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II. EL REGADIO MEDIEVAL EN ESPAÑA: EPOCA ARABE Y CONQUISTA CRISTIANA Por Margarita Box Amorós (*) Afrontar el tema del regadío durante la época medieval en España resulta una tarea no exenta de dificultades, ya que su historia se encuentra, en estos momentos, en fase de ini- cio, obstaculizada por la escasez de prospecciones arqueoló- gicas y, en buena medida, el desconocimiento de fuentes documentales, elementos de estudio indispensables para establecer una aproximación a la realidad hidráulica en este período. Existen, empero, notables diferencias entre el cor- pus documental de época árabe y el relativo a la conquista cristiana, disparidades que afectan no sólo a la abundancia, muy superior en el segundo caso, sino, sobre todo, a las posi- bilidades de investigación dado el inconveniente que ha planteado, tradicionalmente, el tratamiento de textos en len- gua árabe. (*) Instituto Universítario de Geografia. Universidad de Alicante. 49

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  • II. EL REGADIO MEDIEVALEN ESPAA: EPOCA ARABEY CONQUISTA CRISTIANA

    Por

    Margarita Box Amors (*)

    Afrontar el tema del regado durante la poca medievalen Espaa resulta una tarea no exenta de dificultades, ya quesu historia se encuentra, en estos momentos, en fase de ini-cio, obstaculizada por la escasez de prospecciones arqueol-gicas y, en buena medida, el desconocimiento de fuentesdocumentales, elementos de estudio indispensables paraestablecer una aproximacin a la realidad hidrulica en esteperodo. Existen, empero, notables diferencias entre el cor-pus documental de poca rabe y el relativo a la conquistacristiana, disparidades que afectan no slo a la abundancia,muy superior en el segundo caso, sino, sobre todo, a las posi-bilidades de investigacin dado el inconveniente que haplanteado, tradicionalmente, el tratamiento de textos en len-gua rabe.

    (*) Instituto Universtario de Geografia. Universidad de Alicante.

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  • Cuestin de enorme complejidad, y sobre la que no exis-te unanimidad hasta el momento por parte de los investiga-dores, es la relativa al origen de los regados en buena partedel territorio peninsular. Romanos, rabes y cristianos dispu-tan la autora de nuestros riegos y, frente a la teora tradicio-nal (1), generalmente aceptada antao, aunque no sinexcepciones, de la herencia islmica, cada vez son ms fre-cuentes las aportaciones que indican un origen romano delos regados espaoles.

    Pero dejando al margen esta cuestin, cuyo tratamientosobrepasa los lmites temticos y temporales de este trabajo,lo que parece cierto, y en ello existe unanimidad por partede todos los historiadores actuales, es que las conquistas ra-bes del s. vili iniciaron una etapa de florecimiento de la agri-cultura que tuvo como resultado una intensificacin y amplia-cin de la prctica del regado a travs de todo el mundo isl-mico (2). Dos casos pueden ejemplificar esta aseveracin.

    Butzer y sus colaboradores (3), a travs del estudio delorigen de los regados en el Pas Valenciano, parecen bastan-te concluyentes a este respecto, al afirmar que: ...el agrosis-tema hispnico de regado no fue un producto de la civiliza-cin islmica, y es un clich inexacto suponer que la horticul-tura medieval espaola es una recreacin de los oasis deldesierto... El islam contribuy significativamente tanto a larenovada expansin como al superior desarrollo de los agro-sistemas hispnicos. Pero los hispano-romanos practicaban elregado a gran escala... de manera que la reintesificacin pos-terior significa una revitalizacin del sistema romano bajocondiciones de crecimiento demogrfico y econmico.Prueba de estas afirmaciones es el anlisis que realizan de

    (1) Lpez Gmez, A.: El origen de los riegos valencianos. Loscanales romanos, Cuadernos de Geografza, nm. 15, 1974, p. 1.

    (2) Glick, T. F.: Regado y Sociedad en la Valencia medieval, Edit. DelCenia al Segura, Valencia, 1988 p. 251.

    (3) Butzer, K. et alteri: L'origen dels sistemes de regadiu al PasValenci: rom o musulm?, Afers, nm. 7, Catarroja, 1989, p. 55.

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  • redes de riego, de escala diferente, en el Pas Valenciano, ycuya metodologa es aplicable, segn los autores, para elestudio de la agricultura de regado en el este de Espaapero, evidentemente, sin que sus conclusiones puedan sergeneralizadas a otras zonas de la pennsula.

    Indican la existencia de tres tipos de redes: a gran escala,a mediana y a pequea escala. Las primeras, que aparecen enamplios valles fluviales (Ebro, Turia, Mijares, Palancia, entreotros), cubriran extensiones entre 50 y 100 km2; las demediana y pequea escala, situadas en las montaas adyacen-tes, afectaran superficies mucho ms reducidas, menos de100 Ha e inferior a 1 Ha, respectivamente.

    El estudio arqueolgico y toponmico de estas redes per-mite concluir que los sistemas de regado valenciano a granescala ya existan en poca romana y sobrevivieron comocomponentes fundamentales y dominantes del agrosistematradicional valenciano tras la ocupacin rabe, que los utilizy ampli; por el contrario, las redes a mediana y pequeaescala, no se sobreimpusieron al trazado del regado preisl-mico, sino que se instalan en las montaas perifricas a ste,representando, por tanto, una expansin significativa delrea regada. Aunque, evidentemente, explotaciones de estanaturaleza debieron existir en poca romana y los vestigiosde villae son buena prueba de ello.

    El crecimiento de la superficie irrigada en poca islmicase evidencia, tambin, para el caso de la vega de Lorca. R.Pocklington, a travs de un estudio, esencialmente toponmi-co, de la red de acequias, indica que aqullas que poseennombres mozrabes o prerabes constituyen el ncleo de lared, mientras que las de nombre rabe se encuentran, engeneral, en la periferia, haciendo pensar que se trata deampliaciones posteriores (4).

    (4) Pocklington, R.: Acequias rabes y pre-rabes en Murcia yLorca: aportaciones toponmicas a la historia del regado, ColoquioCeneral de la Societat d'Onomstica, Valencia 29-31 marzo, 1985.

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  • El corpus documental con que cuenta el,investigador rela-tivo a esta poca no se caracteriza, precisamente, por suamplitud. Son escasas las fuentes rabes que, hasta el momen-to, es posible manejar y buena parte de ellas beben en lasaportaciones del gegrafo Idrisi (s. x11). En general, el temadel regado no constituye una faceta especial en los tratadosde los historiadores rabes, e incluso, los especficos de agri-cultura limitan sus aseveraciones a la calidad de las aguas y,sobre todo, a los cultivos. No obstante, los libros andalucessobre agricultura, escritos en los siglos xI y xl[ cumplen unpapel destacado en la investigacin rabe en este campo (5).Efectivamente, tras la cada del califato de Crdoba, el granestado musulmn se desintegr en varias unidades, los reinosde Taifas, y a lo largo de su vigencia (70 aos), el progresodel regado tom parte destacada de su poltica econmica,surgiendo mltiples escritores agrnomos cuyos textosimpresos y traducidos han llegado hasta nuestros das. Estemovimiento tuvo centros neurlgicos, Granada, Toledo y,sobre todo, Sevilla, circunstancia que ha llevado a LucienBolens a denominarlo como la escuela agronmica andalu-za (6).

    Durante la dominacin romana y visigtica existi unaclara dicotoma espacial, por lo que a formas de vida se refie-re. Efectivamente, el sur y este de la pennsula ibrica fueronintensamente romanizados y parcialmente urbanizados,mientras que el centro, norte y oeste, haban sido romaniza-dos superficialmente. Buena prueba de ello es que el regadoen poca romana es escasamente mencionado en los autoresclsicos y slo los hallazgos arqueolgicos, confirmados porbreves aportaciones de Estrabn y Plinio, permiten afirmar

    (5) Hamada, F.: Unos aspecios del desarrollo econmico en lapoca de los reyes de Taifas, Actas del N Coloquio Hispano-7'unecino,Edit. Instituto Hispano-Arabe de Cultura, Madrid, 1983.

    (6) Bolens, L.: Les mthodes culturales au moyen-ge d'aprs les traitsd gronomie andalous. Traditions et techniques. Ginebra, 1974.

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  • que el regado, en poca romana, se encontraba limitado alas reas costeras colonizadas por griegos y fenicios (7), sibien, no podemos olvidar en este sentido que, romanizacinaparte, se ha de contar, adems, con unas mejores condicio-nes climticas en las zonas litorales. Con estos presupuestosbsicos se desarrolla la agricultura intensiva de irrigacinislmica, de forma que sta queda, salvo alguna excepcin,limitada a los llanos de inundacin del sur y este de Espaa,tal y como describe hacia fines del S. XII el gegrafo Idrisi.Por el contrario, el interior qued como un mundo de dry-farming, pastoralista, espaciado extensamente y escasamenteurbanizado.

    Controversia y planteamientos antagnicos existen, igual-mente, en lo relativo a la localizacin espacial de las reasregadas. Las referencias geogrficas, literarias y cronsticasestablecen una estrecha vinculacin entre la ciudad musul-mana y sus alrededores cultivados y, precisamente, es aqudonde las menciones del regado son ms frecuentes. Se tra-tara de cinturones agrcolas suburbanos que configuraranel f-ahs o alfoz de las ciudades ms importantes, y creados aexpensas de la demanda de productos agrarios que desempe-an los ncleos urbanos (8), de forma que la agricultura deregado aparecera ntimamente relacionada con una socie-dad urbana en la que, como afirma Glick, .., todas las ciu-dades econmica, cultural y administrativamente importan-tes, estaban rodeadas de huertas (9). Se marcara, pues, unclaro dominio de la ciudad sobre el agro inmediato, posi-cin que se refuerza por el hecho de que buena parte delterreno agrcola era propiedad de individuos residentes en

    (7) Glick, T. F., 1988, Op. cit. p. 266.(8) Manzano Moreno, E.: El regado en Al-Andalus. Problemas en

    torno a su estudio, en La Espaa MedieUal. V. Estudios en ^nemorza del pro-jesor D. Claudio Snchez Albornoz, Vol. I. Edii. Universidad Complutensede Madrid, Madrid, 1986 p. 618.

    (9) Glick, T. F., 1988, Op. cit. p. 274.

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  • la ciudad (10) . Otros autores (11) , por el contrario, opinanque el regado en poca islmica estara definido por perime-tros muy localizados y de dimensiones reducidas que nocuentan con una autntica red de irrigacin. Se tratara,por tanto, de pequeas unidades perfectamente acordes conla estructura del poblamiento (alqueras).

    En nuestra opinin debieron coexistir ambas situaciones:de un lado, el regado en extensas huertas vinculadas a ciu-dades importantes (Valencia, Murcia, Toledo, Sevilla, entreotras) y, de otro, reducidas reas regadas, alejadas de centrosurbanos destacads y relacionadas con ncleos de poblacinde pequea entidad, tal y como demuestran diversos estu-dios (12). Yes que no podemos olvidar que, pese al nada des-deable desarrollo del regado en poca islmica, ste seguamanteniendo como objetivo bsico el asegurar las cosechas,planteamiento que queda mediatizado por las disponibilida-des hdricas de cada espacio, de forma que, posiblemente, enlos grandes cursos alctonos se desarrollaran importantesvegas para suministrar productos agrarios a las ciudades,mientras que en aquellos espacios de menores recursos

    (10) Manzano Moreno, E., 1986, p. 619.(11) Bazzana, A. et Guichard, P.: Irrigation et socit dans

    1'Espagne orientale au Moyen Age, en L'Homme et l'eau en Mediterranet au Proche Orient, Lyon, Maison de 1'Orient, 1980, pp. 115-139 y Bazza-na et alteri: L'hydraulique agraire dans 1'Espagne mdivale, en L auet les hommes en Mditerrane, Marseille, CNRS, 1987, pp. 43-66.

    (12) Rodrguez Martnez, F.: El paisaje rural en los valles penibti-cos, en Los paisajes rurales en Espaa, AGE, Valladolid, 1980.; Carbone-ro Gamundi, M. A.: Terrasses per al cultiu irrigat i distribuci social de1'aigua a Banyalbufar (Mallorca), Documents d'analisi geogrfica, 4, 1984,pp. 31-69 ySistema hidraulic i repartici col.lectiva de I'aigua aMallorca: Un model d'adaptaci ecolgica, Estudis balearics, 14, 1984;Barcel, M. y Carbonero Gamundi, M. A.: Topografia i tipologia delsqanat(s) de 1'illa de Mallorca , en Actas del I Congreso de ArqueologaMedieval Espaola, Huesca, 17-19 abril, 1985, Edit. Diputacin Generalde Aragn, pp. 599-615; Bertrand, M. y Cressier, P.: Antiguos sistemasde irrigacin en el valle del Andra^c (Almera), Actas del I Congreso deArqueologa Medieual...., Op. cit.

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  • hdricos, con cursos autctonos, la utilizacin de medios tc-nicos de captacin y derivacin de aguas, as como de ade-cuacin del terreno -terrazas de cultivo-, permiti la crea-cin de reducidos permetros regados, en cualquier casosuficientes para el abastecimiento de pequeos ncleos depoblacin.

    Sistemas de elevacin, captacin y derivacinde aguas

    La utilizacin de medios tecnolgicos para aprovechar almximo los recursos hdricos es, probablemente, uno de losaspectos ms interesantes del regado en la poca musulma-na en Espaa, pero conviene hacer notar que se trata de unafaceta hasta cierto punto engaosa, por cuanto que se havalorado en demasa el papel de los rabes como civilizacininnovadora en las tcnicas hidrulicas, pero tampoco esmenos cierto que an pervive hoy una terminologa roman-ce relacionada con el riego de clara raigambre rabe. Es posi-ble afirmar, sin riesgo de error, que la mayor parte de las tc-nicas de riego utilizadas en al-Andalus eran ya conocidas enpocas anteriores, el trabajo hortcola intensivo a base degrandes canales, como los de Aragn, Catalua o Navarra,era ya conocido por los hispanoromanos, pero el regadofundamentado en pequeos canales, azudes y norias, fue, sinduda, difundido por los musulmanes, que recogieron las tra-diciones agrarias de los grandes imperios de la Antigedad,cuyo corazn lo constituan fertilsimas vegas como la delNilo y, sobre todo, los ros del Aria occidental (13), y ste esun hecho al cual no podemos dejar de dar la importancia ytrascendencia que merece.

    (13) Caro Baroja, J.: Los pueblos deEspaa, Ediciones Istmo, Madrid,1981, p. 336.

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  • Ingenios elevadores de agua

    Los ingenios hidrulicos para la elevacin de aguas deros, canales o pozos muestran una compleja secuencia evolu-tiva, de los rudimentarios cigoales a mquinas ms desarro-lladas, como las norias, que ahora analizaremos brevemente.

    El artilugio ms sencillo es el denominado cigoal, cono-cido con el arabismo de alhatara, pero cuya denominacinoriginal en la pennsula, y que debemos remontar a antes dela conquista rabe, era la de cigeal, pues ya San Isidoro deSevilla (570-636 d.c.), cita en sus Etimologas que: Denomina-se asi la garrucha porque tiene un movimiento de rotacin:se trata de un madero mvil colocado transversalmente enuna prtiga de la cual pende una soga con un cubo o unodre que se introduce en el pozo para extraer agua... A aquelartilugio los hispanos le dan la denominacin de "cigi^ea"porque se asemeja al ave de tal nombre (14). Posiblementedurante el tiempo de la dominacin musulmana este sistemade riego fuera conocido como de alhatara (al jattra), si bien,posteriormente, tras la conquista cristiana, la documentacinutiliza vocablos sinnimos de aqul, como algaidn y algaido-nes y, sobre todo el ya mencionado de cigeal o cigoal quetermin por imponerse para la descripcin de esta elevacinde aguas para riego.

    De mayor complejidad tcnica, las norias parecen tenersu origen en el Mediterrneo oriental, pues, tal y como sea-la Colin (15), el vocablo n'ra, de donde posteriormentederivar el de noria, es de procedencia aramea y empleadopara designar el artilugio utilizado en los regados de Orien-te Medio. Problemtico resulta, empero, el tema de su difu-

    (14) San Isidoro de Sevilla: Etimologas, edic. bilinge preparadapor Jos Oroz Reta y Manuel A. Marcos Casquero, vol. II. Edit. Bibliote-ca de Autores Cristianos, Madrid, 1982, p. 525.

    (15) Colin, G. S.: La noria marrocaine et les machines hydrauli-ques dans le monde arabe, Hesperis, 1932, XIV-1, pp. 22-60.

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  • sin, pues, como indica Caro Baroja, los escasos datos pro-porcionados por escritores griegos y latinos resultan muyinsuficientes para efectuar una aproximacin a la realidad.

    An con ello, lo cierto es que las norias aparecen en lapennsula antes de la dominacin rabe, pues ya San Isidoroen sus Etimologas, cita este ingenio hidrulico que, probable-mente observara sobre el Guadalquivir o sobre.el Segura.

    Caro Baroja (16) distingue dos tipos de norias, las quedenomina de corriente movidas por el curso de las aguasen las que se instalan, y las norias de tiro onorias de san-gre movidas por la fuerza de un animal o de un hombre,considerando estas ltimas como verdadera invencin de losrabes, precisamente porque resulta un ingenio de mayorcomplejidad que las ruedas de corriente pues su construc-cin implica un conocimiento sobre los principios de trans-misin de fuerzas mediante un sistema de engranajes dis-puestos adecuadamente (17).

    Esa distincin entre ambos tipos de ruedas hidrulicasparece que cuenta con una plasmacin lexicogrfica quelos propios autores rabes reflejaron en sus escritos, aplican-do distintas denominaciones a unas y otras. As, un texto deIbn Him al-Lajmi (18) (s. x[l) seala que, pese a que elpueblo llame sniya a la noria accionada por un animal, elnombre correcto de este ingenio es al-dlbo al-dawlb,mientras que la palabra sniya designa nicamente al animalque accionaba la noria. En cambio, este mismo autor precisaque si la mquina es de gran envergadura, redonda, con ale-tas finas (paletas) en las cuales bate la corriente del agua, de

    (16) Caro Baroja, J.: Norias, azudas y aceas, lievista de Dialecto[o-ga y Tradiciones populares, X, 1954. pp. 29-160, ySobre la historia de lanoria de tiro, en Iieuista de Dialectologa y Tradiciones P%ulares, XI, 1954.pp. 15-70.

    (17) Manzano Moreno, E., op. cit., 1986, p. 624.(18) Forneas, J. M.: Un texto de Ibn Hi ` m al-Lajmi sobre las

    mquinas hidrulicas y su terminologa tcnica. Miscelnea de FstudiosArabes y Hebraicos, XXIII, 1974, p. 56.

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  • forma que slo necesite de sta para girar, tenemos al-n ra,que slo se establece al lado de un ro y que al girar produceun chirrido que es causa de que se llame as: n ra (=gemi-dora) .

    Pese a esa distincin semntica, parece ser que la palabrasniya termin por generalizarse y fue aplicada a todo tipo deingenio elevador de aguas, evolucionando a travs de las len-guas romances hasta dar el vocablo acea en castellano,sinia en cataln, cenia en valenciano, senia yceaen murciano ysini en mallorqun. Mientras que la palabran ra evolucion hasta la castellanizacin actual de noria,aunque con variantes locales como la de ora en la reginmurciana.

    Junto a norias y aceas, estos ingenios hidrulicos recibantambin otras denominaciones de raz completamente distin-ta y, as por ejemplo, en la Crnica de Ambrosio Morales(1513-1591) se dice que ...se levantaba (el ro) con unarueda de las que en Toledo llaman azudas, y los Moros las Ila-man azacayas o albolafias (19) .

    EI esquema de funcionamiento de una noria de corrientees bastante simple. Se trata de dos coronas verticales demadera, unidas por paletas y atravesadas por un eje horizon-tal; entre ambas coronas se instalan los cajetones que alsumergierse, con el giro, en la corriente se llenan de agua,que depositan en un canal marginal cuando, con la elevacinlos cajetones invierten su posicin. Segn Aragoneses (20),las norias musulmanas en Murcia estaban provistas de abun-dantes travesaos que formaban cuadrilteros, pentgonos yestrellas de ocho puntas.

    (19) Vid. Torres Balbas, L.: La Albolafia de Crdoba y la grannoria toledana, Al-Andalus, I, Instituto de Espaa, Madrid, 1982,p. 175.

    (20) Aragoneses, M. J.: Artilugios para elevacin de las aguas deriego, en ConocerEspaa, Edit. Salvat, pp. 285-286.

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  • La distribucin espacial de este ingenio hidrulico debiabarcar, segn Glick (21), toda el rea de asentamiento esta-ble islmico, es decir, de la lnea del Duero y el Ebro hacia elsur. Son mltiples las referencias que, en sus obras, realizangegrafos, viajeros, cronistas e incluso poetas. Veamos algu-nas de ellas.

    El viajero y gegrafo del siglo xi al-Himyari (22), al descri-bir el trmino de Lorca seala que: En distintos sitios deeste rio (Guadalentn) hay norias que sirven para regar losjardines..., e igualmente, afirma de la vega de Murcia queen ella .,.no se riega con el agua del rio de Murcia (Segura),si no es por medio de ruedas elevatorias llamadas dazulab ysaniya (23). Fuera del mbito levantino, este mismo autorcita la vega toledana de la que dice:Posee un cinturn dejardines surcados de canales en cuyos bordes giran ruedas decangilones para regar. Sobre este mismo espacio, el gegra-fo Idrisi menciona que: Los jardines que rodean a Toledoestn regados por canales sobre los cuales hay establecidasruedas de rosario destinadas al riego de las huertas, que pro-ducen en cantidad prodigiosos frutos (24). No podemosolvidar la noria que, en Crdoba, extraa aguas del Guadal-quivir, conocida como la Albolafia, ni aqullas otras instala-das en este mismo curso en las riberas sevillanas. Pero, sinlugar a dudas, estos ingenios hidrulicos que debieron exten-derse por todo al-Andalus, alcanzaron su mxima densidaden el antiguo Reino de Murcia, sobre todo en las vegas deesta ciudad, y las de Lorca y Orihuela, y lo que es ms desta-cable, buena parte de ellas se han conservado hasta nuestrosdas.

    (21) Glick, T. F., 1988, Op. cit. p. 256.(22) Al-Himyari: Kitab ar-Rarud Al-Hitar, Edit. Caja de Ahorros y

    Monte de Piedad de Zaragoza, Aragn y Rioja, Valencia, 1963, p. 344.(23) Al-Himyari, Op. cit., 1963, p. 348.(24) Idrisi: GeograJa de Espaa, Textos medievales, 37, Valencia,

    1974, p. 179.

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  • Como se desprende de las referencias histricas apunta-das, las norias se establecan tanto en los cursos fluvialesdirectamente, como sobre canales de riego; de ello dependasu tamao, de forma que para las instaladas sobre cursos concaudales abundantes y permanentes, los dimetros oscilabanentre 13 y 9 m., mientras que las colocadas en acequias mayo-res no superaban este ltimo valor y posean radios general-mente superiores a 3 metros, que tan slo reducan las radi-cadas en acequias menores o arrobas (25).

    Sistemas de captacin de aguas subterrneas

    En un pas donde buena parte de su territorio posee esca-sez de recursos hdricos, el aprovechamiento de las aguasestimula al mximo la capacidad de inventiva de sus habitan-tes. Como hemos sealado, hasta ahora, las tcnicas hidruli-cas utilizadas en al-Andalus eran ya conocidas en las civiliza-ciones pre-islmicas, aunque ellos, aqu, fueron sus autnti-cos propagadores. A1 igual que para la utilizacin ptima delos recursos hdricos superficiales, los musulmanes emplea-ron tcnicas no menos complejas para captar corrientes sub-terrneas y sublveas.

    El vocablo qant, sinnimo de foggara (Argelia) o khattra(Marruecos), se utiliza para designar una galera de capta-cin de agua por drenaje de sta, instalada bsicamente enuna ladea para recoger la escorrenta interior. Frente a lateora tradicional de que los qants consistan en conductossubterrneos realizados mediante la excavacin de pozosconectados bajo tierra (26), recientes investigaciones handemostrado que la galera de avenamiento no ha de ser nece-

    (25) Gil Olcina, A.: Riegos mediante elevacin de aguas superfi-ciales en la fachada este de Espaa. Cortesa del autor.

    (26) Glick, T. F., 1988, Op. cit. p. 258.

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  • sariamente construida segn una tcnica minera (27), sinoque lo realmente importante es la modificacin artificial dela pendiente a travs de la cual es conducida el agua a lasuperficie; por tanto, los qants poseen morfologas externasdiferentes y sistemas constructivos variados.

    Se trata de una tcnica utilizada ya por los romanos, aun-que con fines distintos a los agrcolas, recordemos, por ejem-plo, el caso de las explotaciones mineras de Las Mdulas,pero fueron los rabes quienes introdujeron el qan^tL en Occi-dente a gran escala.

    Con igual finalidad de captar aguas no superficiales apa-recen los cimbres, que no cimbra, definidos por el Dicciona-rio de la Real Academia de la Lengua como galera subte-rrnea, lo que, en principio, puede ser asimilable a losqants. No obstante, las diferencias entre uno y otro sistemason manifiestas; los cimbres, a diferencia de los qants suelenser ms cortos, no presentan galeras subterrneas sino trin-cheras, por tanto carecen de pozos de aireacin a lo largo desu trazado y, lo que resulta ms determinante, su objetivo esla captacin de aguas prximas a la superficie (lechos deramblas, barrancos), no de acuferos profundos (28).

    Sistemas de derivacin de aguas: azudes y riegos de alfait

    Los rabes, a quienes no podemos dejar de calificar comomaestros en el trazado de canalizaciones y acequias parariego, aprovecharon al mximo la herencia hidrulica roma-na, pero, a diferencia de stos, construyeron pocas presas,aunque si multitud de pequeos azudes, cuya misin era ele-var levemente el agua y desviarla para riego mediante una

    (27) Barcel, M. y Carbonero Gamundi, M. A., 1985, Op. cit.p. 600.

    (28) Bazzana, A. et alteri, 1987. Op. cit.

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  • toma (29). Efectivamente, frente al vocablo presa relacio-nado con el almacenamiento o retencin de aguas, se sita elde azud, procendente del rabe al-sudd, que ha tenidosiempre connotaciones de derivacin de aguas. Se trata deuna tcnica bien conocida por los rabes, practicada desdeantiguo en sus lugares de origen y que luego trasladaron a lapennsula para fertilizar grandes y pequeas vegas. Ejemploexpresivo de este sistema de desviacin de caudales es la des-cripcin de al-Himyari sobre el riego de Lorca, del que indi-ca que: Este ro (Guadalentn) posee en la regin de Lorcados lechos diferentes, uno ms elavado que otro: cuando senecesita regar la parte ms alta del pas, se eleva el nivel delro por medio de esclusas, hasta que alcanza su lecho supe-rior, entonces se puede utilizar su agua para regar (30).

    Generalmente de reducidas dimensiones, por lo que a sualzado se refiere, los azudes se disponan transversalmente ala corriente, con profundos cimientos y paramento de aguasabajo escalonado para evitar socavaciones en el cauce. Habi-tualmente aparecan compuestos por dos muros con rellenointermedio de hormign de cal hidrulica y parmentos desillera ( 31) . Indudablemente, estos azudes de ms slidaconstrucciri se estableceran en cursos con caudales enmayor o menor medida regulares y donde posiblemente suconstruccin quedara rentabilizada por el aprovechamientode las aguas derivadas; pero, probablemente, en mbitos conmenores disponibilidades o de aleatoriedad manifiesta, lasobras resultaran mucho ms rudimentarias, a base de cajo-nes de madera rellenos de tierra o simples entramados detierra y ramaje.

    Este mismo principio de detencin y desviacin de cauda-les rige en los llamados riegos de boquera o riegos de alffayt,

    (29) Fernndez Ordez, J. A. (dir): Catlogo de noventa ^rresas y azu-des espaoles anteriores a 1900, Biblioteca CEHOPU, Madrid, 1984, p. 12.

    (30) Al-Himyari, Op. cit., 1963, p. 344.(31) Fernndez Ordoez, J. A. (dir.), 1984 Op. cit. p. 12.

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  • voz esta ltima que, literalmente significa la crecida (32),ya que aprovechan el incremento de caudales circulantes porros y ramblas cuando se producen copiosas precipitacionesy, a diferencia de los azudes no suelen cubrir completamenteel cauce. Las tierras de alfait no son estrictamente de rega-do, pero poseen mayor valoracin que las de secano.

    La intensificacin de la agricultura

    La aplicacin y difusin de las tcnicas hidrulicas pro-porcion un notable desarrollo de la agricultura en al-Anda-lus. Pero este desarrollo se materializa no slo por la amplia-cin de la superficie regada sino tambin por la intensifica-cin de cultivos; frente a la cosecha nica que dominaba elagro en pocas anteriores, la utilizacin de canales de riego,norias, qants, entre otros, permiti su multiplicacin y, endefinitiva, el incremento de la produccin agrcola.

    En buena medida, la agricultura islmica en Espaa, utili-z, en general, cultivos y mtodos tradicionales, pero supernotablemente las aportaciones del perodo romano. Parecefuera de toda duda que los rabes fueron, en Espaa, los art-fices del desarrollo de una agricultura intensiva que, utilizan-do como base el agrosistema romano, lo amplia con mtodosy cultivos experimentados y perfeccionados en India, Persia,Mesopotamia, Siria y Egipto (33).

    La fertilizacin de los suelos mediante el empleo de abo-nos es un tema profusamente tratado en la mayor parte delos libros de agricultura andalusis, pero, la fertilizacin natu-ral o, en mayor o menor medida, inducida aprovechando loslgamos transportados por ros y cursos autctonos, a travsde las acequias de riego, ha sido tratada para el caso de las

    (32) Torres Fontes, J.: Rej^artimiento de la Huerta y Camfio de Murciaen el s. wu. Academia Alfonso X El Sabio, CSIC, Murcia, 1971, p. 37.

    (33) Butzer, K, et alteri, 1989, Op. cit., p. 55.

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  • vegas de Lorca y Murcia por R. Pocklington (34), en cuyo tra-bajo se incluyen diversos pasajes de autores rabes en los quese compara a los ros Guadalentn, cuya significacin originales bastante ilustrativa ro de fango, y Segura, con el Nilo,por el efecto positivo de los tarquines depositados en lasvegas tras la crecida, hasta tal punto que, como afirma Al-Udri, al referirse a la vega de Lorca, posee las mismas cuali-dades del Nilo, pues se riega una sola vez y no es necesariovolver a hacerlo (35).

    Similar sistema de fertilizacin segua siendo utilizadosiglos ms tarde, tal y como refiere Musso y Fontes, quienafirma que Es increible lo que vale semejante abono, prefe-rible por muchos respetos al de los estircoles (36). Tam-bin Cavanilles hace mencin al beneficio de las tierras porlos tarquines cuando, en su descripcin de la Vega de Agost,indica que ...el suelo entero se mejora con el cieno quetraen las aguas... (37).

    No obstante, el cambio ms significativo operado en laagricultura de regado en el perodo de la dominacinmusulmana es el relativo a la incorporacin de cultivos exti-cos de elevado rendimiento, cuyo estmulo inicial para sudifusin en Espaa, fue el capricho de los reyes de exhibirplantas exticas en los jardines de palacio (38).

    (34) Pocklington, R.: Observaciones sobre el aprovechamiento delagua torrencial para la agricultura en Murcia y Lorca durante la pocarabe, en Gil Olcina, A. y Morales Gil, A(edic.): Avenidas fluviales einundaciones en la cuenca del Mediterrneo, Inst. Univ. de Geografa-Cajade Ahorros del Mediterrneo, Alicante, 1989, pp. 395-401.

    (35) Pocklington, R. Op. cit., 1989, p. 398.(36) Musso y Fontes, J.: Historia de los riegos de Lorca, Murcia, 1847,

    p. 156, (edic. facsimil Agrupacin cultural lorquina, Lorca, 1982).(37) Cavanilles, A. J.: Obseruaciones sobre la Historia Natural, Geogra-

    fa, Agricultura, Poblacin y Frutos del Reyno de Ualencia. Imprenta Real,Madrid, 1797 (edic. facsimil), Valencia, 1981, T. II, p. 524.

    (38) Watson, A. M.: Agricultural innovation in the early Islamic world:The diffusion of crops and farming techniques, 700-110, Cambridge, Univer-sity Press, 1983, cit. en Butzer, K et alteri, 1989, Op. cit.

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  • Los cultivos introducidos por los rabes eran, en su mayo-ra, productos agrcolas comerciales: arroz, azcar, algdn,ctricos y seda; todos ellos servan de complemento a produc-tos mucho ms comunes (trigo, cebada...).

    La administracin del regado

    Si escasas resultan las referencias rabes respecto a los sis-temas de riego, las relativas a la administracin del mismoson prcticamente inexistentes, hasta el momento. Comoindica Glick (39) slo es posible intentar una reconstruccinde las prcticas diarias basndose en la terminologa aplica-da por los cristianos a sus oficiales del regado.

    La justicia ordinaria era impartida en el mundo islmicopor el qd i pero determinadas reas podan ser asignadas amagistrados especiales, de forma que Al-Harashi, un jurispe-rito andalus, cita, entre otros, un qda al-miyah o qadi delas aguas, cargo que sobrevivi en poca postislmica comoalcalde de aguas en Lorca (40).

    La terminologa cristiana utiliza frecuentemente vocabloscomo abacequies, abacequier (Valencia), abacequia (Ara-gn), sobrecequiero o juez sobrecequiero (Murcia), deriva-dos, probablemente, de shilral-s^rqiya que debi ser un oficialurbano cuya misin era la de juzgar las infracciones diariasde la ley de aguas y otras normas relativas al uso de las mis-mas, en definitiva, deba asegurar la equidad en su distribu-cin. Sus poderes discrecionales le llevaban, adems, a hacercumplir las especficas costumbres, arreglos y precedenteslegales referidos a los turnos, mantenimiento y limpieza deacequias y azudes, as como las relativas a infracciones en elregado (41).

    (39) Glick, T. F., 1988, Op. cit., p. 288.(40) Glick, T. F., 1988, Op. cit., p. 289.(41) G1ick,T. F., 1988, Op. cit., p. 292.

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  • Posiblemente, en los regados de menor entidad, dondela escasez de agua dificultaba enormemente su reparto, yaque se trata de regados en los que comnmente el agua esobjeto de venta y, por tanto, aparece disociada de la propie-dad de la tierra, destaca un oficial, el aman al-ma, cuya conti-nuidad en poca cristiana fue, por lo que respecta al territo-rio valenciano, el alam (alamn en castellano), aunque la tra-duccin literal del vocablo amzn sea el de fiel, cuya reminis-cencia ms destacada aparece en el regado de Elche con sufiel de aguas.

    Distribucin del agua

    Fontanals Jauma (42) establece unas caractersticas gene-rales de distribucin del agua que podran ser aplicadas almundo islmico y que se concretaran en los siguientesaspectos: 1) el agua no se puede vender, 2) reparto propor-cional del agua, o por tandas si el caudal es escaso, 3) salida ypuesta del sol, junto con el medioda son los momentos utili-zados para dividir las tandas y 4) tandeo generalmente sema-nal.

    Estas cuatro normativas generales experimentan, no abs-tante, variaciones locales dependiendo de factores diversos y,sobre todo, las alteraciones ms sustanciales se produjeron,con el paso del tiempo, en lo relativo a la propiedad del aguay en aquellos mbitos donde su escasez elevaba considerable-mente su valor, fenmeno, pues, tpico de los regados defici-tarios del sureste peninsular, donde agua y tierra, en princi-pio unidas, terminaron por constituir propiedades separadas

    (42) Fontanals Jauma, R,: Un plnol de la sequia de la Vila delsegle xrv (Ciutat de Mallorca) , Quaderns de Ca la Gran Cristiana,nm. 5. Palma de Mallorca, 1985, p. 22.

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  • y con beneficios muy dispares, evidentemente muy superio-res para la primera (43).

    Un caso significativo a este respecto es el de la vega deLorca donde, segn privilegio dado por Alfonso X en 1268,el agua del Guadalentn deba ser repartida por das y tiem-po entre todos los poseedores de tierra. Sin embargo, estavinculacin entre tierra y agua prontamente, en menos deun siglo, se vera alterada por razones de orden poltico yeconmico que llevaron al Concejo de la ciudad a venderdiariamente en subasta los caudales de la Fuente del Oro.Iniciativa seguida, despus por los dueos de heredades queenajenaron sus tierras, reservndose la propiedad del agua.Signo inequivo del carcter de bien por excelencia queposee el agua en el sureste peninsular y que constituy fuen-te de riqueza y poder en manos de los estamentos privilegia-dos -nobleza, clero y, en ocasiones Bienes de Propios- (44).

    Unidades de medida

    El sistema de distribucin de aguas durante la pocamedieval en Espaa, se basaba en el principio de la propor-cionalidad, de forma que cada regante reciba el agua enconsonancia con la cantidad de tierra que posea. No se tra-taba de un volumen fijo sino que dependa de las variacionesque experimentaba el caudal del ro o de la fuente. Este cau-dal era dividido entre las acequias principales en proporcina la cantidad de tierra que cada una de ellas beneficiaba, yesa divisin se realizaba mediante una unidad de medida abs-tracta, la fila (hilo, hila, en castellano) que, coino indica GilOlcina, es una magnitud de doble sentido referida a caudal o

    (43) Gil Olcina, A.: La propiedad del agua en los grandes regadosdeficitarios del sureste peninsular: el ejemplo del Guadalentn , Agrz-cullura y Sociedad, nm. 35, 1985, pp. 207-225.

    (44) Gil Olcina, A., 1985, Op. cit.

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  • tiempo que registra las alteraciones modulares de la corrien-te fluvial (45). Por ello, el reparto del agua exige el emplede partidores mviles, capaces de regular el volumen deentrada en las acequias y de los que son buena muestra elpartidor de pico mvil, tpico del regado ilicitano o el detablas utilizado en la vega de Lorca. En definitiva, la filaentraa significaciones distintas -parte alicuota del caudal odivisin horaria fija- (46).

    En el Reino de Valencia, donde la fila constitua la divi-sin fundamental en el reparto de aguas existe una excep-cin, la de los riegos del Palancia, cuyas aguas derivadas apartir del azud situado en Algar, se contabilizaban por rolls, ovolumen de agua que pasa por un orificio abierto en un arcade aguas en la Acequia Mayor; el nmero de rolls y el tiempode apertura mide el caudal (47).

    Principales reas regadas: ^continuidad o discontinuidadtras la conquista cristiana?

    La prolongada presencia musulmana en Espaa fue, nocabe duda, transformadora de muchas realidades sociales yeconmicas, pero cabe plantearse, a los efectos que nos inte-resan, si hubo o no permanencia de sus elementos msgenuinos tras la conquista cristiana; en definitiva, cuestionarla continuidad o discontinuidad del regado en los territoriosreconquistados.

    Barcel afirma que la expansin feudal hacia al-Andalusa partir del s. x11, y la consiguiente apropiacin de las tierras

    (45) Cuestin tratada ampliamente en Gil Olcina, A.: La propiedady el dominio de aguas perennes en el sureste peninsular. Leccin de aperturadel ao acadmico 1990-1991, en la Universidad de Alicante (en pren-sa). Cortesa del autor.

    (46) Lpez Gmez, A.: El origen de los riegos valencianos II. Ladivisin del agua, Cuadernos de Geogra^a, nm. 17, 1975, pp. 29-34.

    (47) Lpez Gmez, A., 1975, Op. cit., p. 8.

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  • irrigadas, implic una adaptacin de ndole diferente. Lospermetros de regado complejos, es decir, los instalados enlas vegas de ros alctonos, fueron conservados intactos,adaptndose a los complicados y rgidos procedimientos paraorganizar la distribucin social del agua y para asegurar elmantenimiento del sistema tecnolgico; sin embargo, lospermetros de riego ms reducidos y sencillos, experimenta-ron suertes diferentes segn los espacios (48).

    En lneas generales, y con base en las investigaciones rea-lizadas hasta el momento, es posible afirmar que, con laReconquista, en la parte oriental de al-Andalus, las Islas Bale-ares incluidas, no se produjo una destruccin de los perme-tros de irrigacin existentes (49), si bien conviene matizarque, para el caso de Murcia, la continuidad, como veremos,no fue tan manifiesta. En Aragn parece que se conservantodos los sistemas hidrulicos importantes, mientras que enAndaluca, segn los historiadores actuales, la ruptura fueprcticamente total. Analicemos, pues, en la medida de loposible, estos espacios durante la ocupacin rabe y la situa-cin creada tras la conquista cristiana.

    Con todo, la herencia hidrulica rabe es manifiesta en lapennsula y, posiblemente, las palabras de Joaqun Costaresulten, en este sentido muy expresivas:

    A los partidos polticos: Regad los campos, siqueris dejar rastro de vuestro paso por el poder:los rabes pasaron por Espaa; ha desaparecido suraza, su religin, sus cdigos, sus templos, sus pala-cios, sus sepulcros; y sin embargo, su memoria estviva, porque han subsistido sus riegos (50).

    (48) Barcel, M.: La arqueologa extensiva y el estudio de la crea-cin del espacio rural, en Barcel, M. et alt.: Arqueologa medieuaL En lasaJueras del medievalmo. Edit. Critica (Historia Medieval), Barcelona,1988, p. 239.

    (49) Barcel, M., 1988, Op. cit. p. 240.(50) Costa, J.: Poltica hidrulica. Colegio de Ingenieros de Cami-

    nos, Canales y Puertos. Madrid, 1975. p. 5.

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  • La ocupacin rabe de la pennsula tena en la llamadaMarca Superior (Al-Tagr al Ags) su lmite septentrional. Cons-titua un espacio que ocupba la mayor parte del valle delEbro, con enorme riqueza y extensin geogrficas, donde sedistribuan numerosos centros urbanos, destacando entreellos Zaragoza (51) .

    El valle del Ebro es ampliamente elogiado por los autoresrabes que muestran la imagen de una regin prsperadonde se utilizan hbiles mtodos de riego a lo largo de losros Gllego y Jaln. Recientes investigaciones sealan la pre-sencia, en el espacio comprendido entre Alfaro-Tarazona-Zaragoza, de una red de canales y acequias, creada por losmusulmanes, que recogan las aguas de arroyos y distribuanlas de los ros. El agua se reparta diariamente y dos personas,el alamn y el zavacequia, estaban encargados de la irrigaciny del cuidado de los canales (52).

    Ignacio Asso (53) indica que la huerta en torno a Zarago-za se encontraba, en poca islmica, beneiiciada por lasaguas de los ros Gllego, Huerva, Jaln y Ebro, y casi todoslos trminos y partidas del Corregimiento de Zaragoza queson reseados en su obra se ericuentran en las escrituras dels. xtl, pocos aos despus de la conquista de Zaragoza, loque, a su entender, es prueba evidente de que ya se cultiva-ban en tiempos de moros (54). Para Asso, la providenciade las acequias, para regar casi todos los trminos menciona-dos, fue tambin debida al cuidado industria de los Moros,

    (51) Esco, C., Giraet, J. y Snac, Ph.: Arqueologa islmica en la MarcaSuperior de Al Andalus, Edit. Diputacin de Huesca, Zaragoza, 1988, p. 9.

    (52) Sarasa Snchez, E.: La Memoria del agua: la economahidrulica en el valle medio del Ebro ^un ejemplo de supervivencia ode nueva implantacin tras la conquista cristiana en el s. xti? , en Alprofesor emrito Antonio Ilbieto Arteta, en homenaje acadmico, Universidadde Zaragoza, 1989, p. 643.

    (53) Asso, I.: Historia de la economa poltica de Aragn, con licenciaen Zaragoza por Francisco Magalln, Ao 1798 (edic. facsimil) GuaraEditorial, Zaragoza, 1983.

    (54) Asso, I., 1983, Op. cit. p. 57.

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  • que supieron sangrar los ros con acierto, y repartir las aguascon economa.

    Tras la conquista cristiana a comienzos del s. XII, todoparece indicar la continuidad de las tradiciones islmicas porlo que al regado se refiere. As lo atestiguan los documentosde los aos veinte y treinta de dicha centuria en los que sehabla de la pervivencia del sistema de riegos, del reparto delos das de riego (adula, ador, alhema, almoceda), de los impues-tos derivados de la explotacin del agua (alfarda) y de los res-ponsables de las acequias (alamines y^avacequias), todos elloscon indudables expresiones de origen musulmn, al tiempoque estos documentos aluden constantemente a situacionesque estaban como en tiempos de moros (55).

    En definitiva, la agricultura en el valle del Ebro se benefi-ci de los adelantos tcnicos y cultivos introducidos por losmusulmanes y, en ello, prestaron contribucin destacada loscontingentes rabes (mudjares) que permanecieron junto alos cristianos despus de la conquista y que Ilegaron a inser-tarse plenamente en el rgimen econmico a partir delsiglo x[[ (56). Prueba de ello es el hecho de que una investi-gacin para el canal de Irus en el Valle del Ebro, refiere queel s'istema de riegos deba continuar como andavan en tiem-pos de moros... que trov verdat en antiguos moros comodevia andar el agua (57) .

    Un pasaje de la obra de Asso, escrita en 1798, resulta bas-tante llamativo porque refiere un sistema de fertilizacin delsuelo utilizado en esos momentos, pero que posee probable-mente claras reminiscencias de la dominacin musulmana.Se trata del beneficio de los tarquines, ya mencionado paralas vegas de Lorca y Murcia que Asso describe para las del

    (55) Sarasa Snchez, E, op. cit., 1989, p. 643.(56) Sarasa Snchez, E.: Edad Media, en Htoria de los pueblos de

    Esfiaa. Los antiguos territorios de la Carona de Aragtn, Baleares, Catalua,Pas Ualenciano, Edit. Argos Vergara, Barcelona, 1984, p. 34.

    (57) Lacarra, J. M.: L.a repoblacin del Valle del Ebro en Laca-rra, J. M. et alt.: la reconquta espaola, p. 70.

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  • Jaln en los siguientes trminos: A la fertilidad natural delsuelo se agrega la inestimable ventaja de recibir un abonocontinuado de las aguas fecundantes de dicho rio, las qualestienen en disolucin una marga grasa, y substanciosa, que sedesposita en cada regadura. Este beneficio es ms sensible enlas avenidas del Xalon, quando trae sus aguas de un color deladrillo roxo, y mui cargadas de dicha marga. Entonces esquando se afanan los labradores en hacer las que llamancorrentas en las heredades puestas cerca de las grandes ace-quias, dexando estancada la agua que pueden, con lo qualconsiguen sofocar la mala hierva, y dexarlas beneficiadascon 4 6 dedos de tierra nueva para mucho tiempo. Las tie-rras fertilizadas con las correntas suelen rendir 12 y 15 poruno (58).

    Otro mbito al que no podemos dejar de mencionar enesta apretada sntesis del regado musulmn es el de la vegaturolense donde la economa hidrulica desempe un des-tacado papel mediante el aprovechamiento de los ros Turiay Alfambra, tanto con fines molinares como de riego. Lainfraestructura hidrulica ms importante era la llamada ace-quia de Guadalaviar que^arrancaba, y todava hoy lo hace, dela presa o azud de los Pelaires (59); de dicha acequia partanotras menores qu beneficiaban gran extensin de tierras enlas proximidades de Teruel, incluida parte de su vega.

    La continuidad del sistema de acequias y canalizacionesdel Teruel islmico tras la conquista puede quedar de mani-fiesto, segn Orcstegui Gros, en la concordia establecida en1193 entre Miguel de Santa Cruz, uno de los primeros here-dados de la capital tras su repoblacin, y los vecinos deTeruel y Villaespesa que tenan heredades beneficiadas por

    (58) Asso, I., 1983, Op. cit., p. 71.(59) Orcstegui Gros, C.: El rgimen de utilizacin de las aguas

    en el Teruel medieval: jurisprudencia, tradicin y continuidad en Al^rr-ofesor emrito Antonio Ubieto Arteta, en homenaje acadmico, 1989, Op. cit.p. 599 (nota 5).

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  • la acequia de Guadalaviar de la que el primero pas a ser supropietario (^60). Igualmente, el Fuero de Teruel, de 1177,recoge abundantes clusulas sobre la utilizacin del agua,mantenimiento de las acequias, construccin de azudes,entre otras, lo que es prueba evidente de la voluntad porparte de los nuevos dirigentes de conservar las tradicioneshidrulicas en un espacio donde la economa del agua jugun papel destacado.

    Por lo que respecta a las islas Baleares, las investigacionesse han centrado, hasta ahora, bsicamente en la isla deMallorca, mientras que de Menorca e Ibiza, se dispone demuy escasos datos que no permiten extraer conclusiones ade-cuadas.

    Los estudios ms recientes sobre la sociedad agraria de laMallorca islmica indican una fuerte presencia del regadocon numerosas menciones de huertas, pozs, acequias, moli-nos (61), es decir, cabe atribuir la formacin del paisaje ruralde las islas a la poca de la dominacin musulmana (902-1229).

    Los principales vestigios del hidraulismo andalus en laisla han sido estudiados por M. A. Carbonero y M. Barcel,que han puesto de relieve la organizacin del espacio agrarioen la zona montaosa de Mallorca, donde un complejo siste-ma de terrazas, qants, molinos de agua, albercas, etc., bene-ficiaba pequeos permetros irrigados (62).

    Tras la conquista de la isla, y a diferencia de lo que suce-di en otros espacios, Valencia o valle del Ebro por ejemplo,en Mallorca no se produjo ningn tipo de pacto entre lascomunidades musulmana y cristiana, de forma que la prime-

    (60) Orcstegui Gros, C., 1989, Op. cit., p.4 99.(61) Soto i Company, R.: del Repartiment a las Ordinacions en

    Historia de los ^iueblos deEspaa...., 1984, Op. cit. p. 123.(62) Carbonero, M. A., 1984, pp. 31^9; Barcel, M., 1988, Op. cit.;

    Barcel, M., Carbonero, M. A. et alteri: Les aigzies cercades (Els qanat(s) deliUa de Mallorca), Palma de Mallorca, 1986; Barcel, M. y Carbonero,M. A., 1985, Op. cit. pp. 599-615.

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  • ra qued sin ningn tipo de status jurdico y en gran medidasometida a duras condiciones impuestas por los conquistado-res. En efecto, el Repartiment y la documentacin real ynotarial del s. x^[^ prueba la desaparicin de los musulmanescomo propietarios de tierras, de forma que quedaron esta-blecidas condiciones feudales por parte de los conquistado-res catalanes que, apoyados por contingentes de repoblado-res procedentes de la pennsula, despojaron a los musulma-nes de las tierras.

    La dominacin catalana parece que afect negativamenteel desarrollo de la agricultura, sobre todo su red hidrulica;la documentacin consigna rdenes y permisos para repararo construir molinos de agua, sin embargo no debi ocurrirlo mismo con las acequias, muchas de las cuales probable-mente dejaron de ser usadas tras la conquista. Los qants, tanabundantes en la isla hasta entonces, no son mencionados enla documentacin catalana, aunque si otros sistemas de rega-do como pozos, norias, etc. En lo relativo a los cultivos, pare-ce que se produjo una reduccin de los de regado, ya fuerapor incapacidad tecnolgica, ya por hbitos alimenticios delos repobladores diferentes a los de los musulmanes, deforma que, por ejemplo el algodn y el arroz desaparecie-ron, mientras que la documentacin posterior a la conquistamenciona trigo, aceite, vino, lino, camo, dtiles y algarro-bas (63).

    Los riegos valencianos tienen, y parece fuera de todaduda, un origen romano. Numerosos vestigios arqueolgicosy toponmicos confirman esta procedencia; sin embargo,durante la dominacin musulmana experimentaron un nota-ble crecimiento. La toponimia de origen rabe relacionadacon aspectos hidrolgicos y aplicada a lugares geogrficos esmuy abundante como, por ejemplo, la referida a fuentes(Rozalema, Caudete, Ain, Caudiel), a balsas (Albueca, Ade-

    (63) Soto i Company, R., 1984, Op. cit., p. 124.

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  • muz, Daims), a cisternas y pozos ^(Biar, Albir, Aljup, Monco-fa), entre otros (64). ,

    Los principales sistemas de riego en poca islmica, sedesarrollaron en torno a Valencia, Morvedre, Ganda,Burriana y Orihuela, aprovechando, respectivamente, lasaguas del Turia, Palancia, Serpis, Mijares y Segura. Regadosde menor entidad apareceran, igualmente, en las riberas deotros cursos, de caudales ms irreguales pero hbilmenteaprovechados por los musulmanes, como es el caso de lahuerta de Alicante o la de Elche.

    Segn Glick (65), el regado valenciano durante la domi-nacin musulmana se configurara como un mosaico en elque dejaron su impronta las diferentes etnias establecidas enla regin. Distingue as entre un modelo de tipo sirio,dominante en las huertas de Valencia, Castelln y Ganda,donde imperara una distribucin proporcional del agua,mientras que en las pequeas huertas del sur (Alicante,Elche y Novelda), el sistema de reparto de aguas sera detipo yemenita, basado en unidades de medida de tiempofijo y asociado a la ve.nta del agua. Estos sistemas de distribu-cin de aguas se corresponden, adems con dos formas dife-rentes de propiedad de la tierra; en el primero de los casos,tierra y agua constituyen propiedades inseparables, mientrasque en el segundo, el agua es un derecho enajenable ypuede ser vendido separadamente de la tierra. Cabra, noobstante, matizar que, independientemente de las etnias quepoblaran los diferentes espacios, no conviene perder de vistaun factor esencial, el diferente comportamiento hidrolgicode los cursos que benefician unas y otras reas, con caudalesmucho ms reducidos en los regados meridionales y donde,en consecuencia, el agua constituye un valor por s mismo.

    (64) Barcel Torres, C.: 'loponima arbica del Pais Valenciano. Alque-ries i casteUs. Ayuntamiento de Jtiva-Diputacin Provincial de Valencia.Canals, 1983, p. 54.

    (65) Glick, T. F., 1984, Op. cic. p. 333.

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  • En su estudio sobre los orgenes del regado valenciano,Butzer y sus colaboradores, indican que las superificies rega-das de mayor extensin, es decir, las redes a gran escala insta-ladas en cursos con caudales abundantes y constantes, seranobra de comunidades corporativas, integradas por un eleva-do nmero de agricultores, que dirigen, conjuntamente, ladistribucin del agua a travs de un complejo sistema de ace-quias, azudes, que requiere un constante mantenimiento. Unsegundo tipo de permetros irrigados, de escala mediana(100 Ha), sera el resultado de una nica comunidad, res-ponsable de una pequea red de acequias que aprovechancaudales intermitentes. Finalmente, existira una red apequea escala, vinculada a un grupo de tipo familiar, ali-mentada por aljibes o pequeos nacimientos de agua (66).

    Tras la reconquista del Reino de Valencia (1230-1240),gran cantidad de musulmanes permanecen en los territoriossometidos merced a la capitulacin de algunas de las unida-des polticas existentes. No obstante, diferentes revueltas lle-varon, en 1248, a la expulsin de un contingente importantede musulmanes, sustituido por repobladores que, ya en 1270,se erigan como grupo demogrfico ms numeroso en lasprincipales ciudades del reino. Los musulmanes fueron, ensu mayora, relegados a las zonas montaosas del interior, deforma que, en la Huerta de Valencia, los documentos dels. xrv no citan ningn propietario de origen musulmn; noobstante, Ganda, Jtiva y Elche, ncleos urbanos destacados,siguieron conservando un nmero importante de regantesrabes (67).

    Con todo, y segn se desprende del Repartimiento deValencia, al menos en los primeros momentos tras la conquis-ta, las propiedades agrarias fueron compartidas 'en un mismoespacio por cristianos y musulmanes por lo que, como afirmaGlick, es enteramente natural poder esperar la continuidad

    (66) Butzer et alteri, 1989, Op. cit. p. 23.(67) Glick, T. F., 1988, Op. cic. p. 334335.

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  • de las costumbres de distribucin de las aguas por entoncesen vigor (68).

    Jaime I en los Fueros otorgados a la ciudad y Reino deValencia sent las bases para la continuidad del regado isl-mico tras la conquista al establecer que ...asi que podis deellas regar, y tomar aguas sin ninguna servidumbre ni servi-cio ni tributo, y que tomis aquellas aguas segn que antigua-mente era y fue establecid y acostumbrado en tiempo desarracenos. Incluso, en una fecha tan tarda como es la de1609, el decreto de expulsin de los moriscos establece lapermanencia de algunos de ellos para que conserven lascasas, ingenios de azcar, cosechas de arroz y regados.

    Efectivamente, los documentos posteriores no revelanninguna diferencia, salvo en el caso de Elche, entre losregantes rabes y cristianos, ya que stos debieron asimilarprontamente las costumbres rabes que mantuvieron prcti-camente intactas. Adems hay que sealar que Jaime Iprohibi cualquier tip de modificacin en las infraestruc-turas de regado, e incluso las reparaciones se deban reali-zar de conformidad con la manera, la forma y el estadoantiguo.

    Dado el elevado nmero de reas regadas en tierrasvalencianas, escojamos, para este apretado anlisis, tres mbi-tos de caractersticas y significacin radicalmente distintos: lahuerta de Valencia y los regados de Alicante y Elche.

    Regada por las aguas del Turia, la Huerta se sita en losalrededores de la ciudad de Valencia y su red de riego fuedonada por Jaime I, el 29 de diciembre de 1238, a sus sbdi-tos, segn privilegio en el que se hace constar que: Damos yconcedemos perpetuamente todas y cada una de las acequiasde Valencia, excepto la que va a Puzol, de modo que podaisregar a la manera que de antiguo es costumbre, lo que evi-dencia la prctica del regado en poca musulmana. El pri-

    (68) Glick, T. F., 1988, Op. cit., p. 336.

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  • mer documento oficial que cita las acequias de la vega valen-ciana es el Privilegio Real que otorgara Jaime II en 1321,donde se encuentran las de Moncada, Mestalla, Favara, Ras-caa y Ruzafa (Robella) .

    Existe en el tramo bajo del Turia, desde Manises hastaValencia, un conjunto de nueve azudes cuya construccin hasido tradicionalmente atribuida a los rabes (s. x), aunqueahora se confirma su probable origen romano. Cualquieraque sea ste, lo cierto es que ya el gegrafo Idrisi indica quela ciudad de Valencia tiene un rio cuyas aguas son tilmenteempleadas en el riego de los campos, de los jardines y de loshuertos y de las casas de campo. Cada azud posee un canalde derivacin o acequias mayores que distribuyen el agua atoda la huerta y cuyo beneficio fue otorgado por Jaime Isinninguna servidumbre y servicio, y tributo. La particin delagua deba ser realizada segn la manera y tamao de lasposesiones para regar los campos, de forma que el agua sedistribua proporcionalmente en cada acequia, en relacincon las dimensiones de las reas a beneficiar. La unidad devolumen utilizada era la fila y la administracin de las ace-quias estaba en manos de los cequieros, nombrados por cadaComunidad de Regantes, mientras que la jurisdiccin sobretoda la huerta en los asuntos del riego era ejercida por fun-cionarios municipales, los Jurados.

    EI crecimiento de la ciudad de Valencia y el incrementoen sus necesidades de agua potable y riego provocaron con-flictos mltiples cuya resolucin fue adjudicada al Tribunalde las Aguas o Corte de los Acequieros que, segn Ari, cons-tituye el lejano heredero de una institucin hispanomusul-mana, la inspeccin de los riegos (wiklat al-sqiya), que yafuncionaba en la Espaa califal y en la de los taifas y queJaime I mantuvo intacta (69).

    (69) Ari, R.: Espaa musulmana (siglos vul ^cv), T. II de Historia deEspaa, dirigida por M. Tun de Lara. Edit. Labor, Barcelona, 1982,p. 225.

    78

  • La existencia en torno a la ciudad de Alicante de un alfozo paraje agrcola durante la poca islmica queda atestigua-do por diversas referencias documentales, as por ejemplo, elgegrafo Idrisi seala que el pas produce muchos frutos ylegumbres y particularmente higos y uvas.

    En un estudio sobre los sistemas de riego en la huertamedieval de Alicante (70) se establece un origen islmicopor lo que respecta a la estructura del regado, hiptesisbasada en la pervivencia de vocablos de origen rabe aplica-dos al riego (martava, dula), en el sistema de distribucin deaguas y por la abundancia de topnimos de origen rabe quedan nombre a las acequias y brazales de la huerta.

    El sistema de riegos en la huerta alicantina durante ladominacin musulmana es prcticamente desconocido y suorganizacin actual se remonta a la poca de la conquista,cuando Alfonso X otorg a la villa el disfrute de todas lasaguas de los tminos de Onil, Ibi y Castalla que, unidas, for-maban el caudal bsico del ro Montnegre. Con ello, el Con-cejo de la ciudad reparti las aguas entre los huertanos enproporcin a las tierras, de forma que el caudal del ro sedividi en 336 hilos de una hora y media de duracin cadauno, agrupando cada jornada 16 hilos divididos en dos tur-nos, uno^ de.da y otro de noche, subdivididos, adems enocho porciones iguales ohilas. El conjunto de los 336 hilosse denominaba tanda o martava y tena una duracin de 21das a lo largo de los cuales cada regante ejerca su derechopor turno riguroso. Se aprovecharon, igualmente, las aguasde avenida, tambin llamadas de duit, de ventura o de parti-dor, que fueron, asimismo, subdivididas en unidades denomi-nadas, no hilos, sino venturas o partidores, pero con idnticaduracin que stos. Tanto en un caso como en otro, el agua

    (70) Gutirrez, S.: La huerta medieval. Los sistemas de riego, enTilri, un pantano singular, Edit. Generalidad Valenciana, Valencia, 1989,pp. 18-26.

    79

  • constitua en la huerta un derecho perfectamente enajena-ble (71).

    El Campo de Elche es otro de los espacios donde la prc-tica del regado alcanz, gracias a los musulmanes, una extra-ordinaria perfeccin, cuya continuidad, tras la conquista,queda plasmada en un documento del Infante don JuanManuel, seor de la villa, en el que se expresa que el aguacon que se regaban las alcarias do son destadas heredades,que la ayan assi como solien aver los moros en so tiem-po (72).

    Abastecido del caudal del Vinalop, ste se dividi enhilos o fils, distribuidos doce de da y doce de noche. Deestos 12 hilos, uno abasteca la propia villa de Elche, otrosdos eran conducidos a travs de la acequia de Marchena ytres brazales a las tierras de los musulmanes y los nueve res-tantes beneficiaban las propiedades cristianas a travs de laAcequia Mayor y 23 acequias secundarias (73). Mientras queel agua de la Acequia de Marchena era agua franca, la de laAcequia Mayor se distribua diariamente en la Plaza de laFruta, donde se vendan las porciones de agua que sus res-pectivos dueos no empleaban, coexistiendo subasta y entan-damiento.

    La regin murciana constituy durante la dominacinmusulmana la llamada Cora de Todmir y durante esta pocael valle del Segura increment considerablemente sus tierrasirrigadas, tal y como se evidencia por la abundante toponi-mia rabe de la red hidrulica. Esa ampliacin correspondial crecimiento de la poblacin urbana a la que era destinadala produccin hortcola. Una expansin que hay que relacio-nar, igualmente, con la introduccin de nuevos cultivos

    (71) Alberola Rom, A.: Jurisdiccin y proj^iedad de la tierra en Alicante(ss. xv y tcviir), Ayuntamiento-Universidad, Alicante, 1984, 547 pp.

    (72) Torres Fontes, J. (ed.): Coleccin de documentos para la historiadel Reino de Murcia ]L Documentos del siglo wn, Murcia, 1969, p. 36.

    (73) Gil Olcina, A.: El regado de Elche, Estudios Geogrficos,1968.

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  • (arroz, algarrobas, naranjas...), as como con la aplicacin y,sobre todo, difusin de sistemas de captacin, elevacin yderivacin de aguas.

    Los historiadores actuales coinciden en afirmar que, conla Reconquista, la historia agraria del Reino de Murcia sufriuna verdadera ruptura. Efectivamente, los Repartimientos deLorca y Murcia ofrecen una clara visin de las nuevas estruc-turas agrarias. En los primeros momentos, tras la conquistacristiana, la huerta de Murcia fue dividida entre musulmanesy cristianos, pero tras la sublevacin mudjar en 1264, los pri-meros fueron excluidos de la propiedad, desapareciendocomo dueos de tierras pero, tambin, como mano de obradado que la emigracin musulmana fue cuantiosa. Rodr-guez Llopis ha comprobado como, tras la huida mudjar, seprodujo una reduccin o un abandono definitivo, en ciertaszonas, de los permetros irrigados y cmo los espacios incul-tos se convierten en pastizales destinados a la ganadera (74).No obstante, su permanencia durante la primera poca per-miti la conservacin de la red hidrulica y de los sistemas decultivo y su trasmisin a los repobladores (75), pero con eltranscurso del tiempo, la regin se convierte en una marcamilitar arrinconada entre la doble frontera aragonesa ymusulmana. Una situacin de inestabilidad poltica y cons-tantes luchas que provocar la disminucin del poblamientoy de la superficie cultivada, as como la vuelta a una econo-ma de subsistencia en la que las huertas se dedican, primor-dialmente a cultivos adaptados al hbito alimenticio de losconquistadores, con una probable disminucin de los fruta-les y leguminosas. No obstante, dentro de este hundimientocasi general, permanecen algunos elementos que permitenuna cierta continuidad, ya que la red hidrulica es conserva-da en su parte esencial.

    (74) Rodrguez Llopis.(75) Torres Fontes, J.: El regado rnurciano en la primera mitad del

    s. wv. Acad. Alfonso X El Sabio, Murcia, 1975.

    81

  • A lo largo de esta exposicin se han realizado ya algunasreferencias al regado lorquino; centraremos ahora, muy bre-vemente la cuestin en el sistema de riegos de la Huerta deMurcia. La distribucin del agua en la poca musulmanaestaba basado en el reparto proporcional del volumen varia-ble del ro, extraido en la presa de la Contraparada, de laque derivan dos acequias, la de Alquibla en la margen dere-cha, y la de Aljufia en la izquierda. De stas pasa el agua a lasacequias menores o hijuelas, brazales y regaderas, que repartenel agua por toda la huerta. Ya se ha indicado el posible decli-ve del rea irrigada tras la conquista, pero la red hidrulicasigui funcionando con arreglo a este mismo esquema, prc-tica que el propio Alfonso X intent asegurar en los privile-gios otorgados al establecer el agua como una posesincomunal, unida a la tierra.

    Espacio largamente dominado por los musulmanes, deAndaluca prcticamente se desconoce las caractersticas delregado en poca islmica. La escasez de estudios especficosy de prospecciones arqueolgicas dificultan sobremaneraesta tarea. Las crnicas rabes citan abundantes zonas deregado en esta parte de al-Andalus, pero se ha de estableceruna clara diferenciacin entre la Andaluca occidental y laoriental, ya que ambas presentan matices fsicos que condi-cionan la naturaleza del regado en uno y otro mbito, y a losque cabe responsabilizar, en mayor o menor grado, de laabundancia o no de infraestructuras hidrulicas destinadas atal fin. En efecto, mientras en el valle del Guadalquivir y Vegadel Genil, los totales anuales de precipitaciones resultan sufi-cientes para asegurar las cosechas, no sucede lo mismo enotras comarcas de la Andaluca oriental y del sur, donde laescasez de lluvias hace surgir la imperiosa necesidad de apro-vechar al mximo, mediante variadas infraestructuras, cual-quier caudal disponible, restos de las cuales han llegadohasta nuestros das.

    No faltan tampoco, segn las referencias histricas, en elprimero de los mbitos mencionados, pero s trata funda-

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  • mentalmente de huertas reducidas, destinadas a frutales,hortalizas, plantas textiles -algodn y lino-, y ms raramenteolivos y morales, ligados al uso de la noria y la alberca; sinembargo, regados de mayor extensin son escasamente alu-didos (76). En la cora de Elvira, los textos geogrficos citan alas acequias como nico sistema de irrigacin, que limitan ala Vega del Genil o Llano de Elvira (77).

    Tras la conquista, y a tenor de las investigaciones histri-cas ms recientes, parece ser que se produjo una rupturaimportante ya que los documentos coetneos de la repobla-cin, apenas contienen referencias a sistemas de irriga-cin (78).

    En el centro de la pennsula, Toledo fue ensalzada poralgunos tratadistas agrnomos islmicos que alabaron lasexcelencias tanto de la vega toledana como de Talavera,donde el Tajo y sus afluentes permitan la irrigacin devias, huertos y frutales. La principal zona de huertas sesituaba en la vega alta del Tajo, donde el agrnomo IbnWafid haba trazado la famosa Huerta del Rey; tambin,entre el ro y el lienzo de la muralla se desarrollaban diversosespacios de regado, ampliados al otro extremo de la ciudad,en la llamada Vega Baja (79). En todos ellos, los sistemas deelevacin y uso del agua estuvieron ampliamente desarrolla-dos; a este respecto, los escritores rabes citan fecundashuertas y jardines cruzados por canales en los que girabannorias de arcaduces. Todo parece indicar que Toledo conser-v hasta el siglo ^1 toda su infraestructura hidrulica here-

    (76) Gonzlez, M.: Andaluca Btica , en Garca de Cortzar etalteri: Organizacin social del espacio en la Esfiaa ^nedieual. I.a Corona deCastilla en los siglos vu^ a a; Edit. Ariel, Barcelona, 1985, p. 174.

    (77) Peinado Santaella, R. G. y Lpez de Coca Castaer, J. E.: Histo-ria de Granada. IL La /ioca medieval. Siglos vtn-x ; Edit. Don Quijote, Gra-nada, 1987, p. 72.

    (78) Gonzlez, M.: Andaluca Btica, Op. cit., p. 174.(79) Ladero Quesada, M. A.: Toledo en poca de la frontera,

    Anales de la Universidad de Alicante. Historia medieual, nm. 3. pp. 76 y 93.

    83

  • dada de los rabes, tal y como relatan algunos viajeros de lapoca (80).

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