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Problemas de Historia Política
Profesor: Tulio Halperín Dongui
Maestría en Historia – IDAES/UNSAM
Alumna: Luciana Anapios
Junio 2006
Tema: “La revolución mexicana como problema historiográfico: Alan Knight y John
Womack frente al carácter de la revolución.”
Introducción:
El siguiente trabajo busca analizar los principales aportes de la obra de John Womack y
Alan Knight al análisis de la Revolución Mexicana.1
Como problema historiográfico, la
revolución ha sido objeto de gran cantidad de interpretaciones y debates que expresan el
desafío que implica revisar sucesos del pasado que inevitablemente hablan del presente.
Como sostiene Marc Bloch, “cada vez que nuestras estrictas sociedades, que se
encuentran en perpetua crisis de crecimiento, se ponen a dudar de si mismas, se las ve
preguntarse si han tenido razón al interrogar a su pasado o si lo han interrogado bien.”2
La Revolución mexicana no escapa a esta lógica historiográfica. Desde la primer
generación que interpretó la revolución, durante los años ´20 y ´30, se construyeron
imágenes e interpretaciones que se han discutido, rechazado, recuperado y complejizado
hasta hoy. El atractivo de la revolución mexicana, única revolución popular y agraria
antes de la Segunda Guerra Mundial, es indudable y son justamente sus intrincadas
características las que representan un desafío para los analistas desde las ciencias
sociales. Analizada como una revolución popular, campesina, agraria y nacionalista por
la primera generación comprometida y cercana a los sucesos, fue objeto de sucesivas
revisiones historiográficas a partir de los años ´50 y ´60.3
La falta de objetividad
académica fue la principal bandera que esgrimieron los historiadores que publicaron sustrabajos en esta etapa. No obstante, si bien se apartaron de las visiones globales de la
revolución, mantuvieron lo que Knight llamó la “vieja ortodoxia”.4
Reconocían la
1 Se tomaran los trabajos de John Womack, “Zapata y la Revolución Mexicana”, México, SXXI, 1969 y
Alan Knight, “La Revolución Mexicana.” Vol. I y II. México, Grijalbo, 1986.2
Bloch, Marc. “Introducción a la Historia”, Fondo de Cultura Económica, México, 2000. Pag. 11.3 Utilizo el término “revisionismo” en el sentido que lo hace Alan Knight, en referencia a las nuevas
corrientes de interpretación historiográfica que avanzaron en oposición a la vieja ortodoxia sobre la
Revolución Mexicana y que implican un enfoque interpretativo.4 Esto implica para Alan Knight que estos historiadores de la segunda generación se mantuvieron dentro
del paradigma propuesto por Frank Tannenbaum: una revolución popular, agraria, espontánea,
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existencia de una revolución social con un fuerte contenido de clase que había
derrocado a un régimen autoritario, opresivo y extranjerizante. La ruptura
revolucionaria con el Porfiriato produjo un régimen reformista y nacionalista que a
pesar de sus interrupciones y traiciones había significado un cambio radical.
Fue la prolífica tercera generación, de los años ´60 y ´70, la que se encargó de dar un
profundo cambio a la historiografía mexicana sobre la revolución. Basándose en un
exhaustivo trabajo con fuentes (gracias a la sistematización de archivos en México),
corren de la mano con la tendencia a la especialización por tema y metodología que
afectó a la historia en particular y a las ciencias sociales en general durante esta etapa.
Desde la historia desde abajo hasta la cuantificación como herramienta metodológica –
los trabajos de Coatsworth, Guerra, Smith –, la historia oral –Warman, James Wilkie –
y los enfoques regionales, estas interpretaciones sostienen una postura crítica frente a la
revolución institucionalizada de fines de la década del ´60. Como sostiene Knight, “no
debe sorprendernos que aquellos historiadores que habían conocido de primera mano la
paz del PRI, el llamado milagro, Tlatelolco y las rituales invocaciones oficiales de la
Revolución, que tantas veces contradecían la realidad mexicana, llegaran a preguntarse
cuál era la realidad de la Revolución y sintieran un deseo de desenmascarar y de
desmitificar la Revolución deificada.”5
La ausencia de síntesis generales de la Revolución es uno de los principales legados de
estas interpretaciones. Ante este panorama el historiador se encuentra frente a la
disyuntiva de ver la Revolución como un mosaico irreductiblemente complejo, realizar
comparaciones a pequeña escala o generalizar casos particulares.6
Otro gran problema
de estas interpretaciones radica en intentar combatir la tipificación mediante la
excepcionalidad. Numerosos trabajos sobre el movimiento Zapatista lo presentan como
único y peculiar ejemplo de la revolución agraria y campesina frente a una masa caótica
de caudillos que lideraron la revuelta armada.
La ausencia de interpretaciones históricas generales es superada muchas veces mediante
lo que Knight caracteriza como síntesis formadas poco a poco como arrecifes de coral.
caracterizada por la participación campesina y la confrontación con terratenientes así como por
sentimientos nacionalistas y xenófobos.5 Knight, A. “Interpretaciones recientes de la Revolución Mexicana”, en Secuencia, Número 13, 1989,
Pag. 256 Alan Knight sostiene que este es uno de los principales problemas de la tesis de Jean Meyer sobre laCristíada en la región centro-occidental del país, de la cual parte su interpretación general sobre el estado
callista y la Revolución. Ver. Meyer, J. “La Cristíada”, México, SXXI. 1974.
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Esta acumulación de fragmentos, que el autor identifica con las interpretaciones
revisionistas de la década del ´70, ha provocado una serie de nuevos puntos de vista y
complejizaciones alrededor de algunos problemas: la homogeneidad/heterogeneidad de
la Revolución, el carácter de la misma, el Porfiriato y el régimen posrevolucionario.
La propuesta de Alan Knight y su indiscutible aporte a la historiografía sobre la
Revolución Mexicana consiste en discutir el fervor revisionista de abrazar el azar y al
individuo negando todo patrón en el proceso revolucionario, sin negar por ello la
complejidad del proceso y la peculiaridad de la estructura social mexicana. Entre la
sofisticación académica de buscar en cada acto un una sucesión de peculiaridades y
experiencias individuales y la modelización del marxismo o las teorías de la
modernización como modelo teórico –cabe destacar que cada uno presenta sus
problemas específicos para el autor –, tiene que haber resquicio para explicar y
comprender un proceso histórico específico en el que fuerzas sociales concretas
tuvieron injerencia. “La muerte de la Revolución Francesa a través de mil cuchilladas
empíricas nos da una lección sensata para nosotros los que estudiamos la Revolución
Mexicana. El trabajo de archivo en sí no aporta conocimiento histórico. Más
investigaciones y publicaciones no quiere decir necesariamente mejorar; la
historiografía no progresa inevitablemente de una generación a otra. Algunos de los
revisionistas de hoy, duros y osados críticos de Tannenbaum o Molina Enríquez, me
hacen pensar en esos individuos que graban sus iniciales en los cadáveres de ballenas
varadas en la playa, bien muertas”.7
La elección de los aportes de John Womack y Alana Knight para este trabajo se
fundamenta en sus respectivos análisis de la Revolución. Frente a la producción
historiográfica de los últimos años, representa una vuelta a una visión más ortodoxa de
la revolución. El trabajo de Womack, de fines de la década del ´60, subraya el carácter
popular y agrario de la revolución y se inscribe de esta manera en el marco de la
historiografía tradicional. Womack destaca a su héroe positivo, quien le imprimió el
carácter y sus objetivos a la revolución, pero debió morir en el proceso.
La vigencia de los debates alrededor del carácter de la revolución demuestran que este
siguió siendo un problema para los historiadores y que su discusión ponía en la agenda
7 Knight, A. Op.Cit. Pag. 29
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la discusión sobre el México posrevolucionario. En este sentido, el libro de John
Womack puede ser analizado como el punto de inflexión de estos debates. A partir de la
década del ´70 el fin de la revolución es un nuevo punto de partida para los analistas.
Si bien Alan Knight retoma el aporte de Womack –ambos coinciden en el carácter de la
revolución sostenido por Frank Tannenbaum – ya no discute el presente cuando plantea
su tesis de una revolución agraria. A mediados de la década del ´80, cuando escribe, la
sociedad mexicana ha dejado efectivamente atrás su composición fundamentalmente
campesina. “La revolución es la revolución (…), quizás quiere decir que debemos
aceptar la Revolución tal como fue, olvidar los juicios de valor, y tratar de contar lo que
pasó, por qué y con qué resultado. No debemos llorar la muerte de Arcadias perdidas (y
quizás imaginarias)”.8
“La Revolución Mexicana”de Knight es un análisis profundo del período que va desde
los últimos años del gobierno de Porfirio Díaz hasta la década del ´20, con el cierre de la
revolución y la guerra civil. Esta extensa investigación histórica combina en su
estrategia de exposición la historia évenémentielle y el análisis teórico, utilizando como
eje que recorre el relato el planteo de una serie de problemáticas que delimitan debates
en el campo de la historiografía de la revolución. Como un tejido de múltiples colores
combina el relato factual, cargado de detalles, con el planteo de hipótesis fuertes y
discusiones teóricas originales. No obstante uno de las razones para la elección de este
texto es el marco teórico a través del cual analiza la revolución como proceso histórico,
que implica una crítica a la teoría marxista y a la sociología norteamericana de la teoría
de la modernización. Ambos modelos están cargados de contenidos eurocéntricos y
teleológicos y dejan afuera más de lo que explican. Tal vez la mejor forma de introducir
el análisis de Alan Knight se resuma en un frase de E. P. Thompson que él mismo cita
en su texto: si la historia debe explicar y ayudar a comprender, “los historiadores
deberían dedicarse a la estimulante dialéctica de hacer y deshacer, crear hipótesis
conceptuales y usar la prueba empírica para apoyar o destruir esas hipótesis”.9
Este trabajo se centrará principalmente en la caracterización de una doble revolución, la
tesis de Knight de una Lógica interna de la misma y los principales debates
historiográficos con el revisionismo.
8 Knight, A. Op.Cit. Pag. 399 en Knight, A. “La Revolución Mexicana.” Vol. I y II. México, Grijalbo, 1986. Pag. 794.
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Caracterización de la Revolución:
Pocas imágenes son tan contundentes y claras para caracterizar la revolución Mexicana
de 1911 como la frase con la que John Womack abre su investigación: “Este es un libro
acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que, por eso mismo, hicieron una
revolución.”10
Este trabajo parte del estado de Morelos para explicar lo que sucede en
general en el México Porfiriano. A través del relato de la lucha campesina en Morelos,
de las transformaciones, alianzas y rupturas del movimiento zapatista, el autor plantea
su hipótesis central de que la revolución mexicana fue una revolución popular agraria.
El carácter popular queda evidenciado en el origen campesino del descontento y
fundamentalmente en el hecho de que la convergencia coyuntural con la clase media y
alta, que había quedado fuera del régimen Porfiriano, no impidió que lucharan por sus
propias reivindicaciones.11
La revolución fue obra del sector agrario, de las masas
campesinas que una vez que comprobaron la inercia de cada uno de los sectores que
llegó al poder, volvieron a revelarse una y otra vez en defensa de sus tierras.
El surgimiento de la rebelión en Morelos se explica por el choque entre las políticas
nacionales, implementadas a través del estado, y la tradición de autonomía de los
pueblos. Fue la intromisión cada vez más impune de los intereses de los hacendados a
través de las políticas centrales del gobierno lo que provocó la reacción de los
campesinos de aldeas y pueblos de Morelos y el apoyo popular a la campaña de
Madero. No obstante, la caracterización del conflicto a través del choque entre el ámbito
nacional y local desemboca para Womack en la especificidad de Morelos que le
imprimió su huella al carácter de la rebelión. Los zapatistas tenían como objetivo la
reforma agraria y no sólo la autonomía estatal o el acceso al poder. El Plan de Ayala fue
la base de la intransigencia zapatista. En él quedaba claro que ya no se trataba de un
movimiento local regional sino de un movimiento de alcance nacional que garantizaría
la reforma agraria.
Este es el punto en el que podemos ubicar el aporte de Alan Knight. Su trabajo
enriquece y complejiza, sin por eso desarmar en un mar de especificidades, el problema
del carácter de la Revolución. Knight logra articular en una explicación coherente la
10 Womack, J. “Zapata y la Revolución Mexicana”, México, SXXI, 1969. Pag. XI.11
Alan Knight discute en este punto con Womack al sostener que la clase media, representada bajo la
poco explicativa etiqueta del maderismo, no había sido relegada de los beneficios de construcción delestado nacional por parte del Porfiriato. Eran los beneficiarios y no las víctimas del desarrollo económico
porfirista. El maderismo fue, sobre todo, un movimiento profundamente político e ideológico.
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cuestión agraria y la política local. En esta estrecha relación entre ambas el zapatismo
fue el caso paradigmático pero no es exclusivo.
Knight coincide con John Womack – y ambos retoman en este sentido la tesis de
Tannenbaum– en cuanto al carácter popular y agrario de la revolución. Esto se confirma
principalmente a través de las fluctuaciones que sufre el proceso revolucionario ente
1911 y 1913 ya que siguieron el ciclo agrícola, confirmando una vez más las palabras de
un contemporáneo cuando sostenía que “no hay revolución mexicana que sobreviva el
tiempo de cosecha”. Sin embargo, un aspecto destacado en la investigación de Alan
Knight radica en el hecho de que los movimientos más organizados, tanto en los estados
del norte que motorizaron la revuelta armada y el desafío al régimen ( porfirista,
maderista, huertista), estuvieron acompañados siempre por numerosos movimientos
menores de difícil clasificación.
Este carácter popular y agrario de la Revolución es inseparable de su carácter local y de
masas. La Revolución de 1910 había respondido a exigencias locales y, por lo tanto, el
acuerdo político de 1911 debía tomarlas en cuenta o arriesgarse a las consecuencias.
La revolución agraria y popular tuvo su origen en los pueblos, como consecuencia del
despojo agrario (el avance de ranchos y haciendas) y la centralización estatal. Esta
revolución campesina fue local y carente de visión nacional. Esto no implica que la
revolución fuera apolítica o espontánea, por el contrario las disputas tenían una larga
data y gran profundidad en el tiempo y en la memoria de esos pueblos.12
Este fue el principal desafío al intento del maderismo por dar cierre al proceso
revolucionario. La dimensión local del carácter de la Revolución, estrechamente ligada
a la cuestión agraria, es central a la hora de explicar las rebeliones locales que desataron
contra Madero a partir de 1911. Fueron la expresión de la confrontación entre una
visión local versus una nacional. En este conflicto se comprende el fracaso de la alianza
entre serranos rebeldes y civiles liberales en el norte (expresión de un conflicto entre
visiones locales y nacionales). El paso de la cooptación de líderes locales a la represión
por parte del gobierno demuestra que jamás pudieron erradicar la intranquilidad rural
que le imprimió a la Revolución un carácter de masas.
A partir de 1911 el desafío popular renueva su vigor, esta vez contra el régimen de
Francisco Madero, cuando se evidencia el divorcio entre la protesta militar y civil,
12 Knight sostiene una discusión con Lowrence Stone alrededor de este punto. Ver Knight, A. Op.Cit.
Pag. 185.
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revolucionarios y reformistas. El dilema al que se enfrentó el régimen de Madero, lo
obligo a buscar apoyo conservador para contener el descontento popular. En el norte,
donde la purga de los jefes revolucionarios enfrentó el desafío popular, el orozquismo
incorporó y rebasó el programa liberal sumando la cuestión agraria a sus demandas. No
obstante, lo que a primera vista puede parecernos una particularidad del estado de
Chihuahua –la alianza entre patricios y plebeyos o la oligarquía y la revuelta popular, en
términos de Knight, contra el centro y su reformismo de clase media –, fue un indicio de
algo que va a ocurrir en otras regiones de México y en otros momentos en el proceso
revolucionario.
Alianzas anómalas e inconsistencias ideológicas explican el comportamiento
revolucionario en términos de intereses personales más que en relación a intereses de
clase. Pero este reconocimiento de la complejidad no implica rechazar toda lógica en el
desarrollo de la revolución y en la conformación de alianzas. Por el contrario, Alan
Knight propone interpretar la revolución mexicana como una lucha hobbesiana por la
riqueza y el poder. Esta característica, lejos de hacer incomprensibles las
intencionalidades de las fuerzas sociales que intervinieron en este proceso, requiere el
análisis de una lógica de la revolución.
La lógica de la Revolución:
Uno de los aportes más enriquecedores a la hora de analizar el proceso revolucionario
mexicano es el recorrido que realiza Alan Knight a través de la búsqueda de una lógica
interna en la que se desarrolló este proceso. Esta lógica, a veces caprichosa y caótica, es
plausible de una explicación. Knight apela a ella a fin de explicar aquello que muchas
veces es analizado como una dicotomía irreconciliable entre las rebeliones agraristas –
identificadas casi exclusivamente con el movimiento zapatista – y las serranas –donde
se gestaron el movimiento villista y orozquista, fuerza de la revolución pero sin
objetivos políticos –. Es también una respuesta a quienes reducen el conflicto a la lucha
de clases o a ambiciones personales de caudillos hambrientos de poder. Todas estas
caracterizaciones parciales de la Revolución dejan afuera precisamente a quienes la
llevaron adelante, masas campesinas, artesanado de las ciudades y sectores medios
disconformes.
Buscar una lógica interna implica el reconocimiento de que la Revolución fue un
choque, no sólo de clases y de individualidades, sino también de culturas diferentes y
antagónicas. Una cultura urbana, educada, con una visión nacional, progresista,
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conciente de la necesidad de sufragio efectivo, y una cultura rural, plebeya, iletrada,
localista, nostálgica, comprometida con la autoridad política local, personal, carismática
y tradicional. Esta cultura rural imprimió sus características esenciales a los
movimientos populares, de los que el zapatismo o el orozquismo son ejemplificadores,
pero se suman a muchísimos que han quedado a la sombra de la pluma de los
historiadores. Las filiaciones políticas y las trayectorias de los movimientos populares
fueron más complejas.
Tal como sostiene Alan Knight, a medida que la revolución se desenvolvió, desarrolló
una lógica propia que no puede afiliarse con precisión con los orígenes sociales o las
ideologías de los grupos participantes. Esta dificultad provocó que muchos historiadores
y sociólogos relegaran el análisis de lo personal, lo inmediato y lo contingente que,
mediante esta lógica de la revolución, se impuso muchas veces sobre lo ideológico. Esto
remite a una profunda discusión en relación al lugar de la ideología. La ausencia de
ideología que muchas veces se achacó a los movimientos revolucionarios no es más que
la dificultad de los analistas para encontrarla en su forma pura. Los objetivos regionales
y concretos de muchos revolucionarios permitían la coexistencia de ideologías
aparentemente dispares. Los diferentes actores se alejaron de sus rasgos originales y
fueron arrastrados por el drama en la medida en que se intentaron implantar diferentes
soluciones políticas, en que los regímenes (nacionales o locales) iban y venían y en que
se unieron a la batalla diferentes niveles de conflicto (ideológico, regional, étnico, de
clase y clientelista). Knight recupera, en su tesis de una lógica propia, la metáfora
hidráulica de la Revolución inaugurada por Frank Tannenbaum, que vio a la Revolución
como un mar en movimiento, una serie de olas que subían y bajaban, a veces
empujándose hacia delante, otras, consumiéndose hasta la calma.13
La lógica de la
Revolución sugiere justamente este complejo global constituido por la crisis, los
eventos, opciones y oportunidades que fueron confrontándose a través del proceso
revolucionario inaugurado en 1910 y hasta 1920.
Sólo si reconocemos esta lógica propia podemos ubicar en su lugar y en su significación
la importancia de los eventos individuales sin caer en el agujero sin fin del revisionismo
13 Según esta concepción la Revolución mexicana se compara a una serie de olas cuyos inicios fueron
independientes y sus objetivos también. A veces se fusionaron o se separaron y, de cuando en cuando,
cambiaron de dirección, interactuando constantemente con otras, desapareciendo y reapareciendo. En
Tannenbaum, Frank. “The Mexican Agrarian Revolution”. Nueva York, The Mac-Millan Company,
1929.
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de los años ´70. Estas interpretaciones –principalmente el trabajo de Jean Meyer –
sostiene que la revolución fue, no tanto un movimiento autónomo, agrario y popular,
cuanto una serie de episodios caóticos en el que las fuerzas revolucionarias fueron
instrumentos manipulados por caciques, líderes burgueses en ascenso o pequeño
burgueses. Tener en cuenta los eventos individuales, que explican la lógica, sin perder el
eje de las explicaciones generales como base para explicar el oportunismo es el
principal aporte de la investigación de Knight.
La revolución mexicana, popular y agraria, atravesada por conflictos e intereses locales
y nacionales es analizada por el autor como una doble Revolución. Esto es parte de su
búsqueda de modelos de revuelta y del reconocimiento de que la revolución fue
localista, variada y amorfa, pero no careció de patrones regulares. El despojo agrario, la
creciente apropiación de tierras de los pueblos por parte de haciendas y ranchos –tema
complejo y cambiante de acuerdo a la región – y la centralización permiten analizar las
revueltas agraristas y serranas tratando de caracterizar esta doble revolución.
Este concepto original viene a discutir con quienes sostienen el excepcionalismo de la
revuelta agraria, reservada al movimiento zapatista, relegando a las muchas otras
revueltas con características locales –como la de los cedillo en San Luis Potosí – a la
inexistencia o a simples bandas saqueadoras. La clave de la revolución social reside en
el campo –mientras el maderismo fue predominantemente urbano, la revolución fue
rural – y las reformas en torno a la tenencia de la tierra fueron las motivaciones
principales para millones de combatientes. No obstante, si bien las rebeliones
provocadas por los conflictos agrarios fueron fundamentales en la revolución popular de
1910-1920, hubo otras formas de rebelión en las que las motivaciones eran más amplias
que el problema agrario. En las rebeliones serranas –no exclusivas de las tierras altas –
la expropiación agraria fue sólo una parte del asalto general a la independencia local. La
principal causa del descontento fue la imposición de nuevos caciques que
monopolizaron recursos de la comunidad.
Los movimientos agrarios no fueron exclusivos de la Meseta Central y se repitieron en
muchas regiones de México. La acción de Zapata en Morelos, los Cedillo en San Luis
Potosí y las revueltas yaquis fueron sólo las experiencias mejor conocidas. Este es un
punto clave en que Knight le discute a John Womack. Para este último, el objetivo de
defensa de los pueblos y reforma agraria es un elemento central de la rebelión
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10
morelense que no estaba presente en el movimiento del norte. Womack sostiene en su
argumentación que en el norte de México, quienes hubieran podido reclamar por tierras
usurpadas, los indios yaquis, habían sido aniquilados o deportados. De esta forma
reserva el carácter popular y agrario para el movimiento zapatista. En la década del ´80,
Alan Knight va a discutir con esta interpretación que sólo tiene en cuenta los
movimientos más conocidos e insistirá en que la caracterización de movimientos
agrarios o serranos no tiene que ver con una adscripción geográfica.
En los movimientos agrarios el descontento provenía de la polarización social y por lo
tanto tenían un fuerte carácter clasista. Lucharon por la recuperación de tierras ejidales
caídas en manos de la hacienda a través del proceso abierto a fines del siglo XIX con el
Porfiriato.14
El programa de estos movimientos fue radical y la intransigencia y negativa
a la negociación llegó a ser un sello distintivo, aun cuando formaron parte de amplias
alianzas. Esta característica es recalcada insistentemente por John Womack cuando
analiza al zapatismo, aunque la intransigencia es presentada como una característica casi
exclusiva de Emiliano Zapata.15
Cabe destacar que la respetabilidad local de los
movimientos agrarios los hacía aparecer como aliados intransigentes y respaldaba su
legitimidad frente a las fuerzas locales que los apoyaban. Las raíces campesinas y
agrarias de estos movimientos determinaban la fuerza que en ellos tuvo la economía
moral y la profunda solidaridad comunal.
El movimiento zapatista, que analiza Womack, fue el caso paradigmático de
movimiento agrario. A pesar de su radicalidad el zapatismo fue fundamentalmente
defensivo, retrospectivo y nostálgico; una reacción conservadora en contra de los
cambios sociales y económicos que afectaban a la cultura indígena. Fue un movimiento
comunal y solidario que rehuyó a los excesos del caudillismo típicos de los
movimientos serranos. No obstante, Knight sostiene que no se puede caracterizar, ni al
zapatismo ni a los movimientos agraristas en general, a partir de una lógica de clase.
14 El rol de la Hacienda y el Rancho en su relación con los pueblos y las tierras de la comunidad es
complejo. Para un análisis del rol de los rancheros, a quienes Knight caracteriza como Dr. Jekyll and Mr.
Hyde, ver Knight, A. Op. Cit. Pag. 140-143.15 Womack analiza la negativa de Zapata frente a las alianzas políticas entre sus fuerzas y el maderismo,
el carrancismo, el villismo y el obregonismo. El rechazo a establecer este tipo de alianzas y el hecho de
replegarse sobre su estado no era una muestra de egoísmo localista. Para el autor podía significar la
pérdida de oportunidades políticas pero, al no entrar en tratos deshonrosos había salvado su honor
revolucionario. Esta actitud de Zapata era la garantía de que no se traicionarían los objetivos del
campesinado pero a la vez recortó su influencia. “En este provincialismo insistente se encontraban lafuerza y las debilidades del movimiento”. Ver. Womack, J. Op. Cit. Pag. 224.
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Los temas liberales también fueron utilizados por el zapatismo y la reforma liberal
ofreció medios para el autogobierno local.
En cambio, en los movimientos serranos (que tampoco fueron exclusivos del norte del
país), el descontento provenía más bien de la presión del estado central y los reclamos
apuntaron principalmente al autogobierno. Aquí los intereses personales predominaron
en general sobre los comunales. El agrarismo, si bien estuvo presente, se adaptó a la
estructura de la revuelta serrana. Estas rebeliones serranas no seguían programas
agrarios ni nacionales. A partir del derrocamiento de autoridades o la recuperación de
tierras, los movimientos serranos, carentes de lealtad comunal, tendieron a avanzar sin
una dirección definida. Al mismo tiempo, y por las mimas razones, a menudo reunieron
entre sus filas a numerosos bandidos –hecho que no diferencia para el autor al
componente tradicional que puede caracterizar a los campesinos rebeldes–. Por otra
parte, como sostiene Knight mediante numerosos ejemplos, la hacienda tradicional
había dejado su huella en estos movimientos y el peso de los logros personales provocó
que muchos líderes se beneficiaran con la obtención de poder y propiedades (el caso de
Villa y sus compañeros a partir de 1920 fue sólo uno de los casos). Con el tiempo el
carácter popular de estos movimientos se desvaneció, cosa que no sucedió con los
movimientos agrarios. Y al mismo tiempo, la tendencia a la promoción personal y al
oportunismo político facilitó las alianzas anómalas que desdibujaban sus objetivos. No
obstante, la disposición a la lucha en los movimientos serranos fue un elemento decisivo
en la revolución. Esto permitió que, en el proceso revolucionario, la transición de la
protesta a la guerrilla fuera menos traumático que en los movimientos agrarios, y
alcanzara mayores logros. Esto lleva a Knight a sostener que “los tiradores serranos
quizás eran incapaces de organizar y llevar a cabo una revolución popular, pero eran los
reclutas ideales para iniciarla”.16
La principal característica que distingue a ambos movimientos en esta doble revolución
sostenida por Alan Knight radica en que los movimientos serranos no cambiaron las
bases de la sociedad rural. Buscaron subvertir el orden político y no el social –aunque el
mismo Knight reconoce que la revolución no podría haber dado inicio sin la fuerza,
capacidad militar y amenaza de muchos de estos movimientos –.
16 Knight, A. Op. Cit. Pag. 154.
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La clave para comprender este período revolucionario es una vez más, la propuesta por
Frank Tannenbaum a través de su metáfora hidráulica. La naturaleza de la revolución y
de los regímenes que intentaron cerrarla (maderismo, huertismo, carrancismo, etc.) debe
caracterizarse como una revolución continua. La protesta popular mantuvo una vitalidad
continua, brotó una y otra vez cuando parecía que el ciclo revolucionario se había
cerrado, cuando los pueblos parecían agotados por la guerra civil, en comunidades que
se habían mantenido fuera del conflicto a y aliados con los sectores tal vez menos
esperados. En todo este proceso, la lógica de la revolución produjo nuevas respuestas
rebeldes. Los movimientos más organizados (Pascual Orozco en Chihuahua, Emiliano
Zapata en Morelos), estuvieron acompañados por numerosos movimientos menores,
oscuros y confusos que iban desde las protestas agrarias y serranas al bandidismo.
Descartar estas rebeliones por su carencia de significado e inutilidad es, en términos de
Knight, no comprender esta lógica de la revolución. Esta fue una experiencia colectiva
compleja en la que contribuyeron diferentes grupos y por distintos motivos, razón por la
cual el autor propone un análisis tolerante que no busque privilegiar un aspecto sobre
otro, un grupo sobre otro.
Discusiones con el revisionismo:
Uno de los principales objetivos de la investigación de Alan Knight es discutir con las
interpretaciones revisionistas de la revolución. Principalmente aquellas que la
caracterizan, no tanto como un movimiento autónomo, agrario y popular, cuanto una
serie de episodios caóticos en el que las fuerzas revolucionarias son presentados como
instrumentos manipulados por caciques, líderes burgueses en ascenso o
pequeñoburgeses. Estas interpretaciones discuten lo que en la década del ´60 estaba
claro para los historiadores –y el trabajo de John Womack da claras muestras de ello – y
atenúan u omiten la importancia del papel de la revuelta agraria autónoma en la
revolución de 1910-1920. De esta manera sepultan, en términos de Knight, el factor
agrario dentro de causas sociales –este es el caso de un historiador tan relevante como
Eric Hobsbawm, quien sostiene que la mayoría de los campesinos no estuvo
involucrada en la Revolución17
- o le dan una importancia sobredimensionada al factor
antiimperialista.18
17 Ver Knight, A. Op.Cit. Pag. 110.18 Para un análisis de la crítica de Alan Knight al carácter antiimperialista de la revolución mexicana ver
“Interpretaciones recientes de la Revolución Mexicana”, Secuencia, México, Instituto Mora, N° 13, 1989.
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Frente a estas interpretaciones el autor toma posición desde las primeras páginas al
sostener que “para estos historiadores, la revolución no es el movimiento grande y
heroico representado por Zapata y descrito por Tannenbaum, sino el sórdido recurso
individual usado por Calles que esboza Jean Meyer. En todo esto soy, sin pudor,
conservador o antirrevisionista. Es decir, creo que Tannenbaum y su generación
captaron el carácter esencial de la revolución de 1910 como movimiento popular y
agrario –precursor de la “revolución” étatiste posterior al decenio de 1920”.19
Estas interpretaciones presentan el problema del revisionismo puro (caracterización a la
que el autor vuelve recurrentemente). En su intento por desacreditar a la ortodoxia
revolucionaria de los años ´20 intentan deslegitimar, sin mucha evidencia empírica, la
revolución de 1910-1920. “Así, ubican en una década anterior a su existencia, a un
estado cínico y manipulador y a un campesinado pasivo y manipulado”.20
Una segunda crítica al revisionismo, en esta misma línea, se desprende de su
caracterización del movimiento zapatista –y los movimientos agrarios que no reconocen
más allá de este –. Esta es una crítica a la Ciencia Política y fundamentalmente a la
teoría de la modelización del concepto de Revolución, representados por los aportes de
Arnaldo Córdova, Samuel Huntington y Theda Skocpol.21
Estas interpretaciones niegan
el carácter de revolución del zapatismo porque los revolucionarios no pueden asumir
una posición local y nostálgica. Deben, por el contrario, querer obtener el control del
Estado y deben poseer una visión de futuro para instrumentar un proyecto nacional de
desarrollo.
Este es el principal problema de un análisis no histórico. La modelización del concepto
niega revoluciones allí donde el microscopio de la historia las encuentra. La
impugnación de Knight apunta a su concepto de Revolución como un cambio violento,
rápido y fundamental en los valores y mitos, en las instituciones políticas y la estructura
social. Adscribir a este concepto de revolución implica dejar de lado la continuidad,
fenómeno que en la historia se da mucho más de lo que admiten estos análisis. El hecho
de que la revolución estuviera en manos de rebeldes diversos, localizados y nostálgicos,
niega su carácter revolucionario. Para estos análisis es el resultado final el que sirve
19Knight, A. Op. Cit. Pag. 15.
20 Idem. Pag. 110.21
Se refiere a los trabajo de Córdova, A. “La ideología de la Revolución mexicana: la formación del
nuevo régimen.”, México, Ediciones Era, 1972; Huntington, S. “Political Orden in Changing Societies”,New Heaven y Londres 1971; Skocpol, T. “State and Social Revolutions: A Comparative análisis of
France, Russia and China.”, Cambridge, Cambridge University Press, 1980.
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para medir el supuesto carácter revolucionario. He aquí uno de los principales y
profundos obstáculos para entender la revolución mexicana.
Evaluar el pasado en términos de su contribución y coherencia con el futuro representa
un obstáculo para comprender cualquier proceso histórico. Pero a la hora de analizar la
revolución mexicana la torna inexplicable o simplemente irrelevante, si tenemos en
cuenta la complejidad de un proceso en el que “... en los pueblos, ciudades y grandes
campamentos mineros, el proletariado industrial mostró poca inclinación a participar en
la vanguardia revolucionaria. Sin embargo, en lo que respecta a las masas, este sector
fue el principal beneficiario de la revolución; generalmente, quienes tomaron las armas,
recibieron poca o tardía recompensa por sus esfuerzos. Aunque la revolución dependió
esencialmente del apoyo de las masas declinantes y amenazadas de los grupos
tradicionales, fue en sí un poderoso motor que sirvió para continuar la modernización y
el desarrollo: aceleró el proceso mismo al que sus precursores populares se habían
resistido. Cronos devoró a sus hijos; la revolución se tragó a sus progenitores”.22
Este planteo nos lleva a la discusión de Knight con la escuela historiográfica dominante
de la revolución mexicana. Para la escuela del consenso revolucionario, todos los
participantes contribuyeron, en alguna medida, a la síntesis final.23 Para estas
interpretaciones no hay perdedores en el proceso revolucionario. El principal problema
de este análisis es su absoluta falta de atención a los conflictos internos que, en el caso
de la Revolución mexicana, son parte intrínseca de la lógica de la revolución, en
términos de Knight.
Indudablemente, aunque el resultado del conflicto fue una síntesis, no todos los
participantes contribuyeron ni adhirieron a ella. El zapatismo dejó una huella pero no
podemos decir que alcanzaran sus objetivos. Los movimientos serranos alcanzaron un
éxito aun menor. En este sentido, la síntesis final no representó un consenso triunfal.
Entre los grupos en lucha, cuyos conflictos ignora esta escuela, hubo vencedores y
vencidos. Si coincidimos con Womack en que la revolución fue impulsada por
campesinos que se negaban a cambiar, comprenderemos que, contra lo que sostienen la
escuela del consenso y la interpretación revisionista de autores como Jean Meyer, más
22Knight. A. Op. Cit. Pag. 193
23 U representante de esta escuela es Robert Quirk, “The Mexican Revolution: The Convention of Aguascalientes”, Nueva Cork, 1960.
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que la reacción, el progreso fue la causa de la revolución. “Los maderistas, liberales,
agraristas localistas obcecados, hicieron grandes aportaciones antes de 1914, pero se les
escaparon las contribuciones permanentes, trascendentales, y al final perdieron por la
misma sencilla razón: porque, a la inversa de los triunfadores, miraron hacia atrás,
añoraron el pasado perdido, se opusieron a las corrientes y presiones principales dentro
de la sociedad mexicana, la cual tenía dinamismo propio, irreversible, sin importar
quien gobernara en el Palacio Nacional.”24
La Revolución popular, agraria y localista
triunfó para ser nacional, reformista e institucionalizada.
No obstante esto no le quita su carácter revolucionario. Como sostiene Knight,
recuperando a George Sorel, si el desarrollo de la revolución no se pareció a los sueños
de aquellos que la llevaron a cabo, es fuerza reconocer que sin esas imágenes no hubiera
habido revolución mexicana. Sin el campesinado, los indígenas, el artesanado de las
ciudades, los líderes locales atropellados por la autoridad nacional, la elite de clase
media añorando el liberalismo de sus padres, la revolución mexicana no hubiera
existido.
Conclusión
Este trabajo propuso un recorrido a través de los principales aportes de Alan Knight y
John Womack al análisis de la revolución mexicana. Se tuvieron en cuenta
principalmente los aspectos que implicaron discusiones historiográficas con otras
interpretaciones, como el carácter de la revolución, pero también los aportes que
permiten entender la revolución como un proceso guiado por su propia lógica. Los dos
trabajos están distanciados por 20 años en los que la historiografía avanzó cuantitativa y
cualitativamente. En cuanto a la cantidad de fuentes disponibles y la producción de
trabajos que tenían a la revolución mexicana, o algún aspecto de ella, como su objeto de
estudio, los años que van de 1960 a 1980 han sido indudablemente enriquecedores.
El principal interés Alan Knight y John Womack es mantener presente la idea de que las
complejas características de la revolución de 1910, no le quitan su carácter
revolucionario. El concepto de revolución que utiliza Alan Knight, y que explicita en su
trabajo a la hora de discutir con la escuela del consenso, implica reconocer que, más allá
de la síntesis final, las alianzas anómalas o la ideología que la impulse, una revolución
24 Knight, A. Op. Cit. Pag. 798.
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se define por la lucha por el poder de parte de un grupo que busca políticas en
concordancia con una visión de la sociedad.25
La existencia de esta visión o ideología
por parte de un grupo es condición necesaria para la existencia de una revolución. Sin
embargo, el origen de estas visiones (pasadas, presentes o futuras), su contenido
(reaccionario, conservador o radical) y sus oportunidades prácticas de instrumentación,
si bien son de obvia importancia histórica, no son decisivas en relación a su definición
como revolución. La revolución mexicana es el mejor ejemplo de cómo las visiones
nostálgicas pueden desafiar el statu quo y alimentar un proceso revolucionario. No
obstante, para que cualquier visión o ideología sea un aporte revolucionario debe ser, en
términos de Knight, lo suficientemente poderosa como para garantizar un elevado grado
de genuina movilización popular.
El hecho de que “la gigantesca montaña revolucionaria de 1910 procreara al ratoncito
político de 1920”, no le quita su carácter revolucionario.26
Por el contrario nos muestra
que, puestos a hacer historia, un marco teórico duro nos deja sin explicaciones a menos
que aceptemos un modelo de lo que una revolución debería ser . Las revoluciones no
necesariamente transforman los modos de producción, pero reducirlas al análisis de
facciones, clases o individuos como vehículos de un proceso dialéctico es renunciar al
poder explicativo de la historia.
Knight reconoce que, aunque la clase desempeñó un papel en la revolución, también
actuaron otros factores: la cultura, la educación, la religión, el lugar de origen, la
historia revolucionaria. Pero al mismo tiempo advierte los peligros de “salir de la sartén
marxista para caer en las brasas de la teoría de la modernización”.27
La propuesta más enriquecedora de Knight consiste en rechazar la utilización de
modelos teleológicos y eurocéntricos y proponer sin ambigüedades un eclecticismo
teórico para analizar problemas históricos. La tarea del historiador no debería ser validar
o refutar un cuerpo teórico sino comprender y explicar. La revolución mexicana existió,
tuvo una altísima participación popular y de masas, fue agraria, estuvo acompañada por
una ideología nostálgica, por la conciencia de la necesidad de la reforma agraria, por la
aversión a la autoridad del estado y a la arbitrariedad de funcionarios que atropellaban
derechos tradicionales. Implicó alianzas que harían retroceder a quien pretenda
25 Knight retoma en este punto el aporte de Lowrence Stone.26 Idem. Pag. 1066.27 Idem. Pag. 796.
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analizarla mediante una lógica clasista, pero eso no significa que las alianzas carecieran
de una lógica. La revolución tuvo su propia lógica y este es el principal aporte del
trabajo de Knight. La casualidad y el interés personal no explican una revolución.
El hecho de que la revolución devorara a sus padres tampoco le quita el carácter
revolucionario. La consolidación del estado nacional y la expansión de relaciones
sociales capitalistas no niegan el hecho de que “… los cambios que se produjeron en la
sociedad civil desde 1910 fueron profundos y dignos de la etiqueta de revolucionarios.
No porque las nuevas elites revolucionarias siempre los propiciaran (muchas veces no lo
hicieron). La reforma agraria oficial –el ejemplo clave– avanzó lentamente, a veces a
regañadientes. Por eso algunos historiadores sugieren que los años ´20 fueron
básicamente neoporfirianos en términos de la continuación no sólo del desarrollo
capitalista sino también de la hegemonía de la hacienda (quizás hay una contradicción
aquí). En mi opinión, el desarrollo capitalista fue profundamente afectado por el cambio
agrario, un cambio que a menudo no resultó de la política oficial, sino de la presión
popular y local: primero con la revolución armada, después con el largo y penoso
proceso de la lucha agrarista. Este no fue un proceso iniciado y siempre controlado por
el Estado; tampoco fue un proceso superficial. Mucho antes de que Cárdenas acelerara
la distribución de tierras, la hacienda estuvo sujeta a una presión dura, a veces
debilitante, y la clase terrateniente fue perdiendo la hegemonía política y social que
había disfrutado durante el Porfiriato”.28
La historia gana en claridad y poder explicativo con aportes como este. Más allá del
profundo análisis del proceso revolucionario, “La Revolución Mexicana” de Alan
Knight es una propuesta para una buena historia.
28 Knight, A. “Interpretaciones recientes de la Revolución Mexicana”, Op. Cit. Pag. 38.
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Bibliografía:
-Bloch, Marc. “Introducción a la Historia”, Fondo de Cultura Económica, México,
2000.
-Knight, Alan. “Interpretaciones recientes de la Revolución Mexicana”, en Secuencia,
Número 13, 1989
- ……….. “La Revolución Mexicana.” Vol. I y II. México, Grijalbo, 1986
- ……….. “The Peculiarities of Mexican History: Mexico Compared to Latin America,
1821-1992.”, en Journal of Latin American Studies. Cambridge University Press. V.24,
1992,
-Womack, John. “Zapata y la Revolución Mexicana”, México, SXXI, 1969