a cuatro patas(*) · a caminar a cuatro patas; aprenderemos a gruñir espantosamente, a morder en...

3
Los Cuadernos Inéditos A CUATRO PATAS(*) Homenaje a Carlos Darwin Carlos Pas T odo empezó cuando Germán, en postura semicorcovada, visitó al médico y es- cuchó aquellas paternales, solemnes, palabras del anciano patólogo que trataban de tranquilizae, desde sabihondas leja- nías, sobre sus dolores en la espda. Con un poco de fisioterapia aquello se arreglaría, un par de horas de gimnasia diarias para fortalecer esos mis- teriosos músculos llamados a sostener nuestra co- lumna, que la vida civilizada atrofia. «Sí -decía el hombre de la bata blanca, con gesto augusto, casi sacerdot- hay que pagar un precio por nuestra humanidad. La posición erecta nos ha hecho hombres, pero ha creado innúmeros problemas, que florecen -Y aquí miró las rosas del jardín- patológicamente. La cantidad de personas que padecen de la columna es cada vez mayor». Tras un pequeño silencio, cruzado por un gesto de arrobo en que calculó interiormente el aumento de ingresos que la creciente clientela le proporcio- naba, prosiguió: «consuélese pensando que en us- ted sue su más pura condición humana. Si ese un cuadrúpedo no hubiese venido a consultarme. Y si dentro de la especie le hubiere correspondido la condición femenina tendría que afrontar esos dolores de parto, con que paradójicamente las mu- jeres pagan nuestra situación de «hoo erectus». -¿No cree, maestro, que ha sido un eor de la evolución? ¿No estaríamos mejor a cuatro patas sin la estúpida ocurrencia de nuestros ancestros a quienes se les antojó avanzar hacia esta postura tan pretenciosa?- interrumpió el ayudante de pelo 71 rizo, queriendo puntuar como hombre ingenioso y, al par, exhibir la confianza conquistada tras llevar las maletas al jefe durante varios años. «An- toñito, sin enfermos de la columna estaríamos en el paro, en la más absoluta miseria», e la rápida respuesta con que le atajó el realismo del patrón. Las forzadas risitas del ayudante resonaban en los oídos de Germán derrengado en el taxi, salir de la consulta. ¿Un chiste? ¿Sólo un chiste, el error de la verticalidad? El no estaba para tantas bromas después de la semanita que había pasado en cama, cuando el más pequeño movimiento in- voluntario se convertía en un latigazo interior, que recorría sus vísceras. Era un dolor cuya humi- llante estupidez se agudizaba al pensar en la cuenta que el viejo maestro y el rizoso discípulo iban a pasae. Aquella noche soñó Germán, empezó a soñar un sueño, que se iría repitiendo en nocturnidades sucesivas. Se veía avzando a cuatro patas por unos parajes maravillosos. Era un paraíso en que se materializaban los colores de los cuadros de Gauguin y él sentía, como un sol interior, una renovada vitalid. Al dar la vuelta a un gigan- tesco, misterioso, ombú descubría las imágenes del patólogo y su ayudante, harapientos, ten- diendo lastimosamente una mano limosnera. Bajo las cuencas vacías de sus ojos se abrían unas bocas desdentadas que salmodiaban una extraña cantinela: «Cuatropatas, cuatropatas, dos mo- ney, danos peas, con tu gesto generoso sé un alivio a nuestras penas». Cuando Germán se iba reponiendo vino la histo- ria del golpe flido. Los hombres de la Unión Revolucionaria en que militaba Germán, andaban muy preocupados. Había acasado un primer in- tento, pero podía repetirse. Y ellos no tenían ar- mas para defenderse y salvar la democracia. Se acordaban del «tancazo» en Chile, de la Sanjur- jada de la II República espola y de lo que se había vuelto a producir en Espa, cuando la iz-

Upload: others

Post on 15-Oct-2020

4 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Page 1: A CUATRO PATAS(*) · a caminar a cuatro patas; aprenderemos a gruñir espantosamente, a morder en la yugular de un modo exacto, matemáticamente preciso. El des concierto y el pánico

Los Cuadernos Inéditos

A CUATRO PATAS(*) Homenaje a Carlos Darwin

Carlos París

Todo empezó cuando Germán, en postura semicorcovada, visitó al médico y es­cuchó aquellas paternal es, solemnes, palabras del anciano patólogo que

trataban de tranquilizarle, desde sabihondas leja­nías, sobre sus dolores en la espalda. Con un poco de fisioterapia aquello se arreglaría, un par de horas de gimnasia diarias para fortalecer esos mis­teriosos músculos llamados a sostener nuestra co­lumna, que la vida civilizada atrofia.

«Sí -decía el hombre de la bata blanca, con gesto augusto, casi sacerdotal- hay que pagar un precio por nuestra humanidad. La posición erecta nos ha hecho hombres, pero ha creado innúmeros problemas, que florecen -Y aquí miró las rosas del jardín- patológicamente. La cantidad de personas que padecen de la columna es cada vez mayor». Tras un pequeño silencio, cruzado por un gesto de arrobo en que calculó interiormente el aumento de ingresos que la creciente clientela le proporcio­naba, prosiguió: «consuélese pensando que en us­ted sufre su más pura condición humana. Si fuese un cuadrúpedo no hubiese venido a consultarme. Y si dentro de la especie le hubiere correspondido la condición femenina tendría que afrontar esos dolores de parto, con que paradójicamente las mu­jeres pagan nuestra situación de «horno erectus». -¿No cree, maestro, que ha sido un error de laevolución? ¿No estaríamos mejor a cuatro patassin la estúpida ocurrencia de nuestros ancestros aquienes se les antojó avanzar hacia esta posturatan pretenciosa?- interrumpió el ayudante de pelo

71

rizo, queriendo puntuar como hombre ingenioso y, al par, exhibir la confianza conquistada tras llevar las maletas al jefe durante varios años. «An­toñito, sin enfermos de la columna estaríamos en el paro, en la más absoluta miseria», fue la rápida respuesta con que le atajó el realismo del patrón.

Las forzadas risitas del ayudante resonaban en los oídos de Germán derrengado en el taxi, al salir de la consulta. ¿Un chiste? ¿Sólo un chiste, el error de la verticalidad? El no estaba para tantas bromas después de la semanita que había pasado en cama, cuando el más pequeño movimiento in­voluntario se convertía en un latigazo interior, que recorría sus vísceras. Era un dolor cuya humi­llante estupidez se agudizaba al pensar en la cuenta que el viejo maestro y el rizoso discípulo iban a pasarle.

Aquella noche soñó Germán, empezó a soñar un sueño, que se iría repitiendo en nocturnidades sucesivas. Se veía avanzando a cuatro patas por unos parajes maravillosos. Era un paraíso en que se materializaban los colores de los cuadros de Gauguin y él sentía, como un sol interior, una renovada vitalidad. Al dar la vuelta a un gigan­tesco, misterioso, ombú descubría las imágenes del patólogo y su ayudante, harapientos, ten­diendo lastimosamente una mano limosnera. Bajo las cuencas vacías de sus ojos se abrían unas bocas desdentadas que salmodiaban una extraña cantinela: «Cuatropatas, cuatropatas, danos mo­ney, danos perras, con tu gesto generoso sé un alivio a nuestras penas».

Cuando Germán se iba reponiendo vino la histo­ria del golpe fallido. Los hombres de la Unión Revolucionaria en que militaba Germán, andaban muy preocupados. Había fracasado un primer in­tento, pero podía repetirse. Y ellos no tenían ar­mas para defenderse y salvar la democracia. Se acordaban del «tancazo» en Chile, de la Sanjur­jada de la II República española y de lo que se había vuelto a producir en España, cuando la iz-

Page 2: A CUATRO PATAS(*) · a caminar a cuatro patas; aprenderemos a gruñir espantosamente, a morder en la yugular de un modo exacto, matemáticamente preciso. El des concierto y el pánico

Los Cuadernos Inéditos

quierda fue tan lerda que no supo reaccionar ante el golpismo, y después de Tejero vino el segundo y definitivo golpe en que no quedó títere con ca­beza.

Fue entonces cuando habló Germán en una reu­nión de la Agrupación de Cultura, encendido, en­tusiasta, proponiendo una táctica inédita. «Val­gámonos, ya que de armas carecemos, de nuestra biología. Hay en nosotros posibilidades dormidas, enterradas, que hay que recuperar. Entrenémonos a caminar a cuatro patas; aprenderemos a gruñir espantosamente, a morder en la yugular de un modo exacto, matemáticamente preciso. El des­concierto y el pánico se van a apoderar de las entrañas de nuestros enemigos».

La idea lanzada por Germán fue debatida en todas las agrupaciones de la Unión Revoluciona­ria, un partido auténticamente democrático en que la base -cosa insólita- decidía siempre. En un clima de entusiasmo empezaron pronto los entre­namientos. Era una gozada retornar a aquel pa­raíso perdido. Una catarsis en que regresaban la fé y la esperanza muertas, las energías olvidadas. Los militantes cada vez alcanzaban mayores ren­dimientos en el salto y la carrera. Arrancaban con enormes brincos las hojas de copudos árboles. Los gemidos eran pavorosos y se aprendió a aullar La Internacional, que sonaba estremecedora, como si toda la naturaleza, no sólo los hombres sino también las bestias, los vegetales, las rocas, se levantaran para recrear el mundo. Y hubo que cambiar la dirección de la Unión Revolucionaria que hacía tiquismiquis, que hablaba de negocia­ciones a alto nivel y no se adaptaba a las nuevas técnicas del gruñido, el salto y la carrera.

Una noche trataron de entrar en casa de Ger­mán los «fachondos » -con tal término eran cono­cidas las gentes de extrema derecha en aquellas latitudes-. Quedaron aterrados ante la inesperada jauría que encontraron ante sí, y que no era sino la familia de Germán en disposición de ataque.

72

Creyeron encontrarse ante un fenómeno de lican­tropía y sus temores supersticiosos les hicieron huir, dejando desparramados los bates base-ball. Pero el chiquitín que había asimilado, como nin­guno, las nuevas técnicas, y se saltaba cotidiana­mente a cuatro patas la mesa del comedor, casi le enganchó en la yugular al jefe del grupo, a pesar de su velocísima carrera.

Poco después llegó el nuevo intento de golpe. Apenas extendida la noticia sonó un enorme au­llido y empezaron a surgir de los portales, de las bocas de las minas y de las fábricas, de los auto­buses, de las embarc_aciones, de las alcantarillas, de las cocinas en que trabajan las amas de casa, de las lavadoras, de los postes telegráficos, de las clínicas, de los av'iones, de las cafeteras de los bares, innumerables seres poseídos por la rabia, que saltaban como liebres potentes y feroces. En la calígine de la noche a los golpistas, que creían haber tomado la capital, se les heló la sangre, cuando de repente entrevieron confusamente algo extraño, irracional, no previsto en sus consignas estratégicas. Por la Gran Avenida Central avan­zaba una marabunta en oleadas, ondulantes y compactas, como un torrente incontenible, acom­pañada por un rugido enorme mas acompasado al ritmo de la elongación que rompía los cristales. Las primeras filas de golpistas yacían tendidas, a pesar de sus armas, con la yugular destrozada. «¿Qué hacemos Jefe, esto parece el fin del mundo?», gritó uno de los hombres. «Yo había enviado mis fuerzas a luchar contra seres huma­nos, no contra las energías de la naturaleza», re­plicó el Gran Preboste de la conspiración antide­mocrática, tratando de legar' dentro de su elimitadísima creatividad, alguna frase a la historia. «Huyamos». Y la desbandada fue general.

(*) El presente cuento forma parte de un volumen de rela­tos cortos actualmente en preparación.

Page 3: A CUATRO PATAS(*) · a caminar a cuatro patas; aprenderemos a gruñir espantosamente, a morder en la yugular de un modo exacto, matemáticamente preciso. El des concierto y el pánico

na alternativa digna, sin apriorismos

en kl selección de "las corrientes

novelísticas de kl ''joven" narrativa de lengua castelklna

Acaban de aparecer los títulos quinto y sexto de la colección:

Manuel Pereira Ultima novela de este joven narrador cubano.

EDICIONES ALFAGUARA Príncipe de Vergara, 81 Madrid, 6

Javier Maqua

73

De las novelas aparecidas hasta lafecha la crítica ha dicho:

ARCADIA IGNACIO GOMEZ DE LIANO ,, ... una reflexión tan bella, una

escritura tan inteligente ... ,, Luis Suñen, EL PAIS

EL CALDERO DE ORO JOSE MARIA MERINO ,,como en muchas de las mejores

novelas hispanoamericanas, el mito no es aquí creación sobrepuesta ni fantasía gratuita, sino realidad permanente, raíz viva.,,

Andrés Amorós, A. B. C.

LO OUE ES DEL CESAR JUAN PEDRO APARICIO ,, ... novelas donde /a propia.figura del

caudillo sea el punto central de la narración ... no abundan en España desde los tiempos de Valle ... por los que resulta muy valiosa desde ese punto de vista la novela de Juan Pedro Aparicio.,,

Juan A. Juristo, PUEBLO

EL CHOZO DEL OBISPO RAMON GIMENO ,,un nuevo mito de Cthulhu en

Extremadura .,, JavierGoñi, PUEBLO

Distribuye /TACA, S. A. López de Hoyos, 141. Madrid 2 Tel 4134112