"principio y fin" de nicolás der agopián
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2 | ny
ny mine
Viajé eufórico luego de una etapa movida en Uruguay. Me había sepa-
rado de mi pareja, entregué a contrareloj un libro de Punta del Este que
me tuvo durmiendo poco; y había editado el libro de cuentos Flor de piel gracias a La Propia Cartonera. Además, estaba quemado con mis amigos
uruguayos y con casi todos los que me rodeaban. Por alguna razón la
rambla se me hacía el lugar más triste del mundo, los bares y la noche me
tenían cansado, el trabajo me traía agotado. No quería a nadie. Mi jefa
y amiga me propuso irme a una comunidad en NY de la que desconfié
al instante. Tampoco tenía otra salida. NY era el lugar al que había ido a
mis 11 años a conocer a mi padre y del que tenía un recuerdo confuso.
4 | ny
extraña en el paraíso
Hacía muchos años que no andaba en avión y estaba nervioso. Claro
que todo salió bien y no había de qué preocuparse. Ya en el aeropuerto
el guardia me pidió los documentos. Dijo algo que no entendí pero
contesté thank you. Lo que en realidad hacía era llevarme a una sala
privada para que otros me hicieran una batería de preguntas sobre mi
vida y la finalidad del viaje. Debí esperar horas por una familia árabe
en donde todas las mujeres tenían velo. Los guardias repetían nombres
largos y no llegaban a entender quién era quién. Al parecer, el hombre
tenía dos familias. Cuando llegó mi turno comencé a hablar como un
loco. Dudaron. Revisaron mi página web, solicitaron direcciones de mi
estadía, quisieron llamar a casa de mi abuela de 99 años (donde no
me iba a quedar) y me negué. Luego de cuatro horas me permitieron
seguir. Ya no sabía dónde estaba. La misma guardia que había hecho el
cuestionario me acompañó a tomar el tren cargando una de mis valijas.
Sorry, you are a good guy, fue lo último que me dijo. Eso sí, no me dejó
fotografiarla. Lo primero que vi en el tren fue a esta señora. Carecía de
cejas y tenía los labios pintados como nadie. Saqué la cámara y comen-
cé a disparar a pesar de su fastidio. Fue mi primera foto en NY.
autorretrato conmigo mismo
Vivir en Staten Island me obligaba a viajar a diario en un ferry que co-
necta la isla con Manhattan. Nunca dejé de impactarme con la vista de
la ciudad. Además de la comunidad, que resultó ser un lugar muy apaci-
ble, tenía la dirección de varios contactos con los que nunca me comuni-
qué. Definitivamente, el viaje era una cuestión personal que quería vivir
solo. Casi no recordaba los lugares que había frecuentado cuando era
chico; capaz que había salido poco, o eran otros temas los que me atra-
paban en ese entonces. Ahora tengo 33 años y el mundo me es ancho y
ajeno, por suerte. Camino como un loco y quiero ver todo, a pesar de mis
ojeras, el puto lumbago o algún que otro paspado ocasional.
6 | ny
8 | ny
chuck chinatown
Siempre creí en tu moral y admiré tu imparable lucha por los derechos
de muchos civiles, Chuck. Sé que diste la vida en pos de un mundo me-
jor, más justo y sobre todo más libre de extranjeros, comunistas, negros
y otras culturas diferentes a la tuya. Te recuerdo ahora Chuck, porque
estoy en el barrio chino, en un comedor en el que soy el único occiden-
tal. Y te aseguro que parecen gente buena, Chuck, cordiales, que no de-
tentan la violencia que practicaban contigo. No lo entiendo, Chuck, les
rompí las bolas a más no poder, les solicité todo el té del mundo, demo-
ré horas en decidir qué comer mientras otros comensales de ojos rasga-
dos me daban sus platos para degustar la comida, les cagué el baño…
Fueron cordiales y atentos sin ser falsos, Chuck. Me pregunto por qué
tanto encono contigo. Claro, capaz que yo no los ando bardeando como
vos, Chuck, porque reconocé que te gustaba meterles un dedo en el culo
para molestarlos y revolvérselo a ver si respondían. Eras un sádico de
mierda, Chuck. Además, recordá que ellos serán muy buenos pero saben
técnicas de lucha milenarias, que no precisan de tu brutalidad para
agarrarte de las pelotas mientras se violan a tu hija y dejan a tu mujer
por vieja, Chuck, porque todos sabemos que han pasado los años y los
tuyos también, y que ahora seguramente estás algo acabado. Andá con
cuidado, Chuck, porque acá siempre hay un chino en cada esquina. Y
seguro que no está solo como vos, que te gusta la soledad para reflexio-
nar en quién sabe qué cosas. Porque no serán fuertes, Chuck, pero son
flaquitos y fibrosos y no quiero saber lo que representará para tu hija el
culo de esos ocho chinos moviéndose y dale que te dale. Mirá, Chuck,
capaz que hasta le gustan estos amarillos contra los que tanto luchaste.
Qué paradoja, ¿no? Y ahora que te pienso bien, Chuck, más allá de que
sos un referente para mí, también te lastimaría hasta hacerte sufrir
porque me doy cuenta de que sos un caracagada, Chuck, un tipo serio
y aburrido. Pero sucede que tengo lumbalgia, Chuck, por lo que ando
con la espalda a la miseria y no puedo hacer fuerza por prescripción
médica. Igual, seguro que vos estás peor, sin fama ni amigos ni nada.
Me decepcionaste, Chuck.
10 | ny
por los tiempos de trabajo
Muchas veces trabajé en un trabajo. Con esto, me refiero a desempe-
ñar ciertas tareas que no generan demasiado compromiso ni gusto en
uno. Tuve diversos empleos: fui mandadero de una farmacia en crisis o
conocí la bondad de los supermercados Disco desde su depósito. Traba-
jaba en la reposición de envases junto a un compañero que tenía una
parálisis importante. Se llamaba Bichino y era muy charlatán. Lo raro es
que no se le entendía nada. Parecía tarado, y por su mirada, yo estaba
convencido de que era más inteligente que todos nosotros. Algo de eso
había. Teníamos uno o dos superiores que no daban pie en bola. Recuer-
do a un compañero que se cortó la mano porque no le dieron licencia
para ver un recital de Los Piojos que se suspendió por mal tiempo.
Y la autoflagelación salió mal: la máquina de carne tocó el nervio y un
dedo perdió movimiento, quedó tosco. Pero no me podía quejar. An-
dábamos por el año 2000, me enamoré de una novia inexplicable y
tramitaba papeles en la aduana. Tenía dos jefes que se odiaban y se
jodían toda vez que podían. Alguna vez pensé que me convertiría en
despachante de aduanas, seguramente para confirmar que nunca tuve
una vocación clara, o que mi vocación fue siempre la de ser lo que nun-
ca fui. Uno era de izquierda e inmensamente tacaño y popular. Había
que ver su excitación cuando ocurría algún choque y corría hacia el
balcón a chusmear. Hablaba de piñas, preferencias, bembas hechas pe-
lota. Otro era generoso, protofascista y embaucador. Y medio pederasta.
Pero quién era yo para juzgar. Nadie era muy feliz y lo ocultábamos tan
bien… Duró lo que tenía que durar, como todo.
12 | comunidad
steve de staten i. persona
Steve es el librero de la comu. Representante total de los ideales hi-
ppies de los 60´, Occupy Wall Street lo había encendido y alegrado.
Algo de su vida estaba ahí. Con él compartí una drum session (todos
tocábamos distintas percusiones) aunque no logré conectarme; culpa
mía. Me habló de Japón con energía, pero mi inglés es limitado. Com-
prendí la mitad; entendí que era un buen tipo.
14 | ny
chino con conejo de agua
Lou Reed canta la estupidez juvenil de un adolescente de Coney Island.
Antes, con la Velvet, invita a una chica al parque de diversiones de la
isla y le pide que se agarren fuertemente de las manos. Lo más seguro
es que nunca haya visto un chino caminando con un conejo de agua por
las calles de ese sitio. De lo contrario, sus letras hubieran sido diferentes.
16 | ny
soldado de dios
Llevaba tres perros enormes y decía ser un soldado del cielo. Asegu-
raba que lo estaban vigilando desde el gobierno. Por eso, no podía
confiar en Internet. Seguro de sí mismo, recurría a métodos poco orto-
doxos si era necesario. Decía tener muchas armas. Pidió las fotos para
sus chicos aunque solo podía enviárselas por cartero. Me enterneció.
Dije a todo que sí. No debió confiar en mí. Nunca le mandé nada.
méxico o qué
Mi amigo Nacho me había invitado a vivir en su casa del DF, en pleno
Coyoacán. La idea era alejarme un poco de Uruguay, trabajar en México y
ver mi país desde lejos. Me había enviado algunas fotos del barrio y poca
cosa más. Sabía casi nada, y nunca imaginé que México fuera un país tan
injusto como entrañable.
18 | méxico o qué
20 | méxico o qué
autorretrato conmigo mismo. hoteles
Hace mucho escribí "quisiera fajar, malograr algún autor". Unas veces
por aburridos y otras porque me gustan demasiado. Había trabajado
toda la noche y me pesaba el cuerpo. Era un hotel común de Guada-
lajara. Me dolía un poco la garganta y el agua de la ducha salía tibia.
Me despertaron por error, entraron a la habitación y dijeron "disculpe,
señorito, pensamos que estaba vacía". La concha de su madre. Me
acordé de que Charly García, cada tanto, destroza hoteles. También de
Begbie, el violento de Trainspotting que rompe todo lo que encuen-
tra. Sin embargo, comencé a guardar mis pertenencias. Revisé que no
hubiera nada en el piso, tiré algunas cosas al tacho de basura. Está
bueno leer a Bellatin. Devolví las llaves junto con el control remoto
que no funcionaba.
22 | méxico o qué
hoteles de sueños de puebla
El fin de semana fui a mi primer megaconcierto. Es posible que me haya
llegado un poco tarde. Modest mouse me encantó. Sin embargo, quienes
cerraban el evento eran Public enemy, una banda que llena el escenario
de morenos y lo vacía de ideas. Claro que gritan cosas tales como paz,
legalización del porro y no militarización del mundo. Al mismo tiempo,
aseguran que Public enemy is the best, the one, convirtiéndose en la banda
más autorreferencial que vi en mi vida. Cuando volví hacía frío. Conseguí
el hotel más triste de Puebla. Antes de acostarme, visité el baño. Estaba
lleno, repleto de sangre. Al despertar leí un cartel: "Si usa el baño, no vo-
mite". Alguien se estaba muriendo cerca mío, aunque todo va a estar bien.
24 | méxico o qué
Sin reflexión, sin golpes bajos, sin viejos. Ninguna toma lenta. No pa-
rece uruguaya. Sinopsis: un psicópata obtuso persigue a una azafata
por distintos hoteles en el mundo. Un filme aterrador. No te la pierdas.
Cine Maturana.
24 | la bañera de la muerte
26 | méxico o qué
Dinora Papani, la protagonista, recibiendo a altas horas de la noche la
llamada inesperada del acosador.
26 | la bañera de la muerte
28 | méxico o qué
Los gritos de auxilio alertarán a Óscar, siempre atento y bien dispuesto.
Los años de karate y su fortalecimiento muscular decidirán la contienda.
28 | la bañera de la muerte
30 | méxico o qué
travestis que dicen
El sexo es lo más democrático que conozco. Es en el único ámbito
donde un mecánico de carros puede ser muy pacato y un abogado
harto pervertido en sus gustos. Sexo y dinero, la cama y las cuestio-
nes sociales no siempre están ligadas. Por eso la gente le tiene tanto
miedo. Yo soy travesti desde toda la vida. Cuando tenía 12 años, en
mi pueblo que es al norte, pasó un obrero de la construcción por mi
casa y no paraba de chistarme. Un día lo acompañé al descampado
y fue mi primera vez. Luego de que se acabó me empujó, me dio un
golpe y me dejó tirado. Al rato me incorporé, regresé a mi hogar, in-
tenté ocultar la sangre de mis pantalones para que mi abuelo no lo
viera. Pero eso es solo de anécdota, la verdad es que joto fui siempre,
mucho antes de eso.
32 | méxico o qué
madres de papantla
El sótano de su casa fue el único rincón que conseguimos para dormir. La
ciudad explotaba con la llegada de Björk. Al bajar pensé en un lugar de
torturas. Vi a un hombre inmensamente gordo sudar como un chivo. Les
pedí un ventilador desconfiando que jamás lo traerían. La mañana des-
pués del concierto fue cruda, resacosa. Ella y su hijo nos esperaban con el
desayuno servido. Nos invitaron a quedarnos dos días más sin costo "para
que conociéramos bien Papantla". A la noche salimos junto a su hijo a
tomar cerveza y pasear por la ciudad. Nunca nos bajamos del auto. Ese
era su plan. Él rondaba los cincuenta y vivían juntos desde siempre. Su
madre no le permitía salir a la noche y razonamos que él había aprove-
chado nuestra presencia para "escaparse" un poco. En el recorrido recibió
como quince llamadas de su mamá. Jamás reconoció su sexualidad pero
intentaba transmitirlo de manera velada. Papantla es un pueblo dema-
siado chico. Ella era una mujer encantadora. Ella lo tenía atrapado.
34 | méxico o qué
para todos los fotógrafos amigos
Siempre quise firmar las fotos pero mi rúbrica es espantosa:
Por eso, uso a veces la firma de la foto, que por obligación aprendí cuan-
do trabajaba en un despacho de aduanas. Pertenecía a un jefe que siem-
pre sacaba partido por ser un mal tipo. Lo raro es que me sale igualita.
36 | besos
besos para todos
Varios creen que México es un país peligroso y conservador, hábitat natu-
ral del macho mexicano. Los tiros, sin embargo, siempre me están lejos, y
presenciar imágenes como esta es mucho más común que en Uruguay. El
Río de la Plata no deja de padecer al compadrito tanguero, aunque México
sea siempre demasiado católico, pobre.
38 | besos
a kiss under the bridge
Andaba en bicicleta cuando las vi. Luego de las fotos se acercaron, cu-
riosas. Eran estudiantes de liceo. Les pregunté si sus padres sabían de su
relación. Por supuesto, contestaron ambas sin dudar. Me dijeron que en
el mundo faltaba libertad. Pidieron que solo usara las fotos para algo que
valiera la pena. Espero no decepcionarlas.
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