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267 1 Ahogado. Notario. Docente de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, UNe. Docente de la Universidad Notarial Argentina. Se hace difícil indagar en los sistemas de organización aborigen cuando quien lo hace cuenta con la carga de una formación "occidental y cristiana", es- quema educativo que naturalmente lo acompaña en el desarrollo de sus discursos y, por lo tanto, lo lleva a confrontar las instituciones de una y otra procedencia, dejándose llevar por una cosmovisión que seguramente no es aquella misma de quienes nos precedieron como habitantes del espacio americano. Por ejemplo, José Luis Grosso pudo investigar en la zona aymara, en te- rritorio boliviano, acerca de las creencias de los herederos de las antiguas culturas andinas y de las formas de su pensamiento, concluyendo que no existe para ellos una división entre las categorías "espacio-tiempo", dualidad occidental. Es el antropólogo José Imbelloni quien señala lo que él denomina el "pensamiento templario", común a civilizaciones protohistóricas que han dividido el espacio y el tiempo, y también, con la misma lógica, sus organizaciones sociales, territoria- les y políticas. Imbelloni distingue tres niveles: arriba-cielo, el "Hannan-Pacha", el medio, el suelo, la tierra que pisamos, el "Hurin-Pacha" o "Kay-Pacha"; y de- bajo del suelo, sub tierra o piso inferior, "Ukun-Pacha" o "Manca-Pacha". Así aparece el concepto de Pacha, una entidad omnipresente témporo-espacial, que trasciende a la vida de los hombres, como una totalidad que se parcializa en tres dimensiones diferentes: arriba, el medio y abajo. El Inca Garcilaso, de origen in- diano, catequizado y por ello conocedor de la doctrina cristiana, explica de qué modo debiera ser nombrado el Dios verdadero, cuando dice: "... losreyesincas y sus amautas, que eran losfilósofos,rastrearoncon lumbre natural al verdaderoSumo Dios y Señor Nuestro, al cual llamaron Pachacámac, que es nombre compuesto de Pacha, que es mucho universo, y de cámac, que es animar, el cual verbo se deduce del nombre cama, que es ánima. Pachacámac quiere decir el que hace con el universo lo que el ánima con el cuerpo". Lo anterior prueba una diferencia en los conceptos cosmológicos. Evi- dentemente no somos amautas ni poseemos el criterio legislativo aborigen, sino Consideraciones necesarias Primera Parte Por Carlos A. Ighina 1 ANTECEDENTES JURÍDICOS ABORÍGENES EN EL ACTUAL TERRITORIO ARGENTINO

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1 Ahogado. Notario. Docente de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, UNe. Docente de la UniversidadNotarial Argentina.

Se hace difícil indagar en los sistemas de organización aborigen cuandoquien lo hace cuenta con la carga de una formación "occidental y cristiana", es­quema educativo que naturalmente lo acompaña en el desarrollo de sus discursosy, por lo tanto, lo lleva a confrontar las instituciones de una y otra procedencia,dejándose llevar por una cosmovisión que seguramente no es aquella misma dequienes nos precedieron como habitantes del espacio americano.

Por ejemplo, José Luis Grosso pudo investigar en la zona aymara, en te­rritorio boliviano, acerca de las creencias de los herederos de las antiguas culturasandinas y de las formas de su pensamiento, concluyendo que no existe para ellosuna división entre las categorías "espacio-tiempo", dualidad occidental. Es elantropólogo José Imbelloni quien señala lo que él denomina el "pensamientotemplario", común a civilizaciones protohistóricas que han dividido el espacio yel tiempo, y también, con la misma lógica, sus organizaciones sociales, territoria­les y políticas. Imbelloni distingue tres niveles: arriba-cielo, el "Hannan-Pacha",el medio, el suelo, la tierra que pisamos, el "Hurin-Pacha" o "Kay-Pacha"; y de­bajo del suelo, sub tierra o piso inferior, "Ukun-Pacha" o "Manca-Pacha". Asíaparece el concepto de Pacha, una entidad omnipresente témporo-espacial, quetrasciende a la vida de los hombres, como una totalidad que se parcializa en tresdimensiones diferentes: arriba, el medio y abajo. El Inca Garcilaso, de origen in­diano, catequizado y por ello conocedor de la doctrina cristiana, explica de quémodo debiera ser nombrado el Dios verdadero, cuando dice: "... los reyes incas ysus amautas, que eran losfilósofos, rastrearoncon lumbre natural al verdaderoSumo Diosy Señor Nuestro, al cual llamaron Pachacámac, que es nombre compuesto de Pacha, quees mucho universo, y de cámac, que es animar, el cual verbo se deduce del nombre cama,que es ánima. Pachacámac quiere decir el que hace con el universo lo que el ánima conel cuerpo".

Lo anterior prueba una diferencia en los conceptos cosmológicos. Evi­dentemente no somos amautas ni poseemos el criterio legislativo aborigen, sino

Consideraciones necesarias

Primera Parte

Por Carlos A. Ighina 1

ANTECEDENTES JURÍDICOS ABORÍGENESEN EL ACTUAL TERRITORIO ARGENTINO

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La inexistencia de una escritura en los primitivos pueblos aborígenesconstituye una gravedificultad para el acabado estudio de sus instituciones, porlo cual sólo los testimonios folklóricos, arqueológicosy filológicos,más el aportea vecespoco riguroso de los cronistas indianos, tanto conquistadores como mi­sioneros, conforma la única fuente especulativa para su conocimiento.

Sibien poco sabemos,podemos afirmar que los siglosde vida americanaque precedieron a los españoles colonizadores, no pueden ser apresuradamentecalificadosde estériles desde el punto de vista de la estructuración social, econó­micayjurídica. Ciertamente que en el área del actual territorio argentino nos ha­llamos ante comunidades con un desarrollo incipiente, oscilante en muchoscasos entre la barbarie y el salvajismo,divorciadas lasmás de lasvecesde las tra­diciones fontales de Occidente, pero faltaríamos al rigor científico si negáramosque el espíritu aborigen ha plasmado su humilde huella en las instituciones co­loniales que marcaron la experiencia organizativade los argentinos. Las institu­ciones hispano-aborígenes son un testimonio irrecusablede esto que afirmamos.

Lamentablemente los cronistas que escrutaron la América virgen care­cieron a menudo de meticulosidad ymétodo, desvirtuando o despreciando ins­tituciones cuyo análisis hoy nos resulta del mayor interés.

Lascrónicas de la conquista han sido juzgadasmuy lapidariamente y selas ha acusado de fantásticasy exageradas,pero conforman nuestra única fuente,por ahora, y el espíritu sagazpuede espigaren ellasla información útil, coherenteyvaliosa, necesaria para fundamentar una hipótesis sistemática.

El auxilio de la filología representa, para la investigacióny reconstruc­ción de los sucesos del pasado, un soporte de primera magnitud, pues del con­tenido de los vocablos idiomáticos o dialectales puede inferirse toda unaasombrosa realidad. Por ello, las lenguas aborígenes pueden aportar, por mediodel análisissemántico de sus formas, un complejoy rico conjunto de referencias,que en sí mismasdicen de un quehacer social,económico, éticoy jurídico, comopatrimonio ínsito de aquellas dificultosamente indagadas asociaciones.

Son varios los estudiosos argentinos que, como Esteban Erizeen su Dic­cionario Mapuche, o Domingo Bravoen sus léxicosquechua-santiagueños, con­tribuyen con un caudal másque importante; pero el trabajo comparado de CarlosAbregúVirrcira, "Idiomasaborígenes",que reúne y cotejalasrecopilacionesde en­tusiastas lingüistas como Mossi, Bertonio, Febres, Ruiz de Montoya y Machoni,

A modo propedéutico

que reiteramos que hemos sido formados en la concepción "occidental y cris­tiana". A partir de estas limitaciones presentamos el siguiente trabajo que intentaenunciar un interrogante desde la formulación de la inquietud, condición hu­mana ésta a la cual la ciencia le debe, si no todos, muchos de sus logros.

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nos permite ingresar en e! vestíbulo de un mundo de sorpresas, donde la fecun­didad de la lengua nos está sugiriendo a cada paso una realidad que intuimos,pero cuyasemanaciones nos llegan todavía oscurecidaspor la ignorancia.

Cuando nos encontramos con que huillapuni es una vozquechua; queatamarapitha lo es aymara;que dugunman pertenece a la lengua araucana; queañee hecé, ahepí, ca, son vocablosde patrimonio guaraní; y que vasc,vasy,neyyty,son formas verbales lulc-tonocoté, y que todas esas palabras en sí disímiles sig­nifican "abogar" y sirven para dar origen al sustantivo "abogado", no podemosmenos que inquietarnos en nuestra impotencia documental y lamentar la au­sencia de testimonios escritos capaces de posibilitar la reconstrucción de la ex­periencia jurídica de los pueblos aborígenes.

El padre Pedro Lozano nos alcanza su vivencia concreta en los pueblosguaraníes, más allá de algunas fantasías notables. Félixde Azara,con criterio crí­tico y gran escrupulosidad, trata de poner en su lugar afirmaciones de quienesle precedieron y dar una idea seria y confiable de la vida en estas latitudes y enaquellos tiempos, rebatiendo cierta frondosidad imaginativa en escritores comoRuy Díaz de Guzmán, el soldado alemán Ulrico Schmidcl y e! propio Martíndel Barco Centenera.

El padre Guevara suma también lo suyo en esta insuficiencia por resca­tar instituciones y usossocialesen losgrupos rioplatenses. El padre FalkneryAn­tonio de Viedrna nos hablan de los patagones; y cronistas de la talla de Cieza deLeón,Montesinos yGracilaso de laVega,describen los restos institucionales de!Perú, retomados luego, inteligentemente, por Prescott.

Carlos Octavio Bunge, precursor en esto como en tantas otras tareas in­telectuales, analiza con sistemático propósito la multiplicidad de fuentes y ela­bora un panorama de importancia basal que no puede ser prescindido. A él sedebe la primera orientación en este campo y a sus ajustadas conclusiones tendráque acudir todo aquel que intente investigar en el mundo institucional de losaborigenes del Río de la Plata y su vasta influencia geográfica.

Louis Baudin profundiza con erudición la organización social de losincas y a través de sus comprobaciones podemos proyectar la realidad imperial,con toda su carga estructurante, a las absortas comunidades del sur, ingenuas yreceptivas,subordinadamente deslumbradas por el sol del Inca.

Salvador Canals Frau se circunscribe a los grupos del área del Plata ydesentrañando comparativamente los testimonios supervivientes, nos trasmite,por medio de un método siempre consecuente, un caudal de información aso­ciada capazde sostener las futuras interrelaciones del estudioso de la historia delderecho en este primer instante social americano.

Sin embargo, la investigaciónfilológicapuede constituir la gran veta porla cual llegaral objeto de nuestro interés, como lo demuestran las designacionesen quechua, aymara,mapuche, guaraní y lule-tonocoté, expresivasde realidades

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América habría sido objeto de un tardío poblamiento respecto del terri­torio europeo. La antigüedad del hombre americano se estima en unos 30.000años, es decir, que la representación humana aparecería al final del pleistoceno,en la era cuaternaria.

Junius Bird, en la cuevaFell,en Palli-Aiké, en la Patagoniaaustral, pudohallar restos fósiles,puntas líticas, raspadores e indicios de fogones,cuyaantigüe­dad puede retrotraerse a 9.000 años. El arqueólogo austriaco Mcnghin, en Ca­ñadón de las Cuevas, a la altura de Río Deseado, pudo asimismo encontrartestimonios de origen no menor a los 8.000 años.

Alberto RexGonzález, el distinguido investigadorargentino, determinacomo la cultura agro-alfarera más antigua, a la de Tafí, en Tucumán, antecedentede un conjunto de yacimientos demostrativos del quehacer del hombre a travésde las manos y por sugerencia del espíritu. La Candelaria, en Salta; Ciénaga,Condorhuasi, BelénySanta María, en Catamarca; Angualasto, en San Juan; sonreservorios representativos de culturas que precedieron a las huestes peruanascuando hacia 1480 llegaron tras el objetivo del inca Tupac Yupanqui.

Precisamente la región del noroeste argentino habría sido la zona decontacto con el imperio incaico. Pericot describe a su cerámica como de tan ori­ginal bellezaque sus descubridores creen haber encontrado las tribus más genia­les del NuevoMundo, tal el caso de la calchaquí o de la chaco-santiagueña, delas que sus entusiasmados descubridores quisieron hacer derivar poco menosque toda la cultura humana.

La población prehispana se originaría en cuatro corrientes migratoriasprovenientes de Asia yOceanía, al punto que a la mayoríade los elementos queintegran las culturas del paleolítico superior se los llama australoides, por en­contrarse todavía entre los aborígenes australianos. Representantes de este tiposon los tehuelches, tobas y huarpes.

La composición aborigen a la llegada de los españoles

anejas al movimiento del derecho, como adquirir, ajusticiar, apellido, consan­guinidad, denuncia, deuda, dinastía, enajenar, eutanasia, heredad, ilegítimo, in­cestuoso, infame, injuria, juez, juicio, justicia, justo, ladrón, ley, obligación,parentesco, permuta, propiedad, servidumbre, sucesión, tribunal y otros tantostérminos, cuya enumeración es meramente enunciativa, reveladores de una ex­periencia relacional con visos de organización social sustentada en la manifesta­ción de una pauta regulatoria que podríamos llamar derecho.

La tarea se presta para una actividad de investigación mucho mayor,cuyosresultados podrían sorprender a espíritus inadvertidos. La revisión del le­gado aborigen se impone como un desafío científico y como una necesidad debucear en fuentes tal vezsubestimadas en sus reales valoraciones.

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Rosenblat estima que hacia 1570 la población ascendía a 306.000 habi­tantes, distribuidos así: 2.000 blancos; 4.000 negros, mestizos y mulatos; y300.000 aborígenes.

Canelas Albarrán, en 1586, asigna al Tucumán 270.000 indios y pocomás de 6.000 de otras razas. De ellos, 15.000 correspondían a la población deCórdoba; 18.000 a Santiago del Estero; 13.000 a Talavera de Estece, 5.000 aSalta y 3.000 a Tucumán, o sea, 54.000 varones, "y echando a cada casa cincopersonas", 270.000 almas.

La mortandad provocada por la importación de enfermedades como laviruela, el tifus, la escarlatina; las asoladoras invasiones de langostas que provo­caban hambrunas, muertes y huidas; la insolación; la peste, que en 1718diezmó

Andinos o Andinizados:Primitivos MontañesesHuarpesOlongastas de los LlanosComechingonesAndinos Tonocotés de Santiago del EsteroSanavirones del bajo Río Dulce Cacanos o Diaguito-calchaquíes del NoroesteCapyanes de La Rioja y San JuanOmaguacas de la QuebradaApatamas de la PunaAraucanos

Pueblos de las llanuras:Canoeros MagallánicosChoniks (patagones del sur)Pudche-Guénaken (patagones del norte)Antiguos PampasPueblos Charrúas de la MesopotamiaGrupo del Litoral (mocoretáes, llanuraschanáes, guaraníes y otros)Caingang de la MesopotamiaGuaycurúes del ChacoMatacos del Chaco y otrosGuaraníes

La Argentina que encontraron los conquistadores, celosamente des­cripta por Canals Frau en su obra "Poblaciones indígenas de la Argentina",puede ser dividida en dos grandes grupos: los pueblos de las llanuras y los andi­nos o andinizados.

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El imperio incásico habría consolidado su extensión en el sentido me­ridional hacia fines del sigloXV o principios del XVI, cuando Huayna Capaclogró someter a doce o quince millones de hombres a una reglamentación uni­forme y rigurosa.

Es sabido que más allá de las fronteras guardadas por los ejércitos delInca, se extendían vastas zonas de influencia, difícilesde delimitar como las sel­vas brasileras y los actuales territorios de Argentina, Paraguayy Colombia. Esdecir, que su hegemonía iba desde el golfo de Darién a la lejana Araucania, ydesde el océano Pacíficoal mismo corazónde laAmazonia. Losestudios de Uhle,Boman, Cúneo Vidal, Ambrosetti y Levillier,confirman esta hipótesis y dejanfuera de duda que un importante territorio argentino vivió los tiempos previosa la conquista española como sufragáneo del Perú.

¿Por qué el litoral había quedado bárbaro, y por qué desde Córdoba enadelante se gozabade vida civil?se pregunta Vicente Fidel López. Ocurría sim­plemente que el territorio argentino, desde [ujuy a Córdoba y a Cuyo, había sidoasimilado por una conquista anterior a la de los españoles, quienes sólo habíanfijado sus asientos en los centros creados por las conquistas de los quechuas.

Nuestra topografía, desde el norte de Jujuy hasta el sur de Córdoba,prácticamente no presenta nombre alguno que no pertenezca al idioma imperialdel Cuzco. Es posible, con ayuda de la toponimia, comprobar la extensión delimperio, que habría descendido abrazando todas las regiones occidentales deSudamérica, a uno y otro lado de la cordillera de los Andes. Sus escuadras degrandes juncos recorrían el Tuct-man-cocha (mar del sur), recogiendo perlas,pieles y tejidos como tributos.

Habían emprendido su conquista en base a un plan gigantesco, dis­puesto a llevar todos los elementos de su vida civil y de su cultura teocrática.Con orden admirable establecieron una red hacia las latitudes australes, bus­cando a Córdoba como asentamiento principal, dentro de toda una estrategiaque modernamente podemos vincular con la geopolítica. Lameta inmediata eraextenderse hacia el Paraná y envolver así a los guaraníes, tomándolos por la es­palda. No olvidemos, nos recuerda Baudin, que una invasión belicosa de los

La influencia incásica

en Córdoba a 17.000indios; la escasezde comida que, como dice Cervera, eracontinua ygeneral;y, en fin, los excesosde lavida libreyviciosa,más los trabajosintensivos y las guerras intertribales y con los conquistadores, fueron causandola paulatina disminución de la población autóctona.

Tal es, en breve síntesis, el espectáculo humano con el cual se encontra­ron los españoles en su arribo a las dilatadas tierras argentinas.

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Autores como Bunge no creen, sin embargo, que los incas pasaran lafrontera boliviana, pues entienden que los calchaquíes y otros pueblos belicososles cerraban las puertas del territorio argentino. Aquel autor más bien se inclinapor una anterior dominación aymara, raza que según Montesinos habría llegadoa la región de los chiriguanos. Para Bunge, las instituciones peruanas represen­tarían una especie de supcrcvolución de las aymaras, a las cuales no se les puedenegar influencia sobre pueblos como los calchaquíes.

guaraníes, provenientes de las selvasorientales, había fracasado bajo las murallasde los fuertes de frontera, poco tiempo antes de la llegada de los españoles.

Como reflexiona Vicente F. López, una lengua no se estampa jamássobre un continente sin que la raza que la habló no haya dominado socialmenteesa tierra. Así podemos seguir el derrotero incásico hasta llegar a un templo abo­rigen, que en la zona de Cruz Alta, en Córdoba, hasta mediados del siglo XIX,era conocido como el Intihuasi, la Casa del Sol. La existencia de ese templo conla perduración toponímica por más de cuatro siglos es un hecho que denunciala importancia que debió tener. El templo, entre los incas, se alzaba en la ciudad,asiento dotado de poder, tal como era costumbre política en la propia organiza­ción romana. Del mismo modo que Roma hacía de la urbs el centro administra­tivo con cuatro elementos vitales: el Capitolio, la castra, la civitas (foro) y el ager(campo); la ciudad incásica poseía sus equivalentes: el Cuzco, centro edificadodel cuerpo social; el Intihuasi, correspondiente al Capitolio; el pucará o buckará,sitio fortificado; y el pocho o pochuk, el campo, el lugar de las cosechas.

Losquechuas llamaban Tutcumán a toda la parte del territorio argentinoubicado al oriente de la cordillera. Los términos tutuk y umán significan go­bierno del sur o parte oscura del mundo.

Córdoba ofrece un nuevo Cuzco con el nombre de Cosquín, corrupciónde cozcoinna (Cuzco nuevo); un pucará y un pocho, cuyas denominaciones seconservan, a más del mencionado Intihuasi donde residía el colegio de los sabiosamautas o haramautas. Otros toponímicos reveladores son: Ayam-pitín (las cor­raderas), Calamuchita (presidio de las pedreras), de "rnuchuyta" (condena) y cala(labrar las piedras); Ase-chinga (los tigres); Oncativo (arenales enfermizos). Asi­mismo, pampa, patagonia, urna-huaca, ucchuy, callchaiqui, catamarca, ambatu,jachal, uspallata, aconquija, cavastá, misky mayoj (río Dulce), totoral, achiras,vinchina, huana-cachi, quira-anties, son términos peruanos que se han conser­vado a lo largo del tiempo como designaciones geográficas o de conglomeradoshumanos que guardan en sí mismos toda una elocuencia demostrativa.

Es indudable que toda colonización no puede rendir los frutos planifi­cados si no es concretada por una nación culturalmente consolidada y con sufi­ciente fuerza de conquista. Como dice López, los incas no conquistaban a lotártaro, sino llevando el culto, la ley, la disciplina y los hábitos de la vida seden­taria.

COLEGIO DE ESCRIBANOSDELAPROVINCIADI CÓRDOBA

REVISTA NOTARIAL 2008/01 - N° 89

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¿En cuál momento de la evolución socialy familiar de los pueblos primi­tivospodemos ubicar, en general, a los aborígenesdel actual territorio argentino?

¿Existíauna cohesióninterior derivadade una autoridadclarayprotectora?¿Sedaban, en cambio, otras formas diluyentes del mando como la pro­

miscuidad, el matrimonio por generaciones, el matrimonio consanguíneo?¿Sepuede hablar, en los primeros tiempos, de una ginecocracia con los

caracteres relevantes de la institución?Losestudios generalesnos llevan a calificara la autoridad paterna como

de muy relativa vigencia, aunque ello no signifique necesariamente que hayasido suplantada por la materna. Tal vezdebamos reducir la idea de autoridad auna vagasignificación, paulatinamente robustecida por el itinerario ascendentedel peso de la autoridad del varón.

Si caracterizamosal matriarcado por la inestabilidad del vínculo conyu-

La organización social de los aborígenes en el actual territorio argentino

La ley incásica obtiene su fundamento y poder del concepto religioso,como también lo tuvieron griegos, romanos e hindúes, tal cual lo ilustra Fustelde Coulanges. La leyera la voluntad del Inca, pero pese a un posible arbitrio, elnotable espíritu de continuidad de los soberanos, diceBaudin, suplía la ausenciade textos. Lasdecisiones de los incas eran codificadas por los guardianes de los"quipos", suerte de cuerdecillastrenzadas con nudos azules,blancos, rojosy ama­rillos, cuyacombinación confería significadode escritura al contenido. El padre[oseph de Acosta alaba la perfección maravillosa de los quipos. Estas cuerdastrenzadaspor lasvestalesdel sol e interpretadas por los amautas, servían de librosde historia, leyes, ceremonias y contabilidad. Dice el padre Acosta: "Del mismomodo que nosotrosproducimos una infinidad depalabras con veinticuatro letras, acomo­dándolas, ellos sacan significaciones innumerables de sus nudos y colores".

Esa ley,conservaday trasmitida de tan singularmanera, fue la que acom­pañó a la expansión incásicay la que dejó su impronta en las instituciones abo­rígenes de las comarcas del Plata, asimiladas luego, muchas de ellas, a lalegislacióncolonial de los españoles.

En conclusión, opinamos como MaxMuller que "el espíritu que consagrala conquista con la palabra escorrelativode la fuerza social que la perpetúa", y la lenguaquechua perdura en nuestro lenguaje por raíces precisas y bien caracterizadas,aunque Bunge sostenga que fueron los españoles y no los incas en la época pre­colonial, quienes la trajeron a estas regiones.

De todos modos, haya existido o no la dominación incásica, es induda­ble la influencia cultural que el pueblo del Cuzco ha ejercidoen las comunidadesdel sur, aunque más no sea sobre las huellas del Tiahuanaco.

REVISTA NOTARIAL 2008/01 - N° 89COLEGIO DE ESCRIBANOSDELAPROVINCIA DECÓRDOBA

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gal, la ausencia de una autoridad paterna firme y la filiación uterina; si vemos,como lo observa Bungc, que los celos no eran significativos, que la virginidad noera valorada y, en cambio, que era grande la libertad sexual, bien podemos en­tender como de cercana reminiscencia matriarcal al estado de vida de los aborí­genes al momento en e! cual los cronistas recaban sus datos sociales.

Es probable que los araucanos nos muestren los más marcados rasgos deorganización patriarcal, pues ellos cultivaron el vínculo conyugal autoritario ydefinido, y su tipo de filiación fue el agnaticio, transmisible por línea mascu­lina.

Dentro de este régimen de presunción patriarcal, como nos lo comunicaT. de Guevara, "los hijos esperaban i recibían desus padres cuanto significaba para ellosfortuna y reputación, como nombre, sustento, animales i muebles. Porcomiguiente, se de­jaba sentir con mayor intemidad el respeto i la sujeción al/ladre". Como consecuenciade tal organización social, comenta Bunge, la familia cobraba robusta existenciay se creaba vivamente e! sentimiento comunitario.

Escribe el Inca Garcilaso: "Muchas naciones se juntaban al coito como bestias,sin conocer mujer propia, sino como acertaban a toparse, y otras se casaban como se lesantojaba, stn exceptuar hermanas, hijas ni madres. En otras era lícito y aun loable ver lasmozas cuan deshonestas y ?erdidas quisiesen". La elocuencia del cronista está confir­mando, sin duda, la concepción matriarcal. Sin embargo, sigue el Inca, "en otrasprovincias usaban lo contrario, las madres guardaban las hijas con gran recato", lo cual,en alguna medida morigera la anterior hipótesis.

Son los incas, precisamente, los que por la acción del Estado, estabiliza­ron los matrímonios en sus provincias, organizándolos social y económicamente.

El gobierno del imperio incásico se fundamentaba en el absolutismoteocrático, que los hermanos Wagner quieren ver también en los tonocotés deSantiago del Estero, con alguna exageración; y en la registración de todos lospueblos de su dependencia por decurias de a diez, con un decurión al frente, lascuales, a su vez, se agrupaban en cinco decurias con otro decurión. Dos decuriasde a cincuenta tenían otro jefe y cinco de a cien estaban sujetas a otro capitánsuperior. Dos compañías de a quinientos reconocían a un general, que dominabamil; y no pasaban de mil porque ello era bastante. Tallo que informa el mismo,Gracilaso.

La institución de! cacicazgo marca en la organización social aborigen lamanifestación más relevante. Sus características no se repitieron por igual entodos los ámbitos, pero expresan un germen importante en la formación de losgrupos.

Para el sistema incásico, la rebelión de un curaca o cacique, era castigadacon la pena de muerte, sin que esto repercutiera sobre los hijos, quienes lo he­redaban en el cargo a pesar de la infamia.

Estos curacas, nos dice Baudin, eran jefes sometidos por voluntad o por

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Para la "RelaciónAnónima", el fontal documento datado en 1573, cuyaautoría puede adjudicarse a don Jerónimo Luis de Cabrera, fundador de Cór­doba, o a su escribano, don Francisco de Torres, pero que los más atribuyen adon Lorenzo Suárez de Figueroa, dice así de la organización social de los come­chingones: u ••• son los pueblos chicos que el mayor no tenra (sic)hasta quaranta casa)' muchos de treinta y a veinte y a diez y a menos porque cada pueblo de estos no es másque una parcialidad o parentela". Tal estructura se corresponde con el ayllu, com­posición gregaria con difusión en el área andina y de indudable inspiración pe­ruana.

El avllu

la fuerza, que ingresaban a la jerarquía imperial según la importancia numéricade su tribu. La dignidad importaba la obligaciónde presentarse en el Cuzco cadaaño, para su instrucción en el Perú. El curaca recibía por esposa a una mujer desangre real designada por el soberano.

La instrumentación de la vida comunitaria en nuestros aborígenes hallasu esbozo en los choniks, entre quienes la caza colectiva, indispensable para elsustento del grupo, era regulada por una norma consuetudinaria por la cual serepartían las presas de esta manera, como cuenta el capitán Musters, de acuerdocon lo observado en 1869-70, cuando fuera acompañado por una partida te­huelche: "La ley india de la repartición de la caza evita toda disputa, y esesta: el hombreque volea al avestruz deja que el otro que ha estado cazando con él se lleve la presa o sehaga cargodeella, y al terminar la cacería sehace el reparto; las plumas, el cuerpo desdela cabeza al esternón y una pierna, pertenecen al que lo cazó, y el resto a su ayudante.Cuando se trata de guanacos, el primero toma la mejor mitad de la misma manera".

Laagricultura sirvió para asentar y radicar muchas poblaciones aboríge­nes, como los rimbúes y carcaráes,en el litoral; los huarpes, en Cuyo; y los tono­cotés y mataráes, en Santiago del Estero. Asimismo, logró el establecimiento enviviendas permanentes y en casas comunales, como en el caso de los guaraníes;o como los pehuenches con sus silos comunitarios. Loscomechingones tambiénconocían la agricultura cultivando maíz y quínoa, junto a un género autóctonode calabazas,al punto que de su vida comunitaria son muestra los morteros co­munales hallados entre sus restos arqueológicos.Narran las crónicas que toda laregión serrana de Córdoba estaba acribilladapor pequeñas oquedades circularesy de poca profundidad, excavadasen la roca desnuda o a orillas de los ríos, quelos estudiosos llamaron luego "morteros comunales", por cuanto las mujeresaborígenes de las pequeñas comunidades se reunían allí para majar maíz, reali­zando así una experiencia de sociabilidad.

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Rafael Cieza de León, Giménez de la Espada, el acreditado Polo de On­degardo y su compañero, junto al virreyToledo, en la célebre visita de cinco añospor el reino del Perú, Pedro Sarmiento de Gamboa, cronistas todos de Indias,nos hablan del ayllu como la expresión de un régimen de la comunidad de la tie­rra, afianzado en el parentesco y en el culto.

El ayllu-tribu significó la agrupación de varias familias, antes de la lle­gada de los incas, cuya unidad se daba especialmente a través del territorio com­partido. En ellos, como símbolo, aparecen expresiones de la religiosidadprecolombina, tal el caso de las pacarinas y las huacas.

Al producirse la expansión incásica hacia el sur, los conquistadores orga­nizan pueblos con estructura de gobierno: los ayllu-parcíalídades, donde el vínculotrasciende el parentesco natural y la cohesión se vuelve de carácter político.

Podría indicarse un tercer tipo de ayllu, el ayllu-linaje, de acuerdo conla referencia de Levene, que hace a la casa dominante en el Perú y se integra conlos familiares del Inca y sus descendientes.

Aunque no faltan autores que atribuyen a esta singular organización ori­gen aymara, anterior a la concepción política incásica, lo cierto es que la institu­ción se demuestra difundida, al momento de la llegada los españoles, por todoel territorio de influencia peruana.

El ayllu primitivo presenta rasgos de naturaleza matriarcal, donde lamujer es factor cohesionante y el tío uterino, como lo hace notar Levene, es fi­gura principal.

Los incas realizan toda una tarea de reestructuración y adecuación delayllu a la finalidad imperial que los animaba, transformando, agregando y tras­ladando, tal como lo indica Max Uhle, en "El avllu peruano".

Saavedra formula la estructura primitiva del avllu como la de una gensde la organización europea, donde el antepasado común oficia de elemento nu­cleante. Posteriormente a su constitución genrilicia, los ayllus se interrelacionanconformando comunidades distribuidas en el espacio, pero conservando la basefamiliar. Los ayllus se transforman en pachacas (centenas), punto de partida deotras asociaciones mayores como las huarangas (grupos de mil) y los hunus (gru­pos de diez mil).

Es probable, como concluye Levene, apoyado en Summer Maine, que eltipo de ayllu observado por los conquistadores europeos estuviese en el estadiode la comunidad de aldea, donde la vida se desenvolvía cooperativamente dentrodel contexto agrícola de la economía.

Esta labor de cooperación de corte social se trasuntaba en la minkha,carga que se expresaba en el laboreo de la tierra reservada al Inca y al culto, y almantenimiento de los enfermos, ancianos y guerreros.

Es pues el ayllu la célula social primitiva del Perú, aunque de anteceden­tes preincaicos, de base agrícola y aglutinación totérnica, donde el ser que en-

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gcndra (pacarisca) y da origen, bien puede ser un animal como el puma, el cón­dor o la serpiente; o inanimadas manifestaciones de la naturaleza, como la mon­taña, los ríos, el trueno y el relámpago.

Cada uno poseía sus dioses protectores llamados huacas, de modo queel sistema estaba impregnado de un carácter religioso sostenido particularmenteen la veneración por los difuntos y los ancianos, ya que la autoridad de los as­cendientes fue un fenómeno manifiesto, en especial en el Alto Perú.

Vinagrodoff, analizando los clanes peruanos que nacen como asociaciónde parientes para terminar en la heterogeneidad de un conjunto de gente queocupa un suelo en común, es decir, que sufren la misma transformación que ob­serva Saavedra cuando hace virar al avllu de linaje, de posible estructuraciónprcincásica, hacia la vinculación territorial, donde la circunstancia del asenta­miento físico reemplaza el lazo de sangre como fundamento de la organizaciónsocial, encontrando a los ayllus análogos a las agrupaciones del antiguo Egipto.

En lengua aymara, el ayllu designa tanto a la asociación familiar comoa la territorial, y es sorprendente la coincidencia, como lo hace notar Baudin, deque la palabra aymara "marka" aluda a un objeto análogo al que refiere el mismotérmino en alemán: el ayllu concentrado en aldea, última fase de la evolución dela institución. Al decir de Ugarte, la marka representa la asociación de avllus.

Es fácil de advertir que en el área de influencia de la cultura de Tiahua­nacu, los nombres de poblaciones y aldeas con el sufijo marka son bastante re­petidos, tal el caso entre nosotros de Catamarca y Purmamarca, para citar sóloestos dos ejemplos.

La modalidad del avllu, conforme a varios estudiosos, pudo habersedado aun dentro de las mismas ciudades aborígenes, como en el Cuzco yMachuPicchu,

Al momento de la conquista, la cohesión es territorial, el suelo de apro­piación colectiva y el carácter de su economía netamente agrario. La comuniónde ayllus conforma, en definitiva, una tribu, pero a través de su fundamento lainstitución familiar subsiste como elemento basal.

En territorio cordobés, y siempre según la "Relación Anónima", tantoen las serranías como en los valles, habrían coexistido alrededor de 600 pueblos,muchos de ellos ubicados unos de otros "a un tiro de arcabuz". Asimismo, la do­cumentación histórica nombra gentilicio y pequeños territorios llamados "pro­vincias", que en la mayoría de los casos no son más que el dominio físico de unavllu o ayilo, como Tohaen: o grupos de ayilos, como el caso de la provincia deIschilin, tal como lo señala Antonio Serrano.

Por extensión, pues, de los caracteres que distinguieron al ayllu peruano,podemos conceptualizarlo, como de alguna manera lo hace Baudin en su medu-

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El estado de guerra, motivado de común por la posesión de los espaciosde caza, pareció ser una constante en las relaciones intertribales al momento dela conquista hispánica. En esta belicosidad ambiente, la presencia de un jefe concapacidad de conducción en la batalla, surge como necesidad elemental. Tal erael cacique, varón dotado de condiciones distintivas, quien a veces extendía su ac­ción a los tiempos de paz.

Si bien se han comprobado numerosos casos de sucesiones hereditarias,aquel con mejores aptitudes para el mando era quien finalmente conducía.

Por lo general, un cacique gobernaba a un reducido núcleo de familiasque le obedecían en la guerra e incluso le concedían algún tributo, pero malpuede hablarse de nutridas agrupaciones capaces de conformar reinos aboríge­nes. De común, este jefe imponía una política tributaria llevadera, reducida allaboreo de ciertas chákaras, o al aporte de peces o presas de caza con destino ala mesa familiar.

El padre Guevara hace alusión a la herencia del mando, señalando al pri­mogénito, o en su defecto al segundo o tercer hijo, como el sucesor.

Bunge, con atendible fundamento, ret1exiona que el caso del cacicazgomilitar no hereditario y de constitución accidental, debió ser más frecuente delo que refieren los cronistas indianos.

No podemos apartarnos de la cosmovisión mágica de los primitivos,pero las observaciones nos permiten deducir que la enjundia del poder políticodel curaca pudo rodearse de cierta ascendencia y autonomía, suficiente comopara neutralizar, en la práctica, la ingerencia de lo mistérico a través de la activi­dad de los shamanes, brujos, agoreros o adivinos de aquellas rudas comunidades.

La institución se demuestra ya enraizada ante los ojos de los europeos,conduciéndose los jefes naturales con adecuado señorío y particular distinción.No obstante, debemos limitar la real y efectiva ascendencia del cacique, encuanto única expresión institucional en lo político, a las situaciones de guerra,ya que -aunque no insólito- era extraño que tal jefe se ocupara de administrarjusticia entre los miembros de su grupo.

La institución del cacicazgo

loso trabajo sobre la sociedad incásica, como "el grupo engendrado por la solidaridaddel parentesco real o ficticio, o por el trabajo común de la tierra", de naturaleza a la vezreligiosa, familiar y económica.

La importancia del ayllu como expresión social es de primera magnituden la estructuración de la convivencia aborigen, y marca de por sí un estado dedesarrollo pautante de la vida intersubjetiva del hombre en el entorno elementalde las organizaciones gregarias precoloniales del sur de América.

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Félix de Azara, el incansable viajero que tantas finas observaciones noslegara en sus escritos, bosqueja al cacicazgocomo una situación de mando de na­turaleza hereditaria, donde el boato y la imposición están ausentes. "Tampocomanda en la guerra, y si es tonto toman otro", concluye con presteza.

Los guaraníes llamaban tubichá a su cacique, el que se distinguía nosólo por la nobleza de su nacimiento, sino particularmente por la elocuencia desu lenguaje. La capacidad oratoria podía promover al jefe y los mbayás o gentede la plebe, tenían muy a bien trabajar sus tierras, recoger sus cosechas y secun­darlo en las batallas, además se hallaban honrados de ofrecerle sus hijas doncellassi el cacique las requería.

Este es el cacique cultural que distingue Bunge, cuya naturaleza, en ati­nado juicio, hace meditar al reconocido profesor de La Plata: "No deja de ser al·tamente extraño ese cacicazgocultural, que casi sepodría llamar culterano, o por lomenosliterario iy en país que carecía de literatura escrita! Surge la sospecha de que tal estado decosas seprodujera sólo después de establecidas las misiones, y como consecuencia de la en­señanza de losjesuitas". Pero, ante esto, cabe una segunda reflexión, asimismo su­gerida por Bunge: los jesuitas no se esmeraron en una formación oratoria sino,por lo contrario, en una capacitación para la actividad agrícola. Por otra parte,las informaciones que dan los padres Lozano yGuevara tienen por objeto al gua­raní en su comportamiento natural, selvático, y no en cuanto producto de unaexperiencia civilizadora.

Entre patagones y araucanos, la institución era de marcado signo militar,según el padre Falkner, y de carácter hereditario. Precisamente, una cita del mi­sionero jesuita delinea la personalidad política de los jefes de los pampas y de lasfaldas cordilleranas del sur argentino, describiendo sus rasgos positivos y nega­tivos con excelente criterio de observación: "El cacique tiene poder de proteger acuantos se le acogen; de componer y hacer callar en cualquier diferencia o disputa, o deentregar a[ ofensor para ser castigado con pena de muerte, sin dar razón de ello, porqueen estos casos su voluntad hace ley".

Antonio de Vicdrna termina de caracterizarlos respecto de lo absolutode sus decisiones y la sumisión de sus vasallos, quienes aceptan las imperativasorientaciones con total obediencia, y añade que, entre las varias mujeres que elbienestar económico les permitía, poseían siempre, por razones de alta política,una que era hija o hermana de otro cacique, la que adquiría, por esa razón, elprimer rango entre todas. A esta jerarquía de consortes, el cacique siempre lasrespetaba y tenía en más, pues una actitud contraria sería agraviante para sus pa­rientes políticos, a menudo tan poderosos como él.

Por otra parte, la familia del cacique, sus mujeres e hijos, habría compar­tido la dignidad del jefe, predicamento que se manifestaba en el habitual modode conducirse y relacionarse en la vida cotidiana de la tribu.

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El padre Rosales señala dos géneros de toquis generales: el gen toqui,para la guerra; y el gen voyhe, o señor del canelo, para los tiempos de mansedum­bre, por ser el canelo, en estas comunidades, símbolo de la paz.

Los araucanos, en fin, reconocían, por todos los datos de que dispone­mos, la autoridad de un cacique, generalmente hereditaria. Tomás Guevarahabla, incluso, de una suerte de regencia a cargo de un tío o pariente próximo,hasta la debida edad del heredero.

Bunge denomina político a este tipo de cacicazgo por el germen de or­ganización administrativa que representa, sobre todo a partir de la figura deltoqui, con facultades de arbitrio en las cuestiones intestinas de las parcialidades.

En la región que les fuera propia a comcchingones y sanavirones, fuen­tes documentales como Sotelo de Narváez (1583) y el padre Barzana (1593), coin­ciden en afirmar la institución del cacicazgo como hereditaria y vigente en unámbito bien delimitado perteneciente a la parcialidad. Recordemos, a título ilus­trativo, que el área de expansión de los comechingones se extendía desde los al­rededores de Cruz del Eje, sitio de emplazamiento del mentado cacique Olayón,hasta el arroyo de la Punilla, en San Luis. El valle de Conlara, en tierra puntana,fue ámbito hegemónico, de acuerdo con las crónicas de los primeros caminado­res de estas latitudes, de un prestigiado curaca de nombre Jungulo o Zungulo, po­seedor de minas de oro en Cañada Honda y la Carolina.

El capitán Tristán de Tejeda, encuentra, por su parte, pequeños cacicaz­gos entre los olongastas, habitantes de la región de los llanos, al sudeste de LaRioja, de acuerdo con sus referencias de 1591.

¿Cuál era la verdadera consistencia de la autoridad cacical? Indudable­mente que variaba según la idiosincrasia de las comunidades. Así tenemos lasfuertes y las nominales, es decir, estas últimas, aquellas en las cuales el caciqueera relativamente obedecido. En los yámanas, la organización política era suma­mente débil y dejada a los avatares de las circunstancias. Apenas si por encimade la familia, el grupo local, integrado por consanguíneos y parientes por vía dematrimonio, era la única entidad superior más °menos organizada. Como todos

Sin duda que los araucanos gozaron de una herencia de organización po­lítica que, venida de allende la cordillera, los hizo depositarios de una tradiciónque distinguía a las tribus con cierta individualización y aun las aglutinaba en ju­risdicciones mayores a modo distrital. Las pequeñas parcialidades eran mandadaspor un gulmen, y las agrupaciones mayores por un mapu gulmen o apo gulmen.Górnez de Vidaurre coloca al toqui o cacique supremo, por sobre todas las estruc­turas, reservando para los apo gulmen el gobierno de las provincias y para los úl­menes los distritos.

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los pueblos del archipiélago meridional, no tuvieron jefes estables; en ellos, sim­plemente, el jefe de cada familia la guiaba en su vida nómada.

También entre los choniks el cacique era mal obedecido y una de suspocas funciones consistía en ordenar el rumbo y sentido de las continuas migra­ciones, y disponer e! orden de la caza.Antes de salir, el jefe solía arengar con unapequeña exhortación, cuyo texto, en dialecto tehuelche meridional, ha sido pu­blicado por F.F.Outes en 1928.

En los puelche-guénaken, también por sobre las familias estaban lasparcialidades, cuyo número, si bien no se conoce con precisión, seguramente su­peraría a cinco. Cada una constaba de un centenar de personas y a su frente sehallaba e! cacique. Por lo común, cada parcialidad llevaba el nombre de un ani­mal, sin duda como resto de un antiguo totemismo. Los caciques, diluidos en susfunciones de mando, carecían de medios coercitivos para imponerse y así sus fa­cultades eran escasas. Se elegían entre los individuos más valientes y los quemejor dotados estaban para la oratoria. De entre todos, se destaca Cangapol, ca­cique de mediados de! siglo XVIII, conocido como "El Bravo".

Para la rudimentaria organización charrúa, tampoco el cacique poseíaatributos de conducción definidos, y si bien hay alguna constancia histórica dela existencia de caciques generales, tanto éstos como los primeros habrían care­cido de suficiente autoridad, pues, en caso de compromisos colectivos, como enla guerra, su opinión era compartida y cotejada con la de un consejo, que era elque, en definitiva, decidía las medidas pertinentes.

La herencia, en la sucesión de la jefatura del grupo, aparece manifiestaen las asociaciones patagónico-onas, modalidad ésta que, en casos, se extendíatambién a los capitanejos menores. Sin embargo, es en los araucanos donde e!sistema adquiere mayor énfasis. Desde los comienzos de su infiltración en lo queactualmente es territorio argentino, se fueron constituyendo en grupos diversos,los cuales a menudo eran rivales. Sin llegar a constituir reales estados, la sucesiónde tipo dinástico logró afianzarse en varias regiones, con asiento principal, amodo de residencia de los caciques, en determinados lugares, como Leuvucó.

Al este y al sur de este centro de poder araucano, y con pretensiones dedominar la pampa húmeda, estaba el cacicazgo de Salinas Grandes, que tomógran incremento bajo la estirpe de los curá (piedra), con los célebres Calvucuráy Namuncurá. Otro destacado caudillo con mando real fue Sayhueque, e! grancacique de los manzaneros, parcialidad araucana, que al derrotar a los tehuelchesen la batalla de Shotel Kéike, favoreció su penetración en la Patagonia.

Asimismo, e! cargo de tubichá era hereditario en los guaraníes, y su au­toridad respetada y obedecida. El padre Antonio Ruiz de Montoya, misionero je­suita citado por Sierra, dice de los guaraníes: "Vivían y hoy viven los gentiles en¡Joblacionesmuy pequeñas, pero sin gobierno. Tenían sus caciques, en quienes todos reco-

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nocen nobleza, heredada de sus antepasados, fundada en que habían tenido vasallos y go­bernado pueblos".

Finalmente, los pehuenches también poseyeron un sistema similar,donde el cacicazgo estaba establecido por sucesiones sobre determinadas parcia­lidades, las cuales se distinguían por sus nombres y por el dominio colectivo deun territorio. Esta práctica no obstaba, sin embargo, el ascenso de aquellos que,careciendo de linaje de sangre, se prestigiaban por sus cualidades guerreras, ci­negéticas u oratorias.

El hábitat de cada tribu comprendía el espacio de caza o terreno de cul­tivo que la agrupación determinaba como propio y exclusivo, adjudicándole lí­mites convencionales. El padre Paesanos refiere frecuentes refriegas por esa causaentre los pueblos patagónicos, y Canals Frau describe el "apellido" o parcialidadde los cornechíngones como ocupando esas parcelas, celosamente señaladas poramontonamientos de piedras o accidentes naturales del terreno.

Justamente esos apellidos dieron origen a numerosos gentilicios hoy di­seminados por la geografía cordobesa, indicadores de una presencia social arrai­gada, tal el caso de las parcialidades designadas como paseos, panaolmas, auletas,michilingues, chimes y otras tantas.

Estas características no se daban en asociaciones donde el libre albedríoera una práctica ancestral, como en las agrupaciones de los antiguos pampas, dequienes el padre Ovalle relata: "Juzgan por el mayor bien de todos el absoluto y librealbedrío: lJivirhoy en un lugar, mañana en el otro; ... voy donde quiero sin dejar en nin­guna parte prenda que me tire; ... conmigo lo llevo todo, y con mi mujer y mis hijos, queme siguen donde voy, no me falta nada". Tal el tono de su "Histórica Relación".

El padre Pascual R. Pacsa, distinguido historiador salesiano, dice res­pecto de estos pampas, que durante las épocas de paz no tenían verdadero go­bierno; en cambio, para la guerra, se confederaban y elegían sus caciquesprincipales. Circunstancia parecida apunta Juan Carlos Whalter entre los gua­raníes, quienes, ante la inminencia de una confrontación bélica convocaban unconsejo y elegían un cacique conductor entre los más capaces por su valor y dis­tinguidos por su reputación.

Los caciques generales parecen haber existido en la estructura políticaaborigen de una manera estable o accidental, al modo de un elemento de cohe­sión intergrupal de naturaleza incipiente. En el sigloXVI, los soldados de Diegode Rojas oyen hablar de un "señor principal" llamado Corunda, a quien pode­mos ubicar entre los grupos del litoral como cacique de mayor jerarquía que loscomunes. Los omaguacas reconocían la autoridad de un cacique general que losgobernaba a todos, con residencia en la zona central de la quebrada que en sutoponimia hoy todavía recuerda a esas parcialidades. En la segunda mitad delsiglo XVI, el jefe supremo era el famoso Viltipoco, quien tanto diera que decir

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a 10& españoles, y que gobernara sobre diversas agrupaciones, entre otras las deOcloya, Purmamarca, Osas, Fiscara, Tillar, Jujuy y la propia de Omaguaca. Encada parcialidad había curacas, y todos ellos reconocían al cacique principal deOmaguaca.

Los hermanos Duncan y Emilio Wagner, apasionados estudiosos de lacultura chaco-santiagueña, sugieren "un impero teocrático de las llanuras", paralos tonocotés. Estos investigadores buscan correlaciones con Troyay otros lugaresclásicos del viejo mundo, antes que con las otras regiones de cultura aborigen deeste mismo continente. Pero, tal imperio, más parece ser consecuencia del entu­siasmo de los hermanos Wagner por el objeto de sus estudios que de la realidadhistórica, pues la gran mayoría de los especialistas argentinos ha llegado a la con­clusión casi unánime de que las manifestaciones culturales chaco-santiagueñaseran muy acordes a su tiempo y a su lugar de asentamiento. En realidad, la únicaorganización teocrática de naturaleza política fue la de la sociedad incásica, enla cual el jefe supremo, el Inca, toma un título divino que contribuye a acrecentarsu prestigio: hijo del Sol. En este caso, precisamente del fundamento religioso sa­caba la ley su fuerza.

Entre los cacanos, de la región diaguito-calchaquí, el cacique, aunquelimitado a su parcialidad, revestía una autoridad plena y uniformemente acatada.Se daba también el caso de caciques generales con jurisdicción sobre varios po­blados, cuyo mando se simbolizaba en una especie de hacha, llamada "toqui",como elemento distintivo del cargo. Recordemos la existencia de los "toquís"como caciques generales de los araucanos, para establecer una hipótesis relacio­nal. En la comunidad cacana se habría dado también el caso de caciques mayorescon capacidad de nucleamiento más o menos general.

Otros grupos, como los guaycurúes, se agregaban en pequeñas bandascompuestas por unas pocas familias. En la región de los guayanás, ubicados enel curso superior del río Uruguay, un jefe no abarcaba más de cuatro familias, esdecir, que el grupo no se integraba con mucho más de 25 personas.

Otros pueblos, a la manera de los pampas nómadas, como los lulesyvilelastucumanos, no reconocían sujeción alguna. Dice el padre Lozano: "Elmodode vivirque tenían en su barbarismoera estar divididos unos de otrospor familias, por el horrorquetienen a vivir en común... no reconocían sujeción alguna ni a Dios ni a los hombres".

En algunas otras tribus, aunque como ya lo expresamos, el cacique solíaposeer la necesaria autonomía ante el brujo o hechicero, el jefe era a la vez sha­mán, es decir, que los poderes temporales y los espirituales o mágicos estaban enuna sola mano, como sucedía en las comunidades caigang. De tal naturaleza erala autoridad del cacique Varó, de quien habla el padre SePPi lo mismo que lade otros jefes litoraleños, como Niezú, nombrados a cada paso por las relacionesjesuíticas del siglo XVII.

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Bibliografía consultada

Antonio Ruiz de Montoya, elmisionero jesuita que recorrió los pueblosguaraníes, en su "Carta a Cornental", de 1645, narra una comprometida situa­ción, a través de la cual puede inferirse la gravitación que el sharnán pudo habertenido en las decisiones colectivas. Dice el padre: "Corrió la fama demi venida portoda la tierra, y llegóa oídos del grande hechicero Guiraverá. Enfurecido contra mi, ame­nazando que esta vez había dematarme y comerme, hizo general llamamiento de los ca­ciques de la comarca que, comolo veneraban por hombre divino, le obedecían con todapuntualidad". Como se ve, la influencia de lo mágico-religioso en lo político,aunque no descartable en general, se manifiesta particularmente en los pueblosdd litoral.

La literatura nos trae también, como en la leyenda de Lucía Miranda,descripción de la autoridad de algunos caciques con reales atributos de decisión,capaces de movilizar poblados enteros por sus meros antojos o caprichos. Lasnarraciones nos presentan a los jefes timbúes Mangoré ySiripo, como figuras au­toritarias y con gran capacidad de determinación.

Es finalmente interesante, a través del relato de Lucio V. Mansilla, res­catar la opinión de un aborigen respecto de la institución del cacicazgoy su com­paración con la autoridad civilizada. Así reflexiona el cacique Mariano Rosasacerca del ejercicio de la jefatura política entre los suyos: "En esta tierra el que go­bierna no es como entre los cristiano.l. Allí manda el que manda y todos obedecen. Aquí,hay que arreglarseprimero con los otros caciques, con los capitanejos, con los hombres an­tiguos. Todos son libresy todos son iguales".

Indudablemente que, dentro de la casuística general, no se puede uni­formar la institución de gobierno de acuerdo a módulos comunes en un ámbitotan dilatado como el vasto territorio argentino, pero si podemos espigar algunoscaracteres, a veces contradictorios, que permitan evaluar la vigencia de un prin­cipio de autoridad entre estas primeras comunidades de nuestro suelo.

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