agustín de iturbide, mitos y verdades

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1 Agustín de Iturbide, ¿Héroe, consumador o traidor? Agustín de Iturbide 1 , mitos y verdades ¿Autor o consumador de la independencia? ¿Héroe? ¿Traidor? ¿Víctima? Emilio Lamadrid “Bonaparte en Europa e Iturbide en América, son los dos hombres más prodigiosos, cada uno en su género, que presenta la historia moderna”. Simón Bolívar. 2 Agustín de Iturbide y Aramburu, militar realista, o sea, del ejército del rey de España en 1821, emitió el Plan de Iguala. En un cuadernillo impreso en 1821 en la oficina de D. José María Betancourt, Calle de San José el Real Núm. 2, intitulado “Acta celebrada en Iguala. El primero de marzo y Juramento que al día siguiente prestó el Sr. Iturbide con la oficialidad y tropa de su mando” 3 se encuentra el siguiente texto (se ha modernizado la ortografía, dejando la puntuación original): El autor del cuadernillo, sólo firma como MM, escribe una introducción en la que asegura: Por el convencimiento de esta razón me he resuelto, amados conciudadanos, a imprimir la acta celebrada en el pueblo de Iguala, el primero del próximo pasado marzo, y juramento que al día siguiente prestó el Sr. Iturbide con la oficialidad y tropa que se halló presente, cuya copia por una casualidad llegó a mis manos y es a la letra como sigue Y a continuación transcribe el documento: 1 Este apellido suele hacerse esdrújulo indebidamente y, así se encuentra escrito en libros y periódicos. Es voz vascuence compuesta de iturri, fuerte, y bid. camino, como OIavide, camino de la herrería, y otros del mismo tenor. (Longinos Cadena) 2 Carta de Simón Bolívar a José De La Riva Agüero, Lima, 4 de setiembre de 1823. 3 La versión electrónica del “Acta celebrada en Iguala…” se puede ver, e incluso conservar, en http://digitalcollections.smu.edu/all/cul/, de la Southern Methodist University, Central University Libraries, DeGolyer Library, (consultada el día 9 de enero de 2011)

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Agustín de Iturbide, ¿Héroe, consumador o traidor?

Agustín de Iturbide1, mitos y verdades

¿Autor o consumador de la independencia? ¿Héroe? ¿Trai-dor? ¿Víctima?Emilio Lamadrid

“Bonaparte en Europa e Iturbide en América, son los dos hombres más prodi-giosos, cada uno en su género, que presenta la historia moderna”.

Simón Bolívar.2

Agustín de Iturbide y Aramburu, militar realista, o sea, del ejército del rey de España en 1821, emitió el Plan de Iguala.

En un cuadernillo impreso en 1821 en la oficina de D. José María Betancourt, Ca-lle de San José el Real Núm. 2, intitulado “Acta celebrada en Iguala. El primero de marzo y Juramento que al día siguiente prestó el Sr. Iturbide con la oficialidad y tropa de su mando”3 se encuentra el siguiente texto (se ha modernizado la ortografía, de-jando la puntuación original):

El autor del cuadernillo, sólo firma como MM, escribe una introducción en la que asegura:

Por el convencimiento de esta razón me he resuelto, amados conciudadanos, a imprimir la acta celebrada en el pueblo de Iguala, el primero del próximo pasado marzo, y juramento que al día siguiente prestó el Sr. Iturbide con la oficialidad y tropa que se halló presente, cuya copia por una casualidad llegó a mis manos y es a la letra como sigue

Y a continuación transcribe el documento:

En el pueblo de Iguala a primero de marzo de mil ochocientos veinte y uno, se unieron en la casa habitación del Sr. Comandante general coronel D. Agustín de Iturbide los Señores jefes de los cuerpos de la guarnición los comandantes particulares de los puntos militares de toda la demarcación y demás señores oficiales. Colocados en sus asientos con el mejor orden y arreglo, el Sr. coman-

1 Este apellido suele hacerse esdrújulo indebidamente y, así se encuentra escrito en libros y periódicos. Es voz vascuence compuesta de iturri, fuerte, y bid. camino, como OIavide, camino de la herrería, y otros del mismo tenor. (Longinos Cadena)

2 Carta de Simón Bolívar a José De La Riva Agüero, Lima, 4 de setiembre de 1823.3 La versión electrónica del “Acta celebrada en Iguala…” se puede ver, e incluso conservar, en

http://digitalcollections.smu.edu/all/cul/, de la Southern Methodist University, Central University Libraries, DeGolyer Library, (consultada el día 9 de enero de 2011)

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dante general tomando la voz indicó, que la independencia de la América, la veía como necesaria, así porque se persuadía ser esta la opinión general, como por que se anunciaba un pronto rompimiento, que sin duda nos anegaría en sangre, confusión y desastres acaso más crueles que los últimos experimenta-dos desde el año de ochocientos diez a la fecha, que un plan que arreglase la común opinión con contento de todos, era el único remedio: que había tomado todas las medidas necesarias para ello, y no obstante que al militar le es muy glorioso el vencer, era mucha más gloria a las tropas restauradoras de la liber-tad, conseguida sin que se derrame una sola gota de sangre.

Concluida esta indicación se leyó en voz alta clara y comprensible por el ca-pitán de Tres villas D. José María de la Portilla el plan, oficio y lista nominal de los señores vocales para la junta preparatoria, remitida al Excmo. Sr. Conde del Venadito; Volvió a tomar la voz el Sr. Comandante general y dijo, creía firme-mente de la bondad así del Sr. Conde del Venadito como de los sabios que se hallan a su lado y lo dirigen accederían a tan justa pretensión; pero de no, que era indispensable sostenerla a toda costa. El entusiasmo de los Señores oficia-les interrumpió el silencio y entre vivas y aclamaciones prometieron sostenerlo hasta derramar la última gota de sangre.

El Sr. Iturbide impuso silencio con la moderación que le es característica y añadió que su edad provecta y despreocupación, le dictaban servir a las orde-nes del que eligieran por general de los mismos jefes de mayor graduación, que pudiera haber y manifestaría en caso necesario, que puramente el amor a su Patria y conservar la religión que profesó desde el Bautismo le habían obligado a emprender una obra que creía superior a sus alcances, y no el aspirar a as-censos, mandos ni otra especulación personal. Aquí se pararon los Señores oficiales y tomándose la palabra unos a otros le daban la enhorabuena, y le de-cían que persuadidos de su integridad y resolución, tenían jactancia solamente en servir a sus ordenes: que cuantas penalidades habían sufrido en la carrera, y especialmente en este país sin recursos, se daban por contentos, por tener la gloria de ser los verdaderos conquistadores de la libertad de la América del sep-tentrión; que se sirviese tomar la investidura de teniente general y recibir el tra-tamiento de Excelencia. Rehusó con palabras bastante enérgicas el tratamiento y nombre de general, no obstante ser la voluntad única y decidida de todos los señores oficiales, declarando que el ejército de le denominase el de las tres ga-rantías por defender religión, independencia y unión. Concluyó este solemne acto con las mayores aclamaciones a la religión, al digno general D. Agustín de Iturbide y a cada uno de los Señores vocales de la junta preparatoria.

A continuación da los pormenores del que marca como Día dos:

… se juntaron a las nueve de la mañana en la casa del primer jefe (único título que ha admitido) los Señores jefes y oficiales del ejército de las tres garantías; en la sala se hallaba puesto en la mesa un Santo Cristo y el libro de los Santos Evangelios: colocados en pie los Señores oficiales, leyó el padre capellán del ejército D. Fernando Cárdenas el del día, el Sr. Jefe se acercó a la mesa y po-

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niendo la mano izquierda sobre el Santo Evangelio y la derecha en el puño de su espada le fue tomado el juramento por dicho eclesiástico…

Siguiendo en el mismo tono, informa de los juramentos del “teniente coronel D. Rafael Ramiro del Regimiento de Tres villas, como jefe más antiguo” y así consecuti-vamente de todos los “Señores oficiales”, para pasar todos “a la Iglesia Parroquial de este pueblo” (Iguala).

Acabado el acto religioso, y de regreso a la casa del Sr. Jefe, frente a la cual desfi-ló la tropa y se sirvió “un decente refresco”

Después de relatar los incidentes de la fiesta, la música, y el juramento de las tro-pas, el Sr. MM dice, dirigiéndose a un “jefe que nos gobierna”:

Que es un principio de eterna verdad que el superior que no cuenta con la opi-nión pública es imposible pueda hacer feliz y acertado su gobierno. En esta in-teligencia V. E. más que ninguno debe coger el fruto de este papel. Si depone toda preocupación y examina atentamente el común sentir, él será sin duda el termómetro por donde con facilidad vea el deseo general y hasta qué grado lle-ga la adhesión al sistema que debe forzosamente hacernos felices, daré la ra-zón; unos suponen temerariamente que V. E. está de acuerdo con el Sr. De Iturbide para plantear la independencia bajo el sistema antiguo y con las mis-mas leyes de la arbitrariedad: otros creen (y lo confirma un oficio de Acapulco) que el Sr. Iturbide se ha valido para alucinar a la tropa y pueblos de que proce-de con ordenes de V. E. más luego que vean las formalidades practicadas en Iguala, se convencerán de que de que ni V. E. ha estado de acuerdo, ni el Sr Iturbide se ha valido de las viles armas del engaño, sino que los que han esta-do, y están hoy a su lado han entrado con pleno conocimiento de sus miras y planes; con este desengaño se cimentará la opinión pública y V. E. se aprove-chará de ella para arreglar sus disposiciones.

Hasta aquí el contenido de dicho cuadernillo.

El Plan de Iguala origen de la Independencia, fue creado por IturbideEl Plan de Iguala, es el origen, causa y motivo eficiente de la Independencia de Méxi-co. Recurramos al historiador que más ha estudiado la época del Imperio mexicano, el inglés Timothy E. Anna, que en su libro The Mexican Empire of Iturbide, explica, a vuelo de pájaro, lo que es para él el plan.

“La fuerza fundamental del Plan de Iguala, el primero de los muchos que jalona-rán la historia de México, fue que hizo posible el consenso. Fue el primero y necesarísimo paso –que había eludido a los insurgentes desde 1810– para la separación política de España. El Plan de Iguala trató la separación como un hecho consumado, cuando en realidad el plan no era más que una propuesta alrededor de la cual Iturbide, esperaba que todo el país se uniera.

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“Tiene un aire de autoridad que llevaría, por lo menos a Iturbide, a creer que era ley fundamental, aceptada sin objeciones por todo el país, especialmente después de haber sido respaldado en los Tratados de Córdoba. Iturbide con fe ciega se adhirió a lo que el interpretaba como sus puntos básicos: la creación de una monarquía constitucional moderada, la protección de la Iglesia y la pro-tección de los españoles que se quedaran en un México independiente”.4

El plan enumera hasta 23 las garantías que englobaban los tres estamentos, pue-blo, clero y ejército, para concluir con las siguientes palabras:

Americanos:

He aquí el establecimiento y la creación de un nuevo imperio. He aquí lo que ha jurado el Ejército de las Tres Garantías, cuya voz lleva el que tiene el honor de dirigírosla. He aquí el objeto para cuya cooperación os incita. No os pide otra cosa que la que vosotros mismos debéis pedir y apetecer; unión, fraternidad, orden, quietud interior, vigilancia y horror a cualquier movimiento turbulento. Estos guerreros no quieren otra cosa que la felicidad común. Uníos con su valor para llevar adelante una empresa que por todos aspectos (si no es por la pe-queña parte que en ella he tenido) debo llamar heroica. No teniendo enemigos que batir, confiemos en el Dios de los ejércitos, que lo es también de la paz, que cuantos componemos este cuerpo de fuerzas combinadas, de europeos y americanos, de disidentes y realistas, seremos unos meros protectores, unos simples espectadores de la obra grandiosa que hoy he trazado, y retocarán y perfeccionarán los padres de la patria.

Asombrad a las naciones de la culta Europa, vean que la América Septentrio-nal se emancipó sin derramar una sola gota de sangre. En el transporte de vuestro jubilo decid: ¡Viva la religión santa que profesamos! ¡Viva la América Septentrional independiente, de todas las naciones del globo! ¡Viva la unión que hizo nuestra felicidad!

Agustín de Iturbide, Iguala.

La separación de España y la independencia se consideraron como sinónimos, lo que explica por qué muy pocos autores han observado que el resultado de los Trata-dos de Córdoba no era independencia sino autonomía.5

Iturbide y la consumación de la IndependenciaHace décadas los niños, al estudiar la historia de la independencia, aprendieron que su culminación era el 27 de septiembre de 1821 y que quien la culminó fue Agustín de Iturbide y Aramburu. Era común que aquellos niños se preguntasen ¿Por qué no festejamos el 27 de septiembre nuestra independencia que fue cuando los esfuerzos de Hidalgo Morelos y Guerrero y tantos otros fueron coronados, por fin, con éxito?

4 ANNA, Timothy E.; The Mexican Empire of Iturbide, Lincoln, Neb. and London: University of Nebraska Press, 1990, page. 5.

5 ANNA, Timothy E.; The Mexican empire of Iturbide, Lincoln, Neb. and London: University of Nebraska Press, 1990, page. 6.

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¿Por qué a Iturbide no se le menciona jamás en el grito de independencia que dan las autoridades el día 15 en la noche, no el 16 en la madrugada, como debía ser y como se hizo por más de 60 años?

Hoy en día se dice que Guerrero fue el consumador y no Iturbide, quien está muerto en la historia, a pesar de ser el verdadero libertador de México.

Sin lo que hizo Iturbide, nunca hubieran tenido valor alguno lo hecho por Hidalgo, Allende, Aldama, Morelos y aún Guerrero.

Ahora, la pregunta importante ¿Por qué el gobierno mexicano festeja y celebra magníficamente el 15 y el 16 de Septiembre y no el 27?

La respuesta es muy sencilla: el Plan de Iguala estaba constituido alrededor de la unión, de criollos y españoles, que daría al pueblo mexicano la religión católica, Ade-más, Iturbide fue elegido Emperador por aclamación, por buena parte del pueblo –primero de la capital del país y después de todas las provincias– debido a su gran carisma. Eso no agradó a muchos de los adversarios ideológicos de la monarquía que, muy poco tiempo antes, se desvivían por postrarse ante él.

Sería ocioso enumerarlos, pero, nos enfocaremos en uno solo, un personaje inte-resante y poco conocido, don Vicente Rocafuerte6, ecuatoriano, que se afilió al parti-do enemigo del Imperio apenas coronado Iturbide. Las logias escocesas comisiona-ron a Rocafuerte para que fuese a los Estados Unidos a lograr que no se reconocie-se a Iturbide, cuya inminente caída el ecuatoriano auguró y preparó.

El festejo a las 11 de la noche del día 15, es un remanente del porfiriato, cuando algún cortesano lambiscón decidió –con la autorización de Don Porfirio, sin duda– empatar el festejo por el cumpleaños del héroe del 2 de abril a la ceremonia del grito.

A Iturbide se le ha negado, sobre todo tras el encono de la intervención francesa y del segundo imperio, pues Maximiliano –que no podía tener hijos–adoptó al nieto, Agustín Iturbide y Green, como príncipe heredero.

A diferencia de otros libertadores de América como Bolívar, San Martín y Washin-gton, la inquina en su contra en vida, se ha extremado hasta el grado de negarle el sitio que merece en el calendario cívico y el título de padre de la nación y libertador de México.

6 Nacido en Guayaquil Vicente Rocafuerte fue elegido diputado por su provincia natal a las Cor-tes de España en 1812. En las Cortes se vincula al partido reformista, donde se hizo amigo de los diputados mexicanos conocidos por la audacia de sus ideas. Después de breve permanen-cia en la Habana y en Estados Unidos, pasa a México, para propagar la idea de emancipación. Este país le acoge como hijo adoptivo y le honra con importantes comisiones. A partir de 1822 se documenta su participación en la lucha contra el general Iturbide en México, y luego como diplomático de este país ante Estados Unidos, Dinamarca y Hannover, pero sobre todo ante Londres. En 1829 regresó nuevamente a México, pero se negó a colaborar con el presidente Bustamante, porque había derrocado a Guerrero. Se le negó pasaporte para viajar a Guayaquil. Escribió un Ensayo sobre la tolerancia religiosa, por el cual fue apresado y sometido a juicio. Otra obra, El Fénix de la libertad, le mereció de nuevo mes y medio de arresto. Finalmente pudo dejar México y llegar a Colombia. Allí sostuvo una agria entrevista con Bolívar a quien calificó de "usurpador".

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Iturbide constructor de la patria mexicanaA través de los años, Agustín de Iturbide, ha sido condenado al ostracismo por el gobierno mexicano que no ha dejado conocer su verdadera historia al país. Se omite decir que fue él quien construyó la nación mexicana independiente como tal, que fue él quien dio los colores a la bandera, La enseña patria fue el único triunfo que Iturbi-de le arrebató a la historia oficial. Nadie, ni sus enemigos ni sus detractores, pudieron quitarle tal honor.

Gracias a él que ahora este país es reconocido con el nombre de México, y no con el nombre copiado de Estados Unidos Mexicanos; pero como siempre pasa, a la so-ciedad se le cambia la información y, desde pequeños a los mexicanos se les ha di-cho que Iturbide fue un traidor.

Sería hora de reconciliarnos con nuestra historia y conocer la verdad, no sólo acerca de este personaje si no de todos aquellos que han sido convertidos en villa-nos.

Es indudable que Iturbide, al igual que Santa Anna y Porfirio Díaz, contribuyeron de una u otra forma a la creación del México actual; sin lugar a dudas, ellos lucharon por formar un México mejor e incluso arriesgaron sus vidas, cosa que no ha hecho ninguno de los políticos del pasado inmediato ni los actuales.

Agustín de Iturbide fue un hombre que supo aprovechar las oportunidades que vio frente a él, fue el militar que dio una bandera a los mexicanos, hecha a partir de la unión, la religión y la independencia, el caudillo que consumó la Independencia. Fue parte esencial para lograrla. Hidalgo mismo le pidió unirse a la causa independentis-ta, pero él no aceptó, porque sabía que era una lucha sin un ideal político específico.

Dice Iturbide en su Manifiesto:

En el año de 10, era yo un simple subalterno: hizo su explosión la revolución proyectada por D. Miguel Hidalgo, cura de Dolores quien me ofreció la faja de teniente general. La propuesta era seductora, para un joven sin experiencia y en la edad de ambicionar; la desprecié sin embargo porque me persuadí á que los planes del cura estaban mal concebidos; ni podían producir más que desor-den, sangre y destrucción, y sin que el objeto que se proponía llegara jamás á verificarse. El tiempo demostró la certeza de mis predicciones. Hidalgo y los que le sucedieron, siguiendo su ejemplo, desolaron el país, destruyeron las for-tunas, radicaron el odio entre europeos y americanos, sacrificaron millares de víctimas, obstruyeron las fuentes de las riquezas, desorganizaron el ejército, aniquilaron la industria, hicieron de peor condición la suerte do los americanos, excitando la vigilancia de los españoles, á vista del peligro que les amenazaba, corrompieron las costumbres; y lejos de conseguir la independencia, aumenta-ron los obstáculos que á ella se oponían.

D. Antonio Lavarrieta, en un informe que dirigió contra mí al virrey, dice: que yo habría tenido uno de los primeros lugares en aquella revolución, si hubiera

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querido tomar parte en ella. Bien sabía Lavarrieta las propuestas que se me hicieron. 7

Veamos una opinión al respecto:

¿Podía D. Agustín Iturbide aceptar los procedimientos de revolución elegidos por el cura Hidalgo? No indudablemente, por la misma razón que no los acepta-ban Allende, Aldama y Abasolo; la diferencia radica en que los liberales, sobre todo los jacobinos, consideran su héroe a Allende y no a Iturbide, siendo así que ambos son muy semejantes: los dos jóvenes, robustos, ágiles, impetuosos, valientes, parranderos y sobre todo militares de su época, estrechamente aristó-cratas por donde no podía pasar el más delgado hilo democrático; ambos de mediana inteligencia, de gran carácter, y escandalosamente ignorantes de todo lo que no fuera militar, dentro de su ciencia de subalternos…8

Miguel Hidalgo se levantó en armas sin tener un plan de lo que iba a hacer des-pués de consumarla, ni cuáles eran los objetivos que quería alcanzar aparte de la independencia. Por eso Iturbide no se unió al grupo; vio desde un principio que era una lucha perdida.

Iturbide consumó la independencia sin derramar sangre y presentó un resultado perfecto: Independencia sin destrucción del Estado.

Para lograrlo, supo negociar de manera correcta con los insurgentes y con la coro-na. Tanto realistas como Insurgentes lo aceptaron como líder para la independencia sin poner resistencia.

Por ejemplo, aquí la última carta a Vicente Guerrero antes de Acatempan:

Ultima carta de Agustín de Iturbide previa al encuentro en Teloloapan.

Amigo querido:

Aunque estoy seguro de que Vd. no dudará un momento de la firmeza de mi palabra, porque nunca di motivo para ello, pero el portador de ésta D. Antonio Mier y Villagómez la garantizará á satisfacción de Vd., por si hubiese quien in-tente infundirle la menor desconfianza.

Al haber recibido antes la citada de Vd., y á haber estado en comunicación, se habría evitado el sensibilísimo encuentro que Vd. tuvo con el teniente coro-nel D. Francisco Antonio Berdejo el 27 de diciembre, porque la pérdida de una y otra parte lo ha sido como Vd. escribe á otro intento á dicho jefe, pérdida para nuestro país. Dios permita que haya sido la última.

Si Vd. ha recibido otra carta que con fecha de 16 le dirigí desde Cunacanote-pec, acompañándole otra de un americano de México cuyo testimonio no debe serle sospechoso9, no debe dudar que ninguno en la Nueva España es más

7 MANIFIESTO del General D. Agustín de Iturbide Libertador de México, Edición de la Voz de México Imprenta a cargo de M. Rosselló. 1871., pág. 3 y siguientes.

8 BULNES, Francisco; La guerra de independencia Hidalgo-Iturbide, Talleres Lino tipográficos de “El Diario”, 1910, pág. 311.

9 El licenciado D. Carlos Maria de Bustamante.

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Agustín de Iturbide, ¿Héroe, consumador o traidor?

interesado en la felicidad de ella, ni la desea con más ardor, que su muy afecto amigo que ansia comprobar con obras esta verdad, y S. M.

Agustín de Iturbide. — Sr. D. Vicente Guerrero.

Iturbide fue un héroe popular, su figura fue reverenciada por propios y extraños. Inclusive para los republicanos radicales –que para 1821 eran minoría– no vieron con malos ojos el artilugio legal que significaba el Plan de Iguala. Veían como traición la posibilidad de un soberano europeo, pero el que Guerrero haya aceptado el liderazgo de Iturbide, hizo ver que la insurgencia también era capaz del pragmatismo indispen-sable para la formación de un Estado. Y de este pragmatismo nació México. Logró que Juan de O'Donojú firmara la Independencia, que España no reconoce-ría sino muchos años después.

Y en el acta de Independencia, señaló que se ofrecería la corona a Fernando VII o a alguno de su familia, y si no, que aquella recaería en algún mexicano. Ciertamente Agustín de Iturbide buscó el poder y la Independencia como propósito final. ¿Es por eso un villano? Iturbide navegó de héroe a emperador. Fue emperador no al traicio-nar su heroísmo, sino al ejercerlo.

Cómo fue que Iturbide se convirtió en Agustín IEn septiembre de 1821, Iturbide era Presidente de la Regencia, pero el trono seguía vacío y el Plan de Iguala estipulaba un gobierno de monarquía moderada por una Constitución. La noche del 18 de mayo de 1822, el pueblo, por aclamación, exigió que Iturbide fuera emperador. La muchedumbre llegó hasta su casa, hoy conocida como Palacio de Iturbide. Al día siguiente, 19 de mayo, se reunió el Congreso; Iturbi-de manifestó que se sujetaría a lo que decidieran los diputados, representantes del pueblo, mientras la gente aclamaba.

Ante el rechazo de Fernando VII para reconocer la independencia de México, jun-to a la prohibición a sus parientes para aceptar la corona que se le ofrecía, el pueblo propuso que Iturbide fuera coronado.

Una manifestación cívico-militar fuera de su casa sorprendió a Iturbide con los gri-tos de "¡Viva Agustín Primero!". Tuvo que salir al balcón para pedir calma a sus se-guidores. No estuvo seguro de aceptar la corona hasta que sus amigos y colaborado-res cercanos lo convencieron de ceder a las demandas del pueblo.

Días después, Iturbide le confiaría sus pensamientos en una carta a Bolívar, a quien consideraba el único hombre de América que podía comprenderlo:

"Carezco de la fuerza necesaria para empuñar un cetro; lo repugné, y cedí al fin por evitar males a mi patria, próxima a sucumbir de nuevo, si no a la antigua esclavitud, sí a los males de la anarquía".10

10 “Por la naturaleza de las localidades, riquezas, población y carácter de los mexicanos, imagino que intentarán al principio establecer una república representativa, en la cual tenga grandes atribuciones el poder Ejecutivo, concentrándolo en un individuo que, si desempeña sus funcio-nes con acierto y justicia, casi naturalmente vendrá a conservar una autoridad vitalicia. Si su incapacidad o violenta administración excita una conmoción popular que triunfe, ese mismo

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Ante una multitud exaltada, el Congreso no tenía elementos para su control; se dieron dos alternativas: consultar a las provincias o proclamarlo inmediatamente. Itur-bide insistió en la primera opción.

Ante la aclamación del pueblo, el congreso se reunió a deliberar, los diputados votaron en secreto y el resultado fue que sesenta y siete votaron a favor de hacerlo inmediatamente, mientras quince propusieron consultar a las provincias, por lo que, por mayoría, se proclamó a Iturbide emperador constitucional de México. Dos días después la decisión sería ratificada, esta vez, por unanimidad.

Iturbide explica su insistencia en consultar a las provincias:

La cuestión de mi nombramiento se discutió inmediatamente, y ni un solo dipu-tado se opuso a mi elevación al trono. La excitación que manifestó un corto nú-mero, provino de que no creían bastante amplios sus poderes para resolver esta cuestión, les parecía que era necesario consultar a las provincias, y pedir-las una adición a los poderes que habían acordado a sus diputados, u otros nuevos aplicables a aquel solo caso.

Yo apoyé esta opinión, porque me ofrecía una ocasión de buscar un modo evasivo para no aceptar una dignidad que yo renunciaba de todo mi corazón.

Pero la mayoría expresó una opinión contraria, y fui elegido por sesenta vo-tos contra quince. Los miembros de la minoría no me rehusaron sus sufragios; se limitaron simplemente a expresar su opinión de que se consultase a las pro-vincias, porque no se creían con poderes amplios. Me declararon al mismo tiempo que sus comitentes estarían de acuerdo con la mayoría, y pensarían que lo que se había hecho era bajo todos aspectos ventajoso al bien público. Jamás vio México un día señalado por una satisfacción más completa; y todas las cla-ses de sus habitantes la manifestaron del modo menos equívoco. Volví a mi casa lo mismo que había ido al congreso; mi coche era llevado por el pueblo, y una multitud de ciudadanos a mi rededor me felicitaban y daban testimonios de la alegría que experimentaban al ver cumplidos sus votos.

La noticia de estos acontecimientos se trasmitió a las provincias por correos extraordinarios, y las respuestas que llegaron sucesivamente, no sólo expresa-ban, sin excepción de una sola ciudad, la aprobación de lo que se había hecho, sino aun añadían que aquello era puntualmente lo que deseaban, y que hubie-ran expresado sus votos mucho tiempo antes, si no se hubiesen considerado como impedidos de hacerlo por el plan de Iguala y tratado de Córdoba que ha-bían jurado. Recibí también las felicitaciones de un hombre que mandaba un regimiento y ejercía un grande influjo sobre una porción considerable del país. Me decía que su satisfacción era tan grande, que no podía disimularla; pero que

poder ejecutivo quizás se difundirá en una asamblea. Si el partido preponderante es militar o aristocrático, exigirá probablemente una monarquía que al principio será limitada y constitucio-nal, y después inevitablemente declinará en absoluta; pues debemos convenir en que nada hay más difícil en el orden político que la conservación de una monarquía mixta; y también es preci-so convenir en que sólo un pueblo tan patriota como el inglés es capaz de contener la autoridad de un rey, y de sostener el espíritu de libertad bajo un cetro y una corona”. Carta de Jamaica, Simón Bolívar, Kingston, 6 de septiembre de 1815

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Agustín de Iturbide, ¿Héroe, consumador o traidor?

había tomado disposiciones para proclamarme en caso de que no se hubiese verificado en México. [Esto hace alusión a D. Antonio López de Santa-Anna.]11

Se ha dicho también que no hubo libertad en el congreso para mi elección, alegándose que asistí á ella. Ya se ha visto que lo hice porque el mismo con-greso me llamó: que las galerías no dejaban hablar á los diputados, no es tan cierto: que cada uno expuso su parecer, sin más que algunas interrupciones: esto sucede siempre que se discute una materia importante, sin que por ello los decretos así discutidos, dejen de ser tan legítimos como los que resultan de una sesión secreta: que me acompañaron algunos jefes: el destino que yo entonces obtenía, el objeto para que había sido llamado, exigía trajese á mi lado quien comunicara mis órdenes, en casos necesarios.

Por deseo popular y decisión legítima del Congreso, Iturbide fue proclamado em-perador.

Lo anterior desmiente a quienes alegan que la elección de Iturbide como empera-dor no contaba con el voto popular. Lucas Alamán manifiesta que todas las provin-cias del imperio aceptaron con grandes muestras de júbilo su elevación al trono; y el liberal Lorenzo de Zavala reconoce que la inmensa mayoría de la nación estaba a favor del Imperio12. Francisco Bulnes, historiador republicano y liberal, lo confirma en pleno siglo XX:

En 1910 he visto sostener unánimemente por todos los escritores jacobinos, que para que haya democracia basta que el gobernante emane de la voluntad de la mayoría del pueblo. Conforme a esta doctrina (...), debe asegurarse que Iturbide con su imperio fundó la democracia mexicana de la manera más correc-ta y completa.

La coronación se llevó a cabo el 21 de julio de 1822 en la Catedral Metropolitana, él y su esposa Ana María Huarte fueron nombrados emperador y emperatriz del Im-perio mexicano. La bandera trigarante fue modificada por el mismo Iturbide, poniendo ahora las franjas verticales en el orden de verde, blanco y rojo, además del águila del Imperio coronada sobre un nopal, en representación de la leyenda Náhuatl.

Mientras tanto,

“[…] la francmasonería había tomado creces; en ella se habían alistado, á más de los ambiciosos sin destino, los empleados civiles y militares y muchos de los funcionarios públicos que á la sombra del misterio de las sociedades secretas entraban á conspirar sin más planes que los que pudiera presentar la eventuali-dad, y sin más fin que el de dirigir los negocios de la política bajo la influencia de los personajes que desde el fondo de las logias imprimían movimiento al par-tido que, como antes hemos dicho, tomó el nombre de escocés. Determinóse por éste, como se dijo en el capítulo III, fundar un periódico intitulado El Sol,

11 ZAVALA, Lorenzo de; Ensayo histórico de las revoluciones de México desde 1808 hasta 1830, FCE-Instituto Cultural Helénico, 1985.

12 “No es esto decir que la nación no hubiera nombrado en aquellas circunstancias emperador á Don Agustín de Iturbide mejor que á otro alguno. Las ideas republicanas estaban en su cuna: todos parecían contentos con una monarquía constitucional.” Ensayo histórico de las Revolucio-nes de México desde 1808 a 1830.

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aludiendo con él al nombre de una de sus principales logias, y que al fin dejó ver que su exclusivo objeto era el de hacer á Iturbide la más ruda oposición. Frente á ese periódico apareció otro, El Noticioso, que se publicaba una vez por semana y que defendía muy débilmente al gobierno.13"

Menos de un año después Iturbide abdicaría.

Manuel Payno explica las razones de Iturbide para abdicar sin oponer mayor resis-tencia:

No había trascurrido un año, cuando el emperador, que no podía saciar tantas grandes y pequeñas ambiciones; que no podía acallar las murmuraciones ni curar las fiebres de cerebros, llenos mas de orgullo y presunción que de saber, abdicó la corona, y el capitán de 1809, el coronel de 1820, el generalísimo de 1821, y el emperador de 1822, era el 19 de Abril de 1823 un preso infeliz á quien habían perseguido los españoles, engañado sus amigos, traicionado sus adictos, y olvidado sus soldados y su pueblo. La nación que él hizo libre lo arro-jaba de su seno, porque su conducta había dejado de ser justa. ¡Lección enérgi-ca para los ambiciosos! ¡Tan cierto es que la adulación cambia los mejores sen-timientos!

El pueblo, dicen los historiadores, sintió algo á su rey; pero el hecho es que por la noche se retiró á descansar tranquilo y satisfecho como el día en que lo proclamó.

En cuanto al emperador, como hizo juramento de no derramar en lo sucesivo una sola gota de sangre, se dejó insultar y arrojar de México. Muchos lo acusan de debilidad, yo creo que el no haber quebrantado su juramento y preferido su sacrificio al de sus conciudadanos, es un mérito que dio cima y lustre á la gran-de obra que comenzó al meditar el plan de Iguala.

Veamos ahora las cuestiones que se caen de su peso. ¿Subió Iturbide al trono porque así lo deseaba, ó por contentar al pueblo y á sus amigos? ¿Creyó Iturbide que efectivamente el pueblo lo proclama rey, ó que solo era obra de las maquinaciones de sus adictos? ¿Pensó Iturbide en lo poco que dura el favor del pueblo, y lo mucho que puede la envidia de los que río siendo héroes tampoco son pueblo? ¿Fue malo ó bueno su corto gobierno? Si hubiera durado en el po-der todo el tiempo de su vida, ¿cuál hubiera sido su carácter? A ninguna de es-tas cuestiones me atrevería yo á responder, y simple narrador de lo que me han contado, me limito á decir que el día 11 de Mayo de 1823, en que se embarcó Iturbide en Veracruz, no era ya ni capitán, ni coronel, ni generalísimo, ni empe-rador, sino solo un hombre desgraciado. Bajo este aspecto es digno de tanta veneración, como cuando se le considera libertador de México; porque me avanzo á creer que la desgracia debe ser más respetada que el poder y que la gloria14.

13 OLAVARRÍA Y FERRARI Enrique y RIVA PALACIO Vicente, México a través de los siglos, México Barcelona Ballescá, Espasa y Comp. Editores, Tomo IV 1880. págs. 67,

14 PAYNO, Manuel, Bosquejo biográfico de los generales Iturbide y Terán Manuel Payno, Impreso por Ignacio Cumplido, calle de los Rebeldes Núm. 2, 1843 Págs. 10 y 11.

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Iturbide, el OlvidadoIturbide no solo se olvida. Se fuerza su olvido. En el Diario de los Debates de la Cá-mara de diputados aparece la “Sesión de la Cámara de diputados celebrada el día 29 de septiembre de 1921, apenas dos días después de ser celebrado el primer siglo de la entrada México del ejército trigarante, a cuya cabeza marchaba Iturbide:

… en la que se discute la moción presentada a la H. Asamblea Legislativa por un grupo de diputados de la misma y en donde se pide sea borrado el nombre de Agustín de Iturbide del Salón de Sesiones de la H. Cámara de Diputados.

Y en la sesión del 4 de octubre:

…continúa la discusión del dictamen de la 1era. Comisión de Puntos Constitu-cionales, para que en el recinto de la Cámara de Diputados se substituya el nombre de Iturbide por el Senado Belisario Domínguez.

Finalmente, en Diario Oficial Órgano de Gobierno Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, de fecha 30 de noviembre de 1936:

…en el que se publica el decreto que dispone se inscriba con letras de oro en el recinto de la Cámara de Diputados el nombre de Belisario Domínguez.

Se acusa a Iturbide de:

…haber desvirtuado los altos fines de la revolución insurgente que anhelaba el fin de aquel oprobioso estado social en que el régimen virreinal mantenía al pueblo mexicano. Es bien sabido que Iturbide consumó la independencia de acuerdo con los absolutistas de la época, con el fin de garantizar sus tradiciona-les privilegios y que hoy, los mantenedores de las ideas conservadoras, son los únicos que se obstinan en presentarlo como nuestro libertador, porque ven en este soldado realista el símbolo de sus tendencias reaccionarias15.

A principios del siglo XX, el intelectual y político liberal Francisco Bulnes escribió:

“¿Cómo se explica el atentado contra la memoria de de Iturbide, denigrándolo y dirigiendo sobre ella la odiosidad del pueblo? La respuesta es tan bochornosa como fácil, dado el analfabetismo de nuestras masas y su organización tan científica para el servilismo demagógico. El jacobinismo dispone temporalmente de todos los lugares de la historia patria, sin que en frente puedan ponérsele los pocos escritores elevados que en México se ocupan de asuntos históricos. En-tre nosotros, y desgraciadamente, la historia es una especie de club faccioso, en cuya tribuna dominan los que hacen de la literatura un puñal, de la verdad un delito, de la lógica una ofensa a la nación, y de la justicia un vaso de embria-guez, pérfida y degradante. Mientras que el pueblo mexicano, en sus masa sin instrucción y moral pública, tenga por la demagogia el culto que debía tener por

15 OSORIO Espinosa, Federico, Inscripciones con letras de oro en la Cámara de Diputados Tomo I, Expediente parlamentario 6 Centro de Estudios de Derecho e Investigaciones Parlamentarias. Págs. 8, 167.

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la civilización, no conocerá como debe ser a sus grandes hombres, pues no son todos los que están, ni están todos los son”.

Y con una notable penetración del futuro, envía el reconocimiento de Iturbide has-ta el siglo XXII:

“Espero que para el Centenario de 2110, dentro de doscientos años, se habrá reconocido que los tres héroes prominentes de nuestra independencia, fueron Hidalgo, Morelos e Iturbide. Como los muertos no se cansan de reposar en sus tumbas, Iturbide bien puede esperar algunos cientos de años, a que el pueblo mexicano, en la plenitud de su cultura, le reconozca con moderados réditos lo que le debe.

“Mientras no se honre como debe ser a los verdaderos héroes de la indepen-dencia y se suprima de los homenajes, la figura de uno o algunos de los más grandes, habrá derecho para decir que en las solemnes fiestas del bicentenario de la Independencia quedó vacío el lugar del primero de los personajes: la Jus-ticia”…16

Don Vicente Riva Palacio, prominente liberal y nieto de don Vicente Guerrero es-cribió:

“Iturbide libertador de México, Iturbide emperador, Iturbide ídolo y adoración un día de los mexicanos, expiró en un patíbulo, y en medio del más desconsolador abandono.

“Los partidos políticos se han pretendido culpar mutuamente de su muerte. Ninguno de ellos ha querido hasta ahora reportar esa inmensa responsabilidad.

“En todo caso, y cualquiera que haya sido el partido que sacrificó á D. Agus-tín de Iturbide, yo no vacilaré en repetir que esa sangre derramada en Padilla, ha sido y es quizá una de las manchas más vergonzosas de la historia de Méxi-co.

“Guerrero é Iturbide consumaron la independencia, y ambos, con el pretexto de que atacaron á un gobierno legítimo, espiraron á manos de sus mismos con-ciudadanos.

“No seré yo quien pueda hablar de la muerte de Guerrero; pero en cuanto á la de Iturbide, exclamaré siempre que fue la prueba más tristemente célebre de ingratitud que pudo haber dado en aquella época la nación mexicana. —Iturbide reportaba, si se quiere, el peso de grandes delitos políticos, venía á conspirar á la República, bien; ¿pero no hubiera bastado con reembarcarle?

“El pueblo que pone sus manos sobre la cabeza de su libertador, es tan cul-pable como el hijo que atenta contra la vida de su padre. —Hay sobre los intere-ses políticos en las naciones, una virtud que es superior á todas las virtudes, la gratitud.

16 BULNES, Francisco, La Guerra de Independencia, Hidalgo-Iturbide, Talleres Lino tipográficos de “El Diario”, 1910,

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“El pueblo que es ingrato con sus grandes hombres, se expone á no tener por servidores, más que á los que buscan en la política un camino para enrique-cer y sofocan todas las pasiones nobles y generosas.

“Dios permita que las generaciones venideras perdonen á nuestros antepa-sados la muerte de Iturbide, ya que la historia no puede borrar de sus fastos esta sangrienta y negra página”17.

Ya en la época de Alamán se ignoraba a Iturbide, de quien Alamán aseguraba que junto a Simón Bolívar, eran los dos mejores hombres que había dado la América.

Don Lucas lo relata así, al recordar que el gobernador de Michoacán al hablar en “la función nacional de 16 de Setiembre de este año” (1852):

“…él mismo hablando en público en la ciudad que fue la cuna de Iturbide, en un discurso encomiástico de la independencia, ni aun siquiera mienta el nombre del que procuró á la nación mexicana, este inmenso beneficio. ¿Sería ignoran-cia? Parece indisculpable en el gobernador del Estado de Michoacán, y si esta estudiada omisión ha de atribuirse á otro motivo, no puedo hallarse sino en la opinión absurda que han querido establecer, los que para atribuir la indepen-dencia á los que la promovieron en 1810, pretenden persuadir que el mérito de la empresa consistió en haber dado el primer paso, aunque de una manera tal que fue el obstáculo que impidió el buen éxito de ella, y lo niegan al que con el mayor tino y felicidad ejecutó lo que aquellos intentaron y no pudieron llevar al cabo. No me habría detenido á hablar de este insignificante escrito, condenán-dolo al olvido ó al desprecio que el orador pide para mí a sus oyentes, si él no fuese el eco de un partido que quiere todavía sostener la máquina de engaños que á la luz de la verdad ha caído desbaratada, para no restablecerse jamás.

Es una vergüenza que se haya quitado su nombre del himno nacional18, y también que se hayan eliminado las letras de oro con su nombre de la Cámara de diputados, y que sus restos estén en la Catedral de México y no en la columna de la indepen-dencia, con todos los demás.

Ahí, uniendo la ofensa al insulto en su interior:

“oculto de la vista del público, entre las dos puertas, un monumento de carácter peculiar, guardián de las cenizas de los héroes. Es el monumento de Guillermo de Lampart,19 personaje bastante oscuro que, sin embargo, encuentra su lugar en la historia patriótica porfiriana. Lampart fue un irlandés del siglo XVII, que dedujo, de una extraña lectura de la Biblia, que España no tenía ningún derecho

17 RIVA PALACIO, Vicente; Payno, Manuel; Mateos, Juan A. y Rafael Martínez de la Torre El Libro Rojo, Ángel Pola, Editor, págs. 119 y 120

18 Estrofa VII (dedicada a Iturbide)

Si a la lid contra hueste enemiga / Nos convoca la trompa guerrera, / De Iturbide la sacra bandera / ¡Mexicanos! valientes seguid / Y a los fieros bridones les sirvan / Las vencidas hazañas de al-fombra; / Los laureles del triunfo den sombra / A la frente del bravo Adalid.

19 Probablemente el irlandés más famoso de México, William Lamport, mejor conocido por los mexicanos como Guillén de Lamport, precursor y autor de la primera proclamación de Indepen-dencia en el nuevo mundo. Algunos piensan que es el que inspiró el personaje de El Zorro a Johnston McCulley.

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de soberanía sobre las colonias, cosa que aprovecha para urdir un movimiento de independencia. Después de años de nomadismo, perece en 1650 quemado por la Inquisición. Este monumento parecería honrar al precursor de la Indepen-dencia, pero su emplazamiento significa también que los intelectuales y la buro-cracia del porfiriato –la mayoría liberales jacobinos– no estaban muy inclinados a reabrir hostilidades contra la Iglesia. El ubicar este tipo de monumento en un lugar tan público como el Monumento a la Independencia, habría provocado si duda, un importante conflicto político, religioso e historiográfico. Sea quien sea, Lampart se encuentra siempre ahí, en ese antro casi secreto, haciendo guardia a los héroes que precedió, y simbolizando las convicciones historiográficas de un pequeño grupo.20”

Hay la esperanza de que tiempo llegará en que los mexicanos solo vean el servi-cio que Iturbide prestó a La Patria, consumando su Independencia, y entonces apa-recerá el Libertador de un pueblo agradecido, que le perdona sus errores y extravíos, para ver en él únicamente al Libertador y al Héroe.

Sin embargo ahora, Iturbide fue nuevamente excluido en la conmemoración del mal llamado bicentenario.

Los mitos

Acatempan

El abrazo de Acatempan entre don Agustín de Iturbide y don Vicente Guerrero que se fecha el 10 de enero de 1821 nunca existió. Es un mito que ha prevalecido, inven-tado y repetido por los historiadores mexicanos. Esto lo señala don Lucas Alamán (contemporáneo de Iturbide y con quien no simpatizaba): "Casi todos los escritores cometen el error de suponer, que Iturbide tuvo una conferencia con Guerrero antes de la publicación del plan de Iguala. Esto es falso: Iturbide nunca vio a Guerrero, has-ta estar en marcha hacia el Bajío"21.

De Guerrero no se conoce evidencia histórica confiable, que afirme que hubiese, ya no digamos participado, sino tan solo haber estado siquiera presente en la procla-mación del Plan de Iguala, o en la jura de ese Plan efectuado el 2 de marzo, fecha en que nació la bandera creada por Iturbide –no como se celebra actualmente el día de la bandera, el 24 de febrero, que corresponde a la proclamación del Plan–. De haber sido cierto el mítico abrazo de Acatempan, que se supone ocurrió el 10 de enero, el insurgente Vicente Guerrero hubiese acudido a ambos eventos.

20 MONNET, Jérôme; L'urbanisme dans les Amériques: modèles de ville et modèles de société, KARTHALA Editions, 2000 – pag. 72.

21 Lucas Alamán desmiente esta versión. Según él, Iturbide no logró inspirar suficiente confianza en Guerrero, y éste envió en su lugar al teniente José Figueroa, quien estaba facultado por Guerrero para arreglar todas las condiciones. Historia de Méjico, tomo V, Imprenta de Victoriano Agüeros y Comp., Editores. Calle 2a de la Aduana Vieja núm. 14. 1885. pág. 76, nota 46.

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Lucas Alamán, reconocido como historiador objetivo por el bando liberal, revela que Iturbide y Guerrero sólo se habían comunicado por carta o por medio del repre-sentante personal del insurgente, y que se conocieron hasta el 10 de marzo de 1821 en Teloloapan como lo anuncia la carta que Guerrero envía a Iturbide y que cita Ala-mán:

"En Teloloapan se presentó Guerrero a Iturbide, como se lo había anunciado en carta escrita desde el campo del Gallo el 9 de marzo, en que le decía:

"Mañana muy temprano marcho sin falta de este punto para el de Ixcatepec, y en breve tendrá V.S. a su vista, una parte del ejército de las Tres Garantías, del que tendré el honor de ser un miembro y de presentármele con la porción de beneméritos hombres que acaudillo, como un subordinado militar. Esta será la más relevante prueba que confirme lo que le tengo ofrecido, advirtiendo que mi demora ha sido indispensable para arreglar varias cosas, como le informará el militar D. José Secundino Figueroa, que pondrá ésta en manos de V.S., y con el mismo espero su contestación"22.

Continúa Alamán:

"En efecto, Guerrero se adelantó hasta las inmediaciones de aquel punto, y de-jando a su gente acampada en una altura, entre su campo y el pueblo tuvo su primera entrevista con Iturbide"23.

Luego, Iturbide y Guerrero no se conocieron el 10 de enero de 1821 cuando no hubo tal abrazo de Acatempan, ni antes del 24 de febrero (Proclamación del Plan de Iguala) o el 2 de marzo (jura de dicho Plan y creación de la bandera) sino hasta el 10 de marzo de 1821. Nada tuvo que ver directamente Guerrero en ninguno de estos eventos como hace creer la historia oficial.

Vicente Guerrero se unió a Iturbide como "subordinado militar", como él se llamó a sí mismo.

Haciendo honor a su apellido fue un bravo guerrero insurgente pero con insuficien-te ilustración como para idear y redactar un plan. Así, sus cartas a Iturbide muy bien escritas, eran firmadas por él pero redactadas por don José Secundino, según señala Lucas Alamán.

Luego, sin quitar ningún mérito a don Vicente Guerrero, presentarlo como el crea-dor de nuestra bandera nacional, ideólogo del Plan de Iguala y realizador de la inde-pendencia de México, es un mito histórico sin ningún sustento, cuando por el contra-rio, todas las pruebas históricas demuestran de manera abrumadora y contundente que todas fueron obras exclusivas de don Agustín de Iturbide, verdadero Padre de la Patria y libertador de México.

Es falso que Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero desfilaran juntos el 27 de sep-tiembre de 1821. Al frente del ejército marchó Iturbide. En la retaguardia, al mando de la última división del contingente venía Guerrero como subordinado militar y sus tropas, no contaban con uniformes para el desfile a diferencia del resto del ejército Trigarante que iba perfectamente uniformado. Para salvar el escollo fue necesario 22 ALAMÁN, Obra citada, pág. 11923 ALAMÁN, Obra citada, pág. 50.

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utilizar, de último momento, los uniformes del Cuerpo Urbano de Comercio de la ciu-dad de México.

Ninguno de los viejos insurgentes como Guerrero o Victoria, firmó el acta de inde-pendencia que firmó en primer lugar Iturbide, el 28 de septiembre de 1821.

Que su nombramiento fue “producto de una asonada”

La elección de Iturbide dejó justamente disgustados á una minoría de los diputados, que se pronunciaron por que se suspendiese toda resolución, hasta no conocer la opinión de las provincias y comprobar que dicha opinión estaba de acuerdo con la manifestada por el pueblo y la guarnición de la capital.

No hay duda que la proposición de los que esto pidieron era la más prudente y justa –Iturbide asegura haberla respaldado– y la deberían haber aceptado los parti-darios de Iturbide, puesto que de esta manera su elevación al trono, que sin duda se habría efectuado, pues las provincias, en su mayor parte, se hallaban entusiasmadas por él, en vez de aparecer como efecto de un motín de la guarnición y de la plebe, hubiera tenido el carácter de un acto de la voluntad nacional.

No se puede culpar á Iturbide de que su nombramiento recurriese a una asonada para ceñirle la corona, puesto que todos los documentos y opiniones de contemporá-neos imparciales, lo presentan esforzándose en evitar su nombramiento tan tem-prano como el 27 de septiembre, desde su entrada en la capital hasta el momento mismo de estar reunido el congreso, apoyando la idea de los diputados que opinaban que se debía consultar a las provincias; pero sí son dignos de censura los autores del movimiento, que, sin cuidarse de la opinión que pudiera tener el país en general, quisieron que prevaleciese la suya, sin comprender que así abrían la puerta á los motines: y que si, por medio del uno elevaban al hombre que juzgaban con relevan-tes méritos para sentarse en el trono, por medio de otro, promovido por los que anhe-laban un sistema de gobierno distinto, podía caer de la altura en que le habían colo-cado.

Los representantes de las diversas provincias habían jurado respetar el tratado de Córdoba; pero nulificado éste por las cortes españolas, estaban en el derecho de discutir sobre el sistema de gobierno que la nación desease tener, sin que la fuerza armada ni la sola voluntad de un punto, obligase a adoptar á las demás poblaciones lo que acaso repugnaba á sus ideas.

Los diputados, pues, en masa, aun aquellos que anhelaban premiar los servicios de Iturbide dándole un trono, debieron protestar contra el motín, si es que lo había, ó no haber asistido á la sesión para manifestar así que nunca transigirían con nada que no llegase al congreso, por la vía legal y en la forma digna y pacífica que corres-pondía.

Hecho el nombramiento de emperador, los diputados que habían votado en contra, viendo que era preciso conformarse con lo que había dispuesto la mayoría, no solo se resignaron con ello sino que, deseando evitar discordias que pudiesen

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envolver á la patria en males de terribles consecuencias se manifestaron dispuestos de buena fe á revalidar y confirmar lo hecho en la sesión del día 19.

Por su parte, Iturbide ordenó se enviase a todos los comandantes militares con la instrucción de que se llevase de inmediato a los Ayuntamientos, la proclama hecha por Iturbide la noche del 18 de mayo:

"Mexicanos:

"Me dirijo a vosotros solo como un ciudadano que anhela el Orden y ansía vuestra felicidad infinitamente más que la suya propia. Las vicisitudes políticas no son malas cuando hay por parte de los pueblos la prudencia y la moderación de que siempre disteis pruebas.

El ejército y el Pueblo de esta Capital acaban de tomar un partido: al resto de la Nación corresponde aprobarlo o reprobarlo: yo en estos momentos no puedo más que agradecer su resolución y rogaros, sí, mis Conciudadanos, rogaros, pues los mexicanos no necesitan que yo los mande, que no se de lugar a la exaltación de las pasiones, que se olviden resentimientos, que respetemos las autoridades, porque un pueblo que no las tiene ó las atropella, es un monstruo. (¡Ah no merezcan nunca mis amigos, este nombre!) que dejemos para momen-tos de tranquilidad la decisión de nuestro sistema y de nuestra suerte; van a suceder luego, luego.

La Nación es la Patria: la representan hoy sus Diputados: sigámosles: no demos un escándalo al mundo; y no temáis errar siguiendo mi consejo. La ley es la voluntad del pueblo: nada hay sobre ella: entendedme, y dadme la última prueba de amor que es cuanto deseo, y lo que calma ml ambición. Dicto estas palabras con el corazón en los labios, hacedme la justicia de creerme sincero y vuestro mejor amigo.

—Iturbide. —México, 18 de Mayo de 1822.24”

Una respuesta típica de un Ayuntamiento:

"Señor:

"Cuando este Ayuntamiento se anticipo en expresar al Soberano Congreso Constituyente, que su voluntad y la del fidelísimo Pueblo cuyas confianzas de-sempeña, es y ha sido corresponder a V. M. con la Diadema del imperio, el in-menso bien que disfruta, de ser libre; nada más hizo que seguir los impulsos de la Naturaleza. Ella le dice que está consumada la obra de su felicidad con el Gobierno Paternal de V. M., que se conservará en todo su esplendor, la Reli-gión santa que profesa: y que consolidada la unión entre todos los habitantes de Anáhuac, se realizará en ellos el fingido siglo de oro.

Entre tanto, reciba V. M. las más sinceras felicitaciones de un pueblo y su Ayuntamiento, que por ser fiel, obediente, y procurar la conservación de V. M. sacrificará gustoso su existencia.

24 MURO, Manuel, Historia de San Luis Potosí, Imprenta litografía y Encuadernación de M. Esqui-vel y Cía. 1910, pág. 321

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Dios guarde V. M. muchos años. Sala capitular del Ayuntamiento Constitucio-nal de San Luis Potosí, 29 de Mayo de 1822, segundo de nuestra feliz indepen-dencia. —Señor

Juan M de Azcarate.- Ignacio Aztegui. —Juan N. García Diego. —Eusebio Esparza. —Ignacio Guerrero. – _Ignacio del Conde. — Félix Escobar. —Antonio Soto. —Francisco Condelle. —Ignacio Erguía. —José Vicente Linden. —Ignacio Ortiz. — Lic. Víctor Rafael Márquez, Srio.25"

El presidente del congreso Don Francisco García Cantarines, los exhortó a obrar de esa manera en la sesión del día 2, presentándoles los peligros que podrían ame-nazar a la nación la divergencia de opiniones, que darían por resultado convulsiones políticas que envolverían al país en desgracias sin fin; que para evitar las calamida-des que sin duda resultarían de la desunión, debían sujetarse, en bien de la patria, á la opinión de la mayoría, sosteniendo la elección de emperador los que habían disen-tido. Todos contestaron que estaban prontos á hacerlo así. Ciento seis diputados asistieron a esta sesión, y en consecuencia del acuerdo que acababan de hacer, se acordó el decreto para publicar la elección.

El acta del congreso decía así:

«En la corte de Méjico, á 19 de Mayo de 1822, segundo de la independencia, el soberano congreso constituyente mejicano, congregado en sesión extraordina-ria, motivada por las ocurrencias de la noche anterior y arte que de ellas dio el generalísimo almirante, con reunión de varios documentos que se transcriben en la acta de este día: oídas las aclamaciones del pueblo, conformes á la volun-tad general del congreso y de la nación: teniendo en consideración que las cor-tes de España por decreto inserto en las Gacetas de Madrid de 13 y 14 de Fe-brero último, han declarado nulo el tratado de Córdoba, y que, por lo mismo, es llegado el caso que no obligue su cumplimiento á la nación mejicana, quedando ésta con la libertad que el artículo 3 de dicho tratado concede al soberano con-greso constituyente de este imperio, para nombrar emperador por la renuncia ó no admisión de los allí llamados: ha tenido á bien elegir para emperador consti-tucional del imperio mejicano al Sr. D. Agustín de Iturbide, primero de este nom-bre, bajo las bases proclamadas en el plan de Iguala y aceptadas en generali-dad por la nación, las cuales se detallan en la fórmula del juramento que debe prestar ante el congreso el día 21 del corriente.»

Acto continuo se nombró una comisión de veinticuatro diputados, incluso dos se-cretarios, para poner este decreto en manos del emperador. También se redactó la fórmula del juramento que debía prestar al aceptar el alto puesto á que se le elevaba, fórmula que, así como el ceremonial con que había de ser recibido el emperador para aquel acto, habían sido aprobados en la sesión del día anterior. En consecuen-cia de lo dispuesto, D. Agustín de Iturbide se presentó en la tarde del mismo día 21 al congreso, y prestó el juramento que estaba concebido en los términos siguientes:

«Agustín, por la Divina Providencia y por nombramiento del congreso de repre-sentantes de la nación, emperador de Méjico, juro por Dios y por los santos

25 MURO, Manuel, obra citada, págs. 324 y 325

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Evangelios, que defenderé y conservaré la religión católica, apostólica, romana, sin permitir otra alguna en el imperio: que guardaré y haré guardar la constitu-ción que formare dicho congreso, y entre tanto la española en la parte que está vigente, y asimismo las leyes, órdenes y decretos que ha dado y en lo sucesivo diere el repetido congreso, no mirando en cuanto hiciere, sino el bien y prove-cho de la nación: que no enajenaré, cederé ni desmembraré parte alguna del imperio: que no exigiré jamás cantidad alguna de frutos, dinero, ni otra cosa, sino esas que hubiere decretado el congreso: quo no tomaré jamás á nadie sus propiedades, y que respetaré sobre todo la libertad política de la nación y la per-sonal de cada individuo, y si en lo que he jurado ó parte de ello, lo contrario hi-ciere, no debo ser obedecido, antes aquello en que contraviniere, sea nulo y de ningún valor. Así Dios me ayude y sea en mi defensa, y si no, me lo deman-de.»26

Prestado el anterior juramento, Iturbide dirigió un discurso al congreso y á la na-ción entera, en que reiteró las mismas protestas, terminando con estas palabras:

«Quiero, mejicanos, que si no hago la felicidad del Septentrión; si olvido algún día mis deberes, cese mi imperio.»

Frases que revelan el buen deseo que le animaba de hacer la felicidad del país, así como la esperanza que abrigaba de conseguirlo; pero que si no lo alcanzaba, podían ser una arma poderosa para hacerle descender del trono. Los mismos senti-mientos de amor á la patria, de desinterés y de afán en el acierto de la dirección de la nave del Estado, manifestó en las proclamas que dirigió al pueblo y al ejército, dicien-do á los soldados, que el título con que más honrado se creía era el de compañero y de primer soldado del ejército trigarante.

Todas las opiniones políticas parecían haber terminado con el nombramiento de emperador. El congreso, juzgando la unión como el elemento más necesario para que el gobierno condujese á la nación por la senda del progreso y la prosperidad, publicó un manifiesto con motivo del juramento del emperador, dando á conocer al país los acontecimientos que precedieron á la proclamación. En él, lejos de atribuir á la presión ni á la violencia el voto que había dado para que ocupase el trono D. Agus-tín de Iturbide, decía que le había elegido,

«…porque habiendo sido el libertador de la nación, sería el mejor apoyo para su defensa; porque así lo exigía la gratitud nacional: así lo reclamaba imperiosa-mente el voto uniforme de muchos pueblos y provincias, expresado anterior-mente, y así lo manifestó de una manera positiva y evidente el pueblo de Méjico y el ejército que ocupaba la capital.» (Gacetas de aquellos días)

La noticia de la elevación de Iturbide al trono, fue recibida en todas las provincias con regocijo. Diputaciones provinciales, cabildos eclesiásticos, obispos, jefes políti-cos, generales, comandantes, colegios, comunidades religiosas, todas las clases, en fin, de la sociedad, le dirigieron felicitación por la elección del congreso de premiar sus servicios á la patria de la manera que correspondía. El regocijo era general. En 26 Gaceta del gobierno imperial del 31 de Mayo de 1822, núm. 42, fol. 316, en ZAMACOIS, Niceto,

Historia de Méjico, desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días, Tomo XI, I. F. Parres y Compa. Editores. Barcelona – Méjico (1879)

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muchas de esas felicitaciones, no solo aprobaban los que las suscribían todo lo he-cho, sino que añadían que aquel había sido su deseo, el cual no lo habían manifesta-do antes por hallarse comprometidos á observar el plan de Iguala y el tratado de Cór-doba que habían jurado. Las corporaciones de la capital se presentaron personal-mente á besar la mano al emperador, y no había pueblo, por pequeño que fuese, que no enviara sus plácemes al hombre elegido para regir los destinos de la patria.

Entre las felicitaciones enviadas por los jefes militares aparece la del brigadier Ló-pez de Santa-Anna, comandante de Jalapa, y la otra del general Guerrero, que se hallaba en su capitanía general del Sur. El primero, que estaba a la cabeza del 8º regimiento de infantería, decía á la tropa que estaba bajo su mando, al anunciar la proclamación del emperador:

«No me es posible contener el exceso de mi gozo, por ser esta medida la mas análoga á la prosperidad común; por la que suspirábamos y estábamos dis-puestos a que se efectuase, aun cuando fuese necesario exterminar algunos genios díscolos y perturbadores, distantes de poseer las verdaderas virtudes de ciudadanos: anticipémonos, pues, corramos velozmente á proclamar y jurar al inmortal Iturbide por emperador, ofreciéndole ser sus más constantes defenso-res hasta perder la existencia -sea el regimiento que mando el que primero acredite con esta irrefragable prueba; cuan activo, cuan particular interés toma en ver recompensado el mérito y afirmado el gobierno paternal que nos ha de regir. Multipliquemos nuestras voces llenas de júbilo, y digamos sin cesar com-placiéndonos en repetir, viva Agustín I, emperador de Méjico.»27

En una carta de felicitación que al mismo tiempo escribió á Iturbide, le decía que experimentaba la mayor satisfacción en verle ocupando el trono, pues era «una dig-na recompensa al mérito más sublime, y un dique poderosísimo que oponer á la fu-riosa avenida de las pasiones mas exaltadas.» Luego agrega:

«Viva V. M. para nuestra gloria, y esta expresión sea tan grata, que el dulce nombre de Agustín I se transmita á nuestros nietos, dándoles una idea de las memorables acciones de nuestro digno libertador. Ellos por la historia se eterni-zarán como es justísimo, y yo, en unión del regimiento de infantería de línea número 8 que mando, y que bajo mi dirección estaba prontísimo á dar tan políti-co como glorioso paso mucho antes de ahora, sintiendo no hayamos sido los motores de tan digna exultación; mas sí los primeros en esta provincia que tri-butamos á V. M. nuestros sumisos respetos; sí los primeros que ofrecemos nuestras vidas y personas por conservar la respetable existencia de V. M. y co-rona que tan dignamente obtiene, lo que cumpliremos exactamente y nos com-placemos gustosos en repetir, somos constantes súbditos que verterán su san-gre por el más digno emperador.”

La felicitación de Guerrero en carta escrita en Tixtla con fecha 28 de mayo dice así:

27 Gaceta del gobierno imperial de 14 de Junio, núm. 54, fol. 401 en ZAMACOIS, Niceto, Historia de Méjico, desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días, Tomo XI, I. F. Parres y Compa. Editores. Barcelona – Méjico (1879)

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“Cuando el ejército, el pueblo de México y la nación representada en los dignos diputados del soberano congreso constituyente, han exaltado á V. M. I. á ocu-par el trono de este imperio, no me toca otra cosa que añadir mi voto á la volun-tad general, y reconocer como es justo las leyes que dicta un pueblo libre y so-berano. Este, que después de tres siglos de arrastrar ominosas cadenas, se vio en la plenitud de su libertad, debida al genio de V. M. I. y á sus mismos esfuer-zos con que sacudió aquel yugo, y así como haya afianzado el pacto social para poseer en todo tiempo los derechos de su soberanía, ha querido retribuir agra-decido los servicios que V. M. I. hizo por su felicidad, ni es de esperar de quien fue su libertador, sea su tirano: tal confianza tienen los habitantes de este impe-rio, en cuyo número tengo la dicha de contarme.

Después de encarecer el noble proceder con que había rehusado admitir la coro-na cuando por dos veces le habían ofrecido el ejército y el pueblo, termina diciendo:

Mi corto sufragio nada puede, y solo el mérito de V. M. I. supo adquirirse, es lo que le ha elevado al alto puesto á que lo llamó la Providencia, donde querrá el imperio y yo deseo que se perpetúe V. M. I. dilatados años para su mayor felici-dad. Reciba por tanto V. M. I. mi respeto y las más tiernas afecciones de un co-razón agradecido y sensible. A los imperiales pies de V. M. I.28”

En otra comunicación, escrita el 4 de Junio, en el mismo Tixtla29, manifestando á Iturbide el placer que había causado á los habitantes de aquel pueblo su proclamado que había sido celebrada con repique de campanas salvas de artillería y otras de-mostraciones de júbilo añade-

“nada faltó á nuestro regocijo sino la presencia de V. M. I. resta echarme á sus imperiales plantas y el honor de besar su mano: pero no será muy tarde cuando logre esta satisfacción, si V. M. I. me lo permite. Bien querría marchar en este momento á cumplir con mi deber; pero no lo haré ínterin no tenga permiso para ello; y si Y. M. I. llevare á bien que con este objeto pase á esa corte, lo ejecuta-ré en obteniendo su licencia que espero á vuelta de correo. Esta es contesta-ción á la muy apreciable carta de V. M. I. de 29 del próximo pasado Mayo con que me honró, presentándole de nuevo mi respeto, mi amor y eterna gratitud. Creo haber dado pruebas de estas verdades y me congratulo de merecer la estimación de Y. M. I-, en quien reconoceré toda mi vida á mi único protector.”

Muchos de los que en sus felicitaciones se manifestaron altamente satisfechos de la elevación de Iturbide al trono de Méjico, fueron, transcurrido algún tiempo, partida-rios del sistema republicano, figurando en las convulsiones políticas entre los más exaltados liberales.

28 Gaceta del gobierno imperial de 6 de Junio, núm. 50, fol. 375. En ZAMACOIS, Niceto, Historia de Méjico, desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días, Tomo XI, I. F. Parres y Compa. Editores. Barcelona – Méjico (1879)

29 Gaceta del gobierno imperial de 18 de Junio, núm. 55, fol. 415 En ZAMACOIS, Niceto, Historia de Méjico, desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días, Tomo XI, I. F. Parres y Compa. Editores. Barcelona – Méjico (1879)

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Que quiso convertirse en monarca absolutista

Otra acusación sin bases fue que disolvió el congreso para convertirse en monarca absoluto. La realidad es totalmente diferente.

El congreso en vez de dividirse en dos cámaras o empezar a redactar la Constitu-ción esperada, se dedicó a obstaculizar o a conspirar en contra del emperador, gra-cias a la influencia e intervención, por un lado, de los masones escoceses, monar-quistas, que querían a Fernando VII por rey y por otro, las maniobras del turbio Joel Poinsett, agente de Estados Unidos.

El 3 de noviembre de 1822 Poinsett visita a Agustín de Iturbide, emperador de Mé-xico desde el 18 de mayo de ese año. Así describió Poinsett su visita y su opinión acerca del Emperador:

Día 3.- Hoy en la mañana fui presentado a Su Majestad. Al apearnos en la puer-ta de palacio, que es un edificio amplio y bello, nos recibió una numerosa guar-dia y en seguida subimos por una gran escalera de piedra, entre una valla de centinelas, hasta un espacioso salón en donde encontramos a un general briga-dier que nos esperaba ahí para anunciarnos al soberano. El Emperador estaba en su gabinete y nos acogió con suma cortesía. Con él estaban dos de sus fa-voritos. Nos sentamos todos y conversó con nosotros durante media hora, de modo llano y condescendiente, aprovechando la ocasión para elogiar a los Es-tados Unidos, así como a nuestras instituciones, y para deplorar que no fueran idóneas para las circunstancias de su país. Modestamente insinuó que había cedido, contra su voluntad, a los deseos de su pueblo y que se había visto obli-gado a permitir que colocara la corona sobre sus sienes para impedir el desgo-bierno y la anarquía.

Su estatura es de unos cinco pies y diez u once pulgadas, (muy alto para la época en México) es de complexión robusta y bien proporcionado; su cara es ovalada y sus facciones son muy buenas, excepto los ojos que siempre miran hacia abajo o para otro lado. Su pelo es castaño, con patillas rojizas, y su tez es rubicunda, más de alemán que de español. Como oiréis pronunciar de distintos modos su nombre, os diré que se debe acentuar por igual cada sílaba, I-tur-bi-de. No pienso repetir las versiones que oigo a diario acerca del carácter y de la conducta de este hombre. Antes de la última revolución, en la que triunfó, tuvo el mando de una pequeña fuerza al servicio de los realistas y se le acusa de haber sido el más cruel y sanguinario perseguidor de los patriotas y de no haber perdonado nunca a un solo prisionero. Sus cartas oficiales al virrey comprueban este hecho. En el intervalo, entre la derrota de la causa de los patriotas y la últi-ma revolución, residió en la capital, y en una sociedad que no se distingue por su estricta moral, él se destacó por su inmoralidad. Su usurpación de la autori-dad principal fue de lo más notorio e injustificado y su ejercicio del poder ha sido arbitrario y tiránico. De trato agradable, y simpático, y gracias a una prodigali-dad desmedida, ha atraído a los jefes, oficiales y soldados a su persona, y mientras disponga de los medios de pagarles y recompensarles, se sostendrá en el trono. Cuando le falten tales medios, lo arrojarán de él. Es máxima de la

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historia que probablemente se ilustre una vez más con este ejemplo, que un gobierno que no está fundado en la opinión pública, sino establecido y sosteni-do por la corrupción y la violencia, no puede existir sin amplios recursos para pagar a la soldadesca y para mantener a sus pensionados y partidarios. Sabe-dor del estado de sus finanzas y de las consecuencias probables para él de la falta de fondos, está desplegando grandes esfuerzos para negociar empréstitos en Inglaterra, y tal es la ceguera de los hombres adinerados de ese país, que es posible que logre su objeto. Se han concertado las condiciones de un emprésti-to y recientemente ha salido un agente para Londres –hay otro más que se pre-para a partir rumbo al mismo destino, con toda la pompa de una embajada– y los profesores de botánica y de mineralogía me participaron ayer con gran consternación que habían recibido órdenes de preparar colecciones para su envío a Inglaterra. Entre todos los gobiernos de la América española existe un deseo muy fuerte de conciliar a la Gran Bretaña y aunque el pueblo mismo en todas partes siente mayores simpatías por nosotros, los gobiernos intentan uni-forme y ansiosamente instituir relaciones diplomáticas y enlazarse con el de la Gran Bretaña. Están temerosos del poder de esa nación y comprenden que sus intereses comerciales requieren el apoyo de un gran pueblo industrial y comer-cial.

Nosotros recogeremos alguna parte del comercio de dichos países, pero la cosecha será para los ingleses.

Juzgando a Iturbide por sus documentos públicos, no le considero como hombre de talento. Obra rápidamente, es audaz y resuelto y nada escrupuloso en elegir los medios para lograr sus fines.

Las pugnas por el poder entre facciones, la envidia y la amenaza de la Santa alianza no se hicieron esperar. Así las cosas, se descubrió una conspiración contra Iturbide y se aprehendió a sus participantes, de los cuales, no pocos eran diputados.

Agustín I, después de recibir miles de cartas de las provincias y escuchar el pare-cer de muchos, disolvió el congreso y estableció de manera provisional una Junta Nacional Instituyente mientras convocaba a elecciones para un nuevo congreso. Na-die lamentó la desaparición de este órgano político y el pueblo, por este hecho, volvió a llamarlo libertador.

En febrero de 1823, mediante el Plan de Casa Mata maquinado por Antonio López de Santa Anna respaldado por Vicente Guerrero, a pesar de que ambos en su mo-mento, apoyaron la coronación de Agustín I, se levantaron en armas exigiendo la reinstalación del Congreso que había sido disuelto por el Emperador, la anulación del Imperio, y que la monarquía deviniera en República, aunque casi nadie sabía qué era eso30. En el mundo había una sola, la de los Estados Unidos, nacida 46 años antes.

30 Años después durante su prisión en Tejas, visitado por el Coronel Bernard Bee, adinerado cooperador de la República tejana, que se había reunido recientemente con J. R. Poinsett du-rante un viaje a los Estados Unidos, llevaba un mensaje de reproche a Santa Anna de su amigo el anterior Ministro norteamericano en México. Poinsett lamentaba el hecho que Santa Anna se había vuelto contra los Principios del Federalismo y comentó duramente que el Presidente me-recía su destino, porque había "cambiado la libertad en despotismo". Santa Anna contestó con

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Iturbide pensó que todo era un malentendido, puesto que él deseaba que si hubie-ra un congreso; pero una vez convencido de la mala fe de quienes dirigían el movi-miento en su contra, pensó en combatirlos. Contaba en todo momento con el apoyo popular, así como con los medios necesarios y gran parte del ejército. Pero, ¿cómo reafirmar militarmente un trono que nunca ambicionó, si su lucha había sido por dete-ner el derramamiento de sangre?

Resentido por las voluntades desleales, restableció el viejo congreso y abdicó. El congreso, para humillarlo todavía más, no quiso discutir su abdicación, manifestando, contrario a lo dicho meses antes, que la coronación había sido obra de la violencia.

A nueve meses escasos de haber sido coronado, finalizó el breve Imperio de Agustín I al abdicar el 19 de marzo de 1823 ante el Congreso que lo había nombra-do. El 11 de mayo partió al exilio.31

Veamos cual fue el resultado de esta abdicación en la política mexicana:

Concluido el motivo de unión de los enemigos de Iturbide y de su trono, queda-ron los partidarios, presa, unos del pavor, y otros de la fascinación: producidos por el derrumbamiento en el corto período de veinte meses, de dos tronos; el primero de trescientos años y el último de diez meses de existencia fundado en el prestigio del triunfo sobre el primero.

Víctimas también de la novedad y boga de ciertas doctrinas, llamadas filosó-ficas, y de la falsa comparación y exagerados encomios de la prosperidad de los Estados Unidos, atribuida exclusivamente a tales ideas sintetizadas en la democracia; era ley de consecuencia revolucionaria, reactiva y forzosa que, habían de trasladarse al terreno político; los adictos a Iturbide, a la monarquía y a la colonia, optando por la forma republicana con tanto entusiasmo iniciada por Morelos en la Constitución que promulgó en Apatzingán el 24 de octubre de 1814.

una rara explosión de honestidad: "Sea tan amable de decir al Sr. Poinsett, que es muy cierto que yo lancé mi sombrero por la libertad, con gran ardor y perfecta sinceridad, pero muy pronto encontré la absoluta tontería de ello. Señor, durante un siglo por venir nuestro pueblo no estará listo para la libertad; ellos no saben lo que es. Ignorantes como son y bajo la influencia del clero católico, el despotismo es el único gobierno apropiado para ellos; pero no hay ninguna razón por qué no debería ser uno sabio y virtuoso." Hanighen, Frank C., Santa Anna: The Napoleon of the West 1934

31 “Es más difícil- dice Montesquieu - sacar un pueblo de la servidumbre, que subyugar un libre.” Esta verdad está comprobada por los anales de todos los tiempos, que nos muestran las más de las naciones libres, sometidas al yugo, y muy pocas de las esclavas recobrando su libertad. A pesar de este convencimiento, los meridionales de este continente han manifestado el conato de conseguir instituciones liberales y aun perfectas, sin duda por efecto del instinto que tienen todos los hombres de aspirar a la mayor felicidad posible, la que se alcanza infaliblemente en las sociedades civiles, cuando ellas están fundadas sobre las bases de la justicia, de la libertad, y de la igualdad. Pero, ¿seremos nosotros capaces de mantener en su verdadero equilibrio la difícil carga de una república? ¿Se puede concebir que un pueblo, recientemente desencade-nado, se lance a la esfera de la libertad, sin que, como a Ícaro, se le deshagan las alas y recai -ga en el abismo? Tal prodigio es inconcebible, nunca visto. Por consiguiente, no hay un racio-cinio verosímil que nos halague con esta esperanza”. Carta de Jamaica, Simón Bolívar, Kings-ton, 6 de septiembre de 1815

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Hubo más que a tal asimilación los indujo. La historia de la República en Francia era bien reciente, conocida por todos, y profundamente temida su re-producción aquí, aún por sus adeptos.

Si bien lo expuesto creó en todos la necesidad de reconocer en común, como sistema de gobierno que debía sustituir al imperial, al republicano, que-daron como se comprende fácilmente, vivas las convicciones y creencias, los hábitos y propensiones de cada partido.

Ceñidos a la República, se encontraron los partidos, en el caso de obrar den-tro de ella, pero en consonancia con sus convicciones, tendencias históricas y objetos finales, propios de cada uno.

Así, los borbonistas y coloniales, más claro, los monarquistas adictos a la independencia, y los que deseaban constituir el país como colonia, debían optar y lo hicieron decididamente, más o menos tarde, por la República central, tan análoga en su concepto, con la monarquía, de que veían algunos destellos, aunque pálidos, en tal forma.

Los otros se decidieron por la Democrática pura: verdadera reacción que cambiaría todo lo hasta allí existente, como lo anhelaban; y llevaría al país a la cima de la civilización y adelantos que creían consiguientes a la adopción de dicha forma o sistema de gobierno. Suponían a México en decadencia, y (que) esta (era) debida a la forma hasta entonces existente y al vecino norteameri-cano en el apogeo, debido exclusivamente a dicho sistema democrático.

De aquí la división de los partidos en centralista y demócrata federalista; cu-yos nombres tomaron de los de las formas indicadas, porque se habían decidi-do.

Los iturbidistas faltos de bandera como expresión de principios que seguir y reglas consiguientes que acatar, supuesto que habían rasgado su historia: en odio de los borbonistas y a los adeptos al antiguo sistema colonial: en odio tam-bién a los monarquistas constitucionales, o adictos a los Tratados de Córdoba; todos los cuales se habían unido a los republicanos para derribar, como derriba-ron a Iturbide, cuando menos quitándole su importante apoyo: los Iturbidistas, victimas, del pánico consiguiente al triunfo completo que veían en los radicales enemigos32.

A la ausencia de Iturbide, las conspiraciones a favor de él se hacían cada vez más presentes y borbonistas e iturbidistas unidos, ponían trabas y dificultades al gobierno republicano que empezaba a formarse.33

32 MARTÍNEZ, Víctor José, Sinopsis histórica, filosófica y política de las revoluciones mexicanas, Segunda edición, México, Imprenta Tipográfica, Parte cuarta, la revolución en su marcha y de-sarrollo; desde Padilla al Cerro de las Campanas. 1884,

33 Un año antes de morir Bolívar habría dicho: «No pudiendo nuestros pueblos soportar ni la liber-tad ni la esclavitud, mil revoluciones harán necesarias mil usurpaciones».

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El destino de un libertador, Pocos después de su abdicación, Agustín de Iturbide salió de Tacubaya hacia Vera-cruz para partir al exilio. Lo acompañaban su esposa, sus ocho hijos; un amigo de nombre José López; su confesor José Treviño; su sobrino José Malo; Francisco de Paula Álvarez su secretario que llevaba a su padre, su esposa y dos hijos, y 10 sir-vientes. Eran escoltados por 500 hombres al mando de Nicolás Bravo, que por el grave temor de que se atentara contra la vida del ex emperador, ordenó ir a campo traviesa evitando pasar por ciudades.

Llegaron a la Antigua, pues en Veracruz campeaba la fiebre amarilla. El 11 de mayo, el grupo se embarcó en el buque Rawlins, de la Compañía Alemana de Indias, que tardó 83 días en llegar al puerto italiano de Liorna, en donde Iturbide vivirá en una villa propiedad de Paulina, la hermana de Napoleón. Durante su estancia de al-gunos meses, la correspondencia del libertador de México nos muestra que pasó grandes estrecheces, pues la pensión prometida por el Congreso a su abdicación – le asignaron veinticinco mil pesos anuales para subsistir en Italia–, jamás llegó, por lo que se vio obligado vender sus servicio de plata y joyas de su esposa y a pedir pres-tado a amigos.

Como ejemplo sirvan éstas cartas34:

Documento # 1697; Webb & Co. Escribe a Iturbide avisando que tienen una letra de cambio a su favor que envía el señor Echenique y que se ponen a sus órdenes.;

Documento # 1708; Carta de Iturbide a Pedro del Paso y Troncoso que las letras de cambio contra Cádiz no pueden ser cobradas en Liorna debido a la situación ac-tual de España;

Documento # 1831; Webb & Co. escribe a Iturbide sobre la protesta de sus cartas de crédito en Cádiz;

Documento # 1852; Webb & Co. escribe a Iturbide sobre los problemas de un préstamo en Londres;

Documento # 1859; Carta de Iturbide a Macbean sobre la venta de su plata y sus brillantes y entrega del valor a su sobrino, José Ramón Malo, y al presbítero José Antonio López; Fletcher

Documento # 1871; Macbean & Co. escribe a Iturbide sobre la venta de la plata y entrega del dinero a José Antonio López;

Documento # 2038; Iturbide escribe cartas a Gómez Navarrete… quejándose de no haber recibido un sólo real y la mucha necesidad que tiene. Desde Londres, 14 de febrero y 8 de marzo. En ellas que hace referencia a las dificultades para cambiar dinero a través de Cádiz; la necesidad de proveer para su familia.

Documento # 2047; Mylins (?), Charles. Carta a José Malo sobre una oferta de trescientos mil francos por las perlas que le dejó a consignación.

Documento # 2050; Malo, José. Carta a Charles Mylins aceptando la venta de las perlas y pidiendo se remitan los fondos al señor Mathew Fletcher

34 Juan E. Hernández y Dávalos Manuscript Collection, Benson Latin American Collection, Gen-eral Libraries, The University of Texas at Austin.

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Todo esto y la presión que ejerció la Santa Alianza, provocaron que cambiara de domicilio, a pesar de que los diplomáticos de las Alianza, intentaron por todos los medios de impedir su partida, como lo demuestra el documento # 2056, un artículo de un periódico italiano. Copia sin firma, de febrero de 1824 que hace referencia a los esfuerzos de Cónsul francés en la Toscana, para impedir la partida de Iturbide; y los esfuerzos de todas las potencias incluyendo a Inglaterra, para impedir que la Se-ñora Iturbide se reuniera con su marido

En diciembre partió hacia Londres, a donde llegó el 1 de enero de 1824. primero se alojó en Saint Paul’s Coffee House, pero al enterarse de que ahí no se hospedaba la gente “decente”, se trasladó a George Street Picadilly.

El fervor por el ex monarca y la noticia de su próximo regreso, provocaron que el congreso expidiera un decreto declarando traidor y fuera de la ley a Iturbide, y lo con-denó a muerte, sin más trámite, en caso de que se presentara en territorio mexicano.

Los partidarios de Iturbide lo motivaban para regresar a salvar el país, y él, inge-nuamente, envió un oficio al congreso, ofreciéndose a defender la libertad mexicana frente a la amenaza que significaba la Santa Alianza, formada por Austria, Prusia y Rusia en apoyo a España. Este oficio aparentemente no llegó a tiempo para evitar la declaración de traidor.

Veamos como lo relata en su libro35 un testigo contemporáneo –que además es el más grande admirador de Santa-Anna– José María Tornel y Mendivil:

Iturbide desde que pisó á Londres, dio sobradas muestras en todos sus hechos, de que obraba bajo las impresiones de la alucinación mas funesta.

Como por medio del español Torrente, el mismo que escribió la historia de las revoluciones de las colonias sublevadas, se le habían hecho ventajosas pro-posiciones, esperando que se prestara á servir de instrumento de venganza, y que cooperara con sus relaciones y con su influencia en México, al designio que abrigaba Femando VII de someterlo otra vez á su cetro de hierro, adquirió nu-merosos datos de que España contaba para realizar su proyecto con poderosos auxilios de algunos de los soberanos que componían la Santa Alianza, especial-mente del rey de Francia. Su honrosa negativa cambió enteramente su situa-ción, y precisado á buscar un asilo, donde únicamente podía encontrarlo, que era en Inglaterra, se persuadió de que este servicio, muy importante aunque negativo, destruiría las prevenciones contra su persona, que dejó tan animadas al tiempo de ausentarse.

Entonces resolvió manifestar al Congreso mexicano los nuevos y graves ries-gos á que estaba expuesta su común patria, y le ofreció su corazón y su espada para el día del peligro. El libertador ignoraba, sin duda, que contenta la nación con la expectativa de bienandanza con que el nuevo sistema le brindaba, había de recibir con disgusto, y más que con disgusto, con desconfianza, la probabili-

35 TORNEL Y MENDIVIL, José María, Breve reseña histórica de los acontecimientos más nota-bles de la Nación Mexicana, desde el año 1821 hasta nuestros días Edición de La Ilustración Mexicana, 1852, pág. 16.

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dad de que se presentara un caudillo, cuyas miras ambiciosas le eran harto co-nocidas.

La nota dirigida al Congreso, era un aviso que él mismo daba á sus enemi-gos, con inexplicable candor, de su aventurera resolución de venir á mezclarse en la política del país; y como su carácter fogoso y decidido autorizaba para recelarlo así, no dudaron de su tentativa, y se prepararon para frustrarla con la actividad tan propia de los que saben que juegan el todo por el todo.

En Londres, Iturbide se entrevistó con José de San Martín —libertador de Chile y Perú que vivía exiliado allí—, quien trató que disuadirlo de regresar a México.

Pero Iturbide no hizo caso y zarpó el 11 de mayo de 1824 en el barco inglés Spring desde el puerto de Southampton, acompañado de su esposa y de sus dos hijos más pequeños. Iban con él su sobrino, José Malo, los sacerdotes José López y José Treviño, el italiano Macario Morandini, el impresor inglés John Armstrong y Car-los Benesky, coronel polaco que le había acompañado en sus campañas mexicanas. Llevaba consigo una prensa, documentos personales, joyas de la familia y un mani-fiesto que dirigiría al pueblo mexicano.

Antes de regresar, se puso de acuerdo con dirigentes ingleses para la explotación de las minas de plata y para abrir el país a la introducción de sus productos textiles, pues aquéllos ambicionaban apoderarse del mercado americano. Iturbide se embar-có en Londres el cuatro de mayo, en compañía de su familia y del coronel polaco Benesky.

Los británicos pensaban que su retorno era necesario, incluso un autor escribió que se trataba “de una decisión patriótica y desinteresada”. En cambio, para los me-xicanos, incluido Alamán, regresaba a México porque pretendía restaurar la monar-quía.

El Spring se dirigía a Tampico pero las corrientes marinas obligaron a desembar-car en Soto La Marina. Iturbide envió a Benesky para que se pusiera en contacto con el general Felipe de la Garza, comandante general de las Provincias Internas de Oriente —hombre a quien había perdonado por protestar por la prisión de algunos diputados cuando era emperador—.

De la Garza dijo ser partidario de Iturbide y respaldar su regreso al país. El 17 de julio bajó a tierra y acudió con De la Garza. Después de la entrevista que sostuvie-ron, fue apresado y escoltado hasta Padilla, donde se hallaba sesionando el Congre-so del estado.

Dos días más tarde, De la Garza se reunió con siete de los once legisladores que estaban presentes y dos sustitutos. Un total de nueve miembros sentenciaron a Itur-bide a la pena capital, acatando lo dispuesto por la ley federal del 28 de abril que proscribía su regreso al país por considerarlo traidor y fuera de la ley.

El oficio enviado por de la Garza al Congreso de Tamaulipas, dio origen a la sos-pecha de que Iturbide intentaba entrar subrepticiamente a México, aunque desde un punto insospechable, el relato de Don Vicente Riva Palacio de los últimos momentos de Iturbide, se verá que esto es falso:

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Los historiadores no están conformes en el modo con que fue aprehendido D. Agustín de Iturbide.

Algunos de sus biógrafos, más apasionados de la memoria del desgraciado emperador que de la verdad, afirman que Iturbide llegó á las playas mexicanas ignorando el decreto de proscripción fulminado contra él en la República, y agregan que desembarcó disfrazado, fingiéndose colono, en compañía de Be-nesky; pero que fue reconocido por el modo expedito y airoso que tenía de montar á caballo.

Todas estas dudas se disipan y todas esas relaciones se desmienten con sólo trascribir el principio de una carta que en el momento casi de desembarcar escribía Iturbide á su corresponsal en Londres D. Mateo Fletcher, y que inserta D. Carlos Bustamante en su apéndice á los Tres siglos de México.

«A bordo del bergantín 'Spring' frente á la barra de Santander, 15 de Julio de 1824.

«Mi apreciable amigo:

«Hoy voy á tierra, acompañado solo de Benesky, á tener una conferencia con el general que manda esta provincia, esperando que sus disposiciones sean favorables á mí, en virtud de que las tiene muy buenas en beneficio de mi patria Sin embargo, indican no estar la opinión en el punto en que me figuraba, y no será difícil que se presente grande oposición, y aún ocurran desgracias. Si entre estas ocurriere mi fallecimiento, mi mujer entrará con Vd. en contestacio-nes sobre nuestras cuentas y negocios,

Y esta carta está firmada: «Agustín de Iturbide.»

Toda la versión, pues, sobre el incógnito de Iturbide, no pasa de ser una no-vela.

En el folio 11 del libro de actas del Congreso de Tamaulipas, consta lo ocurrido en la Sesión extraordinaria del 18 de julio de 1824 y dice como sigue:

Leída y aprobada el acta anterior, el ciudadano presidente dijo: que se acaba-ban de recibir pliegos por la secretaría, del ciudadano general de las armas, que contenían asuntos de gravedad.

El ciudadano Gil, expuso: que hallándose actualmente en esta villa dos de los diputados suplentes, y faltando cuatro de los propietarios, se llamasen aque-llos á tomar el asiento que en el caso les corresponde, y más cuando la grave-dad del asunto así lo exige, pues aunque uno de ellos estaba nombrado gober-nador del Estado, (El Sr. Gutiérrez de Lara.) aun no se recibía del mando, y de-bía por ahora venir á desempeñar en esta augusta asamblea las funciones que le tocan. Así se acordó, después de una corta discusión, y fueron llamados los ciudadanos suplentes Juan Bautista de la Garza, y Bernardo Gutiérrez, que siendo presentes, otorgaron el correspondiente juramento, y tomaron asiento.

A continuación, se leyó un oficio del comandante general, ciudadano Felipe de la Garza, insertando el parte que dio al S. P. E. (supremo poder ejecutivo), de haber aprehendido en el paraje de los Arroyos, seis leguas distante de Soto la Marina, á D. Agustín de Iturbide, que disfrazado, en compañía de un extranje-

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ro llamado Carlos de Benesky, marchaba con el objeto de internarse en ese continente, según se advertía. Hace ver asimismo, que á ambos individuos con-dujo (En el acta está escrito «condució.) el bergantín inglés Spring, procedente de Londres, con sesenta y cuatro días de navegación, y que el segundo, al día siguiente de su desembarco, se presentó á dicho ciudadano general, quien pre-guntándole por el primero, dijo quedaba en Londres, pasando una vida mediana con su familia; y por último, expone el citado general, que á ambos individuos conduce á presentar á este congreso, para que disponga lo que juzgue conve-niente.

Se leyó también un oficio, que D. Agustín de Iturbide dirige á este honorable congreso, demostrando que el objeto de su venida no es otro, que el de ayudar á sus hermanos á consolidar su independencia, incluyendo dos ejemplares de las exposiciones que hace al congreso general, con fecha, 13 de Febrero y 14 del corriente; igual número de las proclamas que dirige al pueblo.

El ciudadano Fernández, dijo: que los papeles que incluía Iturbide, pedía no se leyeran, ni los tomase en consideración el congreso, hasta que se declarase la suerte de este individuo.

El ciudadano presidente, dijo: que habiendo tres eclesiásticos en el seno de este congreso, le parecía, no debían tomar conocimiento en la suerte de Iturbi-de, pues si se decretaba fuese decapitado, quedarían en tal caso irregulares: que él por su parte pedía, se le permitiese separarse de la sesión, para no incu-rrir en la irregularidad.

Los ciudadanos Garza García, y Fernández, demostraron no ser incursos en la irregularidad, por cuanto el congreso no hacía otra cosa en esto, que cumplir y mandar que se cumpla la ley. No hubo lugar á la petición del ciudadano presi-dente, y luego se leyó la ley de 28 de Abril último, en que se declara proscrito á D. Agustín de Iturbide.

El ciudadano Gil, pidió al honorable congreso, cumpla con la ley que se aca-ba de leer, el gobernador del Estado, haciéndole responsable de la más leve falta.

Después de una larga discusión, se entró á votación, en la que salvaron sus votos los ciudadanos presidente y Fernández; siendo los demás unánimes por la afirmativa sobre la proposición hecha por el ciudadano Gil, y en virtud de ello, se mandó comunicar esta resolución al gobernador, á quien se le autorizó para que haga la ejecución cuando lo juzgue conveniente, conciliando la piedad cris-tiana con los derechos de la patria.

Nada impidió que Iturbide fuera ejecutado. Ni sus servicios al país ni haber consu-mado la independencia. Nada fue suficiente para perdonarle la vida. De ese modo, la clase política de entonces, acabó con uno más de los héroes de la independencia.

El 19 de julio Iturbide escribió una carta al Soberano Congreso de México, en la que pedía que se le explicara qué crimen había cometido para merecer ese castigo36.

36 1824 Extracto de las sesiones del congreso general, en que se declaró á D. Agustín Iturbide afuera de la ley

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Poco después, un ayudante de De la Garza, le informó que a las 6 de la tarde sería pasado por las armas.

No se le concedió su último deseo de oír misa y el cura que lo confesó era miem-bro del congreso que lo había condenado a muerte.

Escribió una carta a su esposa en la que le decía: “La legislatura va a cometer en mi persona el crimen más injustificado: acaban de notificarme la sentencia de muerte por el decreto de proscripción; Dios sabe lo que hace y con resignación cristiana me someto a Su sagrada voluntad”.

D. Antonio Gutiérrez de Lara, presidente de la legislatura de Tamaulipas, sacerdo-te, le administró los últimos sacramentos a Iturbide quien confesó tres veces sus pe-cados.

Crónicas de la época dicen que se veía sereno:

Marchó con firme paso hasta el lugar de la ejecución, encargó al cura que lo acompañaba, que tomase un reloj y el rosario que llevaba al cuello para que se lo enviase a su hijo mayor, le entregó también una carta de despedida para su esposa, y tres onzas y media en oro para que se distribuyesen a la tropa que iba a hacer fuego sobre él, y con voz clara y segura, dijo dirigiéndose a los asis-tentes al indisculpable desacato:

¡Mexicanos! en el acto mismo de mi muerte, os recomiendo el amor a la pa-tria y observancia de nuestra santa religión; ella es quien os ha de conducir a la gloria. Muero por haber venido a ayudaros, y muero gustoso porque muero en-tre vosotros: muero con honor, no como traidor; no quedara a mis hijos y su posteridad esta mancha; no soy traidor, no. Guardad subordinación y prestad obediencia a vuestros jefes, que haciendo lo que ellos Os manden es cumplir con Dios; no digo esto lleno de vanidad, ¡porque estoy muy distante de tenerla!

Rezó después, besó el crucifijo que se le presento, y a la voz de mando de D. Gordiano del Castillo, Iturbide cayó muerto. Una bala le abrió la cabeza y otras varias el pecho.

Puesto de rodillas cuatro hombres le dispararon, pero sólo tres balas lo alcanza-ron: una, mortal, dio en la parte izquierda de la frente; otra en el costado izquierdo, entre la tercera y cuarta costillas; la tercera penetró en el lado derecho del rostro, junto a la nariz. Tenía 40 años de edad.

En 3 de abril. Se puso á discusión el dictamen reducido á los artículos siguientes:

1. ° Se declara traidor á D. Agustín de Iturbide, siempre que se presente en cualquier punto de nuestro territorio bajo cualquier título.

2. ° Igualmente se declaran traidores á la federación, á cuantos cooperen directa ó indirectamente por escritos encomiásticos ó de cualquiera otro modo, á favorecer su regreso á la república. Se declaró haber lugar á votar, salvando su voto los Sres. Romero, Alcocer, Castillero, Berruecos, Sierra (D. Ángel), Ibarra, Martínez (D. Florentino), Castro, Castoreña,, Rejón, Portugal, Moreno, Mangino y Llorente.—El artículo fue aprobado, suprimiéndose los adverbios directa ó indirecta-mente.

Los Sres. Lombardo, Gordoa (D. Luis), y Barreda, hicieron la siguiente proposición, que fue aprobada, «ó protejan las miras de cualquier invasor extranjero.»

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Su cuerpo fue recogido y vecinos del pueblo de Padilla lo reconocieron para cum-plir con el papeleo legal. Fue velado en la habitación que servía como recinto legisla-tivo. El general De la Garza cubrió los gastos del funeral que se efectuó a la mañana siguiente y José Miguel de la Garza García, quien votó a favor de la ejecución, ofició una misa a la que concurrieron los diputados37.

Los agentes del gobierno, con loca y bárbara alegría, aplaudieron el funesto y trá-gico fin del hombre de cuya cabeza inmortal nació la independencia y soberanía de México, así como Minerva de la de Júpiter. El Congreso que se había saboreado con el buen resultado de otro decreto semejante para terminar el motín del general Loba-to, pudo espantarse de su obra terrible, y no sería extraño que se arrepintiera del cumplimiento de una ley que acaso no dictó más que para inspirar terror, suponiendo que la ilustre victima la conociera con oportunidad.

Amortajado con un hábito de San Francisco, el cadáver estuvo expuesto toda la noche en la capilla que servía de sala de sesiones del Congreso, y al día si-guiente se le hizo un funeral que Garza costeó, y cuya misa canto el diputado D. José Miguel de la Garza García, que fue uno de los que votó la muerte de Iturbide; ¿tiene conciencia un hombre semejante?

Después de pasear el cadáver por la plaza del pueblo:

…se le dio sepultura en una iglesia vieja sin tejado.

Días después, el diputado José Antonio Gutiérrez de Lara, quien presidía la legis-latura de Tamaulipas en esos momentos, escribió a un amigo cercano que había acompañado al caudillo en sus últimos momentos.

“Muchas veces, Iturbide dijo en el Congreso general que para él no se había hecho el miedo; y aún esta verdad confirmó en su muerte, la recibió sin que le temblara un dedo y la precedió con una elocuente y bien concertada arenga, que produjo con los ojos ya vendados y en una voz tan sonora y entera como la que vio en el Soberano Congreso reducida a los mexicanos para que siempre unidos y sujetos a sus autoridades evitaran segunda esclavitud, concluyéndola

37 1824 Extracto de las sesiones del congreso del Estado de Tamaulipas, reunido en la villa de Padilla, relativas á la ejecución de D. Agustín de Iturbide. Copias sacadas de un libro en folio, forro de cuero colorado, que se titula: «Libro de actas del congreso constituyente del Estado libre de las Tamaulipas.» —«Una águila por trofeo. —«Año de 1824.»

—Empieza en la villa de San Antonio de Padilla, á los siete días del mes de Julio de 1824, y concluye con la sesión del 80 de Abril de 1825. á fojas 198.

El congreso lo instalaron los diputados siguientes:

1. — Presbítero, D. Antonio Gutiérrez de Lara, presidente.

2. — Presbítero, D. Miguel de la Garza García, vicepresidente.

3. — Presbítero, D. José Eustaquio Fernández.

4. — D. Juan Echeandía (e).

5. — D. José Antonio Barón.

6. — D. José Ignacio Gil, secretario.

7. — D. José Feliciano Ortiz. secretario

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para manifestar que no era traidor a su Patria suplicando, que no recayese esta impostura sobre su familia.”

Gutiérrez de Lara no pudo olvidar la ejecución:

“Vi su cuerpo despedazado por las balas y su sangre corriendo sobre la tierra que antes había libertado: mi corazón quedó herido de este primer estrago que habían visto mis ojos y lo vieron por fin en una persona tan amada”.

Los Congresos de todos los Estados felicitaron al de Tamaulipas; se ofreció a su aprehensor la banda de General de Brigada; Los nombres de los diputados que vota-ron por su muerte fueron inscriptos con letras de oro en los salones de varias legisla-turas; en fin, hubo muchas demostraciones de júbilo.

Más tarde, en 1838, se llevaron a la Capital los restos del infortunado Emperador, rehabilitando temporalmente su memoria.

Hoy descansan dentro de una urna de mármol, en la Capilla de San Felipe de Je-sús, en la Catedral Metropolitana de la Capital de la República.

Veamos lo que dice el historiador español Niceto de Zamacois, autor de una mo-numental “Historia de Méjico”, respecto al regreso de Iturbide:

Iturbide había salido expulsado del país; bien sabía, por lo mismo, que no podía volver a él, sin que el gobierno no lo autorizase á ello. No ignoraba, pues, al ponerse en marcha para el suelo natal, que se exponía á grave peligro, y mu-cho más cuando era llamado por los que anhelaban un cambio político, como se ve manifiestamente por las comunicaciones que al disponer su partida dirigió al ministro Canning, a Lord Cochrane y a su agente Don Miguel José Quiny; lo comprueba el haber llevado con él una imprenta y papel moneda grabado en Londres. Se dirá que esta imprenta, y yo lo creo así, la llevaba para manifestar á los mejicanos, desde el punto en que desembarcase, que no lo conducían al suelo de la patria, la ambición de mando y de honores, sino el noble sentimiento de procurar unir todos los partidos para poner fin á las discordias intestinas. No quiero dudar, ni por un momento, en que este era ciertamente su noble anhelo, como lo expresa en un manifiesto á los mejicanos, impreso en el mismo bergan-tín en que marchaba.

«Vengo,» decía en él, «no como emperador, sino como un soldado, y como un mejicano, más aun por los sentimientos de su corazón, que por los comunes de la cuna: vengo como el primer interesado en la consolidación de nuestra in-dependencia y justa libertad: vengo atraído del reconocimiento que debo al afecto de la nación en general, y sin memoria alguna de las calumnias atroces con que quisieron denigrar mi nombre mis enemigos. Pretendo asimismo me-diar en las diferencias que existen entre vosotros, y que os arrastrarían por sí solas á la ruina.»38

38 ZAMACOIS, Niceto, Historia de Méjico, desde sus tiempos más remotos hasta nues-tros días, Tomo XI, I. F. Parres y Compa. Editores. Barcelona – Méjico (1879)

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Pero seguramente el responso por Agustín de Iturbide más interesante, es el que escribió Manuel Payno en su “Bosquejo biográfico de los generales Iturbide y Te-rán”39:

Como el pueblo amaba á Iturbide, se temió un levantamiento, y se apresuró la ejecución; así es que al día siguiente salió del llamado palacio para la esquina de la plaza, donde estaba el suplicio. Allí dio sus disposiciones para el regreso de su familia, y la encomendó á la piedad de su patria. Exhortó en seguida á los mexicanos á la unión y á la concordia; perdonó á todos sus enemigos, y les deseó acierto y prosperidad. Hizo al Señor su última oración, y aguardó la muerte con tranquilidad. Los soldados que lo fusilaron lloraron de dolor y despe-cho. ¡Dios haya recibido su alma!

La familia del héroe de Iguala vive en los Estados-Unidos. Su hijo el mayor lleva al pecho la cruz de Ayacucho, que ganó combatiendo por la independen-cia de Colombia á las órdenes de Simón Bolívar, y es actualmente secretario de la legación mexicana en Inglaterra. Benesky se suicidó.

En cuanto al general Garza, como llegó su hora final, habrá reunídose en la eternidad con su víctima. El héroe y el verdugo han dado cuenta de sus obras á un tribunal más justo y más severo que el de los hombres. Lloremos sobre la tumba del desgraciado, y roguemos al cielo por el criminal.

Conclusión.

Un día llegué á Padilla. El pueblo estaba casi desierto, y me pareció que la mal-dición del cielo lo agobiaba. Busqué al alcalde y tuve la fortuna de encontrar un hombre de buenos modales y algún talento. Como fue testigo presencial de la muerte de Iturbide, me contó algunas particularidades que unidas á los apuntes históricos que existen impresos, me han servido para formar este artículo. Me enseñó los sitios donde se desenlazó este drama histórico, que comenzó por un alegre grito de libertad, y concluyó con un lúgubre lamento de muerte. La sala donde se reunió el congreso para sentenciar al supuesto reo, es una galera de veinte varas de largo, sucia y lóbrega, y que entonces, lo mismo que ahora, es-taba ocupada con algunos costales de maíz. El sitio es muy digno de los repre-sentantes que legislaban y juzgaban en él.

La pieza donde estuvo preso Iturbide es un cuarto estrecho con una alta cla-raboya por donde recibe escasa y triste luz. Las paredes están llenas de letre-ros y rúbricas pintadas con carbón; pero entre esas líneas mal formadas se en-cuentra un barquito pintado. El alcalde me aseguró que este barco lo pintó el mismo Iturbide.

Del palacio nos dirigimos á una iglesita de adobe, que está amagando ruina. A un lado de la puerta estaban dos palos que sostenían una pequeña campana, y frente á la puerta de la iglesia una gran lápida sin inscripción, debajo de la cual reposaban los restos del mártir de la independencia. En la esquina, que forma un jacal situado frente de la iglesia, se halla una cruz de madera clavada

39 PAYNO, Manuel, Bosquejo biográfico de los generales Iturbide y Terán Manuel Payno, Impreso por Ignacio Cumplido, calle de los Rebeldes Núm. 2, 1843, págs. 17 y 18.

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en un montón de piedras. En este sitio fue fusilado Iturbide. La cruz estaba ca-yéndose, por lo cual me entretuve en amontonar mas piedras y ponerla dere-cha, cavilando mientras en el destino que arrastra á los hombres desde un le-cho de púrpura, hasta el camaranchón de un calabozo; desde el esplendor de un trono hasta la oscuridad de una sepultura40.

Iturbide, hombre de carne y hueso¿Es acaso Iturbide culpable de todos los pecados con que la historia oficial lo envuel-ve? No lo sabemos a ciencia cierta. Por los documentos nos podemos dar la idea de que mucho de lo que se le acusa es falso de toda falsedad. Hay otros casos, en los que un asomo de duda aparece al carear la información oficial con la documental, por ejemplo, ¿ignoraba las innumerables conspiraciones que existían tomando su nombre como justificación? Tal vez sí, pero aún cuando lo supiera, ¿estaba dispues-to a encabezarlas a su regreso a México? Tal vez si, tal vez no. No hay evidencia de que esa fuera su voluntad, y sí la hay de su ingenuidad.

Iturbide fue un héroe, no un santo, un héroe de carne y hueso, con virtudes y de-fectos, como todo ser humano. Dejamos el mito y la forja de seres perfectísimos para los inventores de la historia de bronce pagados por la nómina oficial. Pero sin negar la carga de virtudes y defectos innata a todo hombre, nadie puede honradamente negar el amor de Iturbide por su Patria y su alta calidad moral.

Esto se evidencia, de una manera particular cuando el libertador abdica como em-perador para evitar derramamiento de sangre y, más tarde, cuando a su regreso a México, la forma en que enfrenta la muerte.

Liberales honrados, que los hay y los hubo, como Justo Sierra, Lorenzo Zavala, Guillermo Prieto, Carlos María de Bustamante, Francisco Bulnes y Vicente Riva Pala-cio, contrarios a la postura conservadora han reconocido la calidad moral y los méri-tos del libertador de México. Citaremos sólo a los dos últimos.

A principios del siglo XX, el intelectual y político liberal Francisco Bulnes escribió:

“Espero que para el Centenario de 2110, dentro de doscientos años, se habrá reconocido que los tres héroes prominentes de nuestra independencia, fueron Hidalgo, Morelos e Iturbide. Como los muertos no se cansan de reposar en sus tumbas, Iturbide bien puede esperar algunos cientos de años, a que el pueblo mexicano, en la plenitud de su cultura, le reconozca con moderados réditos lo que le debe. Mientras no se honre como debe ser a los verdaderos héroes de la independencia y se llegue hasta suprimir de los homenajes, la figura de uno o algunos de los más grandes, habrá derecho para decir que en las solemnes fiestas del centenario de la Independencia quedó vacío el lugar del primero de los personajes: la Justicia”…

40 Esta experiencia iba a servir a Bolívar para rechazar, con sabio criterio, la corona que le ofre-cían amigos como el caudillo llanero Páez y enemigos solapados como Santander. «Ni Colom-bia es Francia, ni yo Napoleón -escribe al caudillo venezolano- Tampoco quiero imitar a César, menos a Iturbide».

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“¿Cómo se explica el atentado contra la memoria de de Iturbide, denigrándo-lo y dirigiendo sobre ella la odiosidad del pueblo? La respuesta es tan bochor-nosa como fácil, dado el analfabetismo de nuestras masas y su organización tan científica para el servilismo demagógico. El jacobinismo dispone temporal-mente de todos los lugares de la historia patria, sin que en frente puedan ponér-sele los pocos escritores elevados que en México se ocupan de asuntos históri-cos. Entre nosotros, y desgraciadamente, la historia es una especie de club fac-cioso, en cuya tribuna dominan los que hacen de la literatura un puñal, de la verdad un delito, de la lógica una ofensa a la nación, y de la justicia un vaso de embriaguez, pérfida y degradante. Mientras que el pueblo mexicano, en sus masa sin instrucción y moral pública, tenga por la demagogia el culto que debía tener por la civilización, no conocerá como debe ser a sus grandes hombres, pues no son todos los que están, ni están todos los son”.41

Veamos aquí algunos renglones del relato que hace Don Vicente Riva Palacio, prominente liberal y nieto de Vicente Guerrero acerca de Iturbide primero, y después de lo ocurrido en Padilla:

Padilla III

Amaneció el día 17, y se notificó á Iturbide que dentro de pocas horas debía morir.

Su muerte estaba decretada por Garza, que se fundaba para dar esta deter-minación en la ley que proscribía á Iturbide para siempre de la República.

Notificóse al preso la sentencia, y la escuchó sin inmutarse; pidió que viniera, para auxiliarle en el último trance, su capellán que había quedado en el buque, y envió á Garza un manifiesto que había escrito para la nación.

La serenidad de Iturbide y la lectura del manifiesto conmovieron sin duda al general, porque mandó suspender la ejecución y se puso en marcha para Padi-lla, en donde estaba reunido el congreso del Estado, llevando consigo al prisio-nero y tratándole con tantas consideraciones como si él fuera mandando en jefe.

Llegaron por fin á Padilla, y el congreso determinó que sin excusa ni pretexto fuese pasado por las armas. En vano Garza, que asistió á la sesión, procuró probar, convertido entonces en defensor de Iturbide, que el decreto de proscrip-ción no alcanzaba á tanto, que Iturbide daba pruebas de sus intenciones pacífi-cas, trayendo consigo á su esposa y á sus pequeños hijos. El congreso se man-tuvo inflexible, y Garza fue encargado de ejecutar la sentencia dentro de un bre-ve término.

Volvió entonces á notificarse á Iturbide que podía contar con tres horas para arreglar sus negocios, después de los cuales debía morir.

Iturbide se preparó á morir como cristiano y se confesó con el presidente del congreso que era un eclesiástico, y que había salvado su voto cuando se trató de la muerte del prisionero.

41 BULNES, Francisco, La Guerra de Independencia, Hidalgo-Iturbide, Talleres Lino tipográficos de “El Diario”, 1910. Págs. 417 y 425

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Las seis de la tarde del día 19 fue la hora señalada para ejecutar la senten-cia. — Iturbide salió de la prisión sereno y firme, y deteniéndose al encontrarse en el campo exclamó:

— Daré al mundo la última vista.

Después pidió agua, que apenas tocó con los labios, y se vendó él mismo los ojos.

Se trató entonces de atarle los brazos; resistióse al principio, pero después se resignó con humildad.

Detúvose allí, caminó cosa de setenta u ochenta pasos y llegó al lugar del suplicio, repartió el dinero que llevaba en los bolsillos entre los soldados, y en-tregó su reloj, un rosario y una carta para su familia al eclesiástico que le acom-pañaba.

En seguida, con firme acento habló á la tropa, rezó en voz alta algunas ora-ciones y besó fervorosamente un crucifijo.

En ese momento el jefe hizo la señal de fuego y se escuchó el ruido de la descarga.

Cuando se disipó el humo de la pólvora, D. Agustín de Iturbide no era ya más que un cadáver cubierto de sangre.

[…]

Iturbide libertador de México, Iturbide emperador, Iturbide ídolo y adoración un día de los mexicanos, expiró en un patíbulo, y en medio del más desconsola-dor abandono.

Los partidos políticos se han pretendido culpar mutuamente de su muerte. Ninguno de ellos ha querido hasta ahora reportar esa inmensa responsabilidad.

En todo caso, y cualquiera que haya sido el partido que sacrificó á D. Agustín de Iturbide, yo no vacilaré en repetir que esa sangre derramada en Padilla, ha sido y es quizá una de las manchas más vergonzosas de la historia de México.

Guerrero é Iturbide consumaron la independencia, y ambos, con el pretexto de que atacaban á un gobierno legítimo, espiraron á manos de sus mismos con-ciudadanos.

No seré yo quien pueda hablar de la muerte de Guerrero; pero en cuanto á la de Iturbide, exclamaré siempre que fue la prueba más tristemente célebre de ingratitud que pudo haber dado en aquella época la nación mexicana. — Iturbi-de reportaba, si se quiere, el peso de grandes delitos políticos, venía á conspi-rar á la República, bien; ¿pero no hubiera bastado con reembarcarle?

El pueblo que pone sus manos sobre la cabeza de su libertador, es tan cul-pable como el hijo que atenta contra la vida de su padre. — Hay sobre los inte-reses políticos en las naciones, una virtud que es superior á todas las virtudes, la gratitud.

El pueblo que es ingrato con sus grandes hombres, se expone á no tener por servidores, más que á los que buscan en la política un camino para enriquecer y sofocan todas las pasiones nobles y generosas.

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Dios permita que las generaciones venideras perdonen á nuestros antepasa-dos la muerte de Iturbide, ya que la historia no puede borrar de sus fastos esta sangrienta y negra página.42

Los intentos por sacar a Iturbide del olvidoDespués de la Segunda Guerra Mundial, la política mexicana dio un giro conservador que propició la aparición de varias obras en torno a Iturbide, intentando superar la campaña de denigración y calumnia que la historia oficial había vertido contra Iturbi-de. Se publicó entonces, en 1944, Iturbide, varón de Dios, de Rafael Heliodoro Va-lle, en 1946 apareció Iturbide: oficial realista, el libertador, el emperador, de José Macías y al año siguiente vio la luz El libertador. Documentos selectos de D. Agustín de Iturbide, de Mariano Cuevas.

Estos trabajos ofrecían una visión idílica de Iturbide que lo describía como héroe de la causa independentista, injustamente denostado y acusado de traicionar a su patria, y lo elevaba a la categoría de mártir tras su ejecución.

Valle dedica prácticamente la totalidad de su libro a reproducir cartas y documen-tos de fuentes secundarias para reconstruir paso a paso la vida de Iturbide desde su nacimiento hasta su muerte. El autor intenta ofrecer una visión imparcial, no deja de llamar la atención que en el relato cronológico no incluye la disolución del Congreso constituyente.

Mariano Cuevas considera que, del mismo modo que Bolívar es llamado El Liber-tador de América del Sur, México debía llamar a Iturbide El libertador de México.

La recuperación de la figura de Iturbide tuvo un efecto breve que traspasó las fron-teras nacionales mexicanas. El historiador norteamericano William Spence Rober-tson publicó en 1952 su Iturbide of Mexico, un volumen que se convirtió rápidamen-te en la obra más citada sobre la vida del ex emperador y, casi, en su biografía “ofi -cial”.

L’Envoy¿Qué fue lo desorbitado que hizo Iturbide? ¿Hacer lo que era corriente hacer en su tiempo? ¿Imitar a lo que sucedió apenas dos décadas antes en Francia? Ese era el mundo de principios del siglo XIX. Los gobernantes eran reyes o emperadores. La invención de la República de los Estados Unidos era muy reciente, y aún aquella apenas se logró, pues a George Washington el Ejército Continental le ofreció la coro-na, aunque el libertador la rechazó.

Así que lo que hizo Iturbide era moneda corriente en la época.

Si acaso podríamos acusarlo de no haber sacado el ejército a las calles, como Napoleón para sentarse en el trono, o no haber rechazado el ofrecimiento, como hizo Washington.

42 RIVA PALACIO, Vicente; Payno, Manuel; Mateos, Juan A. y Rafael Martínez de la Torre El Libro Rojo, Ángel Pola, Editor, págs. 119 y 120

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"¿Qué aberración tan monstruosa, sólo vista en México -dice Alfonso Jun-co43- ... loar la libertad y maldecir al libertador, glorificar la obra y desdeñar al obrero, tomar el don y escarnecer al que lo da? … Iturbide es una gloria de Mé-xico... Su genio militar, su visión política, su gobierno magnánimo, su abdicación gloriosa, su decencia personal, su amor al pueblo y el amor de su pueblo, pó-nenlo entre las figuras universales".

Iturbide no debe ser héroe o apestado de cada una de las facciones que, desde hace dos siglos, mantienen una lucha por la hegemonía política e, incluso, por el pensamiento de los mexicanos; no, Iturbide debe ser, porque lo es, un héroe nacio-nal.

Para honrarlo bastará con conocer la verdad acerca de quién fue y cuál fue su comportamiento y optar por la justicia.

Armando Fuentes Aguirre - Catón escribió en su columna “De política y cosas peores del 15 de septiembre de 2009:

La emancipación de México la hizo -que no la consumó*- Agustín de Iturbide. Los hechos lo demuestran; pretender ocultarlos es negar la verdad y desvirtuar la historia. México es una gran nación, y no necesita de la mentira para ser amado. Decir esto no es agraviar a Hidalgo. Fue él un hombre iluminado a quien las circunstancias llevaron a las oscuridades en que cae quien deja de ser dueño de sí mismo. Arrebatado por la muchedumbre, cayó en excesos que da-ñaron su causa y lo condujeron a la ruina junto con sus seguidores. Pero en presencia de la muerte el Padre Hidalgo volvió a ser quien antes era, y afrontó su final con entereza y dignidad. Debemos recordarlo igual que a todos los per-sonajes de nuestra historia: con sus luces y sus sombras; como a hombre, no como a estatua.

El 27 de septiembre pasado, México cumplió 190 años como nación independien-te. No es cierto que hayamos cumplido “doscientos años de ser orgullosamente me-xicanos”.

Las últimas palabras que el hacedor del Plan de Iguala dejó en sus memorias de-ben hacernos reflexionar:

"Cuando instruyáis a vuestros hijos en la historia de la patria, inspiradles amor por el jefe del ejército trigarante (...) quien empleó el mejor tiempo de su vida para que fueseis dichosos".

43 JUNCO, Alfonso, Un siglo de México, Editorial Jus, 1968.

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ZAMACOIS, Niceto, Historia de Méjico, desde sus tiempos más remotos hasta nues-tros días, Tomo XI, I. F. Parres y Compa. Editores. Barcelona – Méjico (1879)