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LA ILUSTRACI N Y LAS CIENCIAS
PARA UNA HISTORIA
DE L
OBJETIVID D
Josep Llufs Barona Javier Moscoso
Juan Pimentel eds.
UNIVERSITAT DE VALENCIA
2003
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L edici6
d aquesta obra ha comptat amb el patrocini de
I
GENER LIT T
V LENCI N
ONSELLERIA
DE ULTURA
I EDUsit
legal: V-342-2003
Impressi6: QUILES, Artes Graficas SA
C/ Picayo,
3
46025 VALENCIA
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fNDICE
INTRODUCCION, Josep Lluls Barona. Javier Moscoso Juan Pimentel
.. ..
........ . 9
ILUSTRACION. CIENCIA E HISTORIA
1. De Ia historia de las ideas a Ia de las pnicti cas culturales: reflexiones
sobre Ia historiograffa de la Ilustraci6n,
Mc5nica
Bolufer Peruga .
..
............... 21
2.
Las bases sociales de Ia Ilustraci6n, Pedro Ruiz Torres .... ....... ....... .... ..... .. 53
3. La Ilustraci6n y Ia historia de las ciencias, Josep Llufs Barona
..
. ..... ... ...
.. ..
....
..
. 69
L
DIMENSION
PUBLIC
DEL
CONOCIMIENTO CIENTIFICO
4.
Bleu, Blanc, Rouge: el arte de Ia tintura
y Ia
imagen publica de los
col ores en Ia Francia revolucionaria 1789-1814 , Agustin Nieto-Galan .... .
91
5. Un siglo de controversias. La medicina es panola de los novatores a Ia
Ilustraci6n, Alvar Martinez Vidal y Jose Pardo Tomas ... .......
..
... .
..
....
..
... ....... I 07
6. Dolor privado, sensibilidad publica, Javier Moscoso .......... . ..... . .... ............. 137
LUGARES Y ESPACIOS DEL
CONOCIMIENTO
7. Popularizando Ia ciencia: el caso de Ia medicina domestica en Ia Espana
de Ia Ilustraci6n, Enrique Perdiguero ....
..... ..... ..........................
.. ...
...............
155
8. El Curso de qulmica general aplicada a las artes 1804- I 805) de Jose Maria
San Cristobal y Josep Garriga i Buach, Jose Ramon Bertomeu Sanchez
y Antonio Garcia Belmar ..... ..... .... .........
............................. ...... ......
. 179
L
CIENCIA COMO
PR CTIC
9.
Impostores
y
testigos: verosimilitud
y
escritura en las relaciones de viaje,
Juan Pimentel
.... .
..
...
..
...
...
...
..
...
.. ..
...... ....... ..... ..........
..
..
... ..
...... .
.... ............. ...
237
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DE LA HIS TO RIA DE LAS IDEAS A LA
DE
LAS PRACTICAS
CULTURALES: REFLEXIONES SOBRE LA HISTORIOGRAFfA
DE LA
ILUSTRACION*
Monica Bolufer Peruga
Universitat de Valencia
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MONIC BOLUFER PERUG
cientes de que la Historia constituye un permanente dialogo del pasado con
el
presente que
nos implica como intelectuales y como ciudadanos, interrogarnos sobre la Ilustraci6n nunca
podra ser un ejercicio desapasionado, porque significa indagar en las luces y sombras
en
las que hun den sus raices nuestras sociedades contemponineas
y,
mas todavfa, en Ia matriz
de nuestros criterios de verdad y nuestra propia subjetividad. Pero
al mismo tiempo, el
analisis propiamente hist6rico del pensamiento y las actitudes ilustradas obliga a dar cuen-
ta de
Ia discontinuidad que separa Ia sociedad del siglo xvm de Ia nuestra a partir de Ia
profunda ruptura introducida
porIa
Revoluci6n francesa. Asf, el conocimiento de
Ia
Ilus-
traci6n no puede ser mero reconocimiento, proyecci6n retrospectiva de aquellos rasgos
que nos identifican, sino esfuerzo de comprensi6n de la alteridad de un mundo y una
cultura en sus precisas coordenadas hist6ricas.
1.
DE
LA CIUDAD CELESTIAL>
DE
LOS FILOSOFOS L PRAGMATISMO
REFORMIST
A:
LA
ILUSTR CION
EN
LA HISTORIA
DE
LAS IDEAS
La histmiografia de
Ia
Ilustraci6n ha constituido, en buena medida, una busqueda de
los orfgenes de Ia modemidad, empresa que, no obstante, se
ha
ido transformando en Ia
medida en que lo hacfan los intereses y las perspectivas de los historiadores. Naci6 al calor
del esfuerzo polftico e intelectual por defender los valores de raz6n, tolerancia, libertad e
igualdad del avance del totalitarismo: en los irracionales af\os 1930, los intelectuales euro-
peos hallaron reconfortante la fe ilustrada en el poder de la raz6n humana para transformar
Ia
sociedad y liberar al individuo de las coerciones de la costumbre y la autoridad arbitra-
ria. En esa decada se publicaron obras fundamentales sobre Ia cultura de las Luces. Ernst
Cassirer 1984) otorg6
a
pensamiento ilustrado verdadero rango filos6fico, frente a quie-
nes lo despreciaban por carecer del rigor conceptual de los grandes sistemas metaffsicos,
reivindicando como innovadora su forma de comprender
Ia
filosoffa como instrumento de
Ia raz6n cientifica y operativa, susceptible de ser aplicada
en
cualquier campo. Carl Becker
1932) apost6 por considerar
Ia
Ilustraci6n como
un
movimiento intemacional y no exclusi-
vamente frances, cuyos representantes compartfan
un
proyecto global de sociedad plena-
mente secularizada. Daniel Mornet 1988) fij6 en Ia historiograffa el vfnculo entre llustra-
ci6n y revoluci6n, es decir,
Ia
responsabilidad del pensamiento ilustrado, difundido de
arriba abajo de
Ia
escala social y del centro parisino a
Ia
periferia provincial , de forma
acelerada en
Ia
segunda mitad del siglo xvm, como origen del sefsmo que arrumb6 de
forma definitiva el Antiguo Regimen son, en gmn medida, las ideas las que han determi-
nado
Ia
Revoluci6n francesa
).
Por su parte, Paul Hazard 1975) situ6 los origenes de
Ia
Ilustraci6n en
Ia
crisis de
Ia
conc.iencia europea que entre 1680 y 1715 habria hecho temblar los fundamentos del
pensamiento tradicional, a medida que una nueva generaci6n de intelectuales abandona-
ban el conformismo cauteloso de Descartes en asuntos religiosos y polfticos para lanzarse
a aplicar
Ia
crftica racionalista a todos los ambitos intelectuales y sociales, desde
Ia
filoso-
ffa y la moral a
Ia
teorfa politica, el derecho y
Ia
ciencia.
2
Su obra, que modificaba el
2. Una empresa que Hazard simboliza sobre todo en Ia figura de Pierre Bayley su ic
omwire historique
et critique 1697). puente entre e
llibertinismo erudito
del siglo
XV
II y
Ia
Ilustraci6n.
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DE LA HISTORIA DE LAS IDEAS A LA DE LAS PRACTICAS
CUL
TURALES
enfoque cronologico mas habitual, tuvo una enorme inf1uencia, aunque trabajos posterio
res hayan criticado
su
enfoque casi exclusivamente frances y su insistencia en privilegiar
]a lfnea cartesiana, simplificando asf
Ia
compleja historia intelectual del siglo xv11 Jacob,
1987; Mesnard, 1992). En otro libro, este postumo, Hazard 1985) sistematizarfa el mun
do intelectual de las luces en tres movimientos: uno, critico, de enfrentamiento con los
valores religiosos que sostenfan el pensamiento tradicional el proceso del cristianis
mo
,
otro, constmctivo, de edificacion de un nuevo arden basado en principios seculares
la ciudad de los hombres), y un tercero disgregaciones , marcado por las fisuras y
contradicciones de ese proyecto intelectual y polftico, que explicarfan su fracaso no solo
por la intensidad de
Ia
reaccion conservadora o por la superacion de las Luces en el furor
revolucionario, sino como inevitable resultado de la heterogeneidad interna del movi
miento. Fue esta una lfnea continuada por Peter Gay 1966 y 1969), quien, bebiendo de
Hazard, considero
el
pensamiento ilustrado en su doble vertiente, critica y constmctiva,
y lo caracterizo por su cosmopolitismo, su preocupacion por la humanidad y
Ia
libertad
y,
sobre todo, su iiTeligiosidad, heredera del paganismo antiguo y manifiesta tanto en
Ia
version moderada, defsta, como en Ia radical, atea.
Con distintos matices, todas estas obras clasicas en
Ia
historiograffa de las Luces
participaban de una concepcion idealista e individualista de la Historia, vinculada a la
tradicion de Ia historia de las ideas proxima a la Filosofia, que se caracterizaba por
centrarse de manera exclusiva en los grandes textos de la cultura occidental, relegando
en cambio a una posicion secundaria el contexto social, politico o economico. Son obras
que tienden a estudiar a los autores, tal como ironizarfa Michel Foucault, a modo de
Ca-
bezas sin cuerpo, bien mentes magistrales que representaban por sf solas el espfritu del
tiempo o precursores aislados y adelantados a su propia epoca. Sin embargo, las aporta
ciones de estos estudios no de ben ser infravaloradas, y ello por di versas razones: por el
int1ujo renovador que tuvieron en su tiempo; por el interes de su continuacion actual, en
particular en Ia
intellectual histOI)
anglosajona, que rehuyendo el idealismo extremo se ha
aproximado, a traves del estudio de los conceptos y lenguajes, ala formacion de dimas de
opinion, ideologfas y concepciones del mundo, y por el rigor y clarividencia con que el
analisis de conceptos tan centrales y a Ia vez ambiguos y polisemicos en el pensamiento
del siglo
XVHI,
como los de naturaleza Ehrard, 1970), felicidad Mauzi, 1979) o sensibili
dad Mornet, 1933), ha desvelado Ia complejidad del pensamiento de las Luces.
La ampliacion de los fmites geograficos fue otra de las lfneas en las que se enrique
cieron los estudios de la Ilustracion a partir de los aflos 1930 y en especial de los 60. La
historiograffa clasica la presentaba como un movimiento esencialmente frances, cuyas
etapas se hacian coincidir con las sucesivas generaciones de
philosophes:
de los inicios,
con Voltaire y Montesquieu, a Ia Ilustracion plena de Diderot, D Alembert y Rousseau, y
la Ilustracion tardfa de Kant o Lessing. La irrupcion en el debate internacional de Ja
historiografia anglosajona, especialmente estadounidense Becker, 1932; Gay, 1966-69;
Wade, 1977), condujo a abrir el canon a los autores norteamericanos, como Jefferson y
Franklin, y a considerar la independencia de los Estados Unidos como Ia culminacion
practica de los ideales ilustrados. Entre los europeos,
Ja
obra enciclopedica de Franco
Venturi 1969-87) sobre la Ilustracion italiana en su contexto internacional desempeflo, a
traves de su poderosa int1uencia sobre la historiograffa dentro y fuera de su pafs, un papel
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MONICA BOLUFER PERUGA
fundamental en el desarrollo de una nueva perspectiva que subrayaba los rasgos particula-
res de las Ilustraciones nacionales, de San Petersburgo a Filadelfia y de Suecia a Napoles.
Hasta tal pun to, que el actual desarrollo del enfoque nacional (Teich y Porter, 1981) ha
despertado ciertas inquietudes sabre el excesivo enfasis en las diferencias teJTitoriales, a
riesgo de abandonar
Ia
perspectiva europea y atenuar en exceso los rasgos comunes del
movimiento (Robertson, 1992).
Al mismo tiempo, los historiadores desde los afios 70 vienen dedicando una mayor
atencion a algunos temas que Ia excesiva identificacion con el modelo frances habfa oscu-
recido o distorsionado, como las relaciones entre religion e Ilustracion, los vfnculos entre
Ilustracion y reformismo o las amistades peligrosas entre ilustrados y gobemantes ab-
solutos (Scott,
1990).
Se ha cuestionado asf el caracter irreligioso de las luces, definidas
por
Peter Gay 1966) como
Ia
epoca del ascenso del paganismo modemo o
por
Vovelle
1973)
como siglo de descristianizaci6n, que culminarfa el proceso de desencanta-
miento del mundo (Keith Thomas) iniciado con
Ia
revolucion cientffica. Frente a esas
posturas, se ha puesto de relieve que, salvo las notorias excepciones, por lo general france-
sas o inglesas, de ilustrados adscritos a posturas defstas (al modo de Hume, Rousseau,
Montesquieu, Voltaire) o ateas (como los materialistas D'Holbach, La Mettrie o Diderot),
los intelectuales de las Luces mantuvieron en muchos casas convicciones cristianas. cato-
licas o protestantes, compatibles con un anticlericalismo generalizado y una hostilidad
hacia Ia religiosidad barroca en favor de una devocion interior y sobria (Gusdorf, 1977).
Asf, frente a Ia corriente representada por Ia escuela de Venturi, que insiste en el caracter
eminentemente laico del movimiento, se ha propugnado
Ia
existencia de una Ilustracion
catolica (Rosa,
1981
), compuesta de creyentes e incluso clerigos que pretend an conci-
liar
Ia
razon y
Ia
crftica con
Ia
ortodoxia religiosa y aspiraban a
Ia
reforma de
Ia
institucion
eclesial y las formas de devocion. En el ambito anglosajon, se ha subrayado el hecho de
que el radicalismo intelectual y polftico ingles y norteamericano hunde profundamente
sus rafces
en
el mundo de
Ia
disidencia religiosa, del unitarismo
a
cuaquerismo (Haakonsen,
1996); asimismo, se ha reevaluado
Ia
pujanza en el siglo xvm de tendencias religiosas
basadas en
Ia
afectividad y
Ia
experiencia, Intima y compartida, de
Ia
fe (metodismo in-
gles, pietismo aleman, Great Awakening en las colonias inglesas de America). desde una
perspectiva que considera
Ia
compleja relacion entre razon y sentimiento como un eje
fundamental en Ia cultura de las luces.
La apertura de los estudios hacia otros paisajes politicos y culturales en los que los
ilustrados mantuvieron, a diferencia del caso frances, vfnculos mas estrechos con el gobier-
no ha contribuido a sustituir el estudio de
Ia
Ilustracion exclusivamente como un sistema
de pensamiento por un enfoque que pone enfasis en su vertiente reformista y pragmatica
(Ricuperati,
1991 .
Asf, Ia obra de Venturi 1970) convirtio Ia dialectica entre principios
ideales y aplicaciones practicas, entre utopia y reforma. en el nudo esencial de las Luces,
subrayando el necesario compromiso
e
los ilustrados implicados en tareas de gobiemo
con las imposiciones dictadas
por
las circunstancias economic as,
Ia
relacion con los pode-
res monarquico y eclesial o con los cuerpos constituidos y grupos de presion social. Desde
una perspectiva distinta, mas polftica, Furio Dfaz 1973, 1994) ha insistido tambien en
interpretar Ia Ilustracion como un movimiento presidido por un impulso de reforma, en-
tendida esta como proceso pragmatico e institucional de conversion desde
Ia
esfera de las
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DE L HISTORI DE L S IDE S A LA DE LAS PR CTIC S
CULTUR LES
ideas a
Ia
de los actos administrativos. Ello permitio incorporar con pleno derecho
al
movimiento de las Luces a aquellos territorios, como las periferias meridional, nordica y
oriental europea, cuyas circunstancias sociales y politicas no ofrecfan las condiciones de
posibilidad para la emergencia y expresion publica de
un
pensamiento radical y a aquellos
autores cuyas aportaciones mas significativas se produjeron, mas que en el plano intelec-
tual y teorico, en el del debate y aplicacion practica de algunos principios ilustrados.
3
2.
LA HISTORIA SOCIAL DE LAS LUCES
Las tendencias que acaban de apuntarse estuvieron relacionadas con
Ia
reaccion
historiografica propia de los afios 60 y 70 contra el idealismo, individualismo y elitismo
de
Ia
historia clasica de las ideas, que tuvo su principal expresion en Francia en
Ia
historia
de las mentalidades o
nouvelle histoire
vinculada a
Ia
escuela
deAnnales
Vovelle,
1985;
Chartier,
1992 .
Se interesaba esta por Ia dimension colectiva de los aspectos mentales
visiones del mundo, sistemas de valores sociales, representaciones colectivas), partiendo
de
Ia
idea de que, en ultima instancia, estos estan influidos por lo material y no tienen
existencia sino encarnados en pnicticas sociales. Bajo
el
influjo de la Socioiogfa y Ia An-
tropologfa, adopto una concepcion ampliada de
Ia
cultura que
Ia
extendfa mas alla del
ambito del pensamiento nftido para englobar aspectos como las actitudes ante Ia muerte
Vovelle), el miedo Delumeau) o los sentimientos Flandrin, Aries), a cuyo estudio se
trasladaron los enfoques metodologicos primacia de las fuentes seriales explotadas con
metodos cuantitativos) propios del paradigma historiografico imperante en los afios 60 y
70 y aplicados ya con anterioridad
al
estudio de
Ia
economfa y
Ia
organizacion social.
La historiograffa dieciochista se implico en este viraje desarrollando un interes por
estudiar las relaciones entre el pensamiento ilustrado y su contexto economico y social,
que dio origen a dos lineas fundamentales de investigacion. Por una parte, trabajos sobre
la circulacion de libros y periodicos y el contenido de las bibliotecas particulares cuyos
limites han sido sefialados, entre otros, por Wittman, 200 1 . que intentaban identificar, a
partir de Ia difusion de las obras ilustradas, el alcance del movimiento entre los distintos
grupos sociales. Por otra, estudios sobre sociabilidad intelectual, encabezados por el de
Daniel Roche
1978
sobre las academias provinciales francesas, que permitieron superar
una vision de las luces restringida a los mas brillantes cfrculos parisinos y extenderla a los
ambientes acomodados y cultos de
Ia
peri feria.
La
continuidad de estos trabajos ha recrea-
do una rica trama de instituciones mas o menos formales: sociedades cultas, literarias o
filosoficas salones, tertulias y academias) , agrarias y tecnicas, polfticas cafes y clubes),
de lectura asociaciones de lectores y bibliotecas de prestamo) o clandestinas logias
masonicas), desigualmente repartidas por Europa. Pese a sus grandes diferencias, todas
representaban de algun modo, en sus declaraciones, sus normas y sus practicas, los valores
3.
En
esta lfnea se inscribe, por ejemplo, Ia prolongada controversia historiografica, recientemente
revitalizada, sobre Ia existencia de una llustraci6n hispanica
y
sobre sus rasgos especfficos, en Ia que no podemos
detenernos aquf.
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MONIC BOLUFER PERUG
y principios de las Luces, especialmente la sociabilidad, que se consideraba una tendencia
innata a los humanos y un signo inexcusable de civilizaci6n y refinamiento:
Por otra parte, otros historiadores que en los afios 70 trabajaban, en un cierto aisla-
miento, con enfoques distintos a los de
Ia
metodologfa cuantitativa entonces dominante
contribuyeron a descubrir que el siglo de la raz6n fue tambien
el
de Ia construcci6n de la
modema privacidad sentimental. Asf, Philippe Aries ( 1987) abri6 una fertil vfa de aproxi-
maci6n a la cultura ilustrada, lade Ia historia de los sentimientos y las actitudes familia-
res, que serfa frecuentada con el tiempo por una nueva generaci6n de historiadores, desde
un enfoque ahora crftico hacia muchos de los planteamientos iniciales, como el que asume
Ia intrfnseca naturalidad (en suma, ahistoricidad) de los afectos humanos.
Un impacto mas inmediato tuvo sobre la historiograffa de las Luces la obra desarro-
llada desde los afios 70 por otro historiador, en este caso anglosaj6n, Robert Darnton, que
asimil6
Ia
influencia de
Ia
sociologfa de Pierre Bourdieu y
Ia
antropologfa cultural de
Clifford Geertz.
5
Dam on fue uno de los primeros en interesarse por las condiciones mate-
riales de producci6n, difusi6n y circulaci6n de la obra literaria, en su celebre estudio del
proceso de edici6n, impresi6n y distribuci6n de Ia Encyclopedic (Darnton, 1979), asi como
en subrayar que
Ia
Ilustraci6n debe enmarcarse en el contexto de la organizaci6n de
Ia
actividad intelectual propia del Antigua Regimen, caracterizada, como toda la estructura
social de
Ia
epoca, por los mecanismos del privilegio y el patronazgo. Deese modo, sus
trabajos han puesto de relieve que, junto a los philosophes, instal ados en los cfrculos de Ia
alta sociabilidad intelectual y mundana (salones y academias oficiales), donde gozaban de
fama y reconocimiento, proliferaron los autores de segunda fila Grub street writers o
boheme litteraire) que malvivfan de sus ocupaciones literarias, entre elias
Ia
publicaci6n
de los populares livres philosophiques (obras ilustradas, pero tambien folletos escandalo-
sos y pomograficos y satiras politicas).
El resentimiento acumulado por estos contra
Ia
jerarqufa de Ia republica de las letras, en opinion de Damton, aliment6 su sentimiento
de injusticia y su denuncia del sistema
de
privilegios propio del Antigua Regimen, llevan-
do a muchos de ellos a abrazar
Ia
revoluci6n.
Darnton defiende una historia que, en Iugar de considerar a los autores meras cabe-
zas pensantes, los situa en su contexto social, el mundo de poder y prestigio en el que se
4. Mas recientemente, Danie l Gordon (1994) ha llevado este argumento al terreno polftico, conside-
rando
que
ese ideal y practica de sociabilidad constitufa para los ilustrados franceses un mecanismo
que
permitfa expresar opiniones sin poner en peligro el orden y Ia estabilidad polftica, yen este senti
dolo
contra-
pan fan al desorden del sistema ingles, basado en Ia existencia de partidos y el debate y confrontaci6n electo-
ral. Una vision sintetica del significado de Ia sociabilidad en
el
pensamiento yen las pnicticas de relaci6n del
siglo
XVIII
Ia ofrece el artfculo de
Dena
Goodman
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DE LA HISTORIA DE LAS IDEAS A LA DE LAS PRACTICAS
CULTUR LES
desenvolvfan sus carreras y su produccion intelectual y, al mismo tiempo, se ha interesado
tambien por el otro extrema de la cadena de transmision cultural, mostrando las formas
individuales y creativas en que los lectores de un filosofo como Rousseau incorporaban lo
lefdo a sus vidas Damton. 1998: 280, y 1987). En ambos sentidos, su modo de entender la
historia social de Ia Ilustracion le distancia de Ia historia intelectual, pero tambien de la
historia de las mentalidades al modo frances, con la que no comparte lo que considera el
interes excesivo porIa cuantificacion de la cultura y l menosprecio del elemento simbo
lico en las relaciones sociales Damton, 1987: 261).
Por
ello su obra, muy polemica, ha
sido blanco tanto de crfticas que tachan de materialista su vision de Ia cultura como de
otras de orientacion postmodema que desaprueban, por razones opuestas, su populismo
y excesivo apego a lo real. Frente a quienes consideran incompatibles y mutuamente
excluyentes las motivaciones y condicionamientos materiales vinculados al mercado del
Jibro y sus vicisitudes) y las convicciones ideologicas, su coexistencia y relacion son, en
cambia, para el una clave imprescindible del analisis historico. Comparte asf la reaccion
de muchos historiadores actuales contra lo que consideran el nuevo idealismo del analisis
de los discursos, que a su juicio amcnaza con llevar demasiado lejos las aportaciones del
llamado giro lingi.ifstico de la Historia y las Ciencias Sociales. Deese modo, la historia
social de las Luces tal como Damton Ia entiende y la practica constituye una apucsta
explfcita frente a Ia tendencia a transportar a los filosofos a un mundo compuesto solo de
discursos y lenguajes, que se aproxima, bajo un ropaje nuevo, a Ia abstraccion de la clasica
historia de las ideas, amante de recrear, como en su dfa lo hiciera Carl Becker 1932), la
ciudad celestial de los filosofos ilustrados.
3. LAS NUEVAS FORMAS DE LA HISTORIA SOCIOCULTURAL
La obra de Damton representa la evolucion que, desde la clasica historia de las
ideas, pasando por la historia de las mentalidades que aspiro a sustituirla, ha llevado
hasta las nuevas formas de aproximacion historica a los fenomenos culturales, que inclu
yen la historia sociocultural britanica, Ia historia de las representaciones francesa o los
ultimos desarrollos de Ia intellectu l history anglosajona Hunt, 1990; Chartier, 1992;
Burke, 2000). Frente
al
uso de fuentes seriales y Ia cuantificacion, estas corrientes optan
por analisis en detalle con enfoques fundamentalmente cualitativos. Rechazan la existen
cia de correspondencias predeterminadas entre divisiones culturales y divisiones sociales
basadas en el estamento o la fortuna, poniendo asf en cuestion dicotomfas como la estable
cida entre cultura popular y cultura de elite.
Y,
sobre todo, niegan Ia idea de una de
terminacion ultima de lo mental por lo social que subyacfa a Ia
historia de las mentalida
des. Lo fundamental en estas perspectivas es buscar una articulacion mas compleja entre
discursos y practicas, partiendo de la idea de que la cultura no es simplemente uno de los
niveles de la actividad humana superpuesto a lo economico y lo social, tal como preten
dfa la nouvelle histoire
,
sino un con unto de practicas de produccion de significado, el
filtro a traves del
cuallos
individuos y los grupos interpretan y organizan el mundo.
En esa linea se inscriben, por ejemplo, las obras de Roger Chartier 1992, 1995,
2000), entre las que cabe destacar, por su impacto historiografico, su libra sobre los orfge-
27
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MONICA BOLUF
ER
PERUGA
nes culturales de la revolucion francesa. En el, Chartier trato de desatar el vinculo finalista
establecido entre Ilustracion y revolucion. y sobre todo, desde el punto de vista teorico y
metodologico. de subrayar el cambio de perspectiva que implica abordar esa relacion
desde los planteamientos de la historia sociocultural. Se sumaba asf
ala
critica, frecuente
en los estudios de los ultimos tiempos, contra la lectura teleologica de las Luces y de todo
el siglo xvm, que solo lo comprende a partir de su desenlace obligado
la
Revolucion- y
no examina de
i
sino aquello que conduce a este fin
C h a ~ t i e r ,
1995: 17), subrayando, por
el contrario. que fueron los propios revolucionarios quienes, al elegir y reivindicar como
sus ancestros a algunos de los filosofos del siglo xvm Voltaire, Rousseau. Mably, Buffon,
Raynal...), construyeron una filiacion que serfa retomada por liberales y conservadores del
siglo
XIX.
Contra la idea, contenida en
Ia
obra de Daniel Momet, de que los libros puedan
hacer
Ia
revolucion compartida implfcitamente tambien por Damton, aunque este privi
legie la intluencia de los escritores mas radicales y desarraigados, los Rousseau des
ruiseaux, sobre Ia de los philosophes ,
7
Chartier afirma que hasta las innovaciones con
ceptuales mas poderosas y mas singulares se insertan en determinaciones colectivas que,
sin llegar a los pensamientos claros, regulan y rigen las construcciones intelectuales.
Desde ese enfoque, atribuir orfgenes culturales
ala
Revolucion noes en modo alguno
establecer sus causas, sino mas bien situar algunas de las condiciones que la hicieron
posible, posible porque pensable Chartier, 1995: 14 .
Entre esas condiciones de posibilidad, Chartier incluye un conjunto de factores cul
turales y politicos: la desacralizacion de la monarqufa de la
cualla
circulacion de lite
ratura filosofica y escandalosa crftica con el absolutismo regio serfa mas consecuencia que
causa), la formacion de la opinion publica, culta y popular, como un tribunal
al
que los
distintos sectores politicos enfrentados poder monarquico, resistencia parlamentaria,
jansenistas, philosophes apelaban y trataban de ganar para su causa, y. en el trasfondo de
todo ello, los cambios culturales propiciados por una circulacion mas amplia y libre de los
impresos y por el desarrollo de habitos mas desenvueltos y descrefdos de relacion con la
palabra escrita. No se trata, pues, solo de documentar Ia proliferacion de nuevas formas de
sociabilidad y comunicacion, sino, por una parte. de reconocerles una dinamica propia, en
Iugar de considerarlas unicamente desde el punto de vista de
Ia
ideologia que recogen o
transmiten,
y,
por otra, de abrir el espectro de las practicas a tomar en cuenta por el histo
riador: no solo los pensamientos claros y elaborados, sino tambien las representaciones
inmediatas e incorporadas. no solo los compromisos voluntarios y razonados, sino tam
bien las pertenencias automaticas y obligadas Chartier, 1995: 18). El anal isis de Chartier
evacua asf el significado del propio concepto de Ilustracion un termino, de hecho, rara
mente evocado en su obra) para disolverlo en un conjunto de transformaciones a largo
plazo en las practicas culturales de lectura, escritura, produccion y circulacion de los
libros y sociabilidad). Sus propios trabajos se han centrado fundamental mente en la histo
ria del libro y la lectura, sustituyendo Ia primacfa del analisis social por su comprension
como fenomenos culturales, y el estudio cuantitativo y economico por el de las formas de
lectura como modos de consumo individual, y no solo colectivo.
7. Juego de palabras irreproducible en castellano los Rousseau del arroyo
.
28
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DE
LA HISTORIA
DE
LAS IDEAS A LA
DE
LAS
PR CTIC S
CULTUR LES
Tam bien Ia historiadora norteamericana Dena Goodman 1994 pretendio en su obra
sobre Ia Tlustracion francesa construir. frente a aproximaciones de canicter exclusivamen-
te intelectual. una historia cultural del movimiento ilustrado como el conjunto de reglas,
principios y practicas que informaban Ia republica de las letras en el siglo xvw, a Ia vez
que incorporar las preocupaciones teoricas y aportaciones analfticas surgidas de la historia
de las mujeres. Su
an>desarrollado por JUrgen
Habermas en 1962, y que se apoyaba, a su vez, en
Ia
vision de Reinhard Koselleck 1959;
8. En este sentido, en el capitulo 4 de su libro. Goodman realiza una crftica de los fundamentos y
aportaciones de los trabajos de Roche , Darnton o Chartier.
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MONICA BOLUFER
PERUGA
1988) sobre la patogenesis de la sociedad moderna. Habermas establecio la aparicion
en el siglo XVIII de una esfera publica polftica caracterizada por constituir un espacio de
discusion y de crftica sustraido a la influencia del Estado, es decir, un ambito publico que
no se identificaba con el gobiemo y la corte, sino con
ellibre
ejercicio de la c1itica, en el
sentido kantiano, y cuya emergencia como un contrapoder constituirfa una garantfa de
transparencia y participacion polftica en las democracias modemas. Se trataba, en la vi
sion de Habermas, de un ambito burgues, diferenciado tanto de
Ia
corte absolutista,
donde imperaba
Ia
opacidad en el juego politico, como del pueblo, que no gozaba de ac
ceso al debate crftico. Sus manifestaciones fueron los nuevos espacios de asociacion libre
como los clubes o
coffee houses
ingleses) y los medios de comunicaci6n peri6dicos,
li
belos, caricaturas) en los que se ejercfa la crftica de las instituciones. Y su constituci6n
serfa paralela, segun otros historiadores, a Ia del publico cultivado como arbitro considera
do competente para juzgar en materia de gusto literario o artistico, a traves de las institu
ciones propias de
Ia
republica de las letras y de los salones de pintura, que fueron progre
sivamente liberando a artistas y escritores de
Ia
dependencia exclusiva de los mecanismos
del patronazgo: como el publico de las obras literarias o artfsticas,
Ia
opini6n publica
polftica fue considerada ala vez como una voz a escuchar o un tribunal dotado de poder
y como un sector a convencer por los intelectuales o los gobiemos.
9
Los planteamientos de Habermas han hecho gran fortuna en la historiograffa, en
particular anglosajona, a partir de su tardia traducci6n al frances en 1978,
al
ingles y a
caste llano en 1989 y 1990 respectivamente
).
En el contexto de crisis de los estructuralismos
y de renovado
in
teres por los aspectos culturales propios de la His to ria en los afios 80 y 90,
su propuesta ofrecfa una concepci6n de la polftica ampliada con respecto a los enfoques
tradicionales que la limitaban
aljuego
cortesano o partidista,
ala
vez que sugerfa una for
ma de relacionar los cambios culturales del xvm con las transformaciones en las condicio
nes materiales producidas en
Ia
epoca, partiendo de Ia teorfa marxista pero tratando de
evitar todo determinismo. Su tesis ha inspirado una profusi6n de estudios hist6ricos sobre
los espacios y mecanismos de la opini6n publica Chartier, 1995 y 2000), las practicas de
sociabilidad en particular los clubes y cafes ingleses
-Cowan 2001-
pero tambien los
salones franceses -Goodman 1992 y 1994), la prensa y los medios de comunicacion
Censer, 1994; Urzainqui, 1995) o
Ia
actividad
pol
ftica en Ia Europa del siglo xvm Hellmuth,
1990; Baker, 1993 ), La asimilaci6n de Ia teorfa habermasiana ha llevado incluso a abusar
indiscriminadamente del concepto de esfera publica hasta
el
punto de vaciarlo de conte
nido te6rico y de diluir su especffico significado historico, tal como ha analizado con
agudeza Brian Cowan 200 I), pero tambien ha estimulado el desarrollo de perspectivas
crfticas. Entre estas ultimas destacan las que sefialan el canicter idealista y abstracto del
concepto
h b e r m s i ~ m o
de esfera publica, que olvida que las condiciones de intercam
bio y discusi6n no son igualitarias, sino que configuran espacios de reunion y debate res
trictivos y excluyentes, y las que rechazan
su
exclusiva identificaci6n con Ia sociabilidad
supuestamente democratica, aunque en realidad masculina y elitista) de los clubes y cafes.
9. De
ahf Ia expresi6n. habitual en Ia epoca. de
Baker, 1993). Cha11ier cita a
respecto un discurso de Malesherbes an te Ia Academia frances a en 1775: Se ha erigido un tribunal indepen
diente
de
todos los poderes a
que
todos los poderes respetan, que aprecia el talento,
que
dictamina acerca de
todas las personas de merito Chartier, 1995: 43-44) .
30
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DE LA HISTORIA DE LAS IDEAS A LA DE LAS PRACTICAS
CUL
TUR LES
En este sentido, se ha subrayado
Ia
existencia, dentro de la propia cultura politica del
Antigua Regimen, de mecanismos que permitfan Ia expresion de la disidencia y la crftica
con respecto a las acciones del gobiemo, algunos de los cuales cobraron nuevo vigor y
significado
en
el siglo xvm, pero que
no
pueden identificarse sin mas con la Ilustracion o
englobarse en Ia esfera publica burguesa de Habermas. Arlette Farge 1993) ha exami-
nado los mecanismos del rumor en el siglo
XVIII
y en particular el papel que las palabras
sueltas, las expresiones espontaneas, captadas al vuelo por los informadores de la policfa
y a veces castigadas en los tribunales, ejercieron en
el
proceso de desacralizacion de
Ia
monarqufa. Tambien Carla Hesse 200 I) ha analizado la retorica popular de las vendedo-
ras de Paris y los rituales y sfmbolos que a traves de elias expresaban la lealtad del pueblo
frances a su rey, documentando un alejamiento insensible respecto de la institucion mo-
narquica que conducirfa
al
protagonismo de las vendedoras de les ailes en las
jomadas
revolucionarias. Por su parte, Sarah Maza 1993), en su estudio sobre las memoires
judiciaires, escritos de los abogados que daban a conocer al publico los casos judiciales,
ha mostrado como escandalos privados se revestfan de
un
significado y una intencionalidad
crftica de caracter politico y social, para censurar Ia depravacion de la nobleza o
Ia
tiranfa
monarquica, en una politizacion de lo privado que alcanzarfa
su
maximo exponente en
Ia literatura libertina y escandalosa dirigida contra
Ia
corte yen especial en Ia denigracion
revolucionaria de la figura de Marfa Antonieta.
Por otro lado, Ia obra de Joan Landes 1988) abrio en la historiograffa norteamerica-
na un intenso debate a proposito del significado de la participacion de las mujeres en Ia
vida intelectual y polftica del Antigua Regimen y de su exclusion con
Ia
revoluci6n. Par-
tiendo de las categorfas de Habermas, Landes contrapone la cultura de los salones, que
considera espacios sociales situados, como Ia corte, dentro de la esfera publica absolutis-
ta, a Ia ideologfa rousseauniana favorable a una estricta separacion de esferas y de pape-
les para cada sexo, que toma como representativa del pensamiento de la Ilustracion. Asf
pues,
Ia
revolucion, llevando a Ia practica los principios ilustrados y rousseaunianos, ha-
brfa excluido a las mujeres del espacio publico, por oposicion a
su
participacion en Ia
cultura polftica del Antigua Regimen. Esta lectura ha sido criticada como excesivamente
reduccionista, en la medida en que identifica
Ia
revolucion con las Luces, y estas a
su
vez
de forma casi exclusiva con el pensamiento de Rousseau, un error historico que conduce a
afirmar que la esfera publica burguesa constitufa por esencia un espacio y un proyecto exclu-
yente , obviando asf todo
el
intenso debate ilustrado sobre los espacios y responsabilidades
de los sexos e imponiendo una categorizacion excesivamente rfgida y homogenea sobre
Ia
diversidad de las formas de sociabilidad y actividad polftica en los siglos xvm y XIX.
Los estudios actuales tienden, por el contrario, a abandonar una lectura lineal de Ia
progresiva exclusion femenina de lo publico en favor de visiones mas matizadas. El resul-
tado son analisis que, por una parte, tienen en cuenta que Ia dicotomfa publico/privado no
constituye una oposicion fija cargada de
un
unico significado, sino un contraste dinamico,
cuyos terminus revistieron sentidos diversos a lo largo del tiempo e incluso en el mismo
momenta historico: asf, lo publico se identificaba en el siglo xvm tanto con
lo
politico
como con el ambito de Ia sociabilidad amplia o anonima, contrapuesta
ala
vida domesti-
ca o a las relaciones en un cfrculo escogido, o con
el
mercado, regido por las leyes de los in-
tercambios comerciales Davidoff, 1995; Morant y Bolufer, 1998b). Por otra parte, los
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MONIC
BOLUFER
PERUG
nuevos estudios no pierden de vista que las vidas de hombres y mujeres nose ajustaban a
lfmites nftidos entre publico y privado, sino que comprendian ambitos diferenciados en
funcion del sexo, pero tambien espacios comunes, aunque ocupados de formas diversas y
con distintas connotaciones simbolicas: no existfan esferas separadas netamente, afirma
Brian Cowan a proposito de la sociabilidad en Inglaterra entre finales del siglo XVII y
mediados del xvm, pero tam poco existia
un
mundo social neutral
al
sexo en el que hom
bres y mujeres tuvieran un Iugar
igual>>
1
En este sentido cabe entender, por ejemplo,
el
debate sobre el significado de los sa
Jones, a partir de Ia obra de Dena Goodman y las aportaciones de sus crfticos. Asf, algunos
de estos consideran que Goodman ha sobrevalorado
Ia
importancia de los salones dentro
del complejo y abiganado mundo de Ia sociabilidad intelectual dieciochesca, reduciendo
esta a su dimension mas
el
itista y parisina Darnton, 1998); otros creen que toma de forma
demasiado literal Ia metafora igualitarista de
Ia repC1blica
de las letras Chartier, 1998: 82),
olvidando que las diferencias de condicion y rango no desaparecfan, aunque fueran menos
explfcitas, en las conversaciones exclusivas del salon Goldsmith, 1998); otros, en fin,
han puesto de relieve las limitaciones del papel social de las salonnieres, que no implicaba
necesariamente
un
reconocimiento sin tensiones de
Ia
actividad y la ambicion intelectual
femenina Harth, 1995).
Todas estas distintas orientaciones tienden, por una parte, a sefialar el caracter dis
tintivo y excluyente de los espacios y practicas de sociabilidad en
razon del sexo y de
Ia
condicion), frente
al
canicter idealizado de
Ia
esfera publica burguesa de Habermas
como ambito igualitario de intercambio racional. Tambien, por otra parte, a diluir
el
pro
tagonismo de las practicas de sociabilidad ilustrada en Ia configuracion del tribunal de Ia
opinion, convirtiendo Ia emergencia de Ia opinion publica en un proceso mas amplio con
mecanismos diversos, unos propios del Antiguo Regimen y heredados de siglos anterio
res, otros caracteristicos de las Luces, que abarcaban a diversos sectores de
Ia
sociedad, in
cluidos los populares. Por ultimo, estos enfoques crfticos tratan de evitar las conexiones
demasiado
directa>
Cowan, 200 I: 146). Una unica version de Ia esfera publica es in suficiente para
permitirnos comprender Ia complcja variedad de formas en que las mujeres se identiticaban con comunidades
que
se
extendfan mas alia de los limites -cualesquiera que estos fuesen- de
Ia
casa y Ia familia >> Rendall , 1999:
482); veanse tambien, para una crftica de
Ia
transposici6n demasiado directa de las categorfas nonnativas publi
co/privado al ambi to de las practicas de vida, Vickery 1993). Barker y Chalus 1998 ),
hoemaker
1998).
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OE LA HISTORIA DE LAS IDEAS A LA DE LAS PRACTICAS CUL
TUR
ALES
5. MASCULINO Y FEMENINO EN LA CULTURA
DE
LAS LUCES
Como
puede apreciarse en
l
debate a prop6sito de Ia noci6n de esfera publica, a
la renovaci6n historiognifica de los estudios sobre las Luces han contribuido tam bien en
gran medida las perspectivas que han situado en el centro de su anal isis la diferencia entre
Jos
sexos, entendida como una variable construida cultural e hist6ricamente, constitutiva
de todas las relaciones sociales y uno de los ejes primordiales de organizaci6n y
je-
rarquizacion de Ia sociedad. Desde este enfoque se vienen realizando aportaciones nue vas
y en muchos casos crfticas que iluminan de
fonnas
distintas y reveladoras, en toda su
complejidad y sus paradojas, Ia Tlustracion como un conjunto de ideas, principios valo
res que cobran sentido encamados en pnicticas culturales y de sociabilidad: relaciones
familiares, amorosas, amicales y de trato intelectual, habitus de lectura, escritura y consu
mo cultural o formas de subjetividad.
En efecto,
Ia
diferencia de los sexos fue en el siglo
xv
un
tema recurrente de reflexi6n y debate, no confinado a los limites de los ensayos
espedficos sobre el canicter>>las Costumbres y Ia educacion
de
las mujeres, tan pro
pius
de
la epoca, sino presente
de
una forma u otra en todos los ambitus , desde la filosoffa
a la literatura medica, moral, polftica y economica. prensa y literatura de creaci6n (en
particular Ia
novela y el teatro) y escritos privados tdiarios, autobiografias, corresponden
cia). 2 Se trata de un eje que atraviesa las grandes preocupaciones del siglo: Ia reflexi6n
sobre
Ia
naturaleza humana y
Ia
diversidad de la especie,
Ia
relacion entre cuerpo mente,
Ia
reforina
de
la educacion, la moral y las costumbres, el examen crftico de las institucio
nes, desde Ia familia a los regfmenes politicos, el sentido e implicaciones del progreso de
Ia civiiizacion, Ia tension entre naturaleza y cultura, raz6n y sentimiento, individuo y so
ciedad.
Los ilustrados, asumiendo lo masculino
como
norma universal, presentaron a
Ia
mujer bajo el signo del otro, de lo distinto. Sin embargo, tendieron a evitar ellengua-
je de
Ia
inferioridad y lajerarqufa propio de la misoginia tradicional, tanto popular como
culta, y a referirse
ala
feminidad de
fonna
positiva y elogiosa. como diferente y comple
mentaria de la masculinidad, ensalzando su valor moral y utilidad para
Ja
sociedad en su
conjunto. El modelo adoptaba forrnas diversas. Algunas, de concepcion esencialista y
consecuencias deterministas, ponian el enfasis en
Ia
noci6n de naturaleza como norma
a partir
de
Ia cual justificar las pautas de vida en sociedad, atribuyendo a los sexos cuali
dades fisicas, morales e intelectuales distintas que venfan a corresponder, providencialmen-
II . Buena parte de las aportaciones se han canalizado en los ullimos anos en el proyecto internacional
Feminism and Enlightenment,
que
entre 1998 y
2
I ha reunido a mas de I especialistas de diversos
pa
fs
es, bajo
Ia
direcci6n de Barbara Taylor (Taylor, 1999).
12. Asf, limit; ndonos a algunos ejemplos, se ha explorado desde esa perspectiva tanto
Ia
obra de los
philosophs como Ia de las escritoras francesas del siglo xvu1. el papel que Ia redefinici6n de
Ia
masculinidad y
Ia feminidad desempen6 en Ia formaci6n de
Ia
clase media inglesa, los orfgenes del feminismo en los cfrculos
radicales ingleses de finales de siglo, el debate sobre
Ia
funci6n social de las mujeres en
Ia
independencia norte
americana o Ia controversia al res peeto de su situaci6n legal en el c6digo civil prusiano, asf como las implicaciones
de gencro en Ia discusi6n estetica y filos6fica sobre
Ia
idea de lo belloy lo sublime en Alemania; en Espana, los
trabajos recientes situando el debate en su contexto intemacional, estableciendo sus similitudes y sus rasgos
especfficos con respee to a los otros pafses curopeos. V eanse, entre otros, Hall y Davidoff ( 1994). Davis y Farge
1 992
),
Bolufer ( 1998).
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MONICA BOLUFER PERUGA
te, con las funciones y espacios diferentes que se les asignaba en
a
sociedad: en los hom-
bres.
a
acci6n, la reflexi6n abstracta,
a
actividad exterior; en el de las mujeres, la vida de
interior, el mundo de los afectos y
a
familia. A elias, sin embargo, se las consideraba
detenninadas, en mayormedida que los hombres, porsu cuerpo sexuado, tal como Rousseau
expres6 en su novela pedag6gica Emile con claridad y crudeza: El var6n es var6n en al-
gunos instantes, Ia hembra es hem bra durante toda su vida, o por lo menos durante toda
su juventud; todo Ia atrae hacia su sexo, y para desempeiiar bien sus funciones precisa
de una constituci6n que se refiera a el.
En este como en otros ambitos, se produjo en el siglo xvm un importante trasvase
entre el discurso filos6fico o literario y el cientffico. En particular. los medicos, pre-
tendiendose los mas autorizados para desvelar
a
verdad de la naturaleza oculta tras
las convenciones sociales, contribuyeron poderosamente a construir
a
ilusi6n de unas
identidades masculina y femenina naturales. Esas nociones a priori modelaron los plan-
teamientos y resultados de
a
investigaci6n anat6mica y fisiol6gica, que en el siglo XVIII
subray6 y exacerb6, tomando como norma implfcita el cuerpo masculino, las caracterfs-
ticas peculiares de a feminidad, dando Iugar a una imagen de las mujeres como seres
fnigiles, debiles y sensibles, de fibras nerviosas extremadamente delicadas, incapaces
de realizar actividades intelectuales que implicasen atenci6n sostenida y razonamiento
abstracto Knibiehler y Fouquet, 1983: Schiebinger, 1989; Laqueur, 1994; Bolufer, 1997).
Ideas esas que intluyeron tambien sobre Ia forma en que los medicos interpretaban su
experiencia clfnica, y que llegaron a un publico amplio a traves de obras de divulgaci6n
para una vida saludable. AsL los tratados de Medicina domestica, libros de Conser-
vaci6n y educaci6n ffsica de los niiios y artfculos en la prensa, ampliamente lefdos
por las elites y estratos medios de
a
sociedad europea, recomendaban, en aras de
a
salud, pautas de conducta diferenciadas segun el sexo y la condici6n social: a los hom-
bres acomodados, una vida de actividad, moderaci6n y templanza en el ejercicio de sus
responsabilidades sociales y familiares, y a las mujeres, una existencia domestica, vol-
cada en el cuidado de sus hijos segun los modemos preceptos higienicos. Orden ffsico y
social se explicaban mutuamente, y
a
naturaleza aparecfa como una instancia regulado-
ra, personificada a modo de un Dios, ora vengador, ora benevolente, que repartfa casti-
gos a quienes osaban contravenir sus disposiciones y recompensas a quienes escucha-
ban su voz.
Otra version de este discurso de la complementariedad, de caracter mas utilitario y
pragmatico, sin recrearse en afirmar una naturaleza que muchos consideraban dudosa o
poco transparente, subrayaba mas bien Ia conveniencia social, los beneficios que, segun
se afirmaba, se derivarfan de que hombres y mujeres se ajustaran a sus respectivos pa-
peles y espacios: es el caso de mucha de a literatura reformista, mas o menos ilustrada,
sobre educaci6n, costumbres y fomento de la economfa y
a
poblaci6n. En cualquier
caso, lo que se justificaba era una distribuci6n social de funciones presentadas como
diferentes y complementarias. Fue el ideal que se puso de moda en toda Europa a finales
de siglo, pasando de los tratados filos6ficos y textos cientfficos a las novelas, peri6di-
cos, conversaciones y practicas cotidianas de muchos hombres y mujeres de las elites
cultas.
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DE LA
HISTORI
A DE LAS IDE AS A LA DE LAS PRACTICAS CULTURALES
.Como interpretar este cambio cultural, visible en los discursos yen las pnicticas de
vi
da de Ia sociedad europea del siglo
XVIII,
que transforrno los modelos de masculinidad y
fe
minidad y los valores asociados a lo privado y domestico?
La
historiograffa ha tendido
a caracterizar el siglo
XVIII por el
triunfo del esencialismo en
Ia
representacion teorica de
Ia
diferencia de los sexos Ia diferencia irreducti ble
-Laqueur,
1994- frente a
Ia
vision
gradualista de
Ia
diferencia y el interes por los seres ambiguos propios de
Ia
medicina
galenica y de
Ia
cultura renacentista y barroca),
como
correlato del triunfo de Ia domesti-
cidad y el sentimiento en el imaginario colectivo y en las forrnas de organizacion social.
Sin embargo, ese relato resulta reduccionista y prematuro, en cuanto que limita a una
unica faceta
el
pensarniento de las Luces, tan rico, complejo y contradictorio, y anticipa
al
siglo XVIII el triunfo de unos modelos culturales que solo se impondrfan en Ia centuria
siguiente .
El
siglo xvm no fue, en efecto, pese a su insistente apelacion a
Ia
naturaleza, tan
estrictamente biologista
como
lo serfa el
XIX. Por
el contrario,
Ia
Ciencia ilustrada desarro-
ll
o conceptos como los de habito> , medio, temperamento o constitucion para re-
ferirse a los comportamientos incorporados por
Ia
educaci6n y Ia costumbre que consti-
nifan. por a
sf
decirlo, una segunda naturaleza social j> de los seres humanos Ehrard, 1970;
Jordanova, I 989; Moscoso, 2000). En general, el pensamiento del siglo reconocio Ia difi-
cultad de establecer lfmites entre naturaleza y cultura: los ilustrados se debatieron entre
Ia
fa
scinacion hacia un idealizado e inconcreto estado de naturaleza y el convencimiento
de que el proceso de civilizaci6n era irreversible y Ia naturaleza humana no podfa ser
s
in
o una naturaleza social. En ese contexto,
Ia
discusion sobre
silas
identidades femeninas
y masculinas eran hechos de naturaleza, fijos e inmutables, o bien el resultado del modo en
que las sociedades se organizaban y evolucionaban historicamente, permanecio abierta a
lo largo de todo
el
siglo. Frente a las posturas mas esencialistas, Ia importancia que los
ilustrados concedfan a
Ia
educacion y el entomo en
Ia
configuracion del canicter y las
costumbres, individuales y colectivas, constitufa un argumento poderoso para recuperar,
desde otra perspectiva,
Ia
tradicion racionalista que desde finales del Seiscientos habfa
afirrnado Ia igualdad esencial de los sexos en tanto que seres de raz6n, y para afirrnar
como lo hicieron
JosefaAmar,
Mary Wollstonecraft, Mme.
d Epinay
o Condorcet, entre
tantos otros), que lo que sol
fan
considerarse rasgos innatos de
Ia
feminidad o
Ia
masculini-
dad eran producto de una distinta formaci on moral, intelectual y sentimental. Tam bien las
noticias sobre sociedades lejanas en el tiempo o el espacio, tomad as de
Ia
H istoria y de los
relatos de viajes por tierras exoticas, sugerfan
Ia
infinita variabilidad de las costumbres e
in
cluso, para los mas atrevidos,
Ia
ausencia de constantes inamovibles en los valores mo-
r
al
es y en las formas de organizar las relaciones amorosas, farniliares y sociales entre
hombres y mujeres.
Por otra parte,
junto
a
Ia
tendencia a identificar a las mujeres con el espacio privado
y los sentimientos y a atarlas
al
orden
de
Ia naturaleza, atraviesa Ia Ilustraci6n otra podero-
sa lfnea de pensamiento que las vinculaba con Ia civilizaci6n y los valores propios de una
sociedad comercial y refinada asf,
commerce tanto
en
ingles como en frances, significa-
ba tanto intercambio econ6mico como sociabilidad intelectual y relaci6n entre los sexos).
3
3
.
Por
ejemplo. David
Hume
, en sus ensayos Sobre el ascenso y progreso de las artes y las ciencias
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MONICA BOLUFER PERUGA
Los ilustrados franceses valorahan
el
trato y
Ia
conversacion entre los sexos
como
indicati-
va del superior grado de civilizacion de su pais, mientras que los historiadores escoceses
Smith, Ferguson, Millar, Kames, Alexander),
en
su vision de la historia
como
progreso,
pusieron en relacion el desarrollo social y economico y el perfeccionamiento del gobiemo
y las leyes con el refinamiento general de las costumhres, formas de cultura y sentimiento,
incluyendo
el
matrimonio. Ia convivencia familiar
y Ia
relacion entre los sexos. En defini-
tiva, a las mujeres se las consideraba protagonistas e impulsoras del avance de Ia civiliza-
cion, en la medida en que se entendfa que sus cualidades propias suavidad de maneras,
modestia, sensibilidad) contribufan a Ia contenci6n de las pasiones, y a Ia vez su situaci6n
legal y social se estimaba indicativa del estadio
de progreso alcanzado por una sociedad
Tomaselli, 1985: Moran, 1998; Sebastiani, 1998).
Asf pues, el pensamiento ilustrado sobre Ia diferencia de los sexos
nose
reduce
al
discurso de Ia feminidad domestica, sino que contiene, en relaci6n compleja y tensa, otros
hilos diversos y opuestos, y debe ponerse en relaci6n con los cambios y tensiones experi-
mentados en el siglo
XVIII
por las sociedades europeas, que adoptaron nuevas pnicticas de
vida privada, asf
como fonnas
nuevas de sociabilidad y comunicacion, y que, de manera
mas o menos acusada segun pafses, acusaron el ascenso de nuevos valores y criterios de
adscripcion social, los de
Ia
fortuna,
el
gusto y
el
merito, en un ordcn todavfa estamental.
Pero ademas, lo que en la logica de
Ia
historia intelectual, atenta a
Ia
filiacion de las
ideas, Ia estructura del pensamiento, sus fuentes e intluencias, pueden aparecer
como
co-
rrientes separadas y contradictorias, desde una perspectiva atenta a las pnicticas sociales,
ala
apropiaci6n individual y colectiva de los discursos, a sus usos particulares y a las for-
mas
en
las que los discursos se
encaman
en las vidas y modelan
Ia
experiencia, cobra otro
aspecto menos excluyente. Asf, el anal isis de los escritos y las estrategias vitales de muje-
res y hombres de las elites ilustradas muestra las formas diversas, complejas y contlictivas
en
que tomaron posicion con respecto a los discursos sobre la naturaleza y las responsabi-
lidades de los sexos, realizando apropiaciones personales, con frecuencia crfticas, de los
modelos de la epoca. En este senti do, los estudio que ponen en relaci6n las vidas, acciones
y escritos de las mujeres con el marco de su tiempo, desde enfoques biograficos o bien
reconstruyendo
fonnas de
relacion, lazos y redes sociales, constituyen una aproximacion
necesaria que enriquece y complica nuestra comprension del funcionamiento de los mo-
delos culturales. Por ejemplo, el debate sobre el significado social e intelectual de los sa-
lones ilustrados ha puesto de relieve
Ia
importancia del papel de las
salonnieres
pero
tambien su ambigiiedad, y ha trazado una cronologfa que relaciona la transformacion de
las fonnas de sociabilidad con
Ia
evolucion cultural y politica, vinculando la decadencia
de los salones con el ascenso de
Ia
ideologfa rousseauniana de
Ia
domesticidad y el senti-
miento.14 Por otra parte, los amilisis
en
profundidad de Ia vida y escritos de mujeres que
y , consideraba que en el estadio de Ia civilizaci6n comercial ambos sexos se
relacionan de forma f1uida , conversando y
contribuyendo
uno al placer y entretenimiento del otro>>, desa-
rrollando
asf Ia
naturaleza sociab
le de los humanos y elogi6 el ejemplo frances , en el que . V eanse, entre otros, Tomaselli
1985).
Akkerman
1992),
Gordon
1994
.
14.
Segun
Ia
influyente interpretacion
de Carolyn Lougee 1976), los sa lones
tuvieron
su
origen en
Ia
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DE LA HISTORIA DE
LAS
IDEAS A LA DE LAS PR ACTICAS CULT URALES
vivieron en tiempos tlorecientes de Ia sociabilidad de los sal ones (como Mmes. du Deffand
0
Chatelet) o de aquellas de una generaci6n posterior, que experimentaron tambien la
emergencia del ~ n o e l o de Ia mujer natural rousseauniana, esposa y madre sensible
(como Mme. d Epinay en Francia, Mary Wollstonecraft en Inglaterra o
JosefaAmar
y
Ia
condesa de Montijo en Espana), permiten matizar todo contraste rfgido entre esos dos
momentos culturales. Por el contrario, ponen de manifiesto que las primeras no vivieron
sin contlicto las relativas libertades amorosas y sociales que les pennitia su tiempo y su
condici6n, mientras que estas ultimas cuestionaron el modelo de
Ia
domesticidad o bien lo
adoptaron de formas menos restrictivas, que no exclufan una convicci6n en Ia igualdad
moral e intelectual de las mujeres o una activa presencia en los ambitos de cultura, socia
bilidad y escritura de su tiempo.
5
Por todo ello, retener de la llustraci6n tan solo su discurso elogioso sobre
Ia
acci6n
civilizadora de las mujeres, que reconocfa su papel en las practicas de sociabilidad intelec
tual del siglo, o bien afirmar, por el contrario, que la cultura de las Luces se limit6 a sus
tituir Ia misoginia tradicional por una imagen aduladora de
Ia
naturaleza domestica y sen
timental de las mujeres, que sustentaba modelos de conducta y de organizaci6n social
extremadamente restrictivos, resulta igualmente simplificador. Y ello porque no rinde
jus-
ticia a la riqueza del pensamiento ilustrado, renunciando a comprenderlo no solo en sus
construcciones coherentes y cerradas, sino tambien en sus tensiones, sus conflictos y sus
dudas, a Ia vez que olvida la complejidad de las fonnas de apropiaci6n cultural. Omite,
asimismo, que, mas alia del circulo selecto de los salones, otros cambios sociales, los que
atanfan a las practicas de lectura, escritura y sociabilidad, difusi6n de los impresos y am
pliaci6n del mercado Iiterario, o bien
al
activismo ref01mista y moralizante de
Ia
epoca,
cambios relacionados con (pero no reductibles
a las transfotmaciones de los valores y las
ideologias, abricron posibilidades nuevas (aunque restringidas, a Ia vez que diferentes
segun pafses), a las mujcres de las clases altas y medias. Les pcrmitieron ciertas formas de
participaci6n en sociedades de cankter cultural, refo1mista o filantr6pico, desde las Socie
dades Econ6micas espafiolas a las sociedades
de
debate inglesas o algunas logias mas6nicas
francesas (Jacob, 1995; Thale, 1995; Bolufer, 1998), la influencia como publico lector
en
ascenso, y
por
clio crecicntemente buscado por los editores, que, diciendo adaptarse a sus
preferencias, contribufan a modelar sus gustos y actitudes (Shevelow, 1989; Bolufer, 1995;
Chartier, 2000: 179-198), o la actividad profesional de
Ia
escritura y Ia publicaci6n, fen6-
meno de particular relevancia en lnglaterra
y
Francia (Goldstein y Goodman, 1995 ; Eger,
Grant, O Gallchoir y Warburton ,
2001
. En suma, el siglo de las Luces dej6 una herencia
compleja y ambigua que en el siglo xtx fundamentarfa el desaiTollo y difusi6n de Ia ideologfa
de la domesticidad y el sentimiento, convertida ahora en el sentido comun de Ia burguesfa
liberal y ampliada en su alcance a otros grupos, pero
ala
vez pondrfa las bases intelectua
les y sociales para Ia eclosi6n del feminismo contemponineo.
epoca posterior ala Fronda. cuando la noblez
a,
derrotada en sus aspiraciones polfticas, eonstruyo sus propios
espacios de cultura, distintos y separados de Ia corte. En el siglo XV III , fueron espeeiahnente celebres los
s
al
ones de
Mme
. de Lambert ( 1647-1733),
Mme
. de Tenein (1682-1749), Mme. du Deffand (1696-1780) ,
Mile. de Lespinasse (1732-1776) , Mme. d Epinay (1726-1783), Mme. de Gratfign y (1695-1758) , Mme .
Helvetius ( 1719- 1800) y Mme Geoffrin ( 1699-1777).
15
. Vcanse, respectivamente , los trabajos
de
Cravcri ( 1995 ), Morant ( 1997
,
Bolufer ( 1998),
Morant
y
Bolu fer ( 1996), B urdiel ( 1994 , L6pez-Cord6n ( 1994 . Taylor (2002) .
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MONICA BOLUFER PERUGA
6. LA CULTURA DE LA PRIVACIDAD Y LA SENSIBILIDAD
Y LA CONSTRUCCION DEL INDIVIDUO MODERNO
El debate sobre el concepto de esfera publica,
a
que nos hemos referido anterior
mente, debe ponerse en relacion con el am1lisis de otro proceso trascendental en Ia evolu
cion a largo plazo de las sociedades occidentales, inscrito en el proceso de civilizacion
tal como este fue teorizado por Norbert Elias 1987): Ia construccion de Ia privacidad
como ambito de experiencia y como conjunto de valores, que implico nuevas formas de
relacion y un nuevo concepto de individuo y se articulo sobre modelos de masculinidad y
feminidad distintos y desiguales, tal como hemos venido indicando. En efecto, Ia constitu
cion de un nuevo publico, fundado en
Ia
comunicacion establecida entre personas priva
das, liberadas de las obligaciones debidas al prfncipe, solo es posible a partir del retrai
miento del individuo en los distintos tipos de convivencia conyugal, familiar, amistosa,
mundana, erudita) que lo sustraen a las exigencias y a Ia vigilancia del Estado y de su
administracion.
El
pun to de partida serfa el del Antiguo Regimen, un mundo de relaciones
y actividades sociales en buena medida indistintas, en las que los umbrales de
lo
que hoy
consideramos lo personal, lo privado y lo publico se solapaban. El de llegada, Ia sociedad
burguesa del siglo xrx que identificaba lo privado con
Ia
familia y el ambito de los senti
mientos y Ia moral, y lo publico con el espacio de los negocios y Ia polftica, considerados
competencia prioritaria aunque no exclusiva) de las mujeres y los hombres, respectiva
mente. Asf,
Ia
familia modema se fundamento sobre
Ia
representacion de
Ia
privacidad
como territorio autorregulado y limitado en sus contactos con el exterior segun el modelo
teorizado por liberales como Locke, y difundido
porIa
literatura) y sobre
un
modelo de
relaciones basado en Ia fidelidad conyugal, el amor paterno y Ia obediencia filial, el nuevo
orden del sentimiento basado en Ia supuesta naturalidad de los afectos mas que en el
ejercicio visible de Ia autoridad conyugal y paterna que, sin embargo, mantuvo intactas
sus prerrogativas e incluso las acrecent6 a lo largo del siglo Morant y Bolufer, l998a).
Desde enfoques distintos,
en
ocasiones convergentes y a veces polemicos, Ia histo
ria de las mentalidades Aries, 1987; Chartier, 1989) y Ia historia de las mujeres Davis y
Farge, 1992; Davidoff y Hall, 1994; Vickery, 1993; Rendall, 1999) han estudiado Ia trayec
toria sinuosa de ese proceso que fuc redibujando los fmites entre lo publico y
lo
privado,
cuyo desarrollo se ha atribuido a tres causas fundamentales. De una parte, Ia construccion
de las monarqufas modemas, cuya progresiva ampliacion de compctencias contribuyo a
delimitar contr rio aquellos espacios y creencias religiosas o intelectuales) que se con
sideraban pertenecientes
a
ambito estricto de lo personal. Por otra parte, las reformas
religiosas, con su insistencia en
Ia
practica individual de
Ia
oracion, Ia introspeccion y
Ia
lectura piadosa. Por ultimo, el avance de Ia alfabetizacion y el desarrollo de formas de
lectura silenciosa, que favorecieron modos de relacion intima y estrecha con Ia palabra
escrita. A esos tres factores cabrfa afiadir, siguiendo las sugerencias de Koselleck, el em
puje de
Ia
crftica intelectual, que, a partir de las guerras de religion de los siglos xvi y XVII,
afirmo
Ia
inviolabilidad de Ia conciencia individual, ampliandola del campo de las con
vicciones religiosas a Ia esfera del pensamiento y proclamando Ia libertad de Ia republica
de las letras frente a absolutismo. Todos estos desarrollos confluyeron para constituir, en
los discursos y las practicas, espacios que eran objeto de una valoracion nueva: Ia intimi-
38
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DE LA
HISTORI
DE LAS IDEAS A
L
DE LAS
PR CTIC S CULTUR LES
dad individual, los cfrculos restringidos y selectos de relaciones sociales y, en particular,
el ambito familiar.
6
El descuhrimiento de
Ia
intimidad y
Ia
valoracion del sentimiento han sido inter
pretados habitualmente como Conquistas de la modemidad, en la linea de la llamada
aproximacion sentimental a
Ia
historia de la familia Aries, 1987; Stone, 1990), de la
que se ha hecho eco Daniel Roche 1993) a contraponer el reconocimiento de
la
libertad
individual y el descubrimiento del amor conyugal y matemo en el siglo
XVIII
a las familias
rfgidamente autoritarias y desprovistas de afectos del Antiguo Regimen. El individualis
mo liberal y
Ia
cultura del sentimiento se inscribirfan asf, segun esa interpretacion am
pliamente extend ida, en uno de los procesos constitutivos de la modemidad: Ia progresiva
liberacion del sujeto de las constricciones sociales del Antiguo Regimen y las injerencias
de poderes extemos comunitario, familiar, eclesiastico, sefiorial o monarquico), que ha
brfa tenido otros hitos en el individualismo renacentista, Ia obsesion protestante
yen
par
ticular calvinista
porIa
autoexploracion espiritual o
el
cogito cartesiano Porter, 1997).
Esta interpretacion ha merecido importantes objeciones por su caracter excesiva
men
te
rupturista, que olvida que
Ia
emergencia de cierta conciencia individual desde
Ia
Baja Edad Media no cancelo la importancia de los vfnculos y solidaridades familiares ,
corporativas y comunitarias, y por su idealismo, que hace abstraccion de los cambios en
Ia
vida material, fndice y requisito de las nuevas practicas de Ia intimidad y Ia soledad, e
ignora que el sexo, condicion social, estado civil, edad o cultura condicionaban los modos
en que las personas podfan representarse y actuar como sujetos Davis, 1986
).
Pero sobre
todo, tal lectura asume implfcitamente que el individualismo constituye una tendencia
espontanea de los humanos, ahogada en
Ia
sociedad de Anti guo Regimen por el peso de las
convenciones colectivas. Las teorfas de Foucault sobre los discursos como instrumentos
de poder y los mecanismos modemos de coaccion y las de Elias 1987) sobre el proceso
de civilizacion permiten, en cambio, abordar el proceso de una forma mas compleja. En
particular, Elias sefialo el caracter historico de las estructuras psfquicas y formas de
interrelacion personal antafio consideradas signos de una invariable naturaleza huma
na), poniendolas en relacion con transformaciones polfticas y cambios en los equilibrios
de poder sociales, como parte de un mismo proceso de civilizacion. Asf, la evolucion de
los comportamientos que entre fines de Ia Edad Media y principios del siglo XIX reempla
z
olas
coacciones impuestas sobre los individuos desde el exterior por formas de autocontrol
del cuerpo, las pulsiones y los afectos, indujo nuevas formas de suhjetividad y una nueva
nocion y practica de la intimidad como aquel ambito donde no llegaba Ia mirada y Ia
presencia de otros.
En esta lfnea, Ia modem a historiograffa ha en ten dido la construccion de Ia privacidad,
mas que como una liberacion de imposiciones extemas, como el desarrollo de formas
de autocontrol y distincion y de practicas de relacion e intimidad, producto de las transfor
maciones polfticas, economicas y sociales de Ia epoca modema. La sensibilidad fue, junto
con la razon, un emblema de las luces Barker-Benfield, 1992), pero tambien constituyo,
implfcitamente, un signo de distincion, altemativo o complementario a Ia fortuna, el naci-
16. Como visiones de conjunto acerca de este proceso
y
de sus diversos planteamientos historiognifi
cos. pueden consultarse los trabajos de Chartier eta/ 1989). Goodman 1992). Morant
y
Bolufer 1998b).
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MONIC BOLUFER PERUG
miento o los modales, que se desplegaba en gestos y actitudes publicas y privadas lagri
mas, lecturas, gestos amorosos, formas de amistad y de relaci6n familiar).
Por su parte, los
estudios realizados desde Ia historia de las mujeres han puesto
el
acemo en el caracter
sexuado del nuevo sujeto sensible y de Ia domesticidad sentimental Morant y Bolufer,
1998a). Asf, frente a Ia idea del individuo liberado, en nombre del sentimiento, de las
coacciones externas, se afirma
Ia
formaci6n del modemo individuo sensible como un
hecho social. El lenguaje de los sentimientos, que apelaba a aquello en apariencia mas
espont{meo y universal, los impulsos del coraz6n, constitufa en realidad un c6digo di
ferenciador, una moral modulada de forma distinta para hombres y mujeres y para los
distintos grupos sociales. La educaci6n sentimental ilustrada actu6 asf como una forma,
dulce, si se quiere, de coacci6n, o, en palabras
de
Pierre Bourdieu, una
v i o l e n c i
sim
b61ica que se ejerce sobre los corazones y las conciencias, construyendo emociones,
comportamientos
y
en definitiva, identidades sociales. De ese modo, Ia emergencia del
individuo moderno, Ia construcci6n de Ia privacidad y Ia cultura de Ia sensibilidad se
afirman como procesos sexuados y como aspectos fundamentales de
Ia
cultura de
a
Ilus
traci6n, en Intima conexi6n con el proceso politico del reformismo ilustrado y con el
desarrollo
de Ia
esfera ptiblica.
7. LOS EUROPEOS Y LOS OTROS
Otro ambito de gran desarrollo historiognifico en los ultimos tiempos ha sido el
estudio de las actitudes de los ilustrados hacia las culturas extraeuropeas Bitterli, 1982;
Marshall y Williams, 1981 ). Los
f
mites del mundo conocido, inmensamente ampliados
desde el inicio de Ia era de los descubrimientos, se vieron expandidos todavfa mas por las
exploraciones cientfficas que en el siglo xvm recorrieron tanto territorios nuevos particu
larmente en el
Pacffico) como areas ya colonizadas, observando sus recursos naturales y
Ia
vida de sus pueblos Pimentel, 200 I). Los relatos de viajes, muy populares en los siglos
modernos yen especial en el XVIII, constituyeron, mas alia de
Ia
descripci6n empfrica de la
geograffa, flora, fauna de las regiones visitadas y las costumbres de sus habitantes, un
ambito de reflexi6n sobre
Ia
naturaleza humana y
Ia
sociedad: Mi intenci6n era, escri
bi6 Georg Forster en su
Voyage around the World
cr6nica filos6fica del segundo viaje
de Cook, considerar
Ia
naturaleza hum ana desde el mayor numero posible
de
perspec
tivas. Asimismo, la tradici6n ut6pica, desde Ia Utopia de Thomas More 1511) hasta las
numerosas ensofiaciones ilustradas como el Supplement au voyage de Bougainville de
Diderot), proyect6 sobre las fronteras imaginarias de Ia civilizaci6n de America en el
siglo xvi y de las islas del Pacifico en el xvm) los principios ideales que debfan regir el or
den social y
Ia
moral individual, mientras que
Ia
ficci6n del observador ex6tico de
Ia
cultura europea desde las Carras persas de Montesquieu hasta las Cartas marruecas de
Cadalso) constituy6 un recurso literario habitual para criticar
Ia
propia sociedad desde
Ia
impostura de
Ia
mirada del otro.
Los estudios clasicos sobre
Ia
Ilustraci6n ya habfan sefialado
como
el relativismo
cultural desarrollado al calor de Ia comparaci6n de modelos sociales, religiosos y politi
cos, favorecida por los viajes y su recreaci6n literaria, fue una de las fisuras que propicia-
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DE
L
HISTORI
DE LAS IDEAS A
L DE
LAS
PR CTIC S CULTUR LES
ron el resquebrajamiento del pensamiento tradicional Hazard, 1985 . Sin embargo, en las
ultimas decadas se han desarrollado, bajo el impulso de
Ia
descolonizaci6n y
Ia
inmigra
ci6n extraeuropea, otros enfoques anal lticos que alcanzaron notoriedad a rafz de Ia publi
caci6n del celebre ensayo de Edward Said 1990) sobre el orientalismo en
Ia
cultura euro
pea. En estos trahajos se aborda Ia invenci6n del otro no solo como parte sustancial de Ia
reflexi6n ilustrada sobre Ia sociedad. Ia historia o
Ia
naturaleza humana, sino fundamental
mente como un mecanismo de hegemonfa cultural que justificaba el dominio europeo
sobre el mundo.
Asf, por ejemplo, se han trazado en el pensamiento del siglo
XVIII
los orfgenes de Ia
moderna teorfa racial, a partir de
Ia
literatura de viajes y de las obras de ilustrados y di
vulgadores que utilizaron sus testimonios. Los historiadores escoceses, por ejemplo, se
plantearon el problema de la diversidad de las sociedades humanas y lo resolvieron te6ri
camente trazando una trayectoria lineal del salvajismo a
Ia
civilizaci6n. Mientras que al
gunos, como Ferguson Essays on the
istor_v
o Civil Society, 1767), desde presupuestos
universalistas, atribuyeron el atraso de los pueblos primitivos a sus circunstancias hist6-
ricas, asigmindoles la misma capacidad de progreso, otros, como Lord Kames
Sketches
o
the History o Man, 1774), establecieron
el
concepto de una diferencia ffsica y moral
originarias, poniendo asf las bases de una teorfa racial. tendencias ambas que serfan divul
gadas en obras como la Encyclopedie o la Encyclopaedia Britannica Sebastiani, 2000 y
2000b .
Sin embargo, junto con esos modelos que inscribfan las diferencias entre los euro
peos y los Otros en tenninos de clara jerarqufa, racial o evolutiva, el encuentro con lo
extrano se experiment6 tambien como un enriquecimiento de los propios horizontes men
tales y morales y como catalizador de lo que John Hope Mason y Robert Wokler 1992:
197 han llamado una IIustraci6n dolorosa: una reflexi6n crftica sobre Ia propia iden
tidad europea. Es
el
mito del parafso perdido, en
el
que el abismo de la diferencia cultural
se vadea trasladando a los pueblos extraeuropeos hacia el pasado, real o imaginario, de
Ia
propia Europa: los salvajes en los margenes del mundo representan un estadio anterior y
quiza mas feliz de
Ia
humanidad. Sin embargo, Ia observaci6n de la alteridad tambien con
tribuy6 a quebrar los suenos de una sociedad primitiva ideal y Ia imagen edenica del
buen salvaje, y con ello a perfilar la conciencia Iucida de que Ia civilizaci6n, con sus
ventajas y sus renuncias, consistfa un camino irreversible, como reconoci6 Georg Forster:
EI viajero que recorre los cuatro continentes no hallara
en
ningun Iugar esa tribu en
cantada que los sonadores le prometen encontrar en cada bosque yen cada selva. Asf,
los ilustrados no siempre defendieron a ultranza
un
universalismo insensible a las diferen
cias, sino que, por el contrario,
Ia
imagen del
Otro
fue un motivo de ret1exi6n y contro
versia que puso en cuesti6n la propia identidad y superioridad de los europeos yen el que
Ia civil izaci6n occidental volc6 sus afanes de dominio, pero tambien sus deseos y sus
inquietudes.
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8.
LOS MONSTRUOS DE LA RAZON:
LA CRITICA
RADICAL
A LA ILUSTRACION
Los cambios de enfoque metodologico y teorico en el estudio y valoracion de las
Luces a los que nos venimos refiriendo remiten a una profunda mutacion historiografica y
epistemologica que tiene como telon de fondo todo un enjuiciamiento filosofico y moral
de
Ia
modemidad . En su origen,
Ia
modema historiograffa dieciochista se identifico sin
apenas fisuras con los valores de razon, sentimiento, tolerancia, libertad, cosmopolitismo
y sociabilidad que consideraba propios de
Ia
llustracion. Frente a
esa
tradicion,
Ia
obra de
Horkheimer y Adorno 1994 , escrita bajo el impacto de
Ia
segunda guerra mundial y el
Holocausto, invirtio absolutamente
Ia
valoracion de las Luces, afirmando
que
Ia
razon
ilustrada contenia una intrinseca tendencia totalitaria, un impulso hacia
Ia
objetivacion del
ser humano y la constriccion social que desembocarfa en los terrihles monstruos politi-
cos del siglo xx. Esta crftica filosofica ha influido en
Ia
tendencia anglosajona_
yen
parti-
cular americana a interpretar Ia llustracion como un programa de control y disciplinamiento
mas que de emancipacion, en el
que
situan las ralces de
Ia
razon instrumental, dominadora
y materialista, origen de los aspectos mas oscuros de
Ia
civilizacion contemponinea.
Sin embargo,
Ia
influencia entre los historiadores de
Ia
teorfa crftica ha sido nota-
blemente menor que Ia de otro crftico de Ia modemidad, Michel Foucault, que contrapuso
a los sistemas disciplinarios especificos del Antigua Regimen, centrados en
el
castigo y
Ia
destruccion del cuerpo, los mecanismos de control social e ideologico, mas sutiles e insi-
diosos, propios de las sociedades contemponineas. Su tesis sostiene que
Ia
racionalizacion
administrativa de Ia monarqufa absoluta en el siglo XVII y el despliegue de Ia razon ilustra-
da
en el xvr11 produjeron las tecnologfas
de
poder y pnicticas disciplinarias caracteristicas
de Ia modema
civilizacion. Foucault desarrollo esa idea de fondo analizando, por una
parte, los cambios en el derecho penal y las pnicticas carcelarias y,
por
otra, la omnipre-
sencia y poder de
Ia
mirada y la practica medica en el control de las vidas individuales y
las relaciones sociales. Asi, sus obras,
en
particular
igilar y castigar
y
nacimiento
de
a clfnica
Foucault, 1994 y 1989), transformaron profundamente la interpretacion de
Ia
fi-
lantropfa ilustrada y de la medicalizacion de la sociedad, de su tradicional valoracion positi-
va en terminos de progreso a una lectura crftica que subrayaba sus implicaciones represivas.
Sin embargo, si
esa
perspectiva contribuyo a cuestionar una interpretacion simplista
de
Ia
Ilustracion exclusivamente como
un
discurso y una accion reformista de razon y
progreso, ello no debe convertir aquel relato luminoso en la cronica oscura del despliegue
inexorable del poder, presentando ahora a los sujetos historicos de
Ia
modemidad como
prisioneros de una red de discursos y practicas de normalizacion y moralizacion. Cierta-
mente,
Ia
inocencia perdida no puede ni debe) recuperarse, y los historiadores de
Ia
Ilus-
tracion que somos hijos de la posmodemidad nunca podremos volver identificarnos del
todo y sin tensiones con los valores ilustrados. Pero la perspectiva que ve en la Ilustracion
tan solo un d
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