familia erasacerdote, así como gobernante en su propio hogar”.

CAPÍTULO VII. DE LA SOCIEDAD POLÍTICA O CIVIL

77.Dios tras hacer al hombre de suerte que, a su juicio, no iba a convenirle estar solo, colocóle bajo fuertesobligaciones de necesidad, conveniencia e inclinación para compelerle a la compañía social, al propio tiempoque le dotó de entendimiento y lenguaje para que en tal estado prosiguiera ylo gozara. La primera sociedadfue entre hombre y mujer, y dio principio a la de padres e hijos; y a ésta, con el tiempo, se añadió la de amoy servidor. Y aunque todas las tales pudieran hallarse juntas, como hicieron comúnmente, y no constituirmás que una familia, en que el dueño o dueña de ellas establecía una especie de gobierno adecuado paradicho grupo, cada cual o todas juntas, ni con mucho llegaban al viso de ”sociedad política”, como veremos

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si consideramos los diferentes fines, lazos y límites de cada una.78. La sociedad conyugal se forma por pacto voluntario entre hombre y mujer, y aunque sobre todo con-

sista en aquella comunión y derecho de cada uno al cuerpo de su consorte, necesarios para su fin principal,la procreación, con todo supone el mutuo apoyo y asistencia, e igualmente la comunidad de intereses, ne-cesidad no sólo de su unida solicitud y amor, sino también de su prole común, que tiene el derecho de sermantenida y guardada por ellos hasta que fuere capaz de proveerse por sí misma.

79. Porque siendo el fin de la conjunción de hombre y mujer no sólo la procreación, sino la continuaciónde la especie, era menester que tal vínculo entre hombre y mujer durara, aún después de la procreación,todo el trecho necesario para el mantenimiento y ayuda de los hijos, los cuales hasta haber conseguidoaptitud de cobrar nueva condición y valerse, deberán ser mantenidos por quienes los engendraron. Esta leyque la infinita sabiduría del Creador inculcó en las obras de sus manos, vémosla firmemente obedecida porlas criaturas inferiores. Entre los animales vivíparos que de hierba se sustentan, la conjunción de macho yhembra no dura más que el mero acto de la copulación, porque bastando el pezón de la madre para nutriral pequeño hasta que éste pudiere alimentarse de hierba, el macho sólo engendra, mas no se preocupa de lahembra o del pequeño, a cuyo mantenimiento en nada puede contribuir. Pero entre los animales de presala conjunción dura más tiempo, pues no pudiendo la madre subsistir fácilmente por sí misma y nutrir a sunumerosa prole con su sola presa (por ser este modo de vivir más laborioso, a la par que más peligroso, queel de nutrirse de hierba), precisa la asistencia del macho para el mantenimiento de la familia común, que nosubsistiría antes de ganar presa por sí misma, si no fuera por el cuidado unido del macho y la hembra. Lomismo se observa, en todas las aves (salvo en algunas de las domésticas: la abundancia de sustento excusaal gallo de nutrir y atender a la cría), cuyos hijuelos, necesitados de alimento en el nido, exigen la unión delos padres hasta que puedan fiarse a sus alas y por sí mismos valerse.

80. Y aquí, según pienso, se halla la principal, si no la única razón, de que macho y hembra del génerohumano estén unidos por más duradera conjunción que las demás criaturas, esto es, porque la mujer escapaz de concebir y, de facto hállase comúnmente encinta de nuevo, y da nuevamente a luz, mucho tiempoantes de que el primer hijo abandonare la dependencia a que le obliga la necesidad de la ayuda de lospadres y fuere capaz de bandearse por sí mismo, agotada la asistencia de aquéllos; por lo cual, estando elpadre obligado a cuidar de quienes engendrara, deberá continuar en sociedad conyugal con la misma mujerpor más tiempo que otras criaturas cuyos pequeños pudieren subsistir por sí mismos antes de reiterado eltiempo de la procreación. Por lo que en éstos el lazo conyugal por sí mismo se disuelve, y en libertad sehallan hasta que Himeneo, en su acostumbrado tránsito anual, de nuevo les convoque a la elección de nuevacompañía. En lo que no puede dejar de admirarse la sabiduría del gran Creador, quien habiendo dado alhombre capacidad de atesorar para lo futuro al propio tiempo que hacerse con lo útil para la necesidadpresente, impuso que la sociedad de hombre y mujer más tiempo abarcara que la de macho y hembra enotras especies, a fin de que su industria fuera estimulada, y su interés más uno, redundando en cobranza yreserva de bienes para su común descendencia, objeto que fácilmente trastornaría las inciertas mezcolanzas,o fáciles y frecuentes soluciones de la sociedad conyugal.

81. Pero aunque estas sujeciones impuestas a la humanidad den al vínculo conyugal más firmeza y du-ración entre los hombres que en las demás especies de animales, con todo podrían mover a inquirir por quéese pacto, que consigue la procreación y educación y vela por la herencia, no podría ser determinable, yapor consentimiento, ya en cierto tiempo o mediante ciertas condiciones, lo mismo que cualquier otro pactovoluntario, pues no existe necesidad, en la naturaleza de la relación ni en los fines de ella, de que siempresea de por vida: y a aquellos solos me refiero que no se hallaren bajo la coacción de ninguna ley positiva queordenare que tales contratos fueren perpetuos.

82. Pero marido y mujer, aunque compartiendo el mismo cuidado, tienen cada cual su entendimiento,por lo cual inevitablemente diferirán en las voluntades. Por ello es necesario que la determinación final (estoes, la ley) sea en alguna parte situada: y así naturalmente ha de incumbir al hombre como al más capaz ymás fuerte. Pero eso, que cubre lo concerniente a su interés y propiedad común, deja a la mujer en la plena

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y auténtica posesión de lo que por contrato sea de su particular derecho, y, cuando menos, no permite almarido más poder sobre ella que el que ella gozare sobre la vida de él; hallándose en efecto el poder delmarido tan lejos del de un monarca absoluto, que la mujer tiene, en muchos casos, libertad de separarse deél por derecho natural o términos de contrato, ora este contrato se hubiere por ellos convenido en estado denaturaleza, ora por las costumbres y leyes del país en que viven; y los hijos, tras dicha separación, siguen lasuerte del padre o de la madre, según determinare el pacto.

83. Porque siendo fuerza obtener todos los fines del matrimonio bajo el gobierno político, lo mismo queen el estado de naturaleza, el magistrado civil no cercena en ninguno de los dos consortes el derecho o podernaturalmente necesario a tales fines, esto es la procreación y apoyo y asistencia mutua mientras se hallarenjuntos, sino que únicamente resuelve cualquier controversia que sobre aquéllos pudiere suscitarse entre elhombre y la mujer. Si eso no fuera así, y al marido perteneciera naturalmente la soberanía absoluta y poderde vida y muerte, y ello fuere necesario a la sociedad de marido y mujer, no podría haber matrimonio enninguno de los países que no atribuyen al marido esa autoridad absoluta. Pero como los fines del matrimoniono requieren tal poder en el marido, no fue menester en modo alguno que se le asignara. El carácter de lasociedad conyugal no lo supuso en él; pero todo cuanto fuere compatible con la procreación y ayuda delos hijos hasta que por sí mismos se valieren, y la ayuda mutua, confortación y mantenimiento, podrá servariado y regido según el contrato que al comienzo de tal sociedad les uniera, no siendo en sociedad algunanecesario, sino lo requerido por los fines de su constitución.

84. La sociedad entre padres e hijos, y los distintos derechos y poderes que respectivamente les pertene-cen, materia fue tan prolijamente estudiada en el capítulo anterior que nada me incumbiría decir aquí sobreella; y entiendo patente ser ella diferentísima de la sociedad política.

85. Amo y sirviente son nombres tan antiguos como la historia, pero dados a gentes de harto distintacondición; porque en un caso, el del hombre libre, hácese éste servidor de otro vendiéndole por cierto tiempolos desempeños que va a acometer a cambio de salario que deberá recibir, y aunque ello comúnmente leintroduce en la familia de su amo, y le pone bajo la ordinaria disciplina de ella, con todo no asigna al amosino un poder temporal sobre él, y no mayor que el que se definiera en el contrato establecido entre los dos.Peor hay otra especie de servidor al que por nombre peculiar llamamos esclavo, el cual, cautivo conseguidoen una guerra justa, está, por derecho de naturaleza, sometido al absoluto dominio y poder de victoria de sudueño. Tal hombre, por haber perdido el derecho a su vida y, con ésta, a sus libertades, y haberse quedadosin sus bienes y hallarse en estado de esclavitud, incapaz de propiedad alguna, no puede, en tal estado, sertenido como parte de la sociedad civil, cuyo fin principal es la preservación de la propiedad.

86.Consideremos, pues, a un jefe de familia con todas esas relaciones subordinadas de mujer, hijos, servi-dores y esclavos, unidos bajo una ley familiar de tipo doméstico, la cual, a pesar del grado de semejanza quepueda tener en su orden, oficios y hasta número con una pequeña nación, se encuentra de ella remotísimoen su constitución, poder y fin; o si por monarquía se la quisiere tener, con el paterfamilias como monarcaabsoluto de ella, tal monarquía absoluta no cobrará sino muy breve y disperso poder, pues es evidente, porlo que antes se dijo, que el jefe de la familia goza de poder muy distinto, muy diferentemente demarcado,tanto en la que concierne al tiempo como en lo que concierne a la extensión, sobre las diversas personas queen ella se encuentran; porque salvo el esclavo (y la familia es plenamente tal, y el poderío del paterfamiliasde igual grandeza, tanto si hubiere esclavos en la familia como si no), sobre ninguno de ellos tendrá poderlegislativo de vida y muerte, y solamente el que una mujer cabeza de familia pueda tener lo mismo que él.Y sin duda carece de poder absoluto sobre la entera familia quien no lo tiene sino muy limitado sobre cadauno de los individuos que la componen. Pero de qué suerte una familia, u otra cualquiera sociedad humana,difiera de la que propiamente sea sociedad política, verémoslo mejor al considerar en qué consiste la última.

87. El hombre, por cuanto nacido, como se demostró, con título a la perfecta libertad y no sofrenadogoce de todos los derechos y privilegios de la ley de naturaleza, al igual que otro cualquier semejante suyoo número de ellos en el haz de la tierra, posee por naturaleza el poder no sólo de preservar su propiedad,esto es, su vida, libertad y hacienda, contra los agravios y pretensiones de los demás hombres, sino también

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2. Familia 41

de juzgar y castigar en los demás las infracciones de dicha ley, según estimare que el agravio merece, yaun con la misma muerte, en crímenes en que la odiosidad del hecho, en su opinión, lo requiriere. Mas nopudiendo sociedad política alguna existir ni subsistir como no contenga el poder de preservar la propiedad;y en orden a ello castigue los delitos de cuantos a tal sociedad pertenecieren, en este punto, y en él sólo, serásociedad política aquella en que cada uno de los miembros haya abandonado su poder natural, abdicandode él en manos de la comunidad para todos los casos que no excluyan el llamamiento a la protección legalque la sociedad estableciera. Y así, dejado a un lado todo particular juicio de cada miembro particular, lacomunidad viene a ser árbitro; y mediante leyes comprensivas e imparciales y hombres autorizados porla comunidad para su ejecución, decide todas las diferencias que acaecer pudieren entre los miembros deaquella compañía en lo tocante a cualquier materia de derecho, y castiga las ofensas que cada miembro hayacometido contra la sociedad, según las penas fijadas por la ley; por lo cual es fácil discernir quiénes están,y quiénes no, unidos en sociedad política. Los que se hallaren unidos en un cuerpo, y tuvieren ley comúny judicatura establecida a quienes apelar, con autoridad para decidir en las contiendas entre ellos y castigara los ofensores, estarán entre ellos en sociedad civil; pero quienes no gozan de tal común apelación, quierodecir en la tierra, se hallan todavía en el prístino estado natural, donde cada uno es, a falta de otro, juez porsí mismo y ejecutor; que así se perfila, como antes mostré, el perfecto estado de naturaleza.

88. Y de esta suerte el Estado consigue el poder de fijar qué castigó corresponderá a las diversas trans-gresiones que fueren estimadas sancionables, cometidas contra los miembros de aquella sociedad (lo cuales el poder legislativo), así como tendrá el poder de castigar cualquier agravio hecho a uno de sus miembrospor quien no lo fuere (o sea el poder de paz y guerra); y todo ello para la preservación de la propiedad delos miembros todos de la sociedad referida, hasta el límite posible. Pero dado que cada hombre ingresa-do en sociedad abandonara su poder de castigar las ofensas contra la ley de naturaleza en seguimiento departicular juicio, también, además del juicio de ofensas por él abandonado al legislativo en cuantos casospudiere apelar al magistrado, cedió al conjunto el derecho de emplear su fuerza en la ejecución de fallos dela república; siempre que a ello fuere llamado, pues esos, en realidad, juicios suyos son, bien por él mismoformulados o por quien le representare. Y aquí tenemos los orígenes del poder legislativo y ejecutivo en lasociedad civil, esto es, el juicio según leyes permanentes de hasta qué punto las ofensas serán castigadascuando fueren en la nación cometidas; y, también, por juicios ocasionales, fundados en circunstancias pre-sentes del hecho, hasta qué punto los agravios procedentes del exterior deberán ser vindicados; y en unocomo en otro caso emplear, si ello fuere menester, toda la fuerza de todos los miembros.

89. Así, pues, siempre que cualquier número de hombres de tal suerte en sociedad se junten y abandonecada cual su poder ejecutivo de la ley de naturaleza, y lo dimita en manos del poder público, entonces existiráuna sociedad civil o política. Y esto ocurre cada vez que cualquier número de hombres, dejando el estadode naturaleza, ingresan en sociedad para formar un pueblo y un cuerpo político bajo un gobierno supremo:o bien cuando cualquiera accediere a cualquier gobernada sociedad ya existente, y a ella se incorporare.Porque por ello autorizará a la sociedad o, lo que es lo mismo, al poder legislativo de ella, a someterle a la leyque el bien público de la sociedad demande, y a cuya ejecución su asistencia, como la prestada a los propiosdecretos, será exigible. Y ello saca a los hombres del estado de naturaleza y les hace acceder al de república,con el establecimiento de un juez sobre la tierra con autoridad para resolver todos los debates y enderezarlos entuertos de que cualquier miembro pueda ser víctima, cuyo juez es el legislativo o los magistrados quedesignado hubiere. Y siempre que se tratare de un número cualquiera de hombres, asociados, sí, pero sinese poder decisivo a quien apelar, el estado en que se hallaren será todavía el de naturaleza.

90. Y es por ello evidente que la monarquía absoluta, que algunos tienen por único gobierno en el mun-do, es en realidad incompatible con la sociedad civil, y así no puede ser forma de gobierno civil alguno.Porque siendo el fin de la sociedad civil educar y remediar los inconvenientes del estado de naturaleza (quenecesariamente se siguen de que cada hombre sea juez en su propio caso), mediante el establecimiento deuna autoridad conocida, a quien cualquiera de dicha sociedad pueda apelar a propósito de todo agraviorecibido o contienda surgida, y a la que todos en tal sociedad deban obedecer,cualesquiera personas sin

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autoridad de dicho tipo a quien apelar, y capaz de decidir las diferencias que entre ellos se produjeren, sehallarán todavía en el estado de naturaleza: y en él se halla todo príncipe absoluto con relación a quienes seencontraren bajo su dominio.

91. Porque entendiéndose que él reúne en sí todos los poderes, el legislativo y el ejecutivo, en su personasola, no es posible hallar juez, ni está abierta la apelación a otro ninguno que pueda justa, imparcialmentey con autoridad decidir, y de quien alivio y enderezamiento pueda resultar a cualquier agravio o inconve-niencia causada por el príncipe, o por su orden sufrida. De modo que tal hombre, como queráis que se letilde, Zar o Gran Señor, o como gustareis, se halla en el estado de naturaleza, con todos aquellos a quienesabarcare su dominio, del propio modo que está en él por lo que se refiere al resto de la humanidad. Porquedondequiera que se vieren dos hombres sin ley permanente y juez común a quien apelar en la tierra, pa-ra la determinación de controversias de derecho entre ellos, se encontrarán los tales todavía en estado denaturaleza y bajo todos los inconvenientes de él: con sólo esta lastimosa diferencia para el súbdito, o mejordicho, esclavo, del príncipe absoluto:que mientras en el estado ordinario de naturaleza, goza de libertad pa-ra juzgar de su derecho, según el máximo de su fuerza para mantenerlo, en cambio, cuando su propiedad esinvadida por el albedrío y mandato de su monarca, no sólo no tiene a quién apelar, como los que se hallarenen sociedad deberían tener, sino que, como degradado del estado común de las criaturas racionales, se venegada la libertad de juzgar del derecho propio y de defenderle, y así está expuesto a toda la infelicidad einconveniente que pueda temer el hombre de quien, persistiendo en el no sofrenado estado de naturaleza,se halla, empero, corrompido por la adulación y armado de poder.

92. Al que creyere que el poder absoluto purifica la sangre de los hombres y corrige la bajeza de lanaturaleza humana, le bastará leer la historia de esta edad o de otra cualquiera para convencerse de locontrario. Quien hubiere sido insolente y dañoso en los bosques de América no resultara probablementemucho mejor en un trono, donde tal vez consiguiera que el saber y la religión cuidaran de justificar todocuanto a sus súbditos hiciera, no sin que al punto acallase la espada a quienes osaran poner en duda aquellosdictámenes. Y en cuanto a la protección que realmente confiera la monarquía absoluta, y la especie de padresde sus países en que convierte a los príncipes, y hasta qué grado de dicha y seguridad lleva a la sociedadcivil cuando tal gobierno consigue su perfección, podrá fácilmente enterarse quien leyere la última reseñade Ceylán.

93. Cierto que en las monarquías absolutas, como en los demás gobiernos del mundo, pueden los, súb-ditos apelar a la ley, y los jueces decidir cualquier controversia y refrenar cualquier violencia acaecederaentre los súbditos mismos, uno contra otro. Cada cual precia este orden como necesario, y piensa: Mereceráser tenido por enemigo declarado de la sociedad y la humanidad quien intente derribarlas. Pero hay razónpara dudar que ello nazca, de un verdadero amor de la humanidad y la sociedad, así como de la caridadque uno a otros nos debemos. Porque ello no es más que lo que todo hombre que gustare de su propia pu-janza, provecho o grandeza, puede, y naturalmente debe hacer: evitar que se dañen o destruyan uno a otrolos animales que trabajan y se afanan sólo para ventaja y placer de él; y así andarán ellos cuidados no poramor alguno que les dedicare su dueño, mas por el amor que éste tiene de sí mismo y del provecho que leacarrean. Porque si tal vez se preguntare qué seguridad, qué defensa habrá en tal estado contra la violenciay opresión de su gobernante absoluto, apenas si ésta misma pregunta podrá ser tolerada. Pronto estarán adeciros que el sólo pedir seguridad merece la muerte. Entre súbdito y súbdito, os concederán, deben exis-tir reglas, leyes y jueces para su mutua paz y seguridad. Pero el gobernante debe ser absoluto y estar porencima de tales circunstancias; y pues tiene poder para causar mayor daño y perjuicio, cuando él lo hacejusto es. Preguntar cómo podríais guardaros de daño o agravio por aquella parte en que fuera obra de lamano más poderosa, sería al punto voz facciosa y rebelde. Es como si los hombres, al abandonar el estadode naturaleza y entrar en la sociedad hubieren convenido que todos, salvo uno, se hallarían bajo la sanciónde las leyes; pero que el exceptuado retendría aún la libertad entera del estado de naturaleza, aumentadacon el poder y convertida en disoluta por la impunidad. Ello equivaldría a pensar que los hombres son tannecios que cuidan de evitar el daño que puedan causarles mofetas y zorras, pero les contenta, es más, dan

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2. Familia 43

por conseguida seguridad, el ser devorados por leones.94. Pero, sea cual fuere la paría de los lisonjeros para distraer los entendimientos de las gentes, jamás

privará a los hombres de sentir; y cuando percibieren éstas que un hombre cualquiera, aunque encaramadoen la mayor situación del mundo, se ha salido de los límites de la sociedad civil a que pertenecen, y que nopueden apelar en la tierra contra daño alguno que acaso de él reciban, tal vez llegarán a sentirse en estado denaturaleza con respecto a quien dura asimismo en él, y a cuidar, en cuanto pudieren, de obtener preservacióny seguridad en la sociedad civil, para lo que ésta fue instituida y por cuya sola ventaja entraron en ella. Y portanto, aunque tal vez en los orígenes (de lo que más holgadamente se discurrirá luego, en la parte siguientede esta disertación) algún hombre bondadoso y excelente que alcanzara preeminencia de los demás, viopagar a su bondad y virtud, como a una especie de autoridad natural, la deferencia de que el sumo gobierno,con arbitraje de todas las contiendas, por consentimiento tácito para a sus manos, sin más caución que laseguridad que hubieren tenido de su rectitud y cordura, lo cierto es que„ cuando el tiempo hubo conferidoautoridad, y, como algunos hombres quisieran hacernos creer, santidad a costumbres inauguradas por laimprevisora, negligente inocencia de las primeras edades, vinieron sucesores de otra estampa; y el pueblo,al hallar que sus propiedades no estaban seguras bajo el gobierno tal cual se hallaba constituido (siendoasí que el gobierno no tiene más fin que la preservación de la propiedad), jamás pudo sentirse seguro nien sosiego, ni creerse en sociedad civil, hasta que el poder legislativo fue asignado a entidades colectivas,llámeselas senado, parlamento o como mejor pluguiere, por cuyo procedimiento la más distinguida personaquedó sujeta, al igual que los más mezquinos, a esas leyes que él mismo, como parte del poder legislativo,había sancionado; ni nadie pudo ya, por autoridad que tuviere, evitar la fuerza de la ley una vez promulgadaésta, ni por alegada superioridad instar excepción, que supusiera permiso para sus propios desmanes o losde cualquiera de sus dependientes. Nadie en la sociedad civil puede quedar exceptuado de sus leyes. Porquesi algún hombre pudiere hacer lo que se le antojare y no existiera apelación en la tierra para la seguridad oenderezamiento de cualquier daño por él obrado, quisiera yo que se me dijere si no estará todavía el tal enperfecto estado de naturaleza, de suerte que no acertará a ser parte o miembro de aquella sociedad civil; y alo sumo podrá decirme alguien que el estado de naturaleza y la sociedad civil son una cosa misma, aunquejamás hallé en lo pasado a quien fuese tan sumo valedor de la anarquía que así lo afirmara.

Metafísica de las costumbres⁶Immanuel Kant

Aunque menos conocida que sus obras de filosofía práctica precedentes (la “Fundamentación dela metafísica de las costumbres” (1785) y la “Crítica de la razón práctica” (1788)), la “Metafísica delas costumbres (1797) destaca por ser una exposición sistemática de la filosofía práctica kantiana.La primera parte (“Principios fundamentales de la doctrina del Derecho”) especifica los derechosque emergen de las condiciones de los agentes morales racionales humanos y las condiciones quelos determinan. En esta parte suscribe que las relaciones familiares no sólo derivan de afectos ysentimientos, sino que producen derechos y deberes efectivos entre las personas precisamenteporque se refieren a personas.

22. Nature of Personal Right of a Real Kind.

Personal right of a real kind is the right to the possession of an external object as a thing, and to the use of itas a person. The mine and thine embraced under this right relate specially to the family and household; andthe relations involved are those of free beings in reciprocal real interaction with each other. Through theirrelations and influence as persons upon one another, in accordance with the principle of external freedom

⁶ Immanuel K , Metaphysik der Si en, 22-29.

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as the cause of it, they form a society composed as a whole of members standing in community with eachother as persons; and this constitutes the household. The mode in which this social status is acquired byindividuals, and the functions which prevail within it, proceed neither by arbitrary individual action (facto),nor by mere contract (pacto), but by law (lege). And this law as being not only a right, but also as constitutingpossession in reference to a person, is a right rising above all mere real and personal right. It must, in fact,form the right of humanity in our own person; and, as such, it has as its consequence a natural permissivelaw, by the favour of which such acquisition becomes possible to us.

23. What is acquired in the household.

The acquisition that is founded upon this law is, as regards its objects, threefold. The man acquires awife; the husband and wife acquire children, constituting a family; and the family acquire domestics. Allthese objects, while acquirable, are inalienable; and the right of possession in these objects is the most strictlypersonal of all rights.

The Rights of the Family as a Domestic Society

Title I. Conjugal Right. (Husband and Wife)

24. The Natural Basis of Marriage.

The domestic relations are founded on marriage, and marriage is founded upon the natural reciprocityor intercommunity (commercium) of the sexes.[2] This natural union of the sexes proceeds according to themere animal nature (vaga libido, venus vulgivaga, fornicatio), or according to the law. The la er is marriage(matrimonium), which is the union of two persons of different sex for life–long reciprocal possession oftheir sexual faculties. The end of producing and educating children may be regarded as always the end ofnature in implanting mutual desire and inclination in the sexes; but it is not necessary for the rightfulnessof marriage that those who marry should set this before themselves as the end of their union, otherwise themarriage would be dissolved of itself when the production of children ceased.

And even assuming that enjoyment in the reciprocal use of the sexual endowments is an end of marriage,yet the contract of marriage is not on that account a ma er of arbitrary will, but is a contract necessary in itsnature by the law of humanity. In other words, if a man and a woman have the will to enter on reciprocalenjoyment in accordance with their sexual nature, they must necessarily marry each other; and this necessityis in accordance with the juridical laws of pure reason.

[2]Commercium sexuale est usus membrorum et facultatum sexualium alterius. This “usus” is eithernatural, by which human beings may reproduce their own kind, or unnatural, which, again, refers eitherto a person of the same sex or to an animal of another species than man. These transgressions of all law,as crimina carnis contra naturam, are even “not to be named”; and, as wrongs against all humanity in theperson, they cannot be saved, by any limitation or exception whatever, from entire reprobation.

25. The Rational Right of Marriage.

For, this natural commercium– as a usus membrorum sexualium alterius– is an enjoyment for whichthe one person is given up to the other. In this relation the human individual makes himself a res, which iscontrary to the right of humanity in his own person. This, however, is only possible under the one condition,that as the one person is acquired by the other as a res, that same person also equally acquires the otherreciprocally, and thus regains and reestablishes the rational personality. The acquisition of a part of thehuman organism being, on account of its unity, at the same time the acquisition of the whole person, itfollows that the surrender and acceptation of, or by, one sex in relation to the other, is not only permissibleunder the condition of marriage, but is further only really possible under that condition. But the personal

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2. Familia 45

right thus acquired is, at the same time, real in kind; and this characteristic of it is established by the factthat if one of the married persons run away or enter into the possession of another, the other is entitled, atany time, and incontestably, to bring such a one back to the former relation, as if that person were a thing.

26. Monogamy and Equality in Marriage.

For the same reasons, the relation of the married persons to each other is a relation of equality as regardsthe mutual possession of their persons, as well as of their goods. Consequently marriage is only truly realizedin monogamy; for in the relation of polygamy the person who is given away on the one side, gains only apart of the one to whom that person is given up, and therefore becomes a mere res. But in respect of theirgoods, they have severally the right to renounce the use of any part of them, although only by a specialcontract.

From the principle thus stated, it also follows that concubinage is as li le capable of being brought undera contract of right as the hiring of a person on any one occasion, in the way of a pactum fornicationis. For,as regards such a contract as this la er relation would imply, it must be admi ed by all that any one whomight enter into it could not be legally held to the fulfillment of their promise if they wished to resile fromit. And as regards the former, a contract of concubinage would also fall as a pactum turpe; because as acontract of the hire (locatio, conductio), of a part for the use of another, on account of the inseparable unityof the members of a person, any one entering into such a contract would be actually surrendering as a res tothe arbitrary will of another. Hence any party may annul a contract like this if entered into with any other,at any time and at pleasure; and that other would have no ground, in the circumstances, to complain of alesion of his right. The same holds likewise of a morganatic or “le –hand” marriage, contracted in order toturn the inequality in the social status of the two parties to advantage in the way of establishing the socialsupremacy of the one over the other; for, in fact, such a relation is not really different from concubinage,according to the principles of natural right, and therefore does not constitute a real marriage. Hence thequestion may be raised as to whether it is not contrary to the equality of married persons when the lawsays in any way of the husband in relation to the wife, “he shall be thy master,” so that he is representedas the one who commands, and she is the one who obeys. This, however, cannot be regarded as contraryto the natural equality of a human pair, if such legal supremacy is based only upon the natural superiorityof the faculties of the husband compared with the wife, in the effectuation of the common interest of thehousehold, and if the right to command is based merely upon this fact. For this right may thus be deducedfrom the very duty of unity and equality in relation to the end involved.

27. Fulfillment of the Contract of Marriage.

The contract of marriage is completed only by conjugal cohabitation. A contract of two persons of diffe-rent sex, with the secret understanding either to abstain from conjugal cohabitation or with the conscious-ness on either side of incapacity for it, is a simulated contract; it does not constitute a marriage, and it maybe dissolved by either of the parties at will. But if the incapacity only arises a er marriage, the right of thecontract is not annulled or diminished by a contingency that cannot be legally blamed.

The acquisition of a spouse, either as a husband or as a wife, is therefore not constituted facto– that is,by cohabitation– without a preceding contract; nor even pacto– by a mere contract of marriage, withoutsubsequent cohabitation; but only lege, that is, as a juridical consequence of the obligation that is formed bytwo persons entering into a sexual union solely on the basis of a reciprocal possession of each other, whichpossession at the same time is only effected in reality by the reciprocal usus facultatum sexualium alterius.

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Title II. Parental Right. (Parent and Child).

28. The Relation of Parent and Child.

From the duty of man towards himself– that is, towards the humanity in his own person there thus arisesa personal right on the part of the members of the opposite sexes, as persons, to acquire one another reallyand reciprocally by marriage. In like manner, from the fact of procreation in the union thus constituted, therefollows the duty of preserving and rearing children as the products of this union. Accordingly, children, aspersons, have, at the same time, an original congenital right– distinguished from mere hereditary right– tobe reared by the care of their parents till they are capable of maintaining themselves; and this provisionbecomes immediately theirs by law, without any particular juridical act being required to determine it.

For what is thus produced is a person, and it is impossible to think of a being endowed with personalfreedom as produced merely by a physical process. And hence, in the practical relation, it is quite a correctand even a necessary idea to regard the act of generation as a process by which a person is brought withouthis consent into the world and placed in it by the responsible free will of others. This act, therefore, a achesan obligation to the parents to make their children– as far as their power goes– contented with the conditionthus acquired. Hence parents cannot regard their child as, in a manner, a thing of their own making; for abeing endowed with freedom cannot be so regarded. Nor, consequently, have they a right to destroy it as ifit were their own property, or even to leave it to chance; because they have brought a being into the worldwho becomes in fact a citizen of the world, and they have placed that being in a state which they cannot bele to treat with indifference, even according to the natural conceptions of right.

We cannot even conceive how it is possible that God can create free beings; for it appears as if all theirfuture actions, being predetermined by that first act, would be contained in the chain of natural necessity,and that, therefore, they could not be free. But as men we are free in fact, as is proved by the categoricalimperative in the moral and practical relation as an authoritative decision of reason; yet reason cannot makethe possibility of such a relation of cause to effect conceivable from the theoretical point of view, becausethey are both suprasensible. All that can be demanded of reason under these conditions would merely beto prove that there is no contradiction involved in the conception of a creation of free beings; and this maybe done by showing that contradiction only arises when, along with the category of causality, the conditionof time is transferred to the relation of suprasensible things. This condition, as implying that the cause ofan effect must precede the effect as its reason, is inevitable in thinking the relation of objects of sense toone another; and if this conception of causality were to have objective reality given to it in the theoreticalbearing, it would also have to be referred to the suprasensible sphere. But the contradiction vanishes whenthe pure category, apart from any sensible conditions, is applied from the moral and practical point of view,and consequently as in a non–sensible relation to the conception of creation.

The philosophical jurist will not regard this investigation, when thus carried back even to the ultimateprinciples of the transcendental philosophy, as an unnecessary subtlety in a metaphysic of morals, or aslosing itself in aimless obscurity, when he takes into consideration the difficulty of doing justice in thisinquiry to the ultimate relations of the principles of right.

29. The Rights of the Parent.

From the duty thus indicated, there further necessarily arises the right of the parents to the managementand training of the child, so long as it is itself incapable of making proper use of its body as an organism, andof its mind as an understanding. This involves its nourishment and the care of its education. This includes,in general, the function of forming and developing it practically, that it may be able in the future to maintainand advance itself, and also its moral culture and development, the guilt of neglecting it falling upon theparents. All this training is to be continued till the child reaches the period of emancipation (emancipatio),as the age of practicable self–support. The parents then virtually renounce the parental right to command,

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2. Familia 47

as well as all claim to repayment for their previous care and trouble; for which care and trouble, a er theprocess of education is complete, they can only appeal to the children, by way of any claim, on the groundof the obligation of gratitude as a duty of virtue.

From the fact of personality in the children, it further follows that they can never be regarded as theproperty of the parents, but only as belonging to them by way of being in their possession, like other thingsthat are held apart from the possession of all others and that can be brought back even against the will of thesubjects. Hence the right of the parents is not a purely real right, and it is not alienable (jus personalissimum).But neither is it a merely personal right; it is a personal right of a real kind, that is, a personal right that isconstituted and exercised a er the manner of a real right.

It is therefore evident that the title of a personal right of a real kind must necessarily be added, in thescience of right, to the titles of real right and personal right, the division of rights into these two being notcomplete. For, if the right of the parents to the children were treated as if it were merely a real right to a partof what belongs to their house, they could not found only upon the duty of the children to return to them inclaiming them when they run away, but they would be then entitled to seize them and impound them likethings or runaway ca le.

Familiaris consortio⁷Juan Pablo II

La Exhortación Apostólica “Familiaris consortio” (1981) es el producto final de los trabajos delSínodo de Obispos celebrado en Roma en 1980. Su propósito es profundizar en la doctrina cató-lica sobre el matrimonio, la familia y la educación, y su incidencia en la vida económica, política,social y eclesial. En este contexto, Juan Pablo II recuerda que el origen de esta comunidad devida humana, la familia, radica en diversos aspectos de la semejanza divina que tiene todo serhumano, y la familia expresa esa semejanza de un modo particular en una comunión de personasunidas por el amor, y realizando la capacidad (también divina) de engendrar nuevas personasy relacionarlas con sus semejantes, dando continuidad a la especie humana en el espacio y en eltiempo por medio de la complementariedad de los sexos.

El hombre imagen de Dios Amor

11. Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza:(20) llamándolo a la existencia por amor, lo hallamado al mismo tiempo al amor.

Dios es amor(21) y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen yconservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocacióny consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión.(22) El amor es por tantola vocación fundamental e innata de todo ser humano.

En cuanto espíritu encarnado, es decir, alma que se expresa en el cuerpo informado por un espírituinmortal, el hombre está llamado al amor en esta su totalidad unificada. El amor abarca también el cuerpohumano y el cuerpo se hace partícipe del amor espiritual.

La Revelación cristiana conoce dos modos específicos de realizar integralmente la vocación de la personahumana al amor: el Matrimonio y la Virginidad. Tanto el uno como la otra, en su forma propia, son unaconcretización de la verdad más profunda del hombre, de su «ser imagen de Dios».

En consecuencia, la sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno a otro con los actospropios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de lapersona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano, solamente cuando es parte

⁷ J P II, Familiaris Consortio, 11, 21-27; 42-48.

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integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte. Ladonación física total sería un engaño si no fuese signo y fruto de una donación en la que está presente todala persona, incluso en su dimensión temporal; si la persona se reservase algo o la posibilidad de decidir deotra manera en orden al futuro, ya no se donaría totalmente.

Esta totalidad, exigida por el amor conyugal, corresponde también con las exigencias de una fecundi-dad responsable, la cual, orientada a engendrar una persona humana, supera por su naturaleza el ordenpuramente biológico y toca una serie de valores personales, para cuyo crecimiento armonioso es necesariala contribución perdurable y concorde de los padres.

El único «lugar» que hace posible esta donación total es el matrimonio, es decir, el pacto de amor con-yugal o elección consciente y libre, con la que el hombre y la mujer aceptan la comunidad íntima de vida yamor, querida por Dios mismo,(23) que sólo bajo esta luz manifiesta su verdadero significado. La instituciónmatrimonial no es una injerencia indebida de la sociedad o de la autoridad ni la imposición intrínseca deuna forma, sino exigencia interior del pacto de amor conyugal que se confirma públicamente como únicoy exclusivo, para que sea vivida así la plena fidelidad al designio de Dios Creador. Esta fidelidad, lejos derebajar la libertad de la persona, la defiende contra el subjetivismo y relativismo, y la hace partícipe de laSabiduría creadora.

20. Cfr. Gén 1, 26 s.21. 1 Jn 4, 8.22. Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 12.23. Ibid., 48.

La más amplia comunión de la familia

21. La comunión conyugal constituye el fundamento sobre el cual se va edificando la más amplia comu-nión de la familia, de los padres y de los hijos, de los hermanos y de las hermanas entre sí, de los parientesy demás familiares.

Esta comunión radica en los vínculos naturales de la carne y de la sangre y se desarrolla encontrando superfeccionamiento propiamente humano en el instaurarse y madurar de vínculos todavía más profundos yricos del espíritu: el amor que anima las relaciones interpersonales de los diversos miembros de la familia,constituye la fuerza interior que plasma y vivifica la comunión y la comunidad familiar.

La familia cristiana está llamada además a hacer la experiencia de una nueva y original comunión, queconfirma y perfecciona la natural y humana. En realidad la gracia de Cristo, «el Primogénito entre los her-manos»,(56) es por su naturaleza y dinamismo interior una «gracia fraterna como la llama santo Tomás deAquino.(57) El Espíritu Santo, infundido en la celebración de los sacramentos, es la raíz viva y el alimentoinagotable de la comunión sobrenatural que acumuna y vincula a los creyentes con Cristo y entre sí en launidad de la Iglesia de Dios. Una revelación y actuación específica de la comunión eclesial está constituidapor la familia cristiana que también por esto puede y debe decirse «Iglesia doméstica».(58)

Todos los miembros de la familia, cada uno según su propio don, tienen la gracia y la responsabilidadde construir, día a día, la comunión de las personas, haciendo de la familia una «escuela de humanidad máscompleta y más rica»:(59) es lo que sucede con el cuidado y el amor hacia los pequeños, los enfermos y losancianos; con el servicio recíproco de todos los días, compartiendo los bienes, alegrías y sufrimientos.

Un momento fundamental para construir tal comunión está constituido por el intercambio educativoentre padres e hijos,(60) en que cada uno da y recibe. Mediante el amor, el respeto, la obediencia a los padres,los hijos aportan su específica e insustituible contribución a la edificación de una familia auténticamentehumana y cristiana.(61) En esto se verán facilitados si los padres ejercen su autoridad irrenunciable comoun verdadero y propio «ministerio», esto es, como un servicio ordenado al bien humano y cristiano de loshijos, y ordenado en particular a hacerles adquirir una libertad verdaderamente responsable, y también silos padres mantienen viva la conciencia del «don» que continuamente reciben de los hijos.

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2. Familia 49

La comunión familiar puede ser conservada y perfeccionada sólo con un gran espíritu de sacrificio. Exi-ge, en efecto, una pronta y generosa disponibilidad de todos y cada uno a la comprensión, a la tolerancia, alperdón, a la reconciliación. Ninguna familia ignora que el egoísmo, el desacuerdo, las tensiones, los conflic-tos atacan con violencia y a veces hieren mortalmente la propia comunión: de aquí las múltiples y variadasformas de división en la vida familiar. Pero al mismo tiempo, cada familia está llamada por el Dios de lapaz a hacer la experiencia gozosa y renovadora de la «reconciliación», esto es, de la comunión reconstruida,de la unidad nuevamente encontrada. En particular la participación en el sacramento de la reconciliacióny en el banquete del único Cuerpo de Cristo ofrece a la familia cristiana la gracia y la responsabilidad desuperar toda división y caminar hacia la plena verdad de la comunión querida por Dios, respondiendo asíal vivísimo deseo del Señor: que todos «sean una sola cosa».(62)

Derechos y obligaciones de la mujer

22. La familia, en cuanto es y debe ser siempre comunión y comunidad de personas, encuentra en elamor la fuente y el estímulo incesante para acoger, respetar y promover a cada uno de sus miembros en laaltísima dignidad de personas, esto es, de imágenes vivientes de Dios. Como han afirmado justamente losPadres Sinodales, el criterio moral de la autenticidad de las relaciones conyugales y familiares consiste en lapromoción de la dignidad y vocación de cada una de las personas, las cuales logran su plenitud medianteel don sincero de sí mismas.(63)

En esta perspectiva, el Sínodo ha querido reservar una atención privilegiada a la mujer, a sus derechosy deberes en la familia y en la sociedad. En la misma perspectiva deben considerarse también el hombrecomo esposo y padre, el niño y los ancianos.

De la mujer hay que resaltar, ante todo, la igual dignidad y responsabilidad respecto al hombre; taligualdad encuentra una forma singular de realización en la donación de uno mismo al otro y de ambos a loshijos, donación propia del matrimonio y de la familia. Lo que la misma razón humana intuye y reconoce, esrevelado en plenitud por la Palabra de Dios; en efecto, la historia de la salvación es un testimonio continuoy luminoso de la dignidad de la mujer.

Creando al hombre «varón y mujer»,(64) Dios da la dignidad personal de igual modo al hombre y a lamujer, enriqueciéndolos con los derechos inalienables y con las responsabilidades que son propias de la per-sona humana. Dios manifiesta también de la forma más elevada posible la dignidad de la mujer asumiendoÉl mismo la carne humana de María Virgen, que la Iglesia honra como Madre de Dios, llamándola la nuevaEva y proponiéndola como modelo de la mujer redimida. El delicado respeto de Jesús hacia las mujeresque llamó a su seguimiento y amistad, su aparición la mañana de Pascua a una mujer antes que a los otrosdiscípulos, la misión confiada a las mujeres de llevar la buena nueva de la Resurrección a los apóstoles, sonsignos que confirman la estima especial del Señor Jesús hacia la mujer. Dirá el Apóstol Pablo: «Todos, pues,sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón ohembra, porque todos sois uno en Cristo Jesús».(65)

Mujer y sociedad

23. Sin entrar ahora a tratar de los diferentes aspectos del amplio y complejo tema de las relaciones mujer-sociedad, sino limitándonos a algunos puntos esenciales, no se puede dejar de observar cómo en el campomás específicamente familiar una amplia y difundida tradición social y cultural ha querido reservar a lamujer solamente la tarea de esposa y madre, sin abrirla adecuadamente a las funciones públicas, reservadasen general al hombre.

No hay duda de que la igual dignidad y responsabilidad del hombre y de la mujer justifican plenamenteel acceso de la mujer a las funciones públicas. Por otra parte, la verdadera promoción de la mujer exigetambién que sea claramente reconocido el valor de su función materna y familiar respecto a las demás

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funciones públicas y a las otras profesiones. Por otra parte, tales funciones y profesiones deben integrarseentre sí, si se quiere que la evolución social y cultural sea verdadera y plenamente humana.

Esto resultará más fácil si, como ha deseado el Sínodo, una renovada «teología del trabajo» ilumina yprofundiza el significado del mismo en la vida cristiana y determina el vínculo fundamental que existe en-tre el trabajo y la familia, y por consiguiente el significado original e insustituible del trabajo de la casa y laeducación de los hijos.(66) Por ello la Iglesia puede y debe ayudar a la sociedad actual, pidiendo incansa-blemente que el trabajo de la mujer en casa sea reconocido por todos y estimado por su valor insustituible.Esto tiene una importancia especial en la acción educativa; en efecto, se elimina la raíz misma de la posiblediscriminación entre los diversos trabajos y profesiones cuando resulta claramente que todos y en todoslos sectores se empeñan con idéntico derecho e idéntica responsabilidad. Aparecerá así más espléndida laimagen de Dios en el hombre y en la mujer.

Si se debe reconocer también a las mujeres, como a los hombres, el derecho de acceder a las diversasfunciones públicas, la sociedad debe sin embargo estructurarse de manera tal que las esposas y madresno sean de hecho obligadas a trabajar fuera de casa y que sus familias puedan vivir y prosperar dignamente,aunque ellas se dediquen totalmente a la propia familia.

Se debe superar además la mentalidad según la cual el honor de la mujer deriva más del trabajo exteriorque de la actividad familiar. Pero esto exige que los hombres estimen y amen verdaderamente a la mujercon todo el respeto de su dignidad personal, y que la sociedad cree y desarrolle las condiciones adecuadaspara el trabajo doméstico.

La Iglesia, con el debido respeto por la diversa vocación del hombre y de la mujer, debe promover en lamedida de lo posible en su misma vida su igualdad de derechos y de dignidad; y esto por el bien de todos,de la familia, de la sociedad y de la Iglesia.

Es evidente sin embargo que todo esto no significa para la mujer la renuncia a su feminidad ni la imitacióndel carácter masculino, sino la plenitud de la verdadera humanidad femenina tal como debe expresarse en sucomportamiento, tanto en familia como fuera de ella, sin descuidar por otra parte en este campo la variedadde costumbres y culturas.

Ofensas a la dignidad de la mujer

24. Desgraciadamente el mensaje cristiano sobre la dignidad de la mujer halla oposición en la persistentementalidad que considera al ser humano no como persona, sino como cosa, como objeto de compraventa,al servicio del interés egoísta y del solo placer; la primera víctima de tal mentalidad es la mujer.

Esta mentalidad produce frutos muy amargos, como el desprecio del hombre y de la mujer, la esclavitud,la opresión de los débiles, la pornografía, la prostitución —tanto más cuando es organizada— y todas lasdiferentes discriminaciones que se encuentran en el ámbito de la educación, de la profesión, de la retribucióndel trabajo, etc.

Además, todavía hoy, en gran parte de nuestra sociedad permanecen muchas formas de discriminaciónhumillante que afectan y ofenden gravemente algunos grupos particulares de mujeres como, por ejemplo,las esposas que no tienen hijos, las viudas, las separadas, las divorciadas, las madres solteras.

Estas y otras discriminaciones han sido deploradas con toda la fuerza posible por los Padres Sinodales.Por lo tanto, pido que por parte de todos se desarrolle una acción pastoral específica más enérgica e incisiva,a fin de que estas situaciones sean vencidas definitivamente, de tal modo que se alcance la plena estima dela imagen de Dios que se refleja en todos los seres humanos sin excepción alguna.

El hombre esposo y padre

25. Dentro de la comunión-comunidad conyugal y familiar, el hombre está llamado a vivir su don y sufunción de esposo y padre.

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2. Familia 51

Él ve en la esposa la realización del designio de Dios: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerleuna ayuda adecuada»,(67) y hace suya la exclamación de Adán, el primer esposo: «Esta vez sí que es huesode mis huesos y carne de mi carne».(68)

El auténtico amor conyugal supone y exige que el hombre tenga profundo respeto por la igual dignidadde la mujer: «No eres su amo —escribe san Ambrosio— sino su marido; no te ha sido dada como esclava,sino como mujer... Devuélvele sus atenciones hacia ti y sé para con ella agradecido por su amor».(69) Elhombre debe vivir con la esposa «un tipo muy especial de amistad personal».(70) El cristiano además estállamado a desarrollar una actitud de amor nuevo, manifestando hacia la propia mujer la caridad delicada yfuerte que Cristo tiene a la Iglesia.(71)

El amor a la esposa madre y el amor a los hijos son para el hombre el camino natural para la comprensióny la realización de su paternidad. Sobre todo, donde las condiciones sociales y culturales inducen fácilmenteal padre a un cierto desinterés respecto de la familia o bien a una presencia menor en la acción educativa, esnecesario esforzarse para que se recupere socialmente la convicción de que el puesto y la función del padreen y por la familia son de una importancia única e insustituible.(72) Como la experiencia enseña, la ausenciadel padre provoca desequilibrios psicológicos y morales, además de dificultades notables en las relacionesfamiliares, como también, en circunstancias opuestas, la presencia opresiva del padre, especialmente dondetodavía vige el fenómeno del «machismo», o sea, la superioridad abusiva de las prerrogativas masculinasque humillan a la mujer e inhiben el desarrollo de sanas relaciones familiares.

Revelando y reviviendo en la tierra la misma paternidad de Dios,(73) el hombre está llamado a garanti-zar el desarrollo unitario de todos los miembros de la familia. Realizará esta tarea mediante una generosaresponsabilidad por la vida concebida junto al corazón de la madre, un compromiso educativo más solícitoy compartido con la propia esposa,(74) un trabajo que no disgregue nunca la familia, sino que la promuevaen su cohesión y estabilidad, un testimonio de vida cristiana adulta, que introduzca más eficazmente a loshijos en la experiencia viva de Cristo y de la Iglesia.

Derechos del niño

26. En la familia, comunidad de personas, debe reservarse una atención especialísima al niño, desarro-llando una profunda estima por su dignidad personal, así como un gran respeto y un generoso servicio a susderechos. Esto vale respecto a todo niño, pero adquiere una urgencia singular cuando el niño es pequeño ynecesita de todo, está enfermo, delicado o es minusválido.

Procurando y teniendo un cuidado tierno y profundo para cada niño que viene a este mundo, la Iglesiacumple una misión fundamental. En efecto, está llamada a revelar y a proponer en la historia el ejemplo yel mandato de Cristo, que ha querido poner al niño en el centro del Reino de Dios: «Dejad que los niñosvengan a mí, ... que de ellos es el reino de los cielos».(75)

Repito nuevamente lo que dije en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 2 de octubre de 1979:«Deseo ... expresar el gozo que para cada uno de nosotros constituyen los niños, primavera de la vida,anticipo de la historia futura de cada una de las patrias terrestres actuales. Ningún país del mundo, ningúnsistema político puede pensar en el propio futuro, si no es a través de la imagen de estas nuevas generacionesque tomarán de sus padres el múltiple patrimonio de los valores, de los deberes y de las aspiraciones de lanación a la que pertenecen, junto con el de toda la familia humana. La solicitud por el niño, incluso antes desu nacimiento, desde el primer momento de su concepción y, a continuación, en los años de la infancia y dela juventud es la verificación primaria y fundamental de la relación del hombre con el hombre. Y por eso,¿qué más se podría desear a cada nación y a toda la humanidad, a todos los niños del mundo, sino un futuromejor en el que el respeto de los Derechos del Hombre llegue a ser una realidad plena en las dimensionesdel 2000 que se acerca?».(76)

La acogida, el amor, la estima, el servicio múltiple y unitario —material, afectivo, educativo, espiritual—a cada niño que viene a este mundo, deberá constituir siempre una nota distintiva e irrenunciable de los

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52 Filosofía Social

cristianos, especialmente de las familias cristianas; así los niños, a la vez que crecen «en sabiduría, en estaturay en gracia ante Dios y ante los hombres»,(77) serán una preciosa ayuda para la edificación de la comunidadfamiliar y para la misma santificación de los padres.(78)

Los ancianos en familia

27. Hay culturas que manifiestan una singular veneración y un gran amor por el anciano; lejos de serapartado de la familia o de ser soportado como un peso inútil, el anciano permanece inserido en la vidafamiliar, sigue tomando parte activa y responsable —aun debiendo respetar la autonomía de la nueva fa-milia— y sobre todo desarrolla la preciosa misión de testigo del pasado e inspirador de sabiduría para losjóvenes y para el futuro.

Otras culturas, en cambio, especialmente como consecuencia de un desordenado desarrollo industrialy urbanístico, han llevado y siguen llevando a los ancianos a formas inaceptables de marginación, que sonfuente a la vez de agudos sufrimientos para ellos mismos y de empobrecimiento espiritual para tantas fa-milias.

Es necesario que la acción pastoral de la Iglesia estimule a todos a descubrir y a valorar los cometidosde los ancianos en la comunidad civil y eclesial, y en particular en la familia. En realidad, «la vida de losancianos ayuda a clarificar la escala de valores humanos; hace ver la continuidad de las generaciones y de-muestra maravillosamente la interdependencia del Pueblo de Dios. Los ancianos tienen además el carismade romper las barreras entre las generaciones antes de que se consoliden: ¡Cuántos niños han hallado com-prensión y amor en los ojos, palabras y caricias de los ancianos! y ¡cuánta gente mayor no ha subscrito conagrado las palabras inspiradas ”la corona de los ancianos son los hijos de sus hijos” (Prov 17, 6)!».(79)

20. Cfr. Gén 1, 26 s.21. 1 Jn 4, 8.22. Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 12.23. Ibid., 48.24. Cfr. por ej. Os, 2, 21; Jer 3, 6-13; Is 54.25. Cfr Ez 16, 25.26. Cfr. Os 3.27. Cfr. Gén 2, 24; Mt 19, 5.28. Cfr. Ef 5, 32 s.29. Tertuliano, Ad uxorem, II, VIII, 6-8: CCL, I, 393.30. Cfr. Conc. Ecum. Trident., Sessio XXIV, can. 1: I. D. Mansi, Sacrorum Conciliorum Nova et Amplissima

Collectio, 33, 149 s.31. Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 48.32. Juan Pablo II, Discurso a los Delegados del «Centre de Liaison des Equipes de Recherche», 3 (3 de

noviembre de 1979): Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II, 2 (1979), 1032.33. Ibid., 4: 1. c., p. 1032.34. Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 50.35. Cfr. Gén 2, 24.36. Ef 3, 15.37. Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 78.38. S. Juan Crisóstomo, La Virginidad, X: PG 48, 540.39. Cfr. Mt 22, 30.40. Cfr 1 Cor 7, 32 s.41. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. sobre la adecuada renovación de la vida religiosa Perfectae caritatis, 12.42. Cfr. Pío XII, Cart. Enc. Sacra virginitas, II: AAS 46 (1954), 174 ss.43. Cfr. Juan Pablo II, Carta Novo incipiente, 9 (8 de abril de 1979): AAS 71 (1979), 410 s.

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2. Familia 53

44. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 48.45. Juan Pablo II, Cart. Enc. Redemptor hominis, 10: AAS 71 (1979) 274.46. Mt 19, 6; cfr. Gén 2, 24.47. Cfr. Juan Pablo II, Discurso a los esposos, 4 (Kinshasa, 3 de mayo de 1980): AAS 72 (1980), 426 s.48. Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 49; cfr. Juan Pablo II, Discurso a

los esposos, 4 (Kinshasa, 3 de mayo de 1980): l.c.49. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 48.50. Cfr. Ef 5, 25.51. Cfr. Mt 19, 8.52. Ap 3, 14.53. Cfr. 2 Cor 1, 20.54. Cfr. Jn 13, 1.55. Mt 19, 6.56. Rom 8, 29.57. Summa Theologiae, IIa-IIae, 14, 2, ad 4.58. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 11, cfr. Decr. sobre el apostolado

de los seglares Apostolicam actuositatem, 11.59. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 52.60. Cfr. Ef 6, 1-4; Col 3, 20 s.61. Cfr. Conc. Ecum. Vat, II, Const. pastoral sobre la-Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 48.62. Jn 17, 21.63. Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 24.64. Gén 1, 27.65. Gál 3, 26.28.66. Cfr. Juan Pablo II, Cart. Enc. Laborem exercens, 19 AAS 73 (1981), 625.67. Gén 2, 18.68. Ibid., 2, 23.69. S. Ambrosio, Exameron, V, 7, 19: CSEL 32, I, 154.70. Pablo VI, Cart. Enc. Humanae vitae, 9: AAS 60 (1968), 486.71. Cfr. Ef 5, 25.72. Cfr. Juan Pablo II, Homilía a los fieles de Terni, 3-5 (19 de marzo de 1981): AAS 73 (1981), 268-271.73. Cfr. Ef 3, 15.74. Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 52.75. Lc 18, 16; cfr. Mt 19, 14; Mc 10, 14.76. Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas, 21 (2 de octubre del 1979):

AAS 71(1979), 1159.77. Lc 2, 52.78. Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 48.79. Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el «International Forum on Active Aging», 5 (5 de sep-

tiembre de 1980) Insegnamenti di Giovanni Paolo II, III, 2 (1980), 539.

El amor, principio y fuerza de la comunión

42. «El Creador del mundo estableció la sociedad conyugal como origen y fundamento de la sociedadhumana»; la familia es por ello la «célula primera y vital de la sociedad».(105)

La familia posee vínculos vitales y orgánicos con la sociedad, porque constituye su fundamento y ali-mento continuo mediante su función de servicio a la vida. En efecto, de la familia nacen los ciudadanos,

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54 Filosofía Social

y éstos encuentran en ella la primera escuela de esas virtudes sociales, que son el alma de la vida y deldesarrollo de la sociedad misma.

Así la familia, en virtud de su naturaleza y vocación, lejos de encerrarse en sí misma, se abre a las demásfamilias y a la sociedad, asumiendo su función social.

La vida familiar como experiencia de comunión y participación

43. La misma experiencia de comunión y participación, que debe caracterizar la vida diaria de la familia,representa su primera y fundamental aportación a la sociedad.

Las relaciones entre los miembros de la comunidad familiar están inspiradas y guiadas por la ley de la«gratuidad» que, respetando y favoreciendo en todos y cada uno la dignidad personal como único títulode valor, se hace acogida cordial, encuentro y diálogo, disponibilidad desinteresada, servicio generoso ysolidaridad profunda.

Así la promoción de una auténtica y madura comunión de personas en la familia se convierte en la pri-mera e insustituible escuela de socialidad, ejemplo y estímulo para las relaciones comunitarias más ampliasen un clima de respeto, justicia, diálogo y amor.

De este modo, como han recordado los Padres Sinodales, la familia constituye el lugar natural y el ins-trumento más eficaz de humanización y de personalización de la sociedad: colabora de manera originaly profunda en la construcción del mundo, haciendo posible una vida propiamente humana, en particularcustodiando y transmitiendo las virtudes y los «valores». Como dice el Concilio Vaticano II, en la familia«las distintas generaciones coinciden y se ayudan mutuamente a lograr una mayor sabiduría y a armonizarlos derechos de las personas con las demás exigencias de la vida social».(106)

Como consecuencia, de cara a una sociedad que corre el peligro de ser cada vez más despersonalizaday masificada, y por tanto inhumana y deshumanizadora, con los resultados negativos de tantas formasde «evasión» —como son, por ejemplo, el alcoholismo, la droga y el mismo terrorismo—, la familia poseey comunica todavía hoy energías formidables capaces de sacar al hombre del anonimato, de mantenerloconsciente de su dignidad personal, de enriquecerlo con profunda humanidad y de inserirlo activamentecon su unicidad e irrepetibilidad en el tejido de la sociedad.

Función social y política

44. La función social de la familia no puede ciertamente reducirse a la acción procreadora y educativa,aunque encuentra en ella su primera e insustituible forma de expresión.

Las familias, tanto solas como asociadas, pueden y deben por tanto dedicarse a muchas obras de serviciosocial, especialmente en favor de los pobres y de todas aquellas personas y situaciones, a las que no lograllegar la organización de previsión y asistencia de las autoridades públicas.

La aportación social de la familia tiene su originalidad, que exige se la conozca mejor y se la apoye másdecididamente, sobre todo a medida que los hijos crecen, implicando de hecho lo más posible a todos susmiembros.(107)

En especial hay que destacar la importancia cada vez mayor que en nuestra sociedad asume la hospi-talidad, en todas sus formas, desde el abrir la puerta de la propia casa, y más aún la del propio corazón, alas peticiones de los hermanos, al compromiso concreto de asegurar a cada familia su casa, como ambientenatural que la conserva y la hace crecer. Sobre todo, la familia cristiana está llamada a escuchar el consejodel Apóstol: «Sed solícitos en la hospitalidad»,(108) y por consiguiente en praticar la acogida del hermanonecesitado, imitando el ejemplo y compartiendo la caridad de Cristo: «El que diere de beber a uno de es-tos pequeños sólo un vaso de agua fresca porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá surecompensa».(109)

La función social de las familias está llamada a manifestarse también en la forma de intervención política,es decir, las familias deben ser las primeras en procurar que las leyes y las instituciones del Estado no sólo

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2. Familia 55

no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y los deberes de la familia. En estesentido las familias deben crecer en la conciencia de ser «protagonistas» de la llamada «política familiar»,y asumirse la responsabilidad de transformar la sociedad; de otro modo las familias serán las primerasvíctimas de aquellos males que se han limitado a observar con indiferencia. La llamada del Concilio VaticanoII a superar la ética individualista vale también para la familia como tal.(110)

La sociedad al servicio de la familia

45. La conexión íntima entre la familia y la sociedad, de la misma manera que exige la apertura y laparticipación de la familia en la sociedad y en su desarrollo, impone también que la sociedad no deje decumplir su deber fundamental de respetar y promover la familia misma.

Ciertamente la familia y la sociedad tienen una función complementaria en la defensa y en la promocióndel bien de todos los hombres y de cada hombre. Pero la sociedad, y más específicamente el Estado, debenreconocer que la familia es una «sociedad que goza de un derecho propio y primordial»(111) y por tanto,en sus relaciones con la familia, están gravemente obligados a atenerse al principio de subsidiaridad.

En virtud de este principio, el Estado no puede ni debe substraer a las familias aquellas funciones quepueden igualmente realizar bien, por sí solas o asociadas libremente, sino favorecer positivamente y es-timular lo más posible la iniciativa responsable de las familias. Las autoridades públicas, convencidas deque el bien de la familia constituye un valor indispensable e irrenunciable de la comunidad civil, debenhacer cuanto puedan para asegurar a las familias todas aquellas ayudas —económicas, sociales, educativas,políticas, culturales— que necesitan para afrontar de modo humano todas sus responsabilidades.

Carta de los derechos de la familia

46. El ideal de una recíproca acción de apoyo y desarrollo entre la familia y la sociedad choca a menudo,y en medida bastante grave, con la realidad de su separación e incluso de su contraposición.

En efecto, como el Sínodo ha denunciado continuamente, la situación que muchas familias encuentranen diversos países es muy problemática, si no incluso claramente negativa: instituciones y leyes desconoceninjustamente los derechos inviolables de la familia y de la misma persona humana, y la sociedad, en vez deponerse al servicio de la familia, la ataca con violencia en sus valores y en sus exigencias fundamentales. Deeste modo la familia, que, según los planes de Dios, es célula básica de la sociedad, sujeto de derechos y de-beres antes que el Estado y cualquier otra comunidad, es víctima de la sociedad, de los retrasos y lentitudesde sus intervenciones y más aún de sus injusticias notorias.

Por esto la Iglesia defiende abierta y vigorosamente los derechos de la familia contra las usurpacionesintolerables de la sociedad y del Estado. En concreto, los Padres Sinodales han recordado, entre otros, lossiguientes derechos de la familia:

• a existir y progresar como familia, es decir, el derecho de todo hombre, especialmente aun siendopobre, a fundar una familia, y a tener los recursos apropiados para mantenerla;

• a ejercer su responsabilidad en el campo de la transmisión de la vida y a educar a los hijos;

• a la intimidad de la vida conyugal y familiar;

• a la estabilidad del vínculo y de la institución matrimonial;

• a creer y profesar su propia fe, y a difundirla;

• a educar a sus hijos de acuerdo con las propias tradiciones y valores religiosos y culturales, con losinstrumentos, medios e instituciones necesarias;

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56 Filosofía Social

• a obtener la seguridad física, social, política y económica, especialmente de los pobres y enfermos;

• el derecho a una vivienda adecuada, para una vida familiar digna;

• el derecho de expresión y de representación ante las autoridades públicas, económicas, sociales, cul-turales y ante las inferiores, tanto por sí misma como por medio de asociaciones;

• a crear asociaciones con otras familias e instituciones, para cumplir adecuada y esmeradamente sumisión;

• a proteger a los menores, mediante instituciones y leyes apropiadas, contra los medicamentos perju-diciales, la pornografía, el alcoholismo, etc.;

• el derecho a un justo tiempo libre que favorezca, a la vez, los valores de la familia;

• el derecho de los ancianos a una vida y a una muerte dignas;

• el derecho a emigrar como familia, para buscar mejores condiciones de vida.(112)

La Santa Sede, acogiendo la petición explícita del Sínodo, se encargará de estudiar detenidamente estassugerencias, elaborando una «Carta de los derechos de la familia», para presentarla a los ambientes y auto-ridades interesadas.

Gracia y responsabilidad de la familia cristiana

47. La función social propia de cada familia compete, por un título nuevo y original, a la familia cristiana,fundada sobre el sacramento del matrimonio. Este sacramento, asumiendo la realidad humana del amorconyugal en todas sus implicaciones, capacita y compromete a los esposos y a los padres cristianos a vivirsu vocación de laicos, y por consiguiente a «buscar el reino de Dios gestionando los asuntos temporales yordenándolos según Dios».(113)

El cometido social y político forma parte de la misión real o de servicio, en la que participan los espo-sos cristianos en virtud del sacramento del matrimonio, recibiendo a la vez un mandato al que no puedensustraerse y una gracia que los sostiene y los anima.

De este modo la familia cristiana está llamada a ofrecer a todos el testimonio de una entrega generosay desinteresada a los problemas sociales, mediante la «opción preferencial» por los pobres y los margina-dos. Por eso la familia, avanzando en el seguimiento del Señor mediante un amor especial hacia todos lospobres, debe preocuparse especialmente de los que padecen hambre, de los indigentes, de los ancianos, losenfermos, los drogadictos o los que están sin familia.

Hacia un nuevo orden internacional

48. Ante la dimensión mundial que hoy caracteriza a los diversos problemas sociales, la familia ve quese dilata de una manera totalmente nueva su cometido ante el desarrollo de la sociedad; se trata de coope-rar también a establecer un nuevo orden internacional, porque sólo con la solidaridad mundial se puedenafrontar y resolver los enormes y dramáticos problemas de la justicia en el mundo, de la libertad de lospueblos y de la paz de la humanidad.

La comunión espiritual de las familias cristianas, enraizadas en la fe y esperanza común y vivificadaspor la caridad, constituye una energía interior que origina, difunde y desarrolla justicia, reconciliación, fra-ternidad y paz entre los hombres. La familia cristiana, como «pequeña Iglesia», está llamada, a semejanza dela «gran Iglesia», a ser signo de unidad para el mundo y a ejercer de ese modo su función profética, dandotestimonio del Reino y de la paz de Cristo, hacia el cual el mundo entero está en camino.

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2. Familia 57

Las familias cristianas podrán realizar esto tanto por medio de su acción educadora, es decir, ofreciendoa los hijos un modelo de vida fundado sobre los valores de la verdad, libertad, justicia y amor, bien sea conun compromiso activo y responsable para el crecimiento auténticamente humano de la sociedad y de susinstituciones, bien con el apoyo, de diferentes modos, a las asociaciones dedicadas específicamente a losproblemas del orden internacional.

105. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. sobre el apostolado de los seglares Apostolicam actuositatem, 11.106. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 52.107. Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. sobre el apostolado de los seglares Apostolicam actuositatem, 11.108. Rom 12, 13.109. Mt 10, 42.110. Cfr. Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 30.111. Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la libertad religiosa Dignitatis humanae, 5.112. Cfr. Propositio 42.113. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 31.

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3. Las comunidades intermedias

Política⁸Aristóteles

Como animales inteligentes, los seres humanos necesitan de relativamente mucho tiempo paraincorporarse a la vida adulta. Desde la antigüedad se ha considerado que una familia sola esincapaz de dotar a los individuos humanos de toda la formación necesaria para desenvolverseen su complejo entorno natural y humano. En este pasaje Aristóteles explica la necesidad de quela ciudad se ocupe de complementar la educación de sus ciudadanos que se da en las familias ydescribe algunos aspectos básicos que debe cubrir la educación cívica.

Condiciones de la educación

No puede negarse, por consiguiente, que la educación de los niños debe ser uno de los objetos princi-pales de que debe cuidar el legislador. Dondequiera que la educación ha sido desatendida, el Estado harecibido un golpe funesto. Esto consiste en que las leyes deben estar siempre en relación con el principio dela constitución, y en que las costumbres particulares de cada ciudad afianzan el sostenimiento del Estado,por lo mismo que han sido ellas mismas las únicas que han dado existencia a la forma primera. Las costum-bres democráticas conservan la democracia, así como las costumbres oligárquicas conservan la oligarquía,y cuanto más puras son las costumbres, tanto más se afianza el Estado.

Todas las ciencias y todas las artes exigen, si han de dar buenos resultados, nociones previas y hábitosanteriores. Lo mismo sucede evidentemente con el ejercicio de la virtud. Como el Estado todo sólo tiene unsolo y mismo fin, la educación debe de ser necesariamente una e idéntica para todos sus miembros, de dondese sigue que la educación debe ser objeto de una vigilancia pública y no particular, por más que este últimosistema haya generalmente prevalecido, y que hoy cada cual educa a sus hijos en su casa según el método quele parece y en aquello que le place. Sin embargo, lo que es común debe aprenderse en común, y es un errorgrave creer que cada ciudadano sea dueño de sí mismo, siendo así que todos pertenecen al Estado{115},puesto que constituyen sus elementos y que los cuidados, de que son objeto las partes, deben concordarcon aquellos de que es objeto el conjunto. En este punto nunca se alabará bastante a los lacedemonios. Laeducación de sus hijos se verifica en común, y le dan una extrema importancia. En nuestra opinión es detoda evidencia que la ley debe arreglar la educación, y que ésta debe ser pública. Pero es muy esencial sabercon precisión lo que debe ser esta educación, y el método que conviene seguir. En general no están hoytodos conformes acerca de los objetos que debe abrazar; antes, por el contrario, están muy lejos de ponersede acuerdo sobre lo que los jóvenes deben aprender para alcanzar la virtud y la vida más perfecta. Ni aun sesabe a qué debe darse la preferencia, si a la educación de la inteligencia o a la del corazón. El sistema actualde educación contribuye mucho a hacer difícil la cuestión. No se sabe, ni poco ni mucho, si la educación hade dirigirse exclusivamente a las cosas de utilidad real, o si debe hacerse de ella una escuela de virtud, osi ha de comprender también las cosas de puro entretenimiento. Estos diferentes sistemas han tenido suspartidarios, y no hay aún nada que sea generalmente aceptado sobre los medios de hacer a la juventudvirtuosa; pero siendo tan diversas las opiniones acerca de la esencia misma de la virtud, no debe extrañarseque lo sean igualmente sobre la manera de ponerla en práctica.

{115} Platón llevó hasta la exageración este principio, que era fundamental en los antiguos gobiernos.

⁸ A , Política, VIII 1-3.

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3. Las comunidades intermedias 59

Cosas que debe comprender la educación

Es un punto incontestable, que la educación debe comprender, entre las cosas útiles, las que son deabsoluta necesidad, pero no todas sin excepción. Debiendo distinguirse todas las ocupaciones en liberales yserviles, la juventud sólo aprenderá, entre las cosas útiles, aquellas que no tiendan a convertir en artesanosa los que las practiquen. Se llaman ocupaciones propias de artesanos todas aquellas, pertenezcan al arte o ala ciencia, que son completamente inútiles para preparar el cuerpo, el alma o el espíritu de un hombre librepara los actos y la práctica de la virtud. También se da el mismo nombre a todos los oficios, que puedendesfigurar el cuerpo, y a todos los trabajos, cuya recompensa consiste en un salario, porque unos y otrosquitan al pensamiento toda actividad y toda elevación. Bien que no haya ciertamente nada de servil enestudiar hasta cierto punto las ciencias liberales, cuando se quiere llevar esto demasiado adelante, se estáexpuesto a incurrir en los inconvenientes que acabamos de señalar. La gran diferencia depende en este casode la intención que motiva el trabajo o el estudio. Se puede, sin degradarse, hacer para sí, para sus amigos,o con intención virtuosa, una cosa, que hecha de esta manera no rebaja al hombre libre, pero que hechapara otros envuelve la idea del mercenario y del esclavo. Los objetos, que abraza la educación actual, lorepito, presentan en general este doble carácter, y sirven poco para ilustrar la cuestión. Hoy la educaciónse compone ordinariamente de cuatro partes distintas: las letras{116}, la gimnástica, la música y a veces eldibujo; la primera y la última, por considerarlas de una utilidad tan positiva como variada en la vida; y lasegunda, como propia para formar el valor. En cuanto a la música, se suscitan dudas acerca de su utilidad.Ordinariamente se la mira como cosa de mero entretenimiento, pero los antiguos hicieron de ella una partenecesaria de la educación, persuadidos de que la naturaleza misma, como he dicho muchas veces, exigede nosotros, no sólo un loable empleo de nuestra actividad, sino también un empleo noble de nuestrosmomentos de ocio. La naturaleza, repito, es el principio de todo. Si el trabajo y el descanso son dos cosasnecesarias, el último es sin contradicción preferible, pero es preciso el mayor cuidado para emplearlo comoconviene. No se dedicará en verdad al juego, porque sería cosa imposible hacer aquél el fin mismo de la vida.El juego es principalmente útil en medio del trabajo. El hombre que trabaja tiene necesidad de descanso, yel juego no tiene otro objeto que el procurarlo. El trabajo produce siempre la fatiga y una fuerte tensión denuestras facultades, y es preciso, por lo mismo, saber emplear oportunamente el juego como un remediosaludable. El movimiento, que el juego proporciona, afloja el espíritu y le procura descanso mediante elplacer que causa.

El ocio parece asegurarnos también el placer, el bienestar, la felicidad; porque éstos son bienes que al-canzan, no los que trabajan, sino los que viven descansados. No se trabaja sino para llegar a un fin que aúnno se ha conseguido, y, según opinión de todos los hombres, el bienestar es precisamente el fin que debeconseguirse, no mediante el dolor, sino en el seno del placer. Es cierto que el placer no es uniforme paratodos, pues cada uno le imagina a su manera y según su temperamento. Cuanto más perfecto es el indivi-duo, más pura es la felicidad que él imagina y más elevado su origen. Y así es preciso confesar, que paraocupar dignamente el tiempo de sobra, hay necesidad de conocimientos y de una educación especial; y queesta educación y estos estudios deben tener por objeto único al individuo que goza de ellos, lo mismo quelos estudios que tienen la actividad por objeto deben ser considerados como necesidades y no tomar nuncaen cuenta a los demás. Nuestros padres no han incluido la música en la educación a título de necesidad,porque no lo es; ni a título de cosa útil, como la gramática, que es indispensable en el comercio, en la econo-mía doméstica, en el estudio de las ciencias y en una multitud de ocupaciones políticas; ni como el dibujo,que nos capacita para juzgar mejor las obras de arte; ni como la gimnástica, que da salud y vigor; porquela música no posee evidentemente ninguna de estas ventajas. En la música sólo han encontrado una dignaocupación para matar el ocio, y esto han tenido en cuenta en la práctica; porque, según ellos, si hay un solazdigno de un hombre libre, éste es la música. Homero es del mismo dictamen, cuando pone en boca de unode sus héroes estas palabras:

«Convidemos al festín a un cantor armonioso.»{117}o cuando dice que algunos de sus personajes llaman

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60 Filosofía Social

«Al cantor, cuya voz sabrá hechizar a todos.»{118}y en otro pasaje Ulises dice, que el más dulce de los placeres para los hombres, cuando se entregan a la

alegría,«Escuchar en el festín, en que todos toman parte, Los acentos del poeta...»{119}{116} La lectura, la escritura y la gramática.{117} Este verso no lo hallamos hoy en Homero.{118} Odisea, canto XVII, v. 385.{119} Odisea, canto IX, v. 7.

De la gimnástica, como elemento de la educación

Se debe, pues, reconocer que hay ciertas cosas que es preciso enseñar a los jóvenes, no como cosas útileso necesarias, sino como cosas dignas de ocupar a un hombre libre, como cosas que son bellas. ¿Hay sólo unaciencia de esta clase?, ¿hay muchas?, ¿cuáles son?, ¿cómo deben enseñarse? He aquí una serie de cuestionesque examinaremos más tarde. Lo que aquí queremos hacer constar es, que la opinión de los antiguos sobrelos objetos esenciales de la educación coincide con la nuestra, y que de la música pensaban absolutamentelo mismo que nosotros. Añadiremos también, que si la juventud debe adquirir conocimientos útiles, talescomo la gramática, no es sólo a causa de la utilidad especial de estos conocimientos, sino también porquefacilitan la adquisición de otros muchos. Otro tanto debe decirse del dibujo. Se aprende éste, no tanto paraevitar los errores y equivocaciones en las compras y ventas de muebles y utensilios, como para formar unconocimiento más exquisito de la belleza de los cuerpos. Por otra parte, esta preocupación exclusiva de laidea de utilidad, no conviene ni a almas nobles, ni a hombres libres.

Se ha demostrado, que se debe pensar en formar las costumbres antes que la razón, y el cuerpo antes queel espíritu; de donde se sigue, que es preciso someter los jóvenes al arte de la pedotribia y a la gimnástica{120}:aquélla, para procurar al cuerpo una buena constitución; ésta, para que adquiera soltura. En los gobiernos,que parecen ocuparse con especial cuidado de la educación de los jóvenes, se intenta las más veces hacer deellos atletas, lo cual perjudica tanto a la gracia como al crecimiento del cuerpo. Los espartanos{121} evitanesta falta, pero cometen otra; a fuerza de endurecer los jóvenes, los hacen feroces con el pretexto de hacerlosvalientes. Pero, lo repito, no hay que fijarse en su solo fin exclusivamente, y en éste menos que en cualquierotro. Si sólo se intenta inspirar valor, tampoco se consigue por este medio. El valor, lo mismo en los animalesque en los hombres, no es patrimonio de los más salvajes; sino que lo es, por el contrario, de los que reúnenla dulzura y la magnanimidad del león. Algunas tribus de las orillas del Ponto Euxino, los aqueos y losheniocos, tienen por costumbre el asesinato y son antropófagos; otras naciones, situadas más al interior,tienen hábitos semejantes, y a veces todavía más horribles; y sin embargo, no son más que bandoleros, yno tienen verdadero valor. Ahí están los mismos lacedemonios, que debieron al principio su superioridada sus hábitos de ejercicio y de fatiga, y que hoy son sobrepujados por muchos pueblos en la gimnástica yhasta en el combate; y es que su superioridad descansaba, no tanto en la educación de su juventud, comoen la ignorancia de sus adversarios en gimnástica.

Es preciso, pues, poner en primer lugar un valor generoso, y no la ferocidad. Desafiar noblemente elpeligro no es cualidad propia de un lobo, ni de una bestia salvaje; es propio exclusivamente del hombrevaliente. Dando demasiada importancia a esta parte secundaria de la educación, y despreciando los puntosprincipales de la misma, no hacéis de vuestros hijos más que obreros; habéis querido hacerlos aptos tansólo para una ocupación de la sociedad, y resulta que son, hasta en esta especialidad, muy inferiores a otrosmuchos, como lo dice claramente la razón. Es preciso juzgar de las cosas en vista, no de los hechos pasados,sino de los actuales: hoy encontramos rivales tan instruidos como puede serlo uno mismo; en otro tiempono los había.

Debe, por tanto, concedérsenos, que la ocupación de la gimnástica es necesaria, y que los límites quele hemos fijado son los verdaderos. Hasta la adolescencia los ejercicios deben ser ligeros; y se evitará la

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3. Las comunidades intermedias 61

alimentación demasiado sustanciosa, así como los trabajos demasiado duros, no sea que vayan a detener elcrecimiento del cuerpo. El peligro de estas fatigas prematuras se prueba con un notable testimonio: apenasse encuentran en los fastos de Olimpia dos o tres vencedores de los premiados cuando eran niños, que hayanconseguido el premio más tarde en edad madura; los ejercicios demasiado violentos de la primera edad leshabían privado de todo su vigor. Los tres años, que siguen a la adolescencia, serán consagrados a estudiosde otro género; y se podrá ya sin peligro someterlos en los años siguientes a ejercicios rudos y a un régimenmás severo. De esta manera se evitará fatigar a la vez el cuerpo y el espíritu, cuyos trabajos producen, en elorden natural de las cosas, efectos del todo contrarios: los trabajos del cuerpo dañan el espíritu; los trabajosdel espíritu son funestos al cuerpo.

{120} La primera tenía por fin fortalecer el cuerpo, atendiendo a la salud; y la segunda, los ejerciciosfuertes necesarios para tirar las armas, embridar un caballo, batirse y adquirir otros hábitos guerreros. GinésSepúlveda.

{121} Esparta no dejó ni un sólo momento en ningún ramo de las artes ni en las ciencias, por preocuparsetanto de los ejercicios del cuerpo, descuidando los del espíritu. Un decreto de los reyes y de los éforos pres-cribió a Timoteo, bajo pena de destierro, que quitara cuatro cuerdas a su lira, porque sus sonidos afeminadoscorrompían a los jóvenes espartanos.

Política⁹Aristóteles

Al origen de la palabra “economía” subyace la suposición de que el hogar (“oikia”) era el lugardonde se producían los bienes materiales necesarios para la vida. En este pasaje de Aristótelesencontramos una primera descripción de la importancia, límites y condiciones de la adquisiciónde la riqueza según se comprendía en el mundo antiguo.

De la adquisición de los bienes

Puesto que el esclavo forma parte de la propiedad, vamos a estudiar, siguiendo nuestro método acos-tumbrado, la propiedad en general y la adquisición de los bienes.

La primera cuestión que debemos resolver, es si la ciencia de adquirir es la misma que la ciencia domés-tica, o si es una rama de ella o sólo una ciencia auxiliar. Si no es más que esto último, ¿lo será al modo queel arte de hacer lanzaderas es un auxiliar del arte de tejer? ¿O como el arte de fundir metales sirve para elarte del estatuario? Los servicios de estas dos artes subsidiarias son realmente muy distintos: lo que sumi-nistra la primera es el instrumento, mientras que la segunda suministra la materia. Entiendo por materia lasustancia que sirve para fabricar un objeto; por ejemplo, la lana de que se sirve el fabricante, el metal queemplea el estatuario. Esto prueba, que la adquisición de los bienes no se confunde con la administracióndoméstica, puesto que la una emplea lo que la otra suministra. ¿A quién sino a la administración domésticapertenece usar lo que constituye el patrimonio de la familia?

Resta saber si la adquisición de las cosas es una rama de esta administración, o si es una ciencia apar-te. Por lo pronto, si el que posee esta ciencia debe conocer las fuentes de la riqueza y de la propiedad, espreciso convenir en que la propiedad y la riqueza abrazan objetos muy diversos. En primer lugar puedepreguntarse, si el arte de la agricultura, y en general la busca y adquisición de alimentos, están comprendi-das en la adquisición de bienes, o si forman un modo especial de adquirir. Los modos de alimentación sonextremadamente variados, y de aquí esta multiplicidad de géneros de vida en el hombre y en los animales,ninguno de los cuales puede subsistir sin alimentos; variaciones que son precisamente las que diversificanla existencia de los animales. En el estado salvaje unos viven en grupos, otros en el aislamiento, según lo

⁹ A , Política, I 3-4.

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62 Filosofía Social

exige el interés de su subsistencia, porque unos son carnívoros, otros frugívoros y otros omnívoros. Parafacilitar la busca y elección de alimentos es para lo que la naturaleza les ha destinado a un género especialde vida. La vida de los carnívoros y la de los frugívoros difieren precisamente en que no gustan por instintodel mismo alimento, y en que los de cada una de estas clases tienen gustos particulares.

Otro tanto puede decirse de los hombres, no siendo menos diversos sus modos de existencia. Unos,viviendo en una absoluta ociosidad, son nómadas que sin pena y sin trabajo se alimentan de la carne delos animales que crían. Sólo que, viéndose precisados sus ganados a mudar de pastos, y ellos a seguirlos, escomo si cultivaran un campo vivo. Otros subsisten con aquello de que hacen presa, pero no del mismo modotodos; pues unos viven del pillaje{12}, y otros de la pesca, cuando habitan en las orillas de los estanques ode los lagos, o en las orillas de los ríos o del mar; y otros cazan las aves y los animales bravíos. Pero los másde los hombres viven del cultivo de la tierra y de sus frutos.

Estos son, poco más o menos, todos los modos de existencia, en que el hombre sólo tiene necesidadde prestar su trabajo personal, sin acudir para atender a su subsistencia al cambio ni al comercio: nómada,agricultor, bandolero, pescador o cazador. Hay pueblos que viven cómodamente combinando estos diversosmodos de vivir y tomando del uno lo necesario para llenar los vacíos del otro: son a la vez nómadas ysalteadores, cultivadores y cazadores, y lo mismo sucede con los demás que abrazan el género de vida quela necesidad les impone.

Como puede verse, la naturaleza concede esta posesión de los alimentos a los animales a seguida de sunacimiento, y también cuando llegan a alcanzar todo su desarrollo. Ciertos animales en el momento mismode la generación producen para el nacido el alimento que habrá de necesitar hasta encontrarse en estadode procurárselo por sí mismo. En este caso se encuentran los vermíparos{13} y los ovíparos. Los vivíparosllevan en sí mismos, durante un cierto tiempo, los alimentos de los recién nacidos pues no otra cosa es loque se llama leche. Esta posesión de alimentos tiene igualmente lugar cuando los animales han llegado asu completo desarrollo, y debe creerse que las plantas están hechas para los animales, y los animales parael hombre. Domesticados, le prestan servicios y le alimentan; bravíos, contribuyen, si no todos, la mayorparte, a su subsistencia y a satisfacer sus diversas necesidades, suministrándole vestidos y otros recursos.Si la naturaleza nada hace incompleto, si nada hace{14} en vano, es de necesidad que haya creado todo estopara el hombre.

La guerra misma es en cierto modo un medio natural de adquirir, puesto que comprende la caza de losanimales bravíos y de aquellos hombres que, nacidos para obedecer, se niegan a someterse; es una guerraque la naturaleza misma ha hecho legítima.

He aquí, pues, un modo de adquisición natural que forma parte de la economía doméstica, la cual debeencontrárselo formado o procurárselo, so pena de no poder reunir los medios indispensables de subsisten-cia, sin los cuales no se formarían ni la asociación del Estado ni la asociación de la familia. En esto consiste,si puede decirse así, la única riqueza verdadera, y todo lo que el bienestar puede aprovechar de este génerode adquisiciones, está bien lejos de ser ilimitado, como poéticamente pretende Solón:

«El hombre puede aumentar ilimitadamente sus riquezas.»Sucede todo lo contrario, pues en esto hay un límite como lo hay en todas las demás artes. En efecto,

no hay arte, cuyos instrumentos no sean limitados en número y extensión; y la riqueza no es más que laabundancia de los instrumentos domésticos y sociales.

Existe por tanto evidentemente un modo de adquisición natural, que es común a los jefes de familia y alos jefes de los Estados. Ya hemos visto cuáles eran sus fuentes.

Resta ahora este otro género de adquisición que se llama más particularmente y con razón la adquisiciónde bienes, y respecto de la cual podría creerse que la fortuna y la propiedad pueden aumentarse indefinida-mente. La semejanza de este segundo modo de adquisición con el primero es causa de que ordinariamenteno se vea en ambos más que un solo y mismo objeto. El hecho es, que ellos no son ni idénticos, ni muydiferentes; el primero, es natural, el otro no procede de la naturaleza, sino que es más bien el producto delarte y de la experiencia. Demos aquí principio a su estudio.

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3. Las comunidades intermedias 63

Toda propiedad tiene dos usos que le pertenecen esencialmente, aunque no de la misma manera: el unoes especial a la cosa, el otro no lo es. Un zapato puede a la vez servir para calzar el pie o para verificarun cambio. Por lo menos puede hacerse de él este doble uso. El que cambia un zapato por dinero o poralimentos con otro que tiene necesidad de él, emplea bien este zapato en tanto que tal, pero no según supropio uso, porque no había sido hecho para el cambio. Otro tanto diré de todas las demás propiedades; puesel cambio efectivamente puede aplicarse a todas, puesto que ha nacido primitivamente entre los hombres dela abundancia en un punto y de la escasez en otro de las cosas necesarias para la vida. Es demasiado claro,que en este sentido la venta no forma en manera alguna parte de la adquisición natural. En su origen, elcambio no se extendía más allá de las primeras necesidades, y es ciertamente inútil en la primera asociación,la de la familia. Para que nazca, es preciso que el círculo de la asociación sea más extenso. En el seno de lafamilia todo era común; separados algunos miembros, se crearon nuevas sociedades para fines no menosnumerosos, pero diferentes que los de las primeras, y esto debió necesariamente dar origen al cambio. Estees el único cambio que conocen muchas naciones bárbaras; el cual no se extiende a más que al trueque delas cosas indispensables; como, por ejemplo, el vino que se da a cambio de trigo.

Este género de cambio es perfectamente natural, y no es, a decir verdad, un modo de adquisición, puestoque no tiene otro objeto que proveer a la satisfacción de nuestras necesidades naturales. Sin embargo, aquíes donde puede encontrarse lógicamente el origen de la riqueza. A medida que estas relaciones de auxiliosmutuos se transformaron, desenvolviéndose mediante la importación de los objetos de que se carecía yla exportación de aquellos que abundaban, la necesidad introdujo el uso de la moneda, porque las cosasindispensables a la vida son naturalmente difíciles de transportar.

Se convino en dar y recibir en los cambios una materia, que, además de ser útil por sí misma, fuesefácilmente manejable en los usos habituales de la vida; y así se tomaron el hierro, por ejemplo, la plata, uotra sustancia análoga, cuya dimensión y cuyo peso se fijaron desde luego, y después, para evitar la molestiade continuas rectificaciones, se las marcó con un sello particular, que es el signo de su valor. Con la moneda,originada por los primeros cambios indispensables, nació igualmente la venta, otra forma de adquisiciónexcesivamente sencilla en el origen, pero perfeccionada bien pronto por la experiencia, que reveló cómo lacirculación de los objetos podía ser origen y fuente de ganancias considerables. He aquí cómo, al parecer, laciencia de adquirir tiene principalmente por objeto el dinero, y cómo su fin principal es el de descubrir losmedios de multiplicar los bienes, porque ella debe crear la riqueza y la opulencia. Esta es la causa de que sesuponga muchas veces, que la opulencia consiste en la abundancia de dinero, como que sobre el dinero giranlas adquisiciones y las ventas; y sin embargo, este dinero no es en sí mismo más que una cosa absolutamentevana, no teniendo otro valor que el que le da la ley, no la naturaleza, puesto que una modificación en lasconvenciones que tienen lugar entre los que se sirven de él, puede disminuir completamente su estimación yhacerle del todo incapaz para satisfacer ninguna de nuestras necesidades. En efecto, ¿no puede suceder queun hombre, a pesar de todo su dinero, carezca de los objetos de primera necesidad?, y ¿no es una riquezaridícula aquella cuya abundancia no impide que el que la posee se muera de hambre?{15} Es como el Midasde la mitología que, llevado de su codicia desenfrenada, hizo convertir en oro todos los manjares de su mesa.

Así que con mucha razón los hombres sensatos se preguntan si la opulencia y el origen de la riqueza estánen otra parte, y ciertamente la riqueza y la adquisición naturales, objeto de la ciencia doméstica, son una cosamuy distinta. El comercio produce bienes, no de una manera absoluta, sino mediante la conducción aquí yallá de objetos que son preciosos por sí mismos. El dinero es el que parece preocupar al comercio, porqueel dinero es el elemento y el fin de sus cambios; y la fortuna, que nace de esta nueva rama de adquisición,parece no tener realmente ningún límite. La medicina aspira a multiplicar sus curas hasta el infinito, y comoella todas las artes colocan en el infinito el fin a que aspiran y pretenden alcanzarlo empleando todas susfuerzas. Pero, por lo menos, los medios que les conducen a su fin especial son limitados, y este fin mismosirve a todas de límite. Lejos de esto, la adquisición comercial no tiene por fin el objeto que se propone,puesto que su fin es precisamente una opulencia y una riqueza indefinidas. Pero si el arte de esta riquezano tiene límites, la ciencia doméstica los tiene, porque su objeto es muy diferente. Y así podría creerse a

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primera vista, que toda riqueza, sin excepción, tiene necesariamente límites. Pero ahí están los hechos paraprobarnos lo contrario: todos los negociantes ven acrecentarse su dinero sin traba ni término.

Estas dos especies de adquisición tan diferentes, emplean el mismo capital a que ambas aspiran, aunquecon miras muy distintas, pues que la una tiene por objeto el acrecentamiento indefinido del dinero, y laotra otro muy diverso; esta semejanza ha hecho creer a muchos, que la ciencia doméstica tiene igualmentela misma extensión, y están firmemente persuadidos de que es preciso a todo trance conservar o aumentarhasta el infinito la suma de dinero que se posee. Para llegar a conseguirlo, es preciso preocuparse únicamentedel cuidado de vivir, sin curarse de vivir como se debe. No teniendo límites el deseo de la vida, se ve unodirectamente arrastrado a desear, para satisfacerle, medios que no tiene. Los mismos que se proponen vivirmoderadamente, corren también en busca de goces corporales, y como la propiedad parece asegurar estosgoces, todo el cuidado de los hombres se dirige a amontonar bienes, de donde nace esta segunda ramade adquisición de que hablo. Teniendo el placer necesidad absoluta de una excesiva abundancia, se buscantodos los medios que pueden procurarla. Cuando no se pueden conseguir éstos con adquisiciones naturales,se acude a otras, y aplica uno sus facultades a usos a que no estaban destinadas por la naturaleza. Y así, elagenciar dinero no es el objeto del valor, que sólo debe darnos una varonil seguridad; tampoco es el objetodel arte militar ni de la medicina, que deben darnos, aquél la victoria, ésta la salud; y sin embargo, todasestas profesiones se ven convertidas en un negocio de dinero, como si fuera éste su fin propio, y como sitodo debiese tender a él.

Esto es lo que tenía que decir sobre los diversos medios de adquirir lo superfluo; habiendo hecho verlo que son estos medios, y cómo pueden convertirse para nosotros en una necesidad real. En cuanto al arteque tiene por objeto la riqueza verdadera y necesaria, he demostrado que era completamente diferente delotro, y que no es más que la economía natural, ocupada únicamente con el cuidado de las subsistencias; arteque, lejos de ser infinito como el otro, tiene, por el contrario límites positivos.

Esto hace perfectamente clara la cuestión que al principio proponíamos; a saber, si la adquisición de losbienes es o no asunto propio del jefe de familia y del jefe del Estado. Ciertamente es indispensable suponersiempre la preexistencia de estos bienes. Así como la política no hace a los hombres, sino que los toma comola naturaleza se los da, y se limita a servirse de ellos; en igual forma a la naturaleza toca suministrarnos losprimeros alimentos que proceden de la tierra, del mar o de cualquier otro origen, y después queda a cargodel jefe de familia disponer de estos dones, como convenga hacerlo; así como el fabricante no crea la lana,pero debe saber emplearla, distinguir sus cualidades y sus defectos, y conocer la que puede o no servir.

También podría preguntarse cómo es que mientras la adquisición de bienes forma parte del gobiernodoméstico, no sucede lo mismo con la medicina, puesto que los miembros de la familia necesitan tanto lasalud como el alimento o cualquier otro objeto indispensable para la vida. He aquí la razón: si por una parteel jefe de familia y el jefe del Estado deben ocuparse de la salud de sus administrados, por otra parte estecuidado compete, no a ellos, sino al médico. De igual modo lo relativo a los bienes de la familia hasta ciertopunto compete a su jefe, pero bajo otro no, pues no es él y sí la naturaleza quien debe suministrarlos. Ala naturaleza, repito, compete exclusivamente dar la primera materia. A la misma corresponde asegurar elalimento al ser que ha creado, pues en efecto, todo ser recibe los primeros alimentos del que le transmite lavida; y he aquí por qué los frutos y los animales forman una riqueza natural, que todos los hombres sabenexplotar.

Siendo doble la adquisición de los bienes, como hemos visto, es decir, comercial y doméstica, ésta ne-cesaria y con razón estimada, y aquélla con no menos motivo despreciada{16}, por no ser natural y sí sóloresultado del tráfico, hay fundado motivo para execrar la usura, porque es un modo de adquisición nacidodel dinero mismo, al cual no se da el destino para que fue creado. El dinero sólo debía servir para el cambio,y el interés, que de él se saca, le multiplica, como lo indica claramente el nombre que le da la lengua grie-ga. Los padres en este caso son absolutamente semejantes a los hijos. El interés es dinero producido por eldinero mismo; y de todas las adquisiciones es esta la más contraria a la naturaleza.

{12} Como observa Tucídides (lib. I, cap. V), el hacer esto no era una cosa deshonrosa en los primeros

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tiempos de la Grecia.{13} Sin duda Aristóteles se refiere a aquellos insectos cuyos huevos son demasiado pequeños para po-

derse descubrir a simple vista.{14} Principio de las causas finales de que Aristóteles hace un uso muy frecuente.{15} Montesquieu observa, que las inmensas cantidades de oro y plata del nuevo mundo no impidieron

que España cayera en la miseria, ocasionada por una multitud de causas.{16} Platón ha explicado con gran claridad y con más moderación que Aristóteles las causas del desprecio

en que cayó en general el comercio.

Consideración práctica sobre la adquisición de los bienes

De la ciencia, que suficientemente hemos desenvuelto, pasemos ahora a hacer algunas consideracionessobre la práctica. En todos los asuntos de esta naturaleza un campo libre se abre a la teoría; pero la aplicacióntiene sus necesidades.

Los ramos prácticos de la riqueza consisten en conocer a fondo el género, el lugar y el ejemplo de losproductos que más prometan; en saber, por ejemplo, si debe uno dedicarse a la cría de caballos, o de ganadovacuno, o del lanar, o de cualesquiera otros animales, teniendo el acierto de escoger hábilmente las especiesque sean más provechosas según las localidades; porque no todas prosperan indistintamente en todas par-tes. La práctica consiste también en conocer la agricultura y las tierras que deben tener arbolado, y aquellasen que no conviene; se ocupa, en fin, con cuidado de las abejas y de todos los animales volátiles y acuáticos,que pueden ofrecer algunas ventajas. Tales son los primeros elementos de la riqueza propiamente dicha.

En cuanto a la riqueza que produce el cambio, su elemento principal es el comercio, que se divide en tresramas diversamente lucrativas: comercio marítimo, comercio terrestre, y comercio al por menor. Despuésentra en segundo lugar el préstamo a interés, y en fin el salario, que puede aplicarse a obras mecánicas, obien a trabajos puramente corporales para hacer cosas en que no intervienen los operarios más que con susbrazos.

Hay un tercer género de riqueza, que está entre la riqueza natural y la procedente del cambio, que par-ticipa de la naturaleza de ambas y procede de todos aquellos productos de la tierra que, no obstante no serfrutos, no por eso dejan de tener su utilidad: es la explotación de los bosques y la de las minas, que son detantas clases como los metales que se sacan del seno de la tierra.

Estas generalidades deben bastarnos. Entrar en pormenores especiales y precisos puede ser útil a cadauna de las industrias en particular; mas para nosotros sería un trabajo impertinente. Entre los oficios, los máselevados son aquellos en que interviene menos el azar; los más mecánicos los que desfiguran el cuerpo másque los demás; los más serviles los que más ocupan; los más degradados, en fin, los que requieren menosinteligencia y mérito{17}.

Algunos autores han profundizado estas diversas materias. Cares de Paros y Apolodoro de Lemnos{18},por ejemplo, se han ocupado del cultivo de los campos y de los bosques. Las demás cosas han sido tratadasen otras obras, que podrán estudiar los que tengan interés en estas materias. También deberán recoger lastradiciones esparcidas sobre los medios que han conducido a algunas personas a adquirir fortuna. Todasestas enseñanzas son provechosas para los que a su vez aspiren a conseguir lo mismo. Citaré lo que se re-fiere a Tales de Mileto{19}, a propósito de una especulación lucrativa que le dio un crédito singular, honordebido sin duda a su saber, pero que está al alcance de todo el mundo. Gracias a sus conocimientos en astro-nomía pudo presumir, desde el invierno, que la recolección próxima de aceite sería abundante, y al intentode responder a algunos cargos que se le hacían por su pobreza, de la cual no había podido librarle su inútilfilosofía, empleó el poco dinero que poseía en darlo en garantía para el arriendo de todas las prensas deMileto y de Quios; y las obtuvo baratas, porque no hubo otros licitadores. Pero cuando llegó el tiempo opor-tuno, las prensas eran buscadas de repente por un crecido número de cultivadores, y él se las subarrendóal precio que quiso. La utilidad fue grande; y Tales probó por esta acertada especulación que los filósofos,

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cuando quieren, saben fácilmente enriquecerse, por más que no sea este el objeto de su atención. Se refiereesto como muestra de un grande ejemplo de habilidad de parte de Tales; pero, repito, esta especulaciónpertenece en general a todos los que están en posición de constituir en su favor un monopolio. Tambiénhay Estados que en momentos de apuro han acudido a este arbitrio, atribuyéndose el monopolio generalde todas las ventas. En Sicilia un particular empleó las cantidades que se le habían dado en depósito, enla compra de todo el hierro que había en las ferrerías, y luego, cuando más tarde llegaban los negociantesde distintos puntos, como era el único vendedor de hierro, sin aumentar excesivamente el precio, lo vendíasacando cien talentos de cincuenta. Informado de ello Dionisio{20}, le desterró de Siracusa, por haber ideadouna operación perjudicial a los intereses del Príncipe, aunque permitiéndole llevar consigo toda su fortuna.Esta especulación, sin embargo, es en el fondo la misma que la de Tales; ambos supieron crear un mono-polio. Conviene a todos, y también a los jefes de los Estados, tener conocimiento de tales recursos. Muchosgobiernos tienen necesidad, como las familias, de emplear estos medios para enriquecerse; y podría decirseque muchos gobernantes creen que sólo de esta parte de la gobernación deben ocuparse.

{17} Esta clasificación de los oficios parece intercalada y extraña al pensamiento general del autor, quecontinúa desenvolviéndose en el párrafo siguiente.

{18} Cares de Paros era contemporáneo de Aristóteles. Apolodoro de Lemnos vivía también en la mismaépoca. Barrón, De re rustica, lib. I, cap. VIII.

{19} Tales de Mileto, jefe de la escuela jónica y uno de los siete sabios de Grecia. Repúblicade Platón, lib.X.

{20} Dionisio el antiguo que reinó desde 406 a 367 antes de J. C.

Segundo tratado sobre el gobierno civil¹⁰John Locke

En el principio del mundo moderno, la organización económica había variado relativamentepoco respecto del mundo antiguo, tal como atestigua este pasaje de John Locke. Sin embargo,aparece aquí un ingrediente que Aristóteles no menciona sino incidentalmente: según Locke, esel trabajo la forma primordial de apropiación, pues por medio de éste el ser humano añade algoa la naturaleza que no estaba originalmente allí, y que puede llamar “suyo”. Como en el mundoclásico, la apropiación de la naturaleza es limitada de suyo; pero aquí el trabajo es revaluado,considerado necesario a todos los seres humanos, y no necesariamente delegado en mano deobra esclava.

CAPÍTULO V. DE LA PROPIEDAD

24.Ora consultemos la razón natural, que nos dice que los hombres, una vez nacidos, tienen derecho a supreservación, y por tanto a manjares y bebidas y otras cosas que la naturaleza ofrece para su mantenimiento,ora consultemos la ”revelación”, que nos refiere el don que hiciera Dios de este mundo a Adán, y a Noé y asus hijos, clarísimamente aparece que Dios, como dice el rey David, ”dio la tierra a los hijos de los hombres”;la dio, esto es, a la humanidad en común. Pero, este supuesto, parece a algunos subidísima dificultad quealguien pueda llegar a tener propiedad de algo. No me contentaré con responder a ello que si hubiere deresultar difícil deducir la ”propiedad” de la suposición que Dios diera la tierra a Adán y su posteridad encomún, sería imposible que hombre alguno, salvo un monarca universal, pudiese tener ”propiedad” algunadada la otra hipótesis, esto es, que Dios hubiese dado el mundo a Adán y a sus herederos por sucesión,exclusivamente de todo el resto de su posteridad. Intentaré también demostrar cómo los hombres puedenllegar a tener propiedad, en distintas partes, de lo que Dios otorgó a la humanidad en común, y ello sinninguna avenencia expresa de todos los comuneros.

¹⁰ John L : Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil, c. 5.

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25. Dios, que diera el mundo a los hombres en común, les dio también la razón para que de él hicieranuso según la mayor ventaja de su vida y conveniencia. La tierra y cuanto en ella se encuentra dado file alos hombres para el sustento y satisfacción de su ser. Y aunque todos los frutos que naturalmente rinde yanimales que nutre pertenecen a la humanidad en común, por cuanto los produce la espontánea mano dela naturaleza, y nadie goza inicialmente en ninguno de ellos de dominio privado exclusivo del resto de lahumanidad mientras siguieren los vivientes en su natural estado, con todo, siendo aquéllos conferidos parael uso de los hombres, necesariamente debe existir medio para que según uno u otro estilo se consiga suapropiación para que sean de algún uso, o de cualquier modo proficuos, a cualesquiera hombres particu-lares. El fruto o el venado que alimenta al indio salvaje, que ignora los cercados y es todavía posesor encomún, suyo ha de ser, y tan suyo, esto es, parte de él, que nadie podrá tener derecho a ello en la inminenciade que le sea de alguna utilidad para el sustento de su vida.

26. Aunque la tierra y todas las criaturas inferiores sean a todos los hombres comunes, cada hombre,empero, tiene una ”propiedad” en su misma ”persona”. A ella nadie tiene derecho alguno, salvo él mismo.El ”trabajo” de su cuerpo y la ”obra” de sus manos podemos decir que son propiamente suyos. Cualquiercosa, pues, que él remueva del estado en que la naturaleza le pusiera y dejara, con su trabajo se combinay, por tanto, queda unida a algo que de él es, y así se constituye en su propiedad. Aquélla, apartada delestado común en que se hallaba por naturaleza, obtiene por dicho trabajo algo anejo que excluye el derechocomún de los demás hombres. Porque siendo el referido ”trabajo” propiedad indiscutible de tal trabajador,no hay más hombre que él con derecho a lo ya incorporado, al menos donde hubiere de ello abundamiento,y común suficiencia para los demás.

27. El que se alimenta de bellotas que bajo una encina recogiera, o manzanas acopiadas de los árboles delbosque, ciertamente se las apropió. Nadie puede negar que el alimento es suyo. Pregunto, pues, ¿cuándoempezó a ser suyo?, ¿cuándo lo dirigió, o cuando lo comió, o cuando lo hizo hervir, o cuando lo llevó a casa,o cuando lo arrancó? Mas es cosa llana que si la recolección primera no lo convirtió en suyo, ningún otrolance lo alcanzara. Aquel trabajo pone una demarcación entre esos frutos y las cosas comunes. El les añadealgo, sobre lo que obrara la naturaleza, madre común de todos; y así se convierten en derecho particular delrecolector. ¿Y dirá alguno que no tenía éste derecho a que tales bellotas o manzanas fuesen así apropiadas,por faltar el asentimiento de toda la humanidad a su dominio? ¿Fue latrocinio tomar él por sí lo que a todosy en común pertenecía? Si tal consentimiento fuese necesario ya habría perecido el hombre de inanición, apesar de la abundancia que Dios le diera. Vemos en los comunes, que siguen por convenio en tal estado,que es tomando una parte cualquiera de lo común y removiéndolo del estado en que lo dejara la naturalezacomo empieza la propiedad, sin la cual lo común no fuera utilizable. Y el apoderamiento de esta o aquellaparte no depende del consentimiento expreso de todos los comuneros. Así la hierba que mi caballo arrancó,los tepes que cortó mi sirviente y la mena que excavé en cualquier lugar en que a ellos tuviere derecho encomún con otros, se convierte en mi propiedad sin asignación o consentimiento de nadie. El trabajo, que fuemío, al removerlos del estado común en que se hallaban, hincó en ellos mi propiedad.

28. Si obligado fuese el consentimiento de todo comunero a la apropiación por cada quien de cualquierparte de lo dado en común, los hijos o criados no podrían cortar las carnes que su padre o dueño les hubiereprocurado en junto, sin asignar a cada uno su porción peculiar. Aunque el agua que en la fuente mana puedaser de todos, ¿quién duda que el jarro es sólo del que la fue a sacar? Tomóla su trabajo de las manos de lanaturaleza, donde era común y por igual pertenecía a todos los hijos de ella, y por tanto se apropió para sí.

29.Así esta ley de razón entrega al indio el venado que mató; permitido le está el goce de lo que le alcanzósu trabajo, aunque antes hubiere sido del derecho común de todos. Y entre aquellos que tenidos son por partecivilizada de la humanidad, y han hecho y multiplicado leyes positivas para determinar las propiedades, ladicha ley inicial de la naturaleza para el principio de la propiedad en lo que antes era común; todavía tienelugar: y por virtud de ella cualquier pez que uno consiga en el océano, ese vasto y superviviente comúnde la humanidad, o el ámbar gris que cualquiera recoja allí mediante el trabajo que lo remueve del comúnestado en que la naturaleza lo dejara, se convierte en propiedad de quien en ello rindiera tal esfuerzo. Y, aun

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entre nosotros, la liebre que cazan todos será estimada por de aquél que durante la caza la persigue. Porquesiendo animal todavía considerado común, y no posesión particular de ninguno, cualquiera que hubiereempleado en criatura de esa especie el trabajo de buscarla y perseguiría, removióla del estado de naturalezaen que fue común, y en propiedad la convirtió.

30. Tal vez se objete a esto que si recoger bellotas u otros frutos de la tierra, etc., determina un derechosobre los tales, podrá cualquiera acapararlos cuanto gustare. A lo que respondo no ser esto cierto. La mismaley de naturaleza que por tales medios nos otorga propiedad, esta misma propiedad limita. ”Dios nos diotodas las cosas pingüemente”. ¿No es esta la voz de la razón, que la inspiración confirma? ¿Pero cuánto, nosha dado ”para nuestro goce”? Tanto como cada quien pueda utilizar para cualquier ventaja vital antes de sumalogro, tanto como pueda por su trabajo convertir en propiedad. Cuanto a esto exceda, sobrepuja su partey pertenece a otros. Nada destinó Dios de cuanto creara a deterioro o destrucción por el hombre. Y de estasuerte, considerando el abundamiento de provisiones naturales que hubo por largo espacio en el mundo, ylos menguados consumidores, y lo breve de la parte de tal provisión que la industria de un hombre podíaabarcar y acaparar en perjuicio de otros, especialmente si se mantenía dentro de límites de razón sobre loque sirviera a su uso, bien poco trecho había para contiendas o disputas sobre la propiedad de dicho modoestablecida.

31. Pero admitiendo ya como principal materia de propiedad no los frutos de la tierra y animales que enella subsisten, sino la tierra misma, como sustentadora y acarreadora de todo lo demás, doy por evidenteque también esta propiedad se adquiere como la anterior. Toda la tierra que un hombre labre, plante, mejore,cultive y cuyos productos pueda él usar, será en tal medida su propiedad. El, por su trabajo, la cerca, comosi dijéramos, fuera del común. Ni ha de invalidar su derecho el que se diga que cualquier otro tiene igualtítulo a ella, y que por tanto quien trabajó no puede apropiarse tierra ni cercaría sin el consentimiento de lafraternidad comunera, esto es, la humanidad. Dios, al dar el mundo en común a todos los hombres, mandótambién al hombre que trabajara; y la penuria de su condición tal actividad requería. Dios y su razón lemandaron sojuzgar la tierra, esto es, mejorarla para el bien de la vida, y así él invirtió en ella algo que lepertenecía, su trabajo. Quien, en obediencia a ese mandato de Dios, sometió, labró y sembró cualquier partede ella, a ella unió algo que era propiedad suya, a que no tenía derecho ningún otro, ni podía arrebatárselesin daño.

32. Tampoco esa apropiación de cualquier parcela de tierra, mediante su mejora, constituía un perjuiciopara cualquier otro hombre, ya que quedaba bastante de ella y de la de igual bondad, en más copia de loque pudieren usar los no provistos. Así, pues, en realidad, nunca disminuyó lo dejado para los otros esacerca para lo suyo propio. Porque el que deje cuanto pudieren utilizar los demás, es como si nada tomare.Nadie podría creerse perjudicado por la bebida de otro hombre, aunque éste se regalara con un buen trago,si quedara un río entero de la misma agua para que también él apagara su sed. Y el caso de tierra y agua,cuando de entrambas queda lo bastante, es exactamente el mismo.

33. Dios a los hombres en común dio el mundo, pero supuesto que se lo dio para su beneficio y las ma-yores conveniencias vitales de él cobraderas, nadie podrá argüir que entendiera que había de permanecersiempre común e incultivado. Concediólo al uso de industriosos y racionales, y el trabajo había de ser tí-tulo de su derecho, y no el antojo o codicia de los pendencieros y contenciosos. Aquel a quien quedaba loequivalente para su mejora, no había de quejarse, ni intervenir en lo ya mejorado por la labor ajena; si talhacía, obvio es que deseaba el beneficio de los esfuerzos de otro, a que no tenía derecho, y no la tierra queDios le diera en común con los demás para trabajar en ella, y donde quedaban trechos tan buenos como loya poseído, y más de lo que él supiere emplear, o a que su trabajo pudiere atender.

34. Cierto es que en las tierras poseídas en común en Inglaterra o en cualquier otro país donde hayamuchedumbre de gentes bajo gobierno que posean dineros y comercios, nadie puede cercar o enseñorearsede parte de aquél sin el consentimiento de toda la compañía comunera; y es porque dicho común es man-tenido por convenio, esto es, por la ley del país, que no debe ser violada. Y aunque sea común con respectoa algunos hombres, no lo es para toda la humanidad, sino que es propiedad conjunta de tal comarca o de

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tal parroquia. Además, el resto, después de dicho cercado, no sería tan bueno para los demás comuneroscomo la totalidad, en cuanto todos empezaran de tal conjunto a hacer uso; mientras que en el comienzo ypoblación primera del gran común del mundo, acaecía enteramente lo contrario. La ley que regía al hombreinducíale más bien a la apropiación. Dios le mandaba trabajar, y a ello le obligaban sus necesidades. Aquellaera su propiedad, que no había de serle arrebatada luego de puestos los hitos. Y por tanto someter o cultivarla tierra y alcanzar dominio sobre ella, como vemos, son conjunta cosa. Lo uno daba el título para lo otro. Asíque Dios, al mandar sojuzgar la tierra, autorizaba hasta tal punto la apropiación. Y la condición de la vidahumana, que requiere trabajo y materiales para las obras, instauró necesariamente las posesiones privadas.

35. Estableció adecuadamente la naturaleza la medida de la propiedad, por la extensión del trabajo delhombre y la conveniencia de su vida. Ningún hombre podía con su trabajo sojuzgarlo o apropiárselo todo,ni podía su goce consumir más que una partecilla; de suerte que era imposible para cualquier hombre, pordicha senda, invadir, el derecho ajeno o adquirir para sí una propiedad en perjuicio de su vecino, a quienaún quedaría tan buen trecho y posesión tan vasta, después que el otro le hubiere quitado lo particularmen-te suyo, como antes de la apropiación. Dicha medida confinó la posesión de cada uno a proporción muymoderada, y tal como para sí pudiera apropiarse, sin daño para nadie en las edades primeras del mundo,cuando más en peligro estaban los hombres de perderse, alejándose de su linaje establecido, en los vastosdesiertos de la tierra, que de hallarse apretados por falta de terrazgos en que plantar.

36. La misma medida puede ser todavía otorgada, sin perjuicio para nadie, por lleno que el mundoparezca. Para mostrarlo, supongamos a un hombre o familia, en el mismo estado de los comienzos, cuandopoblaban el mundo los hijos de Adán o de Noé, plantando en algunos sitios vacantes del interior de América.Veremos que las posesiones que pueda conseguir, según las medidas que dimos, no serán muy holgadas ni,aun en este día, perjudicarán al resto de la humanidad o le darán motivo de queja o de tener por agravio laintrusión de dicho hombre, a pesar de que la raza humana se haya extendido a todos los rincones del mundoe infinitamente exceda el breve número de los comienzos. Ahora bien, la extensión de tierras es de tan escasovalor, si faltare el trabajo, que he oído que en la misma España puede uno arar, sembrar y cosechar sin quenadie se lo estorbe, en tierra a la que no tiene derecho alguno, pero sólo por el hecho de usarla. Es más, loshabitantes estiman merecedor de consideración a quien por su trabajo en tierra inculta, y por lo tanto yerma,aumentare las existencias del trigo que necesitan. Pero sea de esto lo que fuere, pues en lo dicho no he dehacer hincapié, sostengo resueltamente que la misma regla de propiedad, esto es que cada hombre consigatenerla en la cantidad por él utilizable, puede todavía mantenerse en el mundo, sin apretura para nadie,puesto que en el mundo hay tierra bastante para acomodo del doble de sus habitantes; pero la invención deldinero, y el acuerdo tácito de los hombres de reconocerle un valor, introdujo (por consentimiento) posesionesmayores y el derecho a ellas; proceso que en breve mostraré con más detenimiento.

37. Cierto es que en los comienzos, antes de que el deseo de tener más de lo necesario hubiera alterado elvalor intrínseco de las cosas, que sólo depende de su utilidad en la vida del hombre, o hubiera concertadoque una monedita de oro, que cabía conservar sin mengua o descaecimiento, valiera un gran pedazo decarne o una entera cosecha de trigo (aunque tuvieran los hombres el derecho de apropiarse mediante sutrabajo, cada uno para sí, de cuantas cosas de la naturaleza pudiera usar), todo ello no había de ser mucho,ni en perjuicio de otros, pues quedaba igual abundancia a los que quisieran emplear igual industria.

Antes de la apropiación de tierras, quien recogiera tanta fruta silvestre, o matara, cogiera o amansaratantos animales como pudiera; quien así empleara su esfuerzo para sacar alguno de los productos espon-táneos de la naturaleza del estado en que ella los pusiera, intercalando en ello su trabajo, adquiriría por talmotivo la propiedad de ellos; pero si los tales perecían en su poder por falta del debido uso, silos frutos sepudrían o se descomponía el venado antes de que pudiera gozar de él, resultaba ofensor de la común ley denaturaleza, y podía ser castigado: habría, en efecto, invadido la parte de su vecino, pues no tenía derecho aninguno de esos productos más que en la medida de su uso y para el logro de las posibles conveniencias desu vida.

38. Iguales normas gobernaban, también, la posesión de la tierra. Podría cualquier terrazgo ser labrado

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y segado podían ser almacenados sus productos y usarse éstos antes de que sufrieran menoscabo; este erapeculiar derecho del hombre, dondequiera, que cercara; y cuanto pudiese nutrir y utilizar, ganados y pro-ductos de ellos, suyos eran. Pero si las hierbas de su cercado se pudrían en el suelo o perecía el fruto delo por él plantado, sin recolección y almacenamiento, aquella parte de la tierra, aun cercada, seguía siendotenida por yerma y podía ser posesión de otro. Así, en los comienzos, Caín pudo tomar toda la tierra quele era posible labrar, y hacer suya, y con todo dejar abundancia de ella para sustento de las ovejas de Abel:unos, pocos estadales hubieran bastado a ambas posesiones. Con el recrecimiento de las familias y el au-mento, por el trabajo, de sus depósitos, crecieron sus posesiones al compás de las necesidades; pero todavíacomúnmente, sin propiedad fija en el suelo, se servían de éste, hasta que se constituyeron en corporación, seestablecieron juntos y erigieron ciudades, y entonces, por consentimiento, llegaron, en el curso de las eda-des, a fijar, los términos de sus distintos territorios y convenir los límites entre ellos y sus vecinos, y medianteleyes determinar entre sí las propiedades de los miembros de la misma sociedad. Vemos, en efecto, en laprimera parte de mundo habitada, y que por tanto sería probablemente la de mayor abundancia de gentes,que hasta los mismos tiempos de Abraham, iban los hombres errantes con sus ganados y rebaños, que eransus bienes, libremente de uno a otro lado, y esto mismo hizo Abraham en país en que era extranjero; dedonde claramente se arguye que al menos gran parte de la tierra era tenida en común, que no la valorabanlos habitantes ni reclamaban en ella más propiedad que la adecuada para el uso. Mas cuando no había en unlugar bastante trecho para que sus rebaños fuesen juntamente apacentados, entonces, por consentimiento,como lo hicieron Abraham y Lot separaban y esparcían sus pastos a su albedrío. Y por la misma razón, dejóEsaú a su padre y hermano y plantó en el monte de Seir.

39. Y así, sin suponer en Adán ningún dominio y propiedad particular de todo el mundo, exclusivode todos los demás hombres, que no puede en modo alguno ser probado, ni en todo caso deducirse de élpropiedad alguna, sino teniendo al mundo por dado, como lo fue, a todos los hijos de los hombres en común,vemos de qué suerte el trabajo pudo determinar para los hombres títulos distintivos a diversas parcelas deaquél para los usos particulares, en lo que no podía haber duda de derecho, ni campo para la contienda.

40. Y no es tan extraño como, tal vez, antes de su consideración lo parezca, que la propiedad del trabajoconsiguiera llevar ventaja a la comunidad de tierras, pues ciertamente es el trabajo quien pone en todo di-ferencia de valor; cada cual puede ver la diferencia que existe entre un estadal plantado de tabaco o azúcar,sembrado de trigo o cebada, y un estadal de la misma tierra dejado en común sin cultivo alguno, y darsecuenta de que la mejora del trabajo constituye la mayorísima parte del valor. Creo que no será sino modes-tísima computación la que declare que de los productos de la tierra útiles a la vida del hombre, los nuevedécimos son efecto del trabajo. Pero es más, si estimamos correctamente las cosas según llegan a nuestrouso, y calculamos sus diferentes costes -lo que en ellos es puramente debido a la naturaleza y lo debidoal trabajo- veremos que en su mayor parte el noventa y nueve por ciento deberá ser totalmente al trabajoasignado.

41. No puede haber demostración más patente de esto que la constituida por diversas naciones de losamericanos, las cuales ricas son en tierra y pobres en todas las comodidades de la vida; proveyólas la na-turaleza tan liberalmente como a otro cualquier pueblo con los materiales de la abundancia, esto es consuelo fructífero, apto para producir copiosamente cuanto pueda servir para la alimentación, el vestido ytodo goce; y a pesar de ello, por falta de su mejoramiento por el trabajo no disponen aquellas naciones dela centésima parte de las comodidades de que disfrutamos, y un rey allí de vasto y fructífero territorio, sealberga y viste peor que cualquier jornalero de campo en Inglaterra.

42. Para que esto parezca un tanto más claro, sigamos algunas de las provisiones ordinarias de la vida,a través de su diverso progreso, hasta que llegan a nuestro uso, y veremos cuan gran parte de su valordeben a la industria humana. El pan, vino y telas son cosas de uso diario y de suma abundancia; emperolas bellotas, el agua y las hojas o pieles deberían ser nuestro pan, bebida y vestido si no nos proporciona eltrabajo aquellas más útiles mercancías. Toda la ventaja del pan sobre las bellotas, del vino sobre el agua y detelas o sedas sobre hojas, pieles o musgo, debido es por entero al trabajo y la industria. Sumo es el contraste

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3. Las comunidades intermedias 71

entre los alimentos y vestidos que nos proporciona la no ayudada naturaleza, y las demás provisiones quenuestra industria y esfuerzo nos prepara y que tanto exceden a las primeras en valor, que cuando cualquieralo haya computado, verá de qué suerte considerable crea el trabajo la mayorísima parte del valor de las cosasde que en este mundo disfrutamos; y el suelo que tales materias produce será estimado como de ninguno,o a lo más de muy escasa partecilla de él: tan pequeña que, aun entre nosotros, la tierra, librada totalmentea la naturaleza, sin mejoría de pastos, labranza o plantío, se llama, lo que en efecto es, erial; y veremos queel beneficio asciende a poco más que nada. Ello muestra cuan preferible es tener muchos hombres a tenervastos dominios; y que el aumento de tierras y el derecho de emplearlas es el gran arte del gobierno; y queun príncipe que sea prudente y que, mediante leyes que garanticen la libertad. proteja el trabajo honesto dela humanidad y dé a los súbditos incentivo para ello, oponiéndose al poder opresivo y a las limitaciones departido, pronto se convertirá en alguien demasiado fuerte como para que sus vecinos puedan competir conél. Pero esto lo digo a modo de disgresión. Volvamos a la cuestión que veníamos tratando.

43. Un estadal de tierra que produce aquí veinte celemines de trigo, y otro en América que, con la mismalabor, rendiría lo mismo, son sin duda de igual valor intrínseco natural. Mas sin embargo el beneficio quela humanidad recibe del primero en un año es de cinco libras, y el del otro acaso no valga un penique; y sitodo el provecho que un indio recibe de él hubiera de ser valuado y vendido entre nosotros, puedo decircon seguridad que ni un milésimo de aquél. El trabajo es, pues, quien confiere la mayor parte de valor a latierra, que sin él apenas valiera nada; a él debemos cuantos productos útiles de ella sacamos; porque todoel monto en que la paja, salvado y pan de un estadal de trigo vale más que el producto de un estadal detierra igualmente buena pero inculta, efecto es del trabajo. Y no solo hay que contar las penas del labrador,las faenas de segadores y trilladores y el ahínco del panadero en el pan que comemos; porque los afanesde los que domaron los bueyes, los que excavaron y trabajaron el hierro y las piedras, los que derribaron ydispusieron la madera empleada para el arado, el molino, y el horno o cualquier otro utensilio de los que,en tan vasta copia, exige el trigo, desde la sembradura hasta la postre del panadeo, deben inscribirse enla cuenta del trabajo y ser tenidos por efectos de éste; la naturaleza y la tierra proporcionan tan sólo unasmaterias casi despreciables en sí mismas. Notable catálogo de cosas, si pudiésemos proceder a formarlo,seria el de las procuradas y utilizadas por la industria para cada hogaza de pan, antes de que llegue anuestro uso: hierro, madera, cuero, cortezas, leña, piedra, ladrillos, carbones, cal, telas, drogas, tintóreas,pez, alquitrán, mástiles, cuerdas y todos los materiales empleados en la nave que trajo cualquiera de lasmercancías empleadas por cualquiera de los obreros, a cualquier parte del mundo, todo lo cual sería casiimposible, o por lo menos demasiado largo, para su cálculo.

44. Por todo lo cual es evidente, que aunque las cosas de la naturaleza hayan sido dadas en común, elhombre (como dueño de sí mismo, y propietario de su persona y de las acciones o trabajo de ella) teníacon todo en sí mismo el gran fundamento de la propiedad; y que lo que constituyera la suma parte de loaplicado al mantenimiento o comodidad de su ser, cuando la invención y las artes hubieron mejorado lasconveniencias de la vida, a él pertenecía y no, en común, a los demás.

45. Así el trabajo, en los comienzos, confirió un derecho de propiedad a quienquiera que gustara devalerse de él sobre el bien común; y éste siguió siendo por largo tiempo la parte muchísimo mayor, y estodavía más vasta que aquella de que se sirve la humanidad. Los hombres, al principio, en su mayor copia,contentábanse con aquello que la no ayudada naturaleza ofrecía a sus necesidades; pero después, en algu-nos parajes del mundo, donde el aumento de gentes y existencias, con el uso del dinero, había hecho quela tierra escaseara y consiguiera por ello algún valor, las diversas comunidades establecieron los límites desus distintos territorios, y mediante leyes regularon entre ellas las propiedades de los miembros particula-res de su sociedad, y así, por convenio y acuerdo, establecieron la propiedad que el trabajo y la industriaempezaron. Y las ligas hechas entre diversos Estados y Reinos, expresa o tácitamente, renunciando a todareclamación y derecho sobre la tierra poseída por la otra parte, abandonaron, por común consentimiento,sus pretensiones al derecho natural común que inicialmente tuvieron sobre dichos países; y de esta suer-te, por positivo acuerdo, entre sí establecieron la propiedad en distintas partes del mundo; mas con todo

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existen todavía grandes extensiones de tierras no descubiertas, cuyos habitantes, por no haberse unido alresto de la humanidad en el consentimiento del uso de su moneda común, dejaron sin cultivar, y en mayorabundancia que las gentes que en ella moran o utilizarlas puedan, y así siguen tenidas en común, cosa querara vez se produce entre la parte de humanidad que asintió al uso del dinero.

46. El mayor número de las cosas realmente útiles a la vida del hombre y que la necesidad de subsistirhizo a los primeros comuneros del mundo andar buscando -como a los americanos hoy-, son generalmentede breve duración, de las que, no consumidas por el uso, será menester que se deterioren y perezcan. El oro,plata y diamantes, cosas son valoradas por el capricho o un entendimiento de las gentes, más que por elverdadero uso y necesario mantenimiento de la vida. Ahora, bien a esas buenas cosas que la naturaleza nosprocurara en común, cada cual tenía derecho (como se dijo) hasta la cantidad que pudiera utilizar, y gozabade propiedad sobre cuanto con su labor efectuara; todo cuanto pudiera abarcar su industria, alterando elestado inicial de la naturaleza, suyo era. El que había recogido cien celemines de bellotas o manzanas gozabade propiedad sobre ellos; bienes suyos eran desde el momento de la recolección. Sólo debía cuidar de usarlosantes de que se destruyeran, pues de otra suerte habría tomado más que su parte y robado a los demás.Y ciertamente hubiera sido necesidad, no menos que fraude, atesorar más de lo utilizable. Si daba partede ello a cualquiera, de modo que no pereciera inútilmente en su posesión, el beneficiado debía tambiénutilizarlo. Y si trocaba ciruelas, que se hubieran podrido en una semana, por nueces, que podían durar parasu alimento un año entero, no causaba agravio; no malograba las comunes existencias; no destruía partede esa porción de bienes que correspondían a los demás, mientras nada pereciera innecesariamente en susmanos. Asimismo, si quería ceder sus nueces por una pieza de metal, porque el color le gustare, o cambiarsus ovejas por cáscaras, o su lana por una guija centelleante o diamante, y guardar esto toda su vida, noinvadía el derecho ajeno; podía amontonar todo el acervo que quisiera de esas cosas perpetuas; pues lo quesobrepasaba los límites de su propiedad cabal no era la extensión de sus bienes, sino la pérdida inútil decualquier parte de ellos.

47. Y así se llegó al uso de la moneda, cosa duradera que los hombres podían conservar sin que se deterio-rara, y que, por consentimiento mutuo, los hombres utilizarían a cambio de los elementos verdaderamenteútiles, pero perecederos, de la vida.

48. Y dado que los diferentes grados de industria pudieron dar al hombre posesiones en proporcionesdiferentes, vino todavía ese invento del dinero a aumentar la oportunidad de continuar y extender dichosdominios. Supongamos la existencia de una isla, separada de todo posible comercio con el resto del mundo,en que no hubiere más que cien familias, pero con ovejas, caballos, vacas y otros útiles animales, sanosfrutos y tierra bastante para el trigo, que bastara a cien mil veces más habitantes, pero sin cosa alguna enaquel suelo -porque todo fuera común o perecedero-, adecuada para suplir la falta dé la moneda. ¿Quémotivo hubiera tenido nadie para ensanchar sus posesiones más allá del uso de su familia y una provisiónabundante para su consumo, ya de lo que su propia industria obtuviera, ya de lo que le rindiera el truequepor útiles y perecederas mercancías de los demás? Donde no existiere algo a la vez duradero y escaso, y detal valor que mereciere ser atesorado, no podrán los hombres ensanchar sus posesiones de tierras, por ricasque ellas sean y por libres de tomarlas que estén ellos. Porque, pregunto yo, ¿qué le valdrían a uno diez milo cien mil estadales de tierra excelente, de fácil cultivo y además bien provista de ganado, en el centro de lastierras americanas interiores, sin esperanzas de comercio con otras partes del mundo, si hubiere de obtenerdinero por la venta del producto?, No conseguiría ni el valor de la cerca, y le veríamos devolver al comúnerial de la naturaleza todo cuanto pasara del terrazgo que le proveyere de lo necesario para vivir en aquelsuelo, él y su familia.

49. Así, en los comienzos, todo el mundo era América, y más acusadamente entonces que hoy; porquela moneda no era en paraje alguno conocida. Pero hállese algo que tenga uso y valor de moneda entre losvecinos, y ya al mismo hombre empezará a poco a ensanchar sus posesiones.

50.Mas ya que el oro y plata, poco útiles para la vida humana proporcionalmente a los alimentos, vestidoy acarreo, reciben su valor tan sólo del consentimiento de los hombres -en la medida, en buena parte, del

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trabajo- es llano que el consentimiento de los hombres ha convenido en una posesión desproporcionaday desigual de la tierra: digo donde faltaren los hitos de la sociedad y de su pacto. Porque en los paísesgobernados las leyes lo regulan, por haber, mediante consentimiento, hallándose y convenidose un modopor el cual el hombre puede, rectamente y sin agravio, poseer más de lo que sabrá utilizar, recibiendo oro yplata que pueden continuar por largo tiempo en su posesión sin que se deteriore el sobrante, y mediante elconcierto de que dichos metales tengan un valor.

51. Y así entiendo que es facilísimo concebir, sin dificultad alguna, cómo el trabajo empezó dando títulode propiedad sobre as cosas comunes de la naturaleza, y cómo la inversión para nuestro uso lo limitó; demodo que no pudo haber motivo de contienda sobre los títulos, ni duda alguna sobre la extensión del bienque conferían. Derecho y conveniencia iban estrechamente unidos. Porque el hombre tenía derecho a cuantopudiere atender con su trabajo, de modo que se hallaba a cubierto de la tentación de trabajar para conseguirmás de lo que pudiera valerle. Eso no dejaba lugar a controversia sobre el título ni a intrusión en el derechoajeno. Fácil era de ver qué porción tomaba cada cual para sí; y hubiera sido inútil, a la par que fraudulento,tomar demasiado o simplemente más de lo fijado por la necesidad.

Centesimus annus¹¹Juan Pablo II

En “Centesimus annus”, Juan Pablo II confirma el carácter natural de la propiedad privada, in-cluidos los medios de producción, pero insiste también lo que llama “el destino común de losbienes”, en el contexto de la economía contemporánea, industrial y postindustrial. Añade porello interesantes consideraciones relativas a formas modernas de trabajo y propiedad en el con-texto de la empresa y la economía global y su relación con los grupos humanos más elemen-tales, como las familias, y con cada uno de los seres humanos: no parece haber una primacíade la propiedad privada sobre la colectiva ni viceversa, sino más bien constituyen dos aspectosinseparables de la apropiación humana de los recursos naturales y la producción de los mediosnecesarios para la subsistencia.

30. En la Rerum novarum León XIII afirmaba enérgicamente y con varios argumentos el carácter natural delderecho a la propiedad privada, en contra del socialismo de su tiempo ⁶⁵. Este derecho, fundamental entoda persona para su autonomía y su desarrollo, ha sido defendido siempre por la Iglesia hasta nuestrosdías. Asimismo, la Iglesia enseña que la propiedad de los bienes no es un derecho absoluto, ya que en sunaturaleza de derecho humano lleva inscrita la propia limitación.

A la vez que proclamaba con fuerza el derecho a la propiedad privada, el Pontífice afirmaba con igualclaridad que el «uso» de los bienes, confiado a la propia libertad, está subordinado al destino primigenio ycomún de los bienes creados y también a la voluntad de Jesucristo, manifestada en el Evangelio. Escribía aeste respecto: «Así pues los afortunados quedan avisados...; los ricos deben temer las tremendas amenazasde Jesucristo, ya que más pronto o más tarde habrán de dar cuenta severísima al divino Juez del uso de lasriquezas»; y, citando a santo Tomás de Aquino, añadía: «Si se pregunta cómo debe ser el uso de los bienes, laIglesia responderá sin vacilación alguna: ”a este respecto el hombre no debe considerar los bienes externoscomo propios, sino como comunes”... porque ”por encima de las leyes y de los juicios de los hombres estála ley, el juicio de Cristo”»⁶⁶.

Los sucesores de León XIII han repetido esta doble afirmación: la necesidad y, por tanto, la licitud de lapropiedad privada, así como los límites que pesan sobre ella ⁶⁷. También el Concilio Vaticano II ha propues-to de nuevo la doctrina tradicional con palabras que merecen ser citadas aquí textualmente: «El hombre,usando estos bienes, no debe considerar las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente

¹¹ J P II, Centesimus Annus, c. 4.

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suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también alos demás». Y un poco más adelante: «La propiedad privada o un cierto dominio sobre los bienes externosaseguran a cada cual una zona absolutamente necesaria de autonomía personal y familiar, y deben ser con-siderados como una ampliación de la libertad humana... La propiedad privada, por su misma naturaleza,tiene también una índole social, cuyo fundamento reside en el destino común de los bienes»⁶⁸. La mismadoctrina social ha sido objeto de consideración por mi parte, primeramente en el discurso a la III Conferenciadel Episcopado latinoamericano en Puebla y posteriormente en las encíclicas Laborem exercens ySollicitudorei socialis ⁶⁹.

31. Releyendo estas enseñanzas sobre el derecho a la propiedad y el destino común de los bienes enrelación con nuestro tiempo, se puede plantear la cuestión acerca del origen de los bienes que sustentan lavida del hombre, que satisfacen sus necesidades y son objeto de sus derechos.

El origen primigenio de todo lo que es un bien es el acto mismo de Dios que ha creado el mundo y elhombre, y que ha dado a éste la tierra para que la domine con su trabajo y goce de sus frutos (cf. Gn1, 28-29).Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir anadie ni privilegiar a ninguno. He ahí, pues, la raíz primera del destino universal de los bienes de la tierra.Ésta, por su misma fecundidad y capacidad de satisfacer las necesidades del hombre, es el primer don deDios para el sustento de la vida humana. Ahora bien, la tierra no da sus frutos sin una peculiar respuestadel hombre al don de Dios, es decir, sin el trabajo. Mediante el trabajo, el hombre, usando su inteligenciay su libertad, logra dominarla y hacer de ella su digna morada. De este modo, se apropia una parte de latierra, la que se ha conquistado con su trabajo: he ahí el origen de la propiedad individual. Obviamente leincumbe también la responsabilidad de no impedir que otros hombres obtengan su parte del don de Dios,es más, debe cooperar con ellos para dominar juntos toda la tierra.

A lo largo de la historia, en los comienzos de toda sociedad humana, encontramos siempre estos dosfactores, el trabajo y la tierra; en cambio, no siempre hay entre ellos la misma relación. En otros tiempos lanatural fecundidad de la tierra aparecía, y era de hecho, como el factor principal de riqueza, mientras que eltrabajo servía de ayuda y favorecía tal fecundidad. En nuestro tiempo es cada vez más importante el papeldel trabajo humano en cuanto factor productivo de las riquezas inmateriales y materiales; por otra parte, esevidente que el trabajo de un hombre se conecta naturalmente con el de otros hombres. Hoy más que nunca,trabajar es trabajar con otros y trabajar para otros: es hacer algo para alguien. El trabajo es tanto más fecundoy productivo, cuanto el hombre se hace más capaz de conocer las potencialidades productivas de la tierra yver en profundidad las necesidades de los otros hombres, para quienes se trabaja.

32. Existe otra forma de propiedad, concretamente en nuestro tiempo, que tiene una importancia noinferior a la de la tierra: es la propiedad del conocimiento, de la técnica y del saber. En este tipo de propiedad,mucho más que en los recursos naturales, se funda la riqueza de las naciones industrializadas.

Se ha aludido al hecho de que el hombre trabaja con los otros hombres, tomando parte en un «trabajo social»que abarca círculos progresivamente más amplios. Quien produce una cosa lo hace generalmente —apartedel uso personal que de ella pueda hacer— para que otros puedan disfrutar de la misma, después de ha-ber pagado el justo precio, establecido de común acuerdo mediante una libre negociación. Precisamente lacapacidad de conocer oportunamente las necesidades de los demás hombres y el conjunto de los factoresproductivos más apropiados para satisfacerlas es otra fuente importante de riqueza en una sociedad mo-derna. Por lo demás, muchos bienes no pueden ser producidos de manera adecuada por un solo individuo,sino que exigen la colaboración de muchos. Organizar ese esfuerzo productivo, programar su duración enel tiempo, procurar que corresponda de manera positiva a las necesidades que debe satisfacer, asumiendolos riesgos necesarios: todo esto es también una fuente de riqueza en la sociedad actual. Así se hace cadavez más evidente y determinante el papel del trabajo humano, disciplinado y creativo, y el de las capacidades deiniciativa y de espíritu emprendedor, como parte esencial del mismo trabajo ⁷⁰.

Dicho proceso, que pone concretamente de manifiesto una verdad sobre la persona, afirmada sin cesarpor el cristianismo, debe ser mirado con atención y positivamente. En efecto, el principal recurso del hombre

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es, junto con la tierra, el hombre mismo. Es su inteligencia la que descubre las potencialidades productivasde la tierra y las múltiples modalidades con que se pueden satisfacer las necesidades humanas. Es su traba-jo disciplinado, en solidaria colaboración, el que permite la creación de comunidades de trabajo cada vez másamplias y seguras para llevar a cabo la transformación del ambiente natural y la del mismo ambiente hu-mano. En este proceso están comprometidas importantes virtudes, como son la diligencia, la laboriosidad,la prudencia en asumir los riesgos razonables, la fiabilidad y la lealtad en las relaciones interpersonales,la resolución de ánimo en la ejecución de decisiones difíciles y dolorosas, pero necesarias para el trabajocomún de la empresa y para hacer frente a los eventuales reveses de fortuna.

La moderna economía de empresa comporta aspectos positivos, cuya raíz es la libertad de la persona, quese expresa en el campo económico y en otros campos. En efecto, la economía es un sector de la múltipleactividad humana y en ella, como en todos los demás campos, es tan válido el derecho a la libertad como eldeber de hacer uso responsable del mismo. Hay, además, diferencias específicas entre estas tendencias de lasociedad moderna y las del pasado incluso reciente. Si en otros tiempos el factor decisivo de la producciónera la tierra y luego lo fue el capital, entendido como conjunto masivo de maquinaria y de bienes instrumen-tales, hoy día el factor decisivo es cada vez más el hombre mismo, es decir, su capacidad de conocimiento,que se pone de manifiesto mediante el saber científico, y su capacidad de organización solidaria, así comola de intuir y satisfacer las necesidades de los demás.

33. Sin embargo, es necesario descubrir y hacer presentes los riesgos y los problemas relacionados coneste tipo de proceso. De hecho, hoy muchos hombres, quizá la gran mayoría, no disponen de medios que lespermitan entrar de manera efectiva y humanamente digna en un sistema de empresa, donde el trabajo ocupauna posición realmente central. No tienen posibilidad de adquirir los conocimientos básicos, que les ayudena expresar su creatividad y desarrollar sus capacidades. No consiguen entrar en la red de conocimientos yde intercomunicaciones que les permitiría ver apreciadas y utilizadas sus cualidades. Ellos, aunque no ex-plotados propiamente, son marginados ampliamente y el desarrollo económico se realiza, por así decirlo,por encima de su alcance, limitando incluso los espacios ya reducidos de sus antiguas economías de sub-sistencia. Esos hombres, impotentes para resistir a la competencia de mercancías producidas con métodosnuevos y que satisfacen necesidades que anteriormente ellos solían afrontar con sus formas organizativastradicionales, ofuscados por el esplendor de una ostentosa opulencia, inalcanzable para ellos, coartados a suvez por la necesidad, esos hombres forman verdaderas aglomeraciones en las ciudades del Tercer Mundo,donde a menudo se ven desarraigados culturalmente, en medio de situaciones de violencia y sin posibili-dad de integración. No se les reconoce, de hecho, su dignidad y, en ocasiones, se trata de eliminarlos de lahistoria mediante formas coactivas de control demográfico, contrarias a la dignidad humana.

Otros muchos hombres, aun no estando marginados del todo, viven en ambientes donde la lucha por lonecesario es absolutamente prioritaria y donde están vigentes todavía las reglas del capitalismo primitivo,junto con una despiadada situación que no tiene nada que envidiar a la de los momentos más oscuros dela primera fase de industrialización. En otros casos sigue siendo la tierra el elemento principal del procesoeconómico, con lo cual quienes la cultivan, al ser excluidos de su propiedad, se ven reducidos a condicionesde semi-esclavitud ⁷¹. Ante estos casos, se puede hablar hoy día, como en tiempos de la Rerum novarum, deuna explotación inhumana. A pesar de los grandes cambios acaecidos en las sociedades más avanzadas, lascarencias humanas del capitalismo, con el consiguiente dominio de las cosas sobre los hombres, están lejosde haber desaparecido; es más, para los pobres, a la falta de bienes materiales se ha añadido la del saber yde conocimientos, que les impide salir del estado de humillante dependencia.

Por desgracia, la gran mayoría de los habitantes del Tercer Mundo vive aún en esas condiciones. Sería, sinembargo, un error entender este mundo en sentido solamente geográfico. En algunas regiones y en sectoressociales del mismo se han emprendido procesos de desarrollo orientados no tanto a la valoración de losrecursos materiales, cuanto a la del «recurso humano».

En años recientes se ha afirmado que el desarrollo de los países más pobres dependía del aislamiento delmercado mundial, así como de su confianza exclusiva en las propias fuerzas. La historia reciente ha puesto

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de manifiesto que los países que se han marginado han experimentado un estancamiento y retroceso; encambio, han experimentado un desarrollo los países que han logrado introducirse en la interrelación generalde las actividades económicas a nivel internacional. Parece, pues, que el mayor problema está en conseguirun acceso equitativo al mercado internacional, fundado no sobre el principio unilateral de la explotación delos recursos naturales, sino sobre la valoración de los recursos humanos ⁷².

Con todo, aspectos típicos del Tercer Mundo se dan también en los países desarrollados, donde la trans-formación incesante de los modos de producción y de consumo devalúa ciertos conocimientos ya adquiridosy profesionalidades consolidadas, exigiendo un esfuerzo continuo de recalificación y de puesta al día. Losque no logran ir al compás de los tiempos pueden quedar fácilmente marginados, y junto con ellos, lo sontambién los ancianos, los jóvenes incapaces de inserirse en la vida social y, en general, las personas másdébiles y el llamado Cuarto Mundo. La situación de la mujer en estas condiciones no es nada fácil.

34. Da la impresión de que, tanto a nivel de naciones, como de relaciones internacionales, el libre mercadoes el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder eficazmente a las necesidades. Sin embar-go, esto vale sólo para aquellas necesidades que son «solventables», con poder adquisitivo, y para aquellosrecursos que son «vendibles», esto es, capaces de alcanzar un precio conveniente. Pero existen numero-sas necesidades humanas que no tienen salida en el mercado. Es un estricto deber de justicia y de verdadimpedir que queden sin satisfacer las necesidades humanas fundamentales y que perezcan los hombresoprimidos por ellas. Además, es preciso que se ayude a estos hombres necesitados a conseguir los conoci-mientos, a entrar en el círculo de las interrelaciones, a desarrollar sus aptitudes para poder valorar mejorsus capacidades y recursos. Por encima de la lógica de los intercambios a base de los parámetros y de susformas justas, existe algo que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su eminente dignidad. Estealgo debido conlleva inseparablemente la posibilidad de sobrevivir y de participar activamente en el biencomún de la humanidad.

En el contexto del Tercer Mundo conservan toda su validez —y en ciertos casos son todavía una meta poralcanzar— los objetivos indicados por la Rerum novarum, para evitar que el trabajo del hombre y el hombremismo se reduzcan al nivel de simple mercancía: el salario suficiente para la vida de familia, los segurossociales para la vejez y el desempleo, la adecuada tutela de las condiciones de trabajo.

35. Se abre aquí un vasto y fecundo campo de acción y de lucha, en nombre de la justicia, para los sindicatos ydemás organizaciones de los trabajadores, que defienden sus derechos y tutelan su persona, desempeñandoal mismo tiempo una función esencial de carácter cultural, para hacerles participar de manera más plena ydigna en la vida de la nación y ayudarles en la vía del desarrollo.

En este sentido se puede hablar justamente de lucha contra un sistema económico, entendido comométodo que asegura el predominio absoluto del capital, la posesión de los medios de producción y la tierra,respecto a la libre subjetividad del trabajo del hombre ⁷³. En la lucha contra este sistema no se pone, comomodelo alternativo, el sistema socialista, que de hecho es un capitalismo de Estado, sinouna sociedad basadaen el trabajo libre, en la empresa y en la participación. Esta sociedad tampoco se opone al mercado, sino que exigeque éste sea controlado oportunamente por las fuerzas sociales y por el Estado, de manera que se garanticela satisfacción de las exigencias fundamentales de toda la sociedad.

La Iglesia reconoce la justa función de los beneficios, como índice de la buena marcha de la empresa. Cuan-do una empresa da beneficios significa que los factores productivos han sido utilizados adecuadamente yque las correspondientes necesidades humanas han sido satisfechas debidamente. Sin embargo, los benefi-cios no son el único índice de las condiciones de la empresa. Es posible que los balances económicos seancorrectos y que al mismo tiempo los hombres, que constituyen el patrimonio más valioso de la empresa,sean humillados y ofendidos en su dignidad. Además de ser moralmente inadmisible, esto no puede menosde tener reflejos negativos para el futuro, hasta para la eficiencia económica de la empresa. En efecto, fina-lidad de la empresa no es simplemente la producción de beneficios, sino más bien la existencia misma dela empresa como comunidad de hombres que, de diversas maneras, buscan la satisfacción de sus necesidadesfundamentales y constituyen un grupo particular al servicio de la sociedad entera. Los beneficios son un ele-

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mento regulador de la vida de la empresa, pero no el único; junto con ellos hay que considerar otros factoreshumanos y morales que, a largo plazo, son por lo menos igualmente esenciales para la vida de la empresa.

Queda mostrado cuán inaceptable es la afirmación de que la derrota del socialismo deja al capitalismocomo único modelo de organización económica. Hay que romper las barreras y los monopolios que colocana tantos pueblos al margen del desarrollo, y asegurar a todos —individuos y naciones— las condicionesbásicas que permitan participar en dicho desarrollo. Este objetivo exige esfuerzos programados y responsa-bles por parte de toda la comunidad internacional. Es necesario que las naciones más fuertes sepan ofrecer alas más débiles oportunidades de inserción en la vida internacional; que las más débiles sepan aceptar estasoportunidades, haciendo los esfuerzos y los sacrificios necesarios para ello, asegurando la estabilidad delmarco político y económico, la certeza de perspectivas para el futuro, el desarrollo de las capacidades de lospropios trabajadores, la formación de empresarios eficientes y conscientes de sus responsabilidades ⁷⁴.

Actualmente, sobre los esfuerzos positivos que se han llevado a cabo en este sentido grava el problema,todavía no resuelto en gran parte, de la deuda exterior de los países más pobres. Es ciertamente justo elprincipio de que las deudas deben ser pagadas. No es lícito, en cambio, exigir o pretender su pago, cuan-do éste vendría a imponer de hecho opciones políticas tales que llevaran al hambre y a la desesperación apoblaciones enteras. No se puede pretender que las deudas contraídas sean pagadas con sacrificios insopor-tables. En estos casos es necesario —como, por lo demás, está ocurriendo en parte— encontrar modalidadesde reducción, dilación o extinción de la deuda, compatibles con el derecho fundamental de los pueblos a lasubsistencia y al progreso.

36. Conviene ahora dirigir la atención a los problemas específicos y a las amenazas, que surgen dentrode las economías más avanzadas y en relación con sus peculiares características. En las precedentes fases dedesarrollo, el hombre ha vivido siempre condicionado bajo el peso de la necesidad. Las cosas necesarias eranpocas, ya fijadas de alguna manera por las estructuras objetivas de su constitución corpórea, y la actividadeconómica estaba orientada a satisfacerlas. Está claro, sin embargo, que hoy el problema no es sólo ofreceruna cantidad de bienes suficientes, sino el de responder a un demanda de calidad: calidad de la mercancíaque se produce y se consume; calidad de los servicios que se disfrutan; calidad del ambiente y de la vida engeneral.

La demanda de una existencia cualitativamente más satisfactoria y más rica es algo en sí legítimo; sinembargo hay que poner de relieve las nuevas responsabilidades y peligros anejos a esta fase histórica. Enel mundo, donde surgen y se delimitan nuevas necesidades, se da siempre una concepción más o menosadecuada del hombre y de su verdadero bien. A través de las opciones de producción y de consumo se ponede manifiesto una determinada cultura, como concepción global de la vida. De ahí nace el fenómeno del con-sumismo. Al descubrir nuevas necesidades y nuevas modalidades para su satisfacción, es necesario dejarseguiar por una imagen integral del hombre, que respete todas las dimensiones de su ser y que subordine lasmateriales e instintivas a las interiores y espirituales. Por el contrario, al dirigirse directamente a sus instin-tos, prescindiendo en uno u otro modo de su realidad personal, consciente y libre, se pueden crear hábitosde consumo y estilos de vida objetivamente ilícitos y con frecuencia incluso perjudiciales para su salud física yespiritual. El sistema económico no posee en sí mismo criterios que permitan distinguir correctamente lasnuevas y más elevadas formas de satisfacción de las nuevas necesidades humanas, que son un obstáculo pa-ra la formación de una personalidad madura. Es, pues, necesaria y urgente una gran obra educativa y cultural,que comprenda la educación de los consumidores para un uso responsable de su capacidad de elección, laformación de un profundo sentido de responsabilidad en los productores y sobre todo en los profesionalesde los medios de comunicación social, además de la necesaria intervención de las autoridades públicas.

Un ejemplo llamativo de consumismo, contrario a la salud y a la dignidad del hombre y que ciertamenteno es fácil controlar, es el de la droga. Su difusión es índice de una grave disfunción del sistema social, quesupone una visión materialista y, en cierto sentido, destructiva de las necesidades humanas. De este modola capacidad innovadora de la economía libre termina por realizarse de manera unilateral e inadecuada.La droga, así como la pornografía y otras formas de consumismo, al explotar la fragilidad de los débiles,

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pretenden llenar el vacío espiritual que se ha venido a crear.No es malo el deseo de vivir mejor, pero es equivocado el estilo de vida que se presume como mejor,

cuando está orientado a tener y no a ser, y que quiere tener más no para ser más, sino para consumir laexistencia en un goce que se propone como fin en sí mismo ⁷⁵. Por esto, es necesario esforzarse por implantarestilos de vida, a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunióncon los demás hombres para un crecimiento común sean los elementos que determinen las opciones delconsumo, de los ahorros y de las inversiones. A este respecto, no puedo limitarme a recordar el deber de lacaridad, esto es, el deber de ayudar con lo propio «superfluo» y, a veces, incluso con lo propio «necesario»,para dar al pobre lo indispensable para vivir. Me refiero al hecho de que también la opción de invertir en unlugar y no en otro, en un sector productivo en vez de otro, es siempre una opciónmoral y cultural.Dadas ciertascondiciones económicas y de estabilidad política absolutamente imprescindibles, la decisión de invertir,esto es, de ofrecer a un pueblo la ocasión de dar valor al propio trabajo, está asimismo determinada por unaactitud de querer ayudar y por la confianza en la Providencia, lo cual muestra las cualidades humanas dequien decide.

37. Es asimismo preocupante, junto con el problema del consumismo y estrictamente vinculado conél, la cuestión ecológica. El hombre, impulsado por el deseo de tener y gozar, más que de ser y de crecer,consume de manera excesiva y desordenada los recursos de la tierra y su misma vida. En la raíz de lainsensata destrucción del ambiente natural hay un error antropológico, por desgracia muy difundido ennuestro tiempo. El hombre, que descubre su capacidad de transformar y, en cierto sentido, de «crear» elmundo con el propio trabajo, olvida que éste se desarrolla siempre sobre la base de la primera y originariadonación de las cosas por parte de Dios. Cree que puede disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndolasin reservas a su voluntad como si ella no tuviese una fisonomía propia y un destino anterior dados por Dios,y que el hombre puede desarrollar ciertamente, pero que no debe traicionar. En vez de desempeñar su papelde colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebeliónde la naturaleza, más bien tiranizada que gobernada por él ⁷⁶.

Esto demuestra, sobre todo, mezquindad o estrechez de miras del hombre, animado por el deseo deposeer las cosas en vez de relacionarlas con la verdad, y falto de aquella actitud desinteresada, gratuita,estética que nace del asombro por el ser y por la belleza que permite leer en las cosas visibles el mensaje deDios invisible que las ha creado. A este respecto, la humanidad de hoy debe ser consciente de sus deberesy de su cometido para con las generaciones futuras.

38. Además de la destrucción irracional del ambiente natural hay que recordar aquí la más grave aún delambiente humano, al que, sin embargo, se está lejos de prestar la necesaria atención. Mientras nos preocupa-mos justamente, aunque mucho menos de lo necesario, de preservar los «habitat» naturales de las diversasespecies animales amenazadas de extinción, porque nos damos cuenta de que cada una de ellas aporta supropia contribución al equilibrio general de la tierra, nos esforzamos muy poco por salvaguardar las condi-ciones morales de una auténtica «ecología humana». No sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cualdebe usarla respetando la intención originaria de que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso elhombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de laque ha sido dotado. Hay que mencionar en este contexto los graves problemas de la moderna urbanización,la necesidad de un urbanismo preocupado por la vida de las personas, así como la debida atención a una«ecología social» del trabajo.

El hombre recibe de Dios su dignidad esencial y con ella la capacidad de trascender todo ordenamientode la sociedad hacia la verdad y el bien. Sin embargo, está condicionado por la estructura social en que vive,por la educación recibida y por el ambiente. Estos elementos pueden facilitar u obstaculizar su vivir segúnla verdad. Las decisiones, gracias a las cuales se constituye un ambiente humano, pueden crear estructurasconcretas de pecado, impidiendo la plena realización de quienes son oprimidos de diversas maneras por lasmismas. Demoler tales estructuras y sustituirlas con formas más auténticas de convivencia es un cometidoque exige valentía y paciencia ⁷⁷.

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3. Las comunidades intermedias 79

39. La primera estructura fundamental a favor de la «ecología humana» es la familia, en cuyo seno elhombre recibe las primeras nociones sobre la verdad y el bien; aprende qué quiere decir amar y ser amado,y por consiguiente qué quiere decir en concreto ser una persona. Se entiende aquí la familia fundada enel matrimonio, en el que el don recíproco de sí por parte del hombre y de la mujer crea un ambiente devida en el cual el niño puede nacer y desarrollar sus potencialidades, hacerse consciente de su dignidad yprepararse a afrontar su destino único e irrepetible. En cambio, sucede con frecuencia que el hombre se sientedesanimado a realizar las condiciones auténticas de la reproducción humana y se ve inducido a considerarla propia vida y a sí mismo como un conjunto de sensaciones que hay que experimentar más bien que comouna obra a realizar. De aquí nace una falta de libertad que le hace renunciar al compromiso de vincularse demanera estable con otra persona y engendrar hijos, o bien le mueve a considerar a éstos como una de tantas«cosas» que es posible tener o no tener, según los propios gustos, y que se presentan como otras opciones.

Hay que volver a considerar la familia como el santuario de la vida. En efecto, es sagrada: es el ámbitodonde la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra los múltiples ataquesa que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano. Contrala llamada cultura de la muerte, la familia constituye la sede de la cultura de la vida.

El ingenio del hombre parece orientarse, en este campo, a limitar, suprimir o anular las fuentes de lavida, recurriendo incluso al aborto, tan extendido por desgracia en el mundo, más que a defender y abrirlas posibilidades a la vida misma. En la encíclica Sollicitudo rei socialis han sido denunciadas las campañassistemáticas contra la natalidad, que, sobre la base de una concepción deformada del problema demográficoy en un clima de «absoluta falta de respeto por la libertad de decisión de las personas interesadas», lassometen frecuentemente a «intolerables presiones... para plegarlas a esta forma nueva de opresión»⁷⁸. Setrata de políticas que con técnicas nuevas extienden su radio de acción hasta llegar, como en una «guerraquímica», a envenenar la vida de millones de seres humanos indefensos.

Estas críticas van dirigidas no tanto contra un sistema económico, cuanto contra un sistema ético-cultural.En efecto, la economía es sólo un aspecto y una dimensión de la compleja actividad humana. Si es absoluti-zada, si la producción y el consumo de las mercancías ocupan el centro de la vida social y se convierten en elúnico valor de la sociedad, no subordinado a ningún otro, la causa hay que buscarla no sólo y no tanto en elsistema económico mismo, cuanto en el hecho de que todo el sistema sociocultural, al ignorar la dimensiónética y religiosa, se ha debilitado, limitándose únicamente a la producción de bienes y servicios ⁷⁹.

Todo esto se puede resumir afirmando una vez más que la libertad económica es solamente un elementode la libertad humana. Cuando aquella se vuelve autónoma, es decir, cuando el hombre es consideradomás como un productor o un consumidor de bienes que como un sujeto que produce y consume para vivir,entonces pierde su necesaria relación con la persona humana y termina por alienarla y oprimirla ⁸⁰.

40. Es deber del Estado proveer a la defensa y tutela de los bienes colectivos, como son el ambientenatural y el ambiente humano, cuya salvaguardia no puede estar asegurada por los simples mecanismosde mercado. Así como en tiempos del viejo capitalismo el Estado tenía el deber de defender los derechosfundamentales del trabajo, así ahora con el nuevo capitalismo el Estado y la sociedad tienen el deber dedefender los bienes colectivos que, entre otras cosas, constituyen el único marco dentro del cual es posible paracada uno conseguir legítimamente sus fines individuales.

He ahí un nuevo límite del mercado: existen necesidades colectivas y cualitativas que no pueden sersatisfechas mediante sus mecanismos; hay exigencias humanas importantes que escapan a su lógica; haybienes que, por su naturaleza, no se pueden ni se deben vender o comprar. Ciertamente, los mecanismosde mercado ofrecen ventajas seguras; ayudan, entre otras cosas, a utilizar mejor los recursos; favorecenel intercambio de los productos y, sobre todo, dan la prima- cía a la voluntad y a las preferencias de lapersona, que, en el contrato, se confrontan con las de otras personas. No obstante, conllevan el riesgo deuna «idolatría» del mercado, que ignora la existencia de bienes que, por su naturaleza, no son ni pueden sersimples mercancías.

41. El marxismo ha criticado las sociedades burguesas y capitalistas, reprochándoles la mercantilización

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y la alienación de la existencia humana. Ciertamente, este reproche está basado sobre una concepción equi-vocada e inadecuada de la alienación, según la cual ésta depende únicamente de la esfera de las relacionesde producción y propiedad, esto es, atribuyéndole un fundamento materialista y negando, además, la le-gitimidad y la positividad de las relaciones de mercado incluso en su propio ámbito. El marxismo acabaafirmando así que sólo en una sociedad de tipo colectivista podría erradicarse la alienación. Ahora bien, laexperiencia histórica de los países socialistas ha demostrado tristemente que el colectivismo no acaba conla alienación, sino que más bien la incrementa, al añadirle la penuria de las cosas necesarias y la ineficaciaeconómica.

La experiencia histórica de Occidente, por su parte, demuestra que, si bien el análisis y el fundamentomarxista de la alienación son falsas, sin embargo la alienación, junto con la pérdida del sentido auténticode la existencia, es una realidad incluso en las sociedades occidentales. En efecto, la alienación se verificaen el consumo, cuando el hombre se ve implicado en una red de satisfacciones falsas y superficiales, en vezde ser ayudado a experimentar su personalidad auténtica y concreta. La alienación se verifica también enel trabajo, cuando se organiza de manera tal que «maximaliza» solamente sus frutos y ganancias y no sepreocupa de que el trabajador, mediante el propio trabajo, se realice como hombre, según que aumente suparticipación en una auténtica comunidad solidaria, o bien su aislamiento en un complejo de relaciones deexacerbada competencia y de recíproca exclusión, en la cual es considerado sólo como un medio y no comoun fin.

Es necesario iluminar, desde la concepción cristiana, el concepto de alienación, descubriendo en él lainversión entre los medios y los fines: el hombre, cuando no reconoce el valor y la grandeza de la personaen sí mismo y en el otro, se priva de hecho de la posibilidad de gozar de la propia humanidad y de estableceruna relación de solidaridad y comunión con los demás hombres, para lo cual fue creado por Dios. En efecto,es mediante la propia donación libre como el hombre se realiza auténticamente a sí mismo ⁸¹, y esta donaciónes posible gracias a la esencial «capacidad de trascendencia» de la persona humana. El hombre no puededarse a un proyecto solamente humano de la realidad, a un ideal abstracto, ni a falsas utopías. En cuantopersona, puede darse a otra persona o a otras personas y, por último, a Dios, que es el autor de su ser y elúnico que puede acoger plenamente su donación ⁸². Se aliena el hombre que rechaza trascenderse a sí mismoy vivir la experiencia de la autodonación y de la formación de una auténtica comunidad humana, orientadaa su destino último que es Dios. Está alienada una sociedad que, en sus formas de organización social, deproducción y consumo, hace más difícil la realización de esta donación y la formación de esa solidaridadinterhumana.

En la sociedad occidental se ha superado la explotación, al menos en las formas analizadas y descritaspor Marx. No se ha superado, en cambio, la alienación en las diversas formas de explotación, cuando loshombres se instrumentalizan mutuamente y, para satisfacer cada vez más refinadamente sus necesidadesparticulares y secundarias, se hacen sordos a las principales y auténticas, que deben regular incluso el modode satisfacer otras necesidades ⁸³. El hombre que se preocupa sólo o prevalentemente de tener y gozar,incapaz de dominar sus instintos y sus pasiones y de subordinarlas mediante la obediencia a la verdad, nopuede ser libre. La obediencia a la verdad sobre Dios y sobre el hombre es la primera condición de la libertad,que le permite ordenar las propias necesidades, los propios deseos y el modo de satisfacerlos según unajusta jerarquía de valores, de manera que la posesión de las cosas sea para él un medio de crecimiento. Unobstáculo a esto puede venir de la manipulación llevada a cabo por los medios de comunicación social,cuando imponen con la fuerza persuasiva de insistentes campañas, modas y corrientes de opinión, sin quesea posible someter a un examen crítico las premisas sobre las que se fundan.

42. Volviendo ahora a la pregunta inicial, ¿se puede decir quizá que, después del fracaso del comunismo,el sistema vencedor sea el capitalismo, y que hacia él estén dirigidos los esfuerzos de los países que tratande reconstruir su economía y su sociedad? ¿Es quizá éste el modelo que es necesario proponer a los paísesdel Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil?

La respuesta obviamente es compleja. Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reco-

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3. Las comunidades intermedias 81

noce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consi-guiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector dela economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de «economíade empresa», «economía de mercado», o simplemente de «economía libre». Pero si por «capitalismo» seentiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido con-texto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particulardimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa.

La solución marxista ha fracasado, pero permanecen en el mundo fenómenos de marginación y explo-tación, especialmente en el Tercer Mundo, así como fenómenos de alienación humana, especialmente en lospaíses más avanzados; contra tales fenómenos se alza con firmeza la voz de la Iglesia. Ingentes muchedum-bres viven aún en condiciones de gran miseria material y moral. El fracaso del sistema comunista en tantospaíses elimina ciertamente un obstáculo a la hora de afrontar de manera adecuada y realista estos proble-mas; pero eso no basta para resolverlos. Es más, existe el riesgo de que se difunda una ideología radical detipo capitalista, que rechaza incluso el tomarlos en consideración, porque a priori considera condenado alfracaso todo intento de afrontarlos y, de forma fideísta, confía su solución al libre desarrollo de las fuerzasde mercado.

43. La Iglesia no tiene modelos para proponer. Los modelos reales y verdaderamente eficaces puedennacer solamente de las diversas situaciones históricas, gracias al esfuerzo de todos los responsables queafronten los problemas concretos en todos sus aspectos sociales, económicos, políticos y culturales que serelacionan entre sí ⁸⁴. Para este objetivo la Iglesia ofrece, comoorientación ideal e indispensable, la propia doctri-na social, la cual —como queda dicho— reconoce la positividad del mercado y de la empresa, pero al mismotiempo indica que éstos han de estar orientados hacia el bien común. Esta doctrina reconoce también la le-gitimidad de los esfuerzos de los trabajadores por conseguir el pleno respeto de su dignidad y espacios másamplios de participación en la vida de la empresa, de manera que, aun trabajando juntamente con otros ybajo la dirección de otros, puedan considerar en cierto sentido que «trabajan en algo propio» ⁸⁵, al ejercitarsu inteligencia y libertad.

El desarrollo integral de la persona humana en el trabajo no contradice, sino que favorece más bienla mayor productividad y eficacia del trabajo mismo, por más que esto puede debilitar centros de poderya consolidados. La empresa no puede considerarse única- mente como una «sociedad de capitales»; es,al mismo tiempo, una «sociedad de personas», en la que entran a formar parte de manera diversa y conresponsabilidades específicas los que aportan el capital necesario para su actividad y los que colaboran consu trabajo. Para conseguir estos fines, sigue siendo necesario todavía un gran movimiento asociativo de lostrabajadores, cuyo objetivo es la liberación y la promoción integral de la persona.

A la luz de las «cosas nuevas» de hoy ha sido considerada nuevamente la relación entre la propiedad indivi-dual o privada y el destino universal de los bienes. El hombre se realiza a sí mismo por medio de su inteligenciay su libertad y, obrando así, asume como objeto e instrumento las cosas del mundo, a la vez que se apropiade ellas. En este modo de actuar se encuentra el fundamento del derecho a la iniciativa y a la propiedadindividual. Mediante su trabajo el hombre se compromete no sólo en favor suyo, sino también en favor delos demás y con los demás: cada uno colabora en el trabajo y en el bien de los otros. El hombre trabaja paracubrir las necesidades de su familia, de la comunidad de la que forma parte, de la nación y, en definitiva,de toda la humanidad ⁸⁶. Colabora, asimismo, en la actividad de los que trabajan en la misma empresa eigualmente en el trabajo de los proveedores o en el consumo de los clientes, en una cadena de solidaridadque se extiende progresivamente. La propiedad de los medios de producción, tanto en el campo industrialcomo agrícola, es justa y legítima cuando se emplea para un trabajo útil; pero resulta ilegítima cuando noes valorada o sirve para impedir el trabajo de los demás u obtener unas ganancias que no son fruto de laexpansión global del trabajo y de la riqueza social, sino más bien de su compresión, de la explotación ilícita,de la especulación y de la ruptura de la solidaridad en el mundo laboral ⁸⁷. Este tipo de propiedad no tieneninguna justificación y constituye un abuso ante Dios y los hombres.

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82 Filosofía Social

La obligación de ganar el pan con el sudor de la propia frente supone, al mismo tiempo, un derecho. Unasociedad en la que este derecho se niegue sistemáticamente y las medidas de política económica no permitana los trabajadores alcanzar niveles satisfactorios de ocupación, no puede conseguir su legitimación ética nila justa paz social ⁸⁸. Así como la persona se realiza plenamente en la libre donación de sí misma, así tambiénla propiedad se justifica moralmente cuando crea, en los debidos modos y circunstancias, oportunidades detrabajo y crecimiento humano para todos.

65. Cf. Enc, Rerum novarum: l. c., 99-107; 131-133.66. Ibid.: l. c., 111.113 s.67. Cf, Pío XI, Enc. Quadragesimo anno, II: l. c., 191; Pío XII, Radiomensaje, 1 de junio de 1941: l, c., 199;

Juan XXIII, Enc. Mater et magistra: l. c., 428-429; Pablo VI, Enc. Populorum progressio, 22-24: l. c., 268 s.68. Const, past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 69; 71.69 Discurso a los Obispos latinoamericanos en Puebla, 28 de enero de 1979, III, 4: AAS 71 (1979),199-201;

Enc, Laborem exercens, 14: l. c., 612-616; Enc. Sollicitudo rei socialis, 42: l. c., 572-574.70. Cf. Enc. Sollicitudo rei socialis, 15: l.c., 528-531.71.Cf. Enc. Laborem exercens, 21: l.c., 632-634.72. Cf. Pablo VI, Enc. Populorum progressio, 33-42: l. c., 273-278.73. Cf. Enc. Laborem exercens, 7: l.c., 592-594.74. Cf. ibid., 8: l. c., 594-598.75. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 35; Pablo VI,

Enc. Populorum progressio, 19: l. c., 266 s.76. Cf. Enc. Sollicitudo rei socialis, 34: l. c., 559 s.; Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990: AAS 82

( 1990), 147-156.77. Cf. Exh. Ap. Reconciliatio et paenitentia (2 diciembre 1984), 16: AAS 77 (1985), 213-217; Pío XI, Enc.

Quadragesimo anno, III: l. c., 219.78. Enc. Sollicitudo rei socialis, 25: l. c., 544.79. Ibid., 34: l. c., 559 s.80. Cf. Enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979), 15: AAS 71 ( 1979), 286-289.81. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const, past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 24.82. Cf . ibid., 41.83. Cf. ibid., 26.84. Cf. ibid. Pablo VI, Cart. Ap. Octogesima adveniens, 2-5: L. c., 402-405.85. Cf. Enc. Laborem exercens, 15: l. c., 616-618.86. Cf. ibid„ 10: l. c., 600-602.87. Cf, ibid„ 14: l. c., 612-616.88. Cf. ibid., 18: l. c., 622-625.

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4. La comunidad política

Política¹²Aristóteles

En la teoría aristotélica las familias son los grupos humanos elementales tanto para la conviven-cia diaria como para la producción de los medios indispensables para la transmisión y preser-vación de la vida; pero una vez satisfechas las necesidades básicas económicas y afectivas quedauna esfera de la que tampoco se puede prescindir, y es la interacción con miembros de otrasfamilias en el contexto de la ciudad. Además de contribuir en la educación de sus ciudadanos,como se señaló en el capítulo anterior, Aristóteles describe en este pasaje las diversas formas enque esta ciudad puede organizarse, y discute las ventajas y desventajas relativas de estas formasde organización política.

Resumen de lo precedente e indicación de lo que sigue

En nuestro primer estudio sobre las constituciones hemos reconocido tres especies de constituciones pu-ras: el reinado, la aristocracia y la república; y otras tres especies, que son desviaciones de las primeras: latiranía que lo es del reinado; la oligarquía que lo es de la aristocracia; la demagogia que lo es de la repú-blica. Hemos hablado ya de la aristocracia y del reinado; porque tratar de un gobierno perfecto era tantocomo tratar de estas dos formas, puesto que ambas se apoyan en los principios de la más completa virtud.Además, hemos explicado las diferencias entre la aristocracia y el reinado, y hemos dicho lo que constituyeespecialmente el reinado. Resta que hablemos del gobierno, que recibe el nombre común de república, y delas otras constituciones, la oligarquía, la demagogia y la tiranía.

Es fácil encontrar, entre estos malos gobiernos, un orden de degradación. El peor de todos será segura-mente el que es la corrupción del primero y más divino de los buenos gobiernos. Ahora bien; o el reinadoexiste sólo en el nombre sin tener ninguna realidad, o descansa necesariamente en la absoluta superioridaddel individuo que reina. Por tanto, la tiranía será el peor de todos los gobiernos, como que es el más distantedel gobierno perfecto. En segundo lugar, viene la oligarquía, que tanto dista de la aristocracia; y por último,la demagogia, que es el más soportable de los malos gobiernos. Un escritor{136} ha tratado de esto antes quenosotros; pero su punto de vista difería del nuestro, puesto que admitiendo que todos estos gobiernos eranregulares y que lo mismo la oligarquía que los demás podían ser buenos, ha declarado que la demagogia erael menos bueno de los buenos gobiernos y el mejor de los malos. Nosotros, por el contrario, consideramosradicalmente malas estas tres especies de gobierno, y nos guardamos bien de afirmar que esta oligarquía esmejor que aquella otra, diciendo tan sólo que es menos mala. Mas prescindamos por el momento de estadivergencia de opinión.

Fijaremos desde luego lo mismo respecto de la democracia que de la oligarquía el número de estosdiversos géneros que atribuimos a ambas. Entre estas diferentes formas, ¿cuál es la más aplicable y la mejordespués del gobierno perfecto, si es que hay alguna constitución aristocrática distinta de aquélla y que tengaalgún mérito? En seguida, ¿cuál es, entre todas las formas políticas, la que puede convenir a la generalidadde los Estados? Indagaremos después cuál de las constituciones inferiores es preferible para un pueblodado, porque, evidentemente según sean éstos, la democracia es mejor que la oligarquía y viceversa. Luego,una vez adoptada la oligarquía o la democracia, ¿cómo deben organizarse según el grado en que lo sean?Y para terminar, después de haber pasado rápidamente revista a todas estas cuestiones hasta donde seaconveniente, procuraremos designar las causas más comunes de la caída y de la prosperidad de los Estados,sea en general con relación a todas las constituciones, sea en particular con relación a cada una de ellas.

{136} Platón.

¹² A , Política, III 6-9; IV 2, 4, 11; V 8; VI 2, 4; VII 14.

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84 Filosofía Social

Principios generales aplicables a estas diversas especies de gobierno

Pasemos a tratar una cuestión que tiene íntima conexión con las anteriores, y que se refiere a la especiey naturaleza de los gobiernos en relación a los pueblos que hayan de gobernarse. Hay un primer principiogeneral que se aplica a todos los gobiernos: la porción de la ciudad, que quiere el mantenimiento de las insti-tuciones, debe ser siempre más fuerte que la que quiere el trastorno de las mismas. En todo Estado es precisodistinguir dos cosas: la cantidad y la calidad de los ciudadanos. Por calidad entiendo la libertad, la riqueza,las luces, el nacimiento; por cantidad entiendo la preponderancia numérica. La calidad puede estar en unaparte de los elementos políticos, y la cantidad encontrarse en otra; y así las gentes de nacimiento oscuropueden ser más numerosas que las de nacimiento ilustre; los pobres más numerosos que los ricos, sin que lasuperioridad del número pueda compensar la diferencia en calidad. Conviene mucho tener en cuenta todasestas relaciones proporcionadas. En donde quiera que, aun teniendo en cuenta esta relación, la multitudde los pobres tiene la superioridad, la democracia se establece naturalmente con todas sus combinacionesdiversas, según la importancia relativa de cada parte del pueblo. Por ejemplo, si los labradores son los másnumerosos, tendremos la primera de las democracias; si lo son los artesanos y los mercaderes, tendremos laúltima; las demás especies se clasifican igualmente entre estos dos extremos. Donde quiera que la clase ricay distinguida supera en calidad más que en número, la oligarquía se constituye de la misma manera contodos sus matices, según la tendencia particular de la masa oligárquica que predomina. Pero el legisladorno debe tener en cuenta más que la propiedad mediana. Si hace leyes oligárquicas, esta propiedad es la queha de tener presente; si hace leyes democráticas, también en ellas debe tener cabida esta propiedad. Unaconstitución no se consolida sino donde la clase media es más numerosa que las otras dos clases extremas,o por lo menos que cada una de ellas. Los ricos nunca urdirán tramas temibles de concierto con los pobres;porque ricos y pobres temen igualmente el yugo a que se someterían mutuamente. Si quieren que haya unpoder que represente el interés general, sólo podrán encontrarlo en la clase media. La desconfianza recípro-ca, que se tienen mutuamente, les impedirá siempre aceptar un poder alternativo; sólo se tiene confianza enun árbitro; y el árbitro en este caso es la clase media. Cuanto más perfecta sea la combinación política segúnla que se constituya el Estado, tanto más serán las probabilidades de permanencia que ofrezca la constitu-ción. Casi todos los legisladores, hasta los que han querido fundar gobiernos aristocráticos, han cometidodos errores casi iguales, primero, al conceder demasiado a los ricos, y después al engañar a las clases infe-riores. Con el tiempo resulta necesariamente de un bien falso un mal verdadero; porque la ambición de losricos ha arruinado más Estados que la ambición de los pobres. Los especiosos artificios con que se pretendeengañar al pueblo en política, hacen referencia a cinco cosas: a la asamblea general, a las magistraturas, a lostribunales, a la posesión de las armas y a los ejercicios de gimnasia{150}. Respecto a la asamblea general, seda a todos los ciudadanos el derecho de asistir a ella; pero se tiene cuidado de imponer una multa a los ricos,si no concurren, o por lo menos es mucho más fuerte la que se exige a ellos que la que pagan los pobres;respecto a las magistraturas, se prohíbe a los ricos, que tienen la renta legal, la facultad de no aceptarlas,y se deja libre esta facultad a los pobres; respecto a los tribunales, se impone una multa a los ricos que seabstienen de juzgar, y se concede la impunidad a los pobres, o si no la multa es enorme para aquellos y casinula para éstos, como sucede en las leyes de Carondas. A veces basta estar inscrito en los registros civiles,para tener entrada en la asamblea general y en el tribunal; pero, una vez inscrito, si uno falta a estos dosdeberes, está expuesto a que le impongan una multa terrible, que tiene por objeto hacer que los ciudadanosse abstengan de inscribirse; no estando inscrito, no se forma parte entonces ni de la asamblea ni del tribunal.El mismo sistema de leyes rige respecto del uso de armas y de los ejercicios gimnásticos; se permite a lospobres estar sin armas; se castiga con multa a los ricos que no las tienen; y en cuanto a los gimnasios, nada demulta a los pobres, y multa a los ricos que no asisten a ellos; éstos concurren por temor a la multa; aquéllosjamás se presentan, porque no tienen este temor. Tales son los ardides puestos en práctica por las leyes enlas condiciones oligárquicas.

En las democracias el sistema de intriga y artificio es todo lo contrario; indemnización para los pobresque asisten al tribunal y a la asamblea general; impunidad para los ricos que no concurren.

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4. La comunidad política 85

Para que la combinación política sea equitativa, es preciso tomar algo de estos dos sistemas: salario paralos pobres y multa para los ricos. Entonces todos sin excepción toman parte en los negocios del Estado; deotra manera el gobierno sólo pertenecerá a los unos con exclusión de los otros. El cuerpo político sólo de-be componerse de ciudadanos armados. En cuanto al censo, no es posible fijar la cantidad de una maneraabsoluta e invariable; pero debe dársele la base más ancha posible, para que el número de los que tenganparte en el gobierno sobrepuje al de los que queden excluidos de él. Los pobres, aun cuando se les excluyade las funciones públicas, no reclaman y permanecen tranquilos con tal que no se les ultraje ni se les despojede lo poco que poseen. Esta equidad para los pobres no es, por lo demás, cosa tan fácil; porque los jefes degobierno no siempre son los más considerados de los hombres. En tiempo de guerra, los pobres permane-cerán en la inacción a consecuencia de su indigencia, a no ser que el Estado los alimente; pero si lo hace,marcharán con gusto al combate.

En algunos Estados para disfrutar los derechos de ciudadanía, basta no sólo llevar las armas, sino tam-bién el haberlas llevado. En Malia, el cuerpo político se compone de todos los guerreros; y sólo se eligen losmagistrados de entre los que pertenecen al ejército. Las primeras repúblicas, que sucedieron en Grecia a losreinados, se formaron sólo de los guerreros que llevaban las armas. En su origen, todos los miembros delgobierno eran caballeros; porque la caballería constituía entonces toda la fuerza de los ejércitos y asegurabala victoria en los combates. Verdaderamente la infantería, cuando carece de disciplina, presta escaso auxilio.En aquellos tiempos remotos no se conocía aún por experiencia todo el poder de la táctica respecto de lainfantería, y todas las esperanzas se cifraban en la caballería. Pero a medida que los Estados se extendierony que la infantería tuvo más importancia, el número de los hombres que gozaban de los derechos políticosse aumentó en igual proporción. Nuestros mayores llamaban democracia a lo que hoy llamamos nosotrosrepública. Estos antiguos gobiernos, a decir verdad, eran oligarquías o reinados; entonces escaseaban de-masiado en ellos los hombres para que la clase media pudiese ser numerosa. Como eran poco numerosos yestaban sometidos además a un orden severo, sabían soportar mejor el yugo de la obediencia.

En resumen, hemos visto por qué las constituciones son tan múltiples; por qué existen otras distintas quelas que hemos nombrado, puesto que lo mismo la democracia que las otras especies de gobierno puedenofrecer diversos matices; en seguida hemos estudiado las diferencias que hay entre estas constituciones ylas causas que las han producido; y, en fin, hemos visto cuál era en general la forma política más perfecta, ycuál era la mejor relativamente a los pueblos de cuya constitución se trate.

{150} Actualmente no nos damos cuenta de esta importancia política que los legisladores antiguos dabana la gimnástica. Los gobiernos se cuidan hoy muy poco de que las generaciones nazcan contrahechas yraquíticas. La higiene pública en nuestros días es un ramo de policía que llama poco la atención, mientrasque entre los antiguos era un asunto constitucional. La fuerza física es quizá menos necesaria en la actualcivilización; pero la salud es siempre asunto de interés. Por lo demás, en todo lo que toca al individuo, losderechos del gobierno, tan extensos en otro tiempo, son hoy casi nulos, lo cual es quizá una desgracia. Esindudable que si la gimnasia llegase a renacer entre nosotros, como parecen anunciarlo algunos ensayos muylaudables, la ley debería arreglar su uso en los establecimientos públicos, como ha arreglado los estudios enlos liceos y ciertos ejercicios corporales en las escuelas militares. Bartelemy Saint-Hilaire.

Medios generales de conservación y de prosperidad en los Estados democráticos, oligárquicos y aristo-cráticos

Veamos ahora cuáles son, para los Estados en general y para cada uno de ellos en particular, los mediosde conservación. Es cosa evidente, que si conocemos las causas que arruinan los Estados, debemos conocerigualmente las causas que los conservan. Lo contrario produce siempre lo contrario, y la destrucción es loopuesto a la conservación.

En todos los Estados bien constituidos, lo primero de que debe cuidarse, es de no derogar ni en lo másmínimo la ley, y evitar con el más escrupuloso esmero el atentar contra ella ni en poco ni en mucho. Lailegalidad mina sordamente al Estado, al modo que los pequeños gastos muchas veces repetidos concluyen

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por minar las fortunas. No se hace alto en las pérdidas que se experimentan, porque no se hacen los gastosen grande; escapan a la observación y engañan al pensamiento, como lo hace esta paradoja de los sofistas:«si cada parte es pequeña, el todo debe ser también pequeño», idea que es a la vez en parte verdadera y enparte falsa, porque el conjunto, el todo mismo, no es pequeño; pero se compone de partes que son pequeñas.En este caso es preciso prevenir el mal desde el origen. En segundo lugar, es necesario no fiarse de estosardides y sofismas que se urden contra el pueblo; pues ahí están los hechos para condenarlos altamente.Ya hemos dicho antes{189} lo que entendíamos por sofismas políticos, por estos manejos que pasan por in-geniosos. Pero es preciso convencerse de que muchas aristocracias y también muchas oligarquías deben suduración, no tanto a la bondad de la constitución, como a la prudente conducta que observan los gobernan-tes, así con los simples ciudadanos como con sus colegas, los cuales procuran cuidadosamente evitar todainjusticia respecto a los que están excluidos de los empleos, pero sin dejar nunca de contar con los jefes parala dirección de los negocios; se guardan de herir las preocupaciones relativas a la consideración social delos ciudadanos que aspiren a obtenerla, y de lastimar a las masas en sus intereses materiales; y sobre todoconservan en las relaciones que mantienen entre sí y con todos los que toman parte en la administración,formas completamente democráticas; porque, entre iguales, este principio de igualdad, que los demócra-tas creen encontrar en la soberanía del mayor número, es no sólo justo, sino también útil. Así, pues, si losmiembros de la oligarquía son numerosos, será bueno que muchas de las instituciones que la constituyensean puramente populares; que, por ejemplo, las magistraturas sólo duren seis meses, para que todos losoligarcas, que son iguales entre sí, puedan desempeñarlas por turno. Por lo mismo que son iguales, formanuna especie de pueblo; y esto es tan cierto, que, como ya he dicho, pueden salir de su propio seno los de-magogos. Esta breve duración de las funciones es además un medio de prevenir en las aristocracias y en lasoligarquías la dominación de las minorías violentas. Cuando se desempeñan por poco tiempo las funcio-nes públicas, no es tan fácil causar el mal como cuando se permanece en ellas mucho tiempo. La duracióndemasiado prolongada del poder es únicamente la que causa la tiranía en los Estados oligárquicos y demo-cráticos. O son ciudadanos poderosos los que aspiran a la tiranía, aquí los demagogos, allí los miembros dela minoría hereditaria; o son magistrados investidos de un gran poder después de haberlo disfrutado pormucho tiempo.

Los Estados se conservan, no sólo porque las causas de destrucción están distantes, sino también a vecesporque son inminentes; pues entonces el miedo obliga a ocuparse con doble solicitud del despacho de losnegocios públicos. Así los magistrados, que se interesan por el sostenimiento de la constitución, deben aveces, suponiendo próximos peligros que son lejanos, producir pánicos de este género, para que los ciu-dadanos velen y estén alerta por la noche, y no descuiden la vigilancia de la ciudad. Además es precisoprevenir siempre las luchas y disensiones de los ciudadanos poderosos por medios legales, y estar a la mirade los que son extraños a las mismas, antes que tomen parte en ellas personalmente. Pero el reconocer deeste modo los síntomas del mal, no es propio de espíritus vulgares; tal perspicacia sólo es propia del hombrede Estado.

Para impedir en la oligarquía y en la república las revoluciones, que la cuantía del censo puede producir,cuando permanece fija en medio del aumento general del numerario, conviene revisar las cuotas compa-rándolas con las del pasado, todos los años en los Estados en que el censo es anual, y cada tres o cinco enlos grandes Estados. Si las rentas se han aumentado o disminuido comparativamente a las que han servidoprimero de base a la concesión de derechos políticos, es preciso poder en virtud de una ley elevar o rebajar elcenso: elevarlo proporcionadamente al nivel que tenga la riqueza pública, si ésta ha aumentado; y reducirlode igual modo, si ha disminuido. Si no se toma esta precaución en los Estados oligárquicos y republicanos,bien pronto se establecerá aquí la oligarquía, allí el gobierno hereditario y violento de una minoría; o lademagogia sucederá a la república, y la república o la demagogia a la oligarquía.

Un punto igualmente importante en la democracia y en la oligarquía, en una palabra, en todo gobierno,es cuidar de que no surja en el Estado alguna superioridad desproporcionada; así como dar a los cargospúblicos poca importancia y mucha duración más bien que conferirles de golpe una autoridad muy extensa;

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porque el poder es corruptor, y no todos los hombres son capaces de mantenerse puros en medio de laprosperidad. Si no ha podido organizarse el poder sobre estas bases, debe por lo menos guardarse biende retirarle toda la autoridad de una vez y tan imprudentemente como se le había dado; es preciso, por elcontrario, ir restringiéndolo poco a poco. Pero es sobre todo por medio de las leyes como conviene evitarla formación de estas superioridades temibles, que se apoyan, ya en la gran riqueza, ya en las fuerzas deun partido numeroso. Cuando no se ha podido impedir su formación, es preciso trabajar para que vayana probar sus fuerzas al extranjero. Por otra parte, como las innovaciones pueden introducirse en primertérmino en las costumbres de los particulares, debe crearse una magistratura encargada de vigilar a todosaquellos, cuya vida no guarde conformidad con la constitución{190}: en la democracia, con el principiodemocrático; en la oligarquía, con el oligárquico. Esta institución es aplicable a todos los demás gobiernos.Por la misma razón es preciso no perder de vista el acrecentamiento de prosperidad y de fortuna que puedenadquirir las diversas clases de la sociedad; mal que se puede prevenir poniendo el poder y la gestión de losnegocios en manos de los elementos opuestos del Estado, y al hablar de elementos opuestos me refierode un lado a los hombres distinguidos y al vulgo, y de otro a los pobres y a los ricos. Debe procurarse: oconfundir en una unión perfecta{191} a pobres y a ricos, o aumentar la clase media, que sólo así se impidenlas revoluciones que nacen de la desigualdad.

Veamos otro punto capital en todo Estado. Es preciso que, valiéndose de la legislación o empleandocualquier otro medio poderoso, se impida que los cargos públicos enriquezcan a los que los ocupan. En lasoligarquías, sobre todo, esta medida es de la más alta importancia. A la masa de los ciudadanos no irritatanto el verse excluida de los empleos, exclusión que quizá está compensada con la ventaja de podersededicar a sus propios negocios, como le indigna el pensar que los magistrados puedan robar los caudalespúblicos, porque entonces tienen un doble motivo de queja, puesto que se ven privados a la vez del poder yde las utilidades que él proporciona. Una administración pura, si es posible establecerla, es el único mediopara hacer que coexistan en el Estado la democracia y la aristocracia, es decir, para poner en acuerdo lasrespectivas pretensiones de los ciudadanos distinguidos y de la multitud. En efecto, el principio popular es lafacultad de poder obtener los empleos concedida a todos; el principio aristocrático consiste en confiarlos sóloa los ciudadanos eminentes. Esta combinación podrá ser realizada, si los empleos no pueden ser lucrativos.Entonces los pobres, como nada podrían ganar, no querrán el poder, y se ocuparán con preferencia de susintereses personales; los ricos podrán aceptar el poder, porque ninguna necesidad tienen de aumentar conla riqueza pública la propia. De esta manera además los pobres se enriquecerán dedicándose a sus propiosnegocios, y las altas clases no se verán obligadas a obedecer a gente sin fundamento.

Por lo demás, para evitar la dilapidación de las rentas públicas, que se obligue a cada cual a rendircuentas en presencia de todos los ciudadanos reunidos, y que se fijen copias de aquéllas en las fratrias, enlos cantones y en las tribus; y para que los magistrados sean íntegros, que la ley procure recompensar conhonores a los que se distingan como buenos administradores.

En las democracias es preciso impedir, no sólo el repartimiento de los bienes de los ricos, sino hasta quese haga esto con los productos de aquéllos; lo cual se hace en algunos Estados por medios indirectos. Tam-bién es conveniente no conceder a los ricos, aun cuando lo pidan, el derecho de subvenir a aquellos gastospúblicos que son muy costosos, pero que no tienen ninguna utilidad real, tales como las representacionesteatrales, las fiestas de las antorchas{192} y otros gastos del mismo género. En las oligarquías, por el contra-rio, debe ser muy eficaz la solicitud del gobierno por los pobres, a los cuales es preciso conceder aquellosempleos que son retribuidos. También debe castigarse toda ofensa hecha por los ricos a los pobres con másseveridad que las que se hagan los ricos entre sí. El sistema oligárquico tiene también gran interés en que lasherencias se adquieran sólo por derecho de nacimiento y no a título de donación, y que no puedan nuncaacumularse muchas. Por este medio, en efecto, las fortunas tienden a nivelarse y son más los pobres quellegan a adquirir medios de vivir.

Es igualmente ventajoso en la oligarquía y en la democracia el reconocer un derecho igual, y hasta su-perior, a todos aquellos empleos, que no son de suma importancia en el Estado, a los ciudadanos que sólo

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tienen una pequeña parte en el poder político; en la democracia, a los ricos; en la oligarquía, a los pobres.En cuanto a las funciones elevadas, deben ser todas, o por lo menos la mayor parte, puestas exclusivamenteen manos de los ciudadanos que tienen derechos políticos. El ejercicio de las funciones supremas exige enlos que las obtienen tres cualidades: amor sincero a la constitución, gran capacidad para los negocios, y unavirtud y una justicia de un carácter análogo al principio especial sobre que cada gobierno se funda, porquevariando el derecho según las diversas constituciones, es de toda necesidad que la justicia se modifique enla misma forma. Pero aquí ocurre una cuestión. ¿Cómo se ha de elegir y escoger, cuando no se encuentrantodas las cualidades requeridas reunidas en el mismo individuo? Por ejemplo, si un ciudadano dotado degran talento militar, no es probo y es poco afecto a la constitución, y otro es muy hombre de bien y par-tidario sincero de la constitución, pero sin capacidad militar, ¿cuál de los dos se escogerá? En este caso espreciso fijarse bien en dos cosas: cuál es la cualidad vulgar y cuál es la cualidad rara. Y así, para nombrarun general, es preciso mirar a la experiencia más bien que a la probidad, porque la probidad se encuentramucho más fácilmente que el talento militar. Para elegir el guardador del tesoro público, es preciso seguirotro camino. Las funciones de tesorero exigen mucha más probidad que la que se halla en la mayor partede los hombres, mientras que el grado de inteligencia necesario para su desempeño es muy común. Peropodrá decirse: si un ciudadano es a la vez capaz y adicto a la constitución, ¿para qué exigirle además lavirtud? ¿Las dos cualidades que posee no le bastarán para cumplir bien? No sin duda, porque al lado deestas dos cualidades eminentes puede tener pasiones desenfrenadas. Si los hombres, hasta cuando se tratade sus propios intereses que estiman y conocen, no se sirven muy bien a sí propios, ¿quién responde de que,cuando se trata de intereses públicos, no harán lo mismo?

En general, conforme a nuestras teorías, todo lo que contribuye mediante la ley al sostenimiento delprincipio mismo de la constitución, es esencial a la conservación del Estado. Pero lo que más importa, comorepetidas veces hemos dicho, es hacer que sea más fuerte la parte de los ciudadanos que apoya al gobierno,que el partido de los que quieren su caída. Es preciso, sobre todo, guardarse mucho de despreciar lo que enla actualidad todos los gobiernos corrompidos desprecian, que es la moderación y la mesura en todas lascosas. Muchas instituciones, que en apariencia son democráticas, son precisamente las que arruinan la de-mocracia; y muchas instituciones, que parecen oligárquicas, destruyen la oligarquía. Cuando se cree haberencontrado el principio único verdadero en política, se le lleva ciegamente hasta el exceso, en lo cual se co-mete un grosero error. En el rostro humano, la nariz, aunque se separe de la línea recta, que es la forma másbella, y se aproxime un tanto a la aguileña o a la roma, puede, sin embargo, tener un aspecto bastante bello yagradable; pero si se lleva al exceso esta desviación, por lo pronto se quitaría a esta facción las proporcionesque debe tener, y perdería al cabo toda apariencia de nariz a causa de sus propias dimensiones, que seríanmonstruosas, y de las dimensiones excesivamente pequeñas de las facciones que la rodean; observación quelo mismo podría aplicarse a cualquier otra parte de la cara. Lo mismo sucede absolutamente con toda clasede gobiernos. La democracia y la oligarquía, al alejarse de la constitución perfecta, pueden constituirse demanera que puedan sostenerse; pero si se exagera el principio de la una o de la otra, al pronto se convertiránen malos gobiernos, y concluirán por no ser siquiera gobiernos. Es preciso que el legislador y el hombre deEstado sepan distinguir, entre las medidas democráticas u oligárquicas, las que conservan y las que destru-yen la democracia o la oligarquía. Ninguno de estos dos gobiernos puede existir ni subsistir sin encerrar ensu seno ricos y pobres. Pero cuando llega a establecerse la igualdad en las fortunas, la constitución tiene quecambiar; y al querer destruir las leyes hechas teniendo en cuenta ciertas superioridades políticas, se destru-ye con ellas la constitución misma. Las democracias y las oligarquías cometen en esto una falta igualmentegrave. En las democracias, en que la multitud puede hacer soberanamente las leyes, los demagogos con suscontinuos ataques contra los ricos dividen siempre la ciudad en dos campos, mientras que deberían en susarengas sólo ocuparse del interés de los ricos; lo mismo que en las oligarquías el gobierno sólo debía teneren cuenta el interés del pueblo. Los oligarcas deberían sobre todo renunciar a prestar juramento del génerode los que prestan actualmente; porque he aquí los que en nuestros días hacen en algunos Estados: «Yo seréenemigo constante del pueblo, le haré todo el mal que pueda.» Sería preciso hacer lo contrario, y cambiando de

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disfraz, decir resueltamente en los juramentos de esta especie: «No haré nunca daño al pueblo.»El punto más importante{193} entre todos aquellos de que hemos hablado respecto de la estabilidad de

los Estados, si bien hoy no se hace aprecio de él, es el de acomodar la educación al principio mismo de laconstitución. Las leyes más útiles, las leyes sancionadas con aprobación unánime de todos los ciudadanos,se hacen ilusorias, si la educación y las costumbres no corresponden a los principios políticos, siendo demo-cráticas en la democracia y oligárquicas en la oligarquía; porque es preciso tener entendido, que si un solociudadano vive en la indisciplina, el Estado mismo participa de este desorden. Una educación conforme ala constitución no es la que enseña a hacer todo lo que parezca bien a los miembros de la oligarquía o a lospartidarios de la democracia; sino que es la que enseña a poder vivir bajo un gobierno oligárquico o bajo ungobierno democrático. En las oligarquías actuales, los hijos de los que ocupan el poder viven en la molicie,mientras que los hijos de los pobres, endurecidos con el trabajo y la fatiga, adquieren el deseo y la fuerzapara hacer una revolución. En las democracias, sobre todo en las que están constituidas más democrática-mente, el interés del Estado está muy mal comprendido, porque se forma en ellas una idea muy falsa de lalibertad. Según la opinión común, los dos caracteres distintivos de la democracia son la soberanía del mayornúmero y la libertad. La igualdad es el derecho común; y esta igualdad consiste en que la voluntad de lamayoría sea soberana. Desde entonces libertad e igualdad se confunden en la facultad que tiene cada cualde hacer lo que quiera: «todo a su gusto», como dice Eurípides. Este es un sistema muy peligroso, porqueno deben creer los ciudadanos que vivir conforme a la constitución es una esclavitud; antes por el contrariodeben encontrar en ella protección y una garantía de felicidad.

Hemos enumerado casi todas las causas de revolución y de destrucción, de prosperidad y de estabilidaden los gobiernos republicanos.

{189} Lib. VI, cap. X.{190} Platón sólo propuso esto respecto los magistrados, pero organiza con mucho cuidado la responsa-

bilidad del poder de que Aristóteles no habla.{191} Esto tiene perfecta aplicación en el presente siglo a los gobiernos absolutos, que no han querido

transigir con el sentimiento liberal, y han provocado las revoluciones de que hemos sido testigos.{192} Carreras ecuestres, en las que pasaban las antorchas encendidas de mano en mano, y cuya expli-

cación se halla en el poema de Lucrecio.{193} Para conocer la importancia que Aristóteles daba a la educación, basta ver que consagró a ella libro

y medio de su obra.

De los deberes del legislador

En todas las artes y ciencias, que no son demasiado particulares, sino que llegan a abrazar completa-mente todo un orden de hechos, cada una de aquéllas debe estudiar por su parte todo cuanto se refiere asu objeto especial. Tomemos por ejemplo la ciencia de los ejercicios corporales. ¿Cuál es la utilidad de estosejercicios? ¿Cómo deben modificarse según los diversos temperamentos? ¿No es necesariamente el ejerci-cio más favorable el que conviene mejor a las naturalezas más vigorosas y más bellas? ¿Qué ejercicios sonlos que pueden ejecutar los más de los discípulos? ¿Hay alguno que pueda convenir a todos? Tales son lascuestiones que se pueden plantear en la gimnástica. Además, aun cuando ninguno de los discípulos delgimnasio aspirase a adquirir el vigor y la destreza de un atleta de profesión, el pedotribo y el gimnasta noson por eso menos capaces de proporcionarle, en caso necesario, semejante desarrollo de fuerzas. Una obser-vación análoga sería igualmente exacta respecto de la medicina, de la construcción naval, de la fabricaciónde vestidos y de todas las demás artes en general.

Por tanto, evidentemente corresponde a una misma ciencia indagar cuál es la mejor forma de gobierno,cuál la naturaleza de este gobierno, y mediante qué condiciones sería tan perfecto cuanto pueda desearse,independientemente de todo obstáculo exterior; y por otra parte, saber también qué constitución convieneadoptar según los diversos pueblos, a los más de los cuales no podrá probablemente darse una constitución

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perfecta. Y así, cuál es en sí y en absoluto el mejor gobierno, y cuál es el mejor relativamente a los elementosque han de constituirle; he aquí lo que deben saber el legislador y el verdadero hombre de Estado. Puedeañadirse, que deben también ser capaces de emitir su juicio sobre una constitución que hipotéticamente sesometa a su examen, y designar, en virtud de los datos que se les suministre, los principios que la haríanviable desde su origen, y le asegurarían, una vez establecida, la más larga duración posible. Aquí supongo,como se ve, un gobierno que no hubiese recibido una organización perfecta, aunque sin carecer completa-mente por otra parte de los elementos indispensables, que no hubiese sacado todo el partido posible de susrecursos y que tuviesen aún mucho que perfeccionar.

Por lo demás, si el primer deber del hombre de Estado consiste en conocer la constitución que, pasan-do generalmente como la mejor, pueda darse a la mayor parte de las ciudades, es preciso confesar, que lasmás veces los escritores políticos, aun dando pruebas de gran talento, se han equivocado en puntos muycapitales; porque no basta imaginar un gobierno perfecto; se necesita sobre todo un gobierno practicable,que pueda aplicarse fácilmente a todos los Estados. Lejos de esto, en nuestros días sólo se nos presentanconstituciones inaplicables y excesivamente complicadas; o cuando se inspiran en ideas más prácticas, sólose hace para alabar a Lacedemonia o a otro Estado cualquiera a costa de todos los demás que existen enla actualidad. Cuando se propone una constitución, es preciso que pueda ser aceptada y puesta fácilmenteen ejecución, partiendo de la situación de los Estados actuales. En política, por lo demás, no es más fácilreformar un gobierno que crearlo, lo mismo que es más difícil olvidar lo sabido que aprender por primeravez. Así que, repito, el hombre de Estado, además de las cualidades que acabo de indicar, debe ser capaz demejorar la organización de un gobierno ya constituido; tarea que sería para él completamente imposible, sino conociera todas las formas diversas de gobierno; pues es en verdad un error grave creer, como sucedecomúnmente, que no hay más que una especie de democracia y una sola especie de oligarquía. A este in-dispensable conocimiento del número y combinaciones posibles de las diversas formas políticas, es precisoacompañar también el estudio de las leyes, que son en sí mismas más perfectas, y de las que son mejorescon relación a cada constitución; porque las leyes deben ser hechas para las constituciones, y no las consti-tuciones para las leyes, principio que reconocen todos los legisladores. La constitución del Estado tiene porobjeto la organización de las magistraturas, la distribución de los poderes, las atribuciones de la soberanía,en una palabra, la determinación del fin especial de cada asociación política. Las leyes, por el contrario{135},distintas de los principios esenciales y característicos de la constitución, son la regla a que ha de atenerse elmagistrado en el ejercicio del poder y en la represión de los delitos que se cometan atentando a estas leyes.Es por tanto absolutamente necesario conocer el número y las diferencias de las constituciones, aunque nosea más que para poder dictar leyes, puesto que no pueden convenir unas mismas a todas las oligarquías, atodas las democracias, porque son muchas sus especies y no una sola.

{134} Colocado generalmente el cuarto.{135} Una cosa es la constitución y otra las leyes que de ella emanan. Ginés Sepúlveda en su comentario.

De la igualdad y de la diferencia entre los ciudadanos en la ciudad perfecta

Estando compuesta siempre la asociación política de jefes y subordinados, pregunto si la autoridad y laobediencia deben ser alternativas o vitalicias. Es claro que el sistema de la educación deberá atenerse a estagran división de los ciudadanos. Si algunos hombres superasen a los demás, como según la común creencialos dioses y los héroes superan a los mortales, tanto respecto del cuerpo, lo cual con una simple ojeadapuede verse, como respecto del alma, y de tal manera que la superioridad de los jefes fuese incontestable yevidente para los súbditos, no cabe duda de que debe preferirse que perpetuamente obedezcan los unos ymanden los otros. Pero tales desemejanzas son muy difíciles de encontrar, sin que tampoco pueda sucederaquí lo que con los reyes de la India, que, según Scilax{107}, sobrepujan por completo a los súbditos queles obedecen. Es por tanto evidente, que por muchos motivos la alternativa en el mando y en la obedienciadebe necesariamente ser común a todos los ciudadanos. La igualdad es la identidad de atribuciones entreseres semejantes, y el Estado no podría vivir de un modo contrario a las leyes de la equidad. Los facciosos

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que hubiese en el país, encontrarían apoyo siempre y constantemente en los súbditos descontentos, y losmiembros del gobierno no podrían ser nunca bastante numerosos para resistir a tantos enemigos reunidos.

Sin embargo, es incontestable que debe haber alguna diferencia entre los jefes y los subordinados. ¿Cuálserá esta diferencia y cuál el modo de dividir el poder? Tales son las cuestiones que debe resolver el legis-lador. Ya lo hemos dicho; la misma naturaleza ha trazado la línea de demarcación, al crear en una especieidéntica la clase de los jóvenes y la de los ancianos, unos destinados a obedecer, otros capaces de mandar.Una autoridad conferida a causa de la edad no puede provocar los celos, ni fomentar la vanidad de nadie,sobre todo cuando cada cual está seguro de que obtendrá con los años la misma prerrogativa. Y así, la au-toridad y la obediencia deben ser a la vez perpetuas y alternativas, y por consiguiente la educación debeser a la vez igual y diversa, puesto que, según opinión de todo el mundo, la obediencia es la verdaderaescuela del mando. Ahora bien, la autoridad, según dijimos antes, puede darse en interés del que la posee,o en interés de aquel sobre quien se ejerce: en el primer caso resulta la autoridad que ejerce el señor sobresus esclavos; en el segundo, la autoridad que se ejerce sobre hombres libres. Además, las órdenes puedendiferir entre sí tanto por el motivo por que se han dictado, como por los resultados mismos que producen.Muchos servicios, que se consideran exclusivamente como domésticos, se hacen para honrar a los jóveneslibres que los realizan. El mérito o el vicio de una acción no se encuentra tanto en la acción misma, como enlos motivos que la inspiran y en el fin de cuya realización se trata.

Hemos dejado sentado que la virtud del ciudadano, cuando manda es idéntica a la virtud del hombreperfecto, y hemos añadido, que el ciudadano debía obedecer antes de mandar; de todo lo cual concluimos,que al legislador toca educar a los ciudadanos en la virtud, conociendo los medios que conducen a ella y elfin esencial de la vida más digna. El alma se compone de dos partes: una que posee en sí misma la razón;otra que, sin poseerla, es capaz, por lo menos de obedecer a ella; a una y a otra pertenecen las virtudes queconstituyen el hombre de bien. Una vez admitida esta división, tal como la proponemos, puede decirse sindificultad cuál de estas dos partes del alma encierra el fin mismo a que debe aspirarse, porque siempre sehace una cosa menos buena en vista de otra mejor, lo cual es tan evidente en las producciones del arte comoen las de la naturaleza, y en este caso el objeto mejor es la parte racional del alma.

Adoptando en esta indagación nuestro procedimiento ordinario, el análisis, encontramos que la razónse divide en otras dos partes, razón práctica y razón especulativa. Como es consiguiente, la división, queaplicamos a esta parte del alma, se aplica igualmente a los actos que ella produce; y si hubiera lugar a escoger,sería preciso preferir los actos de la parte naturalmente superior, ya lo sea en todos los casos, ya en el casoúnico en que las dos partes del alma se hallen en presencia una de otra; porque en todas las cosas es precisopreferir siempre lo que conduce a la realización del fin más elevado.

La vida, cualquiera que ella sea, tiene dos partes: trabajo y reposo, guerra y paz. De los actos humanos,unos hacen relación a lo necesario, a lo útil; otros únicamente a lo bello. Una distinción del todo semejantedebe encontrarse necesariamente bajo estos diversos conceptos en las partes del alma y en sus actos: laguerra no se hace sino con la mira de la paz; el trabajo no se realiza sino pensando en el reposo; y no sebusca lo necesario y lo útil sino en vista de lo bello. En todo esto el hombre de Estado debe arreglar sus leyesen vista de las dos partes del alma y de sus actos, pero sobre todo teniendo en cuenta el fin más elevado a queambas puedan aspirar. Iguales distinciones se aplican a las distintas profesiones, a las diversas ocupacionesde la vida práctica. Es preciso estar dispuesto lo mismo para el trabajo que para el combate; pero el descansoy la paz son preferibles. Es preciso saber realizar lo necesario y lo útil; sin embargo, lo bello es superior aambos. En este sentido conviene dirigir a los ciudadanos desde la infancia, y durante todo el tiempo quepermanezcan sometidos a jefes. Los gobiernos de la Grecia, que hoy pasan por ser los mejores, así como loslegisladores que los han fundado, al parecer no han dirigido sus instrucciones a la consecución de un finsuperior, ni dictado sus leyes, ni encaminado la educación pública hacia el conjunto de las virtudes, sino queantes bien se han inclinado, no con mucha nobleza, a las que tienen el aspecto de útiles y son más capaces desatisfacer la ambición. Autores más modernos han sostenido poco más o menos las mismas opiniones, y hanadmirado altamente la constitución de Lacedemonia y alabado al fundador que la ha inclinado por entero

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del lado de la conquista y de la guerra. Basta la razón para condenar estos principios, así como los hechosmismos realizados ante nuestra vista se han encargado de probar su falsedad. Compartiendo el sentimientoque arrastra a los hombres en general a la conquista en vista de los beneficios de la victoria, Tibrón y todoslos que han escrito sobre el gobierno de Lacedemonia elevan hasta las nubes a su ilustre legislador, porquemerced al desprecio de todos los peligros su república ha sabido llegar a ejercer una vasta dominación. Peroahora que el poder espartano está destruido, todo el mundo conviene en que ni Lacedemonia es dichosa,ni su legislador intachable. ¿No es cosa extraordinaria que, conservando esta república las institucionesde Licurgo y pudiendo sin obstáculo atemperarse a ellas a su gusto, haya, sin embargo, perdido toda sufelicidad? Esto consiste en que no se conoce la naturaleza del poder que el hombre político debe esforzarseen ensalzar. Mandar a hombres libres vale mucho más y es más conforme a la virtud que mandar a esclavos.Además, no debe tenerse por dichoso a un Estado ni por muy hábil a un legislador, cuando sólo se hanfijado en los peligrosos trabajos de la conquista. Con tan deplorables principios cada ciudadano sólo pensaráevidentemente en usurpar el poder absoluto en su propia patria, tan pronto como pueda hacerse dueño deella, que es lo que Lacedemonia consideró como un crimen en el rey Pausanias, sin que le sirviera de defensatoda su gloria. Semejantes principios y las leyes que de ellos emanan no son dignos de un hombre de Estado,y son tan falsos como funestos. El legislador no debe despertar en el corazón de los hombres más que buenossentimientos, así respecto del público como de los particulares. Si se ejercitan en los combates, no debe serpara someter a esclavitud a pueblos que no merecen este yugo ignominioso, sino, primero, para no sersubyugados por nadie; luego, para conquistar el poder tan sólo en interés de los súbditos, y por fin, parano mandar como señor a otros hombres que a los destinados a obedecer como esclavos. El legislador debehacer de manera que así sus leyes sobre la guerra como las demás instituciones sólo tengan en cuenta lapaz y el reposo, y aquí los hechos vienen en apoyo de la razón. La guerra, mientras ha durado, ha sido lasalvación de semejantes Estados, pero una vez asegurado su poderío, la victoria les ha sido fatal, pues, almodo del hierro han perdido su temple tan pronto como han tenido paz, y la culpa es del legislador que noha enseñado la paz a su ciudad.

Puesto que el fin de la vida humana es el mismo para las masas que para los individuos, y puesto queel hombre de bien y una buena constitución se proponen por necesidad un fin semejante, es evidente queel reposo exige virtudes especiales, porque, lo repito, la paz es el fin de la guerra, como el reposo lo es deltrabajo. Las virtudes, que afianzan el reposo y el bienestar, son aquellas que lo mismo están en actividad du-rante el reposo que durante el trabajo. El reposo sólo se obtiene mediante la reunión de muchas condicionesindispensables para atender a las primeras necesidades. El Estado, para gozar de paz, debe ser prudente,valeroso y firme, porque es muy cierto el proverbio: «no hay reposo para los esclavos.» Cuando no se sabedespreciar el peligro, es uno presa del primero que le ataca. Por tanto se necesita tener valor y pacienciaen el trabajo; filosofía en el descanso; prudencia y templanza en ambas situaciones; sobre todo en mediode la paz y del reposo. La guerra da forzosamente justicia y prudencia a los hombres que se embriagan ypervierten en medio de las ventajas y de los goces del reposo y de la paz. Hay, sobre todo, mayor necesidadde justicia y de prudencia cuando se está a la cima de la prosperidad, y se goza de todo lo que excita laenvidia de los demás hombres. Sucede lo que con los bienaventurados que los poetas nos representan en lasislas afortunadas; cuanto más completa es su beatitud en medio de todos los bienes de que se ven colmados,tanto más deben llamar en su auxilio a la filosofía, la moderación y la justicia. Estas virtudes evidentementeno son menos necesarias para el bienestar y para la vida moral del Estado. Si es vergonzoso no saber apro-vecharse de la fortuna, lo es mucho más no saber utilizarla en el seno de la paz y ostentar valor y virtuddurante los combates, para mostrar después una bajeza propia de un esclavo durante la paz y el reposo.No debe entenderse la virtud como la entendía Lacedemonia; y no es que ella haya comprendido el biensupremo de distinta manera que todos los demás, sino que creyó que éste se podía adquirir mediante unavirtud especial, la virtud guerrera. Pero como hay bienes que son superiores a los que procura la guerra, esevidente que el goce de estos bienes superiores, no teniendo otro objeto que el goce mismo, es preferible alde los otros. Veamos por qué camino se podrán alcanzar estos bienes inapreciables.

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Ya hemos dicho que ejercen influencia sobre el alma tres cosas: la naturaleza, las costumbres o el hábitoy la razón. Hemos precisado las cualidades que los ciudadanos deben haber obtenido previamente de lanaturaleza. Nos resta indagar si la educación de la razón debe preceder a la del hábito; porque es precisoque estas dos últimas influencias estén en la más perfecta armonía, puesto que la razón misma puede ex-traviarse al ir en busca del mejor fin, y las costumbres no están sujetas a menos errores. En esto, como en lodemás, por la generación comienza todo, pero el fin de la generación se remonta a un origen, cuyo objetoes completamente diferente. En el hombre, el verdadero fin de la naturaleza es la razón y la inteligencia,únicos objetos que se deben tener en cuenta cuando se trata de los cuidados que deben aplicarse, ya a lageneración de los ciudadanos, ya a la formación de sus costumbres. Así como el alma y el cuerpo, segúnhemos dicho, son muy distintos, así el alma tiene dos partes no menos diferentes: una irracional, otra dotadade razón; y que se producen de dos maneras de ser diversas; es propio de la primera el instinto; de la otra, lainteligencia. Si el nacimiento del cuerpo precede al del alma, la formación de la parte irracional es anteriora la de la parte racional. Es fácil convencerse de ello; la cólera, la voluntad, el deseo se manifiestan en losniños apenas nacen; el razonamiento y la inteligencia no aparecen, en el orden natural de las cosas, sinomucho más tarde. Es de necesidad ocuparse del cuerpo antes de pensar en el alma; y después del cuerpo, espreciso pensar en el instinto, bien que en definitiva no se forme el instinto sino para servir a la inteligencia,ni se forme el cuerpo sino para servir al alma.

{107} Scilax de Cariandro, geógrafo y navegante, vivía a principios del siglo V, antes de JC.

Segundo tratado sobre el gobierno civil¹³John Locke

Después de resumir las conclusiones del “Primer Tratado sobre el Gobierno Civil”, John Lockedetermina, en la Introducción del “Segundo Tratado” lo que considera los caracteres definitivosdel gobierno civil, y describe en capítulos posteriores cuál debe ser su organización básica. Estaselección de pasajes describe los lineamientos generales de su propuesta. Debe notarse que alhablar de una “constitución”, Locke no se compromete con una forma de gobierno determinada(monarquía, república), consciente de que puede haber distintas formas de organización depen-diendo de las circunstancias, y consciente también de que la pura forma de gobierno no impideel ascenso de un despotismo, sea individual o colectivo. Por ello Locke insiste, en cualquier caso,en que esta autoridad política debe ser limitada y dirigida a fines concretos.

INTRODUCCIÓN

Quedó demostrado en la disertación precedente:Primero. Que Adán no tuvo, ni por natural derecho de paternidad ni por donación positiva de Dios,

ninguna autoridad sobre sus hijos o dominio sobre el mundo, cual se pretendiera.Segundo. Que si la hubiera tenido, a sus hijos, con todo, no pasara tal derecho.Tercero. Que si sus herederos lo hubieren cobrado, luego, por inexistencia de la ley natural o ley divina

positiva que determinare el correcto heredero en cuantos casos llegaren a suscitarse, no hubiera podido sercon certidumbre determinado el derecho de sucesión y autoridad.

Cuarto. Que aun si esa determinación hubiere existido, tan de antiguo y por completo se perdió el cono-cimiento de cuál fuere la más añeja rama de la posteridad de Adán, que entre las razas de la humanidad yfamilias de la tierra, ya ninguna guarda, sobrepujando a otra, la menor pretensión de constituir la casa másantigua y acreditar tal derecho de herencia.

¹³ John L , Segundo tratado sobre el gobierno civil, cc. 1, 9, 10, 15

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Claramente probadas, a mi entender, todas esas premisas, es imposible que los actuales gobernantes dela tierra puedan conseguir algún beneficio o derivar la menor sombra de autoridad de lo conceptuado porvenero de todo poder, ” la jurisdicción paternal y dominio particular de Adán”; y así, quien no se propongadar justa ocasión a que se piense que todo gobierno en el mundo es producto exclusivo de la fuerza yviolencia, y que, los hombres no viven juntos según más norma que las de los brutos, entre los cuales elmas poderoso arrebata el dominio, sentando así la base de perpetuo desorden y agravio, tumulto, sedicióny revuelta (lances que los seguidores de aquella hipótesis con tal ímpetu vituperan), deberá necesariamentehallar otro origen del gobierno, otro prototipo del poder político, y otro estilo de designar y conocer a laspersonas que lo poseen, distinto del que Sir Robert Filmer nos enseñara.

2. A este fin, pienso que no estará fuera de lugar que asiente aquí lo que por poder político entiendo,para que el poder del magistrado sobre un súbdito pueda ser distinguido del de un padre sobre sus hijos, unamo sobre su sirviente, un marido sobre su mujer, y un señor sobre su esclavo. Y por cuanto se dan a vecesconjuntamente esos distintos poderes en el mismo hombre, si a éste consideramos en tales relaciones dife-rentes; ello nos ayudará a distinguir, uno de otro, esos poderes, y mostrar la diferencia entre el gobernantede una nación, el padre de familia y el capitán de una galera de forzados.

3. Entiendo, pues, que el poder político consiste en el derecho de hacer leyes, con penas de muerte, y porende todas las penas menores, para la regulación y preservación de la propiedad; y de emplear la fuerza delcomún en la ejecución de tales leyes, y en la defensa de la nación contra el agravio extranjero: y todo ellosólo por el bien público.

CAPÍTULO IX. DE LOS FINES DE LA SOCIEDAD Y GOBIERNOS POLÍTICOS

123. Si el hombre en su estado de naturaleza tan libre es como se dijo, si señor es absoluto de su persona yposesiones, igual a os mayores y por nadie subyugado, ¿por qué irá a abandonar su libertad y ese imperio, yse someterá al dominio y dirección de cualquier otro poder? Pero eso tiene obvia respuesta, pues aunque enel estado de naturaleza le valiera tal derecho, resultaba su goce y seguidamente expuesto a que lo invadieranlos demás; porque siendo todos tan reyes como él y cada hombre su parejo, y la mayor parte observadoresno estrictos de la justicia y equidad el disfrute de bienes en ese estado es muy inestable, en zozobra. Ello lehace desear el abandono de una condición que, aunque libre, llena está de temores y continuados peligros;y no sin razón busca y se une en sociedad con otros ya reunidos, o afanosos de hacerlo para esa mutuapreservación de sus vidas, libertades y haciendas, a que doy el nombre general de propiedad.

124. El fin, pues, mayor y principal de los hombres que se unen en comunidades políticas y se ponen bajoel gobierno de ellas, es la preservación de su propiedad; para cuyo objeto faltan en el estado de naturalezadiversos requisitos.

En primer lugar, falta una ley conocida, fija, promulgada, recibida y autorizada por común consenti-miento como patrón de bien y mal, y medida común para resolver cualesquiera controversias que entreellos se produjeren. Porque aunque la ley de naturaleza sea clara e inteligible para todas las criaturas racio-nales, con todo, los hombres, tan desviados por su interés como ignorantes por su abandono del estudio deella, no aciertan a admitirla como norma que les obligue para su aplicación a sus casos particulares.

125. En segundo lugar, falta en el estado de naturaleza un juez conocido e imparcial, con autoridadpara determinar todas las diferencias según la ley establecida. Porque en tal estado, siendo cada uno juezy ejecutor de la ley natural, con lo parciales que son los hombres en lo que les toca, pueden dejarse llevar asobrados extremos por ira y venganza, y mostrar excesivo fuego en sus propios casos, contra la negligenciay despreocupación que les hace demasiado remisos en los ajenos

126. En tercer lugar, en el estado de naturaleza falta a menudo el poder que sostenga y asista la sentencia,si ella fuere recta, y le dé oportuna ejecución. Los ofendidos por alguna injusticia pocas veces cederán cuandopor la fuerza pudieren resarcirse de la injusticia sufrida. Tal clase de resistencia hace muchas veces peligrosoel castigo, y con frecuencia destructivo para quienes lo intentaren.

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4. La comunidad política 95

127. La humanidad, pues, a pesar de todos los privilegios del estado de naturaleza, como no subsisteen él sino malamente, es por modo expedito inducida al orden social. Por ello es tan raro que hallemos acierto número de hombres viviendo algún tiempo juntos en ese estado. Los inconvenientes a que en él sehallan expuestos por el incierto, irregular ejercicio del poder que a cada cual asiste para el castigo de lastransgresiones ajenas, les hace cobrar refugio bajo las leyes consolidadas de un gobierno, y buscar allí lapreservación de su propiedad. Eso es lo que les mueve a abandonar uno tras otro su poder individual decastigo para que lo ejerza uno solo, entre ellos nombrado, y mediante las reglas que la comunidad, o los porella autorizados para tal objeto, convinieren. Y en esto hallamos el primer derecho y comienzos del poderlegislativo y ejecutivo, como también de los gobiernos y sociedades mismas.

128. Porque en el estado de naturaleza, dejando a una parte su libertad para inocentes deleites, tiene elhombre dos poderes. El primero es el de hacer cuanto estimare conveniente para la preservación de sí mismoy de los demás adentro de la venia de la ley natural; por cuya ley, común a todos, él y todo el resto de lahumanidad constituyen una comunidad única, y forman una sociedad distinta de todas las demás criaturas;y si no fuera por la corrupción y sesgo vicioso de los hombres, degenerados, no habría necesidad de otras,ni acicate ineludible para que los hombres se separaran de esa gran comunidad natural y se asociaran encombinaciones menores. El otro poder que al hombre acompaña en el estado de naturaleza es el de castigarlos crímenes contra aquella ley cometidos. Él de ambos se despoja cuando se junta a una sociedad privada,si así puedo llamarla, o sociedad política particular, y se incorpora a cualquier república separada del restode la humanidad.

129. El primer poder, esto es, el de hacer, cuanto estimare, oportuno para la preservación de sí mismoy del resto de la humanidad, cédelo para su ajuste en leyes hechas por la sociedad, hasta el límite que lapreservación de sí mismo y el resto de la sociedad requieran; leyes que en muchos puntos cercenan la,libertad que, por ley de naturaleza le acompañara.

130. En segundo término, abandona enteramente el poder de castigar, y emplea la fuerza natural -queantes pudiera usar en la ejecución de la ley de naturaleza por su sola autoridad y como lo entendiere másadecuado- en su ayuda al poder ejecutivo de la sociedad, y en la forma que la ley de ella requiera. Porquehallándose ya en un nuevo estado, donde habrá de gozar de muchas ventajas por el trabajo, asistencia ycompañía de otros pertenecientes a la misma comunidad, así como de la protección de la fuerza entera deella, deberá también despojarse de aquel tanto de su libertad natural, para su propio bien, y que exijan elbien, la prosperidad y aseguramiento de todos, lo que no sólo es necesario, sino también justo, pues losdemás miembros de la sociedad hacen lo mismo.

131. Pero aunque los hombres al entrar en sociedad abandonen en manos de ella la igualdad, libertad ypoder ejecutivo que tuvieron en estado de naturaleza, para que de los tales disponga el poder legislativo,según el bien de la sociedad exigiere, con todo, por acaecer todo ello con la única intención en cada unode las mejoras de su preservación particular y de su libertad y bienes (porque de ninguna criatura racionalcabrá suponer que cambie de condición con el intento de empeoraría), el poder social o legislativo porellos constituido jamás podrá ser imaginado como espaciándose más allá del bien común, antes se hallaráobligado específicamente a asegurar la propiedad de cada cual, proveyendo contra los tres defectos arribamencionados, que hacen tan inestable e inseguro el estado de naturaleza. Y así, sea quien sea aquel a quiencorrespondiere el poder supremo o legislativo de cualquier nación, estará obligado a gobernar por fijas leyesestablecidas, promulgadas y conocidas de las gentes, y no mediante decretos extemporáneos; con juecesrectos e imparciales que en las contiendas decidan por tales leyes; y usando la fuerza de la comunidad,dentro de sus hitos, sólo en la ejecución de aquellas leyes, o en el exterior para evitar o enderezar los agraviosdel extraño y amparar a la comunidad contra las incursiones y la invasión. Todo ello, además, sin otra miraque la paz, seguridad y bien público de los habitantes.

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CAPÍTULO X. DE LOS TIPOS DE ESTADO

132. Gozando naturalmente la mayoría en sí misma, como se mostró al tratar del ingreso de los hombresen el nexo social, de todo el poder de la comunidad, podrá aquélla emplearlo entero en hacer leyes parala república de tiempo en tiempo, y disponer que tales leyes ejecuten los funcionarios por allá designados,y entonces la forma del gobierno será la perfecta democracia; o bien puede transferir el poder de hacerleyes a manos de unos pocos varones escogidos, y sus herederos o sucesores, y entonces se tratará de unaoligarquía; o bien a manos de un solo hombre, y será monarquía ese gobierno; y si a él y a sus herederosfue dado, será una monarquía hereditaria; y si sólo con carácter vitalicio, pero recobrando la mayoría, trasla muerte de él, poder exclusivo de nombrar un sucesor, la monarquía será electiva. Y así sucesivamentepodrán formar con las antedichas otras formas combinadas y mezcladas como lo juzgaren útil. Y si el poderlegislativo fuere en lo inicial dado por la mayoría a una o más personas sólo por el espacio de sus días, opor cualquier tiempo limitado, de suerte que el poder supremo hubiere de revertir a la mayoría otra vez,la comunidad, en pos de dicha reversión, podrá dejarlo nuevamente en las manos de quien más gustare,constituyendo así una forma de gobierno; porque supuesto que tal forma depende del emplazamiento delpoder supremo, que es el legislativo (pues es imposible que un poder inferior pueda prescribir a uno quees soberano, o que ninguno sino el supremo haga las leyes), según el emplazamiento del poder legislativo,tal será la forma de la república.

133. Por ”Estado” he entendido constantemente no una democracia ni cualquier otra forma de gobierno,sino cualquier comunidad independiente, por los latinos llamada civitas, palabra á la que corresponde conla mayor eficacia posible en nuestro lenguaje la de república, que expresa adecuadamente tal sociedad dehombres, lo que no haría la sola palabra ”comunidad”, pues puede haber comunidades subordinadas enun gobierno, y mucho menos la palabra ”ciudad”. Teniéndolo en cuenta, y para evitar ambigüedades, pidoque se me permita usar la palabra república en tal sentido, según la usó el mismo rey Jaime, y pienso queesta ha de ser su significación genuina, y si á alguien no gustare, dejaré que la trueque por otra mejor.

CAPÍTULOXV.DELOSPODERESPATERNO, POLÍTICOYDESPÓTICO, CONSIDERADOS JUNTOS

169.Aunque tuve ya ocasión de hablar separadamente de los tres, acaso, dados los grandes errores de es-tos últimos tiempos acerca del gobierno, nacidos, a lo que entiendo, de confundir, una con otra, la naturalezade tales poderes, no está fuera de lugar que aquí les consideremos juntamente.

170. En primer término, pues, poder paterno o parental no es sino el de los padres en el gobierno de sushijos, para bien de ellos; hasta que llegaren a uso de razón, o a sazón de conocimiento, con lo que puedadárseles por capaces de entender la ley -ya sea la de naturaleza, ya la de origen político de su país-, por la quedeberán gobernarse: capaces, digo de conocerla, al igual que tantos otros que viven como hombres libresbajo dicha ley. El afecto y ternura que Dios inculcara en el pecho de los padres hacia sus hijos patentiza queno se trata aquí de un gobierno severo y arbitrario, sino de uno limitado a la ayuda, educación y preservaciónde la prole. Mas dejando esto a una parte, no hay, como probé, razón alguna que haga pensar que en ningúntiempo deban los padres extenderlo a poder de vida o muerte sobre sus hijos, más que sobre cualesquieraotras personas, o que se deba mantener en sujeción a la voluntad de sus padres al hijo llegado a hombrehecho y con perfecto uso de razón; salvo que el haber recibido la vida y la crianza de ellos le obliga al respeto,honra, gratitud, asistencia y mantenimiento, mientras vivieren, de su padre y madre. Así, pues, cierto es sergobierno natural el paterno, pero en modo alguno lo será que se extienda a los fines y jurisdicciones de lopolítico. El poder del padre no alcanza en absoluto a la propiedad del hijo, ceñida a la disposición de éste.

171. En segundo lugar, el poder político es el que cada hombre poseyera en el estado de naturaleza yrindiera a manos de la sociedad, y por tanto de los gobernantes que la sociedad hubiere sobre sí encumbrado;y ello con el tácito o expreso cargo de confianza de que dicho poder sería empleado para el bien de loscesionarios y la preservación de su propiedad. Ahora bien, este poder, que tiene cada hombre en estado denaturaleza y que entrega a la sociedad en cuanto de ella pueda cobrar aseguramiento, era para usar, mirando

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a la preservación de su propiedad, los medios que tuviera por válidos y la naturaleza le consintiera; y paracastigar en otros hombres la afrenta a la ley de naturaleza del modo (según su mejor entendimiento) másadecuado para la preservación de sí mismo y del resto de la humanidad; de suerte que siendo fin y medidade este poder, cuando en estado de naturaleza se halla en las manos de cada quien, la preservación decuántos participaren de su estado -esto es, de la humanidad en general- no tendrá el poder transmitido amanos del magistrado más fin ni medida que la preservación de los miembros de dicha sociedad en susvidas, libertades y posesiones, por lo que no ha de ser poder arbitrario, absoluto sobre sus vidas y fortuna,las cuales hasta el último posible extremo deberán ser preservadas, sino poder de hacer leyes y anexarlespenas mirando a la preservación del conjunto, por segregación de aquellas partes, y sólo de aquéllas, yatan corrompidas que amenazaban al bueno y sano: sin cuyas condiciones ninguna severidad fuera lícita. Yeste poder tiene su venero sólo en el pacto y acuerdo y el consentimiento mutuo de quienes constituyen lacomunidad.

172. En tercer lugar, poder despótico es el arbitrario y absoluto que tiene un hombre sobre otro paraquitarle la vida en cuanto le pluguiere; y éste es poder que ni lo da la naturaleza, en modo alguno autorade tal distinción entre uno y otro hombre, ni por convenio se podrá establecer. Porque no disponiendo elhombre de tal señorío arbitrario sobre su vida, no acertará a conceder a otro hombre tal poder sobre ella: maseste es mero efecto de la pérdida, por el agresor, del derecho a su vida, al ponerse en estado de guerra conotro. Porque habiendo él renunciado a la razón, por Dios otorgada como ley entre el hombre y su semejante,y a las sendas pacíficas por ella descogidas, y recurrido a la fuerza para llevar adelante a expensas de otrosinjustos fines a que no tiene derecho, expónese a ser destruido por su adversario a la primera ocasión, lopropio que cualquier otra criatura salvaje y peligrosa que amague destrucción para su ser. Y así los cautivos,ganados en justa y lícita guerra, y sólo ellos, están sometidos al poder despótico, que no nace de pacto, nifuera éste por ninguno otorgable, sino que es prosecución del estado de guerra. Porque ¿cómo va a poderconvenirse con hombre que no es dueño de su propia vida? ¿Qué condición alcanzaría a cumplimentar? Yya, una vez se le permitiera el señorío en su vida, cesara el poder arbitrario, despótico, de su amo. Quienfuere dueño de sí mismo de su propia vida tendrá también derecho a los medios de su preservación; desuerte que apenas se produjere el convenio se extinguirá la esclavitud, y quien condiciones admitiere entreél y su cautivo, en tal grado, abandonará su absoluto poder y pondrá fin al estado de guerra.

173. Otorga la naturaleza a los progenitores el primero de esos tres poderes, o sea el paterno, para be-neficio de sus hijos menores, para compensar su falta de sazón e inteligencia en el manejo de su propiedad(entiendo aquí por propiedad, como en otros lugares, aquella de que los hombres disfrutan sobre sus per-sonas lo mismo que sobre sus bienes). El voluntario acuerdo confiere el segundo, esto es, el poder político,a los gobernantes, para el beneficio de sus súbditos, y aseguramiento de ellos en la posesión y uso de suspropiedades. Y la pérdida de derecho, por incumplimiento, procura el tercero: el poder despótico dado alos señores para su propio beneficio sobre quienes se hallaren de toda propiedad despojados.

174. Quien considerare el distinto origen y demarcación, y los diferentes fines de esos diversos poderes,verá claramente que el poder paterno parece tan escasero junto al del magistrado como el despótico excedea éste; y que el dominio absoluto, situado como se quisiere, se halla tan lejos de constituir una especiede sociedad civil que es incompatible con ella, como la esclavitud lo es con la propiedad. Resumiendo: elpoder paterno meramente existe donde sus años cortos hacen al hijo incapaz del manejo de su propiedad;el político, donde los hombres disponen de ella; y el despótico, sobre quienes de ella totalmente carecen.

Centesimus annus¹⁴Juan Pablo II

El capítulo 5 de “Centesimus annus” se detiene a considerar los principios básicos que deben

¹⁴ J P II, Centesimus Annus, c. 5.

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orientar la constitución del Estado ante los problemas derivados del último siglo de desarro-llo económico y tecnológico, y tras la experiencia de la guerra y el totalitarismo. Destacan eneste pasaje la defensa de la libertad religiosa, la revaloración del gobierno representativo, y laresponsabilidad de la autoridad política en la esfera económica y cultural.

44. León XIII no ignoraba que una sana teoría del Estado era necesaria para asegurar el desarrollo normalde las actividades humanas: las espirituales y las materiales, entrambas indispensables ⁸⁹. Por esto, en unpasaje de la Rerum novarum el Papa presenta la organización de la sociedad estructurada en tres poderes—legislativo, ejecutivo y judicial—, lo cual constituía entonces una novedad en las enseñanzas de la Iglesia ⁹⁰.Tal ordenamiento refleja una visión realista de la naturaleza social del hombre, la cual exige una legislaciónadecuada para proteger la libertad de todos. A este respecto es preferible que un poder esté equilibrado porotros poderes y otras esferas de competencia, que lo mantengan en su justo límite. Es éste el principio del«Estado de derecho», en el cual es soberana la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres.

A esta concepción se ha opuesto en tiempos modernos el totalitarismo, el cual, en la forma marxista-leninista, considera que algunos hombres, en virtud de un conocimiento más profundo de las leyes de desa-rrollo de la sociedad, por una particular situación de clase o por contacto con las fuentes más profundasde la conciencia colectiva, están exentos del error y pueden, por tanto, arrogarse el ejercicio de un poderabsoluto. A esto hay que añadir que el totalitarismo nace de la negación de la verdad en sentido objetivo.Si no existe una verdad trascendente, con cuya obediencia el hombre conquista su plena identidad, tampo-co existe ningún principio seguro que garantice relaciones justas entre los hombres: los intereses de clase,grupo o nación, los contraponen inevitablemente unos a otros. Si no se reconoce la verdad trascendente,triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone paraimponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar los derechos de los demás. Entonces el hombrees respetado solamente en la medida en que es posible instrumentalizarlo para que se afirme en su egoísmo.La raíz del totalitarismo moderno hay que verla, por tanto, en la negación de la dignidad trascendente dela persona humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto natural de derechosque nadie puede violar: ni el individuo, el grupo, la clase social, ni la nación o el Estado. No puede hacerlotampoco la mayoría de un cuerpo social, poniéndose en contra de la minoría, marginándola, oprimiéndola,explotándola o incluso intentando destruirla ⁹¹.

45. La cultura y la praxis del totalitarismo comportan además la negación de la Iglesia. El Estado, obien el partido, que cree poder realizar en la historia el bien absoluto y se erige por encima de todos losvalores, no puede tolerar que se sostenga un criterio objetivo del bien y del mal, por encima de la voluntadde los gobernantes y que, en determinadas circunstancias, puede servir para juzgar su comportamiento.Esto explica por qué el totalitarismo trata de destruir la Iglesia o, al menos, someterla, convirtiéndola eninstrumento del propio aparato ideológico ⁹².

El Estado totalitario tiende, además, a absorber en sí mismo la nación, la sociedad, la familia, las comuni-dades religiosas y las mismas personas. Defendiendo la propia libertad, la Iglesia defiende la persona, quedebe obedecer a Dios antes que a los hombres (cf. Hch 5, 29); defiende la familia, las diversas organizacionessociales y las naciones, realidades todas que gozan de un propio ámbito de autonomía y soberanía.

46. La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de losciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar asus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica ⁹³. Por esto mismo, nopuede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivosideológicos, usurpan el poder del Estado.

Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una rectaconcepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de laspersonas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la «subje-tividad» de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad. Hoyse tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental

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correspondientes a las formas políticas democráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la ver-dad y se adhieren a ella con firmeza no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar quela verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos. A estepropósito, hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política,entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de po-der. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, comodemuestra la historia.

La Iglesia tampoco cierra los ojos ante el peligro del fanatismo o fundamentalismo de quienes, en nombrede una ideología con pretensiones de científica o religiosa, creen que pueden imponer a los demás hombressu concepción de la verdad y del bien. No es de esta índole la verdad cristiana. Al no ser ideológica, la fecristiana no pretende encuadrar en un rígido esquema la cambiante realidad sociopolítica y reconoce que lavida del hombre se desarrolla en la historia en condiciones diversas y no perfectas. La Iglesia, por tanto, alratificar constantemente la trascendente dignidad de la persona, utiliza como método propio el respeto dela libertad ⁹⁴.

La libertad, no obstante, es valorizada en pleno solamente por la aceptación de la verdad. En un mundosin verdad la libertad pierde su consistencia y el hombre queda expuesto a la violencia de las pasiones y acondicionamientos patentes o encubiertos. El cristiano vive la libertad y la sirve (cf. Jn 8, 31-32), proponiendocontinuamente, en conformidad con la naturaleza misionera de su vocación, la verdad que ha conocido. Enel diálogo con los demás hombres y estando atento a la parte de verdad que encuentra en la experiencia devida y en la cultura de las personas y de las naciones, el cristiano no renuncia a afirmar todo lo que le handado a conocer su fe y el correcto ejercicio de su razón ⁹⁵.

47. Después de la caída del totalitarismo comunista y de otros muchos regímenes totalitarios y de «se-guridad nacional», asistimos hoy al predominio, no sin contrastes, del ideal democrático junto con unaviva atención y preocupación por los derechos humanos. Pero, precisamente por esto, es necesario que lospueblos que están reformando sus ordenamientos den a la democracia un auténtico y sólido fundamento,mediante el reconocimiento explícito de estos derechos ⁹⁶. Entre los principales hay que recordar: el derechoa la vida, del que forma parte integrante el derecho del hijo a crecer bajo el corazón de la madre, despuésde haber sido concebido; el derecho a vivir en una familia unida y en un ambiente moral, favorable al desa-rrollo de la propia personalidad; el derecho a madurar la propia inteligencia y la propia libertad a través dela búsqueda y el conocimiento de la verdad; el derecho a participar en el trabajo para valorar los bienes dela tierra y recabar del mismo el sustento propio y de los seres queridos; el derecho a fundar libremente unafamilia, a acoger y educar a los hijos, haciendo uso responsable de la propia sexualidad. Fuente y síntesisde estos derechos es, en cierto sentido, la libertad religiosa, entendida como derecho a vivir en la verdad dela propia fe y en conformidad con la dignidad trascendente de la propia persona ⁹⁷.

También en los países donde están vigentes formas de gobierno democrático no siempre son respetadostotalmente estos derechos. Y nos referimos no solamente al escándalo del aborto, sino también a diversosaspectos de una crisis de los sistemas democráticos, que a veces parece que han perdido la capacidad dedecidir según el bien común. Los interrogantes que se plantean en la sociedad a menudo no son examinadossegún criterios de justicia y moralidad, sino más bien de acuerdo con la fuerza electoral o financiera de losgrupos que los sostienen. Semejantes desviaciones de la actividad política con el tiempo producen descon-fianza y apatía, con lo cual disminuye la participación y el espíritu cívico entre la población, que se sienteperjudicada y desilusionada. De ahí viene la creciente incapacidad para encuadrar los intereses particularesen una visión coherente del bien común. Éste, en efecto, no es la simple suma de los intereses particula-res, sino que implica su valoración y armonización, hecha según una equilibrada jerarquía de valores y, enúltima instancia, según una exacta comprensión de la dignidad y de los derechos de la persona ⁹⁸.

La Iglesia respeta la legítima autonomía del orden democrático; pero no posee título alguno para expresarpreferencias por una u otra solución institucional o constitucional. La aportación que ella ofrece en estesentido es precisamente el concepto de la dignidad de la persona, que se manifiesta en toda su plenitud en

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el misterio del Verbo encarnado ⁹⁹.48. Estas consideraciones generales se reflejan también sobre el papel del Estado en el sector de la econo-

mía. La actividad económica, en particular la economía de mercado, no puede desenvolverse en medio deun vacío institucional, jurídico y político. Por el contrario, supone una seguridad que garantiza la liber-tad individual y la propiedad, además de un sistema monetario estable y servicios públicos eficientes. Laprimera incumbencia del Estado es, pues, la de garantizar esa seguridad, de manera que quien trabaja yproduce pueda gozar de los frutos de su trabajo y, por tanto, se sienta estimulado a realizarlo eficiente yhonestamente. La falta de seguridad, junto con la corrupción de los poderes públicos y la proliferación defuentes impropias de enriquecimiento y de beneficios fáciles, basados en actividades ilegales o puramenteespeculativas, es uno de los obstáculos principales para el desarrollo y para el orden económico.

Otra incumbencia del Estado es la de vigilar y encauzar el ejercicio de los derechos humanos en el sectoreconómico; pero en este campo la primera responsabilidad no es del Estado, sino de cada persona y de losdiversos grupos y asociaciones en que se articula la sociedad. El Estado no podría asegurar directamente elderecho a un puesto de trabajo de todos los ciudadanos, sin estructurar rígidamente toda la vida económicay sofocar la libre iniciativa de los individuos. Lo cual, sin embargo, no significa que el Estado no tenga nin-guna competencia en este ámbito, como han afirmado quienes propugnan la ausencia de reglas en la esferaeconómica. Es más, el Estado tiene el deber de secundar la actividad de las empresas, creando condicionesque aseguren oportunidades de trabajo, estimulándola donde sea insuficiente o sosteniéndola en momentosde crisis.

El Estado tiene, además, el derecho a intervenir, cuando situaciones particulares de monopolio creen ré-moras u obstáculos al desarrollo. Pero, aparte de estas incumbencias de armonización y dirección del desa-rrollo, el Estado puede ejercer funciones de suplencia en situaciones excepcionales, cuando sectores sociales osistemas de empresas, demasiado débiles o en vías de formación, sean inadecuados para su cometido. Talesintervenciones de suplencia, justificadas por razones urgentes que atañen al bien común, en la medida delo posible deben ser limitadas temporalmente, para no privar establemente de sus competencias a dichossectores sociales y sistemas de empresas y para no ampliar excesivamente el ámbito de intervención estatalde manera perjudicial para la libertad tanto económica como civil.

En los últimos años ha tenido lugar una vasta ampliación de ese tipo de intervención, que ha llegado aconstituir en cierto modo un Estado de índole nueva: el «Estado del bienestar». Esta evolución se ha dadoen algunos Estados para responder de manera más adecuada a muchas necesidades y carencias tratandode remediar formas de pobreza y de privación indignas de la persona humana. No obstante, no han faltadoexcesos y abusos que, especialmente en los años más recientes, han provocado duras críticas a ese Estado delbienestar, calificado como «Estado asistencial». Deficiencias y abusos del mismo derivan de una inadecuadacomprensión de los deberes propios del Estado. En este ámbito también debe ser respetado el principio desubsidiariedad.Una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo socialde orden inferior, privándola de sus competencias, sino que más bien debe sostenerla en caso de necesidady ayudarla a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común ¹⁰⁰.

Al intervenir directamente y quitar responsabilidad a la sociedad, el Estado asistencial provoca la pér-dida de energías humanas y el aumento exagerado de los aparatos públicos, dominados por lógicas buro-cráticas más que por la preocupación de servir a los usuarios, con enorme crecimiento de los gastos. Efec-tivamente, parece que conoce mejor las necesidades y logra sastisfacerlas de modo más adecuado quienestá próximo a ellas o quien está cerca del necesitado. Además, un cierto tipo de necesidades requiere confrecuencia una respuesta que sea no sólo material, sino que sepa descubrir su exigencia humana más pro-funda. Conviene pensar también en la situación de los prófugos y emigrantes, de los ancianos y enfermos, yen todos los demás casos, necesitados de asistencia, como es el de los drogadictos: personas todas ellas quepueden ser ayudadas de manera eficaz solamente por quien les ofrece, aparte de los cuidados necesarios,un apoyo sinceramente fraterno.

49. En este campo la Iglesia, fiel al mandato de Cristo, su Fundador, está presente desde siempre con

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4. La comunidad política 101

sus obras, que tienden a ofrecer al hombre necesitado un apoyo material que no lo humille ni lo reduzcaa ser únicamente objeto de asistencia, sino que lo ayude a salir de su situación precaria, promoviendo sudignidad de persona. Gracias a Dios, hay que decir que la caridad operante nunca se ha apagado en la Iglesiay, es más, tiene actualmente un multiforme y consolador incremento. A este respecto, es digno de menciónespecial el fenómeno del voluntariado, que la Iglesia favorece y promueve, solicitando la colaboración de todospara sostenerlo y animarlo en sus iniciativas.

Para superar la mentalidad individualista, hoy día tan difundida, se requiere un compromiso concreto desolidaridad y caridad, que comienza dentro de la familia con la mutua ayuda de los esposos y, luego, con lasatenciones que las generaciones se prestan entre sí. De este modo la familia se cualifica como comunidad detrabajo y de solidaridad. Pero ocurre que cuando la familia decide realizar plenamente su vocación, se puedeencontrar sin el apoyo necesario por parte del Estado, que no dispone de recursos suficientes. Es urgente,entonces, promover iniciativas políticas no sólo en favor de la familia, sino también políticas sociales quetengan como objetivo principal a la familia misma, ayudándola mediante la asignación de recursos adecua-dos e instrumentos eficaces de ayuda, bien sea para la educación de los hijos, bien sea para la atención de losancianos, evitando su alejamiento del núcleo familiar y consolidando las relaciones entre las generaciones¹⁰¹.

Además de la familia, desarrollan también funciones primarias y ponen en marcha estructuras específi-cas de solidaridad otras sociedades intermedias. Efectivamente, éstas maduran como verdaderas comuni-dades de personas y refuerzan el tejido social, impidiendo que caiga en el anonimato y en una masificaciónimpersonal, bastante frecuente por desgracia en la sociedad moderna. En medio de esa múltiple inter- ac-ción de las relaciones vive la persona y crece la «subjetividad de la sociedad». El individuo hoy día quedasofocado con frecuencia entre los dos polos del Estado y del mercado. En efecto, da la impresión a vecesde que existe sólo como productor y consumidor de mercancías, o bien como objeto de la administracióndel Estado, mientras se olvida que la convivencia entre los hombres no tiene como fin ni el mercado ni elEstado, ya que posee en sí misma un valor singular a cuyo servicio deben estar el Estado y el mercado. Elhombre es, ante todo, un ser que busca la verdad y se esfuerza por vivirla y profundizarla en un diálogocontinuo que implica a las generaciones pasadas y futuras ¹⁰².

50. Esta búsqueda abierta de la verdad, que se renueva cada generación, caracteriza la cultura de la nación.En efecto, el patrimonio de los valores heredados y adquiridos, es con frecuencia objeto de contestación porparte de los jóvenes. Contestar, por otra parte, no quiere decir necesariamente destruir o rechazar a priori,sino que quiere significar sobre todo someter a prueba en la propia vida y, tras esta verificación existen-cial, hacer que esos valores sean más vivos, actuales y personales, discerniendo lo que en la tradición esválido respecto de falsedades y errores o de formas obsoletas, que pueden ser sustituidas por otras más enconsonancia con los tiempos.

En este contexto conviene recordar que la evangelización se inserta también en la cultura de las naciones, ayu-dando a ésta en su camino hacia la verdad y en la tarea de purificación y enriquecimiento ¹⁰³. Pero, cuandouna cultura se encierra en sí misma y trata de perpetuar formas de vida anticuadas, rechazando cualquiercambio y confrontación sobre la verdad del hombre, entonces se vuelve estéril y lleva a su decadencia.

51. Toda la actividad humana tiene lugar dentro de una cultura y tiene una recíproca relación con ella.Para una adecuada formación de esa cultura se requiere la participación directa de todo el hombre, el cualdesarrolla en ella su creatividad, su inteligencia, su conocimiento del mundo y de los demás hombres. Aella dedica también su capacidad de autodominio, de sacrificio personal, de solidaridad y disponibilidadpara promover el bien común. Por esto, la primera y más importante labor se realiza en el corazón del hombre,y el modo como éste se compromete a construir el propio futuro depende de la concepción que tiene de símismo y de su destino. Es a este nivel donde tiene lugar la contribución específica y decisiva de la Iglesia en favorde la verdadera cultura. Ella promueve el nivel de los comportamientos humanos que favorecen la cultura dela paz contra los modelos que anulan al hombre en la masa, ignoran el papel de su creatividad y libertady ponen la grandeza del hombre en sus dotes para el conflicto y para la guerra. La Iglesia lleva a cabo este

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servicio predicando la verdad sobre la creación del mundo, que Dios ha puesto en las manos de los hombres paraque lo hagan fecundo y más perfecto con su trabajo, y predicando la verdad sobre la Redención, mediante lacual el Hijo de Dios ha salvado a todos los hombres y al mismo tiempo los ha unido entre sí haciéndolosresponsables unos de otros. La Sagrada Escritura nos habla continuamente del compromiso activo en favordel hermano y nos presenta la exigencia de una corresponsabilidad que debe abarcar a todos los hombres.

Esta exigencia no se limita a los confines de la propia familia, y ni siquiera de la nación o del Estado,sino que afecta ordenadamente a toda la humanidad, de manera que nadie debe considerarse extraño oindiferente a la suerte de otro miembro de la familia humana. En efecto, nadie puede afirmar que no esresponsable de la suerte de su hermano (cf. Gn 4, 9; Lc 10, 29-37; Mt 25, 31-46). La atenta y premurosasolicitud hacia el prójimo, en el momento mismo de la necesidad, —facilitada incluso por los nuevos mediosde comunicación que han acercado más a los hombres entre sí— es muy importante para la búsqueda delos instrumentos de solución de los conflictos internacionales que puedan ser una alternativa a la guerra.No es difícil afirmar que el ingente poder de los medios de destrucción, accesibles incluso a las medias ypequeñas potencias, y la conexión cada vez más estrecha entre los pueblos de toda la tierra, hacen muyarduo o prácticamente imposible limitar las consecuencias de un conflicto.

52. Los Pontífices Benedicto XV y sus sucesores han visto claramente este peligro ¹⁰⁴, y yo mismo, conocasión de la reciente y dramática guerra en el Golfo Pérsico, he repetido el grito: «¡Nunca más la guerra!».¡No, nunca más la guerra!, que destruye la vida de los inocentes, que enseña a matar y trastorna igualmente lavida de los que matan, que deja tras de sí una secuela de rencores y odios, y hace más difícil la justa soluciónde los mismos problemas que la han provocado. Así como dentro de cada Estado ha llegado finalmente eltiempo en que el sistema de la venganza privada y de la represalia ha sido sustituido por el imperio de la ley,así también es urgente ahora que semejante progreso tenga lugar en la Comunidad internacional. No hayque olvidar tampoco que en la raíz de la guerra hay, en general, reales y graves razones: injusticias sufridas,frustraciones de legítimas aspiraciones, miseria o explotación de grandes masas humanas desesperadas, lascuales no ven la posibilidad objetiva de mejorar sus condiciones por las vías de la paz.

Por eso, el otro nombre de la paz es el desarrollo ¹⁰⁵. Igual que existe la responsabilidad colectiva de evitarla guerra, existe también la responsabilidad colectiva de promover el desarrollo. Y así como a nivel internoes posible y obligado construir una economía social que oriente el funcionamiento del mercado hacia elbien común, del mismo modo son necesarias también intervenciones adecuadas a nivel internacional. Poresto hace falta un gran esfuerzo de comprensión recíproca, de conocimiento y sensibilización de las conciencias. Heahí la deseada cultura que hace aumentar la confianza en las potencialidades humanas del pobre y, portanto, en su capacidad de mejorar la propia condición mediante el trabajo y contribuir positivamente albienestar económico. Sin embargo, para lograr esto, el pobre —individuo o nación— necesita que se leofrezcan condiciones realmente asequibles. Crear tales condiciones es el deber de una concertación mundialpara el desarrollo,que implica además el sacrificio de las posiciones ventajosas en ganancias y poder, de lasque se benefician las economías más desarrolladas ¹⁰⁶.

Esto puede comportar importantes cambios en los estilos de vida consolidados, con el fin de limitar eldespilfarro de los recursos ambientales y humanos, permitiendo así a todos los pueblos y hombres de latierra el poseerlos en medida suficiente. A esto hay que añadir la valoración de los nuevos bienes mate-riales y espirituales, fruto del trabajo y de la cultura de los pueblos hoy marginados, para obtener así elenriquecimiento humano general de la familia de las naciones.

89. Cf. Enc. Rerum novarum: l. c., 126-128.90. Cf. ibid.: l. c., 121 s,91. Cf. León XIII, Enc. Libertas praestantissimum: l. c., 224-226.92. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 76.93. Cf. ibid., 29; Pío XII, Radiomensaje de Navidad (24 diciembre 1944): AAS 37 (1945), 10-20.94. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Declaración Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa.95. Cf. Enc. Redemptoris missio, 11: L\Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 25 enero 1991.

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4. La comunidad política 103

96. Enc. Redemptor hominis, 17: l. c., 270-272.97. Cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1988: l. c., 1572-1580; Mensaje para la Jornada Mundial

de la Paz 1991: L\Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 21 diciembre 1990; Conc. Ecum. Vat.II, Declaración Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa 1-2.

98. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 26.99. Cf. ibid., 22.100. Cf. Pío XI, Enc. Quadragesimo anno, I: l.c., 184-186.101. Cf. Exh. Ap. Familiaris consortio (22 noviembre 1981), 45: AAS 74 (1982), 136 s.102. Cf. Alocución a la UNESCO (2 junio 1980): AAS 72 (1980), 735-752.103. Cf. Enc. Redemptoris missio, 39; 52: L\Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 25 enero

1991.104. Cf. Benedicto XV, Exh. Ubi primum (8 setiembre 1914): AAS 6 (1914), 501 s.; Pío XI, Radiomensaje a

todos los fieles católicos y a todo el mundo (29 setiembre 1938): AAS 30 (1938), 309 s.; Pío XII, Radiomensajea todo el mundo (24 agosto 1939): AAS 31 (1939), 333-335; Juan XXIII, Enc. Pacem in terris, III: l c., 285-289;Pablo VI, Discurso a la O.N.U. (4 octubre 1965): AAS 57 ( 1965 ), 877-885.

105. Cf. Pablo VI, Enc. Populorum progressio, 76-77: l. c., 294 s.106. Cf. Exh. Ap. Familiaris consortio, 48: l. c., 139 s.

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5. La comunidad internacional

Segundo tratado sobre el gobierno civil¹⁵John Locke

En este breve pasaje, Locke define el poder de representar y defender a los ciudadanos anteotras comunidades políticas como un poder distinto, pero integral, de toda autoridad política.Este poder o capacidad sirve de sustento para la configuración de las relaciones internacionales.

CAPÍTULO XII. LOS PODERES LEGISLATIVO, EJECUTIVO Y FEDERATIVO DEL ESTADO

143. Al poder legislativo incumbe dirigir el empleo de la fuerza de la república para la preservación deella y de sus miembros. Y pudiendo las leyes que habrán de ser de continuo ejecutadas y cuya fuerza deberáincesantemente proseguir, ser despachadas en breve tiempo, no será menester que el poder legislativo seaininterrumpido, pues holgarán a las veces los asuntos; y también porque podría ser sobrada tentación parala humana fragilidad, capaz de usurpar el poder, que las mismas personas a quienes asiste la facultad delegislar, a ella unieran la de la ejecución para su particular ventaja, cobrando así un interés distinto delque al resto de la comunidad competiera, lance contrario al fin de la sociedad y gobierno. Así, pues, en lasrepúblicas bien ordenadas, donde el bien del conjunto es considerado como se debe, el poder legislativo sehalla en manos de diversas personas, las cuales, debidamente reunidas, gozan de por sí, ó conjuntamentecon otras, el poder de hacer las leyes; mas hechas éstas, de nuevo se superan y sujetos quedan a las leyesque hicieran ellos mismos, lo cual es otro vínculo estrecho que les induce a cuidar de hacerlas por el bienpúblico.

144.Pero por disponer las leyes hechas de una vez y en brevísimo tiempo, de fuerza constante y duradera,y necesitar de perpetua ejecución o de especiales servicios, menester será que exista un poder ininterrumpi-do que atienda a la ejecución de las leyes en vigencia, y esté en fuerza permanente. Así acaece que aparezcana menudo separados el poder legislativo y el ejecutivo.

145. Otro poder existe en cada república, al que pudiera llamarse natural, porque es el que correspondeal poder que cada hombre naturalmente tuvo antes de entrar en sociedad. Porque aunque en una repúblicasean sus miembros personas distintas, todavía, cada cual relativamente al vecino, y como tales le gobiernenlas leyes de la sociedad, con todo, con referencia al resto de la humanidad forman un solo cuerpo, exac-tamente como cada uno de sus miembros se hallaba cuando en estado de naturaleza convivía con el restode los hombres; de suerte que las contiendas sucesivas entre cualquier hombre de la sociedad con los queestuvieren tuera de ella se hallan a cargo del público, y un agravio causado a un miembro de este cuerpocompromete a los demás en su reparación. De suerte que, así considerada, toda la comunidad no es másque un cuerpo en estado de la naturaleza con respecto a los demás estados a personas no pertenecientes aella.

146. Tal facultad, pues, contiene el poder de paz y guerra, ligas y alianzas y todas las transacciones concualquier persona y comunidad ajena a tal república; y puede llamársela federativa si de ello se gustare.Mientras la esencia sea comprendida, me será indiferente el nombre.

147. Esos dos poderes, ejecutivo y federativo, aun siendo realmente distintos en sí mismos porque eluno comprende la ejecución de las leyes interiores de la sociedad sobre sus partes, y el otro el manejo dela seguridad de intereses públicos en el exterior, con la consideración de cuanto pudiere favorecerles operjudicarles, se hallan, sin embargo, casi siempre unidos. Y aunque este poder federativo pueda ser, en sumanejo bueno o malo de extraordinario momento para la república, es harto menos capaz de obedecer alas leyes positivas permanentes y antecedentes que el ejecutivo; y así precisa fiar a la prudencia y sabiduríade aquellos en cuyas manos se halla que atentos al bien público lo dirijan. Porque las leyes que conciernen

¹⁵ John L , Segundo tratado sobre el gobierno civil, c. 12.

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5. La comunidad internacional 105

a los súbditos entre sí, para dirigir sus acciones, bien podrán procederlas. Pero lo hecho con referencia aextranjeros mucho depende de las acciones de ellos; y la variación de propósitos y de intereses debe ser engran parte encargada a la prudencia de quienes detentan este poder, para que con su mejor capacidad loempleen en el provecho de la república.

148. Aunque como dije, los poderes federativo y ejecutivo de cada comunidad sean en sí realmente dis-tintos, difícilmente cabrá separarlos y ponerlos al mismo tiempo en manos de distintas personas. Porqueambos requieren la fuerza de la sociedad para su ejercicio, y es casi impracticable situar la fuerza de lacomunidad política en manos distintas y no subordinadas, o que los poderes ejecutivo y federativo seanasignados a personas que pudieren obrar por separado, con lo cual la fuerza del público vendría al hallarsebajo mandos diferentes, lo que bien pudiera en algún tiempo causar desorden y ruina.

Metafísica de las costumbres¹⁶Immanuel Kant

En esta sección de la “Metafísica de las Costumbres” Kant describe la normatividad que consi-dera básica para las relaciones justas entre las naciones, y propone un resumen de los principiosque podrían servir de base a una paz perpetua entre las mismas.

53. Nature and Division of the Right of Nations.

The individuals, who make up a people, may be regarded as natives of the country sprung by naturaldescent from a common ancestry (congeniti), although this may not hold entirely true in detail. Again, theymay be viewed according to the intellectual and juridical relation, as born of a common political mother,the republic, so that they constitute, as it were, a public family or nation (gens, natio) whose members areall related to each other as citizens of the state. As members of a state, they do not mix with those wholive beside them in the state of nature, considering such to be ignoble. Yet these savages, on account of thelawless freedom they have chosen, regard themselves as superior to civilized peoples; and they constitutetribes and even races, but not states. The public right of states (jus publicum civitatum), in their relationsto one another, is what we have to consider under the designation of the “right of nations.” Wherever astate, viewed as a moral person, acts in relation to another existing in the condition of natural freedom, andconsequently in a state of continual war, such right takes it rise.

The right of nations in relation to the state of war may be divided into: 1. the right of going to war; 2. rightduring war; and 3. right a er war, the object of which is to constrain the nations mutually to pass from thisstate of war and to found a common constitution establishing perpetual peace. The difference between theright of individual men or families as related to each other in the state of nature, and the right of the nationsamong themselves, consists in this, that in the right of nations we have to consider not merely a relation ofone state to another as a whole, but also the relation of the individual persons in one state to the individualsof another state, as well as to that state as a whole. This difference, however, between the right of nationsand the right of individuals in the mere state of nature, requires to be determined by elements which caneasily be deduced from the conception of the la er.

54. Elements of the Right of Nations.

The elements of the right of nations are as follows:1. States, viewed as nations, in their external relations to one another– like lawless savages– are naturally

in a non–juridical condition;

¹⁶ Immanuel K , Metaphysik der Si en, 53-61.

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106 Filosofía Social

2. This natural condition is a state of war in which the right of the stronger prevails; and although it maynot in fact be always found as a state of actual war and incessant hostility, and although no real wrong isdone to any one therein, yet the condition is wrong in itself in the highest degree, and the nations whichform states contiguous to each other are bound mutually to pass out of it;

3. An alliance of nations, in accordance with the idea of an original social contract, is necessary to protecteach other against external aggression and a ack, but not involving interference with their several internaldifficulties and disputes;

4. This mutual connection by alliance must dispense with a distinct sovereign power, such as is set upin the civil constitution; it can only take the form of a federation, which as such may be revoked on anyoccasion, and must consequently be renewed from time to time.

This is therefore a right which comes in as an accessory (in subsidium) of another original right, in orderto prevent the nations from falling from right and lapsing into the state of actual war with each other. It thusissues in the idea of a foedus amphictyonum.

55. Right of Going to War as related to the Subjects of the State.

We have then to consider, in the first place, the original right of free states to go to war with each otheras being still in a state of nature, but as exercising this right in order to establish some condition of societyapproaching the juridical And, first of all, the question arises as to what right the state has in relation to itsown subjects, to use them in order to make war against other states, to employ their property and even theirlives for this purpose, or at least to expose them to hazard and danger; and all this in such a way that it doesnot depend upon their own personal judgement whether they will march into the field of war or not, butthe supreme command of the sovereign claims to se le and dispose of them thus.

This right appears capable of being easily established. It may be grounded upon the right which everyone has to do with what is his own as he will. Whatever one has made substantially for himself, he holds ashis incontestable property. The following, then, is such a deduction as a mere jurist would put forward.

There are various natural products in a country which, as regards the number and quantity in which theyexist, must be considered as specially produced (artefacta) by the work of the state; for the country wouldnot yield them to such extent were it not under the constitution of the state and its regular administrativegovernment, or if the inhabitants were still living in the state of nature. Sheep, ca le, domestic fowl themost useful of their kind– swine, and such like, would either be used up as necessary food or destroyedby beasts of prey in the district in which I live, so that they would entirely disappear, or be found in veryscant supplies, were it not for the government securing to the inhabitants their acquisitions and property.This holds likewise of the population itself, as we see in the case of the American deserts; and even were thegreatest industry applied in those regions– which is not yet done– there might be but a scanty population.The inhabitants of any country would be but sparsely sown here and there were it not for the protection ofgovernment; because without it they could not spread themselves with their households upon a territorywhich was always in danger of being devastated by enemies or by wild beasts of prey; and further, so greata multitude of men as now live in any one country could not otherwise obtain sufficient means of support.Hence, as it can be said of vegetable growths, such as potatoes, as well as of domesticated animals, thatbecause the abundance in which they are found is a product of human labour, they may be used, destroyed,and consumed by man; so it seems that it may be said of the sovereign, as the supreme power in the state,that he has the right to lead his subjects, as being for the most part productions of his own, to war, as if itwere to the chase, and even to march them to the field of ba le, as if it were on a pleasure excursion.

This principle of right may be supposed to float dimly before the mind of the monarch, and it certainlyholds true at least of the lower animals which may become the property of man. But such a principle willnot at all apply to men, especially when viewed as citizens who must be regarded as members of the state,with a share in the legislation, and not merely as means for others but as ends in themselves. As such they

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5. La comunidad internacional 107

must give their free consent, through their representatives, not only to the carrying on of war generally, butto every separate declaration of war; and it is only under this limiting condition that the state has a right todemand their services in undertakings so full of danger.

We would therefore deduce this right rather from the duty of the sovereign to the people than conversely.Under this relation, the people must be regarded as having given their sanction; and, having the right ofvoting, they may be considered, although thus passive in reference to themselves individually, to be activein so far as they represent the sovereignty itself.

56. Right of Going to War in relation to Hostile States.

Viewed as in the state of nature, the right of nations to go to war and to carry on hostilities is the legitimateway by which they prosecute their rights by their own power when they regard themselves as injured; andthis is done because in that state the method of a juridical process, although the only one proper to se lesuch disputes, cannot be adopted.

The threatening of war is to be distinguished from the active injury of a first aggression, which againis distinguished from the general outbreak of hostilities. A threat or menace may be given by the activepreparation of armaments, upon which a right of prevention (jus praeventionis) is founded on the otherside, or merely by the formidable increase of the power of another state (potestas tremenda) by acquisitionof territory. Lesion of a less powerful country may be involved merely in the condition of a more powerfulneighbour prior to any action at all; and in the state of nature an a ack under such circumstances would bewarrantable. This international relation is the foundation of the right of equilibrium, or of the “balance ofpower,” among all the states that are in active contiguity to each other.

The right to go to war is constituted by any overt act of injury. This includes any arbitrary retaliation oract of reprisal (retorsio) as a satisfaction taken by one people for an offence commi ed by another, withoutany a empt being made to obtain reparation in a peaceful way. Such an act of retaliation would be similarin kind to an outbreak of hostilities without a previous declaration of war. For if there is to be any right atall during the state of war, something analogous to a contract must be assumed, involving acceptance onthe side of the declaration on the other, and amounting to the fact that they both will to seek their right inthis way.

57. Right during War.

The determination of what constitutes right in war, is the most difficult problem of the right of nationsand international law. It is very difficult even to form a conception of such a right, or to think of any lawin this lawless state without falling into a contradiction. Inter arma silent leges.[6] It must then be just theright to carry on war according to such principles as render it always still possible to pass out of that naturalcondition of the states in their external relations to each other, and to enter into a condition of right.

No war of independent states against each other can rightly be a war of punishment (bellum punitivum).For punishment is only in place under the relation of a superior (imperantis) to a subject (subditum); and thisis not the relation of the states to one another. Neither can an international war be “a war of extermination”(bellum internicinum), nor even “a war of subjugation” (bellum subjugatorium); for this would issue in themoral extinction of a state by its people being either fused into one mass with the conquering state, or beingreduced to slavery. Not that this necessary means of a aining to a condition of peace is itself contradictoryto the right of a state; but because the idea of the right of nations includes merely the conception of anantagonism that is in accordance with principles of external freedom, in order that the state may maintainwhat is properly its own, but not that it may acquire a condition which, from the aggrandizement of itspower, might become threatening to other states.

Defensive measures and means of all kinds are allowable to a state that is forced to war, except such as bytheir use would make the subjects using them unfit to be citizens; for the state would thus make itself unfit

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to be regarded as a person capable of participating in equal rights in the international relations accordingto the right of nations. Among these forbidden means are to be reckoned the appointment of subjects to actas spies, or engaging subjects or even strangers to act as assassins, or poisoners (in which class might wellbe included the so called sharpshooters who lurk in ambush for individuals), or even employing agentsto spread false news. In a word, it is forbidden to use any such malignant and perfidious means as woulddestroy the confidence which would be requisite to establish a lasting peace therea er.

It is permissible in war to impose exactions and contributions upon a conquered enemy; but it is notlegitimate to plunder the people in the way of forcibly depriving individuals of their property. For thiswould be robbery, seeing it was not the conquered people but the state under whose government they wereplaced that carried on the war by means of them. All exactions should be raised by regular requisition, andreceipts ought to be given for them, in order that when peace is restored the burden imposed on the countryor the province may be proportionately borne.

[6]“In the midst of arms the laws are silent.” Cicero.

58. Right a er War.

The right that follows a er war, begins at the moment of the treaty of peace and refers to the consequencesof the war. The conqueror lays down the conditions under which he will agree with the conquered powerto form the conclusion of peace. Treaties are drawn up; not indeed according to any right that it pertains tohim to protect, on account of an alleged lesion by his opponent, but as taking this question upon himself,he bases the right to decide it upon his own power. Hence the conqueror may not demand restitution ofthe cost of the war; because he would then have to declare the war of his opponent to be unjust. And evenalthough he should adopt such an argument, he is not entitled to apply it; because he would have to declarethe war to be punitive, and he would thus in turn inflict an injury. To this right belongs also the exchange ofprisoners, which is to be carried out without ransom and without regard to equality of numbers.

Neither the conquered state nor its subjects lose their political liberty by conquest of the country, so asthat the former should be degraded to a colony, or the la er to slaves; for otherwise it would have been apenal war, which is contradictory in itself. A colony or a province is constituted by a people which has itsown constitution, legislation, and territory, where persons belonging to another state are merely strangers,but which is nevertheless subject to the supreme executive power of another state. This other state is calledthe mother–country. It is ruled as a daughter, but has at the same time its own form of government, as ina separate parliament under the presidency of a viceroy (civitas hybrida). Such was Athens in relation todifferent islands; and such is at present (1796) the relation of Great Britain to Ireland.

Still less can slavery be deduced as a rightful institution, from the conquest of a people in war; for thiswould assume that the war was of a punitive nature. And least of all can a basis be found in war for ahereditary slavery, which is absurd in itself, since guilt cannot be inherited from the criminality of another.

Further, that an amnesty is involved in the conclusion of a treaty of peace is already implied in the veryidea of a peace.

59. The Rights of Peace.

The rights of peace are:1. The right to be in peace when war is in the neighbourhood, or the right of neutrality.2. The right to have peace secured so that it may continue when it has been concluded, that is, the right

of guarantee.3. The right of the several states to enter into a mutual alliance, so as to defend themselves in common

against all external or even internal a acks. This right of federation, however, does not extend to the forma-tion of any league for external aggression or internal aggrandizement.

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60. Right as against an Unjust Enemy.

The right of a state against an unjust enemy has no limits, at least in respect of quality as distinguishedfrom quantity or degree. In other words, the injured state may use– not, indeed any means, but yet– all thosemeans that are permissible and in reasonable measure in so far as they are in its power, in order to assert itsright to what is its own. But what then is an unjust enemy according to the conceptions of the right of nations,when, as holds generally of the state of nature, every state is judge in its own cause? It is one whose publiclyexpressed will, whether in word or deed, betrays a maxim which, if it were taken as a universal rule, wouldmake a state of peace among the nations impossible, and would necessarily perpetuate the state of nature.Such is the violation of public treaties, with regard to which it may be assumed that any such violationconcerns all nations by threatening their freedom, and that they are thus summoned to unite against sucha wrong and to take away the power of commi ing it. But this does not include the right to partition andappropriate the country, so as to make a state as it were disappear from the earth; for this would be aninjustice to the people of that state, who cannot lose their original right to unite into a commonwealth, andto adopt such a new constitution as by its nature would be unfavourable to the inclination for war.

Further, it may be said that the expression “an unjust enemy in the state of nature” is pleonastic; for thestate of nature is itself a state of injustice. A just enemy would be one to whom I would do wrong in offeringresistance; but such a one would really not be my enemy.

61. Perpetual Peace and a Permanent Congress of Nations.

The natural state of nations as well as of individual men is a state which it is a duty to pass out of, inorder to enter into a legal state. Hence, before this transition occurs, all the right of nations and all the exter-nal property of states acquirable or maintainable by war are merely provisory; and they can only becomeperemptory in a universal union of states analogous to that by which a nation becomes a state. It is thusonly that a real state of peace could be established. But with the too great extension of such a union of statesover vast regions, any government of it, and consequently the protection of its individual members, must atlast become impossible; and thus a multitude of such corporations would again bring round a state of war.Hence the perpetual peace, which is the ultimate end of all the right of nations, becomes in fact an imprac-ticable idea. The political principles, however, which aim at such an end, and which enjoin the formationof such unions among the states as may promote a continuous approximation to a perpetual peace, are notimpracticable; they are as practicable as this approximation itself, which is a practical problem involving aduty, and founded upon the right of individual men and states.

Such a union of states, in order to maintain peace, may be called a permanent congress of nations; and itis free to every neighbouring state to join in it. A union of this kind, so far at least as regards the formalitiesof the right of nations in respect of the preservation of peace, was presented in the first half of this century,in the Assembly of the States–General at the Hague. In this Assembly most of the European courts, andeven the smallest republics, brought forward their complaints about the hostilities which were carried onby the one against the other. Thus the whole of Europe appeared like a single federated state, accepted asumpire by the several nations in their public differences. But in place of this agreement, the right of nationsa erwards survived only in books; it disappeared from the cabinets, or, a er force had been already used,it was relegated in the form of theoretical deductions to the obscurity of archives.

By such a congress is here meant only a voluntary combination of different states that would be disso-luble at any time, and not such a union as is embodied in the United States of America, founded upon apolitical constitution, and therefore indissoluble. It is only by a congress of this kind that the idea of a publicright of nations can be established, and that the se lement of their differences by the mode of a civil process,and not by the barbarous means of war, can be realized.

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Caritas in veritate¹⁷Benedicto XVI

El cuadragésimo aniversario de la encíclica “Populorum progressio” (1967) de Paulo VI sorpren-dió a la comunidad internacional en los albores de una crisis financiera de dimensiones globales.En su encíclica “Caritas in veritate” (2009), al recordar aquél aniversario, Benedicto XVI añadióconsideraciones relativas a la nueva situación de la especie humana, cada vez más vinculadapor la migración, la globalización económica y las telecomunicaciones. En este nuevo contexto,Benedicto XVI insiste en el fondo antropológico de las crisis internacionales y en la necesaria in-tegración de las dimensiones económicas, políticas y culturales que conduzcan a un verdaderodesarrollo sustentable, un “desarrollo humano integral”.

CAPÍTULO QUINTO: LA COLABORACIÓN DE LA FAMILIA HUMANA

53. Una de las pobrezas más hondas que el hombre puede experimentar es la soledad. Ciertamente, tam-bién las otras pobrezas, incluidas las materiales, nacen del aislamiento, del no ser amados o de la dificultadde amar. Con frecuencia, son provocadas por el rechazo del amor de Dios, por una tragedia original de ce-rrazón del hombre en sí mismo, pensando ser autosuficiente, o bien un mero hecho insignificante y pasajero,un «extranjero» en un universo que se ha formado por casualidad. El hombre está alienado cuando vive soloo se aleja de la realidad, cuando renuncia a pensar y creer en un Fundamento[125]. Toda la humanidad estáalienada cuando se entrega a proyectos exclusivamente humanos, a ideologías y utopías falsas[126]. Hoyla humanidad aparece mucho más interactiva que antes: esa mayor vecindad debe transformarse en verda-dera comunión. El desarrollo de los pueblos depende sobre todo de que se reconozcan como parte de una sola familia,que colabora con verdadera comunión y está integrada por seres que no viven simplemente uno junto alotro[127].

Pablo VI señalaba que «el mundo se encuentra en un lamentable vacío de ideas»[128]. La afirmacióncontiene una constatación, pero sobre todo una aspiración: es preciso un nuevo impulso del pensamientopara comprender mejor lo que implica ser una familia; la interacción entre los pueblos del planeta nos urgea dar ese impulso, para que la integración se desarrolle bajo el signo de la solidaridad[129] en vez del de lamarginación. Dicho pensamiento obliga a una profundización crítica y valorativa de la categoría de la relación. Esun compromiso que no puede llevarse a cabo sólo con las ciencias sociales, dado que requiere la aportaciónde saberes como la metafísica y la teología, para captar con claridad la dignidad trascendente del hombre.

La criatura humana, en cuanto de naturaleza espiritual, se realiza en las relaciones interpersonales. Cuan-to más las vive de manera auténtica, tanto más madura también en la propia identidad personal. El hombrese valoriza no aislándose sino poniéndose en relación con los otros y con Dios. Por tanto, la importancia dedichas relaciones es fundamental. Esto vale también para los pueblos. Consiguientemente, resulta muy útilpara su desarrollo una visión metafísica de la relación entre las personas. A este respecto, la razón encuentrainspiración y orientación en la revelación cristiana, según la cual la comunidad de los hombres no absorbeen sí a la persona anulando su autonomía, como ocurre en las diversas formas del totalitarismo, sino quela valoriza más aún porque la relación entre persona y comunidad es la de un todo hacia otro todo[130].De la misma manera que la comunidad familiar no anula en su seno a las personas que la componen, y laIglesia misma valora plenamente la «criatura nueva» (Ga 6,15; 2 Co 5,17), que por el bautismo se inserta en suCuerpo vivo, así también la unidad de la familia humana no anula de por sí a las personas, los pueblos o lasculturas, sino que los hace más transparentes los unos con los otros, más unidos en su legítima diversidad.

54. El tema del desarrollo coincide con el de la inclusión relacional de todas las personas y de todos lospueblos en la única comunidad de la familia humana, que se construye en la solidaridad sobre la base delos valores fundamentales de la justicia y la paz. Esta perspectiva se ve iluminada de manera decisiva por

¹⁷ B XVI: Caritas in veritate, c. 5.

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5. La comunidad internacional 111

la relación entre las Personas de la Trinidad en la única Sustancia divina. La Trinidad es absoluta unidad,en cuanto las tres Personas divinas son relacionalidad pura. La transparencia recíproca entre las Personasdivinas es plena y el vínculo de una con otra total, porque constituyen una absoluta unidad y unicidad. Diosnos quiere también asociar a esa realidad de comunión: «para que sean uno, como nosotros somos uno» (Jn17,22). La Iglesia es signo e instrumento de esta unidad[131]. También las relaciones entre los hombres alo largo de la historia se han beneficiado de la referencia a este Modelo divino. En particular, a la luz delmisterio revelado de la Trinidad, se comprende que la verdadera apertura no significa dispersión centrífuga,sino compenetración profunda. Esto se manifiesta también en las experiencias humanas comunes del amory de la verdad. Como el amor sacramental une a los esposos espiritualmente en «una sola carne» (Gn 2,24;Mt 19,5; Ef 5,31), y de dos que eran hace de ellos una unidad relacional y real, de manera análoga la verdadune los espíritus entre sí y los hace pensar al unísono, atrayéndolos y uniéndolos en ella.

55. La revelación cristiana sobre la unidad del género humano presupone una interpretación metafísica delhumanum, en la que la relacionalidad es elemento esencial. También otras culturas y otras religiones enseñan lafraternidad y la paz y, por tanto, son de gran importancia para el desarrollo humano integral. Sin embargo,no faltan actitudes religiosas y culturales en las que no se asume plenamente el principio del amor y dela verdad, terminando así por frenar el verdadero desarrollo humano e incluso por impedirlo. El mundode hoy está siendo atravesado por algunas culturas de trasfondo religioso, que no llevan al hombre a lacomunión, sino que lo aíslan en la búsqueda del bienestar individual, limitándose a gratificar las expecta-tivas psicológicas. También una cierta proliferación de itinerarios religiosos de pequeños grupos, e inclusode personas individuales, así como el sincretismo religioso, pueden ser factores de dispersión y de faltade compromiso. Un posible efecto negativo del proceso de globalización es la tendencia a favorecer dichosincretismo[132], alimentando formas de «religión» que alejan a las personas unas de otras, en vez de hacerque se encuentren, y las apartan de la realidad. Al mismo tiempo, persisten a veces parcelas culturales yreligiosas que encasillan la sociedad en castas sociales estáticas, en creencias mágicas que no respetan ladignidad de la persona, en actitudes de sumisión a fuerzas ocultas. En esos contextos, el amor y la verdadencuentran dificultad para afianzarse, perjudicando el auténtico desarrollo.

Por este motivo, aunque es verdad que, por un lado, el desarrollo necesita de las religiones y de lasculturas de los diversos pueblos, por otro lado, sigue siendo verdad también que es necesario un adecua-do discernimiento. La libertad religiosa no significa indiferentismo religioso y no comporta que todas lasreligiones sean iguales[133]. El discernimiento sobre la contribución de las culturas y de las religiones esnecesario para la construcción de la comunidad social en el respeto del bien común, sobre todo para quienejerce el poder político. Dicho discernimiento deberá basarse en el criterio de la caridad y de la verdad.Puesto que está en juego el desarrollo de las personas y de los pueblos, tendrá en cuenta la posibilidad deemancipación y de inclusión en la óptica de una comunidad humana verdaderamente universal. El criteriopara evaluar las culturas y las religiones es también «todo el hombre y todos los hombres». El cristianismo,religión del «Dios que tiene un rostro humano»[134], lleva en sí mismo un criterio similar.

56. La religión cristiana y las otras religiones pueden contribuir al desarrollo solamente si Dios tiene unlugar en la esfera pública, con específica referencia a la dimensión cultural, social, económica y, en particular,política. La doctrina social de la Iglesia ha nacido para reivindicar esa «carta de ciudadanía»[135] de lareligión cristiana. La negación del derecho a profesar públicamente la propia religión y a trabajar para quelas verdades de la fe inspiren también la vida pública, tiene consecuencias negativas sobre el verdaderodesarrollo. La exclusión de la religión del ámbito público, así como, el fundamentalismo religioso por otrolado, impiden el encuentro entre las personas y su colaboración para el progreso de la humanidad. La vidapública se empobrece de motivaciones y la política adquiere un aspecto opresor y agresivo. Se corre el riesgode que no se respeten los derechos humanos, bien porque se les priva de su fundamento trascendente, bienporque no se reconoce la libertad personal. En el laicismo y en el fundamentalismo se pierde la posibilidadde un diálogo fecundo y de una provechosa colaboración entre la razón y la fe religiosa. La razón necesitasiempre ser purificada por la fe, y esto vale también para la razón política, que no debe creerse omnipotente. A

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su vez, la religión tiene siempre necesidad de ser purificada por la razón para mostrar su auténtico rostro humano.La ruptura de este diálogo comporta un coste muy gravoso para el desarrollo de la humanidad.

57. El diálogo fecundo entre fe y razón hace más eficaz el ejercicio de la caridad en el ámbito social y esel marco más apropiado para promover la colaboración fraterna entre creyentes y no creyentes, en la perspectivacompartida de trabajar por la justicia y la paz de la humanidad. Los Padres conciliares afirmaban en laConstitución pastoral Gaudium et spes: «Según la opinión casi unánime de creyentes y no creyentes, todo loque existe en la tierra debe ordenarse al hombre como su centro y su culminación»[136]. Para los creyentes,el mundo no es fruto de la casualidad ni de la necesidad, sino de un proyecto de Dios. De ahí nace el deber delos creyentes de aunar sus esfuerzos con todos los hombres y mujeres de buena voluntad de otras religiones,o no creyentes, para que nuestro mundo responda efectivamente al proyecto divino: vivir como una familia,bajo la mirada del Creador. Sin duda, el principio de subsidiaridad[137], expresión de la inalienable libertad,es una manifestación particular de la caridad y criterio guía para la colaboración fraterna de creyentes y nocreyentes. La subsidiaridad es ante todo una ayuda a la persona, a través de la autonomía de los cuerposintermedios. Dicha ayuda se ofrece cuando la persona y los sujetos sociales no son capaces de valerse porsí mismos, implicando siempre una finalidad emancipadora, porque favorece la libertad y la participacióna la hora de asumir responsabilidades. La subsidiaridad respeta la dignidad de la persona, en la que ve unsujeto siempre capaz de dar algo a los otros. La subsidiaridad, al reconocer que la reciprocidad forma partede la constitución íntima del ser humano, es el antídoto más eficaz contra cualquier forma de asistencialismopaternalista. Ella puede dar razón tanto de la múltiple articulación de los niveles y, por ello, de la pluralidadde los sujetos, como de su coordinación. Por tanto, es un principio particularmente adecuado para gobernarla globalización y orientarla hacia un verdadero desarrollo humano. Para no abrir la puerta a un peligrosopoder universal de tipo monocrático, el gobierno de la globalización debe ser de tipo subsidiario, articulado enmúltiples niveles y planos diversos, que colaboren recíprocamente. La globalización necesita ciertamenteuna autoridad, en cuanto plantea el problema de la consecución de un bien común global; sin embargo,dicha autoridad deberá estar organizada de modo subsidiario y con división de poderes[138], tanto para noherir la libertad como para resultar concretamente eficaz.

58. El principio de subsidiaridad debe mantenerse íntimamente unido al principio de la solidaridad y viceversa,porque así como la subsidiaridad sin la solidaridad desemboca en el particularismo social, también es cier-to que la solidaridad sin la subsidiaridad acabaría en el asistencialismo que humilla al necesitado. Esta reglade carácter general se ha de tener muy en cuenta incluso cuando se afrontan los temas sobre las ayudas in-ternacionales al desarrollo. Éstas, por encima de las intenciones de los donantes, pueden mantener a veces aun pueblo en un estado de dependencia, e incluso favorecer situaciones de dominio local y de explotaciónen el país que las recibe. Las ayudas económicas, para que lo sean de verdad, no deben perseguir otros fi-nes. Han de ser concedidas implicando no sólo a los gobiernos de los países interesados, sino también a losagentes económicos locales y a los agentes culturales de la sociedad civil, incluidas las Iglesias locales. Losprogramas de ayuda han de adaptarse cada vez más a la forma de los programas integrados y comparti-dos desde la base. En efecto, sigue siendo verdad que el recurso humano es el más valioso de los países envías de desarrollo: éste es el auténtico capital que se ha de potenciar para asegurar a los países más pobresun futuro verdaderamente autónomo. Conviene recordar también que, en el campo económico, la ayudaprincipal que necesitan los países en vías de desarrollo es permitir y favorecer cada vez más el ingreso desus productos en los mercados internacionales, posibilitando así su plena participación en la vida económi-ca internacional. En el pasado, las ayudas han servido con demasiada frecuencia sólo para crear mercadosmarginales de los productos de esos países. Esto se debe muchas veces a una falta de verdadera demanda deestos productos: por tanto, es necesario ayudar a esos países a mejorar sus productos y a adaptarlos mejor ala demanda. Además, algunos han temido con frecuencia la competencia de las importaciones de productos,normalmente agrícolas, provenientes de los países económicamente pobres. Sin embargo, se ha de recordarque la posibilidad de comercializar dichos productos significa a menudo garantizar su supervivencia a cortoo largo plazo. Un comercio internacional justo y equilibrado en el campo agrícola puede reportar beneficios

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a todos, tanto en la oferta como en la demanda. Por este motivo, no sólo es necesario orientar comercial-mente esos productos, sino establecer reglas comerciales internacionales que los sostengan, y reforzar lafinanciación del desarrollo para hacer más productivas esas economías.

59. La cooperación para el desarrollo no debe contemplar solamente la dimensión económica; ha de ser unagran ocasión para el encuentro cultural y humano. Si los sujetos de la cooperación de los países económicamentedesarrollados, como a veces sucede, no tienen en cuenta la identidad cultural propia y ajena, con sus valoreshumanos, no podrán entablar diálogo alguno con los ciudadanos de los países pobres. Si éstos, a su vez, seabren con indiferencia y sin discernimiento a cualquier propuesta cultural, no estarán en condiciones deasumir la responsabilidad de su auténtico desarrollo[139]. Las sociedades tecnológicamente avanzadas nodeben confundir el propio desarrollo tecnológico con una presunta superioridad cultural, sino que debenredescubrir en sí mismas virtudes a veces olvidadas, que las han hecho florecer a lo largo de su historia.Las sociedades en crecimiento deben permanecer fieles a lo que hay de verdaderamente humano en sustradiciones, evitando que superpongan automáticamente a ellas las formas de la civilización tecnológicaglobalizada. En todas las culturas se dan singulares y múltiples convergencias éticas, expresiones de unamisma naturaleza humana, querida por el Creador, y que la sabiduría ética de la humanidad llama leynatural[140]. Dicha ley moral universal es fundamento sólido de todo diálogo cultural, religioso y político,ayudando al pluralismo multiforme de las diversas culturas a que no se alejen de la búsqueda común dela verdad, del bien y de Dios. Por tanto, la adhesión a esa ley escrita en los corazones es la base de todacolaboración social constructiva. En todas las culturas hay costras que limpiar y sombras que despejar. Lafe cristiana, que se encarna en las culturas trascendiéndolas, puede ayudarlas a crecer en la convivencia yen la solidaridad universal, en beneficio del desarrollo comunitario y planetario.

60. En la búsqueda de soluciones para la crisis económica actual, la ayuda al desarrollo de los países pobresdebe considerarse un verdadero instrumento de creación de riqueza para todos. ¿Qué proyecto de ayuda puedeprometer un crecimiento de tan significativo valor —incluso para la economía mundial— como la ayuda apoblaciones que se encuentran todavía en una fase inicial o poco avanzada de su proceso de desarrollo eco-nómico? En esta perspectiva, los estados económicamente más desarrollados harán lo posible por destinarmayores porcentajes de su producto interior bruto para ayudas al desarrollo, respetando los compromisosque se han tomado sobre este punto en el ámbito de la comunidad internacional. Lo podrán hacer tambiénrevisando sus políticas internas de asistencia y de solidaridad social, aplicando a ellas el principio de subsi-diaridad y creando sistemas de seguridad social más integrados, con la participación activa de las personasy de la sociedad civil. De esta manera, es posible también mejorar los servicios sociales y asistenciales y, almismo tiempo, ahorrar recursos, eliminando derroches y rentas abusivas, para destinarlos a la solidaridadinternacional. Un sistema de solidaridad social más participativo y orgánico, menos burocratizado pero nopor ello menos coordinado, podría revitalizar muchas energías hoy adormecidas en favor también de lasolidaridad entre los pueblos.

Una posibilidad de ayuda para el desarrollo podría venir de la aplicación eficaz de la llamada subsidia-ridad fiscal, que permitiría a los ciudadanos decidir sobre el destino de los porcentajes de los impuestos quepagan al Estado. Esto puede ayudar, evitando degeneraciones particularistas, a fomentar formas de solida-ridad social desde la base, con obvios beneficios también desde el punto de vista de la solidaridad para eldesarrollo.

61. Una solidaridad más amplia a nivel internacional se manifiesta ante todo en seguir promoviendo,también en condiciones de crisis económica, unmayor acceso a la educación que, por otro lado, es una condiciónesencial para la eficacia de la cooperación internacional misma. Con el término «educación» no nos referimossólo a la instrucción o a la formación para el trabajo, que son dos causas importantes para el desarrollo, sino ala formación completa de la persona. A este respecto, se ha de subrayar un aspecto problemático: para educares preciso saber quién es la persona humana, conocer su naturaleza. Al afianzarse una visión relativista dedicha naturaleza plantea serios problemas a la educación, sobre todo a la educación moral, comprometiendosu difusión universal. Cediendo a este relativismo, todos se empobrecen más, con consecuencias negativas

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también para la eficacia de la ayuda a las poblaciones más necesitadas, a las que no faltan sólo recursoseconómicos o técnicos, sino también modos y medios pedagógicos que ayuden a las personas a lograr suplena realización humana.

Un ejemplo de la importancia de este problema lo tenemos en el fenómeno del turismo internacional[141],que puede ser un notable factor de desarrollo económico y crecimiento cultural, pero que en ocasiones puedetransformarse en una forma de explotación y degradación moral. La situación actual ofrece oportunidadessingulares para que los aspectos económicos del desarrollo, es decir, los flujos de dinero y la aparición deexperiencias empresariales locales significativas, se combinen con los culturales, y en primer lugar el educa-tivo. En muchos casos es así, pero en muchos otros el turismo internacional es una experiencia deseducativa,tanto para el turista como para las poblaciones locales. Con frecuencia, éstas se encuentran con conductasinmorales, y hasta perversas, como en el caso del llamado turismo sexual, al que se sacrifican tantos sereshumanos, incluso de tierna edad. Es doloroso constatar que esto ocurre muchas veces con el respaldo degobiernos locales, con el silencio de aquellos otros de donde proceden los turistas y con la complicidad detantos operadores del sector. Aún sin llegar a ese extremo, el turismo internacional se plantea con frecuenciade manera consumista y hedonista, como una evasión y con modos de organización típicos de los paísesde origen, de forma que no se favorece un verdadero encuentro entre personas y culturas. Hay que pen-sar, pues, en un turismo distinto, capaz de promover un verdadero conocimiento recíproco, que nada quiteal descanso y a la sana diversión: hay que fomentar un turismo así, también a través de una relación másestrecha con las experiencias de cooperación internacional y de iniciativas empresariales para el desarrollo.

62. Otro aspecto digno de atención, hablando del desarrollo humano integral, es el fenómeno de lasmigraciones. Es un fenómeno que impresiona por sus grandes dimensiones, por los problemas sociales, eco-nómicos, políticos, culturales y religiosos que suscita, y por los dramáticos desafíos que plantea a las comu-nidades nacionales y a la comunidad internacional. Podemos decir que estamos ante un fenómeno social quemarca época, que requiere una fuerte y clarividente política de cooperación internacional para afrontarlodebidamente. Esta política hay que desarrollarla partiendo de una estrecha colaboración entre los países deprocedencia y de destino de los emigrantes; ha de ir acompañada de adecuadas normativas internacionalescapaces de armonizar los diversos ordenamientos legislativos, con vistas a salvaguardar las exigencias y losderechos de las personas y de las familias emigrantes, así como las de las sociedades de destino. Ningúnpaís por sí solo puede ser capaz de hacer frente a los problemas migratorios actuales. Todos podemos ver elsufrimiento, el disgusto y las aspiraciones que conllevan los flujos migratorios. Como es sabido, es un fenó-meno complejo de gestionar; sin embargo, está comprobado que los trabajadores extranjeros, no obstantelas dificultades inherentes a su integración, contribuyen de manera significativa con su trabajo al desarrolloeconómico del país que los acoge, así como a su país de origen a través de las remesas de dinero. Obviamen-te, estos trabajadores no pueden ser considerados como una mercancía o una mera fuerza laboral. Por tantono deben ser tratados como cualquier otro factor de producción. Todo emigrante es una persona humanaque, en cuanto tal, posee derechos fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y encualquier situación[142].

63. Al considerar los problemas del desarrollo, se ha de resaltar la relación entre pobreza y desocupación.Los pobres son en muchos casos el resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano, bien porque selimitan sus posibilidades (desocupación, subocupación), bien porque se devalúan «los derechos que fluyendel mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de sufamilia»[143]. Por esto, ya el 1 de mayo de 2000, mi predecesor Juan Pablo II, de venerada memoria, conocasión del Jubileo de los Trabajadores, lanzó un llamamiento para «una coalición mundial a favor del tra-bajo decente»[144], alentando la estrategia de la Organización Internacional del Trabajo. De esta manera,daba un fuerte apoyo moral a este objetivo, como aspiración de las familias en todos los países del mundo.Pero ¿qué significa la palabra «decente» aplicada al trabajo? Significa un trabajo que, en cualquier sociedad,sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocieefectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este

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modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita sa-tisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajoque consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio parareencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajoque asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación.

64. En la reflexión sobre el tema del trabajo, es oportuno hacer un llamamiento a las organizaciones sindica-les de los trabajadores, desde siempre alentadas y sostenidas por la Iglesia, ante la urgente exigencia de abrirsea las nuevas perspectivas que surgen en el ámbito laboral. Las organizaciones sindicales están llamadas ahacerse cargo de los nuevos problemas de nuestra sociedad, superando las limitaciones propias de los sindi-catos de clase. Me refiero, por ejemplo, a ese conjunto de cuestiones que los estudiosos de las ciencias socialesseñalan en el conflicto entre persona-trabajadora y persona-consumidora. Sin que sea necesario adoptar latesis de que se ha efectuado un desplazamiento de la centralidad del trabajador a la centralidad del consu-midor, parece en cualquier caso que éste es también un terreno para experiencias sindicales innovadoras. Elcontexto global en el que se desarrolla el trabajo requiere igualmente que las organizaciones sindicales na-cionales, ceñidas sobre todo a la defensa de los intereses de sus afiliados, vuelvan su mirada también hacialos no afiliados y, en particular, hacia los trabajadores de los países en vía de desarrollo, donde tantas vecesse violan los derechos sociales. La defensa de estos trabajadores, promovida también mediante iniciativasapropiadas en favor de los países de origen, permitirá a las organizaciones sindicales poner de relieve lasauténticas razones éticas y culturales que las han consentido ser, en contextos sociales y laborales diversos,un factor decisivo para el desarrollo. Sigue siendo válida la tradicional enseñanza de la Iglesia, que proponela distinción de papeles y funciones entre sindicato y política. Esta distinción permitirá a las organizacionessindicales encontrar en la sociedad civil el ámbito más adecuado para su necesaria actuación en defensa ypromoción del mundo del trabajo, sobre todo en favor de los trabajadores explotados y no representados,cuya amarga condición pasa desapercibida tantas veces ante los ojos distraídos de la sociedad.

65. Además, se requiere que las finanzas mismas, que han de renovar necesariamente sus estructuras ymodos de funcionamiento tras su mala utilización, que ha dañado la economía real, vuelvan a ser un ins-trumento encaminado a producir mejor riqueza y desarrollo. Toda la economía y todas las finanzas, y no sóloalgunos de sus sectores, en cuanto instrumentos, deben ser utilizados de manera ética para crear las condi-ciones adecuadas para el desarrollo del hombre y de los pueblos. Es ciertamente útil, y en algunas circuns-tancias indispensable, promover iniciativas financieras en las que predomine la dimensión humanitaria. Sinembargo, esto no debe hacernos olvidar que todo el sistema financiero ha de tener como meta el sosteni-miento de un verdadero desarrollo. Sobre todo, es preciso que el intento de hacer el bien no se contrapongaal de la capacidad efectiva de producir bienes. Los agentes financieros han de redescubrir el fundamentoético de su actividad para no abusar de aquellos instrumentos sofisticados con los que se podría traicionara los ahorradores. Recta intención, transparencia y búsqueda de los buenos resultados son compatibles ynunca se deben separar. Si el amor es inteligente, sabe encontrar también los modos de actuar según unaconveniencia previsible y justa, como muestran de manera significativa muchas experiencias en el campodel crédito cooperativo.

Tanto una regulación del sector capaz de salvaguardar a los sujetos más débiles e impedir escandalosasespeculaciones, como la experimentación de nuevas formas de finanzas destinadas a favorecer proyectosde desarrollo, son experiencias positivas que se han de profundizar y alentar, reclamando la propia respon-sabilidad del ahorrador. También la experiencia de la microfinanciación, que hunde sus raíces en la reflexión yen la actuación de los humanistas civiles —pienso sobre todo en el origen de los Montes de Piedad—, hade ser reforzada y actualizada, sobre todo en estos momentos en que los problemas financieros puedenresultar dramáticos para los sectores más vulnerables de la población, que deben ser protegidos de la ame-naza de la usura y la desesperación. Los más débiles deben ser educados para defenderse de la usura, asícomo los pueblos pobres han de ser educados para beneficiarse realmente del microcrédito, frenando deeste modo posibles formas de explotación en estos dos campos. Puesto que también en los países ricos se

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dan nuevas formas de pobreza, la microfinanciación puede ofrecer ayudas concretas para crear iniciativasy sectores nuevos que favorezcan a las capas más débiles de la sociedad, también ante una posible fase deempobrecimiento de la sociedad.

66. La interrelación mundial ha hecho surgir un nuevo poder político, el de los consumidores y sus aso-ciaciones. Es un fenómeno en el que se debe profundizar, pues contiene elementos positivos que hay quefomentar, como también excesos que se han de evitar. Es bueno que las personas se den cuenta de que com-prar es siempre un acto moral, y no sólo económico. El consumidor tiene una responsabilidad social específica,que se añade a la responsabilidad social de la empresa. Los consumidores deben ser constantemente educa-dos[145] para el papel que ejercen diariamente y que pueden desempeñar respetando los principios morales,sin que disminuya la racionalidad económica intrínseca en el acto de comprar. También en el campo de lascompras, precisamente en momentos como los que se están viviendo, en los que el poder adquisitivo puedeverse reducido y se deberá consumir con mayor sobriedad, es necesario abrir otras vías como, por ejemplo,formas de cooperación para las adquisiciones, como ocurre con las cooperativas de consumo, que existendesde el s. XIX, gracias también a la iniciativa de los católicos. Además, es conveniente favorecer formasnuevas de comercialización de productos provenientes de áreas deprimidas del planeta para garantizaruna retribución decente a los productores, a condición de que se trate de un mercado transparente, que losproductores reciban no sólo mayores márgenes de ganancia sino también mayor formación, profesionalidady tecnología y, finalmente, que dichas experiencias de economía para el desarrollo no estén condicionadaspor visiones ideológicas partidistas. Es de desear un papel más incisivo de los consumidores como factorde democracia económica, siempre que ellos mismos no estén manipulados por asociaciones escasamenterepresentativas.

67. Ante el imparable aumento de la interdependencia mundial, y también en presencia de una recesiónde alcance global, se siente mucho la urgencia de la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidascomo de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al conceptode familia de naciones. Y se siente la urgencia de encontrar formas innovadoras para poner en práctica elprincipio de la responsabilidad de proteger[146] y dar también una voz eficaz en las decisiones comunes a lasnaciones más pobres. Esto aparece necesario precisamente con vistas a un ordenamiento político, jurídico yeconómico que incremente y oriente la colaboración internacional hacia el desarrollo solidario de todos lospueblos. Para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para preve-nir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, laseguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios,urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por mi Predecesor, elBeato Juan XXIII. Esta Autoridad deberá estar regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a losprincipios de subsidiaridad y de solidaridad, estar ordenada a la realización del bien común[147], compro-meterse en la realización de un auténtico desarrollo humano integral inspirado en los valores de la caridad en la verdad.Dicha Autoridad, además, deberá estar reconocida por todos, gozar de poder efectivo para garantizar a cadauno la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos[148]. Obviamente, debe tener lafacultad de hacer respetar sus propias decisiones a las diversas partes, así como las medidas de coordinaciónadoptadas en los diferentes foros internacionales. En efecto, cuando esto falta, el derecho internacional, noobstante los grandes progresos alcanzados en los diversos campos, correría el riesgo de estar condicionadopor los equilibrios de poder entre los más fuertes. El desarrollo integral de los pueblos y la colaboracióninternacional exigen el establecimiento de un grado superior de ordenamiento internacional de tipo subsi-diario para el gobierno de la globalización[149], que se lleve a cabo finalmente un orden social conforme alorden moral, así como esa relación entre esfera moral y social, entre política y mundo económico y civil, yaprevisto en el Estatuto de las Naciones Unidas.

[125] Cf. Juan Pablo II, Carta Enc. Centesimus annus, 41: l.c., 843-845.[126] Ibíd.[127] Cf. Id., Carta Enc. Evangelium vitae, 20: l.c., 422-424.

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5. La comunidad internacional 117

[128] Carta Enc. Populorum progressio, 85: l.c., 298-299.[129] Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1998, 3: AAS 90 (1998), 150; Id., Discurso

a los Miembros de la Fundación «Centesimus Annus» pro Pontífice (9 mayo 1998), 2: L’Osservatore Romano, ed. enlengua española (22 mayo 1998), p. 6; Id., Discurso a las autoridades y al Cuerpo diplomático durante el encuentroen el «Wiener Ho urg» (20 junio 1998), 8: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (26 junio 1998), p. 10;Id., Mensaje al Rector Magnífico de la Universidad Católica del Sagrado Corazón (5 mayo 2000), 6: L’OsservatoreRomano, ed. en lengua española (26 mayo 2000), p. 3.

[130] Según Santo Tomás «ratio partis contrariatur rationi personae» en III Sent d. 5, 3, 2; también: «Ho-mo non ordinatur ad communitatem politicam secundum se totum et secundum omnia sua» en SummaTheologiae, I-II, q. 21, a. 4., ad 3um.

[131] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 1.[132] Cf. Juan Pablo II, Discurso a la VI sesión pública de las Academias Pontificias (8 noviembre 2001), 3:

L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (16 noviembre 2001), p. 7.[133] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Dominus Iesus, sobre la unicidad y la uni-

versalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia (6 agosto 2000), 22: AAS 92 (2000), 763-764; Id., Nota doctrinalsobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política (24 noviembre2002), 8: AAS 96 (2004), 369-370.

[134] Carta Enc. Spe salvi, 31: l.c., 1010; cf. Discurso a los participantes en la IV Asamblea Eclesial NacionalItaliana (19 octubre 2006): l.c., 8-10.

[135] Juan Pablo II, Carta Enc. Centesimus annus, 5: l.c., 798-800; cf. Benedicto XVI, Discurso a los partici-pantes en la IV Asamblea Eclesial Nacional Italiana (19 octubre 2006): l.c., 8-10.

[136] N. 12.[137] Cf. Pío XI, Carta enc. Quadragesimo anno (15 mayo 1931): AAS 23 (1931), 203; Juan Pablo II, Carta

enc. Centesimus annus, 48: l.c., 852-854; Catecismo de la Iglesia Católica, 1883.[138] Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: l.c., 274.[139] Cf. Pablo VI, Carta Enc. Populorum progressio, 10. 41: l.c., 262. 277-278.[140] Cf. Discurso a los participantes en la sesión plenaria de la Comisión Teológica Internacional (5 octubre

2007): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (12 octubre 2007), p. 3; Discurso a los participantes en elCongreso Internacional sobre «La ley moral natural» organizado por la Pontificia Universidad Lateranense(12 febrero 2007): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (16 febrero 2007), p. 3.

[141] Cf. Discurso a los Obispos de Tailandia en visita «ad limina apostolorum» (16 mayo 2008): L’OsservatoreRomano, ed. en lengua española (30 mayo 2008), p. 14.

[142] Cf. Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, Instr. Erga migrantes caritasChristi (3 mayo 2004): AAS 96 (2004), 762-822.

[143] Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 8: l.c., 594-598.[144] Jubileo de los Trabajadores. Saludos después de laMisa (1 mayo 2000): L’Osservatore Romano, ed. en lengua

española (5 mayo 2000), p. 6.[145] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 36: l.c., 838-840.[146] Cf. Discurso a los Miembros de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (18 abril

2008): l.c., 10-11.[147] Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: l.c., 293; Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la

doctrina social de la Iglesia, n. 441.[148] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 82.[149] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 43: l.c., 574-575.