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“Durante el confinamiento: empatía, sí. Conductismo, no.” Qué sí
y qué no es el conductismo
El 26 de junio de 2020 se publicó en el
periódico argentino Perfil el artículo “Durante
el confinamiento: empatía, sí. Conductismo,
no”, por el coach y consultor de empresas
Roberto Hernandez. A lo largo del escrito,
Hernandez analiza lo peligroso que puede ser
el conductismo en las condiciones actuales
derivadas de la cuarentena por la COVID 19 y
nos invita, en su lugar, a optar por la empatía
citando al nominado al Premio Nobel de la
Paz, Thich Nhat Hanh, quien menciona: “Lo
más importante es que necesitamos ser
entendidos. Necesitamos a alguien que sea
capaz de escucharnos y entendernos.
Entonces sufrimos menos”.
Para poder hacer un análisis adecuado de los
argumentos de Hernandez, es primordial
contar con una definición clara sobre lo que
es el conductismo. El conductismo entendido
como filosofía de la ciencia de la conducta,
cuenta con dos grandes vertientes a partir de
las cuales se conceptualiza la conducta (su
objeto de estudio) de diferentes maneras
(consultar Michael, 1984; Pierce & Cheney,
2004; Schneider & Morris, 1987).
El conductismo metodológico tiene como
representante principal al psicólogo
estadounidense John B. Watson y, surgió por
interés de establecer a la psicología como una
ciencia natural. En términos generales se
propone que como en el resto de las ciencias
naturales (e. g., física, biología), la psicología
de cuenta de la conducta en términos
observables y medibles. Por lo tanto, el
conductismo metodológico rechaza que la
conducta no observable (e.g., pensamientos,
sentimientos y sensaciones) deba ser
estudiada por la psicología.
Por otro lado, el conductismo radical
representado por el psicólogo
estadounidense B. F. Skinner, sostiene que
tanto la conducta observable como la no
observable responden a los mismos
principios y ambas pueden ser analizadas
bajo los mismos términos. Es decir, reconoce
a toda la conducta como objeto de estudio
de la psicología.
Un ejercicio bastante amigable que aprendí
en mis primeras clases de conductismo para
diferenciar qué puede ser entendido como
conducta es la llamada «prueba del hombre
muerto»: “La conducta es todo lo que no
puede hacer un hombre muerto, como:
rascarse la nariz, hablar, sonreír, llorar,
pensar, soñar. Puede ser inclusive la descarga
de una neurona en el sistema nervioso. La
conducta no es necesariamente caer desde
un precipicio. Un hombre muerto puede
hacerlo con un poco de ayuda de sus amigos
y, si un hombre muerto puede hacerlo,
entonces no es conducta” (Malott, Malott,
Trojan, 2003).
Una de las mayores contribuciones que hizo
Skinner, fue formular el paradigma del
condicionamiento operante, claramente con
base en el conocimiento sobre aprendizaje
que se tenía en esa época. Hasta entonces, la
investigación en aprendizaje se había basado
principalmente en el paradigma del
condicionamiento respondiente que tiene
origen en los estudios del fisiólogo y psicólogo
ruso Iván Pávlov. Este paradigma dice que el
Centro de Estudios e
Investigación para el
Desarrollo Educativo
y Humano (CEIDEH)
Ciudad de México, julio de 2020
CEIDEH: http://ceideh.com/
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aprendizaje se basa en relaciones estímulo –
respuesta (E-R).
Nota importante: Generalmente se confunde
el concepto de estímulo con el de reforzador.
Un estímulo a grandes rasgos, es cualquier
cosa que podamos percibir a través de
nuestros sentidos. Mientras que un
reforzador, es un tipo de estímulo que si se
presenta como consecuencia de una
conducta, esta conducta ocurrirá en mayor
medida. Por ejemplo, si estas con tu pareja y
le dices “dame un beso” y tu pareja te besa;
en el futuro aumentará la frecuencia con la
que pidas besos con esa frase en particular.
El paradigma del condicionamiento operante
se basa en que las conductas son mantenidas
por sus consecuencias, esto es: las conductas
más reforzadas serán las que ocurran en
mayor medida, entonces, operan bajo un
modelo de antecedente-conducta-
consecuencia (A-C-C). Esta postura es
equivalente a la teoría de la selección animal.
Así como las especies que mejor se adaptan a
su entorno son las que sobreviven a futuro,
las conductas que permitan una mejor
adaptación al medio serán las que generen
más reforzadores y por consiguiente, las que
persistan.
Una vez que hicimos este recorrido histórico
y conceptual sobre lo que representa el
conductismo en la actualizad, podemos
retomar la comparación que hace Hernandez
(2020) entre la empatía y el conductismo.
Acertadamente, Hernandez sintetiza la
definición de empatía como “la capacidad de
identificarnos con otras personas […] poseer
la capacidad de compartir sus sentimientos”.
Con base en Garaigordobil y García de
Galdeano (2006), podemos añadir que la
empatía implica la habilidad de tomar una
perspectiva cognitiva y afectiva a partir de las
demás personas.
La empatía, igualmente se ha relacionado
fuertemente con el concepto de conducta
prosocial, el cual refiere que actuamos
buscando el beneficio de los otros. Una vez
que entendemos cómo se sienten los demás
o la situación que están atravesando,
podemos actuar en su beneficio. Incluso
existen debates respecto a si hay realmente
una distinción entre la empatía y la conducta
prosocial (Sánchez-Queija & Parra, 2006).
Entonces, ¿cómo comparamos el
conductismo con la empatía en un contexto
de pandemia? Por un lado, tenemos una
corriente filosófica que conceptualiza el
establecimiento y mantenimiento de las
conductas. Por otro lado, tenemos la
capacidad de reconocer los pensamientos y
sentimientos de las personas, lo cual
comúnmente se ha asociado con la toma de
acciones en beneficio de los otros. Spoiler: no
hay punto de comparación.
Quizá entonces, la postura de Hernandez no
está basada en el conductismo sino en el
“Análisis conductual aplicado” (ABA, por sus
siglas en inglés), que en términos simples es
el enfoque de la psicología en el cual se
aplican los principios del conductismo radical
para la modificación de conductas
socialmente importantes (consultar Bear,
Wolf & Risely, 1968).
De acuerdo con Hernandez, la mejor
alternativa para lidiar con las situaciones que
nos generan vulnerabilidad emocional, debe
cumplir con los siguientes puntos:
1. Intentar experimentar de forma objetiva
y racional lo que siente el otro individuo.
Entender la situación de los otros
2. Hacer que las personas se ayuden entre
sí, sociabilicen adecuadamente y se
organicen sinérgicamente.
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3. Permitir a las personas ver sus problemas
desde otro ángulo, siempre sin prejuicios
ni juzgar al otro.
4. Generar vínculos.
5. Contención y libertad de procedimiento.
Escucha activa y que se te permita ser
gestor de tu propia vida según las normas
de la sociedad.
Tomando estos puntos de referencia, una
intervención desde el ABA resulta ser una
muy buena opción. Revisemos cada uno a
detalle:
1. Intentar experimentar de forma objetiva y
racional lo que siente el otro individuo.
Entender la situación de los otros. En el ABA,
los procedimientos que se aplican para
evaluar y tratar conductas implican la
medición objetiva y directa de las conductas
en cuestión (Baer, Wolf & Risley, 1968). La
dimensión conductual del enfoque indica que
al llevar una intervención se debe hacer una
definición clara de la conducta blanco (la
conducta que se busca modificar en la
intervención) y realizar mediciones
sistemáticas durante toda la intervención.
2. Permitir a las personas ver sus problemas
desde otro lado. Siempre sin prejuicios ni
juzgando al otro. Durante el proceso de
evaluación el objetivo principal es
comprender, no la conducta de manera
aislada, sino el contexto en el que esta ocurre
y los estímulos que determinan que ocurra.
Estos estímulos pueden ser internos (e. g.,
pensamientos, creencias) o externos (e. g.,
lugares o personas). El objetivo final de la
evaluación funcional es establecer una
relación causal entre estos estímulos y la
conducta de acuerdo al modelo A-C-C
(consultar Rooker, DeLeon, Borrero, Frank-
Crawford, & Roscoe, 2015). En otras palabras,
buscamos comprender a detalle la situación
en la que se encuentra la persona e identificar
los factores que generan su malestar.
3. Hacer que las personas se ayuden entre sí,
sociabilicen adecuadamente y se organicen
sinérgicamente. En las intervenciones
basadas en el ABA, las conductas a tratar
deben ser elegidas con base en la importancia
que tienen para el cliente y para la sociedad.
Al inicio de cualquier intervención se
establecen los objetivos en conjunto con el
cliente, los cuales estarán dirigidos a que la
persona se comporte de mejor manera en el
contexto social en el que vive y por ende, sus
relaciones sociales mejoren.
Desde la forma en que se entienden los
problemas conductuales de este enfoque, se
ha rechazado incluso la asignación tradicional
de diagnósticos psicopatológicos debido a
que éstos sugieren que son las características
propias de las personas las que resultan en
sus problemas psicológicos. Por esta misma
razón, se ha preferido hacer a un lado el
término tradicional de “paciente”, y se opta
por “cliente”, “usuario” de los servicios que
ofrece el terapeuta o “participante” en caso
que la intervención forme parte de una
investigación.
En mi opinión, el ABA bajo una visión más
empática, quita el peso a la persona y opta
por analizar los factores medioambientales
determinantes para que ocurran conductas
problema, eliminando los prejuicios que
podrían venir de la mano con un diagnóstico
de psicopatía.
De igual manera, la característica sobre que
durante las intervenciones, las mediciones se
realicen continuamente durante el proceso
de intervención (evaluación y tratamiento)
permite al cliente tener una constante
retroalimentación respecto a los efectos de
las intervenciones en su conducta y al mismo
tiempo, facilita al terapeuta evaluar
consistentemente la efectividad de la
intervención.
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4. Generar vínculos. Como se establece en
cualquier código de ética en psicología, el
objetivo de las intervenciones no es generar
vínculos con los clientes (terapeuta-cliente),
de hecho, debe evitarse el establecimiento de
éstos, ya que el generarlos puede
comprometer directamente los resultados de
la intervención. No debemos esperar que, a
pesar de que nuestro terapeuta tenga un
conocimiento claro sobre nuestro malestar,
busque relacionarse con nosotros o generar
vínculos afectivos que nos soporten. De ser
así, sí deberíamos dudar y desconfiar.
Lo que debemos esperar, es que el terapeuta
desarrolle un tratamiento efectivo que nos
permita relacionarnos de una mejor manera
en la sociedad y nos permita construir estos
vínculos con las personas con las que
convivimos en nuestro día a día, quienes
permanecerán cuando la intervención haya
terminado y entonces, el terapeuta ya no esté
presente.
5. Contención y libertad de procedimiento.
Escucha activa y que se te permita ser gestor
de tu propia vida según las normas de la
sociedad. Al inicio de toda intervención
(como en cualquier práctica ética en el ámbito
de la salud) se establece con el cliente un
acuerdo en donde se le explica la lógica que
seguirá el servicio que está contratando, los
alcances de la intervención, entre otros
puntos. En este mismo acuerdo se le indica al
cliente que tiene la completa libertad de
retirarse de la intervención en el momento
que lo considere, respetando lo que
Hernandez (2020) refiere como libertad de
procedimiento.
Asimismo, como lo indica la dimensión de
generalidad, durante la intervención el
terapeuta debe garantizar que los resultados
alcanzados persistan aun cuando el
tratamiento haya concluido (Baer, Wolf &
Risley, 1968). Por eso, el terapeuta durante
todo el proceso debe ser lo menos intrusivo,
buscando que el mismo cliente y sus
cuidadores (en caso de trabajar con niños),
sean los responsables del cambio. De esta
manera, es mucho más fácil que los
resultados obtenidos en el tratamiento se
mantengan y se generalicen a contextos en
los que el cliente participa en su vida diaria y
con personas con las que el cliente convive,
aun cuando el tratamiento no se haya
realizado específicamente en dichos
escenarios, ni tales personas hayan
participado en el tratamiento. Por ejemplo,
Fisher (1993) indica que una vez que se logró
un cambio en la conducta “el cliente, más que
los padres, maestros u otros cuidadores, se
convierte en el agente de cambio”, hablando
concretamente del procedimiento de
entrenamiento en comunicación funcional.
Entender no es lo mismo que modificar, una
intervención basada en el ABA, implica
necesariamente generar un cambio en las
conductas del cliente a través de la
modificación de su ambiente. La empatía
busca la comprensión de la situación del otro,
lo cual puede conducir a conductas de
acompañamiento y escucha, sin embargo,
estas se encuentran lejos de lo que implica
proveer un servicio profesional en el ámbito
de la salud. Es decir: si bien la empatía es una
acción positiva hacia el otro, no tiene
comparación con proveer un servicio
médico.
Partiendo de la empatía, cobra sentido que
Hernandez sugiera la escucha activa y
contención emocional sin llegar
necesariamente al punto en que como
escuchas demos consejos prácticos. Pero, es
difícil pensar que bajo el rol de terapeutas no
busquemos activamente el cambio en la
conducta de nuestros clientes.
La labor del terapeuta conductual no implica
una empatía falsa, por el contrario, cualquier
-
terapeuta independientemente del enfoque
bajo el cual ejerza, debe ser empático con sus
clientes. Pues a través de la comprensión de
los sentimientos y emociones del otro,
conseguirá un mejor entendimiento de los
casos. No obstante, la labor no puede
quedarse simplemente en establecer
empatía con nuestro cliente.
Como lo indica Hernandez (2020), la
intención del profesionista es modificar el
contexto del cliente para que su conducta se
adecue con las normas sociales en las que
vive. Esto no es algo malo o perjudicial, todo
lo contrario, lo verdaderamente preocupante
sería que el terapeuta busque únicamente
comprender la situación del cliente y le pida
que continúe haciendo lo mismo, que en
origen lo colocó en la situación conflictiva que
ahora está experimentando.
Para finalizar, retomaré un argumento de
Maero (2017) respecto a las críticas que
recibe el conductismo en el contexto de la
regulación de las prácticas psicológicas en
Argentina:
“Hay un capítulo de los Simpsons en el que
Homero, teniendo que escribir un texto y
habiéndose quedado sin ideas, propone
rellenar el espacio faltante con un ‘Púdrete
Flanders’, porque el desprecio que tiene por
Flanders le gana a su capacidad de pensar.”
Así como en el caso que critica Maero, parece
que el presente artículo también grita un
‘Púdrete Flanders’.
La historia del conductismo siempre ha
estado rodeada de críticas desinformadas, a
pesar de ello, el contexto actual de
Latinoamérica se ha caracterizado por el
reciente surgimiento de grupos que
defienden las prácticas de ABA. Mi principal
motivación para escribir este artículo fue
romper con la desinformación y brindar a los
interesados al igual que a los lectores de
Hernandez (2020) un contexto más cercano a
la realidad sobre lo que es el conductismo. Los
invito a conocer más sobre el impacto que
este interesante enfoque ha tenido en una
gran cantidad de áreas de importancia para el
desarrollo social (ver Mace, 2010) como la
construcción del lenguaje (Sautter & LeBlanc,
2006), el desempeño deportivo (Smith, 2006;
Walker, Mattson & Sellers, 2020) o el alcance
de metas en un contexto organizacional
(Herndon & Mikulas, 1996), por dar tan solo
un par de ejemplos muy puntuales; y de este
modo, comprender, analizar y discutir con
bases sólidas sobre el tema.
“El análisis conductual aplicado es la herramienta que permitiría a la sociedad adaptarse a los entornos volátiles. Teniendo impacto en escenarios económicos, laborales, gubernamentales, sociales en cuanto a prácticas culturales como la crianza y la educación; y prácticamente en cualquier ámbito en que se pudiera perseguir el bienestar social y se encuentre de por medio
la ocurrencia de una conducta” (Skinner, 1948).
Texto por: Armando Randú Martínez armandor.mtzr@gmail.com
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Centro de Estudios e Investigación para
el Desarrollo Educativo y Humano
(CEIDEH)
Elaborado por:
Armando Randú Martínez
Armando Randú Martínez, es Licenciado en Psicología por la Facultad de Psicología de la
UNAM, donde fue estudiante del Laboratorio de Análisis de la Conducta de la Facultad.
Durante sus estudios de licenciatura, cursó asignaturas como estudiante externo y
estudiante de intercambio en la Facultad de Estudios Superiores Zaragoza de la UNAM, la
Universidad Autónoma de la Ciudad de México y la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Su línea de trabajo se ha centrado en el análisis conductual aplicado en niños y
adolescentes con diagnósticos de retraso en el desarrollo, en especial con diagnóstico de
autismo.
Ha participado como ponente en el congreso organizado por la Sociedad Mexicana de
Analistas Conductuales, así como en el Primer y Segundo Encuentro Iberoamericano de
Analistas Conductuales.
Ha prestado sus servicios en la Asociación Regiomontana de Niños Autistas y en el
departamento de Educación Especial del Hospital Psiquiátrico Infantil Dr. Juan N. Navarro.
“Los artículos de opinión, análisis, estudios e investigaciones realizados por el Centro de
Estudios e Investigación para el Desarrollo Educativo y Humano, no representan la postura de
todos los integrantes de CEIDEH, ni de la Organización. El autor asume la responsabilidad de su
escrito".
Visítanos en:
@CEIDEH
http://www.ceideh
Edición por:
Carina Martínez
Jorge Montaño
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Referencias
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