2014-5a-casa cerrada

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Cuento de 5A

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Manuel Mujica Láinez

Un cuento fantástico del libro“Misteriosa Buenos Aires”

La casa cerrada, siempre estaba cerrada (NADIE ENTRABA). La “casa cerrada” estaba cerrada por un secreto, que un joven

descubrió. Era una madre viuda que se “encarceló“ junto a sus dos hijas porque escondían a un ser deforme (el hermano) y el

joven que las conocía de su niñez, lo mató durante la batalla por la defensa de Bs. As. en 1807. Nunca pudo olvidar el alarido de

la madre, que aún lo persigue.

Detrás de esa sombra, vi al ser horrible. ¿Necesito

describírselo Reverendo Padre? Se trataba indudablemente de

un hombre. De hombre, tenía la cabeza barbuda, pero su

cuerpecito diminuto era el de un niño, con excepción de las manos grandes, cubiertas de

vello, obscenas. Clavó en mi los ojos malignos, y por ello

reconocí su parentesco con las muchachas. Era su hermano.

Ese monstruo era su hermano.

Eran tan hermosas, Reverendo Padre con

una hermosura blanquísima, de

ademanes lentos; casi irreal. Las

mirábamos desde la altura escondidos

por un enorme jazminero, y se dijera

el perfume penetrante ascendía

de sus cabelleras negras, lustrosas,

tendidas al sol.

Detrás, en la sombra vi, al ser horrible. Su cuerpecito diminuto era como el de un niño con excepción de las manos grandes, cubiertas de vello. La madre se echó a

llorar. Gruñó el monstruo.

Hasta hoy me persigue el

alarido de la madre,

hasta hoy , como me

persiguió el 5 de julio de

1807 en mi fuga por la

calle de Santo Domingo

negra y roja de

cadáveres, lejos de la

casa cuyas puertas había

arrancado...“

En una ocasión – ellas tendrían alrededor de quince años – pude ver el rostro de

mis jóvenes vecinas.

Allí estaban sentadas en el brocal del aljibe, peinándose. Eran muy hermosas con una hermosura blanquísima, casi irreal. Las miramos desde la

altura, escondidos por un enorme jazminero, y se dijera que el perfume

penetrante descendía de sus cabelleras negras, lustrosas,

tendidas al sol.

Hice un movimiento para aproximarme y sosegarlas, y las tres retrocedieron hacia

el fondo del cuarto que yacía en penumbra.

Detrás de ellas se levantó algo que no puedo definir sino como un gruñido, un

angustiado gruñido de animal.

Detrás de la sombra vi al ser horrible. Se

trataba, indudablemente de un

hombre. De hombre tenía la cabeza

barbuda, pero su cuerpecito diminuto

era el de un niño, con excepción de las manos grandes,

cubiertas de vello.

Cuando me detuve para cargar el arma, me di cuenta de que a mi

lado estaba la señora. La acompañaban sus dos hijas. Me

miraban con ojos dementes. Hice un movimiento para

aproximarme y sosegarlas, y las tres retrocedieron al fondo del cuarto que yacía en penumbra. Detrás de ellas se levantó algo

que no puedo definir sino como un gruñido, un angustiado

gruñido de animal.

¡Cuánto nos intrigó a mis hermanos y a mi la casa cerrada!

No necesito decirles quienes

habitaban allí. Con seguridad, si hace

memoria, la recordará usted.

Harto lo sabíamos nosotros: eran una

viuda todavía joven, de familia

acomodada, y sus dos hijas.

Todavía me quedaba una bala

en el fusil. Reverendo Padre, cualquier hombre hubiera hecho lo que hice. Un tiro seco, un solo tiro

seco…

Yo con mi fusil y una última bala. Las mujeres

con sus ojos me dicen dispárele y le disparé.

Cayó la cabeza espantosa como en un

juego.

Hasta hoy me persigue el alarido de la madre, hasta hoy como me

persiguió el 5 de julio de 1807 en mi fuga por la calle Santo Domingo

negra y roja de cadáveres, lejos de la

casa cuyas puertas había arrancado...

"Todavía me quedaba una bala en el fusil. Reverendo Padre, cualquier hombre

hubiera hecho lo que hice.

Un tiro seco, un solo tiro seco..."

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